Rgr45

No. 45

RIO GRANDE REVEIW | CREATIVE WRITING | CREACIÓN LITERARIA | UTEP | NO. 45

SUMMER I 2015 I

Poemas Elva Macías Antonio Deltoro Vladimir Herrera Claudio Daniel

Poems Ilyá Kamínsky Ming Di Sujata Bhatt Antony Siedman

Cuentos Dante Castro Geney Beltrán Vicente Alfonso

Dossier Mexican Contemporary Literature

MFA Programa Presencial

MFA Residential Program

Creación Literaria de las Américas Única en su género, la maestría en Creación Literaria (MFA) de UTEP ofrece un programa totalmente bilingüe de cursos que cubren las áreas de ficción, poesía, dramaturgia, guión cinematográfico, ensayo y crónica. El programa requiere que los alumnos tomen 48 créditos académicos que normalmente se completan en el curso de tres años. Nuestras materias cubren un amplio rango de tópicos que incluyen la traducción literaria, escritura de libretos, novela corta y prosa poética, entre otros. Nuestros estudiantes también pueden elegir materias en otros departamentos, tales como Teatro, Inglés y Lengua and Lingüística. Nuestra revista literaria, Río Grande Review, es editada exclusivamente por los estudiantes de la maestría.

Situado en el Desierto de Chihuahua, donde confluyen dos naciones, nuestro programa está en constante proceso de cambio para satisfacer los intereses de estudiantes que vienen de toda América Latina, España, Estados Unidos y el resto del mundo. Ofrecemos trabajo en el campus universitario a la mayoría de nuestros estudiantes.

El éxito de nuestro programa se refleja en el éxito de nuestros egresados, quienes han ganado importantes premios literarios, tales como el Premio Tusquets de Novela 2012, Premio Clarín de Novela 2006, el Premio Nacional 2005 de Cuento de Colombia, el Premio 2005 ChicanoLatino de UC Irvine, el Premio de Poesía Andrés Montoya 2004, el Premio Binacional Frontera de Palabras / Border of Words 2003, convocado por Conaculta, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2002 y el Premio bienal Copé de Poesía (Perú 2002).

Contacto: Department of Creative Writing University of Texas al El Paso Liberal Arts 415 500 West University Avenue El Paso, TX 79968 (915) 747-5713 mfa@utep.edu

Creative Writing of the Americas The only one of its kind in the U.S., the MFA at UTEP offers a fully bilingual (Spanish and English) course of study in fiction, poetry, playwriting, screenwriting, literary translation and non-fiction. The MFA program requires a 48 hour commitment which usually takes three years to complete. Our flexible course offerings cover a wide array of topics, including literary translation, libretto writing, the novella and the prose poem. In addition, our students have access to courses offered by other departments, such as Theater, English and Language and Linguistics.

Our bilingual literary journal, Río Grande Review, is entirely edited by our MFA students.

Located in the Chihuahuan Desert, where two nations meet, our program is constantly evolving to meet the needs of students coming from the United States, Latin America and the rest of the world. We offer assistantships to many of our students. The success of our program is reflected in the success of our students, who have won major literary prizes, including the highly prestigious 2012 Premio Tusquets de Novela, the 2006 Premio Clarín de Novela, the 2005 Premio Nacional de Cuento de Colombia, the 2005 Chicano-Latino Literary Award given by UC Irvine, the 2004 Concurso Nacional de Novela Joven de Mexico, the 2004 Premio Nacional de Poesía Joven “Elias Nandino,” the Premio Bienal Copé de Poesía (Perú 2002) and, the 2004 Andrés Montoya Poetry Prize.

Contact: Department of Creative Writing University of Texas al El Paso Liberal Arts 415 500 West University Avenue El Paso, TX 79968 (915) 747-5713 mfa@utep.edu

editorial Río Grande Review A bilingual journal Contemporary literature & art Sumer 2015 Number 45 Senior Editor Marco Antonio Murillo Editors Mijaíl Lamas Edgar Saavedra Art Director & Design Marco Antonio Murillo Faculty Advisor Jeff Sirkin Covert Art Work “Fame” Juan Pueblo el Pelaná Covert Design Maleva Villar Board of Readers Aaron Romano Meade Alessandra Narvaez Gianfranco Languasco Oscar Zapata Special Thanks to Lori de los Santos José de Piérola Lex Wiliford Rio Grande Review is a bilingual non-profit journal of literature and contemporary art. Is published twice year and is rectorate by the Creative Writing department of University of Texas at El Paso (UTEP). Students of the MFA Bilingual Creative Writing Program edit this project. RGR has been diffusing creative writing of El Paso, on the United States –Mexico border and worldwide for over 30 years. The Student Commission at UTEP economically sustains RGR, besides publicity and private contributors.

We welcome ads interchange. / Río Grande Review es una publicación bilingüe de literatura y arte contemporáneo con fines no lucrativos.

Tiene una frecuencia bianual y es rectorada por el departamento de Escritura Creativa de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP). Este proyecto es editado en su totalidad por estudiantes del programa bilingüe de especialidad en Escritura Creativa de la Maestría en Bellas Artes. RGR ha estado difundiendo la creación literaria en El Paso, en la frontera México-Estados Unidos y a nivel mundial por más de 30 años. Su sostén financiero corre a cargo de los Servicios de Comisiones Estudiantiles de UTEP, además de ventas de publicidad y los contribuyentes privados. Damos la bienvenida a intercambios de anuncios.

Blanca Varela escribió: “La lentitud es belleza”. Para los editores de Río Grande Review la lentitud no simplemente pondera un concepto referente a determinada velocidad de movimiento dentro del texto literario; ella también remite a la postura que el poeta debe tener ante la imagen y el cuidado a la hora de pensar, ejecutar y corregir el trabajo de su oficio. La imagen lo es todo en el poema, es de hecho la huella identitaria del artista, revela en su profundidad todos sus demonios. La forma y el ritmo son el sustento de la imagen.

“Alma a quien todo un dios prisión ha sido”.

Escribe Quevedo. Dicho verso solo pudo haber sido escrito en el siglo XVII español, cuando la mano de la Inquisición pesaba en el temor de la gente.

Volviendo al verso de Varela, los dos elementos abstractos que contiene, lentitud y belleza son fuerzas reveladoras.

Por un lado, remiten al que creemos que es el camino que apunta la literatura del siglo XXI, esto es: una poética se detiene a pensar en el asombro de las cosas diarias, no como quien observa por última o primera vez el mundo, sino con la mirada de quien ve en ellas su profunda paciencia.

El abstracto belleza apunta a la materia cognoscitiva de la que están hechas las cosas, esa materia que debe ser herramienta en la voz del artista. Pero también hay qué tener en cuenta que la lentitud no se puede dar sin la belleza, ni ésta última sin la otra. El texto literario, sea cual sea su envergadura, sea cual sea la velocidad final que contenga, debe ser trabajado con sumo cuidado.

Pablo Neruda dijo: “Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo”. Para nosotros la literatura no sirve para nada, al menos no en lo que concierne al concepto de utilitarismo, vaya, no produce algo visible (no construye un zapato, no hace cambiar de opinión a nadie), sus frutos son de una índole cognoscitiva, solo disfrutable por aquellos a los que les gusta el oficio de leer o escribir.

Y es que el literario es como cualquier otro oficio, entonces, no se crea que el escritor es la voz del pueblo (sentido compartido por los poetas de la antigüedad y los sociales), el escritor es sólo una de tantas perspectivas de esa voz del pueblo. Su misión en el siglo XXI es como la de cualquier persona que disfrute de realizar un oficio: hacerlo bien.

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content ENGLISH CONTENT

Poetry ............................................. 4 Ilyá Kamínsky Anthony Siedman Steven Ray Smith Robert Cooperman Janis Butler Fiction ........................................... 12 Frank Scozzari Poetry ............................................ 17 Ming Di Clara Fang Thomas Maldonado Amanda Sibernagel Sujata Bhatt

CONTENIDO EN ESPAÑOL

Poesía .......................................... 52 Elva Macías Alfredo Fressia Raquel Lanseros Claudio Daniel Narrativa ...................................... 56 Darío Zalapa Solorio Vicente Alfonso Poesía ........................................... 61 A.E. Quintero Carlos J. Aldazábal Fernando Valverde Jorge Ortega

Fiction ........................................... 23 Jessica Illarramendi Diana Esparza

Ensayo ......................................... 67 Fernando de la Cruz

Book Review ................................ 27 Amanda Formica

Entrevista ..................................... 71 Raúl Vásquez Espinosa

Fiction ........................................... 29 Deniss González

Poesía .......................................... 73 Antonio Deltoro Daniel Rodríguez Moya Elizabeth Delgado Nazario

Narrativa ...................................... 78 Dante Castro Geney Beltrán Félix

Poesía .......................................... 87 Gabriel Chávez Casazola Wladimir Zambrano Hellman Pardo José Antonio Íñiguez

Narrativa ...................................... 92 Jorge Galán Yeni Rueda León

Poesía .........................................102 Vladimir Herrera Leonardo Varela Gerardo Grande Henry Alexander Gómez Javier Bello

Crónica ....................................... 108 Marco Avilés

Ensayo ....................................... 115 Andrés Cisneros de la Cruz

Translation ...................................... 32 Carlos Martínez Rivas

Dossier: Mexican Contemporary Literature ...................................... 36 Glafira Rocha David Anuar Nadia Villafuerte Mario Bojórquez Álvaro Solís Jaír Cortés Alí Calderón Matza Maranto

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Foto: Carlos Castelo Chucuan

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poetry Ilyá Kamínsky

From DEAF REPUBLIC 14 Each man has a quiet that revolves around him as he beats his head against the earth. But I am laughing hard and furious. I pour a glass of pepper vodka and toast the gray wall. I say we were never silent. We read each other’s lips and said one word four times. And laughed four times in loving repetition. We read each other’s lips to uncover the poverty of laughter. Touch the asphalt with fingers to hear the cool earth of Vasenka Deposit ears into the raindrops on a fisherman’s tobacco hair.

And whoever listens to me: being there, and not being, lost and found and lost again: Thank you for the feather on my tongue, thank you for our argument that ends, thank you for my deafness, Lord, such fire from a match you never lit.

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poetry 15 Motionless forgetful music of women and men touching each forehead, breathing a soul into each immeasurable other, on earth where we are, stranger, through madness unattainable or grace, in difficult traffic reaching for each immeasurable other: no one on earth (O bitterness, O desire,—who commands the ships?— or, who—) touching the Lord’s shoulder, and breathing a soul, has measured this motionless forgetful music of women and men. Thus I (behind the eye what sleeps?) must from the blind borrow this light.

16 Yet I am. I exists. I has a body, When I see my wife’s slender boyish legs the roof of my mouth goes dry.

She takes my toe in her mouth.

Bites lightly.

How do we live on earth, Mosquito?

If I could hear you what would you say?

Your answer, Mosquito!

Above all, beware of sadness on earth we can do —can’t we?— what we want.

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poetry Anthony Siedman

DECENCY Tomorrow when the Banker regurgitates a pound of gristle a coin of chilled marrow an ingot of congealed fat when he shivers and vomits bile and crows develop a keenness for human meat tomorrow when the billboards and towers burn and the Banker chokes on the last of decent and renewable resources: oxygen and the clouds and precipitation and the torrid chemistry of trout pushing upstream not to mention the lungs in a poem or the growth of whiskers and decay of leaves that moment of reckoning that lull between two thunderbolts that hiatus when the river stands up before plunging into the estuary what unbridled fire will take up residence in the fist of a man who knows only the verb of a machete’s strike?

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poetry DISPATCH In the microscopic is the macroscopic.

There is a spider whose legs stretch from galaxy to galaxy whose chelicerae thunder as they open and release solar winds & ultraviolet rays Spider plucks one web-thread and emits distress calls from one pulsar to another crackling in the emptiness like that between synapses in a man’s nerve-net Spider’s breathing rumbles silently as comets strafing the sulfurous-pearly atmosphere of Venus One spider follicle extends from the hydrogen core in Red Giant 10,000 light years from your sleep to furthest clusters of stars flickering like flurry of confetti & sparks after carnival fireworks Spider’s pedipalps are so vast they can't be seen the way air can’t be seen for its transparency and have been forever dripping emptiness that congeals within matter The other end of this spider is the uncharted Center from which She excretes a dark stream of eggs From each one hatches a myriad spiders that expel their own quasars & galaxies from which other spiders crawl out chelicerae opening and releasing nebulae and solar winds On a fragment of spider's ejecta is where you nest and breathe not knowing that you too are incubating another spider “Deux Fillettes,” by Vincent Van Gogh, Musee d’Orsay

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poetry Steven Ray Smith

CHASSIS TRAITS Subcompact The recommended daily allowance of calories on the side of a cereal box is both scant and realistic.

One can dart around all day, taking in a slight morsel more than nothing and lay comfortably on a spare switchgrass pallet each night.

Full-size luxury sedan Our generation fought hard to be Americans, to own everything one can own from the comfort of a throne.

Minivan Every son and every daughter must inhabit his or her own master bedroom crushed-full of half-unopened wrappers, last year’s patchworks, a personal console and screen, spare cleats, and a Great Dane puppy with its quicks abounding by the minute.

Roadster The winning personality inside is bigger than the inside itself, and as alone as possible, which is to say that the frame atop these four squeegee wheels will simply rip it from the room before some midsize can ask the next stupid question.

SUV The walloping spare on the liftgate is a flexed bicep and its grinning vinyl cover a fashionably-ripped hoodlum t-shirt.

Though fully showered inside and out with cologne the scent of unblemished aldehyde, it still asserts it’s going off-road at any moment, and it means forever.

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poetry “DEUX FILLETTES”, BY VICENT VANGOGH, MUSEE D’ORSAY Robert Cooperman Maybe I’m jaundiced-jet lagged, and missing my wife— at a conference a few streets away in a building with tighter security than the Pentagon— but these two smocked and capped little girls look like evil imps to me.

What knowing, cynical smirks dance like phosphorus about their downturned mouths and glass-sliver eyes.

You’d not want to play blind man’s bluff with these two: likely they’d lead you to a mine shaft of buckling shorings and shove you in, and when asked where you were, they’d snicker, “Don’t know.”

But again maybe it’s me missing Beth in this most romantic city, on her working holiday: rain’s cold November needles turning a boulevard stroll into Napoleon’s long, fatal retreat from Moscow.

So I stare at their all-too-knowing eyes, too dark a wisdom for little girls, but try to convince myself it must be me, who should be enjoying this great museum, and Beth just a few blocks and hours away.

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poetry SOUND POEM Janis Butler I The body bamboozles a nodular quirkiness.

The body envelops a talented hexagram.

The body outnumbers a jerry-built cutie-pie.

The body retouches a spiraling evensong.

The body distributes a washable forfeiture.

The body shortchanges a purgative millipede.

The body announces a comatose autoclave.

The body unburdens a gingery tourist trap.

II Crotchety organicism extirpates the turtleneck. Back this island ribaldry with underslung receipts. No matter how you filibuster, peanuts rankle gastropods. Conjugate the radius; deduct the pasquinade. With limber gangland gallantry, his caftans flip the urchin trunk.

Were the chuckholes piteous, would figureheads relapse? Nervously, our membership decolonizes crackleware. Semisolid rumpuses have armored their dudeens.

III This hotline calypso means bodily turquoise.

This fabric decedent means bodily slimeball.

This mileage titration means bodily vacuum.

This vestal spumoni means bodily flowchart.

This sunless invective means bodily remake.

This goldfish apostle means bodily cribbage.

This buried excursus means bodily doo-wop.

This twitchy gardenia means bodily encore.

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poetry IV Hypnotize the joint, then shingle all the booby yaps. Don't relegate your downside to a bottomless plateau. His guacamole manuscript delivers eerie celluloid. And does her toasted cockleshell assemble nominees? Incorporating flippers, heal this digitizing buckyball. Had they faced a ludic towboat, rackets would have jeered. Epistolary pinpricks are abstracting needy scuttlebutt. Could we nail jurassic chops to futurist trombones?

V The body's inductor submerses the gigabit.

The body's ambrosia torpedos the eponym.

The body's conferral expunges the circular.

The body's peroxide auditions the nunnery.

The body's omission belabors the agitprop.

The body's gazebo impregnates the follicle.

The body's tsunami harasses the xylophone.

The body's reagent untangles the barbecue. .

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fiction GUARDIAN OF THE TREASURE Frank Scozzari “Prelado de los tesoros,” the bartender said, gazing thoughtfully out the window at the old mission. I turned and looked in the direction he was staring and saw a peasant boy walking across the street.

“He is the guardian of the treasure,” the bartender then said in English.

“Guardian of the treasure?” I asked.

“Yes, he is the Guardian of the Treasure,” the bartender replied.

The boy did not impress me favorably.

He was maybe ten-years old at the most, wore the typical white serape draped loosely over his small frame, and looked no different than any of the other Mexican boys I’d seen romping in the plaza.

“What treasure?” I asked.

“The treasure of the old fathers!” the bartender exclaimed. “The Jesuits! The Venditos!

The holy ones who built the mission!”

There were three large Mexican men sitting at a table behind me, and when the bartender said this, they laughed. I turned and looked at them and they quickly averted their eyes and resumed drinking their mescal.

“From the old Spanish days?” I asked the bartender.

“Exactemente,” he replied. “A great wealth in pearls was taken from the Sea of Cortez and explorers from all over Spain came in search of them. But rumors began to spread in Spain that the Jesuits were hoarding the pearls, so the King, who did not like the Jesuits, and did not want them accumulating great wealth and power, expelled them from Baja California.”

“And what became of the pearls?” I asked.

“Do you want another beer?” the bartender asked.

I looked at my bottle and realized it was nearly empty. I didn’t remember drinking it that quickly. But it didn’t matter. My flight to L.A. had been bumped a day so I had nothing better to do than to burn time. And it served me right, I

thought, for booking via Mexicana when I could have already returned safely home via United.

“Sure, another Tecate,” I said.

The bartender popped the top off another beer bottle and set it on the counter in front of me. I picked it up and took a healthy swallow.

“The Jesuits claimed the oyster beds had dried up,” the bartender said. “They said there were no more pearls. But in truth, they lied to the king.”

“So was there a treasure or not?”

“Pues si. Of course,” the bartender said.

“But it’s not what you think.”

“What do you mean it’s not what I think?”

The three Mexican men behind me laughed again and when I turned back to them, they went silent again.

“There is a treasure,” the bartender said, wiping the counter with a rag. “I can assure you of that… hidden away for many years, passed down through the generations. And like his father and his grandfather before him, the boy now is the guardian of the treasure.”

“So you’re saying there’s still a treasure and that boy is its guardian?”

“You don’t think it’s possible?”

“I find it a curious that a treasure of such great value could go untouched or more than two centuries?”

“But it hasn’t gone untouched,” the bartender said. “Many people come looking for it, from all over the world practically.”

“And no one’s found it?”

“Not the pearls.”

“That’s amazing.”

“Ah! You believe now. Uh Senor?”

“Not really. It sounds like a bunch of crap to me.”

“There is a treasure, Senor.”

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fiction The three men behind me began to laugh again, and when I turned and looked at them this time, the largest one, who had a big, black mustache like Poncho Villa, grinned at me. I watched him take a drag off his cigarette. Then he raised his glass to me, and the three of them resumed drinking.

They all had dark, sun-baked skin, and looked to be the local goat ranchers. I mean they were like comancheros except without horses. I had noticed herds of goats just outside of town, so I assumed they belonged to them. It’s an odd profession, I thought, to get drunk in the morning and look for one’s goats in the afternoon.

“So where is this treasure now?” I asked the bartender.

“Another?” the bartender asked.

I looked at my beer bottle. It was empty again. “Sure,” I replied. “Another.”

“The treasure is rumored to be hidden in the old church,” he said, popping the top off another beer.

“There?” I asked, looking at the old mission. It was right down the street.

“Yes, there,” he said. “As I was telling you, many men have come searching for it. They come begging and pleading, and digging. And when they’re done turning the village upside down, they leave with their heads down and their hearts hollowed out.” He paused, looking at me curiously. “You see, the boy will never give up the secret. It’s in his blood.”

I had to laugh, really. It was preposterous.

But I decided to play along. I was curious to see where it would go. “So, what are my chances of seeing this treasure?”

“It is possible,” he said, “but before you go running out and digging up the churchyard, I must tell you, no harm is to come to this boy.”

“What? I’d never hurt that kid. I’m just curious. I’m not a treasure hunter or anything like that. I just like old stuff.”

“Besides, the boy only watches over it when the Padre is gone and Father DeGarcia will be back tomorrow. So if you want to see the treasure, you can see it tomorrow.”

“I have a fight to catch tomorrow, out of La Paz.”

“Well then, that’s your fate.”

He looked at my bottle. “More cerveza?” he asked.

Shit! I’d already finished another beer? I couldn’t imagine where it had gone. It went down too easily in this hot, humid weather, I thought.

“Okay, one more,” I said.

The bartender continued for another twenty minutes, elaborating in detail about the treasure and all the treasure hunters who had come seeking it, and I continued drinking.

Occasionally, I’d hear the three Mexican men behind me laugh, and as before, I wasn’t sure if they were laughing at the story or at me. And when I finished that last beer, he asked me again if I wanted another, but my head was feeling that drunken elation now. I wasn’t drunk. I was just feeling the buzz, so I thought about returning to my motel room.

“I think I’ve had enough,” I said. “How much do I owe you?”

“It is twenty,” the bartender said.

“Twenty? For three beers?”

“Five, Senor.”

He motioned his head to five empty Tecate bottles sitting at the backend of the counter. I didn’t think I’d drunk five, but I wasn’t in a position to argue so I put a twenty-dollar bill and three ones on the counter.

“Keep the change,” I said.

Lifting myself from the barstool, I stepped past the three Mexican men, and again they began to laugh. It was a bit annoying, their laughter. It was rather rude I thought. And it seemed to me there was something mocking in it.

So I stopped and stared at them.

“What’s so funny?” I asked.

“Nothing,” the big one said.

I continued to stare, waiting for them to wipe the smirks off their faces, which they did not, and for a minute we all watched the smoke from their cigarettes rise and get cut-up in the ceiling fan.

“It is nothing,” the large one then said. “It is just laughter.”

“Okay then.”

As I turned and took another couple steps toward the door, I heard the chuckling resumed.

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fiction And as I stepped outside, struggling to find the steps, the laughter grew louder. They had been drinking all morning, I thought, and not beer – mescal. Combine that with the heat of this place, and chasing goats for a living, that’d make anyone delirious.

I headed back to my motel room for a siesta. It was too damn hot to do anything else.

Besides, my head was spinning. If you want to know the truth, the beer bottles are not a normal size down here. They are at least a pint, and the alcohol content higher than in the United States.

And the heat made them go down too easily.

As I crossed the street and looked down at the old mission, I saw the boy in the distance – the guardian boy. He was walking through the courtyard past some boys playing soccer. He went up the steps into the old mission.

It’s a bunch of bullshit, I thought. A treasure buried by the old Spanish Fathers? Yet, the great mystery of it compiled me to want to know more. Besides, that’d be something to tell my friends back home, and to take the edge off the flight delay with Mexicana Airlines. To say I’d seen and ancient treasure! So I walked down the street, through the plaza, and up the sprawling steps of the old church. It was this classic, sixteenth-century, Moorish-style piece of architecture – a European wonder completely out of place in the middle of the Baja desert.

When I stepped inside, it took a minute for my eyes to adjust. Then I saw this magnificent façade. Above the altar was an elegantly-carved Christ statue looking down at the pews. The ceiling was arched and painted blue, like a sky with white stars, and there were very old icons and statues everywhere, some probably dating back to the Spanish days. I saw one painting that could have been a Greco.

I located the boy kneeling in the first pew.

I think I surprised him when I walked up behind him.

“Hello,” I said.

He turned and looked up at me with a strange expression.

“You speak English?” I asked. “Se habla English?”

“Si, yes.”

“You are the guardian of the treasure?”

He stood up, made the sign of the cross to the Christ figure, and then turned his attention to me. For a moment, he studied me carefully.

“There are no pearls,” he then said in perfectly good English.

“You are the guardian of the treasure?

No?” “Yes. But there are no pearls.”

“That’s not what I’ve been told?”

“I tell you there are no pearls,” he said.

“Well, the bartender and all the men in the bar seem to think there is?”

He said nothing, and for a long minute we just stood there looking at each other. He had these black eyes, like little gimlets of ice, burning with a cold fire. I remember that well. There was no geniality in them, only a hidden ferocity I could not easily describe. I opened my wallet, took out a twenty-dollar-bill, and held it out to him. “Twenty bucks if you show me the treasure,” I said. He immediately shrank back from it as if it were an evil thing. “Keep your money.”

“Take it.”

“Father DeGarcia will return tomorrow,” he said. “If you want to see the treasure, come back and talk to him.”

“I’ll be gone tomorrow. I have a flight to Los Angeles.”

He made no sign of acknowledgement.

I contemplated for a moment. Then I took out another twenty, lined it up with the first one, and held them out together. This time his eyes locked on to them, and his hand moved forward, though hesitating and withdrawing quickly.

I pushed the bills closer to him and he nervously drew further back, all the way against the altar rail.

“Come’on, take it,” I said.

For a moment there was a pause. Then, suddenly, he snatched the twenties from my hand and started walking away, briskly.

“Hey, wait!”

“It’s in the graveyard,” the boy replied.

“Follow me.”

The boy walked quickly toward a back door, weaving his way through the pews in a way

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fiction that made it difficult for me to keep up. And when he opened the back door, he bolted out of it, not giving me a chance to follow. For a second I stood there, blinded by the light. And when my eyes finally adjusted, I saw the boy was gone.

It was in fact an old graveyard – a sizable one – enclosed by an adobe wall and filled with the graves of Indians and the tombs of long-departed padres. I searched behind some tombstones and walked along the back wall of the mission, but I couldn’t find the boy anywhere. Then I saw a gate on the far side of the adobe wall, left ajar. All I could think of was… that dirty little bastard!

My head still spinning from all the cervezas, and I was baking in the sun, and I was feeling pretty damned mad. All I wanted to do was pursue the little scoundrel. But I had no idea where he went. I exited the gate, walked back out to the front of the mission, passed the two boys playing soccer, and found my way back inside. I sat in a back row. There was a cool breeze running through from one door to another. The thick lava-stone walls kept the temperature and humidity down, and for a moment I just sat there, cooling off and listening to my heart beat.

Then I heard it, something up front, a noise near the altar. I stood up, walked forward, and sure enough I found him – the guardian boy – hiding there, crouched like a little cockroach trying to be invisible. He looked pretty scared when I came upon him suddenly. He tried to run but I grabbed hold of his collar quickly.

“Not so damned fast!” I said.

The boy wiggled and tried to get away. I twisted the collar around his scrawny little neck.

“Where’s the treasure boy?”

“I told you, there are no pearls!”

“And you took my money anyway?”

He pulled the two twenty-dollar bills from his pocket and thrust them into my side.

“It’s Judas’ money!” he said.

“It’s too late for that!” I replied.

He let the bills drop to the floor. I reached down, picked them up, and stuffed them in his pocket, still holding tightly to his collar.

“How many people have you ripped off like this?” I asked.

He did not answer. Instead, he gazed above the altar at the Christ statue, as if expecting some kind of divine intervention.

I wasn’t buying it.

“The pearls!” I insisted.

“There are no pearls!” the boy cried.

“Nada mas!”

Of course I knew he was lying. I had the benefit of the great, white enlightenment which comes from alcohol. I had clarity of mind. And I wasn’t going to get sucked in by all that religious crap. He had already proven to be a clever little snake. And I think he knew I was a bit inebriated.

He noticed me wobbling, and I could tell he was thinking of some way to take advantage of my condition. I pulled the noose even tighter around his neck.

“The pearls!” I said.

“Go away Americano!” he cried.

I am sure he disliked all gringos. And probably for good reason. I wasn’t the first who came in search of the treasure. But I was the current. So he looked upon me with a jaundiced eye. All the hatred from his past encounters was now centered on me. His shifty eyes began looking for a place to run.

“Don’t even think about it!” I said.

It was a travesty what he had done to me. Taking my forty dollars and running out the back door?

Then trying to pretend he had some kind of religious privilege, or divine immunity? Really, this boy needed to be taught a lesson. I wanted to slap him. I needed to slap him. In fact, I pictured myself wailing on him. But instead I twisted my grip around his neck until he began to choke, and I pushed him straight back against the rail of the altar, bending him over it in a way that had to hurt. About that time I went blank. All I remember was my jaw stiffening, and my head buzzing; spinning like a wobbling top. It felt like a gyroscope was running wild in my head.

“Come’on you dirty little bastard!” I screamed.

“The treasure belongs to the church!” the boy cried back.

So there is a treasure?

I knew I had him now. I pushed him further back. I figured a little pain might do it. But

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fiction it only seemed to make him more resolute. As from a remote distance, I think he heard the voices of his ancestors telling him not to give in.

Saying: “You are the Guardian of the Treasure. It is in your blood to protect that which belongs to the church!”

I snapped my right hand back above my head as if I was going to smack him. In fact I did it twice, and he didn’t even winch. I was a bit surprised by that. A natural reflex would be to reach up to block it, but he merely lay there like a thing dead ready to take it. With my equilibrium wandering, and the humidity crippling me, there was that moment when soberness began to settle in. I felt my good senses coming back and I was about to asked myself; what are you doing? I was about ready to release the boy.

Then I noticed the boy’s eyes had watered up, and I saw his hand trembling, and his body suddenly went limp.

“I will show you!” he cried. “I will show you!”

I pulled him around facing forward and pushed him ahead, keeping a firm grip on his serape. I noticed a red, chafe mark around the back of his neck. It was he who had caused it, I thought, by taking my forty dollars and running out the back door.

“Go!” I demanded.

I drove him forward in the direction he knew he must go. Though there was an atmosphere of defeat, the boy tried to be proud.

He tried to brush my hand away from his collar, but he could not do so. He purposely walked slowly, defiantly, in a way that forced me to yield to his lead. He led me up a narrow, spiral staircase. I followed eagerly. The stairwell was lined with lava-block walls and where it ended near the top of the bell house there was a small room. Inside the boy went to an old wooden cabinet, from which he pulled out a bundle of cloth. It was held together by old leather straps and copper clasps, and when he laid it on the countertop, unfastened the straps, and opened it, a strong musty odor filled the room.

His trembling hand pulled the cloth aside, exposing what it held, and then he stepped back and looked his hatred upon me.

It was nothing of significants. It was an old book; the cover of which was soiled and worn. The spine had some large cracks in it and the binding looked like it was about ready to fall apart. Inscribed on the cover, in ancient script, were the words: Sagrada Biblia.

“So where’s the pearls?” I asked.

“There are no pearls,” the boy said, his eyes looking a bit crazed. “I told you!”

For a minute I was silent – bewildered – then it slowly dawned on me what it was. There were no pearls. It was the old bible, the word of God; that’s what the boy had been protecting all along. Not a worldly treasure of pearls. The boy’s eyes remained afire. Upon me he laid the hatred of every gringo who had come before me. And I am sure, if he had a dagger in his hand, he would have driven it into my chest to the hilt.

“Keep the forty dollars,” I told the boy.

I left the boy there alone in the bell tower, descended the spiral stairs, walked through the enclave, and out the huge front doors. It was dark now, and as I walked through the plaza, back toward my motel room, I felt a bit of shame. I am not a religious person, but the irony of it all had gotten me. Besides, the alcohol was wearing off.

Now with sober clarity came the vision of who I was in the eyes of the boy: I was the villain who had come to steal what belonged to the church. I was yet another greedy American wanting to take what belonged to God. I thought of the bartender too. What a joke he had played on me! He had conned me into buying five beers with a preposterous story!

I had been so stupid! And as I walked back to the motel, past the old cantina, I swear I heard laughter coming from it. It was probably nothing.

It was probably just the wind. But I imagined it, clearly as if it were happening; the three big Mexican men still sitting at the table inside, and the bartender asking them: “So mi amigos? Do you want to see the treasure?” And each time he would ask, the laughter would sing out, echoing through the narrow streets of San Javier; out through the graveyard where the old padres were buried and up into the bell-tower where the treasure was kept.

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poetry FAMILY STORY Ming Di Once upon a tree my family was a legend of woods with ten Suns above, burning at night. Grandma couldn't sleep, so each night

Once upon a Li Po, there was no Moon He wrote one and a white boat appeared. Once upon a Tu Fu, there were no rivers. He painted one,

gave birth to a child until there were no more leaves to feed them. Mad grandpa chased the Suns and shot nine of them, leaving one

Yellow River started to flow in the central land. He painted again, Yangtze River started to run across the sky.

All the ancient rivers, up and down,

midair, telling the story.

Once upon a story, the Sun went down a stump and climbed up in the morning, to see my grandma,

ran to the East, with a wave of his hand, even the wind and reeds waved in one direction. In boredom he cut the land into square fields and grew rice.

the woman who lay there like a mountain.

Grandpa grew angry, trying to kill the last Sun, but had a thunder-stroke.

Died. The sky broke, raining

Once upon a rice field, my mother came down a sky ladder, jasmine flowers sparkling. Father was shy to walk up, unsure which name to use.

for ten thousand years. Grief.

All the drowned children rose to the surface of water as lilies. Grandma rose up so high, she patched the hole

He hesitated. Mother walked down with a long leaf dress that trailed moonlight, a hundred years of namelessness. She held out

in the sky. Sun rose, following her, with his yellow eye for five thousand years, day and night.

Day and night.

her hand, and touched my father—I've never met him—he died the moment my mother touched him.

He turned to a stone, immortal.

Grandma got bored. She beat clay into humans with sunny faces and eyes of stars sprouting around.

One of them was my father

Once upon a stone, people mate by simply touching hands or gazing into the eyes. I was born of this woman from the Moon—she held out her hand,

in Tang China, a bastard with many names. He was drunken Li Po, singing toward an imagined moon.

He was Tu Fu, laying naked on dust.

lit me, a chrysanthemum, a wild flower—I opened my earthly eyes and saw her in my own light, rising, back to the cold height.

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poetry My name is Sun-Moon, in memory of a light from two distant stones that resist each other, denying love.

I arrive in a new country and see my father's gravestones everywhere, my shadow in the sky.

At night, my mother appears there too. It’s April, the sky is low and I can feel her breathing, but can’t see myself, my yellow petals. I write the word Sun, and there comes a Sun of my color. I write the word Moon, there comes a Moon of my lonely ancestor. My language of oracle, my words pictographic—I give some to America, A miracle happens— every flower of every tree opens its eyes that seem to see my parents, my parents in me—they live in my skin. Once upon my skin, there is a shadow. Once upon a shadow, there is a tree and then light. There’s always a shadow before light comes along.

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poetry CHINESE LANDSCAPE WITH MOUNTAIN, LAKE, AND TEMPLE Clara Fang Of mountains without shadows and perennial preludes to snowfall the Chinese painters knew well. How to render a temple that beckons through rough-hewn cliffs & ragged overhangs the solitary monk who diets on fish, wild mushrooms, measly salads of dandelion & gingerroot.

The road to heaven is always a stairway among pines & moss-covered boulders, away from the tiny people fishing in toy boats downstream of the silent waterfalls.

But the mist shrouding the mountain in haze could just as well be smog. Winters become summers & summers turn to dry riverbeds, slate-grey and mud-cracked, the drone of air conditioners like cicadas humming in dusty trees. On a staircase, a vendor sells miniature temples on key chains to women in dappled dress, & the parks are full of people searching for glimmers of fish in the manmade pond.

On the shore, a child laughs as she throws her arms to the sky, the wind spinning her rainbow pinwheel into white.

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poetry JUAREZ CRIES Thomas Maldonado Somewhere in Juarez tonight, a family cries blood-stained floor, rotting flesh, body bags stacked, one on the other, like our dead. The smell of blood lingers, polluted skies, young, middle-aged, old, male, female, police sirens accompanied by crooked police officers wearing ski masks. Everyday violence, everyday payoffs journalists, politicians, activists, writers, businessmen, teachers, no immunity because a bullet doesn’t have a name on it. Children playing in the streets to the sound of gunfire, teenagers dance to the beats of the gunfire, newlyweds make love to the rhythm of the gunfire, teachers teach to the popping of the gunfire, priests pray to the spirituality of the gunfire while protestors march to the marches of the gunfire, although my country ignores the noise of the gunfire, people keep coming into El Paso to the movement of the gunfire. When will they stop the gunfire? Probably when we all die because of the gunfire.

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poetry DEAR ENEMY EFFECT Amanda Sibernagel You implore me not to talk about your past until we learn how to sleep again.

My word these days is mostly filler, is only maybe ten percent substance, like the bouquet your grandmother carried so carefully up the aisle during the drought.

You curse the wind for throwing things, for raising its voice; the clouds for looking so macabre and melodramatic. I promise to try to be less like the clouds and the wind. I want to say that we need the rain, but I worry you’ll use it to hide from me your liquid humanness, to appear distant and stonefaced, like the god your mother cursed when your father left her gasping for air between his pickup and the garage door like the petal pressed between the pages of her own mother’s bible, the only gift she received the day that she exchanged her freedom for a roof and some walls. I’m afraid our dispositions are new testaments to the same old laws, to the same old character flaws: you mock everything that weeps; I distrust everything that walks into the mirage of me and immediately begins drowning.

We are cherry blossoms caught / inside the static loop of loss.

The lack of color in our fingers suggests a common manner of gripping the things we carry / let carry us: this pen, this bottle, this hand that I hold as I lay awake wondering where you go when you dream, and this hand you hold as you go wherever it is you go.

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poetry TRUTH IS MUTE Sujata Bhatt Truth is mute, she says, but you need words to find it.

A bull’s head in water, a mermaid’s split tail – centuries in silt, and the words that came down to us: a blue spell of longing, now translucent on paper.

Is filigrane the sound you want or is it watermark?

How many dictionaries do you need for the words you seek?

Remember, she says, instinct is wordless even as it lives within words.

Remember, she says, love will be silent with love.

Mother tongue, father tongue – when the child started to speak she used all her words at once, at once in a rush: pani, water, Wasser.

When the child started to speak she meant fish and Fisch.

How many languages must you learn before you can understand your own?

When she lived on a mountain among people whose language she did not know, her own language turned into a festival of fruits, and a festival of birds.

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fiction BETWEN AND A ROCK A HARD PLACE A.K.A THE KITCHEN AND THE DINNING ROOM Jessica Illarramendi It would be much too dangerous to talk about why I resent my dad during dinner. It’s only when we’re together, and only during dinner. I always questioned why mom would make me serve my dad dinner before I could sit down to eat. My dad would sit at the head of the table and joke about being the family’s locomotive. He was the head of this family’s train. I wanted to know what that felt like, but instead, I had to get his food, his plate, his fork, his knife, his freshlysqueezed lemonade that I’d prepared earlier in the evening, his warm tortillas, and whatever else he needed at that moment.

I would rarely sit down to eat with him. I loved to talk to him, but it was hard to keep a conversation going with all the going back and forth to the kitchen. Eventually, I decided I preferred to eat dinner in the kitchen, with my mom, while standing up over the kitchen counter.

Since there was no obstruction between the dining room and the kitchen, it was easy to keep the conversation going. I would loiter around the our kitchen entrance with a plate in hand while my drink was resting on the counter.

It wasn’t so much that I avoided my dad, but it was simply easier to take a bite of food while walking to the dining room and then a few steps back into the kitchen. My dad never demanded this of me, neither did my mom. My mom would often ask me to sit down either in the kitchen or at the dining room table, but I never did.

If I ever did sit down to eat with my dad, I’d grow anxious. I would grow restless and didn’t know how to channel my energy, so I became confrontational. Talks would soon grow into arguments and then I’d get up and walk to

the kitchen. By the time I was a teenager, sitting down to eat with him became almost unbearable.

His arguments annoyed me to no end, and it was hard to finish a conversation in a calm and civilized manner. I still remember the night I announced that I never wanted to have children.

That was the night I truly made things uncomfortable.

“The things I do for you guys, someday you’ll understand. When you have kids you’ll understand” Dad said.

“Oh, I don’t think I want kids”, I said. I couldn’t believe I had just said that. I didn’t plan to say it or thought about it much up until that point. It sounded so grown up when I said it, but it also felt like the truth.

“What?”

“I don’t think I want to have kids” I repeated, confidently and proud this time.

He led out a loud snort. He may as well have said “You don’t know what you’re saying” He didn’t even look up when he said it.

My feelings were hurt, since I knew he wasn’t taking me seriously. I couldn’t be mad at him though, and now, almost two decades later, I understand that just as much as he hurt my feelings, I hurt his. My decision to not have kids was like an indictment on him as a father. I was proud of my rebellion at that time though, and before I could tell my dad why I will remain childless for the rest of my life, my mom called me into the kitchen.

“Jessica come in here and finish cutting up the onions and cilantro” I obliged. My mom was tired of both cooking and listening to us argue.

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fiction Things did not improve at nineteen, when I announced I would become a vegetarian.

“What? Where do you get these ideas from?”

“It doesn’t matter. Well a good friend of mine is a vegetarian but that doesn’t matter.

Eating too much meat is bad for you, you know.”

“It’s ridiculous. How many people in Mexico that you know are vegetarians?”

“There are many vegetarian Mexicans dad” “Nonsense” “Whatever” “Do you hear this? Can you believe this girl?” He turned to my mom.

My mom let out a muted laugh.

“Well, she does only eat tortillas and cheese most of the time. But you’ll at least eat seafood right? You love seafood Jessica. You won’t be vegetarian when we eat seafood right?”

She said.

“No, I’m gonna be a vegetarian always!”

I retorted, secretly beginning to doubt my stance on the issue.

“Fine, whatever. We’ll see when we go to Acapulco this summer” my dad said.

“Speaking of, can you come in here and finish mashing the refried beans?” Said my mom.

It was impossible to win an argument against my dad. It still is. It was even worse when my mom and my dad would agree to rebuff my silly arguments. Each from their separate spots, in sync with their disapproval of my opinions, taking down my arguments. Back then I didn’t realize that my refined points of view backed my actual research and newspaper articles meant nothing to them. I could give them a million and one reasons why choosing not to have children was a perfectly reasonable choice. College was teaching me to look at things in a different way, and no matter how much I wanted to drag my parents, kicking and screaming, into what I thought of as a well thought out and informed argument, I couldn’t. Maybe my dad was intimidated by my ideas. I never took into account that, coming as the only college student

in the family, my mom and my dad could be intimidated by me. My mom and my dad both dropped out of school very young. I was throwing around my academia in their face, so they had no choice but to laugh at my silly little ideas.

Later on, one time, I decided to sit down for the next big conversation. I was an adult then, financially responsible for my own decisions and actions.

“I think I want to go to graduate school?” I said, one time, over dinner.

“Why would you want to do that?

Doesn’t that cost more money?” my dad said.

“Yeah but I can pay for it with loans and stuff” “Would you get more money and a better job after graduate school?”

“Maybe, it depends, I guess, on what I choose to study” “Maybe she can become an engineer or something” My mom said from the kitchen.

“I don’t think I want to be an engineer, mom” “Well, what do you want to study then?” my dad asked.

It was then when I realized that it was going to be almost impossible to explain what a liberal arts degree was, what a master’s in english is, and how it would improve my life. How can I explain to my father, a man who had to drop out of school at 14 years old, to work and help support his family, that I wanted to spend thousands and thousands of dollars on a degree that would not immediately lead to a well-paying job? For the very first time, I was speechless, sitting there, in the dining room.

I felt dumb, selfish, and frivolous. I am not the kind of person that goes out and gets fancy degrees, I thought to myself. Maybe they’re right. Maybe I should just focus on getting a good job and thank the stars that I was even able to get this far. Or maybe they were wrong. I knew then that there was a huge space, of nothingness beginning to open up between me and them. From that point on, I would see the world in a way that they would not see. I would

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fiction never understand the world just like they understood it. I got up and went to the kitchen. I made coffee for my mom, my dad, and me. The conversation then turned to whatever was on tv at that moment.

Even after that moment, and those many times the arguments escalated in tone, my fondest memories growing up and spending time with my parents are those moments during dinner. I’d like to think I honed my argumentative skills back then, and to this day, I pride myself on constructing a well-thought out argument as well as having the patience to remain calm while arguing. I’m grace under fire during an argument, any argument. I always keep my cool. I also always picture myself back in that kitchen, holding up a cup of coffee and a smirk whenever making an excellent, unarguably correct statement.

Since I was the only child that followed orders without question, up until that point, I was usually the one relegated to both kitchen duty as well as dinner table duty. It was hard for me to enjoy conversing with dad when things got rocky, when I was a teenager sitting across from him, and having to get up every five minutes to fetch something from the kitchen for him as the de facto waitress. Slowly, throughout those years, it just became natural to not sit down through dinner. Chewing, walking, and talking at the same time became second nature.

When I go back for the holidays, I still find myself having a hard time sitting down for a meal. I would much rather eat standing up, walking around, with a plate in hand and my drink resting on the kitchen counter. We joke, we laugh, we talk about people and current events, but all the time I stand up. I sometimes make an effort to sit down, but I can only do it when there is a distraction going on, or at least when the attentions not set squarely on me. I don’t take my dad’s comments so seriously, and he’s much more mindful of my feelings, perhaps.

Looking back, I’m not sure if this was my subtle way of reaching a compromise between a place in the dining room and a place in the kitchen. Maybe I was the bridge between my

mom and my dad, standing there over the kitchen counter. Maybe they didn’t need a bridge at all, but it was me who needed some space from both. Although, I will confess that my favorite part of family meals as a grownup, eating while standing in the kitchen, is listening to my dad say things like “hey, with things the way they are these days, maybe not having kids is not such a bad idea.

Right, Jessica?” I just smile and nod approvingly, these days.

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fiction THE CAT Diana Esparza When I was little, I found a black cat on the street. It was filthy, skinny, he was not fully grown and I could see his rib cage through his fur. I took the cat home, fed him, bathed him and took care of him. I was allowed to keep the cat but I was told that I was in charge of him. So I took him to get his vaccinations and I trained him to be a nice indoor cat and gave him all my love. He then grew up, and one day I realized that he could talk, at least he could talk to me. He used to say that I was not like the other humans.

“They don’t listen, but you’re a good listener.” So the cat and I became good friends, best friends, or so I thought.

We used to eat together, play together, he used to sleep on my bed with me, we went everywhere together and we used to talk for hours. I still remember his yellowish eyes staring right at me while I was telling him about my day. He used to get comfortable on my lap and looked at me and licked my hands; he’d meow at me every now and then. I liked to keep the cat company when he felt sad. And the cat knew I was there for him. He couldn’t help but getting in trouble with some other cats sometimes, but he knew whom he could vent out to.

By the time I became a teenager, I realized that maybe the cat didn’t love me as much as I thought. He liked to point out at my flaws a lot. “Girl, what’s up with all the grease mountains on your face?” or “You know? You might want to get rid off the spare tire around your belly?”

He also stopped listening to me, he would just purr and play with the furniture in my room while I was talking to him. When I ‘d feed him, he’d take the food out of his plate, I’d ask him “why did you do that?” He would just meow at me in reply. He wouldn’t let me sleep at night either; for him he insisted on us being out and about in the neighborhood with the other cats. I didn’t really like those other cats though. He used my clothes and shoes as toys, ripping them off with his claws. He even borrowed money from me, and didn’t pay me back.

One night, the cat and I went out and got very drunk. However, that day, he wasn’t my favorite person, I mean, cat, so I choked him. I was so drunk that I don’t even remember that happening, but he claimed it happened that way. The cat got so upset that he started telling me a lot of mean things, and I got very upset and sad. I apologized, but the cat didn’t listen, he insulted me and scratched my cheek, then he asked me to leave and never talk to him again.

I missed the cat for a long time, and I used to remember our moments together all the time. I do still think of him every now and then. When that happens, I still get upset to know that I didn’t see sooner how he didn’t love me. I still get angry because I invested so much time on him, but what I feel the most furious about is the fact that the goddamn cat never gave me my money back.

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book review POETRY ON THE QUOTIDIAN (As If Toward Beauty by Gwendolyn Jensen) Amanda Formica Sometimes poetry takes you underneath the skin of the poet. Together you travel through soft folds of grey matter from one memory to the next. Be warned that, “order is/ a dumpish virtue/inhabit it/but have no dwelling there” (p10). You feel the poet’s capillaries expand and contract with each human pain and pleasure. Each secretion of dopamine courses through the pages to your body through the invisible umbilical cord you share with her via a succinct collection of words. The reader is buried inside the poet’s leg for a sense of how the muscles of her creativity move as you walk with her through life. In these ways Gwendolyn Jensen takes the reader inside herself as we travel with her from past to present and back in her latest collection of poetry, entitled As If Towards Beauty published by Birch Brook Press.

The reader receives from Jensen a glimpse of the poet’s life through a frame of time. Her poems explore the intimacy and lyric of the quotidian, such as her rumination “I am learning to be old” when she writes, “I am embalmed in the tangle/of my things, a dented car/widescreen TV, and books enough./And work, long, slow, humbling work,/the care that I must take, as if/the end can’t be seen from here” (p.9). This poem evokes a comfortable kind of melancholy as one imagines her surrounded by the material detritus of a long and prosperous life, her friends slowly dwindling in number. Even then Jensen is a student of life, learning in this case to be old. Such nobility is a wise lesson for the readers to learn regardless of their age. Each on of us has reason to share the author’s acute awareness of time and

mortality. Jensen’s lines in “Power” advise that, “If you look at me/you will see yourself” like a smooth pool of water reflected Narcissus back at himself. After a life of output and energy, she begs the questions, “will I be eased/by being nothing?” and “what portion of me will be assignable?” (p.38). The author does not ask these questions in “Power” with earnest, but rather with curiosity. Her poems allude that humans have precious little power over their lives and are instead moldable victims of circumstance. Sometimes it is possible to make the mistake of thinking you have power as you paddle against life’s current, and Jensen’s is a welcome reminder of the current’s existence.

Jensen’s thoughts on mortality, such as her question in “Power” of what parts of her can be reassigned after death, are concerned with physical manifestations of memories and self. The strong association between things and thoughts may be cultural, universal, individual, or a mix. In any case is worth considering as one reads her poems, because of the vivid images they elicit. There is something familiar about smelly “Tee”: “several days worn warm or cold…afterwards/you pull it off/sweat mainly dry/the shirt smells sweet/of grass/and moist sun/and me, it smells of me” (p.18). The familiarity for the reader comes from personal memories of smelly tee shirts from loved ones over time. Smell is the human sense most closely associated with memory. In this case it is not clear whether the memory or the smelly shirt will last longer. There is an existential familiarity too 27

book review in “Direct Report,” where an office desk remains long after its former inhabitant is gone. “When a different person comes/to work behind his desk/she will find traces there/of his way of doing/something of him will remain,” meditates on the idea that things carry memories of people with them as much as people carry memories of things (p.53).

Perhaps all energy is really connected. Even though people, things, and memories are all ephemeral, their connectedness helps to attach them more permanence. In Jensen’s poems, the objects remain longer than the people, maybe to remind the reader that life continues on into the future; although there is no reason to rush to the future, neither is there reason to push it away. Each of us may be replaceable in most aspects, such as a new person at an old desk or car, but some of our unique energy will continue on without “us”.

In her book, Jensen takes the time to include three poems in German, with English translation, by the late 18th century poet Karoline von Gunderrode. The German poems serve to compliment the whimsy, yet practicality, with which the author looks at life and mortality. Part of von Gunderrode’s poem “The Widows of Malabar” that reads, “In this sweet festival of love, death/Unites broken elements, it unifies/The end of life

becomes the peak of life” holds up an apt mirror to Jenson’s own philosophy (p.17).

These three poems are part of what von Gunderrode left behind for the world, and part of her energy lives on through them.

Jensen gives them new life when juxtaposing 18th century ideas with her own modern meditations on the same topics. In effect she creates a dialogue between she and von Gunderrode, reaffirming the philosophy in her own poems that as she learns to become old and approaches the next state of existence still asking “whom do I tell what happened here on earth?” (p.57).

Take the opportunity to learn from someone who confesses to still be learning by reading As If Towards Beauty. Jensen writes with great humbleness and accessibility. Her themes are not only relatable to the average reader, but they are also likely to resurrect memories that were possibly long forgotten or brushed aside as trivial. Old objects might also hold new meaning for the reader after experiencing this book. At the very least, one is left with more questions than answers by the last poem, but there is solace in knowing that at least one other human is asking the same questions.

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fiction WHO COULD WIN A RABBIT Dennis GonzĂĄlez "I used to have a giant white rabbit," Renata said and opened her arms wide. "He was big and could jump so high that we had to keep it outside because he could break through the ceiling and go up, up to the sky." She jumped holding her arms close to her chest. "He used to take me to the moon and from there I watched the earth very, very small, like a blue marble hanging from a black curtain."

The bearded man smiled and pet her on the head. "Sure, Kid," the bearded man said, "a giant rabbit."

"Yes," Renata continued. "He also liked shinny things. He liked to steal keychains, beer openers, quarters, all kind of shinny things and buried them in the yard. Mommy didn't like that.

She had to hide her car keys."

The big bearded man walked away and Renata couldn't continue with her story. She sat on the chair and counted how many lines the tiles had.

"Twenty in the first row!" But nobody paid attention to her.

She didn't know a lot of the people who were walking around the house. They were her sister's friends. Estela was supposed to babysit her, but she decided to make a party instead. She promised Renata a toy bow if she didn't say anything to mom. "Don't be a snitch," her sister had told her. Renata wanted to be a good sister.

She knew how mom reacted to Estela's plans.

Recently, they were fighting a lot. In those moments, Renata would hide in her room and wait there until the fight stopped. Renata and her mom got along most of the time. She only got in trouble when she was bored and couldn't play. On a rainy day, she dismantled the stereo and was disappointed to find out that the music was coming from the two magnets. What happened with the small singers inside the box? Her sister had lied to her. In revenge, Renata threw her

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clothes into the dumpster behind the house. She felt sorry afterwards, and confessed her crime to her mom.

She got bored counting the tile's lines. She was hungry and thirsty. Because the house was so packed, she looked like a hobbit walking in the old forest, among giant trees who were drinking beer, talking about their exciting lives, and making exaggerated hand gestures. For Renata, their arms were like branches swinging in the air she had to dodge if she didn't want to get fatally wounded.

Renata bumped into one of those giants.

She apologized, bowing like a Japanese Samurai from those movies she watched with her mom.

The giants looked at her, this scrawny kid with black hair and swarthy face who stared at them without blinking. They couldn't believe she was Estela's sister. Estela was light skin, curvy, and had almost blonde hair. Renata had curly hair, long and thin bones, and two inquisitive black eyes. They didn't know Renata and Estela had different fathers. Estela always teased Renata. She had told her friend that her sister was adopted from a very poor town in Peru, and couldn't speak English very well. Her friend tried to speak Spanish to her sister. Renata couldn't understand what the the tall man was saying. She thought he was retarded, so she started to speak to him very slowly. "Yes, I speak English. Yes, I like to eat candy. Do you want some?" Renata didn't know that her sister had lied to her friends. In their imagination, Renata was a child rescued by two kind white women.

She saw Estela sitting at the bottom of the stairs, talking with a tall, blonde guy. Renata noticed how the guy was touching her sister hair.

That's weird, Renata thought, she doesn't like it when I touch her hair. But Renata was smiling, touching also the guy's hair. They kissed and went upstairs.

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fiction *** Renata was seated on the back porch, thinking about her giant rabbit. Another friend of Estela was drinking a bottle of purple water.

"Do you want to know about my giant rabbit?" Renata asked her.

"What did you say?"

"Do you want to hear about my giant rabbit?" Without waiting for a reply Renata started to tell about his rabbit. "He used to be big, almost like a dog. I used to ride him when I was littler and he would take me around my room."

The friend laughed and had another zip from her beer. "A giant rabbit? How big was he?"

"I told you. Like a dog."

"What happened to him?"

Renata wanted to say, "we ate him, well, grandma killed him and cooked him with some potatoes, onions, carrots, and tomatoes." She cried for a month and her tears filled her room until they overflown the house with sadness. But her story wasn't true. The only meat her family ate was bought in the supermarket and Jerky had died of old age.

"My grandma cooked him and we had meat for one month," Renata lied.

"Really?"

The friend suspected that the little girl was lying, how could she eat her own pet and don't feel bad? But it was a kid, and kids never lied.

"I used to have a parrot, you know," the friend said.

"Is a parrot a bird?" Renata asked.

"It's a colorful bird and it can talk. Well, it can repeat words. Parrots can't talk. That would be crazy. Can you imagine? A parrot being able to talk? You would never feel alone."

"What was his name?"

"Soso. Hi's name was Soso. My little parrot who died many years ago when I was fifteen. You know. I really liked him.

Renata got bored. It was obvious that Estela's friend was more concentrated on her dead parrot than being at the party. The people inside the house talked and moved their hands and laughed hard. They drunk from the red plastic cups. Some of them dance with each other. Renata

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went inside the house. Estela's friend decide to sleep in the porch. Estela was still talking with the blonde, tall guy. The people around the couple were also talking in pairs. She was the only one who didn't have anybody to talk to. She was getting bored, but remembered her sister's promise. "If you are a good girl, I'm going to give you a bow." She wasn't sleepy either or hungry.

She sat on her green chair. Her sister looked so happy and was constantly playing with her hair.

Estela could speak Spanish because she wasn't born in The United States, but in Peru and came when she was ten years old. Sometimes, she and her mother talked in Spanish and Renata felt a little jealous for not knowing what they were saying. Her ally was her dad who didn't speak Spanish either. They will team up and made fun of their exaggerated hands gestures and the harsh sounds. Since the divorce, he only visited her every two weeks. She was tempted to tell him about the secret party, but she knew it was going to be in vain, sorry hija, but she's not my child and I can't do anything about it. That was the only word he knew in Spanish, hija. Nobody called her that. Her mother used her middle name, Sandra, and Estela called her big head, hija don't worry I would come next Saturday.

"I'm bored," she muttered seated in her green plastic chair. She balanced her feet, crossed her arms and looked intensely at her sister. "Look at me. Look at me. Look at me." Her sister wasn't looking at her. She was to into the conversation with the blonde, tall guy. Finally, she screamed and everybody stopped what they were doing to turn their heads towards Renata.

"Excuse me for a moment," Estela said to Blake.

Estela took her sister upstairs. Renata watched how the other people were staring at her, almost paralyzed, waiting for a command to continue with the party. Eventually they continued when Estela closed the door of the room.

"What's wrong with you? You promised me you were going to be a good girl," Renata said.

"I'm bored. I want to play something."

"Why don't you watch TV? I have some movies."

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fiction "I hate your movies. I hate TV. I want to do something fun."

"Come on. Be a good girl."

"I want to play with Jerky."

"Jerky is dead!" Estela screamed and instantly regretted saying that. "You should know better. You're a big girl."

"We can resurrect him like Frankenstein," Renata suggested.

The negotiation wasn't working. Her sister was stubborn as her step father, Emilio. When Renata wanted something, even if it was resurrecting the death, nobody could convince her that it was impossible. Emilio was like that. They used to fight a lot for stupid reasons. He was Republican, even though the Republican party hated the hispanic population. He hated Obama to the point that one day he called him a nigger when he was drunk. "But you're black!" "I'm not black.

I'm of mixed race," he said, "my grandfather was of Spanish decent." When she found out that her mother was going to divorce him, she felt relieved, but at the same tim she felt sad for Estela. Estela loved him, and Emilio was a good father to her.

Nevertheless, Estela believed that she and her sister were more like her mother, a though and independent woman who didn't like to be under the control of any man, and Emilio was her third husband. Estela regretted her sister lister being so young, if she were two years younger than me, probably we would have got along better.

"Listen, Renata. Listen to me. I need this party. I know mom doesn't like to have parties in the house. I know she's strict and love order and obedience. She can be a shrew. She can be a big B. I know you don't understand this kind of things because you're young and don't know better, but try to understand my situation. I need this party. I need to socialize. Blake is only a excused. Yes, I'm using him and I don't feel bad. Why should I? Probably he's using me too."

Estela stopped. Renata was looking at her with this big black eyes of hers. Renata didn't know why her sister was saying this grown up words. An awkward silence rose after Estela stopped talking. They could listen to the music bellow, to the voices talking to each other, and to

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the laughs. They looked so different, but they were so similar. They were sisters. Sometimes, Estela was mean to her, but she was only joking. Once in a while, Renata felt bored and Estela played with her and they got along, but in this particular situation they felt distant from each other. To be more precise, Estela felt distant from her sister.

Renata was just confused and bored.

"Can you stay here until the party is over?"

"Are you going to play with me after the party?"

"Yes. I promised. Just stay in my room and be a good girl."

"OK." "Thank you."

Estela went downstairs and Renata laid on her sister's bed. She wasn't allowed to touch anything or stay alone her sister's room. It was a strange night for her. If she was with Jerky probably she wouldn't feel bored. What to do? She wanted to talk about the day he befriended the neighbor's cat. He was one year old, and the cat was a old as an octogenarian woman. The cat was cleaning herself in her box and Jerky came to her and bumped on her head with his nose. The cat didn't react and Jerky continued to bump her on the head. Everyone was laughing, except the cat who was getting annoyed, but didn't feel like scratching the harassing rabbit. She was too bored and too old to get into a fight. She decided to climb to the table and then to the windowsill, away from that furry animal that was annoying him.

Renata took Jerky, went home, and put it on the back yard. The rabbit run around the grass, smelling the earth, the air; listening to the rush air and trying to find any sing of any predator. Renata sat on the grass and observed his furry friend. She stayed there until sunset. Nothing out of the extraordinary happened. An eagle or a falcon dove into the rabbit and flew away with it. It happened fast and cleaned. The bird didn't left any evidence, and Renata didn't have the time to run to protect her friend. She didn't react. Her body was paralyzed when her sister found her seated on the grass. "Where is Jerky?" Her sister asked her. "An eagle took it away." She didn't cry, but wondered what was going to happen to her rabbit.

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translation Carlos Martínez Rivas

FUNERAL SONG ON THE DEAD OF JOAQUÍN PASOS Translated by Anthony Siedman I With a snare-drum's rattling roll, in the middle of a small Plaza de Armas, as if for the obsequies honoring a hero… that's how I would wish to commence. For just as Death's Rite dictates that I forget his death, I shall return to his life,– and to those of other extinguished heroes who once flared forth as he did down here.

For many are the young poets who have long since died.

Through the centuries they hail one another; we hear their voices ignite, like roosters crowing then answering from night's umbrage.

We know little about them: that they were young and tread upon this earth. That they knew how to pluck the strings of an instrument.

That they felt the sea-breeze tousle their hair, and contemplated the hills. That they loved a girl, and that they clung to this fancy so tenaciously as to forget her.

That they wrote of it all, far too late, revising much and one day died. Already their voices flame at night II However, Joaquín, we know much about you. I know…I travel back to that day when in the embrace of your nanny you suddenly became aware you existed.

And through this self-discovery you and your eyes were, and your vision was the clearest that as yet any being had attained. But you merely observed with a stupefied, fateful gaze, never retaining people for love or for hate.

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translation (Even your small hands were more capable than others at grasping an object, and not dropping it.)

One morning they took you to the barber's where they solemnly sat you down; throughout the ordeal your behavior was like a little gentleman's… even though the customers poked fun at you, even though the close clippers snipped your curls, transforming you.

Later you hit the street. That other street and other age when you scribble a mustache across Leonardo's Mona Lisa, when you're unkempt and uncouth… but radiant youth soon bursts forth.

Later, we all know the rest: the toll things took on you. The flow of beings that pressed to meet you, each in turn posing their questions you had to answer with a clear name which would resonate distinctly in their ears among all others, just as we know that the darkest men visited Iaokanann in order to receive a name so that henceforth God could call upon them in the desert.

Thereafter, your destiny was such that you could never gaze upon the earth,– a nasty business, Joaquín. You learned that before all things you paused to contemplate, all were meted out an allotted time, and you would tremble.

That merely looking at them for a reasonable time was enough to turn them into something dreadful: the blinding flash of a lemon.

The dull weight of an apple.

The pensive face of man.

The two breasts, pale and panting, heaving beneath the blouse of a girl who's just run.

The hand that reaches out to touch her. Even words themselves… everything had an essence inside itself. A sense that resided at the core, unmoving, repeating itself, neither waxing nor waning, always full of its self, like a number.

And this list of names, this sum total you must calculate for the day of reckoning, and when you complete the calculation you shall become it.

Because they too gave you a name, so that you would fill it with all, as in a crystal goblet.

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translation So in such a manner you would include inside of you starry nights, flowers, village roofs seen from the road, and that by uttering its name you would name yourself: the sum total of all you saw.

To accomplish which they gave you only words, verbs and some vague rules. Nothing tangible.

Not a single utensil like those that scrubbing has made so shiny. And so I think perhaps–just like me at times–you would've rather been a painter.

Painters at least have things. Brushes to clean and keep in jars of china and clay which they've purchased.

Paint-stained artifacts and all the objects a simple man has devised for his own consolation.

Or to be a woodworker carving a dancing nymph on furniture so that the air actually ruffles her cloak.

But it's certain no man ever controlled his destiny. And that difficult labor turned you into the most honorable type I know. Granted, you knew what you were getting yourself into.

You saw workers as they go to the store. You watched how they examine tools, test blades, finally choosing the only one among the many: the wife for the high bed of the construction scaffold.

Such was how you chose an adjective, a word, and how you scanned a line; you stalked as you would an enemy.

To make a poem was to plan the perfect crime.

It was to scheme a stainless lie, made true by dint of purity.

III And now you have died. And the flow of grace along with you.

It is said God has never permitted what burns brightly among mortals to splutter, and fade.

Because of that our hope endures.

It's difficult to fight against the muddy Olympus of the frogs. From earliest childhood they're trained in the practice of nothing.

It is a great toil that the rest shall be discerned. And yet there are few who recognize it amid the smoke and jeers.

But we shall persevere, my dear Joaquín. Never fear.

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translation And if by dying you have committed any treason, that's your affair; I shall not be one to judge you, myself a frequent traitor.

Therefore, I don't raise my voice against Death.

Poor maiden, always overwhelmed by her own power, and embarrassed by the lamentations bursting over the corpse.

Only you can know your own death.

Its enigma doesn't concern the living, only life does.

While we are alive let Her be forgotten as if we were eternal.

And let us strive.

You, rooster of the Orco, awaken us.

IV And just as the bees of Thebes flew– as old Elyan tells the tale–to suck honey from young Pindar's lips, let this song stretch, touching your pallid head; let it light on your breasts, piercing your mouth with its own, quenching its fire-thirst; let it flutter around your brow, weaving an invisible crown upon your head.

Let its wings beat with increasing force, soaring to greater heights with majestic turns.

Let it urge forth. Once more, and again, describing greater and greater circles in its flight towards the empyrean.

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Cervezas: Juan Pueblo el Pelaná

DOSSIER Mexican Contemporary Literature

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dossier  Â

Nowadays Spanish is the second most spoken language in the world. It has more than 470 millions native speakers.

Moreover, Spanish is the second most important language in the United States and the second most studied in the world, after English.

Furthermore, Mexico is the country with more Spanish speakers. This makes Mexican-Spanish one of the most influential and with more projection in the Hispanic world.

Thanks to Internet, centralism in Mexico has weakened.

In other words, there has been an increment in independent publishing houses. As a consequence, there has been a recognition from the critics towards the marginalized voices.

We present this dossier as a representation of all the voices from different generations, authors, who, in some cases, are important referents in poetry and narrative in Mexico and Latin America. Each one of them aims towards a mode of writing that encourage dialogue and confrontation. Their works represent the plurality and the power of Mexican contemporary literature.

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dossier Glafira Rocha

KEYS Translated by Gustavo Adolfo Aybar

He took a breath, couldn’t get out, double lock ¿where could he have left them? return to the room, see the wife on the bed, crumple the letter and throw it on the floor ¿and the keys? common spots, cluster of keys, eiffel tower keychain, on top of the table, above the television, maybe inside the closet, probably in the bookcase, close to the lamp, behind the armchair, on top of the toilet bowl, in the shower, surely in the drawer where the socks are, a moment of reflection, three steps backwards, two to the right, no, under the bed, perhaps in the kitchen, on the stove, inside the refrigerator, between the chairs, the microwave, in the oven, behind the picture frames, in the plate drawer, inside the crystal-cut glasses, inside the living room trunk, sofas, spanish cushions, behind the small plant, in some of the books, don quijote, niebla, the biology of emotions, last round, larousse, maya, diálogos, de fusilamientos, sección amarilla, guiness records, the laundry room, the dryer, a bottle of laundry detergent, nothing, the mirror, the medicine, the perfume, the ring that she lost, the soap, the toothpaste, a barney toothbrush, the ducks in the tub, the kids’ bedroom, the drawings, a shoe, the notebooks, the multiplication tables, the abacus, the chalkboard, the cups of tea, the diaper drawer, the underwear drawer, the toy drawer, the ugly doll, malibu barbie, ken divorced, barbie pregnant, a ten year-old boy on the floor, hot wheels in his tiny hand, a tiny bruised foot, a tiny finger, a tiny leg, a tiny arm, a tiny head, a tiny puddle of blood, the doorbell, ding dong, the peephole, no one, there’s no time, the keys, the dressing room, the wife’s tallboy, undergarments, the bra, the socks, the thongs, the pajamas, the blouses, a sweater, pick up the letter and reread it, that estranged handwriting, three years, an i love you, an idiot, a dead wife on the bed, her arm, head, dyed hair, curled eyelashes, rouged lips, eyes that no longer see, the doorbell again, the door, the eye, the owner of the letter, the keys, the bathroom, the shower, the tub, the ducks with the girl’s blood, the girl in the tub, the twisted little arm, the little eyes closed, the little neck broken, the doorbell, the doorbell, the eye at the door, the letter’s stranger, the stranger brings the eiffel tower keychain, a hit, three years, the head against the wall, never realizing it, viscous liquid inside the eyes, blindness, a kick, fractured ribs, a chair shattered on the cranium, a dead husband, an outsider that secures the double locks before leaving.

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dossier David Anuar

HOME Translated by Susana Carolina Barradas Rosado

Coming, almost coming, coming home. SEND. You’ll close the luminescent screen, turn off the computer. You’ll pack. You’ll roll over and over, nervous, your guts as mangroves sinking into the sea’s night constellation.

Insomnio. You’ll awake without having slept. Once more. SEND. Coming back, back today.

You’ll close the luminescent screen, turn off the computer; you’ll lift your bags; you’ll close this door, this house, this city for the last time. Don’t forget: the key’s not yours, it belongs to someone else. (To be a different kind of creature, ¿ha cambiado algo? Coming back, back to where?).

You’ll get to the airplanes’ site, to the intersections, to your return. Esperarás, esperarás, esperarás; you’ll remember the sand, the sea bed’s sand: a sea of reminiscences. You’ll climb on a metal cloud, you’ll ride on your sailboat of thoughts while you see all dry land be left behind: fine, light, scattered, close to nothing. (It’s been five years. Five years of books, of libraries, of living away in the republic of letters). Abrirás los ojos: “Welcome to Cancún, enjoy your visit”. Not coming back, back already. SEND. You’ll get out and into your jungle of memories, you’ll look over the city’s features: something in your mind will shatter like a reed rocked by hurricane’s wind.

You’ll get out of the cab and recognize your mother’s house, a little apartment on the third floor of an old condominium downtown. You won’t knock, you’ll use the keys, the same ones you warmed up under your chest, into the thousand stars of your rooted exodus. You’ll climb step by step, with your past-loaded bags, and you’ll sweat like you did before you took off toward the nations of the Earth. And your joy will not be fulfilled, for your heart will be lost in limbo, where beginning and end are diffuse like spume.

You’ll kiss your mother, and will love her as you always have, from the umbilical cord to the last vacations’ hug. You’ll sleep under your childhood’s roof, and suffer at night from a swamp of other nightmares. (Egyptians, Babylonians, Philistines, sawing me off splitting me up, and my shell becomes a wounded, bloody scrap: our rhizomes unite on a turtle’s chalice, in a homicidal, suicidal fornication).

You’ll wake up and wander from place to place, uncomprehendingly, you’ll take in the absence on your own sand: Wol-Ha, Cinemas Royal, Tulum, Blanquita, traffic-less avenues, walking without that pool of anguish on your throat, on your guts… You’ll amble into the innermost layer, and you won’t find any friends, nor the lonely beach where ivory and silvery dolphins leapt, where you kissed the first lips, the first thighs. Your white sand will be the sargasso of a thousand tourists’ cigarettes. Your sacred jungles will plunge into the depths of misery: infinite social development’s hovels, megalomaniac spas, a maelstrom of hotels…

You’ll wander from place to place, your face in your hands, or maybe hung in your itinerant dreams closet. Llegarás a casa, you’ll grab your notebook: with the India ink you bought somewhere else in the world, you’ll write down a large question mark. Where is home? SEND.

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dossier Nadia Villafuerte

COWBOY BOOTS Translated by Pina Somsen I went to Ciudad Juarez to buy some cowboy boots. They would be cheaper there, I thought.

After crossing the Good Neighbor Bridge I took a bus headed to the city center. It had always been that way. Whenever I was feeling lonely, which was most of the time, I remembered what Oscar Wilde said: silly women cry, smart ones go shopping. And it’s not as if I had a lot of money to spend. I was only killing time, watching the world go by, stopping to look in store windows.

The streets of Juarez crowded with street vendors could counteract the dullness I felt on the other side of the border. Staying in a gringo building with its depressing orderliness and modernity made me long for Mexico’s predatory smile and its odor of old wool, car exhaust, roasted meat, and aguardiente.

Walking through the mercado I found the flea market, the stalls of second-hand merchandise. I bought a waitress uniform (inside one feels stubborn and sad to be so submissive and cowardly outside) and a blue wig. Putting the wig in my plastic bag I thought of it as a faceless head with all its smiles ripped off. A book entitled How to Travel Without Much Money cost me ten pesos, although there wasn’t much chance I’d be traveling, a pair of moccasins that for some reason, brought back a childhood memory of Heidi in the Swiss Alps cost me 50 pesos more. Finally, I paid 300 pesos for some botas tejanas, rustic brown cowboy boots.

I was hungry and went into a restaurant.

The sun threw large red stains on the chairs and while nibbling on my sweet and sour barbecued wings I entertained myself watching people through the window. I thought of their scarred faces; like them, I was also a part of the horde lazily gliding toward a slow shipwreck, dynamiting the landscape without terrorism, dying without having to commit suicide, sure that triumph doesn’t consist of fighting defeat, but

rather in accepting it with stoicism. Those faces showed me what we rarely dare to see in ourselves.

I was so lost in thought that I didn’t notice how quickly the time had gone by, that it was getting dark, too dark for anyone who knows the unspoken rules of a city capable of receiving you lovingly and then stabbing you when you turn your back.

The ten dollars it would cost me to take a taxi to El Paso was too much to spend, I thought. A star twinkling in a purple stain in the sky, a sky that would quickly darken was visible from the plaza. In spite of my fear and an inner rumble that warned me of danger, I headed toward the buses. In my throat and my nose I felt the acid caused by my fast food feast, in my stomach I felt the murmur of its decomposition.

Deep down, I was a pessimist, nevertheless I retained a bit of hope, not that things would change, but that they would, at least, stay the same. I was convinced that the world was no more than a forest and the loneliness within it, a simple and repetitive journey. My day seemed like that to me, and, in fact, all of Juarez seemed like a gully on the edges of which carrion vultures gathered. The border was not only the backyard where the city next door threw its trash, but also the place where the burning wounds of the country were made visible, proof that geography was bursting at the seams.

Surrounding the bus stop were dozens of small carts offering a variety of lukewarm food, and taco stands that displayed, as trophies, pigs’ snouts in oil. Although I tried to avoid it, the odor of cilantro, salsa, bad drains, urine, marijuana, pan de queso, pasteles de crema and rollos de nuez clung to my clothes like perfume.

As I waited my eyes cut through the protective glass of the city’s routine and I saw

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dossier blind people, cripples, immigrants driven crazy trying to cross the border (learning to tolerate hardship and abuse is the worst of the crossing), sureños throwing away their past as if it were a suitcase, drug addicts, compulsive masturbators hidden behind lace curtains, people without jobs, prostitutes showing their plastic bodies in bordellos, little girls wrapped in the transparent cloud of their bridal gowns, Catholic drug dealers, indigenous people unknowingly infected with AIDS, bureaucrats with track marks on their arms, trucks buzzing like flies through the streets, accordion players, people cursing boisterously in the doorways of bars.... I saw all of them, simultaneous fragments of reality, as if through a polished lens.

I sped up my pace, paid my fare, found a seat, and rested my head on the window, searching for anything that might shine through the desolate landscape. Closing my eyes I imagined the desert, the sun setting over the dunes, and I didn’t see anyone enter the bus.

After the desert my thoughts went to my room, the mirror that would tell me how I looked in my cowboy boots, jeans and a blouse with a deep décolletage. I would wear it to the weekly barbecue at Professor German´s house. I would eat tacos with guacamole and drink beer until I felt good enough to imagine a better life and at the same time could feel it all falling apart. I would look at a man with the urgency typical of drunkenness that makes us reveal ourselves to whoever we meet. The boots would support me the way a steel frame holds the horror of a photograph.

The asthmatic rhythm of the bus as it approached the highway made me drowse off.

The hiss of the motor wrapped me in its arms and I surrendered, waking to discover that I was in the middle of a vast silence lacquered in black.

How far had we traveled when it seemed I had barely shut my eyes? A green glow illuminated the empty seats and the dashboard on which a plastic cactus shone. But in the bus it was only the driver and me. We slipped through a scar that was between the sky and the ground. Time, mute

and flat, surrounded us. The bus had become a lake in the middle of a morgue.

The driver stopped the bus. The soundproofed windows kept me from hearing the sand whipping past in the wind. He killed the motor and stood up, revealing his backlit figure and his Buffalo Bill mustache. The rape and murder followed in precise order. The man turned out to be a premature ejaculator and he was clumsy, predictable. I could sense his desire to humiliate me; he rammed his fist inside me until a mass of blood flowed down my legs. He made a necklace of blood around my neck in a sick declaration of love, as if he were putting a choker on a marble statue. No: first he made a knife wound in my stomach and sliding the knife up between my breasts wrote a message in a language that only he, a demented laborer, could understand. He was excited, panting furiously, although he seemed unsatisfied as he contemplated his mediocre achievement. Don’t try so hard, I wanted to tell him. The truth is that you won’t leave me more damaged than you found me.

“Te bendigo, executioner!” I screamed, seeing my skin as if it were a crack in the dusk.

The peace and tranquility I yearned for could only be achieved with death, I thought. And I didn´t see my life, which ought to be passing before me in it´s monotony, flash by in a fraction of a minute. It was more like an explosion of the stubborn passivity I felt against life, the constant fleeing that made me bitter but that I never knew how to or wanted to confront. My killer´s eyes, one brownish grey, the other the color of a white bean, made me feel pity. I felt ashamed of the broken and unknown body that I had become. It was a vulgar death that put us both in our places: the actions preceding my death were as pathetic as the place we were in.

I was resignedly losing substance, acquiring a childlike gleam and a fearlessness that I´d never felt before. In that moment I was prepared to lift anchor and begin my final journey. Although I had blessed my murderer, suddenly I became angry. I had died for something so stupid, (to go and buy boots and

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dossier be so careless knowing that in Juarez death flies through the air, crawls on the ground, sticks to the skin, stirs up suspicions, and grey and shapeless it arrives to erase lives for no reason).

Suicide would have been more dignified. A brute, a loser, a dog hungry for his dinner, had found me willing, as if it had been I who had thrown myself in the middle of the highway to wait for a semi.

I was disappointed to realize that my thirty years were no more but a series of stupid mistakes. Death had done nothing but create a faint but substantial difference and nevertheless it seemed to confirm that in spite of everything there was a little life left in me. Although I didn´t put up the resistance that would have been expected of me, dying still turned out to be exhausting. If I had just waited until the next day, I thought in vain. If I hadn´t been so determined to go immediately or had respected the curfew of two countries secretly at war... But no. We always see disaster coming when it’s too late. Paradox: my fears had come to pass thanks to a modest sum: 600 pesos that included a pair of boots, a blue wig, a servant’s uniform that had fit me perfectly, a book that would take me to exotic places where I would still carry my futility.

Those were my useless thoughts as the bus driver continued: he cut a breast as if he were cutting a steak, he mutilated me here and there as if he were creating some strange archeological site, writing in a sign and a code on what continued to be my body, now celebrating rigor mortis. His fragility and insecurity annoyed me (he hiccupped, worse, he took out his frustrations on someone unknown); it shocked me that a stranger had killed me. My indignation was useless: my skin burst spilling my intestines.

He smelled of tequila, of socks soaking in boots.

With a politician, a businessman, a drug dealer or a cop, it would have been the same except for the smell, I’m sure.

The truth made obvious by my nude body together with the brightness without sadness in my face forced me to admit, it’s over.

I left the bus with the lightness of a feather and headed toward the bridge and “Shit! It couldn’t

be!”, I thought, afraid. I was carrying nothing. At that point my purchases weren’t important, it was my wallet, my papers, the powerful green covered booklet called PASSPORT. I was planning to return home, I, who had always claimed not to have my own place, that my temporary country was changeable, it was where my things were; my clothes, books, datebook, blender, some letters, the electricity bill. And as for my things, I had always treated them as if I were a pyromaniac.

Hundreds of ghosts wander the Rio Grande, the River of Lethe, call it what you will, those who were stranded, unable to cross, the dead for whom the Promised Land fell from their hands. The border was still visible, a lethal wall that pushed back, in the most humiliating way possible, those who tried to cross it. I was a witness to those who wanted to get to the other side, persistent in their attempt: the dead were the same as the living but were so broken down it was difficult to distinguish the individual details of their common biographies. I felt ecstatic for the living and the dead who had succeeded in crossing and made fun of the border patrol, so well equipped, so military and at times so stupid.

It was my turn to try it: either I crossed or my spirit or my soul or this handful of thoughts that is half of the journey to the other side – would keep wandering without nationality, without destination. The rest had no importance: my body, the physical part of me stiff like a mud carving: tomorrow there would be an article in the paper. Another woman dead. They would put up a cross for me. I would languish in bureaucrats’ files.

My father always warned: one is born only to kill or to die and you shouldn’t put much importance to what happens in between. To paraphrase Oscar Wilde, a woman who can laugh at herself is an intelligent woman. I roared with laughter in the only manner I could, clumsily and nervously. While I was looking for a hole in the wall so I could pass through, there, in Juarez, near the bus, the night began to cover my dead body with dust.

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97000: Juan Pueblo el Pelaná

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dossier Mario Bojórquez

CANTO Translated by George Eklund Lord, grant me self pity and respond to my labor.

Francisco Cervantes I With a heavy wound, no longer a rope around the neck With the empty noose and the erect grief That does not beg anymore That the worm-eaten bone is not beaten Nor the last vision Nearly unified here I begin to remember a shadow of another time Moored to docks of the air I begin to remember and speak Seven words a dull harvest for your cruel memory Beyond the river Where the city rests in its bright diving suit Where I dreamed some day to return In order to remain myself The desires evaporating There remains of me only a vague essence That no longer names me No longer containing all the vigor, The luster of another burning time.

IV You will return weeping in the final summit Your sensitive hearing will untie the blowing of flutes That proclaim you with your face barely washed By the worthless touch of fluids Your trembling hand will clutch the heavy walking stick Like the orphaned grass on the edge of the abyss.

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dossier VII You once mentioned the woods that clothed you In your childhood Its mast-high joy And mossy darkness That’s why returning Going back in the burning breeze In the glassy flakes of your eyes Cannot save you any more You will not surrender your sword-humbled captain You’ll not be given a handkerchief You will not dry your tears You hear the cry of the goat-boy The gleaming cow-bells in the afternoon air The herd that gathers at the edge of the past.

IX No one will ever be able to speak of you I had your honest hand joined in mine Clutching desire Creating from a shared force, a common dream If someone saw you they never knew the color of your eyes The uterine vein of your spirit You just took a step back And a gesture that showed goodness froze on your mouth And from your tongue sprang A stained branch of sleepless petals Which left an eternal scent for the hearing But never a clear word

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dossier Álvaro Solís

WATHER AND DREAMS Translated by Mark Weiss He always wanted to be a fish.

Lightning would strike and he still swam, denying exhaustion, searching for my grandmother's face in the waters of the river that had witnessed his birth, swimming for hours and strange fins swam beside him, joined him considered him one of them and my father slept beneath the river, but awoke before drowning, dreaming that an great body of water grabbed him by the neck, that it shook him, and he awoke and as always swam against the current, against the river that nobody conquers.

My father, alone in the world of idolatries, awaited the return of my grandmother who had embarked on the Carmen and he fell asleep waiting.

He dreamt of a great body of water, that it shook him by the neck, that it hurt him.

And my father awoke, and clambered up the masts of ships to dive into the river, wishing to be a fish that could fly, that knew how to fly, and swam to exhaustion against the current to the dream in which a great body of water shook him by the neck and sang to him the songs that my grandmother couldn't sing.

My father spent hours on the benches in the park believing that god was a piece of shit, he slept and sweated in the moist air, dreaming that a great body of water embraced him suddenly with maternal love, and saw himself in the dream, unwilling to awaken, remembering dancing around my grandmother and swam in the cold through the silent streets of the city, amidst furious wings tracing minute esses in the water.

My father found happiness in swimming, in the feminine image of water, as Gaston Bachelard, who worked as he did,

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dossier would say in those same years.

Who dreamt about great bodies of water that held him by the neck and wished to hurt him, and earlier,when the birds were singing, my father and Gaston went out to the routes assigned them by the postal service, delivering letters while thinking, both of them, of water, of feminine dreams, of the absent image of the mother, and swam, one of them through the water of dreams, and my father against the lunar current.

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dossier Jair Cortés

THE LAST SUPPER Translated by Janeth Arellano and Francisco Arellano In the wine red evening we toasted and ate the Emental among laughter and hugs.

A high ceiling: large windows allowed the view of the concave blue sea/sky.

Once the super was ready, we sat: shinning crockery (more than three utensils have always made me nervous, Lord).

We were thirteen not counting the servants. Steamed vegetables, a vinegar and red pepper based dressing, California style, lamb at center plate (alchemy in the kitchen, slaughter and praise for the fellow diners of that day).

I saw extensive plains in your eyes, flock of light taking flight; when, after the jingle, you offered in a LOUD voice your house like those who offer their death.

I imagined you going up the metallic ladder where those who ascend leave without notice.

Afterwords, entering in confidence, my right arm like a heron holding the glass of wine.

They went away, one by one, the hours, and I knew that the traitor was time.

Trinitarian solitude of mine: without you, without me, without us two. Never more.

I arrived up to the balcony and I discovered that the Cantabrian sea sang for me: one, two, three; the waves told me, one, two, three, Christ said, SALVATION! For all my friends and for me as well.

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dossier Alí Calderón

CONSTANTINOPLE (San Salvador in Chora) Translated by Lawrence Schimel Edirnekapi 4th Century a Byzantine church Outside Theodosius' walls are just dust ruined foundations My ancient grandfather always went to Nuestra Señora del Carmen at eleven did he take communion? only listen to the Mass?

The light of the stained glass falls on the frescoes: it is Jesus he multiples the loaves there are some fish also empty baskets Someone at my side says "God" but in the narthex there is nothing but the echo under the indifference of a Christ Pantocrator Time has worn away the glass diminutive mosaics Where the Baptist was there is now a layer of sand and mortar The wall was golden and lapis lazuli now tar hides fifteen centuries behind figures of apostles and saints is lord and master of the paracclesion.

Bordering the plaster and line dark Greek letters: come to me the downtrodden the inscriptions say diffuse almost invisible The cracks The vaults were peeled before the healing of the paralytic The bricks the stone It is then that I think of the final verses: My father answered–"that is just the decoration; you are the sculpture"–and he pointed to my chest.

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dossier Matza Maranto

From AJEDRECISTICO Translated by Alfonso Gustave Tomorrow’s path has been planned, the guide leaves me in this cage of Light. These hands betray, uselessly sharpening the pencil to write the last line that searches for exile. It trembles. The village can be seen submerged by the defeating commotion of the loudspeakers. Nobody is saved from the memory. This moment is intimately kept, and its scar is reopened with time.

……..

I have lived all of my deaths here. I moved all the pieces until I drowned the chessboard, the solution is not final; they will remain in the clouds, their voice in the loudspeaker, the drenched satisfaction of escaping unharmed, memory. I exchanged moves, and that is how all the walls have a precise way of ending: we have lived in the reflection.

……..

On the seventh day the destruction began. I confirmed it over the loudspeaker, everything was empty. I separated my faith from my reason.

Postscript: behind the traveler I have seen happiness plucked like a dove.

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Foto: Carlos Castelo Chucuan

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poesía Elva Macías

VUELO PRIMERO Tiendes las alas, topan rugosidades, nubes empedradas presagian terremotos.

En tus ojos fulgura el amoroso veneno de la madre.

En el descenso te aferras a las ramas de un espino y caes sobre la oscura mina de mi lápiz.

El sueño me avisa, no he llorado el tránsito al limbo sin alcohol en que te encuentras.

Es hora, digo, llanto sin lágrimas y un temblor arranca de mis plantas sube al pecho y me agrieta como un muro de adobe.

Hueco y convulso, sin su guardia, mi cuerpo se desploma en el polvo sin molde de la vida.

VUELO TERCERO Reirás de nuevo cuando los que perdieron contigo la última esperanza estén sentados a la mesa de las figuraciones.

Los que besaban tu nuca cubierta con el vello dorado de la infancia, los que aguardaban tu crecimiento para hacer rendir los pastizales.

Aquellos que hicieron velaciones por tu dicha y bebieron las gotas de hiel de aquella esponja que parecía no secarse nunca.

Viajas ahora como el cometa que alzabas armado de navajas para cegar el vuelo de los otros.

Las aves que rozas se desangran por tu herida.

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poesía Alfredo Fressia

NAÏF Para Annie Salager El poema vagaba sin poeta, por el aire giraba como un trompo venido de la infancia y ya sin cuerda, sin rigor de la física y sin logos, buscaba un alma que lo recogiera en el tiempo de los hombres, el siglo donde nacer, después de las fronteras, mecido por la historia o los molinos o la sal, el Sur, el viento, otros versos que ondean en el cielo, panaderos soplados en la infancia contra el miedo, poemas del poema sin palabras, los del salto nupcial de los insectos, babas del diablo, celo de la nada.

FALSAS VERDADES Soy un poeta con piel de cordero, tejo con lana las falsas verdades.

De mí doy a elegir las variedades y cuando miento soy hombre sincero.

Confío en la trampa, juego al desespero, confundo el Paraíso con el Hades y hasta un libro escribí con inverdades: de un vago Edén fui el cantor más certero.

Fue larga y honda mi amistad por Eva. Puso en mi pecho mustios agapantos y dejó en mis sonetos como prueba rancio el perfume, mordaces los llantos.

Y la serpiente que cebo en la cueva solaza a cada rima mis quebrantos.

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poesía EL MAR Y LA PLAYA Raquel Lanseros Me pregunto por qué desde la tierra la masa de las aguas parece un solo bloque.

Un único sustento incontrastado una roca que es toda la roqueda un avenir de lejos uniforme un alarido llano de membranas sin desgaste ni lámina ni grieta.

Me pregunto por qué, cuando me acerco, las aguas se dividen, se complacen en enseñar sus rostros diferentes en cada espuma cresta de rocío en las calzadas líquidas que rugen.

Bajo este mismo efecto, en la distancia la muerte es toda una un símbolo cohesivo un monolito.

Sin embargo de cerca, qué deprisa se aprende a distinguir sus dimensiones sus fúnebres volúmenes su rutina su querencia en lo ajeno y lo propio hasta ver nuestra imagen en sus aguas.

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poesía Claudio Daniel (Traducido del portugués por Sergio Ernesto Ríos)

CABEZAS DE HORMIGAS Como este breve sentimiento de descomposición, falanges/ a la manera del oscuro.

Línea tenue de hojas recortadas y cabezas de hormiga.

Pétalos morados, un tipo de moho.

Pasos oscuros en el jardín.

Ritmos podridos de perra.

Humo blanco, ideas pesadas y algo que se desdobla en el espacio curvo en aromas de tantálica negrura.

–Ninguna música, allí; nada más allá de la carne / de los hongos y su gargajo.

DIBUJO (Abu Ghraid) Una figura de angula– palabras de carbono, forma escuálida de garra, a la manera simple de tubérculo. ¿Decir el diamante?

No, la demencia papilar trazada en roca: pintura de muertos, caligrafía de gruñidos.

Así porque herrumbre o azul-ferrete, despetalar los cuervos blancos –todo es tumulto, gritos nasales en la pupila.

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narrativa CRISTINA Darío Zalapa Solorio Carol siempre quiso ser actriz. Creía que su condición de enana le facilitaría los trabajos.

Cuando reunió los estudios suficientes, empezó a rondar castings para actores pequeños. Entonces se dio cuenta que los papeles siempre quedaban entre los mismos enanos, que en realidad no había demanda de ellos, y que sólo podría aspirar al cine porno, que sí recurría a actrices de su talla. El mismo día que se enteró del programa que preparaba Cristina, llevó fotos y solicitud. La aceptaron de inmediato. Le dijeron que pagaban el mismo día de la transmisión. Que llegara a tal hora. No era necesario que fuera arreglada. Si gustaba en el show, podrían requerirla de nuevo.

Me cansé de decirle que no lo hiciera, que ahí poco les importaba la dignidad de la gente. Si estaban montando un programa con gente como ella, seguramente sería para humillarlos. Pero a Carol poco le importó todo eso. Estaba segura de hacer un buen papel. Sería su salto a la fama.

Aunque le aclararon que ellos le proporcionarían el vestuario, esa mañana me hizo ir hasta su casa para ayudarla a arreglarse.

Escogimos un vestidito rojo que hacía juego con sus tacones de lentejuelas. Tardamos casi una hora pensando el peinado, aunque sabíamos que también eso sería deshecho en los camerinos. Salimos de su casa para tomar el bus, pero Carol se negó a viajar de esa manera. Ya no podía rebajarse. Yo terminé pagando el taxi.

Llegamos y no pareció importarle a nadie. Estuvimos buen rato vagando por el set hasta que llegaron por ella. La vi por última vez mientras dos sujetos la empujaban para que fuera a maquillarse. A mí me hicieron a un lado, quedé junto a la mesa de café y donas. Pocos minutos después (apenas escogía una dona), alguien más llegó para

llevarme a donde ponen el público. Tuve que esperar ahí casi cuatro horas hasta que empezó el programa.

El set empezó a llenarse de enanos.

Aparecían por doquier. Siendo un show tan incluyente, se tomaron la molestia de ponerlos por todos lados. Había gente pequeña entre la producción que seguramente sólo trabajaría ese día. Después me contaría Carol que hasta las maquillistas eran como ella. Pero el colmo fueron los guaruras de seguridad: hombrecitos robustos con ajustadas playeras negras que no lograrían separar ni una pelea de niños.

Las gradas montadas alrededor del estudio se fueron llenando. Llegaron más acompañantes de invitados, me ayudaron a sentirme menos vulnerable.

Luego aparecieron personas de la nada, como si las tuvieran guardadas en algún panel oculto.

Cuando los espacios se agotaron, alguien de la producción se paró enfrente y nos gritó las indicaciones. Alebrestar a los invitados, abuchearlos, insultarlos. Luego nos señaló a los paleros entre nosotros. Ellos harían las preguntas, nosotros sólo secundaríamos sus alegatos.

Se escuchó el grito. “Veinte segundos”. Yo seguía sin saber qué haría Carol. Nunca le dieron un guion o algo parecido. Pero era buena para la improvisación, no tendría por qué meterse en problemas. Encendieron las luces. Pinche Carol, sólo a ella se le ocurría. Sonó la música de intro. El presentador dio su discurso de bienvenida. Qué necesidad de exhibirse, como si ser enana no fuera suficiente. Apareció una delgada Cristina en un traje amarillo. Dio la introducción al programa. Explicó la temática del día.

“Enanos divorciados”. Los pequeños panelistas hablarán sobre sus traumáticas experiencias durante el divorcio. ¿Lo viven igual que la gente 56

narrativa normal?, ¿hay infidelidad entre ellos? Tres parejas recién separadas nos abrirán las puertas de su intimidad. Escúcheme lo que le digo, lo que sigue es pura candela.

La pinche Carol se iba a pelear con su exmarido, al cual seguramente le acababan de presentar.

Entraron las parejas. Sólo puse atención a la de Carol. Su hombre era un supuesto desnudista en clubes para enanas. Le iba bien y acababa de abrir su propio negocio, pero los celos de Carol eran exagerados y él había decidido divorciarse. Ahora que estaban separados, y que el club empezaba a dejar ganancias, Carol exigía el 50%, pero no quería encargarse de los niños. Carol era la mala de la novela.

Me tragué la risa. Si fuera cierto, Carol no sería la esposa del bailarín, sino una clienta asidua que le dejaría media raya en los calzones cada fin de semana. Pero ella estaba entrada en su papel, como dicen. La habían vestido y pintarrajeado como puertorriqueña del Bronx, y aunque en verdad parecía una perra sin sentimientos, a mí sólo me dio ternura.

Me dejé llevar por la trama del show.

Cristina dividía tiempo y preguntas entre las tres parejas, pero Carol buscaba cualquier pretexto para proferir insultos a su ficticio esposo o al público, que también la había tomado contra ella. Nunca supe si eso le habían indicado, echarse encima a todo mundo. O si sólo se dejó llevar y los demás enanos le siguieron el juego.

El programa estaba en su apogeo. Los ánimos de los panelistas estaban encendidos.

Carol no se callaba. Ahora, había inventado la historia de un amante, y las otras esposas ficticias alegaban con ella por no querer a los niños. Mi amiga sólo las desacreditaba, les decía que eran unas santurronas, y que nadie le diría qué hacer con su culo.

Empezaron las preguntas. O los insultos, mejor dicho. Los paleros se la tragaron; aprovechando el ánimo del público, iniciaron una sinfonía de abucheos contra Carol. Los otros enanos los siguieron. Nunca creí que el odio se pudiera fingir tan bien.

Por supuesto que ella no se dejó. De un brinco se bajó del sillón en el que estaba, y de dos más llegó al otro lado de la sala. Le hizo frente a las enanas, como si la bronca ya no fuera con su marido. Agarró a ambas del cabello e hizo chocar sus cabezas. Sabía pelear. Las derribó y empezó a patearlas. Los guaruras llegaron de inmediato, pero poco hicieron por calmarla. Del público salió una pendeja. Apenas vi que iba contra Carol, despegué de mi asiento y la intercepté a medio camino. Mi rodilla en su vientre. Cinco cachetadas. Sabíamos pelear.

El error fue de Cristina, quién la manda poner enanos en la seguridad.

Nos sometieron, finalmente, personas del mismo público. Las cámaras nos siguieron hasta que estuvimos tiradas afuera del estudio.

Mientras Cristina seguramente despedía el programa, Carol y yo nos abrazábamos y llorábamos de la risa.

Pinche Carol, sólo a ella se le ocurría.

Gozamos de una breve fama en el barrio. Mis compañeros del Taco Bell habían grabado el programa y lo veíamos una y otra vez durante el almuerzo. Pero unas semanas después ya pocos lo mencionaban.

A Carol seguían sin reconocerla en los castings.

Casi pasamos al olvido, hasta que llegó un cheque a nombre de Carol.

El sobre incluía una nota. El triple de esa cantidad podría aparecer en el siguiente cheque, pero ahora nos querían a ambas. Nos avisaban con tiempo, faltaban quince días.

Debíamos llegar a buena hora. No era necesario que fuéramos arregladas.

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narrativa PERDER EN LOTERÍA Vicente Alfonso Para Edgar Amador Y sí, Corina siempre ganaba, pero por más que pienso no entiendo qué sacaba con no decirle a nadie, ni siquiera a mí, cómo lo hacía.

Tiene razón el Gordo, contar secretos es como andar desnudo por la vida, pero ella ocultó ese tan celosamente como la caja llena de billetes que hallaron en su closet después del funeral. ¿Por qué se suicidó? Sería lo mismo que tratar de entender por qué compraba lotería cada semana o por qué jugaba cartas los jueves en la tarde. Yo hasta llegué a creer que eran fingidos sus pucheros mientras tiraba en la mesa una tercia de ases o una flor imperial que destrozaba mis jugadas, las de Ángela, las de la Chata Lavín. ―Ya conocen el dicho ―nos decía―.

Afortunada en el juego… ―No inventes, si de las cuatro tú eres la que mejor se casó ―le reclamaba Ángela―.

No te puedes quejar… ―Pues sí. Yo quiero mucho al Gordo, pero saben cómo es…

Claro que lo sabíamos, y cómo no saberlo después de tantos jueves en los que entre una mano y otra Corina nos contaba sus desgracias, es decir las desgracias que podía tener la esposa de un millonario adúltero que acostumbraba pedir perdón con viajes a Niza o Montecarlo, con un cambio de auto. En los doce años que duró casada le escuchamos de todo: que el Gordo con una de las secretarias de la agencia, que la Chiquis Castorena lo vio con no sé quién, que si alguien más se había topado al Gordo comprando un perfume carísimo en el área internacional del aeropuerto. Y siempre era lo mismo: cuando más concentradas estábamos con las aventuras del Gordo, Corina soltaba sobre la mesa un pócar de ases o tres reinas y un comodín, cualquier jugada así. Entonces Ángela y la Chata protestaban y reconstruían

paso a paso la partida mientras yo en silencio imaginaba al Gordo recostado en algún colchón ajeno fumando un Montecristo. Me imaginaba su cara fofa exhalando el humo, su perfil relajado por la seguridad de que a esa hora su mujer se divertía en el pócar mientras él disfrutaba con una de sus muchas amiguitas.

Pobre Corina. Todo se sabe siempre y esto iba a saberse un día, pero nunca pensé que le doliera como para tomar una decisión de ese tamaño. La gente se fija, habla, y así como el Gordo se hizo una reputación de mujeriego, Corina ganó fama de ser adicta al pócar. Porque la fama de suertuda ya la tenía desde antes. Y cómo no le iban a decir suertuda si era la envidia de todas desde que ella y el Gordo anunciaron la boda; mira que te amarraste a uno de los peces más grandes del país, le decía Ángela durante los primeros meses, cuando Corina andaba en su papel de nueva ama de casa: buscaba las ofertas en el supermercado, cortaba y cosía cortinas para la sala, escogía en el vivero flores para la finca. Por ese entonces ella ni siquiera sabía jugar al pócar y sólo platicábamos de chismes ajenos como quien cuenta capítulos de una telenovela.

Creo que aprendió a jugar en un crucero por los países nórdicos, cuando llevaba más o menos tres años de casada.

Nos contó que el Gordo y ella discutieron, que dejaron de hablarse durante los seis días que duró la excursión. Para no aburrirse Corina se pasó el viaje jugando en el casino del barco. Al volver mandó remodelar la casa, hizo el salón de juegos en el que poco a poco las juntas de los jueves se fueron convirtiendo en tardeadas de pócar en las que el final era siempre el mismo, nosotras acabábamos maldiciendo a los hombres 58

narrativa mientras Corina lloraba los deslices del Gordo, un hombre incontenible que igual se acostaba con actrices de cine que con las afanadoras de su empresa. Creo que por esos chismes bárbaros ninguna de nosotras faltaba a las tardes de cartas. Ni la Chata ni Ángela, que eran las que apostaban más, hubieran cambiado esos jueves por otra actividad.

Fue por aquel entonces que empecé a sospechar que Corina sí debía tener algo, porque no era muy lista y a pesar de eso ganaba las partidas. Es decir que podía perder tres o cuatro manos si estaba distraída o si el juego simplemente no llamaba su atención, pero el balance final la favorecía siempre. Dinero llama dinero, decía la Chata Lavín, y miren qué cierto era. Por eso me parece una ironía que haya sido el azar lo que mató a Corina.

En el fondo creo que todas sabíamos que era la misma historia cada jueves, que apenas terminaba alguna de nosotras de repartir los naipes cuando entre lloriqueos Corina empezaba con que el Gordo ya no se fija en mí, estoy segura de que ya no me quiere, esta semana no llegó a dormir dos veces. Y la Chata comenzaba a machacarla con aquello de que lo que a ti te hace falta es un amante y Ángela que conocía a un buen abogado que podía sacarle al Gordo cuando menos la casa, la Hummer, una buena pensión y la finca de Tepoztlán. Corina llorando respondía que prefería morirse a estar lejos de su esposo, que a pesar de todo lo quería, no era por su dinero. No es por su dinero, sino por lo que puede comprar con él, pensaba yo mientras la Chata otra vez con la idea del amante y Ángela que es mejor el divorcio y cada quien su vida pero ya no llores Corinita, ándale, respira hondo, dale un trago a tu copa. Estábamos en eso cuando una corrida alta aterrizaba en el mantel como un zarpazo de manos de Corina y allí acababa el juego. Lo había hecho otra vez y no sabíamos cómo. Ninguna de nosotras se atrevía a decirlo abiertamente, pero sé que las tres sospechábamos que Corina hacía trampa aunque no hubiéramos podido decir cuál era

el truco y en qué momento lo aplicaba, porque siempre parecía sumergida hasta el alma en sus desgracias conyugales.

Y yo pensaba que si el dinero no, por qué los lunes en el súper llenaba su carrito de chocolates de Bélgica, conservas españolas y café de Colombia, por qué siempre dos o tres botellas de Clos de Vougeot o Château Cheval-Blanc; por qué caviar y langostinos, jaibas y camarones para el Gordo. Y si el dinero no, por qué jugaba lotería cada semana y sobre todo por qué ocultarle al Gordo ―¿Sabes que tu mujer compra lotería? ―le pregunté. ―¿Ah sí? ―el Gordo se acomodó en la cama―. Ni idea. ―Pues sí, cada semana. Y siempre al mismo número. ―¿Cuál? ―No sé, la muy necia no ha querido decirme. Sólo sé que es el mismo. ―Bueno, todos tenemos derecho a guardar un secreto. Yo odio los mariscos. ―Corina cree que te encantan ―le revolví el cabello. ―Mi mujer cree muchas cosas, hasta que tú eres su mejor amiga. ¿Nunca habrá sospechado que nosotros/ ―También tenemos derecho a guardar un secreto, ¿no?

Ahora que no está me acuerdo de la desilusión muda con que revisaba las listas de premiados, la terquedad ingenua con que guardaba los billetes donde nadie los viera.

Siempre me pregunté por qué una mujer como Corina jugaba lotería si ya lo tenía todo; sólo se me ocurría que soñaba con sacarse el premio mayor y dejar a su esposo o que quizá lo hacía para matar el tiempo de la misma manera que a veces compraba seis pares de zapatos en un día o viajaba a Las Vegas para hacerse un peeling y gastar algunos dólares en Stardust. El caso es que entre lotería y compras Corina mataba los días de la semana y las semanas del mes; semanas que goteaban lentas hasta llegar al jueves en la tarde cuando frente a las barajas sollozaba 59

narrativa otra vez por el Gordo, le habían dicho que la secretaria no, que ahora una modelo que hacía catálogos para la compañía. Yo, llena de coraje, me imaginaba al Gordo fumando y compartiendo el colchón con alguna anoréxica; me decía a mí misma que las esposas al menos tienen el privilegio de lloriquear en público los engaños de su hombre, en cambio las demás ni siquier/ ―Pócar ―sollozaba Corina.

Mientras Ángela y la Chata protestaban yo me quedaba helada sin saber qué decir. Con el tiempo me acostumbré, por mí no había problema en que Corina ganara casi siempre, creo que hasta era una forma de sacudirme la culpa de lo mío con el Gordo.

Y todos estos años pensé que ella se sentía mejor con esos triunfos, que ser la campeona de los jueves perdidos era una forma de reforzar su autoestima o vayan a saber qué.

Ella se defendía con justificaciones tontas: qué quieren muchachas, yo cambiaría mi suerte por su tranquilidad; a mí se me da esto. Y así cada semana: el lunes al mandado por chocolates belgas, Clos de Vougeot, Château Cheval-Blanc y café colombiano, langostinos, jaibas, camarones ―¿Para el Gordo? ―Ajá ―me contestaba.

Luego venía la escala obligada en la caseta de lotería, la consulta nerviosa de los resultados, la cara de desánimo frente a la lista y siempre comprar billetes del próximo

sorteo. Ahora me da lástima mi amiga; casada con el Gordo y anclada en una esperanza tan pequeña… parecía una luciérnaga que quisiera guiar a un buque trasatlántico. ―¿Hay probabilidades de que el premio caiga dos veces en el mismo lugar? ―De que hay, hay, pero muy pocas, no sé… una en millones ―le contestaba. ―Ah ―contestaba y se ponía más triste.

La recuerdo tan decepcionada aquella vez, casi tanto como la tarde en que el Gordo la dejó para vivir conmigo y ella decidió jugar a la ruleta rusa. Tal vez era cierto aquello de que prefería morirse a vivir sin el Gordo, o quizá sólo quería probar su suerte ahora que él no estaba. Buscar explicaciones sería lo mismo que tratar de entender que una mujer como ella comprara lotería o jugara a las cartas los jueves en la tarde. Después del funeral, la policía halló en el closet de Corina una caja de zapatos con cuatrocientos catorce billetes de lotería ordenados por fechas. Cada uno tenía grapado un papel con una anotación.

Después de revisarlos supimos que la mayoría tenía al menos reintegro o algún premio pequeño. Dos veces se había sacado el premio mayor, y al menos otras siete su número había obtenido cifras considerables.

Jamás cobró ninguno.

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poesía A.E. Quintero

POEMAS La niña está de negro riguroso. Su cuerpo se adelantó demasiado a las pequeñas nevadas.

No importa si es judía.

No importa si no lo es. La tía más vieja se encarga de bañarla. Luego cinco minutos la deja sola con su nuevo cuerpo.

No es exactamente miedo lo que sus dedos tocan.

No es precisamente sudor o miedo.

Cuando la tía regresa con otras tías. Ya no importa si la niña es tailandesa o maya. O si cayó de la luna.

Esa noche le quitaron su única muñeca.

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poesía Una jauría de niños disfuncionales lo persigue.

Lleva sus ojos, el gato intenta arbustos, ramas, banquetas, debajo de un auto, filos de barda donde antes pudo esconder su amor oscuro.

Los niños están encendidos como pilotos de estufa, explotan como fósforos.

El gato es diferente a ellos. No los sigue como un perro. No se deja morder.

Pero cayó en la trampa.

Los niños lo rodean como un mínimo pelotón de fusilamiento.

Por un instante otro tipo de muerte baja hasta sus ojos. Los niños echan espuma por la boca, entonan cantos indios y tambores, se sacan los golpes de sus padres —y las flechas— entre los colmillos y los caninos. Los imitan: comienzan el fusilamiento después de orinar.

Así que esto es la homosexualidad.

De modo que así inicia.

Ninguno querrá recordar lo que pasó esa tarde.

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poesía Carlos J. Aldazábal

Naturaleza Muerta El recuerdo es una síntesis de los claveles: esas manchas rojas sobre el agua, el agua verde de un litoral innombrable, manchas negras sobre el papel que ocultan el sentido, sentido del olfato, sentido del gusto, sentido común de los comunes, cosas tan comunes como dos claveles secándose en un florero, como las hojas secas de un viejo libro que ha sido leído una y otra vez, una y otra vez, como los remos de las palabras que se clavan en el agua para formar remolinos, esas ondas oscuras que forman un florero en un paisaje verde lleno de ríos y pirañas, el mismo río a cuya orilla se inauguraba un escándalo de yacarés, palabras en un libro, mientras la naturaleza de los claveles evocaba la vida vegetal que se alimenta de la muerte.

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poesía FORMOL No pienso despertar, si me preguntan.

No se trata del deseo eufórico de la revolución ni del estruendo mudo de Vallejo.

Apenas es la convicción del “nada importa”, del “da lo mismo”, Cambalache con voz pero sin tango.

Recuerdo a los habitantes del formol: un laboratorio de monstruos soñadores en los que el terror se trasmutaba en pena.

Ellos no percibían compasión ni culpa, apenas la mirada extasiada en sus cabezas, sus ojos de más, sus dedos aleatorios.

Nadando en mi formol contemplo el mundo: ningún hablador hace de la parodia un pacto, ninguna melodía desentona ni afina, ningún marcapasos traiciona su reloj, ninguna disección se sostiene en la duda.

Y este mundo del sueño es tan mullido, tan casita feliz, tan punto aparte, tan contento de sí, tan extasiado, que no pienso roncar ni escabullirme.

Apenas escribir, sin despertarme, aquel lugar feliz de la inocencia.

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poesía EL DAÑO Fernando Valverde Lo supimos después, sin tiempo para nada.

Porque tal vez la vida nos dio todo al principio y seguimos buscando un camino que lleve a ese lugar, un puñado de polvo que guarde el equilibrio suficiente para no convertirse en aire o en montaña.

Porque tal vez la vida no nos perteneció y se fue consumiendo como todas las cosas que hemos creído nuestras y son parte del daño que dibuja las líneas de la historia derribando ciudades con sus muros.

Y de haberlo sabido habríamos juntado nuestras manos o mirado a otra parte.

Y de haberlo sabido, habríamos mordido nuestros labios sangrando en el amor para dejar visibles las heridas, o habríamos rezado, o renunciado a todo para quedarnos quietos y no cruzar los días que agonizan.

Es todo tan inmenso que no cabe en el llanto y el dolor nos observa desde fuera.

Lo supimos después, no hay nostalgia más grande que aquella del futuro.

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poesía MECÁNICA CELESTE Jorge Ortega Al fondo el mar, el sobrio mar de fondo que se nos desdibuja.

Entre robles y helechos la espiral de roca no pulida, las furtivas y onduladas terrazas del musgo.

La espuma de la hiedra trepando por los troncos, los vados de hojarasca crujiendo bajo una pisada en falso.

Rampas. Escalones pacientemente relamidos por el inofensivo alud del vaho.

Y el final en dónde o para cuándo: la cumbre se escabulle a la mirada, antiguo mausoleo borrado por la selva en una distracción.

A mayor esfuerzo, menor agotamiento, mejor la nitidez de los confines o pronta la llegada.

El poema se hace en el ascenso, trata lo que tardamos en procurar la cima y descubrir ahí lo perseguido en vano, la veleidad del aire, el resbaloso pez de las alturas.

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ensayo ENTRE LO NUEVO Y LO MISMO, VETAS DE ORO EN YUCATÁN. LA POÉTICA DE LA REPETICIÓN* Fernando de la Cruz Pero siempre hay un grano de polvo de la luz que rompe el engranaje de las repeticiones Roberto Juarroz. (Duodécima poesía vertical).

Resumen: Esta reflexión se enfoca en el recurso de la repetición utilizado en la poesía de tres poetas yucatecos nacidos en la década del 80. La luz que no se cumple (Artepoética, 2014) de Marco Antonio Murillo, Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo (Textofilia/Ayuntamiento de Mérida, 2015) de Nadia Escalante y Los disfraces del fuego Atrasalante / CONACULTA / CONECULTA Chiapas, 2015), de Manuel Iris, son muestra de una generación que alcanza méritos estéticos y académicos propios, muy valiosos, ajenos a los dogmas del estáblishment, al “arte por el arte”, al “cascabel de las palabras” y a la pluma al servicio del poder.

Uno de los atributos del idioma es su anterioridad con respecto a sus hablantes (Fuery, 66). Esto se manifiesta en la presencia continua de referencias y ecos entrelazados en el idioma.

Los usuarios del idioma no podemos sino repetirnos. ¿Hasta qué punto, en el acto de repetirnos, nos es dado crear? En el presente trabajo analizaremos tres maneras de utilizar el recurso de la repetición desde sendas propuestas poéticas muy recientes, más allá de las figuras retóricas como la anáfora, la reduplicación, etc., comunes en éstos como en tantos otros poemas de cualquier época o tradición. Seguiré el orden de aparición de estos tres libros, que vieron luz editorial entre septiembre de 2014 y enero de 2015.

Marco Antonio Murillo escribe en colaboración con los muertos —algunos del siglo pasado, otros del Siglo de Oro, otros más de la Antigüedad Clásica— a través de lo que de ellos perdura: su poesía. La luz que no se cumple (Artepoética, 2014) explora el tema de la metapoesía, especialmente en el aspecto de la trascendencia en el tiempo a través del oficio de escribir. La repetición en Murillo se da en un ejercicio de apropiación de citas de poetas diversos como disparador de su propia poesía.

La persistencia de la escritura en el tiempo se explora de diferentes maneras. Una de ellas participa en el debate sobre la frontera entre plagio e intertexto, como en el siguiente ejemplo: “¿Qué diría el César si supiera que tus poemas son plagio de otro poeta más antiguo que las antologías” (Murillo, Luz, 107). Aquí Murillo acierta en su juego de acercarse, sin timidez, a esta línea divisoria al no citar en forma convencional las fuentes de las que se apropia, fuera de la indicación con letras itálicas y de la Nota del autor en las páginas iniciales del libro, en la que revela algunos nombres de las fuentes que utiliza: Juarroz, Pound, Bachellard... Esta decisión se revela como consciente y honesta, con la intención de hacer al lector partícipe de su juego indagando en la memoria de sus pasadas lecturas —o en el buscador de internet— el origen de dichas líneas en itálicas, incorporadas en el cuerpo de los poemas. Es un reto muy válido que le aporta al poemario una mayor

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ensayo interactividad a la que se espera de cualquier lector activo.

En la sección Muerte de Catulo, nos dice: “En el jardín / las flores que sembramos una tarde / aún siguen creciendo / y floreciendo sin nuestro cuidado” (Murillo, Luz, 109). Vemos que repetición implica transformación y que lo que escribimos cobrará nueva vida sin nosotros.

En otros poemas se maneja la idea de que la escritura puede ceder a la gradual erosión, como también sucede en el poemario. O bien, puede ser condenado al fuego o al olvido.

El poema Los dados se construye a partir de la cita de Juarroz que aparece reciclada como epígrafe de esta ponencia y de un grafiti de Pompeya: Dos soldados que montan guardia en las ruinas de la ciudad juegan a los dados, y cada repetición del acto de tirarlos es, por supuesto, diferente. Al final, un soldado ve un grafiti que dice “Aquel en cuya casa no he cenado es un extraño para mí” pero, por un error de lectura del soldado, inmerso en el juego, cambia el verbo cenar con jugar. Por momentos, el discurso poético de Marco Antonio Murillo acertadamente flirtea con el humor.

Sobre la persistencia de la escritura, Murillo nos recuerda que el devenir del poeta y el de su obra no van siempre de la mano y que, ya sean leyes o aleatoriedad lo que rige la trascendencia del poema tras la muerte del poeta, en efecto, la escritura adquiere vida propia, como en el epigrama que concluye así: “Pobre Valerio Catulo, ahora que estás muerto y eres aplaudido por todo el senado; ahora que los más grandes pensadores hablan de ti en sus orgías, no puedes defenderte de tu propio canto” (Murillo, Luz, 98).

En Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo (Textofilia/Ayuntamiento de Mérida, 2015), de Nadia Escalante, la repetición simboliza el reflejo, dentro de la persona, de lo que sucede en la atmósfera. Las figuras de repetición se notan desde la palabra cielo que aparece dos veces en el subtítulo, y en la palabra octubre que da título a dos poemas.

El libro —ganador del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida 2013— integra su discurso mediante una variedad de formas poéticas: el poema lírico, la canción en cuartetas, el formato del cuento para niños, la prosa poética... De entre ellos sobresale el poema narrativo, tan desdeñado por el establishment poético local pero tan efectivo y cautivador en la voz de Nadia Escalante.

Me enfocaré en dos de estos poemas narrativos. El agua compartida abre con una efectiva paradoja: “No teníamos agua en la casa, y afuera llovía” (Escalante, Octubre, 23). El tono del poema no deja de ser hermosamente lírico: “y era más aire que el aire de la casa, / era como agua que no se decidía / a llenarnos por dentro, / y se derramaba por los brazos, humedecía la ropa / y resbalaba a los pies como una sombra” (Escalante, Octubre, 23). La narración versificada se detiene en la contemplación de los personajes mirando las ollas llenarse del agua de la lluvia.

Luego, otra paradoja: “El agua acumulada era libre” (Escalante, Octubre, 23). El agua atrapada se plantea como un ser en plenitud al salirse libremente de sus bordes. La remisión al hilemorfismo aristotélico es inevitable.

Además de la dualidad materia/forma, los símbolos agua y vaso tradicionalmente han recibido también los valores cuerpo/alma y hombre/Dios, pero el poema, en su efectivo cierre, sugiere la variante cuerpo/amor: dos cuerpos se hacen uno rebosante en libertad bajo la copiosa lluvia de octubre. Lo que sucede en el exterior se repite en el interior de los personajes al experimentar un sentimiento celebratorio rememorado nostálgicamente.

En el poema Cielo entre montañas, Escalante hace reflexionar a la voz poéticonarrativa de su personaje sobre la naturaleza de Dios a partir de una gotera. El narrador y el narratario líricos se detienen en una carretera a contemplar el paisaje con otras personas. Al narratario le preocupa una gotera en su casa, a

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ensayo dos husos horarios de distancia. El narrador le cuenta sobre su viaje a Marruecos donde esperó a que un vendedor terminara su oración antes de poder comprar. Y de allí reflexiona y compara a Dios con la lluvia que se filtra y humedece el techo, infla la pintura, mancha el piso… y a su divina palabra como el agua que desciende por el drenaje: “Pero Dios está en esos nubarrones, / preso entre las montañas, / como agua en una cubeta / donde caen los desperdicios del mundo” (Escalante, Octubre, 47). En otros poemas del libro, la repetición simboliza el deseo de ciclo y retorno, como las lluvias y las estaciones. Como nota curiosa, este libro se publicó en octubre.

En Los disfraces del fuego (Atrasalante/CONACULTA/CONECULTA Chiapas, 2015), de Manuel Iris, la repetición está ligada fundamentalmente con la música concebida como ruptura del silencio; pero también con la eterna reescritura a la que están condenadas las situaciones de nuestras propias vidas y nuestros propios textos, como indica el proverbial “No hay nada nuevo bajo el sol” del Eclesiastés, incluido en uno de los epígrafes junto a una cita de Borges, también sobre el tema de la repetición.

El libro no es ajeno a esporádicos visos de metapoesía.

Surgen constantes planteamientos ontológicos en definiciones poéticas del silencio, del ser humano, del amor, de la escritura y el olvido, del nacer y el morir, de lo que hay antes de uno y después del otro, de la belleza, del fuego de la vida y de los disfraces de ésta.

Continuador de la línea estética trazada por Juarroz, Gerbasi, Chumacero… este libro —ganador del Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2014— se suma a la indagación de la experiencia poética en sí e invita al lector a participar de ella mediante la variación del estímulo sensorial, al indicar que los poemas deben leerse escuchando algunas piezas específicas de Arvo Pärt, cuya música fue la chispa que detonó el libro, según confiesa Iris

(entrevista privada, 2015). Sólo haciendo caso de esta recomendación, el lector comprende los silencios y las repeticiones y el estado de paz meditativa a la que nos sumergen Pärt en su propuesta musical a un tiempo minimalista y mística e Iris en su hermosísimo poemario orgánico, de lenguaje sencillo, formalmente impecable, de textura tersa y profundidad emotiva y meditativa.

El subtítulo de la primera parte, Tintinnabuli, onomatopéyicamente nos remite al tintineo de una campanilla. Iris nos provee la clave para la conexión con el concepto musical de Arvo Pärt, llamado precisamente así: Tintinnabuli. Sus otros subtítulos además del que da nombre al libro, Fuga y Réquiem, reiteran la importancia de la música.

Entre las variaciones formales que asumen los poemas de este libro, uno salta a la vista por no ser lírico sino narrativo. El poema titulado Ecos narra la visita de un personaje a su abuela quien lo confunde con el esposo de la juventud y le reclama el haber abandonado a ella y a sus hijos. En los diálogos dentro del poema, la anciana se da cuenta de su error y de que se trata de su nieto que viene de lejos, pero está condenada a olvidar el suceso y repetir el mismo error cada vez que lo vuelva a ver. “Todos los hombres y todas las situaciones son la repetición de algo anterior; de un arquetipo” (Iris, “Un artista”).

En este punto, no puedo sino especular sobre la afortunada influencia, en la obra de Iris, de la poesía estadounidense en la que el poema narrativo nunca dejó de cultivarse y cuya belleza y emotividad compite con las del poema lírico, preferido —incluso dogmático— en Latinoamérica desde los ultraístas.

Ecos introduce también el acto de resignificar lo que se ve por los ojos o la memoria de otro: Desde su perspectiva, la abuela fue vista por su esposo a través de los ojos del nieto que la visita. Los poemas continúan explorando este juego de perspectivas a partir de la memoria hasta concluir que nos

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ensayo repetimos porque nos olvidamos… “Todo el olvido es regresar la inocencia, es desdoler” (Iris, Disfraces, 32).

Bibliografía: *** Estos tres poetas han trascendido el ámbito local de diversas maneras. En lo académico, Nadia Escalante se licenció en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana.

Posteriormente, fue dos veces becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, en poesía.

Marco Murillo y Manuel Iris se titularon de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana de la UADY. Murillo es candidato a M.F.A. en la Universidad de El Paso, Texas. Iris obtuvo un Máster en Español en la Universidad de Nuevo México y se doctoró en Lenguas Romances por la Universidad de Cincinnati. En cuanto a las obras de los tres, son una muestra de la calidad de los poetas de su generación, la nacida en los 80s.

Entre la vasta producción poética actual de Yucatán, publicada e inédita —esto último se evidencia por la cantidad de trabajos que reciben los premios convocados en la localidad—, urge hallar cauces para que estas obras vean luz editorial con base en criterios estéticos y no solamente políticos. En esto las instituciones culturales oficiales han quedado cortas, al publicar muy pocos libros de poesía —aunque algunos muy buenos—, en tirajes cada vez más escasos y con una muy pobre distribución. Entre la limitada producción editorial institucional y la independiente que hace milagros hasta donde puede para lograr tirajes impresos, existe un corpus disponible para los públicos lectores interesados y para el análisis académico. Las vetas de oro que planteo ante ustedes en este breve foro son sólo tres que ya brillan con luz propia en un filón que yace ávido de hacer brillar también los ojos de más lectores, y de ser ratificados —o revelados como oropel— por los críticos que asuman el reto.

Fuery, Patrick. Cultural Studies and Critical Theory. Australia: Oxford University Press, 2000.

Escalante Andrade, Nadia. Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo. Mérida: Textofilia/Ayuntamiento de Mérida, 2014.

Iris, Manuel. Los disfraces del fuego. México: Atrasalante/CONACULTA/CONECULTA Chiapas, 2015. ………….... Entrevista en línea. 2 mar. 2015. …………… "Un artista sin fronteras un poeta yucateco vive en EE.UU. y publica nuevo libro." Entrevistado por Abraham Bote Tun. Diario de Yucatán [Mérida], 17 feb.

2015, Ciudadanos. En línea. 1 mar. 2. <http://yucatan.com.mx/merida/ciudadanos /un-artista-sin-fronteras>.

Murillo, Marco Antonio. La luz que no se cumple. Nueva York: Artepoética, 2014.

* Ponencia leída por su autor el jueves, 12 de marzo de 2015, durante su participación en el Congreso Internacional de Literatura Como México no hay dos. Como Mérida, ninguna (UCMexicanistas/UADY/FILEY), Cuarta sesión: Mérida mestiza como un fresco relámpago, en el Centro de Convenciones Siglo XXI, Mérida, Yuc.

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entrevista EL ASOMBRO DE TODOS LOS DÍAS Entrevista con Antonio Deltoro Raúl Vásquez Espinosa Tanteos para una genealogía literaria…

“Existen dos tipos de poetas en mi formación: Poetas que he leído o que leí en alguna época y que luego no frecuenté, y poetas que sigo frecuentando y que no puedo dejar de leer, porque son los poetas que me acompañan. Para mí es muy fácil contestar. Porque dentro de los segundos estarían, por ejemplo, Antonio Machado, Jorge Luis Borges y Eliseo Diego — desde que lo descubrí, aunque es relativamente reciente ese descubrimiento, porque cuando digo “reciente” en una persona que ya tiene 65 años, puede ser que sea hace quince años que descubrí a Eliseo Diego—. Bueno, también, Neruda, Huidobro, Girondo; sin embargo, a Huidobro y a Girondo los leo con mucho gusto, pero más esporádicamente. Puede decirse que no son poetas que me acompañan, sino que son poetas que leo como en días festivos. Asimismo, Octavio Paz, Villaurrutia, gran parte de Los Contemporáneos, mucho de la Generación del 27. Ahora, entre poetas de otras leguas, Walt Whitman —que fue para mí fundamental—, William Carlos Williams, Baudelaire. Y en el Siglo de Oro, Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz. Bueno, fundamentalmente podría decir esos, aunque habría poetas que se me pueden estar pasando desapercibidos. Porque soy un lector de poesía muy constante. Leo todos los días poesía y tengo la costumbre de leer un poema muchísimas veces. Porque creo que un poema se tiene que leer muchas veces para que realmente funcione como poema; así como podemos leer una novela una vez y puede cumplirse como novela, nosotros tendríamos que leer muchas veces un poema para apropiarnos de

él y, si es posible, aprendérnoslo de memoria.

Finalmente, ahora estoy haciendo un gran descubrimiento, se me olvidaba decir —un descubrimiento tardío, por cierto—, de Juan Ramón Jiménez.”

Borges, Eliseo Diego o Machado… su reflejo en la propia escritura poética “Yo lo que intento es que la poesía que me guste me influya por contagio. No es una cuestión consiente. Yo no digo «…ah, pues, en este poema o en este autor voy a ver esto como yo lo utilizo en mi propio poema», sino lo contrario. Creo que el aprendizaje poético tiene que ser un aprendizaje por contagio, porque tiene que surgir desde el interior hacia el exterior. Antes de que se llene una botella no puede vaciarse. Lo que sí he aprendido, por ejemplo, de Antonio Machado, de Jorge Luis Borges, es que es válido hacer un tipo de poesía que no sea grandilocuente, que no utilice todo el vocabulario de la lengua, que no sea rebuscado, sino íntima. Sobre todo me interesa la poesía íntima.”

Sus contemporáneos…

“Los poetas de mi generación son, al mismo tiempo, poetas a los que leo y amigos míos.

Entonces es difícil distinguir una de otra cosa.

Inclusive, puede haber poetas que, aparentemente, no tengan nada que ver con mi poesía, que sean amigos míos y que al mismo tiempo me guste su poesía. Entre los que no sólo son amigos, sino que hay coincidencias poéticas, aunque soy un poco mayor que ellos, está Fabio Morábito, Eduardo Hurtado, Alicia García

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entrevista Bergua, entre otros. Y también, por ejemplo, David Huerta que es muy buen amigo mío, es un poeta que yo admiro, aunque su poesía está por otra vertiente; igual que Coral Bracho. Hay poetas como Francisco Hernández que admiro parte de la obra, no toda la obra y que no frecuento su amistad, aunque son amigos míos pero no tan cercanos. Y bueno, se me olvidan otros muchos que en este momento no podría mencionar.”

Del mismo modo, las vanguardias históricas “Yo soy un lector lúdico. Y con esto del contagio, no leo con premeditación alevosía y ventaja. Hay un poeta que admiro muchísimo que es Gonzalo Rojas y que leo frecuentemente, que incluso lo conocí y admiro y lo admiré mucho como persona, que aparentemente no tiene nada que ver con mi poesía. Sin embargo, ese tipo de poetas como Girondo, Huidobro o Vallejo, dan profundidad y amplitud. Por ejemplo, Vallejo es de una profundidad inmensa y los otros dan una especie de amplitud; es decir, no tenemos que ocupar el espacio donde vivimos, el exterior nos da aire, nos da grados de libertad. Son poetas muy importantes, que aunque no ocupemos el espacio que generan, nos dan una libertad absoluta. En ese sentido, yo creo que las vanguardias lo que hacen es ampliarnos, hacernos más libres. Por ejemplo, otro que se olvidaba, que para mí es fundamental, es Eugenio Montejo. Y dentro de los mexicanos están Lizalde, Bonifaz Nuño, López Velarde, ya que soy un lector muy extenso de poesía. Que es lo que creo que se debe de hacer. Incluso, no solo soy lector de autores, soy lector de poemas, ya que puede haber un autor que no lea mucho y que tenga un poema que me encante, al cual regrese siempre.”

Las búsquedas poéticas hacia otros horizontes… la filosofía, la ciencia…

novelas, soy un lector de filosofía en la medida de mis posibilidades. He leído, recientemente, a Heidegger, Schopenhauer y Bergson. Ya que no me interesa, solamente, lo literario, la letra, sino la vida. Que también me influye muchísimo.”

Epílogo: La poesía y su apuesta en un mundo que privilegia búsquedas de carácter industrial y militar más que estéticos…

“La poesía nos hace estar mucho más intensamente vivos. Es decir, nos hace vivir de una manera diferente. El lector de poesía es alguien que está no solo vivo de una manera diferente a los demás, sino más consciente de la vida. Lo que nos hace tan bien, es tener como una especie de refugio cuando la vida nos asedia.

Yo puedo sentirme angustiado o amenazado y tener un poema en mi memoria —o no solo un poema, no solamente un poema completo, sino unos versos— e irme a otros lados, como una especie de mantra.”

En su poema “Un árbol”, contenido en su libro El quieto, usted escribe: “Quiero plantar un árbol de silencio/ y sentarme a esperar/ a que sus frutos caigan”, ¿qué significa esa espera?

“Significa que lo menos abundante en esta época es el silencio. El auténtico silencio. El silencio revelador y vivificador que no se puede fabricar.

Es decir hay que esperarlo. Un poco citando a Machado, al complementario Juan de Mairena, decía “actividades quietistas”. Y creo que la poesía es una de esas actividades quietistas, que cuando se fuerza no viene. En ese sentido, creo que hay que tener una actitud de espera como el pescador al pez. Por mucho que uno insista en arrojar el anzuelo, una y otra vez, si no hay un pez ahí nadando por abajo, uno no va a pescar.”

“Estoy muy influido por la ciencia. Me encantan las noticias que recibo de la ciencia, el asombro de todos los días. Bueno, soy un lector de

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poesía VECINOS Antonio Deltoro En el piso de abajo el sufrimiento se extiende como el polvo, resbala por los mosaicos, araña las paredes, se escuchan gritos, lloros, los vecinos pelean.

Descanso en los puntos suspensivos del polvo que danza con la luz y oigo un concierto; / me distraigo del dolor que me rodea en el regazo de la luz que se trenza con el polvo: en el piso de abajo, entre el sufrimiento, ¿El polvo juega con la luz?

Departamentos: el suelo de uno es el reverso del techo de otro, las patas robustas de un sillón dejan caer su bovino sopor en el envés de donde cuelga una lámpara.

Contigüidades, promiscuidades, distancias… mientras yo escucho a Mozart los vecinos pelean: imagino a Mozart y a su vecino; mientras uno compone el otro se desgarra o vegeta ignorando que a sus pies nace un manantial de vigilia: ¿Es el pesado sillón que desconoce la agilidad de la lámpara? ¿Quién sabe del vecino de Mozart? ¿Qué sabe Mozart de su vecino?

(A la intemperie somos lo que el prójimo quiere, a salvo de sus miradas, creaciones de las paredes.)

Departamentos: el tiempo que los acoge se llama mientras y en ese mientras cuántos tiempos diversos conviven.

Yo trato de escapar del tiempo de mis vecino concentrándome en la maravilla menuda del polvo y en la danza de notas.

Departamentos: como las aceras de una calle, paralelas y opuestas, uno en la luz, otro en la sombra.

Una noche sufrí interminablemente Mientras en el piso de abajo todo dormía.

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poesía LA BESTIA (The american way of death) Daniel Rodríguez Moya Somewhere over the rainbow Way up high, There's a land that I heard of Once in a lullaby.

E.Y. Harburg Pero el horrible tren ha ido parando en tantas estaciones diferentes, que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban, ni los sitios, ni las épocas Dámaso Alonso

Tan filoso es el viento que provoca la marcha de la herrumbre sobre largos raíles, travesaños del óxido...

Y qué difícil es ignorar el cansancio, mantener la vigilia desde Ciudad Hidalgo hasta Nuevo Laredo, sobre el ‘Chiapas-Mayab’ que el sol inflama.

Nadie duerme en el tren, sobre el tren.

Agarrados al tren todos buscan llegar a una frontera, a un sueño dibujado como un mapa con líneas de colores: una larga y azul que brilla como un río que ahoga como un pozo.

Atrás quedan los niños y su interrogación, las manos destrozadas de las maquiladoras que en un gesto invisible

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poesía dicen adiós,

espérenme, es posible que un día me encarame a un vagón.

Queda atrás Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, un corazón de tierra que late acelerado.

Las gentes congregadas muy cerca de la vía con un trago en la mano, el olor a fritanga y a tortilla como si fueran fiestas patronales, esperando el momento para subir primero, y no quedarse en el andén del polvo, montar sobre ‘La Bestia’, en el ‘Tren de la Muerte’ o esperar escondidos adelante, en los cañaverales, con un rumor inquieto.

Y esquivar a la migra.

Después habrá silencio durante todo el día, un silencio asfixiante, como un arco tensado que no escogió diana y una tristeza de funeral sin cuerpo y paz de cementerio.

Es mejor no pensar en las mutilaciones, en la muerte segura que hay detrás de un descuido o en los rostros tatuados.

Amenazan igual que los jaguares, aprovechan la noche y sus fantasmas y ya todo es dolor y más tragedia.

Es tan lenta la noche mexicana...

Bajo la luna inquieta una herida de hierro y de listones traza un perfil oscuro, un reguero de sangre que seguir.

El olor de la lluvia sobre la tierra seca se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.

Es agua que no limpia, que no calma la sed, que sucia se derrama entre las grietas de la vieja máquina, una oscura metáfora del animal dormido.

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poesía Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo. ¡Lugar por explorar!”

El coyote ya espera para cruzar el río, atravesar desiertos, y burlar el control, la border patrol, los perros, helicópteros, ¿aquello tan brillante es San Antonio?, el sol de la injusticia que percute las sienes.

Sopla el viento filoso en la frontera y otro tren deja atrás el río Suchiate, los niños, las maquilas, la arena de un reloj que se hace barro.

Transitan los vagones por los campos donde explotan las más extrañas flores.

Pasan noches y días como sogas del tiempo en marcha circular.

Cada milla ganada a los raíles aleja en la llanura otra estación del sur.

Marcha lenta la máquina con racimos de hombres a sus lados.

El humo del gasóleo difumina un perfil que se pierde a lo lejos.

Ha pasado ‘La Bestia’ camino a la frontera.

Avanza hacia el norte el viejo traqueteo de un tren de mercancías.

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poesía PASOS DE LA INFANCIA Elizabeth Delgado Nazario I El mar que dibujé en mi infancia fue negro para no temerle a la oscuridad.

Tracé en él los rumbos perdidos, los viajes innecesarios.

Fue un mar poco profundo, justo para ahogar las penas de mi madre, y no dejar estancados los rencores.

Mi familia fueron los peces que bebieron sus propios sueños.

Pero un día este mar se volvió violento y decidí secarlo.

II Tengo los mismos huesos que en la infancia la misma piel poblada de golpes y palabras los ojos desgastados por no alcanzar el horizonte el mismo frío desguarnecido de caricias y a pesar de mi tamaño sigo calzando los mismos zapatos que aún no han encontrado su camino.

III Intenté escapar de casa cuando tenía cuatro años no recuerdo si pensaba huir en barco, tren o avión, sólo me bastaban las piernas, estas mismas que me han aguantado el paso hasta hoy.

Desde ese día vengo escapando de techos, paredes y escaleras.

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narrativa GORDAS AL AMANECER Dante Castro Un sábado más y Aidé salía puntual, siempre a las seis de la tarde, cortando alguna conversación que se quedaba suspendida en el aire, regando su perfume de diario por el pasillo y la sala, antes de abrir la puerta de la cochera, poner en marcha el motor del auto y partir al gimnasio. Llegaba minutos antes de la sesión de danza moderna, luego hacía cardiocombat y después se ejercitaba en las máquinas.

Una máquina más atada a otras, comentaba George. Poleas y cables, pesos ligeros siempre, tabla de abdominales. Qué locura por los ejercicios, decía George. Por eso Aidé tenía esa figura delicada, atractiva, armoniosa.

Aidé partía a las seis, y a las seis y un minuto George la echaba de menos, ponía cualquier programa en la tele o se sumergía en los juegos adictivos de la computadora. “Ya nos vemos, mi amor”… “Cúidate, mi vida”…

Besito en la frente o en la mejilla. George acariciaba la cintura estrecha y firme de su mujer, como prometiéndole algo para más tarde. Podía llamarlo a las nueve, decirle que se tardaría más, que las amigas del gimnasio la invitaban a tomar un jugo. Y él sabía qué falta hacía un jugo de papaya, de piña o de naranja después del gimnasio, porque estuvo acostumbrado a acompañarla y compartir esos momentos, hasta que dejó de ir. El médico lamentó comunicarle la noticia de la hernia discal, tenía que operarse, recomendó luego tratamiento y descanso. A sus cuarenta años, no era para lamentarse tanto. Podía hacer ejercicios sin pesas, sin máquinas, a mano libre. Había llevado una vida ordenada, sin vicios y con un excelente rendimiento académico que lo condujo a ocupar puestos altos en la administración de la empresa.

George era un hombre realizado, aunque no tanto como la mujer de éxito que dormía todas las noches a su lado. Aidé

viajaba, dictaba conferencias, perfil internacional, políglota, magister en publicidad y marketing. Ninguno de los dos reclamó explicaciones al cielo cuando otro médico les informó que Aidé era estéril, que no tendrían hijos: estaban atentos a cosas más interesantes. Quedar siempre bien en todas las recepciones diplomáticas, en las cenas o en los cocteles, ambos perfectos como Barbie y Ken, insustituibles en las listas de invitados.

Simpatía a raudales, ella y él componían la imagen de ensueño que la gente quería ver.

Revisó por última vez los documentos de la próxima junta directiva, hizo correcciones de fondo y de forma, puso un check en la parte superior de cada hoja que lo merecía y cerró el folder. Pensó en un buen programa de TV, algo con qué matar el rato mientras esperaba a Aidé para ir juntos a la cama. Una mujer elástica, atlética, bella en cada perfección de su rostro y cuerpo, haría el amor con él o simplemente dormiría abrazada a su pecho. Dentro de dos noches, el lunes siguiente, despertarse temprano, bañarse, desayunar, despedirse cariñosamente sabiendo que nada alteraría la rutina de los días laborables. Ya vendría el siguiente fin de semana, inventarían algo, un corto viaje a provincias cercanas o almorzar con familias amigas. Mientras jugaba con el control de la TV revisando programas y películas, recordó que no había botado la basura. Qué desastre.

Era un esfuerzo mínimo de ir, cerrar la bolsa de desperdicios de la cocina, hacer lo mismo con la del baño y salir a la calle a depositarlas delante de su puerta. El basurero pasaría puntualmente a las siete y a George le incomodaría mucho interrumpir una buena película para correr en pantuflas detrás del camión.

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narrativa Rumió maldiciones en inglés, las sentía menos vulgares así. La bolsa de la cocina era un registro desordenado de las cosas consumidas a lo largo del día. Cáscaras y hollejos de las naranjas con que prepararon el jugo matutino, el último sobre vacío de café, migajas de pan integral. Menos mal que ambos almorzaban fuera. Detestó lo que veía en la bolsa del baño: papeles higiénicos usados, máquinas de afeitar desechables, algodones; los tampones de menstruación de Aidé le hicieron recordar que no habían hecho el amor al menos en cuatro o cinco días.

Cerró la última bolsa pensando que hasta los seres más perfectos tienen sus cochinadas.

Aidé estaría comenzando su clase de danza moderna, más de una docena de damas bellas, elegantes hasta para hacer ejercicios, la secundaban al frente de un instructor afeminado. George pondría las bolsas en la calle, en el mismo lugar de siempre, odiando a los recicladores que venían con la misma puntualidad del basurero para registrar todas las bolsas de la cuadra y del barrio en busca de materiales negociables, dignos de un inmenso mercado de desperdicios que hacía circular millones de dólares. Los recicladores eran el aspecto patético del negocio, pensaba George: expresidiarios, delincuentes retirados, alcohólicos, drogadictos.

Gente fea, perdedores, miradas rencorosas y desafiantes.

George deseó no verlos aquella noche. Botaría las bolsas y regresaría a instalarse cómodamente en su sillón favorito, con un vaso de yogur en una mano y en la otra el control de la TV. Antes recibió la llamada de Aidé, se quedaría un rato más cotorreando en la cafetería del gimnasio, con Techi y Patty. Sí, amor, un juguito, quieren hablar del baby shower de Irene. Imposible pensar mal, conociéndola a ella, tan dama, tan lady, conservadora en extremo. Sería como sospechar de los querubes. Había que agregarle media hora o menos para su llegada a la casa.

Encontró llena la papelera de su estudio. La vació en una bolsa plástica y mientras la anudaba pensó en lo conservadora

que era Aidé. En quince años de matrimonio no hacía más de dos posiciones elementales en la cama con ella, nada creativo le dirían sus amigos; la culpa la tienes tú, le dirían los más atrevidos. Compadre, con esa hembra no debes aburrirte. Y opinaban mal, calculó George, porque los ángeles son demasiado perfectos como para gozar de las depravaciones que se le venían a la mente. Es que en todo lo demás era perfecta, la imagen de la compañera ideal de un triunfador, otra triunfadora en lo que se propusiera, sin concesiones al sentimentalismo edulcorado de los enamorados corrientes.

Ya eran tres bolsas que le quitaban el tiempo de descanso frente al televisor. Los médicos le dijeron que no cargara pesos, pero esas bolsas no eran para preocuparlo. Festejó la ocurrencia: la marcha de la basura ligera.

Abrió la puerta y vio en la acera contraria el triciclo de un reciclador. Insoportable imagen que distorsionaba con el buen gusto del barrio, con sus jardines y casas de fachadas decorosas. Comprobó que se trataba de una recicladora, muchacha joven…

La había visto antes. Fue el sábado tras anterior, salió a depositar las bolsas rápidamente, el camión se iba, estaba en shorts, abandonó la cama en donde veía películas con Aidé después de hacer el amor.

Parecía adivinarlo la extraña recicladora, lo miró descaradamente, como pocas veces lo habían mirado. Se sintió objeto de lujuria, deseado, devorado. Una fría corriente de inseguridad personal lo hizo retornar presuroso a la casa, cerrar la puerta, huir hacia los interiores, alcanzar la cama y refundirse en un abrazo con Aidé, a quien no le contó el asunto.

Claro, ¿qué le iba a contar? Que cuando la extraña lo miró así se sintió cohibido, una mandarina a punto de ser pelada, un bocadito apetitoso para que se lo engulla esa adolescente de curvas gruesas, apretadas bajo ropas elásticas, viejas y sucias, que contorneaban bien su figura, pero él huyó como un conejo perseguido, buscó refugio.

Sus amigas feas del trabajo, con quienes

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narrativa almorzaba, le habrían dicho: “así hacen sentir ustedes a las chicas”. Verdad, ¿no?...

La recicladora desataba bolsas de desperdicios sin dejar de mirarlo. Tenía la cabeza volteada hacia él y las manos atareadas en dirección contraria, sobre el triciclo. La cabeza, volteada para mirarlo mejor, cubierta con una gorra de mucho tiempo de uso y tal vez que había pasado por muchos dueños. Él, con sus dos bolsas, petrificado por una rara sensación que lo inmovilizaba. Ella, cambiando de posición, se puso del otro lado y continuó trabajando sin dejar de observarlo.

Pero hizo algo más con intención de que George lo notara: se sacó la gorra y soltó su abundante cabellera sacudiéndola y dejándola caer sobre los hombros.

-¿Tienes botellas?

-¿Qué? –entendió la pregunta pero no podía aceptar que alguien lo tuteara así de pronto.

-Botellas, pues… de las que se reciclan… botellas desechables… ¿Tienes o no?

El atrevimiento de la fulana lo descuadró, pero recordó las botellas plásticas de tres litros que se habían acumulado durante semanas, las de agua purísima que Aidé consumía y las suyas de Pepsi Cola u otras marcas. Eran muchas. No podía ir a traérselas para que se beneficie de sus esfuerzos, y a esas horas…

-Si tienes bastantes, abre la cochera, entro con mi triciclo y yo misma las cargo…

Sabía dominar la voluntad ajena, imponerse, dirigir a los demás. Estaría acostumbrada a eso, así se lo habría enseñado una infancia difícil, luchando por su vida, trotando las calles noctámbulas hasta el amanecer. ¿Qué más sabría?, se preguntó George mientras la obedecía sin explicárselo.

-Cierra la puerta, no me vayan a robar el triciclo.

Sacó los envases y fue alineándolos uno detrás de otro en fila. La fulana rió de su impericia. Para demostrarle cómo se hacía, les desenroscó las tapas y los pisó aplanándolos, produciendo un ruido horrible y malsano al

oído. Conforme los aplastaba, iba lanzándolos al interior del triciclo. Cuando ella se agachaba, parecía que lo hacía con intención de mostrarle sus nalgas. Las anchas caderas, George, imposible dejar de notarlas a través de la licra pegada a la piel. Tremendas nalgas, George, tal vez como su gorra, pasaron por varios dueños…

-Debes tener más… Saca, pues… señaló la cocina iluminada. George sabía que quedaban dos o tres pomos recién consumidos, que no había tenido tiempo de llevarlos a la cochera y mucho menos de ponerlos en una bolsa para botarlos.

Mientras lo hacía, ella había invadido su cocina y sin pedir permiso ya estaba abriendo el refrigerador. Sacó la botella del yogur, tomó un vaso del lavadero y se sentó ante la mesa de desayuno. George la vio así desmelenada, sentada con las piernas abiertas, moviéndolas a los lados y sorbiendo su yogur.

Le provocaba decirle qué haces aquí, quién te autorizó a… pero no le brotaban las palabras.

Sus ojos pecadores lo recorrieron de pies a cabeza una y otra vez, desfachatada, descarada, sin vergüenza alguna. George, con sus tres botellas vacías, esperaba algo, atontado, alelado, confundido.

-¿Cómo te llamas?

-Vaya, al fin me lo preguntas…

-Anda, ven aquí y dime tu nombre…

George de cuarenta años, la desconocida de dieciséis quizá, imposible que le diera órdenes, que lo tutease y que lo manejase a su antojo, absurdo que se empoderara de su cocina, dominando el escenario, mientras Aidé, la legítima dueña de casa, debía estar ejercitando su maravilloso cuerpo a dos kilómetros de distancia.

-Ven aquí, viejo guapo… Acércate más…

-Me llamo George…

-¡Jajaja!... ¡Yorsh!... Acércate más Yorsh. Estoy sentada, no te voy a hacer daño…

Una de sus manos recorrió su bragueta, manoseó sus genitales, con la misma confianzuda manera de tomar lo ajeno que

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narrativa exhibió desde el principio. Sonrió maliciosa, satisfecha y ansiosa al comprobar la erección.

-Sácala.

-¿Qué dices?

-Sácatela, cojudo… ahora…

Y todo sucedió en menos de media hora. La gozó sobre el sofá de la sala. Le impresionó la facilidad con que ella se despojó de sus ropas y que su propio erotismo le hiciera obviar los detalles antiheróticos de su figura, el sudor y los hedores que en otra ocasión habría rechazado. La chica se movía como experta y pasando de una pose a otra, se apoderó completamente de él. Algo atávico y salvaje lo seducía. Obedeciendo a una regresión a la barbarie, la puso en postura de animal cuadrúpedo. Apenas ella sintió que él estaba a punto de eyacular, lo apartó oportunamente.

-No, tío sapo, a mí no me embarazas…

-Parece que sabes… ¿eh?

-El que no sabe eres tú… ¿Por qué no usaste un condón?…

Le iba a explicar que no compraba condones, que le pertenecía a una sola mujer, que no tenía experiencia en y por lo tanto precauciones para, pero enmudeció nuevamente. Ella empezó a caminar desnuda por toda la casa, su presencia demoníaca recorría habitaciones y pasillos como un vendaval.

-Tienes que irte.

George iba detrás de la muchacha.

Poco a poco notaba las imperfecciones que el erotismo le hizo soslayar, la suciedad de sus pantorrillas y talones, el olor a sudor de sobacos que iba contaminando el ambiente hogareño, algunos puntitos blancos entre la mata de cabellos sueltos. Ahora sí podía imaginarla entre montones de basura, en los rellenos sanitarios, separando restos de comida para los chanchos y envases reciclables, peleándose con perros vagabundos y chiquillos marginales, defendiéndose de una violación o haciendo el amor de pie con quien le gustase.

-¿Estás apurado porque me vaya, Yorsh?... ¡Jajaja!... Hace un ratito no querías eso…

Entró a la habitación matrimonial, abrió el ropero, se puso por encima los vestidos de Aidé, probándoselos, modelando ante el espejo. George asistía al espectáculo horrorizado.

-Anda saliendo, por favor…

-Ya sé… tu esposa viene dentro de… dentro de… La veo siempre llegando en su carro… Linda mujer te cachas todos los días, huevón… ¿Qué diría si le cuento? ¿Ah? – sonrió pícara mientras se echaba los perfumes finos de Aidé.

George fue hasta su mesa de noche.

Abrió la gaveta con decisión, por fin sintió que brotaba dentro suyo una actitud varonil y rotunda, por fin era un hombre inquebrantable en su única resolución. No iba a arriesgar el matrimonio por culpa de esa golfa. Así que extrajo algo furioso y extendió el brazo apuntándola con un billete de cien soles.

-Lárgate.- dijo.

-¿Nada más, Yorsh?... Vamos, pendejo… suelta otro igual…

Y tuvo que hacerlo.

Con una rapidez pavorosa, desesperada, desaparecieron las botellas, el triciclo y su dueña, como si algún encantador con artes de magia negra hubiera ordenado que se evaporen. El mago era George, así se asumió victorioso por la solución y avergonzado por la hazaña inconfesable. Y Aidé llegó, como siempre, pretextando que un juguito con mis amigas, mi amor, si quieres mañana acompáñame o me recoges, ¿qué pasó que te has duchado por segunda vez, querido, si ya lo habías hecho?, ¿y ese olor tan extraño?, ¿estás seguro de que botaste toda la basura? El mago George podía dormir nuevamente con su esposa linda, habiéndose refregado el cuerpo con la esponja una y otra vez, habiendo gastado la pastilla de jabón hasta reducirla a una esquirla insignificante, echándose la colonia after shave en las manos, en el cuello, en las entrepiernas. Cojudo, se diría, si eso es para después de afeitar.

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narrativa Huevón, se respondería, si no tengo otra. ¿Cómo le iba a contar a sus amigos que tuvo una experiencia sexual con un ser del inframundo? El varón más elemental le espetaría: tienes una esposa de lujo, que a todos les gustaría tener, ¿y te vas a fijar en ESO?… **** Amanecer de domingo. Detrás de las persianas sus ojos roedores escrutaban la calle.

Seguían tocando el timbre, pero por el ángulo vertical de su mirada, no podía ver quién o quiénes tocaban. De pronto, una figura se apartó del portal y apareció ante sus ojos, una mujer gorda y sucia, brazos rubicundos, rolliza cintura, enorme vientre de la misma proporción que su trasero; mujer vulgar a la vista, chillona, lisurienta, agresiva… Otra igual se apartó hacia la vereda… Luego otra más, con leves diferencias, parecían tres hermanas mirando hacia arriba… Lo estaban viendo a él sin mirarlo, pues sólo podían adivinar unos ojillos entre persianas separadas de alguien que no identificaban. Sin embargo, una de ellas le gritó con certeza desde la calle: -¡Baja, maricón de mierda! –le apuntaba con el dedo índice de una mano gordita, la grasa del voluminoso brazo le temblaba. Toda ella estremeciéndose, posesa de ira incontenible. Las otras dos, con los celulíticos brazotes cruzados, seguían levantando las caras rechonchas hacia su ventana.

-¿Quién toca tanto el timbre, mi amor?

-No sé, Aidé. Parece que son recicladores que quieren cachivaches…

-¿A esta hora?... Vamos, dale, métete a la camita… aquí conmigo… no les hagas caso.

-¡Baja, morboso!... ¡Seductor de menores!

-¡Aish!... qué gritos más feos allá afuera.

-Se pelean así entre recicladores, mi amor…

-Llama al serenazgo, George y… métete a la camita, ¿sí?

Le bastaba llamar por teléfono al número del servicio de serenazgo y aparecería una camioneta patrullera con tres o cuatro agentes, lucecitas intermitentes de color celeste, comunicación por radio. Positivo, alteración del orden público. Los habitantes de las casas vecinas, encendían luces, abrían ventanas, comentaban. Pero eso no era lo que más lo inquietaba, sino la posible denuncia, a boca de jarro, ante los agentes del serenazgo: “seductor de menores”.

-Es que hay cosas que tengo que botar. Ya molestan y la acumulación trae mala suerte y pobreza, dicen…

-¿Te ayudo, mi amor? –Aidé levantó la cabeza, despeinada, desmelenada, con ojos soñolientos, soñadores, hasta sin maquillaje se le veía bien.

-¡No, por favor!... Sigue durmiendo… acuéstate…

-¿Vas a salir o te traigo a la policía?... ¡Baja para que arreglemos esto, cobarde!

El corazón late y late y late, cada vez con mayor sonoridad, con mayor velocidad dentro de su pecho. El tórax es una prisión inclemente para un corazón galopante. Le falta el aire.

Las sienes revientan bajo dolorosa sujeción, como si un tornillo de mesa le oprimiera el cráneo aumentando la presión desde ambos lados. Jadeando, muy agitado, trataba de encontrar con dedos dubitativos el botón interruptor de la luz.

Sacudió brazos, cabeza y cuerpo, manoteó como si quisiera librarse de una multitud de demonios que pretendían llevarlo a la fosa común de un patético cementerio para indigentes. En algún rincón perdido del laberinto de la muerte encontró suficientes energías y profirió un grito.

Esta vez sí era Aidé quien le tocaba el pecho. Con amor, se lo sobaba en movimientos ovalados y perfectos.

-¿Una pesadilla, mi amor?... Y estás sudando… Duerme mi vida, el trabajo te viene estresando… Vamos, vuelve a conciliar el sueño que no pasa nada…

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narrativa Sara antes del fuego Geney Beltrán Félix A ratos se buscaba el reloj en la muñeca. Las tres y 42. Estaba en el sofá; de su izquierda llegaba la luz de la lámpara. Y el resto, a oscuras. De vez en cuando escuchaba ruidos de motores, ninguno se detenía frente a la casa. Sara se mantenía erecta, sin apelar al respaldo del sofá: más allá del cansancio y el sueño, la espera de Beto lograba sostenerla lejos de la cama. Sus dos hijos menores tenían ya varias horas durmiendo en su recámara. Las cuatro y media.

Buscaba no pensar. Beto llegaría pronto. Sara se hundía en un torpor acuoso, una forma de inconsciencia. Las cuatro y 51.

Poco después escuchaba el motor de un auto deteniéndose. Caminó hacia la puerta. Luego de pasar a un lado de la camioneta y el auto, en la cochera, le llegaron gritos alegres de la calle. Abrió.

—Piiiinches güeyes, les dije que sí...

Era la voz de Beto, trabada y aguardentosa; lo venían sosteniendo dos amigos. Cuando ellos la vieron: —Buenas noches, señora —murmuraron.

Traía Beto la mirada vidriosa, diluida.

—¡Mamá! ¡Óyeme, vete a dormir!

—gritó. Ante el silencio de Sara, dijo luego: — ¿Qué hooooras son éstas de andar de pie, señoooora y jeeeefa?

Beto, una carcajada. Los amigos seguían sosteniéndolo. Al acercarse a la puerta, uno de ellos, Dante, dijo a la mujer: —Se le pasó la mano con las cheves...

Sara no respondió.

—¡Es que ganamos! —gritó Beto—.

Sólo por dos goles, bah…

—Muchachos, ya saben el camino —dijo Sara. Los dejó pasar, cerró la puerta y los condujo al cuarto de su hijo, en la planta alta. Beto seguía gritando, se tropezó dos

veces en las escaleras—. ¡Ya cállate! —soltó la madre. Los amigos lo dejaron caer en la cama.

La mujer le puso una cobija, le quitó un mechón que le caía sobre los ojos—. Los acompaño, jóvenes.

Bajaron, ella abrió la puerta; cuando salía, Dante repuso: —No se preocupe, señora, ya se le pasará...

—Mañana —dijo ella, fría.

—Sí, pero, digo, es una racha esto de tomar tanto...

—Buenas noches —lo interrumpió mientras cerraba la puerta.

Ya de vuelta en la recámara de Beto, le quitó los zapatos y volvió a cubrirlo. Se dirigió a su cuarto, se sentó en el borde de la cama y le hubo de llegar entonces la arisca voz de Alberto: —¿Ya llegó el cabrón ese?

—¿Beto? Sí... —murmuró.

El grueso cuerpo del hombre se dio media vuelta y se dedicó pronto a roncar.

Sara permaneció sentada un rato aún. A pesar del cansancio, no deseaba acostarse: era como si la cama fuese una llanura inhóspita con agudos hilos metálicos esperando la dócil espalda, y ante su rostro bufara un viento astillado por el frío. Tenía frecuentemente sueños inquietos y persecutorios, de aire que falta, pies desnudos en el agua y cuerpos pesados y gelatinosos sofocando el suyo.

—¿A qué horas llegaste?

Alberto estaba sentado a la mesa cuando el hijo, despeinado y somnoliento, bajó las escaleras y se dirigió al refri.

—No sé... Las dos y media, creo...

Alberto dirigió una mirada a su esposa, que revolvía los huevos con jamón.

—¿Eran las dos, vieja?

—No sé, no me fijé...

—¿Cómo que no te fijaste?

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narrativa —Como las tres...

—Pazguatita —carraspeó.

El hombre suspiró. Beto, indiferente, había sacado del refri una lata de cerveza.

—¿La vas a seguir hoy?

Sara sintió como si vidrios finísimos se deslizaran en sus oídos.

—¡Ay, pá! Sólo un traguito...

Alberto se levantó.

—Sara, deja esos pinches güevos...

—¿Mande?

—Tráguenselos tú y los plebes. Este cabrón y yo vamos a salir un rato.

Beto se sorprendió. Ya le había dado un trago a la cerveza.

—¿Aónde vamos, pá?

—Por un coctel de camarones, puto.

Sara vio a su esposo e hijo cruzar la sala y subirse a la camioneta.

Poco después había cesado el ruido del motor.

A la una, Sara y los dos niños regresaron de la iglesia. Al abrir la cochera, ella advirtió que el espacio de la camioneta estaba aún vacío. Antes de apagar el motor del Tsuru vio a Guido y Emilio que descendían del auto empujándose.

—¡Esténse quietos, plebes! —gritó una vez más, mientras los chamacos entraban en la sala corriendo y encendían la televisión.

Guido era el de en medio, de trece años; Emilio, de once. El mayor era Beto (diecisiete).

Al entrar a la sala, vio la mujer escenas de un partido de futbol americano en la pantalla. Subió las escaleras. Apenas llegó a la recámara, sonó el teléfono.

—¿Bueno?

—...

—¿Bueno? ¿Quién habla?

—...

Sara se mantuvo en silencio hasta que colgaron del otro lado.

—¡Puta de mierda! —aulló, pero fue como si la recámara, herida, le regresase el grito, exhibiéndola. Sofocada empezó a llorar.

Guido subió las escaleras y cuando pasó frente a la recámara de sus padres, escuchó y

vio a su madre, hipaba. Silbando, siguió su camino hacia el cuarto del fondo.

Le empezó a salir un poco de sangre del dedo cordial de la mano izquierda. «¡Qué imbécil!», musitó, enojada. Dejó las mitades de limón sobre la tabla y puso el dedo bajo el chorro de la llave. Vio cómo el agua fluía primero traslúcida y, luego de pasar por su piel, tenuemente enrojecida. Se acercó a la estufa: quitó la tapa al sartén, ya estaba la carne con papas, le apagó al piloto.

Guido seguía en su cuarto y Emilio en la sala, viendo la tele. Apenas tuvo lista la limonada, Sara vio el reloj en su muñeca: las cinco y cuarto. Ella, en ese instante, más que cansada, vacía. Las tardes de domingo no tenían telenovelas.

En eso, se oyeron los timbridos del teléfono. Descolgó ahí mismo en la cocina.

—¡Oye, vieja! ¿No me ha hablado nadie?

—Alberto, vénganse a comer. Ya está listo...

—¡Que si no me ha hablado nadie!

—N- no...

—Bueno, adiós.

La mujer se dirigió a la sala.

—Milio, dile a tu hermano que baje a comer.

—Ajá.

—Milio.

—¡Ya voy!

El chico se levantó del sofá y se acercó a las escaleras.

—¡Patas! ¡A tragar, güey!

El chamaco regresó al sofá. Su madre, de pie en la entrada de la cocina, veía, aunque distante, la pantalla del televisor.

Se sentó al comedor. Eran las cinco y 23.

Alberto y Beto, ebrios, llegaron a las once y media. Sara cabeceaba en el sofá, Guido y Emilio dormían ya en su cuarto. Ella tuvo que meter la camioneta en la cochera. Su esposo la había dejado encendida frente al portón. El hijo venía feliz, gritoneando.

Estuvieron los dos sentados en la sala mientras distinguían, divertidos, a la mujer que maniobraba. Cuando ella hubo cerrado la

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narrativa cochera, los tres caminaron hacia la planta alta; atrás iba Sara apagando las luces. El joven se cayó dos veces al subir, pero cuando logró llegar a su cuarto, el primero en el pasillo a la izquierda, cayó como una tabla en el colchón.

Antes de apagar la luz, Sara vio cómo Alberto lucía la mirada rojiza. Salieron al pasillo. El hombre balbucía palabras obscenas.

Cuando llegaron a la recámara, la segunda puerta a la izquierda, Sara lo ayudó a sentarse sobre la cama y, de hinojos, le quitó los zapatos. Empezaba ya a sacarle el cinturón cuando sintió en la mejilla derecha un puñetazo.

—¡Pendeja! —chilló Alberto, la mano ahora en alto.

Con Sara en el suelo y gimoteando, el hombre se puso de pie y le dio una patada.

Apenas se hubo quitado el cinturón, le lanzó un rayazo a su esposa. Ella se había levantado para entonces y pronto corría hacia la puerta del cuarto y el pasillo; él gritó «¡Pendeja!», y cuando Sara iba ya en las escaleras, Alberto se tropezó y dio con su costaludo cuerpo en el piso. Ahí encontró el sueño.

Sara se recostó en el sofá, en la planta baja. Todo estaba a oscuras. Sentía a su alrededor aullidos de timbres agudísimos que la jalaban a la sordera. No pensar. Sollozó un rato. ¡Eres una bruta! Con los dedos de la derecha se sobó ligeramente el dedo cordial de la mano izquierda; se lo llevó a la boca, le olía a limón y sangre. Una lágrima se le escabulló. Gimoteó y luego nada. No. Fue al principio un tímido murmullo ante el ruido interior de su rabia.

No, insistió. No habría de.

Hirviente se irguió su cuerpo —eran las once y 51 de la noche— y caminó, respirando con fuerza, a la salida. Sus ojos miraron la noche desde la cochera: no pasaba gente, el aire estaba detenido y se veían las luces tibias de los faroles: sólo ruidos lejanos de autos y en todas partes, más allá del muro real del aire, entreveía ojos rojizos, fúricos, obesos rostros llamándola.

Caminó dos pasos hacia la banqueta.

Este relato pertenece al libro Habla de lo que sabes (2009).

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Dibujo: Carito Gómez

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poesía 1972 Gabriel Chávez Casazola Fue el año en que Nixon visitó la China que Marco Antonio Campos refutó a Neruda –Las páginas no sirven. La poesía no cambia sino la forma de una página– que estrenaron Solaris (lo dije en otro poema) pero también Aguirre Cabaret Garganta profunda El hombre de La Mancha Gritos y susurros El útimo tango –ah María Schneider en la tina y Brando ubicuo, bilocal, al mismo tiempo en el ático parisino y en Villa Corleone, otro y el mismo– mientras Zefirelli hacía volar a Chiara y Francesco en una nube de flores, Snoopy se iba de casa junto a Woodstock y Chaplin volvía a Hollywood (ya Osvaldo Soriano lo contó en una novela suya).

Murieron Chevalier, Alejandra y Kawabata, el primero bailando los otros dos al filo del espejo y se despidió de este mundo una princesa Carolina Matilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, bautizada como Princesa Viktoria-Irene Adelheid Auguste Alberta Feodora Karoline Mathilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg de la que solo queda el nombre en Wikipedia.

También dijo arrivederci el profeta de la usura, que solía contemplarse en los ríos en noches de plenilunio y enderezar aun las torres con sus cantos.

Una estela explosiva dejó el cohete fallido que propulsaba a la sonda Cosmos hacia Venus y otra Harry S. Truman, con su cortejo de átomos y carne chamuscada.

Bobby Fischer, el díscolo, el irreductible, venció a Boris Spassky llevándose el título a casa junto a unas cervezas, en tanto el odio ensangrentaba los juegos olímpicos de Munich el penal de Trelew un domingo en Irlanda del Norte el campus de la universidad de El Salvador en cuanto un terremoto destruía Managua y en Roma un tal Laszlo Toth atacaba la Pietà de Miguel Ángel con un martillo, gritando que él era Jesucristo.

Era 1972 y en un país perdido entre montañas, en una clínica metodista, por puro azar, nacía yo, que debí haber nacido en otra ciudad y otro hospital;

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poesía y poco antes o después nacían otros niños y niñas con los ojos también maravillados, de este y del otro lado del Ecuador, dedicados ahora, como yo, a este inútil, maravillosamente inútil oficio de escritura.

Sí, de seguro fueron los efectos del cohete de la Cosmos el poderoso cóctel de todas esas películas algo de los últimos alientos de Pound y la Pizarnik, y sobre todo la estela del poema de Marco Antonio Campos: Las páginas no sirven. / La poesía no cambia / sino la forma de una página, la emoción, / una meditación ya tan gastada. / Pero, en concreto, señores, nada cambia. / La poesía no hace nada. / Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.

Eppur si muove, cuarenta años después ya solo quedan en pie los poemas de Alejandra, los cantos de Ezra, algo de las novelas de Kawabata, mucho de los versos de Neruda y casi todas esas cintas indescriptibles mientras el resto: Nixon Mao Neftalí Reyes Tarkovski Klaus Kinski Bob Fosse la deliciosa Linda Lovelace el insoportable Ingmar Bergman la más deliciosa María Schneider el más insoportable Marlon Brando el ya no se diga Charles Chaplin Osvaldo el Negro Soriano Charles M. Shulz Maurice Chevalier Carolina Matilde de Schleswig- HolsteinSonderburg-Glücksburg el propio Ezra el programa espacial soviético la URSS Truman Bobby Fischer y todos sus rivales las víctimas y los asesinos el loco del martillo son ya carne de gusanos y de la desmemoria como lo seremos los poetas del 72 y Zefirelli y Marco Antonio Campos algún día pero no su refutación a Neruda que se refuta a sí misma perdurando inútil y maravillosa como la poesía, como la Loren como La Pietá triste, solitaria y final.

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poesía INTERIOR DE CIUDAD Wladimir Zambrano Voy a cortarme la mano derecha, enterrarla en el jardín y esperar a que crezca un hombre…

De mi cabeza al cuerpo la inmersión de un continente, de mi cabeza al sueño una cacería de nombres…

Todos mis maestros se han marchado…

El conductor en carruajes de vino y la obcecada anciana vestida de infante, el dragón que vivía en su aldea como príncipe y hombre, el rito de animales que en el hambre se guardará cuando el círculo en palabras erigiera otra ciudad, otro nombre, otra cifra…

Y otro barco de la piel gastándose en las formas del deseo…

Y otro barco de la piel insomne en un pasado que fabrica…

Todos mis maestros se han marchado…

Voy a cortarme la mano derecha, enterrarla en el jardín y esperar a que crezca un hombre.

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poesía EL CAYADO DEL CIEGO Hellman Pardo En el cayado del ciego se desliza una mácula menos comprendida la duda.

Cuando el cayado atiza la maleza que crece entre las grietas de los muelles el ciego presume un bosque y se aparta de inmediato.

Al tropezar con la falda de una mujer raíz del otoño el hombre sin pabilo cree rozar las mortajas de algún clérigo siniestro y huye temiendo la penitencia del fabulador de ángeles en desgracia.

Pero el ciego que es el sabio de todos los videntes se burla del cayado y de la duda enlazando a un perro lazarillo.

Ahora en el filo de la ausencia rememora el cayado cabizbajo sordo las hazañas de otros tiempos.

La duda sigue siendo funámbula del vacío. .

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poesía De VIAJE AL PUNTO DE LA FUGA José Antonio Íñiguez I. Profecía El día que vuelva la tormenta nada de lo que veo ahora pensará en la misma postura de siempre.

Esto que somos y fuimos no será sino un altar de sangre en honor al futuro.

VIII. Relectura En mi libreta un día escribí que regresaba a este puerto sólo para reconocerme en el mar luego al margen en cursivas escribí también que la vida tiene la textura de la arena.

Sobre esto último hoy sobre la arena cubierta por los restos del ciclón quiero añadir que todo fue una farsa.

La vida tiene la textura de un cuerpo ahogado.

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narrativa El asteroide Jorge Galán El hombre que fuma está sentado en la butaca de arriba. El otro en la de abajo.

Era cómo me dijo Marta, dice el de la butaca de abajo. Tiene el tamaño de un estadio de fútbol y con eso alcanza para que todo se vaya a la mierda.

El tipo de la butaca de arriba da una chupada larga al cigarro y expulsa el humo.

Mira hacia el techo de la habitación. Una tela de araña va desde un lado a otro y se pregunta si las arañas también pueden ver en la oscuridad como dicen que pueden los murciélagos.

Mejor que se acabe toda esta mierda, responde el de la butaca de abajo. Dice la Marta que el gobierno no ha dicho nada, así que ahuevo no saben qué putas hacer.

El de arriba apaga lo que queda de cigarrillo en la pared. Luego estira la mano y toca la suavidad de la tela de araña. Se pregunta si sería posible hacerse una camisa con eso. Piensa que quizá sea muy débil pero que a lo mejor alguna vez a alguien se le ocurrirá una forma de hacerlo. Lo distrae un grito que viene de una celda vecina. A ninguno de los dos les preocupa, es habitual que un preso llamado Amín grite pidiendo auxilio. Sucede algunas veces por semana. El tipo asegura que hay una rata que vive en su colchón. Dice que la siente caminar bajo su espalda. Me va a comer los ojos, grita. Cuando se altera demasiado los guardias de turno amenazan con golpearle y algunas ocasiones han llegado a hacerlo. Cuando ni siquiera eso funciona lo encierran en una habitación aislada en un sótano, un sitio húmedo y sin bombilla eléctrica, provisto únicamente de una colchoneta de espuma y un excusado.

Ya está ese imbécil gritando otra vez, dice el tipo de abajo. Qué ganas que le den con un palo en la boca.

El tipo sigue con su griterío y pronto se escuchan las advertencias de los guardias y golpes en el metal de los barrotes con sus cachiporras. El tipo deja de gritar pero se escucha un leve susurro. A veces le da por eso, hablar en susurros, decir maldiciones o cualquier tipo de ofensas contra los guardias. ¿Vos tenés miedo?, pregunta el de abajo. ¿Del loco imbécil ese?

No, dice el otro. Del asteroide. ¿Tenés miedo?

Me da igual.

El maricón de Chus casi se orina del miedo cuando se enteró. Y el Murciélago también. Y eso que ni me creían. A mí la verdad es que no me importa. Si me voy a morir me muero y ya, no sé por qué tanta pendejada. Dice la Marta que en el barrio quieren hacer un túnel y que le van a poner cemento encima y que ahí van a pasar. Pobres idiotas. Si esa mierda cae en el mar se van a morir ahogados. ¿Te podés callar?, dice el tipo de la butaca de arriba.

A la puta, ya no te cuento nada cabrón.

Eso sería bueno, ya no oír nada.

El de la butaca de arriba se da vuelta y mira hacia la pared. Con una mano toca el cemento frío. Piensa en lo que sucederá cuando esa roca del tamaño de un estadio de fútbol se estrelle contra la tierra. Piensa que quizá los dejen libres cuando menos lo piensen. Se duerme con esa idea en la cabeza.

Antes de dormirse incluso intenta decir una oración para pedir por ello, pero no sabe cómo, qué palabras debe decir y pronto piensa que no vale la pena.

A la mañana siguiente, cuando despierta es aún muy temprano y no se

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narrativa escuchan ruidos fuera. Piensa durante un buen rato si solo ha sido algo que soñó la conversación de la noche pasada. Casi llegó a convencerse de ello. Cuando los llamaron para desayunar se sentó en la mesa de siempre. Ahí la conversación era sobre una sola cosa: el asteroide.

Pasan siete meses. Ambos están en la misma celda y en la misma posición, como todas las noches antes de cenar. El de la butaca de abajo saca dos manzanas de una bolsa de papel y deja una junto al de la butaca de arriba.

La Marta me trajo media docena.

Ta bueno, dice el de arriba. Toma la manzana, se sienta y le da un mordisco.

Me dijo que en la t.v. dicen que nos van a soltar y que no han dicho nada de la excavación que estamos haciendo.

Ambos hombres visten con monos de trabajo. Luego de la cena descansarán un poco antes de bajar otra vez a trabajar en la excavación. Lo hacen por turnos. Tres horas en la mañana y tres por la tarde y dos por la noche. Lo peor es que solo pueden bañarse por la mañana y todas las noches deben dormir en aquella habitación de dos metros de largo y uno setenta y cinco de ancho y sin ventilación donde la fetidez de las últimas semanas se acumula y no deja que el de arriba pueda dormirse fácilmente.

Lo que cavan es una especie de búnker. La idea es elaborar una serie de cámaras veinte metros bajo tierra por si las autoridades deciden que no es buena idea dejarlos salir. El director de la cárcel les ha dado dos opciones: esperar y descubrir qué sucede o intentar hacer algo para salvarse.

Eligieron hacer algo. No fue fácil. Hubo muchas peleas con palas entre presos enemigos. En las últimas semanas, sin embargo, una tensa calma flota en todo el lugar. El día del asteroide se acerca.

Me dijo la Marta que el viernes van a hacer una protesta en casa presidencial.

Ta bien.

Pero está jodida la cosa porque a todos les vale verga, como siempre. Son unos

pendejos. Hasta la Marta se ha puesto pendeja, dice que ya no va a venir a la puta visita marital porque está peligroso. La voy mandar a vigilar a la zorra esa y si me sale con una tontera la mando a dormir. Te juro que la mando a dormir.

La noche de navidad los miembros de una iglesia católica llevan pavos horneados y un grupo de chicos canta villancicos en el patio. El de la butaca de abajo no sale a cenar.

Cuando el de la butaca de arriba regresa trae consigo una bolsa con una pata de pavo nadando en una salsa espesa y dulce. La deja junto al de la butaca de abajo, que no duerme, que mira hacia arriba sin mirar a nada, en medio de la oscuridad que se forma entre las dos butacas. Se halla sin camisa a pesar del frío. No dice Gracias cuando el otro le da la bolsa con la cena, que deja a un lado sin tocarla. Lleva todo el día sin probar bocado.

El otro sube a su butaca y enciende un cigarrillo. La punta encendida le recuerda una luciérnaga. Cuando joven vivió en un sitio lejos de la ciudad. Su casa se hallaba muy cerca del Parque Balboa, una extensión boscosa donde solía caminar por las noches, entre los pinos oscuros o los arbustos.

Muchas veces halló colonias de luciérnagas en aquellos arbustos robustos y redondeados.

Una vez se metió en medio y al abrir los ojos pensó si eso sentían los astronautas en el espacio. Hace mucho no piensa en ello.

Quiere contarle al de la butaca de abajo sobre esos días. No lo hace.

Un mes más tarde, el de la butaca de arriba tiene un vendaje en la cabeza. El de abajo un pómulo hinchado y y una cortada sobre el muslo. No es nada para ellos.

Ninguno se queja. No han participado de lleno en la pelea y solo han repartido algunos golpes mientras intentaban salir del lugar cuando los presos del sector tres se parapetaron en uno de los salones del sector 4 de la excavación y pretendieron usar como rehenes a tres guardias. Nadie está de humor para soportar revueltas entre las autoridades, por ello envían una pequeña unidad del ejército que acaba con ellos. Se abren paso

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narrativa con granadas que provocan algunos derrumbes. Al final del día se cuentan cincuenta y tres muertos abajo, incluidos los tres guardias. Todo ha empezado con el primer turno de trabajo, a las siete de la mañana. Para la hora de la cena el director de la cárcel les anuncia que los trabajos están suspendidos por orden superior.

Pasa un día. El lugar está silencioso.

Debido a la revuelta, les han permitido recibir llamadas de sus familiares para comunicar que están bien. Todo el día escuchan relámpagos pero no ruido de lluvia. Ambos creen que sucede algo extraño con el clima pero no lo dicen, no quieren hablar de ello, prefieren no discutir sobre nada que les recuerde la inminencia del día del asteroide.

Le remordió la conciencia a la puta, por eso me llamó.

Ta bien.

Yo sabía. Yo sabía.

Pues sí.

El de la butaca de abajo se levanta y camina hasta los barrotes de la celda. Luego vuelve sobre sus pasos.

Dame uno pues, dice al de la butaca de arriba. Este saca un cigarrillo de marihuana.

Solo de estos tengo.

Ta bien, dice y lo toma y se lo pone en la boca sin encenderlo. La maldita dice que está en el golfo.

Qué tonta.

Ella dice que allí les dijeron que se fueran, lo más lejos de donde va a caer.

Lo más lejos de donde va a caer es el puto medio de África, dice el de arriba.

Cuando le dije que nos iban a soltar me dijo que todavía seguía con ese cabrón.

Zorra de mierda. Yo ni pensaba ir a buscarla, no quiero volver a ver a esa puta. ¿A buscarla para qué?

Por lo único sería para matar a ese hijoputa.

Para qué, dice el otro y se voltea hacia la pared. Ya no vale la pena. El de la butaca de abajo enciende el cigarrillo y se acuesta.

Ninguno de los dos quiso decir nada más esa noche.

Unos días más tarde, salen a la calle y se sientan sobre la acera frente a la entrada de la cárcel. Los guardias se han marchado horas antes, en la madrugada, mientras todos dormían. Cuando se fueron dejaron las puertas abiertas y los candados sin llave. Poco les importaba lo que sucediera con ellos. Un grupo de parientes de los reclusos, que habían estado desde muchos días antes pidiendo que les dejaran salir, fueron los primeros que se dieron cuenta de lo que sucedía. Fueron ellos quienes entraron y despertaron a los reclusos. ¿Entonces?

Da igual. ¿Sabés manejar?

Supe. Supongo que puedo todavía.

Busquemos un carro y nos vamos a dónde sea.

No veo para qué, dice, pero se levanta, ambos lo hacen, y caminan hacia una urbanización cercana. Salvo algunos como ellos, no ven a nadie en las calles. Unos cuantos perros se cruzan en su camino.

Ninguno les ladra. Era como si no les importara su presencia. Entran a tres casas antes de encontrar un auto que pueden utilizar, un viejo pick up desvencijado que funciona con diesel. No les es difícil encontrar las llaves, que están en un llavero atrás de la puerta de la sala. ¿Querés ir a oriente, al golfo?

No quiero ver a esa zorra.

No es para eso, dice el que maneja.

Sonríe.

No me jodás.

El otro no responde. Saca un cigarrillo de la bolsa de la camisa, lo enciende y maneja sin decir nada durante unos veinte minutos hasta llegar a una zona de centros comerciales al norte de la ciudad.

Tenemos que buscar una tv y poner noticias.

No seas pendejo, dice el que maneja.

No han de haber noticieros.

Alguno habrá, aunque sea de China.

Bueno, puede ser, dice y apaga el motor. Están en medio de un parqueo donde no queda nadie. Bajan y el que ha manejado

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narrativa enciende otro cigarrillo. Caminan hasta una zona de tiendas que tienen los cristales quebrados todas ellas. Entran a una de ellas y buscan entre los desperdicios. Encuentran mayormente cajas vacías pero también algunas camisas y un par de suéteres. Ambos se cambian de camisa, uno usa una rayas, el otro una roja. El de la camisa roja se enfunda un suéter. Es verano pero el día es frío como en invierno. Sopla un viento desde el este que a veces se vuelve violento como los gritos de una multitud enfurecida. Caminan hasta un restaurante que tiene la puerta cerrada con un candado enorme pero las ventanas quebradas.

Entran por una ventana lateral y buscan algo para comer. En un cuarto de refrigeración apagado encuentran carne descompuesta, vegetales marchitos y papas de un aspecto verde. Salen de ahí y el del suéter dice que es mejor ir a un centro comercial vecino porque ahí hay un súper mercado. Caminan hasta el carro y se dirigen hacia ahí. El del suéter enciende un cigarrillo cuando estacionan en el centro comercial.

Esa mierda tenía de todo, dice el del suéter. Tenían hasta carne que venía de fuera.

Ta bien, dice el otro.

A pocos metros, un hombre vestido todo de blanco trata de abrir un local de computadoras utilizando un alicate para cortar un candado. Voltea cuando se da cuenta de que ellos se acercan pero no parece inmutarse.

Todavía hay comida, les dice y señala la entrada del súper mercado. ¿Queda gente aquí?, pregunta el del suéter.

En el parqueo de abajo, dice el tipo de blanco. ¿Y quiénes son?

Y yo qué putas sé... par de pendejos.

El del suéter se acerca y de una patada arranca de la mano el alicate al tipo de blanco. ¿Qué te pasa, imbécil?, dice, y el del suéter se abalanza sobre él, lo golpea con el codo en el mentón, lo que lo hace caer precedido por un gemido. Luego le propina una patada en el estómago y otra más sobre los antebrazos, con lo que se protege el rostro.

¿A quién le decís pendejo viejo pendejo?, dice el del suéter. ¿A quién crees que le decís pendejo, ah? Cerote.

El otro, el de la camisa a rayas, que solo mira, lanza la colilla del cigarrillo que cae muy cerca del tipo de blanco, que está en el piso hecho un ovillo y chilla sin articular palabra alguna. Al de la camisa a rayas le recuerda una rata que atrapó con su hermano una noche. Su hermano la contramina con un palo contra una esquina de la habitación donde duermen. La rata chilla. No ha olvidado ese sonido ni la panza blanca y rechoncha del animal. No grita igual que este hombre pero se la recuerda. El hombre sobre el piso sigue sin decir nada. El otro vocifera.

Nadie de los que habitan abajo sube.

Casi lo único que queda en los estantes es cereal dietético. Toman lo que pueden y se marchan.

Voy a ir al centro, dice el de la camisa a rayas. ¿Y a qué?

Quiero comprobar una cosa. ¿Pero qué?

Si está una gente. ¿Tu mamá?

No. ¿Te queda familia ?

No. A mí me queda familia, dice el del suéter. Mi papá está vivo y tengo tres hermanos. Unos pendejos bien hechos. A un cabrón de esos le arranqué un dedo porque le tocó el culo a la zorra de la Marta. ¿Te había contado eso ya?

No. Un balazo en la hand. Eso se ganó.

Después de eso no se volvió a acercar a la casa. Imbécil.

El centro de la ciudad está desolado. Ratas enormes caminan a sus anchas entre montañas de desperdicios. No se ven perros.

El viento mueve los semáforos como macetas colgantes. Un tufo extraño que ninguno sabe decir de dónde proviene se mueve en las calles como una presencia.

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narrativa Llegan hasta una casa antigua y entran. Tiene las ventanas abiertas. Dentro no hay más que ratas y desperdicios. El de la camisa a rayas sube a las habitaciones de arriba y las revisa una a una. Cuando baja, el del suéter está en la calle y mira hacia el cielo. ¿Qué es esa cosa?, pregunta.

A poca altura, una nave desconocida hace un reconocimiento de la zona. Parece un murciélago con las alas extendidas. Su fuselaje brilla de una manera que al de la camisa a rayas le hace pensar que quizá es de plata, pero lo considera improbable. La nave vuela en círculos. Luego de un rato baja lo suficiente como para que noten que no es demasiado grande, si acaso el tamaño de un autobús o quizá menos.

Ah cosa, los marcianos.

Los marcianos cree el idiota, dice el de la camisa a rayas. ¿Y qué es? Es una nave.

Sí cabrón, pero esa ha de ser gringa no marciana. Gringa o Japonesa.

A saber.... ¿Y... hallaste algo?

No hay nadie. ¿Y a quién buscabas?

A nadie.

Al dron de reconocimiento la ven cerca del mediodía. Antes de la una están otra vez en el centro comercial que han visitado primero. En una bodega encuentran unas computadoras y prueban encender alguna de ellas. Como están nuevas no tienen carga.

Luego prueban con un teléfono al que sí pueden encender y conectan a una red y entonces se enteran que en catorce horas y media Centroamérica estará bajo el agua.

Donde están parados se halla a medio centenar de kilómetros del impacto, lo que quiere decir que no tendrán oportunidad de escapar. ¿Has visto un asteroide de cerca?, pregunta el del suéter. ¿Quién putas ha visto uno de esos de cerca?, sonríe.

Yo digo que en vez de ir a oriente mejor vayamos a ver a esa cosa de cerca.

Me da igual.

¿Qué vamos a hacer aquí? Vamos a ver esa cosa. Mejor que me caiga en la cabeza, así no siento nada. Y ya está, voy a ir. Quiero tocar algo que nadie ha tocado nunca.

Ta bien pues, dice el de la camisa a rayas.

Esto es el Apocalipsis y hay que verlo de cerca, dice el del suéter.

Caminan hasta el auto y se ponen en marcha. Pasan unos minutos y se detienen y bajan y se dirigen hacia unos árboles de mango que han visto desde la carretera.

Cortan algunos para comer. Se tienden sobre el piso seco.

Yo la quería, dice el del suéter. El otro no contesta. Es de noche. Una piedra brilla en el cielo de esa hora. Alrededor de ella, como si le pertenecieran, se mueven unos cuantos satélites. Ambos están acostados sobre el piso y miran hacia arriba.

La quería muchísimo, vuelve a decir el del suéter. El otro enciende el último cigarro que le queda. ¿Vos quisiste a alguna mujer?

No. No te creo.

Si no me crees ¿para qué me preguntás?

Yo desde que la vi me enamoré de la Marta. Estaba buenísima. Tenía unas tetas ricas, unos grandes melones. Y tenía trece años. Bien rica. ¿Y entonces, la vas a ir a buscar?

Ya para qué. Yo me imaginé que no me iba a esperar.

Nunca pasa.

Una mierda la vida.

Pues sí.

Yo no me casé con ella por el niño sino porque estaba enamoradísimo.

Felicidades. ¿Y vos nada? ¿No tuviste mujer?

Una vez. ¿Y? Las mujeres son como la vida. ¿Una mierda?

Sí, una mierda.

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narrativa A la mañana siguiente, van por la carretera cuando descubren un grupo de personas a las afueras de una iglesia evangélica. El del suéter detiene el coche. ¿Qué pasó?

Quiero ir a ver. ¿Para qué?, dice el del suéter pero el otro no contesta. Baja del auto y camina hacia la iglesia. Parece que celebraban una fiesta porque todos están vestidos como para ello.

Los hombres usan camisa blanca y saco. Las mujeres, vestidos blancos que les llegan a los tobillos. Están sentados en sillas de plástico acomodadas al frente del edificio de la iglesia, en cuyo atrio un coro de mujeres con cabezas envueltas en pañuelos blancos canta alabanzas. El de la camisa a rayas saluda a unos chicos sentados bajo un árbol en grandes piedras. ¿Qué pasiones?, dice a los chicos.

Eran tres y cada uno de ellos tiene un vaso con chocolate caliente. Los chicos le observan con desconfianza. No responden. El de la camisa a rayas pasa de largo. Un hombre que sostiene en su mano un ejemplar de la Biblia sale a recibirlo.

Buenas tardes hermano. ¿Buenas?, pregunta con sarcasmo el de la camisa a rayas.

Estamos esperando al señor. ¿Tienen café o pan o lo que sea?

Tengo hambre. Bueno, tenemos hambre... ¿Quiere quedarse a la ceremonia?

No podemos.

Tenemos pan y café. ¿Cuántos son?

Dos. El hombre de la Biblia en la mano le pide que le espere junto a la la carretera. Unos minutos después, vuelve acompañado de dos hombres armados con fusiles. Lleva una bolsa de pan y dos tazas de café. El de la camisa a rayas toma lo que le ofrece y le da las gracias.

Dios te bendiga, hermano.

El de la camisa a rayas no responde.

Camina hasta el auto sin voltear. El del suéter ha hecho para atrás el asiento y tiene los ojos cerrados. Llora.

Tenían café, dice el de la camisa a rayas. El otro se incorpora de inmediato, se seca los ojos, compone el asiento y solo entonces toma el café que el otro le ofrece. ¿Qué pasó?

Si supiera su número la llamaría pero no me lo quiso dar. ¿Querés irte para oriente? Todavía llegamos.

El otro no dice nada. Bebe un sorbo de café. Luego mete la mano bajo el asiento y saca un trapo con el que se suena la nariz. ¿Para qué?

Para que no estés así.

Si no sé dónde está, no vale la pena.

Esta con ese cabrón además.

Le arrancamos la cabeza.

Ya para qué...

Se la arranco yo si vos no querés.

No vale la pena. Era una perra. Nunca me esperó. Desde el primer día debe haber cogido a saber con quiénes.

Ya. Perra, dice y se vuelve hacia la ventana cerrada y pronto los pómulos se le llenan de lágrimas y no puede hablar más. El de la camisa a rayas le pone la mano sobre el hombro pero el otro no reacciona. Las mujeres del coro cantan una canción triste que se escucha con claridad pues están muy cerca y el del suéter piensa que eso no ayuda en nada, así que enciende el motor del coche y arranca. Pronto las voces de las mujeres se vuelven un murmullo lejano, apenas un lamento parecido al de la brisa en los árboles.

Avanzan sin hablar unos minutos. El de la camisa a rayas piensa que la carretera es demasiado grande y se pregunta a dónde acabaría si siguiera durante horas o días o meses. ¿Podría llegar hasta Alaska si manejara sin parar? No lo sabe. Luego piensa que quizá nadie más se dirige hasta algún sitio a través de ella. Están solos. Son únicos.

En internet leyeron que el asteroide caerá cerca del kilómetro cincuenta y cuatro.

Se detienen cuando encuentran un rótulo verde con ese número. Bajan. Caminan un poco siguiendo la carretera. El viento sopla

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narrativa con intensidad. El día se ha oscurecido. La luz se pierde a través del contorno de las montañas que les rodean. El asteroide brilla como una perla gigantesca que cae precipitada. ¿Vos crees que vayamos al cielo?

Yo no sé... ¿Cómo voy a saber eso? ¿Quisieras?

Pues sí. ¿Estás arrepentido de las cosas?

No... O no sé. Quizá sí... ¿Entonces?

Es que si no las hubiera hecho yo me las hubieran hecho a mí.

Yo quisiera pero no sé qué hacer. Si alguien me preguntara de la Marta les diría que se la lleven a ella. Pobrecita.

Esa cosa nos va a caer encima, dice el de la camisa a rayas. Sonríe. El otro se ríe de buena gana.

Morirse ha de ser como quedarse dormido.

Ojalá.

Quizá si te vas al infierno sea como tener pesadillas.

Sí. Puede ser...

Y si te vas al cielo soñar cosas como volar o cogerte a una bicha que te gusta.

Sí...

Sí... Seguro sí...

Se quedan en silencio. Divisan algunas naves en el cielo y ambos discuten sobre sin son tripuladas o no. Deciden que no lo son.

Una de ellas baja lo suficiente como para que la alcancen con piedras. ¿Qué pensarán los gringos? ¿De qué?

Tantas películas y cuando viene a caer una cosa de esas en la tierra no les cae a ellos sino a nosotros.

Ambos se ríen de buena gana. Quizá no han reído así en meses o años.

Un rato más tarde escuchan un estruendo fuertísimo: el asteroide ha entrado en la atmósfera. El de la camisa a rayas se siente sobre el capó del auto y el otro hace lo mismo.

No quiero ir al infierno, dice el de la camisa a rayas.

Yo tampoco, dice el otro.

Un viento más fuerte viene desde arriba y los succiona. Les hace flotar como cometas de papel de china. Ambos cierran los ojos.

Marta, dice el del suéter.

Lo ha pensado desde hacía unos meses: su nombre tenía que ser la última palabra que dijera antes de marcharse para siempre.

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narrativa QUE ESTA VIDA SEA NUESTRO PARQUE DE DIVERSIONES Yeni Rueda León Suena la alarma del celular. Lo apago. Me levanto de la cama. Un regaderazo. Tomo la mochila.

Bajo las escaleras. Papá cagando en el baño.

Mamá en la cocina. Salgo de la casa. Camino por la calle. Doblo en la esquina. Un pitido sale de un automóvil. Es Germán. Me subo al auto. «Ese Andrés, ¿cómo estuvo lo de anoche?» «Pinche Carla, resultó calientahuevos» «Ja, ja, ja, ¡No mames! Qué pinche suerte tienes cabrón, ja, ja, ja, ja, ja». Si este pendejo se sigue riendo le rompo el hocico. Trae la música muy fuerte. Una mezcla ridícula de sonidos electrónicos. «¿Qué chingados escuchas? Me está reventando los huevos» «Ya vas a empezar de mamón, si no te gusta, bájate, cabrón» «Pues, está bien pinche tu música». Prendo un cigarro. Se lo paso a Germán. Casi atropella a un perro flaco.

Llegamos a la prepa. Se salta un tope. Alguien le pega al parabrisas. Un profesor nos grita. A Germán le vale madres. Se estaciona. Bajamos del auto. Cierro de un portazo. Un policía autómata nos grita «Odio este pinche hoyo» «Pues sí, wey, pero es aquí, o tu casa». Nos sentamos fuera del salón. Las chavitas de mi grupo están frente a nosotros. Carla y Ximena están ahí. Saco otro cigarro. «Mira Andrés, la Carlita te está mirando» « Pinche vieja, ni le hables, nomás de verla me duele el pito» «Tú pedo es que te lanzas en plan de novio con todas las morras y algunas quieren eso pero otras no, sólo quieren divertirse» «Ajá, a costa de mis huevos» «Ja, ja, ja, ándale, wey. Mira, la onda es que te avientes chingón con ellas, sé directo y deja de tratarlas como el pinche amiguito pendejo a quién nadie pela» «No mames, tú dándome consejos» «¡Ahuevo, mi buen! Mira, hoy va a haber una fiesta en casa de Raúl, vamos, igual y te quitamos el mal humor. Ahí va estar Ximena. ¿Te gusta un chingo, no?

Y me rolaron que anda soltera» «¿Es neta?, no mames Germán, a Ximena sí le pongo casa» «Ja, ja, ja, no digas mamadas, vete despacio. Luego por eso te revientan»

Las cuatro de la tarde. Voy en el auto de Germán. Nos detenemos en un Oxxo. A lo lejos viene XXXimena con su amiguita. Las dos llevan faldas muy cortas y blusas de tirantitos. Germán se relame los labios. Me pasa la bolsa del Oxxo.

La abro. Saco unos condones. Los guardo en mi pantalón. Las manos me sudan como a un idiota.

Pienso en Ximena. Luego en Carla. También en Dalia. Uy, Dalia, no era mi novia, pero la pasamos muy bien cuando anduvimos juntos.

Todavía cuando uso jabón barato me acuerdo de ella. Por último pienso en que llevo cinco meses sin coger. Ximena y su amiga llegan con nosotros. Ella se ve muy guapa, tiene una piel achocolatada que activa mis papilas gustativas de inmediato. Se sientan atrás. Xime me saluda. Yo esquivo su mirada. Las dos chicas murmuran.

Germán y yo intentamos ver sus calzones por el espejo. Xime me toca el hombro. «¿En dónde será la fiesta?» «En casa de Germán» «Sofía y yo necesitamos regresar temprano a nuestras casa» «No hay bronca, Andrés las lleva» Me guiña un ojo como si me hiciera un favor. Germán maneja como maniático. Se pasa los altos. Casi atropella un perro obeso. Se brinca dos topes. Llegamos a un edificio color amarillo. «¿A quién más invitaron?¿Quiénes vienen?» «A todos los del salón, bueno, ¡todos menos los apretados!» Risas estúpidas.

Germán se estaciona. Toma la bolsa del Oxxo.

Va hacia la cajuela. Me limpio el sudor de las manos en el pantalón. Salgo del carro. Abro la puerta. Ximena sale. Su hombro roza con mi cintura. Sofía sale. Su cabeza roza con mi pecho.

Hoy podría tener 2x1. Germán saca una caja.

Vodka. Tonayan. Tang de Jamaica. Vasos.

Chicharrones naranjas. Tequila. Afuera del edificio se ve una turba de personas. Todos con bolsas blancas. Unas más pesadas que otras.

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narrativa Muchas chavas. Unas más buenas que otras. Pero ninguna como Xime. Germán les chifla. Se alborotan. Nos separamos de ellas. Mientras subimos por las escaleras puedo verles las nalgas. «¿Qué trajeron los demás?» «Tequilita, salchichas, papás, tonayan, vinito, jugo, un montón de madres» «¿Neta?»

«Ya ves wey, la banda se puso chida». Entramos al departamento. Es un maldito cagadero. Me gusta.

No como esa maldita casa apretada en la que vivo. Se destapan las botellas. Alguien pone música. Mi garganta grita. Quiero chela. Mi lengua brinca al contacto con la bebida. Siempre soy un pendejo para beber, pero me pone chido.

Sonrío. Pura alegría. «¿Dónde está Xime?» «Apúrate wey, la vi platicando con Óscar» « Ese puto me revienta.

Tiene cara de mandril» « Pues más puto tú, ni dos horas y ya te andan ganando la chava» «¿Qué chingados escuchamos?» «Electrónica, para prender a las morritas» «Hablas como pendejo» «Pendejo, pero ya me cogí a una morra en el baño» «¡No mames! pues si tú ya cogiste yo tengo que sí o sí con XXXime» «Simón, wey. Ya sabes, sé directo, si no te chingan otra vez» Ok, tengo que ser directo. Primero coger y luego vemos qué pedo.

La busco. Sólo veo cuerpos bailoteando. Sigo dando vueltas. No veo a Ximena. Escucho un ruido. Un gemido. Dos gemidos. Viene del pasillo. Sale de una puerta entreabierta. La pateo.

Un wey encima de una faldita verde. La faldita verde de XXXimena. Me abalanzo. Jalo al desconocido. Está tan borracho o drogado que al caer no se levanta. Ximena con la blusa hasta el cuello me mira sorprendida. Sin pensarlo caigo sobre su cuerpo. Voy directo a su boca.

Introduzco mi lengua. Hay rastros de vino en sus labios. Meto la mano en su brasier. Tiembla. Su piel achocolatada. Su pelo negrísimo. Su cara redonda. Sus dientes perfectos. Mi nombre en su boca. Su horrible voz. Me repele. Me dan ganas de aventarla. Me besa el cuello. Bloqueo su voz en mi mente. Me desabrocho el cinturón. La tomo de la cintura. El tipo del suelo se levanta.

Intenta alejarme. Está tan ebrio que de un empujón vuelve a caer dormido. XXXime sonríe.

Me besa en el pecho mientras le saco la blusita.

Su abdomen plano. Sus pechos regulares. Me lanzo a sus pezones. No puedo dejar de lamerlos.

Ella se baja el cierre de la faldita. Le meto la lengua en el ombligo. Mi abdomen arde. Le pido

que me bese las tetillas. Llevo su mano a mi entrepierna. Alguien patea la puerta. Es Germán.

No le hago caso. Mi cabeza está a punto de reventar. Germán me toca el hombro. Me pasa un vaso. Sin pensarlo lo bebo. ¿Cuál alegría? ¡Yo exijo euforia! La música suena en mis oídos acompañada de los jadeos de todas las chavitas del cuarto. Del mundo. Germán se mueve. Lo miro de reojo. Está encima de Sofía Desnuda.

Me guiña un ojo. Sofía se reincorpora. Atrae hacia ella a XXXime. La acaricia. La otra se deja.

Dejamos libres a las mujeres. Se acercan. Se meten las lenguas en la boca. Una toca el pubis de la otra. Germán se quita los pantalones. Yo también.

Nos masturbamos.

Tomo delicadamente la cintura de XXXimena. La impulso hacia mí. Meto la mano en su sexo. Está húmeda. Batallo pero encuentro su clítoris. Me inclino y lo acaricio con la lengua. Sofía me besa la espalda mientras trata de sobarme el pito. Me gusta, pero no me interesa que lo haga ella. Yo quiero a XXXime. La alejo. Germán vuelve a acercarse. XXXimena me toma a mí. Me jala hacia su abdomen. Me olvido de los demás. Está claro que me quiere. Me escogió. Estoy listo.

Enreda sus dedos en mi pelo. Me adentro en sus senos. Ella me empuja. No sé de dónde saca un condón. Lo abre. Comienza a besar mi abdomen.

Sus labios descienden. Una sensación de ternura incendiaria invade mí cuerpo. No sé si por el condón entrando en mi pene o los labios delicados de Ximena. Ella sube. Yo tendido. Sus caderas se balancean en mi cintura. Siento que voy a reventar. Me vuelvo líquido. Ella cierra los ojos. Mis manos en sus caderas. Sus manos en mi pecho. Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime Xime Gime XXXimenaaaaaaaaaaaaaaanemiXXX No sé si ella se viene, pero yo sí. Me echó para atrás. Cinco meses sin coger. Me siento aliviado. Cierro los ojos por un instante. Los vuelvo a abrir cuando siento un codazo en el ojo derecho. Me levanto sin mirar a los otros. Me tambaleo. Siento náuseas y la garganta reseca.

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narrativa Necesito chela. Camino por el pasillo. Algunos cuerpos se mueven y otros duermen. Vasos con cáscaras. Vuelvo al cuarto. Busco a Ximena.

Pienso que podemos irnos a otro lado. Pero ni siquiera encuentro mis calzones. Botellas vacías.

Salgo a la sala. Busco un vaso. No veo chela ni a Ximena por ningún lado. El desierto en mi garganta. Entro a la cocina. En la mesa hay un tonayan a la mitad. Está caliente. Lo bebo todo, casi de un solo trago. Eructo fuerte. El cuerpo se me aguada. Me salgo de la cocina. En el sofá veo que alguien está cogiendo. Hay una botella en la mesa. Al acercarme por la botella me doy cuenta de quiénes son. Ximena y Óscar. El pinche Óscar cara de mandril. Me caigo de nalgas en el piso y siento un golpe muy denso en la cabeza.

Todo se vuelve negro.

Pinche Ximena……………………………………

«Wey, ¿estás bien? ¡Pendejo, quítate! Háganse para allá que necesita aire!» «Ger…mán…» «¿Qué te paso?¿Estás bien» «¿Xime…na….?» «Wey, wey, ¡Reacciona, cabrón, no te me vayas!». Todo es borroso. Mucha gente alrededor de mí. Sus gritos. Sus asquerosas respiraciones sobre mi cara. «¡Eeeey!¡Wey!¡Respóndeme!¡Traigan algo, lo que sea y ábranse que necesita aire! ¡Traigan agua o lo que sea!».

Me aferro al brazo de Germán. Estoy mareado.

Intento ponerme de pie. Muchas manos me sujetan. Me resbalo. Brazos que me rodean. Me arrastran al sofá. Segundo blackout. El silencio total. De pronto un estallido desgaja la oscuridad.

«Andrés… ¿cómo te sientes?» «Apendejado, me desmayé» «Ya sé, cabrón ¿qué pasó?» «No sé estaba en la cocina, me ardía la garganta, luego vine a la sala y me resbalé. Creo que me di un putazo en la cabeza con algo» «No mames, pareces primerizo» «¿Y Ximena?» «La asustaste y se fue» «La vi cogiendo con otro wey, no mames, sentí bien pinche feo» «Weeey, no te claves, si no son nada» «No mames, como que no somos nada, si ella me escogío. Oye mi garganta está seca de nuevo, dame algo ¿no?» «Sólo queda chela ¿no te la harán de pedo en tu casa?» «Demasiado tarde para pensar en eso y si me la hacen de pedo, me vale madres». Germán se levanta.

Estamos solos en el departamento. Pinche departamento. Parece más bien un chiquero. Me asquea «¿Qué tal Ximena?» «Chingón, de lo mejor que he tenido, si hasta me desmayó, pero sí me saca de pedo lo del otro wey. Pensé que nos iríamos juntos» «Ja, ja, ja, ja ¡a huevo, mi pinche Andrés! mira, lo importante es que rompiste el celibato, lo demás pues luego lo ves, oye, ¿te sientes bien? tienes bien chuecos los ojos» «Sí, sólo que a ratos siento que me desprendo» «No mames ¡estás bien pedo!» «Y madreado. No puedo llegar así a mi casa» «Psss, métete a bañar y yo veo si hay café». Germán me ayuda a levantarme. Me mete al baño. Mi lengua está dormida. Este pendejo es lo único que tengo. Abre la regadera. Una lluvia fría con olor a cloro moja mi cuerpo. Siento un hueco en la panza. Mis padres, seguro ni van a hacerme nada.

No actúan hasta sienten que todo se va por un precipicio. Pinches robots frígidos. ¿Por qué chingados pienso en ellos cuando acabo de coger? Salgo del baño oliendo a jabón barato. Me pongo la ropa. Germán está dormido en el sofá.

Antes de salir me miro en el espejo. Es de madrugada. Tomo mi mochila. Camino entre calles oscuras. Estoy encabronado con Ximena.

Con todas las viejas. Siempre me ven la cara de pendejo. Pero ya no vuelvo a clavarme con una morra de esa manera. Tengo un chingo de alcohol y viejas por delante. Y por detrás también. Llego a casa. Mamá me espera en la entrada. Observa mis ojos. Me deja pasar. Grita que por la mañana mi papá quiere hablar conmigo. Que puedo regresar a ese pinche centro de mierda. Sigo subiendo. Entro a mi cuarto. Me acuesto en la cama. Cierro los ojos.

Fondo negro.

Suena el celular. Lo apago. Me levanto de la cama. Un regaderazo. El ultimo pantalón y playera limpia. Un poco de gotas en los ojos.

Tomo la mochila. Salgo de mi habitación. Mamá en la cocina. Papá cagando en el baño. Salgo de la casa. Camino por la calle. Un pitido sale de un automóvil. Es Germán.

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poesía Vladimir Herrera

ZURCOS EN LA RIBERA Como una actriz que no ama sino lo que parece ser un bosque de pinos, una laguna, el río que pasa siendo imaginario dragón con labios de almíbar, animalesco.

La Naturaleza alienta de todos los fuegos al más alto resplandor de los teatros, la lluvia más alta.

Pasadizo y garganta de ópera donde se muevan la nubes del deseo y anime el sol la doncella de su canto.

ODISEAS ESTENOPOULOS HETERÓNIMO Plotina abre su brazo de luz.

Su pierna de luz.

La dársena de miel bajo su manto de lino.

Teje en el viento camina como una campesina desnuda.

Así el Egeo, como el mar de las palabras. le cubre el sueño Es su manto su canto helado.

Plotina teje en el viento el deseo de Alejandro.

Prostíbulo de Alejandro es el deseo.

Puta la tarde y el mejor poema de los vientos.

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poesía VENCER AL MINOTAURO Leonardo Varela

De la valiente Ariadna no pude retener sino el oro más fino de sus cabellos Celoso por el padre que la desposaría con la muerte, me adentré en la ciudad sin saber qué recodo de mi sombra ayudaría a vencer al Minotauro Consciente de haber sido una esperanza nada más, fruto de la inconsciencia heroica, a seiscientas doncellas que serían sacrificadas las hice mis esposas. Discretamente ungido por sus besos, me deslice en la noche, tembloroso y ebrio, desvelado por las arpas que el viento tañía entre sus muslos y la miel que vertieron en sus labios Llegué hasta aquí, pero me siento solo y aburrido Extraño vuestros mantos, los peines delicados con que ordenáis el tiempo, vuestros raros perfumes Sería tan hermoso ser el más miserable de todos los esclavos

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poesía De LA EDAD ATÓMICA Gerardo Grande Sembré la semilla de un árbol entre sueños bajaba descalzo hasta el parque y acariciaba la tierra para sentir el pequeño latido de su corazón luego tocaba el piano para él entre sueños pensaba que desde antes que naciera podría enseñarlo a cantar irnos a conocer el mundo cantando creciendo y un día dar como frutos planetas y meteoritos miren a mi árbol en el incendio mi hermana ahora es ceniza y es ella quien recorre el mundo en la nube de polvo que mañana regará árboles y cantos yo miré a mi hermana caer en el incendio y no quería ver y vi y quise que mis manos sobre mis ojos fueran manos de piedra para no quitarlas nunca más y no ver más pero en la oscuridad vi a mi hermana no no sé si es mi hermana o soy yo buscando a mi árbol me miro vengo a decirme que la ciudad se está comiendo todos los corazones pero me digo que no entiendo me grito que debo entender mi árbol ya ha crecido mejor irme con él fuera de la ciudad mi mamá grita quiere guardarme en su pecho mi mamá No mires eso ya ya mijito no llores Suena otra explosión y otras personas se vuelven incendios vámonos de aquí no sé cómo pero nos vamos de aquí ay por favor ayúdenme gritos y nadie nos oye y nadie nos oía Hoy seguimos gritando y siguen sin oírnos Dijo que la ciudad se estaba comiendo todos los corazones también dijo que se iría volando pero ya no lo vi creo que despertó en forma de globo y se fue lejos

Toco la tierra pero no siento el latido de su corazón la tierra húmeda en la planta de los pies me hace estornudar y me despierto no me gusta hacer ruido porque me despierto no me gusta despertar mi hermana grita y me despierta y el fuego cuando toca las cosas hace ruido la habitación de mamá crsh crsssh crssh crrrrr sssssh despierto La gente grita quería estar sordo pero no podía con tantos alaridos y tanto dolor entonces decido quedarme mudo si hacía el silencio dejaba de existir y no sufría tantas órdenes de disparo disparaba y no era necesario pero no era yo porque yo no existía yo no existí no seré ceniza porque no tengo cuerpo no tengo no tengo No tengo con qué pagarle por favor llévenos con usted nosotras no tenemos a donde ir Mi mamá dijo nosotras pero sé que quiso decir nosotros porque soy niño y los niños terminan en O y las niñas en A pero dijo nosotras y a mi hermana la alcanzó la explosión ella no viene la dejamos en el incendio

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poesía Henry Alexander Gómez

JIM MORRISON Desde lo alto de una duna dejo caer un cuenco que rasga un aire extraño que acecha mi presencia. Ancianos ángeles amasan mi saliva con arena. ¿Quién acompañará mis huellas para descifrar el verdadero rostro de la luz?

Romper el cristal. No hay noche más fría. El nombre del desierto me persigue. Las puertas se derrumban.

Con el hueso roto del coyote buscaré mis años perdidos junto a un demonio que trepa por el antiguo imperio del cielo.

JANIS JOPLIN Inútil es viajar entre el olor de la ceniza, sepultar amapolas en las mandíbulas del ángel ciego.

Canción de la infancia: fumar el opio de la piel y beber la última gota de un blues de la botella más oscura de un bar de Louisiana. El pulmón amordazado mientras el gramófono suena a Bessie Smith o a Billie Holiday.

Una huella descalza la delata, la delata su sombra transparente.

Hurga una grieta en la penumbra. Descúbrete impedida para contar la multiplicidad de las nubes de tus dedos.

Es bello vigilar desnuda al sol cuando anochece: la orgía de su voz baja cóncava al interior de la tierra.

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poesía JEAN ARTHUR RIMBAUD Javier Bello Entre la noche y la espuma la mujer que azota su larga cabellera no sabe que los hijos del tiempo volverán a poblar los últimos vagones, guardará entre gasas sus ojos atigrados como joyas extraídas del viejo cráneo marino.

El tren carga su hambre hasta el patio execrable de las compuertas, la respiración se cierra en el húmedo estuche que llenan las cucharas.

Habrá amanecer en las celdas de la máscara hasta descargar la mañana, el estómago de las provincias gobernadas por largos obeliscos dormidos.

Habrá amanecer en las cosas sin dueño, entre las cosas sin dientes, naciones en la arena, los caballos tiritan por los cementerios como campanas robadas, el arrecife de papel escribe en el rosal de las mejillas y luego las destroza, el desastre celeste de la mirada carboniza el invierno, encorvados caminos donde ninguna pregunta es contestada. Las Tablas de la Ley remontarán el río para adornar con guirnaldas la cabeza de la Declaración de los Derechos del Hombre y de la Mujer que trenza el coral de los pensamientos furtivos con su triste coloración de infinito. La mujer inestable se ha vuelto traslúcida como el rizoma del cielo en las rodillas sucias, pan ácimo sobre el empedrado, el paladar profético anuncia el tiempo en que los labios se bifurcan y aplaude a la primera canción que se come las lágrimas.

Entonces la vi: un mosaico de luces frías sobre la expresión de la muerte, sentada en el carrusel de las ánimas como pétalos en la escombrera.

Entonces la oí: el lenguaje de los pájaros a la altura del séptimo piso, el cuero burbujeante de las plazas que se pudren al llegar el verano.

Esto es lo que hace el amor, le dije a mis entrañas: los padres cultivan en el libro la carroña de sus hijos, las madres duermen bajo el río mirando las raíces de la muerte, una estación encinta donde la vida no es bella y escupe sus relámpagos, escupe un para siempre en las excavaciones, en la pared caliente de la glosolalia y la oreja que representa la horrenda genuflexión del orbe ante su Dios barbado.

Para siempre se oye decir al profeta arrastrando sus bártulos por el camino de tierra, los perros aúllan a la comedia de los carromatos para siempre como la mujer azota sin piedad su triste cabellera.

Abre los ojos, imagina sus manos donde se congregan espejos y látigos, imagina su cara frotando con monedas y redecillas el moho de los sanatorios ante el polígrafo y los escaladores del miedo. Imagina sus ojos revueltos igual que el río y la arena, imagina el rebaño que brilla entre torres cubiertas de pelo, su espalda poblada de cicatrices como una novia antes del trueno, el viento de agonía que sale de su sexo, las manos donde anida el harapo, el tiempo succionado por las arañas que la miran desde los caminos sin cuervo. Abre los ojos, ciérralos, piensa en los párpados hinchados y en los nudillos débiles de la mujer que lleva sal al pantano, la soledad insalvable del símbolo se hunde en la nieve, los puños del silencio, el nudo de los sauces,

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poesía la muleta atraviesa el incendio rodeada de estibadores, el muñón sin alma visitado por su hermana en el hospital de los fósiles, la esclavitud de las madres amamanta la cuna del reflejo, la alambrada rebana los dedos, el cordero lame su manantial de lumbre, el acantilado se queda con los ojos sedientos, el viento enseña y araña la sonrisa que arrastran los lagartos, un declive donde la llave no mete su mano cuando los árboles se atreven a chocar contra lo prohibido y hacen reverencias al gallo con la rima solar en su tridente. La mujer inexacta se hunde en la horca del primer frontispicio, sube a la buhardilla de los pies colgando, orina ángulos arbitrarios para el cuidado de esfínteres y el criadero con las inmensas costras. La partera se mete de cabeza a la herida, drena el pelaje delirante, recorta el talismán en las uñas de felpa, entre párpados libres pone un huevo sobre la tierra caliente, deja caer la ponzoñosa visión del oráculo, el país de los amantes sin libro me obliga a seguir leyendo: un largo paréntesis de excelentes costuras representa el vacío minúsculo en el cual se revuelcan las figuras mudas, el rey enfermo de todas las islas y su hija ancestral con eléctricas ingles. Abre los ojos: la nariz que recogen las redes testifica ante el tiempo que sin mirar se deforma, una réplica esta oscura mañana del dictado de Dios ante el asombro del puerto. Cierra los ojos: ataviada por los ritos del sueño, vigilada por los hornos que llevan al cielo, saqueada como la mano de los trabajos forzados y el cerebro de las ceremonias que besa un pariente lejano la invisible revolotea desnuda entre los palimpsestos, de luto ante las preguntas que derriten los labios en el altar del remiendo riega el lecho donde encallaron los santos. Yo soy esa mujer que azota su larga cabellera en todos los sentidos, contra todas las cosas. Yo soy esa mujer que aguarda al final del poema envenenado entre la noche y la espuma.

para Juan Carlos Mestre

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crónica BUSCO NOVIA (PARA MI PERRO) Marco Avilés Piji es virgen. Salvo breves coqueteos con algunas chicas, no ha tenido hasta hoy una verdadera compañera de juegos. Alguien que esté dispuesta a abrir su corazón. Que le tenga paciencia. Que lo encuentre guapo y apuesto.

Que se deje cortejar. Y que, llegado el momento, mueva un poco la cola para que ocurra y fluya el amor.

Piji es un perro. Un perro peruano sin pelo. Tiene 16 meses. Es negro. Atlético. Sus músculos están bien marcados. El estómago, firme. Las patas inusualmente largas para alguien de su raza lo hacen ver esbelto, como un galgo caballeroso listo para correr.

Cuando observa a las personas con sus grandes ojos negros, a veces inclina la cabeza de lado y podría parecer que está haciéndote preguntas: «¿jugamos?», «¿qué estás comiendo?», «¿me invitas?» Otras veces las preguntas parece planteárselas al mundo: «Mundo, ¿por qué eres tan tonto?».

La madre de mi novia está convencida de que un pequeño ser, quizá un elfo, está atrapado en el cuerpo de Piji. Ella le habla. Le cuenta sus cosas al volver del trabajo. Piji no es un gran conversador, pero escucha con mucha paciencia. Mi suegro, por su lado, confía en que Piji será un excelente padre y que traerá al mundo a Piji Dos. Piji Dos es el perro que mi suegro quisiera tener. Hay demasiada presión sobre Piji.

Por ahora, mi joven e inteligente perro peruano usa su astucia para la autocomplacencia. Los amigos que llegan de visita a casa se sorprenden con la habilidad con que Piji manipula su cojín de dormir. Lo instala delicadamente bajo su vientre mientras ejecuta dramáticos movimientos pélvicos. A

diferencia de los seres humanos, los perros no pueden cerrar la puerta del baño para ejercer la masturbación.

Desde que vivimos apretados en ciudades, el sexo es un asunto difícil para los animales domésticos. (También para las personas, seamos honestos). No basta con llevarlos a un parque y soltarlos para que encuentren compañera entre las perritas que corretean por allí. Ni siquiera es suficiente propiciar encuentros a ciegas con las mascotas de amigos o conocidos. Las perras son radicales a la hora de rechazar a un macho que no es de su agrado. Muerden.

La sociedad perruna está llena de reglas, protocolos y sutilezas que Piji ha comenzado a aprender a los golpes y mordiscos. Muchas de las hembras que vemos en las calles no están en celo, o han sido esterilizadas, o tienen tamaños incompatibles con la envergadura de Piji, o sus dueños no quieren que procreen, o ya están comprometidas para acostarse con apuestos galanes apenas comiencen a ovular. Son compromisos arreglados por los dueños de las mascotas. Ese fue el primer revés amoroso de Piji. *** Ella se llamaba Qoya (reina en quechua). Tenía siete meses y era mayor que Piji apenas por unas semanas. Tenía una piel rosa brillante, las orejas pequeñas y paraditas, y era esbelta como una yegua en miniatura.

Una muchacha callada sacaba a Qoya al parque Yitzhak Ravin, en el malecón de Miraflores, todos los días a las 7 de la mañana.

La mujer hacía abdominales mientras la

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crónica cachorra correteaba. Cuando se conocieron, Piji y Qoya parecían almas gemelas. Tenían casi el mismo tamaño y contextura y el mismo gusto por correr alocadamente. Se perseguían hasta quedar exhaustos. Pasaban mucho rato mirándose frente a frente, las lenguas afuera, el vapor de sus respiraciones formando figuras en la neblina de invierno.

Los perros peruanos son animales dóciles, fieles, pero también hiperactivos. Sus cuerpos fibrosos son máquinas llenas de energía que es preciso consumir cada día. Es hermoso ver a Piji cansado después de una mañana de deporte. Duerme como una roca durante el día, y me deja trabajar. Ahora que ya es grande, vamos a correr a la playa casi todas las mañanas y está aprendiendo a nadar.

Pero en aquel entonces –hace ya casi un año–, él era un cachorrito sociable que disfrutaba y aprendía de la compañía de otros perros.

Entre sus amigos del parque estaban Brando, un beagle aullador al que le encantaba revolcarse en la suciedad (para camuflarse, según su dueño); Canchita, una perra cruzada que, tenía una pata más corta, pero que corría veloz como una coneja; Pisco, un Samoyedo elegante que disfrutaba huyendo hacia los acantilados para husmear en las cuevas de los borrachines y drogadictos; el temible Robapelotas, un callejero fuerte y astuto; y, por supuesto, estaba Qoya, la primera perra en celo en la vida de Piji.

Fue una mañana gris cuando Qoya llegó al parque inquieta y malgeniada. Piji intentaba perseguirla como siempre, pero ella volvía la cabeza para gruñirle mostrándole los dientes, en un tono parecido a un «lárgate de aquí». En cualquier otra situación, Piji se habría apartado y venido a mi costado, avergonzado o asustado. Pero, todo lo contrario, insistía en correr al lado de su amiga, y esquivaba sus mordiscos, intentado olfatear su trasero. Era el primer celo de Qoya. Piji estaba conmocionado por el olor.

Los dueños de Qoya planeaban cruzarla en su siguiente periodo, según me contó la muchacha venciendo su timidez.

Podía ser una linda novia para Piji. Imaginé un

futuro con nuevos cachorritos. Con Piji Dos. Con mi suegro feliz. Pero entonces, Piji y yo tuvimos que salir de viaje (siempre viajamos juntos) y dejamos de ver a Qoya durante varias semanas.

Ya de regreso, nos topamos con ella un mediodía de primavera. Había crecido. Su piel rosada brillaba con el sol y sus movimientos eran más elegantes. Correteba bajo los árboles. Piji la alcanzó y empezaron a jugar como antes. Me detuve a mirarlos. Una mujer en sudadera y zapatillas se paró a mi costado. Tenía unos treinta y cinco años, el cabello negro y modales delicados. Era la dueña de Qoya. Conversamos brevemente sobre el cuidado de esta raza de perros. Que cada vez es más difícil conseguir comida sana (el pollo con hormonas les produce granos).

Que es bueno untarles crema todos los días.

Que deben correr mucho. La mujer no conocía sobre la amistad de nuestros cachorros. Le conté que esperaba algún día poder cruzar a Piji y, con no tanta discreción, alabé las cualidades de Qoya.

No recuerdo con exactitud lo que ella me dijo pero fue algo tan rotundo como: «Qoya está comprometida».

El afortunado era el perro de un criador profesional. Las crías serían puestas en venta. Suele ocurrir. Los perros peruanos ahora están muy bien cotizados, y un bebé puede costar alrededor de 2.500 dólares. Qoya era una reina con abolengo. Piji, un plebeyo sin pedigrí y sin oportunidad.

En el parque, los perros se cansaron de correr. La mujer y yo nos despedimos. Me acerqué a Piji y acaricié su cabeza negra y pelada mientras veíamos a Qoya perderse entre los arbustos. Después de dar a luz, iban a esterilizarla. Encontrar una novia iba a ser una verdadera aventura.

Brad Piji y Uma Thurman La publicidad cambió la suerte de mi perro.

Piji era un macho virgen inmerso en una triste soltería, pero de pronto se ha convertido en una mini celebridad en cuatro patas. Esta

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crónica columna, las redes sociales y una fotografía donde aparece guapo y fornido fueron suficientes para sembrar la curiosidad entre las solteras de esta noble ciudad. ¿Más candidatas? Inbox.

La fama es efímera y, por eso mismo, hay que disfrutarla sin demoras ni remordimientos. «Mi Kina también busca novio. También es virgen. Pero es bóxer…», escribió en Facebook una interesada. «Esta es Yanay. Es amorosa y preciosa y excelente guardiana», añadió una amiga adjuntando un retrato. «Hola, ¿Piji sigue buscando novia? ¿Es grande de tamaño? Una amiga tiene una perra peruana pero es chiquita.» «¿Dónde viven? ¿Podrían venir un sábado o un domingo?».

«Pero que se conozcan como amigos, sin compromisos, ¿ok?». Ok. Siempre listos. Allí estaremos.

Los programas de chismes –tan despreciados por su banalidad– enseñan una gran lección: el sexo es más fácil cuando tu foto aparece en los diarios. Ahora que es conocido, Piji tiene la agenda recargada.

No hace mucho, sin embargo, la vida era difícil. Piji iba por el mundo sin muchas esperanzas. Los parques de Miraflores, tan ricos en árboles de copas altas, ofrecen una profusa población de perros de miniatura no más grandes que un zapato. Los toys –como se afanan en llamarlos sus propietarios– parecen el producto lógico de la última ola inmobiliaria: departamentos diminutos exigen perros enanos. Piji juega con ellos pero le cuesta no pisotearlos. Una miniatura en celo le generó cierta vez una dolorosa interrogante: «¿Y qué hago yo acá?», parecía preguntarse contrariado por la erótica pequeñez. Fue preciso alejarlos para evitar una tragedia.

El azar quiso que una mañana Piji conociera a Chaska, una perrita sin pelo, tímida y malgeniada, que unas veces mostraba los dientes y, otras, el trasero. Se hicieron amigos. Un día ella apareció en celo. Piji se volvió loco Romeo. Intentaba montarse, torpe él, mientras Chaska lo dejaba hacer como si se tratara de un juego. Luego se movía hacia allá o corría hacia acá volviendo imposible el

amor. La dueña –una mujer de cabello corto, alta y en ropa deportiva–, vigilaba la escena desde una bicicleta. «Está en sus primeros días», me dijo con una gran sonrisa. «Cuando esté lista para que la monten de verdad, moverá la cola para un lado». Piji podía esperar. Pero el destino (y la dueña) tenían otros planes para Chaska. Cuando ella por fin movió la cola a un lado, unos días después, fue otro el galán que estuvo junto a ella. ¿Se enamoran los perros? ¿Se deprimen por amor? Tengo libros apilados en la mesa que abordan diversos aspectos de la conducta perruna, y quizá me vuelvan menos ignorante algún día. En todo caso, Piji nunca se detuvo a llorar –lo que los humanos llamaríamos– una decepción amorosa. Siguió corriendo por la vida, por los parques y por la playa, día tras día, mientras sus músculos se hacían más fuertes. Fue así como un día de inicios de verano, bajo los rayos de sol más lindos, y cuando él se revolcaba en la playa como un cerdo feliz, una hermosa silueta apareció en su vida deslizándose en elegantes cuatro patas, como una garota extraviada en Agua Dulce.

Se llamaba Uma. Por Uma Thurman.

Piji la divisó a la distancia y de inmediato sacudió todo el cuerpo y agitó la cabeza hasta que sus orejas chocaron, una con otra, como el aleteo de un pájaro. Piji es el diminutivo de Píjiri: murciélago, en lengua machiguenga. El nombre le hace honor a sus orejas enormes pero también a la condición de su raza. Al igual que los mamíferos alados, los perros peruanos sin pelo asustan debido a su rareza. Pero son increíblemente hermosos –como gárgolas o dragones– cuando los miras de cerca.

Piji y Uma se observaron con desconfianza. Las orejas paradas y hacia atrás, en guardia. No era un encuentro casual sino una cita a ciegas.

Los dueños de Uma y yo habíamos coincido días antes en un supermercado. Abi y Ricardo son una pareja de periodistas jóvenes y, al igual que yo, merodeaban en la sección fideos en busca, quizá, de una manera

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crónica fácil de resolver la noche del domingo. Les resumí las últimas noticias de Piji: que estaba listo para ser papá, que su cojín pedía tregua y que andábamos en busca de una afortunada.

Ellos intercambiaron miradas y opiniones. Su cachorra tenía casi la misma edad de Piji y pronto entraría en celo. No tenían planes de llenarse de perritos, pero algo los hizo dudar: Uma tenía problemas de conducta. Era ansiosa e hiperactiva. «Un locón», en palabras de Ricardo. Había mordido libros, zapatillas e incluso los sofás de la casa. Se peleaba seguido con otros perros y reaccionaba con brusquedad ante situaciones que escapaban de su control: un cachorro juguetón, un niño que corretea o un humano inoportuno. Como una adolescente en problemas, Uma tenía una psicóloga particular. Así que dentro de las muchas cosas que Abi y Ricardo estaban haciendo para ayudarla, esa noche se les ocurrió que la maternidad podía ser una experiencia positiva para apaciguar su temperamento. Nuestros perros tenían que conocerse. La playa –territorio de Piji– sería un buen lugar para propiciar el primer flechazo. Si ambos animales se caían bien, ya podríamos pensar en unir a las familias.

Semanas después, en la playa, Piji empezó el galanteo estirando las patas delanteras en señal de que quería jugar. Uma lo miró con altivez. Parecía una princesa que se fija en un sirviente guapo, pero sirviente al fin y al cabo. Piji se lanzó a correr alrededor, ladrando en busca de su atención. Ella mantuvo su lugar y se concentró en los detalles del paisaje. El escenario no era propicio para la intimidad. Media docena de niños corrían tras una pelota, tres señoras hacían aeróbicos y un heladero soplaba su corneta como un trompetista frustrado.

Uma se apartó de sus dueños y corrió por la arena como una gacela nerviosa. Piji iba detrás. El cuello erguido. Ladraba. Pedía atención. Ella no volteaba a mirarlo. En opinión de Ricardo, se comportaba como la chica guapa y sobrada del barrio que desconfía de los muchachos «coquetones», esos que se regalan con facilidad. Piji, por su parte, era ese

adolescente muy seguro de sí, que se lanza a conquistar sin miedo a hacer el ridículo, y piensa que todas se mueren por él. Todas menos Uma. Lo más memorable de aquella cita fue un breve momento en que Uma dejó que Piji corriera a su lado. Luego le mostró los dientes. No era grave. Grandes amores han comenzado con una bofetada.

Pronto los perros se cansaron, alterados por la cantidad de gente en la playa.

Los dueños acordamos que volveríamos a reunirnos unas semanas después. Esta vez, la cita tenía que celebrarse en un espacio más tranquilo para los perros. Un parque, quizá. Y así nos despedimos. Los días pasaron y los hombres y los animales nos perdimos en la rutina del trabajo y las falsas urgencias de la ciudad. Viajé. Viajamos. Volvimos. Un día de mediados de marzo, vi a Ricardo. «Piji está preguntando por Uma», bromeé. Entonces me contó el final de esta historia. Abi y él habían esterilizado a su cachorra por consejo de una veterinaria. Uma padecía una ceguera hereditaria y un cuadro raro de hepatitis que le producía mareos y vómitos. ¿Serían la causa de su mala conducta?

Tras la cirugía, la loca e impulsiva Uma estaba más calmada, cariñosa y engreída.

«Casi es otro animal», me contó Ricardo en un correo posterior. Antes de conocer el diagnóstico de las enfermedades de su cachorra, Abi y él tenían planeado cruzarla.

Sin discusión. «Piji fue el candidato principal», añadió Ricardo en aquel mensaje. La frase me genera un raro desconcierto. Una ráfaga de inexplicable y humana tristeza. Mientras escribo, el buen Piji duerme enrollado en su cojín, tan distante de todo y a la vez tan dueño de las respuestas. ¿Un perro siente el rechazo?, me preguntaba Ricardo en su mensaje. ¿Un perro se enamora? ¿Alguien lo sabe? ¿Es eso un perro?

Cuando Piji llegó a los Estados Unidos por segunda vez no era un perro que asombraba

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crónica solo por carecer de pelo. Le habían salido granos en el lomo, estaba flaco y se le notaban las costillas. Parecía refugiado de un pasado de hambre y violencia. Los lugareños, acostumbrados a los labradores gordos y peludos, se detenían a mirarlo como a una rareza rescatada de un circo. Nos interceptaban en las calles. Hacían preguntas. ¿De dónde venía? ¿Qué le había pasado? ¿De verdad era un perro? Piji callaba manteniendo la intriga.

La burocracia del Perú no es amable con quienes andamos en dos patas. Es peor cuando tienes cuatro. A fines de junio de 2014, Piji y yo, muchachos solteros, nos preparábamos para hacer turismo en la tierra de Pluto y Rin Tin Tin. No sabíamos que nuestro país nos reservaba un papel protagónico en la comedia del trámite escondido. Secretarias de mal carácter, jueces caninos estrafalarios y hasta un bull dog en busca de papá iban a desfilar ante nosotros a lo largo de un mes, gestión que adelgazó a Piji y me produjo no pocos dolores de barriga.

Atesorábamos lindos recuerdos de un aventura anterior que había transcurrido sin mayores dramas. Piji era un cachorro de medio año cuando viajamos juntos por primera vez al lejano norte. Compré los pasajes en una aerolínea que trasladaba perros en la bodega. Pagué por Piji el costo de una maleta extra. Llegamos puntuales al aeropuerto. Y los siguientes treinta días vivimos unas vacaciones al filo del Atlántico.

Nos internamos en el bosque de Maine.

Conocimos a los futuros suegros. Éramos inocentes.

Las buenas experiencias, sin embargo, siembran malos referentes. El año siguiente compré mi pasaje en la misma aerolínea y no me preocupé. Pensé que la vida seguiría siendo hermosa. Alisté maletas. Piji y yo fuimos a la veterinaria por su certificado de salud, único documento que nos exigieron la primera vez. Y eso fue todo. Tres semanas antes del viaje, llamé a la compañía para confirmar que no hubiera problemas. Un amigo iba a casarse en Cusco y yo sería uno de

los testigos. Planeaba dejar todo en orden antes de ir a dar fe a ese sacramento de amor.

Luego volvería a tiempo para volar. Al otro lado de la línea, el empleado de la aerolínea me dio la mala noticia con amabilidad. Debido al calor del verano norteamericano, la empresa no permitía que viajaran mascotas en la bodega. Los animales corrían peligro de sofocarse. La moratoria era nacional, para todas las compañías, entre mayo y octubre. Mi vuelo estaba programado para julio, mes de aniversario del Perú. Estábamos jodidos.

El empleado me sugirió que debía consultar compañías de carga. Las reglas del comercio internacional –añadió– eran distintas. Las naves tenían cámaras temperadas para trasladar a Piji a salvo del calor. ¿Aviones de carga? ¿Agencias de aduanas? ¿Comercio internacional? Marqué el teléfono con miedo. Piji dormía enrollado en su cojín azul, sin adivinar su cruel destino.

Un funcionario optimista respondió el teléfono. La agencia de aduanas para la que trabajaba era experta en trasladar animales – me dijo–. Él mismo había gestionado el viaje de una perrita de competencia la semana anterior.

–¿De qué raza es su perro?

–Sin pelo.

–Uy, no –dijo después de un breve silencio–. Eso es más jodido.

Se llamaba Lucho. Sería de gran ayuda en el futuro próximo, pero entonces no quería alimentar falsas esperanzas. Enumeró los certificados y constancias que debía tramitar antes de comprar el flete en el avión. Por lo demás, solo esta gracia aerocomercial bordeaba los ochocientos dólares, más de lo que yo había pagado por mis pasajes de ida y vuelta a Maine. Tenía que iniciar los trámites cuanto antes o me vería obligado a posponer mi viaje. Pidió que lo mantuviera informado de mis logros, y me deseó buena suerte. *** El reto mayor parecía simple. Tenía que conseguir un papel sellado que autorizaba

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crónica la salida de Piji del país. Las leyes peruanas protegen a los perros peruanos sin pelo, patrimonio nacional, como si se tratara de huacos vivientes. Un indicador de dudosa seguridad en un país donde gran parte del arte antiguo están abandonados o en manos de traficantes. Muchos perros sin pelo vagan sueltos en las playas del norte del país, sin nadie que los atienda de sus enfermedades. Y al mismo tiempo, criadores particulares aprovechan el prestigio reciente de la raza y cultivan camadas que venden miles dólares por unidad, si no es más. El nombre del documento que debía conseguir confundía.

«Constancia de Exportación de Ejemplares de Raza Perro Sin Pelo del Perú». Exportar, dice el diccionario, consiste en vender algo en otro país. Piji y yo sólo queríamos viajar. No quería deshacerme de mi mejor amigo.

Tampoco entendía por qué ninguna autoridad nos había detenido cuando salimos la primera vez, un año antes. Entonces no tenía aquel documento. Ni siquiera sabía que existía.

La tarde que visitamos las oficinas del Kennel Club quedó claro que ahora la vida sería dura. Una mujer condujo a Piji sobre una tarima. Llevaba un aparato en la mano. Lo colocó a la altura del cuello del paciente y disparó un microchip dentro de su piel. Piji resistió, estoico, pero temblaba. El pequeño circuito serviría para que los funcionarios lo pudieran identificar mediante un lector electrónico. Así sabrían que él era él y no un impostor.

La mujer me entregó una hoja verde con un código de barras que indicaba el número del chip. El trámite no era barato. A continuación tocaba sacar una cita con alguno de los jueces del club. Esta persona revisaría a Piji y certificaría su raza. Llamé a los números que me dieron. El primer juez no contestó. El siguiente estaría libre dentro de nueve días. El tercero podría atenderme en ese momento.

Eran las seis de la tarde. Qué gentil, pensé.

Era un hombrecito pintoresco, calvo, con barbita y chaleco de cuero. Nos vimos en una calle bulliciosa a espaldas de un supermercado. Le entregué la hoja verde. Bajé a Piji del auto. Los presenté. El juez abrió un pequeño morral y extrajo sus instrumentos.

Realizó el examen en plena vereda, el viento corriendo desde el mar cercano. Piji temblaba.

Andaba en racha de exámenes desde la semana anterior. Ahora, en la calle, el juez pasó el lector de chips por el lomo de mi buen amigo. Sonó bip. Era conforme. Midió su altura, el ancho de su cuerpo y se detuvo en la cabeza. Es lindo –dijo–, pero esas orejotas complicaban las cosas.

–¿Y eso qué significa? ¿No podremos viajar?

Podríamos pero eso no era lo complicado. Piji no cumplía con los estándares de la raza. Si mi objetivo era venderlo, la triste verdad era que su valor era nulo. Nunca me han interesado esos detalles que desviven a criadores y vendedores de animales. Mas aún, la obsesión por los moldes y los «estándares» me parecen una manera primitiva de evaluar la belleza exterior de una ser vivo, pues convierten en «defectos» las características que, al contrario, les otorgan personalidad.

Me ahorré el comentario y solo le expliqué que tenía prisa. Los carros entraban y salían del supermercado. Puse a Piji en el auto, a salvo del mundo, y volví por el documento.

Sugerí una cafetería para que el hombre pudiera llenar los datos con calma. Pedí agua.

Le invité una gaseosa. Dibujó su veredicto, letra a letra, con paciencia de otra época.

Parecía serio. No lo era. Sacó su celular y me mostro una fotografía. Piji llevaba esperando una hora. El hombre aún no firmaba el maldito formulario cuando me preguntó si, ya que iba camino a Estados Unidos, acaso me interesaba participar en un pequeño negocio.

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Foto: Marco Avilés

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ensayo MUEREN DOS POETAS EN PLENO ORGASMO Anotaciones al borde de página, al prólogo de Rubén Medina en la antología infra "Perros habitados por las voces del desierto".

Andrés Cisneros de la Cruz 1 Para la antología general, un epígrafe de Roberto Bolaño, y un par de versos de Mario Santiago Papasquiaro para el prólogo; lo que indica que dos cadáveres están empezando a florecer al centro de un jardín desierto (digamos "flor de arena", "solitito sol de viento"). Parece la flor una puerta que se abre en un "callejón sin salida" y conduce a una necrópolis viva de poetas, para develar una obra que muchos apostaron "no existía", y tener así un renovado "libro de los vivos". Rubén Medina plantea con su prólogo una preceptiva: "El infrarrealismo propone la aventura, el callejón sin salida, una nueva ética del escritor, el nomadismo, el constante movimiento entre los márgenes y los centros, la crítica y la autocrítica; experiencias todas ellas que deben definir más profundamente a los poetas y la poesía en la época contemporánea".

A partir de una relectura, Medina con un estilo adjetivado para leerse en cantina, tertulia o aula de manicomio académico, da el carácter de charla al transcurso, y al mismo tiempo, su caló enriquece el análisis sociológico del ensayo, el argumento: porque el motor sustancial es esclarecer (que resulta siempre complejo cuando se es parte del objeto estudiado) definir cuál fue la aportación sustancial del infrarrealismo como movimiento a partir de sus vectores principales, y por consecuencia, su diáspora. Heterodoxia, dirán algunos (re)teóricos. Sin embargo, poca poesía es la que se aborda desde esta perspectiva, sin hacer historicidad para sustentar subjetividades

difrazadas de verdad. Aquí hay un boceto sociolingüístico del infrarrealismo, y procura establecer con claridad los límites de su estudio.

Esa es la estructura con la cual va argumentando la ética-estética como un elemento Infra, el también catedrático de Wisconsin, y creador de los ensayos Autor, autoridad y autorización: escritura y poética de Octavio Paz y Genealogías del presente y del pasado: Literatura y cine meXicanos, y que a través de una referencialidad poética, va desprendiendo argumentos del propio material poético reunido en la antología: versos/premisa que van dando pauta al análisis, para dar muestra, o ser directrices del sentido que busca Medina en los ríos/versales para componer ese mar genésico del movimiento. Un mar que fue, y que ahora es "desierto", esqueleto de "lo inexistente" (un cero de polvo) en un tiempo pos/utópico. Más allá de la distopía es, argumenta: "Poemas-viaje, poemas erupción, poemas terremoto, cinémaverité infrarrealista que parece desconectarse temporalmente de cierta realidad". Seguido de una crítica contextual (autocrítica a su origen y apunte de su paradoja) al ser un movimiento gestado en Occidente, que surge en oposición al "manantial de luz asombra a pendejos". Parte del espejismo de una ciudad holográfica, en donde sólo hay interferencia. El desierto es también una televisión que zumba, ruido cósmico. Lejos y cerca de los tuaregs, el viaje que plantea Medina es "riesgo",

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ensayo porque busca atravesar ese lugar árido en el que nació.

2 El desarrollo de un auto crítico es trascendental.

Ver, como lo ven los mismos infras, al Infrarrealismo, como una eterna disputa, no parece contradictorio. Agarrarse a guamazos por un buen pulque bien vale la pena. Romperle los lentes al igual (digo, al distinto) cuando ya se le pasó la mano por "mamuca", es necesario. Ponerle límites a los "cuates" para que le bajen a su desmadre, es obligatorio. Incluso en un movimiento mayoritariamente androcéntrico, por no decir "machín", más por época que por convicción, como lo es el Infrarrealismo (sin menoscabar la ternura masculina), este tipo de enfrentamientos se agradecen, ya que en otros movimientos los "agarrones" son más ñoños, donde parecidos a niños agarran sus juguetes y fundan otra ciudad con sus piezas de lego. Sin embargo aquí los infras no le sacan al parche y defienden su "origen/devenir", su procedencia "infra". ¿Qué significa esto? Que el valor de ser infra es, no tener una postura, sino asumir que en ese "caos" que representa "la fiesta/juventud", se germina la semilla primordial de si el poeta buscará en sí el camino, o si tomara el camino prestado de otros.

Incluso Medina, en su recuento de antologías infra, y recuentos de afiliados, lanza una crítica feroz (el adjetivo es dramático pero útil) al hecho de que Pedro Damián incluye en su Nosotros, los clásicos, del 2007, además de a la mayoría de los fundadores, a "aquellos que se incorporaron en los años ochenta, e incluso a dos o tres poetas de una nueva generación ya en el nuevo milenio, específicamente en el DF, que se acercan al infrarrealismo buscando la paternidad (¿padrinazgo?) o guía de un par de infrarrealistasdepués de la muerte de Roberto Bolaño", observación, que aunque parece una crítica a los que buscan ser "acogidos", también es una observación severa para los infras que quieren seguir el protocolo áurico de perpetuarse en los discípulos con la misma escuela, en el baluarte de lo que en principio significaría ser infra, es decir, ser "camino propio". Trascender la premisa Dadá.

Por eso la selección tiende a ser (es) crónica, porque la "tribu" que delimita Medina es suceso social y poético. Y aunque lo social determine lo poético; en estricto sentido, intenta hacer una decantación de lo que "ahí" sucedió.

Delimitar la escena del crimen. Lo cual tampoco quiere decir que no haya otras manifestaciones aleatorias que se signifiquen de un modo similar a esta célula, o que tengan semejanzas ineludibles.

Así, más allá de generar un purismo entre el "infrrealismo real", y el "infrarrealismo secundario", cabe la posibilidad entender el infrarrealismo como un movimiento, pero también como fenómoeno de una época. Y de ahí todas sus variables. Que las hay.

Las acotaciones de por qué no incluir a otros poetas que colindaron con el infrarrealismo, es oportuna, aunque también escueta. General tal vez para evitar el meollo discrepante al respecto.

Oportuna. Lo que parece imprescindible (un rayón al margen de la hoja) es que carga cierta tensión con la generación de Sargazo, principalmente en la oposición de posturas, de Orlando Guillén/Mario Santiago, y me parece a veces pesa más que la misma dupla Bolaño/Papasquiaro. Una disputa a bastonazos; uno renegando del otro, porque uno quiere grupo y el otro no. A diferencia de Bolaño, Orlando se exilia en el "anonimato" en Barcelona, donde actualmente reside; Bolaño hace fortuna (y véase la herencia que ahora lega páginas en blanco). Y eso es hablar de postura. Desde el lado poético, baste leer a Guillén, a fojas 179 del libro número 4 que llevó en 73 el registro civil de coatepec (ver) el poeta pide paz a su mujer y echa el resto o el suicida destaza su carnero negro y de su vena aorta brota un chorro de palomas, para entender, Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger, de Papasquiaro, y luego, su derivado, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, de Bolaño, y que se vuelven ejes fundamentales para un futuro estudio desde otro ángulo de la caverna infra. ¿Qué es lo que representa el hecho de asumirse "infrarrelista" desde el canon que delimita Rubén Medina? El reto de contraponer la vida misma de los infrarrealista con su poesía; es decir, analizar la "obra" como un conjunto indisoluble, material; la obra como suma (dos piezas que deben encajar perfectamente) del desplazamiento vital y

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ensayo el desarrollo estilístico. Por algo apunta: “Incluye a aquellos que a mi juicio cohesionan y participan cotidianamente en el Infrarrealismo en los años mexicanos y mantienen las posiciones éticasestéticas del movimiento según sus principios, actitudes y manifiestos, tanto en la diáspora como en el propio DF. Ninguno de los poetas aquí reunidos ha buscado integrarse a los grupos de poder literario ni buscado el beneficio personal para realizar su escritura, ni renegado de su filiación al movimiento. Todos se han negado a contribuir o ser parte del oportunismo funcional que promueven las instituciones culturales del país e incluso a cultivar amistades que traigan algún beneficio a la propia ‘carrera’ literaria”.

Diferencia de los poetas de Sargazo: la postura, y un "manual ético" de procedimientos u objetivos por cumplir. Una palabra: congruencia.

Signo de que la poesía es acción, que deviene y deriva en ella. Y no sólo referencia de la referencia, literatura de la literatura. Por eso el prólogo es, desde el estilo mismo de su hechura, una "realización" para transparentar la congruencia de sus integrantes. Así de duro es el reto.

3/4 Pero dos poetas mueren en pleno orgasmo.

Bolaño y Papasquiaro mueren en la juventud plena de su obra, cúspide de su torrente de letras. Bolaño como una figura que seguirá generando contradicción, y que sin embargo es parte elemental de esta antología: un pasadizo a los anales de las grandes editoriales mercantiles.

Referencia elemental para el argumento. Pata débil de la mesa. Papasquiaro, la pata fuerte, puede quebrarse. El punto es que el nuevo reto para que se cumpla a la perfección el desarrollo teórico de esta "ética poética" planteada por el ala "poeticista" (por la similitud con planteamientos de Enrique González Rojo Arthur) de los infras, es que trasciendan su propio paradigma. El callejón sin salida es una metáfora de lo mortal, y naturalmente, el parricidio poético es necesario como parte de una poética de esta naturaleza (dialéctico/subjetiva, a decir de Medina). No en vano José Revueltas es uno de los precursores naturales de ambos movimientos.

Es en ese infrarrealismo teórico, por decirlo de un modo, donde se guarda una empatía, un cercano sentido al poeticismo (especialmente gonzalezrojeano, aunque Mario Raúl prefiera el lizaldiano) y se funda en la poética del "callejón cerrado" pero no sin salida; o sin salida, pero “no cerrado”. La mortandad, más que el lado moridor.

Lo netamente moridor, es la vida. Dialécticamente el uno es lo otro, sin negarse, sin oponerse. Porque los seres humanos, son desiguales, y no esta metafísica de aparente balance químico de lo social (que para principios del siglo XX y el siglo XIX funcionaba con Rimbaud): de "yo soy otro", porque "el otro no es yo". Este infrarrealismo que aquí plantea Medina, es de una subversión que trasciende el mero acto de violentar un cerco áurico, como lo hicieron en la “infanciainfra”, y decirle al dictador: "mi muy querido y siempre mal cogido, Octavio Paz", en una fiesta, para después salir golpeados por la puerta trasera. (Véase en un cuadro al óleo Estaban Harrington con tremenda golpiza, por las palabras de la esposa de Pedro Damián, en 1976). No ese cuadro. Sino el otro, el que da putazos invisibles y se lleva a la práctica y se vuelve “familia”, forma de vida; la partitura que deja a la pandilla viva, en la historia, lista para la referencia, para la disputa, pero que toma cada quien su camino, porque al final para ellos ser pandilla es no estar de acuerdo.

Esta ala de los infrarrealistas, nos dice Medina, no es tibia: es, y deja a un lado el "es y no". Por supuesto, Medina también apunta adecuadamente las intromisiones y “reapropiaciones” de “lo infra” que han querido hacer figuras absurdas como Volpi, por poner ejemplo. Sin dejar ilesa a Los detectives salvajes, del mismo Bolaño: “novela que por una parte crea una mitología seductora del Infrarrealismo, y por otra convierte al Infrarrealismo en un hueso bastante manoseado y duro de roer”.

5 Esta antología no es una obra completa: la moneda lanzada a modo de manifiesto hace casi cuarenta años no cayó en el fondo sin salida de un callejón, en el pozo de los deseos, sino que se infiltró en el fondo del pozo para brotar del agua como un trébol sólido, con raros frutos alimenticios, hongos

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ensayo de un nuevo siglo, en una nueva era para la poesía, aún imperceptible, porque sobreviven los poetas guardianes de un reino en ruinas.

Y el callejón adquiere relevancia cuando es definido del siguiente modo: “deviene asimismo en el autorretrato del poeta moderno: es un filtro de la experiencia vital del hablante poético por el que acontece la expresión poética. Por este filtro (el callejón sin salida-caparazón), justamente, pasan todas la vivencia internas y externas del poeta, sus reflexiones, deseos, la diversidad de la vida diaria, sus visiones e intervenciones en los debates estéticos y políticos del mundo moderno”. Con lo cual tenemos una definición enriquecida, no sesgada, del poeta-en el mundo. El poeta como eje transformativo de la visión/acción del mundo.

Medina dedica un buen espacio para disectar el proceso de Papasquiaro, y cómo genera una congruencia esencial para la función poética desapercibida hasta ese momento, y que ahora bajo otros reflectores puede ser más legible. Así mismo la cultura material, el poema cárnico al modo de Artaud. Y suma el “callejón sin esperanza” (otra vez la dialéctica integral) de José Peguero, “contra la poesía nada / contra el poeta todo”. Donde el poeta como figura tangible del fenómeno poético es el que carga el peso total de la poesía; de ahí la premisa que plantea Medina: “la ética infrarrealista es una mientras que la estética es heterogénea”.

6 Por otra parte aborda la “extraterritorialidad” del movimiento. Más allá del fenómeno. Conexiones que ofrece para tener un mapa de sucesos públicos, editoriales, que pueden dar luces de que el infrarrealismo no es una cuestión sui generis alienada, sino que forma parte de una serie de vectores que se dispararon en la época (70/80), y que contrario a lo dicho, fueron sesgados por otro modo de cultura, antes de ser tomados como parte. En particular la década de los 80 es donde el modelo cultural actual, fincado en el Conaculta de Salinas, toma forma con la dogmatización de un canon que apuntaló la “transición” del estado totalitario, con el presidencialismo a la par del los poetas efigie, para dar el perfil de una “Estado democráctico poético”, el cual sintetizaría ciertas “tendencias populares”, para integrarlas

paulatinamente, y de modo sistemático, al estatus oficial de la poesía. Este proceso se desarrolla principalmente en los 90. Por eso el apunte de Medina al respecto, busca anclar un mapa que se cimenta no sólo en México, sino en diversas geografías, e incluso desde diversos ángulos artísticos y académicos.

Y aunque ahora sea más común ver ensayos “críticos” sobre el quehacer poético de Octavio Paz, para esa fecha son pocas las figuras que abiertamente se pronuncian ácidamente contra la hegemonía. Por eso, acota: “Autor, autoridad y autorización: escritura y poética de Octavio Paz aparece en el Colegio de México, en 1999, contra la oposición interna de académicos subsirvientes de Paz que nunca dan la cara (Anthony Stanton) y gracias a la defensa del libro realizada por Antonio Alatorre”.

De este modo Medina contrapone la postura del “nomadismo infra”, con el carácter universalista de Todorov, a quien sustentándose en Lukács, califica de “banal humanista y neoliberal”.

Algo similar a lo que sucede con los extranjeros en México, que asumiendo esa “otredad” dentro de la hegemonía, se erigen dentro del status esencial de la supuesta integración plural del “canon”. El tema del exilio infra, y la infra resistencia de los que permanecen en territorio nacional hace pensar en una “guerra civil de la poesía”, aún en conato, pero que toma claridad en este devenir imperceptible para los poetas recién nacidos, en los 80 y 90, particularmente. Aunque el material existe, y eso da una excelente pauta para investigación, y que estas generaciones no se queden con la versión “oficial”. Así mismo denuncia, por decirlo de modo general, este intento de querer difuminar el infrarrealismo, o lo que representa, porque “el poder cultural se asegurará que no haya cambio de política contra el infrarrealismo” (y se puede acotar, u otras formas de no gobierno), “se mantiene la criminalización simbólica del infrarrealismo y menos simbólica la insistencia de borrarlos del mapa de la cultura nacional, según la consigna de la que muchos participan con el ninguneo, el silencio, el comentario mal informado de “escritores” que en verdad no conocen la obra de los infras” (dice: “¿debo dar nombres?”. Viene

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ensayo el de Luis Felipe Fabre, de primera instancia; y luego otros más jóvenes)”.

7/8 Porque el peso, y la complicación de desmitificar, y al mismo tiempo enfrentar la mitificación de la dupla orgásmica de Bolaño/Papasquiaro, es inevitable, y es uno de los ejes cruciales de atender en este prólogo: cuál es la postura (sólo entonces) de los infras, de Medina, ante el fenómeno mediatizante. Los dos términos que caben son: contra-mediatización o meta-mediatización. ¿Qué significa? Que cada espacio hegemónico de la cultura tiene los alcances limitados de sus intereses, mientras que para el nomadismo, más conceptual que geográfico, vale la pena acotar, el interés no es ascendente sino trans-cursivo (que no transversal): avanza, muta. Se multiplica. Se divide. De ahí los deltas que pueden hacer posible lleguen infinitos ríos por distintos caminos de vuelta al mar de la poesía. A eso apuesta al menos el prólogo, y lanza el reto: “¿podríamos decir lo mismo de la poesía mexicana, queridito Octavio, con su enorme aparato editorial, diplomático y sus intelectuales orgánicos y sus intelectuales inorgánicos que han crecido con una dieta no ecológica?”. El todo o nada es una red paradójica. Sin embargo, la escisión se consolida.

El tema difícil será Bolaño. No existe justificación ninguna para que los actos sean un reflejo infiel de la obra. Apunte de una ética/poética. Por lo tanto, el orgasmo (que no la muerte) de Bolaño, adquiere una doble importancia que pone en crisis al infrarrealismo, si y sólo si, se fundamenta en la congruencia total. ¿Apelar a la imperfección? Es la respuesta natural de un ejercicio de las “poéticas errantes”. La gloria

regularmente se lega con la muerte, y a quien se le lega es regularmente a un rey o una reina que a menos que sepan asumir el peso del hecho, la ocuparan para la propia perpetuidad. Conflicto del nombre y la familia. La heredad más allá de la tradición, y la tradición como una herencia que condena. ¿Romper el grillete, la patológica inercia?

Parricidas de nuestra propia obra, diría Ocaranza.

Asesinos de nuestro propio principio/fin: sin necesidad de arrepentirnos de la vida.

9 Reescribo fragmentos del noveno ovo del prólogo, no lo transcribo; todos los infras deben demostrar con su vida y obra que la literatura evidentemente rompe los esquemas estéticos, y es torrencial, iconoclasta (como el mismo Roberto López Moreno), y se atreve a meterse al desierto o poner en las manos del lector una locomotora (…) Los dos infras emblemáticos, Papasquiaro y Bolaño, muertos en un orgasmo, no son ajenos a los trayectos y estrategias de los infras vivos. Vivieron entre una y otra estrategia, entre el margen y el centro: con el escepticismo lúdico y la ironía creadora. Estos son nueve pasos para caminar el infierno; verlo entre las propias cosas ante nuestros ojos. ¿Si no para qué la poesía? Aclarado esto, ¿es importante si la poesía te gusta? Los caminos esperan. La revolución está en donde se hace la revolución: lo demás continúa indefectiblemente su camino.

Pasemos con los poetas.

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English colaborators

from Yale. Her poems have been published in Poet Lore, Nimrod, Tulane Review, Cobalt Review, among others

Alfonso Gustave. Bachelor of Arts in Spanish-Translation.

Student of Master of Arts in Spanish. Translator for the documental Andalucía: fusion de tres culturas. He was published the article named The impact of Sefardi Translators in Medieval Europe.

David Anuar. (Quintana Roo, 1989). He received a BA in Latin American Literature from the Universidad Autónoma de Yucatán, where he currently teaches Literary Theory. He is also studying an MA in Spanish at Escuela Normal Superior de Yucatán. Copy editor in the scholarly journal Temas Antropológicos and author of poetry booklet Erogramas (2011, Catarsis Literaria-El Drenaje), the essay compilation Cuatro ensayos sobre poesía hispanoamericana (2014, CONACULTA-Libros en Red-Ayuntamiento de Mérida) and the book of poems Bitácora del tiempo que transcurre (2015).

Alí Calderón. (México, D.F, 1982). He is a poet and a literary critic. In 2007 he received the Latin American Prize for Distinguished Poetry from America. In 2004 he was the recipient of the Ramon Lopez National Prize for Poetry. He received scholarships from the first generation of the Foundation for Mexican Letters (2003-2004) and the National Fund for Culture and the Arts (2009-2010). He is the author of the poetry collections Prime Imago (Ed. UAZ, 2005) and Being in the World (Ed. UAB JO, 2008), of the book of essays The Generation of the Fifties (Tierra Adentro, 2005) and coordinator of the following anthologies: Light Gaining Recognition 1965-1985. 20 Years of the Latest Poetry in Mexico (Ed. Secretaria de Cultura de Puebla, 2007) and Undulating Gold. The Living Poetry of Mexico (Ed. University of Texas, El Paso, 2009). Álvaro Solís. (Tabasco, 1974). Has published eight books of poetry. He edited, with Mario Bojórquez, Alí Calderón and Jorge Mendoza, La luz que va dando nombre, poesía viva de México (2009) and with Waldo Leyva La octava más alta de las flautas, seis poetas cubanos jóvenes (2011). He received the National Prize of Poetry Amado nervo 2006, the National Prize of Poetry Clemencia Isaura (2007) and the National Prize of Poetry Gutiérre de Cetina (2007).

Amanda Formica. Holds a BA in International Affairs from the George Washington University. She is an avid fan of poetry, writing, art, community, and social justice. She is a sometimes writer who participates in the Barbed Wire Open Mic and Tumblewords. Amanda lives in (and loves) El Paso, works for a non-profit in Las Cruces, and hails originally from Massachusetts.

Amanda Silbernagel. Her work has been published or is forthcoming in The Columbia Review, Rufous City Review, Requited, The Destroyer, kill author, Eratio, Radioactive Moat, Fruita Pulp, PANK Magazine's 'New Writer Series, and elsewhere.

Anthony Seidman. Is the author of The Motel Insomnia, published in Paris by AdeLeo Editions, and featuring art by Jean-Claude Loubieres. His work has been anthologized in The EcoPoetry Anthology (Trinity University Press) and California Prose Directory: New Writing from the Golden State (outpost 19). His poetry and translations of contemporary Mexican literature have been published in Cardinal Points, The Black Herald Review, The Bitter Oleander and Huizache, among others. With David Shook, he translates and edits chapbooks of poetry from Mexico in a series called Sin Papeles.

Carlos Martínez Rivas. Was a Nicaraguan poet, most famous for his poem El paraíso recobrado, a love poem first published in 1944.

Martinez Rivas moved to Mexico in the early 1950s. There he published his most famous work, a book of poems titled La insurrección solitaria. He died in Managua, Nicaragua on June 16, 1998.

Clara Fang. Immigrated to the United States from China when she was 9 years old. She holds an MFA in Creative Writing from University of Utah and a Master of Environmental Management

Dennis W. Gonzalez. Was born in Peru in 1987 and moved to the United States in 2006. Since then, He has studied in Peru, Connecticut and Texas. His major concerns in Literature are Memory and Migration, Language and culture, and the relationship between Latin American and American Literature. He’s is currently working on his MFA in Creative Writing at University of Texas in El Paso.

Diana Esparza. A native Spanish speaker, Diana Esparza was born and raised in Juárez. She moved to El Paso in 2006, and obtained a Bachelor’s Degree in History in 2010. She decided to apply to the UTEP’s Residential MFA because she’s always wanted to be a writer, but it seemed like an unrealistic dream. It was not until she got accepted into the MFA that she realized she was wrong. Her writing focuses mainly on gender and women’s issues.

Francisco Arellano and Janeth Arellano. Are residents of Atlanta, Georgia. Their work as translators has revolved around the field of communications.

Frank Scozzari. His fiction has previously appeared in various literary magazines, including The Worcester Review, The Kenyon Review, War Literature & the Arts, Tampa Review, Pacific Review, The Nassau Review, Berkeley Fiction Review, The Bitter Oleander, Ellipsis Magazine, The Emerson Review, South Dakota Review, Minetta Review, Roanoke Review, Reed Magazine, Hawaii Pacific Review, and The MacGuffin. Writing awards include Winner of the National Writer’s Association Short Story Contest and four Pushcart Prize nominations.

George Eklund. His work has appeared in The American Poetry Review, ABZ, Beloit Poetry Journal, Cimarron Review, Conduit, Crazyhorse, EPOCH, The Iowa Review, The Laurel Review, The Massachusetts Review, Mid-American Review, The New Ohio Review, The North American Review, Quarterly West, 6 x 6, Sycamore Review, Trajectory, Toad, Visions International, and Willow Springs, among others. Eklund's most recent book publications include Wanting to Be an Element (Finishing Line Press), Each Breath I Cannot Hold (Wind Publications), and The Island Blade (ABZ Poetry Press).

Glafira Rocha. Was born in Culiacán, Mexico. She has received honorable mentions for the IX Carmen Báez Short Story National Prize and the Gerardo Mancebo del Castillo Young Playwrights National Prize (2002). She has received grants from the Foundation for Mexican Letters, State Funds for Culture & Arts, and the National Fund for Mexican Letters, along with support from the National Cinematography Institute’s IMCINE program and PECDA. Her published works include Azul (2003), El rumor de los días que vendrán (Editorial Tierra Adentro, 2005), Tales cuentos (Palabras del Humaya, 2005), Relato a mí (Los Olivos, 2012), and,

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most recently, Más alla del sol (Instituto Sinaloense de Cultura, 2013).

Gustavo Adolfo Aybar. Is a graduate of the University of Missouri-Kansas City where he received his MA in Romance Languages and Literature. He is a Cave Canem and Artist INC I/II fellow and the vice president of the nonprofit Latino Writer's Collective. His work can be found in their anthology, Primera Pagina: Poetry from the Latino Heartland. Other publications that have featured his work include Harvests of New Millennium, Black Magnolias Literary Journal,NINE: A Journal of Baseball History & Culture, and Oranges & Sardines.

Jair Cortés. Poet and translator, was born in Calpulalpan, Tlaxcala, Mexico in 1977. Awarded honorary grants by Fundacion para las Letras Mexicanas and Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, two of the most prestigious foundations in Mexico that promote literature and art. His work has been included in various anthologies of Mexican poetry. In collaboration with Rogelio Guedea he prepared and prologues the book A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (2005). Author of the books A la Luz de la sangre (1999), Tormental (2001), Contramor (2003), Caza (Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2006) y Ahora que vuelvo a decir ahora: una reconciliación poética (Eternos malabres, INBA, 2013).

Part of his work has been translated in Portuguese, Náhuatl, Mayo, Tsotsil, English, French and Catalan.

Janis Butler Holm. Lives in Athens, Ohio, where she has served as Associate Editor for Wide Angle, the film journal. Her prose, poems, and performance pieces have appeared in small-press, national, and international magazines. Her plays have been produced in the U.S., Canada, and England.

Jessica Illarramendi. She completed a course on Memoir Writing.

She wrote about the experience in growing up in a traditional Mexican household.

Ilya Kaminsky. Was born in Odessa, former Soviet Union in 1977, and arrived to the United States in 1993, when his family was granted asylum by the American government. Ilya is the author of Dancing In Odessa (Tupelo Press, 2004) which won the Whiting Writer's Award, the American Academy of Arts and Letters' Metcalf Award, the Dorset Prize, the Ruth Lilly Fellowship given annually by Poetry magazine. Dancing In Odessa was also named Best Poetry Book of the Year 2004 by ForeWord Magazine. In 2008, Kaminsky was awarded Lannan Foundation's Literary Fellowship.

Lawrence Schimel. Was born in New York, and received his B.A. in Literature from Yale University. Schimel is a member of the National Book Critics Circle and the Academy of American Poets. His is a founding member of the Publishing Triangle, an organization of lesbians and gay men in the publishing industry, which he chaired for two terms (1996–1998). His work has received the Rhysling Award and has twice received the Lambda Literary Award Mr. Schimel was a juror for the 2010 James Tiptree, Jr. Award. He is also one of the volunteer judges for the 2011 Lambda Literary Award Mario Bojórquez. He is a Mexican poet, essayist and translator.

Since 1991 to date he has published 9 collections of poetry. His work has been widely awarded, including The National Poetry Prize Clemencia Isaura (1995.) The National Poetry Prize Aguascalientes (2007) the most wanted poetry award in México.

The Alhambra Award for American Poetry (2012) Granada, Spain, amongst many other awards.

Mark Weiss. Has published 10 books of poems, as well as four books of translations of Spanish-language poetry. He has edited anthologies of Cuban and Mexican poetry.

Matza Maranto. (Chiapas, 1984). She is a poet. In 2010 she received the Premio Estatal de la Juventud in poetry. She is the autor of the poetry collection: Atajos para llegar a nadie (SE del Estado de Chiapas, 2011), Peldaños (Universidad de Sonora 2012), y Trozos de azogue (Artepoética press, 2013). She study a PHD in social sciences on CESMECA. Ming Di (nom de plume of Mindy Zhang). Is a Chinese poet and translator living in America, author of six collections of original poetry in Chinese and four books of translations (Writer as Migrant, Missed Time, House, and Dancing in Odessa). She edited and co-translated New Cathay: Contemporary Chinese Poetry (Tupelo Press, 2013) and co-translated Book of Cranes (forthcoming from Press) and Empty Chairs (forthcoming from Graywolf Press 2015).

She was awarded Henry Luce Foundation Fellowships for translation in 2013 and 2014. Her own work has been translated into English (River Merchant’s Wife, Marick Press, 2012), Spanish (Luna Fracturada, Valparaíso Ediciones 2014), and French (Le Livre de Vie Seves, forthcoming 2015).

Nadia Villafuerte. (Chiapas, 1978). Is a writer and journalist. In 2003, she was a FONCA Young Artists Fellow and from 2006 to 2008 a scholar at the Foundation for Mexican Literature. She is the author of the short story collections Barcos en Houston (ConacultaChiapas, 2005), Presidente, por favor (Edaf, 2006), and ¿Te gusta el látex, cielo? (Tierra Adentro, 2008), and the novel Por el lado salvaje (Ediciones B, 2012).

Pina Somsen. She studied Latin American Literature, Translation and Creative Writing in Spanish en CUNY (The City University of New York). She lives in Nueva York.

Robert Cooperman. His latest collection is Just Drive (Brick Road Poetry Press). His work has appeared in different magazines.

Steven Ray Smith. His poems are forthcoming in Yale Review, Southwest Review, Slice, Pembroke Magazine, Aethlon, The Chaffin Journal, and The Transnational. He have published poems in The Kenyon Review, Grain, Puerto del Sol and others. His is president of a culinary school and live in Austin with my wife and children.

Sujata Bhatt. Was born in India. She grew up India and in the US. She received her MFA from the Writers’ Workshop at the University of Iowa. To date, she has published nine collections of poetry with Carcanet Press. She has received numerous awards including the Commonwealth Poetry Prize (Asia) and a Cholmondeley Award. In 2014 she was the first recipient of the Mexican International Poetry Prize, Premio Internacional de Poesía Nuevo Siglo de Oro 1914-2014. Her work has been widely anthologized, broadcast on radio and television, and has been translated into more than twenty languages. She lives in Germany.

Susana Carolina Barradas Rosado. Is currently studying for her BA in Latin American Literature at the Universidad Autónoma de Yucatán. She is writing her dissertation on translation theory and has worked on poetry translation.

Thomas Maldonado. Was born in the Borderplex of El Paso, Texas, but spent most of his adult life between the Dallas-Ft.Worth Metroplex and the Atlanta Metro area. He has lived in Egypt, Saudi Arabia and visited London, Paris, Frankfurt as well as Middle

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Eastern countries such as Bahrain and the United Arab Emirates.

He has translated over eight books from Arabic into English that have been published and that are read worldwide. Thomas is currently a Senior majoring in English and American Literature with a minor in Creative Writing at the University of Texas in El Paso. He is a proud member of Phi Theta Kappa, Alpha Chi and the Liberal Arts Honors Program.

Colaboradores en español A.E. Quintero. Nació en Culiacán, Sinaloa, el 8 de agosto de 1969.

Poeta. Estudió lengua y literaturas hispánicas en la FFyL de la UNAM. Cursó la maestría en teoría literaria en la UAM-I. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana. Colaborador de Casa del Tiempo, El Cocodrilo Poeta, Excélsior, La Jornada, Periódico de Poesía, Plural, y Revista Universidad de México. Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 1996. Fue finalista del Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en 2007 y del Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma en 2010. Obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2011 por Cuenta regresiva.

Alfredo Fressia. Nació en Montevideo, Uruguay, en 1948. Es poeta y traductor. Enseñó letras francesas durante 44 años.

Destituido de la enseñanza por la dictadura uruguaya se instala en Sao Paulo, Brasil, donde reside desde 1976. Su obra poética ha sido traducida a varias lenguas. Su primer poemario fue publicado en 1973 y los más recientes en 2013, cuando completó cuarenta años de poesía. Recibió varios premios y fue jurado de premios importantes (como el Pablo Neruda en Santiago, Chile, 2010). Ha sido editor de la revista mexicana de poesía La Otra en su versión impresa. Sus poemarios más recientes son Poeta en el Edén (Montevideo: Civiles Iletrados / México: La Cabra Ediciones) y la edición bilingüe Clandestin (París: Harmattan, 2013).

Andrés Cisneros de la Cruz. Ciudad de México, 1979. Poeta y editor. Ha publicado los libros de poesía: Vitrina de últimas cenas (VO/ Andrógino, 2007), No hay letras para escribir tu epitafio (Mezcalero Brothers, 2008), Como la nieve que dejan los muertos (Letras de Pasto Verde, 2009 y segunda edición, Poesía sin permiso, 2010), Ópera de la tempestad (Metáfora/VO, 2011), La perra láctea (Inferno Ediciones, 2012), Fue catástrofe (Rojo Siena, 2013) y Eufórica [partituras para la guerra] (Sikore, 2015). Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Comunicación Social en la UAM. Es segundo lugar en el Certamen Internacional Relámpago de Poesía Bernardo Ruiz, 2008, mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía El Laberinto, 2004, y en el Concurso Nacional de Poesía Jaime Sabines, 1999. Y segundo lugar en Premio Nacional de Poesía Temática Tinta Nueva 2011.

Antonio Deltoro. Entre sus libros se cuentan: Algarabía inorgánica (plaquette, La Máquina de Escribir, 1979). El colectivo Donde conversan los amigos (UNAM, 1982). ¿Hacia dónde es aquí?

(Penélope, Libros del Salmón, 1984; reedición Conaculta / Verdehalago, La Centena, Poesía, 2004). Los días descalzos (Vuelta, La Imaginación, 1992). Balanza de sombras (Joaquín Mortiz / INBA, 1997). Poesía reunida (UNAM-Casa de las Humanidades, Poesía y Ensayos, 1999). En las aguas del jueves para siempre (CECA-Querétaro / Presidencia Municipal de Querétaro, 2002), La plaza (CIDCLI/Conaculta, Reloj de Versos, 1990), y Los árboles que poblarán el ártico (ERA, 2013).

Carito Gómez García. Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1982. Estudió el 8º Semestre de la Licenciatura en Artes Visuales de la UNICACH. Es Maestra de Arte en el Tecnológico de Monterrey, Campus Chiapas. Ha expuesto individualmente en San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez, y colectivamente en Chiapas, Morelos, Campeche, Guanajuato, y en Estados Unidos.

Carlos Castelo Chucuan. Es fotógrafo y maestro de educación física. La fotografía es parte de su estilo de vida, la iluminación, los tonos, la composición. Colecciona cámaras análogas y experimenta con ellas. Utiliza film de 120mm, 35mm, polaroid fp100 y 600 Carlos Juárez Aldazábal (Salta, Argentina, 1974). Como poeta obtuvo, entre otros, el Premio Alhambra de Poesía Americana (Granada, España), el Primer Premio Regional de Poesía (NOA) de la Secretaría de Cultura de la Argentina y el Primer Premio del II Concurso Identidad, de las huellas a la palabra, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo. Publicó los poemarios La soberbia del monje (1996, subsidio de la Fundación Antorchas), Por qué queremos ser Quevedo (1999), Nadie enduela su voz como plegaria (2003), El caserío (2007), Heredarás la tierra (2007), El banco está cerrado (2010), Hain, el mundo selknam en poesía e historieta (con ilustraciones de Eleonora Kortsarz, 2012), Piedra al pecho (2013) y Las visitas de siempre (2014).

Claudio Daniel. Es poeta, ensayista y traductor. Edita la revista literaria Zunái. Doctor en Literatura Portuguesa por la Universidad de Universidade de São Paulo (USP), también es columnista en la revista CULT. Publicó, entre otros libros de poesía, A sombra do leopardo, Figuras metálicas, Fera bifronte e Cores para cegos.

Dante Castro Arrasco (Callao, 1959). Ha publicado Otorongo y otros cuentos (1986); Parte de Combate (cuentos, 1991); Ausente medusa de cenizas (poesía, 1991); Tierra de Pishtacos (La Habana, 1993, cuentos); Cuando hablan los muertos (cuentos, 1998) y una segunda edición limeña de Tierra de Pishtacos en 1999.

Daniel Rodríguez Moya (Granada, 1976) es licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada y periodista. En 2001 obtuvo el Premio Federico García Lorca de Poesía, convocado por la UGR, por el libro Oficina de sujetos perdidos. Además, ha publicado El nuevo ahora, en la editorial Cuadernos del Vigía y Cambio de planes (Visor, 2008). Forma parte de la antología Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011). Desde 2004 codirige, junto a Fernando Valverde, el Festival Internacional de Poesía de Granada (fundado por ambos). De su obra crítica y de investigación literaria destaca el volumen La poesía del siglo XX en Nicaragua, publicado por la editorial Visor en 2010. Mereció el XXXIX Premio de Poesía Ciudad de Burgos por Las cosas que se dicen en voz baja(Visor, 2013).

Darío Zalapa Solorio (Paracho, Michoacán, 1990). Autor de los libros de cuento Los rumores del miedo (Tierra Adentro, 2012) y Personas desde el fondo de la laguna (SECUM, 2010). Obtuvo el Premio Michoacán de Literatura 2010 y los de cuento Juan Rulfo en 2011 y Eduardo Ruiz en 2012. Trabajo suyo aparece en La ciudad es nuestra (Centro Toluqueño de Escritores, 2012) y Turbulencia dosmilonce (Ficticia, 2011), y en revistas como El Guardagujas y laRevista de Literatura Mexicana Contemporánea de la Universidad de El Paso, Texas. Seleccionado para los cursos de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2011 y 2012.

Jefe de proyectos en la Sociedad de Escritores Michoacanos A.C. Elva Macías. Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 10 de enero de 1944. Poeta. Premio Chiapas de Literatura Rosario Castellanos, 1993. Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1994. Ha publicado numerosos poemarios, entre los que destacan Ciudad contra el cielo (DGP/CONACULTA, Luzazul,

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1993). El porvenir echa raíces, Antología personal, (UNACH, Recuento de Palabras, 1993). Al pie del paisaje, (Juan Pablos, 2000). Mirador 1975-1993, (UNAM, Poemas y Ensayos, 2001). Entre los reinos (presentación de William Johnston), CONACULTA, Lecturas Mexicanas, Cuarta serie, 2002). Imperio móvil, (FCE, 2005).

Cartonera 2012) de Ecuador y Animalito Rockero (UANL-FONCAConaculta, 2013), Y La edad Atómica (La bella Varsovia, 2014). Es compilador y prologuista de AstroNave Panorámica de Poesía Mexicana (1985-1993) (UANL-UNAM, 2013). Fundador de la editorial/mapa de muchachos en llamas Orquesta Eléctrica.

Elizabeth Delgado Nazario. Nació en Cuernavaca, Morelos, México. 1981. Premio Nacional de Literatura Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas 2005 (Monterrey, Nuevo León, México). Becaria de Jóvenes Creadores en el área de Poesía, otorgada por el FOECA - Morelos, (CONACULTA – Instituto de Cultura de Morelos) 2006. Poemarios: Los nombres que caen, (Unicedes, Morelos, 2003). Licenciada en Letras (UAEM, Morelos, México, 2003), Maestra en Historia del Arte (UAEM, Morelos, México, 2007).

Hellman Pardo. Bogotá, Colombia, 1978. Premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza en 2010 por Elementos del desterrado. En 2011 es merecedor del Premio Nacional de Poesía Casa Silva. Ese mismo año el Ministerio de Cultura de su país le concede la Beca a la Circulación Internacional de Creadores en New York. Ha publicado La tentación Inconclusa (Común Presencia Editores, 2008); Anatomía de la soledad (Gamar Editores, 2013) y El falso llanto del granizo (El Ángel Editor, 2014). Director de la Biblioteca Comunitaria Imago en Bogotá. Pertenece a los Consejos Editoriales de las Revistas La Raíz Invertida y Ulrika. En 2014 recibe el I Premio Nacional de Poesía del Festival Internacional de Poesía de Medellín por su libro Historia del agua.

Fer de la Cruz, M.A. Obtuvo su Máster en Arts en Ohio University. Posteriormente, cinco años de enseñar Escritura Creativa en el Sistema de Educación Pública de Yucatán y de Quintana Roo lo hicieron experimentar en carne propia la burocracia institucional mexicana que aún lo hace pensar en la antigua Berlín Oriental (aunque “como México [ciertamente] no hay dos”). Esto —y sus lecturas de Quevedo, Caviedes, Fernández de Lizardi, Agustín Monsreal, etc.— lo llevó a escribir poesía satírica en años recientes. Ha recibido dos premios nacionales y dos regionales de poesía y publicado, además, poemarios líricos y para niños.

Fernando Valverde (Granada, 1980) es una de las voces más internacionales de la poesía en español. Sus libros han sido editados en diferentes países de Europa y América y traducidos a varios idiomas. Galardonado con importantes premios como el Emilio Alarcos del Principado de Asturias, el Federico García Lorca o el Antonio Machado, en la Colección Visor ha publicado Razones para huir de una ciudad con frío (2004) y Los ojos del pelícano (2010).

Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972) Poeta, ensayista y periodista boliviano. Ha publicado los libros de poesía Lugar Común (1999), Escalera de Mano (2003) y El agua iluminada (2010).

Varios de sus poemas fueron traducidos al italiano, portugués e inglés, y textos suyos están incluidos en antologías internacionales y de su país. Ha impartido talleres de poesía en universidades y centros culturales, y participado en encuentros, festivales y lecturas en Brasil, Nicaragua,, Ecuador, México, Perú y Argentina. Tiene publicados también un libro de ensayo y otro de crónica periodística, y editó una vasta y premiada Historia de la cultura boliviana del siglo XX (2005 y 2009), en dos volúmenes. Entre otros premios, ha recibido la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano Geney Beltrán Félix. Nació en Culiacán, Sinaloa, el 4 de junio de 1976. Editor, narrador, traductor, y ensayista. Estudió lengua y literaturas hispánicas en la UNAM y literatura inglesa en el Victoria College de la Universidad de Toronto. Fue reportero cultural, docente y articulista en Culiacán, y ha sido traductor, asistente de investigación y bibliotecario en la ciudad de México. Fue editor de literatura del Fondo de Cultura Económica (2005-2006). Ha colaborado en diversas publicaciones culturales, entre ellas Blanco Móvil, Crítica, Cuaderno Salmón, Laberinto, La Gaceta del FCE, Luvina, Nexos, TextoS y Tierra Adentro. Becario de la Fundación Lorena Alejandra Gallardo. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en narrativa, 2006-2007. Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2002 por El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández.

Gerardo Grande (Ciudad de México, 1991). Tiene publicados los libros de poesía: Canto de mi árbol en el incendio (One Hit Wonder

Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor cultural, es fundador y director del Festival de Poesía y Narrativa “Ojo en la tinta”. Accésits del Concurso Nacional de Poesía Si los leones pudieran hablar (2008), Casa de Poesía Silva. Sus poemas aparecen en las muestras de poesía Piedras en el trópico (2011) y Raíces del viento (2011). Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y hace parte del colectivo literario La Raíz Invertida.

Javier Bello. (Concepción, Chile, 1972). Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile. En 1992 fue becario de la Fundación Pablo Neruda, y en 1994, con La rosa del mundo (Santiago, Lom, 1996) obtuvo el primer premio en la categoría inéditos de los "Juegos Literarios Gabriela Mistral". Entre 1997 y 1998 cursa el Doctorado en Literatura Española Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid. En este último año obtiene un accésit en el "Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma" con el poemario Las jaulas, editado por la Editorial Visor.

Sus últimos libros son Estación noche (2012) y Los grandes relatos (2015).

Jorge Ortega. Nació en Mexicali, Baja California, México, en 1972.

Ha publicado una docena de títulos de poesía en sellos editoriales de México, Argentina, España y Estados Unidos, entre los que destacan Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003), Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005), Catenaria (Pen Press, Nueva York, 2009), Guía de forasteros (Bonobos / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México DF, 2014) y Bedouins (Molossus, Los Angeles, 2014), selección bilingüe español-inglés de su obra poética traducida por Anthony Seidman. En 2010 su libro Devoción por la piedra (Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2011) mereció el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines.

Jorge Galán (San Salvador, El Salvador, 1973) ha publicado los libros de poesía La ciudad (Ed. Pre-Textos; Valencia, 2011), El estanque colmado (Ed. Visor, Madrid, 2010), Breve historia del alba (Ed. Rialp, Madrid, 2007), La habitación (DPI, San Salvador, 2007), entre otros. También ha publicado la novela El sueño de Mariana (F&G ediciones, Guatemala, 2008) y los libros infantiles Los otros mundos (Alfaguara, San Salvador, 2010) y El premio inesperado (Alfaguara, San Salvador, 2008). Ha ganado en tres ocasiones el premio nacional de poesía de su país, 1996, 1998 y 1999. En 2006 ganó el premio Adonáis de poesía, en 2009 el Antonio Machado y en 2010 el Villa de Cox.

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José Antonio Íñiguez (Quintana Roo, 1991). Fue fundador y director de la revista digital Salvo el crepúsculo (2011-2013).

Recientemente ha sido becario en el Encuentro de Literatura «Los Signos en Rotación» del Festival Interfaz-Issste, Mérida 2014. Su trabajo poético ha sido incluido en las antologías Los caminos de la lluvia: muestra poética de Cancún (Ediciones Del lirio, 2013) y Los volátiles: poetas de los ochentas y noventas (J.C., Chile, 2014). Es autor del poemario Fuga, de próxima publicación.

Juan Pueblo el Pelaná. Nacido y criado en la capital yucateca tiene diferentes fuentes de inspiración, desde la culutura del arte callejero (música rap, graffitti) la influencia de haber crecido bajo la visión de un mundo materialista (MTV, VH1) y su fuerte creencia en la igualdad de todos los seres humanos. Ha hecho 3 exposiciones solitarias y muchas otras colectivas.

Leonardo Varela (Ciudad de México, 1970). Reside en La Paz, Baja California Sur, desde 1984, donde se tituló como licenciado en Humanidades por la UABCS. Autor de una docena de libros de poesía, de los cuales destacan Prohibida azul distancia, Comala Blues, Palabras para sobrevivir en el desierto, Perihelio/Elefantia y Liturgias del azar. Autor, también, de la antología poética Voz de la estirpe: poemas y poetas de BCS en el siglo XX, el volumen de cuento Desiertos y la novela El miedo a las imágenes. Ha recibido diversos premios nacionales e internacionales de poesía, como el Jaime Sabines en 2003 y el Gilberto Owen en 2010. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del CONACULTA en el periodo 2011-2014.

Marco Avilés (Perú) Periodista y editor. Ha publicado el libro Día de Visita (Libros del KO, Madrid, 2012). Dirige la revista Cometa, en Lima. Ha sido editor y director de la revista de no ficción Etiqueta Negra. Colabora con publicaciones de América Latina y Europa. Sus crónicas han aparecido en diversas antologías en Chile, México, España e Inglaterra. Escribe la columna semanal Locura Cotidiana, en el diario La República, en Lima. Todo lo que hace y no hace puede leerse en marcoaviles.comVive entre Maine y Perú con su esposa, un perro sin pelo y dos gatos amarillos.

Roberto Amézquita Arriola (Ciudad de México, 1985). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Notas de cata (2010) y Orfebrería de la penumbra |6 suites líricas (2014).

Traducciones suyas aparecen en la antología: Sólo una vez aquí en la tierra. 52 poetas del mundo (Valparaíso México, 2014). Fue becario en el Encuentro de Literatura Los Signos en Rotación del Festival Interfaz-Issste, Acapulco 2014.

Sergio Ernesto Ríos. Es egresado de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Realizó estudios en la Escuela de Escritores de la SOGEM y en la Universidade Estadual do Centro-Oeste de Brasil. Ha publicado los libros Piedrapizarnik y De cetrería. Es coautor del libro Dos figuras en una cama con testigos... ganador del Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” 2006 en la rama de poesía.

Vicente Alfonso (Torreón, 1977). Es narrador y periodista.

Con Partitura para mujer muerta (Literatura Mondadori, 2008) obtuvo el Premio Nacional de Novela Policíaca. Su libro Contar las noches obtuvo el Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga en 2009. Ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2014 con la novela Huesos de San Lorenzo.

Vladimir Herrera. Nació en Lampa (Puno, Perú) en 1950. Tras la publicación de su primer libro de poemas, Mate de cedrón (Lima, 1974), salió de su país y vivió en Lisboa, Roma y París hasta recalar en Barcelona, donde fundó la editorial Auqui, con una imprenta artesanal adjunta. Fue además director de las revistas Trafalgar Square y Celos. En 1980 obtuvo una beca del Instituto Nacional de Bellas Artes de México y durante un año trabajó en un taller de poesía junto con Tamara Kamenszain y Alberto Blanco. Es autor de los libros de poesía Del verano inculto (Valencia, 1980), Pobre poesía peruana (Barcelona, 1989), Almanaque (Barcelona, 1990) y Kiosko de Malaquita (Barcelona, 1993). En la actualidad vive cerca de Urcos (Perú), pero sigue moviéndose entre su lugar de residencia, Barcelona y México.

Raquel Lanseros. Nació en Jerez de la Frontera, Cádiz, (España) en 1973. Es una de las voces más premiadas y reconocidas de la nueva poesía española. Ha publicado los libros de poemas Leyendas del Promontorio (Ayto. Villanueva de la Cañada, Madrid, 2005), Diario de un destello (Editorial Rialp, Colección Adonáis, Madrid, 2006), La acacia roja (Ediciones Tres Fronteras, Murcia, 2008), Los ojos de la niebla (Editorial Visor, Madrid, 2008) y Croniria (Ediciones Hiperión, Madrid, 2009). Entre los galardones que ha recibido por su obra poética destacan el Premio Unicaja de Poesía, un Accésit del Premio Adonáis y el Premio Antonio Machado en Baeza.

Wladimir Zambrano (Guayaquil, Ecuador, 1984). Poeta, artista visual y docente. Fundador de Puerto Guerrilla (Tácticas de intervención literaria), colectivo que tiene como fin renovar el formato de las lecturas poéticas y su inserción en la esfera urbana.

Mereció el Premio Nacional de Poesía David Ledesma Vásquez 2009 por Diario del crepúsculo. Es licenciado en Comunicación Social y escribe en la revista virtual Casa de las Iguanas. Ha participado en recitales poéticos dentro y fuera del país. Los más recientes son el III Encuentro Latinoamericano de Poesía Actual Poquita Fe, en Santiago de Chile (2008) y La Fiesta de la Poesía 2009, organizado por la Alianza Francesa de Guayaquil.

Raúl Vázquez Espinosa. Nació el 25 de enero de 1981 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. En la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas cursó estudios literarios y en la Universidad del Valle de México estudió la Maestría en Competencias Educativas. Escribió su primer libro, de manera colectiva, en el año 2004, intitulado Entre lo timorato y lo arrogante; asimismo en el 2014 publica el libro Dalton, editado por la editorial Public Pervert. Ha publicado en diversos medios escritos, entre los que destacan la revistas electrónica de la UNAM, Punto en línea; y la revista Tierra Adentro.

Yeni Rueda López (Morelos, 1990). Estudiante de Letras Hispanoamericanas en la UNAM. Directora editorial de Revista Moria. En 2012 fue becaria del Curso de Creación Literaria organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana y en 2014 de Los Signos en Rotación Festival Interfaz ISSSTE, ambos en narrativa. Durante el 2013 se desempeñó como asistente editorial del Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura de Morelos. Escribe la columna Cajón de Miscelánea para Colectivo La Piedra. Tres gotas de agua (Ediciones Simiente, 2014) es su primer libro publicado.

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