Catalogo Centro Cultural El Obrador

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autoridadeS Intendenta Mónica Fein Secretario de Cultura y Educación Horacio Ríos Subsecretaria de Cultura y Educación Mónica Peralta

Staff Obrador

Staff de contenido y Diseño

Coordinación: Marcela Valdata

Diseño gráfico y edición fotográfica: Lucila Chamorro Patricia Codina Milagros Gonda Alum Gonzalez

Valeria Aguiar Elsa Albornoz Leonardo Casal Claudia Garay Margarita Genes Ana María Gimenez Mariela Mangiaterra Alejandro Medina Marta Moex Ramon Ortigoza Ruperta Perez Sabrina Romero Victor Romero Valentina Rondinella

Fotografía: Isis Milanese Concepto, redacción y edición: Pablo Makovsky Lara Pellegrini


Prólogo El presente de la cultura y los nuevos desafíos de la inclusión social: El Obrador

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Como predestinado por su nombre, el obrador de uno de los proyectos habitacionales del distrito oeste de la ciudad alberga hoy un centro cultural donde la construcción sigue siendo la propuesta central. Tan importante como levantar las casas es construir el espacio de todos donde gestar los lazos sociales y amalgamar los vínculos, y donde la cultura se vuelve una herramienta de inclusión que abraza a cada individuo en su particularidad. Para esta gestión, incluir no es dar ni conceder. Es contribuir a forjar presentes e imaginar futuros posibles y reales generando espacios públicos donde se conviva y se construya conocimiento y dispositivos con las comunidades. El Centro Cultural El Obrador, el primero estatal en el distrito oeste, habla de un nuevo paradigma de centros culturales donde la cultura no viene de visita ni se expone, sino que se despliega en la vida cotidiana. Partimos de la premisa de generar condiciones en que se puedan transmitir y desarrollar capacidades ciudadanas y habilidades técnicas y artísticas para promover formas de trabajo digno, productivo y creativo, y vínculos que fortalezcan los rasgos identitarios de la comunidad y viabilicen la relación de la comunidad con el Estado. En El Obrador se priorizan la riqueza simbólica y los saberes frente a las carencias materiales, los vínculos

frente a las jerarquías, los procesos colectivos frente a las imposiciones, la palabra frente a la violencia. El Obrador es una formidable usina de transmisión de saberes técnicos: se puede aprender a tejer en el telar ancestral de la comunidad qom, a fabricar juguetes autómatas, a cultivar en la huerta las plantas base de la economía del monte o de la mesa cotidiana urbana; se puede construir la cuna para un bebé, practicar el equilibrio inverosímil del hip hop o tocar el clarinete. El trabajo de nuestras manos nos permite fabricar los objetos del mundo en que vivimos. Pero con la labor también se transmite el mundo intangible de valores, conocimiento, formas de expresión, significaciones, y el amor que da sentido a esta vida. El proceso de aprendizaje compartido habilita la palabra y cuando circula la palabra, circula el afecto, se conjuran el desarraigo y el aislamiento. Se transforma la desesperanza en posibilidad, y en ese entorno, la responsabilidad del estado municipal es estratégica. Entre mate y mate, El Obrador la asume. Horacio Ríos Secretario de Cultura, Municipalidad de Rosario

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una fábrica de bienes culturales

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El Centro Cultural El Obrador está en el vasto territorio comprendido entre la avenida Rouillón, Larrea, Aborígenes Argentinos, avenida Cisnero y las vías del ferrocarril, en el extremo oeste de la ciudad. Si bien la zona pertenece al ejido urbano del municipio, mantiene en su aura de lejanía el antiguo rostro de la Rosario rural; también, lo que la literatura y las películas populares que venían del continente del norte llamaron en el siglo XX –curiosa casualidad– “el oeste”. El 23 de febrero de 2006 culminaron las obras que dejaron listas para ser entregadas unas cien casas del barrio que lleva por nombre esa fecha y está entre las calles Espinillo, la avenida Cisnero, Rouillón y Aborígenes Argentinos. Quedó entonces vacío el galpón que durante los años de la construcción guardó las herramientas y los materiales de la obra –donde hoy funciona el salón de usos múltiples (SUM) de El Obrador– y un predio en el que se acumulaban escombros y restos de la edificación anterior: el casco de la quinta de Saraniti (nombre con el que también suele designarse el barrio), antiguo propietario que cedió las tierras a la municipalidad para que se levantara allí el barrio. El lugar tenía destino: debía reservarse para uso de la comunidad luego de la construcción de las viviendas. Entre 2006 y 2008, a través del Presupuesto Participativo –un mecanismo de participación que incorpora el debate, el acuerdo y el voto ciudadano como herramientas para que los vecinos destinen una parte del Presupuesto Municipal a la realización de propuestas y proyectos que consideren necesarios para su distrito– se votó que se destinen fondos para el proyecto “Fábrica cultural”, que funciona hasta hoy.

En el año 2008, cuando Marcela Valdata se hizo cargo del lugar, Margarita Genes, Víctor Romero y Ramón Ortigoza ya trabajaban en El Obrador y custodiaban de alguna manera el espacio. El predio estaba abierto y no contaba con personal permanente debido a que el edificio se utilizaba para desarrollar talleres esporádicos de Presupuesto Participativo. Entre esos talleres estaban los de artes plásticas que daba Valentina Rondinella, y de acrobacia, a cargo de Leonardo Casal, quienes ya forman parte del staff de El Obrador y continúan su labor en la actualidad. Así, el espacio se fundía con las veredas y el tránsito cotidiano del barrio. Se lo atravesaba para llegar hasta la despensa o al centro de salud. Los límites no estaban claros, tampoco la función. Abierto y desprotegido, de las columnas de luces que habían sido colocadas para iluminar el predio quedaron pocas en pie. Los cables fueron robados, las luces y los postes. No era extraño que amaneciera con los vidrios rotos o desaparecieran cosas. Era difícil construir un andamiaje desde lo social si no se mantenía el material: fue necesario entonces reforzar estructuras. Por un lado, incorporar un equipo de trabajo estable que permitiera alimentar un proyecto sustentable y, por el otro, consolidar una trama material que delimitara y diera contención al funcionamiento interno del espacio. La apertura diaria del lugar requirió formar equipos que permitieran sostener las actividades en el tiempo. De ese modo se fue convocando a las personas que ya trabajaban allí, cuyos talleres eran requeridos por la población, y se les ofreció incorporarse al proyecto de El Obrador. Poco a poco se trasladaron de otras instituciones de la

Secretaría de Cultura y Educación municipal y se conformó un equipo abocado a talleres expresivos y, luego, a tareas productivas con materiales en desuso. Los nombres citados, claro, son los alcanzados en el relevamiento para realizar este catálogo, pero no agotan los de todas las manos que aportaron y aportan a este proyecto.

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PARTE DE UNA RED

Una de las experiencias que da cuenta de la lógica del trabajo que se desarrolla en El Obrador es la del Club de Amigos. “El Obrador es parte de una red que día a día construye proyectos, realiza acciones y concibe realidades alternativas, integrada por instituciones formales (centros de salud, escuelas) y no formales (grupos vecinales, huerteros, artesanos, entidades de los pueblos originarios, microemprendedores) junto a los miembros de la comunidad en general”, fundamentaba Mariela Mangiaterra, integrante del equipo de El Obrador, la creación del Club en 2008. Y proponía: “Queremos posicionarnos como institución responsable de lo que ofrece y lo que demanda. (…) Nuestra institución se propone como productora de bienes culturales tangibles y no tangibles con la característica de que llevan la 10

marca de quien lo produce, de su comunidad. A su vez, necesitamos materia prima diversa (el excedente de la actividad que se realiza en otro lugar, donada, vendida a menor costo, trocada por otro material o producto), intercambio con personas o grupos que posean algunos saberes teóricos y prácticos específicos que no poseemos. El Club de Amigos promueve trasladar el espíritu de nuestro modo de trabajo a pequeña escala a otras esferas del intercambio social-comunitario. Con una apuesta al diálogo, al aprovechamiento inteligente y creativo de los recursos, a la gestión que permite dar a conocer, estar atentos a lo que otros realizan y viabilizar así nuevas estrategias basadas en la invención, la solidaridad y el sentido común”. A través del Club de Amigos se realizó junto con el Mercado de Productores una actividad en la que se cons-

truyeron juguetes con verduras y a cambio se distribuyó alimento entre comedores de organizaciones barriales de la zona, se llevaron espectáculos y objetos artesanales de El Obrador a la Fiesta de la Interbarrial de Barrio Godoy, se inició una relación de intercambio con la Dirección de Cultura de la Asociación Médica de Rosario con una donación de zapatos al taller de Plástica Infantil de AMR, lo que fue retribuido con una copiosa donación de ropa para el Roperito y materiales de plástica y librería; se articuló un servicio de capacitación en técnicas de diseño para artesanos al que los productores de juguetes de El Obrador concurrieron en forma gratuita; en el Roperito se confeccionaron disfraces para actos de las escuelas del barrio. El Club de Amigos recorrió comercios, empresas e instituciones de Rosario, entre ellas y en los primeros años,

la Asociación Israelita, la Asociación Médica de Rosario y la ONG Cilsa, donde contó lo que se hacía en El Obrador. “Comprendimos que contar nuestro trabajo –dice Mariela al referir cómo la Corporación Andina de Fomento, Banco para el Desarrollo de América Latina otorgó fondos no reembolsables para el desarrollo de proyectos en El Obrador– era tan importante como hacerlo, que nuestras posibilidades de trascender las limitaciones estaban en la asociación, en el intercambio con otras instituciones, que lo que otros estaban en condiciones de donar era materia prima para nuestras producciones. Así llegamos al punto de que quien escuchó nuestra experiencia fue una persona de una institución que nos vio como posibles destinatarios de uno de sus subsidios”. 11


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Límites

Al tiempo que una herrería cedió materiales de descarte para comenzar a trabajar en los talleres, una inversión a través de crédito fiscal de Fundación Minetti permitió que comenzaran a realizarse los talleres en El Obrador, que entonces pudo tener su cerco. El alambrado, tan asociado a lo privado, al límite de la propiedad, fue la manera de sostener lo público. La frontera como marco de contención: esto es El Obrador. Aun así, nunca perdió su flexibilidad: la puerta de entrada al predio permanece abierta de par en par y una sensación elástica sortea la rigidez del enrejado. Establecer un límite habilitó la participación de los vecinos y su apropiación del lugar. En el año 2011, y mediante el decreto municipal N° 1638, se constituyó el Centro Cultural El Obrador como institución. La disposición permitió “que se incorpore a planta municipal un número importante de personas afines a la institución”, señala Marcela Valdata. A paso lento y con mucho esfuerzo, el territorio se 12

fue haciendo cada vez más reconocible, tanto para los trabajadores de El Obrador, como para los propios habitantes del nuevo barrio. Poblada por distintas y variadas corrientes migratorias del interior argentino, la zona es conocida en Rosario por ser uno de los asentamientos más antiguos y numerosos de la comunidad qom. También es el destino de familias de la misma ciudad a través de planes de relocalización de villas de emergencia y de países vecinos; es un territorio del que sus pobladores fueron apropiándose, como suele suceder, primero a través de la palabra: hallaban nombres para pequeñas parcelas, con un celo y una precisión digna de agrimensores silvestres. Separados por una calle o una marca sobre el terreno, los sectores recibían denominaciones que tenían que ver con las actividades observadas, con características de su suelo o de su gente. Así, la zona rural de la Rosario de quintas fue convirtiéndose en un microcontinente de exiliados y migrantes que creó sus patrias portátiles con el norte del tránsito. 13


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Redes Los proyectos que se desarrollan en El Obrador, observa Marcela Valdata –antropóloga y docente de la Universidad Nacional de Rosario–, “tuvieron una derivación de lo cultural a lo social”. La cultura requiere la satisfacción de las necesidades básicas. Las personas del barrio que se acercan al Centro Cultural llegan a pedir algo concreto –crédito o tarjetas para moverse en colectivo, demandas de salud– y a partir de allí se enganchan en los talleres que funcionan en El Obrador. Por ejemplo, la madre que fue por un servicio médico para su bebé será derivada por el centro de salud al Roperito, al taller de ajuar que funciona en una de las salas, con abundante tela, máquinas de coser e hilo como para proveer al niño de mantas, pijamas, buzos y pantalones. “Nuestra mirada es sociocultural –dice Marcela– y tenemos un diagnóstico de la población del lugar: para establecer políticas públicas necesitamos conocer el territorio”. En esta línea, el trabajo de El Obrador se realiza hoy de

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modo transversal y en red con otras instituciones como centros de salud y escuelas del barrio. En el mismo radio donde está el Centro Cultural, se encuentran el Centro de Salud Provincial Libertad y el municipal, Toba, dos instituciones con las que se mantienen reuniones una vez al mes para abordar problemas inherentes al barrio. A su vez, existen promotores de salud intercultural bilingüe que trabajan junto con el personal de El Obrador la asistencia a los miembros de la comunidad qom ante la dificultad de entender el idioma español. La inquietud surgió, según relata Roberta Catorí, una de las integrantes del equipo de promoción de salud bilingüe con más de diez años de experiencia en ese trabajo –quien además realiza asistencias médicas ambulantes–, porque los ancianos de la comunidad tenían dificultades para comprender las directivas de los médicos. Asimismo, con las escuelas del barrio –las primarias N° 1333 (bilingüe), N° 1318, N° 1381 y la secundaria

bilingüe N° 518– también se sostienen lazos estrechos y trabajo conjunto. La relación se basa sobre todo en la transferencia de talleres que se desarrollan en el Centro Cultural, con el fin de incorporar a los niños y a sus familias a actividades recreativas o productivas. La articulación con las escuelas se centra en que los niños tengan la posibilidad de acudir a apoyo escolar cuando haya necesidades y en trabajar con las familias para que puedan acompañar en diferentes procesos cuando no puedan hacerlo por sus propios medios. El personal de la Guardia Urbana Municipal (GUM) es otro agente de articulación importante para el sostén del espacio. En El Obrador mantienen una de sus bases de referencia –la otra está en el dispensario–: los vecinos saben dónde encontrarlos ante cualquier demanda. “Desde seguridad preventiva hasta llevar a los chicos a tomar la leche, hacemos de todo”, cuenta Eduardo Mendico, agente de anclaje de la GUM que trabaja hace 7 años en el barrio.

Así, las diversas instituciones que operan en el barrio –las escuelas, los centros de salud, El Obrador, la GUM– conforman una red de trabajo y contención social: “Si hay un incendio y una familia se queda sin nada, llamamos a El Obrador para que nos preparen mudas de ropa; lo mismo si necesitamos dadores de sangre, ellos se encargan de conseguirlos”, cuenta Mendico. Una de las actividades de los agentes son las propias demandas de El Obrador: llevar y traer materiales para la producción, ir a buscar objetos en desuso a fábricas, empresas y negocios o alcanzarle elementos a algún artesano de la zona. Más allá de los límites del oeste, el espacio también se relaciona con instituciones públicas y privadas. El Centro Cultural El Obrador es tanto un lugar comprometido con su territorio como con la ciudad, cuya radiación dibuja lazos de pertenencia y recorridos que integran el barrio con la urbe.

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Objetos traducidos

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El 16 de septiembre de 2009 dos de los poetas invitados al XVII Festival Internacional de Poesía de Rosario, el chileno Yanko González y Ariel Williams, de Chubut, Argentina, llegaron al centro cultural El Obrador que por primera vez era una de las sedes barriales del Festival. Los recibió un salón lleno. Arsenio Borgez, maestro artesano y docente qom en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario ofició de maestro de ceremonias. En su lengua nativa leyó entonces un texto que González y Williams escucharon con curiosidad, conscientes de que el encuentro, la ocasión, los emparentaba, pero desorientados por esa melodía qom que salía de la boca de Arsenio quien, al terminar, dijo: “Ahora lo voy a leer en español”. Y recitó: “Que/ no/ quiere/ morir/ como/ un/ perro/ nadie/ quiere/ morir/ como/ un/ perro…” Yanko González, autor del poema que Arsenio tradujo a qom, estaba aún más desorientado, pero feliz de una felicidad que lo acompañaría toda su estadía en Rosario. El tránsito de El Obrador hacia un centro de producción de bienes culturales es difícil de definir en términos formales. Sí, se producen objetos, pero no todos esos objetos son tangibles como el ajuar que las madres fabrican en el Roperito, los juguetes –el ajedrez del monte o los autómatas– que salen de la Fábrica de Juguetes o las ecobolsas que se realizan a pedido para instituciones de la ciudad. El intercambio entre Arsenio Borgez y Yanko González pone en escena la inagotable dinámica de sentido del lugar. Allí se recibe, se habla en otra lengua, se abren espacios para el asombro y se produce algo que puede palparse, decirse, narrarse.

En marzo de 2010, la expedición Paraná Ra’anga, organizada desde el Centro Cultural Parque de España –un viaje científico cultural que embarcó hacia Asunción y por el río Paraná a un contingente internacional de artistas, pensadores y científicos que partieron de Buenos Aires– hizo una posta en El Obrador. De ese intercambio quedaron fuertes lazos, que más tarde llevaron al pintor Fernando Coco Bedoya y a la arquitecta y diseñadora Claudia Tchira –miembros de la expedición– a continuar un intercambio que se extiende hasta ahora. También en 2010 la CAF (Corporación Andina de Fomento) Banco de Desarrollo de América Latina (que apoya proyectos que promuevan el desarrollo socioeconómico y la sostenibilidad ambiental en la región), escuchó hablar de El Obrador, de cómo a través de políticas públicas, consensuadas entre los vecinos y el estado municipal, entre miembros de una comunidad y talleristas, entre artesanos y profesionales, entre instituciones formales y pequeñas organizaciones barriales y privadas, se construía un extenso entramado cultural en el lejano oeste de Rosario. El relato de lo que sucedía en El Obrador llegó a CAF del modo más informal pero con la fuerza suficiente para ser priorizado entre las diferentes propuestas de proyectos que son presentadas a esta institución. Lo que sucedía en El Obrador se emparentaba con intervenciones similares de CAF en Argentina, particularmente las realizadas en la Villa 31 y la Villa 21 en la ciudad de Buenos Aires, pero le aportaba a las experiencias de CAF un tratamiento novedoso por el carácter multicultural, interinstitucional y colaborativo de la propuesta. De allí surgió la posibilidad de un proyecto de financiamiento no reembolsable con el que se proveyó de fondos a

El Obrador para realizar reformas edilicias , cursos de capacitación, compra de herramientas y materiales que incluyen la realización de este catálogo. Así, esta suerte de muestrario que llamamos “catálogo” está pensado como una forma de enseñar la extensa producción de El Obrador, de mostrar brevemente a través de objetos, imágenes y relatos eso que el lugar es, representa y dibuja en el horizonte de la comunidad en que funciona: un espacio para la traducción, para hallar, entre las lenguas diversas que habitan la ciudad, el diálogo, la historia y la belleza. La filósofa y traductora rosarina Silvana Rabinovich sostiene: “En la medida en que la lengua se reconoce como traducción y no como pureza originaria hay posibilidad de pensar esa traducción como constitutiva de cualquier posibilidad de diálogo y de aprendizaje. Tenemos dos orejas y una sola boca: tenemos más capacidad de recibir al otro que de expresar. Y eso es así porque primero escuchamos para poder reproducir la lengua que recibimos, la lengua nos viene del otro”. Podemos entender también esa traducción como la transformación de objetos en los que se “leen” miradas distintas –la de quien los desechó, la de quien los reutiliza; la del adulto que lo descartó como la del niño que le encuentra un uso nuevo y maravilloso–; objetos que mezclan técnicas y experiencias ancestrales y contemporáneas, restos de otras actividades devenidos en creaciones. “En tiempos de consumo ciego construyamos miradas”, es uno de los lemas que surgen en las reuniones de El Obrador. Encuentros en los que corre la charla sobre un hacer, pero también la que trae el mate, los chistes, el relato de lo cotidiano que el trabajo organiza en torno a la vida misma. 17


Esa construcción de miradas no sólo recupera objetos, sino su espacio: el lugar y el momento en el que un grupo de trabajadores se reunieron y entendieron la cultura como el desafío de transformar realidades que parecían inamovibles. Los objetos que exhibe este catálogo, muchos de ellos

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dispersos por la ciudad, el país y el mundo, traducen eso: experiencia y saberes de personas y geografías distintas que reunidas convocaron y asombraron a personas –vecinos, artistas, intelectuales, funcionarios– de todo el mundo en un rincón del oeste de Rosario y modifican la dimensión misma de la ciudad.


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DISTRITO NORTE

DISTRITO NOROESTE DISTRITO CENTRO

DISTRITO OESTE

DISTRITO SUR

LOCACIÓN El Centro Cultural El Obrador está en la esquina de las calles Espinillo y Maradona, en el sudoeste de Rosario. A grandes rasgos podría ubicárselo en el polígono que forman las avenidas Uriburu, Avellaneda, Seguí y Circunvalación. Los taxis y los remises suelen ingresar, desde el centro, por avenida Presidente Perón –que atraviesa transversalmente el sudoeste–, meterse por Rouillón, pasar el complejo de viviendas Fonavi que hay en Rouillón a partir de Seguí, hasta antes de llegar a la avenida Aborígenes Argentinos y desembocar en Maradona. También, por Avellaneda: doblan por Garibaldi (que en Google Maps es avenida M. Cisnero) y cruzan la Vía Honda, una suerte de zanja que abarca unos dos kilómetros por la que pasa la vía del Ferrocarril Belgrano y sobre la que se extiende uno de los grandes asentamientos irregulares de Rosario. Desde esa hondonada, por Garibaldi, hasta El Obrador, hay unas 15 cuadras, poco más de un kilómetro, que muchas mujeres

y hombres del barrio recorrieron a pie, empujando una carretilla con escombros y piedras con los que marcaron el primer perímetro del centro cultural a fines de los 90, cuando las casillas para guardar los materiales de construcción que se usaron para levantar las viviendas del barrio 23 de Febrero ofrecían un espacio para encontrarse en ese vasto territorio recién poblado. La única línea de colectivo que llega hasta el lugar es la 110, que tiene parada en Rouillón y Maradona. La zona es el campo, sin ser el campo; la ciudad, sin ser del todo la ciudad. Algo así como los restos del campo, de la ciudad, de las vías del ferrocarril; entre los restos de ese patrimonio simbólico que infieren los nombres de las calles se abre un lugar en El Obrador, donde el lema es “Miramos donde otros dejaron de ver”, es decir, con las historias y las cosas que trajeron los que llegaron hasta allí, la mirada completa esa intemperie de urbe y de campo.

DISTRITO SUDOESTE

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«Siento estos textiles como una fuerza latente, como objetos en bruto esperando ser devueltos a un existir, una vida, una razón de ser».


TRAMAS. LA YICA

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Menciona el impenetrable, “el monte”, dice, y abarca con un gesto una zona más allá de la vista que, sin embargo, impregna su memoria, sus ojos. En sus manos sostiene una yica: es una bolsa hecha de hilo vegetal y ese hilo proviene del monte chaqueño donde nació Ruperta Pérez hace 59 años, en una familia qom. La yica, hecha de hilo vegetal teñido y tejido, es el final de un largo proceso que reúne a Ruperta, a Roberta Catorí, a Ana Aguirre y a Lida Legorí, entre otras mujeres, alrededor de un trabajo minucioso, no apto “para mujeres ansiosas”, dice Ruperta y ríe. Primero, estirar y desfibrar la hoja de chaguar, curtir las fibras, ablandar las láminas vegetales hasta amasar y domar el material; obtener un fino trozo de hilo para enlazar con otro, teñirlo y dibujar así no sólo el tejido de ese objeto que engrosará la producción de los espacios de El Obrador, sino un paisaje, el del monte, que retorna en la conversación. La charla, en la misma ronda en que las mujeres trabajan sobre la planta de chaguar y la yica, va y viene. El monte es por un momento una nebulosa lejana y, de pronto, un recuerdo concreto de la comunidad qom, allá en el Chaco: la madre de Ruperta, que durante el día está en la casa del complejo de viviendas que construyó el gobierno pero a la noche vuelve a dormir al rancho; o el modo en que fueron cambiando, lentamente, algunas costumbres desde que llegó a una casa de barrio Empalme Graneros –en el norte de Rosario, la otra punta: el primer asentamiento qom de la ciudad– en 1985. Ana Aguirre recuerda sus viajes al Chaco y lo difícil que le resulta volver a dormir en los catres hechos de troncos y follaje. Y las noches perfumadas por el palo santo quemado, para ahuyentar “la mala onda”. Y de nuevo la yica, ahí, en las manos. 25


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CESTERÍA ORIGINARIA

Ruperta Pérez cuenta que aprendió a tejer mirando a sus padres. Que sus ocho hermanos también tejen y que allá, en el Chaco, tejer es parte de la vida cotidiana. Acá, en Rosario, aún lo es para ella que trabaja como artesana desde que llegó, en el 85, cuando se fue del monte: “Las máquinas nos dejaron sin trabajo”, dice. Se recuerda en la recolección de frutos y algodón, en el campo, con su familia, en un trabajo que, al menos en esos términos, ya no existe. A su arribo a Rosario, en los 80, se las rebuscaba vendiendo bolsos y sombreros. En la actualidad, además de continuar su trabajo como tejedora, comparte sus saberes en distintas áreas del Centro Cultural El Obrador: es docente de cestería y sostiene un microemprendimiento con sus productos artesanales.

En la cestería originaria la materia prima es la hoja de palma: “Se la corta en tiritas y se la deja secar”, cuenta Ruperta y repasa sus viajes al Chaco para conseguir el material. “En Rosario no hay hoja de palma, hay totora, pero no tanto, sólo en temporada”, dice. La totora es un junco acuático y otra de las fibras naturales que se pueden utilizar. Su carácter estacionario dificulta el uso: Ruperta prefiere viajar y adentrarse en el monte para recolectar la hoja de palma. “Es la zona del departamento de General Güemes, el impenetrable”, cuenta y cuando lo nombra, “el impenetrable”, la distancia parece descender del limbo de su recuerdo y anclarse en sus ojos. Nació en el paraje Miraflores, “a 60 kilómetros al norte de Castelli”, la ciudad de referencia que aprendió a nombrar para ubicar a

quienes no conocen la geografía de su tierra. Allí regresa cada vez para buscar, como otros de sus pares que viven en Rosario, hojas de palma para cestería. El trenzado es a mano y requiere paciencia y precisión. Una a una las tiritas se encastran hasta lograr un entramado prolijo que debe ser resistente. Tradicionalmente utilizado por las comunidades como cestos para recolectar frutos del monte o sombreros para protegerse del sol, ahora, en la ciudad, las necesidades son otras: Ruperta teje portatermos, bolsos y canastos para la bicicleta. “Nunca dejé mi cultura”, dice. También enseña lengua qom y es promotora de la salud intercultural bilingüe junto con Roberta Catorí. Regresa al tejido; baja la mirada y se sume en un silencio ritual. 27


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CESTERÍA TEXTIL

En el Roperito de El Obrador Ruperta Pérez conoció en 2011 a la diseñadora y artista plástica Marina Gryciuk, quien llegó con una propuesta para “trabajar la idea del «rescate»”. “Es una constante en mi obra y en mi trabajo de diseñadora. El rescate de las técnicas heredadas de mis mujeres antepasadas. Rescato las manualidades que aprendí de mi abuela, de mi madre y de mujeres que transitaron mi vida”, escribe Marina y agrega: “En el roperito de El Obrador me siento la reina del rescate, todo ese material maravilloso, regalado, donado, descartado. Siento estos textiles como una fuerza latente, como objetos en bruto esperando ser devueltos a un existir, una vida, una razón de ser”. Con la inagotable fuente de los descartes de tela y tejidos del Roperito, Ruperta y Marina hallaron nuevos materiales para el arte de la cestería y a fines de 2013 comenzaron a producir canastos de todo tipo que sumaban el colorido y la flexibilidad de la tela con diseños

transferidos por la diseñadora y la técnica ancestral de la artesana qom. En vez de hojas de palma se utilizan telas recuperadas pero la técnica es la misma; y en el espacio que coordina Marina se la aplica a objetos contemporáneos: bolsos, portatermos y canastos. “Quería trabajar con Ruperta y aprender cestería qom”, dice Marina cuando habla sobre el origen de la idea. Ruperta es una de las referentes de la comunidad en el barrio y, a su vez, maestra artesana de El Obrador: trabaja en yica, telar, rueca y cestería. “Me interesaba el intercambio con la comunidad y seguir la línea de trabajo con materiales recuperados. Cuando veo que todo lo que teje Ruperta se puede tejer con telas también surge el objeto perfecto”, cuenta. Marina, que llegó a El Obrador gracias un intercambio propiciado por el Salón de Diseño del Diario La Capital, quiso permanecer en el lugar por inquietud propia. Así fue que luego de las mantas, en 2012, realizó un taller

de bolsos y almohadones con telas en desuso. La propuesta de hacer canastos tejidos en telas de colores es la más reciente y experimental. “Estamos ensayando, recién empiezo a conocer la técnica”, dice. Cada trenza lleva en su interior restos de cierres, tiras y otras telas que no se estiran para sostener la estructura. Se recubre con telas de colores más flexibles como modal, lycra y algodón. Largas tiras de retazos anudados conforman un ovillo, que luego se despliega en entreveros tejidos a mano. Algunos son carteras que se cierran con un nudo; otros, bolsos de picnic o portatermos. También hay canastitas para poner el pan, las frutas o para decorar la casa, y canastos con tapa para guardar ropa. Marina cuenta que la idea es imprimirle una visión comercializable a los productos. “Es un desafío también para ellas correrse de la tradición y empezar a hacer productos más vendibles”, dice.

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CESTERÍA PET

A este modo de reutilización se sumó el uso de botellas descartadas de plástico PET (siglas inglesas de polyethylene terephtalate: tereftalato de polietileno), que deben ser reducidas a tiras con las que se arman las trenzas para fabricar los cestos. En lugar de la palma tradicional o las telas, primero se armaron cintas de plástico de botellas cortadas a tijera. Luego, el diseñador Alejandro Sarmiento –quien llegó a Espinillo y Maradona a través del Salón del diario La Capital– dio un taller de construcción de objetos con PET e introdujo las máquinas de cortar tiento que usan los artesanos del cuero rediseñadas y adaptadas para cortar PET, que fueron replicadas en los talleres de El Obrador. Más tarde, Juan Manuel Maggi, de la Fábrica de Juguetes de El Obrador, buscó en internet una máquina que pudiera mecanizar el corte de las botellas y creó entonces, reutilizando también materiales en desuso como picos de botella, caños de PVC y restos de madera y hierro, un pequeño dispositivo que permite deshacer una botella en tiras al girar de una manivela. Al pasar por una ranura en una lámina de chapa (hay distintos tamaños de ranuras, de modo que pueden cortarse tiras de varios grosores), la botella se convierte en un largo hilo enrollado que luego se utiliza para el tejido de cestería. El resultado es admirable: canastos brillantes, de colores vivos y con lustre que lucen sólidos y fuertes. Según cuenta una docente, las artesanas hasta prefieren el trabajo con estas tiras de plástico a primera vista inmanejables porque, a diferencia de las fibras vegetales, no tienen que humedecer de modo permanente el material. “Trabajamos con las manos secas”, le dicen. 31


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MANTAS

Cada retazo de historia se encastra con otros para conformar una gran memoria colectiva. Hay maneras de contar diversas en el trabajo artesanal: formas libres bordadas o al crochet; figuras recreadas con botones, hilos y telas mixturados; patchworks en texturas diversas –hay modal, jean, polar, corderoy y plush– y entramados en lana, trenzados o tejidos. Flores, matorrales, arbustos, praderas y desiertos se cruzan en un relato que tiene varias capas. Así una manta cuenta también las historias de las mujeres que la confeccionaron. La manta fue una propuesta del primer taller de textiles que coordinó Marina Gryciuk en El Obrador durante 2011 y llevó a las artesanas a exponer en el X Salón de Diseño del Diario La Capital.

“Vine a ver el lugar y había mucha ropa”, recuerda Marina cuando entró por primera vez al Roperito, lo que sería su espacio de trabajo y donde empezó a elaborar la propuesta de diseño con mantas: “En ese momento estaba trabajando con la idea de los jardines y propuse hacer una manta con ese criterio temático”, agrega. La consigna era sencilla: con un cuadrado de tela estándar, de 40 centímetros de lado, cada uno debía plasmar una idea ligada a los jardines. Los recursos narrativos estaban al alcance en cualquier estante del Roperito: telas, hilos, agujas, botones, lentejuelas, máquinas de coser y tijeras. Una vez terminado cada diseño –“Hicimos 49 piezas”, precisa Marina–, se las unió a través de broches plásticos para conformar la gran manta, la gran

historia. “Cada una de las mujeres que participaron le imprimió su visión con estéticas y técnicas diferentes. Al juntarlos, cada recorrido individual dialoga consigo mismo y también con los otros”, dice. El gran relato en la tela convocó a retomar un ritual entre mujeres, legado de abuelas, madres y tías que hacían de la labor manual una fuente de expresión y trabajo. El encuentro, el tiempo compartido, los intercambios y las historias de vida se tradujeron en colores y formas. Parte de la manta, que fue expuesta en el Museo Castagnino durante la muestra del Salón de Diseño del Diario La Capital (en 2011), hoy ya tiene nuevas utilidades: algunas piezas fueron desarmadas y se reutilizaron sus materiales, otros retazos se convirtieron en almohadones que aún se conservan en El Obrador.

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Trabajo cooperativo

El entramado institucional que ha tejido El Obrador para hacer circular e intercambiar sus bienes es amplio y diverso. Muchos organismos y colectivos de la ciudad y la región saben del trabajo que se hace en el Centro Cultural –de calidad, cooperativo y bajo el lema de la reutilización– y se han agenciado de distintas piezas fabricadas en el espacio. La Editorial Municipal de Rosario, el Centro Cultural Parque de España (CCPE), congresos médicos –de kinesiología, de médicos generalistas o de salud–, entre otros, encargaron tiradas de EcoBolsas para sus encuentros. Asimismo, el CCPE por ejemplo compró tachos de basura realizados en el taller de reutilización de bidones de agua para sus pasillos y oficinas. Algunos de los objetos creados en la Fábrica de Juguetes fueron expuestos, entre otros lugares, en el Museo Castagnino+macro o en el Espacio CEC (Centro de Expresiones Contemporáneas) del Portal Rosario Shopping, al igual que alfombras y tapices creadas como resultado del taller de diseño a cargo de Marina Gryciuk y Silvina Quarchioni, fueron expuestas en el Salón Diario La Capital. Además, una vez por mes los trabajadores de El Obrador disponen de la posibilidad de montar un puesto de venta en la Feria del Bulevar (Oroño y Rivadavia) donde los objetos fabricados por

los diversos talleres se ofrecen para la venta; también en una extensa lista de locales comerciales, en otras ferias y en redes de comercio alternativas. La idea es atravesar los límites del oeste, ese rincón de la ciudad dónde se emplaza el Centro Cultural, para desperdigarse por los rincones del tejido urbano. Los objetos –trasladables, útiles– son una manera de que El Obrador expanda sus límites físicos y simbólicos. La propuesta se inserta en un contexto de exclusión y fragilidad, a veces violento o conflictivo, y otorga herramientas para repensar las posibilidades cotidianas. A través de los talleres se capacita a los vecinos del barrio en oficios diversos con el objetivo de conformar, una vez recorrida la instancia de aprendizaje, cooperativas de trabajo estables. En la actualidad, los espacios de EcoBolsas, Fábrica de Juguetes, Huerta, Diseño de Indumentaria, Roperito y Cestería contienen microemprendimientos sustentados en el tiempo. Un espacio cooperativo implica además trabajo grupal consistente, ya que en la mayoría de los talleres se trabaja con cadena de montaje derivando responsabilidades en función de la capacitación atravesada hasta el momento. Construir estos grupos y lograr que se sostengan en el tiempo es una tarea tan artesanal como la hechura de los objetos mismos.

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«Y El trabajo es también un estudio sobre el diseño del papel a ser reutilizado, se lo respeta, porque eso es lo que distingue al emprendimiento: además de la apuesta ecológica, usar lo que el cliente ya invirtió».


EcoBolsas

» Las mujeres toman mate listo, el que se prepara en una especie de termo pequeño que contiene todo: la yerba, el agua y la bombilla. El objeto retacón pasa de mano en mano mientras ellas miden los milímetros con reglas. “Es para no ensuciar –explica Sabrina Romero–, el papel es delicado”. En el micro emprendimiento de EcoBolsas trabajan varias mujeres del barrio, algunas más o menos estables que otras. Sabrina está a cargo del espacio desde 2012. Sabrina se acercó por curiosidad al taller de reutilización de papel y diseño de bolsas, luego ingresó a trabajar en El Obrador en el sector de limpieza. Tiene 27 años, dos hijos pequeños y vive a apenas algunas cuadras del Centro Cultural.

Hechas una por una, a mano y con mucha delicadeza, las EcoBolsas se realizan con materiales reutilizados y todo el papel que usan es donado. “Para el encargo de la Editorial Municipal de Rosario (EMR), por ejemplo, usamos las agendas y diarios viejos de la Muni”, cuenta Sabrina. Primero se estudia la gráfica impresa en el papel, de modo que puedan definirse las imágenes que van a ir al frente del objeto; luego, diseñar la compostura de las bolsas –cada dibujo seleccionado requiere un armado diferente– y, por fin, dividir tareas para confeccionarlas. El proceso es largo y requiere paciencia. “Las horas se pasan volando”, comenta Mari quien, de las mujeres que participan, está a cargo de marcar las líneas guía con lápiz. Otras, las que llevan más

tiempo de entrenamiento, se encargan del armado propiamente dicho. “Si se dobla mal, el papel queda marcado. Hay que ser cuidadosa” explica Sabrina. La propuesta es de trabajo cooperativo, “darle oportunidades a la gente del barrio”, agrega la coordinadora. La labor funciona por encargo y se le ofrece a los clientes la posibilidad de reutilizar papel que de otra manera habría terminado en la basura: cartelería y folletos viejos o publicaciones desactualizadas. El trabajo es también un estudio sobre el diseño del papel a ser reutilizado: se lo respeta porque eso es lo que distingue al emprendimiento, además de la apuesta ecológica, usar lo que el cliente ya invirtió. 39


Desandar la mirada

El Obrador recupera materiales y los reutiliza. Si bien existen ya como objetos –son bidones de plástico, retazos de madera; son revistas viejas o ropa en desuso–, su morfología no es determinante. Por el contrario, dispara ideas nuevas y es fuente de inspiración: un retazo de madera que a primera vista es apenas una sobra, se convierte en la cola de un pez cuando se lo mira un poco más allá del uso para el que fue hecho. Un bidón de plástico puede ser una lámpara, un tacho de basura o un canasto para bicicletas y los botones de una camisa vieja pueden convertirse rápidamente en los ojitos de un muñeco de trapo cuando ingresan a la lógica del espacio. Nada se pierde, todo se transforma, dice el lema termodinámico. Algo de eso vibra en El Obrador: se desanda la mirada. “Mucho de lo que hacemos surge con la mirada de los niños. No pensamos una idea y vamos a comprar los materiales, el proceso es inverso: tocamos, exploramos lo que tenemos, lo miramos e inventamos posibilidades”, dicen. Ese proceso inverso implica creatividad y

esfuerzo, salir de ciertos lugares comunes. La mirada se entrena, el tacto se flexibiliza y el ejercicio permite ampliar los límites de lo posible. A cada material se lo observa, se lo estudia, se lo piensa y repiensa, se lo mira desde ángulos diversos –desde arriba, desde abajo y los costados, de lejos y en primer plano–, se lo aprieta, se lo rodea, se lo dibuja, se lo recorta y combina. Lo que para muchos es descarte, para otros dibuja los contornos de un mundo que se transforma. Con ojos primitivos, en El Obrador los objetos son, antes que una utilidad establecida, una potencia. A su vez, se redescubre el valor del trabajo manual, sin desconocer la importancia de la maquinaria y las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Trabajar con las manos conlleva un poder insustituible a la hora de transformar los materiales y convertirlos en objetos, de plasmar las ideas que muchas veces surgen de la manipulación de las cosas y de saberes y oficios que a las personas le han sido legadas de sus maestros y de sus orígenes.

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ÂŤNo se trata de un reciclado: reciclado es cuando el material cambia de estado para volver a ser materia prima. Nosotros le buscamos la vuelta para darle otro uso al propio objeto. En El Obrador no se recicla, se reutilizaÂť.


Lámparas, tachos, alforjas

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La reutilización de elementos de plástico en lámparas y tarros de residuos nació de una experiencia hecha por talleristas de El Obrador junto con el Programa 0/25 en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC). Leonardo Casal recuerda que un día llegó un camión lleno de bidones de agua en desuso. Era la sobra –estaban rajados o pinchados– de empresas que suministran agua en dispenser a las dependencias municipales. En El Obrador comenzó entonces un proceso: el de mirar esos bidones y hallar en esa mirada otra cosa, una que los renovara. Ya no serían bidones, sino algo distinto, con otro uso. Leonardo es uno de los pilares del espacio de reutilización de bidones de plástico. El área surgió, lo mismo que otras que luego fueron ejes de la institución, como una demanda interna de los chicos que asistían al taller de acrobacia –que también dio Leonardo en el centro cultural hasta 2011– o al de plástica, de Valentina Rondinella, quien aún coordina ese espacio. “La palabra es reutilización”, enfatiza Leonardo y cuenta que así le explicó el arquitecto que los asesoró para montar el techo con tejas de plástico que hoy reviste la entrada al depósito de mantenimiento. Cortados al medio y encastrados uno con otros, los bidones se convirtieron en tejas. “No se trata de un reciclado –sigue–: reciclado es cuando el material cambia de estado para volver a ser materia prima. Nosotros le buscamos la vuelta para darle otro uso al propio objeto”. En El Obrador no se recicla, se reutiliza. Como sucede habitualmente en el espacio, que una mateada improvisada coexiste con el taller de plástica y los pibes del barrio entran y salen por la puerta que habilita el cerco, siempre abierta, en el SUM también se desarrollaban las

clases de acrobacia. “Me llenaron el taller de tachos”, recuerda Leo. Era inminente buscarles una utilidad. Además de tejas, son utilizados como cestos de basura. “Usamos pinturas que no sean nocivas para los pibes”, destaca Leonardo. Habla de las bondades del plástico cuando asegura que se trata de “un material noble, virgen”, que “no se puede reciclar ni volver a usar como dispenser”. Existe detrás de este trabajo una lógica ambiental del ahorro: se utiliza lo que ya, de alguna manera, existe como parte del mundo. Así también surgieron las lámparas. Usar la parte superior del bidón como pantalla de lámpara colgante fue idea

de Valentina. Cable, porta lámpara, foquito y el objeto está listo. La elección de los colores, nuevamente, queda en manos de los chicos asistentes al taller de pintura y dibujo. “La idea es que cada uno pinte lo que tenga ganas”, dice Leonardo y recuerda cuando leían cuentos de Horacio Quiroga para desatar la imaginación. Así, las temáticas –que varían según si los chicos son de la comunidad qom o no, según edades y género, analiza el docente– son diversas: “Animales, naturaleza, un rayo, autos, Newell’s, Central”, cuenta. “Entendemos que no es un balde común, es un objeto artístico, pero esa discusión no la llegamos a tener con los pibes”, dice.

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«Hay allí una medida, aparte de las de los moldes, de esa intimidad que la ropa resguarda, entre el adorno, la coquetería y la necesidad».


Roperito

» Dice que no es de hablar. Mientras tanto, Marta Moex, una de las docentes a cargo del Roperito de El Obrador, acomoda un trozo de tela en la máquina de coser y se queda con una mano sobre la manija. Es que el Roperito –una habitación de 5 por 5 metros colmada de cajas con géneros, ropa, zapatos, bolsas con hilo, una gran mesa y las máquinas de coser– tiene una historia anterior a El Obrador. Comenzó en el año 1996, en el Barrio Toba, un emprendimiento comunitario emplazado en una casa de piso de tierra en lo que antes había sido la quinta de Saraniti. Allí recibían ropa unas 15 mujeres que percibían el plan Jefas y Jefes de Hogar. Había hormigueros, ratas, y entre diciembre y enero también

había ladrones que se llevaban las donaciones que se habían recibido durante el año. En esa época, y cuando el tiempo lo permitía, Marta y Ana María Giménez se juntaban a coser y tejer debajo de los árboles con las otras mujeres que llegaban hasta allí. En el año 2009, con donaciones del Proyecto Minetti*, a partir de un proyecto con mujeres embarazadas en el Centro de Salud Municipal Toba, se compraron máquinas de coser. Entonces empezó a cobrar forma el trabajo actual. Los talleres permanentes que funcionan en el Roperito incluyen costura, fabricación de muñecas de tela (a cargo de Ana María) y tejido a cargo de Margarita Genes. Entre 2011 y 2012 se desarrollaron talleres de moldería para

fabricación de ropa. Funciona también allí una escuela de fabricación de ropa a cargo de la Escuela de Diseño de Indumentaria que gestiona la Coordinación Cultural del Centro Municipal de Distrito Oeste, de avenida Presidente Perón y Felipe Moré, y trajo a un grupo de diseñadores que comenzaron a trabajar sobre el diseño de indumentaria. El plan inicial de funcionamiento del Roperito era sencillo y continúa en marcha. Las madres, por lo general, llegan con una necesidad concreta: precisan ropa para sus hijos. En el Roperito se les da el pantalón, la remera o el buzo que necesitan. Pero se las convoca para que fabriquen ropa nueva que dejarán allí para que otros puedan llevársela. De todo queda registro. 59


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Ajuar de bebé y muñecos blandos Acaba de entrar en el Roperito una chica embarazada. El pelo negro, lacio, la panza enorme. Quiere trabajar en la confección de ropa para su bebé. Ana María Giménez, a cargo del espacio de ajuar y muñecas de trapo, se pone ansiosa: “¿De cuánto estás?”, le pregunta. “De siete meses”, contesta. Quiere elaborar ropa liviana porque su bebé va a nacer ya entrada la primavera. Ana María la invita a pasar con un gesto mientras le habla de telas, de ranitas, de gorros y baberos. También le pregunta si va a ser nena o varón, para definir los colores: “Usamos amarillo, verde o blanco cuando aún no se sabe”, dice. La ronda de mate incluye a la recién llegada. Dice que no tiene conocimientos previos sobre costura. “Yo jamás agarré una aguja”, suelta una de las mujeres sentadas a la mesa que ese mismo día se anima a hilvanar un ruedo. Está en el lugar indicado: si hay algo que se hace en el Roperito, además de charlar y tomar mate, es aprender a coser. Primero se confecciona la ropa para bebé: “En towel o algodón, telas suavecitas”, aclara Ana María. Luego se pueden hacer también juguetes de tela como muñecos blandos para estimulación temprana. Para estos últimos “se utiliza vellón siliconado de relleno y a los ojitos se los pinta a mano, para que no corra riesgo el bebé (quitándolos y tragándoselos)”, dice la coordinadora y aclara: para los niños más grandes se usan botones o apliques para los ojitos. El relleno puede ser de guata o goma espuma, materiales que se consiguen desarmando camperas de invierno y almohadones. Sobre la mesa del Roperito se miden los moldes y se corta cada pieza. Luego, se hilvana a mano o con las máquinas del Centro de Salud Libertad, dónde a veces

se trasladan las actividades. El proceso final, la costura de las prendas, se realiza nuevamente en El Obrador, con las ya históricas máquinas que usaba Marta Moex cuando el Centro Cultural aún no existía y apenas era un deseo la construcción de un espacio como el que hoy sostienen las mujeres. La tela, toda donada y de distintos colores y texturas, se acumula en los rincones del Roperito en grandes rollos o en la bajo mesada de la extensa mesa de trabajo. Cajas rotuladas (“Ajuar”, “Invierno”, “Lana”, “Muñecos”) se encastran como un rompecabezas en lo alto de los estantes, mientras en las repisas de chapa se acumula la ropa donada. A un costado, un perchero realizado con una vieja cama del Hospital Roque Sáenz Peña, sostiene los sacos y los trajes. Las mujeres se asoman a ver la revista que acaba de llegar: tiene explicaciones y pasos a seguir para confeccionar ropa, muñecos, almohadones. Cada página que pasa despierta algún comentario y los ojos se cargan de sorpresa. Mientras, otras cosen, charlan de novelas, hijos, maridos, ex maridos, vecinos, el programa de Jorge Rial; miedos, alegrías y enojos. Se aconsejan, se ríen: el tibio espectáculo de la vida entre esos estantes cargados de telas. Una especie de afirmación potente parece convocarlas: lo que son, lo que pueden como madres, como mujeres. “Todo lo que se hace acá –dice Ana María–se hace porque ellas quieren hacerlo”. Las mujeres que necesitan ropa, por lo general, llegan por recomendación de la trabajadora social, cuenta Marta, que muestra un pulóver al que se le quitaron las mangas para hacer un pantalón para un niño de 3 años. “No somos una boca de expendio –dice–, hay mucho para hacer y faltan manos”.

Como en otros espacios de El Obrador, también en el Roperito el lema es la reutilización de materia prima en desuso. El trabajo fuerte en el Roperito comenzó en 2008. Según Marta, las mujeres y adolescentes que suelen llegar hasta ahí en el verano se presentan con un “No sé nada”. Pero a medida que Marta les enseña los rudimentos de la costura, pone sobre la mesa los géneros y el metro, comienzan a revalorizar y recuperar un saber que ignoraban que tenían. “Se trabaja a veces –dice– con gente semianalfabeta que de pronto debe aprender el sistema decimal para medir”. Hay allí una medida, aparte de las de los moldes, de esa intimidad que la ropa resguarda, entre el adorno, la coquetería y la necesidad.

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Indumentaria La Escuela de Diseño de Indumentaria, perteneciente al área de Cultura del Centro Municipal de Distrito Oeste, llegó a El Obrador con la propuesta de desarrollar una marca, una línea de ropa para jóvenes, según lo decidieron los mismos que asisten a los talleres. La Escuela de Diseño funciona desde el 2011 en distintos barrios de la zona Oeste de Rosario. El proyecto, financiado por el Presupuesto Participativo municipal, agrupa a tres talleristas que desde distintas ópticas transmiten herramientas y conceptos para aplicar a la moda textil: moldería, a cargo de Hebe Pierobon; diseño, a cargo de Agustina Alves, y gráfica textil, a cargo de Darío Ares. El nombre de la marca es 13. Es, según desarrolla Darío Ares, tanto la edad del comienzo de la adolescencia como el número que a lo largo de la historia y en diferentes culturas

se asoció con la buena y la mala suerte o con cuestiones de tipo sagrado. “Por ejemplo –dice Darío–, en el Tarot significa la muerte y, en su sentido oculto, representa el cambio: la muerte de algo para dar lugar al nacimiento de otra cosa”. Con el mismo criterio democrático, el taller de Indumentaria se pone a pensar en la colección: van a confeccionar remeras, pañuelos, musculosas, capuchas. En cada una la estampa transmitirá un mensaje. Así surgen las palabras claves como “calle”, “armas”, “adolescencia”, “fragilidad”, “dureza”, “suerte”. Todas a partir de debates abiertos en los que se interpela la realidad cotidiana: la muerte por violencia urbana, las drogas, el desamparo. “Una de las asistentes al taller –señala Ares– propuso cruzar el lenguaje de calle de los jóvenes con citas bíblicas: «Cristo mandó de dos en dos a

sus mensajeros de La Palabra y los narcos, en los barrios, también mandan de dos en dos a sus jóvenes soldados»”. De esa manera se decide que la primera línea de diseño, que será trabajada entre los jóvenes que asisten al taller y participan a fin de año en los desfiles de moda con estos modelos bajo el nombre Calibre Cero, cruzándola con la cita bíblica Éxodo 20.13: “No mataras”. La paleta de colores es oscura y toma como predominante el negro con destellos de gris plomo. * La Fundación Minetti (hoy Holcim) fue un vínculo que continúa, generado a través de proyectos comunitarios y de construcción, presentados desde el año 2009. Los proyectos tienen lugar en la aplicación de Crédito Fiscal, en la elaboración de programas de capacitación en oficios y prácticas con el fin de mejorar la calidad de vida de la población.

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Diminutivos

Marcela Valdata habla de los distintos sectores del barrio donde se erige El Obrador. El caserío se amontona por zonas y cada una ha recibido algún nombre. Quién puso esos nombres es imposible de saber. La gente misma, seguro, que halló una forma de designar un rasgo, una costumbre, una particularidad o un accidente en el paisaje. La población, en su mayoría, es migrante. Vinieron de Chaco, de Paraguay, de Perú. Señalan un punto, al final de la calle Maradona, hacia el suroeste, y dicen “La Villita”. O tuercen la vista hacia Rouillón y las vías y dicen “La Tacuarita”. Y allá: “Cariñito”; pero extienden el brazo y apuntan más allá, pasando la Circunvalación, y dicen “Las Cañitas”. Casi siempre el diminutivo, como si la planicie ofreciera sólo una cosa pequeña para asir, como si toda esa enorme odisea del desarraigo, la mudanza interminable y el periplo desde el lejano norte del país y el continente cupiese en la mano que señala las casas bajas y pequeñas en el llano.

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«Cuando moldea los animalitos y los dispone uno al lado del otro a cocerse al fuego del horno de barro, siente al impenetrable colársele entre los huesos. ‘Se les ve el espíritu’, dice. Sabe cuánto hay de su gente en esos ‘bichitos’ de barro».


Juguetes Originarios/Originales

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En 2008 Marcela Valdata convocó a Mariela Mangiaterra –psicóloga y ludotecaria– y a Elsa Albornoz –artista plástica y ludotecaria– a trabajar en El Obrador a partir del trabajo que habían desarrollado con la juegoteca La Caja Mágica en los Centros Municipales de Distrito Norte –Villa Hortensia– y Oeste –Felipe Moré. La juegoteca fue un espacio de juego con niños y de construcción de juguetes que hacían los mismos chicos, como también un espacio de capacitación en juego e infancia para jóvenes y adultos (agentes comunitarios) que trabajaban junto con niños, con la perspectiva de replicar esa formación en sus organizaciones comunitarias. La juegoteca también se inició como un espacio de construcción de juegos de gran tamaño, para uso institucional, como los 20 juegos que entre 1999 y 2000 construyeron con materiales que las docentes seleccionaron de los ex depósitos

municipales de Pellegrini y Ovidio Lagos. Se construyó, por ejemplo, un rompecabezas giratorio de dos metros de altura cuyos ejes eran los viejos pies de ventiladores descubiertos entre los miles de trastos acumulados en esa dependencia. Así, en los inicios, el desafío para el que convocan a las ludotecarias a El Obrador fue crear juguetes que integraran el saber y las técnicas tradicionales de los maestros artesanos de la comunidad qom y la experiencia de ellas en juego, infancia y juguetes. Así, integraron equipos interdisciplinarios con Arsenio Borgez (ceramista qom), Valentina Rondinella (docente de plástica), Ana María Giménez y Marta Moex (encargadas del Roperito), entre otros, en la busca de juguetes que representaran al espacio cultural de esa comunidad. Al cabo de dos años y en un trabajo que realizaron con Arsenio, se crearon tres juguetes “Originarios”: el

Montecito (diorama), que representaba cuatro escenas pintadas a mano en madera con una versión del monte chaqueño acompañada de veinte animales nativos en cerámica, entre ellos el guasuncho, el tatú, el oso hormiguero, el chancho salvaje, el mono, la tortuga, el ñandú o el sapo, que se agrupan de a ocho en cada diorama. También, las Comiditas: una caja de madera que se transforma en mesa y alacena acompañada de una batería de trece utensilios diminutos (mate, pavita, ollita, platos, tazas, etcétera). Y por último, el Ajedrez del monte en clave qom. La invención de estos tres juguetes resumió el proyecto de crear objetos nuevos, contemporáneos, que pudiesen realzar la belleza del trabajo de los artesanos qom y con ello la posibilidad de buscar nuevos mercados para estas artesanías, que suelen venderse en espacios informales. Así surgió el desafío de armar un microemprendimiento de productores de juguetes. 69


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Fábrica DE JUGUETES La Fábrica de Juguetes como microemprendimiento productivo, tal como funciona hoy, se constituyó de modo gradual; hombres y mujeres de orígenes, edades y capacidades diversas que se unen en esta empresa ante la necesidad de crear una línea de juguetes nuevos con fuerte impronta en la reutilización de materiales, además de los juguetes originarios. A partir de las Mujercitas –muñecas pintadas a mano, vestidas de lanas y textiles, cada una única en su especie e inspiradas en las mujeres que trabajan y transitan por El Obrador– que hace Elsa Albornoz, coordinadora del espacio ZEn la actualidad se realizan también Saltarines, juguetes que saltan al accionar un mecanismo. Asimismo, una matraca gigante y rodante fabricada con los tachos de los

dispenser de agua y creado por los microemprendedores Juan Manuel Maggi y Pedro Lois. La Fábrica requirió el acondicionamiento del taller de carpintería (un galpón a un costado, hacia el este, del salón de usos múltiples de El Obrador), se adquirieron y recompusieron máquinas y herramientas con fondos de la CAF, se compraron materiales, se construyó un entrepiso para guardar insumos y, a través del reciclado de materiales existentes a cargo del microemprendedor Juan Manuel Maggi, se hizo una instalación de luz con cables provenientes de otras dependencias municipales, se construyó un cuarto de herramientas con maderas desechadas de otros usos, se acondicionaron muebles viejos provenientes de diferentes oficinas de la intendencia.

Los juguetes originarios/originales siguieron un camino que incluye instituciones oficiales y comercios especializados en objetos de diseño: en Rosario se exhiben en el Centro Cultural Parque de España (CCPE, Sarmiento y el río), Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini), Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC, bajada Sargento Cabral y el río), Ente Turístico Rosario (ETUR, avenida Belgrano y Buenos Aires), Sahuira (Urquiza 1687), Ornato y Menaje (San Juan 885), Pecata Minuta (Pasaje PAM, Córdoba 954), Mercado Solidario (9 de Julio 659), Minka tienda de comercio justo (San Juan 4085) y Aquejugamos Bazar Lúdico (Mendoza 816). En Buenos Aires: Amonite Bazar Lúdico (Ladislao Martínez 187, Martínez) y Casa L’ago (Defensa 919, San Telmo).

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Ajedrez del monte

Con un gesto mínimo de las manos, Arsenio Borgez habla de los “bichitos”: los animales del monte del Chaco, donde nació, y que ahora, fabricados en arcilla, forman parte de un juego de ajedrez. Son treinta y dos piezas de cerámica hechas a mano una a una. La caja de madera que las contiene, también artesanal, está cuidadosamente decorada con pinceladas de colores. “Para mover hay que pensar, no se puede mover rápido”, dice Arsenio y explica que en el ajedrez de arcilla las tortugas son los peones; mientras que la abeja es la reina, “prolija y trabajadora”, aclara. Su entidad, en las jerarquías del reino animal que configura la cultura qom, es equiparable a la del puma o el tatú. Así, los animales emulan las piezas tradicionales del juego y el valor que tienen en el tablero se relaciona directamente con el lugar que ocupan en el monte. Por eso, el puma es el rey. El ajedrez del monte como juguete “originario” señala, por un lado, el vínculo con el origen qom que se

manifiesta en los saberes de los maestros ceramistas que trabajan en El Obrador. Por otro, la necesidad de trasladar ese arte a la realización de juguetes de todo tipo, como el ajedrez –de origen árabe, aunque ligado a la tradición occidental–. Las manos de Arsenio dieron vida al impenetrable de arcilla. El guasuncho, ese “animal limpito”, es el equivalente al caballo y el alfil es el ñandú. La torre, por último, es la choza, el hogar. Para la confección de estas piezas fue clave el trabajo de Benito López, un artesano ceramista que llegó de Chaco en 1984 y aprendió su oficio a través de sus mayores, en la comunidad qom a la que pertenece. Benito fue convocado desde El Obrador para enseñar cerámicas tradicionales a chicos y adultos. “Rescatamos especies de la llanura pampeana, como el guasuncho, el carpincho o el tatucito”, dice, y señala el pequeño tatú en arcilla cocida. “Simboliza la región”, agrega. Se refiere a la zona de Chaco donde nació, donde el animal era también un medio de alimen-

tación cuya imagen está presente en ese intercambio en el que se cruzan las necesidades y los hábitos culturales. Arsenio, por su parte, nació en Resistencia, Chaco, y recuerda que sus abuelos le enseñaron cestería, que fabricaba sombreros y canastos de junco. Y que fue chapista, albañil, peón de campo, encargado de mantenimiento y hasta pastor evangelista. Hoy enseña lengua qom en la Universidad Nacional de Rosario y desde 2004 trabaja en El Obrador como artesano de cerámica. Cuenta que cuando moldea los animalitos y los dispone uno al lado del otro a cocerse al fuego del horno de barro, siente al impenetrable colársele entre los huesos. “Se les ve el espíritu”, dice y amplía la palma de la mano como si acariciara el aire, el monte que dejó hace casi 20 años, cuando llegó a Rosario. Cada vez que nombra la ciudad se le va la calma, habla de las nuevas generaciones atravesadas por la urbe: la pérdida de las costumbres, los valores, la memoria. Sabe cuánto hay de su gente en esos “bichitos” de barro. 73


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Montecito (Diorama del monte) Como una sombra esa tarde se esfumó en silencio. Arsenio volvió a su casa para moldear otro tigre del monte, y luego unas tortuguitas, alguna más pequeña, otra mayor, con sus caparazones a cuadros y sus cabezas diminutas. Florinda, su mujer, le ayudó a alisar el lomo de un chancho salvaje mientras él recordaba las historias de su pueblo. Las mismas que había compartido con sus compañeros de El Obrador en ronda de mates un rato antes. Esas que conoce desde chico, cuando hablar en lengua qom frente a sus vecinos lo avergonzaba, cuando ver los rituales de su gente era cotidiano: “En el monte –cuenta– cuando matan un guasuncho para comer, lo comparten porque es grande. Después hacen un pozo en la tierra para enterrar las tripitas, para devolverlas a la tierra y agradecer”.

“Una mañana apareció con un paquete hecho con papel de diario; al abrirlo, estaba lleno de bichitos de arcilla”, cuentan Elsa y Mariela. Eran sapos, guasunchos, chanchos salvajes, osos hormigueros, tigres y tortugas: la fauna del monte rugía con lengua de barro en esos objetos. “Esto tiene que tener un escenario”, le dijeron a Arsenio. La propuesta fue fabricar el montecito, un diorama del monte. Dos cuerpos de madera encastrados dan vida a la flora silvestre chaqueña. Verdes de tonos diversos se mezclan con los colores del día y la noche en un cielo con texturas de pincel: Miriam Sueldo, una de las emprendedoras de la Fábrica de Juguetes que ya tiene un amplio recorrido en la técnica, fue la encargada de pintar el escenario del monte. “Es una representación, una versión libre del

monte”, dice Mariela. La idea se acopla a una propuesta del espacio de fabricación de juguetes originarios. En cada uno de los sectores que limita el diorama –el amanecer, el mediodía, el ocaso y la noche– los ocho animalitos nativos que representan la fauna del Chaco se ubican en su entorno colorido. El juego revive paisajes lejanos mientras se entrecruzan saberes y recursos lúdicos: la técnica del moldeado de arcilla es una práctica artesanal de la comunidad qom, el diorama –término acuñado por Louis Daguerre a principios del siglo XIX– es un dispositivo de exposición surgido en las galerías de arte europeas y luego devenido en objeto de entretenimiento. Asimismo, los talleres de carpintería, de juguetes y de arcilla sumaron sentidos para dar vida al monte de barro y madera.

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Mamasitas y Arbolitos

En algún momento la Fábrica de Juguetes funcionaba en el Roperito. “Era una caterva de minas e íbamos intercambiando ideas”, recuerda Mariela. Así surgieron las mamasitas: de la cinestesia femenina en plena labor creativa; entre telas, botones e hilos de coser. La idea inicial fue hacer mamushkas –muñecas rusas guardadas una dentro de otra–, pero hubo problemas para resolver los cierres y el ensamble. Con el tiempo y casi inconscientemente, se fue gestando otra idea. Las mamasitas son muñecas de trapo y aparecen en tríadas –la grande, la mediana y la pequeña. Rellenas y decoradas con los retazos que sobran de la producción del Roperito, la base interior es arena, para que pese y se mantenga erguida. En la vestimenta se mezclan la lana

con la tela de jean, el modal y el plush: texturas y matices diversos. Elsa observa asombrada el atuendo de una muñeca, diseñada por una de las mujeres que asisten al taller: “Mirá qué buen uso de los colores”, dice. El turquesa se funde con los naranjas y rojizos, hay marrón y ocre. Mariela enfatiza que todo tiene su proceso creativo, nada surge de la nada, quizá una idea que había quedado aparentemente en el olvido, resurge con otra forma, aunque con aquel concepto primigenio como antecedente. En El Obrador se mezclan los saberes anteriores de quienes participan con las prácticas actuales; de esos roces surgen las ideas. También de esos cruces surgieron los arbolitos: un cono de cartón con base de madera y revestimiento en tela de colores y volados. El diseño es sencillo y los materiales

fáciles de conseguir entre las estanterías del Roperito. Elsa aclara que no surgieron como una alternativa a los arbolitos de navidad, pero que para las Fiestas suelen tener alta demanda: “Mucha gente nos comenta que no les gustan los arbolitos navideños y encontraron en éstos una alternativa para dec orar la casa durante las Fiestas”, dice. Ella es la encargada de transferir el diseño de los juguetes para que en el hacer cotidiano del espacio vayan cobrando identidad. “La idea es que a los diseños originales se les pueda imprimir un sello personal”, comenta Elsa y recuerda cuando una de las mujeres de El Obrador llevó una bolsa llena de florcitas tejidas al crochet para adornar el arbolito. Ese año los árboles estaban florecidos. 77


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Juguetes con movimiento: Autómatas y bichos rodantes Los Bichos fueron los primeros juguetes deambuladores gestados en la Fábrica de Juguetes de El Obrador. Suerte de pájaros con cuerpo de madera revestida en tela, pelos de colores, cola puntiaguda y pies rodantes. Los Bichos rompieron, entre otras cosas, con el estatismo de los dispositivos lúdicos con los que se estaba trabajando hasta el momento –el ajedrez, el diorama, las mamasitas. Una vez más, las ideas aparecieron luego de explorar los materiales con los que se cuenta: “Que tenga ruedas tiene que ver con que usamos retazos de madera redondos”, dice Elsa. “Como Pinocho –compara–, nació de unos trozos de madera, producto del calado que realiza un artesano de lámparas de la Feria del Bulevar, quien los regala a El Obrador”. La forma predeterminada del mate-

rial se convirtió en una posibilidad y no en una limitación. Asimismo, los Bichos abrieron el camino para fabricar juguetes más accesibles, que tuviesen un proceso productivo más sencillo. “Los juegos como el ajedrez del monte o el diorama, son piezas más complejas –relata Mariela–. Demandan mucha mano de obra ya que contienen muchas piezas en madera y están pintados a mano”. Se han utilizado para regalos especiales, pero es difícil que se vendan masivamente. Los Bichos, en cambio, aparecen como juguetes de producción a escala mayor, accesibles para un público más amplio. Ahora Elsa habla sobre los Autómatas y compara el proceso con lo cinematográfico. “Queríamos incorporar movimiento”. Los Autómatas son personajes mecánicos

que se accionan con manivelas y, por ejemplo, abren sus ojos a través de un dispositivo hecho con alambres. Están pintados a mano y representan figuras diversas: el famoso hombre que llora con la sopapa en la cabeza de la tapa del disco de Almendra, o un simpático bigotudo de traje a cuadros, son algunos de los motivos. Con el subsidio de la CAF se contrató un curso con Hernán Lira, artesano especializado en este tipo de juguetes, para hacer una primera aproximación al mundo de los autómatas. Más tarde, con la capacitación en carpintería de Rolando Belardo y con los propios emprendedores, se investigaron los rudimentos de esa técnica para hacer las primeras pruebas. Hoy ya forman parte de la producción estable de la Fábrica de Juguetes de El Obrador.

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«Mientras otros fabrican ajuares, juguetes o un espacio para reunir a jóvenes y adultos; mantenimiento fabrica y resguarda cada día ese mismo lugar, fiel a su identidad y con espíritu solidario».


El gran taller

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Ramón Ortigoza y Víctor Romero trabajan en El Obrador desde mucho antes de que fuera un centro cultural. Cuando era un “juntadero” –como dice Víctor–, es decir cuando se juntaba allí la gente sin ninguna tarea organizada. Primero fueron porteros, cuidaban el predio. Cuando Marcela Valdata fue designada a cargo del lugar, empezó a organizarse el área de Mantenimiento, que incluye trabajos básicos de electricidad, albañilería, carpintería, soldadura y pintura. En 2011 se sumó al equipo Alejandro Medina, con tareas vinculadas al mantenimiento del predio. Muchos de esos trabajos partieron del aprendizaje que hicieron Ramón y Víctor en los talleres de oficio que se dictan en El Obrador. Su tarea también incluye la resolución de cuestiones técnicas que permiten el funcionamiento de todos los talleres, la disposición de los espacios para las actividades y la conservación del predio, lo que implica trabajos vinculados a desagües, luz y agua; poda y corte de césped. Por lo general invisibilizada cuando no funciona bien, el área de Mantenimiento de una institución muestra un lugar, una producción, un modo de trabajo, sin mostrarse. Pero en El Obrador, Mantenimiento reproduce de alguna manera la mecánica de apropiación de experiencias, saberes y materiales con las que el Centro Cultural se inserta en su comunidad y en la ciudad. Así, el área vendría a funcionar como uno más de sus talleres. Mientras otros fabrican ajuares, juguetes o un espacio para reunir a jóvenes y adultos; Mantenimiento fabrica y resguarda cada día ese mismo lugar, fiel a su identidad y con espíritu solidario.

Con camillas viejas del Hospital Municipal Roque Sáenz Peña, Ramón y Víctor construyeron una zorra para transportar cosas pesadas; con basureros y reflectores en desuso de una cancha de fútbol, hicieron basureros y mesas para el exterior; con cabreadas descartadas por el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), a las que soldaron y dieron forma de estructura rectangular, levantaron el techo en galería del área Taller. Con caños del Hospital Sáenz Peña, fabricaron percheros para colgar ropa en el Roperito; con ménsulas angulares descartadas de los museos Histórico Provincial Julio Marc y Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, construyeron armazones para el soporte y la protección externa de los equipos de aire acondicionado; con caños del museo Histórico Provincial, construyeron el portón de ingreso a El Obrador; con módulos de MDF (fibrofácil) provenientes del Histórico Provincial, el Castagnino y el CEC, hicieron muebles para la oficina, mesas de trabajo para los talleres y para el SUM del Centro de Salud Toba y la bajomesada para la casa de una vecina del Centro Cultural. Con una cama elástica del Centro de Protección a la Infancia (CPI), fabricaron el minitrampolín para el taller de Acrobacia, los portones del área Taller y de acceso a la huerta; con los tachos de dispensers de agua hicieron cestos de basura para distribuir en escuelas y centros de salud de la zona, cortaron tejas y lámparas para los talleres de reutilización de Leonardo Casal y Valentina Rondinella.

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REUTILIZACIÓN

Reutilizar es darle una nueva utilidad a un objeto: un vasito de plástico se convierte en macetín o un sachet de leche se transforma en material para crear un bolso o una billetera. Reutilizar implica poder ver más allá de las posibilidades establecidas de cada objeto, es un proceso creativo. Reciclar conlleva en cambio un proceso químico: se descompone el material –se diluye el plástico o el papel– para que vuelva a ser materia prima destinada a una función que podría ser la misma o similar. “En El Obrador reutilizamos”, explica Mariela y recuerda cuánto costó que se utilice el término correcto entre los propios integrantes del Centro Cultural. “Uno tiende a asociarlo con el reciclado cuando no se conoce la diferencia”, agrega. Poner a circular nuevamente los objetos que forman ya parte del mundo acarrea un compromiso ecológico; en parte porque implica un cuidado de la naturaleza, en parte porque permite un ahorro en insumos para producción y, también, porque aporta a un cambio de escala mayor: posibilita repensar todo el sistema de consumo y desecho desde una lógica ecologista amplia. En El Obrador el concepto de basura tiene muchas excepciones.

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«En la Fogata de San Juan puede apreciarse también la trama que se teje en El Obrador: mezcla de rito ancestral, fiesta popular y encuentro de barrio... En el ritual funde y funda lo colectivo en su oleaje de llamas».


Fogata de San Juan

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El último viernes de junio de cada año, y desde el 2009, en El Obrador se lleva a cabo la Fogata de San Juan. El festejo se popularizó en el barrio y convoca a todos los vecinos a acercarse al fuego para quemar todo lo malo y recibir lo nuevo con alegría y deseos. Desde la señora de Corrientes que siempre incendia sus alpargatas, hasta la quema de palo santo de la comunidad qom, asociada a la celebración del Inti Raymi (fiesta del sol), realizada originariamente por los pueblos andinos con la llegada del solsticio de invierno, las maneras de concebir la ceremonia son plurales y unen a qom, guaraníes y roq’she –término que en qom designa al criollo, al que habla una lengua no originaria). Al ser uno de los acontecimientos más importantes de El Obrador, en el encuentro se aprovecha además para mostrar los talleres en curso, invitar a participar de ellos y hacer actividades recreativas con los niños y los jóvenes que, en el tradicional festejo pagano de San Juan, son los principales destinatarios del gran juego del fuego. En la Fogata de San Juan puede apreciarse también la trama que se teje en El Obrador: mezcla de rito ancestral, fiesta popular y encuentro de barrio. Surgido en ese contexto de urbanidad misturada, propia y ajena a la vez, a veces mansa, diluida por las calles de tierra, la hora de la siesta y el saludo en el almacén. Se escucha cumbia, se baila hip hop y se habla en lengua qom o guaraní. Hay mujeres, niños, ancianos y adolescentes; hay tonadas, charlas sobre las costumbres, las creencias y los saberes más diversos. En el ritual se funde y funda lo colectivo en su oleaje de llamas. 89



CRUCES E INTERCAMBIOS

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La dinámica y la versatilidad del trabajo que se realiza • Mayorista San Luis en el Centro Cultural El Obrador hacen imposible que • Atuendos • Fundación Diario La Capital este catálogo esté actualizado. Desde su creación, el espacio intercambió y cruzó expe- • Escuela de dibujo Carlos Barocelli riencias, conocimientos, productos y servicios con algu- • Asociación Médica de Rosario, espacio cultural • Asociación Israelita nas de las siguientes instituciones: • Los programas municipales ceroveinticinco y Rosario • Mercado de Productores de Rosario • ONG Cilsa Más Limpia • Centro de Desarrollo Infantil y Promoción Familiar (CE • Instituto Superior de Comunicación Visual de Rosario • Museo de los Niños, Alto Rosario Shopping DIPF) • Escuela provincial para sordos y especial Nº 2040, • Centros de Convivencia Barrial 23 de Febrero y Vía Honda • Centro Cultural Roberto Fontanarrosa • Centro de Estudios Latinoamericanos Ernesto Che Guevara (CELCHE) • Área de Epidemiología de Salud Pública municipal • Complejo Astronómico Municipal de Parque Urquiza • Festival Internacional de Poesía de Rosario (Ministerio de Innovación y Cultura provincial y Secretaría de Cultura municipal) • Centro de Expresiones Contemporáneas, Fábrica Infinita • Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto • Centro Cultural Parque de España • Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino • Museo Histórico Provincial de Rosario Julio Marc • Ente Turístico Rosario • Ciudad de los Niños • Biblioteca Pública Municipal José Manuel Estrada • Feria del Bulevar • Editorial Municipal de Rosario • Vecinal 23 de Febrero • Comparsa Libertad 93


AGRADECIMIENTOS • Pablo López, CAF • Martín Prieto, CCPE • Virginia Russo, CCPE • Silvia Andrea Camardo, CCPE • Valeria Brusco • Luisina Finos, Fundación Minetti • Gustavo De la Vega, Mónica Gárate, Pablo Martín y Graciela Ceconi, Instituto Superior Comunicación Visual • Silvana Schultze, Federico Fernández Salafia y Héctor De Benedictis, CEC

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SUMARIo

7 • Prólogo por Horacio Ríos 8 • Una fábrica de bienes culturales 16 • Objetos traducidos 21 • Locación 23 • Tramas 35 • Trabajo Cooperativo 37 • Ecobolsas 41 • Desandar la mirada 43 • Lámparas, tachos, alforjas 46 • Documentación fotográfica 57 • Roperito 65 • Diminutivos 67 • Juguetes originarios|originales 81 • El gran taller 85 • Reutilización 87 • Fogata de San Juan 93 • Cruces, interacciones 94 • Agradecimientos

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