Mi pistola de alfileres

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LA PISTOLA DE ALFILERES ¡Lavar la ropa!. Sí, era una las actividades cotidianas más llamativas para la mente de aquel curioso niño criado entre animales. A Feliciano le fascinaba la preparación del "agua de la colada" con ceniza. Conocía cada uno de sus pasos y observaba atentamente a su laboriosa madre que ya había dejado la comida haciéndose, a fuego lento, en el añade de carbón. En su casa siempre tenían una orza de ceniza que iban llenando durante el invierno cuando limpiaban el suspirón y la copa. En una sociedad de autosuficiencia como aquella nada se tiraba y todo era reutilizado. Igual ocurría con los restos de comida que servían para engordar el cochino, alimentar el perro o el gato, incluso, de estiércol para el campo. Su madre llevaba varias calderas con agua del pozo "empalomao" y depurada con cal viva de Niebla; le añadía la ceniza, la removía con un palo y la dejaba en reposo algún tiempo. Posteriormente, quizás al día siguiente, se colaba con un trapo blanco y se llenaba el lebrillo multiuso con el "agua colada" limpia y transformada, por el efecto de la disolución, en agua transparente con efectos blanqueadores propios de la lejía, algo mágico para él cuando su madre hacía como que cuchicheaba con ella misma para que él se enterara sobre las propiedades del agua preparada. Se dejaba calentar al sol para luego, quizás, al medio día, comenzar la colada. El lavado era toda una ceremonia para aquel niño que no quitaba ojo a su madre que como una sacerdotisa, la diosa Vesta romana con su hermoso y perfecto roete cano, iba ejecutando movimientos de forma coordinada: meter el lavadero estriado, hecho por Patricio, en el lebrillo; apoyar el abdomen sobre el mismo, inclinarse, remangarse, empapar la ropa sucia, jabonarla con aquel "jabón verde" hecho con las grasas y aceites de desechos, restregarla y retorcerla sobre el lavadero hasta que la ropa soltaba la suciedad y quedaba en el lebrillo mezclada con el agua jabonosa. Enjuagarla varias veces en la pila, donde bebían las bestias, y colgarla en el tendedero de alambre elevado del suelo con la jorqueta. Ver volar la ropa, como si estuvieran vivas, dejaba al niño "embobao" e imaginaba los zigzag del caprichoso viento en el corral y se adelantaba con los ojos a cada uno de los giros. La camisa blanca y la chambra de su padre, le llevaba hasta las playas del Arroyo del Partido rodeadas de mimbreras verdes y frescas donde "cuchilleaba" la viña del amasco de Frasquillo; la sábana blanca y remendada se inflaba y desinflaba con ritmo torero y se reía "pa sus adentros" recordando aquella tarde que se asustó cuando el becerrito de la vaca negra le derribó de un trompazo al querer torearlo con un trapo; el pañuelo gris blanco del campo de su hermano volaba y revoloteaba velozmente y se emocionó, las lágrimas saltadas, cuando le trajo a la memoria ver llegar a su hermano aquel día "empapao en sudor" de meter la paja, quitarse la gorra y el pañuelo, arrodillarse ante él y amarrarle el fresco pañuelo, colocándole luego, también, en su cabeza la gorra y darle un beso exclamando ­¡ay, Felicillo­; caminar a escondidas, zigzagueando con los brazos abiertos, entre la ropa recién colgada y humedecer su frente con ellas cuando aún chorreaban mojando los ladrillos bastos del corral. Pero, sobre todo, le encantaba mirar los inmóviles alfileres que mordiendo la ropa las agarraba al alambre. Coger dos alfileres a espaldas de la madre y guardárselo en el bolsillo era algo mágico. Con ellos se construiría uno de sus juguetes favoritos, la pistola de alfileres. Había que tener cierta habilidad para desmontar una de las pinzas con los tiernos dedos del chiquillo, sacar el alambre que las articulaba y cambiarlo de posición. Luego abría el otro alfiler de madera y montaba su pistola. Las balas eran la otra parte de la pinza y...¡zas! el juguete creado tomaba vida y como una prolongación de su mano se llevaba toda la tarde lanzando proyectiles contra la pared enconchada de la cochinera, imitando a los «muchachitos» de las Películas de Oeste que veía en en Cine de Verano de Arangüe.


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