Todos los textos y otras derrotas - Manuel Vásquez Carmona

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Todos los textos y otras derrotas Manuel Vรกsquez Carmona

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Primera Ediciรณn Digital: Agosto, 2013

Todos los textos y otras resignaciones por Manuel Vรกsquez Carmona se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported. Formato Digital E-Book y PDF Creado utilizando LibreOffice 4.0.2.2 Fuente utilizada: Gentium Book Basic Imagen de portada: Manuel Vรกsquez Carmona

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Todos los textos y otras derrotas

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Sobre cánceres literarios

Reconozco la gran insolencia de seguir publicando estos textos, aún en el mundo virtual de los bits. No busco el perdón del lector. Se me ha hecho necesario para poder seguir adelante con esto de escribir. Uno va cerrando cosas, etapas... y textos. Para salir de ellos, salir de sus sombras y continuar e insistir. Desde que incursioné en eso de auto-publicar en estos formatos digitales de ahora, he podido deshacerme de ciertos demonios, de ciertos cánceres que permanecían amarrados a estos y otros textos. Esos cánceres me llenaban de tedio, flojera, desganas. Publicarlos, deshacerme de ellos, me ha permitido enfrentar de nuevo a la página en blanco, sin tantos miedos. Ya eso es un avance. Uno importante. Aunque el tedio, la flojera y la desgana sigan allí. M.V.C.

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Primigenios

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Las pesadillas de Lovecraft Publicado el 24 de enero de 2001

Se dice que H. P. Lovecraft era un hombre solitario, se refugiaba en las sombras de una época que quizás lo maldijo o encantó... la que le tocó vivir, lo atemorizaba. Por eso, narran los que lo conocieron, nunca salía bajo la claridad matutina, sólo vagaba en las noches por las nostálgicas calles de Rhode Island, soñando con la oscuridad, las estrellas, monstruos y seres que lograban cruzar el umbral de la vida humana, del espacio terrenal convirtiéndolo en sumidero de blasfemias, alaridos fantasmales y cósmicas aberraciones. “Nunca olvidaré la tarde en la que me encontré por primera vez con aquella semi-oculta casa de los muertos… En un entorno tal, el espíritu pierde su perspectiva: el tiempo y el espacio se vuelven triviales e irreales, y los ecos de un olvidado pasado pre-histórico llaman insistentemente a las puertas de la - 11 -


consciencia transida… Cuando cerré tras de mí la puerta y descendí los peldaños goteantes a la luz de mi vela solitaria, me pareció reconocer el camino; y aunque el agobiante y viciado ambiente del lugar amenazaba con apagar la llama de mi vela, me sentí singularmente a gusto en aquella fétida atmósfera de osario. Al mirar a mi alrededor, contemplé muchas lápidas de mármol sobre las que yacían ataúdes o restos de ataúdes… En una alcoba oculta había un ataúd maravillosamente bien conservado y vacío… Un impulso extravagante me hizo subir sobre la ancha lápida, extinguir mi vela y yacer en el interior de la caja vacante.” (Fragmento de El Sepulcro Tomado de El Sepulcro y otros relatos, Ediciones Júcar, 1976) Al igual que muchos de los personajes creados por él, Lovecraft ansiaba un pasado nostálgico, no vivido, pero de tal añoranza que bien se podría pensar que el solitario de Providence, Rhode Island provenía de aquellos tiempos. Se sumergió, quizás por el aborrecimiento de la época que le tocó vivir (o no vivir), en las tinieblas de sus sueños, en los - 12 -


demonios que atacaban su alma y en el universo intangible y horrorífico de su soledad. Escribió, entonces, sobres sus oníricas abominaciones, seres solitarios que de pronto, se encuentran en espeluznantes rincones de sombras y maldiciones, monstruosidades de otros mundos y otras dimensiones; seres que creen vivir todo aquello, sembrando un halo de locura en su cotidianidad engañosa; un ambiente exhausto de aberraciones, insoportables soledades y extremadas oscurecencias. Estos ambientes, donde Lovecraft ubica a sus personajes, adquieren real importancia en el juego esquizofrénico de las percepciones de aquellos, de lo que ven o no ven, o, simplemente, creen ver; representan los miedos y fantasmas de hombres y mujeres de una sociedad sofocada por la pesadez del desarrollo y herida por la nostalgia. “…vi a Kingsport extenderse, helada, a la luz del atardecer; la nevada Kingsport, con sus antiguas veletas y sus campanarios coronados de agujas, galerías y chimeneas, muelles y pequeños puentes, sauces y camposantos;… la antigüedad agitaba sus alas grises sobre los aleros blanqueados por el invierno y sobre los - 13 -


techos de pizarra; y las farolas y pequeñas ventanas que se encendían una por una en el atardecer helado, uniendo sus luces a las de Orión y otras estrellas arcaicas.” (Fragmento de La Festividad. Tomado de El Sepulcro y otros relatos, Ediciones Júcar, 1976) Escribió cuentos y poesías rodeadas de misticismo y sabores cósmicos de galaxias desconocidas y constelaciones de dioses y seres míticos; su prosa, según J.L. Borges, de un inglés ilegible, de abundante adjetivación, de recursos carentes de imaginación, ha dejado su lectura hacia un lado. Borges alegaba que Lovecraft imitaba el patético estilo de Edgar Allan Poe. Y quizás fue así. Un hombre que logró publicar un solo libro en vida, su obra quedó repartida en innumerables antologías y revistas. Un hombre que huía de la luz, que acariciaba las noches, que aborrecía la cercanía de otras personas. Sólo buscó la presencia de lo no visible, de lo no tangible, de lo que podía imaginar y soñar. Aunque tal ser escribió como lo hizo, Lovecraft, dentro de su propia percepción –oscura– de la sociedad y su entorno, fue un - 14 -


moralista. Sus textos delatan una desesperanza proveniente del inusitado cambio que producía el desarrollo. Las viejas calles, las viejas casas, las buenas costumbres y tradiciones se desvanecían en el tiempo, convirtiéndose en pesadillas, en rituales fantasmales dentro de la consciencia colectiva de inicios de siglo. Se encantaba con la naturaleza, con la infinitud de los cielos, con la cercanía de sus sombras y desechaba –quizás, odiaba– la fealdad de las industrias, comercios putrefactos de gente aristocrática y mundana. Después de su fallecimiento, causado por el cáncer o por la tristeza, su obra fue recogida y publicada por los pocos conocidos y amigos que tenía. A lo largo de estos años sus cuentos han sido reivindicados.

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Un lugar en la memoria de Chevige Guayke Publicado el 21 de febrero de 2001

Caminando por un callejón observé la gran creación, un espacio y un tiempo que le pertenecían a los recuerdos y a las nostalgias. En ellas se quedaron los juegos de muchacho; las ánimas que se adueñaban de las calles y sueños del pueblo; las violentas sacudidas que dejaban el mirar de faldas y piernas trigueñas; nuestros difuntos, los muertos que se reflejan en el espejo cada vez que se mira en él… Avivada por la memoria, Karbhoro, pueblo de nadie, lugar acaso existente sólo en los que quieren recordar, podría ser cualquier pueblo del país, como aquél que vio nacer a este escritor margariteño, como aquél que dejó en su prosa fluida, innumerables recuerdos, reales y ficticios, que nutren su narrativa jocosa y espectral. Difuntos en el espejo (Colección Cuadernos de Difusión N°69, FUNDARTE) es un libro mágico, que atrapa y se deja atrapar en una - 16 -


lectura ocasional, sumergiéndonos en otras dimensiones de la cotidianidad humana… allí, una fotografía cobra vida, aquellos seres estáticos adquieren consciencia y se aterran al percibir su condición irreal; la muerte los acompaña en imágenes oníricas, como aquella inmensa araña que sale del sueño y se alimenta de su soñador. El lugar es ninguna parte y a la vez puede ser todas partes, lo importante, para Chevige, es la huella que perdura en nuestra memoria, son las experiencias que nos deja un sabor exquisito a nostalgias; aunque a veces tristes, aunque a veces ficticias, los personajes saben degustarlas. El libro se compone de dos capítulos, dos colecciones de cuentos que bien pueden diferenciarse tanto por la longitud de éstos como el estilo narrativo. Sucesos de Karbhoro, son cuentos minúsculos que relatan las experiencias de ciertos personajes con sus sueños, con su condición real o irreal (allí no hay divisiones, se funden, se entremezclan y la realidad o irrealidad pierde concepción). Los temores a la muerte, a las pesadillas, a nosotros mismos… dan cabida a planos fantásticos que debelan las percepciones satisfactorias de una realidad que asumimos como tal, pero que muestra otro rostro, como aquél al - 17 -


mirarnos en un espejo… Del callejón, las casas y otras muertes, las gentes del pueblo, de cualquier pueblo, toman la palabra y narran sus desventuras en aquellos parajes pueblerinos que los obligan a transitar por la vida: las calles, los callejones, las casas, la iglesia, el cementerio… lugares creados por el hombre que adquieren un poder sobre la conducta y la cultura de estas gentes. Chevige Guayke nació en Nueva Esparta en 1945. Su narrativa ha sido reconocida con premios como el del diario El Nacional, otorgado en 1974; en el mismo año gana el concurso “Juan Meza Vergara” (El Tigre). En Ciudad Bolívar gana el “Teresa de la Parra”. Ha publicado diversos libros que, al igual que éste, aquel lugar de nadie y de todos, ese espacio encerrado por sus calles y casas, callejones testigos de insólitas apariciones, memorias de infancias terminadas… aquel lugar, dije, hace presencia, escenificando los recuerdos, las nostalgias, los sueños de un tiempo que no es más que el propio, porque cuando se recuerda, se siente nostalgia o se sueña, uno puede llegar allí, a vivir allí… nuevamente.

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Karbhoro Todo estaba increíblemente igual y en el mismo sitio. El mismo muelle de madera aún estaba intacto y a sus costados permanecían atracadas las mismas embarcaciones. Los mismos muchachos se lanzaban desnudos al mismo mar, frente a los mismos crepúsculos. La misma plaza y la misma estatua del mismo general y el mismo demente pronunciando los mismos discursos épicos-filosóficos montando en el mismo banco. Las mismas angoletas saltando en las mismas ramas de los mismos robles y de los mismos guayacanes. Los mismos músicos interpretando las mismas canciones. El mismo viento afectuoso untado del mismo océano. Los mismos perros ladrándoles a los mismos duendes y a los mismos encapotados. Los mismos gallos cantando tediosamente a orillas del mismo mediodía. - 19 -


La misma iglesia y el mismo cura. Las mismas calles taciturnas y casi milagrosamente igual y en el mismo sitio. La misma mansedumbre. Los mimos ojos melíficos. La misma palabra sensible y elemental. Sinceramente: estaba asombrado. El pueblo era el mismo de siempre. Qué alegría volver después de tantos años y hallarlo insólitamente igual. No quería creerlo. Pensé en pesadillas, en alucinaciones. Me acerqué a un hombre que descansaba plácidamente bajo un árbol, y le pregunté: -¿Esto es Karbhoro, verdad? -¿A cuál se refiere, al viejo o al nuevo? -¿Y a hay dos Karbhoro? -Sí; dos que son el mismo, pero el nuevo está más adelante en el tiempo, y el viejo es esta antigua fotografía en la que estamos usted y yo. (Cuento tomado de Difuntos en el - 20 -


espejo, FUNDARTE. Caracas, Venezuela)

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El invitado de Drácula Publicado el 28 de marzo de 2001

Diario de Manuel Vásquez Carmona Rumania. Septiembre, 27. Hoy conocí a Drácula. Luego de intercambiar algunas palabras con él decidí comenzar este diario y registrar mis impresiones (y temores) de la convivencia con tal ejemplar ser. Motivado por la lectura de la novela de Bram Stoker (Dublín, 1847) había viajado hasta Rumania para conocer la llamada “Ruta de Drácula”, ruta en la cual es llevado el turista a recorrer los parajes en que Vlad Tepes (personaje de la historia en el que Stoker se inspiró para su singular Drácula) dejó su sangrienta huella. La jornada comenzó en Bucarest y continuó pasando por el lago Snagov, Tirgoviste, Poienari, Sighisoara, Bistrita, Birgaului, Brasov hasta culminar nuevamente en la capital del país. De aquella maraña de arquitectura histórica y turistas con cámaras digitales, decidí seguir solo mi camino por una callejuela oscura que incitaba en mí, una extrema curiosidad. Dejé que su aire envolvente - 22 -


me llevara hasta su interior. Allí pude ver, dibujada en el vacío, la sombra de Drácula. Sin darle importancia, proseguí mi camino por aquel estrecho pasaje, mirando los ventanales de los viejos edificios que se levantaban sombríos y los desechos que alfombraban el pasillo. Finalmente, al llegar hasta la sombra, ésta se desvaneció... y sentí la fría mano de Drácula tocando mi hombro. No me impresionó mucho. Un hombre, ya viejo, envuelto en un sobretodo que lo cubría hasta ocultarle los pies. Me preguntó el por qué de mi escapada del grupo de turista, por lo que le respondí el verdadero deseo de mi viaje: quería sentir la atmósfera que describe el libro, de la historia narrada por Stoker. Aquél recorrido no satisfacía para nada mi infantil deseo. Luego, con sólo un ademán me pidió que lo siguiera hasta su morada. Tras cruzar la puerta de aquella antigua edificación, escondida tras el oscuro callejón, pronunció su nombre. Una sonrisa arqueó mis labios y dejé convertirme en su invitado, olvidándome de los turistas que prosiguieron su paseo. Septiembre, 28. Es extraño mi nuevo anfitrión. Muy cortés éste, pero de misterioso semblante y comportamiento. Esta mañana amanecí con el sol - 23 -


aún cubierto por una neblina espesa. Bajé de mi habitación encontrándome con un fastuoso desayuno. Busqué, llamé, pero no logré encontrar al que yo servía de huésped. Me dejó una nota junto a los panes típicos de la región:

Excúseme usted por no acompañarle esta mañana. Coma sin prejuicio. Drácula Mientras comía, comencé a releer nuevamente la novela de Stoker. La edición que contaba (de pobre traducción) contenía, además de un ensayo sobre la obra y la vida de Vlad Tepes, el cuento “El Invitado de Drácula” que Stoker originalmente había escrito como parte introductoria a la novela, pero que los editores de Constable Press no incluyeron en la edición final. Me sentí como aquel personaje, Jonathan Harker, un inglés que viaja para encontrarse con un tal Drácula para discutir asuntos inmobiliarios; ostentando una inmensa curiosidad decide pasear por un paraje solitario, unas ruinas de lo que antes fue un pueblo o un cementerio. Stoker basa, sin duda, este cuento en las creencias de aquella - 24 -


región alemana, como el Walpurgis Nacht (noche de Walpurgis) noche en la que se reúnen las brujas y brujos para evocar a los demonios. La atmósfera que sustenta la narración es la típica esencia gótica de las novelas del siglo XIX: parajes solitarios, neblinas adornando un extenso bosque, el frío que emerge de la nieve, la luna que incita a los lobos estremecer la noche, los sombríos cenotafios y sepulcros de los muertos que parecieran no estarlo… Un cuento que nos introduce un misterioso personaje que protege a su invitado, Jonathan Harker, salvándole la vida por una ignota razón, capaz de dar su fortuna por su bienestar. Aquí se dio el primer atisbo de este mítico personaje: Drácula. Al igual que Harker, yo también soy su invitado. Al anochecer apareció mi anfitrión. Yo leía vorazmente la novela de Stoker, una serie de diarios, anotaciones y cartas, estilo narrativo muy de moda en aquellos tiempos. Se interesó en mi lectura y le dije que estaba leyendo su biografía, en son de broma. A él no le pareció gracioso el comentario, más bien adornó su pálido rostro con un gesto de desagrado. Hablamos toda la noche respecto al libro. Septiembre, 29. La charla de ayer se prolongó hasta - 25 -


el amanecer. Ya el sol se abría entre las espesas neblinas y comenzaban sus rayos a crear haces blanquecinas en toda la habitación. Mi anfitrión (nuevamente aquel gesto de desagrado), se retiró sin siquiera despedirse. Aprovecho estos momentos de claridad y soledad para escribir todo lo que atormenta mi mente en estos momentos. Drácula, mi anfitrión, el mítico personaje de Stoker, un ser solitario, maldito a vivir en una eterna soledad que la noche le ha otorgado, no puede presenciar el amanecer porque la claridad le entristece, le amarga sobremanera al sentirse expuesto a un mundo que no le pertenece. Un ser desdichado por el desamor de una mujer que quiere para él, pero que, a pesar de su majestuoso poder: una simbiosis de lo que deseamos y aborrecemos, no puede tenerla. Su poder es su maldición, su condición inhumana lo impulsa a nutrirse de lo que da vitalidad al ser humano, de su sangre: esa esencia, esa sustancia, sagrada para muchos, vital para la vida humana. En ella se regocija pero a la vez le atormenta… Tanta muerte, tantos asesinatos ¡qué sacrificios ha de pagar por ser lo que es! Stoker no quería describir a un ser endomoniado, un ser “chupa-sangre” o un “no vivo”. El escritor quería describir a un ser (sí, - 26 -


porque Drácula dejó de ser un personaje inventado por una prestigiosa mente, dejó de ser las fantasías de los hombres para convertirse en el reflejo de aquellos) que padeciera las maldiciones y tristezas del hombre de una sociedad abatida por el poder de algunos y las desdichas de otros. Septiembre, 30. Parto para mi país natal. No he podido despedirme de quien fuera mi anfitrión durante estos tres días. Me ha dejado perplejo su extraño comportamiento, su insistencia en querer ser Drácula hasta el extremo de llegar a vivir bajo la envoltura de la noche y aborrecer la novela de Stoker. Sin embargo, y muy a pesar de mi extrema confusión, me siento feliz de haberme encontrado con tal ser, de haber escuchado sus palabras siniestras, de estrechar su pálida y fría mano, de haberme dejado él su huella en alguna parte de mi cuello…

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Ray Bradbury: el hombre ilustrado Publicado el 2 de mayo de 2001

“Las imágenes se movían... allí a la luz de la luna, con el menudo tintineo de los pensamientos y las voces distantes como voces del mar, se desarrollaron los dramas... me quedé allí, inmóvil, fascinado, mientras las estrellas giraban en el cielo.” Ray Bradbury

Me encontré con el hombre ilustrado cuando el calor del día, comenzaba a huir de los frescos aires de la noche. Un libro viejo, roído por las penurias del tiempo, amarillentando sus páginas, que una vez fueron y que ahora vuelven a ser, me introducía en otro mundo, o más bien, en este mundo donde el tiempo pareciera haber recorrido un largo trecho y la raza humana extaplolaría su existencia en otros universos. Las ansias del hombre de conquistar otros - 28 -


entornos, otorgarles vida y sentido se ven logradas desde hace tiempo en cada una de las historias que conforman el libro; aspecto que, salvadas las fronteras científicas y tecnológicas que presume tal anhelo, otorga al narrador la flexibilidad de ahondar en temáticas de índole social, humanística y religiosa. Así como una vez en nuestra historia se “descubrieron” nuevas tierras, nuevas culturas, comenzando aquella faena colonizadora y misionera, los hombres de estas historias futuras también lo harán: colonizarán a Marte, habrán misioneros llevando la palabra de Dios para salvar de pecado a los marcianos, predicadores, exploradores, colonos y familias contarán su parte de historia. Ray Bradbury, autor de obras memorables como Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, publicó en 1951 El hombre ilustrado. Un desterrado, un hombre errante por los viejos caminos de Wisconsin, muestra su cuerpo tatuado y, junto a él, el peso de una vida solitaria. Aquellas imágenes, aquellas coloridas ilustraciones cobran vida y comienzan a relatarnos cada historia, que más allá de la pura ciencia ficción, de viajes interestelares y ciudades en Marte, narra la vida del hombre. Cada cuento muestra aspectos de una - 29 -


sociedad abarrotada de un tecnicismo que parece abolir la humanidad, aplacando tradición, creencias y al hombre mismo, como aquel cuarto de juegos donde los niños pasaban todo el día y que, al final aniquilaría a los padres por parecerles a éstos demasiado peligroso para sus niños. Sin embargo, existen seres que luchan por lo que creen, ya la tecnología pasa a un segundo plano y el narrador, el hombre ilustrado, plantea temas universales del hombre: la vida, la muerte, su eterna búsqueda de la paz, del amor y de un mejor lugar donde vivir. De allí proviene el sueño del hombre por conquistar el espacio, cuando en realidad no se ha conquistado a sí mismo. Ray Bradbury se vale del hombre ilustrado para contar sus historias. Su narrativa de una leve prosa poética, adornada de metáforas fantásticas o fantasiosas, se centra en el hombre o en el humano y su mundo o sus mundos, su espiritualidad, sus sueñpos y sus miedos. Este hombre ilustrado, el escritor, nació en la ciudad norteamericana de Illinois en 1920. Ha sido autor de una treintena de libros, además de haber escritor obras teatrales, guiones cinematográficos (incluyendo la adaptación del clásico Moby Dick) y ha sido nominado para los - 30 -


premios de la Academia.

Epílogo Era casi medianoche. La luna estaba alta en el cielo. El hombre ilustrado no se movía. Yo había visto lo que había que ver. Los cuentos habían sido contados. Habían concluido. Sólo quedaba ese espacio vacío en la espalda del hombre ilustrado, esa área de formas y colores borrosos. Y de pronto, mientras la estaba mirando, la vaga mancha roja comenzó a animarse. Una forma cambió, disolviéndose lentamente en otra, y luego en otra. Y al fin apareció una cara, una cara que me miró desde la carne cubierta de colores, una cara con una nariz y una boca familiares, y unos ojos familiares. Fue algo confuso. Vi sólo lo bastante como para levantarme de un salto. Allí me quedé, a la luz de la luna, temiendo que el aire o las estrellas pudieran moverse y despertaran ese monstruoso museo que - 31 -


yacía a mis pies. Pero el hombre ilustrado dormía pacíficamente. En ese cuadro de la espalda, el hombre ilustrado me apretaba el cuello con las manos, tratando de ahorcarme. No esperé a que las imágenes se hicieran precisas y claras. Corrí camino abajo a la luz de la luna. No miré hacia atrás. Un pueblecito se extendía ante mí, oscuro y dormido. Yo sabía que, mucho antes que amaneciese, yo llegaría a ese pueblo... (Tomado de El hombre ilustrado, Editorial Minotauro, 1977)

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De Realidades y Fantasías. El Relato de un Desdichado Publicado el 30 de mayo de 2001

Antes de comenzar algún escrito, por escuálido que éste sea, siempre tiendo asumir una actitud de errante, de desamparo y total indiferencia a lo que suceda alrededor. Trato de aislar mis sentidos cuando, al sentir esas ganas irremediables de garabatear en algún papel, la bulla y monotonía externa dominan el espacio como aquellas fastidiosas horas de clases. En éstas últimas especialmente, la sumersión es tal, que he escrito únicamente unas cuantas palabras, un par de frases o (en mi tozudez de querer crear algún poema) un par de versos cuando me doy cuenta que he consumido toda la hora de clases. Pero el llamado semanal de este espacio no es para atiborrar al lector de penosas vanidades literarias, ha sido convocado para el encuentro con la - 33 -


literatura, sus libros y escritores. Pero tampoco me limitaré a comentar algún libro específico, sino de todos. De todos aquellos que nos llevan de la mano a diversas realidades de este y otros mundos, que nos permiten mirar, por lo menos de reojo, la interioridad de nuestras almas; de todos aquellos libros que dejan de ser objeto ornamental en alguna biblioteca casera, de pisapapeles o algún otro uso extraordinario (que muy bien desempeñan ese papel) para convertirse en nuestra compañera de aventuras. Estas reflexiones surgen, entonces, del encuentro con las fantasías o realidades de los libros.

Así comenzó la mañana, con la misma rutina, el mismo orden de las cosas y copiosamente el mismo andar rápido y cabizbajo por la calles agrietadas de su urbanización. El mismo camino de siempre y hasta las mismas piedras y basuras de ayer y anteayeres. Caminaba, directo, a encontrarse con su monotonía diaria. Pero esa mañana, justamente esa que propicia esta maraña de reflexiones, no fue así. Un pequeño libro lo esperaba. Aprovechó los momentos y se sumergió en la aventura que guardaba, tras de sí, las cubiertas del libro. Cobraron vida los personajes al mismo tiempo que - 34 -


leía aquellas palabras, aquellas frases y algo, aún muy pequeño, comenzó a flamear muy dentro de él...

El encuentro con los libros siempre es motivo de gran emoción y encantamiento, cuando éste te atrapa, te arropa con las historias que se entretejen en un mar de palabras, también te empuja a otros abismos que no es este (el que día a día vemos, sentimos y vivimos), pero que muchas veces intenta ser su reflejo, como si de alguna forma su existencia se debiera a él. La mayoría de los casos suele ser así, porque el tejedor de historias, el escritor, haciendo uso de su lenguaje en cierto y determinado idioma, es producto de esta realidad o de su realidad, como lo escribió alguna vez Herman Hesse: “no hay más realidad que la que llevamos dentro”. Sin embargo, y a pesar de esa estrechísima relación que hay entre estas historias ficcionarias y esta realidad que también puede ser una ficción o no, dejarse envolver por aquellas siempre es una experiencia grandiosa porque nos hace olvidar, por lo menos un rato, de esas fastidiosas horas de clases, de los regaños de los padres, del esposo o esposa, de las sinvergüenzuras de los hijos o hermanitos, de la - 35 -


fatídica y descarada vida consumista, de algunos amores y odios, y pare usted de contar. Quizás, entre las historias que nos regalan los libros, encontremos algunas muy parecidas a nuestra cotidianidad, con esbozos de vivencias como las que acabo de mencionar... pero, de alguna forma, esa experiencia (el de leer esas historias) sigue siendo diferente, sigue siendo tan ajena como cercana a nosotros, tan real e imaginaria, llevándonos a un éxtasis incomprensible o indescriptible, en todo caso, porque cada quien la vivirá a su manera.

...dejó, de pronto, la lectura y el encontronazo con la realidad (la suya) lo dejó algo mareado. No por lo que ocurría a su alrededor (éste seguía siendo igual como los de ayer y anteayeres) sino por ese repentino despertar del sueño en que estaba sumergido leyendo (viviendo) las historias del libro. Se encontraba en un salón de clases. El profesor, hablando sin cesar, se movía de un lado a otro, aturdiéndolo. Se sentaba siempre de último, aislado del resto, sin querer otra compañía que la de sus historias. Tomó su bolso, su libro debajo del brazo y salió de aquel salón frío y pálido. Vagabundeó por el centro de la ciudad sin importarle el tráfico de - 36 -


personas, se tropezaba de vez en cuando con algún transeúnte desprevenido. Tampoco se fijaba en los autos, alguno que otro debió tocar su bocina para despertarlo de sus pensamientos. Caminaba de la misma forma de siempre: un andar rápido pero cabizbajo, con el rostro siempre hacia el suelo como tratando de encontrar el camino de las hormigas o ver la feroz batalla entre aquellos y alguna cucaracha muerta...

Ahora bien, ¿por qué leer libros cuyos autores intentan copiar la realidad? Esas historias que narran sucesos y personajes que vienen a ser como imágenes fotográficas, plasmada únicamente para alimentar los estantes de librerías además de unos cuantos bolsillos. Por supuesto, las honrosas excepciones siempre saltan a la vista. Como escribió Julio Garmendia en su Cuento Ficticio: “Hubo un tiempo en que los héroes de historias éramos todos perfectos y felices al extremo de ser completamente inverosímiles.” Esa felicidad, de la ficción y fantasía, también nos embriaga a los que participamos en la lectura de sus historias, nos devuelven aquella ingenua lucidez infantil y nos dejan compartir con otros, sus cuentos. Así pues, déjense de tanta apatía y comencemos a vivir (leer) - 37 -


historias asombrosas.

...llegó a casa, todavía sumido en sus pensamientos. Pocas veces tuvo que regresar a la realidad, los compromisos lo obligaban hacerlo. Así, pues, se sentó delante de su computadora y comenzó a escribir sus reflexiones y su historia que es, como ya habrá descubierto el lector, este artículo.

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Fantásticos Latinoamericanos Publicado el 20 de junio de 2001

Las calles de las ciudades siempre trazan los caminos hacia lo popular. Allí se aprecian las costumbres y comportamientos, a veces penosas, de las gentes que coexisten, como diría el escritor Francisco Arévalo, en estos parajes de hormigón. De aquella muchedumbre, entre aires enrarecidos, comercios, buhoneros y transeúntes que recuerdan a las obras de Manuel de la Fuente, quién iba a pensar que encontraría, escondido entre revistas cosmopolitas y vanidosas, un libro con el incitante título de Relatos Fantásticos Latinoamericanos. El nombre del libro no podría ser más sugerente. Me desenbolsillé inmediatamente lo último que me quedaba para adquirir el oportuno libro mientras que un perro orinaba a mi lado y un olor aceitoso lo abarcaba todo. Relatos Fantásticos Latinoamericanos, tomo 1 y 2, de la Editorial Popular, en su colección Letra Grande (España), es una antología que - 39 -


intenta acercar al lector común, aquel transeúnte que busca “algo que leer” mientras espera la llegada del autobús o para acompañar algún cafecito de media tarde, a excelentes narradores de nuestra geografía. Nombres como Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Julio Cortázar, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, entre otros se asoman en la portada del libro, acompañando a figuras que delatan el carácter fantástico de las historias que nacen desde la primera página. Aunque su encuentro (el del libro) me ha parecido igual de fantástico. El tomo 1 de tan ocurrente antología, presenta cuentos que si bien, el criterio de selección fue el de ser fantásticos, algo que también los caracterizan es su longitud. Todos son breves, relatos que se comen rápidamente aunque algunos se digieren con dificultad. Textos como el de Eduardo Galeano (Uruguay, 1920), nos relatan historias con cierta frescura mitológica-indígena, donde intenta mostrarnos la creación de nuestro mundo (latinoamericano) a través de los ojos del mito y la leyenda con ciertos escapes humorísticos y hasta moralizantes. Benedetti (Uruguay, 1920), viene de La muerte y otras sorpresas con algunos cuentos que intentan desmontar esas extrañesas - 40 -


que avivan nuestra existencia; y nos presenta a una niña, Beatriz, que con su ingenuidad explica (parece criticar) las complejidades de la vida del hombre con tal simplicidad que nos devuelve a esa época donde atormentábamos a los adultos con tantos por qué. La fabulación del siguiente escritor, Augusto Monterroso (Guatemala, 1924) está llena de un ingenuo humor en un excelente logro en la narración breve. Basta con citar aquel famosísimo cuento del dinosaurio (que no está incluido en esta antología) para introducir al lector a su magnífico manejo del relato corto. De cuentos fantásticos latinoamericano, es imposible no comentar a escritores como Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, su referencia en antologías como éstas es obligada, aunque intento huir de ese tipo de epítetos en la literatura. La inverosimilitud de estas historias comienza en lo común, en lo popular, en el ir y venir de esa cotidianidad que es trastornada por el hecho fantástico de la creación. Una interesante contribución en esta antología la hace el cubano Virgilio Piñera (1912-1979) con historias que relatan las atrocidades que pueden cometer el hombre por necesidad o vanidad, una alegoría, me atrevo a - 41 -


decir, de su Cuba natal. Octavio Paz (México, 1912) con dos cuentos nos muestra los temores y luchas que enfrentamos con nosotros mismo, o específicamente el latinoamericano, haciendo gala de una narrativa exquisita y de extraños encuentros fantásticos. La antología cierra con César Vallejo (Perú, 1892), su naturaleza mestiza se denota en estos dos cuentos donde el encuentro de la ingenuidad indígena con la sociedad asentada impacta sus costumbres; sus relatos parecen trazar actos aleccionadores y reflexivos, donde se muestra las injusticias para con los indígenas de su Perú e intenta moralizar al lector con historias que, lejos de lo fantástico, son de gente común y corriente. Hacer el comentario de una antología como esta, se escapa de las manos de este intento de escritor, entregado a estas historias fantásticas que se hilan entre las calles de nuestras ciudades a través de la palabra recogida en esta antología que, si bien no tiene la pretensión vanidosa de otras ediciones, es un excelente acercamiento a estos autores latinoamericanos (aún con el vacío de escritores venezolanos) o, simplemente, para acompañar, como ya dije, a un cafecito con la luz del sol ocultándose tras el horizonte. - 42 -


Las primeras hojas de la noche Publicado el 18 de julio de 2001

Allí estaba él, recostado en su sillón, observando la matica que crecía en alguna de la macetas de su apartamento. Pensando en la vida, en su Caracas decadente y llena de pasiones desencantadas, pensando en los personajes de esta historia que va deshilándose en millares. Allí, en algún momento de la noche, entre el oleaje que formaba las hojas de la matica, una de ella se separa de la otra para crecer... Otra historia que nace. Puede ser, como también puede que no, que así halla comenzado a entretejer algunos de sus cuentos el escritor Francisco Massiani (Caracas, 1944); por lo menos, así lo imagino. Quizás, de ese pequeño fenómeno natural, como otros tantos sumergidos en la sombra de la cotidianidad, nació Las primeras hojas de la noche (Monte Ávila Editores, 1975); libro que, como suele pasar en ciertas ocasiones cuando la casualidad pareciera que me persiguiera tratando de convencerme de su - 43 -


existencia, llegó a mis manos ignorantes tal joya narrativa. Un escritor que sabe observar las infinitudes que caracterizan nuestra existencia, nuestro comportamiento ante una sociedad que ya anda en los albores del suicidio, aunque se entrevean migas de esperanzas, cuando los sentimientos (unos ojitos, algunos muslos trigueños, esas sonrisitas que iluminan el alma) finalmente sucumbe la decadencia de la sociedad. Francisco Massiani, redefine el cuento venezolano, sin abandonar las clásicas peculiaridades de la narración corta. En los diez cuentos que integran la obra, combina magistralmente lo lírico y lo grotesco, bajo monólogos de excesiva carga de sentimientos encontrados, experiencias que en los personajes ejercen una gran influencia cuando intentan relacionarse con sus semejantes, con sus yo reflejados en los demás. Personajes, muchos de ellos jóvenes adolescentes (etapa difícil, de los primeros amores, de las primeras fumadas, de encuentros con el suicidio y “váyanse todos para el carajo”), que muestran sus debilidades y sus temores como si íntimos amigos fuesen de nosotros, quienes nos sumergimos en aquellas - 44 -


palabras que de repente cobran vida. Nos hacemos partícipe de sus dolores, desilusiones y desencantos; también, de sus primeros encuentros con el amor que igual son los nuestros: aquel cosquilleo en el estómago “...como cuando vamos en un auto y de golpe el auto llega a una subida, y cae, y a ti te entra algo, se te abre algo en la barriga, y se te llena la barriga de ese miedo dulce que después sientes que se te escapa y te lo deja como vacío, como con un hambre raro.” Los monólogos de los personajes están exentos de formalismos o excesividad intelectual. Usan su propio lenguaje, el de la calle, para transitar por las fronteras (y más allá de ellas) del cuerpo que nos lleva y nosotros mismos. De insignificancias de la vida cotidiana, de la vida citadina caraqueña, el escritor, a través de sus historias, hace una introspección del comportamiento humano, ese laberinto que es nuestra mente y que se refleja, pocas veces, en nuestro compartir del día a día. Allí es cuando surge lo grandioso, de unas, quizás considerada por muchos, pequeñeces de la vida, se convierte en todo un torbellino de sentimientos que desencadenan una conducta y una forma peculiar de pensar. Así, compartimos con Juan su transitar - 45 -


vertiginoso al tratar de comprarle un regalo a su Julia, esa niña “...con su sonrisa de espuma roja...” y que es el objeto del tormento que vive este personaje. “Palabra que no era fácil. Casi todo el mundo regala discos y los pocos discos de moda son tres, cuatro. Julia iba a terminar con la casa llena de discos repetidos. Además tenía sólo veinte bolívares y así no se pueden comprar sino discos o chocolates o alguna inmundicia parecida. Yo nunca le regalaría un talco a Julia. Menos, un muñeco. Tiene una colección de muñecos desbaratados en el cuarto y lo de chocolates, menos, porque sé que Carlos se los comería todos. Carlos, tan perfectamente imbécil como siempre. Lo imagino clarito: Oye Julia, dame un poquito.” (Ob. Cit.)

Francisco Massiani nació en Caracas en 1944, autor de la obra Piedra de Mar (1968) que ha sido considerada un clásico de la literatura juvenil venezolana. Parte de su niñez la vivió en Santiago de Chile y residió por un tiempo en París. Además - 46 -


de este libro y el antes mencionado, ha publicado: El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975), Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal (1976), Con agua en la piel (1998), entre otros.

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Desde el Amor la Locura y la Muerte de Horacio Quiroga Publicado el 15 de agosto de 2001 “Quien atreve a matarse es Dios” Dostoievsky

“No pienses en los amigos al escribir -reza el Decálogo del Perfecto Cuentista-, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.” Siguiendo sus propios lineamientos, su propia filosofía del arte narrativo, Horacio Quiroga (1878-1937) impregna sus historias con los pesares, frustraciones y pasiones que dejó su entender de la vida. Una sucesión de muertes, suicidios y accidentes en sus andares, llega a moldear, a definir, la temática de sus cuentos. El amor no como un sentimiento engrandecedor sino como un tormento desalentador; la locura, su entender (o - 48 -


desentender) de la vida como un delirio, el desencadenamiento a un mundo a veces perverso, maléfico; y la muerte, consecuencia final, que concluye la angustiante vida, como último remedio a los desencantos que se sufren y se viven. Estos tres temas fundamentales: el amor, la locura y la muerte, son la materia prima que el escritor utiliza en esta colección de cuentos, una de las más importante de su obra: Cuentos de Amor de Locura y de Muerte. Publicada en 1917, luego de que por su vida se pasearan infortunios, suicidios, un viaje a París y su primera relación con la selva, esta colección de cuentos inicia una nueva etapa en la obra literaria de este escritor uruguayo, cuando antes ya había publicado Los arrecifes de coral (1901) e Historia de un amor turbio (1908) que poco añaden a su obra, exaltándolo como contador de historias. “El hombre pisó algo blancuzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento, vio una yaracusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.” (Extracto de A la deriva). Así comienza la narración de la agonía de un hombre picado por una serpiente y su lento viaje hacia la oscurecencia de la muerte. Quiroga siempre dio importancia a las - 49 -


primeras líneas del relato al igual que a las últimas: “En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas”, aconsejaba en su decálogo. Quería lograr (sin duda lo logró) atrapar al lector desde el primer momento, mantenerlo con un mismo ritmo de respiración hasta llegar al fatal desenlace. Decía también “Toma los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les interesa ver...” Una fórmula que mantuvo en la mayoría de sus cuentos, dando vida a sus personajes más que a las palabras en sí. Quiroga se internó en la selva (se convirtió en un excéntrico amante de la naturaleza y los trabajos del campo). Su primer viaje a Misiones (1903), ubicada al noroeste de Argentina, junto al escritor argentino Leopoldo Lugones (figura influyente en Quiroga) lo flechará por siempre, residenciándose poco tiempo después en la ciudad de San Ignacio, a orillas del río Paraná. Allí comienza a escribir cuentos que se publican en revistas y periódicos de Buenos Aires, consiguiendo un poco de ingreso para su manutención. De allí que la mayoría de sus cuentos - 50 -


se ambientaran en la naturaleza, donde adquiere un rol determinante en las características y actitudes de los personajes y no como un simple telón de fondo donde se desenvuelven. Ella interactúa con él, logra ser el sueño y a la vez el terror de quienes de ella (o en ella) viven. Ella le ofrece alimento y refugio, y a la vez lo engaña siempre con fatal desenlace. Quiroga y su deambular por los atropellados caminos de la vida; inspiró en él una ambigua percepción de ella que transmutó a sus relatos y en su muerte, de su propia mano, en 1937. Quedan los grises multicolores, que van más allá de estos cuentos de amor de locura y de muerte, más allá del propio relato que es actor principal y que lo asume como los Dioses que le inspiraron (Poe, Maupassant, Kipling, entre otros). No hay más que decir. Lo demás está en su obra.

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Miguel Otero Silva. De Ortiz y otros sueños de escritor Publicado el 5 de septiembre de 2001

Ortiz fue alguna vez la capital del Guárico, cuando era una ciudad o resplandor de pueblo. La muerte sobrevino a sus calles, a su plaza, a su iglesia, a su río, a las paredes que luego de alzarse vigorosas comenzaron a derrumbarse por el olvido; pero, sobre todo, a su gente. De la gente de Ortiz quedó sólo retazos y sombras de lo que se llamó (quizás por un día, un instante, en algún tiempo de la memoria) la Rosa de los Llanos. Miguel Otero Silva (1908-1985) describe a las Casas Muertas (publicada en 1955) como un espanto de pueblo, como habitado por fantasmas. La tez amarillenta de sus calles y paredes otrora casas variopintas, lo inundaba todo, hasta en los niños regordetes de tanto parásito, palúdicos y rostros mocosos. La amarillez fatal del abandono, escenifica la pesadumbre anímica de los personajes, reflejados en sus propias casas - 52 -


muertas, habitadas tan sólo por lagartijas y malezas y las piedras derrumbadas de un pasado floreciente. Se atisba, sin embargo, algunos matices de esperanza, de inquietud, de sonrisa, de juventud. Carmen Rosa personifica a la vida, al correcto hacer de las cosas, al ansioso placer del conocimiento. Es una gota de color en tanto mar amarillento. Como el patio de su hogar que con tanto esmero a lo largo de su existencia ha dado vida. Para ella, aquel verdor de regocijo esplendor, bañado del rojo y amarillo de flores “... le había permitido crecer y subsistir, no abatida por fiebres y úlceras como los habitantes del pueblo, sino fresca y lozana como la armazón del cotoperí.” Fascinante historia del morir de un pueblo, de un amor interrumpido por la guadaña de la muerte, Miguel Otero Silva la narra con el corazón en la mano, bañando las palabras y la historia con los sentimientos que se encuentran en el andar por el pueblo de Ortiz. Sabe abrumar de sentimentalidad a sus palabras en todo momento, haciendo que nos estremezcamos en un instante, riamos en otro y lloremos mientras la historia (y el pueblo de Ortiz) avanza hacia su desalentador final. Pero Ortiz es también escenario de las - 53 -


corrientes ideológicas antigomecista de la época. Su gente presenció no sin sentir lástima y rencor, el paso de estudiantes presos que siguieron por el camino donde “... no queda sino Palenque, que es la muerte.” Así, el autor nos recuerda otra novelo suya, Fiebre (publicada en 1939 y corregida por el autor en 1971), primera del autor cuando aún, joven, era activo protagonista de la revolución antidictatorial de la época. Aquella novela en sí, dentro de la ficción que representa, es un cabal testimonio histórico de los haceres y deshaceres de un gobierno y sus gobernados. Los estudiantes, principales actores de la revolución, son abatidos por las opresivas reacciones gomecista: algunos afortunados logran exiliarse; otros, menos afortunados, son llevados a los calabozos de la Rotunda, del Castillo o a morirse en Palenque. Es la historia narrada desde su propia vivencia y por testimonios de sus allegados de los hechos: forzosos trabajos inhumanos, calabozos de pisos fangosos y malolientes por tanto animal muerto, coronillas pesadas abrazando sus pies y brazos, marcas rojizas por el encuentro del látigo... Todo aquello que se imagina, que se vuelve incertidumbre, ronda por las mentes de los orticeños. - 54 -


Cuando muere un pueblo, nace otro en otros lugares. Como todo. Como el propio universo, como las estrellas, como nuestro propio planeta que de una gran explosión nació. Así, Miguel Otero Silva, comienza a darnos una nueva visión de la muerte, como necesario encuentro para seguir otros caminos, construir nuevas cosas, para que nazcan nuevos pueblos y ciudades. Y de igual forma, finaliza una historia para dar vida a otra. Oficina N° 1 (publicada en 1963) es la novela de fundación, del nacimiento de un nuevo pueblo, de nuevas vidas y del más importante suceso económico-social que ha tenido el país: la llegada del petróleo. Otros personajes inundan la escena, gringos rojizos por un sol tropicaloso y tormentoso, indígenas del sur y del norte, “... Van conuqueros que se quedaron sin conuco y hombres con grasa de mecánicos. Pero pasan también otros con cara de bandoleros y a veces mujeres...” Mujeres con cara pintarrajeada, balbuceando malas palabras y de rostros ambiciosos de oro negro. El lector vive la evolución del campamento o caserío en el Oriente “...En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo...”. La ciudad nace, como muchas ciudades nacen, de la emigración de inquietas personas buscando un mejor lugar, asentándose y fundando finalmente el - 55 -


pueblo sacrificando sudor propio y la cercanía de familiares dejados. Nace una ciudad, un punto en el mapa; nacen con ella algunas desgracias, algunas esperanzas y nace un nuevo país, que comienza abandonarse en los toneles del petróleo succionado de las entrañas de la tierra. El volver a leer estas historias ficcionarias de un pasado olvidado siempre es el descubrimiento de un mundo que es tan nuestro y a la vez tan ajeno a nosotros mismos. Miguel Otero Silva supo abrazar lo vivido, lo experimentado en carne propia y plasmarlo en historias deslumbrantes, dándonos a conocer aquella partecita de nuestra historia que bien pudiera ser real o ficticia, como han de quedar muchas otras historias que contar. A apenas una semana de haberse celebrado un año más de su desaparición física, lo seguimos recordando con su palabra, que sigue viva, como uno de los venezolanos más importantes del siglo 20.

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La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa Publicado el 19 de septiembre de 2001

Al abordar esta obra, La ciudad y los perros (1963), del escritor peruano Mario Vargas llosa (Arequipa, 1936), se plantó en mi mente, alimentando mis ansias de escritor, la idea del compromiso que se asume con la vida y el vivir cuando se comienza a esbozar las primeras manchas, tachaduras y borrones en el papel; un verdadero encuentro consigo mismo, un desahogo de las experiencias vividas y sufridas, un exorcismo de demonios propios que el escritor convierte en palabras, en historia contada, en ficción, porque “escribir significa para él la mejor manera posible de vivir, con prescindencia de las consecuencias sociales, políticas o económicas que puede lograr mediante lo que escribe.” Novela de juventud apresada, de almas rebeldes, de ansias de libertad, narra la historia de jóvenes que, como Vargas Llosa, quedan bajo los murales de un colegio militar del Perú. La ciudad y - 57 -


los perros, primera novela del autor, maneja el drama de las vivencias y convivencias en el Leoncio Prado, colegio militar de Lima, en donde convergen una serie de personajes de variados rasgos étnicos y clases sociales: la clase acomodada, los “blancos pobres”, los serranos, los cholos... Las causas y las consecuencias del encuentro con aquel colegio, ahondan en la problemática social y política del Perú. Aquel monstruo jerárquico, de subordinados y fuertes ordenanzas, de plagio de libertades ansiadas, de podredumbre y libertinaje escondidas tras paredes ciegas, todo un cúmulo de privaciones y depravaciones que acercan al lector al repudio que siente el escritor hacia estructuras gubernamentales autoritarias. Vargas Llosa ensancha su mirada y deshoja cada momento, cada vida, exteriorizando a una juventud peruana y, por qué no, latinoamericana que busca su sitio en este mundo, como él, cuando ingresa a ese colegio militar por dos años. Su vida queda reflejada, encerrada en una ficción que revive los sufrimientos, las alegrías, las frustraciones, los actos libertinos de una adolescencia atropellada prematuramente. La estructura y ejercicio militar en el colegio, - 58 -


desgarra cualquier velo de ingenuidad en sus jóvenes personajes, retratando a una sociedad sumida en un desamparo, en una deshumanización perniciosa, en un juego de poderes ruinoso que quedará como la propia historia del Perú y la América Latina. Se observa, pues, el desarrollo de un pensamiento político, el levantamiento del compromiso del intelectual frente a su realidad sin dejar a un lado al encantamiento que pudiera producir las palabras de una historia. Y Vargas Llosa demuestra en esta novela de su juventud una destreza sin igual, un dominio narrativo que logra abrazar al lector y sumergirlo en las vidas de Alberto, el poeta; del Jaguar, prematuro usurpador de casas y bares de putas; del Esclavo, obligado por su padre a convertirse en hombre a la fuerza militar; de Teresa, niña que llena las mentes y corazones de algunos de ellos... El juego que hace el autor con el tiempo del narrador y de lo narrado, le otorga a la narración cierta tensión, cierta respiración, que la convierte en una pieza singular de la narrativa latinoamericana contemporánea. No en balde, escritores como Mario Benedetti han afirmado que esta novela “...es uno de los libros más apasionantes y - 59 -


apasionados de la nueva literatura hispanoamericana.” Al comenzar a leer La ciudad y los perros, dejé a un lado al polémico pensamiento político del escritor, que ha trastrabillado, incluso, las bases ideológicas del gobierno de un país que le ha reconocido su trabajo (recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1967 por su novela La Casa Verde), ganándose el rechazo de muchos lectores por considerarlo un “hablador de pendejadas”. Sin embargo, al nadar por los recónditos mares de su imaginación, convertida en palabra, en novela, es imposible no pensar en nuestras sociedades, en nuestros políticos, en nuestras dictaduras, en nuestras gentes que van tejiendo, día a día, los hilos de nuestra historia. Mario Vargas Llosa ha escrito también Los Jefes (1959), La Casa Verde (1965), Conversación en La Catedral (1969), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981), El pez en el agua. Memorias (1993), La fiesta del Chivo (2000), entre otros.

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Stefania Mosca y La Última Cena Publicado el 17 de octubre de 2001

Las voces resuenan, los cristales tintinean con sus vinos importados, los adornos de plata abrillantando los mármoles de las mesas, el espesante aroma de la cena absorbiendo los perfumes y levitando nostalgias, los personajes presentados con su ramaje de recuerdos llenando las páginas de esta primera novela de la escritora Stefania Mosca (Caracas, 1957). La cena es pretexto para el encuentro, para hilar las historias que surgen de un mismo entorno, matizando la obra con un desmesurado viaje a través de los ayeres distintos. Un traslado casi imperceptible de un tiempo a otro, técnica narrativa hábilmente lograda por la escritora que nos involucra, nos conecta con la intimidad de los personajes. Bajo un efecto de muñeca rusa, la novela es en sí, una ficción dentro de otra. Así, Glen, novelista que participa en la cena, galantea con su - 61 -


ingenio narrativo asombrando a los presentes con los pormenores de lo que sería su más reciente obra de ficción. A partir de allí, la voz narradora-testigo de Stefania comienza ese andar retrospectivos de la Venezuela “de antes”, fundiéndose el tiempo actual de la novela (la cena, la última para los personajes) y el tiempo de la recordanza, de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, del golpe y de los comienzos de un nuevo orden. Las artes, la política, la innegable transmutación de las clases sociales de los antes y los ahora, son temas inminentes en la cena, una manera en que la escritora intenta reflexionar sobre nuestra historia reciente logrando magistralmente esa atmósfera interna que muchas veces se forma dentro de nosotros: aquellos recuerdos tristes cuando maquinamos una sonrisa para atender a nuestros invitados, esas nostalgias de buenos ayeres cuando un temblor y el temor debela y estremece las bases del ahora; hacen de esta novela, una obra referencial al momento de transitar por los predios de la narrativa venezolana contemporánea. Ese ágil maniobrar por el vericueto arte de la literatura, un lenguaje maduro, directo y usado - 62 -


con extremo cuidado, personifican la obra de Stefania Mosca que ya lleva en haber otros tres libros. Pero no se le puede dar pausa a una cena, ni mucho menos cuando su invitado honorífico, Glen, arrebata la atención con su historia, con su imaginación que logra incluir a todos los personajes solamente mirándolos, desentrañando su posible pasado que a fin de cuenta es tan parecida al de todos. Sólo unas pocas veces la otra voz narradora regresa al presente, al momento de la cena, para luego continuar su viaje, ese deambular por los contornos fugaces de una memoria apagada o queriéndose apagar, narrando las historias que confluyen en esa última cena, antes de que el terremoto de 1967 de Caracas apagara finalmente aquellas. Es difícil precisar la vida o el llamado curriculum de la escritora que nos ocupa, sobre todo cuando en esta tierra de gracia no se promueve como es debido al escritor venezolano y sólo una frágil casualidad del ir y venir por estos lares literarios nos ponga en las manos alguna “obrita” que luego resulte ser un gran hallazgo. Como éste, son muchos los casos en que el azar me lleva a descubrir, si se quiere, obras de incalculable valor y goce para un lector o intento de escritor. - 63 -


Pero ese es tema para otro día y otro espacio. Quizás algún bosquejo cual solapa de libro, aunque esto no lo sea, sirva para adentrarnos a la vida y obra de Stefania Mosca que nació en Caracas en 1957. es Licenciada en Letras de la Univesidad Central de Venezuela. Sus otros tres libros: J. L. Borges: utopía y realidad (Monte Ávila Editores, Caracas, 1983), La memoria y el olvido (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1986) y Seres Cotidianos (FUNDARTE, Caracas, 1990)

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Los mil y un cuentos venezolanos Publicado el 31 de octubre de 2001

Se habla de la realidad, como si existiese una, y sin embargo. Haciendo un recorrido por las vertientes de toda una obra, mil obras, observamos que la realidad se tuerce, se desangra, se reparte en fluyentes de cauces imparables y maravillosos. Así, una realidad que sentíamos cotidiana, hombres como Cortázar o Borges, Garmendia o Balza, la hacen fantástica. Adquiere un carácter singular, que nos envuelve, nos deja vivir en otras realidades, quizás más interesantes que ésta: la que palpamos, la que vemos, la que decimos vivir (o sufrir). Es cuando podemos sentir la angustia de naufragar en medio del océano; de viajar al fondo del mar o a un planeta distante; es presenciar la creación de un mundo nuevo sea éste un pequeño pueblo petrolero o una aldea perdida en la vasta selva; es convertirse, de pronto, en un monstruo o en un insecto… En fin, vivir (por lo menos temporalmente) en un personaje, en una situación, - 65 -


en un mundo que tiende a ser diferente pero que no rehuye a ser reflejo o la parodia de esta, nuestra realidad. Guillermo Meneses acertadamente afirmaba “(…) la narración será en sí misma la demostración de un enigma (así se trate de un antiguo enigma), la portentosa realización de un milagro (así sea un milagro de todos los día), la asombrosa afirmación del misterio que une los dos polos de una verdad venerable (así sea una verdad habitualmente aceptada y conocida).” Es su manera de definir el cuento, una maravillosa historia jamás escuchada. Y es que así, afirma el escritor venezolano, se logra crear los mundos fantásticos que devora nuestro tiempo y realidad; con una historia, que puede ser cualquiera, pero que consiga eso tan maravilloso; que jamás haya sido escuchada antes, que el escritor, con su habilidad, logre contarla de una manera que, de otra, no alcanzaría la originalidad. De esta forma, Guillermo Meneses, (Caracas, 1911), compila en su libro Antología del Cuento Venezolano (Monte Ávila Editores, Caracas, 1955 y que ya cuenta con siete ediciones), todas aquellas historias que merecen ese calificativo de cuentos maravillosos y jamás escuchados. Relatos de escritores nacidos, por fortuna o sin ella, en estas - 66 -


tierras, que vinieron a desarrollar, después del inicio del siglo, lo que Meneses definiría como cuento. Ya que como explica en su prólogo, considera que “La dificultad consiste (y yo no he logrado vencerla) en precisar los límites hacia el pasado, no sólo del cuento, sino de lo venezolano. Sucedería, de seguir este camino de búsqueda en el terreno de la ‘prehistoria del cuento’ que habríamos de llegar hasta los relatos de los primeros pobladores... Sucedería, además, que habríamos de llamar cuento a lo que no es tal.” Nos introducimos entonces, en ese mar primigenio de cuentos venezolanos, una melcocha apenas comenzando endulzar (y por qué no, agriar) los sueños fantásticos de nuestras gentes, de todas estas generaciones ya pasadas y venideras. Son 40 escritores venezolanos que integran esta antología, nacidos en el umbral del siglo 20 y en que muchos, en el momento de la primera edición del libro, eran apenas jóvenes escritores. Las páginas amarillentas del libro que ahora sostienen en mis manos, nos llevan a ese viaje del mundo de las historias, inmersa de cotidianos y, a la vez, enigmáticos personajes, paisajes comunes para nosotros que nos deja maravillados por - 67 -


sentirlos de una forma jamás vista, jamás escuchada. Desde Manuel Díaz Rodríguez, pasando por Julio Garmendia y el propio Guillermo Meneses y Oswaldo Trejo, entre otros. Un libro que si bien no pretende ser un estudio oficial de la narrativa corta venezolana, es una excelente referencia cuando se quiere conocer (y disfrutar) de toda una evolución del cuento de acá; además, con una minuciosa reflexión de Meneses sobre esta importante y difícil creación artística y sus comentarios, una pequeña introducción que hace a cada escritor, a cada cuento, dándole cierto ambiente, cierto entremés que hará de la lectura de aquél, de aquellos, de todo el libro, una experiencia diferente, abrumadora. Como José Balza también nos cuenta en su epílogo: “Si algo puede decirse con franqueza de esta Antología es que, tanto ayer como hoy, constituye un excelente fresco de la ficción entre nosotros y una flexible fuente de consulta para el estudio, la comparación, el placer.”

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El “making” de los libros o los demonios detrás de la palabra Publicado el 14 de noviembre de 2001

Cuando uno se sienta a leer un libro (en su cómodo sillón, en la cama o en nuestro sagrado trono) se olvida, por esos instantes perpetuos de ingravidez y goce alcoholizante de la literatura, toda la aventura (o desventura) que pasa el libro para llegar a nuestras manos. Esa cadena que comienza desde la misma concepción del libro, pasando por agentes, editores, distribuidores, libreros, hasta llegar al lector, se ha convertido, en Venezuela, en un enmarañado proceso que se teje con apenas una mano, que para hacer más dramática la cosa, mocha de tres dedos. Quizás deba excusarme, ante los posibles lectores de este espacio y que han seguido semana a semana este pequeño y cafetero encuentro con los libros y escritores, por este intento fatídico de esbozar algunas ideas y reflexiones del quehacer editorial venezolano. Es que en un país donde - 69 -


existen muchas editoriales (o intentos de editoriales) y poca presencia en librerías, merece cierta atención y reflexión por parte de nosotros los lectores. No en vano se considera todo un logro y una novedad que algunas editoriales publiquen uno o dos libros anualmente, cuando en otros países de habla hispana se publican algunos centenares. Como simple observador (porque sólo me he inmiscuido en el hacer editorial en mis juveniles fantasías), el desmoronamiento repetitivo que sucumbe a las editoriales de este país, y por ende, a los escritores que representan, se aprecia a grandes rasgos en las librerías que, en nuestra ciudad, son muy pocas (considerando que el gran grueso de librerías son, en verdad, papelerías y centros de copiado). La mayoría de los libros que adornan las estanterías de estas tiendas, en su mayoría, son libros de las grandes editoriales internacionales (en un alto porcentaje editoriales españolas y argentinas) y los que tienen el sello de “hecho acá” se consiguen escondidos o puestos en estantes más apartados y muchos se venden allí porque son de obligatoriedad en los liceos y, por lo tanto, de venta segura. Cada escalafón de esta cadena está - 70 -


desplomada: las ineficacia de muchas editoriales, las librerías y los libreros (figura que muy poco se toma en cuenta o no existe en Venezuela) y el lector... Además, si tomamos las palabras de Don Arturo Uslar Pietri que “No se puede promover una literatura que no tiene un valor en sí” (El Nacional, 7/11/99), añadiríamos la pobreza creativa de nuestros propios escritores. Mas esto último no es del todo certero porque, si es cierto que abundan escritorcillos e intelectualoides en el país, también es cierto que existe un cúmulo de escritores que hacen lo suyo con esmerada calidad y talento. El problema es mucho más complicado de lo que realmente parece, sin embargo, se coincide en la falta de promoción del escritor y del libro, en la consideración, por parte de las editoriales, que el libro no es un producto comercialmente viable, salvo aquellas franquicias llamadas best-sellers y otros como los de autoayuda; y, además, en la falta de credibilidad de las editoriales para con los escritores que se evidencia en la timidez y poca agresividad en su promoción y distribución. El dilema se agrava si añadimos lo que nos dice Pablo Villamizar: “Además de la ausencia de una política de promoción editorial, hay quienes piensan que otra razón... se debe al olvido al que se han confinado - 71 -


muchas figuras emblemáticas de las letras venezolana” y Salvador Garmendia: “Creo que entre nosotros no ha surgido aún, exceptuando a Gallegos, un autor que logre el milagro de despertar la pasión y el interés...” (El Nacional, 7/11/99) Es decir, no existe según ellos, el García Márquez o el Borges venezolano. Todas estas reflexiones vienen a colación, no sólo por la precaria situación que vive el escritor venezolano que se vale de los dichosos premios literarios para verle algo del queso a la tostada y, luego de un largo tiempo, lograr publicar su trabajo premiado con errores de imprenta y demás; no sólo por las apreciaciones de Mariela Sánchez, presidenta de Monte Ávila Editores, que nos hablan de una institución enferma, adeudada y con pobre producción en este año; sino también, por la avasallante ola de compra y venta de editoriales de habla hispana por parte de poderosos grupos como Planeta y la Random House. Nuevamente, la globalización adquiere un carácter amenazador contra los grupos locales e independientes. La gran firma, anuncia El Nacional del 4/11/01, “...decidió trabajar el mercado de habla hispana por partes. En España se llamará Grupo Editorial Plaza y Janés. En México, Colombia y Venezuela, Grupo Editorial Grijalbo... Y en Argentina, - 72 -


Chile y Uruguay, Grupo Editorial Sudamericana...” La Random House y Mondadori adquiere, pues, un importante porcentaje de la actividad editorial en Latinoamérica. Esto, por supuesto, lejos de festejar tal logro comercial y de fusión, ataca principalmente a las editoriales locales que, teniendo que batallar en su propia tierra no por la competencia sino por la incompetencia, ahora tiene que enfrentar terreno contra estos golosos internacionales. Sin embargo, y apostando un poco al optimismo, aún existen grupos e instituciones que arriesgan por el trabajo editorial. Las Universidades nacionales se convertirán en importantes productoras de libros, ya algunas han mostrada gran éxito. Algunas librerías comienzan a promocionar sus productos, haciendo presentaciones con el autor, tertulias y siendo coeditores de libros. En Guayana se comienzan a crear nuevos espacios para el encuentro y la divulgación de la obra impresa, como la Casa de la Cultura Ateneo de Ciudad Guayana, la Sala de Arte SIDOR y uno que otro etcétera... Hay un largo camino por recorrer, pero hay que recorrerlo.

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El azar en Carlos Yusti Publicado el 12 de diciembre de 2001 “Escribo ensayos confiando en el azar. O sea como salgan. En ocasiones quedan redondos; otras son redondos desastres.”

Como si tal cosa estuviese regido por dogmas y pragmatismo matemáticos, lógicas e irrefutables, se da justificación a casi todo con ese hecho tan abstraído de toda razón humana y que, sin embargo, ha mantenido a la humanidad dentro de ciertos rangos filosóficos, ideológicos, biológicos, etc. aparentemente estables. Valga tanto parafraseo intelectualoso para mitigar un poco mis obsesiones con respecto al azar y abordar al escritor desde las entrañas, es decir, comprender su ensayística de la calle, de la vida, de la literatura sin pretensión academicista y sin llegar a ser pura palabrería sino, más bien, una lectura amena, jocosa y estimulante. Fue el azar quien convirtió a Carlos Yusti - 74 -


(Valencia, 1959) en ensayista y es aquello también lo que lo motiva a escribir. Quizás, por eso, su producción es tan variada como nutrida mostrándonos diáfanamente al hombre, al escritor, al crítico, al intelectual, al jodedor que se esconde tras ese rostro afable de abundante bigote. Aunque no fue el azar lo que me motivó a escribir sobre Yusti, siempre ha sido el gran engranaje que ha movido a muchos a levantar el vuelo (o el lápiz sobre el papel) hacia los aires tumultuosos de la literatura. De ciertos peces voladores (Fondo Editorial Predios, 1997) es un libro que Yusti ha escrito en sus devaneos por periódicos y revistas literarias donde se compila un importante grueso de ensayos que define su peculiar estilo a veces irónico, a veces burlesco, siempre sincero y de escrituralidad diáfana. El escritor divide el libro en tres apartados que, si bien ninguno de ellos fue concebido de antemano para pertenecer a uno o a otro, su escogencia radica tal vez en la similitud de los temas que trata en ellos, siempre relacionados con el quehacer literario, asunto que lo apasiona, lo devuelve a juveniles sensaciones de embriaguez, rebeldía y encuentros. El ensayo para Yusti es el desprenderse de - 75 -


tanta habladuría rigurosa, academicista como muchas veces pregona en muchos de sus escritos. Escribe del alma, transmutando el ensayo, si se quiere, a una forma de expresión viva, dialogante con el individuo que se enfrenta ante el escrito intentando ciertos trazos inquietantes, sobrellevándolo a la discusión interna, es decir, enfrentarse con uno mismo. Por eso, las veces que leo y releo algunos de sus ensayos, termino arrojando el libro debido al efecto que sobre mí pesa sus flatulentas críticas del ser y el no ser del escritor (considerando que un joven como yo, que intenta ser algún día escritor, puede llegar a ser muy susceptible a tales anotaciones). Como en su libro Vírgenes Necias (Predios, 1994), que recoge ensayos atiborrados de ironía y humor, carcomiendo los atares literaruchos de ciertos sectores, un desquite ante la mediocridad y analfabetismo literario. Justamente estas irreverencias, si se me permite llamarlo así, son las que hacen de estos ensayos piezas definitorias de la ensayística breve venezolana. Cierta arrogancia, pero con natural sinceridad y responsabilidad ante el lenguaje, llenan las páginas de este libro, ese desenfoque que logra hacer con el mundillo literario venezolano lo cataloga –me atrevo a usar - 76 -


este término– como un reaccionario de la palabra ante todo que tenga olor a narcisismo literario o, peor aún, a escritores que “... hacen del medio intelectual una cofradía perversa de atildados, una rosca aberrante y sin ética.” Y dentro de aquella arrogancia reaccionaria, existe su convicción hacia la justicia pertinente, como más adelante afirma: “... a pesar de estos estafadores de las letras, de estos vividores de la cultura... hay que reivindicar al escritor sensible, preocupado por los vaivenes sociales, disciplinado en cuanto a su quehacer literario e indisciplinado en cuanto a todo aquello que intente silenciarlo.” Carlos Yusti no sólo ha publicado en periódicos y revistas, sino que también ha comenzado a pavonear en la red. Es que ese medio le ha permitido expresarse más abiertamente a un público totalmente diferente. Como él mismo afirma en su ensayo titulado “Escribir en la red”: “Escribir a través del Internet posee otro ritmo. Es distinto a escribir sobre una hoja de papel. Es como lanzar una botella, con un mensaje dentro, al mar. Las posibilidades que te lean o no, en ambos casos, son infinitas y están sujetas a los resortes del azar.” Precisamente aquel incierto devenir del ensayo y la infinitud de diferentes lectores en todo el - 77 -


mundo, lo fascina y propone un reto ante su lenguaje ya consagrado. Sus escritos se han publicado en un número apreciable de revistas literarias electrónicas españolas y argentinas, entre otras; siendo él también partícipe en lo que respecta al trabajo divulgador de la literatura regional y nacional en la red con su página web Códice. Lo cierto es que Carlos Yusti escribe por el placer que el azar le ha otorgado para que el lector encuentre placer en ese lenguaje tan propio y propicio de estos tiempos de tozuda oscuridad para la literatura venezolana. El escritor y pintor –porque Yusti, cuando suelta el lápiz o el teclado, se lanza a pincelazos ante el lienzo–, para darle una panorámica de su vida al posible lector de este espacio, ha sido colaborador en los diarios El Universal, Suplemento Cultural de Ultimas Noticias, El Sol de México y el Correo del Caroní. Su libros, además del que ya he mencionado antes, son: Pocaterra y su mundo publicado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Carabobo en 1991; y Cuaderno de Argonauta, 1996 que recibió en ese año, el Premio de Ensayo de la Casa de la Cultura “Miguel Ramón Utrera”. El resto, está disperso en la red y en periódicos de la región. - 78 -


Los andares de un perro Publicado el 30 de enero de 2002

Hay historias que nos cautivan por la sencillez y complejidad de los personajes que nos revelan sus sentimientos y sus experiencias. Otras, por las aventuras y desventuras de aquellos, tan ajenas y a la vez tan de nosotros. Mas, hay otras que es su lenguaje la que nos envuelve, su palabra cargada de tanta sentimentalidad, de tanta emoción que hacen de la historia (sea una simple o una jamás contada) una exquisitez de lectura. Y existen otras a las que el lector se identifica, deja que su propia experiencia vuele, se traslade y se fotografíe en las palabras escritas, en las palabras sentidas. Es la plenitud de la lectura, cuando la hacemos pertenecer a nuestra propia vida, la que la hace única, escrita sólo para nosotros, los que leemos y sentimos las vivencias enunciada tras la cubierta del libro. Pues, este es el caso. Este es mi caso. Uno se abandona a la lectura y el escribir sobre ella, obliga a dejar afuera tanto esbozo analítico, tanta - 79 -


crítica rebuscona y tanto parafraseo borrascoso. Este es mi caso de plenitud lectora, así sentí esta novela del escritor gallego-venezolano Juan Antonio Iglesias: Andariego. Publicada en una hermosa edición por Alfagura (Venezuela, 2000) y bajo el sugerente sub-título “si los perros hablaran”, la novela nos muestra los escenarios del hombre, los mundos ocultos de éstos y un ingenuo análisis de sus comportamientos; tal como sólo un perro puede hacerlo. Porque a través de la mirada canina, el escritor plantea esta perspectiva humana, encerrada en sí misma por los temores de lo externo, lo pueril de la vida en estas sociedades selladas perennemente por perversas oscuresencias. Porque de aquellos “…ojos vidriados, acuosos...” renacen vivencias que convertidas en irónicas e ingenuas, pero acertadas, historias hacen reflexionar al personaje humano de la novela, que percibe aquel mundo transitado a través de los e-mails de un perro cibernauta, quizás con andares similares como el que recogería aquel día, tras su puerta, que bautizó con el nombre de Andariego y dio cabida a su vida y a la nuestra. La narración va alternándose entre dos voces, la del personaje humano, que a través de la - 80 -


lectura íntima de sus correos electrónicos, nos enteramos de aquella otra voz, la canina, que cada tanto nos sumerge en mundos no visibles, no tratables por las conversaciones cotidianas, ocultas sólo en las interioridades de quienes viven en esos mundos, “...El mismo que husmeó en intimidades y sorprendentes comportamientos de los humanos para que sepan ellos que, cuando se hallan con sus perros, no están solos ni a salvo su intimidad...” Pero la historia o las historias, porque van concadenándose una tras otras, un viaje sin retorno por los entresijos del comportamiento humano, va (o van) mucho más allá del mostrar, paseándose entre lo satírico, humorístico y erótico, al hombre y su mundo, nos habla de aquella relación especial, ese lazo que se cierra entre dos almas encontradas por el azar o por el destino, porque si algo es seguro, uno llena los vacíos del otro, complementa su día a día y una enseñanza renace tras lo convivencia y la experiencia leída. Para el autor, luego de un poco más de una década desde su última novela, Los Amantes de la Señorita Democracia (Planeta, 1986), nos regala esta historia amena, de impecable desenvoltura narrativa y un acertado uso de la ficción para reflexionar sobre la amistad, el amor, el odio, el - 81 -


egoísmo, la libertad y las nostalgias de tierras lejanas, queridas y añoradas. Juan Antonio Iglesias ha trabajado como periodista y publicista, además de ésta (escritor) su otra profesión. Nació en Galicia (España) en 1941. Reside en Venezuela desde hace más de 40 años y ha ejercido la comunicación en sus distintos ramajes: la periodística, la literaria y la publicitaria. Fue redactor en revistas y diarios venezolanos. Es autor también de las novelas Hermandad Ideal (1961) e Infierno Africano (1971), además de cuentos, ensayos y poemas dispersos en revistas y diarios del país y otras latitudes.

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Lectura en tiempos de crisis o la crisis de la lectura Publicado el 13 de marzo de 2002

Bajo la sobriedad de títulos como estos se alargan millares de opiniones y estudios referente a tan envolvente ejercicio que es la lectura. Tras las líneas que nos guían hacia el desarrollo de los por qué, con todo lo irónico del asunto, leemos y nos damos cuenta que cada cual la asume como de su tiempo y espacio. Entonces venimos escuchando, leyendo y escribiendo sobre tal crisis desde la misma invención de la escrituralidad. Quizás por tal motivo, Denzil Romero (1938-1999) afirmaba en su ensayo La lectura en crisis, de su libro póstumo 7 ensayos a medio cribar (UNEXPO, Ediciones del Rectorado, Barquisimeto 2001) que él nunca la percibió como tal, porque en su pueblo anzoátiguense siempre estuvo rodeado de libros y gente que los leía. Fue más tarde que se daría cuenta de la lobreguez (discúlpeme el apelativo) de tan machacada crisis y pudo “... calibrar que esa - 83 -


crisis observada no era exclusiva de nuestro medio venezolano ni del presente siglo.” La obra citada me presentó a este escritor que antes había escuchado flotar en estos aires asfixiantes en que a veces se torna la literatura y, luego de husmear un poco en los nuevos anaqueles virtuales de la red, descubrí a todo un personaje de nuestra literatura contemporánea. Tras decir esto, me veo obligado a excusarme por tal ignorancia. A partir de estas cavilaciones y del infortunio que pasamos los que dejamos flotar en el aire lo que deberíamos asir, resurgió nuevamente la idea tan trillada de la crisis mencionada anteriormente. Denzil Romero escribió del asunto: “No creo que la crisis que actualmente se imputa a la lectura y al libro sea definitiva ni exclusiva de este tiempo. No creo que el libro sea desplazado por la urdimbre del universo mass-mediático y de la situación económica y las trabas políticas... Menos creo en la muerte de la literatura como expresión artística y no caeré en la tentación de justificar con alegaciones y comentarios esta creencia última capaz de arroparnos con el fulgor tenue del - 84 -


mismísimo cielo o las llamas crepitantes del mismísimo infierno...” (Ob. Cit.) Haberme encontrado con estos ensayos que nacieron de diferentes conferencias que dio el escritor en varios lugares del mundo, me hizo pensar, por lo menos tomando mi caso, que la crisis de la lectura no es causada únicamente por un problema cultural o educativo, también los desafueros del tiempo, el cansino trajinar y transitar por caminos obligados e impuestos, dejan que vuelen por los aires, como ya he dicho, a libros y escritores que bien podrían darnos una nueva perspectiva de nuestra literatura. Me valgo de la imagen plasmada por la pluma del cuentista Luis Barrera Linares, para conocer un poco a este personaje, que ejerció la abogacía como profesión y la literatura como un medio de expresión artística, como una oportunidad de retorcer los anales de la historia y contarla como él quisiera que hubiera sido. De sus obras publicadas se desprenden ese matiz de historia, sensualidad y polémica; temáticas que bien logran escandalizar a lectores e instituciones conservadoras que abrasan al lector con fuertes críticas y categorizaciones. Pero al mismo, y como efecto de lo primero, catapulta si se quiere a la - 85 -


obra concebida de tal forma. Luis Barrera Linares menciona al respecto: “Ya la historia literaria ha demostrado suficientemente, y en muchas partes del mundo, que no hay indicio más revelador del destino y potencialidad de proyección de un texto literario que un escándalo o una polémica. Y si se trata del surgimiento simultáneo de ambos, ni se diga.” (Del ensayo: Homenaje a Denzil Romero. Las Romerías de Denzil) Y además, cuando este escándalo o polémica se refiere a íconos históricos o culturales, la reacción no se hace esperar. Obras como La tragedia del Generalísimo (1983) que le valiera el Premio Casa de las Américas y La esposa del Dr. Thorne (1988) con el que obtendría el Premio Internacional de Novela “La Sonrisa Vertical” son claros ejemplos de la predilección del escritor por tocar temas históricos y desbaratarlos hasta que alcancen el grado de ficcionalidad que quería; ninguna escapó de la polémica, del pudor y la censura. Denzil escribe en su ensayo La Nueva Novela Histórica Latinoamericana: Una Redefinición del Continente (del libro ya citado): "Es innegable el papel relevante que la llamada Nueva novela histórica latinoamericana –nombre que le da a la nueva tendencia de diferentes escritores en latinoamérica en los que - 86 -


destaca escritores como Don Uslar Piertri, Miguel Otero Silva, Alejo Carpentier, Francisco Herrera Luque, Carlos Fuentes, etc.– ha jugado y sigue jugando en ese proceso redefinitorio del continente. Ella hurga y logra llegar al fondo de nuestras propias raíces como pueblo. Complementa la historia oficial, cuando no la sustituye del todo. La compone y descompone para su mejor interpretación. Alumbra lo que está oscuro, la cara oculta de la luna, el sello de la moneda. Desmitifica. Le da voz a los perdedores, a aquellos que en su momento no pudieron decir lo suyo. Cuenta el cuento que no sabíamos o que no habíamos podido o querido oír.” (Ob. Cit.) Aún, mi prematura incursión por estos mares y universos de la literatura, y mi frecuente escaso tiempo, me han llevado a una innegable crisis lectora. ¿Cómo resistirme, tras leer sus ensayos a medio cribar, su incompleta biografía y su imagen impregnada en la palabra de otros que me dieron la oportunidad de atajarlo en el aire, de leer y descubrir sus historias, sus anécdotas, su aún poco estudiada obra? Pues, gracias a esa crisis, - 87 -


vuelvo a descubrir los goces y los placeres, con el cafecito incluido, de emprender el camino de la bĂşsqueda, de la lectura, del encuentro con un nuevo horizonte literario.

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Otras derrotas

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Narrar esta ciudad... y en esta ciudad

El abuelo camina sosegado por la Plaza Bolívar de Ciudad Guayana a mirar lo que entre dos orillas reposa: el Orinoco o el pasado, da lo mismo para él, porque el río siempre ha estado allí, desde antes, mucho antes de todo. Algunos papagayos vuelan alentados por la risa de los niños, algunos caen y el abuelo recuerda la canción de un viejo trovador cubano que vino a cantarle a la nostalgia, como él ahora, sólo que no con canciones, sino con la mudez de la soledad. Ah, si tan sólo alguno de aquellos niños se acercara al abuelo, éste comenzaría con algún hubo una vez y gestaría un cuento, alimentando una memoria huesuda, sin querer, porque el abuelo sólo desea oídos que escuchen –y qué mejor que el de los niños- y hablar de la nostalgia de su pueblo, de su ciudad. Porque el abuelo, como muchos, había nacido en estas tierras al margen del río Orinoco y visto nacer la ciudad industrial, orillada en la confluencia del río Caroní con aquél otro, aquella - 91 -


axila de agua. Nadie se atrevería a preguntar por su mirada al río, que son sus recuerdos, esos siguen nadando como peces en las viejas aguas; éstas como tiempo detenido, como tiempo sin memoria, porque la ciudad flota en la desmemoria de su gente, que nunca pescan los recuerdos del tiempo. El abuelo nunca sabrá la falta que harán sus cuentos, esas mil y una historias desvanecidas en una memoria apenas formada, apenas memoria. Cómo hace falta narrar esta ciudad, darle un punto en la geografía infinita de la imaginación y la nostalgia. Y que existan cuentos que comiencen con el Hubo una vez... y posiblemente el río, el metal, el acero, la industria, los comercios, los barrios, las villas... se conviertan en los caóticos personajes del caos que es la literatura, aunque nos hayamos referido, sin querer, al hubo una vez de un cuento infantil. Pero se podría imaginar al viejo frente a una media luna de niños, atentos a las historias que podrían comenzar más o menos así: Hubo una vez un grupo de hombres y mujeres, niños y niñas, con sus tíos y tías, abuelos y abuelas, que vinieron desde muy lejos y de diferentes partes del país y del mundo a sembrar una ciudad que nacía de la madre empresa siderúrgica. Venidos del Oriente venezolano, otros del Centro y - 92 -


del Occidente trabajaron juntos con los venidos de otros lugares lejanos, para dominar las tierras de acero de Guayana... y las mil y una historias de estos personajes llegados de tan lejos como el recuerdo a una ciudad aún inexistente, aún sin memoria, comenzarían a dar vida a una ciudad propia, a una cultura y formas de ser que distinguiría a ésta de otras, así como tantas en el mundo la recordamos por una historia: el Paris y el Buenos Aires de Cortázar, la Lisboa de Saramago, la Lima de Vargas Llosa, la imaginaria Macondo del Gabo, la espectral Comala de Rulfo, la Caracas de Garmendia... Jamás se pensó en darle a esta Ciudad Guayana ese espacio y ese tiempo en la literatura, de la forma en que el abuelo intenta algún encanto para ficcionar sobre su pasado, que es la ciudad y es el río. Sólo muy pocos se han sentado junto al viejo o al pasado o a la memoria, algunos de ellos habrán de convertir aquellas nostalgias en palabra escrita, en poesía, en narración. Se podrían sugerir nombres, se podrían imaginarse algunos, aunque de todos los nombres bastaría ser nombrado uno, como sugiere la obra de aquel viejo escritor portugués, el individuo ante lo demás que es ausencia, nombres como el de Alis Darnott, - 93 -


Francisco Arévalo, Ana Rosa Angarita, Niria Amario o Carlos Yusti, algunos oriundos de otras tierras, otros de estos predios, pero todos vinculados a esta Ciudad Guayana o San Félix o Puerto Ordaz. De estos nombres y unos cuantos más, han nacido páginas escritas sobre una posible ciudad literaria, reflejo de río de una ciudad a la que aún le falta contarse: una ciudad que lloró durante mucho tiempo la sangre vomitada de su Gente, cuando en alguno de sus principios se le tornó a llamársele Santo Tomé de Guayana; una ciudad que decidió crecer a las orillas de un río mítico y maldito, soberbio como la imaginación, el Urinoco, Ibirinoco u Orinoco... Desde que colonos, piratas e invasores decidieran colonizar y fustigar estas tierras sureñas, aquellas aguas que se fundían con la mar siempre fueron la muerte, mientras que otro río que desde sus altas cabeceras vino a dar vida, dividía ya a la futura ciudad, esas aguas negras del Caroní. Y la desmemoria se tragó las historias que hubiesen llenado las mil y una páginas de nuestro imaginario. Permanece oculta, como ya decía Ana Rosa Angarita, la faz de esta Ciudad Guayana. Bajo el suave crepúsculo de esta ciudad (ya habría alguien que hablaría de la maravillosidad de - 94 -


este crepúsculo guayanés, cotidiano fenómeno hecho único sólo bajo la mirada solitaria de la sensibilidad y la reflexión), el abuelo comenzaría con sus hubo una vez, contados al horizonte, único atento a las historias del viejo. Nacerían cuentos sobre las sangrientas batallas por la independencia y era fusilado uno de nuestros próceres; o más atrás, cuando piratas como Walter Ralegh surcaba el sinuoso cauce del Orinoco y protagonizaban colosales motines con tesoros y misterios incluidos; o aún más atrás, cuando la Gente de estas tierras vivía bajo la espesura selvática que fueron estas latitudes, heredándonos sus mitos y leyendas. El viejo narraría la Guayana prehistórica... qué tipo de seres habrán pisado estas tierras, comido sus frutos, danzado en sus cielos y bebido sus aguas mucho antes de los primeros adanes y evas, o antes de que del barro deviniera en hombre y mujer. Cómo habrán emergido las grandes montañas y tepuyes, aquellos grandes espíritus, como si esta tierra quisiera llegar al alto cielo y besar su suspirante azul y, éste, al exuberante verde de aquel. Cómo habrá sido ese intento, tan lento, tan letárgico, tan sin tiempo que todavía se puede ver su esfuerzo. Y saldrá un hubo una vez de cómo fue que el Caroní - 95 -


se encontró con el Orinoco, de qué hablaron, qué fue lo grandioso que sucedió como para que sus aguas se besaran, cópula infinita, goce eterno de dos aguas tan distintas, como ejemplo de humanidad. O será que el Orinoco –el viejo daría un giro al cuento con un guiño de ojo cómplice– en un arrebato malicioso se empató con el Caroní para dividir a la futura ciudad que en su confluencia nacería, separando miserias, vidas, culturas y memorias. Un muestrario de estos muros invisibles que dividen a esta ciudad en dos, tres, cuatro ciudades, la da Francisco Arévalo, a través de los sufrires y recordanzas de los habitantes-personajes de su obra. Registra una radiografía de los cánceres de las ciudades, ficticias o no, que conforman Ciudad Guayana, ahondada desde la gente que es la ciudad y sobre aquella primera intenta narrar. Darnott poetiza sobre la época emergente de la Guayana industrial, arraigándose en una sutil irreverencia testimonial muy íntima, muy personal. Ana Rosa Angarita nos descubre, desnuda una tierra de máscaras y aviva la flama ancestral aborigen. Amario se arropa con la nostalgia y el recuerdo, desentraña sus interioridades a través de la memoria fundida en la - 96 -


imaginación hecha palabra. Yusti ironiza sobre la ciudad y su quehacer literario, la paradoja de una cultura sin cultura. La literatura consuela los ardores que sufre cualquier ciudad, ésta continúa esperando el ropaje de aquella que la desvíe por momentos de su fatua cotidianidad. El abuelo consolaría la tarde moribunda en la Plaza Bolívar, la media luna nacería, no en el firmamento, sino frente al viejo, nuevos niños se acercarían atentos a la escucha de nuevas historias de una ciudad múltiple, sumidero de costumbres y culturas ajenas, enriqueciendo o apartando, como quiera que se mire, la posibilidad de una cultura propia; nuevos nombres surgirían, imaginados o no, como Róger Vilaín, Pamela Astudillo, Anna María Cian, Daniela Saidman y algunos que otros inconformes, jóvenes trovadores ávidos de construir y formar parte de la memoria guayacitana.

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Posible bibliografía Guayana literaria

incompleta

sobre

la

Nueva Poesía de Monagas, Bolívar y Delta Amacuro, de Cipriano Fuentes. Antología de Poesía Guayanesa Contemporánea, de Jesús Pérez Quijada, Sara Mukherjee y Eugenio Cortez. Nadie me reina en estos parajes de hormigón; La esquizofrenia de las golondrinas; Adiós Matanzas en invierno (y unos cuantos más), de Francisco Arévalo. De ciertos peces voladores, de Carlos Yusti. Solos de bajos, de Anna María Cian. La faz oculta de Guayana, de Ana Rosa Angarita. Ejercicios Narrativos, de José Balza. Lo que somos, de Abraham Salloum Bitar. Tanta nada para tanto infierno, de Teresa Coraspe. Variaciones desde el sillón, de Riolama Fernández. Pirata, de Luis Britto García. Canaima, de Rómulo Gallegos. Papeles biográficos, de Alejandro Otero... Y en un intento de sacarlos de la desmemoria, la obra de Horacio Cabrera Sifontes, José Sánchez Negrón, Rafael Pineda, Alis Darnott, Leopoldo Villalobos, Manuel Díaz Rodríguez, José Quiaragua, nombres de todos los nombres de la literatura guayanesa, y otros que harían más larga lo largo. A todos ellos, cómplices directos e indirectos, dedico. - 98 -


Roberto Bolaño, una remembranza

Ya el escritor estaba sentenciado a la muerte, lo sabía apenas iniciada la década del fin de siglo. Pero la Muerte, vista como una forma risible, burlable, no impidió que escribiera con gran ahínco la mayor parte de su producción literaria. O pensándolo mejor, la certidumbre de su cercana mortalidad fue lo que impulsó tal prodigio, tal obra que lo entintaba de inmortalidad, aún cuando criticaba la estupidez de muchos en creer en la inmortalidad que da una obra literaria a su autor1. Nacido en Chile, Roberto Bolaño (1953-2003), un tipo flaco, de cabellos revueltos, mirada inocente y burlona, grandes aureolas como lentes e infaltables cigarrillos, un Woody Allen tropical, nunca fue chileno, ni por crianza, ni por amor, ni por patriotismo. Rehuía de cualquier apatriamiento que fronterizara su particular forma de ver la cultura. Soy latinoamericano, dirá alguna 1 La inmortalidad literaria. Roberto Bolaño. Encontrado en www.sololiteratura.com

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vez2. Su adolescencia la vive en una Chile que se preparaba para la revolución y su posterior caída, cuando la sangre derramada de Allende llenó de lágrimas el rostro de Latinoamérica. En México, donde su familia emigrara en 1968, Bolaño comienza una formación intelectual e ideológica que lo lleva a involucrarse con el trotskismo, ala del marxismo que promulgaba la idea de una revolución permanente3; también lo retorna a Chile, en 1973, para apoyar el proceso revolucionario de Allende. Más tarde se dará el golpe y Bolaño caerá preso. Las anécdotas de esta época enriquecerán gran parte de la obra de Roberto Bolaño, algunos cuentos del libro Llamadas telefónicas (1997) 4 retratarán estas experiencias, como la singular historia cuando estuvo preso luego del golpe. Allí, con la incertidumbre del tiempo, del destino, dos policías se encuentran con él. Esperaba lo peor. Uno de ellos lo interroga, ceñudo. ¿Te acuerdas de mí? Una leve sonrisa se bosqueja en el rostro policial. Fui compañero tuyo, ¿recuerdas? Bolaño 2 Estrella Distante. Mónica Maristain. Publicado en Página 12, 23 de julio del 2003. Encontrado en www.sololiteratura.com 3 El trotskismo: vida y muerte de una alternativa obrera no estalinista. Carlos Manuel Estefanía. Encontrado en http://hem.passagen.se/cestefana/primera/ 4 Llamadas telefónicas. Roberto Bolaño. Anagrama, 1997.

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saldría a los ocho días de encerramiento gracias a ese feliz encuentro de infancia. No, no recordaba al compañero, confesará años después5. De vuelta a México en 1974, publica sus primeros poemas en el libro Reinventar el amor (1975); luego viaja a España en 1977. Otra vida llevará Bolaño en tierras añejas, una variedad de trabajos engrosarán una hoja de vida dispareja, desordenada, innumerable. De un trabajo a otro, feliz con ese cambio de quehaceres, tendrá luego tiendas de bisutería y ropa, una vida de comerciante que contrasta con su trabajo sobre el papel. ¿O acaso no es otra forma de comercio, el de las palabras y las historias? “Por las noches, después de contar las ganancias y las pérdidas del día y anotarlas en un cuaderno muy grueso, me ponía a escribir, tirado en el suelo...”6 De esa época, Bolaño se jactará de haber vivido durante un tiempo de los concursos literarios, incluso será tema de uno que otro cuento, aquellas convocatorias literarias de provincias españolas que bien pagaban y que el escritor rastreaba como buen detective. Luego, vendrá Blanes, un pequeño 5 Entrevista a Roberto Bolaño. Texto publicado en Lateral. Revista de cultural. N° 40, abril de 1998. Encontrado en www.sololiteratura.com 6 Entrevista a Roberto Bolaño. Luis García. España, Abril de 2001. Encontrado en www.sololiteratura.com

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pueblo mirando al Mediterráneo que el autor hará su hogar a partir de 1993. Será en esa década en la que su obra adquirirá un mayor renombre, no sólo por la lista de premios que recibirá, sino también, según algunos críticos, por la nueva propuesta que irrumpirá en la literatura latinoamericana. Ya su primera novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), escrita en conjunto con Antoni García Porta había recibido reconocimientos. También Pista de hielo (1993), pero la que mayor impacto tendrá será Los detectives salvajes (1998) que recibirá el Premio Herralde y el Premio Rómulo Gallegos en 1999. Con esta obra, Roberto Bolaño mostrará una literatura en la que el lector participa activamente en la obra; si Julio Cortázar resquebraja el vidrio latinoamericano de la literatura con Rayuela (1963), dejando atrás la irónica concepción del lector-hembra; Bolaño terminará, casi tres décadas después, de partirla y convertir en divertimento de enigmas y rompecabezas el hacer y leer literatura. Aún cuando se le considere a esta novela la obra cumbre de Bolaño, no es del todo correcto. Sus novelas y cuentos son pequeños nudos que entrelazan historias comunes, una forma de escritura que Bolaño adopta pensando en varios - 102 -


libros a la vez, en la que algunos cuentos servirán de estímulo para alguna novela o viceversa. Esto lo afirma el mismo Bolaño: “En literatura, soy partícipe de una simetría espantosa (...) Los cuentos son el punto de inflexión ¿o reflexión? Antes de emprender la novela”7. Así también lo observa el escritor venezolano Juan C. Méndez Guédez refiriéndose a la novela posterior a Los detectives salvajes: Amuleto (1999) “regresa sobre algún fragmento de Los detectives salvajes para reinterpretarlos y reconducir a los lectores por los otros vericuetos posibles de una historia.” 8 Sobre Bolaño surge una espiral de historias y personajes que van y regresan movidos por los azares de la literatura o por la genialidad del autor, un recorrido como el que hará ese personaje intrigante del cuento El ojo Silva. Roberto Bolaño, con una irónica humildad (lo irónico y lo humorístico no sólo es característico en su obra sino en su personalidad, según lenguas versadas), reprochaba a los que decían que él era uno de los escritores con más futuro en Latinoamérica; no lo era, decía, pero sí 7 Roberto Bolaño: Sin riesgo, no vale la pena escribir. Slavko Zupcic. Papel Literario, El Nacional. 18 de julio de 1999. 8 La escritura revisitada de Bolaño. Juan C. Méndez Guédez. Papel Literario, El Nacional. 17 de octubre de 1999.

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era uno de los escritores “que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.” Más que escritor un lector, de libros, de su época, de su generación y del hombre. Recibió a la Muerte esperando un trasplante que nunca llegó, el 15 de julio de 2003, en la Barcelona que le mostró una vida más allá de la literaria.

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Vásquez Brito, una semblanza

Si no fuera por lo soñadores el mundo sería una basura (...) Gustavo Pereira A Manuel Vásquez Brito, mi padre, que me pidió esta semblanza

La bruma blanca, una línea difusa de horizonte, azules claros arremolinándose bajo trazos casi borrosos por la espesura de la claridad, una claridad de sol caribeño; la soledad, densa, interminable; el relieve sutil de embarcaciones estancadas a veces acompañan temerosas; una tormenta de calma y no se sabe si es el mar que muere acariciando la arena de las playas o es la tierra que se avalancha contra ese mar. Quizás así podría describir algunos de los cuadros de Vásquez Brito. De Ramón. A falta de poesía que me permita un acercamiento más sublime, acaso más cercano. Leo a Gustavo Pereira - 105 -


buscándola. Leo la poesía del propio artista, que también fue poeta, pintor de negros sobre blancos. Imposible. La poesía hecha pintura de ese horizonte brumoso es imposible. Vásquez Brito nació un 28 de agosto de 1927 o 1928, supongo que esta arbitraria “incoherencia” entre un par de biógrafos hace que esta semblanza tenga un leve sabor a mito; si creyera en las artes de la numerología, podría resaltar ese 28 del mes 8 del año 28 como una especie de presagio o destino. Pero no es así. Prefiero resaltar la coincidencia del nacimiento del pintor margariteño con la de Vásquez Suárez. De Fernando, mi hijo. Y es que es mejor hablar de la vida cuando intento este intento de semblanza de Vásquez Brito. Recuerdo las anécdotas de mi padre al hablar de un pintor en la isla de Margarita que quizás había sido el primero en haber realizado una película de dibujos animados en el país. Siendo Vásquez Brito aún casi un niño ya era bien conocido entre sus amigos y familiares de sus variados talentos, que no sólo incluía la pintura y el dibujo, sino también el canto y la literatura. Bajo el amparo del operador del viejo cine de Porlamar, Ramón pudo experimentar con aquellos aparatos - 106 -


de proyección y con las películas que ya viejas, recibía de regalo. En ellos dibujó, acaso con un clavo o aguja y pudo proyectar a sus allegados verdaderos dibujos animados, dejando a todos boquiabiertos. Luego, mi padre buscaba una de las tantas enciclopedias de la biblioteca familiar y recitaba una y otra vez la breve biografía de Ramón Vásquez Brito con esa rigurosidad enciclopédica. La enciclopedia nos hablaba de un Vásquez Brito que salió de Porlamar, de Margarita a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas. Conoce a otros que también hicieron historia en el arte del país: Jesús Soto, Alejandro Otero, Cruz-Diez, entre otros. De cómo continuó en su Escuela como Profesor y luego recibía una beca del gobierno argentino para seguir sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. De sus premios, de sus exposiciones, de su coqueteo con la abstracción geométrica, de la figuración, hasta consolidar una obra tan propia que quizás sea única e incomparable. La bruma blanca lo envuelve todo, todo es luz con esa claridad que sólo el Caribe puede dar sobre ese espejo infinito de la mar que resuena con - 107 -


un rumor lejano y constante, tocando el cielo en ese horizonte poético y, por eso, imposible; algún azul, algún atisbo de playa, de arena y lancha encallada. También Guri y su represa. Iniciaba este texto con que hacía falta la poesía para hablar del arte de Vásquez Brito. Y aún hace falta. Ramón Vásquez Brito falleció hace tan sólo algunos días, el 10 de agosto. Recibí la llamada de mi padre que con algo de desdén me informó. Me pidió que escribiera alguna semblanza. Pero me ha sido imposible. Acaso este intento de semblanza que intenta un acercamiento. Sólo resta seguir disfrutando de su obra, de su poesía hecha lienzo y celebrar la vida que continúa como la bola de nieve que va rodando y creciendo cada vez más.

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Hace falta contar esta ciudad

Esta ciudad se nos cae, se nos derrumba y su desmoronamiento es nuestro desmoronamiento, porque somos la ciudad: hacemos la ciudad y la deshacemos. Una ciudad que lloró durante mucho tiempo la sangre vomitada de su Gente, cuando en un inicio tornó a llamársele Santo Tomé de Guayana. Una ciudad que decidió crecer a las orillas de un río de destino maldito como siempre lo fue el Orinoco, desde que invasores españoles, ingleses, franceses decidieran colonizar y fustigar estas tierras sureñas. Una ciudad luego engendrada y obligada a crecer al otro margen del río Caroní, otro río maldito quizás por su eterno abrazo con el Orinoco en la terrible y maravillosa confluencia de sus aguas. Una ciudad que se dividió en dos, amén de ese río Caroní que vino a tentar a ingenieros, arquitectos, científicos, biólogos, naturalistas, arqueólogos... a domar su cauce y su natura y su fauna. Una ciudad convertida en dos, tres, cuatro ciudades. - 109 -


Se le atribuye a ésta, la desgracia de ser una de las ciudades más importantes del país, desde que fuera aún proyecto en papel y la rasgadura pardusca de su tierra comenzaba a bosquejar sus calles y avenidas. La ciudad se convirtió en lo que somos: un enjambre de toscos seres, sin rasgos distintivos, venidos de otros parajes nutriendo a una cultura inexistente o consumida o acabada o desecha o, en todo caso, apartada. Y la ciudad muestra sus variados rostros, un collage incomprensible o absurdo, de inverosímiles contrastes y fusiones: sus habitantes dejaron ser su ciudad y degeneraron en ínfimas colonias: de élites, de desdichados, de inmensos comercios, de niños mendigando en ellos, de rostros indiferentes, de máscaras y maquillajes, de reservados derechos de admisión, de perfumes gringos y parisinos, de olores a mierda y basura en las calles. ¡Qué desgracia aquellas imágenes, tan unidas unas a otras, tan de la otra esquina, de la otra orilla! ¡Tan comunes que apestan a cotidianidad! A esta ciudad le hace falta contarla: vivirla, sufrirla, amarla, odiarla, reírla, llorarla, repudiarla mientras se está y extrañarla mientras no. Su élite de artistas la mitifican, le escriben hermosos versos a su hermoso contexto de ostentaciones - 110 -


mientras que el hambre reina. Los manchones en el papel crecen desmedidamente con el óxido de zinc. Niños hechos de harapos e ingenuas aborígenes aparecen fugaces como angelotes caídos... y hay belleza en ello... Pintan bellos cuadros de hermosos horizontes, de enigmática selva, abundante, eterna y mágica mientras que los árboles caen por el progreso, la neblina de humo negro cada vez crece y enferma las respiraciones... también hay belleza en aquello... Llaman río padre al Orinoco, lo rodean de un áurea mística y de grandeza mientras que sus aguas cercanas se pudren: cementerio de navíos, de desapariciones, arcoiris de aceites... y hay una inmensa belleza en aquello... La ciudad sufre, pero en su dolor hay belleza, desde las tierras de Cambalache que hemos llenado de nuestra basura que es tesoro para esos seres confundidos en la negritud del paisaje: aves y hombres convertidos ambos en uno sólo: animales de rapiña; hasta el salitre del abrazo de las putas inconsolables que esperan acostadas en sus colchones de herrumbre y casitas de zinc a los buscadores de placeres vejados, pasando por la dicotomía que es esta ciudad, que falazmente llamaron a una Puerto Ordaz y a otra San Félix y - 111 -


dejaron que el río Caroní se encargase de dividir clases, pasiones e identidades... En todo esto hay belleza, una inexplicable, una hermosura que está por contarse...

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Los cafés que tanto agradan

Los cafés, el lugar entiéndase, nace por la estupidez burguesa y bohemia de la sociedad de grandes ciudades, como esta Ciudad Guayana. Sus antecesoras cafeterías familiares, pequeñas panaderías, abastos, areperas por nombrar alguna variante venezolana, no lucían esa estética pomposa que ahora muestran los “cafés”. Aunque ese nombre llame y estimule a la degustación de cafés variados y exóticos, lo cierto es que no es así: muestran un menú ordinario, de mal restaurante y sus cafés no guardan ese exquisito amargo, esa textura sensual, ese aroma estimulante que tenían en un antaño aquellos otros lugares, ahora emigrados a pueblos y pequeñas ciudades. Los de ahora se han convertido en un espacio para ver y dejarse ver, o para estimular esa ilusión de servidumbre, de realeza media, una vuelta virtual a épocas donde el esclavo vivía para lamerle las bolas al patrón a fuerza de injustos latigazos... ilusión que permite a esos bufones de la sociedad, - 113 -


creídos de clases, saborear (al menos un palo) de lo que es común de reyes o títeres, de altos jerarcas o maricones, de la high (o mierda) society. El café –de preparación tan variada, tan sensual, tan exótica, repito–, poco importa en estos sitios; lo que sí importa es la clase del lugar, capaz de desempañar una condición social que la gente ilusa e ignorante cree tener y darle, pues, parte de ese falso cielo en el que viven algunos pocos. En lo personal me agradan los “cafés”, no por sus cafés, claro está (los preparados en casa son de una exquisitez casi orgásmica que los otros no poseen), sino porque su atiborrado esnobismo y el bullicio que obliga a gritar en vez de hablar a los "conversantes", ayudan de vez en cuando a concentrarme –aunque suene contradictorio– cuando leo algún libro o escribo algunas líneas, como éstas ahora. Pero además, motiva a la práctica de la observación (tan necesaria en estos desafueros literarios) de una parte interesante de la sociedad y su respingada cultura, sin dejar de lado a cuerpos tan distintos, seguro manjar de los sentidos visuales y olfativos (y a veces), táctiles y gustativos, de féminas andantes y movedoras de culos moldeados amén del hilo, amén de los llamados “strech”, tan exquisitos ejemplares como - 114 -


el café de mi imaginación, que sorbo en alguno de esos pocillos femeninos que vulgarmente llaman ombligo. Quizás sea por esto lo del “café”. Sin embargo, y volviendo un poco a la tierra, me inclino por aquellos cafés de singular sabor a hogar, a dulce consuelo, a conversación sabrosa y amena, a recuerdo maternal, a negra humeante que, por cierto, es de un sabor más excitante, violento, vulgar y embriagador que aquellas, que tienen su saborcito y gustan sobretodo a los que prefieren las máscaras. Sí, los “cafés” tienen su encanto, en mis pocos escapes de la soledad, me escondo en uno de esos lugares que proliferan a lo largo y ancho de Ciudad Guayana. Allí se agrupan gentes tan dispares que se “bohemizan” y “esnobinizan” todos por igual, una fiesta igualitaria de carnavales viles, con miradas de hipócrita lástima o vulgar desprecio parisino hacia aquellos otros que deambulan de mesa en mesa intentando vender, pedir, limosnear, con sus andrajosas ropas y rostros tristes; un insípido comercio de pacificación del alma, cuando aquellos dan a éstos otros la mísera limosna y creen haber contribuido con sus semejantes ante los ojos de uno de esos tantos dioses que venden las religiones. Esto - 115 -


Ăşltimo, acaso, pertenece a otro texto y a otro momento.

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Manuel Vásquez Carmona (Ciudad Guayana, Venezuela. 1980) Intento de escritor. Tiene dos libros auto-publicados: Cuentario de Guri (2012) y Cuentos Olvidados (2013). Fue miembro fundador del Grupo Literario Rendija, co-editor de los libros XXXI Hojas de Otoño de la poeta Daniela Saidman y de la edición artesanal de la Antología de dicho grupo (ambos publicados en el 2003). Algunos de sus textos han sido publicado en las páginas web de la Sala de Arte de SIDOR, Venezuela Analítica y Arte Literal. En medios impresos ha publicado en el Correo del Caroní, El Diario de Guayana y en la Edición Aniversaria N° 25 de la revista CosmoGuayana. En el 2013 fue incluido en el libro Antología sin fin de la Escuela Literaria del Sur. - 118 -


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