Cuentos olvidados
El micropaís
El rostro del profesor sudaba miedo, se le marcaba en el rostro. En su oficina de rector, los estudiantes rebeldes mantenían firme la actitud de amenaza y yo, entre ellos, mantenía mi puño apretado y listo para cualquier oportunidad. Ellos tendrán sus razones: en la universidad cualquiera de ellas sirve para secuestrar a las autoridades de mierda. La mía era simple: el profesor era un coñodesumadre. Todos los son al final, los profesores viven con esa clase de estigmas; los estudiantes, al menos alguno, se encargan de marcarle la frente de por vida con aquel insulso apelativo. Pero para mí, estudiante de ingeniería sin mayores pretensiones que el tener mi título universitario, trabajar en alguna empresa básica, tener mi mujercita, casa y carro, aquel insulto obedecía a una singular rabia reprimida durante meses, un odio de muerte que la pasividad de mi personalidad lo apaciguaba e, incluso, lo desvanecía. Pero esa mañana sería diferente. Cuando iba camino a la universidad, aún se despertaban las calles y los techos rojos de las casas, los perros - 12 -