Reportería gráfica.

Reportería Gráfica Manuel Torres.

Chircaleros.

Abro los ojos y me parece que subí al cielo, Pero no.

Es que el cielo bajó a mi casa.

El niño aún duerme.

La mujer me prepara una aguadepanela.

Yo salgo sin tardanza acompañado por la neblina.

Y Voy rumbo al chircal a cumplir con mi rutina.

A lo lejos, Diviso a mis compañeros, Hay unos jóvenes y otros longevos; Nos saludamos y repartimos las tareas.

Se inicia a la jornada.

El rugido del motor indica que Mi labor no será acompañada.

Así es. Estoy solo Aunque cada dos minutos y de manera alterna Dos jóvenes se acercan en silencio para Traer una carretada de ladrillos Que yo apilo en orden sobre una estiba de Catorce filas por seis de alto.

A las nueve llega un corto descanso para El cambio de trabajo.

Ahora tengo una herramienta Que uso para recoger greda Rodeado De compañeros que no hablan Porque el empeño en el trabajo exige silencio.

A un lado, Atento y con los ojos muy abiertos Un niño observa lo que hace don Pedro.

En silencio y atento.

Apuesto que ese niño será algún día chircalero.

Manuel Torres.

El sabor de la ciudad.

“Yoruba soy, soy lucumí; soy mandinga, congo, carabalí” Atiendan amigos mis frutas Que estoy aquí.

(Versos y paráfrasis del poeta cubano Nicolás Guillén)

Esta ciudad que los acoge es un bosque de cemento infinitamente mayor a su aldea de origen. Aquí, el frío atroz de la madrugada les destroza la piel mientras su estómago ruge de hambre. Sin falta, a las 6:45 de la mañana, estos hombres y mujeres de piel negra deben estar en los patios de algún parqueadero donde se amontonan los coches ambulantes para cargarlos de frutas y alimentos y desplazarse por las calles hasta un lugar señalado: seguramente una esquina o una acera concurrida dispuesta según el gusto y el interés del jefe, que es el dueño real de los negocios. Este jamás mueve un carrito, pero desde la confusión los surte, los dispone por la ciudad, los vigila y exige una ganancia superior a $35.000 antes de las 11:00 de la mañana. Es el lucro del propietario. El afro carretillero verá cómo los consigue si quiere conservar el “empleo”.

Estas personas que debieron dejar sus paraísos de bosques, ríos, quebradas y llanuras; de mares con olas galopando hacia las playas; de compadres, amigos y noviazgos; que todo lo dejaron allá en la sencillez de la vida y de la fiesta; todo abandonado en lejanía a causa de la guerra y la presión de las fortunas que buscan expandirse para lavar dineros; estas personas son “el negro de la esquina” que arregla y sazona los mangos, la patilla, los cocos, los jugos; los manjares naturales que los transeúntes disfrutamos camino de la oficina, la universidad, el colegio, el almacén o el lugar de otro trabajo igualmente subnormal. Nadie les da las gracias, pero el infinito mundo sabe que ellos están ahí, con su origen africano y su color negro hecho sabor.

Manuel Torres