U2 o el elogio del capitalismo tardío Manuel Guillén (publicado en www.revistareplicante.com en el verano del 2011)
Para Sheila, espléndida compañera de aventura musical.
Hay un halo nostálgico, distante, justamente de melancolía espacial, en la sentida cadencia de “Space Oddity” de David Bowie, cuyas primeras estrofas suenan ya: “Ground Control to Mayor Tom…”. Una excepcional balada rock con tema de cienciaficción.
La
audiencia
se
estremece,
se
vuelve
una
singularidad masiva; comienza un rugido a levantarse desde la totalidad del Estadio Azteca con sus cien mil asistentes. U2 sale de los camerinos y avanza con cadencia de superstars hacia el escenario. La licuadora de LEDS, que es la imponente pantalla
central
de
360º
que
da
nombre
a
esta
gira,
se
enciende furiosa para emanar la imagen de Bono, Clayton, The Edge y Mullen Jr., avanzando altivamente al centro de la cancha. La antena central del stage, una especie de torre moscovita
a
escala
adecuada,
echa
humo
de
hielo
seco,
simulando la ignición inicial de una nave espacial. “Space Oddity” continúa sonando entre el griterío que sube y sube de decibeles conforme la agrupación toma posiciones debajo del entarimado, aguardando un poco saltar tras sus instrumentos. Los roqueros europeos están listos. La última frase audible U2 Tour
de la rola de Bowie es “All stars look diffrent today!”. Se apagan las luces del estadio. Entonces, la estructura entera que pretende ser una nave espacial, pero que más parece uno de
los
insectos
gigantes
de
Starship
Troopers
de
Paul
Verhoeven, estalla en una luminosidad ámbar, naranja y roja al cabo. Comienzan los primeros acordes de “Even Better Than The Real Thing”. Se enchina la piel al percibir la potencia del
sonido
y
el
alarido
incontenible
de
la
tumultuosa
audiencia. El ritual ha iniciado. No puede haber inicio mejor. El título de la canción, si bien de temática sexual, remite semánticamente al simulacro, a la pantallización de todas las cosas, a la mediatización de los valores, a la licuefacción de las ontologías sólidas en un torrente iconográfico reiterativo, saturado y virtual. No se espere algo mejor de la cosa real; con U2 en vivo, lo real es lo
espectacular,
la
fastuosidad
del
artificio,
la
superficialidad de la ética de la globalización, el desempeño artístico popular y universal ejemplar: masivo, efectista, hipertecnologizado. Es el prisma en el que, como civilización posthistórica, postpolítica y postreligiosa, nos reflejamos con
total
transparencia,
deslizándonos
sobre
la
tensión
superficial de una mega pantalla ovalada que gira y parece una inmensa licuadora de fuegos de artificio; el reflejo de nuestros
goces,
emociones
y
excitaciones
sensoriales
prístinamente reproducidos en ella y por ella, carece de pesadez, es efímero y etéreo, pero nos liga sin rodeos a la era que lo hace posible; al tiempo del vacío ontológico en favor de la saturación del valor. U2 Tour
Así, desde lo que resultó ser una posición privilegiada en las gradas, un poco arriba del medio y algo cargada hacia la zona norte, se aprecia con plenitud la gigantesca estructura del escenario que escupe violentas luces amarillas, rojas y moradas,
toda
ella
encendida
por
intervalos
en
la
misma
cromatización de los haces luminosos que allí convergen. Es un
verdadero
tótem.
Centro
de
culto
tecnologizado,
torre
electrónica que, ciertamente, parece que está a punto de despegar
hacia
la
estratosfera.
Después
de
la
canción
inicial, ejecutan “New Year´s Day”. Escogieron una dupla de apertura significativa. Diversa a la elegida para la gira norteamericana (Estados Unidos y Canadá). Esta noche cálida y húmeda de la meseta citadina (y en realidad durante las tres noches
en
la
Ciudad
de
México)
han
puesto
en
primera
instancia lo mismo al mejor disco de su carrera entera, el Achtung Baby!, de 1991, y al que fuera el coletazo de su iniciática era indie, el War de 1983. La mega pantalla ovalada deja ver la figura agigantada de los integrantes
del
grupo,
con
Bono
por
delante
y
en
mayor
medida. El estadio entero es una masa henchida que grita incansable, salta, aúlla, suda y consume bebidas sin cesar; liga, se abraza, se besa, se palmea. Pero sobre todo rinde culto,
adora.
En
efecto,
el
rock
de
estadio
es
la
actualización del arquetipo de los dioses. Es la puesta al día de la religación interconstruida en la mente humana. En el centro del estadio se hallan el altar y los sacerdotes. En los
alrededores,
observan U2 Tour
en
su
las
decenas
gigantismo
de
miles
sobre
de
fieles
humanizado,
que
los
poderoso,
portentoso.
Siguen
sus
mandatos
sacerdotales
y
están
conscientes de que el rito implica la cercanía del paraíso durante el instante de la ceremonia casi imposible, y la inevitable pérdida de la luminosidad divina cuando el ritual concluya y sólo quede el silencio del concreto y un murmullo estremecedor al salir del recinto. Que en nuestra era la religación
sea
tecnológica,
mediática
y
capitalista
sólo
habla del espíritu de los tiempos; zeitgeist ineludible y recalcitrante, encarnado hasta la médula en el cuarteto de dublineses desde, por lo menos, finales de los ochenta del siglo pasado. Como hicieran ver en su gira Pop Mart del ’97-’98, el ser humano evolucionó desde las cavernas al hiperconsumo (había una ilustración computarizada en ese sentido, transmitida en la mega pantalla del escenario al final de la rola “Even Better Than The Real Thing”), poniéndose ellos con su sola actuación
del
lado
pretendida
intención
recordará,
con
de de
sus
más
dicho
transmisiones
grandes tour
paladines.
(que
televisivas
contó, en
Si
la
como
se
directo
allí
donde se presentó, para enfatizar su carácter mediático y comercial) fue la de hacer una crítica por fastuosa ironía a los productos más acabados del sistema-mundo capitalista, lo cierto es que la banda fue engullida por su faraónico envite, pasando así de la ironía a la apología del sistema. No era otra
la
alternativa,
estetotecnología,
si
se
puesto me
que
permite
las el
raíces
neologismo,
de de
la su
espectáculo en vivo habían sido puestas en tierra fértil desde U2 Tour
su
obra
maestra
por
antonomasia,
el
ya
mencionado
Achtung Baby!, de hace ya dos décadas, y solidificadas sin mácula con la gira Zoo TV del ’93, que incorporara asimismo tracks del siguiente álbum, el experimental Zooropa, pulcra pieza de incorporaciones sonoras tecno, funk y grunge, mal comprendidas incluso por los propios fanáticos del grupo. Desde entonces, y ya para siempre, religar en un estadio con U2 es decir “sí”. “Sí” a Bono; “sí” a los brincos; “sí” al coreo; “sí” al kitsch de la filantropía global, efectista y políticamente
correcta;
“sí”
a
la
maravilla
tecnológica
plástica, artificiosa, monumental; “sí” a la música de masas, bailable, pegajosa, solvente, pulcra; “sí” al mercado global y a sus productos comercializados; “sí”, en fin, al cariz inenarrable de nuestros tiempos. Que los que hemos asistido a sus shows nos entreguemos extáticos a la afirmación de su modo
de
ser
tardo
capitalista
sólo
refrenda
el
poder
mesmerizante de lo cúltico; su profunda capacidad para hacer de los humanos alegres guiñapos de felicidad prestada. Así, “Elevation”, “Vertigo” y “Pride” (desde ya advierto que a partir de este momento transgredo el orden del setlist para los fines analíticos del presente texto; al final del mismo ofrezco el orden cronológico de las canciones durante el concierto), hacen que la sustancia sudorosa que es la inmensa masa de gente que abarrota el Estadio Azteca brinque sin parar, coree, grite y palmee al unísono de las canciones. La liturgia completa, de memoria, sin errores, a la orden de los ejecutantes arriba del entarimado y expandidos visualmente a todos los rincones del recinto por medio del cinturón de LEDS que vibra como un inmenso bulbo en la descarga final antes de U2 Tour
fundirse. “Pride”, conocida desde hace un cuarto de siglo, hace que su pegajoso coro salga de las gargantas ansiosas de la mayoría de los fanáticos. Con las dos primeras rolas (que la
concurrencia
acompaña
con
un
aullido
selvático
en
concordancia con el sonido de ambas), verdaderos himnos del rock pop de la década recién terminada, la de apertura del milenio, U2 cerró el ciclo de la época tecno, disco, funky de los noventa. Guste o no, lo cierto es que el disco que contiene “Elevation”, All That You Can’t Leave Behind del 2001,
fue
arreglos
un y
producto
las
acabado,
incorporaciones
limpio,
mesurado
electrónicas,
en
los
contrapunto
efectivo con relación a lo que representó el álbum Pop, que le precede. Con “Vertigo”, la marca del sencillo meteórico es palpable; How to Dismantle an Atomic Bomb del 2004, es el remache completo de la música pensada para los medios y, por ende, para las masas. Pero esta es rock sin lugar a dudas; efectivo y efectista, con una intención clara que, al mismo tiempo, marca sin errores sus límites y colindancias: nació para ser hit, para engrosar el rock de estadio; si el disco en cuestión marca igualmente cierto estancamiento ceativo y sonoro, y excepto dos o tres temas resulta en suma aburrido, dichas canciones exitosas bastaron para engrosar de manera contundente
la
espectacularidad
de
la
música
popular
de
nuestro tiempo. Es un serrucho y sirve para serrar, ¿quién en la vida querría atornillar con un serrucho? Aventuro que es aquí
donde
los
críticos
de
la
banda,
recalcitrantes
y
exquisitos, hallan su punto de oposición total. No conciben que una agrupación haya pasado del post-punk de garaje de hace treinta años, al rock pop ochentero con tintes avantU2 Tour
garde
y,
de
éste,
al
Top-Ten
permanente
del
Billboard
mundial, algo sólo reservado para poperos incontestables como Michael Jackson y Madonna. Pero en ningún lugar dice que un grupo
de
adolescentes
clasemedieros
que
pergeñaban
media
docena de acordes en la atrasada Dublín de hace treinta y cinco años, no pudiera soñar con, alguna vez en la vida, ganar decenas, cientos de millones de dólares al mando de una banda de rock. Esa es, prístina, transparente y pulcra, la ideología del capitalismo en toda época y ocasión en que éste ha sido efectivo. Negar esa creencia y el ímpetu que ésta impele, es simplemente negar los últimos quinientos años de historia del planeta.
U2 Tour