“La relación con el paciente obeso, desde el Análisis Transaccional”

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Conferencia en el Hospital Ramón y Cajal

“La relación con el paciente obeso, desde el Análisis Transaccional”

Por Francisco Massó Cantarero Psicólogo Clínico, Diplomado EOI y Analista transaccional (ALAT)

Francisco Massó Cantarero.

Tel: 918594809.

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La relación con el paciente obeso, desde el Análisis Transaccional Introducción La charla tiene tres partes: en primer lugar, voy a hablar de la acogida necesaria para toda relación de ayuda; después hablaré del modelo biopsico-social del que parto para distinguir entre síntoma y síndrome y, finalmente, hablaré del contrato, como herramienta transaccional que preserva la autonomía, al tiempo que ayuda a la persona a controlarse. I Acogida La acogida de cualquier persona ha de ser incondicional, traiga el asunto que traiga a nuestra consulta de agentes de salud. Médicos, trabajadores sociales, enfermeros, psicólogos, etc., hemos de dar aceptación a la persona, dejando el motivo de consulta, como algo secundario. En el motivo de consulta, dicho sea de entrada, hay una demanda expresa y otra implícita, que forma parte de la situación. Conviene tener esto en consideración para evitar que las hojas nos impidan ver el bosque. Crear confianza es una condición necesaria para poder ser agentes de salud. La confianza se soporta en un poder que la persona está dispuesta a prestar al profesional. Cuando llega a nuestra consulta, ya cree en nosotros, tiene información sobre nuestra competencia, confía en el título facultativo que ostentamos, la institución sanitaria que nos alberga, el equipo de profesionales que nos apoya, etc. Este es un crédito previo. Todo cuanto ocurra después que la persona franquee la puerta de la consulta, va a respaldar e incrementar la confianza previa o, por el contrario, puede menguarla, hasta arruinar nuestras posibilidades de ser efectivos. La aceptación incondicional que hemos de trasladar al paciente exige: 1.- Predisposición a la escucha: La predisposición a la escucha otorga aceptación, cuando no interponemos barreras. Éstas pueden ser físicas, como el escritorio; simbólicas, como la bata blanca, y psíquicas, que administramos por vía no verbal, como pueda ser no mirar al cliente, hacerlo de forma altanera, etc.; o verbal, como pueda ser el uso de jerga técnica, incomprensible para el paciente. La simple cortesía y una sonrisa apacible pueden ser herramientas suficientes para calmar la ansiedad que trae la persona. Ésta ha de sentirse como un invitado que es bienvenido a esta sala de trabajo. Nosotros somos su anfitrión y lo vamos a tratar con el máximo respeto y deferencia. Francisco Massó Cantarero.

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Son pequeños detalles, aparentemente insignificantes que, no obstante, crean un clima confortable abierto a la confidencia, porque el profesional está diciendo: estoy aquí para ti, dispuesto a escuchar todo lo que me digas. 2.- Respeto pleno: Podemos hacer llegar el mensaje de respeto por vía verbal, cuando nos interesamos con delicadeza por el motivo de consulta y, por vía no verbal, al contener las reacciones impulsivas que puedan producirnos la presencia de la persona, su imagen y el relato que nos va contando. Todo el mundo cuida la imagen que quiere tener. Nosotros hemos de observar cada detalle, aunque sea con el rabillo del ojo, con la curiosidad del científico, cuyo objeto de conocimiento es la conducta humana. Esta persona que viene fachosa, mal vestida, ridícula, pretende producir un impacto, tal vez quiera provocar que se rían de ella y así menguar su autoestima. Sin embargo, ha de confrontarse con nuestra impasibilidad personal, la neutralidad de quien quiere conocer más allá de lo puramente superficial y no se va a dejar atrapar por las manipulaciones de la patología. 3.- Prudencia en la gestión del saber: La persona que llega hasta nosotros, sea cual sea su problema, la obesidad, la anorexia, la ansiedad, viene con la creencia de que su problema es único, el suyo, radicalmente distinto al de cualquier otra persona. Nosotros sabemos que tal creencia no es cierta. Que el síndrome está descrito en la literatura especializada y sabemos mucho sobre su etiología, las fases prodrómicas, el tratamiento, las recidivas, etc. Sin embargo, como decía Eric Berne, los psicólogos y psiquiatras saben mucho sobre psicoterapia; pero, no saben casi nada sobre lo que es terapéutico en este caso concreto… De modo que nuestro reto es averiguar lo que puede funcionar con esta persona concreta. Y para ello, hemos de hacer epoché de lo que sabemos. Por otra parte, si nos la damos de experto sabelotodo, que está de vuelta de cuanto nos pueda decir el paciente, habremos excluido su singularidad personal, su subjetividad. En cambio, la persona tendrá consciencia de haberse convertido en otro caso más, que cuanto le ocurre está objetivado y forma parte de la estadística. Así, nos habremos quedado sin colaborador… El profesional no puede dar a entender que sabe sobre su paciente más de lo que él, o ella, sabe acerca de sí mismo. Así pues, nos guardaremos nuestra erudición para ir administrándola cuando venga a cuento, como un complemento que ayude al cliente, o paciente, a comprenderse a sí mismo, encajar las causas de lo que le pasa y desvelar los hábitos que arropan el síndrome, las significaciones del síntoma, y los recursos personales que puede utilizar para ayudarse a si mismo. 4.- Empatía: Francisco Massó Cantarero.

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La empatía es una condición necesaria a lo largo de todo el proceso de asistencia, desde la fase de acogida, hasta la de alta. La empatía consiste en hacer el esfuerzo de comprender la realidad, desde el ángulo de mira del otro, ver el asunto desde los zapatos de quien tenemos enfrente, tal como lo ve y comprende la otra persona. Para ello, será necesario recurrir a la mayéutica y la escucha activa, orientar la conversación de manera que la persona, con nuestra cooperación, descubra por sí misma qué es lo que le ocurre. La idea inicial es que, tras el motivo expreso de consulta, hay siempre una demanda implícita, que es de otra índole y quizá mucho más compleja que lo que dice el síntoma. Nuestro afán va a ir encaminado a que la persona se desvele ese otro campo de significaciones, donde se enraíza el motivo expreso de consulta. La comprensión empática aspira a ser una comprensión total, que abarca elementos cognitivos, conceptualizar clínicamente el síndrome; pero también habrá implicadas connotaciones emocionales, a favor y en contra tanto del síntoma como de la curación. El síntoma siempre es cognitivamente polisémico y ambivalente en el plano emocional. Además, nos interesarán los aspectos sociales, coadyuvantes a que se haya producido el síndrome. En este sentido, conviene recordar que puede haber creencias, prejuicios, hábitos compartidos que inciden en la situación. Por demás, están los factores simbólicos, el valor del síntoma. El esfuerzo empático ha de ir decantando las actitudes personales de nuestro cliente, diferenciándolas de las valoraciones, ideas y creencias de quienes le rodean. Lo que dice y cree el padre, la vecina, o el novio de nuestra cliente, puede ser diferente de lo que ella misma cree, o piensa. Pero, si ha dado por buenos la creencia o el prejuicio ajeno, esto es una contaminación y es necesario confrontar a la persona con ese aspecto de su propia pasividad existencial. Mientras esté pasiva, no nos va a ayudar y, por tanto, no se va a ayudar a sí misma. 5.- Simpatía: La simpatía es una actitud de cooperación (sün= con, junto a) con el interés del otro por superar su sufrimiento (pathos). Pero nadie es capaz de superar su síndrome, si antes no recupera poder, energía psíquica y física para afrontar el motivo de su infortunio. Pero, como quiera que somos seres sociales, requerimos del concurso ajeno. Mientras la persona crea que es inferior al problema y que éste la desborda y supera, no lo va a resolver. Muy al contrario, el problema mantendrá baja la autoestima de la persona, que estará prisionera de su propio síndrome y sumergida en la pasividad. En ese estado, no tendremos motivación suficiente y el proceso va a fracasar. El profesional tiene que formar equipo con su paciente, convertirlo en agente, Francisco Massó Cantarero.

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mostrarle que está dispuesto a colaborar con el poder y esfuerzo que esté dispuesto a desarrollar él/ella, como primera persona interesada. Nunca un profesional puede hacer por su cliente-paciente más que lo que él mismo esté dispuesto a hacer por sí mismo. Para crear esa consciencia de equipo, en el plano verbal, podemos utilizar discretamente un plural cómplice, de forma escalonada: tienes un problema, voy a hacer por ti todo lo que sea necesario, cuenta con mis conocimientos, mi solidaridad y entusiasmo y vamos a lograr que tengas el éxito posible, siempre a tenor de tu empeño. Es decir, quedará claro que nuestro papel es de cooperación en el proceso. No podemos garantizar el éxito del mismo; pero, sí tenemos que sembrar esperanza, alentar la motivación, generar expectativas de éxito e inseminar a la persona con afán de superación para remontar el síndrome que le afecta. II Diferencia entre síntoma y síndrome En mi opinión, la obesidad es un síntoma de un síndrome que es bio-psicosocial. Voy a hacer una pequeña digresión respecto al tema central, para exponer la concepción holística del ser humano, como realidad bio-psicosocial. Aun no siendo creyentes, podemos agregar, el carácter espiritual, entendiendo por espíritu no una substancia, sino el espíritu objetivo hegeliano, o el espíritu como poder supremo de la humanidad de Comte. Esta división es propedeútica, la hacemos porque nos sirve, pero es falsa. El hombre es un sistema único y su realidad unívoca, aunque nos ofrezca contradicciones. El comportamiento humano no resulta de la acumulación de estratos, ni de la superposición de estados estructurales, sino que es resultante del funcionamiento integrado del sistema. La base es el cuerpo, que nos plantea un enorme reto para comprender su complicadísimo funcionamiento. Sólo hay que recordar la panoplia de especialidades médicas para hacerse una ligera idea. Uno de los órganos corporales, el cerebro, trasciende lo orgánico. El cerebro con sus, tal vez, 100.000 M de neuronas, cada una de las cuales puede contar hasta con 20.000 espinas sinápticas, constituye el “cuarto infinito” , a juicio de Teilhard de Chardin. En ese casi un trillón de circuitos neuronales, habita la mente, el mundo de las ideas, fantasías, creencias, sentimientos, tabúes, condicionamientos, aspiraciones, deseos, etc., etc. Todo este tinglado tiene vida propia y ejerce poder sobre el cuerpo, lo puede matar o darle vida, le hace enfermar, o logra sanarlo. Por recurrir a médicos ilustres, para apoyarme, diré que Rof Carballo enseñaba que todas las enfermedades son psicosomáticas, porque la desestabilización orgánica (in-firmitas) comienza siendo inestabilidad psíquica y las enfermedades que no son psíquicas en su origen producen trastornos psíquicos. Selye, el descubridor del estrés, y los Simonton, en su teoría sobre el cáncer, dicen lo mismo. Por último, está el plano de los roles que nos dan identidad dentro de los Francisco Massó Cantarero.

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grupos de pertenencia y contribuyen a la estabilización o inestabilidad del sistema en ambos planos, el orgánico corporal y el psíquico. La imbricación de las tres dimensiones la encontramos en el proceso de los niños ferales y de la muerte budú. Y también en la experiencia cotidiana de cualquiera de nosotros: toda emergencia, la simple rotura de un brazo, la pérdida de un amor, el desempleo, etc., sea cual sea el plano de realidad donde surja el fenómeno, podremos comprobar que afecta a los otros dos, los desestabiliza y enferma. Desde esta concepción holística, la obesidad es un mero síntoma, la manifestación fenomenológica de una realidad más compleja, el síndrome, que entraña múltiple connotaciones: a) orgánicas: endocrinas, metabolismo, etc. b) biográficas: hábitos, condicionamiento (cerebro reptil) c) psíquicas: emociones (cerebro medio), ideas, prejuicios (cortex). d) sociales: relacionales por el costumbrismo, culturales (significaciones estéticas) y simbólicas (valor sexual, expresión de clase social, prestigio). Todos estos factores son convergentes y pueden coadyuvar, cada uno a su manera, a generar el síndrome: la persona presenta una obesidad considerable, pero lleva años acumulando masas adiposas, come y bebe en exceso, no hace ejercicio, duerme demasiado, es pasiva desde hace tiempo; sabe en qué tiendas puede encontrar tallas grandes, con qué amistades puede relacionarse para que no le echen en cara su obesidad, etc. Por tanto, hay toda una constelación de elementos que “arropan” esa obesidad y la resolución no es simple, como si estuviera afectado sólo el cuerpo. Etiológicamente, la obesidad puede ser orgánica, pero también puede deberse a un problema psíquico, tal que un cuadro de ansiedad por insatisfacción sexual. También una depresión mayor conlleva múltiples comportamientos compensatorios, alguno de los cuales puede acarrear este trastorno. E, igualmente, en la estructura psíquica de la persona, podemos encontrar factores causales convergentes que expliquen la deriva que está teniendo el síndrome. Por ejemplo, detrás de la obesidad puede anidar un deseo de muerte. Es una paradoja. Ciertamente, la persona obesa acude al médico porque desea vivir y tener mejor calidad de vida. Sin embargo, en el plano existencial, subyace el deseo contrario, bien porque la persona no se sintiera acogida tras su nacimiento, bien porque haya un trauma posterior, bien porque tenga un motivo vergonzante, o un estigma familiar o social, etc.. El facultativo ha de despejar qué entramado de causas hay, tras los excesos de ingesta. El hábito de una ingesta innecesaria es la última causa. Pero, ¿cómo empezó?, ¿qué otra necesidad quiere saciar la persona?, ¿a qué obedece su despropósito?, ¿por qué la persona se tortura y maltrata su cuerpo?. Francisco Massó Cantarero.

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Este proceso de alezeia, de descubrimiento de lo que está velado, es personal. El profesional, aunque tenga hipótesis y alguna sea la cierta, no puede, ni debe hacerle el trabajo a su paciente. Si revelara sus hipótesis, estaría invadiendo a su paciente y la persona rechazará tales hipótesis y, quizás, deje de confiar en el profesional, por intruso. A mi juicio, con esta perspectiva holística, el síndrome que anida tras de la obesidad es susceptible de ser abordado de forma interdisciplinar. No somos omniscientes, ni el médico es psicólogo, ni a la inversa, ninguno de ellos es trabajador social, ni les es posible hacer cuatro carreras, una tras de otra. El médico, la enfermera, el psicoterapeuta y el trabajador o educador social deben cooperar en provecho de su paciente obeso, con la sincronía necesaria y sin interferencia alguna entre ellos. Comparten el mismo objetivo y cada uno lo enfoca desde su propia perspectiva profesional. En todo caso, si surge alguna dificultad, pueden dialogar y acordar la estrategia posible en este caso concreto. En resumen, el síntoma, no es el síndrome. Éste es más complejo. Y puede ocurrirnos que, si atendemos sólo al síntoma, se nos revele el síndrome de forma indómita, sin que tengamos las previsiones adecuadas para afrontarlo. De ahí la conveniencia de un enfoque multidisciplinar del síndrome. III El contrato El contrato es un acuerdo mutuo entre el cliente, o paciente, y el facultativo que lo atiende, para resolver el problema, en este caso la obesidad, que la persona sola no puede resolver. El acuerdo se puede poner por escrito. Se le regala al paciente un cuadernito, para que le sirva de instrumento de control. En él va a registrar su compromiso y las incidencias diarias, tanto si son a favor de cumplir su compromiso, como si son contrarias al mismo. Le indicaremos que éstas últimas son especialmente importantes, porque nos interesa conocer qué hace contra sí mismo, cómo se bloquea, cómo se engaña y qué tipo de boicot hace para no tener éxito en su empresa. Siempre hay que mostrar que tenemos curiosidad de científico y no pretensión inculpatoria. Al establecer el compromiso, el paciente se va transformando en agente y responsable primordial de su comportamiento. El profesional ha de cuidar que la persona se imponga una meta asequible, que le exija un esfuerzo proporcionado a su motivación, ideales, etc.; en definitiva, el contingente de recursos que habrá explorado previamente. Incluso, el objetivo a conseguir puede ser inferior a lo que puede la persona. Es muy importante asegurar el éxito para mantener la motivación. En la medida de lo posible, podemos evitar la fijación de objetivos cuánticos. No se trata de que la persona se supedite a la cuantía de su adelgazamiento, sino Francisco Massó Cantarero.

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al confort y liviandad del proceso y busque la alegría del éxito. Si no tenemos más remedio que cuantificar y creemos que la persona puede adelgazar dos kilos, en el contrato figurará que su compromiso es de un kilo. Así, cuando venga, la persona se alegrará, se sentirá ufana de sí misma y dispuesta a incrementar la tasa de su compromiso. En sentido contrario, si fijamos dos kilos y la persona reduce sólo 1.800 grs., tendrá una valoración de fracaso, verá que sus renuncias han sido fallidas y no han dado el fruto deseado. El profesional, objetivamente, señala que sólo faltan 200 grs.; pero, la valoración subjetiva es muy diferente. El compromiso también puede versar sobre un cambio cualitativo, por ejemplo, de hábitos. Si sabemos que la persona picotea entre comidas, o toma alcohol en exceso, quizás nos interesa modificar estas dependencias, como medida higiénica, antes de emprender un programa de reducción de peso. Esto es un programa de modificación de conducta, simple y vulgar. De aquí también la necesidad de trabajar en equipo. Es muy importante, que el contrato sólo pretenda un objetivo por vez y éste no ha de cambiarse mientras no esté conseguido. Por ejemplo, si estamos quitando un mal hábito, no pretendamos que, al mismo tiempo, se cambien las cantidades de ingesta y la composición dietética. Todo a la vez no se va a conseguir. La persona se frustrará y el proceso fracasará. Dentro de 15 días, cuando la persona regrese con un éxito, podremos cambiar el objetivo y el contenido del contrato. Si la persona no cumple su contrato, le preguntaremos cómo se ha hecho boicot, cómo se ha engañado, cómo se las ha ingeniado, qué arreglos mentales se ha hecho para soslayar su compromiso. El alcance de este truco es doble: a) Mantener la responsabilidad de la persona sobre su propia conducta. b) Evitar el lenguaje negativo. Esto es: no es que “no ha cumplido el contrato” sino que “ ha actuado para saltarse el contrato, manipulándose a sí misma”. Búsqueda de la motivación: Para formular el contrato, hay que contar con todos los recursos de autoayuda que tiene la persona: sus ideales, constancia, afán de superación, motivaciones, entusiasmo por la vida, disciplina. Todo cuanto sea útil para conseguir prosperidad en el asunto que nos concierne. Pero también al repasar, anticipatoriamente, los sistemas de ayuda, conviene prever el boicot a que la persona puede recurrir: Puedo ayudarme de esta forma, y hacerme boicot de esta otra manera… En el primer caso, le animaremos a que se auto refuerce, dándose algún premio, algo que disfrute o haya disfrutado antes de establecer su Francisco Massó Cantarero.

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dependencia. En el segundo caso, le ayudaremos a prevenir el engaño, contraponiendo alguna idea fuerza que proteja el contrato. Podemos explorar qué actividad del pasado representó un esfuerzo considerable para la persona y fue culminada con éxito: aprender a nadar, aprender un idioma, etc. Al rememorar aquella gesta, le ayudamos a incrementar su autoestima, le devolvemos poder. Así, puede afrontar el reto actual con mejor disposición psicológica El lenguaje positivo: Es importante hablar siempre en positivo. No diremos que “vas a perder 20 kilos”, sino que vas a ganar salud, o agilidad corporal, o la imagen deseada, o una línea estética para tu figura… La motivación se suscita por conseguir algo, no para perder algo, aunque ese algo sea indeseable… Evaluación anticipada: La anticipación del éxito también suscita motivación, porque la persona se ve disfrutando del logro anhelado, comienza a considerarse capaz, porque su imaginación prevé el resultado. Así pues, podemos hacerle pensar sobre los beneficios a conseguir y hacer que los enuncie la propia persona. A continuación, le confirmaremos, repitiéndolos con nuestras propias palabras, los que ella haya enumerado: que podrá dejar de sudar, que tendrá que estrenar ropa nueva, que andará cómodamente, impresionar al sexo opuesto, bailar con gracia en la discoteca, etc.. Con estos trucos, fijamos la expectativa auto-cumplible, utilizamos el poder auto programador del cerebro para que nos ayude en nuestro empeño. Ayudas externas: Una vez establecido el contrato, hay que ver con qué aliados cuenta la persona, qué otras personas de su entorno familiar, o social, pueden cooperar con ella. Son cooperantes naturales quienes hayan culminado con éxito un proceso similar; pero, también las personas, vinculadas emocionalmente, que no sean perseguidores. Entre estas personas, habrá de elegir un padrino o madrina del contrato. Es un ayudante externo, a quien la persona le va a dar cuenta de su trabajo, de cómo le va con el contrato. Habrá de ser alguien de su confianza plena, que pueda ser cómplice, confidente y coadyuvante en el proceso. Es un alter ego del facultativo. Por tanto, no puede ser perseguidor que culpe, o exija lo que no está previsto; pero tampoco un depositario neutro o blando, complaciente que vaya a condescender con las trampas. Para garantizar lo anterior, primero haremos una pequeña encuesta a nuestro paciente, preguntándole por su vinculación y las características de esa persona, cuyo nombre se le acaba de ocurrir. Después, podemos pedirle que marque su número de teléfono, que pida la aceptación de esa persona y que Francisco Massó Cantarero.

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nos la pase, para que le expliquemos lo que esperamos de él/ella.

Plazo: El proceso en su conjunto tiene que tener una previsión de tiempo, en cuya estimación se le puede hacer participar a la persona. Por regla general, ésta tiende a ser más pretenciosa y exigente consigo misma de lo que es aconsejable. Por tanto, el profesional juega con ventaja, porque le podrá dilatar el plazo, de forma que el proceso sea más amplio y relajado. Pero, es una condición importante del contrato fijar el plazo de su vigencia, por dos razones: a) Efecto Zeigarnick, según el cual, las tareas inacabadas suscitan más motivación conforme se agota el plazo de tiempo previsto para completarlas. b) Determinar la progresión del proceso, estableciendo etapas de dificultad creciente, conforme vayan acumulándose logros parciales. Al tratarse del problema de obesidad, conviene aprovechar el plazo del contrato para establecer los pesajes. Si la persona va a venir cada 15 días, o una vez al mes, hacer el pesaje al tiempo que se agota el tiempo del contrato. La finalidad es que la persona no se obsesione con pesajes compulsivos en su domicilio, ni entre en contradependencia, porque su báscula registra un kilo o dos menos que la nuestra, o a la inversa. Por otra parte, es necesario que la persona distinga el proceso y su resultado. Podemos descongestionar su angustia, diciéndole que se preocupe sólo de cumplir y disfrutar del contrato, en cuyo caso, el objetivo estará asegurado y lo comprobaremos en las visitas sucesivas. Incluso, podemos anticiparle que el resultado puede no ser el deseado, porque el contrato no esté bien establecido. Antes de que pierda la motivación, hemos de poner de relieve la contingencia del uso de nuestras técnicas. Responsabilidad del fracaso: Anteriormente, hemos dicho que el éxito siempre es propiedad del paciente, porque hace un esfuerzo, muestra una disciplina, paga los honorarios, etc. El fracaso ha de estar dispuesto a asumirlo el profesional. Cuando éste dice: “tú lo has hecho bien; pero me equivoqué yo”, cuando realmente el paciente ha hecho trampas, éste se siente mal en ese momento, aunque no lo confiese y, secretamente, acrecienta su motivación porque no ve justo que el profesional cargue con un resultado negativo que no le corresponde. Realmente, eso es lo que nos importa, que mantenga la motivación y logre el objetivo. Reconocer un fallo inexistente es una concesión. Francisco Massó Cantarero.

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Si el profesional, honestamente, revisa el planteamiento, comprueba un error y lo reconoce, el paciente se encuentra reconciliado con el proceso, reconfortado en cierto modo, porque vuelve a sentirse recogido por el profesional. No es bueno para el profesional tener muchos fracasos, pero reconocer alguno, que sea real, lo hace humano, falible y cercano. Valoración del contrato: Siempre será un punto y aparte. Compartiremos la alegría del cumplimiento del contrato, cuando sea así, y alabaremos el esfuerzo, alentando la motivación para coronar con éxito el proceso iniciado. Felicitar a la persona, aplaudir su trabajo y confirmarla en su valía, son recursos precisos para mantener la trayectoria. Todo puede quebrar si no hay refuerzos psicológicos, si la persona no se ve reconocida desde fuera. Hay que recordar que nuestro sistema es bio-psico-social. Cuando el logro no sea el previsto, habrá que resaltar la parte cumplimentada. La persona ha logrado un éxito parcial del 50 ó 30 ó 20% de la propuesta. Habrá que apoyarse en ese logro para relanzar su ambición de conseguir el 100%, siempre huyendo de las cuantificaciones. Si cumplió el contrato cinco días de 15, el contrato se puede cumplir los 15 días consecutivos. La dificultad no se incrementa de un día para otro. Puede surgir fatiga, rutina, un incremento de la ansiedad, un recuerdo de la compulsión. Todos esos son los retos del profesional. En el peor de los casos, reconoceremos el hecho de que la persona haya venido y siga en el proceso, aunque haya hecho caso omiso del contrato. La misión del profesional es mantener abierta la expectativa de éxito, para suscitar motivación, energía a favor del logro. Amar y elogiar a quien triunfa es fácil y también lo más vulgar. En cambio, es meritorio y todo un reto intelectual y emocional, ser solidario, acompañar de forma incondicional, mantener la simpatía y hacer sinergia con quien tiene dificultades, se engaña a sí mismo y hace boicot a sus propios proyectos. En este segundo caso, habrá que modificar el contenido del contrato, fijando una meta distinta, que se anticipe y prevenga las dificultades detectadas. Ante el fracaso, puede ser aconsejable efectuar una nueva llamada de teléfono al padrino/madrina, no sólo para informarle del cambio de contrato, sino también para que nos dé su propia versión sobre el proceso. Si tenemos teléfono de manos libre, se puede poner el altavoz, para que el/la paciente oiga la conversación. Resumen: El tratamiento de la obesidad es un asunto bio-psico-social que debe ser abordado de forma interdisciplinar. Profesionales de diferentes campos del saber deben colaborar en pro del éxito. Los profesionales deben dar confianza, restaurar la autoestima de la persona y darle herramientas de Francisco Massó Cantarero.

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autocontrol, como el contrato.

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