EL MONJE QUE VENDIÓ SU FERRARI

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Robin S. Sharma

El monje que vendió su ferrari

cuando las alternativas parecen estar en con—tra, lo que te da la fuerza interior para ser fiel a tus compromisos para con los demás y, sobre todo, para contigo mismo. —¿De veras es tan importante? —Es la virtud esencial de toda persona que se ha creado una vida llena de pasión, potencialidad y paz. Julián sacó de su túnica un medallón de plata, de esos que se ven en una exposición sobre el Antiguo Egipto. —No era necesario —bromeé. —Los Sabios de Sivana me lo regalaron la última noche que pasé con ellos. Fue una jubilosa celebración entre miembros de una familia que vivía la vida al máximo. Fue también una de las noches más memorables, y más tristes, de mi vida. Yo no quería abandonar el nirvana de Sivana. Aquél era mi santuario, un oasis de cosas buenas. Los sabios se habían convertido en mis hermanos espirituales. Una parte de mi vida se quedó allá arriba, en el Himalaya. —¿Qué dicen las palabras grabadas en el medallón? —Te las leeré. No las olvides nunca, John. A mí me han ayudado mucho cuando la situación se ponía difícil. Rezo para que a ti también te consuelen en momentos de apuro. Escucha:

Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter colmado de coraje y de paz. Mediante la virtud de la voluntad, estás destinado a alcanzar el más alto ideal de la vida y a vivir en una mansión celestial llena de cosas buenas, de vitalidad y alegría. Sin ello, estás perdido como un marino sin brújula, ese marino que al final se hunde con su barco.

—Nunca he pensado en la importancia del autodominio —admití—, aunque algunas veces sí he deseado ser más disciplinado. ¿Estás diciendo con esto que la disciplina se puede desarrollar igual que mi hijo mayor desarrolla sus bíceps en el gimnasio? —La analogía es excelente. Tú pones en forma tu fuerza de voluntad como tu hijo pone en forma su musculatura. Cualquier persona, por más débil o aletargada que pueda estar ahora, puede ganar en disciplina en un plazo relativamente corto. Gandhi es un buen ejemplo. Cuando la gente piensa en este santo moderno suele recordar a un hombre que podía estar semanas sin comer y soportar tremendos dolores en aras de sus convicciones. Pero si estudias la vida de Gandhi, verás que no siempre fue un maestro del autodominio. —No me dirás que Gandhi era adicto al chocolate, ¿verdad? —Claro que no, John. En su época de abogado en Sudáfrica, era propenso a arranques y exabruptos, y las disciplinas del ayuno y la meditación le eran tan extrañas como el sencillo taparrabos blanco que al final se convirtió en su seña de identidad. —¿Sugieres que con una buena mezcla de adiestramiento y preparación yo podría tener la misma fuerza de voluntad que Gandhi? —Todos somos diferentes. Uno de los principios fundamentales que el yogui Raman me enseñó es que las personas realmente esclarecidas nunca buscan ser como otros, sino que persiguen ser superiores a su propio yo. No compitas con los demás. Compite contigo mismo —replicó Julián. »Cuando tengas autodominio, dispondrás de fortaleza para hacer lo que siempre has querido hacer, tanto si es entrenarte para la maratón como si es dominar el arte del rajting o dejar la abogacía y dedicarte a la pintura. No te voy a juzgar, tus sueños son sólo tuyos. Sólo te digo que todas estas cosas estarán a tu alcance cuando cultives las reservas dormidas de tu fuerza de voluntad. »Dotar a tu vida de autodominio y disciplina —añadió— te dará también una intensa sensación de libertad. Esto solo ya cambiará las cosas.

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