Angeles Extraños

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Grupo Leyendas Oscuras Grupo de Traductores y Correctores Madri – Kiragaka – Roux Maro - Eli25 - Brujamelia – Rpbellamy – Hecate

Corrección Final Eli25 Diseño Madri


Prólogo Traducido por Libro Joven

No le conté a papá lo del búho blanco de Abuela. Sé que debería haberlo hecho. Hay un instante después de dormirnos y antes de soñar donde las cosas, no exactamente sueños, ni completamente precognición, sino con algo de ambos, a veces se abren camino. Tus ojos se abren, lentos y soñadores, cuando la sensación de alguien mirando llega a través de la niebla algodonosa de estar cálido y cansado. Fue entonces cuando lo vi. El búho erizo las plumas sobre mi alfeizar empapado con la luz de la luna, cada pálida pluma nítida y clara sobre la luz helada. No me había molestado en colocar las baratas persianas ni en colgar las cortinas. ¿Para que molestarse, cuando pasábamos, papá y yo, solo unos pocos meses en cada ciudad? Pestañeé ante el pájaro de ojos amarillos. En vez del consuelo que significa que Abuela está pensando en mí, y no me preguntes como se que los muertos piensan en los vivos; he visto demasiado como para no saberlo, sentí una molestia aguda, como una astilla de cristal bajo la superficie de mi cerebro. El pico del búho era negro, y sus plumas tenían puntos fantasmales como telas de araña, sombras sobre la nieve. Se me quedó mirando a mis ojos adormilados durante lo que parecía una eternidad, erizándose un poco, hinchándose igual que hacia abuela cuando creía que alguien se estaba metiendo conmigo. Otra vez no. Vete. Habitualmente solo aparecía cuando algo interesante o muy malo estaba a punto de pasar. Papá nunca lo había visto, o por lo menos no me lo parecía. Pero él sabía cuando lo había visto yo, y eso le haría coger un arma hasta que yo lograra abrir la boca para decir si íbamos a encontrarnos con un viejo amigo, o encontrarnos metidos en una buena mierda.


La noche en la que murió abuela, el búho se había posado dentro de la ventana mientras ella tomaba sus últimos alientos superficiales, pero no creo que las enfermeras ni el médico lo vieran. Habrían dicho algo. Para entonces sabía lo suficiente como para mantener la boca cerrada, por lo menos. Simplemente me quedé allí sentada y sostuve su mano hasta que su vida se agotó; después me senté en el vestíbulo mientras le hacían cosas a su cuerpo vacío y se la llevaban en una camilla. Me hacía un ovillo dentro de mí misma cada vez que el médico o el asistente social intentaban hablar conmigo, y me limité a seguir repitiendo que mi padre lo sabía, que estaba de camino, incluso aunque no tenía ni idea de dónde estaba en realidad. Había estado fuera unos buenos tres meses, liberando al mundo de cosas asquerosas mientras yo veía como abuela empeoraba a marchas forzadas. Por supuesto, papá apareció esa mañana, ojeroso y sin afeitar, el hombro vendado y la cara amoratada. Tenía todas las identificaciones, firmó todos los papeles, y respondió a todas las preguntas. Todo salió bien, pero a veces sueño con esa noche, preguntándome si me va a dejar atrás otra vez en algún pasillo iluminado por fluorescentes y oliendo a Lysol y a dolor frío. No me gusta pensar en eso. Me hundí más en la almohada, observando como el búho se hinchaba, cada pluma adornada con la fría luz de luna. Se me cerraron los ojos. Una cálida oscuridad me engulló, y cuando sonó el despertador ya era de día, el débil sol invernal entraba por la ventana y dibujaba un cuadrado sobre la alfombra marrón. Había salido a patadas de las mantas y estaba a punto de que el culo se me congelara. Papá no había encendido la calefacción. Me llevó unos buenos veinte minutos en la ducha antes de que me sintiera algo parecido a despierta. O humana. Para cuando bajé dando tumbos por las escaleras, ya estaba cabreada y empeorando. Mis vaqueros favoritos no estaban limpios y tenía un grano del tamaño del Monte Pinatubo en la sien bajo un mechón de pelo marrón de color agua sucia. Opté por una camiseta gris y una sudadera de capucha roja, un par de botas de combate y sin maquillaje. Para que molestarse, ¿verdad? No iba a estar aquí lo bastante como para que le importara a nadie. Mi mochila golpeó el suelo. Los platos de anoche aún llenaban el fregadero. Papá estaba en la mesa de la cocina, sus hombros encorvados sobre la bandeja mientras llenaba los cargadores, cada bala chasqueó.


― Hola, preciosa. Bufé, agarrando el zumo de naranja y abriendo el cartón, tomando un largo trago frío. Me limpié la boca y eructé musicalmente. ― Muy propio de una dama. ― Sus ojos azules inyectados en sangre no se levantaron del cargador, y sabía lo que eso significaba. ― ¿Sales esta noche? ― Eso es lo que dije. Lo que quería decir era ¿sin mí? Clic. Clic. Apartó el cargador a un lado y empezó con el siguiente. Las balas brillaban, bañadas en plata. Debía haber estado en pie toda la noche con eso, haciéndolas y cargándolas. ― No llegaré a cenar. Pide una pizza o algo. Lo que significaba que iba a un sitio más peligroso, no solo algo peligroso. Y que no me necesitaba para identificar al objetivo. Así que debía de haber conseguido algún tipo de información. Había estado fuera todas las noches de esta semana, siempre reapareciendo a tiempo para la cena oliendo a humo de tabaco y a peligro. En otras ciudades solía llevarme con él; a la gente o bien no le importaba una chica bebiendo Coca Cola en un bar, o íbamos a sitios donde papá estaba razonablemente seguro de que podía detener cualquier problema con una gélida mirada militar o una palabra arrastrada. Pero en esta ciudad no me había llevado a ningún sitio. Así que si había conseguido información, había sido por cuenta propia. ¿Cómo? Probablemente a la antigua. Lo prefiere así, supongo. ― Podría acompañarte. ― Dru. ― Solo una palabra, una advertencia en su tono. El relicario de plata de mamá brillaba en su garganta, centelleando a la luz de la mañana. ― Podrías necesitarme. Puedo llevar la munición. ― Y avisarte cuando haya algo invisible en la esquina, mirándote. Oí el quejido testarudo de mi voz y eructé de nuevo para cubrirlo, un bonito eructo sonoro que casi hizo vibrar la ventana que daba al descuidado jardín trasero con su balancín desvencijado.


Había una caja de platos situada frente al armario que había junto a la cocina; evité la necesidad de darle una patada. El bote de galletas de mamá, ese con la forma de una gorda y sonriente vaca negra y blanca, estaba junto al fregadero, la primera cosa desempaquetada en cada casa nueva. Siempre lo colocaba en la mochila del baño con el papel higiénico y el champú; esta siempre es la última en guardarse y la primera en desempaquetarse. Podría decirse que me he habituado a empaquetar y desempaquetar. E intentar encontrar papel higiénico después de un viaje de treinta y seis horas no hace ninguna gracia. ― Esta vez no, Dru. ― Me miró, sin embargo, su pelo cortísimo brillaba rubio bajo la luz fluorescente. ― Llegare tarde a casa. No me esperes levantada. Estaba a punto de protestar, pero su boca se había convertido en una línea fina y dura, y la botella sobre la mesa me advirtió. Jim Beam. Estaba casi llena anoche cuando me había ido a la cama, y los posos de líquido ámbar en ella brillaban más que su pelo. Papa tenía el pelo rubio pálido, casi platino, incluso si su barba era marrón y dorada. Yo tengo una versión desteñida de los rizos de mamá y una copia mejorada de los ojos azules de papá. El resto de mí, supongo, no es de nadie. Excepto tal vez la nariz de la abuela, pero a lo mejor no estaba intentando más que hacerme sentir mejor. No soy gran cosa. La mayoría de las chicas pasan por una fase desgarbada, pero estoy empezando a pensar que lo mío va a ser una cosa de por vida. No me importa mucho. Mejor ser fuerte que guapa e inútil. Prefiero una chica normalita con la cabeza bien atornillada en su sitio antes que cualquier animadora. Así que me limité a agacharme y a levantar mi mochila bandolera, el asa rozando contra mis guantes de lana sin dedos. Pican, pero son muy calientes, y si deslizas cosas pequeñas dentro de los puños, son casi totalmente invisibles. ― Vale. ― Deberías desayunar algo. ― Clic. Otra bala se deslizó en el cargador. Sus ojos volvieron a bajar hacia él, como si fuera la cosa más importante del mundo. ¿Comer algo? ¿Cuando él estaba a punto de salir y lidiar con las cosas malas? ¿Él solo? ¿Estaba bromeando?


Mi estómago dio un vuelco con fuerza. ― Perderé el autobús. ¿Quieres unos huevos? No sé porque me ofrecí. A él le gustaban fritos solo por un lado, pero ni mamá ni yo podíamos hacerlos nunca completamente bien. Me he pasado toda la vida rompiendo yemas, incluso cuando intentó enseñarme la forma correcta de utilizar una espátula para sacarlos de la sartén. Mamá se limitaba a reírse los domingos por la mañana y le decía que los iba a tener o revueltos o estrellados, y él se colocaba detrás y la rodeaba con los brazos y le besaba el pelo castaño largo y rizado. Yo siempre gritaba, ¡Agggh! ¡Besos no! Y los dos se reían. Eso era Antes. Hace mil años. Cuando era pequeña. Papá sacudió levemente la cabeza. ― No, gracias, pequeña. ¿Tienes dinero? Vi su billetero sobre la encimera y lo cogí. ― Me llevo veinte. ― Coge otros veinte, solo por si acaso. ― Clic. Clic. ― ¿Que tal va el colegio? Muy bien, papá. Absolutamente genial. Dos semanas en una ciudad nueva es más que suficiente para que haga montones de amigos. ― Bien. Saqué dos billetes de veinte de su billetero, frotando la funda de plástico sobre la foto de mamá con el pulgar tal y como hacía siempre. Había un espacio brillante sobre la funda justo sobre su sonrisa ancha y brillante. Su pelo castaño era tan salvajemente rizado como el mío, pero recogido en una coleta floja, con unos tirabuzones con reflejos dorados cayendo sobre su rostro en forma de corazón. Casi podías oler su perfume. ― ¿Solo bien? ― Clic.


― Está bien. Es estúpido. Lo mismo de siempre. ― Toqué el linóleo con la punta del pie y dejé su billetero. ― Me voy. Clic. No alzó la vista. ― Vale. Te quiero. ― Estaba vestido con su sudadera de los Marines y los pantalones de chándal con los que siempre entrenaba, con el agujero en la rodilla. Me quedé mirando su coronilla mientras terminaba el cargador, lo apartó a un lado, y cogió uno nuevo. Casi podía sentir el ruido de cada bala llegando a su posición en mis propios dedos. Mi garganta se había convertido en piedra. ― Vale. Da igual. Chao. ― No te mueras. Salí pisando fuerte de la cocina y por el pasillo, una de las cajas me golpeó en la espinilla. Aún no había desempaquetado el salón. ¿Para qué molestarse? Tendría que volver a meterlo todo en cajas en otro par de meses. También di un portazo con la puerta de entrada, y me subí la capucha, sacudiéndome el pelo hacia atrás. No me había molestado mucho más que en arrastrar un peine por él. Los rizos de mamá habían sido unos bonitos tirabuzones sueltos, pero los míos eran puro encrespamiento. La humedad del Medio Oeste lo hacía peor; era una manta húmeda de frío que de inmediato convertía mi aliento en una nube blanca y me mordía en los codos y rodillas. La casa de alquiler estaba en una larga y a la derecha de la manzana de casas similares, todas adormiladas bajo el sol húmedo que luchaba por ganarle terreno a las nubes. El aire sabía a hierro, y me estremecí. Habíamos estado en Florida antes de esto, siempre con calor pegajoso, sudoroso y bochornoso contra la piel como aceite. Nos habíamos librado de cuatro poltergeists en Pensacola y del fantasma de una mujer que incluso papá podía ver en una ciudad perdida por la mano de Dios al norte de Miami, y había una mujer muy inquietante con bocas de algodón y cabezas de cobre en jaulas de cristal que le vendió a papá la plata que necesitaba para encargarse de algo más. Allí no había tenido que ir al colegio, estábamos muy ocupados permaneciendo móviles, moviéndonos de un hotel al siguiente, para que lo que fuera para lo que papá necesitaba la plata no se hiciera con nosotros. Ahora estábamos en Dakota, y la nieve hasta las rodillas. Genial. Nuestro patio era el único con maleza y hierba alta. También teníamos una verja de madera, pero la pintura se estaba desconchando y pelándose y había partes que


faltaban. Papá no creía en alquilar búngalos cutres. Decía que esa no era forma de criar a un hijo. Me marché con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Nunca volví a ver a papá con vida.


Capitulo 1 - ¿Señorita Anderson? - La voz de la Sra. Bletchley zumbó con mi nombre. Tenía apoyada la mejilla en mi puño y estaba mirando por la ventana hacia la fría tierra de un campo de béisbol, en espera de escuchar los sonidos de las campanas. El Instituto Foley no tenía campanas. En su lugar, tenían un sonido como un teléfono móvil haciendo eco a través de la habitación cuando llegaba el momento para correr hacia otra clase. El lápiz en mi mano descansaba sobre un papel en blanco, y recorrí con mi mirada los alrededores lentamente, el repentino silencio en la sala me dijo que todos los ojos estaban puestos en mí. No me gusta eso. Bletchley era de cara redonda, regordeta y pelo blanco. Los otros maestros probablemente pensaban que era una especie de alma inofensiva. Tenía los ojos pequeños de color marrón oscuro detrás de unas gafas con montura de acero y el lápiz labial cornalina hacía flecos en el borde de los labios. Sus manos, se juntaban en un punto recogiendo constantemente el borde inferior de su abultada barriga. Alternaba entre tres jerséis: primavera, azul con rosas de punto, y un amarillo biliar con un collar de Peter Pan. Hoy llevaba el amarillo. Parecía una comadreja que se prepara para robar su siguiente pollo. Los niños la llamaban Perra Loca a sus espaldas, podía oler la debilidad. Hay dos especies de profesores, el blando y el difícil. Los profesores blandos realmente quiere ayudar, o puede ser que se hayan acostumbrado. Suelen estar nerviosos y con miedo especialmente con los muchachos del Instituto. Los maestros que son duros son otra cosa diferente. Son como tiburones, máquinas hechas para comer, con un sentido afinado de la sangre en el agua. - ¿Está prestando atención, señorita Anderson? - Podrías afilar un cuchillo en el tono de Bletchley. Una marea de murmullos recorría la habitación. Bletch había escogido su objetivo durante los siguientes treinta minutos, y era yo.


Me encanta ser la chica nueva. Realmente no debería haber abierto la boca. Los profesores duros son como los matones. Si no reaccionas, muy pronto piensan que eres estúpido y te dejan en paz. El chico gótico medio asiático que estaba frente a mí se removió en su asiento. Era alto y flaco, con una mata de pelo negro ondulado. La parte trasera de su cuello se veía cuando se inclinaba en su asiento, el cuello de la chaqueta negra que nunca se quitaba. Me quedé mirando su nuca bajo los oscuros rizos. ¿Qué demonios, como era posible? - La Fortaleza Sumter, - dije. Silencio. Bletchley entornó los ojos detrás de sus gafas de montura de acero, y abrí más mi boca. Así que salté con ambos pies. -Me ha preguntado donde fueron hechos los primeros disparos de la Guerra Civil. En La Fortaleza Sumter. Del 12 al 13 de abril de 1861. - Dije las palabras en un tono monocorde, aburrido, y los susurros se convirtieron en risitas silenciosas con un maestro duro que odias. ¿Cómo sabría un estudiante de segundo año que la Historia de Estados Unidos podría ser tan divertida? Bletch me miró durante un momento. No era muy conocida todavía, así que realmente puedes salirte con la suya. El chico gótico de adelante se agitó de nuevo en su asiento, haciéndolo crujir. La maestra visiblemente decidió burlarse de otra persona, con una mirada que me prometió problemas más tarde. - Gracias, señorita Anderson. - Su pausa se alargó mientras tocaba meditabunda su escritorio. Sus tobillos se estaban hinchando en sus zapatos, a pesar de los pesados calcetines oscuros de nylon que llevaba debajo de una falda de mezclilla larga. Parecían calcetines para la circulación, del tipo que usan los diabéticos. Mi abuela los usaba cuando sus tobillos dolían. Mi piel se enfrió cuando me senté en el asiento de plástico duro, sin atreverme a mirar nuevamente por la ventana. Bletch podría fácilmente llegar por detrás. No le había dicho a papá lo del búho en mi ventana. ¿Estaba todavía en casa? La sensación de inestabilidad en mi estómago empeoró. Me quedé mirando el cuello del chico frente a mí, pero él se movió de nuevo, tirando de las esquinas de su cuello con dedos nerviosos. No te muevas, quería susurrar. Ella está buscando a su próxima víctima. Si estuviera pendiente de la clase, en vez de preocuparme por


papá, podría haber hecho algo así como golpearle en la parte posterior de la cabeza para salvarlo, ya que no me importaba una mierda si me enviaban a la oficina o a detención o lo que fuese. El hacha cayó. - Señor Graves. - Los ojos de Bletch se iluminaron. El chico frente a mí se puso rígido, tensó los hombros. Sangre en el agua. Traté de no sentirme culpable. - Ciertamente espero que usted esté tomando notas. Dado que la señorita Anderson ha respondido a la pregunta sobre el inicio, tal vez usted nos pueda decir las causas de la Guerra Civil. Sus cejas subieron, y el brillo en sus rapaces ojos me recordó a las serpientes en acuarios de vidrio, mirando sin párpados antes de que abrieran la boca e hicieran el sonido horrible de su matraca. Los sonidos de golpes de las serpientes en el cristal se hicieron eco en mi cabeza, junto con el olor de frijoles rojos y arroz, el olor corporal, y el incienso. Estábamos muy lejos de Florida. La propietaria de esa tienda oculta, me había puesto los pelos de punta, con sus ojos velados y masas cambiantes de cosas que se movían detrás de ellos, una nube de perturbación que la gente normal no ve, pero se sentirían como con malestar. Ella me había echado una larga mirada, antes de que papá chasqueaba los dedos y le diera el conocimiento de que estaba hablando con él, muchas gracias, señora. Debí haberle hablado de la lechuza. La certeza repentina fue escalofriante, y mis dedos se volvieron insensibles, con un frío picor. - Um. Causas de la Guerra Civil. Uhhh... - El chico delante de mí no supo responder, y Bletch lo tenía. Pasó el resto de la clase metiéndose con él, aunque finalmente dio con las respuestas correctas, fue entonces cuando lo dejó tranquilo. En el momento en que la campana sonó para el final de la ronda, la parte de atrás de su cuello era de color rojo. Me sentí mal por eso, pero no dejé que me molestara. Los pasillos estaban abarrotados como habitualmente sucedía, los deportistas atacando como tiburones, las animadoras sonriendo, y el resto tratando de salir adelante. Un contingente de drogadictos agrupados en torno a un armario, y estoy segura de que vi una mochila de papel marrón cambiando de manos. Miré hacia atrás. No, no hay profesores a la vista. Una chica de la clase de arte miró


directamente por delante de mí saludando tentativamente y susurró a la distancia, su mochila caía con desánimo de un hombro. No me gusta ser la chica nueva. La cafetería era un rugido por el ruido y olor a cera de suelo y comida industrial. Tengo algo de cambio para el teléfono que está entre el café y el pasillo de la muerte que conduce a la oficina, así que marqué el número escrito en mi cuaderno de Yoda, el último en una cadena de números similares garabateados con lápiz o bolígrafo de tinta azul. El teléfono estaba instalado cuando nos mudamos, figura bajo el nombre del último inquilino, y era más fácil simplemente pagando la factura que solicitando uno. No podía esperar que memorizara cada maldito número de teléfono. O al menos, eso es lo que había dicho a papá cuando era irregular por haberlo anotado. Me dijo que vigilara mi boca y dejó de escuchar eso. La armonía interior, tu nombre es Anderson. El teléfono sonó en mi oído. Una vez. Tres veces. Cinco. Él no estaba en casa, o estaba trabajando fuera, no recogió la basura. Pensé en saltarme las clases el resto del día, pero se enfadaría y yo acababa de recibir otra charla sobre el valor de la educación. Si me atrevía señalar que la educación no era todo y en la escuela secundaria no me enseñan cómo exorcizar una habitación o colocar a un zombi, acababa consiguiendo otra charla acerca de cómo se suponía que debía ser normal. El hecho de que cace cosas de cuentos de hadas no significa que tenía derecho a faltar a la escuela. ¡Oh, no! Aunque estaba bastante ciego sin mí, ya que sólo el lado materno de su familia tenía el don de lo que abuela llamaba siempre "el toque". Algún toque. No he entendido si eso significaba "loco" o simplemente "espeluznante". El jurado, podría decirse que aún está en eso. Papá nunca pareció triste o infeliz por perder el tren woo-woo. Por otra parte, abuela nunca se presentó para la gran parte de lo que ella llamaba "abatidos", y yo no podía imaginar que fuese diferente cuando papá era un niño. Es curioso pensar en él siendo un torpe adolescente, pero he visto las fotos. Abuela era genial con las fotos.


Colgué después de quince toques y me quedé mirando el teléfono, le di un golpe. Me dolió como el infierno, y allí me di cuenta que los nudillos de la mano izquierda estaban empezando a cicatrizar. Otras chicas no tienen padres que les gritan para soportar el dolor, para golpear más fuerte, ¡entra ahí y mátalo! Otras chicas no llenan termos con agua bendita o entregan munición a través de una ventana mientras su padre está fuera de casa deslizándose sobre cosas como gigantes cucarachas mutantes. Ese había sido Baton Rouge, y había sido malo. Tuve que llevar a papá al hospital y mentir acerca de cómo consiguió perder un pedazo de su pantorrilla. A veces era difícil saber cuando la mentira llega al mundo normal y fingir la postura necesaria en el Mundo Real. Hay tantos paramilitares colgando debajo del borde del Mundo Real que el toro macho resopla las proporciones épicas y los alcanza. El teléfono siguió. - Al diablo, - dije en voz baja, entrando en el estruendo de ruido que se hacía eco desde la cafetería. Ni siquiera me devolvió mis cincuenta centavos, la máquina se los comió. Por un instante me quedé allí, mirando el teléfono como si de pronto me pudiera dar una buena idea. Olía como a lana húmeda y hormigón fresco, así como una alfombra de formaldehído y el aliento de dos mil chicos. Por no hablar del olor a medias sudorosas y a los alimentos de debajo de los topes de Ronald McDonald's. Escuela de olor. Es lo mismo por todas partes en los EE.UU., con sólo las ligeras diferencias regionales en el sudor de los pies y departamentos. El ruido de la multitud de la cafetería dañó mis oídos y la cabeza me dolió como una migraña de mamá. Tenía hambre, pero la idea de ir allí y dar codazos a través de la fila, luego encontrar un lugar para sentarse donde no estaría obligada a mirar a nadie o compartir una mesa con algunos chicos idiotas, me pareció que era demasiada molestia. Si me iba a casa y papá estaba allí, tendría la charla. Si me iba a casa y no estaba allí, me esperaría un poco y me preocuparía. Si asistía a geometría y la clase de arte esta tarde me volvería loca, a pesar de que la clase de arte en general es la parte más agradable del día.


Y olvídate de la pérdida de tiempo que llaman "la clase de educación cívica." Había visto más educación cívica en la vida real por la tarde en la cadena CNN. Es decir, si se define la educación cívica como "fanfarrones con el pelo caro". Ninguna de estas clases enseña algo real. Prefiero estar con papá vigilando o haciendo lo que él llama el "corrimiento de Intel", yendo a tiendas ocultas o bares, lugares donde la gente que conocía el mundo real, el mundo oscuro, se reunían y hablaban en voz baja entre disparos. Al igual que el salón de té donde August, un viejo amigo de papá anda en Nueva York, donde pasa hasta llegar al bar oscuro, y pasa de nuevo para salir. O en el bar de Seattle, cuando el propietario tiene colmillos que crecen fuera de su mandíbula inferior y una amplia cara verrugosa que se ve como algo que vive bajo un puente y se alimenta de cabras. O el club nocturno en Pensacola, donde todos los destellos intermitentes de luz golpean el suelo con caras gritando. Y aquella tienda rural en una carretera a las afueras cerca de Port Arthur, donde la mujer sentada en su mecedora en el porche delantero tendrá lo que necesitas en una mochila de papel junto a ella, mientras que las rayas de polvo brillan en la ventana, incluso de noche. Hay lugares como ese, donde se pueden comprar cosas que no debes o estrictamente no existe. Si estás dispuesto a pagar. A veces, en dinero. La mayoría de las veces con información. Y otras veces en algo menos tangible. Favores. Recuerdos. Incluso almas. Tal vez podría hacer algo de reconocimiento para papá y encontrar un buen lugar. Los agujeros para el verdadero mundo se ocultan al mundo normal, pero siempre sobresalen como un dolor en mi pulgar. Creo que es porque siempre abuela me había hecho jugar al juego "lo que está sobre la mesa", en el que cierras los ojos y tratas de recordar todo lo que había colocado para el almuerzo o la cena, enlatado o acolchado. Eso sonaba mejor que la misma mierda que los de mi edad tienen que aguantar. Así que me volví y me fui hacia otro lado, hacia las puertas que dan a los campos de fútbol y de béisbol. Podría cortar a través de los campos y tal vez salir a través del cinturón verde, Foley es una de las escuelas que tienen un campo abierto, una rareza más. Tenía esos veinte extras, suficientes como para sentarme en un café o una cafetería en la que nadie me molestaría antes de que pusiese la cara seria y comenzara a seguir el cosquilleo de mi intuición.


El frío del exterior fue como una bofetada a las mejillas, punzante. Todavía olía como a hierro, como un gusto cuando chupas un centavo. Caminé con la cabeza agachada, mis botas crujían sobre las malas hierbas congeladas, mi nariz de inmediato comenzó a funcionar. ¿Qué otra opción tenía? Pasar de la escuela y congelarme el culo, o volver a entrar en el edificio donde hace calor y me aburro, literalmente, hasta la muerte. - ¡Hey! ¡Hey, tú! No hice caso de la voz, me limpié la nariz con la manga de mi chaqueta. Unos pasos crujían detrás de mí. No encorvé mis hombros, que es un claro indicativo de que has escuchado a alguien. Si era un maestro, iba a tener que dar una buena razón de porque estoy por aquí, y puse en funcionamiento mi músculo creativo de mentiras. Deberían tener una clase para eso. ¿Quién lo enseñaría? Me pregunto si calificaría. - ¡Hey! Anderson! - La voz era demasiado joven para pertenecer a un maestro. Y era masculina. Mierda. Mi suerte. Los matones no suelen meterse conmigo, pero nunca se sabe. Hinqué mi talón en la grava y giré, con la cabeza por delante y el pelo en mis ojos a pesar de que estaba metido en la capucha. Era el chico gótico medio asiático de la clase de Historia de América. Era demasiado alto, y el largo abrigo negro ondeaba mientras caminaba hasta detenerse. Había levantando su cuello de nuevo, y el frío hacía que sus mejillas y nariz se pusieran rojas como una cereza. Él jadeó durante un segundo, con el pecho palpitando bajo una estrecha camiseta negra, y me miró a través de los mechones de pelo. Sus ojos eran de un color verde pálido extraño, pero su pelo hacía que se asomaran más, de vez en cuando. En unos pocos años probablemente sería un espectador real, en contraste con esos ojos y el pelo oscuro ondulado. Ahora, sin embargo, estaba en esa divertida etapa intermedia en la que cada parte de su cuerpo parece haber sido sacada de un catálogo de diferentes piezas. Pobre chico. Esperé. Finalmente, recuperó el aliento. - ¿Quieres un cigarrillo?


- No. - Jesús, no. Tenía la cara de un bebé, la mayoría de los individuos se insultarían frente al espejo, una guerra con su propia nariz y pómulos. A los mestizos les gustaba presentar una tarjeta de presentación bonita. Le hacía parecer de unos doce años, excepto que era alto. El pelo era quizás un intento de parecerse a lo que realmente era "honesto de dieciséis años." Llevaba buenas botas para luchar con la punta de acero, estaban atadas hasta las rodillas. Para colmo, un crucifijo invertido colgaba de una cadena de plata, en su pecho. Di otro paso más y volví a mirarlo. Nop. No hay nada del mundo verdadero en este chico. No lo creía, pero es mejor comprobarlo. Mejor verificarlo dos veces que sólo una vez y conseguir que te arranquen el culo, así decía papá. Papá. ¿Se ha ido ya? Es aún de día, probablemente esté bien. No me gustó la forma en que mi pecho se tensó. El muchacho hurgó en un bolsillo y sacó un arrugado paquete de Winston, las esquinas de sus ojos se arrugaron. Por lo menos no había mostrado los ojos rasgados, a una gran cantidad de mestizos les gusta jugar con eso, se ven como si estuvieran entrecerrando los ojos para vencer a Clint Eastwood todo el tiempo. - ¿Quieres uno? - Preguntó de nuevo. ¿Qué demonios? Me quedé mirando el crucifijo. ¿Tenía alguna idea de lo que eso significaba? ¿O cómo rápidamente podía conseguir un montón de problemas, en algunos lugares? Probablemente no. Es por eso que el mundo verdadero es el mundo verdadero: porque el mundo normal piensa que es el único. - No, gracias. - Quiero una taza de café y un sándwich. Quiero sentarme en alguna parte y dibujar. Quiero encontrar un lugar donde el sol no moleste y no me sienta como una total extranjera. Déjame jodidamente sola. Debería haberle hablado a papá del búho. Mi conciencia me pinchó. - Lamento lo de Bletchley. Se encogió de hombros, un movimiento rápido parecido al de un pájaro. Todo él era parecido a un pájaro, desde la nariz como un pico en guerra con su cara de niño de piel de caramelo hasta la forma inquieta de sus dedos. Sacó un cigarrillo del paquete y encendió su Zippo, encendiendo el palo del cáncer, exhaló una nube de humo, y rápidamente entró en un acceso de tos.


Jesús. Aquí me estaba congelando el culo con el fresco chico gótico. Algunos días eran mucho peores que los demás, eso no era gracioso. - Está bien, - dijo cuando pudo hablar de nuevo. - Es una puta. Lo hace todo el tiempo. Me alegré de saberlo, no le interrumpí. Me quedé allí sin saber qué decir. Me conformé con un encogimiento de hombros. - Nos vemos. - ¿Te estás saltando las clases? - Avanzó hasta mi lado, ignorando el hecho de que estaba caminando. - No es un buen comienzo. Déjame en paz. - No quiero tratar con eso hoy. - Muy bien. Conozco un lugar a donde ir. ¿Juegas al billar? - No logró ahogarse con otra calada de humo del cigarrillo. – Soy Graves. ¿Cuándo te invité? - Lo sé. - Miré hacia abajo, hacia mis botas, marcando el tiempo. – Dru. - Y no te atrevas a preguntar qué significa la abreviatura. - Dru. - Lo repitió. - Eres nueva. Un par de semanas, ¿no? Bienvenida a Foley. Declaré la maldita obviedad y puse en evidencia el suburbano No Bienvenido que no podía ver ninguna zanja todavía, así que hice un ruido de asentimiento. Cruzamos el campo de fútbol a la par, extraño, acortó su paso por respeto a mi falta de piernas de saltamontes. Lo evalué mientras caminábamos. Me daría mejores probabilidades en una pelea, decidí. No me miró. Sin embargo, estaba caminando en el bosque con un muchacho que no conocía. Eché rápidas miradas a sus manos y decidí que podría ser bueno. Por lo menos podría darle una patada en el culo si intentaba algo, y la zona verde no era muy grande. Lo intentó de nuevo. - ¿De dónde eres? De un planeta muy, muy lejano. Cuando las pesadillas son reales. – Florida. - La pregunta que siempre hacían, tarde o temprano. A veces mentía, sobre todo cuando era más joven. La mayor parte del tiempo fingía como si hubiera vivido siempre en el último lugar de donde había venido. La gente realmente no quiere saber nada de ti. Ellos sólo quieren encajar. Deciden lo que eres en los primeros dos segundos, y sólo se ponen nerviosos o molestos si no cumplen con sus juicios precipitados. Esa es una norma en el


mundo normal como el mundo verdadero, todo depende de lo que la gente cree que es. Darse cuenta de eso, jugar a lo que esperan. - Sí, suenas un poco más abajo, al sur. Grandes cambios para ti, ¿eh? Va a nevar. Lo anunció como si debería sentirme agradecida por decírmelo. La correa de mi mochila lastimaba mi hombro. Traté de no erizarme. No sueno del Sur. Sueno un poco como mi abuela, pero eso es todo. - Gracias por la advertencia. - No me molesté en disimular el sarcasmo. - Hey, no hay problema. En primer lugar que me libre de uno. Cuando levanté la vista hacia él, sonreía debajo de su pelo. Casi amenazado con comerse su nariz. La nariz orgullosa y huesuda se veía como si estuviera en una buena pelea, aunque, se veía con frío. Ni siquiera tiene guantes. Por un segundo, jugué con la idea de decirle algo. Hola. Soy Dru Anderson. Mi padre se ocupa de mí después de que mi mamá murió y ahora viaja por todo el país cazando cuando llega la noche, matando cosas que sólo se encuentran en los cuentos de hadas e historias de fantasmas. Ayudo cuando puedo, pero la mayoría de las veces soy un peso muerto, a pesar de que le puedo decir donde está cualquier cosa inhumana en esta ciudad o donde probablemente pase el rato. Estoy faltando a la escuela porque no estaré aquí dentro de otros tres meses. Nada de eso me importa. En cambio, me encontré casi sonriendo. - Debes usar guantes. Me miró, sacudiendo el pelo. Sus ojos volvieron a ser de color verde con hilos de marrón y oro, espesamente orlados de negras pestañas. Los chicos siempre reciben las mejores pestañas, es como una especie de ley cósmica. Y los chicos mestizos también obtienen algún tipo de ayuda adicional desde la genética. - Arruinan la imagen, - dijo. La plata brilló en su oreja izquierda, llevaba un pendiente. - Vas directamente a la muerte por el frío. - Hemos llegado al final de la cancha de fútbol y él ha tomado la iniciativa, de ir a la derecha por un sendero polvoriento. Ramas desnudas se entrelazaban por encima de nosotros, el olor seco de las hojas caídas y el polvo me hacía cosquillas en la nariz. La pila de ladrillos de


la escuela detrás de nosotros pronto se perdió de vista, y eso me hizo más feliz de lo que había sido en todos estos días. Graves inhaló su cigarrillo, se echó el pelo hacia atrás mientras tomaba otra calada. El humo flotaba en una forma de pluma por un momento mientras exhalaba, pero parpadeé para aclararme los ojos. - ¡Hey!, hay que sufrir para ser hermoso. Las chicas no van con los chicos con guantes. Apuesto a que las chicas no van donde tú estés, aquí en Stepford Podunk. - ¿Cómo lo sabes? - Pasé por encima de la raíz de un árbol, mi mochila golpeó mi cadera. - Lo sé. - Me lanzó una mirada por encima del hombro, con una sonrisa tragándose casi su pelo. - Nunca me dijiste si te gusta jugar al billar. - No me gusta. - Me sentí un poco culpable de nuevo. Estaba tratando de ser amable. Había uno en cada escuela, un tipo que cree que sus posibilidades eran mejores con las chicas nuevas. - Pero voy a vencer tu culo en eso, ¿de acuerdo? Decidí que podía esperar para saber el lugar de reunión de los seres paranormales. Papá, probablemente me daría otra versión de la charla si me iba a buscarlos sola. Hubo un tiempo en Dallas cuando me encontró comerciando CocaCola con un gremlin de orejas puntiagudas y ojos saltones, alrededor tenía una vaca. - Bien. - Ni siquiera se sentía insultado. - Si es que puedes, Dru. Pensé en decirle que papá me había enseñado a jugar al billar, cuando apostáramos el efectivo, y decidí no hacerlo. Tal vez si lo avergonzaba me dejará en paz.


Capitulo 2 Llegué a casa después de las cinco, llevando sacudidas y golpes en el autobús hasta el final del centro. Graves había querido que me quedara e hiciera unos cuantos juegos más, pero el lugar, estaba lleno de mesas de billar, una máquina de discos, aros de baloncesto y pistas de tenis, el ruido era fuerte y lleno de malos olores, además de estar atestado con chicos que deberían haber estado en la escuela. Así que me fui a coger el autobús. Estoy acostumbrada a tomar el transporte público en casi cualquier parte de América, y este lugar tenía realmente un buen sistema. La camioneta de papá no estaba, pero había dejado la luz encendida en la cocina y un billete de cincuenta dólares al lado de una nota. No me esperes. Pide pizza. Haz la tarea antes de ver la televisión, pequeña, y haz tus katas. Te quiero. Papá. Otros papás se sentaban en la mesa del comedor. El mío me deja un billete de cincuenta y un recordatorio para hacer mis malditos katas. Tenía frío de todos modos, así que dejé caer mi mochila en la cocina y caminé hacia el garaje, la puerta grande estaba rota, el viento hizo que se sacudiera. El saco de boxeo crujió, balanceándose un poco, sin embargo me coloqué en el centro y me quité el abrigo estremeciéndome. A papá le gustaba el karate, y era lo suficientemente grande así que era una buena opción para él. Pero soy alta y delgada, como mi madre, excepto que ella tenía unas bonitas curvas en sus caderas. Soy sólo ángulos, son más problemas de lo que valen, sobre todo cuando se trata de chicos. No tengo el tipo de masa muscular que necesito para dar un puñetazo con la fuerza suficiente. Así que para mí, es el tai chi, papá lo llama "El baile sucio” cuando estaba sobrio y "Seis grandes maneras de mover el culo" cuando estaba borracho. Me gusta el tai chi, me gusta la forma lenta de cada movimiento, como fluye hacia el siguiente y suaviza la respiración. Es difícil de trabajar, porque las rodillas siempre tienen que estar un poco más separadas, y después de un tiempo de asesinar a tus cuadriceps y ligamentos, es bueno.


Recogí mi cabello en una cola de caballo. Empecé a calentar y aflojar mis músculos, me sentí un poco mejor, finalmente inhalé y exhalé, tratando de llegar lo más cerca posible a la paz como supongo que puedo llegar alguna vez. El mundo exterior se precipitó en cuanto abrí los ojos, y me empecé a preocupar por papá otra vez antes de que incluso abriera la puerta de la cocina y la dejara cerrarse de golpe, haciendo mucho ruido, en realidad no tenía por qué. Pero es la única forma de llenar una casa vacía. Busqué a través de la nevera y finalmente me serví un cuenco de cereales. Ya había comido una grasienta rebanada de pizza en el salón de billar, y el pensamiento de más queso de cartón no me atraía, incluso con pepperoni. Así que devoré los cereales, con un vaso de Coca-Cola y un poco de whisky Jim Beam de papá, y vagué hasta mi habitación para acostarme en la cama y mirar la luz del techo. Cada habitación es diferente, y la luz se refleja sobre la pintura dañada haciendo sombras de diferentes formas. Probablemente podría describir casi todos los lugares que hemos vivido en términos de luz del techo. La peor parte de que papá salga a cazar es la manera en que la casa se pone muy espeluznante al atardecer. La noche es cuando la mayoría de las cosas en el mundo verdadero sale a jugar y por el juego puede significar "tener un poco de diversión", "ir a comprar comestibles” porque la luz del sol quema como el ácido, o “hacer que la gente incauta desaparezca”, Yam Yam. "Toma tu selección”. Saqué la colcha roja y blanca de mamá y la coloqué a mi alrededor, me acomodé en la alfombra, y me bebí la Coca-Cola hasta que mis papilas gustativas quemaron un poco; la hice mitad y mitad, y empecé a sentir un cálido calor después de un rato. Mi reloj parpadeó sus pequeños ojos rojos, y las tinieblas se reunieron cada vez más profundamente en las esquinas. El viento hizo que la puerta de pantalla del porche trasero hiciera ruidos de traqueteo. Cuando vivíamos en apartamentos, jugaba a recibir todos los sonidos del edificio y hacerles historias a todos ellos. La mayoría de los apartamentos y los edificios no son tranquilos si realmente lo estás escuchando. Después de un rato los ruidos empiezan a parecer familiares, y coges el ritmo de cada uno y haces una melodía llamada casa. Un lugar en el que vivía, el vecino tocaba el violonchelo después de cenar todas las noches. Eso era agradable de escuchar, incluso si el otro que vivía en el otro pasillo golpeaba a su esposa una vez al mes cuando el alquiler no se cumplía. Las casas son diferentes. Crujen, murmuran, cuando llega la noche. Una casa vacía al atardecer comienza a hablar, no importa si es una nueva construcción. Solía poner música para cubrirlo, pero después de un tiempo la idea


de que no sería capaz de escuchar si alguien estaba a escondidas por los pasillos me afectó. Cuando puedes ver apariciones y poltergeists, en colores sólidos, este tipo de pensamiento por lo general llega a ti. Así que escucho y espero sobre todo en las noches cuando papá está fuera. La noche se hace extrañamente amable cuando estás esperando que alguien venga a casa. He visto la mierda de la que no crees en la TV, cosas que sólo ocurren cuando estás sola y nadie puede comprobarlo. Una vez papá me encontró acurrucada en el suelo de la casa móvil que alquilamos en Byronville, sosteniendo un bate de béisbol y bien dormida, mientras que una repetición de Twilight Zone resonaban en la televisión. Me había comido la cena frente a la TV y mi pelo se había pegado a la bandeja vacía. Después de esto me hizo prometer acostarme y no quedarme esperándole, pero eso sólo significa que caí dormida sentada en la cama y pensando en todas las formas en que las cosas podrían salir mal. Las cosas pueden salir muy, muy mal. Se equivocan todo el tiempo en el mundo normal, y en el mundo verdadero esto sólo significa que se equivocan con dientes y garras, más rápido que el promedio puede soportar. August lo llamaba "la situación", Papá lo llamaba "ido al sur", Juan Raúl de la Hoya-Smith lo llamaba "malagoddamn suerte, chingada." Después de todo este tiempo no conocía a papá. Él no había dicho nada en el camino hacia Florida. Eso fue un poco inusual, normalmente me tenía mirando las cajas de viejos libros encuadernados en cuero que recogió de aquí y allí en busca de trozos de información. O ayudándole a hacer balas y afilar los cuchillos, dándole ideas o interrogándome sobre tácticas. Probablemente soy la única chica de dieciséis años, en un radio de tres mil kilómetros que sabe distinguir un poltergeist de un fantasma real. Una pista: se les puede perturbar con ácido nítrico, si esto siempre te lanza mierda, es un poltergeist, o cómo saber si es verdadero o falso: pinchándolo con una aguja de hierro verdadero. Conozco los seis signos de una buena tienda de ocultismo, primero el propietario pasa los cerrojos a la puerta antes de hablar de negocios verdaderos, y las cuatro cosas que nunca debes hacer cuando estás en un bar con otras personas que conocen el lado más oscuro del mundo, no parecer débil. Sé cómo acceder a información pública y hablar alrededor de empleados de justicia:


con una sonrisa y buena ropa de trabajo. También sé cómo cortar archivos de periódicos, informes de la policía, y algunas clases de bases de datos gubernamentales; primera norma: no quedar atrapada. Hey, incluso si tienes una gran intuición no puedes acercarte a la gente y preguntarles sobre el exorcista residente o el último asesinato sin resolver que se cometió durante la luna nueva. Tampoco puedes preguntarles sobre las casas encantadas que sirven como nodos o lugar de reunión de licántropos, locales donde las hamburguesas no son sólo raras, son la materia prima. Y se sirven en grandes pilas con sangre. A veces hay que ir a cavar para encontrar el patrón que está detrás de los acontecimientos que otras personas vieron como mala suerte del azar. Obtén información y encontrarás un patrón, decía papá. Encuentras el patrón y tienes tu presa, decía papá. También decía: No dejes que el Bosque de Sombras, woo-woo, tome el lugar de la lógica. Lo dijo muchas veces. Me pregunté dónde estaba y tomé otro trago de Coca-Cola. Mi reproductor de CD está en el cuarto, la estantería de hormigón y madera estaba vacía, excepto por la ropa. Había otro montón de ropa y mi caja de CDs en frente del armario, y aparte de mi colchón y la mesilla de noche, eso era todo. Este era el lujo en la Casa Anderson. No quise colocar los afiches o los libros. No valía la pena y papá no prestaba atención, siempre y cuando la ropa esté limpia. Para mi alivio eterno, había dejado también el almidón hace un par de años. Los militares lo hicieron genial con el almidón en aerosol, pero categóricamente me negué a tocar el material después de un tiempo. Finalmente renunció a hacerlo por sí mismo, y yo valientemente me contuve de decir que el mundo no explotó cuando lo hizo. Y dicen que la madurez es sólo para adultos. La casa estaba vacía. Empezó a hablar, a gemir y a chillar cuando el viento de afuera se levantó. Donde quiera que vaya, el aire alrededor cambia de acuerdo a la oscuridad. A veces es suave y dulce, o silba lo suficiente porque se siente feliz de estar dentro y acurrucarse. Cuando algo malo está llegando, es diferente. Es un lamento, como con sólo dientes de cristal grandes.


Esta noche el viento hacía ese sonido. Tenía la esperanza de que papá estuviera en casa pronto. Una vez que terminé mi bebida busqué en la mochila un lápiz y papel y comencé a dibujar. Convertí líneas curvas y largas en un lirio, una de las flores favoritas de abuela. Me sumergí en ella, sombreado las diferentes texturas de los pétalos, imaginé los colores vibrantes, morado, blanco como la nieve, el verde de los tallos. Había dibujado un montón de lirios, especialmente después de que mamá murió y mi abuela me consiguiera papel y lápiz para mantenerme ocupada mientras ella trabajaba en la casa. Recuerdo que a raíz de la muerte de mamá, papá desapareció por primera vez, el olor del papel y el sonido de mi abuela lavando algo, siempre estaba limpiando, se mezclaba junto con la sensación de un lápiz en mi mano. Siempre estaba lavando los suelos con agua de espino o limpiando las ventanas, entre otras cosas las toneladas de trabajo que había que hacer para mantener funcionando bien la casa. Como recoger los huevos o alimentar a los cerdos o cortar leña. Todavía no puedo encontrar en una casa el mejor lugar para poner una pila de leña, y siempre hacía girar los huevos una vez en el sentido de las agujas del reloj en el mostrador antes de romperlos. De alguna manera ella encontró tiempo para mantener el lugar limpio y enjuagar todo el suelo y las ventanas con agua de espino, ceniza de montaña, a veces usaba milenrama o lavanda. Había tiras de ajos y cebollas silvestres colgadas por todas partes, abuela trabajaba en su torno de hilar a altas horas de la noche, el dolor entró en mi pecho y lloré hasta quedarme dormida, por la ausencia de papá, queriendo a mi mamá, aterrada y sola y sin comprender. ¿Qué entiende una niña de cinco años sobre la "muerte"? El ¿"para siempre"? O incluso el ¿"No estará de vuelta en mucho tiempo"? La noche cayó de lleno. El reloj parpadeó una y otra vez. Me levanté para ir al baño un par de veces, arropada en la colcha. Bajé a por otra Coca-Cola y whisky. Papá me dará otra charla, probablemente de acciones responsables y la edad adulta, y cómo no estaba cerca, sin embargo, si alguna vez descubría que bebía mientras él estaba fuera… Continué dibujando formas simples, la lámpara en mi mesita de noche, las estanterías, las puertas del armario. Entonces dibujé el montón de ropa en el armario de delante, teniendo cuidado con las sombras. El reloj seguía parpadeando. Terminé el segundo vaso de whisky ligeramente empañado con Coca-Cola y me quedé dormida con el lápiz aún en mis dedos, una línea quebrada se deslizó por la libreta de papel en mi regazo, rompí una página en blanco.


Cuando me desperté en la mañana, papá todavía no se encontraba allí. Él caminó a lo largo del corredor, abriéndose paso con cuidado, llevaba sus botas. El hormigón estaba loco de líneas quebradas y riachuelos con manchas de grasa y lagos de algo que es mejor no nombrar, pasó por encima de ellos como un niño pasando por encima de grietas en las aceras, tratando de no caer de culo. Un zumbido estaba empezando en mi cabeza. Quería abrir la boca, decirle que no bajara por ese pasillo, de que algo invisible lo estaba mirando. Sin embargo, la sala era tan larga, y era muy difícil pensar a través de las avispas en mi cabeza. Ellas estaban tratando de hacer una casa en mi cráneo, el zumbido se propagó por los huesos como si hubiera pisado un cable de alta tensión. No solía tener estos sueños frecuentemente. Últimamente han estado pasando una vez al mes o algo así, por lo general antes de empezar mi periodo, tengo calambres y las manos se me duermen. Pero éste no era el habitual sueño, donde estoy volando sobre tejados, o incluso el peor sueño de todos que es cuando termino en la oscuridad, rodeada de animales de peluche. No. Este sueño estaba lleno de color. Podía ver cada pelo en su cabeza, las finas líneas de lavanda en sus azules iris, su chaqueta verde del ejército, todas las líneas y arrugas en sus pulidas botas de combate. La pistola brillaba debidamente en la mano, mientras la sostenía profesionalmente sin apretar. Había luces fluorescentes desde arriba, el ruido haciéndose eco de su murmullo idiota en mi cabeza. Es por eso que no podía hablar, ya sabes que el sonido sólo destruye todo lo que pueda decir, como la estática en la pantalla de la televisión que come todo lo que estás pensando durante horas eternas. Puedes simplemente sentarte y mirar. Como algo que chupa los sesos, que te aspira el cerebro. El tiempo redujo la velocidad, haciendo todo elástico y más elástico. Cada paso me llevó un siglo, y en ese momento la puerta quedó a la vista, era sólo una puerta de simple acero, con los fluorescentes en lo alto, los avispones sólo estaban rastreando a través de mis huesos y en el cerebro con sus pequeños carnudos pies que picaban pero sin tocar mi piel.


Había algo detrás de esa puerta, algo que olía a hierro y fría oscuridad, un escalofrío me corrió por la espina dorsal. Es como la sensación que tuve en esa casa destartalada en las afueras de Chattanooga, mi primer trabajo con papá, justo antes de que un poltergeist comenzara a lanzar fragmentos de vidrios con bastante fuerza como para enterrarlos en los paneles de yeso podrido, mientras fruncía sus labios y se le veían las arrugas. O como aquel pequeño pueblo en Carolina del Sur, donde el rey vudú local envió zombis porque papá estaba cortando su negocio, al romper los hechizos que el rey había tirado a la gente que se puso en su camino, o que no le daban lo que quería. Tuve que utilizar todo el encantamiento que abuela me enseñó y algunas cosas de nuestros libros para romper los embrujos y maldiciones desagradables, y papá había perdido algo de sangre luchando contra los zombis. Eso había sido malo. Este sentimiento era peor. Y mucho, mucho peor. No entres ahí, quería decir. Hay algo ahí dentro. No lo hagas. Caminé por el pasillo, y el zumbido se hizo peor, me sacudió todo, el sueño controlaba todo como la tinta en el papel, y cuando retrocedió luché para decir algo, cualquier cosa, para advertirle. Ni siquiera levantó la vista. Siguió caminando hacia la puerta, y el sueño se cerró como la lente de una cámara, la oscuridad se comió sus bordes. Todavía estaba tratando de gritar cuando papá acercó lentamente su mano libre, al igual que un sonámbulo, y giró el picaporte. Y la oscuridad se rió y rió y rió...


Capitulo 3 Me desperté, con una sacudida como de cinco tiros de café expreso pegándole a mi torrente sanguíneo a la velocidad máxima. El lápiz estaba roto en mi puño, y estaba agarrando los dos trozos rotos. Sentía la cabeza que parecía una bola de boliche lanzada por una mano gigante que juega a los bolos, y lloraba, parpadeé, la luz gris que entraba por la ventana estaba vacía, estéril, e infinita. La casa era todavía una cueva fría. Me levanté, la cabeza me palpitaba y las costillas me dolían. Me había quedado dormida y me deslicé hacia un lado, con la espalda contra la pared y apretando el block de dibujos en mi estómago. Me froté los ojos sentía como una media tonelada de arena en ellos y presté atención para escuchar el calentador, el sonido de una respiración, los crujidos de papá a su alrededor, algo. Nada. Mi alarma fue desactivada. Recordaba vagamente algo ruidoso más temprano y tuve que silenciarlo, casi clavando la lanza en la palma de mi mano con el lápiz roto. Me di la vuelta para salir de mi colchón y arrastré los pies descalzos en la sala. Envolví el edredón alrededor de mis hombros, no me mantendría lo suficientemente caliente. Me abrí paso hasta la otra habitación al final del pasillo, una junto a la escalera. La puerta estaba abierta, pero las persianas estaban bajadas. Me asomé un poco, la cama de papá estaba allí, y su baúl de metal. Una caja de madera estaba junto a la puerta, la caja privada de papá, no levanté la tapa. La cama estaba bien hecha, y pensé que no había dormido allí, sin embargo, incluso cinco minutos después de levantarse la arreglaba con gran esmero. No hay problema. Él está abajo; se quedó dormido sobre la mesa otra vez. O está en la otra habitación con el televisor mudo. Fui hacia abajo y lo busqué. Ya verás. Está allí.


Mi corazón sabía lo contrario. Golpeó dentro de mi caja torácica, cada pulso acompañado por un enfermo apretón de dolor dentro de mi cráneo y un sube y baja en mi estómago. Bajé las escaleras como una vieja, agarrándome a la barandilla helada. El silencio era como la colcha envuelta alrededor de mis hombros. Había cajas en la sala de estar, y mi silla-puf naranja. La silla de papá estaba como de costumbre en su ángulo preciso a la televisión. El ojo rojo de la caja de cable parpadeó, y casi podría escucharlo, todo estaba tan tranquilo. Papá no estaba en la cocina. Los platos sucios estaban amontonados todavía en el fregadero, y la casa estaba fría. Arrastré los pies hacia el vestíbulo y pulsé los botones para encender el calentador. La bomba de calor murmuró a la vida con un bum. Fue tan fuerte en el silencio que salté, tirando más fuerte del edredón de mamá alrededor de mis hombros. Después caminé despacio por el pasillo hasta la puerta principal, abrí los cerrojos de golpe. El frío me golpeó como un martillo, picó en mis ojos y me robó el aliento de los pulmones. El jardín delantero yacía bajo una sábana de color blanco, trozos de la valla rota estaban enterrados bajo los montículos de nieve. El camino de entrada era una alfombra prístina. La camioneta de papá no estaba a la vista. El barrio entero dormitaba bajo su frío. Creo que fue cuando me di cuenta que lo sabía. Cerré la puerta, pasé el cerrojo de las dos cerraduras, y subí las escaleras corriendo mientras tropezaba, me golpeé la cabeza y mi cuerpo entero se sacudió por cada paso. Corrí por el pasillo y llegué al baño, cerré la puerta y empecé a vomitar sobre el inodoro. No tenía nada que devolver, solo bilis, a pesar de que rechacé con tantas fuerzas las lágrimas, salieron como chorros calientes de mis ojos. Me detuve el tiempo suficiente para llorar, tenía mi frente apoyada a la porcelana blanca y fría del inodoro, y luego tuve que orinar, casi me lo hice encima. Mientras estaba sentada en la taza tenía que vomitar otra vez, así que me incliné e intenté mi mejor esfuerzo por tragar todo lo que quería salir. No sé cuánto tiempo duró. Durante el tiempo que había durado sólo podía pensar en una cosa a la vez.


Podría volver, me dije. ¿Y si se quedó suceder. Atrapado en algún lugar. O algo así.

atascado

en

la

nieve? Suele

Salvo que no había suficiente nieve para que consiga quedarse atascado. La furgoneta era pesada, y tenía cadenas en una caja debajo del asiento del pasajero. Papá era demasiado prudente para que algo como el tiempo estorbara en una operación. O en la manera de volver a buscarme. Pudo haberme llamado, pero no lo escuché. Eso no podía ser. Él no llamaría, regresaría a casa. Si estuviese cansado o la misión casi se perdiera, vendría a recogerme e incendiaríamos la ciudad. Había ocurrido antes. Cuando me recogió en el hospital, cuando murió abuela, siempre volvía a por mí. Era como la salida del sol, o la marea. De manera que algo le ha pasado. Apoyé la frente sobre las rodillas, mirando mis jeans arrugados alrededor de los tobillos. Mi ropa interior de algodón blanco, se veía sorprendente contra la mezclilla de color azul oscuro. La parte práctica de mí que conseguía lavar la ropa y hacía la lista de las cajas, en esa calma, habló en un fresco susurro. ¿Me escuchaste, Dru? Algo le ha pasado. - Ya lo sé, - dije en voz baja. Era el único sonido a parte del calentador. Mi latido del corazón y mi fuerte voz como el trueno. Mi boca sabía asquerosa. De manera que algo le ha pasado. Tal vez pueda volver a casa. Tal vez lo haría. Lo mejor que podía hacer era esperar. Tenía que esperar por él. Si hubiera fallado, él vendría a buscarme y haríamos las maletas y saldríamos de la ciudad lo antes posible. Era el procedimiento estándar. La vieja concesión, por hacerlo lo antes posible, CYA todos y BYOB. Todas las letras paramilitares alineadas en una fila, un lenguaje privado que ninguno de los chicos de la escuela tenían que conocer. ¿Qué pasa si no lo hace? Respóndeme a eso, Dru. ¿Qué pasa si no lo hace? Eso era lo que trataba de no pensar. Siempre había llegado a casa antes, a veces al amanecer. Él nunca se había ido durante toda la noche, o irse por la mañana sin dejarme una nota. Llamaba para comprobar. Es exactamente lo que no hizo.


Mi frente estaba caliente, luego mis mejillas. Mi cabello colgaba como cuerdas rizadas, de color marrón oscuro con hilos de oro, más oscuro y rizado que el de mamá. Me sentí grasienta por todas partes. Mi estómago rugía. Tenía hambre. Decidí levantarme. No podía quedarme agachada siempre. Papá llegará a casa, lo haría. Yo le esperaría.

en

el

inodoro

para

Mientras tanto, me gustaría tomar una ducha. Limpiar la casa, así tenía algo que hacer, y así cuando él llegara a casa no tendría que ver un caos. Eso haría todo mejor. Él podría estar herido o cansado cuando llegue a casa, así que sacaré el kit de primeros auxilios y me aseguraré de que todo está listo para lo que le hubiera sucedido. Sí. Haz eso, Dru. Eso hará casi todo mejor. Me limpié y me levanté, me quité los pantalones vaqueros y las bragas, arrastré la colcha de mamá de nuevo a mi dormitorio. Cogí ropa limpia y volví al baño para lavarme. Primero una ducha, luego limpiaría la cocina. Después de eso, la sala de estar. Buscaría el botiquín de primeros auxilios y lo acondicionaría yo misma. Sí. Eso era lo que haría. Así que lo hice.


Capitulo 4 Comenzó a nevar de nuevo por la tarde, grandes copos giraban desde un cielo liso, igual al hierro. Salí a mirar el camino de entrada, temblando en el suéter verde del Ejército que era de papá. No tenía mucha ropa de invierno, casi todo mi guardarropa era del verano del que ya había pasado tanto tiempo en Mason, Dixon. Habíamos ido hacia el sur por lo menos durante dos años, Baton Rouge, Chattanooga, Atlanta y Florida. Si no me hubiera bronceado hasta quemarme, podría haberme parecido a un maldito oso polar. Incliné la cabeza hacia atrás y miré hacia el infinito. La nieve giraba fuera de la oscuridad, cada copo era grande y muy húmedo. Se engancharon en mi pelo, todavía húmedo por la ducha. El suéter de papá era demasiado grande para mí, y tenía las mangas bajadas para que cubriera mis puños, apretando y soltando. Tuve que tomar una respiración profunda antes de desenrollar las manos para regresar adentro. Ya había lavado tres cargas de ropa y limpiado la cocina. El ruido del calentador; era agradable y cálido. Estaba organizando las cajas en la sala de estar, desempaqueté una y organicé las cosas. Ya había encontrado algunas municiones y las organicé de acuerdo a las armas que pertenecían. Papá engrasaría los fusiles que pronto lo necesitarían en esa época del mes. El cuidado de tu equipo es esencial, especialmente cuando estás tras lo que puede o no ser capaz de interferir con una maquinaria y electrónica compleja. Es por eso que papá no lleva un teléfono móvil, eran como imanes para los poltergeists y otras cosas. Traté de no pensar en ello. Mi estómago gruñó y me sentí extraña, como si mi cabeza estuviera llena de ruido. Bebí cuatro vasos de agua del grifo durante la tarde, mientras hice todas mis tareas, y ayudó en todo, excepto en el tornado rugiente en mis oídos. La luz de la nieve pasó a través de las ventanas, las persianas estaban bien arriba. Pude ver un tramo tapado del jardín y la calle. Por la tarde algunos coches


habían luchado, para no derrapar, todos con cadenas para la nieve y estertores en sus propios caminos de entrada por la calle. Ninguno de ellos era papá. Lo revisaba cada vez que oí el crujido de las cadenas o el sonido de un motor. Todos rodaban a sus calientes garajes, haciendo caso omiso de nuestra casa al final de la calle. Papá había elegido esta casa porque era sólida, pero también porque estaba separada de las otras, es más una rareza que se puede pensar en el Medio Oeste, ya que tienen todo el espacio de las praderas para no dejar pasar a nadie. Estaba de rodillas poniendo los cartuchos de balas por última vez en la caja cuando escuché algo en la cocina. Tip-tap. Tip-tap. Taptaptap. Mi piel se puso fría, la piel de gallina aumentó fuerte y rápido en mis brazos. Eché mi cabeza hacia abajo, mi pelo cayó en mis ojos. Hoy no se encrespaba, por una vez. El día que me quedo en casa y no voy a la escuela tengo el cabello estupendo. ¿Qué diablos es eso? No fue el temblor de la puerta de tela metálica en el porche trasero, ya me conocía el sonido. La carne de gallina no desapareció, pequeñas pepitas de hielo se formaron debajo de mi piel. Tap. Tap. Parecía pequeños palos cubiertos de goma golpeando contra un cristal. Mi boca se secó y mis dedos estaban entumecidos. Entonces tuve el gusto de la naranja y la sal en mi boca, y sabía que algo malo iba a suceder. Abuela lo llamaba un “arrah”, sólo que más tarde me enteré que quería decir "aura". Como antes de una migraña. Abuela siempre decía que la luz la podría ver alrededor de la gente si tenía “el toque”. Conmigo siempre eran naranjas, y sal. No naranjas reales. No lo puedo explicar mejor, es como las naranjas de cera, tal vez. Oh, mierda. Mierda. Lo más extraño de todo era lo tranquilo que estaba. La luz estaba fallando, incluso si el brillo de la luz del alumbrado público rebota en la nieve , se hacía más oscuro. Siempre espero el crepúsculo alrededor, y tengo “los nervios de punta” de todos modos.


Me levanté, mis piernas giraron sobre la madera y temblaban muchísimo. Entonces cogí un cuchillo de caza de papá de la tapa de una caja que medio había desempaquetado. La sala parecía que una bomba la había golpeado, me di cuenta de que acababa de medio desempacar una caja y fui a la siguiente. El sabor de las naranjas se hizo más fuerte, y el golpeteo se repitió, un crujido, un sonido de pequeños clavos contra una ventana. Sostuve el cuchillo en la manera que papá me enseñó, con la hoja a lo largo del antebrazo y con la empuñadura en mi mano. De esa manera puedo golpear a alguien en la cara con la empuñadura y puedo tener sus músculos, tríceps y dorsales, los músculos más fuertes del cuerpo. Y si acuchillas, tus bíceps trabajan, además de que puedes mantener un mejor control del cuchillo. Anda tranquila, Dru. Esta era la voz de papá en mi cabeza, ahora. Un susurro suave, como si estuviera enseñándome la forma de concentrarme en un objetivo. Ve tranquila y ponte a cubierto a ese lado de la sala. Viene de la cocina. Hazlo como te enseñé. Salí por el pasillo, maldiciendo las cajas que estaban en el lado que debería haber estado cubriéndome. La luz de la cocina estaba encendida, enviando un rectángulo de brillo dorado en la sala y en todo el pie de la escalera. El calentador se apagó, y el ruido se escuchó más fuerte. Taptaptaptap. Pausa. Taptaptap. Taptap. Mi corazón subió a mi garganta, golpeaba mi carne. Los grandes músculos en mis muslos temblaban como si hubiera terminado de correr un kilómetro y medio. Me deslicé con calma por la sala, pequeños trozos de la cocina venían a mi vista. Ellas no te cuentan como éstas en estas situaciones, y por "ellas" me refiero a las películas de terror, que por lo general con una mejor formación de este tipo de cosas, puedes pensar que cómo tu campo de visión se contrae, de repente todo se estrecha más y más. No puedes ver lo suficiente, y la visión periférica te juega malas pasadas. Los ojos miran alrededor, tratando de ver todo y fallando miserablemente. Di un paso delante de las escaleras y vi desaparecer, la estufa, un trozo de la mesa de la cocina. La ventana sobre el fregadero estaba vacía, llena del brillo de la luz de la nieve. Dejé escapar suavemente el aliento a través de mi boca, lo más silencioso posible. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos como un solo de batería en un par


de auriculares. El sabor de las naranjas de cera se hizo más fuerte, se volvió espeso y dulzón. Pudriéndose en mi boca. Tap. Taptaptaptaptap. El sonido se hizo más fuerte, casi frenético. Entré en la cocina. La puerta trasera estaba como la dejé la última vez, la silla de papá estaba de espaldas a la pared de la despensa. Cuando se sentaba allí podía ver la puerta de atrás y la de entrada a la sala, manteniendo la espalda en el cuadrante más seguro. La propia puerta era de un material pobre, tenía una ventana de cristal enrejada en la parte superior y un panel de madera débil y un cerrojo probablemente con la cadena más fuerte que la propia puerta del fondo. Mi garganta estaba caliente y densa, luché con mi corazón para tener el control de mi garganta. Me atraganté y estuve a punto de dejar caer el cuchillo. Lo pude ver claramente a través de los vidrios, debido a que el porche cerrado conseguía la sangre débil y oscura de la ligera luz de la nieve. Había un zombi en mi puerta trasera. Sus ojos se movieron, y eran azules, y la opacidad blanca por la podredumbre de la muerte. Su mandíbula era un revoltijo de carne y sangre congelada; algo se había comido la mitad de su cara. La punta de los dedos ya desgastados hasta parecer protuberancias óseas, raspaban contra la ventana. La carne colgaba en tiras de su mano, y mi estómago se revolvió con fuerza. Una niebla negra se levantó en las esquinas de mi visión, y corrió el sonido divertido en mi cabeza, sonaba como un avión que despega. Conocía aquel zombi. Incluso si estaba muerto y destrozado, sus ojos eran los mismos. Azul como el hielo en invierno, con franjas de pálidas pestañas. La mirada del zombi se cruzó con la mía. Ladeó la cabeza como si acabara de oír un ruido lejano. Dejé escapar un sonido seco y mi espalda chocó contra el muro al lado del pasillo, golpeando con mi cadera una pila de cajas. Papá levantó su puño podrido, la carne estaba masticada por algo que no quiero imaginar, ni siquiera pensar, y marcó su camino a través de la ventana.


Capitulo 5 Me habría quedado allí para siempre, mirando con terror a lo que solía ser mi padre, cuando se lanzó contra la puerta trasera… si no hubiera sido por el teléfono. Que sonó de forma estridente bajo el ruido de la madera rompiéndose, y algo de eso chillido me sacudió para ponerme en acción. Grité, un grito de miedo, y dejé caer el cuchillo. El ruido que hizo cuando golpeó el linóleo se perdió por el sonido que hizo la puerta cuando el zombi gimiendo se abrió camino a través de ella, mirándome fijamente. Los zombis hacen eso, si hay algo que les llame la atención van ciegamente hacia ello y no paran hasta que lo han hecho pedazos.

A menos, claro, que quien hizo el zombi le haya dado un objetivo. Entonces no prestan mucha atención a nada excepto andar arrastrando los pies por las esquinas más oscuras que puedan encontrar, instintivamente evitando ser vistos mientras hacen su camino hacia su objetivo. No son muy inteligentes, los zombis, pero son decididos. Con determinación. Lo sé, había visto a papá matar a unos pocos. Los zombis son como las cucarachas, nunca se les ve hasta que hay muchas, y cuelgan de la similitud de la vida contaminada o magia negra que los hizo. Corrí hacia la sala de estar. Cada paso llevó toda una vida. Mis botas se resbalaron en la alfombra; me di un golpe con una caja y grité de nuevo, lanzándome a una esquina de la sala, el zombi dejó escapar un sonido raro. Ellos no hablan. En cambio, dejan escapar un gemido silbante como una vaca con un terrible dolor, el aire fue forzado a través de las muertas cuerdas vocales. Normalmente, cuando alguien escucha ese sonido, es lo último que oye, porque los zombis son inquietantemente rápidos cuando tienen su próxima merienda a la vista. Eso es otra cosa acerca de ellos. Puedes traer algo parecido a la vida a un cuerpo muerto una vez que el alma se ha ido, claro. Pero lo que pegas allí termina siempre con hambre.


La 9mm se encontraba bajo el brazo del sillón de papá en una funda de velcro. Golpeé fuerte en el suelo y me escabullí, moviéndome lo más rápido que pude luchando en posición vertical, los pies se me enredaron el uno con el otro, oí pasos y el crujido de vidrios rotos. El zombi entró en el salón y escuché un terrible arratre, tropezó con una caja. Mis dedos eran torpes como salchichas. Rompí el frío metal de la pistola fuera de la funda, el velcro quedó libre y aparté la silla giratoria. Me di la vuelta sobre mi espalda, al oír la voz de papá en mi cabeza de nuevo. Tranquila, cariño. No apuntes con esa cosa nada que no tengas intención de matar. Siempre trata un arma como si estuviera cargada. Tenía la esperanza de que estuviese cargada. Le conocía, sabía que papá no tendría un arma en su silla si no lo estuviera. He estado disparando desde que tenía nueve e incluso mi abuela tenía una pistola en su casa y sabía manejarla con seguridad, ¿no? Fue por eso que fui ayudante de papá. Sabía la manera de manejar un arma de fuego y la forma incorrecta, también, y la cosa apareció en la esquina, me miró con sus terribles ojos podridos que ahora eran impíos y brillante azul. Una chispa roja giró en sus ojos, y lo olí. Los zombis huelen peor que cualquier cosa que puedas imaginar si no has ido a cazar las cosas del lado oscuro del mundo. Es un olor maduro, gaseoso, como huevos podridos y la carne se ve mal, gusanos ciegos se arrastran por su piel. Es un muerto de camino, alimento descompuesto y olor corporal, todo en un paquete y te hace vomitar. Grité de nuevo, pero todo lo que salió fue un sonido como un silbido, porque mi garganta se había cerrado bajo llave. Apunté con la pistola y apreté el gatillo. Hizo clic. ¡Oh, mierda! El seguro estaba puesto. La cosa se abalanzó sobre mí, su bramido salió libre por su garganta muerta de nuevo, y cayó. Quité el seguro. Me arrastré con la pistola mientras el zombi pisaba la alfombra. Estaba cubierto de nieve, mojado y corriendo con la putrefacción, y llevaba el suéter verde favorito de papá. Se había tropezado con una caja que le bloqueaba la entrada al vestíbulo.


Mi respiración sonaba áspera como el graznido de un cuervo. Me acosté sobre mi espalda y apunté el arma. Los ojos de papá encontraron los míos. El zombi se puso de pie descalzo y descompuesto, no llevaba zapatos ¿dónde estaban sus botas? Extendió sus manos, trozos de carne caían en la alfombra. El hedor llegó a mi nariz, me llenaba la cabeza, y rechacé el vomitó. Apreté el gatillo. La primera bala salió desviada, clavándose en la pared de la sala. Seguí gritando y sollozando mientras el zombi se movía hacia adelante, cayendo hacia mí, sus dientes así como su arruinada mandíbula se cerraban una y otra vez, mascando, se comería viva a su presa. Seguí apretando el gatillo. Ni siquiera escuché los disparos, a pesar de haber sido ensordecedores. Todo lo que escuchaba eran mis propios sollozos. Cayó sobre mí. Lodo y sangre negra salpicó mi cara. Me quemó como el ácido. Era frío como la nieve de afuera, y apestaba. Sus mandíbulas hicieron clic dos veces, se estremeció, y una gota de algo negro y repugnante se rompió en su boca. Seguía gritando. No podía conseguir suficiente aire, por lo que traté de calmarme, sólo gemía. El arma hizo clic. Estaba apretando el gatillo, pero había vaciado el cartucho. El zombi estaba realmente muerto. Había un agujero en su pecho, disparos muy bien agrupados. Hay que dañar el corazón o la cosa sigue “viva”. Es algo sobre el proceso de hacer un zombi, el corazón mantiene el cuerpo entero, o eso dicen los libros. Pero no había estado pensando en los libros. Había estado siguiendo ciegamente el entrenamiento, el objetivo era el cuerpo como él me había enseñado. No apuntes a la cabeza si tienes elección. No tires. Aprieta el gatillo, en el dulce corazón. La voz de papá, estaba en mi cabeza. Con el estribillo interminable que repitió tanta veces, podría haber dicho en mi sueño: No apuntes esa cosa en algo que no tienes la intención de matar. Lo golpeé salvajemente, rompiendo la cosa con la punta de la pistola, golpeándolo y luchando para liberarme de su peso muerto. Aún lloriqueaba, me alejé lo más


que puede a través de la sala hasta que llegué a la esquina más lejana del zombi. Mi mano izquierda se quemó con la alfombra. En mi mano derecha estaba la pistola vacía. Me puse de espaldas en la esquina y escuché mi balbuceo. Débil, sonidos incoherentes rebotaron en las paredes blancas y vacías. Tenía frío y estaba cubierta de esa apestosa, sustancia que quema. El zombi estaba boca abajo. Torrentes de suciedad salían a través de su piel podrida. El olor era increíble. Vestía la chaqueta y los pantalones vaqueros de papá. Una vez que haya sacado el corazón, el zombi se pudre verdaderamente rápido. Incluso el esqueleto se descompone en polvo. Me puse a llorar. El balbuceo se convirtió en una palabra, una y otra vez. - ¿Papá? ¿Papá? ¿Papi? Estaba allí, tendido. El zombi allí, tendido.


Capitulo 6 El centro comercial estaba abierto porque los quitanieves habían salido. Las calles principales estaban limpias y claras. Se toman en serio el invierno aquí, ya tenían todo raspado y todo salado, lijado y raspado lo tenían a solo una pulgada dentro de sus vidas. Los autobuses ya estaban en marcha, también. La vida no se detiene por un poco de nieve en los prados. En el centro comercial aún seguían tocando canciones de Muzak y ¿si cierran los centros comerciales? ¿Adónde iríamos? Me quedé mirando el pequeño vaso de McDonald's. Estaba lleno de café caliente y echando humo, ahora sólo estaba allí. Los ojos me ardían, parecía tenerlos llenos de arena. Me lavé la podredumbre del zombi de mi piel y me coloqué ropa encima, metí todo el dinero que pude encontrar, busqué en la billetera de papá, no estaba, probablemente estaba escondida en alguna parte de la furgoneta, quería salir de casa, por alguna extraña razón me detuve sólo para apagar el fuego. La puerta trasera se rompió y el olor fue increíble, tan espeso que picó en mi nariz. ¿Alguien escucharía los disparos? No lo creía así, no escuché sirenas, y nuestra casa parecía una paria, separada como si tuviera una enfermedad. No sabíamos nada de nuestros vecinos, y así le gustaba a papá. La nieve pudo silenciarlo todo, también. Si me hubiera matado, nadie sabría siquiera que estaba muerta. Estaría allí, y... Mi cerebro dejó de funcionar, se estancó como un motor ahogado. Me estremecí, la silla de plástico hizo chirridos. El centro comercial estaba tan iluminado como el cielo y la gente estaba deambulando por ahí, haciendo compras, allí no había un zombi en descomposición como en mi sala de estar. Abajo en el nivel del patio de comidas una fuente salpica agua musicalmente en plazas de Arte Deco y esculpido con hormigón. El vaso era un círculo blanco con una elipse de color marrón en su interior, una forma cónica, con textura. Podía dibujar. Mi cuaderno estaba en mi mochila, lo metí allí a toda prisa como todo lo demás.


Dibujar sonaba bien, excepto que no podía hacerlo con mis manos tan temblorosas. Me estremecí otra vez. No podía decir lo que tenía puesto, sólo que me había cambiado de ropa después de lavarme la baba del zombi. Yo le disparé. Disparé a papá. Mis pensamientos toparon con los ojos azules de papá, blancos por la descomposición fijos en mí, una chispa roja bailando en el fondo de la pupila, ya no era totalmente circular, empezaba a dispersarse en los bordes como tejido muerto. La pistola se movió dando sacudidas en mis manos. El olor. Me di cuenta que estaba haciendo de nuevo el sonido, un llanto bajo en la parte posterior de mi garganta y al borde de que salieran lágrimas, lo deseché. No podía permitirme el lujo de que alguien me mirara muy de cerca. Acababa de matar a mi papá. ¿Hola, agente? ¿Me puede ayudar? Mi papá se convirtió en un zombi. Ya sabes, hemos estado viajando para deshacernos de las cosas que no son reales, y esta vez devolvieron el golpe. Realmente necesito un lugar para quedarme, pero ¿puede asegurarse de que haya un poco de agua bendita? ¿Y algunas balas de plata? Eso sería fabuloso. Sí, eso sería totalmente maravilloso. Gracias. Y mientras estás en ello, ¿le puedes decir a los chicos con las camisas de fuerza que yo estoy muy cuerda? Eso ayudaría. El café se estremeció dentro del vaso al tocar el borde con dos dedos. Pronto el centro comercial cerraría. Es un día de semana. ¿Dónde puedo ir? No podía conseguir una habitación de hotel con la ID que tenía, a menos que tratara con la parte mala de la ciudad, y el coste sería más dinero del que podría gastar en este momento. Hablando de dinero en efectivo, tenía que encontrar una manera de conseguir más por si se me acaba, ni siquiera podía pensar en hacer planes futuros. Le disparé a papá. Jesucristo, le disparé a mi papá. Las lágrimas calientes y espesas estaban en mi garganta. El terrible sonido de rasguños en la ventana trasera se convirtió en alguien tirando de la barata silla de plástico fuera de la mesa enfrente de mí y se deslizó por ella, sonriéndome a través de una mata de pelo oscuro y rizado. - Aquí estás. Faltaste dos días en una semana. Alguien llamará a la policía. Graves colocó una taza anaranjada de Julius sobre la mesa, elegí un lugar de espaldas a una pared, saltaba nerviosa cada vez que alguien caminaba detrás de mí


a los baños. Desde ese lugar podía tener todo a la vista, y alguien había puesto una planta falsa en una maceta detrás de mi silla. Me quedé mirando al chico gótico en lugar de la taza de café. El pendiente de plata que colgaba en su oreja izquierda era un cráneo con las tibias cruzadas. La débil satisfacción que sentí finalmente al tener un panorama claro ahogó el pánico en mi garganta, golpeando detrás de mi corazón. Se quitó el pelo negro de sus ojos. Eran más verdes que avellana ahora, enmarcados por sus largas pestañas, y el color caramelo de su piel era algo para odiarlo. - ¡Hey! - La sonrisa se desvaneció de su rostro. Hoy llevaba una camiseta y el habitual abrigo negro, y cuando puso las manos sobre la mesa vi que usaba guantes negros sin dedos. El crucifijo invertido de su cadena de plata brilló, y mi garganta se levantó otra vez, inútilmente. - ¿Estás bien? Casi me reí. No estaba bien. De ninguna manera estaba bien. Estaba tan lejos de sentirme bien cómo era posible. Mis ojos miraron de nuevo a la taza de café. - Jesús. ¿Qué pasó? - Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa. Casi me estremecí. No te me acerques demasiado. Le pegué un tiro a mi papá. - Hey. Dru. Hey. - Hizo chasquear los largos dedos. - Hola. Estoy sentado aquí mismo. ¿Qué pasó? Oh Cristo. El nudo en la garganta bajó, después de un corto combate. Tragué convulsivamente dos veces y encontré mi voz, débil y acuosa, pero seguía siendo mía. - Vete a la mierda. Sus cejas se dispararon. Con sus manos colocó su pelo hacia atrás de sus orejas, y ahora se veía muy joven mientras me miraba. Su boca se redujo, y pensé que en realidad iba a levantarse y marcharse. Se recostó en su silla, acomodó sus largas y desgarbadas extremidades lo mejor que pudo, y tomó su taza. Tomó un sorbo largo de lo que estaba en ella, y sus ojos se volvieron aún más verde. Atrapando la luz fluorescente y brillaron. Graves se quedó allí sentado como si tuviera todo el tiempo en el mundo.


Finalmente tomé mi taza de café. Parecía lo último por hacer. El líquido en su interior estaba helado, pero olía mejor que el zombi. Tomé un trago, dejé la taza, e hice una mueca. Arrugué mi cara, y casi escupí el frío café de lodo sobre la mesa. Él no se movió. Escuché los suaves acordes del hilo musical. Fue inútil. Las palabras estaban apretadas en mi pecho. No podía decirle a nadie lo que había sucedido. ¿Quién iba a creerme? Es por eso que es el mundo verdadero, el mundo de la noche, y no el mundo normal. La gente no quiere saber, y las cosas que se comen a las personas o les crecen pelo o predicen el futuro no quieren que la gente lo sepa. Es un matrimonio perfecto, con mentiras. La presión aumentó en mi garganta. Tenía que decir algo. Me incliné hacia delante, apoyando mis codos sobre la mesa también. - No puedo ir a casa esta noche. - El sonido de mi voz se volvió casi un sollozo. Sus cejas se unieron. Estaban peligrosamente cerca de convertirse en una sola; supongo que nadie le había dicho que se diera una buena depilación en la oruga que tenía trepando a través de su frente. Su pendiente brilló. Graves tomó otro sorbo. Las cejas unidas se retorcían. Luego empujó la taza. Vi sus nudillos agrietados. Supongo que los chicos no usan loción para las manos o bien, no viene en su manual. - Está bien, - dijo en voz baja. - ¿Tienes un lugar para quedarte? Yo parpadeé. Oh, no. Cristo. No trates de solucionar mis problemas, chico. No tienes ni idea. - Voy a encontrar algún sitio. - Era la verdad. Incluso si tuviera que volver a casa. El pensamiento envió un escalofrío por mi espalda. ¿Podría alguien haber llamado a la policía? No, me hubiesen sorprendido en el baño, pero estaba nevando. Tal vez la policía no podía llegar a nuestra casa con toda la nieve. Pero la nieve hizo cosas raras con el sonido, y nuestra casa estaba lejos de todas las demás. La rueda del hámster dentro de mi cabeza se puso en marcha, tratando de entender las cosas desde este nuevo ángulo y dando de nuevo contra un muro.


Te estás tomando esto realmente bien, Dru. Acabas de dispararle a tu padre. ¿Cómo vas a explicarle esto a la policía? Bueno, técnicamente, con la velocidad que se desintegran los podridos zombis, no habría otra cosa que explicar que una puerta rota y un agujero de bala en la pared. Podría decir que estaba allí cuando nos mudamos, que mi padre trabajaba por las noches, y por eso no ha podido arreglar la puerta. Un sollozo me cogió por sorpresa. Crucé los brazos sobre mi estómago y me encorvé. Apoyé la frente sobre el material fresco y pulido de la mesa, y se sintió bien. Casi tan bueno como la porcelana fría de un baño cuando estás realmente, realmente enferma. Mi estómago se apretó de nuevo. No lo dejes salir, Dru. No te atrevas a vomitar en ese suelo. La voz de papá se hizo eco en mi cabeza, como un mantra, usa la mochila que siempre uso para trabajar, mi amor. Vamos úsalo. Uno más, hazlo por papá. Hazlo. Vamos, mi niña, ¡eso no te detendrá! ¡Uno más para mí! ¡Vamos! - Jesús, - dijo Graves en voz baja. Parecía mucho mayor que un estudiante de segundo año ahora. - ¿Qué tan grave es? Mis dientes castañeteaban. Casi me atraganto con una carcajada. ¿Qué tan grave es? Es tan malo que no tienes ni idea. Eso es lo malo. - Sólo tienes que irte lejos, - le dije a mis rodillas. ¿Cómo había logrado atarme las botas? Ni siquiera recuerdo cómo me vestí. Estaba en un lugar público, aquí en el centro comercial. ¿Qué llevaba puesto? Pantalones vaqueros. Podía sentir los calcetines. Tenía mis botas puestas. Cogí el borde de mi camiseta y vi que era roja. Llevaba una chaqueta de repuesto de papá del Ejército, y había un gran peso en el bolsillo derecho que tenía que ser algo mortal. Jesucristo, estoy armada en un lugar público. Papá me mataría. - ¿Dru? - Su voz se había vuelto más profunda. - ¿Qué tan grave es? ¿Realmente no puedes ir a casa? Parpadeé. Tenía mis guantes puestos, y alguien me estaba hablando. Me retorcí y me senté. El mundo cayó en su lugar, los colores y los sonidos no corrían como el agua sobre el vidrio coloreado. La taza naranja de Julius estaba al otro lado del


patio de comidas, y su signo de repente me pareció lo más maravilloso, la más brillante luz de esperanza en el mundo. Olí las papas fritas, grasa caliente. Quería comer. Mi estómago gruñó fuerte por lo que encorvé los hombros, esperando que no lo oyera. Graves se movió en su silla. Luego empujó el vaso de papel sobre la mesa. - Toma bébelo. El café está frío. - Todavía con ese tranquilo y extrañamente tono de voz de adulto. No había ninguna bravuconería adolescente en las palabras. Lo agarré y chupé la pajita. El sabor de las fresas y helado explotó en mi lengua, cortando y eliminando el mal olor de la muerte reanimada. Él se levantó hasta su altura completa y desgarbada, raspando la silla hacia atrás contra el suelo. - Quédate aquí, ¿de acuerdo? Sólo durante un segundo. Asentí con la cabeza y tomé otro largo trago. Él se alejó, con esas piernas largas de saltamontes. En el momento en que terminé el batido estaba de vuelta, deslizó una bandeja a través de la mesa. Había una hamburguesa con queso, tocino y patatas fritas, con un batido de vainilla. Empecé a devorar la hamburguesa en lo que parecía dos mordiscos mientras Graves se acomodaba en su silla, tamborileando con los dedos en el borde de la mesa. No se quitó la chaqueta, pero le hice tomar unas patatas fritas. Él incluso había traído paquetes de salsa de tomate, y la única razón que no rompí uno fue porque el pensamiento de tener en el interior el alimento del líquido rojo y grueso hizo retorcer mi garganta. Sorbía lo último de la vainilla y pensé en vomitar. Graves tarareaba con el hilo musical, llevando el ritmo con el borde de la mesa. Era fuera de lo común, pero no parece molestarle mucho. - Gracias, - dije finalmente, apartando el pelo detrás de las orejas. Los rizos se habían encrespado de nuevo. - No hay problema. - Encogió sus huesudos hombros. - Es gratis. Mira, ¿realmente no puedes ir a casa? ¿Qué pasó? Le disparé a mi papá. Pero está bien, él fue reanimado. Es como el queso que quiere salir de la hamburguesa. Dejé la revuelta con un eructo leve que sabía a productos lácteos y a carne un poco falsa. - No me creerías si te lo dijera.


- Pruébame. - Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa. Su boca se había comprimido en una línea delgada, y su mirada estaba muerta. Miré fijamente su mano derecha, la forma en que los dedos estaban sobre la mesa, tenía las uñas mordidas. Sus nudillos estaban rojos y agrietados, como si hubiera estado mucho tiempo afuera, en el frío. Aún tenía la piel muy bien. Probablemente usaba loción. Podría dibujar su mano. Apuesto a que podía. Tendría que protegerlo de la luz para coger todas las texturas. - Simplemente no puedo ir a casa, - me oí susurrar. - No, hasta mañana. Tal vez ni siquiera mañana tampoco. No sé. Graves se quedó en silencio durante unos momentos. Su mano estaba tensa contra la mesa, toda la relajación se vertía al exterior por los dedos. La música aumentó a través de las cornetas y los sintetizadores, haciendo eco a través del patio de comidas y dentro de mi cabeza. Finalmente reconocí la canción. Fue, de todas las cosas, una versión inofensiva de AC/DC "Highway to Hell". A papá le gustaba ese tipo de música. Cada nueva ciudad a la que íbamos, mi trabajo era encontrar la estación de antigüedades y la estación de rock clásico. No sabía lo que papá iba a escuchar con sus altavoces. Él no va a pensar en nada nunca más, Dru. Las lágrimas se elevaron otra vez. Sorbí mis mocos, tragué saliva y miré a Graves, desafiándolo a decir algo acerca de mí lloriqueo de niña. Por último, se echó hacia atrás, quitando la mano de la mesa. - ¿Tienes un lugar para dormir? Ojalá lo supiera. – Encontraré algún sitio. - Un hotel de mala muerte, o voy a viajar en autobús durante toda la noche. O algo. Más silencio entre nosotros. Escuché risas, y miré hacia Orange Julius para ver a dos muchachas rubias riendo detrás de sus manos. Iban acompañadas por un par de atletas, uno era un chico de pelo oscuro que había visto en la escuela y el otro parecía su primo o hermano. Me sentí un millón de millas lejos de ellos. Normales adolescentes, actuando como malditos idiotas delante de un lugar de comida rápida. El atleta de pelo oscuro puso sus brazos alrededor de una de las chicas y la levantó. Ella gritaba de risa, el sonido era tan radiante como cuando caen monedas de un centavo. Su camisa se subió, mostrando la curva de su espalda. Estaba nevando afuera y había un


zombi muerto en mi sala de estar, y aquí esta chica estaba vestida como una puta y se reía. Mi mano se cerró formando un puño. Tomé una respiración profunda. - Conozco un lugar. - Dijo Graves en voz baja, inclinándose sobre la mesa. Apoyó sus codos y la barbilla en el puño. - Si quieres, ya sabes. ¡Oh, Jesús! Ahora no. - ¿Por qué es que siempre hay un tipo que piensa que puede sacar algo de la chica nueva? - Mis uñas se clavaron en la palma de mi mano. - Cada maldita ciudad, que voy es lo mismo. Un tipo piensa que es un regalo de Dios. - Acabo de preguntarte, si quieres un lugar para dormir. - Graves encogió los hombros a la defensiva. - Jesús. Luego me sentí mal. No era culpa suya que tuviera un zombi muerto en mi casa. La puerta trasera estaba abierta, el lugar estaría congelado por la mañana. No podía pensar en regresar hasta que hubiese luz del día. Entonces, ¿qué vas a hacer, Dru? La voz de papá sonaba en mi cabeza, como si me estuviera poniendo a prueba. ¿Qué va a pasar entonces? Necesitas un plan. En este momento corres como un conejo. Graves seguía mirándome, con los ojos verdosos debajo de su mata de pelo rizado. Su pendiente volvió a brillar, un dardo de luz. - Lo siento. - Me dolía la garganta. ¿Cuán alto había gritado? ¿Alguien había oído los disparos? No podía dejar de preguntarme sobre eso. - Ha sido un mal día. - No tienes ni idea de qué tan malo ha sido. - No hay problema. - Él extendió sus manos, alejando la disculpa. Su abrigo susurró mientras se movía en el asiento de plástico. - Entonces, te llevaré a algún lugar donde puedas dormir esta noche. Un lugar seguro. ¿Está bien? - ¿Cuánto? - Tengo un poco de dinero, por lo general no había escasez de dinero en efectivo, papá se preocupaba de eso; los recursos eran fundamentales para nuestro estilo de vida. Pero si papá realmente, ha desaparecido por completo, tengo que


hacer un balance cuidadoso de lo que tenía y asegurarme de conseguir más antes de empezar a gastar como una loca. Y su cartera había desaparecido. Puede que la haya metido en el coche. Pero... - Ya te lo he dicho, la primera es gratis. - Él miró alrededor del patio de comidas. - ¿Quieres jugar al hockey de aire? Es una buena manera de liberar la mente de cosas. No sé cómo voy a dejar de pensar en zombis, chico. Pero era algo que hacer. No podía sentarme aquí hasta que el centro comercial cerrara. Explotaría. A llorar. O algo más garantizado para llamar la atención. - Claro, - me oí decir. Su rostro se iluminó. – Genial. ¿Has terminado? Empujé mi silla y sentí un espasmo que recorrió mi espalda cuando me puse en posición vertical, hice una mueca y lo absorbí con una respiración fuerte. Probablemente me había lastimado algo, tratando de alejarme del zombi. - Sí, supongo. ¿Graves? - ¿Huh? - Negó con el pelo sobre la cara, pero la sonrisa se mantuvo quieta. Le daba un aspecto un poco más viejo, las arrugas cruzaban su cara. - Gracias. - La palabra no era adecuada, y yo buscaba algo más que decir. - Bonitos guantes. - Hey, ya sabes. - Recogió la bandeja y mi taza aún llena de café helado. Movió sus cejas mirándome, y entonces él realmente, de todas las cosas, me guiñó un ojo. – A las chicas le gustan los chicos con guantes. De hecho, me hizo reír. Llámalo un milagro.


Capitulo 7 - Estás bromeando, - dije por quinta vez. - ¿En el centro comercial? - Es caliente y seguro. Abren temprano así llegaremos a tiempo a la escuela. Graves se pasó la mano por el pelo y comprobó el pasillo. - Vamos. Nunca había estado detrás de un centro comercial. Son lugares grandes, y las tiendas sólo son la mitad de ello. Detrás de cada tienda y a través de todo el complejo hay pasillos de mantenimiento y oficinas, sólo una delgada puerta los separa. Graves rondaba en el pasillo que conducía a los baños, sacó un rectángulo delgado de plástico que parecía una tarjeta de crédito, la deslizó por el bloqueo en una de las puertas con facilidad y práctica, y me hizo señas para que pasara. Miró por encima del hombro cuando lo hizo, y su rostro se veía mucho mayor de lo habitual, pero suavizado cuando cerró la puerta y se aseguró de que estaba cerrada con llave. La música se filtraba en el pasillo de mantenimiento sólo ligeramente, estuve agradecida. Me dolía la mano por el retroceso de la nueve milímetros y de jugar al hockey de aire. Jugué un partido, lo vencí en las dos primeras rondas. No había pensado en zombis en todo ese tiempo, mientras que lanzábamos el disco sobre la tabla. Es más fácil no pensar cuando estás en movimiento. Nuestros pasos resonaban en el cemento. Las paredes estaban sin pintar, y el polvo estaba apiñado en las esquinas. - ¿Cuán a menudo viene alguien por aquí? -No muy seguido. El personal de mantenimiento se va a casa como todos los demás, si alguien se queda después de cerrar será un milagro. Incluso los trabajadores de limpieza salen temprano en días como este. – Giró a la derecha y me condujo a una confusa maraña de corredores que todos iban al mismo sitio. Hacía calor, por lo menos, y de repente me di cuenta de que estaba agotada. Coloqué mi mochila más alto en el hombro, la correa cortaba a través de la chaqueta de papá y mi camiseta. La lana de mis guantes raspaba contra mis manos. - ¿Haces esto a menudo?


- Cuando tengo que hacerlo. - Tenía los hombros encorvados, disminuyó para poder seguirle el ritmo. - Tenemos que quedarnos aquí durante un rato, hasta que todo esté despejado. Entonces es seguro, y podemos jugar. - ¿Jugar a qué? ¿Más hockey de aire? - Sólo quería quitarme las botas y sentarme en alguna parte. Llorar sonaba bien, también. Muy bueno. Por no hablar de una ducha de agua caliente y un poco de televisión, mientras estaba en ello. - Si quieres. Todo lo que deseemos. Tienen cámaras, pero la mayor parte no funcionan. El condominio que posee el centro comercial es demasiado barato como para poner cámaras reales, por lo que la mayoría de ellas son falsas, y las que sirven no tienen cintas ni nada. Venir de noche, a este lugar es un patio de recreo. Hay mierda que aquí no se puede creer. Quería preguntarle si tenía que ir a casa pronto. Decidí no hacerlo. Su vida en casa era su propio problema, yo tenía bastante con el mío. Graves giró a la izquierda, y me encontré en un cavernoso espacio con una enorme puerta de garaje derribada, contenedores de basura cubrían las paredes del otro lado. Un cartón decía para Reducir, Reutilizar, Reciclar, con un ratón de dibujos animados alegres agitando el marco con un sol pintado de amarillo y nos fulminaba con la mirada. Me estremecí, al oír el viento levantarse y rozar la gran puerta parecida a un garaje, delgados dedos de aire frío acariciaron mi cara. No era el gemido del viento al caer la tarde, pero algo tenía hambre y era feo de todos modos. Los escalofríos pasaron por los músculos doloridos de mi espalda, hasta mi mano izquierda, parecían espinas. Seguí esperando oír el golpeteo de nuevo, el sonido de gritos de tendones secos, o el lento paso. - ¿Estás bien? - Graves se había vuelto hacia mí y se quedó con la mano en una pila de paletas apoyadas en la pared. Se había echado el pelo hacia atrás, metiendo una parte detrás de las orejas, y tuve que admitir que no era mal parecido, sólo tenía cara de bebé y picuda. Pude ver la cara de adulto debajo, en la forma en que sus huesos llevaban su boca hacia arriba. Incluso si sus ojos se quedaban marrones en lugar de verdes. No voy a estar bien durante un tiempo. Sólo tengo que pensar qué hacer. Tragué el nudo de mi garganta, el estómago estaba satisfecho con la gran cantidad de grasa de la hamburguesa con queso y tocino que comí en el centro comercial.


- Excelente. - Muy bien. No puedes decirle a nadie esto. - Él vaciló. Podría haberle dicho que no era el momento para que cambiara de opinión. - No tengo a nadie a quien contárselo. Eres la única persona que conozco aquí. - Corta la mierda. Estoy cansada. Él asintió con la cabeza, se mordió el labio inferior, luego se volvió y pasó por detrás de la trituradora de cartón. Tiene que estar bromeando. Tomé una respiración profunda, enganché la mochila alrededor para poder pasar por el corte estrecho, y lo seguí. Apenas había espacio suficiente para mí y ninguno para mi mochila. Sin embargo, me esforcé por pasar a través de la abertura, casi golpeé mi cabeza en algo metálico, y susurré una maldición. Graves jugueteó con la pared y, milagrosamente, había una puerta abierta hacia el interior. - Se olvidaron de esto una vez que pusieron el contenedor y otras cosas por aquí. - Su voz se hizo eco. Un rayo de luz eléctrica se reflejaba en la pared sucia frente a mi cara. Me retorcía por el marco de la puerta y entré en otro pasillo. – Esto solía ser una oficina cuando era un muelle de carga de Macy's. Cuando hicieron el centro comercial hace dos años, en la remodelación cerraron todo, tapiaron la parte posterior de la oficina y pegaron todos los contenedores de basura y otras cosas contra la pared. ¿Atractivo, no? Miré a mi alrededor. Había un cuarto de baño a un lado, a través de una puerta entreabierta. El resto de la oficina parecía un apartamento-estudio. - ¿Cómo demonios duermes aquí? - No tuve que fingir para sonar impresionada. Señaló arriba, con un ligero rubor en los pómulos. Dos placas del techo habían sido retiradas, el resto estaba descolorido y sucio. La única luz procedía de una bombilla desnuda que colgaba de un cable. - Traje algunas cosas. Bienvenida a la Casa de Graves, nena. El saco de dormir yacía en un catre de campamento, y una débil estantería de madera contrachapada con un discman y una pila de CDs junto a un par de auriculares enredados. Jimi Hendrix me lanzó una mirada lasciva de un cartel clavado en la pared. Otro cartel de gigantescos pechos falsos de una mujer


estaba por encima de una cafetera y una plancha, con un estante de platos y paquetes de Ramen Top apiladas perfectamente debajo. Una camisa negra colgada de un clavo, y algunos pares de pantalones vaqueros estaban doblados por debajo. Me recordó la habitación de papá, siempre la mantenía limpia, como un militar, no importa dónde nos quedáramos. No importa en qué ciudad nos encontrábamos, siempre podía encontrar algo en la habitación de papá que estuviese en segundo plano. Papá, un nudo en la garganta se negó a marcharse. Me di cuenta que Graves estaba de pie, con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos, en medio de la habitación al lado de la cama. Su cara era un estudio de desinterés, pero vi el oscurecimiento de sus ojos y la sombra de dolor alrededor de la boca. Él estaba esperando que yo dijera algo cruel. Estaba empezando a preguntarme acerca de este chico. - Es agradable, - logré decir. - Es muy acogedor. - Estaba tan cálido que el sudor picaba a lo largo de mi espalda baja. Me deslicé la mochila de mi hombro y me sentí como una idiota por preguntarme acerca de su vida en casa. Me quité los guantes y los metí en el bolsillo izquierdo de mi abrigo, tratando de no mirar el cartel de los pechos. - No hay una ducha. - Graves dejó caer sus hombros, aliviado. Se quitó los guantes con dos movimientos rápidos y los arrojó sobre la cama. Parecían falsos arrugados en su pulcritud. - Pero el cuarto de baño funciona bien, y si quieres puedo conseguirte un calentador desde el techo. Es seguro. Nadie recuerda que sigue estando aquí. Cierra la puerta, ¿quieres? Lo hice. Las bisagras estaban sujetas con tornillos colocados con torpeza, y estaba segura que él había colocado de nuevo la puerta para que se balanceara hacia el interior. Este muchacho era inteligente. Puse mi mochila en el suelo cerca de la biblioteca y me pregunté si debía quitarme el abrigo verde del Ejército, antes de sentir el peso acusando en mi bolsillo. No podía recordar si había metido un cartucho lleno en la pistola. Descuidada, cariño. Siempre revisa tus municiones. La voz de papá nuevamente. Casi me olvidaba del aullido del zombi y la punta de sus dedos haciendo, tap-tap-tap


con sus huesudos dedos contra el cristal. Un gemido bajo, un gemido sin modular. El sonido de mis propios gritos ahogados por el rugido del arma. Me estremecí de nuevo. Graves se quitó la chaqueta y la tiró en la cama. Toda la sala olía a adolescente sano, gel para el pelo, testosterona, y desodorante Stick o uno de esos desodorantes con nombres masculinos. - Puedes quitarte tu abrigo. ¿Quieres un café? Tengo algunas Coca-Colas, también, pero no están frías. Y también tengo Doritos, si todavía tienes hambre. También fideos. - No, estoy bien. - Tomé mi camino hacia la estantería y miré por allí. A él le gustaban las novelas de terror, había un montón de Stephen King, Richard Matheson, Dean Koontz. Pero había también una copia de El Arte de la guerra de Sun Tzu y una pila de libros sobre la Guerra Civil española, así como un grueso libro de la Segunda Guerra Mundial. Y, ¡por Dios! Había un estante de novelas románticas, con tapas rosadas y corpiños. Sobre el fondo del estante había libros de textos y matemáticas. Este tipo era cada vez más interesante. - He leído mucho, - dijo detrás de mí, un poco vacilante. - No puedo comprar un televisor para tenerlo aquí. - Había sonidos de pies arrastrando, y cuando miré hacia atrás sobre mi hombro, vi que estaba haciendo café a pesar de sus manos temblorosas. - ¿Segura que no quieres una Coca-Cola o algo así? Estaba nervioso, sonrojándose y casi tartamudeando. Era una especie de entre amable y simpático. - Tal vez un poco de café, - pedí diplomáticamente. - Esto es realmente genial, Graves. Es como tu propio mundo. - Ni profesores, ni atletas. - Él hizo un ruido de resoplido que trataba de ser una risa. - Ven y siéntate. Te ves cansada. Me sentía cansada. Pero era raro, me sentía más segura que la noche pasada en casa. No había viento que gemía en las ventanas, y no tenía que esperar que algo malo sucediera. Simplemente teniendo alguien cerca, hablando mientras hacía café, fue suficiente para hacerme sentir mejor. Me agaché junto a la estantería y abracé mis rodillas. - ¿Vives aquí?


Hizo un encogimiento de hombros. - Aquí y en otros lugares. Dondequiera que yo quiera. - Desapareció en el cuarto de baño con la cafetera. - Podemos ir hacia otro lado una vez que el centro comercial está cerrado. ¿Otra forma de salir? Inteligente, chico. Nunca tengas solo un camino para huir. Puse la frente en mis rodillas y dejé escapar un largo suspiro, no había sido consciente de que lo estaba reteniendo. El temblor se derramó a través de mis huesos, mientras Graves salpicaba agua en el baño. Finalmente salió, y unos pocos minutos más tarde, el olor del café llenó el pequeño estudio. Me recordó a mi padre, siempre necesitaba cafeína en las mañanas. Hacía el café de la manera que él me enseñó, la forma en que los marines lo hacían, fuerte y amargo lo suficiente para derretir una cuchara de plata. Abuela hacía el suyo en una cafetera eléctrica, y papá no se quedó atrás. Era probablemente la única chica en tres estados que sabía cómo utilizar una vieja cafetera. - Hey. - Graves estaba a mi lado, en cuclillas. El cabello ondulado cayó en su rostro, y lo apartó con un movimiento rápido de sus largos dedos. - ¿Estás bien? ¿Te duele en alguna parte? La pregunta me pareció absurda. Me dolía todo el cuerpo, todos los músculos de mi espalda estaban apretados, me dolían las piernas, los hombros los sentía como barras de plomo, mis brazos estaban pesados, y mi corazón, herido por algo oscuro y terrible, el peor de todos los daños. Me temblaban las manos. Incluso el pelo me dolía, ahora que estaba sentada, sin moverme de un lado a otro. Abrí la boca para decirle, y un seco sollozo me interrumpió a mitad de camino. - Oh, mierda. - Parecía muy alarmado, y se dejó caer a mi lado. - ¿Dru? Jesús. ¿Dru? No pude contestarle. Los sollozos me atormentaban, sonaban horribles como si estuviera siendo estrangulada, no pude contenerme lo intenté tanto que mis dientes se trabaron. Mi mandíbula crujía, y no podía oler el café después de un tiempo porque mi nariz estaba llena. Graves puso un brazo huesudo a mi alrededor y no dijo nada mientras lloraba. Era decente, y yo le gustaba. Sentía que tendría que salir de la ciudad para dejarlo atrás. Me dio la cama y el saco de dormir, y cogí mi mochila y lo coloqué sobre mi pecho, el abrigo de papá estaba en el suelo junto a la cama. Cuando me desperté horas


más tarde, Graves se había ido. Había una nota garabateada pegada en el interior de la puerta con un pedazo de chicle de menta. Fui a la escuela. Voy a traer los deberes. Había otra línea, tachada, que no podía descifrar, entonces decía: Quédate el tiempo que desees. Volveré. Saqué de mi mochila mi reloj, uno impermeable que papá había comprado en Nueva York cuando tenía doce años. Me había dejado cerca de un mes mientras se encontraba cerca de la frontera con Canadá haciendo algunas cosas. Aunque Agosto fue muy bien y supe más sobre el mundo verdadero que en un montón de libros, todavía no era buena, como papá. Y además, siempre me hizo permanecer en el interior mientras se encontraba fuera "de trabajo." Estuve un mes entero en Nueva York y todo lo que conocí fue una calle de Brooklyn. Eran un poco después de las 3 p.m., había dormido durante mucho tiempo, mi cabeza se sentía pesada, mi boca la sentía llena de arena y desagradable, cada músculo de mi cuerpo dolía como un hijo de puta. Definitivamente me había hecho daño alejando al zombi. Me hice daño, pero no tanto como pensé que sería. Era como apretar los dedos de los pies. Papá era un zombi. Fue un zombi, independientemente de cómo sucedió. ¿Qué voy a hacer ahora? Me quedé mirando fijamente la nota en la puerta, sólo para respirar y sentir el interior de mi cabeza llena de algodón. Un pensamiento nadó a través de la falta de claridad, vinculé un recuerdo con agosto. Contactos. Papá tiene contactos. Debo ir a buscar la lista y contárselo a uno de ellos. No éramos los únicos cazadores de fantasmas, duendes, poltergeist, maleficios, chupacabras, espíritus caimán, vudú, o cualquier otra cosa por la que nos llamen. Hay todo un movimiento subterráneo, registrarse en las tiendas de ocultismo y de la Marina del Ejército, pasando la información y los consejos acerca del intercambio sobre cómo limpiar mejor una casa embrujada o acabar con un lechón, cómo dispersar un poltergeist o cuando la próxima ola de mierda rara está moviéndose a través de una región. Me estremecí al pensar en los lechones, la carne de gallina aumentó en mis brazos y pasó por mi espalda. Eran malas noticias, como los hombres lobo, aunque por lo


general no son peligrosos para las personas como papá, que tienen su propia herencia corriendo por las venas para mantenerlos ocupados. Cerré los ojos. ¿Por qué no le conté a mi padre lo del búho de la abuela? Podría haberme escuchado y no hubiese salido esa noche. Fue culpa mía, tuve una visión borrosa. La casa estaba abierta, adquiriendo más y más frío, con un agujero del tamaño de Texas en la puerta de atrás y una mancha en la alfombra del salón, además de un agujero de bala en la pared de la sala. ¿Qué voy a hacer? Primero lo primero. Me estaba muriendo de hambre. Necesitaba comida, y tenía que pensar. Tengo que hacer una lista de cosas que debo llevar a cabo. Tendría que volver a la casa durante el día. En el día es más seguro. Necesito recoger las municiones y las armas. Necesitaba hacer las maletas, y necesitaba encontrar la furgoneta de papá. Nuestra maltratada furgoneta Ford azul se levantó dentro de mi cabeza como un faro. Si pudiera encontrar la furgoneta, podría salir de la ciudad y averiguar qué hacer a continuación. La casa de mi abuela está en Blue Ridge, todavía estaba en pie, estuvimos allí unos meses atrás, arreglando los papeles del fondo fiduciario que ella y papá habían establecido. Podría esconderme allí. Una vez estuviera en la montaña, me gustaría tener un poco de espacio para respirar. Nadie vendría a buscarme allí. Papá se merecía un funeral. No hay nada más de él que polvo y trozos de hueso. Sin embargo los zombis se desmoronan sorprendentemente rápido. Una ardiente lágrima rodó por mi mejilla, y luego otra. No iba a venir estampando la puerta y gritando, ¡Dru, dulzura, mueve el culo! No iba a llegar cansado, cerrando la puerta, y preguntando qué hay de cenar. Él no me haría más pruebas sobre manchas de salvia, romper maleficios, o poltergeist nunca más. O incluso dejarme una nota para que practique mis katas. Volví a mi misma con un sobresalto y miré el reloj. Estaba torcido en mi muñeca ahora, mis pequeños dedos inteligentes haciendo el trabajo para mí. Treinta minutos habían pasado, mientras me quedé mirando fijamente la nota en la puerta. Mi espalda me dolía, cada músculo protestaba. Necesitaba una aspirina. Tenía dinero. Podía llegar hasta el patio de comidas, ¿pero si alguien me ve por detrás del centro comercial? Me metería en problemas y no podría mentir, o ¿y si


alguien empezara a revisar los pasillos y capturaban a Graves en su camino de regreso? ¡Por el amor de Dios! Tienes un montón de problemas sin tener que preocuparte por él. Pero no eres una soplona para dar la ubicación del escondite de otro. Es como una ley entre los cazadores. Y si papá se ha ido, yo soy la única que queda para hacer la caza. Ese fue un pensamiento espantoso, y uno que empujé tan pronto como pude. Me fui de nuevo a la cama y me hundí con mi mochila. Estaba todo tan silencioso como la muerte aquí abajo, pero incluso si alguien fuera hacía algún ruido no sería capaz de decir de dónde venía, ¿verdad? ¿Con qué frecuencia las personas se escabullen hasta los contenedores durante el día, de todos modos? ¿Quién utiliza la trituradora de cartón? Mi block de dibujo estaba un poco desgastado por los bordes de ser aplastado en mi mochila todo el tiempo. Lo hojeé, en busca de una hoja limpia para dejarle una nota a Graves. Mis piernas perdieron la fuerza, y me dejé caer en el suelo de hormigón, mis dientes chasqueando cuando caí de golpe sobre el culo. Allí estaba el dibujo del lirio en el que había estado trabajando, protegido en la sombra con amor. Entonces vi las formas de los garabatos, la puerta del armario, y mi mesita de noche. El montón de ropa. En la página siguiente el lápiz había roto el papel y había grandes edificios ocultos del sol bajo la sombra. No recuerdo haber dibujado todo eso, pero sabía que lo hice. ¿Quién más podría? Estaba en la parte trasera de un almacén u otro edificio grande a tope contra uno incluso mayor, las ventanas rotas sugerían el sombreado a lápiz. Había un hueco hacia abajo cerca del alambre, y delante de la cerca había algo familiar, una furgoneta, me agaché como un gran felino. Nuestra furgoneta. La conocería en cualquier sitio. Mi boca se secó y saboreé el cobre. Mi corazón dio un vuelco en mi garganta y el pulso lo sentí en mis oídos. No recuerdo este dibujo. Me quedé dormida después de dibujar la ropa ¡Sé que lo hice!


Pero había soñado, ¿verdad? Un mal sueño, unos... ¿qué? Papá, y una puerta. Y algo detrás de la puerta. Cuanto más miraba en el edificio agazapado detrás de nuestra furgoneta, más segura estaba de que algo horrible había sucedido allí, algo que terminó con que papá consiguiera convertirse en un carnívoro, arrastrándose hacia el horror. El lápiz se había roto en mi mano, cavando con bordes afilados, cuando me desperté. El dibujo obviamente había sido hecho rápidamente, utilizando métodos abreviados que sabía sobre los años que garabateé bocetos. Era ridículo, imposible. Abuela habría estado orgullosa de mí por mostrar un talento nuevo, pero yo no estaba tan feliz por ello en absoluto. Seguía mirando el dibujo, los trazos gruesos, cuando un sonido de arañazos en la pared me llamó la atención. Me zambullí de la cama y rodé, cogiendo la chaqueta, y terminando de cuerpo entero en el suelo, retorciendo el arma en mi mano tal como papá me enseñó. Ten el objetivo, luego disparas, si disparas mientras buscas el objetivo es un mal negocio, cariño. La cordura me alcanzó justo cuando la puerta se abrió hacia adentro. ¿Quién más sabía que estaba aquí abajo? Graves saltó por la puerta y sacudió la cabeza bruscamente. Estaba empapado y temblando, el agua goteaba de su pelo rizado y del borde de su largo abrigo negro. Sus labios eran casi azules, su nariz de color rojo brillante y chorreando, y sus mejillas parecían amarillas. - Está f-fría como la m-mier-da, - tartamudeó, y parpadeó como un búho mientras cerraba la puerta, una mochila negra colgaba de un hombro húmedo y empapado. - Y está nevando de nuevo. Me llevó un infierno de tiempo volver aquí. Te he traído algo. Me sentía ridícula, tirada en el suelo, pero él no parecía darse cuenta. Cerró la puerta, se sacudió como un perro perdiguero que acaba de llegar de un lago. El agua voló. Coloqué de nuevo el seguro y quité mi dedo del gatillo. Me puse de pies, dejando el arma en mi mano. - ¿Está nevando otra vez? - Dios, siempre. No creerías lo que pasé para llegar dentro del centro comercial. Y aquí.


Cavó en su mochila, quitando más agua de su pelo. Pude ver el hielo derretirse en su pelo oscuro. Estaba empapado. - Jesús. - Crucé la pequeña habitación y traté de alejar la mochila de él. - ¡Quítate ese abrigo, tus labios son de color azul! Es mejor que te pongas algo seco. - Ya está tratando de quitarme la ropa, - lo dijo mirando al techo, negándose a renunciar a su mochila. – Todos los del sur son iguales. Por Dios, la paciencia es una virtud. Reduce la velocidad, es para ti. Sacó de la mochila una mochila de papel más pequeño que olía a carne y patatas fritas. Le quité el abrigo y estaba buscando un lugar para colgar el material oscuro cuando dejó caer la mochila, se sacó su camisa mojada por la cabeza, y se sacudió de nuevo, me salpicó con agua fría y trozos de hielo. - ¿Qué hiciste, zambullirte? Jesús. - Rescaté la mochila de comida. - ¿De dónde has sacado esto? - De un lugar de Marshall que nunca cierra. Trabajé allí un verano. Hacen una buena comida. Comienza a comer, no esperes por mí. ¿Quieres un café? Se dirigió hacia el baño, sus omóplatos se movían como alas frágiles de color cobre. Tenía una flor de color rojo sobre los hombros por el frío, y ya estaba desabrochándose los pantalones. Tenía una musculatura agradable, un poco flaca pero se desarrolló, en desacuerdo con su cara de niño. El rubor se abrió camino hasta mi cuello, encontrando mis mejillas. Miré rápidamente alrededor, y encontré un sitio donde colgar su abrigo en el que podría caer agua sobre el suelo. Salió del cuarto de baño con una toalla alrededor de su cintura y otra en el pelo. Abrí la mochila y encontré tres sándwiches de queso y carne y una orden de triples patatas fritas. Olían divinas. - Guau. ¿Qué te debo? Un destello de una sonrisa alivió su rostro. - El primero es gratis, chica. Empieza a comer, probablemente no has comido nada en todo el día, ¿verdad? Aún no te han cancelado la escuela, por una vez. Bletch estaba más loca que un atleta con sus pelotas pateadas. Me tomó un par de horas llegar al lugar sobre Marshall y otro…- Se interrumpió, mirándome con el ceño fruncido. - Será mejor que comas. No lo traje hasta aquí para nada.


Por lo menos, ya no se veía como una paleta medio derretida. - Cristo, ¿te pondrás ropa? - Papá caminaba alrededor sin camisa cada vez que quería y yo estaba segura de que no era un mojigato, pero aún así. - Pensé que estabas tratando de quitarme mi ropa. - Resopló su particular risa sarcástica, mitad ladrando y mitad como si tuviese un dolor. - Empieza a comer. - De verdad, ¿qué te debo? - ¿Y de dónde sacas el dinero, chico? ¿Me importa? Tenía todo tipo de preguntas sobre por qué un chico vive en un centro comercial, pero no estaba tan segura de que quisiera saberlo. Sus problemas eran sólo eso: suyos. Tengo suficiente en mis manos. - Te lo dije, el primero es gratis. - Realmente me guiñó un ojo, con los ojos más marrones que verdes hoy. Agarró una camisa y tiró de ella sobre su cabeza, tomó un puñado de otras prendas de vestir, mientras yo miraba hacia el suelo, un calor extraño inundó mis mejillas, como cuando el agua llena una huella. - Me compraste la cena el otro día, ¿recuerdas? - Pero no has comprado una en la calle Especial Marshall. No estaba seguro de que estuvieras aquí, pero luego pensé que probablemente todavía estabas durmiendo. Estabas muy profunda cuando te dejé por la mañana. - Se dejó caer a mi lado, llevaba una franela de Iron Maiden y jeans secos. La toalla aterrizó con un golpe cerca de la mochila de lona que guardaba su ropa sucia, y él tomó uno de los sándwiches. – Todavía tengo la esperanza de que esté caliente. Mi abrigo estaba tendido en el suelo junto a él. Parecía inocente, pero sabía lo que estaba en el bolsillo. ¿Qué diría si adivinara lo que había estado a punto de hacer? ¿Y quién era este chico, de todos modos? - ¿Por qué haces esto? Sus hombros se encorvaron de nuevo. Le dio un mordisco al sándwich de carne con queso y cerró sus ojos. El suelo estaba duro y frío, y me preguntaba dónde había dormido la noche anterior. No había incluso pensado en ello antes.


Él masticó, el pelo le colgaba como negras cadenas húmedas sobre los ojos y se encogió de hombros. - Mrfle. ¿Qué diablos significa eso? Decidí dejarlo ir. Me trajo aquí, después de todo, no soy de las que tiran piedras a la hora de organizar la vida anormal. - Gracias. Quiero decir, ha sido malo. Gracias. - El deseo de decirle algo, cualquier cosa, se levantó en mi garganta. Tragó saliva, su manzana de Adán se meneó. - ¿Quieres hablar de ello? Está bien si no lo haces. ¿Qué podía decirte para que me creyeras? Por lo menos cuando tenía a mi padre no estaba tan sola. Papá. Escuché el bajo bramido de nuevo, de aire forzado a través de una garganta congelada. ¿Qué estaba tratando de decir el zombi? Las lágrimas salieron de mis ojos por enésima vez, calientes y duras. Tenía un nudo congelado en mi tráquea. Tenía que respirar profundo. Me estaba muriendo de hambre, y no pienso bien cuando tengo hambre. - Mi papá. - Desenvolví mi bocadillo y le di un mordisco. Estaba muy bien, salado y lleno de grasa y carbohidratos. El bollo era fresco, y todavía estaba caliente. - ¿Qué tiene? - Dijo Graves con cuidado, podría haber reído. - No es lo que piensas. Está muerto. - La palabra sonó extraña en mi boca. Una sola sílaba que no pertenecía a mi papá. Perteneció alguna parte ahí fuera, y ponerlo en una oración con él estaba mal, aunque sabía que era verdad. Si él estaba sorprendido, lo escondió muy bien. Sus ojos se pusieron realmente amplios y muy verdes. Tomó otro bocado, masticó pensativo. Atrapó un puñado de patatas fritas y los metió en su boca, sin dejar de mirarme. Espera el otro golpe para dejarte caer. Me acerqué a la cama y agarré el block de dibujos. Lo abrí donde estaba el dibujo de la furgoneta de papá. - ¿Sabes dónde está? Tomó el papel. Abrió los ojos brevemente, de nuevo. Tragó una vez más.


Su pendiente brillaba, como una señal. - Esto es realmente bueno. Duh, he estado dibujando desde que tenía cinco años. - Gracias. ¿Sabes dónde está? - No, - esperó con las cejas levantadas. Su boca hizo un movimiento inquisitivo, y lamió la grasa de sus dedos. Mierda. - Tengo que encontrarlo. Tengo que encontrar nuestra furgoneta para que pueda... Bueno, tengo que encontrarla. - Mordí otro bocado, me lo tragué sin probarlo, e hice la pregunta de los sesenta y cuatro millones de dólares. - ¿Me ayudas? ¿Por favor? - ¿Ayudarte a encontrar ese edificio? - Se encogió de hombros. - Claro, supongo. Tomará un tiempo, con toda la nieve. La radio dijo que no se detendrá durante una semana. Estamos en una era blanca ahí afuera. Esperé para hacer más preguntas, pero no lo hice. En cambio, acabé de comer, me miraba entre bocado y bocado. Cuando terminó con el primer bocadillo, comenzó con el segundo. Escuché el silencio fuera de los muros, masticando reflexivamente. Podría haber sido de cartón todo lo que estaba masticando. A mitad de camino se detuvo de masticar y me miró. - ¿Qué tipo de problemas tienes? No lo sé todavía. Ojalá lo supiera. Si te contara, pensarías que estaba loca. - Es bastante malo. - Eso fue todo lo que pude decir. - Está bien. - Se encogió de hombros de nuevo. - Suena interesante. Vamos a empezar a buscar mañana. Pero vamos a tener que hacerlo después de la escuela. Mi mandíbula amenazaba con caer. Sus hombros se encorvaron de nuevo. - ¿Crees que quiero vivir en las esquinas, como esto para el resto de mi vida? Tengo un plan. Voy a obtener mi GED e ir al colegio comunitario y luego voy a ir a la universidad. Voy a ser físico. Les pagan basura hasta que consiguen la tesis, pero después de eso es muy bueno. Voy a ser un profesor de física. ¿Un profesor de física? Traté de imaginarlo como un adulto, o como un maestro, y fracasé. El esfuerzo realizado le hizo daño a mi cerebro. Era muy torpe y joven.


- Todo el mundo tiene que tener una meta. – Un extraño alivio floreció bajo mi esternón, llenó mi pecho entero. - ¿No te saltas la escuela? - De ninguna manera. Es un boleto de regreso a una casa de acogida si vuelo por encima del radar, ya sabes. - El pensamiento que cruzó su rostro se fue demasiado rápido para adivinar, incluso antes de que una pared se levantara como refuerzo detrás de sus ojos. - Esa fue mi primera vez, contigo. - Sonrió abiertamente, una sonrisa que rellenó con más patatas fritas. - Eres una mala influencia, Dru. No tienes ni idea, chico. Me sorprendió verme reír de nuevo. El sándwich supo bastante bien después de eso.


Capitulo 8 La noche llegó rápidamente, y fue cuando Graves decidió que era seguro llevarme a través del laberinto de pasillos. El centro comercial estaba desierto, las luces estaban tenues. La fuente de la primera planta estaba apagada, su superficie estaba plácida y tranquila. El silencio lo envolvía, todas las sillas estaban patas arriba sobre las mesas en el patio de comidas, íbamos de puntillas por los pasillos, las tiendas estaban inundadas de oscuridad. Aquí, no se oía el viento. También podríamos haber estado en otro planeta. Graves se inclinó sobre la barrera protectora y gritó, el sonido rebotó en el suelo y en el techo, un eco extrañamente distorsionado. Contempló el resultado con aire satisfecho. - ¿Ves? Pura liberación. Deberías hacerlo. Dejé escapar un grito de guerra, del tipo que solía hacer al combatir con papá o al hacer mis katas. Graves se estremeció, pero su grito se levantó con el mío. Mi grito se rompió en una carcajada, el suyo hizo lo mismo, y me empujó con su hombro huesudo, casi me hace caer. Empujé mi espalda, y supongo que ahí es cuando empecé a pensar que era un amigo en lugar de sólo un chico. El ruido se desvaneció. - A veces puedo jugar los juegos de arcade yo solo, dijo pensativo. Sus ojos brillaban en la penumbra. - Es agradable tener a alguien alrededor. ¿Quieres jugar al hockey de aire? Casi me estremecí ante la idea. - No, gracias. - Mi muñeca todavía me duele, junto con la quemadura que me hice con la alfombra en mi mano izquierda. Y mi espalda aún me duele, a pesar que había tomado una pastilla de la antigua botella de Tylenol que Graves había escondido en su cuarto de baño. - ¿Puedo echar un vistazo? - Claro que sí. Voy a comprobar algunas cosas. Mantente alejada de Sears, que tienen una cámara que si funciona. - Sonrió, luego se volvió y se alejó con un rebote en su paso, su largo abrigo negro iba aleteando. Me quedé allí unos minutos, con los ojos cerrados. La chaqueta de papá era pesada y caliente. El centro comercial estaba a oscuras, sólo lunas lamparillas desnudas, en


las ventanas de la tienda alumbraban el sitio. Las rejas estaban hacia abajo para cerrar las tiendas de descuento, artilugios de hierro sobre las vidrieras para detener a los ladrones fantasmas de que no roben las tiendas. El frío de que sea posible quedar atrapados avanzó a lo largo de mis hombros. Si algún policía viene, sería arrestada por posesión de un arma y Dios sólo sabía qué más. Deja de preocuparte, Dru. Suspiré, alejando la tensión del cuello durante unos segundos. Me sentí un poco desnuda sin mi mochila, pero no puedo llevarla a todas partes. Si pudiera quedar atrapada, Graves no estaría aquí. Es lo suficientemente inteligente. De hecho, es penosamente inteligente. No parece un obseso de las matemáticas, me pregunto si el ser gótico es un disfraz. No todos los adolescentes quieren ser profesores de física cuando sean mayores. Probablemente tenía un buen modo racional de pensar, creo que sería una mierda si empezara a hablarle de algunas de las cosas que había visto. ¿Qué me importa, de todas formas? No era como si fuese a estar permanentemente en mi vida. Tengo otros problemas. Comenzando por averiguar cómo papá se convirtió en un zombi. Necesito buscar los libros de papá y hacer algunas investigaciones. Los últimos grupos de zombis que habíamos encontrado estaban cerca de Baton Rouge. Los había levantado un brujo vudú como el tipo de Carolina del Sur, no era nativo de la región Centro Oeste. Puede haber otras cosas en los libros sobre zombis, cosas que no había visto la última vez porque no hubo necesidad. Había estado ocupada con unos embrujos para prestar atención a papá mientras devolvía los cadáveres de nuevo. Los libros estaban en la sala de estar. ¿Y si los vecinos escucharon los disparos? El pensamiento fue como meter la lengua en una muela dolorida. Todo lo que podía responder era probablemente no, ya que no había habido ninguna señal de policías cuando me había ido. Pero aún así... No sabía lo suficiente, y pasear en un centro comercial por la noche no iba a responder mis preguntas. ¿Qué es lo que estás pensando de todos modos, Dru? Me volví hacia mi izquierda y metí las manos en los bolsillos, sentí el peso frío de la pistola contra los nudillos de mi mano derecha. Si inhalaba profundamente, podía oler el suavizante de telas


y la loción de afeitar de papá. No era casi tan reconfortante como debería haber sido. Agaché la cabeza y me dirigí a lo largo de la galería, más allá de Hillshire Farms, olía a carne ahumada y queso fundido, incluso a través del cristal de la puerta y más allá había una cadena de tiendas de venta de joyería barata. Mis botas casi no hacían ruido sobre la dura alfombra, y estaba oscuro. Era muy agradable estar aquí cuando todo estaba cerrado. El silencio era muy acogedor. La penumbra era tranquila, ocultaba todo. No había nadie alrededor para ver si sonreía o fruncía el ceño, nadie mirando para ver lo que llevaba puesto, a nadie a quien mentir o nadie de quien tener cuidado. Podía mirar en las vitrinas fijamente o pararme en frente de Victoria Secret, y examinar los maniquíes delgados vestidos con ropa interior para la noche, y nadie pensaría que era extraña. No era tan agradable como yo pensaba que podría ser. Después de diez minutos de vagar alrededor empecé a ponerme un poco nerviosa. Ni siquiera se oía el viento. Con tanto silencio dentro de mi cabeza comencé a abarrotarme con otros sonidos. Recuerdo de otros sonidos. Como el golpeteo de dedos descarnados sobre el cristal. O el espantoso arrastre de pies y gritos congelados en la garganta de un zombi. Alguien lo convirtió en un zombi. Era el pensamiento que había estado evitando desde que había apretado el gatillo una y otra vez. Simplemente no tropiezas, caes y regresas reanimado. Alguien lo hizo. ¿Quién? Probablemente la misma persona que estaba buscando. ¿Una persona o alguna cosa? ¿La cosa detrás de la puerta? Estaba muy segura de que mi sueño era real, y había visto los últimos momentos de vida de papá en la tierra. Lo que me llevó a la idea no tan reconfortante que podría comenzar a soñar cosas horribles. No iba a ser divertido si lo hacía. Abuela nunca me enseñó mucho sobre sueños, habíamos estado demasiado ocupadas durante nuestras horas de vigilia. Todo lo que ella dijo alguna vez fue, los sueños son falsos amigos, mi dulce Dru. No muestran lo que necesitas o lo que es seguro, la mayoría sólo te mostrará una parte, eso es todo. Me detuve justo fuera de la tienda de películas y me froté la frente con la palma de mi mano izquierda. Me pregunté si podría llegar a arreglar el enorme agujero en el mundo.


Se supone que no suceden cosas como ésta. Era como un mal sueño, excepto que está sucediendo. Papá se había ido. Realmente se ha ido, no se fue para luego volver agotado cerca del amanecer. Él irrevocablemente, absolutamente, se fue. Al igual que la abuela. Al igual que mamá. Estaba sola. El hecho de que había sido entrenada para ser autosuficiente, no era consolador ahora. Quería a mi papá. Estaba a punto de dejarme ir por ese camino mental cuando oí algo que me congeló en el lugar, miré las pantallas de televisión en blanco que durante las horas del centro comercial mostraban películas para distraer a los empleados. Mi propio reflejo mirándome, tenía el pelo revuelto y oscuro, grandes ojos blancos, las mejillas blancas, y la chaqueta de camuflaje, se repetía en cada pantalla. El choque y el tintineo de cristales rotos fueron seguidos por un crujido y un gruñido sordo, no lo sentí sólo en mis oídos, también dentro de mi cabeza, arrastrándose por el centro de mi cerebro. El dolor estalló detrás de mis ojos, y me lanzó hacia adelante, atrapándome en la ventana con la mano izquierda y la frente. La sacudida hizo chocar mis dientes. El sabor cobre de la sangre se derramó en mi garganta, sentí palpitaciones en mi vientre y todo se puso negro, mi corazón dio vueltas en mi pecho. Me encontré sobre mis rodillas, sacudiendo el gruñido de mi cabeza. El dolor desapareció tan pronto como llegó, y sólo estaba desorientada. ¡Levántate, Dru! La voz de papá me advirtió. ¡Ponte a cubierto! ¡Hazlo ahora! Apreté los dientes y respiré en la forma que me enseñó mi abuela, tiré una bola envolvente dentro de mi cabeza. El gruñido bajó, ahora era puramente físico, y levanté mi cabeza, mirando con ojos llorosos por el largo pasillo vacío, sólo se veían las plantas en sus macetas, bancos y carros llenos de basura inútilmente cubiertos por la noche. Había un resplandor rojizo arrastrándose por las paredes, y oí un crujido corriendo bajo el gruñido. Ahora que la cosa no estaba haciendo eco dentro de mi cabeza, podía pensar. Trepé con mis manos y rodillas detrás de una palmera enorme, probablemente falsa, y que olía a humo. No estaba segura si era real o sólo el humo de mi propio pánico. Con mi mano derecha hurgué en el bolsillo de la chaqueta, sentí el peso frío y tranquilizador de la pistola. La saqué y le quité el seguro mientras el gruñido


crecía, arrancando desde el exterior la pequeña bola que había hecho dentro de mi cabeza. Otra cosa que no te dicen acerca de este tipo de cosas es lo mucho que te hace querer hacer pis. Tenía muchas ganas de encontrar un baño, de repente sentí mi vejiga increíble y dolorosamente llena. No hay tiempo para eso, me deslicé a un lado y me asomé por el pasillo. Sea lo que sea acaba de romper el cristal de una ventana. Desde el segundo piso me di cuenta que las entradas al nivel superior del aparcamiento se encontraban en el segundo piso, y una cuarta parte del camino hasta este lado del centro comercial era una de esas entradas. Estaba justo después de la tienda Lociones Funnys Melling. ¿Qué demonios? Respiré, probé humo y algo más, algo helado y fresco, con un sabor a hierro. El aire venía del exterior. Hasta que lo pude ver, era largo y se escondía en las sombras cambiantes. Era del tamaño de un pony, cubierto de pelo brillante, tenía la forma de un gran perro lanudo. Hacía daño a mi cabeza, cuando hizo una aparición, se disponía a materializarse, drenó la tibieza del aire y absorbió toda la energía del ambiente. Tomé suavemente una bocanada de aire, tratando de no hacer ruido. Traté de ser muy silenciosa. Cuidado, Dru. Debes hacerlo tranquilamente. Esto no es bueno. Supongo que puedo tener un premio por decir lo obvio, incluso dentro de mi cabeza. La cosa parecida a un perro inhaló, resoplando por la nariz del tamaño del Gran Cañón cuando exhaló, abrió sus mandíbulas y los enormes dientes de obsidiana se deslizaron uno contra el otro, haciendo un sonido como cuando enciendes un fósforo. Sus hombros humeaban, levantó su columna vertebral. Se encendió. Una llama naranja y amarilla corría a lo largo de su lomo, goteaba por su piel brillante, salpicando el suelo. Las llamas golpearon la parte posterior de mi garganta, sabía a plástico quemado. La cosa estaba en llamas. Fui estúpida. Jadeé. No lo pude evitar. Me escuchó.


Su cabeza de fuego se volvió, curiosa. Resopló, y el calor calló rodando por el pasillo y rozó las hojas de la palmera falsa. El murmullo casi se perdió por el sonido de sus garras cuando empezó a dar largos pasos hacia adelante. Un perro en llamas. Del tamaño de un pony. Corría hacia mí. Me puse de pie, con la boca seca y con el sabor a cobre líquido. Corrí. Mis botas golpearon el linóleo mientras la cosa dejó escapar un gruñido aullando por la prisa y el crepitar de las llamas, eructando un olor asqueroso a azufre, impregnando el aire. Agaché la cabeza, apenas consciente de que estaba gritando como la protagonista de una maldita película de terror, mientras corría por mi vida.


Capitulo 9 Corrí por el pasillo y crucé a la izquierda, el entrepiso tenía un hueco, parecía un pozo de oscuridad, mis piernas estaban pesadas por el terror y se negaban a obedecerme, agarré la pistola inútilmente en mi mano derecha, mis brazos temblaban. Las escaleras mecánicas estaban apagadas por la noche, pero di la vuelta en la esquina y tomé las escaleras de tres escalones a la vez, mis caderas y hombros se sacudían cada vez que aterrizaba. Lo que viene detrás de mí, quema, aulló la parte racional de mi cerebro, y la otra parte, la parte que papá había entrenado, respondió con movimientos de hierro, ¡sé que se está quemando! Lanzó un nuevo rugido, que golpeó en algo con gran estruendo, y todo comenzó a parecer una pesadilla. Me despertaría de un momento a otro, a salvo en mi cama, con papá viendo la TV por cable. Olía horrible, a huevos podridos. Corrí como un conejo, que flotaba de terror, mis botas golpeaban con pequeños sonidos chirriantes. Algo sonaba como papá gritando en mi oído, pero no podía escucharle. No podía escuchar. El instinto me salvó. Me eché a un lado como una bala, vi la mancha carmesí y naranja, la cosa que quemaba, preparándose para saltar. Caí al suelo, sin molestarme en tratar de levantarme, golpeé mi cabeza en algo. El calor goteaba por el costado de mi cara. Me puse de pie y tropecé de nuevo, derribando sillas en el patio de comidas, un pequeño rincón agradable donde la gente podía sentarse a comer su comida rápida mientras mira la fuente… ¡La fuente! El clic dentro de mi cabeza era tan fuerte que casi no escuché la cosa que quemaba aullar de nuevo, un largo aullido con rabia encendida. Corrí con una velocidad histérica, mi espalda ardió de dolor y algo pasó por mi lado. Detrás de mí. Estaba detrás de mí otra vez, y era rápido. No podía dejarlo atrás. Veinte pies entre la fuente y yo, y no iba a lograrlo.


¡MUÉVETE! La voz de papá gritaba en mi cabeza, como si estuviéramos en Luisiana de nuevo con las cosas que desechan cucarachas corriendo en el sótano y los cartuchos de munición que titilaban en mis manos temblorosas. Me moví. No sé cómo. En un momento sabía que no iba a ser capaz de llegar a tiempo, al siguiente estaba allí. El agua me cubrió como una sábana cuando me tiré sobre el borde de la fuente en una zambullida, conseguí un trago de cloro y frío, mi cabeza golpeó con otra cosa, el hormigón tiene una chapa que hace que el agua caiga en cascada mientras la fuente estuviera encendida. Más dolor me sacudió por el cuello. Estaba realmente acumulando puntuación. Si esto fuera un video juego le estaría gritando a la estúpida pantalla en este momento. O le tiraría mi controlador. La cosa ardiente aulló. Salpicando de agua sucia el piso del centro comercial, eructó una gota de vapor maloliente. El calor se deslizó a través del agua arañando mis brazos y piernas. Agarré la chapa de metal y tiré con ambas manos, mi brazo derecho hizo un movimiento torpe a causa de la pistola contra el hormigón. Me esforcé a un lado y caí de nuevo mientras la criatura golpeaba convulsivamente en el metal, sonó como un bong hueco, me habría golpeado como un maldito hilarante si el agua no hubiese estado a punto de ebullición. Aterricé con fuerza otra vez, expulsé el aire con un aullido, y escuché un sonido electrónico. ¿Eso era lo que ha estado pasando todo el tiempo? Se deslizó por el metal y aterrizó con una sacudida provocando salpicaduras. El vapor subió a la deriva en grandes remolinos de agua. La fuente burbujeó y zumbó. Me quité de la cornisa de piedra, saltando y posándome como una rana con las piernas temblorosas. - Mierda, - dijo alguien, alguien con una voz tan temblorosa que sonaba como la mía. Sentí mis labios formar las palabras, aturdida. Mi pelo caía en la cara y algo cálido y pegajoso estaba en mis ojos. - Mierda. Cristo Jesús. Tosí, soplando el agua fuera de mi nariz. Gotas rojas crepitaban en la espuma burbujeante de la fuente. Estaba sangrando, pero no parecía importante. Estaba empapada hasta los huesos y me dolían los dedos que tenía sobre la culata de la pistola. Mi ropa estaba muy pesada, llena de sangre y agua hedionda de azufre. Temblaba como un epiléptico. Jesucristo, - susurré. - Jesucristo.


Un ligero movimiento me llamó la atención y nivelé el arma, mi dedo estaba engatillado. Mi respiración y mi jadeante aliento eran audibles. El humo y el vapor viajaban a la deriva en el aire. Gotas frescas me salpicaban desde arriba. Los rociadores se activaron. Estaba lloviendo en el interior del centro comercial. La cosa que quema yacía en el agua, tenía suficientes contracciones para salpicar y hacer olas de espuma. Graves se me quedó mirando. Estaba al otro lado de la fuente, envuelto en vapor, tenía su boca entreabierta y sus ojos muy abiertos. ¿De dónde diablos vino? El arma no me importaba. Mi brazo estaba apuntando, mi objetivo era bueno, y no podía fallar desde esta distancia. Jadeé, tirando mis costillas mientras luchaba por respirar, para obtener suficiente aire en mis pulmones hambrientos. Hice sonidos ásperos, tosí con el hedor en el aire húmedo. Era una sauna, y los aspersores no estaban ayudando. Graves se levantó, con las palmas de las manos hacia arriba, la clásica postura de no dispares. Tenía la boca entreabierta y sus ojos estaban muy abiertos. Su mirada se movía entre lo que estaba revolcándose y en la fuente y yo, ya que se ahogó en algo contrario a ella, todavía el líquido estaba muy caliente. Estaba muriendo, sabía que estaba muriendo. Me atraganté con el olor, tuve temblores, pero el arma no vaciló. - ¡Dru!- Gritó, más alto que la alarma de incendios. Mi brazo entero estaba apretado con la necesidad de hacer algo. Apreté el gatillo.


Capitulo 10 Vi una segunda figura, la cosa saltó hacia Graves, era más largo y delgado, su piel era gris en vez de marrón brillante. Una raya blanca subía por un lado de su cuerpo, la cabeza tenía una forma extraña. Se estiró en pleno salto, abrió el hocico gruñendo y mostrando sus agudos dientes de marfil tan afilados como cuchillos, hilos de saliva salían de su boca. Mi primer disparo pasó de largo, y la cosa rodó encima de Graves, alzándolo de un lado tan fácilmente como podría levantar un maletín escolar. El chico gótico salió volando, su abrigo se movía como cuando alzas las sábanas al hacer la cama, y volví a disparar el arma. Seguí la cosa igual que papá me había enseñado. La sangre floreció en su piel. Parecía una alfombra de piel con esteroides, los músculos ondulaban bajo su piel, y sus ojos brillaban amarillos e impíos. El lobo gritó alto por el dolor y cayó a un lado, cayendo sobre su hocico abierto en un chasquido repugnante. Me gustaría decir que salté con gracia, pero la verdad es que me caí y trepé por el otro lado de la fuente, en busca de Graves. La cordita olió fuerte contra todos los otros olores llenando el centro comercial. Vomité una vez, un empujón que hizo todo el camino desde los dedos del pie y siguió avanzando lentamente. Graves sacudió la cabeza, aturdido. Se estaba levantando sobre sus codos, parpadeando con desconcierto. Me vio y abrió los ojos. Un delgado círculo de color verde estaba en torno a una pupila dilatada, los tenía muy amplios como los de un caballo con miedo. Sin embargo, el borde verde era una línea de fuego esmeralda. -¡Levántate! - Grité, y me puse de pie, agarrando su brazo con la mano izquierda y con toda la fuerza que me quedaba. Me acerqué un poco más así podría ayudarle a sostenerse, sus mejillas estaban pálidas como la harina, parecían manchas a lo largo de sus pómulos. El pendiente de plata se balanceó, golpeando mi cara mientras corríamos, ciegos por el miedo. - ¡Muévete, maldita sea! No era mi voz. Era la voz dura y fuerte de papá.


No tenía ni idea si había herido lo suficiente al lobo para retrasarlo, y la alarma de incendios más el ruido del vapor, no me ayudaban a pensar. Tenía que saber cómo saldríamos los dos de esta con vida. Todo depende de ti, Dru. No hay ningún padre alrededor para pagarme la fianza. Nuestros pies se deslizaron en el agua derramada. Me chorreaba sangre y me caí de rodillas al suelo por el mareo. Fue culpa mía, si no me hubiera tropezado, casi mordiéndome un pedazo de mi lengua cuando aterricé, el lobo me habría golpeado en lugar de Graves. Chocaron con fuerza, y se puso a gritar tan alto como una niña, como una ardilla en una trampa. Grité algo irrepetible y vago de todos modos, levanté el arma, y le di una patada. Sólidamente en la cabeza al lobo, y, como regalo, estaba sobre el cuerpo de Graves, se dio la vuelta y me gruñó, con los ojos brillantes como la luz del sol enfermizo, su raya blanca destacaba contra la oscuridad del pelaje. Mi voz se quebró cuando grité, y apreté el gatillo de nuevo. El sonido era ensordecedor. La sangre salpicó, el cañón de la 9mm humeaba. El lobo se movió encima de Graves, con el hocico abierto. Le disparé en la mandíbula. Cayó sobre el borde de la fuente y comenzó a gotear una apestosa sangre, al vapor del agua, el olor de la piel cocida agregó un hedor atronador. Graves gimió silenciosamente bajo el ruido de la alarma. Me di cuenta de que era una alarma de incendios, y maldije en un suspiro largo. El hombro del muchacho estaba destrozado. El lobo lo había mordido. Mierda. Oh, mierda. Luché conmigo misma. Lo mejor que podía hacer era abandonarlo. Había sido mordido, y eso eran malas noticias. Tenía que largarme de aquí rápido. Los policías y los bomberos estarán aquí de un momento a otro a pesar de la nieve, y ¿cómo iba a explicar todo esto? Incluso mi talento bien afinado para mentiras creativas estaba desactivado.


Graves abrió los ojos. Me miró fijamente, su boca se movía tratando de hablar bajo el ruido de la alarma. El agua chapoteaba. Le eché una mirada al lobo, que se revolcaba sosteniendo su mandíbula con las dos manos, flacas y peludas, produciendo un rugido impresionante con cada agitación de sus costillas. Volví a mirar al chico y por un segundo, no pude recordar quién demonios era o lo que estaba haciendo aquí. Todo lo que podía pensar era en el horrible olor, del cuerpo podrido de papá en frente a mí. Estaba por mi cuenta. Todo depende de ti, Dru. - Levántate. - No reconocí mi voz en esta ocasión, tampoco. - Levanta tu culo ahora, muchacho. Tenemos que irnos. Asombroso, él apretó la mandíbula y se puso en pie, sosteniendo su hombro. La sangre se derramaba entre los dedos, negra en la oscuridad. Lo primero que debo hacer es alejarnos del lobo. Va a sanar rápido y va a ser molesto. No podemos volver a la sala, sino vendrán después por nosotros y vamos a estar atrapados como ratas en un agujero. ¿Dónde puedo llevarlo? ¡Piensa! Sólo había un lugar. Tenía que esperar que los policías no estuvieran allí y nada más tampoco. Lo cual significaba que tenía que tener a Graves en movimiento, curarle los golpes, y caminar a través de una tormenta de nieve. La sangre goteaba por el costado de mi cara, caliente y húmeda. Mi espalda daba espasmos, y algo había molestado a mi brazo, también. Era un canto de dolor y molestias, y quería mentir sin rodeos y dejar que ellos hicieran lo que quería conmigo así no tendría que moverme o pensar. Genial.


Capitulo 11 Una vez que había limpiado nuestra sangre y le coloqué una venda de presión a Graves con tiras de su camisa destrozada, en realidad, nos dieron una buena paliza en la sección de alimentos, el largo abrigo oscuro con botones no estaba tan mal. Tampoco él, excepto por que estaba pálido y tenía la mirada en shock. Conseguí sacarnos de los servicios, del segundo nivel de tiendas hacia uno de los pasillos justo a tiempo. Ya no había rastros de sangre o agua, aunque todavía ambos apestábamos. Usé muchas toallas de papel para limpiar lo peor de la mugre, empecé a temblar cuando la adrenalina se fue y el hecho de que había arrojado a una fuente a la cosa en combustión y pegarle un tiro a un hombre lobo en la cara, me pasaba muchas veces por la mente. También, cuando me miré al espejo vi la larga y repugnante herida que tenía a lo largo de mi ceja, tendría una cicatriz cuando esto se curase. Entonces mi mente tembló, escuché al zombi otra vez, dando un toque con sus dedos huesudos sobre la puerta de atrás. El gruñido del hombre lobo. La paliza que la cosa ardiente me dio antes de ahogarse. Y casi suelto un grito, tapé mi boca en caso de que algún policía mirara alrededor del pasillo. No pensé que ellos tuvieran claro que sucedió o siguieran el rastro chamuscado de las ventanas rotas hasta la fuente, y estaba tan sucio alrededor, no sería inmediatamente obvio lo que había pasado. Lo que más me preocupaba era el lobo. Si él tenía la rabia, o había cambiado recientemente, o solamente ¿estaba loco? Los hombres lobos normalmente no persiguen a la gente, hay demasiada carne cruda en un supermercado. La excepción sería cuando ellos cambian por primera vez, pero no tendría sentido para un lobo nuevo querer ponerse dentro de un edificio. Es lo que he oído, ellos por lo general quieren salir corriendo, esparcirse y conseguir aire fresco. Lo que sobre todo me inquietó fue el gran perro ardiente del tamaño de un pony. ¿Estaba tras de mí? ¿O de Graves? O justo estaba cabreado por que tenía que comprar ropa nueva.


No escuché ningún paso dirigirse hacia nosotros, pero al cabo de un rato la alarma se apagaría. Esperé. Graves estaba apoyado contra el interior de un puesto, temblando, sus dientes castañeaban con fuerza, juntos rápidamente. Él estaba en shock, y no sabía qué hacer por él. ¿Con la mordedura había empezado a cambiar? Debería haberlo dejado atrás. Uno no bromea con mordeduras de hombres lobos. Simplemente no lo hace. Esto era ley. Cuando él comience hacerse peludo y este hambriento, yo tendría que… Cristo no. No pienses en eso. Comprobé mi reloj otra vez. Todavía funcionaba, aún cuando este recibió una paliza. Justo como yo. Mis piernas temblaban, estaba cansada hasta los huesos. Mi cabeza estaba llena de algodón. Tenía heridas, golpes por todas partes, la adrenalina tiene sus ventajas y desventajas, estas últimas se sienten más cuando se va. Fui a la entrada de los servicios, el vestíbulo hacía una curva bien cerrada y nadie podría echar una ojeada en el servicio de chicas. Escuché con cada fibra de mi ser, mi cuerpo entero dejó de sentir el dolor solo para poder oír. La pelota compacta de mí, dentro de mi cabeza se encontraba relajada también, enviando ondas hasta los dedos meñiques, buscando cualquier perturbación. No oí nada. Ninguna voz, ningún sonido de movimiento. Bien. ¿Cómo consigo sacarnos de aquí? Podría apostar esto, que el lobo, si estuviera todavía vivo, había escapado. Ellos son fuertes y rápidos, pero evitan las autoridades tanto como los ladrones. Un escuadrón de policías con armas de fuego y chalecos puede causar mucho daño, y ningún hombre lobo o sus retoños quieren ser cogidos en fuego abierto. Esto atrae demasiada atención. Viven en la clandestinidad, bajo la oscuridad de la noche. Desde luego, la policía y otras autoridades no quieren que sea público o salgan en las noticias, esto podría causar pánico. La policía, EMTs, bomberos, ellos cubren este tipo de cosas, consignándolo a la sección de archivo muerto. Mi papá siempre discutía con August si esto era una Conspiración o solamente la necesidad humana de tener todo bajo control o tener todo dentro de los parámetros de lo que es normal. Pero ninguno de los dos lados, el mundo verdadero o el oficial, querían encontrarse, el uno al otro, cara a cara. Incluso si la policía tenía chalecos y mayor potencia de fuego, un lobo podría hacer mucho estrago. Ellos son costosos de sustituir, para los oficiales de la ley. Cazadores independientes como mi papá


tienen que arreglarse con aún más potencia de fuego y astucia disimulada, comprender su presa para estar a tres pasos delante de ellos. Lástima que solamente soy una chica. Mi papá era el cerebro de la operación. Solamente lo seguía y le decía donde encontrar las rarezas más grandes, o rompía uno o dos maleficios. Esto significa, que era un gran accesorio, el mejor detector de rarezas de los alrededores, pero él era el jefe, el cerebro y quien llevaba las armas. Yo era peor que inútil sola, y tenía a alguien más para preocuparme ahora, también. Pero la situación consiste en concentrarse en cual es, decía siempre mi papá. No hay nada más que hacer que seguir adelante. Si me parara ahora me ahogaría en una burbuja. - ¿Qué está pasando? - Susurró Graves. Él parecía un niño de tres años que tiene miedo a la oscuridad. - ¿Jesucristo, qué pasa? - Esto no tiene nada que ver con Jesús, - susurré hacia el, comprobando el arma por quincuagésima vez. Si no hubiera tenido un cargador de repuesto para el arma, habría estado frita, la teoría es que era mejor tener uno lleno, que uno medio vacío o a la mitad por si algo más pasara. “Padre estarías orgulloso de mí”. Pienso como tú. O lo intentó de todos modos. Esperaba sinceramente que pudiera pensar bastante como él para mantenernos a ambos respirando. Graves me parpadeó. - ¿Vas a pegarle un tiro a eso? - Su voz sonaba como un motor de coche en mal estado. Pensé, - ¿Vas a pegarme un tiro? Debería. Mi papá probablemente lo hubiese echo. Cerré mis ojos, apoyé la cabeza contra las baldosas de la pared, mi pelo mojado finalmente paró su goteo. - No te apuntaba. - ¿Que era esa cosa? - Su mano sujetada la venda sobre su hombro, la venda despiadadamente apretada. - Eso tenía dientes. Tenía dientes grandes. Eso olía… - Eso era un hombre lobo. - No debería decirle nada. Debería ponerle una bala en la cabeza. Papá lo haría, como un daño colateral, antes de que él cambie. Una vez mordido, uno tiene doce horas a veces menos hasta el


cambio. Eso es un hecho. Y un lobo que sabe de un cazador era una responsabilidad. Mi padre siempre decía “responsabilidades como estas era una palabra asquerosa”. A él, probablemente le parecería así. - ¿Tú sabes de estas cosas? - La pregunta terminó en un chillido. Le hice el gesto para que callara. Si hacia ruido y el policía nos escuchaba… ¿estaban todavía alrededor? Comprobé mi reloj otra vez. Cuatro treinta y ocho de la tarde, o 16:38 horas si fuera militar. Cincuenta y tres minutos desde que nos habíamos movido a este cuarto de baño. Era bastante tiempo para la policía, para limpiar ¿la extraña escena? Fuera hacia más frío. Me encontraba magullada y agotada. Anduve cautelosamente por delante de los fregaderos, donde tomé otra profunda respiración, hasta llenar mis pulmones, y me miré en el espejo. Estaba aquella larga, pero recién herida, encima de mi ceja, pero si dejaba caer mi pelo para taparlo solamente parecería mojada y desaliñada. Alguien ahí afuera esta noche probablemente estaría mojado también. Si pudiera conseguir movernos hacia el centro probablemente podría llamar a un taxi, claro si el taxista fuera suicida, e irnos a tres calles de mi casa, y espero que nada me este esperando. Sí. Y podría volar a la luna, también. Si fuera bastante malo cerrarían la calle, de hecho, ¿había alguna posibilidad de conseguir un taxi? Pero esta gente era seria por la nieve. Tal vez ya han barrido. Hubo un sonido detrás de mí. Graves se movió alrededor del final de los puestos. - No me abandones aquí. - Al menos no lo gritó, pero podría haber pensado que gritaba, su voz era muy ronca y apretada. Mi garganta se cerró. Mi padre me había dicho muchas veces que hacer si algo le pasaba. Por lo general lo ignoraba, ¿quién quería pensar en eso? Por supuesto que yo no, eso es seguro. Pero todavía... No tomes ningún peso, te ahogará. Recuerda que si algo me pasa. Tienes que cuidarte, Dru. Eres fuerte y haz lo que tengas que hacer. Pero este chico no era un imbécil o un lobo aún. Era solamente un chico. Me había traído alimento, me dejó ver su escondrijo privado. Tenía la idea de que él no hacía esto muy seguido. Había confiado en mí. Solamente no podía abandonarlo. ¿Podía?


- No voy a abandonarte. - Me pareció gracioso aún para mí, sin aliento, como si hubiera hecho una carrera encima de una colina. - Vas a tener que hacer lo que digo. - Increíblemente, él se rió de mí. - Eres mandona. - Sus pupilas estaban todavía enormes, pero un poco de color había comenzado a volver a su cara, sobre todo a lo largo de sus pómulos. - Me gustan las mandonas. - Jesús. Al menos alguien por aquí se sentía mejor. - Cállate. Vas a tener que hacer exactamente lo que te diga. ¿Lo entiendes? - O seremos detenidos. O tal vez solamente nos maten. - Seguro. ¿Tú haces esto todos los días? - Esto era coraje de alguna clase sobre un grito de pánico. Era realmente un chico valiente, o tal vez sólo estaba shock. - No es habitual. Nunca me quedo en un lugar bastante tiempo, hasta el momento. ¿Es de plata? - Indiqué su pendiente, olvidándome que todavía tenía el arma en mi mano hasta que él se estremeció. Lo cubrió bien. - Creo que sí. El tipo a quien se lo compré me dijo que lo era. - ¿Y eso? ¿La cadena? - Esta vez usé mi mano izquierda para señalar su collar. Dejé mi mochila abajo, en su cuarto. Necesitaba mi mochila. Era demasiado aventurado. Todo esto era demasiado aventurado. Si volviera abajo al pequeño refugio de Graves, podríamos ser capturados por la policía o por el posiblemente rabioso lobo, aún peor, curado y listo para comernos. Se recuperan rápido. Tenía que conseguir sacarnos a ambos de aquí. Necesito mi mochila. El impulso se pareció a las ganas de hacer pis. Quise mi mochila de la manera en que un niño pequeño quiere un abrazo después de haberse raspado sus rodillas, en la manera que quieres la luz del sol después de un largo mes lluvioso, o un vaso de agua en el desierto. - La cadena es de plata. - Algún entendimiento se mostró en sus ojos. El hacerle preguntas para contestar era una buena idea. - Bueno. Voy a ir a buscar mi mochila. Quédate aquí. - Esto hizo que sus ojos se ampliaran y se vieran salvajes, las pupilas se encogieron, el iris verde se mostró. - No lo hagas ¡no me abandones aquí! - Él corrió lejos del puesto, su voz dio un alarido. Le hice callar de nuevo.


- Mira, - susurré con ferocidad, - no sabes ponerte bajo cubierto. Voy a bajar y conseguir mi mochila. Volveré a por ti y te pondré en un lugar seguro. - ¿Esto no es seguro? - El sarcasmo tiñó su tono, pero al menos lo dijo silenciosamente. - Jesús. ¿Que era aquella cosa? - Un hombre lobo, - dije. Miré nerviosamente la entrada, esperando que nadie nos hubiera escuchado, la esperanza de que nadie estuviera en esta parte del pasillo. ¿Se habían ido? ¿La policía limpiaba una escena en menos de una hora? Entonces otra vez, si esto solamente se parecía a un vandalismo realmente extraño, ellos no podrían quedarse demasiado tiempo. El mal tiempo siempre hace colapsar las emergencias. Mastiqué mi labio inferior ya dolorido, traté de pensar. Necesitaba mi mochila, y tenía que ponernos a ambos en la calle y al único lugar seguro que conocía. ¿Cómo lo haría papá? Si pensaba en ello, así parecía casi factible. Casi. Excepto que no tenía ni idea de que hacer después. - Quédate aquí. - Ya estaba pensando en cubrirme, planeando posibles rutas y retrocesos, cuando Graves agarró mi brazo con una fuerza sorprendente. - Dru. No me abandones. Por favor. Abrí mi boca para decirle que se callara y que hiciera lo que le dije, pero entonces lo observé bien. Estaba pálido, los manchones blancos todavía contrastaban sobre sus mejillas, listo para caerse, sus dedos apretaban la parte superior de mi brazo. Su otro brazo colgaba inútil. Si lo abandonaba aquí en el cuarto de baño de mujeres, cuando volviera lo encontraría atravesando el cambio. Luché para pensar claramente, pero mi pensamiento parecía roto. Debería haberlo dejado. Mi padre podría haberle pegado un tiro solamente para reducir las variables; él definitivamente me retrasaría. Mientras más tiempo me quede aquí, más peligroso será. No tenía a nadie más, y era la razón por la que Graves había sido mordido. Eso debe doler como el infierno.


- Dru. - Él no podía hablar más fuerte que un susurro de lo que ya lo hacía, y sus dedos estaban enterrados en mi brazo con una fuerza febril. Iba a hacerme daño, si ya no lo había hecho. Esa parte parecía no tener magullones, todo mi cuerpo estaba lastimado. Estábamos en malas condiciones. Otro pensamiento me llegó, el brazo de Graves torpemente a mi alrededor mientras gritaba. Él no había preguntado o hecho preguntas o intentó algo gracioso. No podía abandonarlo aquí. - Bien, - dije, - permanece directamente detrás de mí. Muévete del modo en que lo hago. Vamos a intentar quedarnos bajo cubierto. ¿Por cuántos caminos diferentes puedes llevarme hacia tu cuarto? - El alivio que cruzó por su cara me contrajo el pecho. Si no hubiera estado tan pálido, se habría parecido a la Navidad. - Cuatro o cinco. Diferentes. - Se balanceó, agarrándose a si mismo, e intentado enderezarse. - Continuaré. Solamente no me abandones. Cuatro o cinco rutas diferentes eran buenas noticias, si lo mantenía bastante consciente como para que me las mostrara. - Bien. - Traté otra vez de pensar claramente, fracasando tan miserablemente como antes. - Necesito mi mochila, y nuestra mejor opción es coger el autobús, ¿todavía sale el este? - Los 53. - Cabeceó, su pelo cayó sobre su cara. Incluso su nariz estaba pálida, por Dios, bien. - Hay autobuses toda la noche, incluso cuando nieva. Puedo conseguir llegar allí. Tomé un paso experimental hacia la entrada. Él se balanceó detrás de mí, y pensé que tenía tal vez veinte minutos antes de que lo ayudara a sostenerse y llevarlo. Muévete, Dru. - Bien, - dije otra vez. - Tú y yo, Graves. Vamos.


Capitulo 12 Los autobuses todavía estaban trabajando. Con cadenas y lentos como el infierno en el horario nocturno, pero todavía estaban en curso en la dirección correcta, y tuvimos nuestro primer golpe de suerte cogiendo el Nº 53 casi tan pronto como llegamos a la parada a través de la arteria principal del centro comercial. Parecíamos bastante normales, temblando y helados; los conductores del autobús no te miran muy de cerca si no pareces activamente ebrio. Un taxi era una causa perdida, también se me ocurrió durante la espera en la parada del autobús que los taxistas son probablemente excesivamente curiosos sobre sus pasajeros. Eso no era bueno. Temblando en mis botas, vi mi casa desde la esquina. Graves se desplomó contra mí. Había estado casi bien en el autobús, pero ahora su cabeza colgaba y tiras de pelo rizado mojado cayeron en sus ojos, pareciendo una cortina sobre su pálida cara. Tenía los ojos dilatados de nuevo, y sus labios estaban casi de color azul. La nieve en mi jardín delantero era prístina. Todavía no había señal del camión en la calzada. La luz en el salón estaba encendida, un intenso resplandor de oro en la lúgubre luz naranja de la ciudad nevada. Gruesas escamas de color blanco caían girando; ambos estábamos cubiertos con el material porque había arrastrado a Graves del autobús a dos calles de distancia. Él casi se había lanzado de cabeza a la deriva, y tuvimos que caminar por la calzada debido a que el quitanieves había acumulado montañas de bloques congelados, fangosos de hielo en las cunetas. Las aceras estaban malditamente cubiertas de hielo e intransitables, y la arena crujía bajo mis botas. Nuestras pistas se borrarían en menos de media hora. ¿Pueden los lobos seguir pistas a través de la nieve? Especialmente si tienen un sendero de sangre… Apostaría a que pueden olerla. Me estremecí ante la idea. Ni siquiera quise pensar en lo que el violento perro ardiente y el lobo habían estado buscando. Debido a que hay una sola respuesta para eso, ¿no? Era una respuesta en la que había pensado rápidamente en el autobús, la pistola, un peso frío en mi bolsillo y Graves desplomado contra mí, con la cabeza balanceándose un poco a medida que rebotábamos alrededor.


Parecía que nadie se había metido con la casa. Parecía que el tiroteo había pasado desapercibido. La nieve hacía que los sonidos sonaran raros, y la casa había estado bastante cerrada. Me preguntaba si alguien me habría encontrado sin embargo, si el zombi hubiera hecho lo que se proponía hacer. Ahora era un pensamiento agradable, feliz. No había cobertura, pero no quería luchar en torno a los ventisqueros de la parte posterior. Por un lado, no quería ver los restos destrozados de la puerta por la que el zombi había llegado a través antes de que tuviera que hacerlo. Por otra parte, Graves se estaba desplomando más y más intensamente cada segundo que pasaba. Estaba haciendo lo correcto manteniéndole en movimiento, pero no me sentía capaz de llevarle si las piernas le dejaban de funcionar. - Vamos. - No lo dije agradablemente. Casi lo arrastré a lo largo de la línea de montañas de nieve apiladas en la calle, a la parte de atrás de nuestro camino. Quedaba un duro trabajo a través de la nieve que nos alcanzaba hasta la mitad de las canillas, cada paso arrastrado con polvo, y el peso de hielo. Mi nariz goteaba y mis mejillas estaban en carne viva. Mis dedos se sentían como salchichas congeladas. Graves empezó a hacer un ruido tenue en la parte posterior de su garganta, como que iba a desmayarse. No lo culpé. Apuesto a que el hombro le dolía como el infierno. Los mordiscos de lobo son sucios; te trituran cuando aprietan. Era afortunado de tener todavía un cierto uso de su brazo, su mano metida en el bolsillo sin fuerza para evitar que pareciera el monstruo de Frankenstein. La herida estaba todavía en carne viva e infectada cuando quité el vendaje para revisarla, justo después de que nos bajásemos del autobús, era una buena señal para él no haber cambiado aún, pero una mala señal, posiblemente, estaba al borde de la inconsciencia. Saqué de mi mochila las llaves. - No te atrevas a desmayarte sobre mí ahora, soldado, - susurré. La correa de mi mochila cortó el espacio entre el hombro y el cuello, y con el brazo ileso de Graves sobre mis hombros me sentí como Atlas sosteniendo el mundo. Estaba tan cansada que incluso me dolían las pestañas. Mi espalda era un trozo sólido de dolor, el costado quemaba con una sensación ardiente, poco menos que una herida muy mal cosida, con cada respiración. La llave fue al pomo de la puerta; me llevó dos intentos y una ronda de maldiciones antes de que pudiera abrir el cerrojo, también. Abrí la puerta y me encontré con los restos del zombi apestando, no demasiado mal teniendo en cuenta la forma en que ambos olíamos ahora. La casa había tenido tiempo de airearse a través de la parte de atrás, supongo.


Graves tropezó. Le apoyé contra la pared del pasillo y cerré la puerta. Entonces saqué mi pistola y barrí la casa como papá me había enseñado. Todos los lugares habitables fueron revisados, cubriendo el ángulo de fuego y buscando como un equipo de dos hombres. También me obligaba a hacerlo sola, mientras él me cronometraba. Sólo lo había hecho cuatro o cinco veces con el cronómetro en este lugar, pero eso es suficiente cuando se ha estado haciendo algo así durante años. El salón era un caos, pero la única señal del zombi era un rastro de fino polvo de ceniza en la alfombra, una mancha sin sentido en la alfombra. Había un agujero de bala en la pared, y otro más abajo que no había notado antes. Un poco de pintura y masilla lo arreglarían. Me estremecí, dejé escapar un sonido de suspiro sin forma, como un sollozo. Mi nariz goteaba, los mocos claros caían por mi labio. Me limpié con mi manga de la chaqueta empapada y continué. La cocina estaba helada y desconocida en la oscuridad. La puerta trasera colgaba de sus goznes, excepto por un enorme agujero en el medio de ella. Había una chapa en el garaje, podría clavar algo allí arriba y colgar una manta para aislar el frío. El porche cerrado estaba frío y húmedo, con olor a sótano, y la acristalada puerta estaba milagrosamente indemne. Luché para cerrarla a través de un montón de nieve húmeda y busqué algo con que asegurarla, encontrando exactamente nada, y me rendí. La nieve se amontonaría en su contra y la mantendría cerrada si tenía suerte. Además, si teníamos que salir a toda prisa, no podía cerrarla o bloquearla. Todavía no había inspeccionado el piso de arriba. Arriba, todo estaba como lo había dejado. Toda la casa estaba en silencio. Silenciosa como una tumba. En la planta baja, los ojos de Graves estaban medio cerrados. - Bonito lugar, - dijo entre dientes, pero la forma en la que arrastraba las palabras no me gustó. Sus labios eran más azules de lo que me hubiera gustado, también. Pálida gotas de sudor y agua destacaban el color gris ceniza que había tomado su piel, y sus pupilas estaban dilatadas por lo que apenas podía ver el iris, sólo agujeros oscuros. Cerré la puerta principal y lo llevé arriba, intimidándole a cada paso. Estaba sudando y pegajosa en el momento en que terminamos. Entonces comenzó la parte más difícil. Le quité su ropa mojada, haciendo caso omiso de las risitas mientras le bajaba los calzoncillos. Le metí en mi cama bajo las mantas, con los ojos cerrados el resto del camino. Suspiró al igual que un niño agotado y se quedó fuera.


Dejé mi mochila, me quité el abrigo, y empecé a ejercitarme con ejercicios de lucha en sujetador y bragas. No pensaba que él iba a morir de hipotermia, había sido mordido, y la fiebre de la mordedura podría ayudar. Por lo que, ¿podrá rasgar mi garganta cuando cambie? No estaba pensando con claridad. Estaba tan fría que ya no sentía más frío, lo que era una mala señal. Me sentía cansada. Malditamente cansada. Me metí en la cama, apilando las mantas encima de nosotros. Luego lo cogí en mis brazos, tiritando. Estaba helado, yo no estaba mucho mejor, y él estaba haciendo ese leve sonido de dolor otra vez. Me di cuenta de que estaba acostada en su hombro y traté de recolocarme, arreglándomelas para moverme sin estar moliendo su lesión. Su camisa, desgarrada y usada como un vendaje, estaba fría, húmeda y pegajosa. - ¿Qué estás haciendo? - Su lengua era demasiado gruesa para su boca. Esperaba que no estuviera cambiando. Su piel era suficientemente suave contra la mía. Todos los lobos que había visto eran malas sombras en el espejo retrovisor, o se parecían a alguien más que pasaba el tiempo atendiendo un bar en el Mundo Real. En otras palabras, extraños mientras escapaban. Si él cambiase... Ni siquiera pude acabar el pensamiento. Mis huesos se habían convertido en barrotes, junto con mis párpados y hasta mi pelo mojado. Si ambos moríamos de hipotermia, todo esto debería ser hipotético de todos modos. Graves se movió inquieto, callado. El cosquilleo de la vellosidad le sería regalado en el cambio, y el sonido de los huesos crujiendo. Papá había hablado de ello, el sonido de sus huesos cambiando, el gruñido y el pelo rizándose. Dios, espero que no esté sucediendo. Dejé escapar un largo suspiro, temblando. – Entra en calor. - Jesús. - Sus ojos cerrados lucharon por abrirse. – Estás helada. - Y tú también. - El arma estaba en la mesita de noche. Si estaba cambiando, probablemente comenzaría a gritar cuando sus huesos empezaran a cambiar. Tendría tiempo suficiente para hacerme cargo del problema. Dru, no estás pensando bien. Sabía que no. Pero estaba completamente exhausta. El viento empezó a gemir afuera, pero dentro de mi cuarto todo estaba en silencio. Mis dedos de las manos y los pies estaban heridos, sentía agujas embistiendo a todo lo largo de la carne y el hueso. Tenía la esperanza de que no fuéramos a


perder los dedos de los pies por la congelación. Pero no hacía tanto frío como si hubiera seguido nevando, ¿verdad? No podía pensar. Mi cabeza estaba llena de barro. Debí haberle calentado y conseguido algo para el agujero en la puerta de atrás. La nieve caería en el porche si la puerta no quedaba cerrada, y me costaría un infierno de tiempo limpiarlo. Empecé a recuperar un poco de calor de nuevo en mí, después un poco más. Las mejillas de Graves se sonrojaron y comenzó a sudar. Dejó de hacer ese ruido, y a tener espasmos cada vez que sus párpados caían. El tiempo entre las contracciones aumentó, su respiración cada vez más larga. - ¿Dru? - Dijo al final en voz baja. - ¿Qué?- Me desperté con un esfuerzo. Cansada. Tengo que levantarme y fijar la puerta de atrás. Entonces tengo que pensar en algo. Algo que tengo que hacer. No podía recordar. - ¿Estás desnuda? - Sus ojos se cerraron de nuevo, e hizo un pequeño sonido enganchado como un ronquido. ¡Oh, por el amor de Cristo! Pero me quedé dormida antes de poder manejar la energía para estar cabreada.


Capitulo 13 Me desperté con dolor de cabeza, rígida y toda dolorida, con la espalda que parecía que tuviese tiras de hierro y algo estaba mal con mi brazo izquierdo debido a que la maldita pesada cabeza de Graves estaba enterrada sobre mí. Me senté en posición fija vertical y aún me encogí cuando el aire frío, tocó mi piel desnuda. Estaba sudando, él estaba caliente. El sudor frío corrió sobre mi espalda y hombros. El sabor de mi boca era una mezcla de café y cenizas de varios días. Graves estaba sobre su espalda. No protestó cuando salí penosamente de la cama, porque estaba totalmente, profundamente dormido, su pelo fino sobre su rostro, su nariz levantándose con orgullo. La muy, muy leve sugerencia del pliegue epicántico hacía exótico sus ojos cerrados, incluso el batir de sus pestañas negras y regulares contra sus pómulos. El vendaje tenía una costra de sangre y algo amarillo, había líneas negro-azuladas extendiéndose a lo largo de las venas, parecían un mapa hasta su cuello y abajo de su brazo, en el pecho. ¿No se veía bien, cierto? Busqué alrededor la ropa. Todavía olía las huellas de esa cosa en llamas sobre mí, pero necesitaba poner algo sobre mi temblorosa piel. También tenía hambre como el infierno. Aunque, lo primero es lo primero. Me puse un par de jeans y una sudadera, dejé el arma en la mesa y entré en la habitación de papá. Volví con una cuerda de nylon, buena para hacer rappel, atar una carga en una camioneta, y, no tan casualmente, para atar a un chico que podría cambiar a un hombre lobo. Los hombres lobos, especialmente los nuevos, tienen un problema real con la plata. Esa parte de la cultura pop era real. La cadena alrededor de su cuello no estaba formando ampollas rojas en su piel, era una buena señal. Tampoco el pendiente del cráneo, presionado contra su pómulo, su cabeza estaba ligeramente girada a un lado. El pulso era fuerte y constante en su garganta. Era delgado, pero tiene un montón de buenos músculos, y si empezaba a cambiar sobre mí, tendría el tipo de fuerza histérica que me podría arrojar a través de la sala sin pensar dos veces en ello. O incluso darse cuenta.


Estaría demasiado ocupado buscando su primer trozo de carne cruda. ¿Cómo haré para atarlo? ¿El colchón? Jesús, era un buen momento para desear tener una cama con dosel. Afortunadamente, papá me enseñó mucho sobre nudos. Un amarre camionero sería pan comido para alguien, sólo se hace más apretado si luchas más, y si él no podía hacer suficiente palanca, no podría venir detrás de mí. En primer lugar até sus muñecas y codos, luego, sus rodillas y tobillos; entonces puse cuatro líneas más entre el colchón y la caja de armas. Se trata de un truco. Cada uno se asegura con el amarre de camionero. Si tenía que ir al baño, él no tendría suerte. Siempre podía obtener un colchón nuevo. No podía comprar una nueva tráquea. Una vez hecho esto, me lavé. Sin ducha caliente para mí, no podía permitirme el lujo ahora. Pero ropa limpia y una cara lavada hacía maravillas para el estado de ánimo de cualquier chica, incluso si esta cara es mortalmente blanca, con brillantes erupciones de color en las mejillas y con las pupilas lo suficientemente dilatadas como para lucir medio salvaje. El grano en mi sien había desaparecido, y no parecían ir más en aumento. Vaya figura. Sin embargo, mi pelo era una pérdida total. La humedad y el frío me hacían parecer a la novia de Frankenstein, excepto sin los “geniales” zigzag blancos. Esto me hizo pensar en la cabeza del hombre lobo, y me estremecí. Encontré un par de zapatillas de deporte secas porque mis botas todavía estaban empapadas y estaba lista para empezar a resolver problemas. Abajo, la nieve había caído a través de la pantalla de la puerta en el pequeño porche, y hacía un frío horrible. Miré con nostalgia la caja de Cheerios en el mostrador, mi estómago gruñó sólo de pensar en ello, pero en su lugar fui a buscar al garaje la madera contrachapada. Mi maldita suerte desenfrenada era buena, y en menos de diez minutos había despejado la nieve y la madera estaba amortiguando la pantalla de la puerta; clavé más madera afuera sobre el agujero de la puerta de atrás. Barrí los cristales rotos, escuchando el gemido del viento afuera. Mis dedos estaban entumecidos y mi aliento hacía pequeñas nubes delante de mi cara. Empecé a lamentar alguna vez el haber despertado.


Acomodé algunas mantas en una línea sobre la puerta de atrás para aislarla, poniendo cinta adhesiva bajo el conducto, la mejor amiga de todas las chicas. Luego, finalmente, subí el calor y me estremecí con mi primer tazón de cereales. La leche quemaba, estaba muy helada. Toda la casa olía además a un tenue aire fresco, rápidamente se desvanecía el olor a zombi. Estaba tan hambrienta que incluso no me importaba. Tan pronto como terminé los cereales, puse un cartucho nuevo en la pistola y comprobé a Graves. Aún estaba frío, respiraba a través de su nariz y boca de la manera que lo hacen los niños pequeños. La casa comenzó a calentarse, y me senté en las escaleras durante mucho tiempo, abrazándome a mí misma y mirando fijamente hacia abajo a la sala, a los cuadros y a los agujeros de bala que estropeaban la pared. ¿Qué vas a hacer, Dru? El lugar vacío dentro de mí no respondió. Sabía que debía levantarme y comer algo más, pero sólo seguí mirando los agujeros de bala. Nada sonaba bien ahora que tenía un pedazo de cereal frío en mí. Tenía la pistola vagamente en mi mano derecha. Si Graves empezaba a cambiar... Bien, técnicamente has matado ya a una persona, encanto. La voz de papá, fría y tranquila, cada vez que estaba siendo una idiota. Uno más no debería ser tan difícil. Sólo esperar hasta que él cambiara y lo derribaría. Debería haberlo hecho en el centro comercial. Aun así, era extrañamente reconfortante saber que había alguien en la casa que no iba a ningún lugar. Patético, pero había pasado tantas noches sólo esperando a que llegara papá nuevamente, era agradable escuchar el sonido silencioso que significa que alguien está respirando en el mismo espacio. Así que ¿si se convertía en una gran bestia peluda e intentaba matarme? La primera vez que un hombre lobo cambiaba era imparable hasta que obtenía sangre. Eso es lo que decían los libros. No tenía ningún motivo para dudar de ellos. O de papá, quien dijo lo mismo. Es salir rápidamente de su alcance. La frase de papá, dicha con una cara seria y generalmente una pistola en cada mano. ¿Qué vas a hacer a continuación, Dru? Necesitaba un plan. El problema es que no tenía ninguno. - Supongo que debería ponerme a limpiar el salón, - dije con tranquilidad. - Esperar a que él despierte. Luego, ya veremos.


El lugar vacío dentro de mí no estaba satisfecho por esto. Papá estaba muerto. Él no vendría. Estaba sola en el mundo, y había conseguido que el chico que había intentado ayudarme lo mordiera un hombre lobo. Había otras cosas en que tenía que pensar, pero estaría condenada si pudiera recordarlas. Me sentí muy pequeña y muy sola, sentada allí en las escaleras. Subiendo la puntuación aquí, pequeña. Temblé, abrazando mis rodillas. La nieve estaba realmente cayendo, el viento estaba gimiendo contra las esquinas de la casa. Eran las 8 de la mañana y estaba oscuro ahí afuera, excepto por el resplandor sin dirección que iluminaba entre los copos que giraban del tamaño de un cuarto que reflejaba la luz desde la ciudad. Necesitaba una nueva puerta para la parte de atrás. A menos que me fuera a la ciudad. No podía ir a la ciudad. Graves necesitaría que alguien le explicara lo que estaba sucediendo. Y alguien había matado a papá. Eso era lo que había estado intentando no pensar. Me refiero, había asesinado a papá. Pero no había sido realmente papá. Cuando alguien está todavía vivo, no puede ser un zombi. Simplemente no puedes. Alguien lo convirtió en un zombi. No te despiertas una mañana como uno de los reanimados. Alguien lo mató y lo convirtió en un zombi. Él no estaba en buena forma, tampoco. Hubo un gran trauma en los tejidos, se pudren más rápido cuando están heridos antes de morir. Sentía como si estuviera en una de esas bolas de nieve, donde se les agita y el interior se llena de un torbellino blanco. Todo dentro fijo e inmóvil, rodeado por copos flotantes de hielo. Estaba intentando no pensar en lo que tenía que pensar la próxima y exitosa vez, sólo llenando mi cabeza con estática. No sé cuánto tiempo había estado sentada allí, si no hubiera escuchado un claro alarido desde arriba. Graves estaba despierto. Me levanté y caminé hasta las escaleras, el frío de la pistola pesaba en mi mano. No quería hacer lo que pensaba que iba a hacer. Mala suerte, chaval. Tienes que hacerlo.


Él dejó de luchar contra las cuerdas, tan pronto como me vio. Las mantas estaban arrugadas por los dedos de los pies. La sala estaba más cálida, y el sudor pegaba su largo pelo negro a su rostro. Nos miramos el uno al otro durante unos momentos. Luego, él levantó sus dedos agrietados, acostado, trataba todo lo que podía hacer. Su voz era ronca, y dijo absolutamente la única cosa que esperaba de un chico que llegaría a ser un hombre lobo y estaba atado a una cama. - Pervertida. - Él arqueaba la mitad de su ceja, sus ojos verdes ardientes alrededor de los huecos de sus pupilas. No parecía listo a que le saliera pelo o colmillos. Estábamos llegando a las doce horas desde que había sido mordido. - Nunca imaginé que te gustara esto, - continuó. - ¿Cómo diablos voy a MEAR? Chico inteligente. El arma estaba cargada con una bala en la recámara. Quité el seguro, rezando por que los siguientes cinco minutos fuesen bien. Nerviosamente avancé en la sala, dándome suficiente tiempo. Los nudos parecía que estaban aguantando muy bien. - Voy hacerte algunas preguntas. - Logré incluso mantener mi tono. - Si me das las respuestas correctas, cortaré las cuerdas y vas a salir de ahí. Él se lamió sus labios. Sus ojos estaban entre la pistola y mi cara, y continuó allí todavía. Algo me dijo que sabía que no estaba bromeando. Era grande. Pero no estaba tan segura. No podía matarlo en mi cama. No podía disparar a alguien así. Por supuesto que podía disparar a un hombre lobo. Había sido al igual que un juego de video, al igual que papá me había entrenado. Pero... conocía a este chico. No podía dispararle. Era humano. Era lo más parecido a un amigo que tenía ahora. Me paré al lado de mi cama, cerca de nuestra empapada ropa dispersa de ayer. Nivelé la pistola. - Primera pregunta. ¿Dónde conseguiste tu cadena? Él tragó. Estaba pálido como un fantasma. Su pulso latía frenéticamente en su garganta. - Hot Topic, en el centro comercial. No vas a dispararme, Dru.


Me gustaría, estaba medio segura tanto como sonaba. Estaba nerviosa por algo, estaba malditamente, segura. - ¿Sabes lo que significa? - Demonios, sólo lo tengo porque estaba en rebajas. La gente me deja en paz si piensan que estoy loco y en esa mierda de culto. - Su manzana de Adán se balanceó cuando tragó saliva. - Cristo, no vas a dispararme, ¿verdad? Es eso o me arrancas la garganta. Doce horas es el límite para cambiar a hombre lobo. Si no has cambiado por ahora, hay sólo un par de razones del por qué. Me incliné un poco hacia abajo, tomando la pistola en ambas manos y puse el cañón en su sien. Mantuve mis dedos cuidadosamente alejados del gatillo, porque los accidentes pueden ocurrir. - ¿Crees en fantasmas, Graves? Él tragó una vez más. Su garganta trabajo. - Mierda, no lo sé. No me dispares. Por favor. Su voz se quebró. Si él conocía el Mundo Real, habría contestado diferente. ¿Estaba mintiendo? No quería pensar así. No había actuado como si supiera esto. Por lo que reduje las razones de por qué no estaba volviéndose peludo. Tragué. Mi garganta estaba tan seca como las cosas que se colocan en el agua para obtener la niebla en las fiestas. Dióxido de carbono congelado. Quema como el infierno, y se puede utilizar en los pantanos para hacer enfadas al espíritu de los lagartos. - Responde a esta pregunta muy cuidadosamente, chico. ¿Eres virgen? El silencio fue tan largo que pensé que iba a tener que preguntar una vez más. - ¿Qué coño? – Sonó honestamente perplejo. - ¿Sí o no? ¿Eres virgen? - Perdí a medias el control. Mi voz subió hasta un grito. Él se encogió, y me dolió herirlo. Quería golpear algo, eso es seguro. Quería hacer algo en lugar de simplemente permanecer allí y amenazarle. - ¡Contéstame perro! - Mi voz rebotó en los muros, hizo que la sala entera formara un remolino a mi alrededor. Mi sangre golpeó en mis oídos. La adrenalina se derramó a través de mi sangre, saboreando el cobre más y más fuerte.


- ¡Sí! - Gritó de vuelta. - ¡Sí, soy un maldito virgen, no me dispares maldita perra, por favor! Me helé. Mis dedos estaban acalambrados fuera del gatillo. Su pecho estaba agitado. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y sus ojos estaban bien cerrados. Él forzó contra las cuerdas sin moverse y mi cuerpo entero se había enfriado. Casi doce horas y él era virgen. Podría estar bien después de todo. No reconocí la ronca voz procedente de mi garganta como mía. - Muy bien. Coloqué el seguro de nuevo con un clic, después aparté la pistola. Lejos, muy lejos de ambos. - Muy bien. Bien. Está bien. Graves sollozó un poco ronco. Me apoyé, retirándome de la cama. Jesús. ¿Qué había hecho? Debí haberle preguntado primero en lugar de poner una pistola en su cabeza. Me sentí enferma. Tropecé para ir al baño y vomité cada pulgada de cereales que me había comido. Luego, lloré mucho, temblando sobre la fría baldosa. Tuve que limpiar mi nariz tres veces. Cuando todo terminó, tenía los ojos hinchados y estaba dolorida, regresé lentamente por el pasillo oscuro a la habitación de papá. Encontré una funda de repuesto y puse la pistola en ella, y saqué un cuchillo de caza. Los nudos estaban ajustados hacia abajo demasiado apretados para aflojarlos ahora. Graves estaba acostado en la cama con sus ojos cerrados, sus labios moviéndose silenciosos. Lo había asustado terriblemente. ¿Y qué? Mejor que se asustara él a tener mi garganta arrancada. La primera vez que un lobo cambia, es imparable. Le dije a la voz de papá que se fuera de paseo por una vez y empecé a cortar a través de las cuerdas. - Fuiste mordido por un hombre lobo. He tenido que hacer esto para asegurarme, - dije evitando cortarle su antebrazo. Mis manos estaban un poco temblorosas. - Sólo permanece aquí. Voy a liberarte en un santiamén.


Él no dijo nada. Conseguí quitar las cuerdas alrededor de sus tobillos y rodillas cortando a través de ellas, luego, las de sus codos y muñecas. Sólo se quedó ahí inerte respirando fuerte. - Lo siento. - Soné como una niña de cinco años. Las palabras estaban vacías. Era el tipo de cosa que dices a alguien cuando has roto un juguete o algo, no cuando has tenido una pistola en su cabeza y gritado. - Tenía que estar segura. Si eres virgen, está bien; no cambiarás como un lobo regular. La impresión no te tomará, porque eres una puerta cerrada. Al menos, es lo que me dijo papá. Casi siempre estaba en lo cierto. Yo…. - Cállate, - susurró. Sus ojos estaban bien cerrados. Las lágrimas hicieron que sus pestañas estuvieran húmedas. - Déjame en paz. Retrocedí de rodillas, sosteniendo el cuchillo. - Lo siento. Realmente. Yo solo… - He dicho que me dejes en paz. Cállate. - Su voz se rompió. Limpié mi mejilla con mis dedos. No había nada más que decir. Tan sólo me puse de pies con cada pieza de mi cuerpo crujiendo y lo dejé solo.


Capitulo 14 Me senté en las escaleras una vez más, escuchando el sonido del calentador y el silencio de la nieve afuera. Escuché a Graves moverse, el inodoro funcionando, agua corriendo, pies arrastrándose y crujiendo no había tenido una oportunidad de aprender a conocer sus ruidos en este nuevo lugar todavía. Cada casa tiene su propio conjunto de sonidos y cada persona suena diferente. Él no sonaba como papá. Pero aún así, sólo escuchar a alguien respirar y caminar alrededor era mejor que nada. Mucho mejor que nada. Mis ojos estaban irritados y calientes. Miraba fijamente la pistola en mis manos. Negra de nueve milímetros, y pesada, su cañón brillante y fuerte. Era un buen arma. ¿Qué vas a hacer, Dru? ¿Volver a la escuela secundaria y ser la reina del baile? Que infiernos. ¿Por qué no? La respuesta estaba justo a la vuelta de la esquina: simplemente no podía pensar en eso. Había algo, me falta, algo que intentaba no pensar. Tenía que ver con esa puerta y el corredor de hormigón y el pesado sueño colgando en mi cabeza, como una bola de boliche de plomo. Alguien convirtió en zombi a papá. Mientras estaba cazando. Por lo tanto alguien sabía lo que estaba haciendo, ¿cierto? ¿Pero quién podría saberlo? ¿Qué había perseguido? No me había dicho nada. Las preguntas giraban dentro de mi cabeza. Entonces, la cosa que se me había olvidado desde que desperté se deslizó en su lugar con un clic como cuando una bala entra en la recámara. Contactos. Papá tenía contactos. Debería llamar a alguien.


Un alivio tan intenso que era ridículo se vertió a través de mi cuerpo entero con el pensamiento. Alguien adulto, mayor que yo, mejor armado y más experimentado, que podría salir y... ...¿Para qué? ¿Llamar al servicio de limpieza? ¿Adoptarme? ¿Tomarme como aprendiz? ¿Hacer todo, bien? Si. Seguro. Con ninguno de los otros cazadores, papá me había permitido andar en compañía eran lo menos paternal. ¿Pero eran mayores, cierto? Y estarían interesados en saber qué lo mató. Eran sus amigos. Amigos de combate. Camaradas de armas. ¿Está bien? Cerré mis ojos. Me apoyé contra la pared, el arma colgaba en mi mano derecha. Las escaleras chirriaron. Graves se arrastraba hacia abajo cada paso con dolor. Hubo un sonido de arrastre. No abrí mis ojos. Cuando se sentó a mi lado me sorprendió sólo levemente. Nos sentamos así por unos pocos minutos, hasta que mis párpados se abrieron y el mundo vino corriendo de nuevo a mi cabeza otra vez. Él traía la colcha de mamá desde mi cama envuelta alrededor de sus hombros, y su cara estaba fija. Puso su pelo detrás de sus orejas. Estaba descalzo. La casa estaba lo suficientemente caliente ahora. Las laceraciones desordenadas de la mordida del lobo estaban cerrando, un rosa intenso en lugar del sangrado o la costra amarilla. El trazado negro-azulado de sus venas había desaparecido. Su mordida sanaba realmente, inquietantemente rápido. Nadie sabe por qué. El silencioso tic-tac de la calefacción llenaba el espacio entre nosotros. Ambos entrábamos en el escalón, él era delgado como un pájaro. Había dicho que lo lamentaba. ¿Tenía alguna idea de cómo lo sentía?


Se sentó allí durante un tiempo, inquieto de ese modo suyo. Entonces, habló tranquilamente. Casi suavemente, como si yo estuviera llorando. - ¿Por qué hiciste esto? - Tuve que hacerlo. Podrías haber cambiado. - Cambiado. - Lo dijo tan rotundamente que casi podría no haber sabido que era una pregunta. - En un hombre lobo. Lo mismo que esa cosa en el centro comercial que te mordió. - ¿Un hombre… qué? - Un hombre lobo. - Consideré deletreárselo, decidí que no. - Al igual que un aullido a la luna, una bala de plata, Lon Chaney ese tipo de cosa. Sólo que no es realmente así. Ellos son responsables de algunas desapariciones, pero en su mayoría comen mucha carne cruda y juegan juegos de cabezas unos con otros. Los seres humanos no son suficiente diversión. Además tienen un feudo donde corren con los retoños. - ¿Retoños? No quiero ni saberlo. Papá ni siquiera quería saberlo. - Tenía que saber si tú harías el cambio. - ¿Por lo que me ataste y preguntaste si era virgen? Ayúdame aquí. - Él cambió, envolviéndose con la colcha más estrechamente alrededor de sus hombros desnudos. Estaba sin camisa. Por supuesto, su camisa estaba arruinada y su abrigo estaba probablemente aún húmedo. Miré hacia abajo. Llevaba un par de mis pantalones de entrenamiento. Le quedaban a mitad de la pantorrilla y colgaban alrededor de su cintura estrecha. El chico no tenía caderas en absoluto. - Estás cerca de las doce horas. Por lo general, si no cambias, entonces hay una razón, y estarás probablemente seguro. Si eres mordido mientras eres virgen, algo de la transferencia del virus del hombre lobo no se hace. Es toda una teoría, pero los vírgenes tienen una mayor incidencia de no cambiar. - Lo miraba por el rabillo del ojo, esperando que la inclinación hacia atrás pudiera decirme que había dejado de escuchar. La gente no deseaba oír hablar sobre el Mundo Real, y si alguna vez intentas explicárselo, sólo dejan de escuchar tempranamente.


Él no se movió. Sólo me miraba fijamente. Tomó una respiración profunda y siguió adelante. - Tiene que ver con la magia, supongo. Cosas como eso. Mira, cuando un hombre lobo muerde y no terminas de matarlo, hay una... una imprenta, supongo que se le podría llamar. Si eres virgen, la imprenta no se hace adecuadamente. Es como si fueras una puerta cerrada, y una vez que tengas relaciones sexuales esta puerta se abre y algunas cosas pueden afianzarse. Casi te infectas. - Miré hacia mis rodillas, sólo hablando y escuchándome hablar ahora. O tal vez tenía miedo de lo que él iba a decir una vez que me callara. - Felicitaciones. Estás seguro de la mordida de un hombre lobo para el resto de tu vida. Como... como una inoculación. - Fue una muy buena explicación y acerca de la suma total de mi conocimiento de hombres lobos. La casa silenciosa se comía las palabras. No podía pensar en nada más que decirle. - Bien. Es reconfortante. - Él tragó tan fuerte que lo escuché. - Mira, Dru, yo… - Estoy contenta de que no cambiaras, - le dije todo precipitadamente. - Porque no sé lo que habría hecho. - Dispararme. - El borde crudo de ira asolapada estaba bajo las palabras. Cerré mis ojos contra ellas, me apoyé contra la pared. - Supongo. ¿Está bien? Sí. No, no lo sé. Le disparé alguien más. La desesperanza se convirtió en una roca dentro de mi pecho. - ¿Dru? - Como si no estuviera escuchando. - Mierda. Él persistió. - Era real, no lo era. - No era una pregunta, pero aún estaba intentando convencerse a sí mismo. - He visto un enorme perro en llamas y corriendo detrás de ti. Vi la cosa morderme y la mordedura cerrándose, soy glotón o algo. Era real. - Bingo. Tienes un premio. - El arma era tan pesada. Si la dejaba deslizarse a través de mis dedos y caía por las escaleras, ¿qué haría? Probablemente saliera y matara a alguien. Sólo mi suerte. Él ha formulado la pregunta que hace todo el mundo cuando está en problemas. - ¿Qué otra cosa es real?


No quieres saberlo. - No me creerías si te lo dijera. - Algunas cosas sólo tienes que verlas por ti mismo. Pero no las vas a ver, ¿lo haces? Tú estás mejor sin saberlo y déjame salir de esto yo misma. Sería mejor para ti si lo haces, supongo. Un ardor amargo subió por mi garganta. Lo empujé hacia abajo antes de que pudiera hacer que mis ojos picaran. - Podrías contármelo y ya veremos. Quiero decir, estaba bien con todo lo demás, ¿no? El viento sonó en las esquinas de la casa. No era tan solo un sonido como usualmente era, debido a que alguien estaba sentado junto a mí. - Tienes algo. Lo siento. - Allí estaban una vez más, esas dos inútiles y pálidas palabras. - Bien, eres una chavala interesante, Srta. Anderson. - Cuando no respondí, se movió, golpeando su hombro contra el mío. - ¿Qué sentiste cuando me ataste? ¿Qué? mi mandíbula amenazó con caer. - Um, no. ¿Me deseas? - Bien, habría sido agradable. - Su hombro golpeó el mío una vez más. - ¿Puedo preguntarte algo? No respondí. Iba a preguntarme de todos modos. La gente no dice esto si no quieren algo indiscreto de ti. Pero él me había sorprendido. - ¿Que le sucedió a tu papá? Me refiero, ¿qué sucedió realmente? - Él se c-convirtió en un z-zombi. - Pensé que iba a ahogarme en las palabras, pero salieron. Roncas y rotas, pero salieron. – Le hicieron algo. - Allí estaba. Alguien malo había derrotado a papá y, luego, lo convirtió en uno de los reanimados. Ahora lo dije en voz alta. Cualquier oportunidad de despertarse y encontrar todo esto sólo es Realmente Malo, un Sueño Realmente Vívido ahora iba derecho a la ruina, como mi abuela siempre decía. - Un zombi. Bien. Uff. Todo bien. - Graves dejó salir un enorme suspiro, como si hubiera acabado de llevar un recipiente pesado hasta una colina empinada. - Así que ¿qué vas hacer?


¿Cómo diablos voy a saberlo? - Hacer algo de almuerzo, supongo. - Usé la pared para ponerme de pies. El calentador se apagó. - ¿Deseas algo de comer? - Quería preguntarte algo más. - Su mentón se inclinó un poco, y encontró mis ojos. El pendiente del cráneo y tibias cruzadas descendió, tocando su pelo. Él se había quitado la cadena, y su músculo se movió en su pecho desnudo bajo la colcha ¿Tienes a alguien más al que puedas llamar? Como tu mamá o algo, desde que tu papá... - Graves tuvo que tragar antes de decir la palabra. - ¿Muerto? ¿Está muerto, verdad? Eso es lo que significa zombi. Me encogí. - Significa muerto y reanimado. Mi mamá y mi abuela están muertas, también. Por lo tanto no tengo a nadie. Todo el mundo se ha ido. Todos ellos siguen desapareciendo. Las palabras estaban llenas de viejas amarguras. - Me voy a hacer el almuerzo. Debes estar hambriento. - ¿Vives aquí sola? ¿En esta casa? - Era persistente. Subió los escalones, se envolvió en la colcha de color rojo y blanco como una momia y se arrastró detrás de mí. - Por un tiempo. Hasta que no pueda más. - Lo llevé a la cocina y encendí la luz, dejando la pistola en el mostrador al alcance de la mano. - Prácticamente todo lo que tengo ganas de hacer es queso a la plancha. ¿Deseas algo? Sus ojos vagaron por la superficie de los mostradores como si estuviera buscando algo que preguntar. - ¿Por qué estaba esa cosa de perro detrás de ti? Esa era otra cuestión que me molestaba. Me encogí de hombros. - No lo sé. ¿Deseas algo del maldito almuerzo o no? - Por supuesto que quiero. Si prometes no mantener una pistola en mi cabeza. Pero en el momento en que me volví hacia él me sonría y tenía ambas manos arriba en señal, hombre, soy del tipo inofensivo. - Estaba bromeando, Dru. ¿Está claro? ¿Más claro? Lo miré como si estuviera loco antes de sacar el queso y la mantequilla de la nevera. Lo había atado y casi le disparé, y él ¿estaba diciéndome "aligérate"? La sonrisa se amplió, sus ojos verdes estaban muy brillantes ahora, ningún matiz de color avellana. Sacudió su pelo sobre su cara y frunció sus labios, haciendo ruidos de besos. Ese calor extraño subió hasta mis mejillas nuevamente. Llegó a mí


y me reí, con la mantequilla en una mano y el queso en la otra. Teníamos pan en el congelador, probablemente se habría congelado en el mesón. Era una buena forma para mantenerlo fresco en el Sur, especialmente si comes un montón de pan tostado. O queso a la plancha. - Está bien. - Él se apoyaba contra el mostrador, envolviéndose a sí mismo en forma más segura en la colcha. - Estamos en el mismo barco, sabes. No tengo a nadie tampoco. No a cualquier persona que pueda llamar ni nada. He estado por mi cuenta desde que tenía doce años. Genial. ¿Qué se supone que voy a decir a eso? Bajé la sartén. No mencionó nada sobre la madera contrachapada y mantas puestas debajo sobre la puerta de atrás. No mencioné el cierre y curación de la herida en su hombro. Estábamos silenciosos, y el viento gimió contra las esquinas de la casa. Pero abrí un par de latas de sopa de tomate y lo vertí en una olla, y no me sentía tan sola. Tener a alguien en la casa, alguien que no te iba a dejar por ahora, ayuda. Incluso le serví un vaso de leche. Llámame hogareña.


Capitulo 15 - Mierda. - Graves se asomó a la caja de munición. - Jesús. ¿Tu padre era un obseso de la supervivencia? Estaba ayudando a limpiar la sala de estar. No preguntó por los agujeros de bala en la pared, o sobre el ligero horrible olor de podredumbre del zombi. Tampoco preguntó por la ropa que me había visto recoger del suelo y poner a remojo en la lavadora. La ropa de papá estaba rota y apestaba, todas sus armas y su billetera desaparecidas, junto con el medallón de mamá en su cadena flexible de plata. No quería pensar en eso. La nieve se volvió espesa y firme en el exterior, cada copo un borrón apagado del mundo. La radio dijo que algunas personas estaban sin electricidad, pero no nosotros. Todavía no. Me alegré de eso, incluso con las mantas con cinta adhesiva en la puerta, la cocina estaba fría, el calentador trabajando horas extras hasta que gorroneé más mantas y otras dos piezas de madera para crear un deflector. Funcionó bastante bien, en realidad. Sobre todo desde que apuntalé la puerta del porche. Abrí la caja fuerte, segura de que iba a encontrar lo que buscaba. Después de un poco excavando a través de certificados de nacimiento de los dos, mi tarjeta de vacunación, un grueso archivo de los registros de cada escuela a la que había asistido… Encontré el andrajoso libro de direcciones de color rojo, la cinta colgante sobre su cubierta de vinilo. El libro de matar de papá estaría en la furgoneta, pero los contactos se mantenían siempre separados. Está bien, papá. Vamos a ver quién me puede sacar de esto, ya que has terminado en una mancha en la alfombra de la sala. Una mancha que debía aspirar, por cierto. En una mochila nueva para poder conservarla. Un disparo caliente de náuseas se abrió paso a través de mí. No había forma de pensar en mi padre muerto, ¿verdad? Pero era o bien encontrar algo sarcástico que decir o empezar a llorar, y si empezaba a lloriquear ahora, nunca podría parar. Papá odiaba el lloriqueo. - Bingo, - murmuré.


- Quiero decir, ¿para qué utilizas todo esto? - Continuó Graves. Le había dado un par de pantalones de papá, pero había rechazado mi oferta de una camiseta de Peter Frampton1. Así que su estrecha espalda estaba pálida y con piel de gallina a pesar de la calefacción. Podría haber encontrado alguna otra cosa para que se pusiera, pero hizo semejante numerito sobre la de Frampton que decidí que podía andar sin camisa si iba a ser tan exigente. Quiero decir, no es como si fuera David Cassidy2 o algo así. Seguí tratando de no mirar su piel desnuda, sin embargo. Me hacía sentir extraña. - Cazar. - Cerré la parte superior de la caja de seguridad, asegurándome de que estaba cerrada y bloqueada. - ¡Sal de ahí, eso es munición real! Él seguía hurgando. - Esto no es realmente una granada, ¿verdad? - Por supuesto que lo es. No vas a limpiar un nido de espíritus de cucarachas con una granada falsa. ¡Sal de ahí, no estás entrenado! - ¿Tu padre te enseñaba a usar estas cosas? - La mayor parte de ellas. Me dijo que dejara en paz el AK-47, sin embargo. Hojeé el libro de direcciones, descifrando los garabatos de papá. La mayoría de los números eran del Sur, con un puñado en California y alrededor de Maine. Nada anormal en Dakota. Incluso reconocí algunos de ellos… el cazador en Carmel que hacía surf casi todos los días a menos que estuviera demasiado herido por la limpieza de los inmundos agujeros con un equipo de inflexibles mercenarios; las mujeres que vivían en el pantano a millas de distancia de cualquier lugar y mantenían los espíritus caimán pacificados y ahuyentados; August en Nueva York, quien juraba en algo cercano al polaco cuando bebía con papá y podía crear una delgada llama amarilla brillante desde la punta de su dedo índice si estaba de buen humor. Graves casi se ahogó. - ¿Tienes un AK-47? es un músico británico, conocido por su trabajo solista a mediados de los años 1970 y como uno de los miembros originales de la banda Humble Pie. 1

ídolo de millones de adolescentes en los años 70 gracias a la serie de televisión "The Partridge Show" 2


Y un lanzallamas, pero eso estaba en la furgoneta. - Sólo en caso de emergencia. Encontré un trozo de papel metido tres cuartas partes en la parte de atrás con un número con nuestro nuevo código de área. Nada más. Sin nombre, sin cruz de tinta que significaba que era un número seguro para llamar, ni ninguna información identificativa. Genial. ¿Quién iba a tomar un avión hasta aquí sólo para hacerme sentir mejor? Tendría que explicar lo sucedido con mi padre, también. O todo lo que sabía de lo que le ocurrió, que no era mucho, pero aún así. La forma en que mi estómago se revolvió al pensar amenazó con expulsar cada pedacito de queso a la plancha que había comido. Fue culpa mía, no le había hablado de la lechuza. – Jesús, - dije en voz baja, mirando el número. Estaba en la parte posterior de un recibo de una tienda de ocultismo en Miami, una donde papá había encontrado un fragmento bueno de obsidiana vidriosa para derribar al chupacabras. Lo había enviado a Tijuana por Juan-Raoul de la Hoya-Smith. Los chupacabras eran muy malos en todo Tijuana. Juan-Raoul dijo que era por el calor y los tamales. Papá se había reunido en secreto con el propietario, la cara asustada del dueño de esa tienda durante las buenas dos horas después de que cerró, mientras yo vagaba mirando las cosas y estaba cada vez más y más hambrienta. Cuando volvió a aparecer, su cara estaba blanca y de piedra, y había estado bebiendo en nuestra habitación de hotel toda la noche. Yo había pedido servicio de habitaciones y visto unos viejos dibujos animados hasta que me dormí. Ahora me preguntaba si mi padre había conseguido este número de teléfono allí. Me pregunté si era seguro… la cruz marcada significa "seguro"; el círculo tachado significaba "inseguro excepto en una emergencia", pero la ausencia de señal podía significar cualquier cosa. Era la escritura de papá, no hay duda. Nadie más tenía acceso al libro, y allí estaba su forma de hacer un 9 desde la parte inferior con una sola línea. Me pregunté de quién era ese número. Iba a tener que ir a un teléfono público y averiguarlo. Era el único número de esta zona, pero no tenía una marca junto a él. No era como si papá se olvidara de algo así como marcar un contacto seguro. No era propio de él en absoluto. Pero no había sido él mismo desde aquella tienda con las serpientes golpeando el cristal con sonidos duros y acolchados, haciendo aquel ruido horrible de matraca. Miré a la ventana de la sala. La ventisca hizo un bajo sonido burlesco, mofándose de mí. - ¿Dru? ¿Estás bien? - Graves estaba ahí, de repente. No lo había visto moverse mientras miraba por la ventana, absorta en mis pensamientos.


Soñar despierta, lo habría llamado mi abuela. También me decía, no sueñes despierta cuando haya trabajo por hacer, Dru. Ve a ordeñar las cabras y recoge los huevos, y cuando vuelvas te voy a enseñar cómo usar un péndulo. ¿No será divertido? Sólo con su fuerte acento de los Apalaches sonaba lento como la melaza dentro de mi cabeza. Podría salir a por el péndulo ahora, pero no sería nada bueno cuando deseaba y esperaba demasiado. A veces las cosas como péndulos o cartas del tarot te dirán lo que quieres oír, no la verdad. Abuela siempre decía que debes ver por ti misma en vez de usar "muletas", pero las muletas eran buenas cuando no había tiempo de ponerse en trance o esperar un sueño o presagio. - Estoy bien. - Me sacudí esa idea y copié el número anónimo en una hoja de papel reciclado, entonces la metí en el bolsillo. El recibo era una Evidencia, y nosotros Minimizamos Evidencias, por lo que devolví el libro. Los contactos volvieron a la caja fuerte, y miré alrededor de la sala de estar. No había nada que hacer por el momento, mientras estábamos bloqueados por la nieve, así que busqué algo que decir para librarme de esa conversación. - No se puede ir a ninguna parte con este tipo de clima, ya sabes. - Pensé en quedarme contigo de todos modos. Viendo lo interesante que eres. - Él movió las cejas, pero el efecto se perdió bajo su espesa cabellera. Se frotó el hombro con suavidad, las huellas rosadas de la mordedura del lobo ya iban perdiendo el color. Las cicatrices serían de color blanco y con forma de estrella antes de tiempo, pequeñas arrugas donde los dientes habían perforado la piel. - Además, no puedo volver al centro comercial por el momento. Ni a ningún otro sitio. La rápida curación fue espeluznante, y las heridas simplemente parecían equivocadas, del mismo modo que todas las que son hechas en el Mundo Real. Lo siento. No lo dije. En su lugar, me empujé sobre mis calcetines y me estremecí, mirando por la ventana del frente. Los copos de nieve eran espectaculares, gruesos y con aspecto de algodón. - ¿Con qué frecuencia nieva de esta forma? - Cerca de cuatro o cinco veces cada invierno. La escuela estará abierta de nuevo mañana, los quitanieves estarán trabajando toda la noche. Deberías pensar en ir. Sí. Voy a hacerlo bien en eso. Me froté las sienes, donde los granos se habían ido. Todavía dolía un poco, sin embargo, en lo profundo debajo de la piel. Odio estos


granos en su subterránea madriguera. Crees que han desaparecido, pero no, simplemente se atrincheraron junto a los huesos y el dolor. Y la espalda me daba punzadas mientras me estiraba con cuidado. - No tengo grandes sueños de permanecer en la escuela. ¿Qué eres tú, un consejero? - Tienes que pensar en el resto de tu vida. - Sonó serio, al igual que un ABC Después de la Escuela Especial, empujando su pelo negro lejos de su frente. - En serio. La escuela secundaria no es para siempre. Si lo fuera, me suicidaría. Ya éramos dos. - La escuela secundaria no importa. Cuando cumpla los dieciocho podré fumar y votar, por no hablar de conseguir un trabajo decente. - No, si sigues faltando. La manera de conseguir un trabajo decente es jugar el juego lo suficientemente bien en la escuela secundaria para poder ingresar en la universidad con un buen GPA3. De esa manera no se termina en la pobreza y pringando a los cuarenta en el estacionamiento del Círculo K4, como mi estúpido padrastro. - Graves se estiró. Sus ojos se habían vuelto de un somnoliento color verde musgo. - ¿Puedo comerme otro bocadillo? - Ya sabes dónde está la cocina. - Necesito encontrar la furgoneta. Luego necesito saber quién le hizo eso a papá. Y a quien pertenece este número. Mi mano izquierda enroscada en un puño, empujé dentro de mi bolsillo para tocar el papel. Era la única pista que tenía por el momento. Pensaba que Graves se quedaría molestándome, pero al parecer era muy inteligente. Me dejó sola en la sala en silencio, con su ligero olor horrible que duró hasta después de que conseguí el antiguo aspirador y succioné cada rastro de cenizas en una mochila limpia. Era la única manera que tenía para mantener un cierto pedazo de papá. Se merecía un funeral. Se merecía ser enterrado con mamá. Ese fue el pensamiento equivocado, e hizo que todo se volviera peor. Algo dentro de mi pecho se estaba rompiendo y era un trabajo duro tratar de mantenerlo cerrado. Eso es lo divertido de las viejas heridas, que sólo tienen que esperar un nuevo dolor de corazón para reaparecer y, a continuación se presentan, tan agudas y horribles como el primer día que despertaste con el mundo cambiado a tu alrededor.

3

Grade Point Average, o promedio de notas

4Círculo

K es una cadena internacional de almacenes de conveniencia


CerrĂŠ la mochila y la guardĂŠ en la caja fuerte, luego tuve que apoyarme sobre la parte superior de la caja durante un rato, agitando y manteniendo los sollozos ahogados en la garganta, mientras que Graves tintineaba en la cocina, escuchando noticias del clima en la radio y de vez en cuando estallando en fragmentos de canciones. Estaba contenta de que ĂŠl estuviera de buen humor.


Capitulo 16 La parte mala de la tormenta no duró una semana, pero si tres días, y Graves resultó ser un cocinero medianamente decente. Me quede atrás en la cocina, mi abuela se preocupó de que aprendiera, pero el chico gótico era mejor. Me hizo tortillas y un café aceptable, a pesar de que lo hizo demasiado débil como la mayoría de los civiles. Dormía en el catre de papá, lo había arrastrado a mi habitación y prolijamente lo hizo cada mañana. Tengo la idea que se comportaba lo mejor que podía. Fue algo agradable a mitad de la vigilia en medio de la noche y escuchar a alguien respirando. Como estar en una habitación de hotel con papá. Medio sonreí y dormí bastante bien. Al tercer día estaba harta de la casa y en un estado de tensión nerviosa que me tenía trabajando con el saco de boxeo en el garaje, temblando cuando el sudor se evaporaba de mi piel y estallé golpeando como un boxeador, arrastrando los pies, y haciendo mis katas. Me dolía, pero estaba acostumbrada a esto, trabajar a través del dolor cuando mis músculos me recordaban que los había maltratado. El tai chi ayudaba un poco. La respiración y los movimientos tranquilos, la luna llena creciendo sobre el agua, solo desplazándose, tocando la guitarra, aclarando el interior de mi cabeza. Era el único momento que no estaba masticando pequeños trozos mentales. El problema era, que tan pronto como me detenía, escuchaba la puerta rota del garaje doblándose y flexionándose cuando el viento tiraba de ella, todos los problemas comenzaban a apiñarse dentro de mi cráneo nuevamente. Por lo menos mientras trabajaba podía a veces escuchar la voz de papá en mi cabeza. Mejor esto que nada. Pero no toqué el banquillo de pesas en la esquina. Papá siempre estaba recogiendo barras baratas en ventas de garaje, ya que no tenía sentido llevarlas alrededor de todo el continente con nosotros. El banco era un remanente de dos ciudades atrás y una de las primeras cosas que sería abandonada si estuviera embalando para irme. Excepto que seguía pensando que papá acabaría en el garaje, gruñendo un saludo y esperándome para dañarme en uno o dos juegos.


Estaba preocupa por la furgoneta afuera con este clima, preocupada por encontrar la maldita furgoneta y así poder salir de la ciudad, y sobre todo especialmente preocupada por quien había convertido a papá en un zombi. La nieve se había fundido afuera, y el informe meteorológico dijo que estaría despejado y frío en los próximos días. La escuela comenzó a funcionar, y así Graves tuvo un mal caso de fiebre de confinamiento. Él estaba cansando de vestir ropa de papá, ya que eran bastante holgadas para él. Lavé sus jeans e incluso consintió en felicitar mi camiseta de manga larga de Disco Duck. Mirábamos el cable hasta que podíamos tararear junto todos los spots de publicidad nuevamente. Podíamos estar de acuerdo en las viejas películas de ciencia ficción, pero él no quería ver las películas de terror. No lo culpaba. Por lo tanto nos mantuvimos en su mayoría con los dibujos animados. El cuarto día entregada en el tranquilo frío antes del amanecer, y me desperté en mi cama con Graves inclinado sobre mí con sólo sus bóxer, me sacudió con una mano fría y húmeda. - Hay alguien en la puerta, - susurró, y salí de la cama tan rápido que casi se desploma. - ¿Quién es? - Agarré un suéter y luché con él, oyendo los golpes, golpes sordos por la acústica de la nieve, que no había conseguido hacer mella en mi sueño sin sueños. ¿O había soñado? No podía estar segura. Estaba a mitad de camino de la escalera justo cuando el golpeteo de detuvo. Graves balbuceaba a lo largo detrás de mí hasta que me di la vuelta y le di una mirada, poniendo un dedo en mis labios. Él se congeló en el acto de abrir su boca, rascándose en la curva inferior de sus costillas derechas. Tres ruidos más sordos, cada uno de ellos muy distintos. Me congelé, mi piel se puso fría y con quemazón, cada pelo en mi cuerpo se levantó y haciendo todo lo posible por escapar de mi piel. Conocía este sentimiento. Abuela lo había llamado el pelo de punta cantando. Papá lo llamaba el hormigueo. Yo lo llamaba algo desagradable al otro lado de la puerta.


Y yo sin un arma ni nada. Sabía a lodo viejo y óxido, una espiga de hierro contra la parte de atrás de mi paladar en el lugar especial que las personas comunes no tienen. Papá decía que siempre sabía cuándo me estaba volviendo la quemazón por el aspecto en mi cara y debía haber sido cierto, porque Graves estaba de un tinte blanco como la leche, sus fosas nasales abiertas y su pelo desordenado, temblaba como un perro atrapado entre la cobardía y simplemente orinarse de miedo. Cogí algo cambiante sobre la superficie de la puerta, una onda de líneas azules, sólo captada fuera de la visión periférica. Ignoré el rayo de dolor agobiante que a través de mi cabeza me atrapó, y dejé salir un suspiro duro, silbando. Di un rápido vistazo a la entrada de la sala de estar. Deteniéndome, las persianas estaban arriba, no las había cerrado antes de acostarme. No estaba cubierta. Había armas en mi habitación. Habría agarrado una en el camino, pero si un policía estaba en la puerta, u otra figura adulta de autoridad, me hubiera metido en problemas. Esto estaba poniéndose ridículo. Un último golpe a la puerta, un toque juguetón. Cerdita, cerdita, déjame entrar. Dejé salir un suspiro suave y poco profundo, solo un sorbo de aire. Le hice señas a Graves, señalando arriba, e hice una pistola con mi índice y el dedo pulgar. Elevé mis cejas de manera significativa. Él asintió, las cicatrices rosas en su hombro destacándose vívidamente contra la piel pálida. Su calzoncillo se había subido por la grieta de sus nalgas estrechas, por lo que tuve una vista completa cuando se giró y trató de ir tan tranquilamente como era posible hasta las escaleras. Me instalé agachada, mirando la puerta, toda mi piel viva y alerta a todos los sonidos que posiblemente podría recoger. Quienquiera que fuese, estaba en el porche delantero, esperando. Lo sabía tan ciertamente como sabía mi propio nombre. Es como ser capaz de ver el calor brillante salir del pavimento en un día de verano, la perturbación creada por algo raro de pie en el mundo normal. Las líneas azules temblaron al borde de ser visibles, el espacio de la casa rechazando algo hostil.


En cada lugar en que vivimos, usualmente me cuelo fuera de mi habitación la primera noche y trazó las ventanas y puertas exteriores con la varita que me dejó mi abuela, sintiendo que voy a sangrar a través de la madera de serbal y a sí mismo del papel tapiz de las paredes. Ella llamaba esto "guarda'" o "cerrar la casa". Papá lo llamaba "ese vieja estupidez Apalache," pero nunca fue muy fuerte, y nunca me detuvo. Demasiada cantidad de cosas qué me enseñó mi abuela eran útiles. Él hizo una protesta simbólica, fue todo. Nunca señalé que la protesta era ridícula, teniendo en cuenta su línea de trabajo. Era sólo una de esas cosas. A veces casi he visto esas finas líneas azules que corren como rayos sobre la física textura de las paredes y ventanas. Esta vez, parecían como que estaban siendo más fuertes, el rayo crepitante junto a la concentración, algo repelente. Santa mierda. Crujió la escalera. La casa respondió, cantando su canción casi de mañana bajo una manta de nieve. Ayer el patio frontal había sido una alfombra de blanco, sólo apenas roto por las pequeñas protuberancias donde se encontraba la valla, enterrada bajo una masa de nieve. La puerta delantera no crujió. Sólo estaba allí, irradiando el secreto de algo detrás de ella, corriendo con una luz azul, pude casi, casi ver. Mis palmas se habían puesto resbaladizas con sudor y mi boca sabía al peculiar algodón seco y, como por la mañana a óxido toda esa bazofia juntos. Esto no era herrumbre, Dru. Era sangre. La voz del instinto me anunció con toda tranquilidad. Era raro y olía a sangre. Está en tu porche delantero, tal vez mirando las plantas muertas en macetas de plásticos que nunca me preocupé en quitar. Si miras por la ventana en la sala de estar, ¿qué desearía apostar que lo verás sonriente detrás de ti? Un ligero ajetreo, ruidos de arañazos tocando la puerta. Empecé a sentirme mareada, pensando en los dedos huesudos de papá llamando contra el cristal. Cerdita, cerdita, déjame entrar.


Hay un montón de cosas en el Mundo Real que no pueden cruzar un umbral sin una invitación. Los zombis no son uno de ellos, pero quizás esta cosa lo era y tal vez el antiguo ritual de cierre de la casa que mi abuela me había enseñado estaba haciéndolo bien. ¿Quizás? No, definitivamente. "No por el pelo en mi barbilla," articulé, cuando Graves intentó moverse tranquilamente por las escaleras detrás de mí. Un escalón gimió bruscamente bajo su peso y él soltó un suspiro y se congeló. El sentido de la presencia se filtró lejos, como el agua aceitosa deslizándose por un desagüe. Escuché un débil sonido que podría haber sido una sonrisa o un grito, dependiendo de cuán lejos estaba. Me senté en la dura escalera porque mis piernas no me sostenían. Ellas estaban temblando muy mal y débil como fideos húmedos. Graves me entregó el arma por encima de mi hombro. La tomé, no tenía corazón para decirle que la cosa en la puerta se había ido. Mis piernas temblaron como si hubiese tenido una sacudida de cafeína pura mezclada con terror. Pues bien, sin duda tenía miedo. Derramándose a través de mí, oscuro como el vino y sabiendo a ceniza y metal. - Huele mal, - susurró graves. - ¿Qué es? No sé lo suficiente como para adivinar nada. Excepto por una cosa: que es malo. Realmente, realmente malo. Tragué unas cuatro o cinco veces, mi garganta seca como chips de silicio. - ¿Puedes olerlo? - Sí. Esto huele asqueroso. Algo oxidado. - Su nariz estaba ligeramente extendida cuando inhaló, tomando un trago de aire que estalló en su caja torácica. Destacándose el músculo en su cuello y los hombros. Se sacudió, también. - Esto no es oxidación. Es sangre. - Ambos dejamos salir la respiración al mismo tiempo, al final de mi oración, como si él hubiera estado esperándome para exhalar. - ¿Eres psíquico?


- ¿Yo? No. Ni siquiera puedo conseguir una cita. - Me dio un vistazo, y sus ojos ardieron en un verde fosforescente. Contra su palidez mortal, drenando la coloración étnica de su piel lejos del blanco crudo, el brillo de sus ojos era un insulto. - Se ha ido, no es así. - Así es. - Deseé que mis piernas dejaran de temblar. - No sé lo que era. - Pero puedo adivinarlo, ¿verdad? Eso más o menos significaba una cosa, algo tan malo que incluso papá se giraría y correría lejos de ella. Sólo esperaba estar equivocada. El alba surgió clara y fría, la nieve tiró atrás la delgada luz del sol bajo un cielo azul doloroso cepillado con las altas nubes de cola de caballo blancas. Me puse el suéter del ejército de papá y su económico abrigo, tiré un par de jeans, me puse mis botas y bajé la escalera. Miré de reojo la caja de munición, que era mejor que mirar fijamente la tinción polvorienta de grasa en la alfombra. ¿Quería salir alrededor armada a plena luz del día? Viendo esto era más y más como una buena idea. Pero aun así, el pensamiento de quedar atrapada con un arma de fuego, no tenía una buena identificación ni una buena explicación de por qué la estaba llevando lo cual para la policía era desalentador. Para decirlo al menos. - Todavía creo que debo ir contigo, - dijo Graves. Se apoyaba contra la puerta de la sala, sus manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros. Sacudí mi cabeza, mi trenza golpeó mi hombro. Había empapado mi pelo con acondicionador y trenzado de nuevo esperando que estuviera fuera del camino. - Papá me mataría si arrastro a un civil en esto. - Hice una mueca interiormente tan pronto como lo dije, soldado. - Lo mejor para ti es olvidar que viste esto y volver a la escuela secundaria. - Desde que algo malo llamó a mi puerta y no puedo correr a la ciudad a menos que tenga la furgoneta. Estás demasiado involucrado. - Sí, bueno. - Él encogió sus delgados hombros subiendo y bajándolos. – Quería que cambiaras de opinión. ¿Qué estás haciendo, de todas formas? Eché otro vistazo a la caja de munición y recogí mi mochila. El resplandor de la nieve fuera hacía que las paredes parecieran desnudas incluso más blancas, los


agujeros de bala junto a Graves destacaban en relieve. - Voy a hacer una llamada telefónica. - ¿A quién vas a llamar? ¿A los Cazafantasmas? Supongo que tenía que hacer ese chiste antes o después. Revisé mentalmente todo en mi mochila, corrí sobre cuánto dinero tenía de nuevo. - No lo sé todavía. - ¿No sabes a quién llamarás? - Su ceja llegó a su punto máximo a cada lado, su frente se arrugó cuando reflexionó sobre esto. - Jesús. - Mira, he estado haciendo esto la mayor parte de mi vida. Puedo hacerlo sin vigilancia. - Pensé aproximadamente por unos momentos más, entonces me acerqué a la caja de las armas pequeñas y busqué durante unos segundos, sacando una navaja. Presioné el botón y fui recompensada con una ¡muesca! cuando saltó el terrible estilete. Estudié el gran plano y plateado revestimiento. La plata no era parte del borde donde podía ser afilada. Si cargas una daga plana larga, podría alterar el equilibrio, ya que detiene un montón de cosas frías. Y podría explicar un estilete de estilo militar mucho más fácil que un arma de fuego. Estaba bastante segura, incluso podría hablar si fuera detenida si todo lo que tenía en mí era un cuchillo. Presioné el botón y usé la parte superior de la caja de armas para cerrar el cuchillo, y lo puse en el bolsillo de mi chaqueta. Graves se encogió de hombros y se alejó de la pared. - Me voy contigo. - Mira… - pero él ya había desaparecido. Le escuché subir las escaleras de dos en dos y adivinando que iba a buscar su abrigo. ¿Qué puedo decir? Ya había sido mordido. Una vez que el Mundo Real entierra sus dientes en ti, es difícil volver a “de nueve a cinco y Comida Feliz”. Y... bueno, le escuché moverse arriba y casi podía fingir que era papá. Mi conciencia me pellizcó fuerte, justo en medio de mi pecho. Dru, no puedes meterle en esto. Ya ha sido golpeado y mordido. Él podría empeorar si se veía mezclado aún más.


Pero era una cría también y por mi cuenta. Quería algo de ayuda y estaba mirando la mejor ayuda que iba a conseguir. No era justo. Pero lo había metido un poco, no era lo suficientemente ingenuo para pensar que el perro ardiente y el hombre lobo sólo habían estado en el barrio y querían un Orange Julius después de las horas de cierre. No con algo golpeando a mi puerta antes del amanecer, también. Algo de las líneas azules de mi abuela protegiendo, parecía mucho más fuerte ahora que antes, había incorporado algo nuevo. No sería digno de mí arrastrarlo aún más lejos. Sólo acabaría siendo lastimado, él no tenía ninguna experiencia en absoluto. Tragué con fuerza. Deslicé la correa de mi mochila sobre mi cabeza, me puse un gorro y saqué mis guantes. Miré el maldito frío ahí fuera. Cuando apreté el paso a la puerta de entrada el aire fue como una bofetada seca a los pulmones; jadeé y comencé inmediatamente a temblar encorvando mis hombros y envolví una bufanda de lana rayada del ejército alrededor de mi cuello. Jesús. Este no es tiempo para las personas. Es tiempo de Popsicle5. Estaba bastante segura que Graves evitaría salir, por lo que presioné el paso cuidadosamente bajo el porche. Estuve miserablemente sorprendida al ver que la nieve en el patio delantero era todavía prístina. No importa lo que había golpeado la puerta, delantera no había dejado ninguna huella. Genial. Ya estaba cubierta con nieve hasta mis rodillas en el tiempo que tardé en llegar a la calle. El quitanieves había pasado otra vez esa misma mañana, por lo que el camino era traicionero pero no imposible. Dru Anderson, la sin miedo Cazadora Adolescente de Sobrenaturales, resbalando y patinando en la costra de hielo. Pero Jesús, si tenía que permanecer en casa empezaría a masticar las paredes. Y quien iba a decir que algo no volvería, una vez que el sol volviera a bajar, y ¿llevar a alguien con ella no detendría al sobrenatural? Era mi mejor oportunidad intentar hacer ahora contacto con alguien. 5

paleta de helado


- ¡Dru!- Gritó Graves. No encorvé mis hombros, sólo seguí avanzando. Mis botas hacían buena tracción, pero no podía ir más rápido que una especie de patinaje de rastreo. - ¡Dru! ¡Espera! Seguí caminando. Una vez alcancé el cruce de la calle podría enganchar hacia abajo y llegar hasta la parada del autobús, y era de esperar que los buses estuvieran trabajando todavía a tiempo. Tal vez él estaría cansado de gritar, una vez que dejé claro que no lo estaba escuchando. Un crujido sonó detrás de mí, un golpe rápido de luz que sonaba mal. Entonces, todo Graves, se estrelló detrás de mí, agarrando mi hombro y casi nos caímos sobre un montículo helado de la carretera. Me agarré a su muñeca, cerrándola y encontré algo sólido para equilibrarme, casi hilando en un semicírculo antes de que tirara su brazo lejos mucho más difícil de lo que él debería ser capaz. Lo miré fijamente; me miró fijamente. Su boca estaba medio abierta, breves respiraciones exhalaban vapor frío. Sus mejillas ya estaban heladas y enrojecidas, y su cabello era incluso más desconcertante que lo habitual, casi recto permanente hacia arriba y escupiendo chispas. El efecto era sorprendente. Parecía un gato que se frotó en la dirección equivocada con un globo. - Jesús, - jadeé. - ¿Qué diablos? - Me voy contigo, - anunció. Como si fuera estúpida. - Por el amor de Cristo, Dru. - Vas a lograr matarte. Y tal vez me mates a mí también. ¡Vamos! Y Jesús, ¿Cómo corres de esa manera? - Una suposición desagradable a mitad de camino se elevó en el fondo de mi cabeza, pero la desterré. Tenía bastantes problemas. Tiré mi brazo libre. Apretó su mandíbula obstinadamente, y la brisa cortante como cuchillo giró. Mi pelo se sentían congelando mi cabeza y las capas que estaba vistiendo no ayudaban tanto como había pensado que lo harían dentro de la casa. - Tú me metiste en esto. - Su mano cayó a un lado, y cuadró sus hombros. - Tengo poco por algo que no debería ser real. Nada de esto debería ser jodidamente real. Y


tú estás diciéndome que sea un buen niño pequeño y corra rápido a casa. De ninguna manera. Te dije que la primera era gratis, Dru, pero esta no es la primera. Esto es que estás pagando, y me vas a llevar contigo. Me lo debes. - No te debo nada. - Sabía que no era cierto incluso cuando lo dije. Si no hubiera estado ocultándome en el maldito centro comercial, ¿habría el perro-cosa en llamas entrado a la casa? Felicitaciones entonces, consiguiendo sacar la cosa fuera de mi espalda. Él había salvado mi vida, e incluso si no lo sabía porque él era un bebé en el bosque, lo hice. Los Anderson pagan sus deudas, papá siempre lo decía. Rápido y, antes de que se acumulen. Pero ¿qué pasaba con la cosa que llamó a la puerta delantera? Alguien sabía donde vivía ahora. Alguien, o alguna cosa. Mi estómago se volvió difícil y amargo. Graves me miró fijamente como tratando de hacer un agujero en mi frente. Pequeños cristales de hielo tocaron su pelo y sus mejillas que no eran sólo rojas ahora, sino llameantes. Los dos estábamos tiritando. Incluso él no tenía una bufanda. Para un nativo de este lugar, parecía deplorablemente desprevenido. Ni siquiera sabía qué hacer; sólo estaba haciendo esto a medio culo mientras pasaba el tiempo. - Mi papá está muerto. - El tono que usé, fue plano, normal, como si estuviera hablando de la cena, me sorprendió. La nieve amortiguó las palabras; salieron agotadas tan pronto como dejaron mis labios. - Lo siento, lamento haberte metido en esto. Me haces un favor y vuelves a casa así no va más lejos. - ¡Hey! No sé si lo has notado, pero no tengo una valla y una chimenea para volver. Estoy por mi cuenta al igual que tú y durante más tiempo, también. - Él encorvó sus hombros, mirando el miserable frío. - Pude haberte dejado sentada allí en el centro comercial. Me impliqué debido a que quería, y ahora estoy en esto. Por lo tanto ¿podemos movernos antes de que me congele hasta la muerte, o es mucho pedir? Tomé un paso atrás, encontrando mi equilibrio y di la vuelta. Marchando calle abajo. Algunos de los vecinos habían limpiado sus aceras, pero la mayoría de ellos


no se habían molestado. Los canalones estaban amontonados con el quitanieves, helados. Graves crujía avanzando detrás de mí. Traté de ignorarlo. Muy buena, Dru. ¿Qué demonios necesitas de él para seguir? Sólo va a arrastrarte. O tú lo harás. Pero me alcanzó cuando llegamos al final de la manzana, y avancé o intenté mantenerme por delante de él. No dijo otra palabra durante mucho tiempo, y mientras estaba bien, deseaba que hablara conmigo. Esto puede que haya detenido los pensamientos de miedo, miedo de pensar.


Capitulo 17 La cafetería era una en la que nunca había estado antes, y estaba atascada con personas en pesados abrigos de invierno, las ventanas húmedas por el aliento colectivo. Veía la calle un poco, Graves estaba sentado al otro lado, jugando con una taza de papel, sus piernas estiradas y sus rodillas chocando con las mías de vez cuando hasta que cambie de posición. - Bien, - dije, por último, cuando había visto el tráfico moverse en la calle por el tiempo suficiente. Tomé un trago de chocolate caliente, lo encontré frío. - Repasemos esto de nuevo. Voy a subir a la cabina telefónica. Coloco el cambio y marco. Veo quien responde y lo dejo correr. Tan pronto como cuelgue, te levantas y te reúnes conmigo en la esquina. Si camino hasta el lado del edificio, tú corre lejos, toma el autobús 34 y nos reunimos en mi casa en unas pocas horas. Si camino hasta el lado de la calle, es seguro y puedes actuar como que me conoces. ¿Lo tienes? Obtuve un giro de ojos y un encogimiento de hombros en respuesta. - ¡Lo tengo, lo tengo! Muy de James Bond. Realmente has estado haciendo esto durante un rato. No me miró, miraba hacia el mostrador. Hizo un gesto con su cara como si hubiera probado algo amargo. - Este lugar realmente apesta. Me encogí de hombros. Era sólo una cafetería regular, con mierda sobrevaluada en los estantes y mesas decrépitas, los chicos detrás del mostrador estaban luchando para mantenerse al día con la leche descremada, chai de soja, espuma seca, sin azúcar, por favor, ¿tienes un sustituto del azúcar? Personas pidiendo hasta el mostrador, con aires de grandeza y arrastrándose a la puerta, generalmente el lejano parloteo de los teléfonos móviles sobre algo inútil o sin sentido. Ninguno de ellos sabía sobre el Mundo Real. Ninguno de ellos estaba tan asustado que sentía sus huesos como agua. - No tienen ni idea. - Recogí mí no-muy-caliente- chocolate y arrastré mi silla lejos de la mesa. Mi espalda todavía dolía, sentía punzadas corriendo por ambos lados de mi columna vertebral como un río.


Una dama del tamaño de una camioneta pickup en una enorme parka azul, tan grande que parecía prácticamente cuadrada en la parte posterior, maltratando a su hijo hasta el mostrador. El pobre niño tenía cerca de cinco años, abrigado contra el frío, una gran mancha de mocos corría por su labio superior, él trataba de limpiarse con una manga sucia. Se quedó mirando fijamente la pared por debajo del mostrador mientras su mamá balbuceaba a la chica rubia de aspecto cansado detrás del mostrador. La curva de la pared parecía fascinarlo, ya que sobresalían para tener las máquinas de café a su izquierda, y recorrió su mano enguantada a lo largo de ella hasta que su madre le dio un tirón como si deseara tener un collar para ahorcarle. Dejó escapar un sonido indignado y ella le sacudió como un perro sacude a un cachorro, pero sin la gentileza del perro mamá. Mi estómago se convirtió en un ladrillo frío. - Ni una sola maldita pista, - repetí y lancé mi taza aún llena en la basura mientras iba camino a la puerta. El frío estaba lleno de gases de combustión y un sabor amargo a metal que probablemente significaba más nieve. Caminé hacia abajo de la acera, había un montón de aserrín, parecía sal de roca azul esparcido delante de cada negocio del centro de la ciudad, iba hacia una cabina telefónica. Estaba bastante segura que este funcionaba; me había dado tono de marcado antes cuando caminamos hacia la cafetería. Busqué en mi bolsillo las monedas y el número, copiado en un pedazo de papel. Repasé el plan de nuevo, intentando buscar puntos o ángulos débiles, no había olvidado nada, y de repente me pregunté si papá nunca se había sentido así. Esta responsabilidad. La garganta la tenía seca, el estómago revuelto, inquieta como una rata de ojos de diamante masticando dentro de mi cabeza con brillantes y afilados dientes. Cuando era pequeña, solía pensar que él podía hacer cualquier cosa. Él aparecía en la casa de mi abuela cada pocos meses, a veces con contusiones o caminando un poco lento y mi abuela horneaba un pastel, haciendo una cena con todo lo que le gustaba. Llegaba a tanto que yo podía decir cuando él llegaba porque mi abuela se levantaba tan temprano y comenzaba a cocinar por la mañana. Ella siempre lo sabía antes de que él entrara por la entrada del lavadero a pesar de que la casa no tenía ningún teléfono. Me acordé de él recogiéndome y girando alrededor hasta marearme gritando de la risa en el patio delantero, un campo de margaritas y césped que mi abuela cortaba con un machete de vez en cuando. O él llevándome al bosque un poco más tarde y me enseñaba a disparar, por primera vez con una pistola de BB y, después, con un calibre 22 y por último con una pistola y una escopeta. Ese fue en mi duodécimo verano, uno antes de que muriera mi abuela.


Sacudí lejos el recuerdo y caminé a la cabina. La boquilla se deslizó contra mis guantes, y me consolé a mí misma que no muchos gérmenes serían capaz de vivir con este maldito frío. Puse las monedas y marqué, luego, devolví el papel a mi bolsillo. No dejes ningún rastro, Dru. Piensa en lo que estás haciendo. Esperé, con el corazón golpeteando, un desagradable sabor ácido llenó mi garganta hasta mis dientes. Empecé a llamar. El teléfono funcionaba, por lo menos. Dos toques. Tres. Cuatro. Alguien contestó. Sin embargo, no dijo nada. En cambio, hubo un peculiar sonido no-tan muerto de una línea con alguien respirando al otro extremo. Escuché, contando los segundos. Aquí era débil, un ruido indescifrable en el fondo, como tráfico. Uno mil. Dos mil. Tres mil. Había un sonido agudo, aire escapando entre la lengua y los dientes, no del todo silbando. Seis mil. Siete mil. Ocho mil. - No cuelgues, niñita. - Macho. Sonaba bastante joven, demasiado, pero algo en el espacio entre las palabras estaba apagado. Al igual que un acento. Mi cuerpo entero ardía enrojecido, luego congelado. Había probado las naranjas de cera y sal, pero ligeramente. Nueve mil. Diez mil. - Silencioso como un ratón. - Hubo una risita corta, amarga, como si el chico en el otro extremo tuviera un bocado de algo asqueroso. - Bien. Cuando estés lista para más respuestas, vienes a encontrarme. Esquina de Burke y 72. Sólo tienes que caminar derecho. Catorce mil. Quince mil. Puse el receptor de vuelta hacia abajo en su enganche y caminé de vuelta, respirando fuertemente, todos mis músculos amenazaban con convertirse en fideos. Jesús. Jesucristo. Miré alrededor. Se intensificó el peligroso sabor a naranjas, recubrimiento mi lengua. Mierda.


¿Y ahora qué? Mis piernas se hicieron cargo de alejarme del teléfono, abrazando el lado del edificio mientras caminaba. Había incluso parches secos, donde las salientes de edificio mantuvieron la nieve lejos. No esperé a ver si Graves corría hacia el bus. Esperaba que él fuera inteligente. Burke y 72. Tenía que encontrar un mapa. En el centro del tránsito tendrían uno, y era un buen lugar para perder una cola. No estaba segura de que alguien me estaba siguiendo, pero el grueso y espeso sabor cítrico llenando mi boca me advertía. A veces los malos del Mundo Real pueden bloquearse incluso a través de la línea telefónica, papá decía, hey, son psíquicos, también. Era esto por lo que nos preocupábamos en ser cautelosos con los números de teléfono, y mi mejor apuesta estaba a suficiente distancia para confundir a quien fuera. No había ninguna cruz, por lo que no es un número seguro. Pero él, quien sea, no podía saber con certeza quién era yo. No era de esperar que él supiera si papá había dado el número a otro cazador, si hubiera habido un respaldo, o simplemente que yo existía. No lo sabes, Dru. Esto podría haber sido un error. Aun así, ahora sabía algo. Sabía que era una trampa. Allí donde estaba la trampa, había una manera de encontrarla y averiguaría quién estaba detrás. Si era cuidadosa y tenía suerte. Puedes ser cuidadosa, pero eres tan sólo una niña. Papá debería estar haciendo esto. Él era inteligente y fuerte, y si alguien lo convirtió en un cadáver ambulante, tú no tienes ni una oportunidad. Pero yo era todo lo que quedaba. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Irte de la ciudad. Salir del infierno. Sí, claro. En la nieve. Sin coche. Sonaba como una manera de quedar atrapada por algo o alguien. Y no de una manera agradable, tampoco. Puse mi cabeza gacha y alargué mis zancadas, todavía sobresaliendo al lado del edificio. El cielo estaba congelado, de un doloroso azul, nubes parpadeando en la lente de los cielos. Algunas de ellas eran gris oscuro, un grueso borde infinito ondeante al final en su estela.


No miré hacia atrás para ver si Graves estaba haciendo lo que le había dicho. Estaba por su propia cuenta para las próximas horas, hasta que estuviera segura que era seguro para mí volver a casa. Hasta estar segura de no llevar nada a casa conmigo. El centro de tránsito estaba a dos calles. Estuve mirando un mapa del centro de la ciudad y finalmente encontré Burke y 72 en el borde, donde las calles empezaban a converger lejos en los suburbios. Sólo un bus salía en esa dirección. Comprobando el cielo, rastreé la ruta con mis yemas, buscando escapes. Allí no había ninguno. Esto sería mucho más fácil si tuviera la furgoneta. Vamos, Dru. Traza un plan. Utiliza ese cerebro. Estuve mirando el mapa de tránsito, a ver si me mostraba algo diferente. Necesitaba asegurarme de que mi camino a casa fuera seguro. Una punzada de dolor perforó a través del centro de mi cerebro. Aspirando en un soplo, pestañeé, pero pasó tan pronto como llegó, dejando sólo la estela de un sonido, como una copa de vino rota perfectamente. Todo lo demás fue ahogado en un silencio como en aguas profundas. Busqué. El mundo se quedó congelado con todo detalle. Los autobuses estaban momentáneamente medio inactivos, nubes de aliento salían de la boca de todos, cada soplo de los tubos de escape o de aliento eran sólidos como fundiciones de cera. Un chico en un largo y oscuro abrigo tiró lejos una colilla de cigarrillo, el humo pasaba finamente por sus dedos como una correa. Las personas que iban caminando, equilibrándose de un pie al otro, como una película de la vida que sólo había pausado y alguien se había olvidado de decírmelo. Un aleteo de nieve, pálido se trasladó encima de uno de los autobuses. Observaba. Allí, en la parte superior una larga forma de hocico, la lechuza blanca de mi abuela sacudió sus alas, me cubrió con una mirada amarilla. Su cabeza giró al lado, como si dijera, ¿qué hay, jefe? Era difícil moverse. El aire claro se había endurecido como jarabe a mi alrededor. Lo mejor que podía hacer era zambullirme sin prisa, luchando contra la calle. Tres pasos, cuatro, hacia el autobús, se encontraba con su puerta abierta, el conductor


adentro inmóvil, con un auricular de llamadas en su boca y sus ojos cerrados, en medio de un parpadeo. El mundo presionaba a mi alrededor como una banda de goma. El sonido volvió, motores, tos y gente hablando, el bajo gemido del viento. Me quedé un momento, mirando al conductor mientras terminaba de parlotear por la radio y me miró. - ¿Subes al bus, niña? - Tenía las mejillas de manzana como las de Santa Claus y una barba blanca y un pañuelo de la bandera norteamericana anudada alrededor de su cuello. Sus nudillos estaban hinchados y enrojecidos, y daba la impresión de que era alegre y no amenazante como no quieres a alguien detrás del volante de varias toneladas. Subí a bordo, con el corazón golpeteando, mostré mi pase de autobús y tomé un asiento, lo suficientemente cerca del conductor para que los delincuentes o locos en la parte trasera no me molestaran, pero lo suficientemente lejos atrás del conductor así no vería mucho de cualquier cosa que hiciese a menos que tuviera algún tipo de vómitos, convulsiones o algo así. La forma en que me sentía, una convulsión podría haber sido una opción. Tuve que luchar para respirar profundamente. Estaba sudando bajo mi abrigo, la bufanda y el sombrero. Pero mis dientes querían seguir castañeando, y la piel de gallina hormigueaba caliente y firme en mis brazos y piernas. Doblé mis brazos, tratando de no verme como si me estuviese abrazando para sentirme cómoda, y cuando el autobús arrancó y comenzó a dar sacudidas, me pregunté si el búho estaba todavía allí. O si alguien podía verlo. Así se hace con el woo-woo, paranormal, Dru. Pero había una curiosa comodidad, mi abuela me había enseñado a seguir la intuición. Si la lechuza estaba aquí, no tenía que preocuparme mucho por extraviarme. Sólo tenía que ir con ella, y no tenía que convencer a papá que era serio y real, en lugar de ser simplemente temores de niños o una imaginación hiperactiva. Seguramente como se suponía que se vería por las cosas él no podía vigilar, y siempre dijo que mis instintos eran buenos... Pero aun así, supongo que los adultos tienen problemas con esta cosa, incluso cuando conocen los monstruos que están ahí fuera. Nunca había tenido que dejar al mundo a mi alrededor antes. Y el búho nunca se había mostrado durante plena luz del día. Era algo durante la noche, algo de un sueño.


Temblé otra vez. Vigila tú culo, Dru. Simplemente porque está recibiendo un mensaje no significa que sea uno bueno. Era justo lo que papá habría dicho. Mi abuela podría haber asentido, subiendo sus cejas grises de esa forma particular, lo que significaba que había dicho solo algo tan obvio que no merece repetirse o remarcarlo. Tragué una repentina ola nostálgica de soledad. El sabor a naranjas se desvaneció cuando el bus se movió con dificultad a través de un giro, el arrastre de los neumáticos y el deshielo en la parte superior de la carretera cubierta por arena y deslizándose fuera del tránsito del centro. Miraba constantemente por la ventana, mis ojos picando con lágrimas calientes, y esperando lo siguiente. Dos horas más tarde el cielo se había convertido en una mancha gris pálido, las pequeñas piedras de nieve golpeando hacia abajo y el sabor de mi boca catando como si hubiera estado caminando en una arboleda cítrica nuevamente. Escuché el mismo zumbido, como un gong después de que su tono se hubiera desvanecido, pero antes de que parase de vibrar, tiré del cable de parada. Mi mano sólo se disparó fuera y lo atrapó, realmente sin una dirección por mi parte. Dejarse llevar por la intuición es así. Nunca se sabe qué locura de mierda va a ocurrir a continuación. - Mantente caliente ahí fuera, - dijo el conductor cuando pasé. Él había dicho lo mismo amorosamente a todas las personas cada vez que bajaba. Yo sólo tiré mi gorra más abajo, casi hasta mis cejas y esperando no resbalar y caer sobre mi culo cuando bajara. Exhalé bruscamente, mirando alrededor. El refugio del bus aquí era una concha de plástico, llena de cicatrices con Graffiti y los almacenes todos colapsados bajo el cielo oscuro de hierro. La luz se había profundizado pero estaba fracasando rápido, el sol luchaba por brillar a través del torbellino de nieve. Era tarde, y oscurecía rápidamente en invierno en este extremo norte. Verdaderamente oscuro y rápidamente real. Me lancé alrededor. Considerando como escupir el sabor a naranjas de cera fuera de mi lengua. La nieve silbó, llevando pequeñas partículas contra el refugio del autobús, y el búho de la abuela planeó tranquilamente con sus suaves alas, un blanco más limpio que el cielo sucio.


Ya saben, podría ser diagnosticada como loca si contara a un psiquiatra esto. ¿Qué diablos un búho está haciendo aquí? Pero seguí cuidadosamente, mis suelas crujían contra la nieve que comenzó a chirriar cuando pisaba sobre ella. La acera no había sido limpiada aquí, tenía que luchar a través de la nieve que llegaba hasta mis rodillas, trepando sobre un montón de mierda sucia lanzada por el quitanieves y cruzar la calle. Luego hubo otra montaña que me llegaba hasta la cintura, escapé ennegrecida, cargada de nieve y arena y llegué a la boca de un callejón oscuro para transitar. El búho planeó silenciosamente hasta un cable de electricidad, sacó una lengua que se deslizaba a través de un hueco entre los dientes rotos. Los almacenes a ambos lados estaban abandonados, el sol brillaba sobre la empaquetadora de carne en un desteñido signo de yeso con trozos de material congelado por el viento. El callejón había sido protegido de lo peor de la nieve. Ésta estaba apilada con paletas de madera y varias chatarras. Bueno para una emboscada, especialmente con las sombras creciendo cada segundo. El búho flotando por encima mío en un círculo estrecho y, luego, volando hacia abajo en una curva. Genial. Un giro ciego en un callejón. Papá me haría señas hacia el extremo abierto de éste para vigilar. Él iría de cabo a rabo, pero sólo estaba paseando por el centro como si me fuera sobre rieles. Pequeños puntos de nieve fueron a la deriva uno en uno, el callejón sólo obtenía una vacilante vista. El viento se levantó con un gemido, diminutos copos de nieve susurrando dondequiera que tocaran una superficie plana. Deslicé mi mano derecha en mi bolsillo, tocando el frío mango de la daga. Mis yemas se congelaron, no picaban más. El callejón tenía una forma de L, y la curva estaba repleta de basura a ambos lados. Me detuve, me asomé a la vuelta de la esquina, vi más luz del día. Mira bien. Miré hacia arriba, ninguna lechuza. Las naranjas desaparecieron, dejando sólo el frío y la repentina sensación miserable de que estaba siendo observada. Me deslicé a través de la brecha que había entre la cerca de paletas y me dirigí hacia la otra mitad del callejón. Había menos basura aquí, pero parecía más antigua y podrida, un periódico viajó a la deriva y se posó encima de algo que parecía tener forma humana.


Me estremecí nerviosamente. Miré nuevamente, y era sólo un viejo sillón dañado. Desbordante latas de basura, agua congelada a sus lados, heladas flores floreciendo a través de la superficie galvanizada. Me estremecí ante la idea de lo que podría haber en ellas y apresuré el paso, porque el final del callejón de repente parecía más brillante. Salí, parpadeando, en la maleza, los espacios libres estaban sembrados de basura. En el otro extremo, había una cerca de alambre inclinada inestablemente hacia atrás y adelante. Parecía familiar. Y allí en el otro lado... Di vuelta en un círculo completo. Sí, había dos edificios en arco juntos, con los cristales rotos de las ventanas en la fría noche. Los había visto desde un ángulo diferente. Terminé la vuelta, miré la valla de alambre. Solté un escéptico suspiro, mi respiración sonó más fuerte que la nieve. Nuestra furgoneta parecía un bulto al otro lado de la valla. Estaba enterrada bajo una capa profunda de nieve, pero conocería la forma de la furgoneta en cualquier lugar. Y bajo la nieve era azul descolorido, el azul de un cielo de verano, el mejor color del mundo. - Santa mierda, - susurré. Los edificios se agacharon detrás de mí, gimiendo como si pretendieran levantarse y cojeando para un baño caliente. Di otros dos pasos adelante, a través de un cúmulo de nieve que llegaba hasta mi rodilla. El viento me golpeó, aumentando y gimiendo inquietantemente, cargado con perdigones de nieve. Mis pantalones vaqueros estaban empapados, pegándose debajo de mis rodillas, y no podía sentir mis pies. Me sacudí hacia adelante una vez más, tropecé sobre algo enterrado bajo la nieve y caí de cabeza. Mis palmas golpearon el suelo, y esperé que no hubiera nada fuerte bajo su manto blanco y suave. Muy bien, Dru. Fracasaba hasta con mis pies, me sacudí como un perro al sacarse el polvoriento material de encima. Consideré maldecir, pero otra punzada de dolor vino a través de mi cabeza, éste golpeó hacia abajo por mi cuello y se difundió a través de mi herida, un dolor atrás. Dejé salir un sonido medio distorsionado y encorvada, cruzando mis brazos sobre mi vientre, quemando el frío contra mis mejillas. Detuve mi cabeza con esfuerzo. Por mis ojos corrió agua caliente, y se tambalearon mis pies, conscientes de cómo la luz se drenaba del cielo.


Llega a la furgoneta. Era la voz de papá una vez más, urgente, pero tranquila. Anda AHORA a la furgoneta. Corre, Dru. Corre. Me levanté y me tambaleé. Mis pies estaban tan fríos que no pensé que pudiera correr, pero me di una oportunidad aún estando débil, un gruñido sonó detrás de mí y algo se rompió como una bandera en una brisa fuerte. La nieve se alzó y el viento chilló. Salté como un pez con un gancho a través de su boca. - ¡Abajo! - Gritó alguien y la costumbre no se olvida. No dudas cuando alguien grita algo como eso. Golpeé la nieve una vez más, con todo el cuerpo y escuché algo rugir. Demonios, sonaba como una escopeta. Tropecé, di la vuelta sobre mi espalda y el mundo se volvió jarabe nuevamente, copos de nieve colgaban suspendidos, el cielo brillaba con una última larga mancha roja y la luz del sol moribundo y el hombre lobo colgando en el aire sobre mí atrapado a medio gruñido, una larga cadena de saliva salió volando de regreso mojando el lóbulo puntiagudo de su peluda oreja. Sus ojos eran como carbones, y la raya blanca hasta el lado de su cabeza era familiar, tuve tiempo para ver casi cada pelo grabado en su piel, así como las ruinas de un par de tiras de pantalones de lona apretando sus estrechas caderas. Sus piernas dobladas nuevamente por el camino equivocado, totalmente extendidas para el salto. Su cara larga y magra estaba retorcida en una maraña de puro odio. Se quedó ahí colgado lo que pareció una eternidad mientras luchaba contra el peso muerto, un grito estaba alojado en mi garganta, y el mundo se rompió una vez más, con un sonido como cuando se rompe el hielo sobre agua fría y profunda. Algo golpeó la cosa desde un lado, y cayó, girando en el aire, imposiblemente aterrizó graciosamente, levantando una capa de nieve cuando resbaló. - ¡Levántate! - Gritó esa voz nuevamente. No era la de papá, pero conocía el sonido de una voz de mando bajo el fuego. Hice mover rápido mis pies, averigüé que había perdido mi gorra y salí corriendo hacia la furgoneta de nuevo. Hice un impresionante salto de carrera cuando mi espalda arrancó con dolor una vez más, la cerca de malla se inclinó bajo mi peso. Los dedos de mis manos y pies locamente escarbando, me empujé hacia arriba y lo hice del mismo modo que ese sonido enorme en auge se repitió. Definitivamente una escopeta, pero no esperé para averiguarlo. La adrenalina y el terror me impulsaron sobre la valla, caí unos buenos cinco pies y me di una buena sacudida cuando aterricé, casi muerdo un


trozo de mi lengua. Estaba a diez pies de la furgoneta, los diez pies más largos de mi vida. Patiné sobre algo helado bajo la nieve y fui hacia el lado del conductor, agarrando el espejo y dando un vistazo sobre mi hombro. Alguien se agachó en la nieve, la escopeta pegada a su hombro y apuntando sobre la cabeza rayada del hombre lobo. Vi un destello de pelo negro, cayendo liso y mojado, antes de que el arma disparara otra vez. El lobo aulló y cayó lejos, un arco alto de sangre salpicó libre. Mi cerebro comenzó a toda marcha. Pistola. Obtén una pistola. Llaves. Busqué en mi bolsillo izquierdo del abrigo, sacando las llaves, derramando algunas monedas y una envoltura de chicle, y encontré la llave de la furgoneta. Mis dedos hormiguearon locamente. La cerradura podía estar congelada, oh Dios, ayúdame. La llave entró fácil. La giré, y fui recompensada con la pequeña barra de plata de la cerradura que dentro hizo clic. Saqué la llave, la dejé caer en el asiento del conductor y busqué debajo del asiento la caja de acero plana y pesada. La caja de campo. Contenía una pistola, municiones y un par de otras cosas que tal vez necesitara a toda prisa si la situación se fuera al sur. Se suponía que nunca debía tocarla, pero esta era una situación de emergencia, joder. Otro gruñido. El sonido casi se hizo palabras. La boca del hombre lobo probablemente no se construyó para la voz humana, pero ésta sonaba terriblemente, horriblemente casi humana. Como si un inteligente, perro asesino estuviera tratando de gritar. - Vamos, chico bonito. Vamos a ver que tienes. - Él sonaba como si estuviera teniendo todo el tiempo del mundo, lo tenía, no podía ver a través del parabrisas. Tenía la caja abierta, y deje salir un sollozo de alivio. La Glock modificada estaba allí, junto a tres cargadores, me guardé uno, cerré la caja, parecía llevar una eternidad, alrededor de la puerta del conductor, tenía la pistola apuntado hacia abajo. Ahora que no estaba medio ciega por el miedo, vi un agujero irregular en la valla, lo suficientemente grande como para atravesarlo. El campo estaba ahora pisoteado, la nieve lanzada sobre todo el lugar y la hierba muerta sobresaliendo en espigas. ¿Cómo había ocurrido esto? Ellos rodearon al chico, cada uno, porque él no se veía mayor que yo, moviéndose con fluida gracia, sus botas se adherían encima de la nieve y aterrizando como si


fuera tierra sólida. El lobo cojeando se deslizó, favoreciendo su lado izquierdo y le gruñó otra vez, el sonido raspó en mi cerebro como papel de lija. La raya al lado de su cabeza brilló tenuemente al igual que la nieve. - Estoy detrás de ti, - le advertí, deseando que mi voz no chirriara a mitad de camino. Mi garganta estaba seca. Los ojos como el carbón del lobo se movieron hacia mí, volvió al chico cuando tomó otro paso, obteniendo su atención nuevamente. - Deberías salir de aquí, - dijo el chico, y no podía creer lo que estaba oyendo. O viendo. No caminó. Ningún paso en absoluto. La nieve en polvos no cedió bajo de sus pies. - Estoy armada. - Me acerqué hacia adelante, levanté el arma cuando él se deslizó fuera de mi campo de tiro. El círculo que ellos formaban alrededor del otro era cada vez más pequeño con cada paso. - Además, tengo algunas preguntas que hacerte. - Levanté la pistola, apuntando tal como papá me enseñó y puse algo de presión en el gatillo. La nieve se arremolinó hacia abajo, formando escamas más grandes, las nubes arriba estaban perdiendo su luz rojiza cuando el sol se deslizó bajo el horizonte. El hombre lobo gruñó una vez más, con su arrugado hocico. La sangre salpicaba y la nieve humeaba donde caía. Mis palmas estaban sudando, los guantes de lana estaban empapados con la nieve fundida y mi propio miedo. Mantenlo firme, Dru. No apuntes esa cosa en algo que no intentas matar. Miró al muchacho y a mí, y una sombra de locura cruzó su mirada brillante antes de que retrocediera dos pasos, sacudió su cabeza delgada, gruñendo nuevamente, entonces giró y huyó. Él disparó, y yo también. El lobo aulló cuando las balas dieron en el blanco. Apunté a su espalda y sabía que le había golpeado tan pronto como le disparé; el disparo de escopeta probablemente no era tan eficaz. El lobo cortó inteligentemente a través de una ventana, dejando sólo un aullido escalofriante que se hizo eco por el viento. La nieve sopló, di media vuelta, apuntando el arma sobre el chico y respirando tan fuerte, que mis costillas se elevaron histéricamente. Bajó la escopeta y me dio una mirada de soslayo. Sus ojos eran azules, como los míos, pero de un azul claro muy frío, como el cielo de esa mañana antes de que se ensombreciera por las nubes. Azul de invierno. Lo vi antes de que el crepúsculo


rosa se desvaneciera y la misteriosa media oscuridad naranja reflejara en la nieve la luz de la ciudad, suavizando la nitidez de su perfil. - ¿Quién diablos eres tú? - Tosí una vez, dolorosamente, pero el arma no vaciló. Un delgado hilo de nieve derretida se deslizó por la parte trasera de mi cuello y unos rizos caprichosos se habían escapado de la trenza y estaban en mi cara. - Y ¿me puedes decir por qué me haces cruzar la mitad de la ciudad? - Y ¿por qué coño papá tiene tu número? Él se quedó en silencio durante quince segundos, su cabeza inclinada como si escuchara. - Sería mejor que avanzáramos, - dijo finalmente. El extraño espacio entre sus palabras no se fue. - Esta es una de sus viejas guaridas, pero todavía la usa. Sus otras mascotas volverán, antes o después. ¿Qué es este nosotros, hombre blanco? ¿Y cuáles otras mascotas? Nunca he oído hablar de que los hombres lobos tengan mascotas antes. - ¿Quién diablos eres? Solo estaba ligeramente aliviada al ver que tenía una sombra, pero sus botas descansaban ligeramente sobre la nieve, era un poco inquietante. Jesús. Eso me valió otro vistazo de soslayo. - Soy Reynard, Christopher Reynard, encantado de conocerte. ¿Puedes conducir, niña? Retrocedí cuidadosamente, probando mi pisada con cada paso. Mis botas crujieron sobre la corteza de nieve y siguieron hundiéndose hasta que golpearon la suciedad. - Por supuesto que puedo conducir. Tengo mi permiso y todo. - Y dos juegos de identificaciones falsas por si necesito parecer un poco más mayor de lo que soy. - Entonces será mejor ver si esa cosa funciona. Sigamos. - Él no se movió, estaba mirando a través del agujero en la pared por donde el lobo con la raya en la cabeza huyó. Su respiración no era agitada. Su boca estaba apretada en una fina línea, eso fue todo lo que pude ver. - El frío de aquí puede causar estragos en las baterías. Era justo el tipo de cosa que habría dicho papá. - ¿Quién diablos eres? - Repetí. - Ya te lo dije. - Aparentemente decidió que era seguro, se alejó del almacén, sosteniendo la escopeta. - Quizás la plata en las balas envenenen a Ash antes de que llegue a casa para dar la información, pero no cuentes con ello. Necesitas hacer que la furgoneta arranque, Dru. Di un pequeño salto nervioso. ¿Qué diablos? - ¿Cómo sabes mi nombre?


Me dio una leve inclinación de cabeza, como si hubiera confirmado una suposición, y juré para mí misma una vez más. Aún tienes mucho camino por recorrer, Dru, caíste en el truco más antiguo del libro. - Sé mucho sobre ti. - Parecía muy seguro sobre eso también. La nieve se arremolinó alrededor, caían copos del tamaño de centavos y giraban en un remolino de viento. - Sé que deberías estar en la escuela, sé que estás sola, y sé que estás asustada. Tú me disparas, y tendrás más preguntas y un cuerpo muerto en tus manos. Vete a casa. No estaba dispuesta a rendirme tan fácilmente. Tampoco él era un contacto seguro y papá había olvidado marcarlo, no era como si a papá lo dejara de lado, o él era alguien que podría tener que amenazar para obtener alguna información. Y si desaparecía ahora nunca podría encontrarlo de nuevo, con número de teléfono o no. - ¿Qué le hiciste a mi papá? - Sentía como si mis manos temblaran, pero la pistola estaba firme como siempre. - ¿Tu padre? - Me miró con sus ardientes ojos azules. Me di cuenta que no estaba vestido para el tiempo tan frío que hacía, sólo una camiseta negra de manga larga y pantalones vaqueros, la nieve, empezaba a aferrarse a su elegante y oscuro pelo y pestañas. Sus pesadas botas de ingeniero estaban llenas de nieve, permaneció equilibrado sin peso sobre la corteza, y tenía un rocío de ella por su lado izquierdo, como si hubiera rodado o caído en ella. - Le dije que dejara las cosas como estaban, eso es todo. Le dije que tenía suerte de haber llegado tan lejos. Y le dije lo que voy a decirte a ti. ¡Vete a casa y bloquea tus puertas y deja la noche para nosotros! Mi mandíbula amenazó con caerse. Sus ojos en realidad brillaron, agujeros que perforaron la oscuridad de un lugar estéril lleno de fuego de zorro. Y cuando sonrió, desnudó sus dientes, más blancos que la nieve fresca que ya empezaba a cubrir la evidencia de la lucha, vi los colmillos, estos deberían parecer falsos como una serie barata de Halloween. Pero no, porque estaban creciendo fuera de sus mandíbulas, los caninos superiores e inferiores estaban demasiados largos, los dientes frontales sutilmente modificados para mantener la carne o desgarrar por lo que el animal podría obtener sangre caliente. - ¡Oh mierda! - Susurré, y mi voz parecía muy pequeña. Mi cuerpo entero tembló. ¿Has estado alguna vez tan asustado que tu carne comienza literalmente a arrastrarse en tus huesos? Sí. Eso es. - Eres un... eres uno de ellos.


- Soy Kouros. Un djamphir. - Su mentón se levantó un poco cuando lo dijo, como si fuera un título o algo. Su pelo se movió con reflejos húmedos, como si estuviera aceitoso. - Y no eres nada más que alguien indefenso ahora. Desaparece. Indefenso mi culo. Había tragado hierro amargo. Él es un tonto, Dru. Largo de aquí. Oh Dios sal de aquí. - Me dices lo que le ocurrió a mi padre. - Fue duro, pero mantuve mis ojos en él. Quería mirar los edificios detrás de él. En algún lugar, allí, había un largo corredor de hormigón que había visto antes, y una puerta que aún podría tener algo detrás de ella. Sólo, algo que podía ser nada ¿Lo quería ver? Su sonrisa se ensanchó, los dientes se vieron como una mueca de advertencia que hacen los animales. - En algún otro momento. Pronto, me verás nuevamente. Ahora ve a casa, niñita. Y cierre las puertas. Hubo un sonido como de papel rompiéndose, y él simplemente guiñó un ojo, la nieve pulverizada cayó alrededor. Dejé escapar un grito y un disparo, observé como la nieve se levantó en el aire dejando una cola de polvo blanco. Pasó lo suficientemente cerca como para tocar mi mejilla, lanzando unos rizos sueltos y una espeluznante risa hizo eco antes de caer muerta contra la nieve. Un soplo de olor se deslizó por mi cara, como pasteles de manzanas calientes. Lo perdí de vista, se fue lejos de aquí, lo que era, sin duda, dentro o fuera de aquí, un largo canal, probablemente un camino de tierra bajo un manto de nieve. Tragué acidez, degustando la corteza amarga del cítrico contra mi lengua y supe que tenía que salir de allí también. No quería hacerlo. Quería encontrar ese corredor y ver si papá dejó alguna pista, simplemente no era el momento En cambio, me moví torpemente hacia la furgoneta, la forma en que la mancha había huido. El olor de manzanas y canela quedó ligeramente antes de que el viento lo hubiera llevado bruscamente lejos. Y a unos quince pies pasando el parachoques trasero, mis botas se hundieron golpeando a través de la grava, una buena señal, allí había algo más. Un rocío de gotas carmesí hundiéndose en el blanco. Lo había golpeado. Independientemente de cómo fuera. Había conseguido el infierno allí.


Capitulo 18 Iba a cinco o diez millas por hora a través de la nieve que soplaba, las cadenas raspaban contra el hielo y estaban repletas de lodo y arena, una capa fresca caía rápidamente como plumas en mis faros. El regreso a casa no fue divertido. Me temblaba todo el cuerpo a pesar de la calefacción, y cuando finalmente estuve en el camino de entrada eran pasadas las 9 p.m. Aparqué en un ángulo que sólo podía decirse que fue un borracho. Las luces alumbraban el frente, parecía oro macizo brillando con gusto a través de las delgadas ventanas. Sin embargo las persianas de la sala de estar estaban cerradas. Los dientes me castañeteaban por el frío, llegué al porche, y vi la sombra de algo que se movía en la sala. Esperaba que fuera Graves, pero mi mano derecha se movió al bolsillo y se enlazó alrededor de la navaja. Me quedé mirando fijamente la puerta de entrada por un segundo, probablemente era más correcto donde estaba hacia algo más de un día, pensé, y me estremecí más fuerte. El recuerdo parecía pertenecer a otra persona, hace mucho tiempo y muy lejos. La cerradura hizo clic y la puerta se abrió de un tirón. – Jesucristo, - dijo Graves. - ¿Dónde diablos has estado? ¿De quién es ese coche? ¿Estás bien? Solté la navaja, dedo por dedo. De repente estaba tan contenta de verlo que no fue divertido. Había venido a esperarme para que no tuviera que llegar a una casa vacía. Él tenía razón: a nadie le había torcido el brazo por acercarse a mí en el centro comercial o por cuidar de mí. Y realmente parecía preocupado. No lo culpaba. Probablemente parecía un infierno. El porche crujió cuando avancé y le miré, parpadeando de nuevo algo extraño y caliente. Se desbordó y una lágrima siguió su camino por mi mejilla.


- Oh, mierda. - Él estaba en calcetines, y salió al porche, me agarró del brazo, y me arrastró a la cálida bienvenida. Me apoyó en la pared interior de la puerta al cerrarla y echó la llave, y sólo cerré los ojos. - Tenemos que hablar, - logré tragar todo el nudo en la garganta. - No. ¿En serio? - Si las palabras hubieran estado cargadas con cualquier sarcasmo más me habría escalonado. Así que sólo quedaron en nada. - ¿Qué diablos pasó? - Esa es la furgoneta de mi papá. - Los temblores fueron viniendo en ondas ahora. - Lo encontré. Encontré al hombre al que le pertenece el número de teléfono. Él sasa -sabe algo. Él lo tomó con calma. - Huh. Tienes que quitarte esa ropa. Estás goteando en la alfombra. Por otra parte, Graves no lo sabía, y no podía explicárselo, lo del hombre lobo de cabeza rayada y del muchacho que estaba de pie sobre la nieve como si estuviera en una pista de baile. No es el tipo de cosas que puedes explicar a alguien que sólo tocó una vez el Mundo Real. No fui capaz de decirle que el muchacho era probablemente algo más inhumano que el lobo que había acabado triturando su hombro. Que el chico no era un niño, que era probablemente mayor que cualquier adulto que he conocido. Y que un día convirtió, probablemente a mi papá en un zombi, y era la siguiente a menos que pudiera llegar a un plan, y uno bueno. ¿Por qué convertiría a papá en un zombi? Quiero decir, los vampiros lo único que pueden convertir a la gente es en cadáveres ambulantes y hambrientos. Esto sucede todo el tiempo. Vudú, entierros en subterráneos contaminados, hechicería negra, trabajar en grandes cadenas de tiendas al por menor, había infinitas maneras por las que alguien podría terminar reanimado. Aún así, a los vampiros les gusta jugar con su presa. La zombificación es sólo uno de sus trucos. Se llaman a sí mismos con nombres de todo tipo de tribus, pero los cazadores les llamamos sólo un par de cosas, vampiros o Nosferatu, esos hijos de puta nomuertos. Y son una de las pocas cosas que todos, sin importar sus enemistades


personales o si no les gusta, se unirán para tratar de eliminar. Había incluso rumores de hombres lobos que a veces trabajan con grupos de cazadores humanos que adoptan un nido. Los hombres lobo y vampiros no se llevan bien, nadie sabe por qué. Pero ¿por qué un lobo en llamas y un vampiros iban detrás de papá o de mí? Era el mismo problema mental al que le había dado vueltas durante horas, no llevaban a ningún lado. Ahora que no estaba concentrada en cómo conducir, era peor. Pero ¿por qué papá tenía su número? ¿Qué estaba papá haciendo ahí? No me mencionó nada. Siempre me hacía ayudarle para saber lo que estábamos cazando. Si papá estaba cazando un vampiro y me quería fuera del camino, ¿por qué no me advirtió o me dejó en un lugar seguro? ¿Por qué no me llevó lejos y habló de ello? Me quedé mirando las cajas apiladas en el pasillo. Olía a salsa aquí, como a tomates y especias, Graves me pasó un brazo sobre mi hombro. - Mira, he hecho algunos espaguetis. También pase por el centro comercial y traje algunas de mis ropas y otras cosas. Así que, eh, ¿por qué no te pones ropa limpia y seca, y después me dices qué está pasando? Te ves con frío. Tenía frío, un frío que no tenía nada que ver con el clima, que atravesaba el centro de mis huesos. Hielo en la médula, un zumbido en mi cabeza. El movimiento circular en mi mente comenzó de nuevo, mi cerebro luchaba por la rutina misma que había sido desde que giré la llave y la furgoneta volvió a la vida. Repásalo de nuevo, Dru. Piensa en ello. Los vampiros podían hacer zombis. Sabía que muchos podían. En realidad, era una de las primeras preguntas que hacías cuando te cruzabas con un reanimado, ¿fue por vudú, un entierro en algún lugar extraño y malo, eran vampiros, o algo más el responsable de controlar al vacilante cadáver? Si fue simplemente alguien enterrado en tierra contaminada, se podría arreglar el problema con bastante facilidad. Si se tratara de vudú, podrías descubrir que tenían acceso a los cadáveres y un mal hábito de criarlos. Si se trata de un vampiro, cogía el cuerpo en descomposición de la tierra o hacía sus propios cadáveres, sin embargo, estabas muerta a menos que tuvieras suerte o apoyo. Yo estaba escasa de ambos.


- Dru. - Graves me sacudió un poco, me aparté de la pared. Miró mi cara, con las cejas arrugadas. - Vamos. Parece que has visto un fantasma. - Me abrazó y dio su peculiar risa. - Eso es bastante posible, ¿no? No tienes ni idea, chico. Encontré mi voz. - Bastante posible. Sí. - Hice un esfuerzo por alejarme de él. Me golpeé la espinilla con una caja y me estremecí un poco. - Voy a lavarme. Lo de los espaguetis suena bien. - Es ragú. - Se encogió de hombros. - Era todo lo que había por aquí. ¿Quieres que vuelva a calentar un poco? Sé que era todo lo que había, papá adoraba la salsa Ragú. Con toneladas de espagueti. Mi corazón dio un giro apretado. - Claro que sí. Gracias. - Mi estómago se quejó un poco. Su rostro parecía aliviado. Me dejó pasar e hizo un intento por sonreír. - No hay problema. Estaba preocupado por ti. - ¿Sabes qué? Realmente es como si ya estuviera muerta. No hay manera de que pueda luchar contra un vampiro. Solo está jugando conmigo. Esa es la cruda realidad. - Sí. Yo también. – Subí las escaleras, despojándome de mi ropa mojada, mi espalda punzaba de vez en cuando, recordándome que me la había dislocado y desgarrado de nuevo, y me saqué la camiseta. El lado de mi cabeza, donde me había cortado en la fuente, picaba suavemente, las costillas dolían, y tuve que moverme mucho en la cama con cautela hasta que encontré una posición que no me dolía. Me quedé quieta, tratando de hacer que la ausencia de dolor durara tanto tiempo como fuera posible, oí a Graves tarareando un poco, fuera de tono, en la planta baja. Me quedé despierta el tiempo suficiente para tirar de las mantas un poco más arriba y me sentí digna de un momento de pesar por no comer, él estaba tomándose la molestia. Entonces parpadeé. No suelo soñar con mi madre. Cuando lo hago, es siempre lo mismo. Ella se inclina sobre mi cuna, con la cara más grande que la luna y más bella que la luz del sol, o quizás es sólo de esa manera porque soy pequeña. Su pelo cae en rizos brillantes, con el olor de su champú especial, y su medallón de plata destellaba en su garganta.


Pero hay una sombra en sus bonitos ojos oscuros, que coincide con la oscuridad sobre la mitad izquierda de su rostro. Es como la sombra de la lluvia vista a través de una ventana, la luz rota en riachuelos. - Dru, – dice, con suavidad pero con urgencia. - Levántate. Me froto los ojos y bostezo. - ¿Mami? - Mi voz es apagada. A veces es la voz de una niña de dos años, a veces es de mayor. Pero siempre, pregunta tranquila, con sueño. - Vamos, Dru. - Lleva las manos hacia abajo y me recoge con esfuerzo como si no pudiera creer lo mucho que he crecido. Soy una chica grande, y no la necesito para llevarme, pero estoy tan cansada que no protesto. Me abrazo a su calidez y siento el latido del corazón como el de un colibrí - Te amo, bebé, - susurra en mi pelo. Huele a galletas frescas y perfume cálido, y es aquí donde el sueño empieza a deshilacharse. Debido a que oigo algo así como pasos, o golpes. Es tranquilo al principio, pero se vuelve más fuerte y más rápido con cada latido. - Te quiero mucho. - Mami...- Pongo mi cabeza en su hombro. Sé que soy pesada, pero ella me lleva, y cuando me deja para abrir una puerta, protesto un poco. Es la parte de abajo del armario. Apenas sé cómo está abajo, no estoy segura. Hay algo en el suelo que se levanta, y algunos de mis muñecos de peluche están en el agujero cuadrado, junto con mantas y una almohada de su cama y de papá. Ella me coge de nuevo y me coloca en el agujero, y empiezo a sentir la alarma de desmayarme. - ¿Mamá? - Vamos a jugar a un juego, Dru. Te escondes aquí y esperas a que papá vuelva a casa del trabajo. Esto no está bien. A veces me escondo en el armario para asustar a papá, pero nunca en medio de la noche. Y nunca en un agujero en el suelo, un agujero que ni siquiera sabía que estaba allí. - No quiero, - le digo, y trato de levantarme.


- Dru. - Me agarra del brazo, y duele un segundo antes de que su agarre se vuelva gentil. - Es importante bebé. Este es un juego especial. Escóndete en el armario, y cuando papá llegue a casa él te encontrará. Acuéstate ahora. Sé una buena chica. Protesto, me quejo un poco. - No quiero. Pero soy una buena chica. - Me acurruco abajo en el agujero, porque está oscuro y caliente y estoy cansada, y la sombra en el rostro de mamá se hace más profunda. Sólo sus ojos brillan, radiantes como el verano azul en lugar de su habitual suave marrón. Ella me cubre con una manta y me sonríe hasta que cierro los ojos. El sueño no tarda mucho, pero a medida que baja oigo algo y entiendo que está cerrando la cubierta sobre el agujero, y estoy en la oscuridad. Pero huele a ella, y estoy muy cansada. Oí, un ruido muy tenue y lejano, cuando cerró la puerta del armario, y un rasguño. Y justo antes de que el sueño termine, oigo una larga, baja y fría risa, como quien trata de hablar con un bocado de hojas de afeitar, y sé que mi madre está en algún lugar cercano, y está desesperada, y algo muy malo está por suceder.


Capitulo 19 La escuela comenzaba de nuevo al día siguiente, y al día siguiente Graves me convenció para ir. Creo que él no sabía qué más hacer, y me rendí solamente a partir de una simbólica pelea a gritos. ¿Qué demonios? ¿verdad? Ya estaba muerta. Todo lo que tenía que hacer era esperar a que el muchacho de ojos azules me encontrara de nuevo. Es decir, Jesús, sólo tenía dieciséis años, ¿no? La furgoneta de papá estaba de vuelta en el camino de entrada, pero si me iba de la ciudad acabaría por morir en alguna carretera, probablemente de noche, viendo algo en el espejo retrovisor, o me ejecutarían en la carretera y me tirarían a una zanja en alguna parte. Era sólo una cuestión de tiempo. Así que, ¿por qué no? ¿Por qué no hacer lo que él dijo? Por lo menos me sacó de casa, donde sólo estaba rondando las habitaciones, cada vez más y más nerviosa, mirando la mancha en la alfombra de la sala, gruñendo a Graves, cuando trataba de hacerme comer. Había conseguido conectar el calentador en el bloque del motor de la furgoneta por lo que no se congelaría, a pesar de que la puerta del garaje estaba rota e inútil. Estaba todo a punto, por lo que no podía hacer otra cosa que vagar por la casa como una loca, mirando objetos de uso cotidiano como si nunca los fuera a volver a ver. Pasé las noches acurrucada en la sala de estar con las persianas bajadas, mi espalda contra la pared, mirando hacia el páramo de nieve que era el patio delantero y sacudiéndome en vigilia cada vez que me quedaba dormida. Después de la primera noche pensé que sería mejor poner la pistola abajo, y cuando me molestaba Graves con ir a la escuela, probablemente porque pensaba que estaba un poco rara, le dije que podría dispararle. No tuve corazón para decirle que estaba compartiendo una casa con alguien profundamente marcado por un vampiro. Quiero decir, ¿por qué llovía en su desfile? Traté de hacerle volver al centro comercial, a alguna parte, cualquier lugar alejado de mí. No era seguro que estuviera, pero se negó obstinadamente, y ¿qué podía hacer? ¿Le daba una paliza? Podía, pero ¿por qué hacer el esfuerzo?


Estaba muy cansada. Estaba mortalmente cansada. Al menos durante las horas de luz solar sería fuerte en el colegio, estaba rodeada de otras personas, y estaba bastante segura de que podría dormir. Bletchley, sin embargo, tenía otras ideas. - ¿Está con nosotros, señorita Anderson? Me quedé mirando la pizarra en la parte delantera del aula. Era una pregunta válida. ¿Estaba con ellos? Pensé que no había estado jamás con ellos. No con la gente normal, por lo menos. Tal vez allí había uno o dos de ellos que tenían lo que mi abuela llamaba “el toque". Tal vez incluso había algunos de ellos que habían visto algo extraño o inexplicable, pero que probablemente lo había olvidado tan pronto como se... - ¿Señorita Anderson? - Bletchley estaba encantadora. Sus ojos nadaban detrás de sus gafas en forma de huevo, y llevaba recogida la parte inferior del jersey, azul con rosas de punto, en esta ocasión. Seguía viendo la cara de papá, a medio masticar, el temblor de sus dedos huesudos. Sangre en la nieve, y los pies con botas pesadas descansando ligeramente sobre la almidonada corteza. La cabeza rayada del hombre lobo gruñendo, elevando su labio superior. Y el silbido del perro ardiendo al aterrizar en la fuente, azufre y peste y... - No, - dije por fin. - No creo que este contigo, Bletch. Frente a mí, Graves se deslizó en su asiento como si se volviera más pequeño. Pensé que casi le oí susurrar, mierda. Estaba totalmente de acuerdo. Pero estaba demasiado cansada para hacer frente a la basura de Bletch. Mis ojos estaban llenos de arena y todo mi cuerpo herido. Una onda de brisa pasó por el las clases. Bletchley se puso rígida y abrió la boca, pero yo estaba despierta. Una buena siesta arruinada, no como a primera y segunda hora, donde puse mi cabeza sobre la mesa y puse a punto el mundo entero. - Es un hecho, - continué, - rotundamente, me preguntaba por qué estaba aquí sentada escuchando, cuando es obvio que no le gusta mucho cualquier persona menor de veintiuno. Es como si sólo pensara que la vida real empieza cuando pueden comprar legalmente una cerveza o algo así. Pero luego me di cuenta de otra cosa. Tiene miedo de nosotros.


- Señorita Anderson... – comenzó Bletch , pero las palabras simplemente se seguían derramando. A pesar de la fina vocecita en mi cabeza que me decía que no debería estar diciendo las cosas que estaba pensando. Incluso aunque fuera cierto. Los adultos probablemente escuchan mucho esa voz. ¿Sabía papá que nunca dejaba de decirme lo que estaba pensando? ¿Qué no me lo había dicho? Abrí la boca y no tuve ni idea de lo que vendría luego. - Probablemente pensó que la enseñanza sería fácil. Un conjunto de clases con mocosos impotentes que se intimidan por poco. Agarré mi mochila, me levanté, y casi golpeé encima del escritorio. Me golpeé la cadera buena, y se añadió al jardín de moretones y rasguños por todo el cuerpo. Muy pronto el vampiro me iba a encontrar y no sentiría nada nunca más. - Más todos los años, y siempre son muy fáciles de presionar. Porque tienes el poder, ¿no? - ¡Siéntate! - Siseó ella. Los puntos brillantes destacaron en sus mejillas marchitas, como si alguien la hubiera sellado con una de esas cosas de tinta pop en su mano para probar en los clubes que has pagado la cuota de la puerta. No iba a sentarme. Ella probablemente no pensaba que lo haría, tampoco, pero tal vez imaginé que valía la pena intentarlo. - Uno tiene todo el poder, y nadie nos escucha de todos modos. Debido a que sólo somos niños. ¿Quién se preocupa por nosotros? - Cogí mi mochila por la correa. Era demasiado pesada, pero era a causa de lo que había en ella. Graves hizo un movimiento inquieto, el pelo y su abrigo susurraron. Bletch inhaló y abrió la boca de nuevo para decirme que me sentara o me callara. Maldita sea, incluso podría haberme detenido, eso es lo que cuentan, los profesores severos. Ellos cuentan con el peso de la autoridad para llegar a ti antes de que protesten, incluso pueden llegar a la mitad de tu boca. La furia se encendió detrás de mi esternón, un resplandor caliente como brasas en flor en algo fuerte y peligroso. Es la misma vieja mierda pensé, alguien que puede presionar demasiado porque eres joven, porque estás indefensa. Había que sentarse allí y llevarlo porque eras menor de un cierto número de años, porque no


eras una persona real, sin embargo, puedes ser recogido y dejado caer como un juguete, dejado de lado o tirado. - No lo creo, - continué. - Creo que todos los niños que cada maldita vez ha intimidado van a aflorar algún día. ¡Y espero que te ahogues en ello! - No me di cuenta de que gritaba hasta que tuve que llenar mis pulmones con un sonido jadeante que habría sido divertido si no fuera por lo que sucedió después. A Bletch los ojos se le salían de la cabeza. Estaba trabada, agarrada a su escritorio como si tuviese garras, con la otra mano agarraba en vano a su garganta e hizo un ruido ronco, un graznido inhumano. La primera en comenzar a gritar fue una pequeña morena en la primera fila. Creo que se llamaba Heather, llevaba, entre otras cosas, un uniforme de animadora. ¿Por qué se había molestado con los innumerables metros de nieve sobre el suelo en ir vestida así? Pero en ese momento su rostro estaba distorsionado por la conmoción, y dejó escapar un grito que podría haber hecho justicia al de un tren. El sonido produjo un salto en unos cuantos chicos, y otro, un muchacho moreno, con un jersey de cuello grueso y una chaqueta Jock Varsity, dejó escapar un chillido agudo que armonizó de manera extraña. Me faltaba el aire y me quedé mirando a la maestra, que estaba doblada como un trozo mojado de ropa suelta en el tendedero. Ella dio un vuelco a sus rodillas, y su rostro se volvió de un extraño color ciruela. Sus ojos empezaron a salirse a parecer natural e inevitable, pero una débil alarma sonó en la parte posterior de mi cabeza. Otros niños estaban gritando ahora también. Mi mirada se volvió a la pizarra. Estaba charlando locamente contra la pared, sostenida solo por los anaqueles. En el instante en que la miré, se produjo un crujido hueco, se agrietó, y cayó, golpeando en el suelo y rompiéndose, con una gigantesca grieta en zigzag horizontal a través de ella. Una sensación como el vapor escapando a través de una válvula se deslizó a través de mí, tuve un sentido de exquisita libertad. Bletchley jadeó y cayó de lado, pero el color comenzó a volver a su rostro. Ella estaba respirando ahora. Alguien vomitó en la última fila, y mi cabeza se giró a un lado como si hubiera recibido una bofetada, me ardía la mejilla. El aire estaba cargado de electricidad hormigueante, de pronto hacía calor como en el verano y estaba húmedo como cuando se acercaba una tormenta.


Graves permanecía totalmente en calma en medio de los chicos que se levantaban de sus sillas o estaban gritando. Sus ojos eran una llama verde, y su pendiente brillaba, como una singular estrella de plata. Su boca estaba ligeramente abierta, como si acabara de tener una buena idea y le estaba dando una profunda consideración, el resto de su cara había declarado unas vacaciones. Me di la vuelta, mis piernas temblaban como si acabara de terminar una dura carrera de cinco millas, y caminé hacia la puerta. Un ruido nuevo cortó a través del caos, las campanadas de fin clase sonó en medio de la hora. Ahora sí que era extraño. Dejé escapar un ruido irregular que podría haber sido una risa, y huí. Tenía cuatro cuadras de distancia y aunque me movía a un ritmo bastante bueno su mano se enredado en mi abrigo, y consiguió un buen puñado de mi pelo también, y me tiró hacia atrás. Me habría caído en un montón, si no me hubiera sostenido, pero como no estaba en una posición correcta los dos caímos en una pequeña montaña de nieve sucia a un lado de la calle. No usaba guantes o una bufanda. La nieve me quemaba las manos mientras trataba de luchar. Mi mochila se enredó, y Graves me agarró por los codos, terminando con un, - ¿Cómo demonios has hecho eso? Chica, - prosiguió, - saltando del hielo como si fuera una de esas muñecas caras ¿Estás segura de saber cómo organizar una fiesta? ¡Me han mordido, dado una paliza, atado a una cama como James Bonded, y ahora acabas con la vida de un maldito profesor por asfixia! No traté de decir que no había intentado tocarla. No tenía sentido. Había estado mal que se lo deseara a ella, embrujamiento, lo llamaba mi abuela y los que tienen el toque no eran poca cosa. Era buena para desenredar hechizos y maldiciones, pero no tan buena para lanzárselos a la gente, sobre todo porque mi abuela no quería oír hablar de ello. No se puede embrujar, no se puede sanar, siempre murmuraba, sobre todo cuando los hombres de la comarca estaban fuera calculando el impuesto sobre la propiedad. Pero la brujería es un medicamento fuerte, Dru. Cuéntamelo ahora. Para mi abuela, "la medicina fuerte" podría ser buena o mala, al igual que los laxantes sobre los que siempre estaba hablando. Bueno para hacer el suave movimiento electrónico, pero demasiado y te cargas la tapa de los sesos. Tenlo en cuenta ahora, Dru.


Una vez le pregunte cómo era exactamente ese tipo de operación en la que movían el cerebro a través del sistema digestivo, pero había perdido los nervios. Graves se agachó, agarró la parte delantera de mi chaqueta, y tiró con fuerza suficiente como para rasgar la tela, tuvo éxito en ponerme de pies otra vez. - Será mejor que me digas lo que está pasando. O juro por Dios, - me miró. - Cristo Jesús. Estás llorando. Si por "llorando" significaba "llorando como una niña”. - Supongo que sí. - Me limpié la nariz con la manga, resoplé un rebuzno de una risa, y volví a sollozar. Las lágrimas iban hacia mi cara, y las empujé lejos. - ¡Vete a la mierda! ¡No necesito que me compliques las cosas! ¡Estoy muerta, maldita sea! ¿No te das cuenta? ¡Estoy jodidamente muerta! Se sacudió la nieve sucia del cabello. - No estás muerta. Eres demasiado molesta para estar muerta. Ahora vámonos. Llamaron al 911 para Bletch, no creo que quieras estar aquí cuando eso ocurra. Jesús, ¿por qué no me dejas sola? Estaba a punto de gritar de nuevo, pero las sirenas se oyeron en la distancia. Fue como una bofetada de agua fría en la cara, y me di cuenta de que estaba llorando por completo y desordenadamente, y estaba cubierta de nieve sucia, estaba bastante segura de que no había encontrado los calcetines, que era un canto de dolores y molestias diversas, y de que no me había lavado el pelo en dos días. Me sentía grasienta y sucia, sentía mi espalda como si estuviera en llamas, y el peso de mi mochila no era definitivamente sutil. Era completamente una idiota. La comprensión me despertó del estupor, había estado vagando durante días. Hice un suspiro tembloroso, tratando de obtener de nuevo la calma, fracasé miserablemente, y no protesté cuando Graves me agarró del brazo y comenzó a correr por la acera. - ¿Por qué no puedo tener una novia normal? - Preguntó al aire sobre su cabeza. - Finalmente encuentro a alguien que me gusta y resulta ser una loca. Oh, bueno. - ¿Novia? - Estaba medio ahogada, casi pulverizando los mocos de la nariz. Muy bueno, Dru. No te cepillaste los dientes hoy, tampoco. Descuidada, muy descuidada. Iba a estallar de una gran manera después de todo esto. Iba a ser la City Zit en la cara


de Anderson. Pero en este momento mis mejillas estaban tan ardientes que no tenía importancia. Me miró de reojo, y realmente vi al tipo que iba a ser en pocos años, acechando bajo su cara de niño y pelo revuelto. Sus pómulos iban a salir e iba a ser uno de esos chicos bonitos medio asiáticos. Realmente tenía buena piel, aunque estaba enrojecida por el frío. - Bueno, cielo, ya sabes. ¿Estaba ruborizado? Yo también, si el flujo de lava que me cubría la cara y se derramaba por mi garganta era alguna indicación. Él no dejaba de mirarme, y yo no podía apartar la mirada. Por el amor de Cristo. La locura no iba a terminar. Me limpié la nariz en mi manga otra vez, quería un Kleenex. - Yo no... - empecé. - No tengo tiempo. No dispongo de tiempo, incluso aunque seas uno de los mejores chavales que he conocido. Y... Se encogió de hombros, las mejillas de un rojo tomate más profundo que no tenía nada que ver con la nieve. Se había propagado al cuello, incluso. Estábamos a punto, incluso en ese departamento. - Fue una broma, Dru. Dios. Simplemente relájate, ¿vale? Vamos. Me llevó a rastras, es cierto que no puse mucha resistencia. Pero aún así. . . - En un día la escuela en ruinas. Te estás cargando mi nota media. - Pensé que íbamos a tomar el GED de todos modos. - Tenía los labios entumecidos. Mis manos también, y las metí en los bolsillos de mi abrigo. Las sirenas sonaban y gritaban acercándose. - Quiero entrar en una universidad, así dejaría de ser pobre. La nota media sigue siendo importante, - me dijo con el tono reservado para idiotas estúpidos. - Pero bueno, he sido bueno durante todo el año. Me puedo tomar un par de días fuera. Ahora, ¿me quieres decir qué está pasando? He estado pensando que es probable que no quieras que un chico estúpido estropeé lo que tienes que hacer, pero te lo digo, estoy en esto ahora. Puede ser que también quiera saber a lo que me estoy enfrentando, ¿verdad? Bajé la vista hacia la acera. Mi cara estaba todavía sudorosa con la sensación de las punzadas de frío. Los pies habían gastado parte de la nieve; descongelante, sal de roca y arena habían hecho el resto. El hielo bordeaba el asfalto, pero estaba muy


aceptable, considerando todas las cosas. Era un buen día claro, las nubes bajaban por el borde del horizonte, pero no se cerraba la lente del cielo todavía. El único problema era el frío, acuchillando a través de cada prenda de vestir. - Esa mancha en tu sala de estar es del tamaño de un cuerpo. - Graves soltó mi brazo, pero seguí caminando junto a él, incapaz de detenerme. - ¿Es tu papá... No soy estúpido, Dru . - Sé que no lo eres. No me creerías. - Estaba hablando entre dientes como una niña pillada después del toque de queda. No me miró, pero se encogió de hombros. Dobló la esquina mientras la ambulancia rugía, y yo le seguí. Una vez que estuvimos unas cuadras de distancia, la sirena se apagó bruscamente y pudimos volver a hablar. Graves me dio una mirada de soslayo. No estaba rojo, pero el nuevo peso de su mirada era incómodo. - ¿Sí? - Intenté. Dos pasos más allá, y se encogió aún más, con un extrañamente fluido movimiento. - No dejo de verlo. En mis sueños. Eso que me mordió. No le había dicho que había visto al hombre lobo con la raya en la cabeza otra vez. Simplemente no me pareció una buena noticia para darle. - Eso es normal. Es como, el estrés post-traumático o algo así. - Tragué secamente. El último de los sollozos salió como forzado. Después de llorar desordenadamente tu cabeza queda clara, cualquiera que sea el producto químico volcado en tu sangre que le da un zumbido aturdidor. - ¿Es normal que pueda oler a la gente ahora? Realmente los huelo, y realmente huelo lo que llevan para el almuerzo ¿Y es normal que pueda ver en la oscuridad? ¿Igual, que si fuera de día? Y ¿qué hay de ser capaz de moverse más rápido de lo que debería? Es como si fuera una marca para superhéroes ahora. ¿Es eso malditamente normal? Me detuve, mirándole. Siguió caminando, se detuvo a pocos pasos de distancia, y miró por encima del hombro. - Vamos a mantener el ritmo. Hace frío aquí. - ¿De verdad...? - Esto es lo que pasa por no disparar a alguien cuando se tiene la oportunidad. Papá le habría disparado. ¡Pero él no se convirtió en una alfombra de piel! – No has cambiado, no deberías tener ese tipo de efectos.


- Pensé que habías dicho que estaba a salvo. - Pensé que lo estabas. - Mis mejillas estaban ahora frías, con un escozor húmedo. Me estremecí. Una vez que empecé, no pude parar. El alto octanaje de temblor se apoderó de mí como el agua del hielo. - ¿Adónde vamos? - Nuh-uh. - Sacudió la cabeza, agitando el pelo oscuro. La mayor parte de la nieve había sido retirada, el resto se había derretido, el agua se aferraba a las orillas. Él era una mancha negra en el gris del día con nieve sucia, apenas el chico que podría ser discreto. - Tu turno. ¿Qué diablos pasó contigo? Has sido puesta en "rara” desde que me dejaste en la cafetería. No es que tenga que estirarme mucho para ello. - Yo... - Contuve el aliento, lo dejé escapar en un suspiro fuerte, y decidí dar el paso. ¿Qué iba a hacer, reírse de mí? - Vi a alguien. Tengo esta... cosa... De todos modos, encontré la furgoneta de mi papá, siguiendo esta cosa que tengo. Me dice cosas a veces. Había a... el lobo que te mordió, estaba allí. - No sé nada sobre esto, y que está mal. Debería estar machacando los libros para saber todo lo que pueda, y golpear con fuerza. - Y un vampiro se presentó. - ¿Lo que me mordió? - El gesto en su cara cambió, duro, como si hubiera probado algo amargo. - ¿Y un vampiro? ¿Cómo demonios se supone que voy a explicarlo? – Es como bombear la sangre. Los llamamos por varios tipos de nombres, Nosferatu, muertos vivientes, vampiros, ¿sabes? - ¿Eres una cazadora de vampiros? Por Dios. ¿En serio? ¿O lo llaman algo diferente? - Sonaba divertido y reflexivo, más que incómodo, ante la idea. - Ellos lo llaman la caza. Y no sólo son vampiros. – Se lo está tomando realmente bien. - Otras cosas, también. Es peligroso y juega con la gente. Mi papá lo hacía, yo le ayudaba. Algo lo mató y lo convirtió en un zombi. Probablemente este vampiro, puede hacerlo. De todos modos, el chupón hecho al lobo fuera y me dijo que fuera a casa. Va a venir a matarme. - ¿Por qué? Quiero decir, ¿no tendría más sentido para él matarte allí? No es que tenga prisa porque te muerda, ya sabes. - En realidad saltaba de un pie al otro como un pájaro, impaciente. - Vamos. Mantente en movimiento. Tus labios se están volviendo azules.


- Deja mis labios fuera de esto. - Pero hacía mucho frío, y tan pronto como empecé a moverme recordé que no me había puesto un suéter, tampoco. ¿Cómo había salido de casa esta mañana? De pronto quería una ducha de agua caliente más que nada en el mundo. - Les gusta jugar con sus víctimas. Se aburren, supongo. - No tiene mucho sentido, - repitió. - ¿No has tenido alguna vez un gato? Quizás le gusta mucho hacer eso ¿verdad? - Lo hace, en realidad. - Deslizó un paquete de Winston, me lo ofreció, y frunció el ceño cuando negué con la cabeza. - Quiero decir, mira toda esa mierda en la televisión. Es sobre eso, brujas y hombres lobo y todo ese tipo de cosas. No hay humo sin fuego, ¿verdad? Solía decir mi padrastro. Fue sin duda la mayoría de la información que me había dado nunca de su familia. Estábamos compartiendo todo el lugar, Graves y yo. Las casas que nos rodeaban, vistas con sus remilgadas pequeñas puertas cerradas, persianas cerradas, caminos de entrada vacíos. - No es como en la televisión. Necesitas meterte esto en tu cabeza ahora mismo. Es peligroso y sucio y huele mal y... Golpeó un cigarro, lo encendió, y puso el paquete en el bolsillo. Su aliento era ya una nube de humo. - Sí, bueno, por el sexo y las drogas y todo lo demás vale la pena hacerlo. ¿Cuál es nuestro siguiente movimiento? Tú eres la experta aquí. No soy una experta. Solo soy una chica. - No lo hago. . . Quiero decir. . . mi padre hacía toda la planificación. Yo... No podía creer que acabara de decir algo tan comedido. - ¿Y? ¿Qué haría? – La chaqueta de Graves se movió con el aire. Exhaló un chorro de humo de tabaco. Arrugó su nariz. - Gah. Esto no sabe bien ahora. - Entonces, ¿por qué lo haces? - Él conseguiría todo junto y volvería a los almacenes, en busca de la "escena" para que pudiera decirle lo que pasó. Me llevaba para sondear las tiendas de ocultismo


y los bares en los que conocen el Mundo Real y averiguar quién es este Christopher y donde duerme, si podía sacar la información de alguien. Levantaría barricadas en la casa o nos mudaríamos a otra parte. Pero no había manera de que pudiera encontrar un contrato de arrendamiento por mi cuenta, sin un trabajo serio, y un hotel sería costoso y lleno de adultos entrometidos a menos que fuera una pensión de mala muerte, que sería cara y estaría llena de gente mala que buscan dar un mordisco a una adolescente. Pude comprobar que todas las ventanas y puertas en la casa habían prohibido al mal, abuela me enseñó eso. Esto no me alejaría de un zombi, pero tenía a alguien conmigo, ¿verdad? Y tenía armas. Y granadas. Genial Dru. Así, puedes volarte a ti y a tu nuevo amigo. Papá dijo que nunca jugara con las granadas. Pero papá no estaba aquí. Yo estaba por mi cuenta. Bueno, excepto por Graves. Quién se encogió de hombros, cogiendo otro cigarro y cambio la cara con dureza. - Es un hábito. Soy un adicto, ¿de acuerdo? ¿Podemos volver sobre el tema? ¿Qué haría tu padre? - No miró como si se fuera a alguna parte. Parecía, de hecho, decidido a quedarse. Probablemente era algo malo. Podrían llegar a matarlo. Pero no podía dejar de sentir alivio. No pude evitar alegrarme de que estuviera alrededor. - El controlaría la luz del día. Estaba temblando con tanta fuerza que las palabras casi se cortan en cachos. - Donde encontré la furgoneta. Él volvería y empezaría a buscar donde ese lobo de cabeza rayada se escurrió. Lo rastrearía si pudiera. - ¿Cabeza rayada? - Él lo desechó con un gesto tan pronto como abrí mi boca, el cigarrillo detrás de una línea de humo. - No, no me lo digas. Tengo una pregunta mejor. ¿Fuiste tú? ¿Qué le hiciste a la vieja Bletch? Me tragué la mentira que quise decir. - Supongo que sí. Se llama embrujo. Nunca he tirado uno antes. - Y eso es algo para preocuparse demasiado. ¿De dónde diablos salió eso? Nunca he sido capaz de hacerlo.


Pero nunca había estado tan enfadada antes, ¿o lo estuve? O tan desesperada. Y estaba haciendo cosas nuevas todo el tiempo ahora. El toque era cada vez más fuerte. - Entonces, ¿cómo sabes que fuiste tú? - Él miró hacia sus pies, obediente, me llevaba sobre la acera. Se detuvo y me señaló una placa de hielo, sólo había sitio para caminar para una persona. - Me pareció que ella tenía un ataque al corazón una vez que alguien la llamó bravucona en la cara. - ¿La llamé bravucona? No lo recuerdo. - Anduve arrastrando los pies, abriéndome paso a través del hielo. El resplandor de la luz del sol en la nieve traspasó directamente a través de mi cabeza, y de repente fui muy consciente de mi estómago vacío. Hubo un sonido de tela arrastrándose. - Fue fantástico, Dru. Has dicho lo que todos han estado pensando desde hace años. - Me alegro de que lo apruebes. Aun así, la he hechizado. Maldita sea. – Mi abuela haría una fiesta. Papá echaría un vistazo a mi cara cuando llegara a casa y me daría una lección acerca del uso responsable de los dones. Mi mochila pesaba demasiado. Presté atención a la correa, para que no cortara mi hombro. Graves volvió a reír medio ladrando - Estaba a punto de levantarme y aplaudir, pero la gente empezó a gritar. Cuando su mano cayó sobre mis hombros estaba medio asustada, nerviosa di sigilosamente un paso o dos, casi me caigo en la orilla de la carretera, en la nieve. Una vez más. - ¿Estás loco? ¡Esta a cincuenta bajo cero aquí! Se encogió de hombros, sus hombros delgados se movieron en un suéter de lana roja descuidada que había visto mejores días. Llevaba una gran parte de su ropa encima, y fue un alivio para él ver algo nuevo. – Me estás dando frío, estás temblando con demasiada fuerza. Estoy acostumbrado a esto, chica Florida. Sólo da las gracias, ¿de acuerdo? Hice una mueca con aire de culpabilidad, recordé que le había hablado de Florida. - ¡Estás loco! - Pero el abrigo era caliente, y metí los brazos por las mangas. Mi mochila golpeó la cadera, tan pronto como llegamos a casa tendría que solucionar el problema. - Vamos a ir a casa. Quiero algo de comer y podemos planificar.


- Suena bien. Caminamos en silencio un rato, haciendo crujir el suelo con cada pisada como pequeños huesos, cliqueando y rompiendo. Le olía la chaqueta a chico sano, desodorante, testosterona, humo de cigarrillo, y el débil olor de alimentos fritos. Mis mejillas cosquillearon, pero no me sonrojé. En cambio, miraba a mis pies, moviéndose independientemente de mí como buenos soldaditos, y encorvada de hombros para poder tomar una respiración profunda. Es curioso, pero en realidad no me había dado cuenta de lo personal que es el olor de alguien. Él no era papá, pero estaba aquí conmigo. Me mordí el labio, y luego abrí la boca. - ¿Graves? - ¿Qué? - Parecía desconfiar. Yo también lo haría, si se tratara de una loca que acababa de hechizar a una profesora de historia estúpida y me hablara acerca de los vampiros y los lobos. - Gracias. – La chaqueta es muy calentita y podía ver por qué la llevaba. Los temblores comenzaron a aliviarse. La sensación de lucidez de gritar y estar lista para trabajar al amanecer cayó sobre mí como una bendición. Me di cuenta de que sonreía por la súbita sensación del cálido sol en mi espalda. - No hay problema, Dru. En primer lugar eres libre.


Capitulo 20 La furgoneta estaba mal estacionada en la entrada, y el teléfono estaba sonando, cuando entramos Graves fue directo a encender la calefacción, y llegué al teléfono justo cuando dejó de sonar. - Probablemente están llamando de la escuela para hablar con tu padre, - dijo, con una risa amarga. Había un montón de llamadas perdidas últimamente, la idea me provocó un escalofrío que recorrió mi espalda. - Jesús. Supongo que podría pretender ser mi papá. - Luché con la chaqueta, ahora mojada con hielo fangoso en el borde, como no era tan alta la arrastré cuando la usé. Mi camisa tenía un tenue olor a humo de cigarrillo, también, así como un fantasma, incluso más débil que el desodorante. - Tienes algunas ideas, señorita Anderson. - El calentador sonó cuando se encendió. Pasé al pasillo y me dirigí primero directamente hacia la caja de las armas. El arma salió de mi mochila, y descubrí que estaba sudando. ¿Qué había estado pensando? La llevaba cargada, con una bala en la recámara, y con el seguro puesto, gracias a Dios. Ir a escuelas suburbanas significaba que no tenía que preocuparme por detectores de metales, pero todavía era estúpido llevarla a la escuela. Papá los llamaba "conejos", cuando un cazador es estúpido, embotado por el miedo o la por la irrealidad del Mundo Real. Supongo que un término más adecuado sería neurosis, o incluso monstruoso choque. Estaba a punto de tirar la pistola y ponerla en la caja cuando mi cabeza se irguió. Un segundo más tarde, sonó el timbre. Tiré todo, mi nariz se llenó con el olor del óxido de cobre. Esto se mezcló repentinamente con los cítricos en mi saliva. ¡Oh mierda! Y algo se me ocurrió, era pleno día, el sol se esparcía en la nieve.


Los imbéciles no salen durante el día. Por lo tanto, era otra cosa Pero, ¿qué? Miré rápidamente y vi sombras de piernas en la puerta. Y el brillo de algo extraño detrás de ella, claramente visibles. Las líneas azules de la guardia no eran visibles, pero los sentía, un hilo delgado, corriendo juntos y tarareando. Encontrándose así mismos como un rayo azul. Sí, lo-que-sea dio dos pasos hacia un lado, podría mirar por la enorme ventana y verme agachada cerca de un cajón de armas, con las manos congeladas y cerradas alrededor de una nueve milímetros y mis piernas de repente tenían calambres. ¡Oh Dios! Ahora mismo no. Pero no puedes escoger lo que viene detrás de ti, y cuándo. Si lo hiciera, la vida sería mucho más simple, ¿no crees? Graves apareció en la puerta de la sala de estar. Sus ojos estaban muy abiertos, y se veía casi con tanto miedo como me sentía. Tenía las mejillas pálidas. Para un chico gótico, seguro que se veía muy blanco. - ¿Qué hacemos? - Articuló, y yo ni siquiera pretendía darle a entender que lo del porche sólo eran malas noticias. Tomé una mirada a la ventana del frente y vi el desierto de nieve que era el patio delantero. Jesús. Tengo que protegerlo, también. Él no está capacitado para esto. Con una mano le ordené que se retirara, se agachó hasta el suelo y empezó a arrastrarse a lo largo de la alfombra, con la pistola en mi mano. La comprobé y volví a comprobarla para asegurarme de que tenía el seguro, y tuve la precaución de alejarla de mi cabeza. Más golpes de luz. Empecé a respirar más fuerte, divertida impaciencia que brota por saber lo que hay detrás de la puerta, envió escalofríos por mi espina dorsal. Comencé a arrastrarme por la decolorada alfombra, me dio más escalofríos. Hubo un sabor débil, de podredumbre de zombi, no es suficiente para hacerme silenciar, pero suficiente para lo que me gustaría no tener que deslizarme sobre ella.


Me fui escondiendo detrás de una hilera de cajas a un lado de la televisión. El ángulo era malo, pero pude al menos ver una parte del porche y, con suerte, lo que estaba en la puerta. El polvo se puso en mi nariz cuando me arrastré detrás de las cajas. El impulso de estornudar me llenó, corría por mi garganta, y el maldito hizo que mis ojos se humedecieran. Haz esto bien, Dru. Sólo tienes una oportunidad. Estaba agachada cuando otros golpes pegaron en la puerta. Me levanté con cuidado, despacio. Miré por encima de una caja de ropa y mantas. El ángulo era realmente malo. Pero miré a través del cristal, pude ver una sombra que se movía como si cambiara de posición, probablemente de un pie al otro. Suponiendo que sólo tenía dos pies. Pero las cosas raras por lo general sólo salían de noche. Esto estaba mal, todo está mal. Apunté con el arma con cuidado, me preparaba. La parte superior de mi cabeza la sentí muy, muy expuesta, mientras me asomaba por encima de las cajas. - Dru. - Graves medio susurró. Hubo un ruido raro como de deslizamiento, terminando con un clic. ¿Qué demonios fue eso? La sombra se movió ligeramente. - Dru. - Graves, dijo una vez más. Como cuando estábamos en clase y estabas tratando de pasar una nota o copiarte de alguien. Sí, claro, como si este chico se copiara cada vez. – Cállate, - dije en voz baja, tan silenciosamente como pude. ¿Debería disparar a través de la pared? Pensé que el ángulo era mejor aquí. Maldita sea. - La puerta, - susurró Graves. - Las cerraduras están en movimiento. Oh mierda. Me puse de pie y me lancé sobre las cajas. Fue un asombroso salto. Ni me acuerdo de mis botas mojadas tocando contra el suelo al otro lado. Me escondí en la sala, Graves pasó a mi lado, lo empujé hacia abajo y de lado. La puerta, su cerradura giraba y sonó un clic cuando estuvo abierta, la perilla giró lentamente y, paradójicamente, demasiado rápido para mí para detenerlo, apenas quité el seguro


de la pistola, levanté el arma cuando la puerta se entreabrió, una ola de intenso frío rayó en el pasillo. El crepitar del rayo de los conjuros ni siquiera lo hizo más lento. Los dedos del muchacho de ojos azules se cerraron alrededor de mi muñeca, y la pistola cayó libre. Resonó en el suelo, afortunadamente no muy lejos. Hay una cosa que decir de papá cuando me fui, me dio un billete de cincuenta y un recordatorio para hacer mis katas. Cuando un tipo malo entra en tu casa y te atrapa, puedes darle un puñetazo en la cara con fuerza para hacerle tambalear hacia atrás, sangrando por la nariz patricia. Rojo sangre. No negra, y no escurría como una babosa, era un rastro de sangre. Mi recuerdo hizo clic dentro de mi cabeza, las gotas sobre la nieve esa noche habían sido demasiado rojas. Los vampiros sangran de color negro, no tienen hemoglobina. Es por eso que necesitan sangre fresca todo el tiempo. No había pensado antes, cansada y asustada no pensé en nada por el estilo. Ahora es demasiado tarde. ¿Qué demonios? Se tambaleó hacia atrás, su pelo más oscuro, mojado y liso, era de color marrón claro y peludo, y di un paso, con un pie flexioné y con el otro le lancé un fuerte golpe, y le hubiese dado si su brazo no se hubiera extendido hacia abajo y se estrellara justo encima de mi rodilla, más duro de lo que un humano puede golpear, desvió mi rodilla sólo un poco. Una ráfaga de aroma de tarta de manzana salió de alguna parte y me golpeó en la cara. Graves finalmente dejó escapar un grito. Los ojos azules parpadeaban más allá de mí, pero ya me estaba moviendo. Papá siempre decía que el golpe era efectivo si fuera idóneo, pero una chica siempre tenía que tener un respaldo, porque un hombre no espera que vayas a los golpes y a por algo más.


Supongo que la ingle es el centro del mundo de un hombre, rara vez piensas que no es el centro del tuyo. Mi puño, ya doblado, se dirigía a su garganta como un tren expreso. Lo bloqueó, con la palma de la mano justo debajo de la nariz. Si tan sólo pudiera moverme lo suficientemente rápido. ¡Trabaja, Dru! ¡Más fuerte! ¡Más fuerte! La voz de papá, gritando, pero no había tiempo para eso, porque no había un rugido detrás de mí y había algo con las piernas largas y flacas delante de mí, moviéndose más rápido de lo que tenía derecho, difícil de ver porque era borroso como la arcilla bajo el agua que corre veloz. Golpeó al chico de ojos azules y lo arrojó por lo menos a seis pies, y aún estaba en marcha cuando la cabeza del muchacho chocó contra el dintel y cayó por la puerta, al porche, y fuera de la vista. ¿Qué? Pero yo ya estaba en movimiento, olvidando el arma y el desgarro de la puerta principal. El ruido fue inmenso, un rugido mezclado con gruñidos agudos y risa masculina, junto con un golpe que sacudió toda la casa. Ese era Graves. Peludo y moviéndose como una bala a toda velocidad. ¡No se suponía que no cambiaría! Me parecía una eternidad llegar a la puerta, y por el momento habían roto la barandilla del porche y se arrojaron fuera al patio delantero. Hubo un repugnante ¡crack! y una fuente increíble de nieve parecía hidromasaje. - ¡Ya basta! - Grité, pero no me prestaron atención. Había tanta nieve que era difícil ver lo que estaba pasando, pero veía como el chico de ojos azules, tenía sujeto a Graves, o lo que era Graves, por el pescuezo y le estaba lanzando alrededor. Di tres pasos, me lancé fuera del porche, y volé como Supergirl, con los puños extendidos. Agarré fuerte al chico de ojos azules, todo el aliento fue expulsado de mí y mi hombro dio una gran explosión de dolor, y cayó de culo. Bajamos en una maraña de brazos y piernas, y le di al chico una buena patada en el estómago antes de que me diera cuenta de lo que estaba gritando. - ¡Estoy aquí para ayudarte, imbécil de mierda!


Me di la vuelta dejándolo libre, la nieve picaba en mis manos y en la cara, y salté a mis pies cuando Graves se lanzó de nuevo. El tiempo se ralentizó, mi mano salió disparada y agarré un puñado de su salvaje, pelo rizado, más salvaje y más rizado ahora. No era peludo en todas partes, pero su cambió fue, algo inhumano brillando a través de sus ojos de fuego verde y endureciendo el aire y brillando a su alrededor como el calor de una acera negra. Sentí un tirón fuerte, sólo ligeramente afectada por el hecho de que no fui capaz de moverme lo suficientemente rápido como para atraparlo. El mundo se había puesto muy, bueno, básico, el hecho de que este chico nuevo, sangrara rojo. La verdad se abrió paso a través de una bruma de adrenalina. Mejor no seas más conejo, Dru. Vamos. Controla la situación. Mi hombro estaba dolorido, pero me aferré con fuerza a las piernas de Graves debajo de él, dejó escapar un sonido como ese perro en las caricaturas que llega al final de su cadena y consigue un tirón bueno. Dejé escapar un grito de dolor, mis dedos se entumecieron y Graves chocó contra el suelo, al soltarle el pelo rizado. - ¿De dónde demonios has sacado eso? - Gruñó el chico de ojos azules. Su rostro era una máscara de sangre, la mitad de su cara estaba marcada por mi primer golpe. No estaba vestido para este clima. Llevaba un suéter negro con cuello en V casi tan grueso como una hoja de papel, vaqueros, cubiertos de nieve. Olí otra vez a tarta de manzana, y me pregunté si uno de los vecinos estaba haciendo algún dulce. La luz del sol se reflejó en sus cabellos dorados, con lo que ponía de relieve el rubio castaño. Apareció una nueva peluda cara, cuando gruñó Graves le gruñó de nuevo, abriendo los labios y exponiendo los dientes que sólo eran humanos. Ambos hicieron ruidos. Graves como un perro de enorme culo, muy cabreado, y el chico de ojos azules como el choque de un metal con otro. - Espera un minuto. - Me agaché. Graves luchaba para sentarse de cuclillas en la nieve. En realidad todavía estaba gruñendo, un sonido profundo como un zumbido que sacudía mis dientes. Sólo para estar segura, puse una mano en la cabeza, no sé si sería capaz de detenerlo si se lanzaba ahora, pero valía la pena intentarlo.


- ¿Graves? Espera un segundo, por favor. - Él no puede oírte. - Dijo ojos azules. - La bestia lo posee. - Que te jodan. - Gruñó Graves, y yo estaba muy feliz de oír eso. Los lobos no hablan. No en su forma animal, de todas formas no eran capaces de hacer mucho más que hacer ruidos extraños. Sus bocas no son adecuadas para hablar una vez que cambian de forma. Hablar era una buena señal, y eso significaba que no era un lobo completo. Pero eso fue definitivamente lo que le había mordido, él no había cambiado en doce horas, y era virgen, ¿no? Debe haber querido decir que estaba a salvo. Pero Graves estaba haciendo todo tipo de cosas que se suponía que no. Deseaba saber más sobre el tema, en vez de lo que papá y yo podíamos haber averiguado con la ayuda de algunos libros mohosos encuadernados en cuero pasando de cazador a cazado. Se mantenían detrás de los mostradores de las tiendas de ocultismo, no se sacaban hasta que un Hunter presenta su buena fe. Con libros que debería haber estado pasando algún tiempo en lugar de con Graves lamentándose, por cierto. - Sólo tienes que buscar en cada uno. Esperar un segundo al rojo vivo. - Busqué en mi memoria y señalé al chico de los ojos azules con mi mano libre. - Eres Christophe, ¿verdad? Él en realidad me dirigió un pequeño medio arco, extendiendo sus brazos, y comencé a sentir un pequeño mareo. Aunque no tuviera colmillos ahora, su pelo estaba lleno de nieve, descansaba sobre él como una pluma. Mis ojos luchaban con lo que mi cerebro veía, se rindió, ataqué el problema otra vez, decidida ya que él estaba de pie inundado por luz del sol brillante, él era algo más. ¡Pero vistes los colmillos, Dru! - ¿Qué diablos eres? Ojalá no hubiera dejado la pistola, pero me dije otra vez que había sido una buena idea, una de las pocas ideas buenas que había tenido en el último par de días. ¿Qué


iba a hacer, empezar a disparar a plena luz del día? Eso habría sido una locura. El viento cambió, y olí a manzanas. Mi boca se hizo agua. Su sonrisa se amplió, se convirtió en un modelo de buen humor lunático. - Yo podría decir lo mismo, niña. ¿Por qué no me dijiste quién eras en realidad? - Sabías mi nombre. Tuve problemas sujetando la cabeza de Graves. - Para un segundo, déjame hacerte unas preguntas. - El nombre no es la cuestión. - Dijo Christophe, con la cabeza un poco hacia atrás, haciendo frente con la fría mirada al azul cielo. El color cielo, de hecho, era el tono exacto de sus ojos. - Vete tú a saber. Su mirada se volvió hacia mí, y se encogió de hombros. - ¿Podríamos seguir esta conversación dentro? Es decir, si puedes mantener a tu perro faldero atado. Graves se puso rígido, pero no se movió. El gruñido proveniente de él paró, y se levantó, lentamente, de manera fluida. - ¿Qué es él, Dru? - Gracias a Dios, sonaba al menos razonablemente tranquilo. - No me huele bien. - Mira quién habla. - Christophe cruzó sus brazos. No se debía dar cuenta de lo ridículo que se veía lleno de nieve. - Ya te lo dije, soy un djamphir. Soy de la kouroi. Cazo a las bestias que pueblan la noche. Señorita Anderson, qué diferencia hay. ¿Por qué no me dijiste quien eres? - Tú mataste a mi padre. - No sonaba tan segura. No estaba tan segura, ahora. - ¿Qué, quieres que intercambie cromos de béisbol contigo? - No maté a tu querido papá. Se lo advertí, pero él estaba decidido. Tenía un asunto que resolver con Sergej. - Su rostro se contrajo, una sombra cruzó su cara mientras lo observaba, fascinada. - No todos.


- ¿Sergej? - El nombre produjo un dolor punzante en mi cráneo. Mi piel fría, y me di cuenta de que estábamos todos de pie en la nieve de mierda. - ¿Quién es ese? - Christophe me miró fijamente como si acababa de preguntar que era el oxigeno. Entonces se inclinó, jadeando, y vi que se reía. Pensé que me había acostumbrado a lo extraño, dejé caer mi brazo. Graves me agarró, del suéter, tiré de él hacia atrás. Llegó sin oponer resistencia, su cabeza cayó hacia delante como un niño pequeño. - Tengo frío. - Dijo, en voz muy baja, y tosió. - No me extraña. - Mis dientes estaban apretados con tanta fuerza que las palabras tenían que luchar para salir. - Creo que debemos ir a dentro. No quería darle la espalda al risueño chico así que tuve que caminar hacia atrás, para poner los pies fuera de la nieve. El jardín parecía un tornado. Gracias a Dios nadie estaba en casa al mediodía, para ver esto. Casi me caí en los escalones del porche; Graves se agarró a la barandilla y se tambaleó como un borracho. Paso a paso, subimos las escaleras, Graves se apoyó en mí siendo más y más pesado. Se estaba quedando sin vitalidad, como el agua de un vaso roto. El chico risueño estaba de pie respirando con dificultad, observándonos con interés. - No creo que me invites a pasar. - Sonrió él, con la misma mueca salvaje que había desnudado, anteriormente, los dientes. Eran muy blancos e inmaculados. Pero no eran colmillos. Ahora no. - No. - Miré a Graves de manera cortante por si tenía la mala idea de decir algo. - No soy un nosferat, como piensas. - Christophe avanzó sin problemas, la nieve no le frenaba los pies. ¿Cómo ha llegado a hacer eso? - No necesito una invitación para pasar a tu casa. Se puso a la derecha del umbral de la puerta - Apuesto a que se lo dices a todas las chicas. - Respondió mi boca, sin referirme a mí.


Graves se rió débilmente. Llegué al porche sin dejar de caminar sin darle la espalda. Me sentí incómoda, cuando Christophe se unió a nosotros. Sus ojos azules nos sonrieron, todavía estudiándonos a los dos. Él se movió como si tuviera todo el tiempo del mundo, como un vuelo sin motor, como el aceite sobre la nieve. - Se va a dormir pronto. Ese fue su primer cambio, ¿no? ¿Hace cuánto tiempo le mordieron? ¿Y por que la tensión? Mi respiración se hizo una nube delante de mí. Graves se desplomó sobre mi hombro. Era difícil creer que había estado corriendo y gruñendo, hace un momento, como un pastor alemán. - Voy a hacerte unas preguntas, Chris. Quiero respuestas. ¿Qué diablos eres? Y si no mataste a mi padre, ¿quién lo hizo? - Realmente no escuchas, ¿verdad? Soy un djamphir. Somos el producto de las uniones entre mujeres y Nosferatu. Seguramente has oído hablar de eso. Mi estómago se estremeció. Mierda. - En realidad, no. - Sólo en las películas, realmente en las malas películas. - Bueno, ¿dónde has estado escondida Dru? - Subió la escalera de un salto, con los pies tocándola ligeramente, como con zapatillas de ballet. Era como ver a un gato levitar. - Supongo que no sabes lo que soy, tampoco. No pude saber de dónde venía el olor de tarta de manzana. A mi padre le gustaba un buen trozo con queso. - Yo sé lo que soy. Tengo frío, hambre y estoy enfadada. Gracias. - Tanteé a ciegas el pomo, quería abrir la puerta y cerrarla dejándole en el porche delantero, vacilé. La puerta no había servido hace unos cinco minutos. Sin embargo, la forma en que sonreía a través de su máscara de sangre no fue alentadora.


Pensé durante un momento. La pistola estaba en el suelo, demasiado lejos para que cerrara la puerta y me diera tiempo a cogerla. - Si eres un demonio, estás excluido de mi casa. Mi garganta estaba seca. Graves se cayó encima de mí, en vez de estar dispuesto a patearle el culo. De repente el peligro vino hacia mí sin gloria. Un dolor fuerte recorrió mi espalda, y mi hombro no estaba muy contento. Christophe cruzó el umbral, a través de la puerta cerrada, y cogió a Graves del brazo. En un santiamén cogió el cuerpo pesado de Graves, con la gracia de un bailarín. Parecía como Gene Kelly bailando alrededor de una muñeca llena de arena. - ¿Dónde lo quieres? - Arriba. – Recogí la pistola. - Y muévete lentamente. Sus ojos azules brillaron. La sangre ya se estaba secando. La calefacción estaba muy alta, la factura este mes iba a estar por las nubes. - Si quisiera a alguno muerto, os mandaría a los lobos. Es la temporada, después de todo. - Sí. Claro que sí. Lo que sea. Voy a mantener el arma por si acaso. ¿Qué estás haciendo aquí? - Pensé que debía hacerte una visita, querida. Puesto que eres muy interesante. Hable sin pensar. - Sabes, eres el segundo chico que me ha llamado así, en estos días. Deberías ser más creativo. - Muy buena, Dru. - Odio imitar. - Él cargaba a Graves por la escaleras como si fuera un niño que no pesara nada. - Va a estar bien, por si te interesa. Va a dormir un par de horas y se despertara desorientado y hambriento. Espero que tengas carne en casa. ¿Fiambre de mortadela? Um, de acuerdo. ¿Eres un cazador?


Miré por detrás de él, de repente, deseando poder ver la cara de Graves. Y a menos que me estuviera volviendo loca, había una clara posibilidad de que este chico oliera exactamente como un pastel recién horneado. Era un buen olor, y me hizo sentir hambre. - Entre otras cosas. - Él llegó al final de las escaleras, jadeando, llevó a Graves a mi habitación. - Vaya, no es acogedor. Apuesto a que duermes aquí. - Echó al chico con un impulso al catre, lo cubrió rápidamente con una manta del Ejército. Áspera, pero cálida, que ayudaría a aliviar la nieve de la ropa de Graves. Su cara se veía menos cautelosa cuando estaba dormido, y el entrecejo no era perceptible. Con su boca abierta, un poco, como un niño pequeño. Apunté con el arma hacia Christophe. - Muy bien. Poco a poco. Aléjate de él. Extendió las manos, un destello de irritación cruzó por su cara manchada de sangre. - ¿Por qué lo haces? Te vuelvo a repetir que no os quiero herir a ninguno de los dos. Es como un bebé en el bosque. ¿Quién es este chico, tu mascota? Casi no podía creerlo, me irrité. Si tuviera plumas en el cuello, se habrían puesto de punta. - Él es mi amigo. Creo que necesitamos tener una pequeña charla. - Estoy de acuerdo. Dejo caer sus hombros, como si estuviera cansado. - ¿Tienes una toalla para limpiar la sangre de mi cara? Era una petición muy razonable. - En la planta baja. En la cocina. Lo seguí con el arma todo el camino.


Ya había disparado, después de todo. Aquí en la casa había disparado a un zombi. Tal vez este chico sabelotodo con olor a pastel de manzana, de ojos azules sería el próximo.


Capitulo 21 Sin la sangre en su rostro, y en plena luz, Christophe resultó ser muy guapo. El suéter, la nieve derretida añadió peso al cabello, se aferraba a su torso. Estaba en buena forma, era fuerte, iba a tener un hematoma por encima de mi rodilla donde me había pateado. Seguí apuntándole con la pistola a un lado de la mesa con el desayuno, mientras él mismo se limpiaba, frotándose las manos y pasándose el paño por la cara. Su barbilla era un poco grande, pero tenía los pómulos amplios. - Eso no es necesario, - dijo, de espaldas a mí, levantando la vista por la ventana al patio trasero. Él no dijo absolutamente nada acerca de la madera y la malla de la puerta destruida. Me pregunté si podía oler los restos del zombi. - Será mejor que empecemos a hablar, - dije cuando se enjuagaba las manos por tercera vez. - No tengo todo el día. - Puedes tener todo el día, pero desde luego no tienes toda la noche. - Se volvió y se inclinó contra el mesa, con el pelo un poco más peinado ahora, pero aún bastante alborotado. Aquellos ojos azules daban brillo a su cara, su boca elegante hizo un pequeño movimiento como si estuviera perdiendo la paciencia. - ¿Esperas visita? - ¿Qué? Iba a cerrar las puertas y ventanas, y creo que será mejor que antes salgas de aquí. Pero no estás haciendo preguntas, vaquero. ¿Que soy? ¿Por qué no puedes explicar cómo sabes lo de mi padre y qué es exactamente lo que eres? Se encogió de hombros, y la calefacción se apagó. Casi salté de mi piel. - Soy un djamphir. Cazo Nosferatus. Supongo que los cazadores humanos no saben mucho acerca de nosotros al menos, los aficionados, probablemente no. - Él sonrió, y sentí una aversión profunda. - Y conozco a tu padre porque él me hizo retroceder meses. Casi había terminado la preparación de una trampa para Sergej, pero entonces tu padre tuvo que venir y estropearlo todo con su venganza y


arruinar todo el asunto. ¿Está muerto? Ya me lo imaginaba cuando vi que se lo llevaban. - ¿Lo vistes? ¿Qué pasó? ¿Y quién diablos es Sergej? - No podía pronunciar el nombre de la forma que era en otro idioma. Puso los ojos en blanco, un movimiento muy adolescente, pero extrañamente tenso. - Sergej, el Princeps. Es viejo y malo. Él es el nosferatus que Dwight Anderson ha estado buscando estos doce años. Oírle nombrar a mi padre era malo. Al oírle decir que era. . . así, era peor. ¿Papá estaba cazando un vampiro? De ninguna manera. Él siempre me dijo que era malo, malas noticias. Que no pagaban suficiente. - Papa cazaba otras cosas. - Mi corazón dio un vuelco, como impulsado a través de mi pecho. - Él jamás me contó que estuviera persiguiendo a un vampiro. - Pero podía estar equivocada. Había ido a un pueblo al norte de Miami. Papá en ese tiempo estaba algo nervioso. Y luego estaba ese mes que pasé en agosto. Pensé en eso, debía hacerlo. Pero lo que dijo a continuación Christophe hizo que interrumpiera mis pensamientos. - Tu padre era un aficionado con talento. Era tu madre quien era el verdadero cazador. - Lo dijo mirándome fijamente como esperando mi reacción. Una inclinación de la luz del invierno, a través de la ventana, sacaron toda la nitidez de los detalles de su rostro, su suéter, el brillo en sus ojos. - ¿Qué recuerdas de ella? Vamos a jugar un juego, Dru. Tragué secamente. Tenía la boca hecha agua. El olor a canela y especias fue francamente una distracción, sobre todo porque encubrió el omnipresente olor a zombi. - No mucho. Ella murió cuando yo tenía cinco años. - Ella fue asesinada cuando tenías cinco años. - Cruzó los brazos mirando mi cara, esperando mi expresión de sorpresa. - ¿No lo sabías?


Me sudaban las manos, mi corazón iba a mil por hora. - ¿Qué diablos crees que sabes de mí? ¿Cómo diablos lo sabes? Eres tan viejo como yo. Parecía encontrarlo gracioso. En cualquier caso, una pequeña sonrisa cruzó su rostro afilado. - Tengo mis métodos, señorita Dru. Y voy a estar dando vueltas, un poco por aquí. Soy tu ángel de la guarda. Realmente no sabes lo que eres, ¿verdad? Irracional, la ira sin nombre llegó desde detrás de mi esternón. ¿Quién se pensaba que era este chico? Me dijo que me iba a hacer unas preguntas. ¿Por qué siento que le gusta interrogarme? - Sí, ángel de la guarda. Biiiien. - No pensé que podría conseguir ser más sarcástica, pero me di una oportunidad. - Ya te dije, tengo hambre, estoy cansada y cabreada. Sobre lo que dices. No consigo saber lo que estás insinuando. - ¿Sabes lo que es svetocha? No, por supuesto que no. Su mano se convirtió en un puño dentro del paño ensangrentado. Era extraño ver la diferencia entre el paño y el nudillo. Dijo con expresión suave: - Daría mucho por saber cómo tu padre pensó que te ibas a manejar una vez que alcanzaras la madurez. O cómo te esconderías. Pero si sé lo que eres, lo más probable es que alguien más lo sepa también. Ellos quieren capturarte o matarte. De cualquier manera, no vas andar durante mucho tiempo libre. Y si te pilla Sergej, desearás estar muerta. - Oooh, ¿Se supone que es una amenaza? - Llámalo como quieras me importa una mierda. Era una actitud, que utilizaba cuando estaba en un bar del Mundo Real con papá. - ¿Por qué, porque conozco el Mundo Real? Lo que sea. Me estaba cansando de estar de pie junto a la mesa del desayuno. Quería comer algo, quería ducharme con agua muy caliente y quitar el frió que sentía. - Creo que es hora de que te vayas.


Por no hablar de que quería una oportunidad para sentarme y pensar sobre esto. Él solo estaba burlándose de mí, es cierto. Pero. . . Sí, pero. La pequeña palabra más horrible en el idioma español. No me gusta esa palabra. Simplemente significa que algo más va a ir mal, o la mierda va ser profunda. Y era lo suficientemente profunda ya. - No me estás escuchando. Estás en peligro, Dru. Sus nudillos estaban blancos sobre el paño con sangre, él estaba mirando a algún lugar por encima del hombro izquierdo. Casi miré con atención para ver lo que se avecinaba detrás de mí. - Y aquí estás, andando por ahí con un loup-garou e ignorando todo tipo de buenos consejos. Loup-garou, otra palabra para hombre lobo. Guardé el término a distancia. Podría encontrar algo fuera de eso, era hora de consultar los libros concienzudamente. - Así que este Sergej. ¿Es un vampiro, y mató a mi padre? - Fue un poco difícil hablar a través de todo el ruido que estaba pasando por mi mente. El mismo ruido que oí cuando me desperté por la mañana hacía una horas y me encontré que el mundo se había torcido de su curso y se depositaba en mí una pesadilla. El ruido que estaba detrás de la palabra desaparecido. Otra pequeña palabra que odio. - No sé si muerto es el término preciso. Le gusta romperlos antes de enviarlos a la otra vida. Tu padre incluso podría estar vivo, por lo que sabemos. - Un pequeño cambio de expresión pasó por su cara, sus labios se apretaron un poco. De repente, instintivamente, fui consciente de que ni siquiera él mismo se lo creía. Así que no lo sabe. Está sacando sus propias conclusiones sin saber más que yo. Parpadeé con fuerza, dos veces, tratando de poner todo junto en mi cabeza. - Así que ¿Qué diablos estás haciendo aquí? - Supongo que podría decir que represento a los que piensan que eres preciosa. Ya te lo dije, soy tu ángel de la guarda. ¿No estás contenta? - Una sonrisa amplia y


soleada estalló en su cara. Hubiera sido interesante si no hubiera sido tan francamente estrafalaria. Al igual que una máscara de Halloween. - Un ángel. Sí, estoy algo tibia por lo de... ¿Preciosa? ¿Por qué? - Los Djamphirare siempre son varones. Se reproducen con mujeres humanas, rara vez tienen en su descendencias mujeres. Cuando pasa, las hembras son svetocha. Las svetocha a veces son fértiles; sus hijos son fuertes, pero sus hijas, doblemente raro que lo sean, son más fuertes. Cuidan mucho al hijo cuando es mujer. - Hizo una pausa, ladeó la cabeza y cogió aire fuertemente. Me pregunté si podía oler también el pastel. - Soy bueno, sí. Soy fuerte por la virtud de mi sangre. Pero con el entrenamiento adecuado, Dru, puedes ser tóxica para nosferat. Puedes llegar a ser capaz de matarlos con solo respirar cerca de ellos. Una vez que madures. - Sí, y voy a ponerme una capa y una maya, y volar a la luna, también. Espera un maldito minuto. ¿Me estás diciendo que soy en parte vampiro? - Negué con la cabeza fuertemente, mi pelo se movió. - Claro que sí. Cuéntame otro cuento de hadas. Mi mamá era mi mamá. Ella no era un vampiro. ¡Maldito seas! Sé que no lo era. - Sabes bien que algunos cuentos de hadas son ciertos. - Echó un vistazo a la cocina lentamente. Tenía los ojos tan azules, recorría todas las superficies, como si fuera el dueño del lugar. - ¿Me puedes dar un vaso de agua? Rodar por la nieve con un nuevo loup-garou da sed. - Sí, ¿es agua lo que quieres? Vi tus colmillos, chico. - Le señalé con la mano libre manteniendo en la otra la pistola apuntándole. - Las tazas están allí. ¿Cómo se que lo que dices es verdad? O cualquier cosa que me estás diciendo ¿es algo cercano a la verdad? Mira, esa es la cuestión. Nada de esto podría ser verdad. ¿Así que por qué sigo escuchándote? Él se encogió de hombros. - Estoy fuera durante el día. Grito si me hacen daño o me duele, mi sangre es roja, ya lo vistes hace diez minutos. Puedo oler la diferencia entre tú y la mascota del piso de arriba, y me he grabado tu vida. ¿Son razones suficientes, o necesitas más? - Cogió un vaso con un movimiento silencioso excepto por el chirrido de la alacena. - Podría haberos matado a los dos, ya sabes. Estáis ridículamente entrenados. - He estado haciendo esto toda mi vida.


Sería bueno saber cómo hacia las cosas. Al igual que de pie sobre la nieve no dejaba huellas. Eso sería una buena habilidad para tener. ¿Y si su rollo sobre djamphir era cierto? Esforcé mi memoria, pero saqué poco en claro. Solo películas sobre el tema, y aunque podría ser mejor información de lo que uno cree, no era específico aunque también podía consultar un buen libro. - ¿Pero qué pasó realmente con mamá? - Dejé de pensarlo, no quería creerlo. No quería pensar en ello en absoluto. Había demasiadas cosas que quitar del medio antes de que pudiera comenzar. Sonaba como si este Christophe sabía más sobre el Mundo Real que yo. Papá tenía su número en el libro, pero sin la marca de que quería decir que estaba a salvo. Era todavía un contacto, y en este caso, la magia, en realidad podría ser útil. Odiaba pensar de esa manera. Al igual que odiaba pensar en la inutilidad de Graves aunque había que acreditarlo. ¿Qué quería? ¿Valía la pena mantener a este tipo cerca? ¿Tenía alguna opción? Tenía la pistola ahora, pero tenía la sospecha de que Christophe me estaba dejando mantenerla. Tenía otra sospecha, si podía oler a Graves, es probable que pudiera oler la mancha de zombi en la sala de estar. ¿Por qué no estaba diciendo nada de eso, amigos y vecinos? Lo que estaba pensando era realmente malo. Oía otros sonidos que no quería oír, golpecitos en una ventana, el Wump suave de llamas brotando a lo largo de una ancha espalda peluda, o el terrible aullido de un hombre lobo dirigido. Esto se estaba convirtiendo en demasiado para mí. Estaba más o menos a merced de cualquier cosa que este hombre decidiera hacer de todos modos. ¿No fue sólo esta mañana que había estado resignada a matarlo yo? - Entonces, ¿qué vas hacer? - Preguntó Christophe, como si pudiera leer mi mente. Los espacios entre sus palabras eran extrañas, como si hubiera algún tipo de extraño acento americano. He oído casi todos los del continente, pero no pude ubicarlo.


- Vas a tener que confiar en alguien, Dru. Estoy pensando en confiar en Graves, incluso si solo se dedica a gruñir y saltar alrededor. Estoy pensando que estás mintiendo sobre mi madre. ¿Por qué ella aparece siempre en la conversación? Papá no hablaba de ella, incluso en agosto. Simplemente nunca lo mencionó. ¿Cómo puede este hombre saber algo de ella? Tenía otras cosas de qué preocuparme. Estoy pensando que no confío en ti hasta que no sepa por qué soy tan útil. Pero era, tenía que admitirlo, reconfortante. Él era un profesional. Se había hecho cargo de los hombres lobos y los expulsó, y obviamente podía manejarlo. Tener alguien más en mi rincón, alguien con más experiencia que yo, no era algo despreciable. ¿No era eso lo que había estado deseando? Y ahora estaba aquí en mi cocina. Con olor a pastel de manzana y me miraba con una seriedad directa que le hacía aún más guapo. La propagación de los moretones en el costado de su cara se habían detenido, y debajo de ellos era muy bonita. No la de un famoso deportista o la de la clase que dice que un tipo está demasiado ocupado cuidando de sí mismo como para pensar en ti. No, su rostro hablaba por sí solo. Todo en proporción, el artista en mí salió. Menos el afilado mentón y esa sombra en los ojos. Al igual que él sabía más de lo que estaba diciendo. Camino a juzgarlo por su apariencia, Dru. Cuando el ruido se fue de mi cabeza. Tragué secamente. - Está bien. - Puse el seguro y la pistola a un lado. - ¿Qué sugieres hacer? - Esa es mi chica. - Sonrió. No era la mueca salvaje que había utilizado antes, sino una sonrisa genuina que iluminaba sus ojos fríos. Había sangre seca en su pelo, y estaba goteando en el suelo de la cocina, pero esa sonrisa lo compensó. - En primer lugar, señorita Dru, debemos hacer un inventario de tus armas y te traeré algunas propias. Entonces, antes de que oscurezca, protegeremos la casa otra vez. Es muy posible que nos visiten esta noche.


- No me gusta. - Susurró Graves. Con todo, él lo estaba tomando con bastante calma. Cogió el tarro de galletas, pasando sus dedos sobre el vaso de leche, y llevó su mano hacia atrás cuando levanté una ceja. Cerré el lavavajillas, y lo puse a funcionar. Mi pelo se estaba rizando, pero me sentiría mucho más humana después de una ducha caliente y un almuerzo. - A mí tampoco. Pero sabe cosas. Al igual que tú. - Estábamos susurrando pero Christophe se había ido. - Tengo que recoger algunas cosas, estaré de regreso antes del anochecer. - Pensé que lo sabías. - Graves recogió una caja de pizza vacía; estaba todo bastante hecho, después de comer limpiamos la casa. Los comestibles estaban en orden. Si no había nieve mañana, iría a la tienda. Era como tener a papá en casa otra vez. En realidad no. Papá estaría observándome o interrogándome sobre las tácticas. Graves estaba siguiéndome y la otra mitad del tiempo se ponía nervioso cada vez que algo crujía. - Sé cosas. Él sabe más cosas. - Miré los platos del fregadero y puse el tapón para echar jabón y agua y los metí. - Parece que estas muy tranquila. Su rostro mostraba ironía. - Es increíble. Era como si todo lo pudiera oler. Al igual que el mundo era lento, pero me estaba moviendo a una velocidad regular. - Puso la caja vacía a un lado, había todavía dos raciones de peperoni con queso extra. - Dios. Nunca pensé que podría tener tanta hambre. - Hay cereales, también, cuando hayas terminado con eso. - Me quedé mirando las burbujas del fregadero, con espuma blanca. Lo miré de reojo, luego miré a toda prisa de vuelta la espuma de jabón. - Graves. Gracias. Él rápidamente tragó. Comió otro bocado descomunal. Su pelo era un desastre y los ojos le brillaban febrilmente. El verde brillante se veía muy agradable en él.


- Por todo. Quiero decir. . . no tenías que hacerlo. No tenías que conseguirme una hamburguesa con queso. No tenías que esconderme. No tenías que quedarte o sacarme de la escuela hoy. No tienes que ser. . . digno de confianza. - Él se encogió de hombros y sonrió, con queso colgando de la comisura de la boca antes de que lo enganchara con la lengua. - No es como si no tuviera a nadie más, Dru. Me imagino que los dos estamos en el mismo barco. - Sí. Y se hunde rápidamente aunque remo con mis dedos en el agua. Entonces, ¿qué pasó con tus padres? Cogió la media ración que quedaba de la caja. - No me querían. Me crié en hogares de acogida durante un tiempo, lo he pasado mal. Casi acabo en el reformatorio porque no sabían qué hacer conmigo. Entonces pensé, soy lo suficientemente inteligente como para cuidar de mí mismo. Así que mentí y quité algunas cosas de mi alrededor, e ideé un plan para no volver a ser un inútil y valerme por mí mismo. - Entornó los ojos y se encogió de hombros, como si hubiera mucho dolor detrás de esas palabras. - Lo he hecho bastante bien. En su mayoría es arreglar las cosas para que la gente simplemente asuma que alguien es responsable de mí. - Sí. - Sabía lo que era eso. - Tienes una pistola del cincuenta sobre la encimera, Dru. Y las enseñanzas de tu padre. Él te amó, y estaba allí, nunca te preguntaste si te quería. Él nunca me habría dejado para siempre. Él regresaba, siempre regresaba. Pero siempre me preocupaba. Y esta vez no había vuelto, ¿qué había pasado? - Entonces, ¿qué vamos a hacer antes de que vuelva? - Los ojos de Graves se posaron en mí, y me observó mientras metía los tres platos en el agua. Los enjuagué. Nosotros. Sonaba tan simple cuando lo dijo así: - Tenemos que lavar los platos. A continuación os enseñaré como proteger la casa. - Vi algo de pánico en sus ojos, y contuve una risa que no quería que apareciera. - No te preocupes. Todo lo que hay que hacer es más simple de lo que te imaginas. Lo haremos antes de que Christophe vuelva. Él ayudó a cerrar la casa antes de irse, pero debo volver a hacerlo y no se pierde nada con que sepas cómo. Mi abuela decía que se debe hacer


cada dos días para mantenerlo fresco. - Me dolió un poco hablar de mi abuela. No tanto como me dolía pensar en papá, pero casi. Mi cerebro volvió a mamá, jugando con la idea como un gato arañando un ratón. No podía ser cierto. Mamá no era un vampiro, y yo tampoco. Era imposible. Salía al sol como todos los demás. Por ejemplo Christophe. Estaba fuera de día, también. Jesús. - ¿Y entonces? - Preguntó Graves, cogiendo un trapo. Enjuagué el primer plato y se lo entregue. - Esta bien tenerte aquí; papá no se habría molestado en secar los platos. - Miraremos un par de libros y averiguaremos si todo lo que dijo Christopher es verdad. - Especialmente acerca de lo del loup-garou. - Está bien, - él miró el plato, lo secó en círculos con el paño. - ¿Dru? - Él abrió el armario de la derecha, y puso el plato suavemente. - ¡Uy! - Hice remolinos con mis dedos resbaladizos en el jabón y el agua. Los dibujos casi tenían sentido si desenfocaba mis ojos. “El toque” era cada vez más fuerte. La abuela me había dicho que podía ocurrir, pero no había sido demasiado específica, y no había pensado realmente mucho en el tema. El nudo en la garganta no era asco, no era del todo miedo. No podía entender lo que era. Svetocha. Parte nosferatu. ¿Hablaba en serio? Bueno, que íbamos a encontrar. Es curioso cómo tener algo sólido para trabajar es lo que da sentido a las cosas y te pone en la pista de nuevo. Si no era correcto, tendría razón otra vez. Pero la pista. Mejor que fuera correcta. - ¿Sigo siendo humano? - Graves cogió el plato siguiente después de enjuagarlo, y lo secó con el paño. Frotando un poco más fuerte en el cerco dorado. - Sí, claro. Por supuesto que sí. Se encogió de hombros. - No lo sé. Me sentí como que quería matarlo.


- No eres el único. - Contuve un escalofrío. - No me sorprende. Si él es lo que dice que es, vosotros sois enemigos, más o menos. A los hombres lobo no le gustan los vampiros. O incluso algo que huela a ellos. Eso logró despertar su interés. - ¿Hay una gran guerra entre ellos? - No exactamente. Sólo es. . . como los atletas y los empollones. O las hienas y los leones. Coexisten, pero son razas diferentes y no se mezclan. Y están siempre peleando. - Hice una pausa. - Un grupo de hombres lobo podría ayudar a otro grupo de hombres lobo o algún otro que esté en contra de los vampiros, a veces hay peleas callejeras. Hay un montón de tipos de tribus, y los vampiros se organizan en tribus, también. Un vampiro no busca a un hombre lobo para matarlo, o al revés, a no ser que sea para vengar a uno de los suyos. - Así que tienen acuerdos: Cada grupo en realidad no se mezcla con el otro. Cuando le entregué un vaso mojado él estaba un poco sorprendido. Supongo que sabía un poco más de lo que pensaba. Eso era un alivio. - ¿Estás bien? - Él asintió, mientras secaba el vaso con un cuidado meticuloso, y lo puso arriba. - Así que. La protección de la casa. ¿Es algún tipo de brujería? ¿Qué sabes sobre ello? - Más bien sobre la magia popular. Mi abuela curaba dientes. Era una curandera. Comienzas diciendo la palabra brujería y la gente alrededor se pone un poco tensa. Todavía queman a la gente en algunos lugares. Incluso aquí, en EE.UU. En algunas regiones. - Supongo que sí. ¿Entonces estás involucrada en esto? Parecía mucho más interesado de lo que había visto en mi vida y le venía bien. Su cara se veía más delgada, más definida y menos infantil. Tal vez fue la luz a través de la ventana de la cocina, Christophe había estado mirando también a través de esa ventana. Que Dios me ayude, mi abuela solo me había enseñado curas populares. Un poquito de esto y un poquito de eso, y funcionaba. Él me miraba fijamente con sus ojos pequeños y brillantes, se parecían a los de una codorniz adulta.


Nadie había llamado a mi abuela bruja, pero nadie quería enfrentarse a ella. Venían a su puerta al atardecer o en medio de la noche, para las curaciones u otras cosas. El pago se hacía en huevos o carne de cerdo salada, o hierbas, o una pieza de tela para hacerse vestidos o cortinas o edredones. Los edredones se vendían a un buen precio, ya que se rumoreaba que los edredones de la abuela Anderson mantenían la energía de la casa o ayudaban a quedarse embarazada. Yo pensaba que era normal hasta que me mandó a la escuela en el valle. Y luego, después de que murió y papá vino a buscarme, me enteré por otras personas que no escupían en la sombra de alguien como un insulto mortal, no lavaban las plantas y el alcanfor, y no tenían idea de lo oscura y hostil que la noche podría ser. - ¿Dru? - Graves me miró un poco preocupado. Volví a mí misma con una sacudida y acabé de lavar la olla de espaguetis de hace un par de noches. Le saqué brillo. - Necesitamos agua salada. Tengo la varita de serbal de la abuela, también. Y un montón de velas blancas. Uno debe hacerlo bien.


Capitulo 22 Huelen a polvo, papel, cuero viejo, y cada uno de ellos cuesta un dineral. Hay libros de criaturas Aberforth de las Sombras, Bert-Norsen demoníaca, la enciclopedia Pretton de la Oscuridad, y la colección extraño pero totalmente legibles Coilfer de los verdaderos Cuentos populares. Me he asustado muchas veces, porque Patton Coilfer podía escribir muy bien el suspenso. Papá me dijo que tuvo un final malo, algo que implica una maldición africana y un montón de máscaras, una de las cuales había pertenecido al semi-famoso Sir Colin Edwin Wilson. Eso es suficiente para dar a alguien que lo haya leído una verdadera pesadilla y cuentos populares, déjame decirte.

Hemos tenido otros libros, pero esos fueron los primeros que saqué. Después de unos segundos pensando, saqué otro, Posesión de Haly Yolden’s Ars Lupica, con su cubierta de cuero repujado y gastadas páginas de bordes dorados. Graves estaba haciendo café, probablemente demasiado suave, por supuesto, mientras extendí los libros en la sala y empecé a hojear índices. Es curioso, una gran cantidad de libros que de otro modo serían útiles no tienen índices. Tienes que adivinar, y nunca es divertido. Especialmente cuando empiezas a estornudar sin control por culpa del polvo, o cuando tienes que encontrar algo deprisa. La única cosa más molesta es tener que ir a través de microfichas, microfichas reales, no sólo la captura electrónica de la ficha que han estado haciendo siempre que tengan financiación. No hay nada como analizar periódicos antiguos en un lector de fichas para que se sienta viejo y seco. Te dará un dolor de cabeza como una patada de mula en el cráneo. Tuve que pasar por un par de diferentes escrituras: djamphire, dhamphir, dhampyr, antes de encontrar djamphir y descubrir que eran básicamente la misma cosa, y cuando lo hice, me establecí en algunos análisis. Fiel a su estilo, Coilfer fue el mejor escritor y más útil de los cuatro. El djamphir, lo deletreé como Christophe lo había pronunciado, era un asesino vampiro mitad humano. Algunos tenían una sed de sangre, la mayoría se rumorea


que tiene problemas en los huesos. Muchos de ellos eran gemelos, pero los gemelos niñas nunca se menciona. Sólo los niños, como un montón de otras cosas en los libros sobre el Mundo Real. Es como si las niñas fuesen invisibles. De todos modos, se supone que a menudo nacen sin huesos, y la mayoría de las leyendas eran de los Balcanes. Si el djamphir sobrevivía a la adolescencia o edad adulta, cazaban wampyr6 o retoños upir7. Los retoños upir se volvían locos por las mujeres humanas a lo grande, y a menudo se aparearon con ellas. Dando resultado a los djamphir, y una vez que había una mancha en la línea de sangre, siempre había un djamphir, no importa cuántas generaciones pasaran. La mitad o un cuarto o lo que sea poco de wampyr hacían de ellos buenos cazadores de vampiros. Se les pagaba siempre que lo pedían, ganado, ropa, o incluso mujeres. Sí. El Mundo Real no es muy grande sobre el feminismo. Los Djamphir vivían mucho tiempo, posiblemente inmortales, si los Retoños no los cazaban de nuevo. Pero muchos de los retoños lo hacían. Muchos de ellos mataron a su propia progenie parcialmente humanos, también. Con una venganza. Tenía que sentarme y pensar en eso durante un momento. Ugh. Eso es terrible. - Café, - dijo Graves, y se detuvo en la puerta, me miró un poco raro. - ¿Estás bien? - Vamos a jugar a un juego, Dru. Sacudí la cabeza, alejando los recuerdos. - Esto es algo horrible. - Las cifras. Así que, ¿está diciendo la verdad? - Me dio mi taza de vaca, la que coincidía con el tarro de galletas. - No he averiguado nada todavía. - Empujé a Aberforth y Pretton cerca de él. – Busca Loup-Garou, pero no pierdas las páginas que he marcado, ¿de acuerdo? Y comprueba el de Ars Lupica. - Loup-Garou. - Miró hacia abajo en el trozo de papel en que lo había escrito. - Está bien. Ya lo tienes. en alemán significa "vampiro" Por lo general, siempre va conectado en la frase "Nosferatu... Das Wampire " y se traduce como "Nosferatu el vampiro ... 6

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Una gran variedad de seres malignos en la religión eslava, no sólo los vampiros


- Probablemente seas realmente bueno en esto de la investigación. - Soplé en la parte superior de mi café, tomé un pequeño sorbo, y me sorprendió gratamente. Lo estaba haciendo mejor. - Esto no parece como las matemáticas. - Extendió su mano libre, la miró. Los tendones se destacaron en la palma, los dedos y las uñas contundentemente mordidas, los nudillos agrietados un poco, pero cada vez mejor. - Y mucho de esto es una violación directa de la física. La conservación de la energía debería hacer algo de esto imposible. - No sé nada de eso. Sólo sé lo que veo. - Tomé otro sorbo. No soy una amante de la cafeína, pero me sentía confusa. Lenta y estúpida. - Sí. Ese es el problema con las teorías, el Mundo Real siempre patea la mierda fuera de ellos. - Se instaló, quitándose el pelo de la cara... - Sin este tipo de mierda, bueno, ¿te molesta? Pensé en ello. - ¿Quieres decir, como si no debe existir? - No podría expresarlo mejor que eso. Pero lo entendió, o yo lo había entendido. - Sí. Exactamente. Es todo. . . así, es una especie de obsceno. Esa es una manera de decirlo. - Hay un montón de otras cosas que damos por sentado. La quema de selvas tropicales. Los asesinos en serie. Horas punta de tráfico. La vida es bastante obscena según la manera en que se mire, Graves. - Miré hacia el Coilfer. Que tu padre se convirtiera en una especie de zombi tiene un trozo de ese pastel, sin embargo. No estoy segura de que tipo de torta sea, pero sin duda tiene una de ellas. - Este tipo de cosas se congela sola, ya sabes. - Alguno en especial. - Pasó de inmediato por los índices, me di cuenta. - Guau. - Sí. - Tomé una respiración profunda, otro sorbo, y tiré mi atención de nuevo a la página. El djamphir puede utilizar una variedad de medios para matar a un wampyr, de los cuales el más popular en el folclore es un juego de espino. . . . ***


Fue una tarde productiva, a pesar de que tomé el suficiente café para sentirme nerviosa durante cuatro horas. Cerré el libro con un último suspiro. Estábamos tan listos como nuestra pequeña colección de textos nos podía ayudar. - ¿Así que estamos bastante seguros? - Graves repetía "bastante", como si se tratara de una palabra extranjera, exótica. - ¿De que no me voy a poner como todos los melenudos, al igual que el que vimos? - No. De acuerdo con esto, el loup-garou un cambiador de piel, no es realmente un hombre lobo. Felicitaciones, resististe las probabilidades. Acerca de todo lo que tenemos es un hambre de carne cruda. - Me estremecí. - ¿Puede ser que incluso seas capaz de comer, con el impulso a tu sistema inmune? El gesto que hizo con su cara me hizo sonreír. - Sí, voy a hacerlo bien con ese cambio en la dieta. Pero nada de niñas... ¿djamphir? Él conocía la palabra, rodaba alrededor de su lengua, y acabó el último trago de su café. Tenía que estar frío. Miré por la ventana del frente en el lío del patio delantero, trozos de hierba marrón se mostraban a través de la nieve, parecía sarna, de cuando él y Christophe se habían peleado y arrastrado la nieve. El cielo estaba bajando, amenazando aún más con la puesta del sol, y la radio dio graznidos débiles sobre un aviso de tiempo. ¿Por qué se molestaría ahora, después de tantos días? Trozos de madera fueron arrojados en un arco, el pasamanos del porche estaba completamente destrozado y arrojado en una línea perfecta y extraña. Lo golpearon con fuerza. - No. Nada de eso. - No mencionó nada acerca de mi madre. No era asunto de nadie, incluso con los toques oscuros de Christophe. Yo siempre pensé que tenía el toque de la Abuela, por el lado de los Anderson. Ahora que lo pensaba, nadie mencionó a la familia de mamá. Simplemente no se hablaba. Ni siquiera sabía su nombre de soltera, aunque probablemente podría desenterrar su certificado de matrimonio. Probablemente estaba en la caja de seguridad. Pero me lo pregunté, y no era cómodo preguntarlo. Era como tener una de las


piernas firmes de tu mundo y de repente te lanzan un golpe a distancia, y no estás muy firme ya. Todas las patas de la mesa estaban picadas de debajo de mí. Mamá. Golpe. Abuela. Golpe. Papá. Golpe. Si esto fuera un dibujo animado, me tambalearía en una sola pierna con la cara retorcida por la consternación. Ya era tarde. Por la noche se reúnen las sombras azuladas, incluso el reflejo de la luz en la nieve estaba desapareciendo. Bajo la inquietud del café, agotamiento e insomnio desplumados en mis párpados. Mis brazos y piernas fuertes, el hombro herido, y sabía que probablemente debería tomar algo por la forma en que mi espalda tenía espasmos y dolor. - ¿Tienes hambre? - Preguntó Graves, y volví a mirar al jardín delantero y se dio cuenta de lo que era. Sin embargo, dada la elección entre ir a la tienda y obtener alguna información en mi haber, la información era probablemente la mejor apuesta. Había que estar vivo para comer, después de todo. Siempre podré ir mañana. Lo que me recuerda, que había que pensar en el dinero. - Y… Había sombras de piernas en la puerta. La luz, ridiculizaba las canillas. Salté, dejando escapar un pequeño grito, y Graves se estremeció, golpeando sobre su taza de café vacía. La puerta se abrió, y me lancé a por el arma de fuego, mi pierna derecha punzaba, se me había dormido. Me di la vuelta, mi dolor de espalda protestó cuando fui hacia la caja de munición, y quité el seguro. Ni siquiera pensé en ello. Graves estúpidamente se agachó justo donde estaba, sus ojos estaban grandes y verdes como los de un niño, temblando nerviosamente entre la puerta y yo. El aire a su alrededor brillaba débilmente, silencio. - Pajarito fácil, - dijo Christophe por el pasillo. - Puedo oler tu adrenalina, ya sabes. Ven a ayudarme a llevar esto. Espero que haya un poco de café. Graves me miró. No le había visto acercarse a él, había estado mirando fijamente el patio delantero. Se podía ver el camino y el camino de entrada, por el amor de Cristo. ¿Acaba de aparecer de la nada? ¿Incluso en el día?


Sí. Muy obsceno. Hice clic en la seguridad de nuevo y dejé escapar el aliento que no había sido consciente. Papá me habría pateado el culo, por supuesto, contener la respiración mientras estás bajo fuego es una mala idea. Pude perder el conocimiento o simplemente no pensar con claridad si estás matando de hambre de oxigeno al cerebro. Había incluso historias de gente que murieron porque estaban aguantando la respiración en el combate. Yo estaba tumbada en el suelo, sintiendo una corriente de aire frío por el pasillo y en la sala de estar, y de repente me sentí muy, muy sola. - Vamos, conejitos, - Christophe llamó alegremente. Pensé que podía verle sonreír. - Venid a ver lo que traje Dyado Koleda8, ¿eh? ¿De qué diablos está hablando? Graves se levantó. – Jesús, - susurró. Pasó a través de la puerta de entrada a la sala, y me di cuenta de que estaba tratando de mantenerse fuera de mi campo de tiro. Chico inteligente. - Ahí estás. - Allí estaba sujetando bolsas de plástico. - Ayúdame con esto. Me detuve en la tienda de comestibles. El aire huele que va a nevar de nuevo, y puede que no sea sólo un poco. - ¿Cómo has llegado hasta la puerta sin que te viéramos? - Graves quería saberlo. Tragué con sequedad y puse la pistola en la parte superior de la caja de munición, me levanté. Mi pierna se movió con un hormigueo al despertarse, al igual que los músculos. - Soy muy astuto. - Christophe sonaba muy alegre, un infierno de estado de ánimo muy alegre. - Ahora vamos, bestia de carga. Lleva algo de esto. ¿Dónde está Ksiniczka? ¿La princesa? - Dru está terminando su café, - Graves le informó, con el sarcasmo que goteaba en cada palabra. Él vino haciendo campaña por el pasillo con las manos cargadas de bolsas de compra. Vi algo verde que sobresalía de una. - Hemos estado investigando. - Oh, bueno. Estirando sus mentes como niños buenos. Su ángel de la guarda se 8

Se le conoce en Bulgaria es Dyado Mraz, (aunque actualmente es Dyado Koleda, “Abuelo Navidad”


complace. - La puerta de entrada se cerró, y no hubo más ruido que el del plástico. - ¿Y? Graves no respondió, solo se movió más allá de la escalera y en la cocina. Salí al pasillo y fui recibida con la visión de Christophe en un suéter fresco, de color azul marino en esta ocasión, con rayas blancas en las mangas. Hacía que sus hombros se vieran un poco más amplios, y sus pantalones estaban limpios y secos. Tenía el pelo casi brillante con mechas rubias, y sus ojos ardían con alegría pura. El olor a pastel de manzana fresca llenó la sala. Me sentí aún más mareada y sin esperanza. - He traído armas. Pero puedes ayudar con estos. - Señaló las seis bolsas de compras agrupadas en torno a sus botas. Una mochila colgando del hombro, y una banda ancha de cuero cruzada en el pecho. El extremo romo de una escopeta asomó por encima de su hombro. - ¿Fuiste de compras con una escopeta? - Crucé los brazos, mi estómago se retorció del hambre. Abrió las manos, sin dejar de sonreír, dientes blancos, a la sombra de la sala. - La gente ve lo que quiere ver, Dru. Tú lo sabes. Traje sopa enlatada. Pan. Algunas de las cosas que vi en tu cocina, y algunas otras. ¿Qué quieres a cambio? Me quedé donde estaba. - ¿Qué te debo? Eso hizo su sonrisa aún más amplia, si fuera posible. - Nada de nada, pequeño pájaro. Nada en absoluto. ¿Puedo pasar? ¿Qué pasa con estos muchachos que quieren comprarme la comida? Me encogí de hombros. - No veo como puedo detenerte. No hay nada en los libros sobre djamphir chico. - Libros. - Encogió los hombros. - Y de todos modos, en los libros que tu padre tenía probablemente no encuentres tales secretos en ellos. No me gusta la forma en que habla de papá. Pero sólo di unos pasos hacia delante, tomé tres de las bolsas, y se convirtió en mis talones. - Dru. - Corto y agudo, dijo mi nombre como un desafío. Todo el buen humor había desaparecido de la voz de Christophe.


Miré hacia atrás por encima del hombro. Se puso de pie de espaldas a la puerta, sus dientes y el pelo estaban relucientes. Parecía imposible que tuviera diecisiete años de edad. Dios. Niños con armas de fuego. Tenía equipo suficiente para iniciar una insurrección en mi sala de estar, y este chico andaba por ahí con una escopeta, por amor a Dios. Y Graves probablemente podría causar algunos estragos graves si estaba lo suficientemente enfadado para cambiar. ¿Dónde se supone que estaban los adultos para manejar estas cosas? ¿Todos muertos como papá, tal vez? Era un pensamiento desagradable. - ¿Qué? Tras una breve pausa, buscando que decir, se encogió de hombros. - Nada. Espero haber traído todo lo que necesitas. Espero que sí, también. Pero no tengo ninguna idea de lo que necesito ahora. A pesar de que la escopeta es un buen comienzo. - Gracias por ir a la tienda. No sé cuánto tiempo voy a quedarme en esta casa, sin embargo. - Ah, ¿sí? Tú no eres mi primer visitante, Ojos Azulea.


Capitulo 23 Me desperté por un sonido, un sueño muerto, un sueño que no podía recordar sobre la oscuridad del agujero en la parte de atrás del armario en cuanto abrí los ojos. La ventana estaba llena de un extraño brillo que durante la noche deambulaba de las farolas que se reflejan en la nieve fresca, y el blanco búho de la Abuela cuyas plumas se sacudió y me miró. Yo estaba cómoda y cálida, y Graves estaba respirando tranquilamente en su colchón. Hubo un leve sonido de la televisión, en la planta baja. El sonido sin sonido de alguien que respira allí, también. Reconfortante. Y un poco aterrador. Pensé que no iba a dormir con Christophe en la casa. Pero tan pronto como la cabeza tocó la almohada, me había apagado como una luz. El búho me miró. El olor de la luz de la luna persiguió la espiga desvanecida de las naranjas a través de mi lengua. Salí de la cama, en silencio, silbando en una respiración suave cuando la diferencia de temperatura me tocó la piel. Incluso con la calefacción puesta, hacía más frío fuera del nido caliente de mi cama. Di un paso en pantalones y tiré a lo largo del fondo térmico con el que había estado durmiendo, tiré de mi top hacia abajo, y me quité las legañas de los ojos con la otra mano. Pasé a Graves, que hizo un ligero ruido como si estuviera soñando, y como un fantasma por el pasillo, evité los chirridos. Las escaleras desenrollándose bajo mis pies, y era una sombra en el pasillo. El parpadeante azul de la televisión pintaba la pared, al pasar la puerta del salón, vi a Christophe en la silla de campamento de papá, una escopeta, probablemente la misma que había visto antes, sobre sus rodillas, la cabeza doblada hacia delante como si durmiera. La televisión estaba baja, una película de guerra en blanco y negro y estaba segura de que la había visto antes de desenrollarse entre ráfagas de estática. Eso no está bien. No debe haber estática. Tenemos cable. Era lento, moviéndose a través del pudín.


Las alfombras, las cajas amontonadas en el pasillo, y un agujero de bala brillando con la luz de la televisión. Todo parecía muy triste y silencioso, los refugiados de una vida anterior. La puerta principal estaba radiante. Delgados hilos de brillantes, azul alegre, el cielo de verano que indica y describe un patrón complejo en toda su cara, como los tatuajes tribales. Miraba, fascinada, como se arremolinaban como el aceite sobre el agua. Todo era silencio absoluto ahora, el mundo envuelto en algodón. Avancé hacia delante. Paso a paso, con los pies descalzos flotando a una pulgada por encima de la alfombra barata. Había un pequeño deslizamiento a cada paso, como si estuviera en una caricatura y alguien hubiera atado trocitos de mantequilla a mis pies. La puerta se alzaba más y más grande. Estaba en una cinta transportadora deslizándome hacia ella, y mi mano se acercó sin mi voluntad, acariciando la cerradura. Los dos cerrojos se movieron en silencio, y mi mano se cerró alrededor del pomo. No lo hagas, Dru. No vayas por ahí. No estaba pensando en ir a ninguna parte, ¿era yo? Las naranjas corrían en riachuelos a través de mi lengua fresca, en vez de cera, y la sorpresa de la degustación hizo que me doliera la cabeza ligeramente, como si algo se hubiera deslizado por un delgado tubo metálico a través de mi cráneo. El pomo silbó y se deslizó como el agua en una plancha caliente a mi tacto, y las líneas azules en la puerta se reunieron, arremolinándose inquietas. La puerta se abrió en silencio, moviendo las cortinas azules, sólo un poco para que pasara a través. Salí con cautela, todavía flotando. Es curioso, pero no parecía hacer tanto frío ya. El porche estaba desnudo, una sección de barandilla estaba rota, plantas sueltas muertas en macetas de plástico bajo una luz tejida por las heladas, carámbanos congelados en un extremo, cerca de un canal de desagüe. Se estremecieron, las espadas de agua, ya que mi mirada voló a través de ellos. Las escaleras se desenrollaron bajo mis pies. Estaba nevando de nuevo, grandes copos gordos giraron en patrones que no tuve tiempo para estudiar, sino que se parecía a los tatuajes tribales en la puerta, los ríos de estrellas congeladas. Un zumbido se había iniciado en mi centro, como un cable eléctrico conectado a mi ombligo. La línea de fuerza era casi visible, lejos serpenteaba a través de la joroba a la deriva en el patio delantero, comenzando a perder sus picos y valles bajo un manto fresco blanco.


¿Hacia dónde voy? Hubo una explosión de suave sonido sobre mi cabeza, agitando frenéticamente las alas, la lechuza de Abuela pasó deslizándose, la nieve iluminada misteriosamente escogió las débiles plumas sacudidas. En un círculo, cortando una cifra poco apretada con las ocho puntas de sus alas, desaceleró, flotando por la calle. La línea conectada a mi vientre se tensó y empezó a tirar de mí con mayor rapidez. Me eché hacia atrás, mis talones más bajos que los dedos de mis pies como si estuviera haciendo esquí acuático, y la sensación de movimiento era extraño, pero no más raro que mi pelo colgando, sin brisa tocando mis mejillas y piel. Soy la Chica de la Burbuja. Guau. Un ensueño que hervía dentro de mi garganta, se extinguió. El mundo se retorció como gotas de pintura en un plato de papel hilado, la oscuridad y el reflejo de la nieve estaban girando juntos, y la lechuza se ladeó de nuevo, las alas extendidas y el patrón evidente de sus ojos en la parte inferior miraron a través de mí durante un momento. Sumergiéndose, luego, pasó junto a mi cabeza. Sentí el viento de su paso besando mis mejillas y frente, el pelo se agitó suavemente antes de que el aire muerto regresara. Era extraño, patinar por las calles, la línea desenrollándose en mi vientre, a veces tirando de mí a la izquierda o a la derecha, arrastrándome a lo largo de montículos de nieve acumulada y dejándome en sus laderas, cada desembarque curiosamente amortiguado por lo que no me caí. A través de las calles, a través de callejones, una vez arriba y sobre la curva de un coche nevado, el pensamiento de una persona despertando por la mañana para encontrar huellas a lo largo de su coche era muy gracioso, en una lenta, y desconectada manera. Pero no estaba caminando. Estaba navegando. Surfeando en la nieve. Guau. El búho hizo un suave ¿pasión de que? ¿quién? Sonido, y el tirón en mi vientre disminuyó. La línea mantenía el zumbido, pero no tiraba de mí. En cambio, me encontré mirando el armazón de dos pisos de una casa. Vieja y ruinosa, que había sido amarilla. Un enorme y desnudo, roble retorcido estaba delante, sus extremidades torcidas apuntaban hacia el cielo. ¿Por qué me parecía familiar? Durante un largo rato, ladeé la cabeza. El búho se estableció en la pequeña franja del techo roto en el porche. La nieve era profunda, a la deriva contra los pasos. Pero sabía como esos escalones se verían así. Sabía lo que el porche diría si


pisaba su madera gimiendo por la edad, y la puerta de cristal reventada de sus bisagras, la cinta amarilla de plástico de la escena del crimen vieja y caída y revoloteando sobre la cueva que conducía al bostezo del vestíbulo. Sabía lo que el sonido haría si se hubiera quedado todo. Las bisagras chillarían una nota larga, ¡un rebuzno! Como un burro divertido. Había escaleras en el interior, a la derecha del vestíbulo de la estrecha entrada. Subiendo las escaleras y hacia la izquierda, habría cuatro puertas: un cuarto de baño, probablemente enmohecido ahora ya que la puerta estaba toda abierta, un dormitorio principal y un dormitorio más pequeño, y un armario. Conozco esta casa. De alguna forma conozco esta casa. Miré cuando el búho ascendió, luego inclinó su cabeza e hizo un llamamiento suave otra vez. Sus ojos amarillos eran viejos y terriblemente tristes. Avancé hacia adelante, cada paso deslizante peor que antes, como si la mantequilla se derritiera bajo mis pies. El aire se hizo más y más oscuro cuanto más cerca estaba. Y allí, en la parte inferior del roble, había un lugar donde la nieve yacía descolorida hundida. La figura de una luna plateada yacía todavía bajo la terrible oscuridad, aplastada bajo la sombra. ¿Qué es eso? El búho llamó por tercera vez, había una nueva nota de urgencia en los tonos suaves. Saqué mis manos cuando el zumbido en mi vientre empeoró, un nido de avispas en mis entrañas, sonando y raspando. Espera. Conozco algo. Conozco esta casa... El mundo se estremeció. Miré mis manos y me di cuenta de que podía ver a través de ellas. La nieve iluminada débilmente brillaba a través de mi translucidez, en la curva de mi antebrazo como el cristal llena de humo sólido. Era un fantasma. El búho habló por última vez, sólo que no estaba bien, porque no era un grito suave. Era una campana. Un fuerte, áspero, sonido pesado; las avispas habían roto mi vientre y estaban pululando. Los aguijones picaban embistiendo a través de mis dedos cuando llegué a la sombra del roble, sus ramas zumbando como la cola de una serpiente de cascabel antes de que decidiera atacar con esta y se lanzara a morder.


- ¿Qué demonios? - Dijo alguien, y me golpearon hasta salir de la inconsciencia, liberándome bruscamente de donde quiera que había estado como una banda de goma lanzada de dedos expertos, y saliendo oscilando. ******* La ventana estaba abierta. El aire frío empapaba la habitación. Christophe retorcía mi muñeca, desviando el golpe; Graves lanzó un grito agudo y la habitación estuvo llena del sonido de las alas agitándose por un momento. Pero no alas suaves, plumas de alas batiéndose, no, este sonido era de cuero, áspero contra el aire. Christophe y yo caímos al suelo, mientras que Graves tiró la ventana cerrada. – ¡Jesucristo! - Repetía Graves, en esa misma voz alta y chillona. Hubiera sido divertido si mi cuerpo no se hubiera fijado, y clavado, cada centímetro cuadrado de piel picada. - ¿Qué demonios fue eso? ¿Qué era esa cosa? Me quedé helada. Aquí estaba en mi propia habitación, hacía frío, y todavía estaba en mi fondo térmico y top superior. Mi cama estaba retorcida fuera de todo reconocimiento, el colchón de Graves estaba dado la vuelta, y la sala estaba llena de un olor seco de descomposición, como plumas moldeadas. - Revelle, - dijo Christophe, con gravedad. Sus ojos ardían azules, y mantuvo sus manos sujetas alrededor de mis muñecas, situadas en mi parte superior como si fuera la cosa más natural del mundo. Su piel estaba caliente, y era más pesado de lo que parecía. Todo el aliento dejó mis pulmones en un arranque de genio. - Cazador de Sueños. Tranquilo, pequeño pájaro, sólo una serpiente en el nido.Esto fue susurrado en mi pelo, un círculo de aire caliente contra mi cuero cabelludo antes de que levantara la cabeza. - ¿Está claro o nevando? - Nevando. - Graves cerró la ventana y se estremeció otra vez, envolviendo sus brazos alrededor de sí mismo hasta que los codos y los hombros hicieron de sombra agudos. - Jesús. Simplemente entré, y Dru... El hueco entre la garganta de Christophe y el hombro se movió ligeramente, y el calor hormigueó saliendo de él ahogándome. - Silencio. ¿Dru? Habla conmigo. ¿Estás bien? Supongo que estaba preguntando porque su rostro estaba en mi pelo, las piernas retorcidas con las mías, y sostenía mis muñecas tan fuerte que dolía, como si


tuviera bandas de acero en los dedos. – ¡Quítate de encima de mí! - Me las arreglé, antes de que estuviera bien en mi manera de asfixia. - Sí, está bien. - Graves ladeó la cabeza, mirándonos a los dos. - Tal vez. - Christophe me dejó ir, no lo suficientemente rápido, podría añadir. Los alfileres y agujas corrían a través de mi piel alcanzando su punto máximo, y haciéndome un ovillo en el suelo, grité en una gigantesca e interminable respiración con el fantasma de las manzanas luchando a través del mohoso olor de las plumas. La luz del pasillo estaba encendida, un rectángulo de color amarillo cálido en el suelo, y comencé a vomitar en seco. No me sentía bien. - Maldita sea. - Christophe se puso de pie en un simple movimiento fluido y girado. Tenía el pelo peinado contra su cabeza, oscuro y elegante. - Dios e Infierno, ambos malditos sean. No pensé que enviaría eso. - ¿Quién? ¿Qué enviaron, alguien envió esto? - Graves estaba de rodillas casi tocándose juntas. Sonaba como si le castañetearan los dientes, también, pero sus ojos ardían con fiebre verde. - Mierda. ¿Qué diablos era? - Una serpiente alada, vienen a robar el nido. - Christophe cargó a un lado y comprobó la ventana. - Ella debió dejarla entrar, pensando que era otra persona. O... Lo que no daría a conocer... - Se detuvo, mirando fijamente el vaso y el río de nieve girando, algunos de ellos rozando el panel con sonidos de pequeñas arañas. - Él debe pensar que ella está cerca de la floración. Pero no sabía que tenía acceso a un ladrón de sueños, sólo los Maharajá los engendran.- Su frustración salió en un tono tenso, cada palabra como acero. ¿Puedo morir ahora? Vomité en seco otra vez. Se sentía como si todas mis entrañas estuvieran tratando de arrastrarse fuera por un duro camino. Pensé que estaba fuera. Conozco esa casa. Era donde vivíamos Antes. Antes de que el mundo cambiara. Antes de que mamá... ¿Podría encontrarla de nuevo? Probablemente podría. Los recuerdos no se desvanecían como en otros sueños. En cambio, estaba fuertemente grabada con agua fuerte, cada sombra de las plumas individuales de la lechuza, cada giro de las ramas del roble eran fáciles de recordar, grabado en el espacio detrás de mis


párpados. Pero mi cuerpo se plegaba sobre sí mismo dando asco, cada músculo cerrándose. Dios, ¿qué me está pasando? Christophe tamborileó con los dedos en la ventana. El sonido fue directamente a través de mi cabeza y me acurruqué en una bola apretada. - Si estuviera claro, podría rastrearlo. Sobre todo ahora que está herido. - Lazó una mirada brillante por encima de su hombro. - Esa fue una decisión inteligente, piel cambiante, golpear entre ellos. - Gracias. - Graves no sonaba como aceptando el cumplido. Tosí, tragando, y esperando no vomitar de nuevo. ¿Alguien mencionó probarme? Pero parecía muy obvio, algo había llegado a la ventana, y lo había confundido con la lechuza de la Abuela. ¿O lo hice? Había estado fuera, no aquí después de todo. Conocía al búho de la abuela, y conocía esa casa. – Era de Antes, - me las arreglé para decir, con los dientes apretados, unidos entre sí. Estaba helada como si hubiera estado vagando en la nieve. ¿No lo había estado? - Trae agua. - Christophe agarró a Graves, lo empujó hacia la puerta, y sacudió las manos como si tuviera algo repulsivo en ellas tan pronto como le dejó ir. – Trae un vaso de agua. Date prisa. Graves salió disparado, con todo su salvaje pelo rizado. Le oí rebotando por las escaleras demasiado rápido, a toda velocidad fuera de las paredes. Christophe se apartó de la ventana y cayó de rodillas a mi lado. - Estúpida, siseó. Sus ojos ardían, y cuando me las arreglé para inclinar la cabeza y mirar hacia arriba allí estaban los hoyuelos en su labio inferior, donde los colmillos se deslizaban por debajo del labio superior y tocaban, muy suavemente. Ni siquiera podía importarme. Estaba muy ocupada. ¿Quién, yo? ¿Qué debía hacer? Mi corazón dio un salto increíble y se instaló golpeando en mi pecho. Se estaba haciendo más difícil conseguir aire a través de las arcadas, pequeños sorbos de manzanas mezcladas con la arcilla de las plumas podridas. Era divertido, no parecía que mi cuerpo rechazara la cena. Era más bien como un espasmo de todo el cuerpo forzando un pequeño sonido seco a través del tubo de la garganta y de mi boca.


Christophe se inclinó. Sus manos ahuecadas en mi cara, torciendo el cuello con torpeza. – Respirarás, - dijo con calma. Los ojos azules me miraban, más fríos que el delgado cielo de invierno. La nieve siseó contra la ventana, y Graves maldijo en la planta baja. Un armario se cerró de golpe. - Respirarás, y vivirás. No tienes ninguna otra manera, Milna. Respira. Lo intenté. Mis ojos giraban dentro de mi cabeza. La oscuridad descendió, una profunda noche estrellada. La cabeza me latía, la insoportable presión crecía detrás de mi nariz y ojos. Pequeñas masas de luz comprimidas hacia abajo, ya que incluso mis párpados tenían espasmos. El dolor como un picotazo de plata fue a través de mí, desde la coronilla de mi cabeza hasta mis pies, corriendo por cada ramificación nerviosa. Graves entró al galope en la habitación, maldiciendo en voz baja. Las manos de Christophe dejaron mi cara, y mi cabeza golpeó el suelo un segundo antes de que gritara y arrojara el vaso de agua directamente a mi cara. El ataque se detuvo. Chisporroteó y se ahogó, temblaba como un pescado en el suelo y tomando otra respiración jadeante profundamente, reteniéndola, y soltándola con un torrente de palabrotas que habría hecho que papá estuviera orgulloso, incluso durante sesiones de fijación. - Sí, - dijo Graves, respirando con dificultad, cuando se quedó sin aire suficiente para maldecir y solo farfulló. - Yo diría que está bien. - Idiota. - Christophe le entregó el vaso mientras trataba de limpiar el agua. Mis músculos estaban débiles como fideos cocidos. - Eso fue demasiado. Trae una toalla. - ¿Y si la traes tú? Yo ya corrí escaleras abajo, y eres el que tiró toda el agua. Graves se inclinó hacia delante, mirándome. - Hey, Dru. Estabas dando un beso francés a una serpiente alada. Que rastrero. - Roban el aliento, imbécil. Ve a buscar una toalla. - Christophe lo empujó, y Graves cayó hacia atrás. El suelo se quejó fuertemente con su peso desplazado. Si pudiera haber conseguido un olor a través de mi nariz habría sido la sequedad ligeramente aceitosa de macho puro.


El labio de Graves se levantó, y sus dientes eran tan blancos como los de Christophe. - No me des ordenes, imbécil. Estaba aquí antes que tú. Jesús. Chicos. Encontré mi voz. - Maldita sea, a la mierda los dos. Fuera de aquí.Fue duro sonando fuerte con mi camiseta empapada y cada músculo de mi cuerpo relajado, como espagueti mojado, pero lo intenté desesperadamente. - Bajad las escaleras y hacedme un poco de chocolate caliente. Descargad el lavavajillas. Hagan algo útil en lugar de tener un partido de testosterona en mi habitación. Durante un largo exótico momento ambos se me quedaron mirando, los ojos verdes y el ardiente azul. Me las arreglé para empujar hacia arriba los débiles brazos, poniéndolos a mis órdenes debajo de mí, apoyándome contra mi colchón, temblando. El calentador aumentó, pero el sonido de la nieve contra el cristal de la ventana me hizo sentir frío por todo el cuerpo. Había salido. Estaba fuera de aquí, y alguien hizo algo a mi cuerpo. Oh, Abuela, me gustaría que estuvieras aquí de verdad y no sólo enviándome a tu búho. Podrías decirme qué demonios hacer ahora. La tensión se quebró en el cuarto, el aire se relajó, cuando se alejaron mutuamente. Christophe echó un vistazo a la ventana de nuevo, su perfil seguía siendo fuerte y colmilludo, con el pelo pegado a su cabeza como si le hubieran tirado agua, también. Sus labios firmes, sus afilados dientes retraídos, y parecía como si una nueva idea le hubiera golpeado. Graves, sostenía un vaso vacío de la cocina, por fin me sonrió. Sus ojos brillaban, también, pero verdes en lugar de azules. Pareció tan aliviado como era posible conseguir bajo su pelo y nariz ganchuda. - ¿Seguro que estás bien? No, no lo estoy. Estoy asustada, y vosotros no lo estáis haciendo más fácil. Pero mi voz fue constante. Era una maestra en poner una voz firme. - Hazme un poco de chocolate caliente. Estoy helada. Y salid los dos de aquí. - Me abracé tan fuerte como pude. Podría ser una actriz. Un talento para crear mentiras sólo tiene algunas aplicaciones. – U os pego un tiro. Christophe no parecía convencido. Parpadeó, como si acabara de regresar a la sala, doblando sus brazos y dándome una mirada de reojo. Esperaba que sus ojos enviaran un pequeño destello de luz azul brillando a través de la penumbra. - ¿Qué piensas...? - Cristo. Cállate. - Para mi sorpresa, lo hizo. – Id a descargar el lavavajillas. Graves


puede mostrarte a donde va todo. Cuando llegue abajo, me podrás decir lo que quieras. Salieron a tropel obedientes de mi habitación, y yo apoyé la frente en mis rodillas. Los regulares dolores y molestias, mi espalda punzando, mi hombro infeliz, volviendo como viejos amigos, arrastrándose de nuevo bajo mi piel. Esto era cada vez más complejo, y no estaba segura de lo que era real y lo que era el Mundo Verdadero ya. ¿Dónde estaban los adultos que podrían manejar esto? Una idea se estremeció en la punta de mi cerebro, pero estaba demasiado extrañada para seguirla. En cambio, respiré profundamente en la forma que mi abuela me había enseñado, y traté de no pensar. Era bastante inútil, sin embargo, porque el mismo pensamiento volvía, dando vueltas como el búho de la abuela en la suavidad de las alas sin sonido. Podía encontrar esa casa de nuevo. Sé que podría. Es de Antes. Y está en esta ciudad. ¿Por qué papá no me dijo que vivimos aquí?


Capitulo 24 - Sergej,- Christophe me entregó una taza de Swiss Miss . No teníamos ningún malvavisco, y yo no entraba en calor, incluso con un suéter de lana y la colcha de mamá alrededor de mis hombros. - Es muy viejo. Podrías llamarle el más antiguo que conocemos de América del Norte y probablemente de América del Sur, también. Vino de Europa después de la guerra. - ¿Qué guerra? - Graves quería saberlo. Se apoyó en la barra del desayuno a mi lado. Christophe dejó otra taza sobre la encimera y le dio una mirada fulminante. - La Gran Guerra, por supuesto. No es el genocidio disfrazado de guerra de esa horrible pequeña Austria corporal. Sergej bebió hasta saciarse en los campos de batalla de Lod y Gorlice-Tarnów. Antes, no era más que uno de los señoritos menores entre los bebedores de sangre. Algo en la guerra lo cambió, y vino a Estados Unidos. Desde entonces, ha sido la difusión de la enfermedad aquí. Matar por diversión y comida, y la contaminación de los soberbios y los pequeños hinchando las filas de sus legiones. Hemos estado tratando de matarlo durante demasiado tiempo. Eso animó a mis oídos. - ¿Nosotros? ¿Nosotros, quienes? - La Orden. Tu madre era uno de nosotros. – Lo dijo como diría, Ese espectáculo de televisión es esta noche, o, voy a recoger algo de leche en la tienda. - ¿El qué? - Le miré. - ¿Qué demonios? - Primero era una cazadora de vampiros, ahora esto. ¿Qué es lo que realmente sabía acerca de mamá? - Ella está muerta. - En efecto. La única svetocha en los años sesenta. Sergej salió de su escondite para matarla. Ella estaba oxidada y débil, y debió haberle herido gravemente, pero se las arregló. Algo horrible y enterrado subió brevemente. Vamos a jugar a un juego, Dru. Y ese golpe, como un latido, más y más rápido, más y más cerca. Le empujé hacia abajo, sólo era un sueño, ¿no? Tenía otros problemas ahora.


Espera sólo un segundo al rojo vivo. Primero pregunta, es lo primero, entonces vamos a seguiremos en este “orden.” - Así que ¿por qué papá te llamaría? La cara de Christophe había cambiado. Por mi vida no podía decir cómo. - Creo que finalmente había descubierto que necesitaba a la Orden. Nos culpó por la muerte de tu madre, aunque un simple humano podría hacer lo que nosotros no podíamos. Salió a cazar solo. Miré el chocolate caliente. Tomó algo de sentido. Papá se fue después de la muerte de mamá, y nunca pensé mucho sobre eso. Fue justo allí. No me acordaba de la muerte de mamá. ¿Lo hacía? Recordaba la cara de papá, marcada y blanca, y la discusión con la Abuela. Fue la única vez que les escuché discrepar. La mayoría de las veces Abuela decía mmmh o que hiciera lo que diablos quería sin molestarse en dar a papá el beneficio de su opinión. Pero aquella vez, cuando habíamos llegado a la cabaña en el medio de la noche, habían discutido. Habíamos estado conduciendo con las ventanas abiertas, el fuerte frío olor de las montañas en la noche inundaba el coche junto con el ronroneo y el traqueteo del motor. Cuando nos detuvimos, olía a polvo y a hierba recién cortada, despejando el aire frío y la noche. Estaba demasiado cansada, acurrucada y me chupaba el pulgar a pesar de que era una niña grande. Era mi más agudo recuerdo de mi infancia, la primera piedra tejida sólidamente en una niebla de impresiones en conflicto antes de la hora en la que comencé realmente a prestar atención a todo lo que me rodeaba. Creo que se puede decir que fue cuando empecé a crecer, oliendo la nitidez de las hojas en invierno, oyendo el golpeteo de la cocina de la abuela, el olor de los huevos fritos, porque abuela los cocinaba en el mismo momento en que subíamos por el camino, carreteras de tierra llena de baches y balanceos hasta su casa. Abuela actualmente habría gritado. ¿Que harías, Dwight? ¡Ese Chile no tiene la edad suficiente para saber lo que pasa! La voz de papá, ronca con algo que podrían haber sido las lágrimas, aunque era divertido pensar que papá nunca lloraba. Maldita sea si ella no lo es. Es por eso que estábamos aquí. Nada podía llegar a ella aquí. Me puedes odiar, vieja, pero lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Y cada vez que ruego y suplico ir con papá, él sólo sonríe y revuelve mi pelo. Ahora no, princesa. Cuando seas mayor.


Abuela resopló y dejó su dentadura postiza junta, y después papá dejó que me mantuviera ocupada durante días. No había escasez de trabajo en sus armarios, y tal vez pensó que no me daba tiempo para pensar. Pero después de mucho esperar a que tu padre regresara y te recogiera te daba tiempo de sobra para pensar, si siegas el heno o reúnes bayas o ayudas a hacer carne de cerdo salada. Nada de eso me iba a ayudar ahora. Tenía que concentrarme en lo que estaba delante de mí. Piensa, Dru. ¿Qué preguntaría papá? - ¿Quién es esta Orden? - La Orden, - dijo Christophe, como yo diría, Bah, ¡respira! - Cazadores profesionales, sobre todo djamphir, los kouroi. Aunque hay algunos de su especie. - Él agitó una lánguida mano sobre el hombro hacia Graves, cuyo rostro estaba fijo y casi blanco. - Ellos ayudan. - Es loup-garou, -suministré amablamente. –Un medio impreso hombre lobo. Más fuerte y más rápido que un humano, pero no tan fuerte como el tipo peludo. Eso lo sabemos. No somos totalmente estúpidos. Graves me dio un solo golpe de vista, extraordinaria. No sabía si entendió que no me gustaba el tono desdeñoso de Christophe. Pero habíamos estado encima de los libros durante la tarde, por el amor de Dios, y habíamos tenido una mejor idea de lo que le había sucedido. Graves tenía más suerte de lo que habíamos imaginado. No todos los niños que llegan virgen o llegan como un Lobo lo suficientemente viejo y lo suficientemente fuerte para medio imprimir a través de eso. Y lo más importante, no quería al Chico Imbécil aquí pensando que Graves era un ciudadano de segunda clase o algo porque le mordería un poco. - Exactamente. Hay hombres lobos completos, así como loup-garou en la Orden. – Christophe echó más leche en la cacerola y la mantuvo en movimiento. Su propia taza estaba justo a la derecha junto a la estufa. - Los cambiadores de pieles son los príncipes de su especie. Bueno, eso no es tan especial. – Así que estás diciendo que soy en parte imbécil.Toqué mi taza con un dedo. Estaba muy caliente. - El upir no puede mantenerse alejado de las mujeres humanas. Sergej es... Bueno, es más poderoso, el apareamiento le atrae más. Él siempre ha sido cuidadoso al matar a las crías, así como a la madre, sin embargo, por miedo a que se conviertan en una amenaza. Todos los djamphir son sobrevivientes o descendientes de los sobrevivientes.


Tomó una profunda respiración, tenía los hombros rígidos. - Ellos nos matarían a simple vista si pudieran. Y devolverían el favor. Sólo una gran familia feliz. Y pensé que papá y yo pusimos la “diversión” en “disfuncional.” - ¿Así que esa Orden, ha estado intentando matar a ese hombre Sergej? - ¿El que dicen que mató a mi madre? No es que no le crea. Sólo que mi padre no había criado a una idiota. Claro, este tipo tenía una buena historia y me había salvado la vida, pero las buenas historias eran tan comunes como los estornudos en el Mundo Verdadero. Así que él era un djamphir, ¿y qué? Eso no quería decir que tuviera mis mejores intereses en el corazón. O que todo lo que me dijo era la más estricta verdad. Por otra parte, ¿qué razón tenía para mentirme? ¿O mantenerme viva? - Desde 1918. Él es astuto, y no sale de su escondite. En cambio, envía a sus siervos, y es viejo y está lo suficientemente harto para tener un montón de ellos. Como el lobo que viste la otra noche, ¿el del parche pálido en la sien? Ese es Ash. Graves se estremeció, y yo también. Puse la colcha más cerca alrededor de mis hombros, me incliné hacia la encimera. - ¿Cómo un hombre lobo acabaría trabajando para un tonto? ¿No son enemigos? - Sergej, - dijo Christophe en voz baja, - es un experto en romper cosas a su voluntad. Incluso a lobos. Ash ha sido suyo durante mucho, mucho tiempo. - El silencio después de este sólo fue roto por el sonido de la cacerola en movimiento, y el silbido de la nieve siseando contra la ventana, hasta que Christophe negó con la cabeza y continuó. - Si pudiéramos capturar a Sergej al aire libre, probablemente podríamos matarlo. Especialmente si tuviéramos una svetocha. Una hija con una formación completa de uno de nuestros mejores. - Derramó la leche de ida y vuelta en la sartén. – No creo que te des cuenta de lo rara que eres, Dru. Envía a sus secuaces. ¿Incluirían a un perro en llamas, también? ¿O había otra cosa? - ¿Qué pasa con el perro en llamas? - ¿Perro en llamas? - Christophe parecía pensativo. - ¿Alto y negro, antes de que se encendiera? Pensé en su oscuridad vidriosa antes de que inhalara y se iluminara como una hoguera de árboles de Navidad. - Sí. Grandes dientes. Y era enorme. - Grande como un caballo, - dijo Graves.


- Ah, - dijo Christophe nada más. - Ahí es donde el alfa de los lobos, Ash, se presentó primero. A raíz de la cosa en llamas. Christophe asintió, pensativo. - Ash y un rastreador. ¿Cómo hiciste...? - Le ahogamos en una fuente, - suministró Graves amablemente. En realidad parecía orgulloso. - Entonces, Dru disparó a ese Lobo. Después de que me mordiera. Christophe estuvo muy quieto durante un buen rato. - Ash y sus seguidores han sido la muerte de más de un buen soldado de la Orden. Y dos novatos, sin entrenamiento... - Sí, nos patearon el culo. - Y a punto de morir. Pero me guardé esa parte para mí. Mis costillas punzaban un poco cuando me moví. - Espera un minuto. ¿Cuántos de vosotros, de la Orden, hay? Christophe se irguió, inconscientemente se enderezó. - Unos pocos miles de kouroi aquí en los Estados Unidos. Más en Europa. Unos pocos en Asia. Estamos por todas partes. Tú eres, ¿eh? - ¿Cómo es que nunca he oído hablar de ti? Papá y yo hemos estado en casi todo el continente y nunca he oído ni una sola cosa acerca de vosotros. - Si sabes como escuchar, probablemente lo hicieras. August Dobroslaw el amigo de tu padre en Nueva York, por ejemplo. Es uno de nosotros. – Hizo una onda medio desdeñosa con la mano, y Christophe volvió a poner la leche en movimiento como si fuera la cosa más interesante en el mundo. Me sentí como si me hubieran pinchado en alguna parte entumecida. August. Había estado pensando en él últimamente, también. Asentí. - Entonces puedo llamarle y verificará tu historia. - Mi pelo cayó en mi cara. Levanté el chocolate caliente y lo probé con cautela. Mi lengua se quemó. Tuve que absorber una largo respiración. La nieve salpicaba contra las ventanas, y eso me estremeció. Todavía estaba helada. El viento tenía un sonido de hambre otra vez esta noche, y no me sentía segura, incluso con Graves junto a mí. Incluso con Christophe de pie en la cocina jugando con la cacerola. - Hazlo y lo averiguarás. - Sus hombros cayeron. - Si verificas mi historia, como dices, ¿pensaras que podrías ser un poco más agradable?


- Lo intentaré. - Era mi turno para sonar sarcástica. Graves hizo un movimiento inquieto a mi lado, y le golpeé con el hombro. Haciéndole saber que estaba con él. Eso me ayudó, también. La presión de su brazo contra el mío era reconfortante. Graves respiró profundo y satisfecho. - Quiero saber algo. ¿Qué son esas cosas que Dru encontró? Silencio, sólo roto por el sonido de pequeños copos de nieve golpeando la ventana. Era malditamente una buena pregunta. El zombi me encontró porque papá sabía dónde vivía. El hombre lobo de la cabeza de la lista podría haber estado vigilando la furgoneta, y en todo caso, había conseguido un olor completo de mí en el centro comercial, el cual no explicaba cómo había llegado al centro comercial. Si el perro en llamas era un rastreador, como dijo Christophe, eso explicaría algunas cosas, pero no donde había recogido mi rastro al principio. Y ¿qué pasa con el que estaba llamando a la puerta antes del amanecer? Odiaba admitirlo, pero eso me molestó más. ¿Por qué no había intentado entrar? A menos que el conjuro le hubiera mantenido fuera, lo que significaba que podría haber sido un tonto. Tal vez incluso este Sergej. El nombre envió pequeños dedos fríos deslizándose por mi espalda. Tenía más en lo que pensar. ¿Cómo exactamente me había encontrado Christophe? ¿Y la cosa, lo que fuera, que había abierto la ventana de mi dormitorio y me succionó el aliento? Una serpiente con alas, había dicho Graves. Ladrón de Sueños, lo llamó Christophe. Revelle. Todavía estaba helada, con la piel de gallina extendiéndose por mis brazos y mi espalda. ¿Había sido un sueño, o había estado fuera de mi propio cuerpo? Esa era una idea aterradora, y algo de todo eso también probable, era sólo la forma en que la UCH podía trabajar. Abuela habría sabido qué decir al respecto. Demonios, incluso papá podía haber tenido una idea. Yo podría haberle echo algunas preguntas. - ¿Te han estado sucediendo cosas extrañas últimamente, Dru? - Christophe echó la leche caliente en su taza, cogió la cuchara, y agitó la misma. La cacerola estaba a un lado, cada gota de líquido había desaparecido. Había medido la cantidad a la perfección. - ¿Cosas que no sabías que podías hacer? ¿Cosas extrañas, cosas fuertes, cosas que no debes saber y de repente son claras como el día para ti? Se giró y se apoyó contra la encimera, sus ojos brillaban ligeramente. La cocina estaba a oscuras pero la luz del comedor estaba encendida, y el pelo todavía


parecía más elegante, situado cerca de la cabeza sin todos sus aspectos más destacados reflejados. - ¿Aparte de embrujar a mi maestra y tener al mundo parado como una película en pausa? – Me encogí de hombros. - Siempre he sido rara. Mi abuela lo llamaba “el toque.” Es más fuerte. Pero todo esto es raro, incluso para mí. -Eso es decir algo. – Graves dio un gran sorbo, hizo un sonido bajo medio eructando al tragar, y me sorprendió al reírme. Dio su propia risa dolorosamente peculiar, también, y me sentí mucho mejor. Christophe nos estudiaba, su rostro como un libro cerrado. - Entonces estás cerca de la floración, Dru. Serás una svetocha completa. – Sopló en la parte superior de su taza. - Ojalá supiera... ¿Floración? Se me escapó el edredón de mamá un poco. Mis manos estaban más calientes ahora. - ¿Deseas saber qué es? Estamos en un espacio de intercambio en este momento, también podrías preguntar. - Graves me encontró de nuevo con su delgado hombro, y el impulso de reír me golpeó de nuevo. Sabes ¿cómo puede de repente brotar en los momentos más inapropiados? ¿Como si estuvieras sentado allí, y un pensamiento te golpea de costado, o lo absurdo del mundo sólo te huele a la nada y tienes que tragarte una risita? Sí. Eso es. Me tragué el sonido, lo mantuve en la garganta y amenazó con convertirse en un eructo. Mi hombro ardía débilmente, y mi espalda estaba rígida. Cómo pegar y tener a alguien tumbado encima sin hacer mucho por el dolor de espalda. - Me gustaría saber cómo pensaba entrenarte y ocultarte tu padre lo suficiente para que pudieras sobrevivir hasta la edad adulta. Entre otras cosas. - Suspiró Christophe, y dejó su taza con un clic. - Voy a estar en la sala de estar. Y así, se alejó. Se movió por el pasillo como si conociera la casa mejor que yo, y unos segundos más tarde, el murmullo de la televisión sin forma borrosa siseó a través de la nieve. - No me gusta, - medio susurró Graves. - Ya lo dijiste. - Tomé otro trago ardiendo de leche caliente y azúcar. Ni siquiera había un coco real en esto. Todo era un sabor artificial. Por un momento pensé en el chocolate de la abuela y deseé, de pronto y ferozmente, tener cinco años y estar segura otra vez. Y entonces pensé en abuela siempre lavando los suelos con la intención de mezclar las hierbas para mantener alejado el mal, y me pregunté cómo había sido una caja fuerte realmente. - Voy a llamar a August por la mañana.


- Y luego, ¿qué? ¿Cómo diablos iba a saberlo? Pero lo hice. Terminé de tragar y me apoyé contra la encimera, mirando el patrón de remolinos blancos fuera de la ventana. - Entonces voy a averiguar todo o lo que pueda sobre ese Sergej. Si Chris tiene razón, y él mató a mi papá... Me tragué el súbito nudo de la garganta. Graves no creía en gran parte en el concepto, ni siquiera medio formado y no declarado. - Entonces, ¿qué? Si tiene razón y te han estado persiguiendo durante tanto tiempo, ¿qué diablos vamos a hacer? ¿Nosotros? Pero se suponía que nunca ocurriría que Graves pudiera querer sentarse fuera de lo que iba a suceder a continuación. No. Por supuesto que no se le había ocurrido. Había pensado en su abandono más veces de lo que podía contar, y de repente me sentí como una completa idiota por eso. Mi pecho se sentía divertido, apretado y caliente, al mismo tiempo. - Mi padre no era un idiota. Me enseñó mucho. Tal vez me enseñó algo que estos chicos no saben. - Dru, estás mintiendo. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Si Christophe estaba diciendo la verdad, este tipo Sergej, esos insectos fríos se sentían caminando por mi espalda de nuevo, había convertido a mi padre en un zombi. Tú no perdonas algo así, ¿verdad? Pero sólo era una niña, y estaba seriamente fuera de mi profundidad aquí. Había disparado a un hombre lobo, sí, y había acabado por huir. Y había encontrado la furgoneta, pero esa fue más la lechuza de la abuela que yo. Si esto era un juego, estaba perdiendo desesperadamente. Probablemente debería salir desesperadamente del estadio, mientras todavía estaba viva. - Oh. – El hombro de Graves golpeó el mío de nuevo, la leche caliente se derramó dentro de mi taza. Mis dedos entraron en calor otra vez y los dedos de los pies, al fin. Aún así... - Pero tal vez estos chicos de la Orden podrían enseñarme algo. Y a ti. Tiene que haber algo bueno en ser atrapado por un superhéroe, ¿verdad? Él suspiró profundamente. - Si me hace dormir y luego despertar ansiando dos pizzas grasientas de pepperoni, hombre, no sé.


De hecho, me reí, ahuecando mi boca en mi mano para mantenerla baja. - Me di cuenta de algo, también. - Graves ni siquiera esbozó una sonrisa y se movió hacia la sala de estar. - No está respondiendo a tus preguntas, realmente. Quiero decir, no del todo. Es como si tuviera algo que ocultar, ¿entiendes? Supongo que no. - Si es quien dice ser, tiene razones para no hacerlo. - Pero me encontré con los ojos de Graves, y nos miramos el uno al otro durante más o menos diez segundos, el tipo de mirada que sucede cuando conoces a alguien y hablar a los ojos es más eficiente que el gasto de media hora tropezando con las palabras. La nieve se deslizaba contra la ventana, y un hilo de fría corriente tocó mi mejilla. Iba a tener que poner una real puerta trasera pronto, incluso con el casi porche cerrado ahí fuera. Graves se encogió de hombros. - Si tú lo dices. - Todavía no confío en él, decían sus ojos verdes. Apenas castaños, y el contraste era sorprendente contra la piel de caramelo. Visto de perfil, su nariz parecía orgullosa en lugar de sólo demasiado grande para su cara. Cuando se estremeció un poco y encogió los hombros, tuve la repentina urgencia de poner mi brazo y el edredón de mamá encima de él, y que se quedara ahí durante un tiempo. La idea me hizo sentir más caliente, pero no lo hice. En cambio, había terminado mi chocolate caliente. Todavía estaba muy caliente, pero no lo sentí como lava líquida bajando. - Voy a volver a la cama. - ¿Por qué no llamas a ese August ahora? - Graves se encogió de hombros aún más. - Porque es de noche en Nueva York, y si es de noche, va a salir de caza. – Me arrastré alrededor de la barra del desayuno y puse mi taza en el fregadero. – Hey, ¿Graves? - ¿Qué? - Prudente, sus hombros todavía encorvados. Debía estar acostumbrado a que las personas trataran de deshacerse de él, pensé, y un pinchazo agudo de dolor me recorrió hacia abajo. - Gracias. Me quitaste esa cosa de encima, ¿verdad? Miró a su chocolate caliente como si guardara el secreto del universo. - Sí, bueno, la ventana estaba abierta y hacía mucho frío. ¿Qué tiene eso que ver con el precio del té en China? Pero entonces me di cuenta de lo que quería decir. Incluso llamé un crujido, media sonrisa dolorosa a mi cara, y el último de los escalofríos y la piel de gallina fueron arrastrados por una ola de calor agradable. No hay problema, Dru. El primero es gratis.


Capitulo 25 Tan pronto como me desperté a la mañana siguiente, con los ojos pegados y sintiendo como si hubiera sido golpeada con un tubo de plomo, bajé deprisa las escaleras y comí algo de cereales que quedaba. Graves se levantó mientras estaba haciendo eso, me echó una larga mirada, y se dirigió al salón. Le oí decir algo a Christophe, y ambos salieron por la puerta principal. El olor de los pasteles de manzana no acababa de llenar completamente la casa, pero ahí estaba, un hilo por debajo de todo lo demás. Fue un poco difícil tomar en serio a Christophe cuando olía como a pasteles cocidos. Me pregunté si los otros djamphir olían a Hostess Twinkies y me reí yo misma. Entonces me acordé de Christophe arrodillado en la nieve con una escopeta en su hombro, enfrentando a un lobo y todo menos risas, y la risa cesó. Bostecé y alcancé el teléfono amarrillo de plástico pegado a la pared. No había número uno, al menos, lo había memorizado, porque era muy fácil. Y, bueno, no olvido a un tipo que puede hacer fuego con sus dedos, mientras que los otros chicos sólo podían quitarse los mocos. Especialmente cuando pasas un mes en su apartamento mientras él sale con tu padre, tratando con una infestación de ratas demoníacas. Y otro mes mientras tu padre está fuera haciendo quién sabe qué, regresando todo golpeado y con apariencia aterradora. A August le gustaban mis tortillas, y debía tener cientos de ellas para cocinárselas. El teléfono sonó cinco veces antes de que lo cogió y maldijo. La voz de August era nasal a través de la línea, cargada con el acento de Brooklyn, siempre vocal un poco cortado como si personalmente le ofendiera. - Más vale que sea bueno. - Hola, Augie. - Intenté sonar alegre. - Soy Dru. - Santo... - Hubo un sonido de tela deslizándose, papel, y un ruido como si acabara de caerse un cuchillo. No le llevó mucho tiempo recuperarse. - Hola, cariño. Echo de menos tus tortillas.


Apuesto a que lo haces. Te comiste dos de ellas un día porque no trajiste nada a casa, excepto huevos y vodka. Fue una aventura que consiguieras comprar algo de pan. - Echo de menos tu café. Hey, August... Fue rápido en la captación. Algo probablemente no sonaba bien en él. Probablemente no sonaba bien para él. Ni siquiera me suena bien a mí misma, con una piedra seca intentando presentarse en la parte de atrás de mi garganta. - Dru, cariño, ¿dónde está tu padre? - Y por qué no es el que está en el teléfono, era probablemente lo que quería decir. - Llegó con un caso grave de reanimación. - Traté de sonar informal y llana, pero creo que tuve éxito sólo en sonar aterrada. Y cansada. Y como si me acabara de levantar. August en realidad se atragantó, y escuché un sonido metálico, como si se hubiera caído algo más. - ¿Qué? Cariño... eh, quiero decir, maldita sea. ¿Dónde estás ahora, pequeña? Oh, no tú no. - Quiero hacerte algunas preguntas. En primer lugar, ¿eres parte de la Orden? - Un largo y espeso silencio crepitó en mi oído. Por último, oí el chasquido de un encendedor y una larga inspiración. Podía ver su apartamento, el cenicero lleno en la delgada mesa de la cocina, la ventana que miraba a una pared de ladrillos blancos, las paredes cargadas con símbolos de protección de diferentes culturas, África, Ojos de Dios, un crucifijo de plata pesada. Casi podía escuchar el tráfico fuera de su edificio, pero eso podría haber sido porque era claramente audible a través del teléfono. – Santa mierda. ¿Dónde estás? Como si fuera a decírtelo hasta que sepa lo que estaba pasando en realidad. - ¿Eres parte de la Orden August? Sí o no. - Mi padre no ha criado a una idiota. Lo sabes. - Por supuesto que lo soy, ¿qué te piensas? ¿Dónde estás, cariño? Se lo dije, e inspiró una larga y violenta respiración. Conocía ese sonido. Era un adulto preparándose para Tratar Conmigo. Nunca en un trillón de años pensé que estaría aliviada de escuchar eso. August no perdió el tiempo. - ¿Dónde está Reynard? Debería estar ahí. Ponle en la línea. Oh, guau. - ¿Christophe? Salió al porche a tomar un cigarro y a unirse con mis amigos. - En otras palabras, Graves estaba intentando mantenerlo ocupado para que pudiera hacer esta pequeña llamada de teléfono. - ¿Le conoces?


- Solo es uno de los mejores que tiene la Orden. Dru, tienes que salir de ahí. Dile a Christophe que es una zona roja y que tienes que salir de allí. Nunca había oído a August aterrado antes. - ¿Por Sergej? - El nombre me picó la lengua, y me pregunté si era por “el toque” o porque sabía que era un tonto. Era el nombre del primer tonto que había conocido. Algunas personas que conocen el Mundo Verdadero no les nombran. Usan las iniciales o un código de palabras. August casi se ahogó. - Maldita sea, Dru, esto es un asunto serio. Consigue a Reynard y ponle en la línea. Finalmente, alguien iba a tratar con esto. Un adulto. Un adulto real. - Bien, no tienes que gritar. Espera. - Dejé el teléfono en la encimera y salí al pasillo hacia la puerta principal, abriéndola. La cabeza de Graves colgaba alrededor, tenía un cigarrillo a medio camino de su boca y parecía pálido bajo su bronceado perpetuo. Llevaba mis guantes, aunque eran un poco pequeños para él, y el borde de su abrigo negro se mecía cuando el viento cortaba a través del porche, haciendo sonar los trozos de las plantas muertas que no se habían helado. Su pelo era un desastre levantado por el viento, pero, Christophe, tranquilo e inmaculado, vestía el mismo suéter y pantalones vaqueros. Se puso de pie cerca del agujero en la barandilla del porche, con la cabeza levantada como si estuviera comprobando el viento. El rubio destacaba a través de su pelo otra vez, y casi parecía moverse. El frío justo me atravesó, y me pregunté si me podía enseñar a caminar en medio de eso tan fácilmente. - August quiere hablar contigo. - Era como llevar mensajes a mi padre, y no tenía que nombrar la sensación de hinchazón detrás de mi corazón. Fue el alivio, cada vez más fuerte con cada segundo. Aquí había alguien con más experiencia que yo, aunque ni siquiera tenía mi edad. Justo lo que yo quería, ¿verdad? Alguien que dijera que podía hacer ahora con las líneas que mantenían mi vida en el camino que había desaparecido. Entre August y este hombre, las cosas estarían Bajo Control. Sería Manejado. Se Trataría con eso. Chris me dio una extraña mirada cuando me pasó, sus ojos azul oscuro y manzana picante fueron a la deriva tras él, y me estremecí. Graves lanzó su trasero en la nieve, el brillo de las cerezas desaparecieron en una mirada gris atrapada entre el cielo medio nublado y la blanca tierra misteriosa. - ¿Está controlado?


Asentí. Algo seco y caliente estaba atrapado en mi garganta. - Sí, él controlaba todo. Vamos, que está helando. Graves pasó junto a mí, y miré a la calle. Estaba muy tranquila, una manta de blanco lo cubría todo. La nieve había caído dura y aguijarrada, el gemido de un viento arrojado por todas partes, y la radio diciendo que el hielo se acercaba. La mañana había amanecido clara y soleada, pero ahora el cielo estaba nublado y bajo, estrías de nubes más oscuras como tinta dejaban caer agua ondulante bajo las nubes más altas. Huh. Di un paso para salir del porche, acunando mis codos en mis manos. Abrazándome a mí misma. Estaba bastante muerto excepto por el inquieto sonido del aire moviéndose, los postes del porche y la esquina de la casa como la proa de un barco, cortando las olas y produciendo un pequeño zumbido de aire roto. Podríamos haber estado en la luna, me di cuenta. La casa estaba situada lejos de otras casas como ese niño del colegio que siempre se vestía un poco mal. No es de extrañar que nadie viniera a saludarnos cuando nos mudamos, o escucharan los disparos y los gritos. La calle era una extensión uniforme de color blanco mate. Las dos carreteras que no se dirigían al garaje tenía coches con trozos grandes de nieve sin romper, los trabajos de pintura asomaban por debajo, la mini furgoneta azul en la esquina, el verde y remolcado Ford a través de la calle. Y en frente de los garajes había amplias cintas vírgenes de nieve descendiendo a la calle. ¿Por qué no se sentía bien? Tuve que mirar un poco más fijamente antes de que las suposiciones comenzaran a desmoronarse y la nota discordante empeorase en la orquesta lo suficientemente fuerte para que me cogiera. Ni huellas de neumáticos. No había ni una simple ruptura en la nieve. La calle parecía tan desierta como una ciudad real del Oeste justo antes de que los tipos malos salieran en la batalla final. La luz del sol iluminaba poco, y un feroz escalofrío de viento entró por mi espalda. Me estremecí, aunque no lo sentí, y la cabeza rizada de Graves salió por la puerta. - ¿Qué diablos estás haciendo, intentando congelarte hasta la muerte? Ni siquiera tienes un abrigo. Me tomé mi tiempo, mirando la calle. Nada se sentía mal en absoluto. Se sentía tranquilo. Vacío. Muerto.


La nieve debía de haber aclarado en algún momento esta mañana cuando el sol salía, porque teníamos nuestro chocolate caliente y divertidas serpientes con alas antes del amanecer, y luego fue bastante duro. ¿Por lo que, todo el mundo decidió quedarse en casa hoy? Tal vez. Pero... La última pieza del rompecabezas encajó en su lugar cuando Graves hizo un sonido para escupir la molestia. - ¿Qué demonios? ¿Dru? Di un paso atrás, cambiando mi peso incómodamente, como si el porche pudiera decidir desmoronarse en cualquier momento. - Las luces del porche. - Sonaba raro incluso para mí. – Todas encendidas, y es mediodía. – Eran las once, y oscurecía temprano en esta época del año. Oscuridad real, real temprana. - Sí, - dijo. – Christophe dijo eso, también. ¿Qué estás...? - Tenemos que irnos. - Mis dientes lanzaron las palabras en pedacitos, y me dirigí dentro, empujándole por el pasillo y cerrando la puerta. El calor se cerró a mi alrededor. Cerré los cerrojos y me apoyé contra la puerta. ¿Cuánto tiempo hasta la puesta del sol? No lo sé, tenía que comprobarlo. – Haz las maletas, ¿vale? Y ayúdame con las cajas de munición, y... - ¿Dru? - Christophe, desde la cocina. No le conocía en absoluto, pero conocía ese tono. El Oh mierda hay problemas graves, cariño, haz las maletas de nuevo y vamos a conseguir mover el tono. Él apareció al final del pasillo, su cara afilada de repente tenía grabada líneas del ceño fruncido que lo hacía parecer mucho más viejo. - Ya lo sé, - dije. - Tengo que obtener el paquete de municiones. - Se detuvo, con respecto a mí, y me tragué el canto y unos cuantos trozos de mi orgullo, también. - Harás... Quiero decir, ¿nos ayudarías a cargar la furgoneta? Tuve que seguir apoyándome contra la puerta porque mis rodillas estaban decididas otra vez a que no eran mis rodillas, que en realidad eran fideos. Tallarines completamente cocidos. Y lo que realmente estaba pidiendo era algo más parecido, ¿Me ayudarás? ¿Por favor? Los ojos azules de Christophe giraron hacia Graves, y de repente fui positiva de lo que él iba a decir, claro que puedo, pero no podemos llevarle. Él nos arrastrará hacia abajo. Oh, Cristo. ¿Qué iba a hacer si él decía eso? Graves se tensó, un movimiento que pude sentir a pesar de que todo el almidón se hubiera ido de mí, como Abuela hubiera dicho. Y levanté la mano, agarré el delgado hombre del Chico Gótico, y clavé mis dedos en él.


Papá nunca le hubiera dejado atrás. No estaba de acuerdo. Estaba condenada si dejaba a alguien más en el polvo. Me compró una hamburguesa con queso. Era un ridículo pensamiento irrisorio. Pero era sólo la superficie de más de un camión de otras cosas. No había oído ni una sola palabra de queja de Graves, ni siquiera por conseguir algo o por tener una pistola en su cabeza. Había hecho lo mejor que podía para ayudarme, y eso era algo que los extraños raramente hacían. Yo estaba naufragando, y él fue lo único a lo que me podía agarrar. Y él no me había defraudado. Ni una vez. Era todo lo que tenía. No iba a dejarle aquí. Los ojos de Christophe se clavaron en mi mano. Realmente parecía viejo entonces su cara se alisó y asintió, como si acabara una larga conversación consigo mismo. Sus hombros fueron hacia atrás y su barbilla se levantó. - Probablemente tengas un sistema, - dijo, cruzándose de brazos. - ¿Qué viene primero? - Mi cama, los colchones. Todo lo demás se dobla y... - Me detuve en seco, como si el siguiente problema se levantara y se estrellara contra mí. - ¿A dónde vamos? - No te preocupes. - Christophe dejó caer sus manos. - Me encargaré de eso. Empieza a hacer las maletas, Dru. Tú, chico Lobo. Ven conmigo. ¿Qué se dice sobre tu vida cuando en dos horas tres adolescentes trabajan doblando todo metiéndolo en la parte de atrás de la furgoneta Chevy medio caravana? Puse el tarro de las galletas de Mamá en la parte superior del neceser del baño y un poco de cinta adhesiva, rompiéndola hábilmente, y pegándola. – Esto es importante, - le dije a Graves. – Empaqueta las mantas a su alrededor. – Al lado de la caja ignífuga. El de las cenizas dentro. Dios, papá, deseo que estuvieras aquí. Si los deseos fueran peces, incluso los mendigos comerían. Abuela solía decir eso, también. - Lo tengo. - Graves salió de la cocina y de puntillas abrió la puerta del garaje. Christophe había maltratado la puerta del garaje, el metal chirrió en protesta a los averiados muelles rozando contra sí mismos con un sonido como un alma perdida y torturada.


Bueno, quizás no exactamente así, pero bastante cerca. Papá y yo habíamos tratado de mantener el garaje abierto, sabiendo que iba a hacer frío, pero al final fue una causa perdida. Pero no, supongo, por un medio tonto. Djamphir. ¿Seré tan fuerte como eso una vez haga esa cosa de la que habla Christophe? ¿Florecer? ¿Oleré como un elemento de panadería? ¿O solo es él? ¿Usa pasteles rellenos como colonia? Pero mamá sólo tenía el olor a perfume fresco y bondad. Mamá. Demasiadas preguntas. No había tiempo suficiente para responder a todas ellas. - Lo sé, - dijo Christophe en el teléfono. - Sólo tienes que enviar una camioneta, la llevaré a la cita. No te preocupes por eso. - Una larga pausa mientras alguien cotorreaba al otro lado. Sonaba terrible, especialmente en la forma que el viento estaba gimiendo a contrapunto; él había estado en el teléfono durante diez minutos mientras yo terminaba las últimas cajas y las llevaba con Graves a la camioneta. Se rió, un sonido dos veces tan amargo como el poco divertido ladrido de Graves. - ¿Tienes que repetirte eso a ti mismo? Ella no es buena para nosotros si está muerta, y yo soy el que la encontró. – Otra pausa. - Pueden juzgar por marcial más tarde. Ahora mismo necesito una camioneta. No me importa lo que el informe del tiempo... Muy bien. Bien. Ciao. - Colgó, miró el teléfono durante unos pocos momentos, y se giró bruscamente sobre sus talones. Todavía estaba de rodillas, tenía un rollo de cinta adhesiva en mis manos, mirándole. Él dio dos pasos hacia el lavabo, se asomó por la ventana. La misteriosa luz gris amarillenta se deslizó a través, le tocó el pelo, y destacó la furia. – La luz del día va caer otra vez antes de que salgamos de la ciudad. Sólo pude ver un trozo de cielo a través de la ventana, cortado por un saliente y helado carámbano que adornaba los canalones. Parecía que la hora de la tormenta que había visto millones de veces, sólo sin la jadeante espesa humedad que obtienes de debajo de la Mason Dixon. - Es solo... - ¿Crees que este es un tiempo natural, incluso para aquí? - Él se encogió de hombros. – Debería haber contactado antes. Contaba con ser capaz de distraerle. Y contaba con que Sergej se asegurase de que tu padre no sería lo bastante estúpido como para traerte aquí. Solo te callas sobre mi padre. - Papá no era estúpido. - Salió cansado y menos fuerte de lo que pensé. - Tenía motivos para todo.


- Supongo que no sabes cuan buenos eran esos motivos, ¿verdad? No importa. Agitó la mano como si apartara una mosca. - Tenemos que salir de aquí. Tengo un punto de extracción. Me pagarán por eso después. - Una sonrisa forzada y asilvestrada levantó las esquinas de sus labios, sus ojos azules ardían, y observé una mancha de tinta de elegante oscuridad deslizándose a través de su pelo y desapareciendo, los mechones saltando como los rayos del sol en un horizonte lejano. - Pero traer a una svetocha podría equilibrar eso. - Él se encogió de hombros. – Yo conduciré. Oh, lo harás, ¿verdad? - ¿Tienes permiso? - No sabía si me gustaba la idea de que condujera la furgoneta de papá. O si me gusta cómo de repente me agradas de alguna manera. - ¿Qué eres, un policía?- Levantó su mano, y automáticamente fui a darle la cinta adhesiva. En cambio, los dedos de Christophe se cerraron alrededor de mi muñeca, cálidos y duros. Sus ojos se encontraron con los míos, y no supe qué pensar por lo que vi ardiendo en sus profundidades. Su olor cambió, de alguna manera. Al igual que el viento vira y te trae un soplo de madreselva en un día de verano. Le miré. La puerta del garaje se abrió y Graves saltó dentro. – Está haciendo más frío, anunció. – Y tengo las últimas cajas dentro. Tengo que avisarte, Dru, está empaquetado tan apretado que Bletch... – Las palabras murieron. Christophe tiró. Me levantó deprisa, era fuerte. Sin regular la áspera fuerza, o incluso la fuerza nervuda tan desconsiderada con la que Graves había sido impreso con el hombre lobo. Me levantó como si fuera un pedazo de papel, y lo único más aterrador que la fuerza era el sentido de la moderación, como si pudiera aplastar mi muñeca si quería. Acabé demasiado cerca de él, y tiró otra vez, como si me quisiera aún más cerca. Me alejé y retorcí mi mano, rompiendo hacia su pulgar. Esa era la parte más débil de cualquier sujeción. Mi hombro protestó, y también mi espalda. Iba a tener que encontrar alguna aspirina o algo. Me dejó ir, pero no estuve segura, de repente, de que pudiera haberme alejado si no me hubiera dejado. Él no tenía esa fuerza antes. ¿O sí, y simplemente no la mostró?


Graves se quedó inmóvil, mirándonos. - Llaves, Dru. - Los dientes de Christophe brillaban en la rara luz de la tormenta, una de sus amplias salvajes sonrisas. - El sol se está poniendo, y si lo puedo sentir, podemos apostar a que Sergej puede. Me estremecí con eso, brevemente. Conducía cuando papá estaba cansado, así que conocía la furgoneta mejor que nadie en ese momento. Sabía cómo moverla cuando la golpeaba a un cierto número de millas por hora y cómo aprovechar los frenos en la nieve; sabía que eso probablemente retorcería la culata cuando se llenaba hasta arriba y un completo huésped de otras pequeñas cosas. Tampoco en realidad me gustaba la idea de entregar las llaves a ese chico, no importaba cuánto August respondiera por él. Pero August lo hacía. Y yo quería que alguien me cuidara, ¿no? No había pensado que sería un chico de mi edad, no importaba el grado de madurez que tuviera. Si esto era lo “mejor” que la Orden tenía... Y no confiaba en él lo suficiente. Era demasiado... peligroso. - ¿A dónde vamos? – Dije al fin. - El punto de extracción está en la sección sureste de la ciudad. Burke y la 72. Si hubieras venido allí cuando te invité, antes de que Sergej supiera con seguridad que existías, podría haberte sacado de la ciudad y puesto a salvo en la Schola en un santiamén. - Otro fácil encogimiento de hombros. - Pero tenemos que trabajar con lo que tenemos ahora. Dame las llaves, Dru. Mi mochila estaba en la encimera. Excavé en ella durante un momento, y mi llavero titiló cuando finalmente lo pesqué para sacarlo. – Se maneja mal cuando está cargada. Debería conducir yo. - Dru. - El tono de Christophe fue helado. - Si deseas salir de esta viva, será mejor que hagas lo que yo diga. Bueno, caramba, cuando lo pones así... - Espera un segundo. - Graves dio dos buenos pasos hacia adelante. Tenía todo el pelo helado y quebró y crujiendo con la electricidad. - Ella ha conducido esa cosa antes, todo el camino a través de la ciudad correctamente. Y es su furgoneta. - No te he pedido que ladres, chico perro. - Christophe hizo un rápido movimiento, pero vi que se acercaba y me quitaba las llaves. Era algo sobre, sus dedos rozando los míos y salté nerviosamente a un lado, limpiando la barra del desayuno y arrastrando mi mochila conmigo. Se cayó, la


correa fue a parar contra mi mano libre, y todo dentro cambió. Eso me puso entre los dos, y justo en el frío giro del garaje. Ten la situación bajo control, Dru. - Vamos a aclarar esto. - Tuve que aclararme la garganta, porque la mirada en la cara de Christophe no era simpática, las cejas se juntaron en una fracción, los ojos ardían, la boca era una línea estrecha sin ningún indicio de sonrisa, le hacía parecer dos veces muy peligroso. Y tuve que admitirlo, muy guapo, especialmente con el pelo hacia atrás una y otra vez. Ese olor suyo debería haber sido absurdo, pero solo me hizo tener hambre. Me mojé los labios con la lengua, un movimiento rápido y nervioso. - Es mi furgoneta, conduciré yo. Dejarás de hacer comentarios desagradables sobre mi amigo. Todos vamos a seguir juntos hasta que salgamos de la ciudad, y cuando hagamos que puedas volver a tu Orden y Graves y yo tomemos nuestro camino. El viento cambió fuera otra vez, su gemido viró hacia un crescendo. La luz verde amarillenta hizo que todo pareciera magullado, y una extraña llamada bajo el sonido del viento amenazando con llenar mis oídos. Saboreé las naranjas de cera, y mi visión vaciló durante un breve medio segundo. Ahora no, maldita sea. Esto es importante. Lo eché a un lado y mantuve mi mirada centrada en los ojos de Christophe, desafiándole. Una vez, en ese pequeño Podunk fuera de San Petersburgo, que habíamos recorrido cruzando una enorme bestia de un perro vigilando un lugar al que realmente conseguimos entrar. Papá no tenía “el toque”, pero me demostró algo más ese día. Lo llamó “la mirada”, antes de lanzarlo, cariño. Eso significaba simplemente mirar algo en tu camino como si no fuera más grande que un guisante, maquillando tu mente que no va a asustarte o moverte. Los perros pueden oler el miedo, y algunas veces las personas, o cosas del Mundo Verdadero, son lo mismo. Pero el noventa y nueve por ciento de las veces, un perro también puede oler cuando eres el alfa. Tiene el mismo tipo de mirada plana y la decisión de ser menos miedoso como enfrentar a un grupo de deportistas empeñados en acosar a alguien. Los hombros cuadrados. El corazón latiendo, pero no demasiado fuerte. Los ojos vidriosos por el polvo y el zumbido con lo que esperaba era poder. Le di la mirada que había practicado en el espejo tantas veces, y fingí que era papá, sonriendo con facilidad en un bar frecuentado por el Mundo Verdadero, las manos sueltas y fáciles, una de ellas apoyada en la culata de un arma y la otra sólo tocando un golpe de cristal, mientras tomaba una Coca Cola y fingía no notarlo.


Debería haber estado allí papá. Él habría clasificado a Christophe correctamente. - ¿Adónde crees que vas a ir para que Sergej no pueda encontrarte? - Dio otro tirón a las llaves, pero el mundo fue más lento y yo era más rápida otra vez, sólo por una fracción, pero aún así. Graves tomó una respiración y saltó hacia atrás de nuevo, esperando que él tuviera el sentido de moverse. - No estoy tan segura de que él sea el problema, Chris. - Me agaché a través de la correa de mi mochila y me levanté otra vez. Otro pocos pasos me llevarían a la puerta del garaje, y si volvía mis ojos hacia él no estaba tan segura de que él se quedara, tampoco. Había un montón de cosas que no estaba segura de nada. La mano del djamphir hizo otro rápido movimiento; mis ojos amenazaron instintivamente, y las cosas fueron muy confundidas. Oí un rugido y un estruendo, mis pies salieron disparados de debajo de mí, y las llaves fueron arrancadas de mi mano. Algo muy caliente y duro me sujetaba alrededor de la garganta, y Graves dejó escapar un grito alto, ladrando. Los cristales se rompieron. La mano de Christophe se tensó solo un poco, y me ahogó, mirando a su perfil de tres cuartos cuando miraba hacia la otra ventana, la que miraba al trozo de zona verde que recorría un ángulo al lado de la casa. La ventana contra la que acababa de lanzar a Graves. Justo sobre la delgada mesa de la cocina que había estado ahí cuando nos mudamos. Él me miró, los colmillos se deslizaron debajo de su labio superior, sus ojos ardían. Los mechones habían sangrado fuera de su pelo, deslizándolo de nuevo contra su cabeza, y sus ojos realmente estaban brillando en la magulladura, la fea luz sesgada a través de la cocina. - Estoy siendo paciente, - siseó, la “t” fue siseada ligeramente por los colmillos. - Voy a llevarte a ti y a tu mascota a través de esto vivos, pero tienes que hacer lo que diga. ¿Vale? ¿Cómo hacía eso? Y el otro pensamiento, tan alto que podía haber jurado que lo dije en alto. ¿Podía enseñarme eso? - Hijo de puta, - gruñó Graves, y la obscenidad ensombreció un bajo sonido que sacudió los cristales rotos como un viento frío derramándose en la habitación, cargado con el liso sabor a hierro de la nieve y la violencia. - ¿Dru? ¿Dru? Ni siquiera sonaba humano, aunque era reconocible mi nombre.


- Tan pronto como el sol caiga, todos tus vecinos se despertarán. – Los dedos de Christophe no estaban cortándome el aire, pero no había espacio para escabullirse, tampoco. – Soy el único que hirió al ladrón de sueños, probablemente se deslizó a través de cada ventana en el bloque y los huevos dejados en sus cuerpos dormirán antes del amanecer. Cuando esos jóvenes eclosionen, van a tener hambre, y aquí estás. Un bocado pequeño y agradable. - Ladeó ligeramente la cabeza. – Por una parte, Sergej probablemente no sabe que estás viva, pero lo sospecha, desde que su pequeño caro asesino no regresó, y tan pronto como el sol no falle él... ¡Quédate donde estás, chico perro! - Levantó su mano libre y señaló, probablemente a Graves. El gruñido disminuyó un poco, pero era el sonido de un lobo listo para saltar, no un chico adolescente que acababa de ser lanzado a una ventana. - ¿Vas a comportarte, pajarito? Podría haber estado de acuerdo con él, por lo menos el tiempo suficiente para apartar sus manos de mi garganta, pero el viento aumentó en un grito y me di cuenta de dos cosas. La luz realmente estaba sangrando más rápido, sin más moretones sino muriendo, mis oídos golpeando un repentino cambio en la presión del aire. Y el gruñido no era sólo de Graves. El hombre lobo giró a través de la puerta como un tren de carga y golpeó de lleno a Christophe en el pecho. Hubo un horrible aplastamiento de medio segundo cuando sus dedos se tensaron en mi tráquea antes de que fueran arrancados. Sólo averigüé que estaba gritando después de tambalearme hacia atrás en las palmas de las manos y retrocediendo los pies como un entusiasta caminante en una fiesta de fraternidad borracha, y deslizando los dos pasos sobre el frío hormigón del garaje. Golpeé mi codo contra el marco de la puerta, no importaba, golpeé tan fuerte que mis dientes chasquearon juntos y casi perdí un trozo de mi lengua. Otra forma peluda saltó volando por encima de mí, fundiéndose y reformándose cuando voló, y me estremecí, quedándome sin aliento y manteniéndome más para gritar otra vez. - ¡DRU!- Gritó alguien, y Graves saltó hacia la puerta, estrechamente perdido aterrizando sobre mí girando en medio del aire, tomando una especie de respiración, sin ninguna gracia. Tenía algo brillante en su mano derecha, mi llavero, me di cuenta, solo cuando se deslizó en una parada y el ruido dentro de la casa comenzó a chocar en lugar de solo rugir. La madera se astilló, algo fue lanzado contra la pared lo suficientemente fuerte para perforar los paneles de yeso


hacia mí, astillándose desde los corchetes con los que chocó, y hubo un masivo destrozo de dolor. Me puse de pie y dudé durante un segundo, lo suficiente para escuchar otros estrépitos y aullidos. Sonaba más como si hubieran llegado, las sombras revoloteaban a través de la boca abierta del garaje, y el aullido comenzó. Si nunca hubiera escuchado ese sonido, no necesitaba describirlo, pero aquí estaba. Era como una espiral de cristal en la noche más fría que había conocido, desnuda fuera en los profundos bosques. Solo oírlo era suficiente para provocarte pesadillas acurrucado cerca de un fuego y rezando al bosque para aguantar hasta el amanecer. Pero lo que era aún peor, lo que lo hacía mucho peor, es como los aullidos perforaban tu cabeza y empiezan a arrastrarse más profundo, las cosas secretas en el cerebro. Algo ciego, con hambre a cuatro patas que vive en todos nosotros. Me llevé las manos a mis oídos. Graves me agarró del brazo, sus dedos hundiéndose tan fuerte que casi me entumeció y me arrastró hacia la furgoneta, aún aparcada en el lado contrario, pero había comenzado a aumentar justo antes. Gracias a Dios por el calentador del motor. Quizás no debería haber dejado de hacer las maletas. Otra larga y delgada bala golpeó al peludo metiéndolo en el garaje, sus pies acolchados deslizándose sobre el suave hormigón lanzando gotas de aceite desde un gran coche que desapareció. Graves soltó un grito sofocado. Me aferré a él como una niña en una película de terror colgando sobre su novio atleta, y algo actualmente levantando su labio y nos gruñó antes de hundirse al lado. - ¡Van a matarle! - Grité. - ¡Mejor él que nosotros! - Graves volvió a gritar y tiró de mí hacia la furgoneta. El cielo se había amoratado. Pequeños pinchazos de hielo caían, disipándose y concentrándose al azar girando y arremolinándose cuando el viento, confundido, penetraba y giraba en círculos. Graves tiró de la puerta del lado del conductor abierta y se encaramó dentro, y le seguí. No era justo dejarle allí. No lo era. Pero Jesús, ¿qué otra cosa se suponía que debíamos hacer? Porque el hombre lobo incluso estaba escalando hacia el tejado, las delgadas formas humanoides corrían con pelo, los ojos de color amarillo anaranjado como lámparas. Había por lo menos seis de ellos, y uno cayó con un


golpe justo en la parte delantera de la furgoneta y extendió sus delgados y filamentosos brazos musculosos, su labio superior de color negro se levantó y el zumbido de su gruñido hizo que la guantera gimiera repentinamente. Graves y yo gritamos, alto, curiosamente los gritos armonizados que hubieran sido divertidos si la situación no hubiera sido tan seria. Metí la llave en el arranque y la giré con tanta fuerza que casi la doblé. El Chevy despertó, el sonido del motor fue pálido en comparación con el trueno retumbante alrededor de mi casa. Oh Dios, oh Dios, golpeé la palanca de cambios marcha atrás y no quise girar alrededor para ver a dónde iba. Como si pudiera hacer cualquier cosa con la caravana repleta de mi vida. La furgoneta viró y se sacudió otra vez cuando el hombre lobo cortó hacia delante, con la lengua colgando y los dientes brillando. El cable para el calentador del motor se liberó. Graves agarró el salpicadero cuando nos abrimos camino a través del punto débil en la montaña de nieve apilada. Fue una suerte que golpeara justo donde había corrido para entrar en la casa hace algunas noches. La parte de atrás aguantó, las cadenas rasparon, y corté el volante un poco fuerte. La furgoneta se quejó, sacudiéndose como un perro que sale del agua, y decidió acomodarse. La metí dentro de la carretera y dudé otra vez. Christophe estaba allí. August había dicho que él estaba bien, y... - ¡DRU! - gritó Graves, y pisé el acelerador. Las cadenas golpearon y nos tambaleamos hacia adelante, pero él señalaba el parabrisas, cuando algo largo y sinuoso, con unas delgadas alas membranosas, aterrizaron en el capó y golpeó uno de los cristales. Grité otra vez, un pequeño ladrido porque había perdido todo el aire que había respirado, y por un cegador segundo recordé lo que había sucedido la noche anterior después de que mi cuerpo inconsciente caminara abriendo la ventana. ¿Cómo la lengua de la cosa había presionado contra mí, fría y nauseabundamente viscosa, con sabor a especias y lodo muerto podrido, como si una vela en Acción de Gracias hubiera ido terriblemente mal. Como el bueno olor de Christophe, vuelto maldad. Christophe, volvió a entrar en la casa con el hombre lobo. Yo estaba demasiado ocupada para pensar en ello. Golpeé el limpiaparabrisas. Ellos olfatearon, el pequeño hocico húmedo del mini ladrón de sueños, y por una buena medida empujé la palanca de cambios hacia


atrás y esperé que el líquido de limpieza no se hubiera congelado. Por alguna razón, no lo estaba, y brotó, roció a la cosa. Eso gritó, el sonido raspó contra el interior de mi cerebro, y se tiró a un lado cuando el viento aumentó otra vez, los neumáticos de la furgoneta gimieron cuando los dedos de aire frío empujaron contra su costado. Mi respiración entró en cortas afiladas ráfagas blancas. - Mierda, - susurró Graves. – Eso tenía bebés. Eso es lo que dijo Christophe. Christophe . - Oh Dios, - susurré. – Van a matarle. - Pensé que iba a matarte. - Sus dientes castañeteaban. Diminutos gránulos redondos de hielo atrapados en sus rizos brillaban en la penumbra; encendí las luces. La calle desenrollada, y vi la señal de stop en la esquina. Las casas agrupadas a nuestro alrededor, cada una de ellas con las luces del porche encendidas. Las ventanas rotas con sonidos dulces, tintineos agudos, la oscuridad arrastrándose fuera desde detrás de las persianas y rezumando sobre el irregular cristal. El viento era de repente completamente fino retorciendo las cosas, las alas diáfanas rasgadas y golpeando frenéticamente cuando se zambullían hacia la furgoneta. - Aguanta... - La nieve resbalaba una y otra vez bajo las ruedas. Le aceleré algo más. Estábamos logrando unas abrasadoras veinte millas por hora, más rápido que lo que sonaba con el viento aullando como un alma perdida, un cielo del color de uvas podridas sobre la cabeza, y serpientes aladas y con apagados colmillos venenosos y pegajosos intentando golpear a través de las ventanas. Me alegré de que no estuviéramos intentando esto en verano. La locura del pensamiento tiró una risita de mí, un sonido alto, y un poco loco. Apreté de nuevo el acelerador; la señal de stop se acercaba rápidamente, y tenía que elegir una dirección. ¿Derecha o izquierda? Sin mucho tiempo. Me devané los sesos por la geografía, pero las malditas cosas no dejaban de golpear contra el cristal para que pudiera pensar. ¿Derecha o izquierda? DerechaoizquierdaDerechaoizquierdaDerechaoizquierdaDerechaoizquierda... Giré el volante hacia la izquierda, toqué el freno un poco, y empezamos a deslizarnos. Había una pequeña pila de nieve, una pequeña colina donde el arado había raspado la carretera más ligeramente y bloqueando la entrada a esta, y tuve un momento loco preguntándome si alguien tendría una severa charla, uno de los


vecinos de visita y quejándose por no ser capaz de conseguir salir de su propia calle. Una de las serpientes aladas siseó, un sonido claramente audible a través del parabrisas, y de pronto supe sin lugar a dudas, el conocimiento saltando entero y completo y terrible en mi cabeza, que no habría ninguna visita de ninguna persona iracunda en mi calle. Nunca. Todas las bonitas casas que giraban el frío hombro hacia mi casa estaban completamente llenas de cuerpos muertos y destrozados, las pequeñas serpientes aladas desgarraron la carne cuando eclosionaron. La mamá serpiente podría estar muerta o moribunda en algún lugar, pero los bebés estaban muy vivos y hambrientos. Dru. ¿Qué has hecho? Graves gritó algo, pero tenía las manos llenas. La furgoneta, descontenta con lo que le estaba pidiendo hacer, patinó para ver si estaba prestando atención. Conseguí volver a la carretera, chocando a través un montón apilado y sentir la parte delantera rebotando un poco. Las cadenas golpearon otra vez, la parte trasera se regodeó, y nos metimos a través del camino de arena, la tracción de repente dándome un nuevo conjunto de problemas. No había tráfico. Las cosas con alas gritaron siseando, golpeándose contra el metal y el cristal, me pregunté si sus pegajosos pequeños dientes harían algún daño a un neumático y tendría que soltar el freno como un patinazo desarrollado, conduciendo, tenía el volante como algo vivo en mis manos. ¡Bueno, Dru! La voz de papá hizo eco en mi cabeza, como si estuviera sentado justo a mi lado, enseñándome lo que él llamaba una conducción defensiva. ¡La física es una perra, cielo! - Así es. - Apenas reconocí mi propia voz, alta y entrecortada. El patinazo fue fácil, y el sonido de crujidos eran los cuerpos de las serpientes aladas. Estaban cayendo rápidamente ahora, golpeando la superficie congelada de la carretera antes de que rodáramos justo sobre ellos, a unas veinticinco millas por hora ahora. - Ciertamente lo es. - ¿Qué? - Graves tenía las dos manos apoyadas en el salpicadero. La parte de atrás estaba llena de demasiado sólido para moverse mucho, pero algo giró debajo del banco del asiento y esperé que no fuera el kit de primeros auxilios. O la caja de municiones. Todo lo que necesitábamos ahora era disparar al azar. Oh, por favor, Dios, no. Christophe. ¿Por qué me preocupaba por él? ¿Por qué estaba bien dejarle atrás, pero no estaba bien dejar a Graves?


Esa no es la pregunta correcta, Dru. Una pequeña colina con pendiente hacia abajo y la furgoneta aceleró, los horribles ruidos de crujidos alcanzaron un pico cuando el viento gimió. Apagué el limpiaparabrisas, no estaban haciendo nada y las serpientes estaban cayendo como moscas muertas ahora. Los diminutos gránulos de hielo golpeaban el parabrisas y rebotaban lejos. La cuestión correcta es de donde vino el hombre lobo, y por qué están detrás de Christophe. Trabaja en eso. Pero tenía demasiado con lo que tratar ya. Después, sorprendentemente, un semáforo en rojo cambió por delante de nosotros, y había actualmente tráfico en el cruce de calles. No mucho, sólo un par de coches, pero las personas en el interior probablemente no sabían qué hacer con las cosas que adornaban a la furgoneta cuando rodamos a través de la luz verde. Dejé salir un sonido ahogado, dándome cuenta de que mis mejillas estaban mojadas, y las calles cayeron en un reconocible patrón detrás de mis ojos. Estaba tomando la ruta del autobús a la escuela, probablemente por eso era familiar. Mierda. Maldita sea. - Graves. - Tuve que toser para aclarar mi garganta. El crujido bajo las ruedas comenzó a desvanecerse, los cuerpos de las serpientes corrieron con la delgada humedad negra cuando se derretían fuera del coche, descomponiéndose rápidamente. - Hay un mapa de la ciudad en alguna parte. Estaba en el asiento. Encuéntralo y guíame. - Sí. – Su voz se rompió. Olfateó, y me di cuenta de que estábamos llorando, me estabilicé y controlé, y él tan rápidamente como pudo. - Claro. Derecha. Fantástico. ¿Dónde diablos vamos a ir? Oh Señor, no lo sé. - Burke y la 72, fuera cerca de los suburbios. - Está bien. Claro. ¿Por qué vamos allí? - Pero despegó sus dedos del salpicadero y limpió sus ojos con la manga de la chaqueta. No podía quitar mis manos con los nudillos blancos del volante, pero quería. Quería levantar la mano y consolarle. Quería que alguien me consolara también. – Porque vamos a salir de la ciudad vivos a este paso. No por nosotros mismos. - Durante el día. Se supone que debía ser de día. Los faros cortaban un brillante cono, y las farolas estaban encendidas. El sabor de las naranjas floreció de nuevo en mi boca, terriblemente, la cera cubriendo mi lengua. - Ahí es donde encontraremos los refuerzos de Christophe y el punto de extracción. Necesitamos refuerzos. Los refuerzos son buenos. Salir de la ciudad es aún mejor.


Dios. Christophe. Me dolía la garganta y mi brazo pulsaba. Probablemente tendría todos los dedos marcados mañana, si veía el mañana, que fuera. - Genial. – Los papeles crujían. Graves dejó escapar un ronco sonido, y pretendí no notarlo. Mis propios sollozos me sacudían entera, pero mis ojos y mis manos, estaban rígidamente aferrados al volante como si fuera un salvavidas. - ¿Qué demonios era todo eso? - No lo sé. - Ni siquiera puedo adivinarlo.


Capitulo 26 Como para añadir otra capa de irrealidad, a mitad de camino el cielo se iluminó sin fondo de color gris en el espacio de una milla, como si hubiéramos impulsado a través de una especie de poro en la pared y entráramos en la realidad otra vez. En lugar de pequeños pinchazos de hielo, los copos de nieve eran del tamaño de una moneda de diez centavos, comenzando a girar hacia abajo, bailando a su propio ritmo. El calentador comenzó a soplar algo más que corriente helada, lentamente calentándose. Mis dedos estaban entumecidos y deseé que uno de nosotros hubiera pensado en tirar una caja de pañuelos en el coche, limpiarme la nariz se estaba convirtiendo en una necesidad en lugar de sólo algo agradable para hacer. Graves había terminado de llorar y se desplomó contra el asiento, sus manos sueltas y abiertas en su regazo. Conducir en realidad no era tan malo si nos metíamos en calles principales, todo abandonado y lijado, resbaladizo pero pasable. Deliberadamente no le miré. Conozco a muchos chicos. No les gusta cuando les observas llorar. Incluso si te estás escapando todavía. - ¿Qué está pasando? - Dijo, finalmente. - ¿Por qué no intentan matarnos? Eran las mismas cosas que me mordieron. Hombres lobo. Pero el que te mordió pertenece a un tonto, y no sabemos si estos también. Asentí ligeramente, manteniendo mis ojos en la carretera. Todavía tenía tres cuartas partes de un tanque y el motor caliente ahora. - Era como si se nos alejaran de él. – Me deslicé a una parada en un semáforo en rojo, mis dedos agarraban el volante con tanta fuerza que dolía. Mi cabeza seguía sonando, llena de la peculiar claridad que seguía un llanto adecuado. - Vamos a llegar al punto de extracción. Alguien estará allí. Vamos a tener que decirles lo que pasó con Christophe. Y ellos serán capaces de decirnos qué hacer y sacarnos de aquí. - Espero. La luz se puso en verde. Comprobé, el cruce estaba desierto. Había una cafetería en la esquina, cálido amarillo brillante a través de sus ventanas, pero nadie se movía dentro. Las farolas encendidas, a pesar de que era de día. La nieve estaba empezando otra vez. Nuestras huellas de neumáticos se extendían detrás de nosotros. Levanté el pie del acelerador.


- Esto es extraño, - dijo Graves en voz baja. - Es como si fuéramos los últimos en la tierra. Podría haber llegado a la conclusión sin ese pensamiento. Pero no era como si estuviera pensando por mí misma. - ¿Normalmente hay tráfico aquí? - Sí. Justo ahí está Marshall Street, siempre está abarrotado. Tal vez... - ¿Tal vez que? -Tal vez deberíamos parar allí. Donde tengo amigos. – Él se limpió la cara. – No me fío de lo que Christophe te dijo. Incluso si lo comprobaste a través de tu amigo. Sopesé las opciones. Me dolía la cabeza pensando en todo lo que tenía que hacer, y las lágrimas se coagularon en mi garganta y mis ojos amenazaron con no ayudar. - Cualquier persona que encontremos va a estar en peligro. Vamos a ponerlos en peligro. No pude confiar en Chris, pero confío en August. Él no me guiará mal. - Entonces, ¿qué hizo el hombre lobo? - Los hombres lobo, - corregí. ¿Cómo diablos iba a saberlo? - Lo que sea. ¿Qué estaban haciendo? Y esas cosas-serpientes... - Las cosas-serpientes estaban intentando llegar a nosotros. Pero el hombre lobo... No lo sé. Quizás fueron detrás de Christophe, pero uno le mordió, él no era... -No lo sé, Graves. Estoy muy preocupada. Te he metido en esto. Estoy más preocupada de lo que nunca sabrás. - Pensé que iba a matarte. - Él miraba por el parabrisas cuando me escabullí por elrabillo-del-ojo para mirarle. - Quería romperte la garganta. No creo que él fuera a matarme. Pero seguramente no estaba jugando limpio. Graves sonaba como si estuviera teniendo dificultades con la idea de matar a alguien, sabía exactamente cómo se sentía. Así que decidí cambiar de tema. - ¿Quién consiguió mis llaves? - Él las tiró. - El silencio nos envolvió. Las calles vacías a mediodía, ni un alma a la vista, incluso envuelto y abriéndose paso por las aceras. - Dios, esto es extraño.


Apuesto a que lo es. ¿Puede un tonto hacer esto? ¿Cambiar el mundo exterior? ¿Es eso posible? ¿O la gente siente el mal y quiere quedarse dentro? Los neumáticos crujieron. La nieve seguía cayendo, cada vez más gruesa por minuto. - Húndete debajo del asiento. Hay unas pocas cajas metálicas. Una es azul, es la de los primeros auxilios. La segunda es roja, tampoco quieres esa. La de debajo de mí es gris, y tiene una pistola. Esa es la que queremos. Esperó durante unos segundos. - Supongo que sería una buena idea. No quiero liarla con eso, sin embargo. - Solo sácala. - Probablemente no quería que él jugara con ella tampoco, si no estaba acostumbrado a las armas de fuego. – Yo me encargaré de los disparos, supongo. Tú solo revela al superhéroe. Él no lo encontró completamente gracioso. - Lo digo en serio, Dru. Le vi haciéndote daño, y sólo... Lo sé. - ¿Te duele? - No. Rompí la ventana, sin embargo. - Una risa irregular, un poco más amarga. Jugueteó con el cinturón de seguridad, y pensé en decirle que se lo abrochara. - Estaba realmente muy preocupado por eso, también. Figúrate. Le vi haciéndote daño y fue como si... algo dentro de mí se despertara, y quise matarle. Realmente matarle, no como decir que quieres matar a alguien. ¿Sabes? Como si no fuera ni siquiera yo mismo nunca más. - Oh. - ¿Qué le dices a algo así? El corazón me dio un gracioso pequeño salto. – Me alegro de que estés aquí. Sería horrible si estuviera sola. Esperaba una respuesta y un destello de humor, pero se desplomó aún más en el asiento, agachado, y empezó a cavar por debajo. - Sí, bueno. Bueno, puedes esperar que él fuese muy feliz con eso, Dru. Mis ojos fueron al espejo del lado del conductor durante un segundo, capturando... algo. Seguí mirando, pero eso se fue y no regresó. Sólo una sombra. El zumbido en mi cabeza no se iba. Mi hombro dolía, y mi brazo no estaba muy contento tampoco. - ¿Estamos cerca? - Gira al sur en la 72, son dos calles más arriba. Luego sólo tienes que seguir hasta que llegamos a los suburbios. Se acurrucó a medio camino del asiento, mirando fijamente hacia abajo y buscando la caja con el arma. - ¿Con qué frecuencia te ocurre algo así?


- No mucho, - admití. Golpeé mi ardiente mejilla con la palma de mi mano. Las lágrimas volvieron. Las empujé hacia abajo, queriendo tener un pañuelo o algo así. Papá siempre tenía un pañuelo. La mayoría tenían sus iniciales bordadas claramente por la abuela, cuidadosos puntos. - Más que nunca. Papá siempre estaba alrededor. - Siento lo de tu padre, Dru. – Levantó la mirada con torpeza, la cabeza casi en mi regazo. Sus ojos muy verdes, y desde que no era un muchacho blanco, él echaba de menos la parte enrojecida por llorar. Intenté una media sonrisa, terminó acabando con una extraña mueca. – Lamento haberte metido un poco. - Froté mis ojos otra vez. La nieve siseó bajo los neumáticos, agrupándose en el limpiaparabrisas. - Estamos seguros de que no voy a ser todo peludo como esas cosas, ¿verdad? – Él intentó una sonrisa que parecía como si le doliera y sacó la caja con el arma. Otra sombra parpadeó en el espejo. ¿Eran los nervios, o realmente había algo ahí detrás? Me arriesgué a ir un poco más rápido. - Absolutamente. Incluso Christophe lo dijo, y en el Ars Lupica, también. – Papá pagó mucho dinero por ese libro y nunca encontró la oportunidad de usarlo. Me gustaría que estuviera aquí para ver que es útil ahora. Me estremecí. Papá. Christophe. Ambos se habían ido. Tenía que haber sido al menos una docena de hombre lobo. ¿Por qué no nos atacaron? Graves estaba otra vez sentado. – Jesús, - dijo en voz baja. Estoy totalmente de acuerdo. Y la nieve comenzó a caer en ríos.


Capitulo 27 Saliendo de los suburbios, las calles tenían árboles desnudos tocando el cielo, sus extremidades frías se agarraban a suaves cintas blancas y a veces se adornaban con carámbanos. Algunos tenían realmente luces de Navidad, aunque no era incluso Acción de Gracias todavía. O tal vez simplemente no las habían bajado desde el año pasado. Las calles estaban raspadas y con tierra también, pero se fueron difuminando rápidamente bajo la avalancha de nieve. La calle 72nd se había convertido en McGill Road brevemente, luego, se hacía irregular y se convertía en la avenida 72nd, estrechándose, sinuosa y ramificándose como una arteria que está más y más lejos del corazón. Las casas se hacían un poco más grandes, las aceras amplias y limpias. Vi destellos de jardines, también, raras extensiones de terreno plano en blanco, marcado sólo por las líneas de zanjas y árboles más desnudos, temblorosos. El viento rugía. Graves jugó con su paquete medio vacío de Winstons, mirando con nostalgia la ventana. Si el viento no hubiera desgarrado un cigarrillo de su mano, él podría haber tenido todos los cigarrillos que quisiera. Yo podría incluso unirme a él, no importaba lo mal que olía. Y, sabes, si podía haber olvidado el deslizamiento, el enorme sonido de pequeñas serpientes aladas golpeando la furgoneta. Sospechaba que podría ponerme nerviosa por circular con la ventana bajada durante un buen rato. Las sombras siguieron pasando detrás de nosotros. Fuera lo que fuera nos podría haber alcanzado si esto realmente lo hubiese querido. Apenas estábamos avanzando, y estaba temblorosa, hambrienta y enferma de adrenalina todo a la vez. Habría dado mucho por otra hamburguesa con queso por entonces. O un batido de fresa. O cualquier cosa, realmente. Incluso alguna granola rancia. Pero no pastel de manzana. El pensamiento me hizo sentir incluso más enferma. - Aquí esta Compass Avenue. - Tartamudeó Graves, aunque estaba lo suficientemente caliente con la calefacción en marcha. - Luego viene Wendell Road y, a continuación, Burke. Si el mapa está en lo correcto.


Reduje la velocidad, lista para que la furgoneta obedeciera en cualquier momento. El reloj del tablero de mandos todavía tenía la hora de Florida, una hora por delante. Yo estaba enferma de esta mierda de oso polar. - ¿Cómo viven las personas aquí? Esto es de loco. - Visten mucho. Se dejan pelo. Y beben. Golpean a sus hijos. - Graves se movió nervioso. - Golpean a sus hijos mucho. - Rodamos a través de dos intersecciones más y, luego, se redujo a un espeluznante ritmo, el motor cambió sin problemas, los limpiaparabrisas apagados. - ¿Por qué coño estamos saliendo ahí otra vez? -Porque no saldremos de la ciudad antes de que el anochecer caiga sobre nosotros. Ya son las dos de la tarde. - Miré detenidamente el cielo, mirando de soslayo otra vez por el parabrisas. - Podríamos hacerlo. Tengo dinero. Sólo podríamos lárganos de una condenada vez de aquí. Podríamos tomar un autobús si la furgoneta no... - Un autobús. Como si no nos quedáramos atrapados en la estación esperando el próximo, cuando el sol se ponga. Por el amor de Dios, Graves, necesitamos ayuda. - Me pregunté si debía decirle que veía pequeñas cosas volando en el espejo. No era necesario que él se preocupara. ¿Eh? Redujimos la velocidad. Burke y la 72nd era realmente una intersección de tres vías. Directamente en frente de nosotros, donde las dos carreteras se dividían para hacer una Y, se levantaba un muro de piedra. No había nada más alrededor; las casas disminuían a mitad de cuadra y espacio abierto, muchos lotes o campos de maleza, quien diría, que corría a ambos lados. Justo sobre la pared de la derecha, un techo de tejas rojas se asomaba, unos pocos trozos de color asomándose bajo la nieve. - Burke y la 72. Tiene que ser este lugar. - Aceleré, llevándonos hacia la derecha de la bifurcación. - Jesús. Hablando de rarezas. - Nunca he estado fuera de esta manera.- Graves tamborileó sus dedos en la puerta. - Huele mal. Pues bien, eres el de la súper nariz ahora. - ¿Mal cómo?


- Herrumbre otra vez. Y algo en descomposición. Como un basurero en verano. Olfateé profundamente, pero no olía a nada. El zumbido en mi cabeza era constante; estaba acostumbrada a pensar a través de él ahora. No paladeaba nada distinto que el hambre y el sabor a metal fino. Mi espalda dolía, mi garganta dolía, mi brazo no estaba demasiado feliz, estaba mal en todas partes y lista para entregar todo este problema a alguien mayor y más experimentado. ¿Por qué no le di las llaves a Christophe? Él todavía podría estar vivo si lo hubiera hecho. - Deseo que sólo le hubiera dado las llaves. - Mi voz se rompió en la última palabra. Respiré ruidosamente hasta otro sollozo, lo empujé hacia abajo. Llegó el momento de dejar de ser una llorona y centrarse en conseguir sacarnos fuera de la ciudad. - Yo no. - Los dedos de Graves tamborileando, pararon. - ¿Qué vamos a hacer, conducir hasta la casa y caminar, anunciando que somos cazadores de vampiros y pedirles por favor...? -Vamos a encontrar quien quiera que Christophe haya pedido que viniera a recogernos. Si soy valiosa para ellos, nos ayudaran a salir de la ciudad. - Y luego, voy a dormir durante una semana después de esto. Después de esto, ¿qué? - Qué pasa si ellos... - él no fue más lejos, pero supe lo que estaba pensando. - Graves. - Tragué, intentando sonar firme y segura. - Estamos dejando la ciudad juntos. Punto. Fin de la historia. ¿Lo tienes? Él no dijo nada más. No me atreví a mirarlo. Nos deslizamos por la nieve llegando ahora hacia las aceras y las marcas de la furgoneta haciendo pequeños sonidos cuando el viento nos intentaba empujar hacia la pared. Al poco tiempo hubo un camino de entrada, obviamente recientemente limpiado, y la furgoneta luchó a través del giro, como si yo no estuviera controlándolo. Una puerta de hierro ornamentada se abrió, barrieron hacia atrás a cada lado, sus adornos pesadamente helados con hielo. En medio de una vasta extensión de camino circular, se levantaba una fuente, algún tipo de


concha con un gran repunte saliendo de la mitad. Bancos de nieve apilados contra la pared y los bordes, pero el camino de entrada estaba despejado apropiadamente. La casa era enorme de tres pisos, un montón de pseudo-adobe. Por qué nadie construiría una hacienda aquí entre los esquimales que estaba más allá de mí. La furgoneta obedientemente giró, siguiendo el desplazamiento del camino de entrada. Lo paré con facilidad y dejé escapar un suspiro. - Bien. Vamos... - Santa mierda. - Graves estaba mirando fijamente pasada mi nariz, por la ventanilla del lado del conductor. - Um, ¿Dru? Mi cuello protestó cuando giré mi cabeza. De repente cada hueso y músculo estuvo cansado, y tenía ganas de hacer “pis” aunque no era asunto de nadie. Conducir en una tormenta de nieve es igual que ir tirando de un trineo; trabajas músculos que no sabías que tenías. La gran puerta negra se sacudió libre y se estaba cerrando, pequeños copos de nieve caían como escamas de piel. El hielo crujió, y el cielo en lo alto era una hoja de aluminio pintado. La puerta se cerró por sí misma con un sordo clang y una ola fresca de viento frío la agitó, gimiendo a través del metal ornamentado. Esto era muy bueno o muy malo. Me asomé en el segmento de la casa que podía ver. Cálida luz eléctrica a través de cada ventana, sin sombra de movimiento, ni se sentía a nadie en el hogar. No podía estar vacío. - ¿Dru? - Graves sonaba muy joven. Se me ocurrió que tanto como yo quería a alguien mayor y más experimentado, él debería desearlo dos veces o mucho más. Y yo era todo lo que él tenía. El peso se asentó en mí, más pesado que nunca. - Supongo que vamos a entrar. - Si es el punto de extracción de Christophe. En cierto modo tiene sentido, cerca del borde de la ciudad y todo, pero aún así... Esto se sentía sospechoso. Súper extra sospechoso con un lado de mala salsa. El motor se mantenía en marcha. Probablemente podría tirar la puerta con esta pieza de metal pesado. Pero si apagaba a la furgoneta, estaríamos afuera en la nieve sin ninguna forma de escape.


Aquí era donde dijo Christophe. Así que ¿por qué te detienes? Aparqué el coche, mirando la parte delantera de la casa de nuevo. La puerta delantera era algo enorme de húmeda madera negra. Ellos, sin duda, como todo gigantes aquí. Toda llamada en América Central. Puse a funcionar mi mente y alcancé la caja de munición. - Permanece aquí. Voy a comprobar el exterior. - De ninguna manera. ¿Estás loca? - Graves sacudió su cabeza como si estuviera expulsando una mala idea. - ¡No me vas a dejar aquí! -Mira, si no salgo, tú conduces la furgoneta a través de esas puertas y te vas como el infierno fuera de aquí. Yo voy dentro a asegurarme de que es seguro. No hay motivo para que los dos... - Para ser asesinados, era una forma de hablar, porque era lo que a menudo decía papá. - ...entremos, - modifiqué apresuradamente, porque alguien necesita permanecer aquí y mantener la furgoneta en marcha en caso de tener que salir a toda prisa. Yo estoy capacitada para ello. - Por lo menos, estoy mejor entrenada que tú. - Lo haré. - Jesús. - Graves me miró fijamente. Sus ojos estaban muy, muy verdes. – Deseas la muerte. Ahora tengo un deseo de baño-y-sueño-en algún lugar seguro, chico. - No. No lo hago. Quiero salir de esta viva y quiero que tú salgas de esta vivo. Mira, sólo permanece aquí y mantén en marcha el motor. ¿Sabes cómo conducir? - ¿Estás bromeando? - El aspecto que me dio, fue como de conmocionado. - Paseo en el autobús. Oh sí, esto sólo está mejorando. - No te preocupes. Es pan comido. - Abrí la caja de munición, comprobando la pistola. Los cargadores se deslizaron una y otra vez dentro, comprobando la seguridad, eran muy fuertes en el silencio cubierto de nieve, el viento de repente se calmó apagándose sin sonido. - ¿Oh sí? ¿Qué ocurre si la puerta está bloqueada, Dru? Realmente sonreí. Por lo menos, las esquinas de mi boca se elevaron. - Los lugares como este nunca están bloqueados, - dije tranquilamente y desbloqueé mi puerta.


Tan pronto como cerré la puerta de un golpe el viento volvió, los rizos al azar volaron por mis ojos, conduciendo la nieve contra mis mejillas, blancos copos se apegaban a ellas. Fui alrededor de la parte delantera, sin mirar a través del parabrisas, si lo hacía, sólo vería a Graves pareciendo pálido y asustado, y no necesitaba eso. Estaba demasiado asustada por ambos. Había sólo tres escalones previos a la puerta. Grandes urnas de hormigón que podrían haber sostenido plantas ahora que eran sólo montículos con nieve. No hay nada creciendo aquí. Todo esto es de hormigón. Temblé, no hacía tanto frío como podrías pensar, pero la nieve me cosquilleó como pequeños dedos húmedos, adhiriéndose a mis pestañas y empapándome a través de mis zapatillas de deporte. Toqué la puerta, cerré mi mano alrededor de la perilla. Giró fácilmente, y escuché un suave y apagado sonido, una lechuza ululando ¿qué? ¿quién? Miré hacia atrás sobre mi hombro. Ningún signo del búho de la abuela, pero la llamada volvió, sordo como alas de pluma. La furgoneta seguí en marcha, suave como la seda. La puerta se abrió de forma silenciosa, la nieve sopló detrás de mí. A través de la puerta, un vestíbulo asombroso con pequeños pedazos de madera barnizada todos aplastados juntos y encerados a un alto brillo. Estaba temblando y mirando hacia arriba en un tramo de las escaleras, un candelabro goteaba una luz cerosa cálida. El arma era un peso señalando el suelo. Quité el seguro y deseé tristemente que papá estuviera aquí. ¿Cómo sabes que no lo está? Dijo una pequeña voz, detrás de mi cabeza y un baño frío de pavor comenzó en la base de mi cráneo, deslizándose hacia abajo de mi espalda como suaves y flácidos dedos húmedos. Lo sé, dije a esa vocecita horrible. Vi donde murió, creo. Él dejó la furgoneta a la derecha y bajó por el vestíbulo a una bodega abandonada. Y alguien estaba esperándole. Las luces estaban encendidas, pero hacía frío aquí. Frío como una cripta. Di otros dos pasos en el vestíbulo, vi un pasillo, y la luz cambió imperceptiblemente. Di vueltas. La puerta se deslizó al cerrarse, un leve sonido como el sonido de la seguridad haciendo clic al desactivarse. El sabor del óxido corrió sobre mi lengua


como un río, seguido por el húmedo olor a podrido de naranjas, esto era malo, difuso y viniendo de un ciego rincón húmedo. El timbre consiguió lo peor, llenando mi cabeza de algodón. Algo destelló en el suelo, pasando por un pequeño cuadrado de oscuridad redondeada que mis ojos se negaron a ver correctamente por un momento. Oh Mierda. Mis zapatillas hicieron pequeños sonidos húmedos. Pequeñas líneas de vapor salieron de mi piel, hacía demasiado frío. Mi aliento hizo una nube, desapareciendo tan pronto como inhalé. Me moví como en un sueño, o como si fuera la última noche, algo tirando de mi cuerpo sin resistencia hacia adelante. Dolió al inclinarme para recoger la billetera de piel negra familiar. Era gruesa con dinero en efectivo, y la giré abriéndola, vi las ID de papá, mirando fijamente a la cámara como desafiando a tomar un mal tiro de él. La foto de mamá no estaba, pero la marca donde mi pulgar frotaba el plástico cada vez, aún estaba allí, como un viejo amigo. Me tensé, automáticamente puse la billetera en mi bolsillo y me vi obligada a dar un paso hacia adelante, mirando lo otro, resplandeciendo pacientemente en el suelo encerado. Era de plata, y cuando me incliné con dolor de rodillas para echar una mirada, mi cuerpo lo supo, todo frío, la piel de gallina comenzó a través de mi espalda y a lo largo de mis brazos. Era un gran medallón, casi tan largo como mi pulgar. Espirales en su parte delantera que incluso conocía mejor que mi propio nombre, y una cadena de plata, ahora rota, que había visto toda mi vida. Los espirales hacían un corazón con una cruz en su interior y en la parte de atrás habían esbozado pequeños símbolos extranjeros, donde podían descansar contra la piel. Lo toqué con mi dedo índice, dejando salir un soplo nublado que terminó en un sonido corto como si me hubieran dado un puñetazo y perdí todo mi aire. Cerré mi puño sobre él y me levanté, con los ojos secos. Y de repente supe algo más. No estaba sola aquí. Alguien habló desde la sala más allá del vestíbulo. Era la voz de un muchacho, más dulce y tenor que Graves y más severa que Christophe, con el mismo extraño espacio entre palabras y sonidos que el djamphir.


- Entra en mi salón, dijo la araña. - Una risa tonta, ligera, feliz, como si alguien estuviera teniendo un infierno de un buen momento. - Y obedientemente, ella caminó y recogió el anzuelo. Levanté mi cabeza. Como hilos de humedad, mi pelo rizado cayó en mi cara. Había una forma en la puerta del pasillo, un manto de oscuridad más que físico, se aferraba a eso. Repentinamente, supe que había estado en mi porche delantero esa noche. Él no había tenido una invitación, por lo que mi umbral fue una barrera para él. Pero aquí estaba yo, y aquí estaba él, y ¿por qué Christophe me había enviado aquí? Un baño frío de pavor se deslizó hacia abajo de mi espalda. - Sergej. - Sonaba normal, no aterrorizada. De hecho, sonaba bastante bien. Él dio un paso en el lavado de oro de la araña y entendí por qué hacía frío. El frío venía de él, respirando de su piel sin poros con su tenue matiz bronceado. Y aquí estaba otro golpe. Parecía estar cerca de los dieciocho años, un poco mayor que Graves, un poco mayor que yo. Anchos hombros como si hubiera trabajado fuera y con una cara tallada en una antigua moneda, una larga y estrecha nariz, una boca cincelada, un lío de rizos de miel-marrón ingeniosamente despeinados. Pero sus ojos oscuros estaban equivocados. Estaban polvorientos, y mucho más adultos de lo que deberían. Lo más cercano que había visto a esos ojos alguna vez en algunas calles de la ciudad, era donde los chicos se derretían en las sombras como coches pasando lentamente, con sus cuerpos jóvenes pero con algo antiguo brillante en sus caras. Niños que habían visto un montón de cosas que ningún niño debería haber visto, niños temblé cuando pensé que siempre estaba deslizándome más cerca de papá en el asiento de la furgoneta. Sólo eran todavía humanos, esos niños. Y esta cosa no lo era. Lucía joven y supuse que si no tienes el hábito de mirar de cerca las cosas, pensarías que sólo era suerte tener esa gran piel y esos labios asesinos. Si miras más cerca, la cosa luciendo esos ojos chispeantes oscuros podrían desearte. Justo antes de que te coma vivo.


Llevaba un suéter negro delgado y jeans, como Christophe. Un par de Nikes negras de calidad y un reloj de pulsera de oro demasiado enorme y ostentoso para ser cualquier cosa menos real. Probablemente un Rolex. Parecía el tipo de Rolex. Estuve allí mirándolo fijamente, mi boca descendió un poco abierta. Oí algo a través del zumbido de mi cabeza. Un golpe constante, como un reloj marcando contra la cabeza de un gigante tambor, eco. Más rápido y más rápido, un sonido que me hizo pensar en un pequeño espacio oscuro, relleno de animales, y mi propia respiración viciada que escuchas antes de caer dormido. Había estado demasiado cansada. Te quiero bebé. Te quiero muchísimo... Vamos a jugar a un juego. El conocimiento chocó a través de mí como un bate de béisbol mecido por un jugador que viene todo el camino por sus talones. Ese ritmo de relojería era el sonido de su corazón. Yo estaba aquí en una enorme pila de adobe falso con una tormenta de nieve y Graves fuera y yo estaba mirando hacia un vampiro y yo solita. Un vampiro que había convertido a mi padre en un zombi, y asesinado a mi madre, antes. Mi mano izquierda era todavía un puño alrededor del medallón. El sonido de bombeo, el golpeteo estaba muy cerca y el chico me sonrió. Una sonrisa muy dulce, si no importaba mirar sus afilados colmillos como agujas, mucho más nítidos y más grotescos que los de Christophe. Pero blancos, deslumbrantemente blancos. Y esos ojos, como piscinas de barro esperando arrastrarte hacia abajo y llenar la boca y la nariz con el frío, la fría suciedad del Jell-O9. Oí algo más, también. El sordo batir de alas. Él dio un paso hacia adelante. – Madura, - dijo, la palabra retorcida debido a la forma de sus dientes ahora. Un chorrito de algo negro se deslizó por su mentón, justo debajo de donde la punta de uno de sus colmillos raspaba la piel mate perfecta. - Y llegando tan voluntariamente al sacrificio. He bebido de las venas de un millar de djamphir, pero el más dulce está siempre en los pajaritos, justo antes de que florezcan. - Una sonrisa baja, como eructos de gas se propagaron hacia arriba supurando baba.

9

marca de jalea


Levanté el arma y sus oscuras cejas aladas subieron fingiendo asombro. Parecía como un payaso sicótico y una chispa roja encendida en la parte posterior de sus raras pupilas. Eran hendiduras más oscuras, en forma de reloj de arena contra el terciopelo negro de sus iris delgados, hilos de negro en los blancos convirtiéndolos en gris. Parecía casi ciego. El búho ululó cerca, el sonido fue cortante y fuerte a través de un repentino aullido, la puerta golpeteó detrás de mí y los ojos del vampiro se ampliaron sólo una fracción antes de que apretara el gatillo y un agujero del tamaño de medio dólar abriera su frente. Fue un tiro perfecto. ¡Buena chica, Dru! Oí el llanto de papá y una gota de delgada negrura borboteó por la cara del succionador, su cabeza chasqueó hacia atrás como si hubiese sido pateado en los dientes. Escuché a alguien gritando, finamente y supe que era yo. Porque su cabeza cayó hacia abajo una vez más, bruscamente, y me sonreía a través de la máscara de secreción negra en descomposición, sus dientes serrados a excepción de los colmillos. Su cuerpo entero enrollado, comprimiéndose a sí mismo. Sabía que iba a saltar y sabía que no tenía ninguna esperanza de salir fuera de su camino. La negrura se comió sus ojos, convirtiéndolos en agujeros de un lienzo ligero de inmundicia y saltó, colgando en el aire durante un momento largo cuando todo se ralentizó a mi alrededor y el zumbido en mis oídos cambió a un grito agónico. El mundo se detuvo una vez más, pero sólo durante un segundo desnudo. Bajé, cediendo una rodilla y el arma buscando su camino a través del aire claro y duro como un diamante. Unas plumas pálidas soplaron cuando el búho se abalanzó, las garras como navajas de afeitar rastrillaron la espalda del imbécil, y giró alejándose, una sustancia viscosa negra goteó desde sus pies, y supe que había fallado, que no había golpeado donde quería y tan pronto como el mundo volviera a acelerarse, el vampiro iba a caer sobre mí y a enterrar sus colmillos en mi cuello, y no sentiría nada hasta que fuera demasiado tarde. El tiempo pareció duro, como una banda de caucho tirada hacia atrás y dejada suelta, corriendo a través de un aula. Una ráfaga de aire caliente viajó a través de mi piel, y hubo un horrible y desgarrador sonido.


La puerta delantera explotó hacia adentro. Una ráfaga de mezclilla azul y negro saltó fuera del capó de la furgoneta, arrojando lanzas afiladas de madera rota, astillada. Voló como Superman y colisionaron como planetas lanzados el uno con el otro. ¡Fuera del camino! La voz de papá gritó en mi oído, y me di vuelta, un puño lleno con el medallón, el otra sujetando hacia abajo una pistola cargada. La nieve voló por el agujero al lado de la casa, la puerta destrozada se caía a pedazos y trozos. Los faros encendidos y a través del parabrisas agrietado pude ver a Graves, sangrado por la nariz y los ojos corriendo con un verde ardiente, agarrando el volante como un salvavidas. Debió darse un buen golpe cuando chocaron. Alrededor de la furgoneta, fluyendo como un arroyo en primavera, las magras y largas formas del hombre lobo saltó. Mi mirada partió de regreso hacia la sed de sangre rugiendo, y vi a Christophe bajar, la roja sangre volando en un arco perfecto antes de salpicar un rastro en la pared blanca. Eso es lo que está mal aquí, pensé vagamente. No hay fotografías. Ni muebles. Nadie viviendo. Era una casa vacía. El sonido era horrible. El hombre lobo estaba haciendo ese ruido escalofriante de vidrio a medianoche una vez más, y ellos se lanzaron hacia el vampiro como agua corriendo sobre las rocas. El vampiro estaba haciendo un gruñido bajo, inhumano y Christophe... Él giró al lado, evitando la mano de Sergej, cargada de repente con garras afiladas que parecían suficientes como para extraer el aire. Dos pasos rápidos y los pies de Christophe se desenfocaron y saltó, una bota terminó golpeando a través del terrible y hermoso rostro del tonto. Utilizó la patada para propulsarse por encima; parecía como si estuviera en los cables, aterrizando ligeramente como una mariposa. Su rostro completo estaba cubierto de sangre, su suéter estaba mojado, pero sus ojos azul invierno-congelado brillaban y levantó su labio, gruñendo de vuelta a Sergej incluso cuando el lobo descendió. Era de lo más gracioso. Él se parecía a un ángel, de regreso de los muertos. Me asfixié en un sollozo, observando en asombro.


La furgoneta chirrió, el estruendo de neumáticos con cadenas y tirando otra vez. Una luz delgada cayó a través del agujero de la puerta, las paredes a ambos lados estaban rotas también. El motor se apagó y Graves escarbó fuera de la furgoneta. Sólo era apenas consciente de ello, porque la lucha estaba todavía sucediendo y estaba empezando a tener la idea de que era más que un poco unilateral. Y nuestro lado no era el ganador. Sergej derribó a los lobos como si fueran pinos de boliche y Christophe se trasladó una vez más. Estaba gritando, pero mis oídos estaban zumbando demasiado desesperados para escucharlo. Hizo una finta, dando un revés con la garra en la cara del vampiro cuando se juntaron, y de repente supe cómo serían los siguientes momentos que iban a jugar. Christophe estaba lento y herido, aunque se movía más rápido que cualquier humano se mueve, y Sergej... él pasó la mano en un barrido descuidado y un lobo pasó volando, golpeando la pared con un crujido de huesos rotos y deslizándose hacia abajo. El aire frío irrumpió a través de mi cara, lleno de olor de la sangre cobriza y nieve. Sergej extendió sus brazos, inhalando cuando lo hice yo, una nube de tinieblas arrastrándose hacia abajo de sus ojos para sangrar en su boca, deslizándose por su garganta en riachuelos delgados. El aire golpeaba y hormigueaba con el hielo; el mundo se ralentizó nuevamente cuando la mano de Graves se cerró alrededor de mi brazo y gritó rugiendo en mis oídos. - Vamos, Dru, ¡vamos! Mi pecho se amplió, las costillas golpearon cuando tomé el aliento más profundo de mi vida. Christophe se agachó, sus dedos cubrían el suelo manchado de sangre, y sus costados exhalaron. Parecía muy cansado, y la sangre lo cubría, goteando, las gotitas colgaban en el aire, cuando se recogió. Los lobos no hicieron ni una pausa. Todavía estaban rodeando al tonto, arañándolo, pero algo invisible había desviado sus ataques. El que había impactado contra la pared estaba allí tendido, la piel salía de él y la cara, el rostro de un joven, salía de debajo suyo deslizando texturas. El zumbido volvió de nuevo cuando me liberé del agarre de los dedos de Graves. Mis manos estallaron fuera, fuertes, como si estuviera lanzando un dodgeball (Juego de pelota), y algo duro y caliente me golpeó en el estómago, como el agua en ebullición justo después de que le tiran los macarrones. El medallón quemaba contra mi palma, plata ardiente.


El búho de la abuela, resplandeció blanco cubierto de nieve, lanzándose sobre mi cabeza como una bala, una ráfaga de plumas y un pico curvo cruel. La negras garras extendidas, y esta vez no falló. Alcanzó a Sergej directo en la cara, rastrilló fuerte y aguantó cuando el segundo maleficio que había tirado alguna vez en mi vida le aplastó con un sonido como un gran gong chino que había visto en un programa de concursos una vez. El cristal se rompió, tintineando, el candelabro sobrecargado, virando borracho, haciendo estallar las bombillas. Christophe le golpeó al mismo tiempo, una patada voladora describiendo un exagerado circulo que hizo todo el camino hacia arriba desde el suelo y golpeó contra la mandíbula del vampiro cuando la lechuza se alejaba, chasqueando sus alas después de convertirse en una moneda de diez centavos y salió disparada como un pinball. - ¡Vamos! - Gritó Graves, arrastrándome cuando el vampiro voló hacia atrás. El lobo le siguió, y golpeó la pared sacudiéndose y saltó a sus pies, la piel fluyendo hacia abajo sobre él, los huesos crepitando cuando cambió una vez más. Observé, mi boca colgando abierta como algún tipo de idiota. - ¡Sácala fuera de aquí!- Rugió Christophe y Graves tiró de mí como un impresionante sonido, como un órgano siendo golpeado con la reacción más grande del mundo chillando y bombeando a través de cada amplificador, de cada apestosa banda de garaje una vez reunida, rasgaba el aire en estremecedores trozos. No me resistí cuando Graves me arrastró. El arma aún estaba en mi mano, colgando, y había apartado mis dedos del gatillo en la manera que papá siempre me decía. Los sonidos de choques eran más profundos en la casa y los altos aullidos ladrando desde fuera, me dijeron que no estábamos solos. Las sombras llenaron la puerta, y Graves tuvo que poner su brazo, codo, como la proa de un barco. Me empujé detrás de él, aferrándome a su cintura con mi brazo libre cuando el lobo pasó rápido. Sus ojos brillaron amarillos y su piel me tocó, áspera como papel de lija, una luz fina de invierno de gris-hierro cayó alrededor nuestra, cuando el lobo de alguna manera retorcida corrió como tinta sobre papel mojado. Pasaron por delante de nosotros, probablemente salvadores, y empecé a pensar que podríamos tener una oportunidad. Esto se terminó, mi brazo se apartó de él, y Graves me arrastró hacia abajo corriendo, sus dedos se clavaron en mi brazo derecho donde tenía un hematoma. El dolor subió a través de mi cuello y explotó en mi cabeza, y mis mejillas estaban mojadas. Estaba haciendo pequeños sonidos elevándose por mi garganta quemada.


La nieve se arremolino hacia abajo, cubrimiendo el mundo. En la amplia extensión de la vía de acceso las huellas se difuminaron con rapidez bajo la embestida. Allí no habría ninguna prueba de ellos en unos pocos minutos. Incluso ellos no nos tocaban. Y Christophe... El estaba en lo cierto. Papá y yo éramos aficionados. No había manera de que pudiéramos haber luchado con algo así. Y mi madre... Graves estaba jurando constantemente, en voz alta entrecortada. Abrió la puerta del conductor y me empujó dentro saltando detrás de mí. Estaba todavía caliente, y me derrumbé contra la ventana del pasajero, el cristal estaba frío contra mi frente febril. Puse el medallón de mamá en mi bolsillo, empujándolo profundamente como un secreto. Mis dedos estaban adormecidos, y mi palma quemada. - Jesucristo,- dijo Graves. - ¿Estás bien? No. De ninguna manera estaba bien. Lamí mis labios con la lengua seca. ¿Christophe? - Susurré. -Me asustó como el infierno, - susurró él detrás. - Se mostró con esas cosas lobunas; supongo que están de su lado, después de todo. Me dijo que condujera a la derecha a través de la pared, que morirías si no lo hacía. Se levantó sobre el jodido capó y voló. Hacia fuera. - Su brazo serpenteó sobre mi hombro. - La jodida salida. ¿Dru? Me aparté del agradable y frío cristal y choqué contra él, enterrando mi nariz en el caliente suave lugar entre su hombro y su garganta. Me abrazó, descansando su barbilla en mi pelo mojado y esta vez estaba bien que ambos llorásemos. Nos aferramos juntos como náufragos sobrevivientes y la nieve cubriendo el parabrisas agrietado como suaves y mortales besos.


Capitulo 28 Tenía mi cara en el estrecho pecho de Graves, y estaba bien con eso. Olía bien y era cálido. Las lágrimas se filtraban fuera, y su barbilla aún descansaba encima de mi cabeza. Las ventanas estaban empañadas con el aliento de niebla y con la nieve aferrándose a cada superficie que podía encontrar. Pude escuchar el corazón de Graves, también, el tic tac distante. Como un reloj, pero sin la espeluznante mezquindad del pulso del retoño. Era un sonido limpio, y significaba que no estaba sola. No había estado tan cerca de alguien en un tiempo. Excepto él. La puerta se abrió y una ráfaga de aire frío barrió el interior de la cabina de la furgoneta. Alguien subió por el lado del conductor. Era casi una multitud, pero la camioneta era grande y el asiento era largo. Hubo un largo silencio, un sonido de tintineo cuando alguien tocó las llaves del arranque. Graves no dijo nada, por lo que pensé que estaba bien. Y realmente, no me importaba. Todo el mundo podría haber estado en llamas en este momento y no me habría dado ni cuenta. Un soplo de manzanas tocó la fría calma. - Por favor dime que está bien, - dijo Christophe al final. - Está bien. - Grave no se movió. Su mentón se fijó más firmemente sobre mi cabeza y apretó los brazos una fracción, eso era todo. - Un poco golpeada, pero todavía respira. Parece estar bien. - Gracias a Dios. - El djamphir soltó un largo y tembloroso suspiro. Hubo un sonido raspado y el motor se encendió. La furgoneta comenzó a correr de nuevo, y


la calefacción se puso en marcha. El aire frío salió a través de los orificios de ventilación. - Gracias a Dios una vez más. - ¿Qué pasa ahora? - Quiso saber Graves. Yo quise, también pero no me sentía con ganas de elevar mi cabeza y mirar a cualquiera de ellos. Hubo un leve sonido de material húmedo cuando Christophe se encogió. - Te saqué del campo y tú consigues salir. Ella va a ir a Schola. Yo voy a desaparecer. - Porque hay un traidor, - dijo Graves, y me alegré de que estuviera hablando por lo que yo no tenía que hacerlo. -Sí. - Christophe se rió, otro sonido un poco amargo. - Esta era mi zona segura. No había ninguna manera de que Sergej pudiera haber conocido este lugar, o de que ella viniera aquí, a menos que alguien en la Orden se lo dijera. Y alguien en la Orden envió la directiva para poner al hombre lobo tras de mí en su casa. No se dieron cuenta que yo no era él. - Él suspiró. - Si hubiese sido él, vosotros dos habríais estado muertos en el momento en que ellos llegaron allí. Juan, el lobo de ojos amarillo te conocía, es una forma para estar atado. Él sólo estaba siguiendo órdenes, pero el de la directiva desapareció. Alguien está cubriendo sus pistas. - Él cambió un poco en el asiento. Me pregunto si todavía está sangrando. - Tenemos que conseguir sacarla de aquí. - Entonces, nos enviaste a un lugar donde sabías que hay un traidor. - El mentón de Graves se hundió aún más, descansando fuerte encima de mi cabeza. Pensé en todo esto, no sentía nada excepto que estaba cansada y un poco sorprendida. - Tengo amigos en Schola; ellos la vigilaran tal como yo lo haría. Estará perfectamente segura. Y mientras que está allí, puede ayudarme a encontrar a quien está dando información a Sergej. Ella había sido reclutada. Graves se tensó. - ¿Qué pasa si ella no quiere? - Entonces no durará ni una semana allí por sí misma. Si Ash no la encuentra, alguien lo hará. El secreto está roto. Si Sergej lo sabe, otros retoños saben que hay otra svetocha. La cazaran y arrancaran su corazón. - Los limpiaparabrisas chasquearon. - ¿Dru, me escuchas? Te estoy enviando a un lugar seguro, y voy a estar en contacto.


- Creo que te oye, - suspiró Graves. - ¿Qué hay de su furgoneta? ¿Y todas sus cosas? -Voy asegurarme de que lleguen a Schola también. Lo importante es salir de aquí antes de que el sol se ponga y Sergej puede elevarse renovado. No está muerto, sólo se puso en un agujero oscuro y está muy enfadado. - ¿Cómo vamos a...? - Cállate. - Él no lo dijo duramente o poco amable, pero Grave se calló. - ¿Dru, me escuchas? Oh, Dios, dejadme sola. Pero levanté mi cabeza, mirando el tablero. Aquí realmente no había opción. Sentí el pelo en mi cara, los rizos peinados hacia abajo húmedos, viajando de golpe. – Sí. - Sonó como si tuviera algo atrapado en mi garganta. La palabra era sólo una cáscara de sí misma. - Escuché. - Fuiste afortunada. Nunca debes ponerte en peligro nuevamente o haré que lo lamentes. ¿Está claro? Sonaba igual que papá. La familiaridad fue un punto desgarrador en mi pecho. – Claro, - traté alrededor de eso. Mi cuerpo entero dolía, incluso mis pelos. Estaba húmeda y fría y la memoria de los ojos muertos del retoño y la voz extrañamente equivocada, melodiosa cavando en mi cerebro. No lo dejó pasar. Esa cosa mató a mi padre. Lo convirtió en un zombi. Y mamá.. - Mi madre. - El mismo tono plano, ronco. En shock. Tal vez estaba en estado de shock. Había oído hablar mucho de shock a papá. El silencio crujió, pero, entonces, Christophe tuvo lástima de mí. Tal vez. O tal vez pensó que tenía derecho a saberlo, y que ahora podría escucharlo. Cuando habló, su voz era ronca también, ya sea por dolor o por el frío no podía adivinarlo. - Ella era una svetocha. Decidió dejarlo todo, detener la caza, se casó con un agradable infante de marina y tuvo una niña. Pero el nosferatu no olvidó, y no dejó de jugar al juego porque tomamos nuestro ingenio y nos fuimos a casa. Consiguió oxidarse y ella fue capturada lejos del santuario, dejando a nosferat fuera de su casa y a su bebé. - Él puso la furgoneta en marcha. El parabrisas limpió rápidamente. - Yo... lo siento.


- ¿Qué otra cosa sabes? - Me aparté de Graves, su brazo cayó hacia abajo a su lado. Se desplomó, parecía muy incómodo, una máscara de mapache de hematomas empezaba a hincharse alrededor de sus ojos. Su nariz estaba definitivamente rota. -Ve a Schola y averígualo. Te entrenaran, te mostraran cómo hacer las cosas con que sólo has soñado. Dios sabe que estás tan cerca del total florecimiento y que una vez lo hagas... Christophe miró fijamente fuera del parabrisas, su perfil tan limpio como si nunca fuera severo. Sus ojos estaban brillantes, lo suficiente como para brillar incluso a través de la luz gris del día. La sangre seca cubría su rostro, un goteo de rojo fresco se deslizaba de un corte a lo largo de donde nacía su pelo. Estaba absolutamente empapado de cosas, pero no parecía que fueran importantes para él. - Y cuando lo escuches de mí, te voy a dar un desafío digno de tus talentos. Al igual que averiguar quien estuvo a punto de matarte aquí. La furgoneta estaba corriendo todavía como un sueño. Buen acero antiguo estadounidense. La billetera de papá se sintió en mi bolsillo de la chaqueta, acusando un bulto pesado. Christophe midió un espacio sobre la rueda entre dos yemas de los dedos, mirando atentamente. - ¿Y qué pasa con eso, Dru? ¿Serás una niña buena y volverás a la escuela? - ¿Por qué seguía preguntando? Como si yo tuviera cualquier lugar para ir. Pero hubo otra pregunta. - ¿Qué pasa con Graves? El chico en cuestión me miró. No podía decir si estaba agradecido o no. Pero quería decirlo. No iba a ningún lugar sin él. Él era realmente todo lo que tenía. Un medallón, la billetera de papá y una furgoneta llena de cosas. Una sombra cruzó la cara de Christophe. La pausa fue lo suficientemente larga para mí como para averiguar qué pensó de mí incluso con esa pregunta y lo desesperadamente que estaba pesando con la probabilidad de que yo podría ser difícil. O simplemente dejarme saber que no tenía ninguna parte donde ir. - Él puede ir contigo. Allí hay uno o dos lobos, otro Loup-Garou. Va a ser un aristócrata. También te enseñaran. Esto es bueno entonces. Asentí. Mi cuello dolió con el movimiento. - Entonces voy a ir.


- Bien. - Christophe puso su pie en el freno. - Y para que conste, la próxima vez que pida las llaves, las entregas. No pensé que merecía una respuesta. Graves se acopló un poco más cerca de mí, y yo incluso no supe que pensar sobre eso. Puse mis brazos a su alrededor y me abrazó. No importó si hacía daño a mi brazo, a mis costillas o a mi cuello y prácticamente cada otra parte de mí, mi corazón sobre todo. Cuando estás destrozado, esto es lo único por hacer, ¿correcto? Agarrarte a todo lo que puedas. Agarrarte fuerte. Rebotamos a través de las puertas de hierro, que fueron golpeadas hacia adentro, el hierro forjado se dobló como si lo hubiese hecho un incendio. Christophe giró a la izquierda, a toda marcha y nos encontramos fuera de la carretera. El muro de piedra continuó a nuestra izquierda, la nieve cayendo gruesa y rápido. El cielo, sin embargo, estaba más brillante. Finalmente podías decir que había luz solar aquí, en lugar de sólo una sartén plana de aluminio. - Parece diferente ahora, - dije, estúpidamente. - Sergej. - Fue todo que Christophe necesitó decir y cerré mi boca. ¿Qué otra cosa podía hacer un vampiro? ¿Había estado papá persiguiéndolo todo el tiempo? ¿Debido a que había asesinado a mamá? ¿Qué otra cosa iba a descubrir en Schola? ¿Cómo caminar sobre la nieve sin dejar una pista, cómo flotar mientras lucho? Demasiado mal, no podría aprender lo que realmente quería saber. Tenía la sensación de que furtivamente nunca podría aprender lo que realmente quería saber. Tan pronto como el muro de piedra terminó a nuestra izquierda, redujo la velocidad. Me preparé, había zanjas aquí, profundas, corriendo al lado de las carreteras, pero la furgoneta simplemente chocó un poco más arriba, y nos fuimos a nadar a través de un mar profundo de ruedas en la nieve. El camión se sacudió y gimió, y el parabrisas agrietado estaba todavía un poco brumoso con todos nosotros respirando fuerte.


Nos sacudimos y deslizamos durante mucho tiempo; luego, Christophe hizo un movimiento inquisitivo con la cabeza. Los reflejos rubios se habían resbalado de vuelta a través de su pelo, pequeños pedazos visibles a través de los coágulos de sangre secándose. Aunque no parecía demasiado magullado. - Ah. - Dejó de acelerar y la furgoneta rodó hasta una parada. - Aquí debería estar el transporte ahora. Salid y esperadles. - ¿Aquí? - Graves no pensó mucho en la idea. - ¿Nos vas a dejar en medio de una tormenta de nieve? Oh Dios, no discutáis. Tiré de su abrigo. - Sí. Seguro. - Alcancé la manilla de la puerta y tiré de ella. La puerta se abrió de golpe con un chirrido de protesta y la nieve resopló desde el Ártico. La temperatura estaba disminuyendo. Mi nariz estaba a tope, pero no quería pensar de que. - Lo que tú digas, Christophe. No quise que sonara sarcástico. Realmente, no. Y además, podía escuchar lo que Christophe podría decir. Un sonido sordo, un tronar, que he escuchado en un montón de programas de televisión por la noche. - Dru. - Christophe se apoyaba sobre el asiento, su boca se inclinó hacia abajo. No podía oler a tarta de manzana ahora y una parte de mí se alegró vagamente por eso. - Lo siento. Yo... No quería escucharlo. Él no me había dicho todo, pero le había dado por muerto. Supongo que estábamos empatados, incluso, sobre todo especialmente después que cayó sobre algo tan viejo y tan poderoso. Algo quería matarme. Algo que me habría matado. ¿Qué dices cuando alguien cae sobre uno realmente arrogante, asesinando al retoño por ti? No había palabras para eso. - Mira a tu alrededor, Chris. - Tiré de Graves; él salió detrás de mí sin protestar. Esto era como una agonía, ponerse de pie una vez más, mis tendones y glúteos cantaron de dolor, mi cuello como una barra sólida de acero, lloró. Agarré mi mochila, también. La mitad de mi cuerpo protestó en un gruñido cuando nuestros


pies se hundieron en la nieve más arriba de las rodillas, y dando un portazo sobre lo que fuera que Christophe quería decir a continuación. La furgoneta se apagó, y el sonido de rotor fue más cercano. Se puso a la vista, un helicóptero, rojo y blanco la única mancha de color en los terrenos baldíos que nos rodeaban. El muro de piedra estaba en la distancia, impregnado en blanco y la nieve fue bajando muy fuertemente incluso para la ciudad en la distancia, o en las casas de unas pocas cuadras de distancia, no era visible. Un frío feroz empapó mis zapatillas y pinchó mis pantorrillas. Un rocío blanco se hizo humo cuando el helicóptero se sostuvo en el aire unos veinte segundos, una corriente descendente de nieve raspando lejos antes de que tocara tierra. Me agaché cautelosamente a través de las correas de mi mochila, sosteniendo un brazo para proteger mis ojos y casi lo perdí de vista cuando se abrió una escotilla al lado y una figura saltó, doblada y echó a correr hacia nosotros. La furgoneta arrancó lejos. Todavía tenía el arma en la mano. Por mi vida no podía recordar si había puesto el seguro. Miré hacia abajo para comprobarlo, encontré que estaba puesto y la figura correteó alcanzándonos. Era un chico de ojos marrón en un abrigo naranja, una mata de pelo castaño rizado cubierto de nieve porque había empujado la capucha atrás. - ¡Santa mierda!- Gritó sobre el sonido del helicóptero. - Estaría mejor si me das eso. Lo que digas. Le entregué el arma. La comprobó expertamente y la hizo desaparecer bajo su abrigo. - No te preocupes, te la devolveré. Venga, no tenemos mucho tiempo. - Saludó, hacia arriba encima de su cabeza, la furgoneta se retiró y, extendió la mano para agarrar mi brazo. Temblé, Graves se tensó y la mano del abrigo naranja se detuvo en el aire. Se volvió e hizo un movimiento de señas, como una mamá pato tratando de tirar a lo largo patitos obstinados. - Lamento esto. Solos nos organizamos hace media hora; estoy todo excitado. Vamos. - Su voz se rompió, cálida contra la embestida del ruido del helicóptero, y caminamos trabajosamente a través de la nieve detrás de él, casi doblándose por la mitad cuando lo hizo. Mis cabellos intentaron levantarse y estrangularme en la corriente descendente y la escotilla del lado del helicóptero se abrió de nuevo. Había un escalón. Puse mi pie en él, agarré las asas, y Graves me impulsó. Casi


golpeé mi cabeza contra la parte superior de la escotilla y me pregunté si las aspas del rotor podrían agarrar mi pelo. El espacio era apretado y lleno de ángulos extraños, pero estaba más cálido que fuera. Me encajé en un asiento de la parte que parecía que estaba hecho para un niño de tercer grado y Graves se colocó, inmovilizando su cuerpo más alto a mi lado. El piloto incluso ni siquiera nos miró y las manos en los controles eran más grandes y más gruesas que las mías aunque parecían jóvenes y de piel suave. Jesús, ¿cuántos adolescentes están haciendo este tipo de cosas? Ahogué una cansada, medio histérica risita, mi nariz estaba todavía llena. Graves me alcanzó y agarró mi mano y el chico de cabello rizado saltó y cerró la escotilla. El ruido bajó, pero no por mucho. Se extendió y golpeó al piloto dos veces en el hombro y el helicóptero inmediatamente despego, quejándose. Mi estómago se revolvió, fuerte. - Hola, - dijo el chico de cabello rizado, pasando por el pequeño asiento plegable detrás de la silla del piloto. Sus manos se movieron con facilidad y familiaridad, abrochándose a sí mismo como si fuese la cosa más natural del mundo. Tenía una nariz roma, pecas y una inocente sonrisa amplia. - Soy Cory. Bienvenidos a la Orden. Debes ser Dru Anderson. Estamos realmente entusiasmados de conocerte. Cerré mis ojos, derrumbándome contra una ventanilla que mostraba la tierra blanca alejándose como un mal sueño y lloré. Graves se aferró a mi mano, su palma sudaba y no se soltó.

FIN


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