La Soledad de los Numeros Primos

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- ¿Cómo lo has…? -dijo Mattia. - Por tus padres, por tus padres lo he sabido. -Se volvió de pronto para mirarlo con sus ojos azul claro echando chispas-. ¿Te parece justo? Mattia lo pensó, luego negó con la cabeza, y en el arrugado celofán vio cómo su reflejo, abrumado y deforme, cabeceaba también. - Siempre he pensado que significaba algo para ti, siempre… Pero tú… No pudo continuar, tenía un nudo en la garganta. Mattia seguía preguntándose cómo aquel momento podía haberse vuelto repentinamente tan real. Se esforzó por recordar dónde se hallaba segundos antes, sin conseguirlo. - Tú nada… -concluyó Alice-. Nunca. Mattia tuvo la impresión de que la cabeza se le hundía entre los hombros, de que las polillas volvían a agitarse en su cerebro. - No tenía importancia, no quería que… -susurró. - ¡Cállate! -lo interrumpió ella. Alguien hizo chitón y en el silencio subsiguiente quedó vibrando el eco de ese sonido. Alice se fijó mejor en Mattia y se alarmó-. Pero estás pálido… ¿Te ocurre algo? - No sé, me siento como mareado. Ella se puso en pie, se retiró el pelo de la frente, como si conjurase malos pensamientos, e inclinándose sobre él le dio un beso en la mejilla, leve y silencioso, que al instante espantó los insectos. - Seguro que lo has hecho muy bien, lo sé -le dijo al oído. Mattia notó su pelo cosquillearle en el cuello, y cómo el corto espacio que los separaba se llenaba con su calor y le oprimía la piel con suavidad de algodón. Tuvo el impulso de estrecharla contra sí, pero sus manos permanecieron quietas, como dormidas. Alice se irguió y se estiró para coger de la silla el título de doctor. Lo desenrolló y lo leyó a media voz, sonriendo. - ¡Uau! -exclamó al final-. Esto hay que celebrarlo. ¡Venga, en pie, doctor! Y le tendió la mano. Él se la tomó, no sin vacilar. Dejó que lo sacara de la biblioteca con la misma confianza desarmada con que años antes se había dejado arrastrar al baño de chicas. Con el tiempo la proporción entre sus manos había cambiado, y ahora la suya abarcaba por entero la de Alice, como la áspera valva de una concha. - ¿Adónde vamos? 84


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