Revista KAMCHATKA N15 - 2015

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la política internacional del General Ernesto Geisel, que buscaba ganar un mayor grado de autonomía diplomática, y que se tradujo, por ejemplo, en el reconocimiento de la independencia de las antiguas colonias portuguesas, Angola y Mozambique, luego de la Revolución de los Claveles. Por ello no debería sorprender la ausencia de cualquier apoyo financiero de Washington a Brasil durante la crisis de la deuda externa.

3. ¿Agotamiento de la ISI? Muchos analistas consideran que la política de industrialización por sustitución de importaciones había alcanzado un límite estructural a fines de la década de 1970. La crisis de la deuda externa desatada al inicio de los años 80s habría sido apenas el golpe de gracia para una estrategia inviable bajo las nuevas reglas internacionales. Si bien esta lectura es atendible, debe tenerse en cuenta que tanto los sectores capitalistas tradicionales desplazados por estas políticas, así como los surgidos a su amparo, se disponían a terminar con ellas mucho antes de que las principales señales de agotamiento empezasen a aparecer. Incluso al inicio de la era Vargas, en 1932, las elites de la ciudad de São Paulo –núcleo del capitalismo brasileño- se rebelaron contra la revolución y desataron un conflicto civil, la llamada “Revolución Constitucionalista”, sofocada luego de un enfrentamiento armado de considerables proporciones.2

La oposición de la elite tradicional a Vargas y sus políticas se mantuvo incólume hasta el intento golpista que culminó con su suicidio en 1954. Igual destino le cupo a sus seguidores, Kubitchek y Goulart, quienes debieron liderar transformaciones sociales y económicas enfrentando una resistencia abierta de empresarios y clases medias. Pero el posicionamiento empresarial más difícil de comprender ocurrió con la dictadura militar. El golpe de 1964 contó con el masivo respaldo de los empresarios, cuando recrudecía el extremismo ideológico de la guerra fría en el continente por causa del triunfo de la Revolución Cubana y la crisis de los misiles. Lo llamativo es que aún cuando se experimentaba un notable crecimiento económico coincidente con un estancamiento salarial, las elites económicas no aprobaban la creciente intromisión del Estado en la economía. El control de las empresas públicas, sumado a la influencia del Estado sobre la inversión privada a través de instrumentos como el Banco de Desarrollo, irritaban a los empresarios quienes consideraban que dichas políticas otorgaban

un poder exagerado a burócratas estatales y militares. Fue en ese contexto cuando la crisis internacional de la deuda externa generó la oportunidad política para hacer lo que muchos anhelaban desde 1930: desarmar las instituciones básicas que sustentaban las políticas desarrollistas. Días antes de asumir su primer mandato presidencial, Fernando Henrique Cardoso lo resumía sin tapujos: “Un pedazo de nuestro pasado político… aún traba el presente y retarda el avance de la sociedad. Me refiero al legado de la Era Vargas, al modelo de desarrollo autárquico y a su Estado intervencionista… Atravesamos la década del 80 a ciegas, sin percibir que los problemas coyunturales que nos atormentaban — la resaca de los shocks del petróleo y de las tasas de interés externas, la decadencia del régimen autoritario, la súper-inflación — mascaraban los síntomas del agotamiento estructural del modelo varguista de desarrollo (Fernando Henrique Cardoso, Discurso de despedida del Senado, 15/12/1994).”


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