MalaMag nº4 - Tiempo

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posiciones, para ver si así puedo durar un poco más. No logro correrme y apago la ducha. Nadie podría comprender lo usado que me siento con ella en la cama. Lo intimidante que puede ser verla jugar con sus vibradores y otros juguetes que terminan haciendo la pega por mi. Cuando salgo del baño la casa está llena de humo. Todo está pasado a pan y café quemado. Me visto con las ventanas abiertas par ventilar aunque sea un poco y enchufo el celular para no quedarme sin batería durante la competencia. Aprovecho de revisar Instagram. Las cagó las hueás que fotografía la gente. Estoy seguro que yo podría sacar y postear fotos mucho mejores. Si quiero ver competir a la Javi no alcanzo a ordenar. Filo, a la vuelta ordeno. Voy a una cuadra de la casa cuando me llega un mensaje de la Irene para que no se me olvide llevar el regalo. ¡Cresta! Le dije que ya había comprado el regalo para la Javi para que no me hueviara, así que no puedo llegar con las manos vacías. Me mataría. Por suerte camino al estadio hay un supermercado. Voy al pasillo de las cremas y compro la más cara. A las mujeres les encantan las cremas y si es cara, obvio que es buena. En la fila express hay como diez personas, así que opto por lo más inteligente y me pongo en una fila normal, detrás de una señora que ya lleva medio carro. Por desgracia uno de los productos no tiene código y se lo tienen que ir a buscar y como si eso no fuera suficiente, se le ocurre pagar con un cheque. ¡¿Quién cresta paga con cheque en el supermercado?! Ya en el auto veo que casi no tengo bencina. Me la juego y por suerte alcanzo a llegar al estadio. Corro al gimnasio, pero cuando veo a gimnastas y padres caminando en sentido opuesto al mío, suspiro y me preparo para el reto que se me viene. A lo lejos veo a la Javi sonriendo orgullosa mientras le muestra la medalla a mi mujer. Cuando me ven, su alegría se convierte en decepción. Decepción y odio en el caso de Irene. Sin pescar la mala onda de mi esposa, le doy un abrazo a la Javi felicitándola. -¡Felicitaciones! Preferí llegar más tarde, me pongo demasiado nervioso cuando te veo competir-. Ella fuerza una sonrisa y me dice que no importa. Sin perder tiempo le paso la crema envuelta en un papel de regalo de niño sin cerrar; no tuve tiempo para ponerle scotch, ni cinta de regalo y además, lo iba a abrir al tiro. La Javi mira la crema confundida y cuando lee con mayor detención, su desconcierto aumenta. Me mira a mi y luego a Irene pidiendo explicaciones. -¿Por qué me regalaron una crema anti estrías?- pregunta con los ojos llorosos. Irene toma la crema y contiene a la Javi con un abrazo mientras me fulmina con la mirada. Trato de explicar que no se la di porque tenga estrías, que es para que NO tenga estrías. Irene me hace callar y quedamos de juntarnos en el restaurante. Por suerte se me ocurrió invitarlas a este finísimo restaurante. Voy a quedar como rey y no se hablará más del impase de la crema o de mi atraso. Cuando llego (tras echar tres lucas de bencina), no puedo creerlo. En la recepción está la Javi al borde de las lágrimas mientras Irene discute con el maître asegurando que tenemos una reservación a nombre de Waldo Pekins. Cuando me ve, me insta a aclarar el asunto. Con mi mejor sonrisa le pregunto al maître si nos puede acomodar en algún lugar. Le explico que mi hija salió primera en las barras paralelas, pero él sólo se encoge de hombros y me dice que no hay nada que pueda hacer. Sin siquiera mirarme, Irene tranquiliza a nuestra hija y hace una llamada.

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