Todo empieza con un sueño

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Jaime Viñals




Prólogo

TEXTO

Jaime Viñals

FOTOGRAFÍAS

Jaime Viñals

EDICIÓN

Susana Reyes

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN

Jimena Pons Ganddini

IMPRESIÓN

Mayaprin

Cuántas veces no hemos escuchado la metáfora de que la vida es como subir una montaña, que hay que escalar hasta lo más alto de nuestras posibilidades para poder lograr nuestras metas y así muchísimas que aluden a la idea de subir y subir… No son erradas, al contrario, son hermosas formas de decirnos que nuestro ascenso es ilimitado si así nos lo proponemos. Algo de esto nos dice Jaime Viñals en este libro que sin duda degustarán en todos sus sentidos. Aquí Jaime nos demuestra cómo se tomó la metáfora en serio. Desde sobrellevar su miedo a las alturas, hasta ascender, literalmente, a lo más alto del mundo para lograr su propia meta. Pero algo me llamó más la atención a cada momento de esta lectura y sus diarios de viaje: el verdadero reto está en los descensos. Cómo bajamos nuevamente para tomar impulso y no perder en ello el entusiasmo y la energía que nos hace ir cada vez buscando picos más altos en nuestras metas personales. Entre la realidad y la metáfora, este libro nos hará viajar, conocer, comprender, involucrarnos y sentir, desde el frío y el calor agotadores, hasta la más genuina felicidad y el más inmenso deseo de continuar subiendo y bajando, creciendo y aprendiendo a ser mejores seres humanos en este planeta impresionante y arrollador al que le debemos tanto y pocas veces somos capaces de agradecer su grandeza. Preparen sus sentidos, sus emociones y el deseo infinito de ascender por cualquier montaña que nos presente la vida.

Susana Reyes


Índice

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PASARON YA 20 AÑOS DE HABER ALCANZADO LA CIMA DEL MONTE EVEREST PAG 214


JAIME VIÑALS

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JAIME VIÑALS

Todo empieza con un sueño Entre tú y yo, jamás me gustó que mis amigos se rieran de mí. Se burlaban de mi miedo a las alturas, sentía vértigo hasta aquellas que ahora me resultan familiares y fáciles. pero fue el miedo mismo el que me enseñó a emprender la vida desde abajo. Poco a poco descubrí que las grandes hazañas estaban matizadas de detalles pequeños; que las grandes jornadas habían empezado con unos pocos pasos. Quise saber qué se siente escalar una montaña. La verdad, no fue tan fácil llegar a este descubrimiento. Fue con un grupo de amigos que logré el sueño de subir por primera vez: teníamos curiosidad de entender la razón por la cual otros disfrutaban la aventura de ir a pasar hambre, frío, incomodidades y un ambiente ajeno. Empecé a subir montañas en diciembre de 1987. La altura me provocaba temblor de piernas e, incluso, llegaba al extremo de no poder moverme frente al vacío. Así que, un día, me dije a mí mismo que encontraría la manera de superar esa limitación. La receta no la conocía bien, pero intuía que el ingrediente fundamental era enfrentarme con mi miedo y con sus cau-

“Ya no le tengo miedo al miedo, que es lo más importante. Digamos que ahora, si siento miedo de algo, sé cómo encarar mejor el sentimiento y sacarle provecho al máximo, como para haberme atrevido a conquistar las cumbres más altas y difíciles.”

sas. Así, empecé subiendo montañas donde hubiera paredes de dos a tres metros de altura. Y, aunque me sintiera cómodo en esa altura, bajaba y volvía a subir. Gradualmente, fui buscando montañas con paredes más y más altas, hasta de entre mil a mil quinientos metros de verticalidad, donde se hace necesario acampar colgado en hamacas especiales. El miedo quizá siempre va a acompañarme. Y ahora entiendo que eso es bueno para mí, porque no debo ser tan intrépido para descuidar mi integridad física. La lección es que ahora sé cómo manejarlo. Ya no le tengo miedo al miedo, que es lo más importante. Digamos que ahora, si siento miedo de algo, sé cómo encarar mejor el sentimiento y sacarle provecho al máximo, como para haberme atrevido a conquistar las cumbres más altas y difíciles. Por ahora, puede que te estés preguntando ¿qué tiene que ver alguien que sube montañas conmigo, con lo que realizo día a día? Y sí, tienes razón. En apariencia, tu forma de vida y la mía son muy diferentes. Sin embargo, hay muchos aspectos en los cuales tú y yo nos parecemos mucho. Uno aspecto es la actitud con la cual enfrentamos el miedo natural a las situaciones nuevas. Otro es enfrentarnos a la vida cotidiana. Otro más resulta de la capacidad para integrarnos con otras per-

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sonas para trabajar eficientemente en equipo. También coincidimos en nuestro deseo de ser constantes en el proceso de preparación para alcanzar todas las cumbres que nos hemos propuesto. Quizá el más importante resulta ser esa lucha interna que libramos a menudo entre nuestros lados positivo y negativo. Personalmente, tengo un lado negativo que siempre me insta a no mejorar, a conformarme con lo que he logrado, a no superarme, incluso me insta a tener una baja autoestima. En una palabra, me invita a ser mediocre. Afortunadamente, tú y yo tenemos también una parte positiva que se contrapone a este sentimiento negativo. Ese lado que nos impulsa a mejorar constantemente, a adaptarnos a las condiciones que nos toca vivir y a tener una actitud positiva y agradecida hacia la vida. Aquel día tan especial de mi primera ascensión al volcán Tajumulco, en Guatemala, se me manifestó una parte negativa que me decía cosas como: “¡Estás loco!”, “¿Qué estás haciendo?”, “¿No estarías mejor y mucho más cómodo haciendo literalmente nada?”, “¿Qué tal quedarte haciendo lo mismo de siempre en tu casa?”, “Tienes que conformarte con eso”, “No vale la pena arriesgarse”. Cuando ya estaba cediendo a tan convincentes razones, mi lado positivo em-

pezó a decirme todo lo contrario… “¡Qué hermoso paisaje tienes ante tus ojos!”, “¿Cuándo habías respirado aire tan puro?”, “Qué brillante oportunidad tienes de darte cuenta de si eres capaz o no de alcanzar esta meta”, “Eres dueño de tu voluntad”, “Si llegaste ya tan lejos, ¿qué otros obstáculos serás capaz de vencer?”. Así conquisté la cima del volcán Tajumulco. Me impactó tanto esa experiencia que quise volverla a vivir y me tracé mi primera meta que se convirtió, casi simultáneamente, en mi primer sueño: alcanzar la cumbre de todos los volcanes guatemaltecos. En total, el Instituto Geográfico Nacional de Guatemala registra treinta y siete volcanes. Uno por uno, los fui subiendo, descubriendo lugares bellos y extraños, experimentando nuevas sensaciones, descubriendo con humildad capacidades en mí que aún no conocía, teniendo en cada una de estas cumbres etapas de aprendizaje muy importantes, aprendiendo, por ejemplo, a saber caminar. Sí, dije “saber caminar”. Quienes tenemos esa suerte podemos creer que ya no tenemos nada qué aprender, porque lo estamos haciendo desde muy pequeños. Y sí, hay razón; pero solo si consideramos que hemos aprendido a caminar en planos horizontales y sin obstáculos. No estamos acostumbrados a trasladar-

Jaime Viñals entrenando en las laderas del volcán de Pacaya, Guatemala.


“SI NOS PREGUNTAMOS, ENTONCES, CÓMO NOS PARECEMOS TÚ, YO Y EL RESTO DE LAS PERSONAS, TE DIRÉ QUE CONSIDERO QUE EL DENOMINADOR COMÚN EN LAS VIDAS DE LOS SERES HUMANOS ES EL SUEÑO DE METAS POR ALCANZAR.”

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nos por pendientes de diferente ángulo y enfrentando obstáculos en el camino. Hasta para subir a un segundo nivel de un edificio, utilizamos ascensores o escaleras que también son planos horizontales. Esto provoca que nuestros músculos ya estén desadaptados a escalar terrenos como los de un volcán. Yo tuve que aprender a caminar con ese tipo de dificultad. Poco a poco empecé a mejorar mi condición física y a fomentar en mí el deseo de ir alcanzando cumbres. Con el tiempo, lo fui haciendo de una manera disciplinada y constante. Conforme subía cada una de estas cumbres, me di cuenta de que esto podía ser una forma de vida. Mi forma de vida personal. Posiblemente, muy diferente a la de la mayoría de personas; pero, en última instancia, una forma de vida que había forjado a partir de un sueño. Si nos preguntamos, entonces, cómo nos parecemos tú, yo y el resto de las personas, te diré que considero que el denominador común en las vidas de los seres humanos es el sueño de metas por alcanzar. Las diferencias empiezan en cuanto los sueños varían, se diversifican, nos personalizan. Todos empezamos de cero en cualquier actividad y progresivamente acumulamos experiencia y conocimiento en el tema. Estos factores proporcionan la pauta del rumbo que debemos seguir, del camino que queremos seguir para alcanzar nuestros sueños.

Es importante entender que todo lo que emprendemos representa un largo y emocionante proceso de crecimiento en la vida. Especialmente, que no vamos a llegar y a conquistar nuestros más caros anhelos en los primeros días. La humildad y la paciencia son una lección que hay que aprender más temprano que tarde. Es decir, hay que estar conscientes de que los caminos más largos empiezan por el primer paso. Esa primera vez que tuve el privilegio de subir hasta la cumbre del volcán Tajumulco, nunca me pasó por la mente el escalar el monte Everest. En ese momento, esa idea era aparentemente imposible, ya que todo sueño conlleva un proceso de aprendizaje y de crecimiento. Después de un año y medio, aproximadamente, había escalado las treinta y siete cumbres de Guatemala. No obstante, mi ansia de subir y conocer nuevas cumbres no cesaba. Por el contrario, soñaba con seguir adelante: quería escalar nuevas montañas y volcanes, deseaba conocer nuevos horizontes, emprender nuevos rumbos, respirar aires lejanos, continuar en la búsqueda de mí mismo. Entendía perfectamente que debía estar consciente de la realidad que vivía en ese momento. Es decir que, en aquel entonces, yo subía montañas como las que hay en Guatemala: cumbres que se pueden escalar

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en cualquier época del año porque son montañas y volcanes que no requieren mayor preparación técnica o el uso de equipo especial como cuerdas o equipo de escalada sofisticado. Lo único que se necesita en ese caso es tener una condición física aceptable, cuidarse de la lluvia y el frío así como de no perderse de los senderos ya trazados por otros antes de nosotros desde hace tiempo atrás. Eso era lo que yo sabía hacer en aquel entonces. Estaba consciente de mi realidad. Con base en ella, mi siguiente sueño fue alcanzar la cima de las cumbres más importantes de toda la región centroamericana y de los principales países del Caribe. Poco a poco fui conociendo las cimas de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Cuba, y Puerto Rico. Este sueño regional lo logré concluir en poco más de un año de constante trabajo y adaptación a los cambios en cada país. Alcanzar esta nueva meta me dio la oportunidad de darme cuenta de que, cada vez más, quería conocer nuevas y más desafiantes cimas. De este período inicial conservo muchos buenos recuerdos. A pesar de que las cimas no eran las más altas, siempre fueron importantes. Estos primeros pasos en el montañismo constituyeron los peldaños iniciales de una escalera que no sé dónde termina. No quisiera pensar que vivo para llegar a la parte más

alta de ella. Cada escalón es un fin y es un medio en sí mismo. Al alcanzarlo, me brinda la experiencia y el conocimiento necesarios para alcanzar el próximo peldaño. Pero, he aprendido a disfrutar cada paso, a ser feliz en el camino, a no dejarme vencer por la ansiedad por lo que vendrá. Estoy atento a la lección de cada día, de cada logro o fracaso, de cada nueva cima. Esa intuición me permitió valorar, durante mis primeras escaladas, muchas experiencias que marcaron mi vida, como la de conocer a la dulce montañista incansable con quien comparto los sueños, la vida y nuestros hijos. Pensando en retrospectiva, y si recordamos la historia que les contaba al principio, estoy seguro de aquellos que se burlaban de mí igual hubieran tenido miedo en las situaciones azarosas que me tocó vivir. Quizá ellos hacían gracia de mi debilidad para esconder las suyas. Intentar llegar a las alturas que yo conquisté requiere mucho miedo; ólo que traducido en respeto por la naturaleza, en paciencia para comprenderla, en humildad ante mi condición finita, en agradecimiento a Dios y a la Alta Montaña por dejarme entrever los paisajes más profundos del mundo y del alma humana; ver todo como el hogar de Pachamama. Pero eso es parte de la siguiente historia.

Cráter del volcán Tajumulco, a 4220 metros sobre el nivel del mar.


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El hogar de Pachamama

su cumbre, me dije a mí mismo: “a esto es a lo que me quiero dedicar dentro del montañismo… a la Alta Montaña”. A pesar de que en Guatemala no hay ninguna montaña nevada. Estaba tan entusiasmado con la idea, me apasionó tanto la experiencia, que ese mismo año encontré la forma de ir cuatro veces más a México para escalar de nuevo los nevados mexicanos.

Ritual de pago a La Pachamama. Es considerada sagrada y se dice que sólo las almas puras pueden escalarla.

A pesar de haber logrado conocer y escalar muchas cumbres en Guatemala, Centroamérica y el Caribe, mi ansia de subir nuevas montañas no cesaba. En el año 1989, tenía enormes deseos de conocer montañas con hielo y nieve, de experimentar con bajas temperaturas y resequedad ambiental, de visitar otros parajes naturales. En dos palabras: Alta Montaña. Lo más cercano a Guatemala, bajo esas condiciones, es México. Allá tienen tres nevados que superan los 5,000 metros sobre el nivel del mar. Zonas en las cuales verdaderamente se puede conocer la Alta Montaña. En enero del año 1989 subí el pico de Orizaba. Me impactó tremendamente. Tanto así que, luego de descender de

Al año siguiente (1990), tomé una decisión bastante importante dentro de mi carrera como montañista, la cual consistió en efectuar una travesía que duró poco más de tres años recorriendo la cordillera de los Andes. Una cordillera montañosa espectacular que se inicia por Venezuela, continúa por Colombia, recorre Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y termina en Argentina. Son 7,200 kilómetros de montañas nevadas cruzando fronteras invisibles de países creados por los seres humanos. Surcando también diferentes ambientes, altitudes, ecosistemas, poblados, maneras de pensar, formas de entender la vida... En ese lapso, logré ascender un buen número de cumbres nevadas en todos los países andinos tales como Chimborazo, Cotopaxi, Huascarán Sur y Norte, Nevado del Sajama, Tupungato, Ojos del Salado, Aconcagua, pico Bolívar y muchas otras más.

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Sin embargo, subir y bajar montañas no tendría tanta emoción si no fuera aprendiendo de las personas con las cuales me toca convivir. En cada caso, en cada nueva cumbre, el factor humano es decisivo para lograr mis metas. Saber escuchar a los demás es otra gran lección que me ha dado el montañismo. No hay nadie, pequeño o grande, que no pueda compartirnos una experiencia, un consejo o un pensamiento de los cuales vayamos a echar mano en algún momento.

del glaciar del monte, donde, para mi gran sorpresa, César se quitó parte de la ropa. Mayor fue mi susto cuando vi que se empezó a revolcarse en la nieve concienzudamente. En ese momento pensé que estaba en problemas porque iba a acompañado de un loco y así no podría llegar muy lejos en mis aspiraciones cumbreras en aquella región. Incluso, pensé que si lo que él quería era suicidarse aquí, entonces, lo mejor para mí era descender y buscar a alguien más con quién escalar.

Recuerdo una experiencia vivida en la zona norte del Perú. Existe allí una enorme porción de los Andes llamada Cordillera Blanca, que es una de las zonas más espectaculares de la cordillera de los Andes.

“No hay nadie, pequeño o grande, que no pueda compartirnos una experiencia, un consejo o un pensamiento de los cuales vayamos a echar mano en algún momento.”

En esa región, logré escalar once montañas diferentes con un gran andinista peruano, César Hinostroza. Él es de origen quechua, lo cual significa que es descendiente de la milenaria cultura inca. Pues resulta que César, como su gente, tiene un interesante concepto, muy diferente al mío, del significado de subir montañas. De esto me di cuenta casi desde el principio, en la primera montaña que subimos, conocida como el monte Artesonraju, una experiendia de escalada espectacular ante un paraje majestuoso. Aquel día, antes de iniciar la sección técnicamente difícil, entramos a una zona

No me animaba a hablar hasta que, muy preocupado, le pregunté la razón por la cual estaba haciendo eso. Cuando escuché su respuesta no podía salir de mi asombro. César me explicó que tenía un “problema” o más bien una “situación delicada” en ese momento. Resulta que para César y para su gente, estas maravillosas montañas y sus cumbres son el hogar de Pachamama, la diosa de la Tierra. Es decir, que estas montañas son lugares sagrados, a los cuales solamente pueden llegar personas que ante los ojos de Pachamama tengan el alma pura.


“LA ESPECIAL LECCIÓN DE VIDA QUE ME DIO ESTA EXPERIENCIA FUE DARME CUENTA DE QUE UN MISMO TRABAJO, UN SENCILLO HECHO, PUEDE VERSE DESDE MUCHOS PUNTOS DE VISTA.”

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Los glaciares y la nieve de las partes medias de las montañas forman parte también de este hogar de Pachamama y no debe ser cruzado por seres “impuros”. ¡El problema de César era YO! Iba acompañado de alguien “impuro” que era YO y, por lo tanto, tenía que hacer un “sacrificio” ante los ojos de Pachamama para que no se enojara con nosotros y provocara avalanchas que nos pudieran costar la vida. La especial lección de vida que me dio esta experiencia fue darme cuenta de que un mismo trabajo, un sencillo hecho, puede verse desde muchos puntos de vista. “La relatividad, —entonces— no era asunto matemático”, pensé. Se refiere al hecho de que no hay verdades absolutas. Y eso está bien. La uniformidad devendría un poco tediosa y aburrida. Una misma forma de pensar con todos los demás seres humanos sería catastrófica.

Yo no comparto las creencias que tiene, aunque las respeto y acepto. La verdad de César, su razón para escalar montañas, no son mi verdad ni mi razón. Me doy cuenta de que los dos escalamos montañas pero las razones por las cuales lo hacemos, lo que hemos tenido que aprender para hacerlo, lo que esperamos obtener a través de la escalada de estas cumbres y la manera en cómo va a marcarnos espiritual y físicamente son muy diferentes. Llegamos a la conclusión, así, de que cada quien tiene su propia realidad y su propia forma de ver el mundo. Debemos entender la importancia de tener intercambios con otras personas y sacar de dichas reuniones la oportunidad de aprender lecciones nuevas, de vislumbrar puntos de enfoque distintos al nuestro.

No tendríamos visiones diferentes, ideas que aplaudir en otros, conceptos que compartir con los demás, proyectos nuevos que proponer. El verdadero reto consiste en darse cuenta de que ninguno de nosotros tenemos la Verdad, así con mayúsculas, sino verdades propias, personalizadas, individuales.

Debemos ser capaces de aprender de las experiencias de otras personas. No debemos limitarnos y pensar que sólo tenemos la posibilidad de enseñarles a otras personas lo que nos ha tocado vivir. A lo mejor, poder entender este hecho tuvo que ver con el sacrificio de César.

La inmensa variedad de verdades en el mundo resulta enriquecedora y emocionante de explorar y de conocer. Así, el concepto que tiene César del montañismo no es el mismo que el mío.

No soy supersticioso, más bien me considero un científico, un explorador del universo. Pero también creo que la esencia humana se encuentra justo en su centro; así que reconocer sus diferentes parajes

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Todo empieza con un sueño Cordillera Blanca, en el norte de los andes peruanos.

y asombrarme ante ellos también forma parte de mi aprendizaje de vida. Algún día aspiro a afirmar como Wilde que “nada de lo que es humano me es ajeno.” En ese sentido, también aprendí que tener la disposición de aprender de los demás y de enseñar a los demás, en un intercambio que nunca termina, nos proporciona más herramientas para luchar y nos da más claves para entender nuestro trabajo, por humilde que sea. Quién sabe si en determinado momento de mi vida diré: “Tal vez, en esta oportunidad, debería escalar usando la técnica de ascenso de mi amigo César, porque en esta situación determinada parece ser mejor que mi propia técnica”; o bien, algo como: “pienso que aquí no se aplica la forma mía de entender lo que significa escalar montañas, a lo mejor la manera de César...” Con la experiencia y la reflexión anterior, sencillamente deseo transmitirte que una capacidad importante para adaptarnos al mundo con mayor fluidez, desde jóvenes, es trabajar constantemente en la humildad y en el aprecio de todo el caudal de ideas nuevas que tienen los demás para compartir con nosotros. Esa es la gran lección que me me dio César Hinostrosa, el montañista quechua, aquel día perdido en el tiempo y en la nieve, en el gélido hogar de la diosa Pachamama.


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Otro reto, un nuevo sueño

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En 1994 supe de un reto que muy pocas personas en el mundo han logrado. Es conocido internacionalmente como Las Siete Cumbres del Mundo y consiste en alcanzar la cima más alta de todos los continentes que hay en el planeta Tierra. Gracias a un mapamundi que conseguí en la capital del reino de Nepal, Kathmandú, tuve una idea general de este impresionante y difícil desafío. Comprender este reto a fondo implicó bastante estudio y disciplina de mi parte. La universidad me había proporcionado las herramientas necesarias para saber investigar, así que puse manos a la obra. Parecía un poco aburrido tener que aprender datos estadísticos, descripciones climáticas y detalles topográficos. No obstante, estaba seguro de que emprender este nuevo sueño sin estos conocimientos resultaría peligroso. El conocimiento y el estudio me han llevado siempre por buen camino. Hasta los datos que menos creo que van a servirme me han sido de gran utilidad. Y te comparto este hecho porque sé que, en ocasiones, el ímpetu de la juventud nos

priva de la paciencia necesaria para adquirir los conocimientos que van a conformar nuestro bagaje cultural. Así que, esta vez, como te toca a ti seguramente, como nos toca a todos en algún momento, me senté a estudiar. Al adentrarme poco a poco en la investigación, descubrí datos fascinantes y, especialmente, muy valiosos para mi desenvolvimiento en esos territorios desconocidos hasta ese entonces. Esta información nunca saldrá en las fotos de mis hazañas de escalador, porque como en un témpano, queda sumergida en lo más profundo. Así debería ser de sólido el conocimiento que cualquiera acumule sobre algo que debe o desee hacer. Los siete continentes del mundo son tierras emergidas que abarcan apenas la tercera parte de la superficie terrestre, o sea un 29 %, mientras que los dos tercios restantes están ocupados por las aguas de ríos, lagos y océanos, un 71%. En general, se observa una preponderancia de la masa sólida sobre la líquida en el hemisferio norte, en tanto que en el hemisferio sur, la proporción se invierte. Los siete continentes del mundo son tierras emergidas que abarcan apenas la tercera parte de la superficie terrestre, o sea un 29 %; mientras que los dos tercios restantes están ocupados por las aguas de ríos, lagos y océanos, un 71%. En general, se observa una preponderancia de

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la masa sólida sobre la líquida en el hemisferio norte, en tanto que en el hemisferio sur, la proporción se invierte. La concentración de las tierras emergidas se hace evidente cuando se limita con un círculo máximo la casi totalidad de las marcas continentales, y al separar el denominado hemisferio continental del hemisferio marítimo. Por razones geográficas e históricas, tradicionalmente, se han dividido las tierras emergidas en siete grandes partes:

10 520 165 44 177 011 30 284 091 24 239 878 17 842 605 30 284 091 8 944 571 KILÓMETROS

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KILÓMETROS

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OCEANÍA & AUSTRALIA

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ANTÁRTICA

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CENTROAMÉRICA, CARIBE & SURAMÉRICA

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ÁRTICO & AMÉRICA DEL NORTE

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EUROPA ASIA ÁFRICA

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Europa y Asia integran en realidad una sólida masa continental, llamada Eurasia. No obstante, Europa se estudia como un continente separado, y ello se debe a su evolución histórico-cultural que le ha dado una posición de liderazgo dentro de la historia de la humanidad. Su mayor cumbre es el monte Elbrus.


“LAS ALTAS CORDILLERAS SON VERDADERAS BARRERAS CLIMÁTICAS AL IMPEDIR EL PASO DE LOS VIENTOS HÚMEDOS, COMO ES EL CASO DE LA CORDILLERA DE LOS ANDES O DE LOS HIMALAYAS.”

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África (que hasta 1869 estuvo unido a Asia por el istmo de Suez, antes de que se abriera el canal homónimo) también está muy próxima a Europa, separada tan sólo por el estrecho de Gibraltar (15 kilómetros). Su mayor cumbre es el monte Kilimanjaro. Oceanía se caracteriza por la dispersión de sus tierras, pues está constituida por infinidad de islas diseminadas por el océano Pacífico, de diverso origen, tamaño y posición geográfica. Entre sus tierras destaca Australia, demasiado grande para considerarse una isla: algunos estudiosos la clasifican como continente. Sus mayores cumbres son el monte Kosciusko y la Pirámide del Carstensz. América se encuentra netamente separada del resto de las tierras emergidas, lo cual explicaría la tardía toma de contacto cultural por parte de los europeos; sin embargo, Alaska está muy próxima al nordeste de Asia e, incluso, ambos continentes llegan a unirse cuando se congela el mar que rodea el arco de las islas Aleutianas. De acuerdo con algunas teorías, esta circunstancia fue aprovechada por los pueblos prehistóricos que emigraron de Asia para poblar América. Algunos estudiosos consideran que América de por sí está dividida en dos continentes, porque existen dos placas continentales, una es América del Norte unida al Círculo Polar Ártico y Polo Norte, siendo su mayor cumbre el Mt. Denali, también conocido como Monte McKinley; y la otra parte está conformada

por América Central, Caribe y América del Sur, cuya mayor cumbre es el monte Aconcagua. Antártica es el continente que se encuentra casi enteramente dentro del Círculo Polar Antártico y cuyas condiciones climáticas lo mantienen cubierto de una gruesa capa de hielo, por lo que carece de fauna y flora, salvo en las costas y el mar que lo rodean. Su mayor cumbre es el monte Vinson. Las estructuras geológicas de los continentes están formadas por la unión de los macizos muy antiguos de rocas muy rígidas (escudos canádico y báltico, africano, etc.); plegamientos de edad intermedia correspondientes a las cordilleras o cordones montañosos hercínicos (Apalaches, macizo Renano, etc.); y las grandes cordilleras terciarias caracterizadas por su juventud, por su elevada altura y por su inestabilidad, manifestada en la importante actividad sísmica y volcánica de estas zonas (Andes, Alpes, Himalayas, etc.) La configuración de los climas en los continentes es el resultado de una interrelación entre varios factores, como latitud, relieve y cercanía al mar, los que condicionan la distribución de los elementos climáticos (temperatura, vientos y precipitaciones). Así vemos que las áreas que se hallan sobre el ecuador, cerca del nivel del mar, gozan de un clima muy cálido y húmedo; pero a la misma latitud, sobre los Andes

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ecuatorianos o sobre el Kilimanjaro o sobre la Pirámide del Carstensz, hay nieves permanentes. El mar es un moderador de temperaturas, su cercanía puede resultar positiva, como la acción de la corriente cálida del Golfo para las costas noruegas; o negativa, como la corriente fría del Labrador para las costas norteamericanas. Las altas cordilleras son verdaderas barreras climáticas al impedir el paso de los vientos húmedos, como es el caso de la cordillera de los Andes o de los Himalayas. La escasez de precipitaciones origina los climas desérticos, situados generalmente a la latitud de los trópicos (Sahara, Kalahari, etc.). La vegetación está estrechamente ligada a las regiones climáticas, aunque la acción del hombre ha modificado su desarrollo natural y ha alterado la distribución de las especies vegetales en la superficie de la Tierra.

Sin embargo, un grupo de geógrafos afirma que aunque esta montaña, por su altura, es la más alta de Oceanía, no puede ser la más alta de este continente porque se encuentra ubicada en una isla. Para ser la cima más alta de un continente debiera encontrarse dentro de la plataforma continental respectiva. Para este grupo de geógrafos, la plataforma continental de Oceanía es Australia, por tanto la cima más alta, para ellos, es el Monte Kosciusko, ubicado al sur en los Alpes Australianos.

Una descripción somera de las regiones y las cumbres más altas de cada continente es la siguiente:

Ambos grupos tienen cierto grado de razón en lo que quieren argumentar. Esto ha generado que internacionalmente existan dos listas de los escaladores que han alcanzado Las Siete Cumbres del Mundo. Unos que lo han hecho subiendo el Monte Kosciusko y otros que lo han hecho subiendo la Pirámide de Carstensz. A mí no me convencía esta discordia y me decía: “No vaya ser que un día de estos se pongan de acuerdo”, así que resolví por una decisión que consideré salomónica: escalar las dos cumbres en cuestión...

1) Oceanía

2) África

Es un continente formado de grandes islas y su cima más alta es la Pirámide del Carstensz, ubicada en la isla de Nueva Guinea, dentro de la porción de la isla administrada políticamente por Indonesia y llamada Irian Jaya. Esta isla se encuentra al norte de Australia.

El famoso continente negro, su cima se encuentra sobre un volcán extinto maravilloso, de casi 6000 metros sobre nivel del mar, llamado monte Kilimanjaro o Kilii, tal como le llaman los habitantes de las tribus masai.


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Es una montaña que se encuentra ubicada muy cerca de la frontera entre Tanzania y Kenia. Está completamente dentro del territorio de Tanzania, es un volcán situado dentro de una región subtropical, caracterizada por profundos cambios de vegetación que les voy a describir más adelante cuando llegue a su ascenso. Se encuentra relativamente cerca del lago más grande de África que es el famoso lago Victoria.

3) Europa El viejo continente, considera su cima más alta al monte Elbrus. Es una montaña ubicada en la cordillera del Cáucaso, sistema montañoso que recorre casi 3300 kilómetros de longitud. Geográficamente, divide a Europa de Asia. Seguramente, me podrías decir que has estudiado que el Mont Blanc es la cumbre más alta de Europa. Lo cual efectivamente era considerado como un hecho en los años setenta. La razón para esto fue que durante mucho tiempo no hubo acceso a la cordillera del Cáucaso para los habitantes del mundo occidental, pues esta cordillera estaba completamente dentro de la llamada Unión Soviética. Por esta razón, se aprendía un factor erróneo durante los años que duró la famosa Guerra Fría que dividió al mundo políticamente, se consideró al Mont Blanc el más alto. El Monte Elbrus se encuentra actualmente en la

actual frontera deentre la Federación de Rusia y la República de Georgia. El Mont Blanc, por su parte, se encuentra ubicado en la cordillera de los Alpes, entre Italia y Francia, y está considerada la cima más alta del occidente de Europa. El Mont Blanc tiene una altitud de 4810 metros sobre el nivel del mar, mientras que el Monte Elbrus tiene una altitud de 5642 metros sobre el nivel del mar.

4) Asia Es el continente más grande y coincidentemente también aquí se encuentra la montaña más grande y alta del planeta Tierra. Me refiero al monte Everest de 8848 metros de altura sobre el nivel del mar. Se encuentra en el corazón de la cordillera de los Himalayas, la más espectacular y grande del planeta, la cual recorre poco más de tres mil kilómetros entre el reino de Nepal, el reino de Bután, India, reino de Sikkim, el sur del Tíbet y parte de Pakistán. Es una montaña que requiere tres meses de expedición y, hasta el momento, ha sido para mí una de las más espectaculares que he tenido la suerte y privilegio de escalar. Pero los detalles de esa experiencia te los contarémás adelante.

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5) Antártida

7) América del Sur

El continente que Pablo Neruda llamó “la Catedral del Hielo”, un continente de cerca de 14 000 000 kms² donde no hay países, no hay ciudades, no hay pueblos, no hay aldeas ni aeropuertos hechos por el hombre. Su cima más alta es el macizo Vinson, con cerca de 5000 metros sobre el nivel del mar. Se encuentra en un sistema montañoso que fue bautizado con el apellido del primer piloto aviador que cruzó la Antártida, famoso aviador de apellido Ellsworth. De allí que el sistema montañoso se conoce como la cordillera Ellsworth, a apenas 415 kilómetros en línea recta del Polo Sur geográfico.

La cima más alta de esta enorme región del mundo es el famoso monte Aconcagua que está localizado en Argentina, apenas a seis kilómetros de su frontera con Chile, en un lugar conocido como el Paso de los Libertadores. Aconcagua es una palabra de origen mapuche que significa “centinela de piedra’’.

6) América del Norte Actualmente estáesta subdividida por los modernos geógrafos en dos subcontinentes, considerados que están separados en el canal de Panamá. La cima más alta de Norte América está en Alaska y es el mMonte Denali o McKinley. Una montaña que los antiguos habitantes de la zona (los aAtabascans) llamaban Denali, que significa “el más grande de los gigantes blancos”.

Tiene cerca de 7000 metros de altitud sobre el nivel del mar ( unos 21 500 pies). Es una montaña considerada no solamente como la más alta de América, sino la de todo el hemisferio Sur de nuestro planeta. Todos los datos que parecieran sencillos y meramente geográficos devienen muy importantes a la hora de hacer montañismo. En ocasiones, hasta la vida misma resulta depender de nuestra preparación y disciplina en la adquisición de toda la información posible. En cada caso, en cada nueva cima, intento tener un panorama bastante fiel de los datos geográficos, ambientales, topográficos, culturales y lingüísticos, entre otros, porque van a ser útiles en el momento menos pensado. Siempre considero que no hay conocimiento de más y que no hay errores, sino lecciones que aprender.


La primera etapa del gran sueño

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Desviarse de lo tradicional, en nuestro medio, resulta siempre un poco atemorizante, porque se sabe de antemano que no va a contarse con el beneplácito de los que te rodean. Aún así, la intuición me señaló con insistencia mi camino y no me permitió desviarme de él. Dedicarme a escalar Alta Montaña, al menos por algún tiempo, fue una decisión que marcó mi vida para siempre. La empresa no era fácil: escalar todas estas cimas que conforman el reto de Las Siete Cumbres del Mundo, representa, prácticamente, darle la vuelta al mundo. Naturalmente, una jornada como esa requiere un esfuerzo económico bastante importante y yo no tenía los medios. Lo único con lo que contaba en aquel entonces era mi sueño. La ilusión de subir las montañas más importantes del mundo. Cómo iba a hacerlo, no tenía la menor idea, así que estuve reflexionando un buen tiempo. Recuerdo haberme dicho algo como: “tengo un sueño y no voy a estar tranquilo hasta alcanzarlo. Debo buscar la forma de hacerlo realidad. No me puedo quedar sentado esperando a que los medios me lleguen a tocar la puerta. La posibilidad de lograrlo no va a ocurrir simplemente por arte de magia. La magia debo hacerla yo. Dependo de mi capacidad y estrategia para hacer realidad mi sueño”. Intuía que ir tras mi sueño me haría libre. De una manera bastante ingenua, pensé entonces que tal vez alguna institución

de gobierno querría ayudarme, y empecé a tocar puertas en instituciones gubernamentales. Por supuesto, nadie me ayudó. Después, me acerqué a las organizaciones de deporte organizado donde ni siquiera me abrieron la puerta. Luego, me acerqué a sectores diferentes. Allí tuve la oportunidad de que algunas personas, al menos, me dieran el tiempo para escuchar mis sueños y proyectos de escalar. De pronto, mirando el reloj, me interrumpían viéndome fijamente y me decían: “Mire, mejor váyase a trabajar, no me quite el tiempo si el único hielo que hay en Guatemala está en los congeladores. Cómo se le ocurre que va subir esas montañas...” Incluso otras personas me preguntaban: “¿Cuántas personas lo han hecho en el mundo?”, a lo cual yo respondía: “En 1994 eran dos personas, actualmente son 41.” Luego, agregaban: “Imagínese usted, siendo guatemalteco cómo se le ocurre que va a poder escalar esas montañas tan difíciles, si ni siquiera hemos ido a un Mundial de Fútbol, por qué piensa que vamos a poder apoyar un proyecto que es una causa perdida desde el principio...” Respuestas como esas y muchas otras fueron las que tuve en un principio. Percibía un enorme sentido de negatividad de parte de mis interlocutores. Una derrota que no comprendía. Poco a poco, empecé a darme cuenta de una realidad impresionante. Había, hay, una gran can-

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tidad de personas que no tienen sueños o que no han logrado los que tenían. Aunque este hecho suene increíble, es cierto. Muchos seres humanos van por allí viviendo sin mayor incentivo y sólo se dejan llevar por la corriente de las convenciones sociales, la rutina y sus obligaciones. Sin embargo, el problema no termina allí. Esa tremenda realidad no sólo los afecta a ellos sino a quienes les rodean. Es decir que, esa actitud incide en la manera cómo sus hijos y sus familias van a ver el mundo. Afecta también cómo van a reaccionar ante ideas nuevas, proyectos arriesgados. Se convierten en expertos en desbaratar los sueños ajenos, en anunciar el fracaso de los sueños de los demás. Cuando ya no había más qué decir entre estas personas y yo, les preguntaba si habían tenido algún sueño en su vida. Una chispa de nostalgia asomaba a sus ojos cuando me respondían afirmativamente, para apagarse inmediatamente cuando yo lanzaba mi próxima pregunta: “¿Y lo logró?” Esta pregunta generalmente se quedaba sin responder o se hacía de manera muy escueta y negativa. Todo esto me llevaba a pensar que no tenían derecho de cuestionar mis sueños si ellos no habían sido capaces de alcanzar sus propias metas. Yo no concibo la vida sin sueños. Aunque parezcan pequeños. Aunque suenen descabellados. Los sueños y la alegría

de vivir van de la mano. Yo te invito a que tengas sueños. A que no los clasifiques y no los descalifiques porque son pequeños, medianos o grandes. Atesora tus sueños, defiéndelos. Los sueños son el combustible, el aliciente, la fuerza que nos impulsa, nos hace sentir vivos, nos da una razón para existir y nos permite capacidades escondidas en nosotros, como la de soportar el sacrificio y el esfuerzo constante. Además, nos posibilita una visión clara del porqué y para qué estamos en este mundo. Recuerda que ningún destino es modesto. Toma las riendas del tuyo. Por mi parte, seguí luchando y me di cuenta de que no iba a conseguir el financiamiento necesario por ese medio. Entonces, tuve que adaptarme a mi realidad. Buscar los medios en un círculo más cercano. Decidí vender una moto que tenía y que quería mucho. Además, con familiares y amigos fuimos ahorrando el dinero necesario. Resulta que la familia y los amigos cercanos son, casi siempre, las personas que creen en tus sueños porque te quieren. Una satisfacción y una alegría muy grandes me llenaron el corazón: los míos estaban dispuestos a apoyarme. La libertad de ir tras mis sueños, entonces, se iniciaba con un esfuerzo en común de mi gente.

DE PRONTO, MIRANDO EL RELOJ, ME INTERRUMPÍAN VIÉNDOME FIJAMENTE Y ME DECÍAN: “MIRE, MEJOR VÁYASE A TRABAJAR, NO ME QUITE EL TIEMPO SI EL ÚNICO HIELO QUE HAY EN GUATEMALA ESTÁ EN LOS CONGELADORES. CÓMO SE LE OCURRE QUE VA SUBIR ESAS MONTAÑAS...”

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Rumbo a la Alta Montaña: el monte Aconcagua

Asenso invernal del Aconcagua, Argentina.

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Recuerdo que escasamente logré reunir el dinero necesario para viajar hacia la montaña más accesible económicamente desde Guatemala: el monte Aconcagua en Argentina. A mediados del mes de diciembre del año 1994, viajé de Guatemala hacia Mendoza, una preciosa ciudad, situada en las cercanías del Parque Nacional Aconcagua, donde se respira un aire muy mediterráneo. Allí se debe gestionar en una oficina el permiso que otorgan las autoridades para ingresar al Parque Nacional Aconcagua y de allí a la montaña.

En esa pequeña oficina conocí a un montañista polaco, que al igual que yo iba limitado económicamente. Así que nos decidimos a compartir los gastos de transporte, de alimentación, del mismo permiso y nos fuimos juntos a subir el monte Aconcagua. Cabe mencionar que el ascenso lleva de 10 a 12 días.

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Algo que me llamó mucho la atención en la etapa inicial fue darme cuenta de la enorme cantidad de personas que venían hacia abajo sin haber logrado llegar a la cima. De hecho, menos de un 20 % de las personas que intentan subir la montaña logran alcanzar la cumbre. Esta situación se repite a menudo en la vida cotidiana de muchas personas, en el sentido de que aspiran a alcanzar grandes metas pero no están dispuestas a prepararse para ello, a tener paciencia, a investigar y conocer, a adaptarse a las condiciones nuevas que se encuentran en el camino, a encarar situaciones que normalmente no están bajo nuestro control.

respondió, “porque allí hasta las mulas chillan…”. Si en aquella ocasión hubiéramos creído esa historia y la hubiéramos sumado a las condiciones difíciles a las cuales nos enfrentábamos, seguramente, nos hubiéramos dado la vuelta a casa o nos hubiéramos quedado dándonos un buen baño en aquel sinuoso río. Darse por vencido tiene que ver muchas veces con creernos las historias negativas de los demás o, aun, las propias. Esas que nos susurran al oído que no lo lograremos. Esas que no son otra cosa que nuestros miedos a vencer. Precisamente, eso pensaba allá en la cima de El Tobón, muchos pasos y varias horas después…

El asunto es adaptarse a estos sueños y a todo lo que representan. Recuerdo que una vez, cuando iba subiendo el volcán El Tobón en Jalapa, en el oriente de Guatemala, por primera vez me di cuenta de que el ascenso sería bastante extenuante. Había que caminar desde un lugar llamado El Rancho, en la carretera al litoral del Atlántico, atravesar una zona desértica y subir las montañas de Jalapa antes de empezar a escalar El Tobón. Todo esto bajo un clima muy caluroso y un terreno difícil. Al llegar al pie del volcán, encontramos un río para refrescarnos un momento. Una señora que pasaba por allí y supo de nuestras intenciones de escalar nos dijo con su característico acento del lugar: “Ustedes no suben allí”. Nosotros le respondimos que sí lo haríamos. “Pues no van a poder”, nos

Pero sí existe una diferencia entre el ascenso a una montaña como el Aconcagua y la vida normal de la mayoría de las personas, es que en el volcán la gente se muere fácilmente. Sin embargo, esto no ocurre porque la montaña sea asesina. La gente se muere allí por las mismas razones por las cuales no llegan a tener éxito en sus vidas. Tiene que ver con las decisiones que toman durante su existencia. Y si no me crees, voy a darte un ejemplo de esto. Mientras subía, En una ocasión, me vi forzado a refugiarme junto con mi compañero de ascenso. Estuvimos durante una semana en una tienda de campaña. Esto se debió a que nos atrapó una terrible tormenta con temperaturas de aproximadamente -25 ºC bajo cero. Los


JAIME VIÑALS Jaime Viñals subiendo las laderas nevadas del monte Aconcagua.

vientos que nos azotaban tenían una fuerza cercana a los 100 kilómetros por hora, con ela agravante de encontrarnos a una altitud de 6,000 metros sobre el nivel del mar. En comparación con situaciones de montaña en Guatemala, la temperatura más fría registrada acá ha sido de -9 ºC bajo cero en la cumbre del volcán Tajumulco a 4,200 metros sobre el nivel del mar. Otro ejemplo que puede ayudarnos a ilustrar esta situación es pensar en el congelador dentro del refrigerador que tiene una temperatura constante de -5 ºC bajo cero. Los vientos más fuertes en montaña en Guatemala se han registrado en el volcán de Acatenango a 3,976 metros sobre nivel del mar y fueron de 55 kilómetros por hora. Es decir, que las circunstancias que les describo eran de condiciones climáticas que jamás vamos a tener en Guatemala y Centroamérica. Era aqueélla una situación muy difícil, pero una que no solamente nos afectaban a nosotros dos, sino también a varios otros montañistas que buscaban también llegar a la cumbre más alta de América. Estábamos atrapados.

“Cinco días después de haber pasado el mal tiempo, nosotros llegábamos a la cumbre. Sin embargo, también durante esos cinco días, tristemente, fuimos encontrando uno a uno sus cuerpos congelados.”

Las acciones de algunos de ellos resultaron ser grandes lecciones de vida para mí. Lecciones que les comparto ahora. Había un grupo de cuatro brasileños que, al tercer día de estar atrapados en ese sitio, salieron de su campamento y anunciaron al resto de los montañistas que nos encontrábamos allí que habían perdido la paciencia, que se iban del lugar de refugio porque para ellos ya no tenía sentido seguir esperando por una mejoría en las condiciones del tiempo. Lo que me impactó fue la decisión que tomaron. Apresuradamente, dijeron que no podían regresar a su país sin alcanzar aquella cumbre y se fueron de una manera imprudente y precipitada en busca de su meta. Cinco días después de haber pasado el mal tiempo, nosotros llegábamos a la cumbre. Sin embargo, también durante esos cinco días, tristemente, fuimos encontrando uno a uno sus cuerpos congelados. Los cuatro murieron a causa de las bajas temperaturas, los fuertes vientos y, principalmente, por la decisión precipitada que tomaron. Por otro lado, entre los montañistas también había dos alemanes que también llegaron a la misma conclusión. Querían irse de allí. Su decisión fue diferente pero igualmente impactante. Es decir, decidieron rendirse: empacaron sus cosas y se fueron hacia abajo perdiendo irremediablemente la oportunidad de llegar a la cumbre del monte Aconcagua.

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Mi amigo polaco y yo llegamos a la cima el 15 de enero de 1995. Esta es la cumbre más alta en Sudamérica y la primera en mi lista personal de Las Siete Cumbres del Mundo. Esta cumbre tiene un paisaje espectacular de la cordillera de los Andes. Encontramos una cruz metálica, considerada parte integral del paisaje del “techo de América”. Conquistarla significó para mí una revelación de la naturaleza. Todos en la vida tenemos proyectos que queremos alcanzar, pero no necesariamente los vamos a conseguir el día y la hora que nos hemos propuesto. Esto no significa que no seamos capaces de alcanzar dichas metas. Lo importante de aprender aquí es que la paciencia y la constancia sumadas a la visión clara de la meta son parte del camino hacia el éxito, hacia la conquista de nuestras cumbres personales. Luego de esta primera gran experiencia de alta montaña en el monte Aconcagua, regresé a Guatemala. Esa primera cima del reto que me había propuesto tuvo gran importancia en el cambio de actitud de los demás. La atención de los diferentes medios de comunicación funcionaron como carburante ideal para estimular a las primeras empresas del sector privado guatemalteco a financiar y patrocinar este mi sueño enorme de escalar las Siete Cumbres del Mundo.


Una aventura boreal: el monte Denali (McKinley)

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Ese pequeño gran detalle del financiamiento de diferentes empresas del sector privado me permitió la posibilidad, en ese mismo año de 1995, de ir en busca de la segunda cima de las Siete Cumbres del Mundo. Me refiero al monte Denali en Alaska, una montaña simplemente especial. Se recomienda ascenderla únicamente durante tres meses al año, cuando ocurre el verano boreal: es decir, cuando el verano ocurre en el hemisferio Norte del planeta. Durante ese tiempo no hay noches. Es decir, no hay oscuridad. Además, sucede el fenómeno de temperaturas sumamente cambiantes: en ocasiones puede ser que los rayos del sol irradien fuertemente porque está despejado el cielo y no hay viento, lo cual genera temperaturas de sofocantes 45 ºC. El calor seco es extenuante y deshidratante. Sin embargo, puede aparecer sin aviso un cambio brusco de clima con nubosidades que tapen los rayos del sol, un incremento del viento y la generación de un descenso de la temperatura de hasta -30 ºC. Ese fenómeno frecuente en alta montaña produce un desgaste tremendo en el cuerpo humano. Pero no solamente ese hecho afecta en esta zona de Alaska. El ascenso nos llevó 35 días aproximadamente, con jornadas de entre 7 a 10 horas diarias de arduo trabajo de escalada. La primera etapa tuvimos que ir arrastrando trineos especiales para ese tipo de terrenos árticos, más las mochilas donde llevamos el equipo necesario para poder sobrevivir

esa larga expedición. Durante esa primera etapa, recorrimos cerca de 70 kilómetros a un promedio de 8 kilómetros diarios. Por supuesto, en ese trayecto tuvimos la necesidad de ir descansando, lo cual hicimos en cada uno de los campamentos que íbamos instalando a lo largo de nuestro trayecto en la montaña. Esta etapa de campamento requiere de un fuerte trabajo ya que es necesario cavar plataformas en el hielo y construir paredes con bloques de hielo para proteger el campamento de posibles ventiscas sorpresivas. Además, teníamos el trabajo de situar la tienda de campaña de tal manera que los rayos del sol tuvieran contacto más constante con las paredes de la tienda de campaña y, de esa manera, generaran algo de calor en su interior, lo cual nos ayudaba a mantener una temperatura corporal adecuada. Ya situados dentro del campamento teníamos un problema. Estábamos ya acostados dentro de las bolsas de dormir, pero nuestro cerebro no entendía que teníamos que dormir con claridad total. Entonces, el ingenio de alguno del equipo nos llevó a encontrar una herramienta y una solución bastante interesante: después de una larga jornada de escalada, nos quitábamos los calcetines que habíamos usado ese día y nos los poníamos sobre los ojos. La función de los calcetines era doble: obtener algo de oscuridad y alcanzar el efecto narcotizante de los mismos… Así transcurrió la primera parte de esta aventura.

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Ya en la segunda etapa de la expedición, llegamos a zonas donde la inclinación del terreno aumentaba considerablemente. La textura de la nieve variaba notablemente y, por si fuera poco, estábamos afectados por la gran exposición al vacío . Todas esas condiciones hacían imposible que siguiéramos arrastrando el trineo que te mencionaba anteriormente. No obstante, en ese trineo llevábamos equipo indispensable para poder sobrevivir en estas gélidas zonas. Por ello, tuvimos que cargar todo el equipo sobre la mochila, que alcanzó un peso aproximado de 90 libras. Como no tengo características físicas excepcionales, esta prueba fue bastante dura. Sin embargo, antes de iniciar este ascenso ya tenía idea de esta dificultad y me había preparado para ello. En este capítulo que te hablaba acerca del estudio, precisamente, señalo la importancia de conocer a fondo tu meta, lo que sea que quieras lograr, para intentar prever circunstancias como la anterior. Así, desde antes de intentar subir, sabía que tenía que prepararme y prepararme muy bien. No iba a ir a ver si podía escalar esta montaña. Iba con la convicción clara y segura de haberme preparado bien y de que iba a alcanzar esa meta. Según mi entendimiento, debemos prepararnos para todo en la vida en tres aspectos principalmente:

1) Condición física El primer aspecto es por supuesto, la condición física. Pero no me refiero a tener que ser un atleta como esos que vemos en las Olimpiadas cada cuatro años. Me refiero a ser una persona con hábitos saludables de vida. Es decir, proporcionarle un número adecuado de horas de sueño, una dieta balanceada y suficiente agua pura al día. Estos cuidados básicos redundarán en que nuestro cuerpo tenga la energía vital necesaria para enfrentar cada día. Como seres vivos que somos, nos vamos desgastando, nos vamos cansando. ¿Y cómo compensamos ese desgaste físico? Una manera muy práctica es por medio de la preparación técnica. Este aspecto técnico es el que me da las herramientas y la capacidad de optimizar mi esfuerzo, de dosificar mi energía y de ser más eficiente por períodos más largos de tiempo. En mi caso particular, un buen ejemplo del uso de la técnica es, precisamente, el caso de tener que cargar una mochila de noventa libras. En primer lugar, lo que debía hacer primero era aprender a utilizar una mochila que se adaptara anatómicamente a mi espalda. Luego, aprender a distribuir la carga en la mochila de tal manera que lo más pesado recayera sobre mis caderas porque ellas constituyen la parte más resistente que tiene el cuerpo humano.


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Además, aprender a caminar en montaña con peso, lo cual se realiza con pasos cortos, pausados y con un ritmo especial para soportar ese peso. Es más, fue necesario desarrollar varios sectores musculares de mi cuerpo como la espalda baja y las pantorrillas, principalmente, para ese efecto. En cualquier caso, cada persona debe entender a fondo lo que hace y prepararse técnicamente para ser más eficiente en la actividad que desarrolle.

2) Disciplina mental Pero los aspectos físico y técnico no son suficientes sino los complementamos con un tercer aspecto de preparación. Me refiero a la disciplina mental y la actitud positiva con la cual enfrentamos cada situación nueva. Te voy a dar un ejemplo de esto: imagínate que estás subiendo un volcán o montaña. Seguramente, llegará el momento en el cual escucharás a alguien hacer la pregunta famosa: “¿y cuánto falta?”. En vez de dar cabida a la duda que es el primer paso para darse por vencido, tienes que cambiar la pregunta inmediatamente a

Con esa preparación y actitud positiva, el 6 de julio de 1995, mis compañeros y yo llegamos a la cima más alta de Norteamérica. Con ello, yo lograba alcanzar la segunda de las Siete Cumbres del Mundo en menos de un año.”

“¿cuánto he avanzado?”. A menudo, los estudiantes recibiendo clases se preguntan: “¿cuánto falta para el receso?”, en vez de preguntarse de una manera positiva: “¿cuánto tiempo llevo ya teniendo la oportunidad de aprender algo para ser una mejor persona?”. Todo depende del enfoque que le demos a las situaciones que nos toca vivir. Y entonces, de eso tratan la disciplina y la actitud. De decir sí se puede, sí voy a lograrlo, tengo fe en mí. Con esa preparación y actitud positiva, el 6 de julio de 1995, mis compañeros y yo llegamos a la cima más alta de Norteamérica. Con ello, yo lograba alcanzar la segunda de las Siete Cumbres del Mundo en menos de un año.

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En el corazón de África: el Monte Kilimanjaro


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Según yo, a ese ritmo podría concluir este reto en tres años y medio, pero muchas veces, como reza el refrán popular: “el hombre propone y Dios dispone”. Después de alcanzar la cumbre del Monte McKinley, tuve que esperar dos años y medio para continuar con este sueño. La razón por la cual no pude seguir con mi proyecto fue, simplemente, que no conseguía oportunidad de integrarme a ninguna de las expediciones internacionales que yo sabía que iban a esas montañas: no me permitían participar y tampoco conseguía financiamiento. Durante esos dos años y medio, hubo gente que me decía que dejara de insistir en tratar de subir esas montañas, que ya había logrado llegar a la cima de dos de las Siete Cumbres del Mundo en menos de un año y que eso ninguno antes en América Latina lo había logrado que debía sentirme satisfecho con ello. Sin embargo, siempre he creído, desde muy pequeño, que cuando se empieza algo hay que terminarlo. Que no es válido

conformarse con realizar algo a medias porque eso es como llegar a la mitad del camino hacia cualquier lado. También aprendí algo más. Entendí que la fortuna no existe. Que yo no había tenido la suerte de subir estas montañas. Lo había logrado con base en mi esfuerzo, dedicación, sacrificio y adaptación a las circunstancias que me habían tocado vivir. Lo había alcanzado, también, gracias al apoyo de mi gente. Lo que había realizado hasta entonces había requerido de razonamiento y creatividad para idear estrategias para lograr mis objetivos. En octubre de 1997, llegó mi cita con esa montaña espectacular. Entonces, tuve la oportunidad de viajar a Tanzania, lugar donde se encuentra el monte Kilimanjaro, la cumbre más alta de África. Un volcán que está situado en el corazón de las sabanas africanas donde viven las famosas tribus de los masai, gente muy hospitalaria y muy afable que siempre está dispuesta a brindarle una mano a las personas que llegamos de lejos y que tenemos el privilegio de pasar por allí. Para esta gente, el Kilimanjaro es un volcán mágico, lo cual me sorprendió sobremanera porque la conciencia humana subyace sin importar el lugar del planeta en el cual uno se encuentre. Resulta que en nuestro país, Guatemala, hay un volcán que le llaman Chicabal. Está situado en Quetzaltenango y tiene una laguna en su cráter. Chicabal quiere decir “Santo Laguno”, así, en masculino y también es

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un volcán mágico. Las personas lo suben con fines espirituales; a su cima los chamanes llegan a hacer oratorios y a realizar ceremonias religiosas. Su contraparte queda allí cerca. Se llama Lacandón, que quiere decir “cerro endemoniado” y funciona como balance ante las propiedades extraordinarias del Chicabal. Es decir, que no hay lugar en nuestra Tierra en donde la esencia humana nos deje de sorprender con su sabiduría popular, con sus costumbres, con su fecunda imaginación y su vínculo con la naturaleza. Como dije al principio, la gracia de subir volcanes no termina con el ascenso. Por donde voy, conozco gente, costumbres, creencias nuevas. Y, gracias a una capacidad que no debiéramos perder jamás las personas, me maravillo de la riqueza y variedad de la esencia humana. Esa capacidad a la cual me refiero, por supuesto, es el asombro. Por otra parte, como biólogo, siempre estoy interesado en la flora y la fauna de los lugares que visito. Así que poder admirar a la fauna endémica del oriente africano, completamente libre y en su hábitat natural fue algo sobrecogedor. Esta región del mundo es muy parecida a Centroamérica, porque tiene ecosistemas de zonas subtropicales en las cuales se tiene una homogeneidad de luz, es decir entre 11 y 12.5 horas de luz y de oscuridad durante todo el día y todo el año. Esto hace que la vegetación crezca profusamente y permita una “explosión de

vida” manifestada en infinidad de colores, olores y sabores. Sensaciones todas que se convertían en un gran asombro y en los más gratos sentimientos. Una especie de euforia tiene que contagiarte en medio de tanta belleza natural. Detalles tan variados como un volcán, la sonrisa de una niña aborigen o una flor que no habías visto antes, se convierten en los valores agregados de este deporte que te ejercita tanto el cuerpo como el alma.

Jaime Viñals capta con su lente la flora y fauna de los lugares donde se aventura.


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Cima del Monte Kilimanjaro

Un detalle muy interesante de este ecosistema resulta ser que cuando se va ganando altitud, ya sea en Centroamérica o en Tanzania, la presión atmosférica disminuye gradualmente, al igual que la humedad relativa del ambiente. Este factor exige a las plantas adaptarse y pasar de una zona calurosa y húmeda a una zona con gran resequedad, fríos extremos y en ocasiones fuertes vientos. Así, se pueden ver bosques de pino o pinabete, o zonas de arbustos leñosos acompañados de pequeñas plantas gramíneas. Pero en todos estos diferentes ambientes vegetativos existe el común denominador de la manifestación de la ya mencionada “explosión de vida”. Toda esa “explosión de vida” desaparece cuando se superan los 4500 metros sobre el nivel del mar (altura que, a propósito, no encontramos en ninguna parte de Centroamérica). El asombro es inmenso cuando, “de vida” pasa a ser una “explosión de belleza.” Ya no hay colores, ni olores, ni altas temperaturas. Aparecen entonces, juegos de luces, texturas y formas caprichosas de hielo y nieve. Esta belleza extraña la admiramos en las paredes del cráter Kibo en la parte superior del monte Kilimanjaro, de casi dos kilómetros de diámetro. Este cráter nos condujo directamente a la cima más alta de África, la que alcanzamos el 15 de noviembre de 1997. Con esta nueva experiencia, logré la tercera de las Siete Cumbres del Mundo en mi lista personal.

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Jaime Viñals en el punto más alto de África, el Monte Kilimanjaro.


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El monte Elbrus En el año de 1998, el reto de Las Siete Cumbres del Mundo me llevó a escalar la cima más alta de Europa conocida como el monte Elbrus. Esta es una montaña sumamente especial, ubicada en una zona muy conflictiva políticamente, por ser región fronteriza entre la República de Georgia y la Federación Rusa. Por eso mismo, las personas o montañistas que queremos escalar en la cordillera del Cáucaso, donde se encuentra el monte Elbrus, debemos seguir las regulaciones del gobierno ruso para lograr ingresar a dicha zona. En realidad, ese simple hecho se aplica igualmente a todas las actividades de la vida. Debemos aprender a seguir las reglas que rigen nuestro accionar. Ya sea en nuestros países, en las instituciones donde estudiemos o trabajemos, e incluso dentro de la familia, iglesia o grupo deportivo. En mi caso, para poder efectuar esta expedición, tuve que llegar inicialmente a la capital de Rusia, Moscú. Ahí esperé tres días la llegada de mis dos compañeros de ascenso. En aquel momento, no tenía la menor idea de quiénes eran, ni tampoco

“En realidad, ese simple hecho se aplica igualmente a todas las actividades de la vida. Debemos aprender a seguir las reglas que rigen nuestro accionar.”

conocía su grado técnico y físico para escalar una montaña como el monte Elbrus. Lo único que sabía con seguridad era que se trataba de dos miembros del ejército ruso. Nos reunimos a mediados del mes de junio de 1998, tal como se había acordado. Fuimos a uno de los cuatro aeropuertos de Moscú donde tomamos un avión militar que nos llevó hasta Myneralin Void que es un pequeño pueblo que se encuentra a una distancia similar a la que existe entre la ciudad de Guatemala y la ciudad de Caracas en Venezuela. Es un lugar famoso por la gran cantidad de aguas termales. Está localizado relativamente cerca de las orillas del lago más grande del mundo, el mar Caspio. Inmediatamente nos desplazamos en vehículos en busca de la cordillera del Cáucaso donde se ubica el techo de Europa, el monte Elbrus. Ya ubicados en el pequeño poblado de Terskol, nos dimos cuenta de que los tres estábamos en problemas debido a las enormes diferencias culturales, lingüísticas, y de actitud. Para empezar, yo no hablaba ruso y ellos no hablaban español. Yo iba al monte Elbrus impulsado por mi propio deseo; en cambio ellos habían sido enviados por orden del ejército de Rusia. Otra diferencia que tuvimos fue la forma de definir el horario de escalar la montaña. En esta parte del mundo, existe una peligrosa incidencia de avalanchas, considerada una de las principales cau-

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sas de muerte en alta montaña. Lo que ocasiona este fenómeno es el cambio brusco de temperaturas y de humedad en el ambiente que normalmente sucede entre la noche y el día. Este fenómeno se manifiesta por grandes masas de nieve que se precipitan abruptamente, destrozando y arrasando todo lo que encuentren a su paso.

crificaron al pie de la montaña, lo destazaron y lo llevaron en partes hacia arriba. Cuando las sacaban de su mochila para alimentarse, parecían más unos pedazos de cuero viejo congelado que comida.

Con base en este dato, yo propuse que era más conveniente y seguro escalar entre las 10:00 p.m. y las 5:00 a.m., que es el período de horas más frío. Así, podíamos encontrar toda esa nieve más compacta y las posibilidades de avalancha disminuirían enormemente. Sin embargo, para mi sorpresa, mis dos compañeros rusos me dijeron que a ellos no les gustaba mi idea y que, al contrario, preferían que esperáramos la salida del sol y de esa manera tendríamos menos frío, aunque el riesgo de morir aplastados por una avalancha fuera más grande. Otra diferencia entre nosotros radicaba en la alimentación. Yo prefiero consumir alimentos liofilizados, es decir, nutrirme con comida deshidratada como las sopas instantáneas o las frutas secas. La razón para ello es que esta comida no pesa, no se congela, no ocupa mucho espacio, tiene un valor nutritivo aceptable y es muy fácil de manipular. Pero a mis compañeros de equipo no les gustaba ese tipo de comida por ser artificial. Su solución fue comprar un cabrito en Terskol, el cual sa-

Una discrepancia más entre nosotros, radicaba en que yo no tomo ninguna bebida alcohólica. Mis amigos rusos, por el contrario, gustaban mucho de este tipo de bebidas: tomaban cerveza, ron, whisky, aguarrás, todo tipo de solventes, y hasta gasolina. Era increíble notar que cualquier bebida que consiguieran se la tomaban. Tenían una afición etílica muy notoria.

Rumbo a la conquista de la cima del monte Elbrus.


“NO SOMOS EL CENTRO DEL MUNDO Y ES IMPORTANTE APRENDER A CONVIVIR EN TOLERANCIA MUTUA CON LOS DEMÁS. MIENTRAS MÁS ARMONÍA TENGAMOS CON NUESTROS SEMEJANTES, MEJOR NOS VA A IR EN LA VIDA.”

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Te preguntarás por qué te comparto todas estas diferencias entre mis compañeros y yo. Y la respuesta es de nuevo: lecciones de vida. A menudo, vamos a estar acompañados de personas que no necesariamente hemos escogido. Esto es un hecho desde el día en que tenemos la bendición de nacer. Es decir, ninguno de nosotros escoge quiénes serán sus padres ni está en posibilidad de escoger a quiénes serán sus familiares, sus vecinos, sus compañeros de estudio o de trabajo, etc. Esta sencilla verdad nos da la pauta para entender que no somos el centro del mundo y es importante aprender a convivir en tolerancia mutua con los demás. Si por naturaleza somos seres sociables, mientras más armonía tengamos con nuestros semejantes, mejor nos va a ir en la vida. Dentro del montañismo, esta situación se torna más dramática, por las difíciles condiciones intrínsecas de este deporte. Por aparte he ido aprendiendo a convivir con seres humanos de diferentes creencias, formas de ser, culturas, idiosincrasias. Si no se tiene una actitud abierta, difícilmente se va a tener éxito al tener que trabajar en equipo con otras personas de una manera armoniosa. La montaña me enseñó tres aspectos sencillos para trabajar eficientemente en equipo con un grupo de personas totalmente diferentes en su forma de actuar, de pensar y de sentir.

El primero de esos aspectos fue efectuar un autoanálisis. Es decir, verme a mí mismo por dentro. De esa manera, estaré en posibilidad de darme cuenta de que soy una persona con cualidades pero también con defectos. Lo más importante de este análisis es aceptarme como soy y conocer mis limitaciones. En el mundo en que vivimos, las personas tendemos mucho a compararnos unas con otras. Esto jamás va a ser justo, porque cada uno de nosotros tiene su realidad, su valor y su sello único. Debemos aceptar esta situación y sacarle provecho. Es decir, que la diferencia nos da una gran ventaja. Conocer perfectamente las herramientas internas individuales con que contamos para ser más eficientes y, al mismo tiempo, conocer nuestras limitaciones para saber cuáles áreas de nosotros debemos mejorar cada día. Aún más, saber en cuáles aspectos debo aceptar ayuda de los demás. El segundo aspecto también comprende un análisis; pero, esta vez, dirigido a mis compañeros de trabajo. Intentar una visión objetiva. En el caso que te contaba arriba de mis compañeros rusos, de poco iba a servirme verlos como dos hombres rusos grandotes que no sabían hablar español y a quienes les encantaba tomar licor. Necesitaba concentrarme en ver a dos seres humanos que, al igual que yo, tenían cualidades y defectos. Sólo así, teniendo una visión respetuosa de los demás, podemos aspirar a tener el respeto

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de otros a nuestra humanidad. Lo más importante de este segundo aspecto, entonces, es aprender a respetar a otros tal como espero que ellos me respeten. Sólo por medio del respeto lograremos la aceptación mutua. Luego de aprehendidos estos dos aspectos, podemos empezar a trabajar un tercer aspecto que se refiere al análisis global como grupo de trabajo. Una visión clara y común de las herramientas valiosas que tenemos que aportar al equipo nos posibilita alcanzar la cima del monte Elbrus, el techo de Europa —para aquella situación particular que se me presentó—, o cualquier otra meta que deseemos conquistar. Entender que cada quien debe dar lo mejor de sí al grupo para beneficio de cada quien genera una reacción en cadena muy positiva que estimula a todos los miembros del equipo a compartir un esfuerzo y un espíritu conjunto. En el ascenso del monte Elbrus, por ejemplo, no podía esperar a que los rusos empezaran a hacer el trabajo por mí. Yo empecé por iniciativa propia y eso los estimuló a hacer lo mismo. Intentar hacer bien el trabajo individual, generalmente, estimula a los demás a hacer lo mismo. Bajo este esquema, por ejemplo, nos dimos cuenta de que uno de mis compañeros rusos era muy bueno para interpretar las condiciones climáticas, así que a partir de ese momento, nos basamos en su pro-

nóstico para definir la estrategia a seguir. Mi otro compañero resultó muy bueno para ubicar e instalar los campamentos en las diferentes alturas de la montaña. Cuando llegaba ese momento, su criterio nos guiaba para ejecutar el trabajo entre los tres. Lo anterior no significa que los otros dos no pudiéramos instalar tiendas de campaña, pero él era el mejor y había que sacar provecho de su capacidad. En mi caso, mi aporte surgía en el momento de instalar cuerdas fijas, o de seguridad, en ciertas partes donde era vital la seguridad del grupo. Poco a poco fuimos aprendiendo a compartir el liderazgo de la expedición, con una visión y misión clara y común: alcanzar la cumbre. Esta era la cuarta de las Siete Cumbres del Mundo dentro de mi listado personal. Llegamos el 25 de julio de 1998. La historia no termina allí, sorprendentemente. Después de una impresión inicial un poco fría, el conocimiento mutuo nos permitió una lección de vida tan estimulante como la meta que acabábamos de realizar. La cumbre más alta de Europa nos había hecho a los tres ganar buenos amigos. La tolerancia, la aceptación y, especialmente, el respeto nos facilitaron un panorama más profundo de nuestra esencia humana. “Después de todo”, pensé en aquel entonces con bastante sonrojo por mi prejuicio, “estas personas no son lo mala gente que yo creí, hasta me caen bien.” Y quién sabe qué pensarían ellos de mí…

Cuerdas de seguridad utilizadas para alcanzar la cumbre del monte Elbrus.


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Mis compañeros rusos se volvieron mis amigos. Cuando bajamos del monte Elbrus, no tuve ambages en expresarles mis sentimientos de aprecio y de amistad. Es más, les manifesté que había sido un privilegio trabajar en equipo con ellos. Ellos se expresaron igual conmigo y de mí. Algún tiempo después, mis amigos visitaron Guatemala y Centroamérica por poco más de un mes. Yo les mostré las bondades de nuestra región e intenté

enseñarles algo de español aunque con poco éxito. De más está mencionar que los lugares que más visitaron en nuestro país fueron los bares y cantinas… Juntos alcanzamos cimas geográficas y humanas. Al reflexionar acerca de esta experiencia en el Cáucaso, considero que vienen al caso aquellas palabras sabias de Nietszche en boca de Zaratustra:

“Soy un caminante y un escalador de cumbres. No me gustan los llanos y parece que la vida sedentaria no me conviene. Y cualesquiera que sean los destinos y experiencias que tengo aún por delante, serán un caminar y un escalar cumbres; acaba uno por no experimentar más que a sí mismo.”

Jaime en la cima del monte Elbrus, la más alta de Europa.

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En el año de 1999, tuve la oportunidad de escalar las dos montañas en discordia de Oceanía. La primera de ellas fue la Pirámide del Carstensz, una montaña a la cual se llegó por primera vez en la historia a su cima a finales de los años sesenta. La persona que logró esta hazaña fue el explorador Heinrich Harrer, quien se hizo famoso a través de la película que describió parte de su vida, conocida en español como Siete años en el Tíbet. Harrer fue un explorador austriaco quien escribió esa historia luego de regresar del Tíbet a Austria, su país natal. En ella narra su dificultad para adaptarse a la forma de vida en Europa luego de su expedición. Por esa razón decidió explorar algunas de las grandes islas de Oceanía durante los años sesenta. Fue así que llegó a la isla de Nueva Guinea, explorando, conociendo y aprendiendo de la forma de vida de la gente local. Durante esta larga exploración, tuvo la gran oportunidad de convertirse en el primer ser humano que alcanzaba esa ansiada cima en el año de 1962. Mi expedición a la Pirámide del Carstensz fue conformada por ocho compañeros de montaña de varios países, el holandés Harry Kikstra, el español José Mijares, el inglés Scott Burlesson, cuatros polacos y yo. La estrategia consistió en iniciar la etapa de acercamiento desde Timika, un pueblo minero ubicado a nivel del mar en el que pueden aterrizar

perfectamente aviones procedentes de la capital de Indonesia, Yakarta. Desde allí, la etapa inicial nos llevó ocho días, desde 0 metros sobre el nivel del mar hasta 4200 metros, en una zona rocosa donde se estableció nuestro campamento base o centro de operaciones. Ya en el campamento, definimos la estrategia a seguir en la segunda etapa de la expedición, la cual consistió en escalar la cara occidental de la montaña desde sus paredes rocosas por donde podríamos alcanzar la ansiada cima. La Pirámide del Carstensz es un enorme domo rocoso de poco más de 12 kilómetros de ancho por unos 1500 metros de altura vertical desde su base, ubicada ésta a poco más de 4200 metros sobre el nivel del mar. Esta segunda etapa nos llevó por una senda en la cual tuvimos que subir y bajar entre las diferentes montañas que nos separan directamente de nuestro objetivo. Durante dos semanas caminamos y escalamos por diferentes tipos de terreno. Primero por zonas pantanosas a nivel del mar, con calor muy fuerte y extrema humedad; cuando ganamos altura, los tipos de ambiente y temperaturas. En el campamento base, a poco más de 4200 metros sobre el nivel del mar, las temperaturas fluctuaron desde 40 ºC hasta 0 ºC; esto es un poco más alto que la cumbre más alta de Centroamérica, el volcán Tajumulco en Guatemala. Durante

En territorio de los Dani: la Pirámide del Carstensz y el monte Kosciusko


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nuestro trayecto cruzamos selvas y pantanos. Llegamos a la zona donde viven las tribus de los Dani. Ellos son gente muy particular, tienen una forma de vida bastante diferente a la nuestra, son nómadas y deambulan por las selvas cazando pequeñas presas con lanzas que envenenan con diferente compuesto, de acuerdo con el tipo de presa que buscan. Seguramente, debido a asuntos territoriales, estas tribus tienen conflictos entre ellas. Ocasionalmente, esto degenera en sangrientas batallas en las cuales mueren algunos miembros. Sin embargo, ya se ha sabido de algunas tribus que han decidido cambiar y volverse sedentarios. Este viraje les cambia dramáticamente su forma de vida porque deben dedicarse a la agricultura y al comercio, principalmente. A esta región dentro de la isla de Nueva Guinea, se la conoce como

Jaime en la cima de la Pirámide Carstenz.

Seguimos adelante. Pasamos por diversas rampas de roca tipo granito, una roca extraordinaria para escalar porque incluso cuando estaba mojada no nos resbalábamos. En de mon“La persona que logró esta hazaña fue el términos tañismo, esto sigexplorador Heinrich Harrer, quien se hizo nifica que su grafamoso a través de la película que descri- do de adherencia es excelente. Llebió parte de su vida, conocida en español gamos a la cima de la montaña que como Siete años en el Tíbet.” nos separaba de la Pirámide del Carstensz, desde donde Irian Jaya. Está políticamente controla- pudimos apreciar en toda su majestuosida por el gobierno de Indonesia, pero dad, la pirámide rocosa. Desde ese punno tiene ningún tipo de raíces étnicas o to, estudiamos la ruta a seguir. Tomamos culturales con los indonesios, más bien, la decisión de bajar primero hasta un anparecen ser más semejantes a los aborí- gosto y arenoso valle en la base misma genes de Australia. de la pirámide, donde dejamos instalado

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un pequeño campamento, en caso de alguna emergencia. Este trayecto nos llevó poco menos de tres horas. La siguiente semana escalamos las paredes rocosas de la pirámide, de poco más de 1,000 metros de largo y vertiginosa verticalidad. Finalmente, a mediados del mes de octubre de 1999, llegamos a la cima. Así logré escalar la quinta de las Siete Cumbres del Mundo en mi listado personal. La cima es pequeña. Cuenta con espacio adecuado para dos personas a la vez. Allí encontramos una placa colocada en 1978 por el gobierno de Indonesia, en memoria de las primeras diez personas de ese país que intentaron llegar a esta cumbre. Los diez miembros del ejército de Indonesia que formaban esta expedición y que en 1963 intentaron escalar esta montaña desaparecieron. Jamás regresaron y en memoria de ellos, el grupo que escaló la pirámide en los años 70 puso esa placa en su memoria. Ir detrás de los pasos de otros. La humildad de saber que no vamos abriendo caminos nuevos, sino siguiendo los pasos de aquellos que nos precedieron, no debe abandonarnos jamás. Jactarnos de haber llegado a donde otros no lo hicieron tampoco nos sirve de mucho. La verdad es que para poder llegar a esta impresionante cumbre, tuvimos que aplicar cada una de las lecciones de vida

que te he descrito en los episodios anteriores en este libro combinadas, por supuesto, con el deseo de cumplir con los objetivos trazados años atrás. Así, llegó el momento de escalar la montaña en discordia en el continente de Oceanía. Me refiero a la cima más alta de Australia: el monte Kosciusko. El problema en ese momento era de tipo económico. Después de haber pasado poco más de un mes entre la región de la isla de Java, donde se encuentra la capital de Indonesia, Yakarta, y la isla de Nueva Guinea, específicamente en la región de de Irian Jaya, donde está la pirámide del Carstensz, mi capital se había disminuido a poco menos de US $100.00 y a un boleto aéreo que me llevaba de Yakarta hasta el sur de Australia, específicamente a la ciudad de Sydney. En aquel momento no estaba totalmente seguro dónde estaba la montaña y qué tan lejos estaba de Sydney. Tampoco estaba seguro de conocer a alguien en Australia. Por un momento me pasó por la mente que no estaba en mis cabales si pensaba seguir ese viaje con ese pequeño presupuesto, especialmente al considerar que Australia es uno de los países más caros del mundo. El deseo de aventura me ganó la partida. Como muchas veces antes en mi vida, me fui a probar suerte a este nuevo lugar. A ver qué pasaba. Fue así que llegué al aeropuerto de Sydney y efectué todos los trámites de


“CON TODA LA AUDACIA DE LOS QUE NO TIENEN NADA QUE PERDER, LE PROPUSE A NELSON UNA IDEA QUE HABÍA TENIDO EN EL MOMENTO. SABÍA QUE, MUY PROBABLEMENTE, IBA A DECIRME QUE NO, PERO NADA ME COSTABA PROBAR SUERTE.”

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rigor en migración y aduanas. Inmediatamente después, salí del aeropuerto y quise tomar un taxi para ir al centro de la ciudad. Un taxista me cobraba la “enorme” cantidad de US $50.00 por el viaje; es decir, que no me quedaría dinero siquiera para poder regresar al aeropuerto. Entonces pensé que tenía que hacer algo pronto. Mi primer pensamiento fue entrar de nuevo al aeropuerto y utilizar la otra porción del boleto para regresarme a Guatemala. Pero entonces, recapacité y me dije “no puedo rendirme tan fácilmente” y empecé a caminar dentro de los amplios corredores del aeropuerto para darme tiempo a pensar. Empecé a revisar guías telefónicas, hice muchas preguntas en las oficinas de información del aeropuerto y di muchas vueltas. De pronto, me di cuenta de lo pequeño que es el mundo y de lo grande que es Dios. Allí, cerca de mí estaba una persona que me resultaba muy familiar. Con la idea de que no tenía nada que perder, me acerqué para saludarlo y presentarme con él. Para mi mala suerte, esa persona no estaba del mejor humor ese día y cuando vio que yo me acercaba, él se empezó a alejar. Lo empecé a seguir y evidentemente se preocupó porque al encontrarse al lado de un policía del aeropuerto, se volvió violentamente hacia mí y me dijo que si continuaba siguiéndolo, le iba a pedir a ese policía que me arrestara por invasión a su privacidad.

Me sorprendió mucho su actitud e inmediatamente le ofrecí mis disculpas. Le conté que tenía la impresión de conocerlo y que quería saludarlo. Le dije mi nombre, le conté que era un guatemalteco dedicado al montañismo y con profesión de biólogo. Al final y luego de conversar un rato, resultó que, efectivamente, sí nos conocíamos. Su nombre es Nelson Espinoza y es de nacionalidad salvadoreña. Nos conocimos en Guatemala a mediados de los años 90 en la cumbre del volcán de Acatenango. En aquel entonces, Nelson formaba parte de un club montañero de El Salvador llamado el Club Izalco. Los miembros de ese club frecuentemente visitaban Guatemala para escalar sus cumbres. Habíamos coincidido en más de una cumbre, pero nunca llegamos a ser amigos. Tan poca relación tuvimos en aquel momento que yo ni siquiera sabía de su decisión años atrás de emigrar a Australia en busca de un destino diferente. Luego de toda la relación, Nelson se acordó de mí. En ese momento, yo no podía estar más contento. Luego me preguntó qué hacía hasta allá. Le respondí que llegaba con intenciones de subir a la cima del Monte Kosciusko. Se sorprendió mucho y me dijo que yo tenía que estar fuera de mis cabales para llegar al otro lado del mundo sin dinero ni contactos con la intención de subir una montaña que sólo los australianos conocían. Le conté, en seguida, acerca del reto de las

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Siete Cumbres del Mundo. A lo que me confesó que él mismo había intentado subir dos veces el monte Kosciusko sin éxito... Con toda la audacia de los que no tienen nada que perder, le propuse a Nelson una idea que había tenido en el momento. Sabía que, muy probablemente, iba a decirme que no, pero nada me costaba probar suerte.

Cruzamos la capital de Australia, Canberra, y luego, los trescientos kilómetros que nos separaban del lago Jyndabine, puerta de entrada a los Alpes Australianos y el monte Kosciusko. Acampamos esa noche a la orilla de este espectacular lago tipo alpino. Desde allí, empezamos el ascenso y acercamiento a los Alpes Australianos, donde obtuve nuevamente grandes lecciones de vida.

Recuerdo escuchar mis palabras como si fueran las de alguien más cuando le dije: “Bueno, en vista de lo que me acabas decir, te propongo que me invites a almorzar ya que perseguirte me abrió el apetito. Después, me podrías dar un espacio en tu casa para dormir esta noche, ya que no tengo dónde dormir, y mañana te acompaño a la oficina donde trabajas para pedirle permiso a tu jefe para que me acompañes a la montaña en tu carro”. Nelson rompió en carcajadas. Sin dejar de reírse, me dijo algo como: “Es impresionante tu abuso de confianza, ni siquiera me acordaba de tu nombre y me pides todo eso”. Luego, guardó silencio unos minutos y agregó: “Pero me interesa la cumbre, así que acepto tu proposición.”

El 20 de octubre, a cinco días de mi descenso de la Pirámide, salimos de Sydney hacia el sur oriente de ese bellísimo país.

Región de Jindabyne, cercana al monte Kosciusko, mayor cima de Australia.


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Jaime en la cima del monte Kosciusko.

Si bien es cierto que me había arriesgado muchísimo al abordar a alguien que no estaba seguro de conocer en un país desconocido, la vida me había dado una oportunidad de realizar algo positivo. Nuevamente, podía aportar algo de mí a alguien más. Tenía que realizarlo de una manera auténtica, sincera y no egoísta. De igual forma que actuaba mi amigo. Obrar de corazón siempre se nos va retribuir de una manera muy positiva. Nelson aportó su tiempo, sus recursos económicos y su hospitalidad para que yo intentara subir esta montaña. Por otra

parte, yo aporté mi conocimiento en alta montaña para que él lograra las condiciones para superar las tres secciones de la montaña que en dos ocasiones le impidieron llegar a la cima. ¿Qué recibimos los dos a cambio de este aporte mutuo? En primer lugar, la posibilidad de alcanzar la cumbre más alta de Australia. En mi caso, quedar fuera de la polémica estéril de cuál es la cima más alta de Oceanía. Pero, quizá más importante, fue ganar una amistad que, cimas aparte, nos permitió vislumbrar los confines de la generosidad humana.

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Una visita a la Catedral del Hielo: el macizo Vinson


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Campo base del macizo Vinson.

El año 2000 fue un año muy especial por el cambio cronológico del siglo XX al siglo XXI. Desde temprano en el año 2000, muchas personas se preguntaron cómo iba a cambiarles la vida en el siguiente siglo, en el siguiente milenio. Como había leído de los acontecimientos suscitados en el 1900 alguna vez, me sorprendió que las personas actuaran con similares ansiedad y superstición. Como quiera que midamos o llevemos el registro del tiempo, la vida continúa. Nuestro ritmo interior no se detiene. Nuestros sueños, de igual manera, deben seguir adelante. ¿Qué estabas haciendo tú para el cambio de siglo? ¿Cuáles eran tus propósitos o tus sueños? En lo particular, representó la oportunidad de ir a visitar una región de nuestro

planeta que Pablo Neruda solía llamar, “la Catedral del Hielo”… Me refiero a la Antártida, un continente de 14 000 000 kilómetros cuadrados aproximadamente. Es una enorme superficie territorial donde no existen países ni territorios ocupados. De hecho, desde los años cincuenta, existe un tratado firmado en Naciones Unidas por poco más de 60 países en el cual se responsabilizan de la preservación de la pureza de esa parte del planeta. Dicho tratado indica claramente que todos los países signatarios están comprometidos a que este enorme territorio no sea explotado comercial, ni turística, ni militarmente por tiempo indefinido. Esta inmensa extensión únicamente se puede aprovechar con fines científicos y de protección del medio ambiente. En la actualidad, existe un buen número de bases científicas a lo largo y ancho de este continente, habitadas temporalmente y, en especial, durante la época del verano austral que ocurre entre los meses de octubre a enero de cada año. Estas estaciones científicas son administradas y financiadas, por lo general, por los 25 países más poderosos del mundo. Para mi propósito, primero que todo, tenía que investigar cuál era la estación o base científica ubicada lo más cerca posible de esta montaña en cuestión. Me refiero al macizo Vinson dentro de la cordillera Ellsworth. De dicha investiga-

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ción resultó que la base conocida como Patriot Hills (en español significa Colinas Patriotas), es la más cercana y mejor ubicada con respecto a esa cima. Posee, además, la gran ventaja de las características topográficas adecuadas para permitir el aterrizaje de un avión militar del tamaño de un Hércules 130E. También tuve que investigar cuáles países eran quienes administraban y financiaban dicha estación científica. Estos resultaron ser los Estados Unidos de América, la República de Sudáfrica y Chile. Iniciamos las gestiones necesarias con los tres países y así obtener el permiso, apoyo y transporte para poder ingresar a la Antártida y, consecuentemente, a Patriot Hills. De los tres países, únicamente Sudáfrica permitía, en ese momento, ese tipo de permisos a personas ajenas a su ejercicio científico en la zona. Siempre y cuando se cumplieran con las normas del tratado Antártico. Además, exigían el requisito de que dentro del grupo explorador hubiera un sudafricano y, finalmente, que se pasaran todas las pruebas fisiológicas y físicas necesarias para realizar un vuelo tan largo y peligroso como el que conlleva ir a la Antártida. Mi grupo no era tan grande. Lo constituíamos tres personas: Joby Ogwyn de Estados Unidos, Alex Harris de Sudáfrica y yo de Guatemala. Logramos cumplir

con todos los requisitos que exigía el gobierno de Sudáfrica, hasta que el día 4 de octubre del ese año 2000 cada quien partió de su ciudad y país de origen hacia el puerto de Punta Arenas, pero no el puerto ubicado en Costa Rica, sino el pintoresco patagónico puerto al extremo sur de Chile. Es un preciosísimo lugar situado frente a las violentas aguas del estrecho de Magallanes. A este lugar llegaría un avión militar procedente de Ciudad del Cabo (Cape Town), Sudáfrica, cargado con equipo e insumos enviados para la base científica de Patriot Hills. Dos días después de reunirnos en el puerto de Punta Arenas, llegó el avión militar mencionado. La mañana siguiente, tuvimos una reunión con el capitán del avión y sus cinco tripulantes, quienes nos explicaron, con base en las imágenes satelitales de Patriot Hills, que habían definido realizar el vuelo hacia la Antártida el día 8 de octubre, por considerar que era el día con el clima más favorable para ello. Nos reunimos en el aeropuerto el día acordado, a media mañana. Por supuesto, llegamos ya ataviados con nuestros trajes de alta montaña, porque nos conduciríamos en un avión militar no adecuado para el transporte de pasajeros. Al ser un transporte de carga, el avión se convertía en una bodega volante. Como parte de la carga, nos vimos obligados a ir dentro de los compartimientos de bodega del avión. En ese lugar no hay


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asientos cómodos, como en cualquier avión comercial, no hay comida, no hay sobrecargos (azafatas), no hay películas, ni siquiera hay baños. Este vuelo tuvo una duración de ocho horas y media. Durante ese tiempo, volamos sobre una distancia de 7000 kilómetros sobre el océano Pacífico del Sur, luego parte del mar Antártico y finalmente, una buena porción de horas, sobre el blanco y solitario continente de la Antártida. Un poco tullido e incómodo, pensaba durante el vuelo en lo sobrecogedor que resultaba dejar el puerto de Punta Arenas. Es la parte más septentrional de toda América. Es, literalmente, el “sótano” de América y aquel sitio que dejaba atrás resultaba, apenas, el punto de partida hacia mi destino en esa zona en la Antártida. Finalmente, el gigantesco avión aterrizó dando varios saltos bruscos sobre el filoso y traicionero hielo. Aterriza siempre sobre una textura donde no se puede utilizar ninguno de los sistemas de freno del avión, porque esto ocasionaría el bloqueo de sus llantas, lo que a su vez provocaría un deslizamiento descontrolado del mismo, con el consecuente riesgo de poder estrellarse. Por eso mismo, la tripulación y el capitán del vuelo deben conocer perfectamente la velocidad del viento en contra al aterrizar y tener el cuidado de poner en reversa la marcha de los motores. Al mismo tiempo, y sin importar si se es creyente o no, se les pide a Dios y al viento que detengan este

avión antes de que se estrelle en alguna montaña de las que rodean la estación científica. Realmente, no es un vuelo apto para cardíacos. Cuando terminamos de bajar toda la carga del enorme avión, la tripulación lo reabasteció de combustible. Previo a despegar, se nos acercó el capitán y nos dijo… “Acuérdense de que hoy es 9 de octubre, aquí no hay noche, solamente día (claridad total las 24 horas del día) y con esto es muy fácil perder la noción de la fecha. Por favor traten de saber siempre qué día es, para que de esa manera tengan presente que regresaré por ustedes el día 25 de enero del 2001, siempre y cuando el clima lo permita”. Nos despedimos de nuestros compañeros de vuelo. Vimos cómo se alejaba el avión luego de despegar, dejando detrás una gigantesca nube blanca de nieve y viento gélido. Inmediatamente, nos empezamos a sentir un poco solos. Pensar en mi familia y en lo que representaba mi sueño para ellos y para mí me ayudó a contrarrestar el sentimiento que me producía la experiencia de la infinita vastedad del horizonte y el tremendo silencio. Estábamos muy conscientes de que el grupo humano más cercano a nosotros en ese momento, se ubicaba a una distancia como de la ciudad de Guatemala a Buenos Aires en Argentina.

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Cómo debemos definir nuestros pasos para realizar nuestros proyectos personales. Mi equipo y yo planeamos la estrategia a seguir desde ese momento. Con trineos y esquíes, partimos de la zona correspondiente a la estación científica de Patriot Hills el 12 de octubre el propósito era avanzar un promedio de 15 kilómetros diarios durante 8 días hasta llegar a la base del macizo Vinson. Esto lo hicimos muy bien, trabajando por relevos y en equipo durante una semana. Fuimos avanzado muy bien en nuestro plan de montaña, pero al igual que en otras expediciones, el aprendizaje no se hizo esperar.

sona que viva cerca del mismo por dónde debo ascender o cuáles sonlos senderos claramente trazados que me llevan hasta la cima. Pero, allá en la Antártida, no contaba con ninguna de esas ventajas. Allá tuvimos que aprender a analizar y a decidir la ruta que íbamos a seguir. En otras palabras, al igual que en la vida, hay situaciones nuevas que debemos enfrentar y confrontar tomando decisiones… nuestras propias decisiones.

Muy pocas personas en el mundo han tenido acceso a esta montaña. Escalarla resulta una aventura remota. Por consiguiente, no es nada fácil encontrar información acerca de los grados de dificultad presentes, ni siquiera de sus rutas de acceso. En Guatemala, por ejemplo, si deseo escalar el volcán de Agua, no necesito más que preguntarle a alguna per-

“Inmediatamente, nos empezamos a sentir un poco solos. Pensar en mi familia y en lo que representaba mi sueño para ellos y para mí me ayudó a contrarrestar el sentimiento que me producía la experiencia de la infinita vastedad del horizonte y el tremendo silencio.”

Tres meses estuvieron en el silencio del macizo VInson.


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Pienso que las decisiones que tomamos son como esas rutas determinadas en un entronque de caminos. Cada uno va a llevarnos por lugares diferentes, a conocer personas extrañas, a experimentar sensaciones diversas. Muchos ejemplos vitales de toma de decisiones se nos presentan a diario. Unos más personales que otros. Las elecciones políticas de un país para los votantes, la elección de carrera o de ocupación para los jóvenes, la elección de pareja, la elección de ser mejores cada día. En algunos momentos, las decisiones deben tomarse por intuición. Nuestros sentimientos son los que deben indicarnos la senda. Y, generalmente, el corazón no se equivoca. Pero, otras veces, la información y el conocimiento van a ser nuestros aliados a la hora de tomarlas. El sólo hecho de tener que tomar decisiones es ya un tema en sí mismo. Para algunas personas resulta más difícil que para otras. Pero, tarde o temprano, nuestra felicidad, nuestra serenidad y la de

los que queremos van a depender del coraje que demostremos al ir en busca de nuestras metas, de nuestros sueños trazados. El problema radica, generalmente, en el temor que genera la certeza de que, por cada camino que tomamos, dejamos muchos otros atrás. La responsabilidad, entonces, debe reforzar nuestra decisión, cualquiera que sea. No podemos caminar un camino pensando en aquellos que no tomamos. Asumir nuestras decisiones requiere coraje. En mi actividad como montañista, esa es una realidad a cada momento. De detenerme a lamentarme por las sendas que no tomé, seguramente, me pondría en peligro o perdería la vida o la de alguien en mi equipo. Hay veces que la duda nos asalta. Recuerda, entonces, las palabras de ese gran pensador inglés, William Blake, que decía: “Si el sol dudase un momento, se apagaría”. Las decisiones son impulso inicial, reflexión, responsabilidad y coraje. Y, créeme, todos, todos los seres humanos llevamos estas capacidades dentro.

“Asumir nuestras decisiones requiere coraje. En mi actividad como montañista, esa es una realidad a cada momento. De detenerme a lamentarme por las sendas que no tomé, seguramente, me pondría en peligro o perdería la vida o la de alguien en mi equipo.”

Con estas ideas en mente, durante la expedición al macizo Vinson, el consenso del grupo fue que la ruta por la que escalaríamos sería la cara oeste del mismo. Ruta en la que nos enfrentaríamos con peligrosas y profundas grietas. Sin embargo, por otros lugares el acceso se presentaba aún peor. Las grietas en este lado requirieron de mucha técnica, esfuerzo físico, trabajo en equipo y, por

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supuesto, todas las medidas de precaución del caso. La técnica principal consistió en que uno del grupo descendía al interior de la grieta; al encontrar una separación menor entre las dos paredes heladas de la misma, lograba pasar de un lado a otro. Después, escalaba por el otro extremo hasta estar en posibilidad de instalar cuerdas fijas para que, entonces, pasáramos todos al pendido de dicha cuerda. En medio de esas peligrosas grietas nos dimos cuenta de que la ruta no era tan segura como esperábamos; resultaba mucho más peligrosa y difícil. Sin embargo, ya estaba tomada la decisión y volver atrás representaba pérdidas de tiempo, provisiones y esfuerzos. Darnos la vuelta a la mitad de aquellas grietas hubiera sido lo más fácil pero no lo más sensato. A eso me refería hace un momento con la responsabilidad y el coraje para honrar nuestras decisiones de vida. Darnos por vencidos al menor obstáculo ocasiona, a menudo, pérdida de autoestima y motivación. Mis amigos y yo lo sabíamos. Nos ahorramos las palabras, pero nuestras miradas lo decían todo. Combinamos esfuerzos y una actitud positiva y, después de muchísimos trabajos, logramos alcanzar la cima más alta de la Antártida.

Fue el 9 de diciembre del año 2000. Para mí era la sexta (o séptima, si consideramos las dos cumbres en Oceanía) de las Siete Cumbres del Mundo en mi listado personal. Desde el corazón de la Catedral del Hielo conversamos con mis amigos acerca de otras vertientes y paredes que veíamos claramente desde lo alto de la montaña. Desde allá arriba se veía menos peligrosa y menos difícil de lo que acabábamos de realizar. Y, posiblemente, no era técnicamente menos arriesgada. Por cualquier parte que lo viéramos, el macizo Vinson era imponente. Nuestro desbordado júbilo por haber llegado a su cima nos inspiraba una sensación de positivismo y de satisfacción que nos hacía ver rutas posibles por todas partes. El sentimiento de victoria nos quita en ese momento el “velo” de los ojos. Tenemos la capacidad de ver otras opciones que antes se nos escapaban, otras estrategias que antes no podíamos pensar. Es decir que, como un valor agregado de alcanzar nuestras metas, surge la posibilidad de ampliar nuestros horizontes en los aspectos más diversos.


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Así que, quien quiera que seas, si estás leyendo estas líneas acerca de mis decisiones en medio del hielo, yo te invito a que hagas a un lado el temor, tomes tus decisiones y luches por alcanzar tus metas. Metas a corto, a mediano y a largo plazo. Metas pequeñas, metas medianas y metas grandes. Lograr cada una de ellas te hará crecer internamente. Te ampliará la visión de la vida. Te hará capaz de proyectos cada vez mayores. El sentimiento de satisfacción con nosotros mismos nos estimula, además, a continuar teniendo sueños y a ayudar a otros a obtener los suyos. Viñals en la cumbre del macizo VInson.

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El monte Everest El 2001 fue el año que fui en busca de concluir el sueño de las Siete Cumbres del Mundo. Ni más ni menos, quería lograrlo escalando al gigante de gigantes, la montaña más alta del mundo, el imponente y famoso monte Everest. Esta montaña es muy querida para mí, pero no por ser la cumbre más alta del mundo, sino porque es la única montaña, de las más de 800 cumbres que he logrado ascender en muchos países alrededor del planeta, que no he escalado al primer intento. Y porque es la montaña que me enseñó una importante lección de humildad. La primera vez que lo intenté fue en la primavera del año 1994. La expedición fue integrada por montañistas de Nueva Zelanda, Inglaterra, Estados Unidos, Rumania, Australia y Guatemala. En reunión de grupo, habíamos tomado la decisión de intentar subir el monte Everest por una ruta nueva, por un lado que jamás nadie había escalado antes de ese año. Era la arista noreste. Cada uno de los miembros del grupo éramos montañistas que, antes de esa expedición, estábamos muy acostumbrados a ser exitosos.

Es decir que, a cualquier lugar que íbamos, escalábamos la montaña escogida y alcanzábamos su cima sin mayores complicaciones, para luego descender al pueblo cercano a festejar la cumbre. Éramos un grupo de escaladores que nos creíamos muy buenos, casi “clase aparte”, padecíamos en ese entonces de una peligrosa arrogancia. Digo peligrosa porque esa actitud nos impidió darnos cuenta de que carecíamos de la suficiente experiencia y capacidad para tener éxito en un proyecto de aquella envergadura. A pesar de nuestros esfuerzos, y para nuestro asombro, nuestra expedición fue un fracaso. El precio que pagamos por nuestros graves errores fue muy alto. De los diez hermanos de montaña que fuimos, murieron cuatro en diversos accidentes, y, de los seis que sobrevivimos, uno perdió parte de su pie izquierdo a causa de profundas congelaciones en el mismo. En lo personal, fue una experiencia muy trascendental en mi vida. En primer lugar, era la primera vez que iba a una montaña y no alcanzaba su cumbre. Y, peor aún, era la primera vez que iba a una montaña y perdía a “hermanos montañistas”, a compañeros de expedición. Estoy convencido de que cada circunstancia que nos toca vivir, por dura que sea, nos permite aprender lecciones de vida. Esta terrible experiencia me enseñó

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que debía sobreponerme a la tragedia. En honor de mis hermanos caídos, yo debía vencer la tristeza y la depresión. Quedarme demasiado tiempo pensando y repensando en las razones por las cuales habíamos fallado, en los errores que habíamos cometido o en las maneras en cómo hubiéramos podido hacerlo mejor no iba a servirme de mucho. Debía buscar y encontrar las condiciones y la actitud que me sacara de esa situación negativa. En mi caso, la solución fue conocer y planear el reto de las Siete Cumbres del Mundo en ese mismo año de 1994. Así me enteré de que una de esas siete cumbres correspondía a la cima del monte Everest. Recuerdo haber pensando entonces: “si escalo una a una estas montañas, voy a estar al fin en la condición para intentar de nuevo escalar el monte Everest. Además, subir tanta montaña bajará esta arrogancia dentro de mí”. Como te conté antes, empecé a estudiar y a investigar acerca de los lugares que me tocaría visitar. Poco a poco, me fui entrevistando con mis posibles patrocinadores, hasta que, gracias al apoyo de ellos, tuve la oportunidad de integrarme a una segunda expedición con rumbo a la cima del monte Everest. En esa ocasión, entre el grupo iban, entre otros, los considerados mejores escaladores del mundo. Esta vez, logré obtener

el mayor apoyo de patrocinadores que jamás había tenido. En total, veinticinco empresas del sector privado estaban financiando mi gran sueño. Otro factor positivo era la ruta escogida para la expedición. Se pensó en la del Collado Sur, por ser la ruta de la montaña que se encuentra dentro del territorio del reino de Nepal y es la cara más conocida del gigante montañoso. Esta ruta es la que ha tomado más del 80 % de los montañistas que han logrado alcanzar su cima. Así, todo parecía a mi favor. Pero, nuevamente, el exceso de confianza me llevó a “comerme el pastel antes de hacerlo”. Durante la travesía, mi mente divagaba pensando en saber qué sucedería después de llegar a la cima. Estaba tan feliz con el triunfo que iba a lograr, que perdí la concentración que necesitaba y cometí un error. Este error ocasionó que yo sufriera un accidente que, gracias a Dios, afectó sólo a mi persona. Ninguno de mis compañeros salió lastimado por mi causa. En aquella ocasión, sufrí la fractura de tres costillas del costado derecho y la torcedura de mi tobillo izquierdo. Por supuesto, no llegué a la cima. Como te imaginarás, me encontraba bastante preocupado y deprimido, ya que mi segundo intento nuevamente resultaba en mi segundo fracaso. Por momentos, temía que mis patrocinadores ya no me apoyaran cuando se enteraran del desenlace de

“ESTOY CONVENCIDO DE QUE CADA CIRCUNSTANCIA QUE NOS TOCA VIVIR, POR DURA QUE SEA, NOS PERMITE APRENDER LECCIONES DE VIDA. ESTA TERRIBLE EXPERIENCIA ME ENSEÑÓ QUE DEBÍA SOBREPONERME A LA TRAGEDIA. ”

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esta expedición. Regresé muy nervioso a Guatemala. Tuve una reunión con mis patrocinadores y lo primero que preguntaron fue qué había sucedido. En ese momento, decidí que no me iría por el camino fácil de decirles una mentira. Culpar a mi equipo, al clima, o a la montaña era muy cómodo. Pero no. Asumí la responsabilidad de mis errores y les conté exactamente lo que te conté anteriormente. Lo hice así porque pienso que uno tiene que ser siempre firme en sus valores y principios. Nadie más que yo iba a saber que no estaba siendo honesto. Parece poco, pero ese hecho era suficiente. Era preferible aceptar mis errores ante mis hijos, mi familia, mis amigos y mis patrocinadores con la frente en alto que mentirles a todos sin poderlos ver a los ojos. Seguramente, alguna vez pasaste o pasarás por una situación similar. Y estarás de acuerdo conmigo en que la verdad es la mejor forma de enfrentar cualquier situación en la vida. “Bueno”, pensé en ese instante, “ya les conté lo que sucedió, ahora se van a levantar de su silla, se darán media vuelta y acá se acabó mi carrera como montañista”.

“Tanta prueba difícil a nivel técnico como humano llenaba cada vez más mi corazón de humildad y de coraje.”

Mi sorpresa fue profunda ante su actitud. De más está mencionar que me dieron una enorme lección de vida que me marcó para siempre. Se levantaron de sus sillas efectivamente, pero para preguntarme al unísono, “¿Cuándo vas de nuevo a intentar escalar el monte Everest?”. Estaban dispuestos a apoyarme y financiar una nueva expedición. Creían en mi sueño y estaban convencidos de que debían financiar de nuevo una expedición de tal envergadura. La emoción y la gran lección que me dieron me dejaron sin palabras durante varios días. La alegría se combinaba con la noción de nuestra imperfección como seres humanos y con la satisfacción que surge de aceptar la responsabilidad por nuestras acciones. La consecuencia de un sencillo acto de honestidad de mi parte me había ganado la credibilidad y la confianza de mi gente. Gracias a la lección de mis patrocinadores, me llené de entusiasmo de nuevo, me enriquecí a causa de la difícil experiencia vivida y me volví a levantar. Tanta prueba difícil a nivel técnico como humano llenaba cada vez más mi corazón de humildad y de coraje. Debía perseverar e insistir una vez más hasta alcanzar el objetivo trazado años atrás. En el año 2001, fui por tercera vez en busca de alcanzar la mismísima cumbre del monte Everest. En esa ocasión, la expedición fue por la cara norte, por la ruta del Collado Norte dentro de te-

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rritorio tibetano en la China continental. Según mi opinión, esta es la cara más fascinante y llena de historia de la montaña. Esta expedición dio comienzo a principios de marzo del 2001. Viajé desde Guatemala hasta la ciudad capital del reino de Nepal, Kathmandú, en donde nos reunimos con los 18 miembros de la nueva expedición. Nuestro grupo estaba conformado por escaladores profesionales de ocho países diferentes, todos con el objetivo común de llegar a posarse sobre la cima del “techo del mundo”. La primera semana nos dedicamos a llevar a cabo el arduo trabajo de organizar las 15 000 libras de equipo de escalada, comida, equipo de comunicación, primeros auxilios, etc. Todo lo necesario para los tres meses que dura esta expedición. Al mismo tiempo de efectuar ese trabajo, estábamos tramitando el obligado permiso del gobierno de la República Popular de China para poder ingresar legalmente al territorio del Tíbet en donde se encuentra la ruta del Collado Norte. Recorrimos buena parte de la región norte del reino de Nepal, por una distancia aproximada de 300 kilómetros, hasta llegar a la frontera común entre Nepal y el Tíbet, por la zona de Kodari & Zangmu. Pasamos la noche en un hospedaje de ese pueblo fronterizo. En ese momento, mis pensamientos eran muy positivos. Ya no estaba

seguro de llegar a la cima, ni me jactaba de algo que aún no había realizado. Recordaba las palabras de don Quijote de la Mancha. Ese viejo sabio producto de la imaginación de Cervantes afirmó con mucho sentido común que el camino es mejor que la posada. Yo tenía una meta, sí. Y había trabajado bastante para conseguirla. No la había perdido de vista ni un momento. Pero, de una manera extraña, me había olvidado un poco de disfrutar la ruta que iba a llevarme a ella. Esta vez, me concentré en el camino recorrido, en ese que se iba haciendo tras mis pasos, en el que iba abriéndose delante de mí. No en vano dice el refrán que

Campamento en el final de la Cascada de Rongbuk.


“CONOCERNOS CON LOS DEMÁS Y ACEPTAR LAS DIFERENCIAS REPRESENTA UNA BUENA PARTE DEL CAMINO HACIA LA PAZ.”

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“la paciencia es la madre de la ciencia”. Al día siguiente, siempre con nuestros vehículos de doble tracción, ascendimos por la sinuosa carretera de terracería, sorteando vertiginosos precipicios encañonados que conducen gradualmente hacia el altiplano tibetano. Con el transcurrir de los días, tuvimos la oportunidad de visitar históricas ciudades tibetanas como Xegar, Xigatse y, por supuesto, la antigua capital del Tíbet, llamada Lhasa, palabra que significa “lugar de los dioses”. Esta es una ciudad sagrada donde se encuentran una serie de monasterios y palacios entre los cuales destaca el Palacio Blanco o Palacio de Potala que, hasta principios de los años cincuenta, fue la sede de las oficinas gubernamentales del extinto reino del Tíbet. En aquel momento, su líder, el renombrado Dalai Lama, tenía aproximadamente 17 años y, por consejo de sus protectores, se vio forzado a huir de su propia tierra para poder salvar la vida, ya que fue acusado por las autoridades chinas de promover rebeliones en contra de su régimen. Desde entonces, vive exilado en un pequeño y pintoresco pueblo en la zona montañosa del norte de la India conocido como Darsmalha, lugar desde donde continúa su lucha por la paz y la armonía de su pueblo natal. Desde Lhasa, teníamos que recorrer aproximadamente 350 kilómetros hasta la región donde establecimos nuestro

campamento base. A través de ese recorrido, tuvimos la oportunidad de pasar por zonas donde viven grupos pequeños de tibetanos en aldeas diseminadas en el vasto territorio del altiplano tibetano. Es interesante notar que todos los grupos humanos tienen características intrínsecas que los distinguen de otros grupos. Los tibetanos no son la excepción. Una de sus características es que no tienen un sentido de la privacidad tal como la entendemos en el mundo occidental. Este hecho lo descubrimos de manera muy curiosa. Resulta que cuando acampábamos cerca de una aldea, lo hacíamos aproximadamente a unos 500 metros de distancia de su perímetro; según nosotros, respetando la privacidad de los aldeanos. Sin embargo, estas personas se acercaban, de una manera amable, a ver quiénes éramos y cómo nos comportábamos. En ocasiones, eso no era suficiente para ellos. Decidían sentarse al lado de algunas de nuestras tiendas de campaña, sin autorización alguna, simplemente abrían el cierre o zipper de la misma. Sonreían con una curiosidad infantil en la mirada y observaban atentamente por varias horas todo lo que hacíamos. Comer, descansar, preparar nuestro equipo, muchas cosas tuvimos que hacer bajo su mirada supervisora y de admiración. Algunos compañeros tuvieron la “suerte” de tener compañía hasta en los momentos más

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privados de hacer sus necesidades fisiológicas. Nosotros convivimos con ellos con igual curiosidad por ellos. La verdad, éramos una novedad mutua. Conocernos unos a otros resultó parte de un viaje simultáneo que realizamos tanto ellos como nosotros, los montañistas. Fue el viaje que realizamos a nuestro interior, en el cual visitamos los parajes más inusitados de la esencia humana. Fue interesante y hasta gracioso tener esta experiencia. Cada detalle en este viaje nos representó nuevas lecciones de vida. En este caso, la lección consistía en darnos cuenta de la diversidad del espíritu humano y de nuestra necesidad de adaptación a nuevos grupos humanos para poder tener éxito. Y este fenómeno es representativo de lo que sucede a gran escala con otros grupos humanos, con los países, con los pueblos del mundo. Es decir, en todo momento, vamos a encontrar personas diferentes a nosotros. La curiosidad por el otro nos va a llevar a observar a nuestros vecinos y a querer encontrar cómo y por qué son diferentes. La clave no es intentar cambiarlos a nuestro modo de ver la vida ni cambiar nosotros al suyo. Conocernos con los demás y aceptar las diferencias representa una buena parte del camino hacia la paz.

Si, además, logramos inspirarnos mutuamente para mejorar algún aspecto determinado de nuestras costumbres, pues eso ya sería un valor agregado a nuestra relación con nuestros semejantes. Imponer nuestra forma de ser o actuar sin aprender de las circunstancias ajenas denota arrogancia y falta de imaginación. Por eso mismo, llegamos a la conclusión de que era mejor aceptarlos entre nosotros tal como eran. Tampoco cambiamos nuestro actuar ante ellos y realizamos nuestras tareas bajo la mirada observadora de estos tibetanos que, con su actitud, pusieron a prueba nuestra capacidad de ser auténticos. Con el tiempo, llegamos a sentir que los tibetanos eran parte del “paisaje”. Sus ojos inquietos no nos hacían daño alguno, por el contrario, le daban un toque curioso y exótico a la expedición. Esta expedición internacional estaba compuesta por personas de muy diferentes países como Letonia, Nueva Zelanda, Japón, Estados Unidos, Dinamarca, Suiza, Inglaterra, Escocia, Francia, Nepal y Guatemala. Al ser nuestra expedición completamente internacional, se tenía claro que éramos personas muy diferentes pero que teníamos el privilegio de pertenecer a un grupo de trabajo. Esta noción, por básica que parezca, es fundamental en todo momento y en cualquier actividad que estemos realizando para sacar el máximo provecho del tra-


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bajo en equipo. El respeto a la individualidad de cada quien y el aporte de sus habilidades al grupo resultan herramientas esenciales para alcanzar metas colectivas.

El hecho de pertenecer a cualquier grupo humano con causas comunes debe hacernos sentir privilegiados. Lo anterior no significa que debamos sentirnos relajados pensando “cuán privilegiado soy”. Por el contrario, este hecho implica un fuerte compromiso y responsabilidad por el grupo. Debo entender que todo lo que hagamos bien o mal va incidir directamente en los objetivos que buscamos como grupo. En el caso específico de nuestra expedición, todo lo que hiciéramos bien o mal le podía costar la vida o serias lesiones a alguno de nuestros compañeros o a nosotros mismos.

Con esta noción muy clara, continuamos nuestro viaje. A mediados del mes de marzo, llegamos al pie del glaciar de Rongbuk a una altitud de 5200 metros de altura, lugar donde establecimos el campamento base o centro de operaciones.Es un sitio seco, pedregoso y por supuesto, muy frío. Lo más importante del lugar es que era un sitio plano ideal para montar el campamento. Tres días después de haber establecido el campamento base y la estrategia a seguir, llegaron 25 arrieros acompañados de 170 yaks. Estos animales son bovinos endémicos de la región de los Himalayas. No son ganado vacuno pero guardan cierta similitud con el mismo. Son el principal medio de transporte, sustento y carga de los tibetanos, en la parte norte de los Himalayas, y de los Sherpas en la parte sur. De hecho, son parte integral de la cultura en la región de los Himalayas. Con la ayuda de este grupo de arrieros y sus yaks, pudimos trasladar a través del glaciar de Rongbuk las 15 000 libras de equipo desde los 5200 hasta los 6400 metros de altura, por una distancia aproximada de 30 kilómetros. Fueron en total cuatro días los que nos acompañaron, hasta que nos dejaron en el último sitio donde podían llegar. Una vez en el Collado Norte, empezamos a montar el campamento base avanzado, y nos despedimos de los amigables arrieros quienes iniciaron su largo regre-

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so hasta el pueblo de Tingri en donde viven, a casi una semana de distancia cuesta abajo. Desde este sitio, pude apreciar la imponente cima del mundo, tan ansiada pero a la vez tan respetada y temida. Desde mi tienda de campaña en este campamento, me di cuenta de que nos quedaban todavía dos meses de arduo trabajo antes de intentar tocar esta cima. Recordé cómo había empezado a escalar, os viajes por los volcanes guatemaltecos con mis compañeros de ascenso nada se parecía a las condiciones de ese momento. Aquellos primeros pasos como montañista eran un hermoso recuerdo: Las bromas, el clima agradable, la preparación de la comida, la convivencia, la simulación de condiciones “difíciles”. La nostalgia nos da una visión del camino recorrido, resulta una buena compañera de viaje. Nos dice de la riqueza que hemos cosechado a través de los años. Nos revela todos los cambios a los que hemos debido adaptarnos para llegar hasta donde estamos. Al igual que en la vida, debemos ir en constante adaptación a las circunstancias variables que se nos presentan cada día. El glaciar de Rongbuk, parecer tener semejanza con un río congelado. Puedes imaginarte un río caudaloso con fuertes oleadas, sólo que estas olas están congeladas variando de forma suave y ondulante a abrupta. Al final del glaciar, se

encuentra un profundo valle que lleva al pie de las empinadas laderas y paredes de hielo de que llevan hasta los 7,000 metros de altura. Fue precisamente en este lugar donde instalamos el campamento base del Collado Norte. En este punto, y ya a solas los montañistas, definimos la estrategia a seguir. Efectuamos una serie de “acarreos” o cargas a diferentes altitudes, previa la instalación de cuerdas fijas o de seguridad en los puntos más peligrosos de la escalada. Montamos tres campamentos más a diferentes altitudes: El segundo quedó montado a una altitud de 7500 metros; el tercero, a los 8000 metros de altitud, una enorme altura que solamente 14 montañas en el mundo logran alcanzar, todas ubicadas en Asia y dentro de la cordillera de los Himalayas; finalmente, el cuarto lo instalamos a una altura de 8300 metros, altura que solamente cuatro montañas en el mundo logran alcanzar. La siguiente fase de la expedición consistió en bajar nuevamente hasta el campamento base de avanzada para dedicarnos, en la siguiente semana, a instalar las cuerdas fijas de seguridad, esto no es más que un mecanismo que ayuda al momento de cometer un error. Este sistema evita que nos matemos o tengamos una tragedia. Este arduo trabajo consiste en ir uniendo cuerdas cada

Puente artificial hecho de escaleras de jardín a 6000 metros de altura.


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75 metros, con anclajes especiales para el efecto. Aproximadamente, instalamos unos 8000 metros de cuerdas de seguridad. La siguiente fase fue volver a bajar hasta el campamento base de avanzada a descansar. Seguidamente, la fase de “acarreos” consistió en tomar mochilas con una carga aproximada de 30 libras, en las que llevamos comida, equipo para primeros auxilios, equipo de comunicación y todo lo necesario de un lugar a otro para abastecer este campamento. Dejábamos allí esa carga, volvíamos a bajar al campamento base de avanzada por otra carga semejante y nos íbamos para arriba de nuevo. Repetimos esto unas cuatro veces cada uno de los miembros del grupo. No era que nos encantara subir y bajar esta montaña, sino que no teníamos la capacidad de carga de los yaks. Nosotros mismos debíamos trasladar todo el equipo indispensable para abastecer, no solamente el campamento base de avanzada, sino también, todo el equipo necesario para instalar

“Al igual que en la vida, vas a aprender que mientras menos carga nos echemos encima, más livianos y eficientes vamos a ser y más rápido vamos a alcanzar las metas en nuestras vidas.”

y abastecer los siguientes tres campamentos de altura. Luego del campamento del Collado Norte, y mediante la misma estrategia, instalamos y abastecimos los siguientes tres campamentos descritos anteriormente, a los 7500 metros, 8000 metros y 8300 metros sobre nivel del mar. Esta fase nos obligó a escalar por diferentes rampas de hielo angostas, frías, expuestas fuertemente al vacío, a poderosos vientos y bajos niveles de oxígeno. El esfuerzo a realizar fue inmenso. Incluso, tuvimos que escalar por zonas rocosas, zonas cambiantes; pasamos por secciones de “hielo azul”, el cual técnicamente requiere mucho cuidado porque es un hielo casi tan duro como el cemento, ya que tienemiles de años de estar depositado allí. Se hizo necesario utilizar herramientas y técnicas especiales para tallar escalones. Así, paso a paso, estábamos en capacidad de atravesar esa resbaladiza zona. Seguimos luego por empinadas laderas cubiertas de hielo y de enormes grietas, donde era muy importante instalar las mencionadas cuerdas de seguridad. Generalmente, trabajamos en grupos de tres personas, mientras unos iban bajando a descansar, otros íbamos escalando hacia el campamento siguiente.

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Todo este trabajo nos llevó aproximadamente cinco semanas. Buscamos instalar cada uno de los campamentos en partes protegidas, generalmente difíciles de encontrar, para cuidarnos de los intensos y gélidos vientos, generalmente difíciles de encontrar. Escalamos muy abrigados y protegidos, pero al mismo tiempo intentábamos viajar lo más livianos posible. Ese conocimiento es importante de adquirir.

Lo anterior nos obligó a usar otro tipo de traje: uno forrado con plumas de ganso con unos 12 centímetros de grosor. Estábamos tan cubiertos que parecíamos robots al movernos. Pero si no los usábamos, corríamos el riesgo de morir congelados. Todo este trabajo sucedía mientras veíamos la cima del Everest cada vez más cerca. En ese momento estábamos a unas dos semanas de distancia.

Al igual que en la vida, vas a aprender que mientras menos carga nos echemos encima, más livianos y eficientes vamos a ser y más rápido vamos a alcanzar las metas en nuestras vidas. Las cargas que nos ponemos encima, normalmente, no son más que los materialismos innecesarios, necesidades adquiridas, cosas superfluas de las cuales podemos prescindir y que no se necesitan para realmente tener éxito en la vida.

Cuando sobrepasamos los 7500 metros de altura, el desgaste se volvió constante y terrible. Desde allí vimos los pequeños puntos negros que nos indicaban el sitio donde estaba instalado nuestro campamento del Collado Norte, a los 7000 metros de altura, incluso podíamos apreciar una pequeña porción de las empinadas laderas que subimos y bajamos varias veces.

Al superar los 7000 metros de altura, las condiciones climáticas empeoraron. Se incrementaron en gran medida la dificultad y el peligro. Bajo estas circunstancias, afectan los factores como la baja presión atmosférica, la disminución dramática de los niveles de oxígeno en el ambiente y el “chilli factor” conocido en español como “sensación térmica”, que ocurre cuando, por ejemplo, la temperatura ambiental es de -10 °C pero, al momento de una ventisca, inmediatamente nuestro cuerpo tiene la sensación de que fueran -50 ºC.

Decir o escribir 7500 metros de altura es fácil. Pero si tú quisieras alcanzar dicha altura, solamente podrías hacerlo de dos maneras. Una es abordar un avión con capacidad de presurizar su ambiente interior o bien escalar alguno de los gigantes colosos de la Cordillera de los Himalayas, único lugar en el mundo donde las montañas pueden alcanzar semejante altitud. Conforme ganábamos altura, las dificultades aumentaban. Incluso cuando nos afectaba una “pequeña” ventisca y arrancaba violentamente la nieve de las


“EN ESE MOMENTO, YA TENÍAMOS DOS MESES DE HABER INICIADO ESTA EXTRAORDINARIA EXPEDICIÓN. POR DELANTE NOS QUEDABA UNA SEMANA MÁS DE ESCALADA, EL MOMENTO MÁS TEMIDO, EL INSTANTE MÁS ANSIADO.”

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laderas, nosotros sentíamos como que si hubieran sido millones de alfileres que no solamente querían perforar nuestro equipo, sino también nuestro estado de ánimo para seguir adelante. Estas condiciones además dedifíciles, nos eran desconocidas y, entonces, a nosotros nos resultaban muy duras. Continuar bajo estas circunstancias requería una dosis doble de voluntad, así que era el espíritu de grupo el que nos sacaba adelante. En algún momento de la vida, no te va a quedar alternativa que seguir subiendo. Dudar en ese momento es inútil. Continúa, sigue adelante que si la marcha se siente muy dura quiere decir que vas hacia arriba. Mientras más nos acercábamos a la cumbre, más aumentaba la inclinación. A esa altura la presión atmosférica disminuye sensiblemente, las capas de la atmósfera se dispersan de tal manera que ya no tenemos la misma protección de los rayos del sol y los rayos ultravioleta. A pesar de utilizar bloqueadores solares de alta protección, siempre estábamos expuestos a sufrir serias quemaduras en la piel de la cara. Este es parte del precio a pagar por transitar en zonas no aptas para los seres vivientes. Finalmente, alcanzamos la cota de los 8000 metros de altura. Una altura que, como describía antes, solamente 14 montañas en el mundo logran tener y es-

tán todas ubicadas en la cordillera de los Himalayas. En este sitio, la instalación de las tiendas de campaña fue muy complicada. No solamente por el tipo de terreno, sino porque nos vimos obligados a instalar cuerdas extras atadas a las rocas para sostener nuestro precario campamento. En ese momento, ya teníamos dos meses de haber iniciado esta extraordinaria expedición. Por delante nos quedaba una semana más de escalada, el momento más temido, el instante más ansiado. Estábamos en el umbral de ese punto conocido como la “zona de la muerte”, una región donde los niveles de oxígeno son tan bajos que aunque estuviéramos en reposo estábamos muriendo lentamente. En términos médicos, este fenómeno se llama estado de hipoxia y se manifiesta por medio de síntomas como cianosis, confusión mental y taquicardia. Sucede una vasoconstricción periférica que no es otra cosa que el mandato del sistema nervioso autónomo de constreñir los vasos sanguíneos en las extremidades para concentrar el flujo sanguíneo en los órganos vitales y prolongar así la subsistencia. En este lugar, nos encontramos con cadáveres de muchas personas que desafortunadamente no tuvieron la suerte de salir de allí. Los cuerpos congelados de los hermanos montañistas que nos precedieron en el camino permane-

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cían en el lugar como para advertirnos de nuestra fragilidad humana. La sensación dejó una profunda huella en mi espíritu. Llegar a la cima y, especialmente, bajar de ella, se había convertido en un asunto de vida o muerte. Poco a poco, fuimos avanzando con dos de mis compañeros de expedición, Asmus Norreslet de Dinamarca y Keron Mc Kenzie de Escocia, sobre un terreno donde nos vimos obligados a utilizar oxígeno suplementario. Esta circunstancia nos limitaba mucho la visión en la escalada en un terreno de roca suelta. En términos de montaña, a este tipo de suelo se le conoce como “roca podrida” y es la peor roca que hay para escalar. Pero en ese punto ya no teníamos la opción de decidir por dónde ir. Qué más hubiera querido que tener en ese momento paredes de roca como las de la Pirámide del Carstensz. Al igual que en la vida, para alcanzar lo que quieres, vas a tener que escalar por ese sitio que no escogiste y que no te gusta. Así, no lo pienses demasiado y apura el paso. Piensa en tu meta, aférrate a tus sueños y avanza sin lamentarte. Cuando hayas conquistado lo que quieres, seguramente, recordarás ese momento difícil sólo como un escalón más en tu camino. La actitud positiva nuevamente se manifestaba como una herramienta vital para poder tener éxito.

El día 21 de mayo del 2001, decidimos escalar hasta los 8300 metros de altitud para instalar el último campamento de altura, altitud que solamente cuatro montañas en el Mundo logran sobrepasar. En esta nueva sección de la enorme montaña, tuvimos que tallar plataformas en el hielo para lograr escasamente el espacio necesario para que cupieran las cinco tiendas de campaña necesarias y acampar en el lugar. Desde ahí pudimos apreciar en el horizonte parte de la redondez de la Tierra, fenómeno que pocas veces tenemos la suerte de ver con nuestros propios ojos. Ver hacia abajo era también sobrecogedor. Apreciar la inmensidad del altiplano del Tíbet con sus tonos color ocre, admirar las montañas más imponentes del planeta y sentirnos tan compenetrados con mis hermanos montañistas representaron una visión de la grandeza de Dios. Al ver hacia arriba, nos esperaba la evasiva “Cima del Mundo”, la cumbre del grandioso monte Everest. Calculamos, aquel día, que necesitaríamos unas ca-

“Para alcanzar lo que quieres, vas a tener que escalar por ese sitio que no escogiste y que no te gusta. Así, no lo pienses demasiado y apura el paso. Piensa en tu meta, aférrate a tus sueños y avanza sin lamentarte.”


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torce horas de escalada continua para lograr llegar a la cumbre, siempre y cuando las condiciones climáticas fueran favorables. Esta última sección representaba escalar paredes muy difíciles técnicamente, con vertiginosa exposición al vacío. En lo personal representó una de las escaladas más peligrosas y espectaculares que he podido efectuar hasta la fecha. El 23 de mayo del 2001, a la 01:00 de la mañana (hora local), de los 18 miembros de la expedición, ocho estábamos en condiciones de seguir adelante. Cada uno de nosotros se abrigó con seis capas diferentes de ropa, mascarillas especiales para respirar oxígeno suplementario y caretas que nos protegían de las bajas temperaturas y de la extrema resequedad ambiental. Todo esto era necesario para enfrentar condiciones tan extremas. Estábamos seguros de que inmediatamente al salir del refugio de la tienda de campaña nos enfrentaríamos con las condiciones climáticas más terribles que habíamos soportado.

de Nepal), ¡estábamos en la cumbre! En ese momento tan trascendental, mi amigo Asmus y yo nos volteamos un momento y vimos que otro de nuestros compañeros, Andy Lakpass de Estados Unidos, estaba ya cerca de la cumbre, por lo que dijimos que, en vista de las condiciones climáticas favorables, lo íbamos a esperar en la cima. Mientras Andy llegaba, que por cierto tardó 10 minutos, tomamos fotos hacia todos los puntos cardinales, pudimos notar que todo, absolutamente todo, estaba debajo de nosotros.

Fue una sensación muy particular, muy difícil de describir. La cumbre no es muy grande, realmente. Es un sitio inclinado donde posiblemente caben entre cinco o seis personas a la vez. Allí dejamos recuerdos que difícilmente iban a perdurar Con mucho esfuerzo, traba- más de uno o dos meses jando en equipo y hacien- por la fuerza del viento. do acopio de todo el coraje nuestro caso, con mucho orgullo, deque aún nos quedaba, paso En jamos banderas de Guatemala, Dinamara paso, a las 2:00 p.m. (hora ca y Estados Unidos. Incluso dejamos

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un tanque de oxígeno vacío, de fabricación rusa; unos chocolates congelados y unos pañuelos de seda, que nos dieron al inicio de la expedición unos monjes buda-lamaistas en el monasterio de Rongbuk. Ellos amablemente realizaron una sencilla ceremonia llamada “puja”, con el fin de protegernos de la furia de Cholomangma, que significa “diosa madre de la naturaleza”. Este nombre es en realidad el verdadero nombre del Everest. Según la gente local y los monjes buda-lamaistas, Cholomangma está molesta porque mucha gente altera su paz y armonía, por ello ha cobrado la vida de cada vez más personas. Por ello, se han dado a la tarea de tratar de proteger a los montañistas que intentan subirla por medio de oraciones y ceremonias. Ofrecen la realización de esta ceremonia en el monasterio de Rongbuk o en los campamentos base. La puja dura tres horas aproximadamente, en ella piden la protección a Cholomangma , al final entregan unos pañuelos de seda que los participantes deben usar atados al cuello. A nosotros nos dijeron que si llegábamos a la cima, nuestra obligación era dejar allí dichos pañuelos, en señal de gratitud a Cholomangma. ara cumplir el ritual, así lo hicimos. Los dejamos junto con unas banderolas de diferentes colores que representan los elementos básicos de la naturaleza, dichos pañuelos tienen escritos rezos es-

pecíficos de acuerdo con el elemento de la naturaleza. Así: 1) Verde significa toda la vegetación e implica la protección que da en la vida. 2) Amarillo representa al fuego y el sol, da el calor y energía vital para la vida misma. 3) Blanco representa al hielo y la pureza del alma que debemos obligadamente tener para alcanzar la armonía en la vida. 4) Azul representa al cielo y al agua, simbolizan la profundidad y la limpidez necesarias para crear vida. 5) Rojo representa la sangre y la razón que son el vehículo transportador de la vida por toda la naturaleza. No soy budista, pero soy muy respetuoso de las diferentes creencias y religiones existentes en el mundo. Además, después de convivir con diferentes personas, con diferentes maneras de creer y sentir, he llegado a la conclusión de que no hay demasiada diferencia entre la visión del bien y del mal. Sólo existen diferentes maneras de interpretar y de expresar esta visión. Descendimos llenos de sentimientos de alegría, satisfacción, incertidumbre y, por supuesto, de temor por el peligroso descenso que teníamos por delante.


“AL DESCENDER HASTA EL CAMPAMENTO BASE, EL GOBIERNO DE CHINA ME OTORGÓ UN CERTIFICADO OFICIAL QUE ME ACREDITA COMO EL ÚNICO MONTAÑISTA DE CENTRO AMÉRICA Y EL CARIBE QUE HA LOGRADO ALCANZAR LA CIMA DEL MUNDO HASTA ESTE MOMENTO.”

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De hecho, tuvimos muchísimas dificultades. Andy Lakpass y yo nos vimos forzados a pasar una noche a la intemperie, sin equipo extra de abrigo, ni tienda de campaña, ni bolsa de dormir. A una altura de 8725 metros de altura sobre nivel del mar, únicamente teníamos el equipo que llevábamos puesto para el ataque de la cumbre. Por alguna razón que no nos explicamos, hicimos algo que nadie antes había logrado: Sobrevivir bajo esas condiciones extremas. Gracias a Dios, logramos salir con vida. Al descender hasta el campamento base, el gobierno de China me otorgó un certificado oficial que me acredita como el único montañista de Centro América y el Caribe que ha logrado alcanzar la cima del mundo hasta este momento. A principios del mes de junio del 2001, regresamos todos los del grupo hasta Kathmandú, ahí donde celebramos la ventura de que nadie del grupo había muerto. Sin embargo, nuestro amigo Andy Lakpass sufrió graves congelaciones en la nariz, pies y manos. Tuvo que pasar dos meses hospitalizado en el estado de Colorado y desafortunadamente, los médicos no lograron salvarle los tejidos seriamente afectados. Se vieron forzados a amputarle todos los dedos de los pies, parte de los pulgares de ambas manos y parte de su nariz.

Estoy seguro de que si tuvieras el privilegio de conocerlo, seguramente compartiría contigo una sonrisa de optimismo y unas palabras de valor. Es una persona ejemplo constante de vida, alguien que se vio forzado a dejar de hacer lo que más amaba, escalar montañas. Cualquiera de nosotros puede sufrir en determinado momento una situación como esa. Puede ser a causa de algún suceso trágico o cualquier otra circunstancia. De pronto, ya no puedes seguir haciendo las cosas que más amas. Tu trabajo, tu camino o tu estudio. Podrías dejar de percibir la satisfacción que todo esto representa en tu vida. Y sin embargo, aún entonces, debes seguir adelante. Eso le tocó vivir a Andy. Y con su actitud nos da una gran lección de lo que es realmente tener capacidad de adaptación. Ya no puede seguir escalando montañas, pero tiene el conocimiento y tiene los deseos de seguir viviendo. De acuerdo con su nueva realidad, decidió fundar una escuela de montaña en la que transmite sus grandes conocimientos a otras personas que aspiran a alcanzar las cumbres más altas de su vida. La lección no se queda allí: Andy tiene nuevos sueños, Andy es feliz intentando nuevas cimas. El nuevo sueño que concibió es una meta en la cual trabaja desde inicios del año 2003. Quiere recorrer Estados Unidos de costa a costa en bicicleta y sin apoyo externo. En ese año se encontraba en

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la fase de preparación, pero no cabe la menor duda de que será capaz de lograr este nuevo sueño por su actitud positiva hacia la vida. Los sueños nos ayudan a entender la razón de nuestra existencia.

Certificado que lo acredita como el primer montañista de Centroamérica y el Caribe que ha logrado alcanzar la cima del mundo.


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Vista desde el interior de su tienda de campaña del campamento al final de la Cascada de Rongbuk, a 6100 metros de altura.

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Jaime Viñals con todo su equipo de escalada en hielo, previo a iniciar la faena del día.


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La forma de escalar cascadas de hielo es trabajando en equipo y contacto constante entre cada uno de los miembros de la expedición.


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Y ahora, ¿qué viene? ALGUNAS ENSEÑANZAS Y APRENDIZAJES DE MI EXPEDICIÓN AL EVEREST Este año que escribo este libro, 2021, se cumplen veinte años de haber vivido esta etapa de mi vida de montaña, la cual fue un parteaguas en mi carrera como montañista. En aquel momento tuve una disyuntiva muy grande, y ¿ahora qué?... tanto entrenamiento, tanto sacrificio de todo tipo, y ya se logró, y qué viene ahora, no tenía idea. Aquel pequeño instante cuando me surgió esa pregunta, comprendí que la vida es una consecución de metas por lograr. Debemos siempre tener contemplado qué vamos a seguir haciendo con nuestras vidas, después de alcanzar algo tan grande, tan singular, tan especial, lo más alto del mundo, nada más y nada menos. Luego de esa reflexión me puse a recordar y sintetizar todo lo vivido en esa exitosa expedición. Me puse a reflexionar que para poder llegar a esta hermosa montaña tuvimos que pasar antes por el alma de Lhasa; se cree que en Lhasa vive cerca de un millón de personas de

los cuales, el 60 % son chinos. La antigua capital del Tíbet está situada a 3600 metros de altura sobre el nivel del mar en un amplio valle rodeado de altos picos que alcanzan los 5000 metros. Al igual que todo el altiplano tibetano, Lhasa es un lugar árido, a pesar del enorme río que fluye a través del valle y la ciudad, hay muy poca vegetación, excepto en las áreas cultivadas. El alma de Lhasa es la cultura tibetana. También pensaba en la “zona de la muerte” que se encuentra al llegar a la cota de los 8000 metros, en cualquiera de las 14 montañas de todo el planeta que superan esa enorme altitud. Aquí los niveles de oxígeno son tan bajos que aunque estuviéramos en reposo estaríamos muriendo lentamente. En términos médicos, este fenómeno se llama estado de hipoxia y se manifiesta por medio de síntomas como cianosis, confusión mental y taquicardia. Sucede una vasoconstricción periférica que no es otra cosa que el sistema nervioso autónomo manda a constreñir los vasos sanguíneos en las extremidades para concentrar el flujo

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sanguíneo en los órganos vitales para prolongar la subsistencia. El Everest me enseñó una lección de paciencia, constancia, constancia, actitud positiva, pero principalmente de humildad. La primera vez que lo intenté fue en la primavera de 1994. Lo volví a intentar en 1999. Y, finalmente, en 2001, fui por tercera vez en su búsqueda. Esta fue por la ruta del collado norte, dentro de territorio tibetano, en la China Continental. Cuando me reencontré con el Everest, después de dos intentos fallidos, sentí un cosquilleo… creo que era temor, ansiedad, alegría, en fin, una serie de sensaciones encontradas. Estaba convencido de que alcanzar su cima sería como una liberación, y así fue aquel 23 de mayo de 2001.

Luego de ese memorable momento en mi vida, se repetían constantemente las preguntas mencionadas anteriormente, ¿y ahora qué?, ¿voy por más cumbres?, ¿me retiro del montañismo?, ¿qué voy a hacer?


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La cordillera del Himalaya (Morada de las nieves)

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La cordillera del Himalaya, conocida también como el “hogar de las nieves” o “morada de las nieves”, está ubicada en el continente asiático y atraviesa los países de Bután, China, Nepal, Tíbet, India y Pakistán. Se extiende en forma de arco a lo largo de 2400 km, ocupando 594 400 km2 de superficie. Es la región montañosa más elevada del mundo.

geográfico de culminación en las cimas más altas del planeta. Desde el sur, la primera elevación es el Chure Range (de 610 a 1524 metros), con algunos cerros que se elevan abruptamente desde la planicie de Terai, cerca de la India. Luego, más al norte, aparece el Mahabhart Lekh (1525 a 4877 metros) hasta la planicie del Ganges. De los 31 que sobrepasan los 7600 metros, 11 están en Nepal, incluyendo el Cho Oyu con 8201; el Dhaulagiri, con 8167; el Manaslu, con 8163, y por supuesto, el más alto del planeta: el Everest o Sagarmatha (la frente del cielo, en nepalí), con 8848 metros de altitud (29 196 pies). Aunque en honor a la verdad, este último se encuentra justo en la frontera entre Nepal y el Tíbet.

La cordillera del Himalaya (Morada de las nieves)

El origen geológico de esta cordillera se debe a que hace unos sesenta y cinco millones de años, la superficie del Himalaya se encontraba sumergida en el mar de Tetis, pero violentos procesos de solevantamiento de placas provocados por el empuje de la placa India contra la euroasiática, propiciaron la elevación de este sistema montañoso. Este fenómeno continúa hoy día, de ahí la inestabilidad sísmica de la zona. Una tercera parte de esta cordillera (8800 km) atraviesa Nepal y se le conoce como los Himalayas nepaleses. En el interior del país la cordillera se ajusta a un patrón

Nepal es un rectángulo de unos 600 km de largo por unos 200 km de ancho, con un área de 147 181 km² y se encuentra entre los países más pobres y menos desarrollados del mundo. Parte del problema se debe a su aislamiento geográfico. En cuanto al Tíbet, se le conoce como Región Autónoma del Tíbet (una subdivisión administrativa de la República Popular China) o como el Tíbet histórico, que consiste en las provincias de Amdo, Kham y U-Tsang. En Nepal habitan los mejores en alta montaña, los sherpas, palabra que significa persona del oriente. Pertenecen a una etnia budista de los altos valles, al sur del Everest, en Nepal. Por su exce-

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lente rendimiento físico a grandes altitudes (son capaces de ascender a alturas inferiores a los seis mil metros sobre el nivel del mar, sin ayuda de oxígeno), son contratados como porteadores de alta montaña, guías turísticos y ayudantes en general. Se estima que los primeros sherpas llegaron desde el Tíbet oriental y Mongolia en el siglo XVI hasta las laderas medias de la cordillera del Himalaya. Su lengua es de origen tibetano. Originalmente, el Tíbet constaba de 2.5 millones de km². En 1950, el ejército chino invadió el Tíbet. Su patrimonio cultural y religioso sufrió serios daños. Muchos monjes y monjas budistas murieron o fueron hechos prisioneros, y la mayoría de monasterios budistas fueron destruidos. En 1959, el decimocuarto Dalai Lama y sus principales colaboradores, huyeron a la India, desde donde dirigen el gobierno tibetano en el exilio. El monte Everest está localizado en las coordenadas 27° 59´ 16” N 86° 56´ 40” E, en la cordillera del Himalaya, en el continente asiático. Está constituido fundamentalmente por rocas metamórficas y graníticas en la base y calizas estratificadas y esquistos calcáreo-cuarzosos, por encima de los 7000 metros. Los nepalíes la llaman Sagarmatha (la frente del cielo) y los tibetanos Chomolungma o Qomolangma Feng (madre del universo o diosa madre de la Tierra). Recibió el nombre actual en honor a sir George Everest, topógrafo británico, quien en el año 1852

determinó la ubicación y altura del coloso. Antes de ello, el Everest era conocido únicamente como Pico XV. Quienes intentan escalar el Everest, por lo general, lo hacen durante abril y mayo, antes del monzón, porque hay un cambio en el jet stream (corriente de aire que puede alcanzar velocidades impresionantes y que circunvala la tierra), el cual reduce la velocidad del viento en la montaña. Otros prefieren hacerlo en septiembre y octubre, después del monzón, aunque entonces la nieve acumulada dificulta mucho más la jornada. El Everest está coronado por dos cumbres, la principal y más alta, y el pico sur, de 8748 metros de altura, ambas formadas en la confluencia de tres crestas: la sureste, la noreste y la oeste, las cuales determinan sus tres caras principales. Una medición realizada en 1970 estableció que la montaña medía 8 848.13 metros. Esa es la cifra oficialmente aceptada. Fueron el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, los primeros en llegar a su cima el 29 de mayo de 1953. De ello, hace más de 50 años. Luego de este logro, más de 1200 personas, entre 16 y 65 años, han coronado la cima de este gigante. Se estima que el coloso ha cobrado por lo menos 275 vidas, aunque podrían ser muchas más porque algunas veces las víctimas desaparecen sin dejar huella.


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Mi diario de expedición UNA EXPEDICIÓN VERDADERAMENTE INTERNACIONAL El año 2001 concluí mi sueño de las Siete Cumbres del Mundo, ni más ni menos que escalando al gigante de gigantes, el imponente y famoso monte Everest. Esta montaña es muy querida para mí, pero no por ser la cumbre más alta del mundo, sino porque es la única montaña, de las más de 800 cumbres que he logrado ascender en muchos países alrededor del planeta, que no he escalado al primer intento. Es la montaña que me enseñó una lección de humildad. La primera vez que lo intenté fue en la primavera de 1994 por la ruta de la Arista Noreste. Lo volví a intentar en 1999 por la ruta del Collado Sur. Y, finalmente, en 2001, fui por tercera vez en su búsqueda. En esta ocasión, la expedición sería por la ruta del Collado Norte, dentro de territorio tibetano, en la China Continental. Según mi opinión, esta es la cara más fascinante y llena de historia de la montaña. La aventura comenzó el 29 de marzo de 2001 cuando salí de Guatemala hacia la capital del reino de Nepal, Katmandú, a donde llegué el 1 de abril. Aquí me reuní con los miembros de mi nueva expedición El líder era el neozelandés Russell Brice. Esta era su onceava expedición al Eve-

rest; había estado más de 35 veces en los Himalayas. Era uno de los montañistas más completos y de mayor experiencia en estas gigantescas montañas. El sublíder era el estadounidense Andy Lapkass, quien había participado en veinte expediciones a los Himalayas y alcanzado la cima del Everest en dos ocasiones. El otro sublíder era el estadounidense Chris Warner, con experiencia en más de setenta expediciones alrededor del mundo. Chris había escalado la cima del monte Cho Oyu y era pionero de nuevas rutas en los montes Ama Dablam y Shivling, en la cordillera de los Himalayas. Este era su segundo intento por llegar a la cima del Everest. El danés Asmus Norreslet era un connotado escalador. Llegó a la cima del Everest por primera vez en el año 2000 por la ruta del Collado Sur. Naoki Ishikawa, de Japón, estuvo en el año 2000 involucrado en una travesía del Polo Norte al Polo Sur, la cual le llevó ocho meses, para tratar de lograr el famoso Pasaje Drake. Marco Siffredi, de Francia, gran escalador y uno de los mejores snowboarders extremos del mundo. Había surfeado los montes Cho Oyu, Dorje Lhakpa en la cordillera de los Himala-

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yas, así como Toclaraju y Artesonraju, en los Andes peruanos. Planeaba hacer lo mismo desde la cima del monte Everest. Owen West, niuyorkino, es veterano de la Marina de los Estados Unidos y un experto competidor de aventura. Ha competido incluso contra Andy Lapkass y Ellen Miller en el famoso Eco-Challenge, realizado en Borneo. Robert Boesch, de Suiza, es un guía de montaña certificado y fotógrafo profesional en aventura. Ha subido en tres ocasiones el Everest y alcanzado diferentes picos en la majestuosa cordillera himaláyica. Viajó como el fotógrafo de la suiza Evelyne Binsack, quien es escaladora, guía de montaña certificada y piloto de helicóptero. Ha escalado la cara norte del famoso monte Eiger, en los Alpes suizos. Este fue su segundo viaje a la cordillera de los Himalayas, para intentarconvertirse en la primera mujer suiza en alcanzar el Everest. Roy Tudor Hughes, de Inglaterra, ha escalado el monte Cho Oyu y ha estado en numerosas expediciones a la cordillera de los Himalayas, incluyendo el monte Broad Peak. Jess Stock, de Inglaterra, es fotógrafo profesional de aventura, ha participado en varias expediciones a la cordillera de los Himalayas tales como Cho Oyu, Melungatse (junto con el famoso escalador Chris Bonnington), Mera Peak (el cual descendió esquiando), y el Golden Throne, en donde

estableció un nuevo récord de altitud, aunque fue superado al poco tiempo. Ellen Miller, de Estados Unidos, es una gran escaladora, participa en competencias de resistencia, como la Maratón del Tíbet, la Eco-Challenge de la isla de Borneo y otras competencias de este tipo alrededor del mundo. Ha escalado el monte Kilimanjaro, McKinley y Cho Oyu, entre otros. Keiron Mackenzie, de Escocia, es guía de grupos en caminatas de bajo nivel técnico; estuvo en la expedición al Everest con Russell Brice en el año 2000, sin alcanzar su cima. Y ahí estaba yo también, Jaime Viñals, originario de Guatemala. Esta era mi quinta expedición a la cordillera de los Himalayas, en el año 1993, fue la primera vez, entonces escalé los montes Shartse, Island Peak y Lobuje Peak. En el año 1994 participé con Russell Brice en mi primera expedición al Everest por la ruta de la Arista Noreste. En 1999 fue mi segundo intento por la ruta del Collado Sur, en el año 2000 participé en una expedición al monte Cho Oyu. Además nos acompañaría un grupo de sherpas porteadores y escaladores, entre estos últimos sobresalían los experimentados Loppasang Sherpa nombrado sirdar (líder de sus compañeros), Phurba Sherpa, Karsang Sherpa, Da Nuru Sherpa, Dorjee Gyalgen y Dawa Sherpa. Mientras que Lachuu Busnet, Ram Sunuwar y Pasang Sherpa fungirían como cocineros.


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Martes 3 de abril (Katmandú - Lhasa)

Salimos de Katmandú hacia Lhasa, capital del reino de Tíbet. Luego de pasar un par de días aquí, salimos hacia Shigatse y de aquí partimos hacia Tingri un caserío polvoriento dominado por el paisaje de la cordillera de los Himalayas. Fue nuestro punto de reunión con Russell y los sherpas. Habían llegado por tierra desde Katmandú hacía tres horas. Traían cuatro camiones con todo el equipo.

gación es seguir intentándolo hasta lograrlo, sin perder el equilibrio entre el deseo y la obsesión.

El lugar era perfecto para el proceso de aclimatación, es decir, a 4200 metros. Este proceso es vital, pues es como entrenar el cuerpo para soportar diferentes alturas. De lo contrario no se podría resistir la falta de oxígeno, la cual aumenta conforme aumenta la altitud (el edema pulmonar y cerebral pueden atacar a los montañistas, así como la ceguera temporal). Otros riesgos de las alturas son la congelación, los vientos que por lo general superan los 150 kilómetros por hora, la deshidratación (en ambientes resecos, los escaladores exhalan más de tres litros de humedad al día).

(Tingri – Campamento base Everest)

Domingo 8 de abril (Tingri)

Russell y el equipo de sherpas salieron de madrugada hacia el campamento base del Everest con los cuatro camiones. Mientras tanto, el resto permanecimos en Tingri para seguir con la aclimatación. Algunos fuimos a escalar un cerro cercano que tenía una altura de 5000 metros. Cuando llegué a la cima, fue algo muy especial porque me reencontré con el Everest… Después de siete años, aquí estábamos de nuevo con la cara Norte del Everest… mientras la observaba, sentí un cosquilleo… creo que era temor, ansiedad, alegría, en fin, una serie de sensaciones encontradas. Estaba convencido de que alcanzar su cima sería como una liberación…. Dios sabe lo que hace. Mi obli-

Lunes 9 de abril

Después de salir de Tingri, nos tomó cinco horas y media llegar al monasterio de Rongbuk, donde arreglamos la ceremonia de la puja o bendición de nuestra expedición. Llegamos al pie de una loma pedregosa utilizada como el “cementerio” donde había piedras grabadas o lápidas con los nombres de quienes han muerto en la montaña. Entre los expedicionarios se le conoce como Cementery Hill. Justo en este sitio, a 5200 metros (17 000 pies), instalamos nuestro campamento base, el cual estaba formado por cinco grandes tiendas de campaña. Aparte, cada uno tenía su propia tienda de campaña para dormir… era nuestro propio espacio íntimo. Nos quedaríamos en este sitio los siguientes cinco días, ascendiendo hasta cierta altitud y luego regresando al campamento base. Esa sería la estrategia. Efectuaríamos una serie de “acarreos” o cargas a diferentes altitudes, previa la instalación de cuerdas fijas o de seguridad en los puntos más peligrosos de la escalada. Este trabajo consiste en ir uniendo cuerdas cada 50 metros, con anclajes especiales para el efecto. La meta es instalar siete campamentos a diferentes altitudes. El primero, el campamento base a 5200 metros, luego el campamento intermedio situado a 5800 metros de altitud y a unos 12 kilómetros de distancia del campamento base; el campamento avanzado, a 6400 metros y a unos veinte kilómetros de distancia del campamento

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base; el campamento del Collado Norte o llamado también campamento de altura # 1, situado a 7110 metros; el campamento de altura # 2, situado a 7500 metros; el campamento de altura # 3, a 7900 metros de altura y el último campamento de altura, el # 4, a 8300 metros de altura. En los siguientes días siguieron llegando más, Gran Bretaña, España, Francia, Rusia, Venezuela, Colombia, Corea del Sur, Australia, Estados Unidos y otras internacionales, como la mía. Por cierto, el líder de la expedición colombiana se llamaba Juan Pablo Ruiz. Van por su segundo intento. Los veo fuertes, competentes, solidarios y con un alto sentido de equipo. Los felicito y les deseo lo mejor. Otro mérito es que su expedición es cien por ciento colombiana.

Jueves 12 de abril

(Campamento base Everest) Estaba previsto que hoy se realizaría la ceremonia de la puja o bendición. Es un acto obligatorio, porque es considerado de mala suerte que alguien intente escalar la montaña sin realizar dicha ceremonia. Esta mañana se construyó un altar con piedras donde se colocaron los piolets de cada uno, se adornó con pirámides de bebidas (té negro, cerveza y otras bebidas); también arroz, tsampa (trigo), avena, galletas, ramas de pinabete e incienso. Dos monjes iniciaron las oraciones. Colocamos los pendones de oración budistas (especie de banderolas) de cinco colores. Cada color simboliza cada uno de los elementos del equilibrio de la naturaleza: rojo simboliza el fuego; amarillo, el Sol y la Tierra; blanco, las nubes y al cielo; azul, el agua, y

el verde, las plantas y la vegetación. Nos untamos en las mejillas un poco de avena mezclada con tsampa y lanzamos arroz sobre nuestros hombros. Cada uno de los expedicionarios se colocó un collar hecho de hilos de color rojo, que simboliza la bendición y protección para la escalada. También nos entregaron unos pañuelos de seda que debíamos usar atados al cuello. Si alguno de nosotros llegaba a la cima, nuestra obligación era dejar allí dicho pañuelo en señal de gratitud a Cholomangma (diosa madre de la tierra) nombre con que se conoce al monte Everest en el Tíbet.

Lunes 16 de abril

(Campamento base Everest – Campamento intermedio) Desayunamos panqueques, cereal con leche, huevos revueltos con tocino, pan tostado con mantequilla y jalea, y chocolate con leche. Luego nos dividimos en dos grupos, porque en los siguientes campamentos no cabríamos todos. El primer grupo lo integrábamos Owen, Andy, Ellen, Roy y yo. Dejamos el confort y relativa “calidez” del campamento base a las diez de la mañana. Rodeamos el glaciar a través del cauce que bordea al monte Changtse de casi ocho mil metros. El ascenso fue constante. Cinco horas después llegamos


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a una pequeña hondonada pedregosa rodeada de penitentes de hielo, justo en medio del glaciar donde instalaríamos el campamento intermedio, conocido también como campamento de los yaks, pues aquí se detienen los arrieros y sus animales a descansar y protegerse del viento. Estábamos a 5825 metros de altitud.

Cerca del mediodía, mientras esperábamos a nuestros compañeros, empezó a nevar y no se detuvo en todo el día. Durante la cena, Marco y Evelyne nos cuentan que Jess Stock abandonó la expedición. Por supuesto, es algo para lamentar, en especial, porque todos sabemos lo difícil que es llegar hasta aquí… La noche del miércoles para amanecer jueves, fue la más fría desde que llegamos. Esperé que los rayos del sol alumbraran mi tienda para salir. El viernes amaneció nevando.

Martes 17 de abril

(Campamento intermedio – Campamento avanzado) Después del desayuno, seguimos el ascenso a través del glaciar, de hecho se convirtió en un subir y bajar por escarpadas partes de roca suelta y hielo, sorteando algunas grietas y penitentes que estaban por doquier. Avanzamos bordeando el monte Changtse, hasta que al alcanzar los 6000 metros, nos topamos con la más grande e impresionante montaña del mundo, me refiero, por supuesto, al monte Everest. Me sentía seguro, porque sabía que Dios estaba conmigo, incluso diría que me sentía mejor que nunca, listo para enfrentar este reto. En las postrimerías del glaciar de Rongbuk, estábamos a 6400 metros.

Miércoles 18, Jueves 19, viernes 20 de abril (Campamento avanzado)

Sábado 21 de abril

(Campamento avanzado – Collado norte – Campamento avanzado) A pesar de que soplaban fuertes ráfagas de viento, salió el primer subgrupo del equipo, integrado por Andy, Asmus, Ellen, Owen y yo. Íbamos rumbo al collado norte con fines de aclimatación. Salimos como a las nueve de la mañana, en dirección sur. Durante este trayecto que terminó a los 6500 metros, cruzamos algunas peligrosas grietas. Al llegar a este punto, nos calzamos los crampones en las botas de alta montaña, porque desde aquí todo el terreno sería hielo azul, el cual requiere mucho cuidado y técnica, pues es un hielo tan duro como el cemento. Para ganar 700 metros de diferencia altitudinal colocamos en las paredes de hielo cuerdas fijas, luego encontramos una angosta “planicie”, donde había

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un gigantesco serac que nos protegía del viento. Aquí instalaríamos el campamento del collado norte o campamento # 1 de altura, situado a 7110 metros. El descenso fue a rappel o abseil y, pasadas las cuatro de la tarde, ya estábamos de regreso en el campamento avanzado, cansados pero contentos.

Domingo 22, lunes 23 de abril

(Campamento avanzado) Tuvimos un clima terrible, de hecho no pudimos hacer mayor cosa, la pasamos metidos en las tiendas de campaña. El lunes la intensidad del viento disminuyó, por lo que el resto del grupo que no había alcanzado el Collado Norte, salió hacia allá para continuar con su aclimatación. Y los que ya habíamos estado arriba, nos quedamos en campamento avanzado. Yo me dediqué a poner al día mi diario y a dar entrevistas telefónicas a varias radios guatemaltecas. Me siento honrado y halagado de percibir el interés que ha generado mi ascenso a la montaña más alta del planeta en Guatemala.

Martes 24, miércoles 25 de abril (Campamento avanzado)

Este día, Owen, Ellen y yo, iríamos de nuevo hacia el collado norte y pasaríamos una noche ahí, como parte de la siguiente etapa de la aclimatación. Salimos a eso de las nueve y media de la mañana, sin embargo, como a la hora de marcha, tuve problemas estomacales, así que por seguridad, regresé al campo avanzado, saldría con el grupo dentro de dos días (dependiendo del clima).

Viernes 27 de abril

(Campamento avanzado – collado norte – Campamento avanzado) Salimos Asmus Norreslet, Andy Lapkass, Naoki Ishikawa, Keiron Mackenzie y yo rumbo al campamento del collado norte. Este ascenso tiene dos objetivos, primero trasladar algunas cargas de equipo hasta los 7100 metros, y segundo, aclimatación. El sábado 28 de abril, Owen, Ellen, Marco, Roy y Chris salieron del campamento avanzado rumbo al campamento del collado norte. Después siguieron rumbo al siguiente campamento, a 7500 metros, menos Roy, quien se regresó y abandonó la expedición. El 29 de abril, salimos Keiron, Naoki, Andy, Asmus, Robert, Evelyne y yo hacia el campamento avanzado. Pasamos la noche allí. A las ocho de la mañana del 30 de abril, salimos rumbo al campamento # 2 de altura, mientras Chris y los demás bajaron a descansar al campamento


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avanzado y siguen al campamento base. El trayecto es por una larga arista cubierta de hielo y nieve, que va desde el cCollado nNorte a 7,000 metros hasta una parte rocosa, muy expuesta al vacío, de dicha arista, a 7,500 metros. Una vez que dejamos atrás la pared de hielo tras la cual instalamos el campamento del cCollado nNorte o campamento # 1 de altura, ya no hay nada que nos proteja del fuerte viento. La escalada por esta vía hacia el campamento de altura # 2 es muy larga, agotadora, a pesar de ser “apenas” 500 metros verticales de diferencia, pero varios kilómetros de distancia.

poco más de siete horas, entre la morrena del glaciar de Rongbuk. Ya todos reunidos en el campamento base, después de haber pasado las últimas dos semanas arriba de 6400 metros mostrábamos cicatrices en los labios inflamados y resecos, narices quemadas. Debido al mal tiempo, nos quedamos varados más de una semana para continuar.

Jueves 10 de mayo

(día 43 en la expedición, feliz día de la madre)

Queríamos escalar un poco más, para explorar y continuar aclimatándonos;, sin embargo, el clima no lo permitía, por lo que nos pusimos nuestras mochilas y tomamos camino cuesta abajo. No sin antes dejar el equipo pesado que utilizaríamos en las siguientes partes altas de la montaña. Este descenso fue vertiginoso porque queríamos dejar atrás el fuerte viento helado, lo cual logramos al llegar al campamento # 1 de altura, donde el agradable calor solar nos abrazó cordialmente.

Mientras escribía estas líneas, en la radio se escuchan las voces de Russell Brice y los sherpas. Ellos habían salido muy temprano esta mañana desde el campamento # 1 de altura hasta el último campamento de altura a 8,300 metros; entre la carga llevan tanques de oxígenooxigeno que dejarán en ese campamento, el último de la ruta. En total, serán 95 tanques de oxígenooxigeno, unos cuantos reservados para fines médicos. Cada tanque pesa 10 lb. (3 kilos) y cuesta alrededor de US $ 380.

Descansamos cerca de una hora, aunque era difícil mantenernos despiertos por el cansancio y el agradable confort del calorcito. Luego seguimos descendiendo por la enorme pared de hielo (headwall) que nos separaba del campamento # 1 de altura con el campamento avanzado. El descenso fue a rappelrappell o abseil, es decir descendiendo verticalmente por una cuerda fija.

A partir del campamento # 3 de altura, situado a 7,900 metros (26 ,000 pies), cada uno de nosotros dormirá con un tanque, luego escalaremos con otro tanque hasta el campamento de altura # 4, el último situado a 8,300 metros. El “día de cumbre”, cada uno utilizará tres tanques de oxígeno. El oxígeno adicional debería permitirnos escalar un poco más rápido y permanecer con más calor en el cuerpo. El almacenamiento normal de oxígenooxigeno en altitudes extremas obliga al organismo a enviar este gas a donde haga más falta (cerebro y órganos vita-

El 2 de mayo (el día 37 de la expedición) fuimos hacia el campamento base, lo cual logramos hacer en

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les) dejando los dedos de manos y pies con menos flujo, de ahí el riesgo de congelación. Finalmente, salió el segundo grupo integrado por Marco, Keiron, Naoki, Robert, Evelyne y yo. Íbamos rumbo al campamento intermedio, situado a 5,800 metros. No habíamos podido hacerlo antes debido al mal tiempo. El resto saldría mañana, dependiendo del clima… Como es 10 de mayo, no puedoe evitar recordar a mi mamá y a mi esposa, ambas maravillosas mujeres y madres. ¡Feliz día para ambas!, ¡que Dios las bendiga!

Viernes 11 de mayo (día 44 de la expedición)

A pesar de que estaba nevando, continuamos hasta el campamento avanzado, ya que el campamento intermedio no es el mejor lugar para pasar un día de descanso. El viento sopla de todas direcciones y hay mucho estiércol de yaks, debido a que es el paso natural de las caravanas de estos animales. Íbamos por un terreno resbaloso, con nieve que nos llegaba arriba de las rodillas. A menos de dos horas de distancia del campamento avanzado, se despejó el cielo, lo cual provocó una enorme reflexión de luz sobre la nieve, que generó mucho calor. No tardamos en deshidratarnos y quemarnos los rostros. Llegamos al campamento pasadas las tres de la tarde, aquí nos esperaba Russell, quien nos ofreció un reparador almuerzo de sardinas, patatas fritas y jugo de manzana.

Esperábamos que en pocos días todo el grupo estuviera reunido en el campamento avanzado. Una vez aquí estaríamos al pie del gigante, en el increíble collado norte, a 7100 metros (21 000 pies). El domingo 13 de mayo (el día 46 de la expedición), Russell Brice nos reunió para explicarnos el manejo y ajuste de cada parte del sistema de oxígeno suplementario (el tanque de oxígeno, el regulador, máscaras para oxígeno, fabricadas originalmente en Rusia para pilotos de aviones tipo caza).

Lunes 21 de mayo

(día 54 en la expedición) Por fin la expedición se mueve en dos grupos con la esperanza de que este día nos reagrupemos en el campamento # 3 de altura, situado a 7900 metros. En el primer grupo salimos Chris, Naoki, Owen, Ellen, Keiron, Asmus y yo. La noche anterior la pasamos en el campamento # 2 de altura, situado a 7500 metros; nos acomodamos en dos tiendas de campaña, ya que la otra tienda la destruyó el mal tiempo. Andy, Marco, Evelyne, Robert, Phurba Sherpa y Loppasang Sherpa esperan evitar quedarse esta noche en el campamento # 2 de altura, agregándole cuatro horas más a su escalada. Por otro lado, Karsang Sherpa, Dawa Sherpa van hacia el campamento # 1 de altura, como grupo de apoyo, luego Chhuldim Sherpa, Da Nuru Sherpa y Dorjee Gyalgen harán lo suyo en el


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campamento # 2 de altura para apoyarnos desde este punto. Empezaremos a utilizar el oxígeno suplementario a partir del campamento # 3 de altura. Salimos a las siete de la mañana e iniciamos una larga escalada por una cresta angosta conformada de roca suelta mezclada con nieve floja y expuesta a los fuertes vientos; aunque no es altamente técnica, es una sección muy exigente físicamente. El clima había estado ventoso pero soportable. Al llegar a la zona del siguiente campamento, instalamos una nueva tienda y empezamos a derretir hielo para obtener agua e hidratarnos lo más posible. Mientras estaba en estos menesteres, vi una tienda semidestruida donde estaba el cadáver de un montañista ruso que había muerto hacía dos días… Elevé una oración por su alma. No lo conocí, no supe cuál era su expedición, sólo “encontré” su cuerpo. Esta escena fortalece mi espíritu de sobrevivencia y devoción por la vida.

Martes 22 de mayo (día 55 en la expedición)

Fuertes ráfagas de viento nos forzaron a esperar a que mejorara el clima. A las nueve caminamos hacia el campamento # 4 de altura, situado a 8300 metros... Escalamos varias cornisas rocosas muy empinadas cubiertas de nieve que conducían hacia una travesía de roca suelta, muy expuesta al vacío. Cruzamos algunos tramos con menor inclinación, dirigiéndonos hacia enormes campos de nieve.

Debido al mal clima, Russell había hecho un trato con Eric Simonson, quien lideraba la expedición norteamericana. Ambos habían coincidido en esta montaña varias veces, por lo que se conocen bien. El trato consistía en intercambiar el uso de cuerdas fijas, campamentos, comida, tanques de oxígeno y todo lo que fuera necesario a estas altitudes y latitudes, con el fin de abrir brecha hacia la cumbre. Por fortuna, un subgrupo de la expedición, el de Simonson, alcanzó la cima el 19 de mayo. Con la ruta abierta, el resto de expediciones estábamos en camino de llegar a la cima del Everest. Russell se mantuvo en el campamento # 1 de altura, en el collado norte, desde donde vigilaría nuestro desarrollo y ataque de cumbre. Desde el principio se acordó que su objetivo era convertir esta expedición en la más exitosa de la historia de ascenso al Everest, lo cual se podía lograr gracias a su experiencia y buen juicio sobre la estrategia a seguir para alcanzar nuestro objetivo.

Miércoles 23 de mayo

(día 56 de la expedición... ¡Día de cumbre!) Desperté a las once de la noche, mis pulmones trataban de aspirar vanamente el oxígeno de un tanque vacío que utilicé para dormir. Revisé una y otra vez mi equipo. A la 1:30 a. m. estábamos a punto de entrar al espacio exterior: nuestras linternas frontales alumbraban el ascenso con luces brillantes de concentración limitada, en las mochilas llevábamos los tanques de oxígeno y sobre los rostros nuestras

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máscaras, los picos para hielo o piolet en mano y los crampones en las botas. Andy iba al frente, seguido por Chris, Owen, Ellen, Keiron y yo. La luz de nuestras linternas cortaba la oscuridad. Andy empezó a tener problemas con su oxígeno, por lo que pasó hacia atrás, Chris tomó la delantera. Arriba de los 8,000 metros, la presión atmosférica es apenas del 30 % de la presión promedio a nivel del mar, por lo que los escaladores absorben sólo el 30 % de todas las moléculas de oxígeno. Esa es una de las principales razones por las que el cuerpo comienza a sufrir estragos, como alucinaciones y aumento del ritmo cardiaco. Llegamos a la zona conocida como exit cracks, es decir, una zona de enormes fracturas y grietas entre la roca de la cara norte del Everest. Para este momento ya llevábamos dos horas de escalada. Owen tenía síntomas de edema cerebral (por la excesiva acumulación de líquidos en el cuerpo, es una amenaza mortal para el cerebro y los pulmones). Asmus le pidió que bajara por su seguridad. Alcanzamos la arista que conduce a la cumbre, fue muy emocionante… Aquí tuvimos que hacer una travesía hacia abajo, algo contrastante con la empinada y difícil escalada que habíamos venido haciendo. Ahí debía reemplazar mi tanque de oxígeno, reducir el flujo de 4 a 2 litros por minuto y continuar escalando hacia el first step. Loppasang Sherpa, Chris, Keiron y Ellen iban adelante, en el segundo grupo, a corta distancia... Naoki, Karsang Sherpa y Dawa Sherpa... después íbamos Andy, Asmus y yo... mientras Marco, Evelyne y Robert al frente. La sección o pared conocida como first step me sorprendió: si uno no está acostumbrado a realizar escalada en

roca calzando crampones, es prácticamente imposible de superar. Consta de dos secciones de paredes de roca extraplomada, de unos veinte metros cada sección, requiere visualizar algunas pequeñas salientes en las paredes para descansar. Estuvo lleno de escalada mixta (roca y hielo). Incluso pudimos ver a varios escaladores jalando de la misma cuerda fija. ¡Wow!, nada como la verdadera aventura. Luego vino la temida sección conocida como second step, que es aún peor: Escalar por paredes verticales de roca. Se debe mantener el equilibrio todo el tiempo. Esta sección es considerada clave para llegar a la cumbre, consta de una serie de terrazas rocosas del ancho de una bota, allí usé mi piolet como bastón para mantener el equilibrio sobre los crampones. En 1924, George Mallory y su compañero Sandy Irvine, fueron vistos aquí con vida por última vez. En el second step estábamos a 8600 metros. Logré escalar la famosa “escalera china”, colocada en el año 1975 por una expedición china, la cual ofrecía seguridad para escalar los últimos dos metros de la complicada pared. Al salir de ella, quedé petrificado por la asombrosa belleza de la vista frente a mí: era la pirámide somital que parecía tremendamente cerca. La tercera y última sección técnicamente complicada, previa a la pirámide somital, es el third step, es de hecho la parte más aérea para desplazarse y el último obstáculo rocoso. Las cuerdas fijas están ancladas a una enorme roca, la cual se sostiene en su lugar gracias a un tornillo para hielo y un poco de nieve. A medida que nos


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paramos sobre la roca, se resbalaba cada vez más. Ahora las cuerdas parecían tan rígidas y duras, como cuerdas de piano. Íbamos escalando en roca, a una altitud de 8750 metros. Se trataba de otra etapa muy dura. Utilizamos anclajes desprotegidos con cuerdas fijas, ya que las que hay ahí estaban tan tensas y apretadas que se hacía imposible usarlas. En este punto nos cruzamos con nuestros compañeros que venían descendiendo luego de haber alcanzado la cima alrededor de las once de la mañana. Nos abrazamos por el éxito alcanzado. El último compañero con quien nos cruzamos fue Chris, quien le preguntó a Andy si queríamos seguir adelante ya que, de ida y vuelta hasta este punto, aún teníamos tres horas por delante. Los tres contestamos que sí. Y es que no es recomendable llegar después del mediodía, debido a los cambios bruscos del clima que ocurren después de esa hora. Russell le preguntó por radio a Andy lo mismo, a lo cual Andy volvió a responder que continuaríamos… Russell aceptó nuestra decisión, pero nos recomendó no detenernos hasta llegar a la cima para evitar llegar muy tarde… Después de esta etapa escalamos la pirámide somital que es un enorme triángulo nevado que domina el lado norte de la montaña y llega hasta la cima. A la mitad de dicho triángulo, la nieve nos llegaba arriba de las rodillas. Era un momento muy complicado, por lo que aminoramos el paso, dábamos prácticamente un paso por minuto. Aquí nos separamos un poco, Asmus y yo un poco adelante... mientras Andy se quedó un tanto rezagado. Cruzamos esta empinada ladera nevada diago-

nalmente en dirección a la cara este de la montaña y luego entramos a una nueva sección, donde debíamos hacer una travesía a través de roca suelta. Mi estómago se encogió ante la vista del profundo vacío que se abría ante nuestros pies, pero a la vez me sentí emocionado al ver los miles de metros de espacio que nos separaban hasta los glaciares muy abajo... Debíamos tener mucho cuidado con cada paso que dábamos. Luego escalamos hacia la pared rocosa que nos introdujo a una angosta fisura quebrada, con una longitud de unos veinticinco metros, con pequeños escalones que debíamos superar. Nuestros crampones marcaron para siempre la superficie de la roca. Cada crampon se resbalaba por lo menos cinco centímetros cada vez que recargábamos nuestro peso para continuar. La técnica adecuada es tratar de echar el peso hacia delante lo más rápido posible, antes de resbalarse. Escalé la última parte de esta zona rocosa, donde vi una fuerte pero corta pendiente nevada frente a mí, donde ya estaba subiendo Asmus... Con mucho esfuerzo escalé esta nueva rampa nevada. Al salir de ella pude ver la ansiada cumbre, despejada, a unos 100 metros de distancia. Estaba feliz, pero exhausto, lo único que me separaba de ella era una cresta o arista ondulante, con subidas y bajadas continuas... cada vez más cerca, estaba muy emocionado... Cuando llegué a la pequeña cima, nos fundimos en un fraterno abrazo con Asmus, corrieron las lágrimas y gritos dándole gracias a Dios por permitirnos estar ahí. En ese momento azotaba un viento muy frío al que no le hicimos mucho caso, quizá por la emoción que significaba ese momento tan especial en nues-

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tras vidas... Eran las dos de la tarde (hora de Nepal) del día 23 de mayo de 2001. A partir de hoy sería un día memorable en mi vida. Mientras tomaba fotografías y video, pude ver los recuerdos dejados por otros escaladores en la cima: destacaban las banderolas de colores, un tanque de oxígeno de color naranja, una cruz católica incrustada de oro conmemorativa al Jubileo de 2000 adornada con tonos azules y rojos... la tomé como testimonio de agradecimiento a Dios por su ayuda, así como recuerdo de haber estado parado aquí... ¡En la cumbre del monte Everest! Luego me puse a admirar el paisaje a mi alrededor… ahí estaba el monte Lhotse, un poco más abajo, el monte Nuptse y más al este, el imponente y espectacular monte Makalu... todos vecinos del gigante de gigantes... el monte Everest. Hacia el norte estaba el altiplano tibetano con su característico color café ocre, hacia el oeste estaban los montes Cho Oyu y más a la distancia, el Shishapangma. En pocas palabras... sobrecogedor e impresionante paisaje. Los pendones de oración budistas o banderolas de colores estaban atadas a rocas y con un tornillo de titanio para hielo. En el borde más seguro até una bandera de Guatemala que empezó a ondear gracias al fuerte viento que soplaba en ese elevado lugar. También dejé el pañuelo que me dieron al inicio de la expedición. Admiré el mundo 360° a la redonda. Veinte minutos después, llegó Andy, era su tercera vez en esta cumbre, pero la primera vez por esta ruta del collado norte. Estaba feliz, aunque agotado, al igual que Asmus y yo. Sacó una cartulina donde le pedía matrimonio a su novia…

Eran más de las dos y media de la tarde, debíamos emprender el descenso. La ruta a seguir era por un terreno complicado y peligroso, conformado por hielo, nieve y roca suelta. Nos dimos cuenta que nuestro oxígeno suplementario se había agotado, lo cual nos provocó extrema fatiga y falta de coordinación. Cuando habíamos logrado cruzar la ondulante cornisa que nos llevó a la cumbre, no veía con mi ojo derecho. A los pocos minutos, Andy también tenía el mismo problema, pero en el ojo izquierdo. Asmus parecía estar bien, por lo que se adelantó y nos gritó que aceleraramos el paso, pero no podíamos seguirlo, tanto por la falta de oxígeno como por la poca visibilidad. Llegamos al borde del third step, descendimos los escalones con extrema dificultad, al grado que tardamos casi una hora, lo que debía tomarnos diez minutos. Al llegar a la base de esta pared, estábamos exhaustos, sin capacidad física y mental para continuar. Decidimos pasar la noche aquí, con la esperanza de que al día siguiente, 24 de mayo, tuviéramos mejor luz y pudiéramos continuar. Esto es hacer “bivouac”, lo cual significa dormir a la intemperie, sin equipo extra de abrigo, ni tienda de campaña, ni bolsa de dormir, sólo con el equipo que llevábamos encima. Nuestra decisión causó conmoción abajo en la montaña, de eso nos enteraríamos más tarde. Asmus llegó al campamento # 4 de altura pasadas las doce de la noche. Increíble esfuerzo. Mientras tanto, Andy y yo nos habíamos quedado a 8,725 metros. Nuestro único objetivo era sobrevivir y ver el amanecer del siguiente día. Nos pusimos a platicar para mantenernos despiertos, pues si dormíamos, bajarían las defensas de nuestro metabolismo y nos congelaríamos.


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Jueves 24 de mayo

(día 57 de la expedición... ¡estamos vivos!) Como a las dos de la mañana se podían ver millones de estrellas… El frío literalmente dolía. Me encomendé a Dios nuestro Señor, le pedí que no nos abandonara en esas horas cruciales. Finalmente, le pedí que hiciera su voluntad, la cual aceptaba humildemente, pero que no abandonara a mi familia. Esta petición me relajó y sentí como que una mano gigantesca y paternal se posaba sobre mi cuerpo para protegerme del helado viento. Como a las 4:30 a. m. pude ver uno de los amaneceres más espectaculares de mi vida, ahí estaban las nubes y muy abajo, al fondo, la redondez de la Tierra y la pequeña “bola” del astro rRey surgiendo, bañándonos con sus rayos y calor. Después de haber sobrevivido esa larga, fría y desolada noche junto con Andy (de hecho esa noche ha sido la más difícil de mi vida), vi a tres figuras acercándose. Se trataba de Jason Tanguay, Tap Richards y el famoso Dave Hahn, todos miembros de la expedición de Eric Simonson, quienes estaban atacando la cumbre. Cuando llegaron a donde pasamos nuestro “bivouac” nos dieron agua y oxígeno para ayudarnos a mejorar nuestro desempeño. Era un milagro que estuviéramos vivos… Ahora nos tocaba continuar con el descenso, porque el verdadero éxito de alcanzar la cumbre es regresar a nuestro hogar. Dave nos dio unas pastillas de dexometazona, un esteroide para frenar algún proceso de edema en el cuerpo humano. Así recobramos la capacidad de razonar e incluso caminar, ya que teníamos problemas para ponernos de pie... increíble.

Veinte minutos después llegaron los colombianos Juan Pablo Ruiz y Marcelo Arbeláez y nos dieron agua, la que sentimos como bendición, ya que no habíamos tomado nada ni comido algo en las últimas 18 horas (de todos modos el organismo produce una sensación de rechazo al alimento a esta altura extrema). También nos dieron dulces y chocolates que sentimos “de perlas” como suplemento energético. Una vez que Andy y yo estábamos más estables, los norteamericanos se hicieron cargo. Decidieron abortar su propio ataque de cumbre y descender con nosotros, mientras los colombianos continuaban. Estoy seguro de que fue una decisión difícil porque estaban a menos de una hora de la cumbre, el clima era excepcionalmente bueno, por no decir perfecto… Pero su decisión fue una muestra de solidaridad y compañerismo montañero que me conmovió profundamente, estaba muy agradecido. Jason y Tap ayudaron a Andy, mientras Dave se fue conmigo. Nuestro paso era dolorosamente lento, hicimos cerca de dos horas del third step hasta la parte alta del second step. En ese sitio sucedió algo que recordaré toda mi vida: Tap, Jason y Andy habían descendido a rappel. A esas alturas la única manera de ayudar a una persona con problemas es acompañarlo, pero es imposible cargarlo y mucho menos sostener su peso para bajarlo con una cuerda, a menos que varias personas unan esfuerzos para hacerlo, tal el caso de Tap y Jason con Andy. Dave creyó que yo no podría hacer el rappelrappell por mí mismo y eso significaría mi muerte, pues tendría que dejarme para salvar su propia vida.

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En ese momento, Eric le habló por radio. Como no escuchó, le pidió que lo repitiera, entonces colocó la radio al lado de mi oído para que escuchara. Eric decía: “Han hecho una eternidad entre el third step y el second step, a ese ritmo es imposible que lleguen a tiempo al campamento # 4. Jaime es hombre muerto, déjalo y salva tu vida”... Al escuchar esto me enojé muchísimo, prácticamente esas palabras “despertaron” mi sentido de supervivencia. Hice el mencionado rappel por mí mismo, bajando hasta la base de la peligrosa pared del second step. Aquí me encontré con Phurba Sherpa, uno de los más fuertes sherpas en la montaña. A partir de ese momento mejoré mi rendimiento, incluso rebasé a Jason, Tap y Andy. Dave Hahn se sintió relajado cuando Phurba Sherpa se acercó para ayudarlo; lo mismo sintieron Tap y Jason cuando se acercó a ayudarlos Loppasang Sherpa. Horas más tarde, apareció otro miembro de la expedición norteamericana, Andy Politz, otro fuerte escalador que llegó para ayudar. Conforme bajaba me iba sintiendo mejor e iba recobrando mis sentidos y empezaba a tener una mejor idea de qué estaba sucediendo. Las palabras de Eric, que no sé si agradecerle o recriminarle, me hicieron reaccionar, gracias a Dios. Al final de la tarde llegamos al campamento # 4 de altura, situado a 8300 metros, ahí estaban Chris y Asmus esperándonos. Fue maravilloso sentarse y beber algo caliente, me sentía reconfortado y agradecido. Luego, seguimos descendiendo hasta el campamento # 3 de altura, situado a 7900 metros, lugar donde pasamos esa noche.

Debo decir que desde el campamento avanzado, Russell había organizado un impresionante rescate con todas las expediciones cercanas a la nuestra, pero, gracias a Dios, no hizo falta. Se lo agradecí enormemente, al igual que a nuestros salvadores iniciales, Jason Tanguay, Tap Richards, Dave Hahn, Andy Politz y nuestros hermanos de expedición Phurba Sherpa, Loppasang Sherpa, Chris Warner y Asmus Norreslet.

Viernes 25 de mayo

(Día 58 de la expedición... ¡a salvo!) Desperté pasadas las ocho de la mañana. A las nueve ya íbamos cuesta abajo. Lo único que queríamos era llegar a un sitio donde pudiéramos respirar mejor, sentirnos seguros y a salvo. Llegamos al campamento avanzado, situado a 6400 metros. Aquí fuimos recibidos calurosamente por el resto de la expedición. Todos estaban muy emocionados y con lágrimas en los ojos. Me sentía mal por haberles hecho pasar un mal rato. Estábamos juntos de nuevo y con un gran éxito en la mochila. Russell nos revisó pies, manos y cuerpo en general, en busca de daños. Yo estaba bien, pero Andy había sufrido graves congelaciones en la nariz, pies y manos. Pasó dos meses hospitalizado en Colorado, Estados Unidos y, desafortunadamente, los médicos no lograron salvarle los tejidos seriamente afectados. Le amputaron parte de los dedos de los pies,


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parte de los pulgares de ambas manos y parte de su nariz. La experiencia pasada con Andy es algo que marcó y unió nuestras vidas para siempre. Incluso afectó al resto del grupo, así como a la expedición norteamericana. Luego me enteré que no habíamos sido los únicos, tres rusos hicieron su “bivouac” en un lugar conocido como Mushroom Rock, que significa la “roca con forma de hongo” a unos 8400 metros de altura. Uno de ellos murió y los otros dos tenían serias congelaciones. Al descender hasta el campamento base, el gobierno de China me otorgó un certificado acreditándome como el único montañista de Centro América y el Caribe que ha logrado alcanzar la cima del mundo al momento.

Sábado 2 de junio

(día 66 de la expedición... De vuelta a Nepal) El viernes 1 de junio salimos del campamento base del Everest de vuelta a Katmandú… Al finalizar esta experiencia, reflexiono sobre la recién finalizada expedición al Everest, mi tercer y definitivo intento para llegar a su cumbre… porque aquel objetivo que se veía tan lejano, tan mítico, tan inasequible, entró en el campo de lo posible y el sueño cobró cuerpo hasta objetivarse en un proyecto claro, preciso, medido, calculado y, por encima de todo, largamente acariciado y amado. ¿Amado? ¿Por qué? ¿Qué perseguimos, en definitiva?

El escalador español Toni Sors dijo durante su expedición al monte Everest en 1986, lo siguiente: “… ascender altas montañas es un juego: el juego de la vida. Y nosotros aceptamos las reglas de ese juego. ¿Por qué? Quizá porque, como decía el legendario montañista de los años veinte, George Mallory, quien murió en el Everest, las montañas están en este mundo para que alguien las escale. ¿Y el espíritu de aventura?, ¿será acaso un viejo instinto el que impulsó un día al hombre a luchar contra la naturaleza para sobrevivir, y ahora ponemos en práctica nosotros en la montaña?, ¿o quizá subimos montañas para satisfacer el ego del conquistador? No lo sé… De lo que sí estoy seguro es de la atracción que las montañas más altas ejercen sobre mí, es un instinto, una forma y una razón de vida”. Comparto y entiendo estas reflexiones. Han sido parte de mi carrera, la cual llegó a un punto culminante cuando logré colocar la bandera de mi país, Guatemala, en la cima del monte Everest. Me convertí en el primer centroamericano en lograrlo. También estaba finalizando el reto de las Siete Cumbres del Mundo. No era el final, sólo otra etapa más de esta forma de vida que elegí y que me ha dado tantas satisfacciones. Estaba seguro de que todavía había otras metas que cumplir, otras aventuras por vivir, otros momentos que me estremecerían…

mientras tanto podía decir con satisfacción: ¡Misión cumplida!

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Paisaje captados durante la escalada del Monte Everest.


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Jaime Viñals y sus compañeros rumbo a la conquista de la cumbre.


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Día en que alcanzaron la cumbre del Monte Everest.


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Vista desde de la cumbre del Monte Everest.

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Vistas desde la cumbre del Monte Everest.


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La cima más alta de las siete islas más grandes del mundo

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Después de llegar al Everest y luego de reflexionar sobre todo el aprendizaje que me dejó, tomé la decisión de seguir en el mundo de la montaña, y lo iba a hacer con aún más ganas, mejorando técnicas de escalada, aprendiendo de los cambios en mi organismo con la edad, de los cambios climáticos, y buscar realizar retos que nadie en el mundo hubiera finalizado. Así, después de concluir en 2001 las siete cumbres del mundo, me propuse un nuevo reto, pues creo que la vida se trata de eso: asumir nuevos retos. Y me pareció espectacular hacer algo tan diferente como escalar la cumbre más alta de las siete u ocho islas más grandes del planeta. Afrontar el proyecto no es fácil por la diversidad de territorios y la situación política de algunas zonas, lo cual obliga a un planteamiento con dificultades, peligros y una importante inversión económica. El presupuesto es alto y debe ser sufragado por patrocinadores fundamentales que creen en mis proyectos de montaña, los apoyan y sin esa valiosa ayuda no podrían llevarse a cabo. Como ocurre con el proyecto Seven Summits, los objetivos del proyecto sie-

“Así, después de concluir en 2001 las siete cumbres del mundo, me propuse un nuevo reto, pues creo que la vida se trata de eso: asumir nuevos retos.”

te islas - siete cimas son, según sea el proponente, siete u ocho: Günnbjorns Fjeld, Whilhelm, Kinabalu, Maromokotro, Têté Blanché, Kerinci, Ben Nevis y Fuji. Alcanzar los ocho objetivos garantiza el proyecto, en sus dos versiones y eso es lo que atrae a muchos. El porqué son siete y no cinco o nueve es algo en lo que es difícil ponerse de acuerdo, aunque lo más probable sea que se basa en la cabalística en la que el número siete tiene un papel determinante. Veamos las maravillas del mundo antiguo: las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa, en Efeso, el Faro de Alejandría, el Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnajo y el templo de Zeus, son siete. Se repite con las maravillas modernas: Taj Majal, la muralla China, Chichén Itzá, el Kremlin, el palacio de Pótala, el coliseo de Roma y la torre de Pisa. A nivel religioso los pecados capitales o las virtudes para vencerlos son también siete, la creación del mundo en siete días, como los días de la semana. La primera etapa empezó en julio de 2002 cuando escalé tres cumbres. La primera de ellas, el monte Kerinci de 3800 metros, ubicado en la isla de Sumatra, Indonesia, cuya extensión es de 473 604 km2. Llegué el 18 de julio, junto con el montañista indonesio Budhipra Yoga.

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Le siguió el monte Kinabalu, de 4101 metros, en la isla de Borneo, Malasia, con 725 472 km2. Esta es la cima más alta de esta isla y de todo el sureste asiático. Llegué a la cima el 23 de julio del 2002, junto con el escalador malasio Dawat Kumandu. Después escalé el monte Whilhelm de 4509 metros, en Papúa Nueva Guinea, en la isla de Nueva Guinea, con 828 025 km2. Llegué a la cima el 29 de julio junto con los montañistas Will Waggott, de Inglaterra, y Deppo Yaka, de Papúa Nueva Guinea. La segunda etapa comenzó en diciembre de este mismo año, cuando viajé a la isla de Honshu, Japón, con 377 819 km2, para escalar el legendario y famoso monte Fuji, de 3776 metros. Llegué a la cima de este coloso el 5 de diciembre, junto con el reconocido escalador japonés Atsushi Yamada. En la tercera etapa cambié de continente, esta vez las cumbres estaban en Norteamérica y el Círculo Polar Ártico. Mi primer destino fue la isla de Baffin, con 507,451 km2, ubicada al norte de Canadá, donde escalé el Pico Mayor Têté Blanche, de con 2,156 metros de altitud. Llegué a su cima el 4 de mayo de 2003, junto con los escaladores ingleses Nigel Vardy, Nigel Edwards, Adrián Pedley, Craig Coates, Paul Walker, Guy Richardson, Frank Walker, John Jasinski, Mike Dandford, la austriaca Dagmar Wabnig y el neozelandés John Gluckmann. Después le tocó el turno a la isla de Groenlandia, con 2 175 600 km2, ubicada dentro del Círculo Polar Ártico. El monte Günnbjorns Fjeld con 3,693 metros sobre el nivelsobre nivel del mar, no es sólo la cumbre más alta de esta isla, sino del Ártico. Llegué a su cima el 28 de mayo de 2003, junto con los escaladores in-

gleses Bruce Goodlad, Larry McGeary, David Craves y el australiano Grant Dixon. En la cuarta etapa viajé a Europa para escalar el monte Ben Nevis, ubicado en Escocia, en la isla de Gran Bretaña, con 244 110 km2 y así lograr mi objetivo de alcanzar la cumbre más alta de las ocho islas más grandes del mundo. Esta cima tiene una altura de 1343 metros. La expedición la realicé junto con el montañista inglés Gareth Hey, con quien llegamos a su cima el día 9 de marzo de 2004, en condiciones invernales. La quinta y última etapa fue viajar a la isla de Madagascar, con 587 041 km2, para escalar el monte Maromokotro, de 2876 metros de altitud. Alcancé su cima el 5 de enero de 2006 con Doug Mantle de Estados Unidos y tres miembros de la armada malgache. Incluí a Gran Bretaña, la octava isla más grande del mundo, al igual que hice con las Siete Cumbres del Mundo, cuando escalé el monte Kosciusko y la Pirámide del Carstensz. Es decir que, en lugar de siete cimas, escalé los ocho picos más altos de las ocho islas más grandes. Además, observarán que el monte Whilhelm y la Pirámide del Carstensz están en la misma isla de Nueva Guinea. Lo que ocurre es que los creadores de este reto querían proponer diferentes montañas, y aprovechando la división política que existe dentro de dicha isla, se tomó en cuenta la cima más alta de Papúa Nueva Guinea, por lo que excluyeron a la Pirámide del Carstensz de este desafío, ya que se encuentra dentro del proyecto de las Siete Cumbres del Mundo en el territorio de Irian Jaya, dentro de la isla de Nueva Guinea, pero perteneciente a Indonesia.


Islas de Sumatra (Indonesia) y Borneo (Malasia)

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Monte Kerinci, la cumbre más alta de la isla de Sumatra El componente insular del sureste asiático consiste en una serie de archipiélagos que bordea al continente entre los océanos Índico y Pacífico. El alineamiento geográfico está determinado por arcos estructurales de gran envergadura que atraviesan la región. Las islas están dominadas por largas cordilleras montañosas muy rugosas y empinadas, muchas de las cuales son conos volcánicos. Esas islas se ubican sobre el occidente, tales como Sumatra, Borneo y Java, que descansan sobre la placa continental, tienen extensas zonas de tierras bajas costeras delimitadas por bajos mares. De ahí que las montañas del sureste asiático insular se dividan en tres grupos: Borneo, las Filipinas e Indonesia.

El sureste asiático es una región en la cual la tierra divide, pero el mar unifica. Esto es visto en las Filipinas, país formado por 7 mil islas y en Indonesia, país con 3 mil islas, mientras que el bloque único de Borneo está compartido por Indonesia, Malasia y Brunei. Borneo no es sólo la isla más grande de la región, sino también tiene la cumbre más alta (fuera del interior continental), el Gunung Kinabalu, con 4094 metros sobre el nivel del mar. Indonesia está compuesta de grandes y pequeñas islas dispersas en una vasta región. La descripción de sus montañas está dada en cinco secciones principales: Sumatra, Java, Lesser, Sundas, Sulawesi y Moluccas.

Isla de Sumatra La isla de Sumatra está marcada por montañas a lo largo de su longitud total de 1700 km y una extensión territorial de 473 604 km2 cuadrados convirtiéndola en la sexta isla más grande del planeta. Aunque la llaman Bukit Barisan, que significa “la gran cordillera”, consiste básicamente de dos o más aristas paralelas separadas por canales adyacentes a numerosos volcanes activos e inactivos. Sumatra también es conocida como la tierra de Minang o Minangkabau, carac-

terizada por sus paisajes coloreados de diversos tonos de verde intenso, naturalmente colocados entre empinadas laderas y volcanes, adornada por bellos lagos, campos cultivados de arroz y aldeas situadas pacífica y armoniosamente al pie de los cerros. Esta provincia posee belleza natural e irradia una tremenda serenidad, gracias a su espectacular paisaje. La región es el hogar de los minangkabau, quienes son conocidos en el archipiélago indonesio por sus dotes para el comercio,


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sus costumbres matriarcales, ya que las mujeres son las propietarias de toda la tierra, mientras que los hombres deben dejar su hogar para encontrar su espacio en la sociedad. Las personas son muy hospitalarias y elocuentes, con un estilo poético de hablar. Los días en Sumatra occidental se marcan por estar llenos de ceremonias y festivales muy coloridos. Las leyendas cuentan que los minangkabau son descendientes del más joven de los hijos de Alejandro, el Grande, conocido como el rey Maharjo Dirijo. El corazón de Sumatra occidental es Bukittinggi, ya que es el centro de la cultura y turismo regional. Está situado al norte de las tierras altas de la capital provincial Padang. Rodeada de altas montañas, pintorescos valles, lagos. Muchos extranjeros la consideran la ciudad más hospitalaria de Sumatra. El volcán activo más alto de todo el sureste asiático es el monte Kerinci con sus 3805 metros sobre el nivel del mar. Es la mayor cumbre de Sumatra. Está ubicado en la cordillera del archipiélago Malay. La cual, al igual que otros cientos de montañas en la isla, es un volcán. Se encuentra localizado cerca de la costa oeste, a unos 100 km al sur de la capital provincial Padang. Es un monte empinado, cubierto en sus partes medias de bosques tropicales, en las partes bajas por cultivos de hoja de té.

El Kerinci es un coloso volcánico activo con 3805 metros de altura, posee un enorme cráter. La última gran erupción registrada data de 1970 y desde entonces continúa emitiendo nubes de gases sulfurosos y erupciones pequeñas esporádicas. Se estima que la temperatura en la cima varía entre 0 º a 10 º C. Está ubicado dentro del Parque Nacional Kerinci Seblat (KSNP) repartido entre cuatro provincias: Jambi, Sumatra occidental, Bengkulu y Sumatra del sur. Tiene una extensión de casi 1.4 millones de hectáreas. Este parque está ubicado en la cordillera montañosa de Bukit Barisan, la cual divide a la isla en dos. La ciudad de Padang es una de las ciudades más antiguas en la costa occidental del océano Índico y es la ciudad más poblada de la isla de Sumatra. Está considerada como la capital de la provincia de Sumatra occidental. Esta ciudad fue el centro de convergencia de dos culturas, la minangkabau y la aceh. La fusión de ambas culturas dio origen a la cultura urang awak, justo en el corazón de la etnia minangkabau. Un rasgo que la caracteriza es la construcción de casas con techos puntiagudos dirigidos hacia el cielo, similares a los cuernos de los búfalos. Se estima que su población asciende a 800 000 mil personas, lo cual la convierte en la ciudad más habitada y grande de la costa occidental de Sumatra.

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Viernes 12 de julio

(Guatemala – Houston – Los Ángeles (USA) – Singapur) Salí de Guatemala a medio día hacia la ciudad de Houston, en Estados Unidos. De ahí viajé hacia Los Ángeles, a donde llegué a eso de las 8:00 p. m. Me tocó esperar hasta pasada la medianoche, es decir, ya sábado 13 de julio, para abordar mi siguiente vuelo hacia Singapur, el cual partió a la 1:30 de la mañana. Después de “seguir” la noche por muchas horas, cruzamos el meridiano que marca el cambio de día y literalmente nos tragamos horas con el cambio de horario. Eso explica por qué amanecí el domingo 14 de julio en el avión. Había volado poco más de 10 000 km. Por fortuna, el avión contaba con entretenimiento, como pantallas de televisión individuales, donde era posible elegir entre 25 películas, juegos, noticias y otras opciones más. El amanecer a esa altitud y velocidad se tradujo en un espectáculo de casi veinte minutos de duración, ¡fue increíble! Cerca de las seis de la mañana (hora local) del domingo, el vuelo hizo una escala en la ciudad de Taipei (capital de Taiwán, anteriormente conocida como la isla de Formosa). Estuvo cerca de una hora en tierra, luego volvimos a abordar el avión. Desde Los Ángeles hasta Taipei habían sido cerca de doce horas y media de vuelo y ahora serían aproximadamente cuatro horas más. Como a las 11:00 a. m. aterrizamos en Singapur. Su aeropuerto estaba inmaculadamente limpio, se sentía muy funcional y práctico. Me tocó esperar dos horas para abordar otro avión que me llevaría al final de este vuelo, la capital de Indonesia, Yakarta. A eso de la 1:30 p. m. (hora local) llegué a mi destino (eran las 12:30 a. m. en Guatemala). Al salir del aeropuerto me encontré con mi amigo Deffy, a quien había co-

nocido hacía tres años, cuando escalé la Pirámide del Carstensz, en la isla de Nueva Guinea. Fue especial reencontrarnos después de este tiempo. Me estaba esperando también Elly, un muchacho moreno, delgado y muy amable, quien nos llevó hasta Yakarta, donde me hospedé en el Hotel Ibis Tamarin, situado muy cerca del centro de la ciudad. Les agradecí que me hubieran recogido en el aeropuerto y luego me fui a comer algo cerca, para después ir a dormir; no sólo para tratar de adaptarme al cambio de horario, sino porque al día siguiente debía madrugar otra vez.

Lunes 15 de julio

(Yakarta – Padang, Sumatra) Desperté a las 3:30 a. m. para darme un buen baño y desayunar. Estaba previsto que Elly me recogiera para llevarme al aeropuerto de vuelos domésticos. Esta vez viajaría a la enorme isla de Sumatra (sexta isla más grande del mundo). El avión despegó a las 7:00 a. m. El vuelo duró una hora y media hasta Padang, capital provincial de Sumatra occidental y también la puerta de entrada a la tierra minangkabau y a la zona costera del oeste de Sumatra. El avión aterrizó a las 8:30 a. m. en un pequeño aeropuerto, parecido al de la ciudad de Flores, en El Petén, Guatemala. Allí me esperaba Budhiprayoga Yoga, quien sería uno de mis acompañantes en la expedición. Me agradó desde el primer momento. Su


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inglés era limitado, pero comprensible, de todas formas, para ninguno de los dos era el idioma materno, además siempre he creído que cuando hay deseos de comunicación, no existen barreras. Salimos del aeropuerto hasta el Hotel Natour Muara, donde pasaríamos esa noche. El resto del día lo dediqué a conocer esta ciudad. Visité las playas de Padang, cuya arena es café y tiene muchas rocas; el antiguo centro de la ciudad (la mayoría de los edificios tienen una fuerte influencia holandesa); algunos monasterios (aquí hay un templo budista de casi 200 años de antigüedad). También fui al museo de Adityawarman, dedicado a la cultura minangkabau. Por la noche fui a cenar a un lugar “típico”, pero elegí comida muy picante que me produjo acidez. Mañana sería otro día.

Martes 16 de julio (Madang – Kersik Tuo)

Dormí casi doce horas, en realidad lo necesitaba, después del cambio de horario y las largas horas de vuelo. Me reuní con Budhiprayoga Yoga a las 7:30 a. m. para desayunar fideos con verduras. Después salimos rumbo sureste, hacia un pequeño pueblo llamado Kersik Tuo, situado muy cerca del volcán Kerinci (con 3,805 metros), primer objetivo de este viaje y la cumbre más alta de Sumatra. Llevábamos un chofer llamado Inra. La carretera era sinuosa y cuesta arriba. Pasamos al lado de una enorme fábrica, Cementos Padang, ahora propiedad

de la cementera mexicana Cemex. Continuamos ascendiendo por este camino entre exuberante vegetación tropical, paulatinamente ganamos altitud. Cruzamos los pueblos de Lubukalung, Indarung hasta alcanzar el entronque Kotagadang, desde donde se podía observar el monte Gadang, de 2,975 metros. A partir del entronque, la carretera se volvió más angosta, aunque continuaba sinuosa y cuesta arriba. En el camino encontramos una pequeña meseta, con dos hermosos lagos, Dibanuh y Diatas, nos detuvimos a tomar fotografías. Pasaban las horas y no había forma de que llegáramos a nuestro destino. Cruzamos dos poblados cuyos mercados estaban en plena carretera, tan concurridos estaban que, en Muaralabuh, esperamos media hora para que pasara la gente. Luego seguimos hasta un nuevo entronque llamado Lubukgadang, donde Inra decidió que era hora de almorzar, pues eran pasadas las 12:00 p. m. (tiene horario de albañil guatemalteco, pensé). Luego tomamos otra carretera desde donde pudimos observar el volcán Kerinci. A partir de aquí encontramos cultivos de café y árboles conocidos como “madera dulce”, que sirven para la explotación de leña. La carretera se tornó cada vez más empinada. Encontramos una pequeña “capilla” que marcaba la línea divisoria o frontera entre las provincias de Sumatra occidental y Jambi, provincia donde se encontraba ubicado el pequeño pueblo de Kersik Tuo, nuestro destino ese día. Recorriendo el lado norte del volcán Kerinci, cruzamos una enorme planicie donde había cultivos de té. A este punto han emigrado muchas personas desde la isla vecina de Java, en busca de mejores condi-

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ciones de vida. Fueron ellos los que trajeron a esta zona el cultivo de la hoja de té, junto con sus costumbres y formas de vida. Eso convirtió a esta región en la segunda plantación de hoja de té ubicada a una altura superior a los 1800 metros sobre el nivel del mar, después de Nepal, donde hay plantaciones arriba de los 2000 metros. Después de más de seis horas de camino, llegamos al pueblo de Kersik Tuo, justo en el centro de las plantaciones de té. Desde aquí iniciaríamos al día siguiente la caminata de aproximación y ascenso del volcán Kerinci. Nos hospedamos en casa de la familia Paiman, donde nos esperaba nuestro compañero Steven M. Pangkey, quien había arreglado los permisos y logística necesarios para el ascenso. Almorzamos juntos arroz blanco, pollo frito, repollo y un tipo de patatas cocidas con canela. Por cierto, a casi todas las comidas le agregan canela, porque estos árboles abundan por todos lados, incluso en los patios traseros de las casas. Resultaba un sabor extraño, pero con hambre, todo es comestible. Al final de la tarde empezó a soplar un viento fuerte y la cumbre del volcán se cubrió de nubes. Fue agradable convivir con la familia que amablemente nos dio posada.

Miércoles 17 de julio Amaneció radiante y con vientos moderados. Desayunamos pasadas las seis de la mañana: había “tempe” (algo parecido a un tamal de Guatemala,

pero hecho a base soya y hongos campestres), pollo frito condimentado con muchas especias mezclado con patatas, verduras, arroz blanco y huevos refritos. También había Rendang, una comida hecha de carne de búfalo deshidratada mezclada con canela y otras especias y perkedél, una especie de puré de patata con canela, albahaca, cilantro y otras especias. Fue un desayuno fuera de lo común, no sólo muy abundante sino que diferente en sabores, no todos de mi gusto precisamente. Ah, se me olvidaba, y para beber té, lo hacen en cantidades industriales. Comenzamos la caminata de aproximación una hora después del desayuno. Los tres íbamos de muy buen ánimo. A la distancia se veía la actividad del volcán: estaba lanzando grandes columnas de gases sulfurosos junto con ceniza. La dirección del viento había cambiado; el día anterior soplaba de sur a norte, ahora era, al contrario. Me asaltó la duda de si tal cosa podría afectar nuestro ascenso. Por fortuna, el cielo estaba completamente despejado. Luego de haber recorrido unos cuatro kilómetros, llegamos a la “entrada” del Parque Nacional Kerinci, donde no había nadie. Entonces empezó a nublarse. Entramos a un bosque nuboso tropical, con abundante vegetación. El concierto de insectos, aves, monos y roedores era la forma en que la naturaleza nos daba la bienvenida a tan hermoso lugar... Avanzamos por una fuerte pendiente lodosa que se mantuvo conforme pasaban las horas. De pronto la vegetación cambió y entramos a un profundo bosque, cuyos árboles mostraban los daños causados por las tormentas eléctricas. En algunos puntos tuvimos que trepar por estos gigantes caídos para continuar por nuestro camino.


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Al llegar a una altitud de 2510 metros sobre el nivel del mar, encontramos la única planicie de todo el trayecto, la cual es utilizada como zona de campamento. Sin embargo, todavía era temprano (1:00 p. m.), por lo que decidimos seguir ascendiendo y pasar la noche lo más cerca posible de la cima para atacar la cumbre al día siguiente. Luego de ese punto, la inclinación y dificultad del terreno aumentó, tal como suele ocurrir en este tipo de volcanes de forma cónica. A media tarde, encontramos un pequeño sendero erosionado debido a las constantes y copiosas lluvias que caen en el lugar. La vegetación cambió de nuevo, ahora los árboles eran más pequeños, algo característico cuando se superan los 3000 metros sobre el nivel del mar en latitudes tropicales. Esta vegetación de tallos leñosos y bajos tienen muchas ramificaciones, parecidos a los bosques tipo “cicuta”. Hubo momentos en que escalamos entre las ramas y raíces de los árboles cubiertos con ceniza lanzada por el volcán. Fue agotador, por lo que decidimos abrir un claro y establecer nuestro campamento. No habíamos comenzado a montar las tiendas, cuando comenzó a llover y en serio. Parecía una gigantesca ducha abierta a todo poder. No tardaron en aparecer terroríficas tormentas eléctricas acompañadas de fuertes estruendos con ecos repetitivos que convirtieron la situación en algo espeluznante… pero bello. Era la fuerza de la naturaleza en su máxima expresión y teníamos el privilegio de ser testigos de ello. Tuvimos que montar las tiendas de campaña bajo la pertinaz lluvia, por lo que nos resbalábamos constantemente. Por fin logramos armar el campamento empapados y cansados, luego comimos galletas. Al oscurecer, la lluvia disminuyó y nos animamos a pre-

parar una suculenta sopa con verduras para mitigar el frío y el hambre. Mientras comíamos, nos caía parte de la ceniza que estaba lanzando el volcán… Ahora, además de empapados, estábamos cubiertos de ceniza… La incomodidad que tal combinación producía no hizo que perdiéramos el buen ánimo. Yo puse en práctica aquel refrán que reza: “Al mal tiempo, buena cara”. Cansados, nos fuimos a dormir. Al día siguiente llegaríamos a la cumbre… cerré los ojos deseando que el clima mejorará.

Jueves 18 de julio Desperté a las 3:30 a. m. No se escuchaba nada. No llovía y no había viento… eran muy buenas noticias. Le hablé a mis compañeros para que se despertaran, lo cual tardaron en hacer; no parecían tan emocionados como yo. Tomamos un poco de té caliente (¡que más se puede tomar aquí!) y comimos galletas. Al momento de empezar el ascenso, ¡Steven decidió quedarse en el campamento! Tenía mucho sueño… Entonces Budhiprayoga Yoga y yo empezamos solos la jornada. Ascendimos por una profunda zanja formada por la constante caída de la lluvia sobre la arena volcánica. Encontramos raíces, rocas y muros de arena que debimos escalar, fue todo un desafío, en especial porque tuvimos que hacerlo de noche. El lado positivo es que como se trataba de una noche sin luna podíamos admirar un maravilloso cielo estrellado, era fácil de identificar las constelaciones de Orión y la Osa Menor, entre otras. Las estrellas que forman

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Orión parecían estar situadas en diferente posición a como suelo observarlas en Guatemala. Luego de dos horas llegamos a una planicie cubierta de vegetación muy baja donde había una zona utilizada como el último campamento antes de llegar a la cima. Estábamos a 3250 metros sobre el nivel del mar y habíamos salido de Kersik Tuo Village, que estaba a 1400 metros. ¡Habíamos ganado 2500 metros en menos de 48 horas! Como faltaba para que amaneciera, decidimos descansar por unos momentos… Comimos peras y mandarinas. Muy reconfortante, por cierto. Desde esta posición podíamos ver el extenso valle plagado de pequeñas lucecitas de los pueblos de granjeros, entre ellos nuestro punto de partida, Kersik Tuo Village, además Sikai, Tangkil, Kotojaya, Lubokpauh, Pelompek y Bedengbaru. Hacia el oeste se veía la silueta del monte Terimbun (2691 metros), justo debajo de nuestro horizonte. Cuando admirábamos la enorme cantidad de luces, ocurrió un apagón eléctrico, nunca había visto cientos de pequeñas luces amarillas desaparecer en la oscuridad en un instante. Pasadas las seis y media de la mañana, empezó a amanecer. Hacía rato que nosotros habíamos escalado nuestro camino por angostas aristas formadas por las constantes erupciones del volcán. El terreno estaba muy inclinado. Era el lugar más peligroso, porque existía el riesgo de que nos alcanzaran los restos incandescentes lanzados por el coloso. Conforme aclaró el día, divisamos hacia la arista noreste la famosa zona conocida como Siete Montañas, precisamente porque igual número de cimas rodean un espectacular y enorme lago llamado Danau Gunun-

gtujuh, que significa “lago de las siete montañas”. Fue simplemente hermoso. Seguimos escalando a un ritmo constante, a pesar de lo escabroso del terreno. Poco a poco fue aminorando la inclinación. Lo malo fue que al mismo tiempo empezó un aire muy fuerte y frío que nos pegaba de lleno en el rostro y que hacía difícil avanzar. A pesar de todo, decidimos continuar. Iba feliz, por momentos me parecía estar en el “camellón” del volcán de Fuego y al mismo tiempo cerca del explosivo volcán Santiaguito, ambos en Guatemala. Esos pensamientos ocupaban mi mente, cuando percibí la cumbre, ¡estábamos muy cerca! Antes de llegar nos topamos con el cadáver de un enorme jabalí. No imagino para qué pudo subir a una altura superior a los 3700 metros sobre el nivel del mar. Arriba no hay alimentos, tan sólo desolación. Pero uno nunca sabe lo que encontrará en la montaña. Continuamos escalando mientras seguía avanzando la mañana y quedaba atrás la oscuridad de la noche. Se iba apreciando una esplendorosa mañana, despejada, el mejor premio a nuestra constancia. La ceniza continuó cayéndonos encima, pero no importaba... Continuamos hasta pasadas las 7:00 a. m., cuando alcanzamos la cima… ¡Feliz cumbre! Nos abrazamos de felicidad… Para mí representaba la primera de estas siete islas del mundo. Tomamos fotografías y video, mientras luchábamos por proteger las cámaras de la pertinaz ceniza que caía sobre nosotros. El terreno en la cima estaba fangoso y medio pegajoso, debido a la mezcla de la ceniza con la arena y el agua de la fuerte lluvia que cayó durante la noche, lo cual convertía el terreno en algo muy inestable.


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En la cumbre encontramos una bandera de Indonesia muy dañada por las inclemencias del tiempo. Fue maravilloso ver todo el paisaje a nuestro alrededor. Incluso la imponente dimensión del cráter activo de este volcán Kerinci, me recordó al volcán Popocatepetl, en México. Estuvimos cerca de media hora en la cima, admirando las enormes columnas de ceniza color rojizo que ascendían desde el cráter, pero no había retumbos.

pudimos entendernos por señas y gestos, bueno, Budhiprayoga Yoga tradujo la mayoría de las veces. Después a descansar… Muy satisfecho por la labor cumplida, pues había alcanzado la primera de las siete islas del mundo.

Empezamos a descender con Budhiprayoga Yoga. Gracias a la claridad del día, entendimos por qué había sido tan complicado el ascenso. Aparte de la gran inclinación, estaba lo resbaladizo y peligroso del terreno debido a la mezcla de ceniza, roca y arena volcánica. Además, pudimos ver los profundos precipicios alrededor del cráter principal y la vastedad del valle de Kerinci.

Viernes 19 de julio

Llegamos al campamento como a las 10:00 a. m. a desayunar sopa de fideos, pan con queso y ceniza… después a desmontar las tiendas de campaña junto con Steven, quien se había quedado esperándonos aquí. Ya todo listo, empezamos el largo descenso hasta el pueblo de Kersik Tuo, a donde llegamos pasadas las 5:00 p. m. Había sido un descenso tortuoso y extenuante. Al entrar a la casa de la familia que nos había dado posada, lo primero que hice fue tomar un baño con baldes de agua fría, porque no tienen duchas. Así pude remover toda la ceniza que traía encima. Al final de la tarde, tomamos un suculento almuerzo-cena hecho por nuestros maravillosos anfitriones, a quienes les estaré agradecido toda mi vida, por su hospitalidad y gentileza. Eterna gratitud a todos ellos. Aunque no hablaban español ni inglés,

(Kersik Tuo-Padang)

De nuevo me desperté muy temprano, en primer lugar, porque estoy acostumbrado y, en segundo, porque había un concierto de gallos y perros alrededor de la casa, así como el movimiento de los trabajadores quienes, en su camino hacia las plantaciones de hoja de té, pasaban frente a la casa de la familia Paiman. Ya levantado vi la enorme silueta del volcán Kerinci, parcialmente nublado. Le di las gracias por la oportunidad de alcanzar su cima… El resto de la mañana me la pasé escribiendo estas notas, caminando entre los senderos hechos en las plantaciones de hoja de té, observando a los lugareños, tomando fotografías; en pocas palabras, gozando el momento, luego de la cumbre. Al mediodía almorzamos el infaltable arroz blanco, acompañado de verduras, pollo frito… Luego nos despedimos cordialmente de la familia Paiman para iniciar el largo retorno hasta la ciudad de Padang. Ahora el camino era cuesta abajo. En las calles se veían niños jugando bádminton (el deporte más popular en Indonesia) y fútbol.

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Una vez que tomamos la carretera, se veían multitudes de personas caminando a su vera, muchas más que en nuestra venida, días atrás. También se veían personas vendiendo gasolina en botellas, ya que no hay gasolineras cercanas. Empezó a llover muy fuerte… llegamos a la ciudad de Padang cuando comenzaba a anochecer. De inmediato me fui a mi hotel, a comer algo y dormir.

Sábado 20 de julio (Padang – Singapur)

Como tenía tiempo, aproveché para visitar algunos sitios que me interesaban, como el Museo Regional de la Cultura Minangkabau. Había una réplica exacta de las casas típicas conocidas como rumah gadang, que significa “casa grande”, además, un avión Zero utilizado en el Pacífico por el ejército japonés durante la segunda guerra mundial, también muestras de la flora y fauna endémica de la isla, como el conocido y respetado tigre de Sumatra. Amenazaba con llover, así que preferí irme al aeropuerto. Budhiprayoga Yoga y Steven llegaron a despedirse de mí. Me sorprendió que el único vuelo internacional programado para este día era el que yo tomaría rumbo a Singapur. Más de la mitad de los pasajeros eran australianos que vienen a esta isla a surfear, iban un poco ebrios. Debido al mal tiempo, el vuelo se retrasó dos horas. Cuando mejoró, despegamos.

Llegué a la ciudad-estado de Singapur pasadas las cinco de la tarde. Aquí me esperaba Francis Lee, dueño de una empresa de turismo llamada PC West, quien me asistió con la logística de mi estancia en este país de apenas una noche. Me hospedé en el Hotel Copthorne Orquid, cercano al aeropuerto, ya que al día siguiente regresaría para abordar otro avión con destino al norte de la isla de Borneo e iniciar la segunda etapa del viaje que sería el monte Kinabalu, la mayor cumbre de la isla de Borneo. Ahora a dormir y descansar. ¡Feliz

cumbre!


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Algunas enseñanzas y aprendizajes de esta expedición al Kerinci Budhiprayoga Yoga fue uno de mis acompañantes en la expedición. Me agradó desde el primer momento. Su inglés era limitado, pero comprensible, de todas formas, para ninguno de los dos era el idioma materno, además siempre he creído que cuando hay deseos de comunicación, no existen barreras.

En la entrada del Parque Nacional Kerinci, no había nadie. El recorrido hacia el volcán Kerinci empezó en un bosque nuboso tropical, con abundante vegetación. El concierto de insectos, aves, monos y roedores era la forma en que la naturaleza nos daba la bienvenida a tan hermoso lugar.

Aprendí varias cosas: una fue entender que es falta de educación caminar cerca de una persona que está rezando o en silencio; es una falta de respeto tocarle la cabeza a otra persona, aunque sea de manera amistosa; jamás debe dársele dulces o regalos a niños ajenos… Eran costumbres muy diferentes a las de occidente...

La ceniza continuó cayéndonos encima, pero no importaba... Continuamos hasta pasadas las 7:00 a. m., cuando alcanzamos la cima… ¡Feliz cumbre! Nos abrazamos de felicidad… Para mí representaba la primera de estas Siete Islas del Mundo.

Monte Kinabalu, la cumbre más alta de la isla de Borneo Isla de Borneo Malasia es un país ubicado en el sudeste de Asia. Su territorio, de 330 434 km2 consiste en dos partes separadas por el mar de la China meridional: Malasia peninsular (o Malasia occidental), en la península malaya, rodeada al norte por Tailandia y al sur por Singapur; y Malasia del este (o Malasia oriental), ubicada en la parte norte

de la isla de Borneo (la parte sur, conocida como Kalimatan, pertenece a Indonesia) y el diminuto enclave del sultanato independiente de Brunei, hacia el norte. Se caracteriza por poseer un clima tropical con abundantes lluvias, en especial durante la época de los monzones. Su geo-

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grafía es muy accidentada: en la península existen las grandes cadenas montañosas que la recorren de norte a sur. También en Malasia del este, en la isla de Borneo (el área malaya la componen los estados de Sabah y Sarawak) predominan las áreas montañosas. Es en Sabah donde se ubica la cordillera Crocker, la cual se extiende en dirección noreste (en línea casi paralela a la costa). Es aquí donde se encuentra la montaña Kinabalu con sus 4101 metros (13 451 pies) es la cima más alta no sólo de Borneo, sino de todo el sudeste asiático. De hecho, es la montaña más alta que se encuentra entre los Himalayas y la zona montañosa de la isla de Nueva Guinea. La ubicación precisa de este pico es el Parque Nacional Kinabalu, con una extensión de 764 km2 (es el parque más grande del mundo), con una de las más grandes zonas con diversidad de plantas en el mundo, lo cual incluye 1500 especies diferentes de orquídeas, 60 especies diferentes de árboles encino, 26 especies de rododendros, entre otras muchas más. Asimismo, algunas ejemplares únicos de flora. Lo anterior le valió para ser declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Vale la pena mencionar que la isla de Borneo es la tercera isla más grande del mundo: 725 472 km2. Las tierras altas de esta isla están alineadas como un tridente dirigido hacia el suroeste. Se inician como ya se dijo en la zona de Sabah, con la cor-

dillera Crocker, en el extremo norte. Continúan con la cordillera central, Pegunungan Irán, que es una prominente división de aguas que sirve de línea fronteriza entre Indonesia y Malasia. Alrededor de Bukit Batubrok (2240 metros) se bifurca en tres ramales, uno continúa hacia el suroeste a lo largo de la cordillera Miller hacia la cordillera Schwaner. La rama occidental, Capuz Hulu, define la frontera entre los dos países mencionados anteriormente. Y la rama oriental, la cordillera Meratus, es la más baja de las tres. Todas estas tierras tienen densos bosques tropicales muy lluviosos con vegetación característica de altitudes moderadas superiores a los 2500 metros sobre nivel del mar, aunque también tipos alpinos, en las elevaciones mayores de 4000 metros.

Jaime en la cima del monte Kinabalu.




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Sábado 20 de julio Tal y como había organizado esta expedición, salí de la isla de Sumatra el sábado 20 de julio de 2002 y llegué a la capital de Singapur, pasadas las cinco de la tarde (estaba en la península malaya y volaría al día siguiente a la isla de Borneo, ubicada prácticamente enfrente). Francis Lee me asistió la noche que pasé en esta ciudad. Me hospedé en el Hotel Copthorne Orquid. Durante el corto trayecto, pude apreciar un poco la ciudad: muy limpia, muy moderna, de corte occidental, y llena de turistas extranjeros… En realidad, no podía formarme un juicio más profundo, porque no la recorrí, pero en estos momentos no tenía tiempo de hacer turismo, ya sería en otra ocasión…

Domingo 21 de julio Desperté temprano y revisé todo mi equipo. Cuando Francis Lee llegó por mí al hotel para llevarme al aeropuerto, yo estaba listo. Una vez en camino, platicamos de todo un poco, de política, comida, negocios, deportes, montaña. Incluso descubrimos que teníamos un amigo en común, se trataba de Khoo Swee, único escalador del sureste asiático que ha alcanzado las siete cumbres del mundo. Tuve el gusto de conocerlo en mi expedición al monte Vinson, en la Antártida, cuando coincidimos allá con diferentes expediciones, de hecho, con esa cumbre él concluyó su reto, para mí fue la sexta cima en aquel entonces. Luego de dejarme en la terminal, revisé mi boleto aéreo de la línea aérea Royal Brunei, la cual me llevaría a este pequeño sultanato, situado en la parte norte de la isla de Borneo, donde debía tomar otro avión

hacia la capital estatal de Sabah, Kota Kinabalu. El vuelo no salió a tiempo. Volamos sobre los archipiélagos de la región, el paisaje desde el avión era muy hermoso… La terminal de Brunei resultó ser una construcción redonda, pequeña pero muy moderna. Entre las ventanas del aeropuerto se distinguían muchas mezquitas, así como diversos edificios; me prometí que algún día volvería para conocer mejor esta ciudad. Para variar, este vuelo también salió retrasado. Por fin despegamos rumbo a Kota Kinabalu, por cierto, Kota significa “puerto”, en malayo, está ubicada justo a la orilla del océano. Esta es la única ciudad considerada como tal en toda la vasta región de Sabah. Está ubicada a una latitud ecuatorial, lo que implica un clima tropical con ocasionales lluvias. El día que llegué, tomé un transporte local que me llevó a la aldea de nombre Miau, a varios metros de altura, donde vivía mi compañero de ascenso, Dawat Kumandu, quien pertenece a la etnia kadazan. Aquí pasé la noche en casa de la familia de Dawat.

Martes 22 de julio El permiso para ingresar al Parque Nacional Taman Kinabalu lo había tramitado Dawat con anticipación. Uno de los requisitos era acompañarse de un guía local, algo que no consideraba necesario. Mientras recorría los senderos, iba observando la vegetación, siempre cambiante… Cuando alcanzamos los 1900 metros sobre nivel del mar, comenzó el bosque nuboso caracterizado porque todos los troncos de los

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árboles estaban cubiertos de musgos de todos tamaños y colores, había helechos epifitos y muchas variedades de orquídeas. Arriba de los 2100 metros de altura aparecieron variedades de plantas en forma de pichel (insectívoras). Y al sobrepasar los 2600 metros, encontramos plantas de menor tamaño, con flores blancas (Schima breviforme) y otras plantas curiosas de hojas alargadas, del género Vaccinium. Como se trata de un ascenso muy popular, encontramos personas de muchos lugares, había indonesios, japoneses, irlandeses, alemanes, españoles, rusos, australianos, neozelandeses, entre otros. Era en verdad un punto de reunión mundial, donde coincidían quienes querían escalar una de las cumbres más famosas del planeta. Cuando nos alcanzó la noche, a una altura de 3200 metros sobre el nivel del mar, estábamos al pie de la enorme pirámide de granito, ya llevábamos diez horas de jornada, desde nuestra partida desde la aldea de Miau. Al llegar a los 3353 metros, encontramos en medio de la densa vegetación una construcción de regular tamaño, color crema, se trataba del refugio Panar Laban (lugar de sacrificio). Comimos un poco de mee goreng (sopa de fideos con verduras, muy picante). Utilizamos el refugio y nos fuimos a dormir temprano, porque al día siguiente continuaríamos con nuestro camino.

Miércoles 23 de julio

Para nosotros amaneció a las 4:30 a. m., cuando salimos del refugio en busca de la cima. Había una luna llena que iluminaba nuestro camino. Esta etapa se caracterizó porque encontramos varios tramos de paredes rocosas que tuvimos que escalar con ayuda de cuerdas y diversas técnicas de escalada. Conforme pasaba el tiempo, empezó el amanecer: el cielo comenzó a teñirse de diferentes colores, en especial un degradé naranja, hasta que amaneció. Entonces pude ver que la vegetación se tornaba leñosa y de gran envergadura, luego desapareció totalmente hasta que sólo quedó roca sólida de granito, de un bello color grisáceo. Cruzamos por una zona de riachuelos congelados, no sentíamos tanto frío, y eso que estábamos alrededor de 0 º C, quizá porque el viento estaba moderado. Cruzamos con Dawat una angosta arista y después tuvimos que hacer varias travesías en las placas rocosas muy amplias e inclinadas. Luego, en la cara este del monte Kinabalu, nos tocó escalar una pared donde colocamos cuatro secciones de cuerdas. Finalmente, a eso de las seis de la mañana y cuando ya había amanecido, llegamos a la enorme plataforma rocosa que conducía a la cima, todavía a unas dos horas de distancia. Continuamos a paso constante, hasta que alcanzamos la pedregosa cima… Entonces nos abrazamos llenos de emoción. Fue realmente mágico y me sentí realizado como persona. Había dos plaquetas escritas en malayo que indicaban que estábamos en la cima más alta de Borneo y del sureste de Asia. Tomamos las fotos y el video del caso. Descansamos por unos momentos, los cuales aprovechamos para tomar agua y comer algunas


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galletas, mientras disfrutábamos de la cumbre recién alcanzada. Yo, para variar, gozaba del paisaje circundante: hacia el norte se veía el océano. Apenas a 100 km de ahí y, en línea recta, se podía ver hacia el sur, la zona montañosa con otras cumbres más pequeñas como los picos Victoria, Sur y San John. Hacia el oeste estaba el pico Mesilau. Y es que el día estaba extraordinariamente despejado, aunque había una brisa gélida.

Salí de la ciudad de Kota Kinabalu a través del aeropuerto de Tanjung Aru, ubicado a unos ocho kilómetros al suroeste del centro de la ciudad. Era una terminal moderna donde abordé un vuelo hacia Singapur. Desde aquí tomaría otro avión que me llevaría a la capital de Papúa Nueva Guinea, Port Morslbey. Una vez aquí iniciaría los contactos y arreglos logísticos para escalar la cima más alta de ese país, el monte Wilhelm… pero mientras llegaba ese momento, me sentía feliz, pues había logrado escalar dos picos (el monte Kerinci y la montaña Kinabalu) en un mes calendario.

Jueves 18 de julio

Eso me hacía sentir muy contento, en especial, porque la programación que yo mismo me había impuesto la estaba cumpliendo. Me faltaba una más dentro de esta primera etapa del proyecto de las siete islas del mundo, el monte Wilhelm, en Papúa Nueva Guinea.

Llegó el momento de descender. Al salir, las autoridades del Parque me otorgaron un certificado por ascender el espectacular macizo de granito, la montaña Kinabalu, considerada por la gente dusun/ kadazan como mágica, pues le atribuyen características espirituales. De regreso en Kota Kinabalu, hice un poco de turismo local, fui al Parque Nacional Turku Abdul Rahman a pocos minutos de los mercados de pescado, tan pintorescos en el centro de la ciudad. Entonces pude notar que se trataba de un puerto construido a lo largo de la línea costera, siempre viendo hacia el mar de la China.

Jueves 24 de julio

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Algunas enseñanzas y aprendizajes de esta expedición al Kinabalu

El monte Kinabalu es la montaña más alta no sólo de Borneo, sino de todo el sureste Asiático, es un espacio protegido. De ahí que sea extremadamente popular. Quienes llegan a escalarlo se encuentran con que deben cruzar zonas de exuberante vegetación (junglas tropicales húmedas), bosques de encinos y un altiplano espectacular rocoso de granito. El ascenso arranca en el centro de visitantes del Parque Nacional Kinabalu, a 1524 metros sobre el nivel del mar. Se trata de un área extensa protegida y lugar favorito de estudiosos de todo el mundo que buscan la exuberante flora y fauna (orquídeas, pájaros, mariposas) del lugar.

Jaime en la cima del monte Kinabalú, en la Isla de Borneo.


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Australasia y la isla de Nueva Guinea

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Australasia es una zona que incluye Australia, Nueva Zelanda, Nueva Guinea y muchas islas que forman la parte oriental de Indonesia. Australia y Nueva Guinea están separadas sólo por un estrecho en el mar de Arafura y presentan un contraste muy grande en cuanto a su estructura geológica. Australia se formó en el período Precrambiano con placas relacionadas a la tierra Gondwana, mientras Nueva Guinea tiene formaciones del período Terciario, lo mismo ocurre con Nueva Zelanda. Por ello Australia no está considerada una isla, sino un continente. La isla de Nueva Guinea (con sus 828 025 km2) está dividida en dos: en la parte occidental se ubica la provincia de Irian Jaya, la cual pertenece a Indonesia; mientras que la parte oriental pertenece al Estado de Papúa Nueva Guinea, el cual se independizó de Australia en el año de 1974. Su línea fronteriza se encuentra a lo largo del meridiano 142º longitud este, el cual virtualmente divide a la isla en dos mitades iguales.

decenas de altos picos ubicados en una gran cordillera que la recorre de noroeste a sureste. Serán unos 2500 kilómetros de extensión de un extremo a otro, asemejando la espina dorsal de la isla. Los picos más prominentes son la Pirámide del Carstensz, también llamado monte Victoria, con 5029 metros, ubicado en la provincia de Irian Jaya. Es la mayor cima de Oceanía y por supuesto de toda la isla. Esta montaña es lo suficientemente alta como para tener aún algunos pequeños glaciares en sus partes más elevadas. En esta zona también se alzan otros tres picos superiores a los 4500 metros de altura. El otro pico prominente de este territorio está al este, se trata del monte Wilhelm, con sus 4697 metros (14 810 pies), es la mayor cima del país independiente de Papúa Nueva Guinea.

Se trata de una de las islas más montañosas de todo el planeta, con decenas y

A propósito de estos dos picos, debo explicar que la Pirámide del Carstensz está incluida dentro del reto de las siete cumbres del mundo (el cual consiste en escalar la cima más alta de cada uno de los continentes del planeta) y que yo alcancé su cima el 26 de octubre de 1999.

“Ahora que estaba embarcado en un nuevo proyecto, que consistía en escalar las cimas más altas de las siete islas más grandes del planeta, ¿debía escalar otra vez la Pirámide del Carstensz?”

Ahora que estaba embarcado en un nuevo proyecto, que consistía en escalar las cimas más altas de las siete islas más grandes del planeta (Seven Islands), ¿debía escalar otra vez la Pirámide del Carstensz, por estar ésta en la segunda isla más grande del mundo?

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La solución que encontré fue acudir a lo que plantean algunos geógrafos. Es decir, aprovechar que la parte occidental le pertenece a Indonesia, y la parte oriental corresponde al Estado de Papúa Nueva Guinea. Así, al escalar el monte Wilhelm, cumplía la norma de escalar las siete cumbres de las siete islas más grandes, en lugar de seis. Aclarado este punto, debo agregar que Papúa Nueva Guinea es un paraíso, no sólo por sus culturas milenarias, sino por su exuberante vegetación. Podría decirse que fue el último rincón del mundo al que llegó la colonización europea. Eso explicaría por qué algunas comunidades de la isla han tenido muy poco contacto con la cultura occidental, al grado de que la llegada de cualquier extraño se traduce en un acontecimiento social. Muchos de ellos mantienen formas de vida muy primitivas, como la vida nómada, la caza de pequeñas presas valiéndose de lanzas y flechas envenenadas, así como, eventualmente, el canibalismo. Otras comunidades han optado por una vida sedentaria, por lo que crían animales de granja y cultivan vegetales y hortalizas, como la patata dulce que ellos llaman kau kau (Ipomea batatas), introducida en el siglo XVII por los europeos. Esta última, la cultivan con mucho éxito, debido a la humedad y las frescas temperaturas que predominan en las zonas

montañosas. Algunas veces logran cosechas arriba de los 2,500 metros y en laderas que no superan los 40º grados de inclinación. Más allá de esto, es imposible cultivar algo más.

Jaime en el campamento base del monte Wilhelm. Abajo: Paisaje espectacular desde la cumbre del monte Wilhelm.


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Miércoles 24 de julio (Singapur – Nueva Guinea)

Luego de ascender el monte Kinabalu, en la isla de Borneo, regresé a Singapur. De nuevo, Francis Lee me llevó del hotel donde me hospedé al aeropuerto para tomar un avión hacia Puerto Moresby, capital de Papúa Nueva Guinea. El vuelo duró cerca de 8 horas, pues iba desde la península malaya hasta una isla ubicada en el norte de Australia, poco más de 6000 kilómetros de distancia. Al aterrizar en Puerto Moresby, lo primero que me impactó fueron los olores tan penetrantes y desagradables, luego, la sensación de ser observado por infinidad de ojos. Había una persona sosteniendo un cartel con mi nombre y fue quien me llevó al hotel. Me advirtió sobre la seguridad y las normas que debían respetarse dentro de esta ciudad, fue inquietante. Por cierto, nunca me dijo su nombre, cosa que acepté resignado. Después de todo, mi interés en ese momento era descansar del largo viaje y estar en forma para continuar con la última parte de esta primera etapa de las siete islas del mundo.

fuera de la ciudad. Está sobrepoblada, debido a la constante migración de los campesinos de las áreas rurales. Me da la impresión de que es una ciudad con poca identidad. Durante mi recorrido pude ver que era una ciudad polvorienta, con pocos edificios que no pasaban de 10 niveles y las personas vivían abarrotadas en casas de madera a la orilla del mar. Según me cuentan, llueve muy poco, comparado con el resto del país, es más, en el pasado han sufrido periodos de sequía. Es el único pueblo significativo en toda la región sur del país. Visité el Jardín Botánico Nacional, donde exhiben especies de flora endémica de la zona. Los jardines estaban delicadamente ornamentados, algo que contrastaba con el resto de la ciudad. También visité el edificio del Parlamento, en el barrio de Waigani, el Museo Nacional de Exploraciones y una galería de arte. Todo acompañado de un sofocante calor seco.

Viernes 26 de julio

Jueves 25 de julio

(Puerto Moresby – Mt. Hagen)

Como tenía tiempo, pues la expedición arrancaba hasta el día siguiente, hice un poco de turismo local. Puerto Moresby era una ciudad construida a lo largo de la costa, ubicada dentro del “distrito capital nacional”, como llaman a esta área, autoridad que extiende su influencia apenas unos cuantos kilómetros

Mi amigo “sin nombre” me recogió muy temprano para llevarme al aeropuerto internacional Jackson, donde tomaría mi avión de la línea aérea Air Niugini, que resultó ser un Boeing 737, de unos veinte años de uso. Me provocó escalofríos, pero me puse en manos de Dios, esperando que no pasara nada. Estaba previsto que el vuelo durara una hora y me-

(Puerto Moresby, Nueva Guinea)

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dia, tiempo que se hizo eterno, en especial porque los otros pasajeros se comportaron de manera poco cordial y el interior del avión estaba en deplorables condiciones. Fue un vuelo incómodo. Íbamos rumbo a la ciudad de Mount Hagen, considerada la capital provincial de Western Highland. Se encontraba a casi mil kilómetros al noroeste de Puerto Moresby. Se llama así en honor a una montaña cercana. Es la entrada a las tierras altas del occidente del país. El aeropuerto era una pista rural de tierra, llamado Kagamuga. Luego de aterrizar debía encontrarme con mis compañeros de expedición. No habían pasado 15 minutos, cuando nos encontramos: se trataba de Kim y Will Waggot, una pareja de ingleses dedicada al negocio de la informática que decidió pasar sus vacaciones en este país haciendo algo diferente, y nuestro contacto local, Deppo Yaka, jefe de una tribu Wahgi, que vivía en el pueblo de Amballuna. Es una persona fornida, de corta estatura, barbado, de color, muy amable, pero con la terrible costumbre de fumar todo el tiempo, algo característicos de la mayoría de las personas en este país. La ciudad, para ser honestos, no me gustó, es realmente una ciudad poco atractiva, da la impresión de ser una ciudad fronteriza. El ambiente era húmedo y el calor, sofocante. Parecía haberse detenido en el tiempo, las calles estaban muy sucias y medio construidas, además imperaba la violencia debido a las rivalidades de dos grupos: al norte, grupos de pandilleros conocidos como Rascals controlan las zonas marginales y periódicamente se enfrentan entre sí.

Al sur está la zona de negocios controlada por los grupos Motu y Koitabu, quienes representan apenas el 3 % de la población total del país, y son quienes tienen más contacto con los extranjeros. Según me explican, hay mucho odio entre estos grupos lo que se traduce en un ambiente lleno de tensión que no es ajeno a los visitantes. Pasamos la noche en un pequeño hotel muy descuidado y sucio. Luego nos sorprendió que aquí durmieran los vendedores ambulantes, quienes se pasaron la noche emborrachándose y haciendo escándalo. Me pasé contando las horas para salir de este lugar. A un costado de Mt. Hagen está Kundiawa, capital de la provincia Simbu, ubicada en pleno corazón de las tierras altas, justo en la división territorial que comparte con la provincia de Madang, al norte. Es la más pequeña de las provincias de Papúa Nueva Guinea, apenas 6100 km2. No es precisamente un sitio de mucho interés turístico, debido a la dificultad para llegar, pues el viaje debe hacerse en avión, debido a que la mayoría de infraestructura vial no está en buenas condiciones. Aun así, algunas de las montañas más altas del país están en Simbu, incluyendo el monte Wilhelm con sus 4509 metros sobre nivel del mar, la mayor cima del país. Sus empinadas paredes fueron esculpidas durante la última era del hielo, que corresponde al período Pleistoceno, aproximadamente 10 000 años atrás. La interfase entre los valles alpinos y los bosques nubosos marcan la línea hasta donde llegaba la nieve en ese período. Para llegar hasta el punto donde comenzaría nuestra jornada, es decir, el pueblo de Amballuna, en la provincia de Simbu, tendríamos que hacerlo volan-


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do. Por lo que a pesar de las incomodidades del lugar donde nos hospedamos, no quedó otra que intentar descansar para lo que comenzaba al día siguiente…

Sábado 27 de julio

(Mt. Hagen – Amballuna) Llegamos al aeropuerto de Kagamuga para abordar una avioneta tipo Cessna que nos llevaría a Amballuna, hogar de Deppo Yaka. Ahora que lo veía más relajado, me di cuenta de que la terminal solía ser un granero que adaptaron para cumplir funciones aeroportuarias rudimentarias. En fin, nuestro destino era un pueblito ubicado en la zona montañosa, punto de inicio de la jornada hacia el coloso objetivo de esta expedición. Debido a que prácticamente no existen caminos, debíamos volar para llegar hasta él. Se trató de un viaje de apenas media hora, a baja altura, lo cual me permitió apreciar, por un lado, la topografía escarpada y, por el otro, la diversidad de la vegetación. El sitio donde debíamos aterrizar no era más que un potrero ubicado un terreno inclinado, casi cuesta arriba. ¡Aquí empezaba realmente la aventura! Cuando se aproxima una avioneta, hacen sonar una sirena para alertar a las personas para que se alejen de la “pista” y saquen del camino a sus animales domésticos. Se llama ¡“pista de aterrizaje Kegisugl”! Estábamos a 2200 metros sobre el nivel del mar, una altura similar a la ciudad de México, D. F. y la ciudad de Quetzaltenango en Guatemala.

Deppo Yaka nos contó que hubiéramos podido llegar de una manera más económica, si hubiéramos volado desde Puerto Moresby a Goroka (es un vuelo mucho más corto que a Mt. Hagen), luego rentar los servicios de un chofer con un vehículo 4x4 que nos trajera hasta aquí. Es un trayecto que toma, con un clima favorable, de cinco a seis horas. En el camino encontraríamos una misión mormona llamada Denglagu, donde cultivan truchas. Aquí deberíamos subir a lomo de mulas para llegar hasta nuestro destino. La jornada nos hubiera tomado un día y habríamos estado molidos, con toda seguridad. Además de lo complicado que se oía, había otra cuestión a tomar en cuenta: la inseguridad que representaba desplazarse en el camino yendo en mulas en un terreno de constantes derrumbes debido a las frecuentes lluvias que provocan bloqueos de carreteras y caminos. Menos mal que optamos por el viaje aéreo… Al bajar de la avioneta, acordamos con el piloto que nos recogería en ocho días. Empezamos a caminar fuera del área de la pista. Entonces llegaron a recibirnos habitantes del lugar de una manera muy cordial, muy diferente a sus paisanos en otras comunidades. Durante nuestra corta estancia, nos invitaron a tomar agua con miel, mientras los ancianos nos contaban historias de cuando eran jóvenes, historias que ellos llaman taim bepo, que significa “tiempo atrás”. Orgullosamente nos contaban que todas sus hortalizas y vegetales, así como las truchas que cultivan en sus granjas, están libres de cualquier tipo de pesticida, lo cual es evidente al probar los alimentos, todo muy fresco.

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El clima se sentía agradable, sin embargo, nos advirtieron que no debíamos subestimar a la montaña, en especial la neblina, la cual había desorientado a más de un explorador, quien había terminado extraviándose. Algunos, incluso, habían perdido la vida. Pero independientemente de las tragedias ocurridas en la zona, el paisaje es tan hermoso: verdes valles y montañas azuladas. Pareciera como si la luz contribuyera a darle al ambiente una magia especial… Luego de la charla con los lugareños, Will y Kim Waggott, así como Deppo Yaka y yo, nos encaminamos cuesta arriba entre el bosque. Avanzamos por senderos bien marcados ganando altura y cruzando sembradíos de fresas, patata dulce (kau kau). Luego de tres horas decidimos montar un campamento a 2,900 metros sobre del nivel del mar, en la pequeña planicie de Kagamuga. La noche estaba fría, por lo que, al calor de la fogata, cocinamos una sopa de verduras, comimos fresas que nos regalaron en el pueblo y después a descansar… Llovió, pero ya estábamos protegidos...

Domingo 28 de julio

(Kagamuga, 2900 metros – Campamento Ongoltungi) Dormí muy bien, quizá porque me encontraba en mi elemento, ¡la montaña! Desayunamos las sobras de la cena de la noche anterior. Algunos tuvimos que realizar las infaltables necesidades fisiológicas. Lue-

go levantamos el campamento y después empezamos a caminar entrando de lleno en el espeso bosque nuboso que estaba empapado por la lluvia de la noche anterior. Según Deppo Yaka, durante este trayecto tendríamos que sortear varios ríos, especialmente el río Kon, por lo que nos recomendó estar muy concentrados en lo que hacíamos. En el camino debimos escalar las raíces de enormes árboles cubiertas de helechos y musgos, lo que las hacía inestables y resbalosas. Avanzamos por varias horas, hasta que de pronto, como si se nos quitaran un velo verde y oscuro de los ojos, entramos a un amplio valle tipo alpino, con vegetación más baja, tipo pajonales. Ello marcaba el cambio de altitud: estábamos entrando a los 3000 metros sobre el nivel del mar. Después de una larga y extenuante jornada, empezó otro ascenso en un terreno muy empinado y lodoso, entre paredones rocosos y profundas vertientes. Por fin encontramos un hermoso lago de origen glacial llamado Piunde, que significa el “lago de abajo”, a una altura de 3500 metros sobre el nivel del mar. Estaba rodeado de empinados riscos rocosos y en medio tenía algunos islotes. El agua era de un color azul oscuro intenso. En realidad, la belleza del lugar era impresionante. Un poco más arriba se veía el lago Aunde, Estos lagos deben haberse formado cuando las placas de hielo cubrieron Papúa Nueva Guinea, en la última era de hielo. El único campo de hielo permanente que queda en la isla estaba en el monte Puncak Jaya, justo al lado de la Pirámide del Carstensz, en Irian Jaya (provincia de Indonesia). Como anécdota, Deppo nos cuenta que estos dos lagos son marido


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y mujer: Aunde es la mujer y Piunde es el hombre. Decidimos acampar en ese maravilloso lugar llamado Ongoltungi, aunque Deppo Yaka prefirió quedarse en el refugio, una cabaña muy rudimentaria. El sitio elegido para descansar estaba muy húmedo y frío, pero agradable a la vista. Además, necesitábamos tomar un respiro, pues llevábamos casi trece horas de marcha desde que salimos de la pista de aterrizaje. Eso sí, habíamos ganado poco más de mil metros de desnivel. Según me cuenta Deppo Yaka, alguna vez introdujeron truchas cafés en el lago Piunde, pero aparentemente, como era muy frío, desaparecieron. Nadie ha podido ver una sola trucha desde hace muchos años. Al parecer, existen proyectos para repoblar este lago con truchas de nieve, una especie adaptada para esta altitud y bajas temperaturas. En fin, cenamos pollo y sopa, luego dormimos un poco para despertarnos a la una de la mañana del día siguiente.

Lunes 29 de julio

(Ongoltungi, a 3500 metros – cima del monte Wilhelm) Al abrir los ojos, vimos que seguía parcialmente nublado, pero sin viento, y lo mejor de todo, sin lluvia. Tomamos un poco de té. A eso de las dos de la mañana, ¡partimos rumbo a la cima! No habíamos avanzado doscientos metros, cuando Kim nos dijo que se

sentía mareada y con “mal de montaña”. Creo que no logró aclimatarse a esta altitud, por lo que decidió quedarse en el campamento. Nos despedimos y reiniciamos la caminata de aproximación a la cima. Bordeamos el lago Piunde por el lado sur, hasta llegar a una enorme cascada formada por el agua que caía del lago Aunde (arriba del lago Piunde). Como no había luna, se nos complicó el ascenso entre la resbaladiza roca. Se oía perfectamente el estruendoso ruido generado por el impacto del agua cayendo en las rocas hasta llegar al lago Piunde. Continuamos nuestro camino con mucho cuidado y a paso lento para no cometer errores. Después la inclinación aumentó. Encontramos terreno con piedras sueltas, lo cual lo hacía peligroso debido a posibles derrumbes. Esta sección era parte de la morrena del antiguo glaciar, ahora inexistente. Dos horas después, la inclinación disminuyó. Entonces debimos realizar una serie de travesías entre diferentes canales rocosos, en ocasiones de regular profundidad, que nos hacían subir y bajar frecuentemente. Fue agotador, pero un buen ejercicio. Pasadas las cinco y media de la mañana, empezó a amanecer, lo cual nos permitió apreciar un paisaje muy hermoso, debajo de nosotros, clara muestra del diferencial de altitud de esta montaña. Pasamos entre matorrales bajos, característicos de zonas arriba de 3800 metros de altura en regiones tropicales. Luego, Deppo nos mostró el sitio donde se había estrellado un avión bombardero B-17 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Eran sólo algunas piezas metálicas

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esparcidas en el lugar. Cabe recordar que en esta zona se libró la guerra del Pacífico, dentro del marco de la gran contienda, luego de que Japón bombardeara por sorpresa Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Pero continuando con nuestro recorrido, avanzamos lentamente, pero muy seguros de lo que hacíamos. Cerca de las cinco de la mañana, todavía estaba oscuro, pero logramos llegar a los 4200 metros (como la altura de la cumbre del volcán Tajumulco, en Guatemala). En una pequeña planicie, entre las escarpadas rocas, vimos una plaqueta en memoria del montañista australiano Christopher Donnon, quien murió hace 10 años intentando escalar esta montaña. Mientras descansábamos, admiramos el juego de luces en el cielo formados por acción del amanecer. Sentíamos mucho frío y de seguro era porque estábamos mojados debido a la humedad del terreno. Seguimos adelante subiendo y bajando infinidad de rocas, hasta que pasadas las 7:30 de la mañana y ya con el sol iluminándonos, alcanzamos la difícil y evasiva cumbre del monte Wilhelm. ¡Habíamos llegado al techo de Papúa Nueva Guinea! Fue un momento muy emotivo, en especial para mí, porque estaba cumpliendo con el objetivo de esta primera etapa del reto de las siete islas del mundo (Seven Islands). En la cima había una roca con una plaqueta de señal trigonométrica del Instituto Geodésico Internacional, que indica claramente la altitud y ubicación geográfica, además, había una torre triangular oxidada de unos dos metros de alturas, en la cual había un pedazo de metal atornillado que decía: monte Wilhelm 4509 metros. No había sido nada fácil, al contrario,

requirió de mucho sacrificio, esfuerzo, temor, dudas; pero, sobre todo, decisión de cómo un guatemalteco puede alcanzar este tipo de metas. La mañana estaba radiante (en buena medida debido a que la noche anterior llovió, lo cual contribuyó a remover del ambiente cualquier vestigio de bruma y partículas suspendidas en el ambiente). Pudimos contemplar impresionantes vistas a nuestro alrededor, así como diferentes cumbres aledañas a esta cima que forman parte de la cordillera Bismarck o Star. Incluso tuvimos el privilegio de apreciar el volcán Lamington, a 450 kilómetros al este del lugar, también vimos valles e incluso las islas de Goodenough y Fergussen, en la costa norte del país, ¡justamente dentro de la bahía Milne! También se veían claramente los árboles de las laderas del monte Giluwe de 4100 metros sobre el nivel del mar. Gozamos esas vistas por cerca de una hora, hasta que empezó a nublarse, pero ya habíamos disfrutado del paisaje y lo habíamos documentado con fotografías y tomas de video. Estaba feliz y realizado, ya que esta primera etapa de las siete islas del mundo la había concretado exitosamente. Gracias a Dios, al apoyo de mi familia y mis patrocinadores. Descendimos directamente hasta los lagos, pasamos a darle la buena noticia a Kim, desmontamos el campamento y continuamos todos juntos la larga ruta de un solo viaje hasta la pista de aterrizaje Kegisugl, en el pueblo de Amballuna. De regreso, cuando pasábamos por alguna de las aldeas, los lugareños nos recibían con alegría y bailaban sing-sing. Es una danza tradicional que con-


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siste en ejecutar pasos alargados y pausados en dirección al visitante, en este caso nosotros. Es un baile sencillo en cuanto a movimientos, pero impactante en cuanto a presencia; siempre realizan este baile en honor de las personas que logran alcanzar la cumbre del coloso. Se cubren el cuerpo con la ceniza de sus fogatas y el rostro con máscaras de lodo… Cuando llegamos a Amballuna, decidimos pasar la noche aquí. Deppo Yaka amablemente nos dio posada en su hogar. Como reflexiones finales de este país, vale mencionar que el monte Wilhelm debe su nombre al káiser alemán Wilhelm, quien fue el primero en escalarlo en los años 30. Sin embargo, para los habitantes de la provincia de Simbu, donde se ubica, se trata de Endura Kombugu, y para los habitantes de la comunidad de Amballuna (punto de inicio del ascenso), se trata de Korikhl Khu. Cubre una superficie cercana a los cien kilómetros cuadrados. Se conforma de empinadas laderas que bajan abruptamente hasta el valle de Ramu. Es el pico más alto de Papúa Nueva Guinea, la segunda isla más grande del mundo. Papúa Nueva Guinea es un territorio húmedo y cálido, además es un estado de Oceanía, en el Pacífico suroccidental, tiene una extensión de 461 690 km2. Está formado por la mitad oriental de la isla de Nueva Guinea, el archipiélago de Bismarck, las islas del Almirantazgo, Tobriand y D’entrecasteux, el archipiélago de las Luisiadas y la parte norte de las islas Salomón. Limita con Indonesia al oeste y al sur, con el estrecho de Torres, que la separa de Australia. La capital es Puerto Moresby. En el país hay más de 30 volcanes, en especial en las islas Bismarck. El clima

es cálido y húmedo, con una larga estación de lluvias. Gran parte de su territorio lo ocupan bosques y en algunas zonas, selva tropical. El clima se sentía agradable, sin embargo, nos advirtieron que no debíamos subestimar a la montaña, en especial la neblina, la cual había desorientado a más de un explorador, quien había terminado extraviándose. Algunos incluso, habían perdido la vida. Pasadas las 7:30 de la mañana y ya con el sol iluminándonos, alcanzamos la difícil y evasiva cumbre del monte Wilhelm. ¡Habíamos llegado al techo de Papúa Nueva Guinea! Concluía así la primera etapa del reto de las siete islas del mundo (Seven Islands)…

Domo rocoso de la cumbre del monte Wilhelm, en Papúa Nueva Guinea.

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Monte Fuji, cumbre más alta de la isla de Honshú


Japón y la isla de Honshú

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Japón pertenece al continente asiático. Está compuesto por cuatro islas principales (Hokkaido, Honshú, Shikoku y Kyushu) y más de tres mil islotes. Se trata de un archipiélago ubicado entre el océano Pacífico y el mar del Japón, al este de la península de Corea. Tiene una superficie de 377.000 km2 -la décima parte de Argentina-, donde viven 125 millones de personas. Japón es sin duda, un país hecho de contrastes: a la vanguardia en tecnología, pero cuyo emperador sólo renunció a mediados del siglo pasado a su origen divino; un país que atrae por su lejanía y sorprende por la antigüedad y riqueza de una cultura que Occidente conoce sólo de modo fragmentario. Después de un viaje, ese misterio del mundo nipón estará lejos de haberse resuelto, pero se habrán adquirido más certezas, se habrá tocado algo más de cerca ese universo extraordinario y Japón habrá adquirido para el viajero una infinita cantidad de matices nuevos. La palabra japonesa para paisaje “san sui”, se deriva de dos caracteres: san, montaña y sui, agua. Este término compuesto refleja el relieve de Japón, en el que las montañas se elevan desde una de las depresiones oceánicas más profundas en el mundo, casi 10,000 metros, formando así una zona volcánica que se une en el océano Pacífico. La cadena de islas puede estar unida en la cresta o en las montañas sumergidas.

La isla norteña de Hokkaido está dominada por montañas volcánicas, algunos de esos volcanes están en constante actividad. Su zona central tiene un pico llamado Daisetsu-zan, con 2,290 metros. De ahí irradian dos ramales: el Kitami, al norte y el Hidaka, al sur. Están formados de roca granítica. Al oeste de estos ramales, se encuentra Teshio Sanchi, paralelamente alineada a la costa, y el Yubari Sanchi tierra adentro, representando un cinturón metamórfico. Este es el hogar de los Ainu, los únicos aborígenes del Japón. La isla de Honshú, al centro del archipiélago, es la mayor de todas las islas y además es la séptima isla más grande del mundo, con sus 317,819 kilómetros cuadrados. Está cubierta de montañas, a manera de una espina dorsal. Esas cordilleras se reparten en tres zonas: cinco en la zona noreste, tres en el centro, y tres en el suroeste. En el norte-sur están las cordilleras de Ou, Mikuni y Kanto, formando la espina de la zona noroeste. Las cordilleras Kitatami y Abukama se observan a lo largo de la costa este. La zona central es un complejo anudado de cordilleras corriendo en diversos ángulos saliendo de la cordillera principal de la isla. Conocidos como los Alpes japoneses, estas incluyen la cordillera Hida, al norte, la cordillera Kiso, en el centro y la cordillera Akaishi, hacia el sur.

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En estas cordilleras están las cumbres más altas de todo el archipiélago japonés, de ellas, al menos siete superan los tres mil metros de altura sobre nivel del mar, incluyendo el monte Fuji, de 3,776 metros, la mayor cima de la isla de Honshú y de Japón. Esta cima, una de las montañas más famosas del planeta (no sólo por ser uno de los íconos de la cultura japonesa, sino también por su belleza), formaba parte de la segunda etapa del reto de las Siete islas más grandes (Seven Islands) en el que estaba embarcado.

Las islas japonesas reciben mucha precipitación, incluso en forma de nieve, lluvia y tifones. A pesar de su topografía escarpada, las montañas tienen densos bosques. En la cultura japonesa, las montañas están consideradas sagradas, por lo que son admiradas y respetadas.

Mi objetivo era escalarla en invierno, ya que la mayoría lo hace en verano, entre los meses de julio y agosto. En esa época del año se pueden encontrar miles de personas ascendiéndolo, principalmente de noche, utilizando una larguísima rampa de arena y ceniza volcánica. En cambio, yo prefería hacerlo con la montaña cubierta de nieve y azotada por vientos gélidos y días cortos… yo quería que fuera un desafío.

“En cambio, yo prefería hacerlo con la montaña cubierta de nieve y azotada por vientos gélidos y días cortos… yo quería que fuera un desafío.”

La isla sureña de Kyushu posee un área de montañas jóvenes. La cordillera Kyushu Sanchi se desplaza de norte a sur cruzando el centro de la isla como un captador de aguas. El punto más elevado es Kuju-san de 1,787 metros, situado al norte final de la cordillera. La cordillera menor llamada Tsukushi está alineada al noroeste de la cordillera central.


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Mi diario de expedición TOKIO, UN MUNDO DE SORPRESAS A finales del mes de noviembre de 2002, salí de Guatemala rumbo a Tokio, la capital de Japón con la intención de arrancar mi expedición hacia el monte Fuji. Fue un viaje de casi 19 horas, pasando por las ciudades de México, D. F., Los Ángeles y finalmente Tokio, en el centro-este de la isla de Honshú. Toda visita a este país comienza aquí, en la capital, una ciudad con doce millones de habitantes y que resume todos los contrastes japoneses. La primera imagen son los rascacielos, el brillo del neón y cientos de personas moviéndose en olas por las calles.

que correr en busca de monumentos o buscar una arquitectura brillante, vale la pena dedicar tiempo a recorrer sus barrios-ciudades -Otemachi, Kasumigaseki, Shibuya, Ueno, Ikeubukuro- que le valieron a la capital japonesa la definición de “nebulosa urbana polinuclear”, dicho en lenguaje urbanista. En Tokio coexisten la zona alta, donde brotan decenas de rascacielos, y a un costado, la zona baja, la del pueblo común y la vida cotidiana, reproduciendo todavía la estructura de la vieja Edo (el antiguo nombre de Tokio).

Sin embargo, muchos se sorprenden porque a pesar de todo, nunca se siente la agitación y la prisa desenfrenada de otras capitales del mundo. Nadie se empuja; nadie es arrastrado por la marea humana, como ocurre en las calles chinas; siempre alguien tiene tiempo de contestar una pregunta o de acompañar al turista desorientado, mientras los ejecutivos andan en bicicleta y los chicos y grandes mueren por el pachinko, palabra derivada del término japonés pachi-pachi que significa “chocando pequeños objetos metálicos hacia una canasta”, es un juego muy popular en Japón, parecido al pinnball de nuestros países.

Para asomarse a la imagen tradicional que los extranjeros tienen de la ciudad, hay que ir al barrio de Shinjuku, de aire futurista y luminoso, símbolo de la zona consagrada al entretenimiento, mientras un paseo por Akihabara, es ideal para adentrarse en los últimos avances en materia de electrónica, uno de los emblemas del mundo japonés. Muchos creen que si hay un solo día disponible en Tokio, hay que ir a Shinjuku y Akihabara. Para ir de compras, en cambio, el destino es el barrio de Ginza, rival de la neoyorquina Quinta Avenida: el lugar es interesante incluso si el “shopping” queda para mejor oportunidad, ya que muestra una cara imperdible del Japón comercial.

En realidad, Tokio no tiene un centro, sino varios, cada uno muy distinto al otro. Más

Mientras tanto, las zonas más jóvenes son las de Shibuya y Harajuku, donde reinan

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los cafés y los negocios de moda... al menos hasta la noche, cuando habrá que desplazarse a Roppongi, el barrio predilecto de los noctámbulos por sus club y locales de diversiones, que no cierran sus puertas hasta el alba. También hay que pasar por el Ueno-koen Park, al norte del centro, donde se concentran algunas de las mejores galerías y museos japoneses: como el Museo Nacional de Tokio, que alberga la principal colección mundial de arte nipón, el Museo Nacional de Ciencias, y al Shitamachi History Museum, que recrea los barrios centrales ocupados por el pueblo en la vieja Tokio. Finalmente, pude pasar por el templo budista Senso-ji, en la zona de Asakusa, un antiguo “distrito del placer” del cual sobrevive hoy en parte el encanto y el glamour del pasado entre las calles estrechas y bulliciosas. Sin duda es difícil decir dónde empieza y dónde termina Tokio, pero todavía quedan muchos otros lugares que recuerdan una antiquísima historia, siempre viviente a la par de la modernidad. En general, los suburbios de Tokio han resistido los embates de la cultura del supermercado y todavía es posible encontrar en las calles pequeños negocios especializados, restaurantes tradicionales abiertos hasta tarde, viejas casas de madera construidas a la usanza tradicional, o ancianas que salen a hacer las compras vestidas con kimono. Además de su interés como capital y arquetípica ciudad japonesa, desde Tokio

se puede observar en un día despejado otro de los emblemas del país: el monte Fuji, ubicado entre las prefecturas de Shizuoka y Yamanashi en el Japón central. Esta silueta inconfundible ha dado la vuelta al mundo en fotografías que muchas veces sirven de publicidad a la marca de productos fotográficos japoneses que lleva el mismo nombre. El monte Fuji es un cono perfectamente simétrico, volcánico, cuya última erupción data del año 1707, cuando las cenizas llegaron a cubrir las calles de Tokio. Para avistarlo, la mejor época es tal vez en invierno y principios de la primavera, cuando la cumbre está cubierta de nieve, pero no fue mi caso. Los amigos montañistas japoneses me decían que era poco aconsejable intentar su ascenso en invierno, pero yo les decía que era el mejor momento, porque no había nadie en la montaña y las condiciones invernales eran las más bellas, no sólo fotográfica sino técnicamente. Oficialmente, la temporada para escalarlo es entre julio y agosto, aunque entonces el clima también es muy cambiante. En fin, ya estaba aquí y debía buscar a alguien dispuesto a acompañarme en invierno. Me di cuenta de que los japoneses son muy “estacionales”, es decir, las actividades que practican en verano jamás las repiten en invierno, y este es el caso del ascenso al monte Fuji. Pero no me rindo, siempre existe una posibilidad si la sabemos buscar con actitud positiva.


30 de noviembre Dos días después de haber llegado a Tokio y recorrido esta fascinante ciudad, llamé al personal de la Embajada de Guatemala en Tokio, quienes me ayudaron para hacer algunos contactos, incluso me ofrecieron transporte. No lo esperaba, por lo que me siento con el deber de hacer público mi agradecimiento al Excelentísimo Señor Embajador de Guatemala en Japón, en aquél entonces, el señor Antonio Castellanos. Y no sólo a él, sino a todo el personal de la Embajada y a sus familias que tan hospitalarias y amables fueron conmigo durante mi estancia en Japón. Buscando y buscando siempre se encuentra, fue de esa manera que localicé al famoso escalador japonés Atsushi Yamada, uno de los pocos montañistas del Lejano Oriente quien había escalado las Siete Cumbres del Mundo, y gracias a Dios, accedió a acompañarme en esta expedición tan inusual. Previo a reunirme con él, en compañía del embajador Antonio Castellanos y su familia, conocí la ciudad sagrada de Kyoto. Fue un privilegio y un honor compartir con él unos días en Japón. Gracias por la oportunidad.

Martes 2 de diciembre

(Tokio – Kawaguchiko, a 1 550 metros) Salimos de Tokio, a media mañana. Íbamos en el carro de Atsushi, un pequeño microbús Suzuki de color blanco, que, de lejos, más parecía una refrigeradora con ruedas. Estábamos muy emocionados por iniciar esta aventura. Tomamos una carretera sinuosa

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y angosta. Este trayecto desde Tokio, en la región de Kanto, nos llevó unas 6 horas. El cielo estaba gris y el ambiente muy frío. Nos llovió en repetidas ocasiones. Nos tocó sortear un poco de congestionamiento, pero al estilo japonés, es decir, muy ordenado. No pude apreciar mucho del paisaje y los alrededores, debido al día tan gris que nos tocó. Atsushi es una persona positiva, llena de energía. Durante el trayecto empezamos a compartir anécdotas de las montañas que ambos hemos escalado, personas que conocemos en común… es entonces que confirmo una vez más que pequeño es el mundo de alta montaña. Esta es la primera vez que escalamos juntos y, sin embargo, hemos coincidido en más de una ocasión en otras montañas, sin saberlo. Cruzamos infinidad de pequeños pueblos y puentes cubiertos parcialmente de nieve y neblina. Mientras avanzamos fuimos ganando altitud hasta el pueblo de Shin Fuji (a 1,500 metros), lugar donde dejamos la carretera principal. Finalmente, desde aquí pude ver al monte Fuji, el cual, increíblemente se parecía mucho al volcán de Agua, en Guatemala, no sólo por su forma, sino porque además comparten exactamente la misma altura, 3,776 metros sobre nivel del mar. Decidimos detenernos para comer algo, lo que no fue muy agradable, pues Atsushi compartió conmigo unas algas deshidratadas con una especie de salsa picante de color rosado, acompañada de una bebida hecha a base de arroz, muy dulce. Recuerdo la frase que siempre me digo en estas situaciones: “si quieres adaptarte al medio, entonces a donde fueres haz lo que vieres”.

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Llegamos al pueblo de Kawaguchiko, a 1 550 metros. No encontramos donde hospedarnos, por lo que fuimos a la carretera que conducía a la entrada del Parque Nacional Monte Fuji llamada Fujinomiya-guchi. Nos estacionamos a un lado del camino, a unos 10 kilómetros del pueblo, pero sin entrar al Parque. Aquí pasamos la noche, la cual estaba fría, muy fría. Incluso nevó y sopló un gélido viento. Dormimos dentro del pequeño microbús en nuestras bolsas de dormir, pero acostados sobre la fría superficie del vehículo, no fue precisamente una noche cómoda.

en los meses de julio y agosto, durante el cenit del verano y todo está verde y miles de personas vienen a escalar al coloso.

Los días en esta época del año, son muy cortos, ya que amanece pasadas las 7:30 a. m. y empieza a oscurecer después de las 4:30 p. m., algo típico del invierno boreal, especialmente a estas latitudes. Eso limitaba mucho nuestro desempeño, por tener que hacer todo más rápido en menos tiempo.

Atsushi me contó que a nivel nacional existen movimientos que buscan mantener la belleza del Fuji para las futuras generaciones. Entre esos esfuerzos se cuenta el de Watanabe Shin, sacerdote del santuario Fuji-san Hongu Sengen, quien organiza actividades para la conservación de la naturaleza. A principios de los setenta aumentó el número de escaladores, y con ellos la basura de plástico que dejan tirada mientras ascienden...

Miércoles 3 de diciembre

Hay voluntarios que limpian todo y mantienen las laderas de la montaña en su estado natural. Watanabe nos dio este consejo: “Si usted viene, lo mejor es que beba agua de los manantiales naturales. Entonces apreciará de verdad las bendiciones de la naturaleza”. Atsushi agrega que: “tan alta, tan imponente, con tanta lluvia y nieve… Japón tiene muchas montañas que inspiran temor reverencial, pero el monte Fuji es la primera de todas”. Eso me da una idea del orgullo, respeto y amor que tiene este amigo montañista por su montaña insigne, la primera que escaló en su fructífera carrera como escalador de talla mundial.

Amaneció nevando, tanto así que no mirábamos más allá de cuatro metros de distancia. Decidimos no avanzar ese día, sino averiguar sobre el pronóstico del tiempo para los próximos días y de esa manera decidir la estrategia a seguir. Las noticias no eran buenas para las próximas 48 horas, por lo que decidimos quedarnos en el pueblo, al lado de un bello lago, esperando una oportunidad. El pueblo estaba prácticamente deshabitado, lo cual es comprensible con este clima y las bajas temperaturas. La verdadera ebullición de personas se da

Aprovechamos el tiempo visitando el santuario Fuji-san Hongu Sengen, construido a principios del siglo IX, con la intención de apaciguar a los espíritus de la montaña, pues había constantes y destructivas erupciones. Todavía hoy muchos peregrinos vienen en verano a elevar sus oraciones antes de ascender al monte Fuji.


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Jueves 4 – viernes 5 de diciembre

(Quinta Estación – Cima del monte Fuji) Llevábamos dos días esperando que el clima mejorara y durmiendo en el microbús. Finalmente, el tiempo mejoró. El viernes 5 de diciembre, empezó a clarear, sólo había nublados parciales, había bajado la intensidad del viento y ya no nevaba. Así que nos pusimos en marcha. Entramos al Parque Nacional por la puerta principal, equipada con cámaras de vigilancia, talanqueras y cuatro policías o guarda recursos (no podía identificar qué eran). Dependíamos de ellos para ingresar, pues como mencioné anteriormente, no se permite escalar el monte Fuji en invierno. Pero Atsushi tiene “influencias”, debido a la fama de que goza en su propio país. Funcionó muy bien su poder de convencimiento y seguimos por una carretera asfaltada que nos llevó por cerca de treinta minutos, hasta un sitio llamado Shin Go-gome, la “Quinta Estación”, a una altitud de 2,400 metros sobre nivel del mar. Aquí estaba el centro para visitantes, un sitio enorme, con muchas tiendas para comprar recuerdos, restaurantes, oficinas de correo, casetas de teléfono público, estación de buses, parada de taxis y muchas cosas más. Pero todo estaba cerrado, bajo cien candados, no había una sola alma en el lugar. Sólo imaginé el barullo de personas y sonidos que debe de haber en ese sitio cuando es verano… Ese día helado de diciembre sólo estábamos dos personas, Atsushi y yo A la distancia, hacia arriba, vimos el ob-

jetivo, la cumbre del monte Fuji, con su domo volcánico completamente cubierto de nieve y algunos bosques sin hojas, sólo ramas desnudas. Dejamos el carro de Atsushi estacionado en el lugar recomendado, nos calzamos las botas de alta montaña, mochila, piolet y demás equipo para alta montaña. Atsushi me comentó que sentía raro subir con ese tipo de equipo, porque siempre la había escalado en verano, como todo el mundo. En fin, un último trago de esa bebida de arroz y a caminar se ha dicho. Inicialmente íbamos a paso lento para aclimatarnos. El trayecto no presentaba gran inclinación, pero sí mucha vegetación arbustiva, imaginaba cómo sería de hermosa esa vegetación en verano… Debajo de la nieve había arena gris volcánica que afortunadamente por el frío estaba semi congelada, lo que facilitaba nuestro avance y nos ahorraba tiempo. Por cierto, el tiempo era algo vital, pues las autoridades del Parque nos dieron sólo ese día para subir y bajar. No podíamos acampar, los cual nos obligaba a ascender literalmente al mandado. Por momentos el sol lograba filtrarse entre las nubes, generando una luz asombrosamente bella. A los 30 minutos de marcha llegamos a un sitio conocido como la “Sexta Estación”, a una altura de 2,490 metros sobre nivel del mar. Desde ese punto admiramos un magnífico paisaje con plantas alpinas por doquier, pero sin hojas. En el lugar no había más que un arco de madera a manera de puerta, con una cadena que indicaba “no pase”, pero pasamos, por supuesto. La visibilidad se redujo a unos pocos metros. Dos horas después alcanzamos los 3,010 metros, donde estaba la “Séptima Estación”.

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En ese punto dejamos de lado la ruta normal para ir en línea recta casi vertical a través de una lengua de hielo y nieve, bastante sólida, que permitió acortar distancia y aumentar nuestro ritmo. Poco a poco dejamos debajo de nosotros la neblina y se fue despejando cada vez más. Fue maravilloso ver a la distancia el precioso paisaje de las montañas nevadas que conforman los Alpes Japoneses, algunos bosques cafés (sin hojas) y un enorme manto de nubes debajo de nosotros (parecía algodón). Estábamos felices por las condiciones para escalar ese hielo, aunque hacía mucho frío, calculamos que estábamos cerca de -15º C. Hacia mi derecha, es decir hacia el este, había una construcción de piedra en la ladera, justo en la ruta normal. Atsushi me explicó que se trataba de un refugio llamado Ganso Nana-Gome, donde muchos pernoctan antes de atacar la cima, por supuesto en verano, porque ahora estaba cerrado bajo “siete llaves”. Habíamos alcanzado los 3,400 metros sobre nivel del mar y el terreno estaba muy inclinado. Atsushi me mostró en la distancia el monte Hoei, un cono volcánico pequeño en el flanco del Fuji. Muy hermoso… Luego, en la lontananza, vi otra pequeña construcción de piedra, era otro albergue de montaña llamado Ikeda-kan. También se le conoce como “Octava estación”, pero no teníamos tiempo de conocerlo, porque íbamos por una ruta más directa. Nuestro ascenso hacia la cumbre continuó, me parecía que ya estaba casi allí. Pero la subida era mucho más difícil. Cuando miré hacia arriba, había pensado que podía ver la cumbre, pero lo que alcanzaba a ver

era sólo la novena de las diez estaciones. Eso significaba que aún teníamos un buen trecho por recorrer. Tras dejar esa estación, apareció un paisaje desolado, sin plantas, nada de vegetación. La ladera era más escarpada, y tanto la nieve floja y profunda, como las piedras sueltas debajo de ella, hacían mucho más lento el ascenso. Habíamos superado los 3,675 metros sobre nivel del mar. Yo peso mucho, por lo que mis piernas comenzaron a quejarse. El sol caía sin descanso, quemándome la piel. Era difícil respirar y sudaba mucho, a pesar del frío invernal. Pero seguimos junto con Atsushi, ya estábamos muy cerca, olía a cumbre. Descansé brevemente, a mi alrededor todo parecía haber adquirido un matiz ligeramente amarillo, lo cual se debía en parte a la luz invernal, típica a esta latitud. Dos horas después llegamos a la puerta Torii del santuario Sengen Taisha Okumiya, ubicado en la cima del camino de Fujinomiya-guchi (altitud 3.720 metros). La cumbre estaba a unos metros… Finalmente llegamos a la cima: estábamos en el punto más alto de Japón, el monte Fuji, con sus 3.776 metros sobre el nivel del mar. La tierra abajo estaba oculta por un mar de nubes y por encima el cielo azul parecía extenderse infinitamente… En la distancia vimos algunas montañas, como el lejano monte Myoho, en la región de Nachi-Katsuura-cho Fui por detrás del santuario a ver el cráter. Era una inmensa boca abierta, coloreada por grandes franjas de color marrón rojizo, dispuesta a tragarme. Como detalle vale mencionar que el cráter de la cima tiene una profundidad de unos 200 metros, 800 metros de diámetro y una circunferencia de 2 km. El cono


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volcánico es sencillamente bello, y su altura plantea un desafío, escalarlo simplemente. La temperatura del aire era de -15 °C, un frío cortante; se me había secado el sudor y tenía la piel fría. Minutos después, con la cabeza aturdida de felicidad, me dediqué a tomar fotos de la cumbre, nos abrazamos con Atsushi. ¡Lo habíamos logrado! Habíamos escalado el monte Fuji en invierno, ese día 5 de diciembre de 2002. Dejamos un registro de cumbre, bebimos un poco de agua de nuestros termos, dimos la vuelta y emprendimos el camino de regreso. Llegamos muy entrada la noche al pueblo de Kawaguchiko donde cenamos unas sopas tipo ramen, dormimos de nuevo en el carrito de Atsushi. Estábamos muy molidos, pero felices de haber llegado a la cumbre. En mi cuenta personal, era la cuarta de las Siete Islas del Mundo. Representaba haber superado el 50 % del proyecto… Como reflexiones finales de este país, el Fuji san, como le llaman los japoneses, es el punto más alto de la isla de Honshú, es un centro de religiosidad en una época del año para todo Japón. Ha hecho erupción 16 veces desde el año 781, la última entre los años 1707-1708. Es uno de los principales símbolos de Japón y cada año, unas 300 mil personas tratan de subirlo. De ellas, entre 30 % y 40 % son extranjeros. La mejor temporada para subirlo es en verano, entre julio y agosto, porque en esa época no es necesario utilizar equipo invernal. Podemos considerar que es la séptima isla mas grandes del Mundo, Honshú es la isla principal del archipiélago japonés. La isla mide unos 1300 km de

largo y entre 50 y 230 km de ancho. Su área total es de 230 500 kilómetros cuadrados (la séptima más grande del mundo), representa alrededor del 60 % del área total del Japón. Tiene 5450 km de costa. Uno de los últimos censos daba cuenta que en la isla vivían más de 98 millones de personas, concentradas en su mayoría en las llanuras, en especial en la llanura de Kanto, donde reside el 25 % de la población en y alrededor de Tokio y Yokohama. Buscando y buscando siempre se encuentra, fue así como localicé al famoso escalador japonés Atsushi Yamada, quien había escalado las Siete Cumbres del Mundo, y gracias a Dios, accedió a acompañarme en esta expedición tan inusual. Finalmente llegamos a la cima: estábamos en el punto más alto de Japón, el monte Fuji, con sus 3.776 metros. La tierra abajo estaba oculta por un mar de nubes y por encima el cielo azul parecía extenderse infinitamente… finalemente regresamos a Kawaguchiko.

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Monte Ben Nevis. Cima más alta de la isla más grande de Europa, Gran Bretaña


El Reino Unido de la Gan Bretaña e Irlanda del Norte

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El Reino Unido de la Gan Bretaña e Irlanda del Norte, mejor conocido como Reino Unido, Gran Bretaña o, incorrectamente Inglaterra, comprende la isla de Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia, Gales), Irlanda del Norte y numerosas islas. Gran Bretaña es la más grande de las islas de Europa, con sus 244 110 km2 y la octava isla más grande del mundo. Lo anterior la excluye del reto de las Siete Islas del Mundo. Cuando realicé el reto de Las Siete Cumbres del Mundo escalé las dos cumbres más altas de Oceanía, la Pirámide del Carstensz y el monte Kosciusko, las cuales son parte de una disputa entre dos grupos de escaladores y geógrafos que discrepan sobre cuál es en realidad la más alta de ese continente. Para curarme en salud, yo escalé las dos, por lo que escalé ocho y no siete cumbres dentro de ese proyecto montañero. Algo similar hice dentro de este reto. En lugar de quedarme en ese número siete, escalé el monte Ben Nevis, por ser la cima más alta de la octava isla más grande del mundo. La isla de Gran Bretaña es el corazón territorial del Reino Unido. La mayor parte de Inglaterra es plana o de escasa altura. Al Norte, se encuentran los montes Peninos, una cadena montañosa de piedra caliza. Las montañas de Cumbria y el Distrito de los Lagos se encuentran al Oeste. Al sur de los Peninos, se hallan las Midlands, la región central de Inglaterra, que posee

una gran densidad de población. Por la península del Suroeste, conocida como el West Country, se extiende una planicie con afloramientos de granito, granjas lecheras y una costa escarpada. Al resto del país se lo conoce como las Lowlands, o tierras bajas, un mosaico de tierras de labranza, colinas poco elevadas, un cinturón industrial y la gran ciudad de Londres. Es en la región montañosa, compuesta por macizos separados entre sí por zonas llanas, donde se localizan las tierras altas de Escocia o Highlands. Los glaciares esculpieron a Escocia septentrional hasta formar montañas, pantanos, lagos y escarpados litorales. Esta tierra de clanes, caracterizados por el diseño de su falda de tartán, ofrece lugares de pesca en ríos de rápidas corrientes y salpicados de pequeñas granjas de ovejas. Y es en esta zona donde se ubica el monte Ben Nevis, con sus 1,343 metros sobre nivel del mar (4,405 pies). Es la cumbre más alta de la isla. En 1892, el mítico explorador Edward Whymper, la describió como una de las “Caras norte más espectaculares” de su país. Esta cima se encuentra cerca del pueblo Fort William, cuna del montañismo inglés, muy al norte en la isla de Gran Bretaña, una zona influenciada por los gélidos vientos del mar del Norte y de los vientos provenientes del océano Atlántico, lo cual genera condiciones climáticas terribles, especialmente en invierno.

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Esta cima representa una de las mejores escaladas en hielo en época invernal en toda la región escocesa, con una serie de rutas con diversos niveles de dificultad. Ha sido un lugar clave para los montañistas de alto nivel para desarrollar y mejorar su técnica en condiciones invernales, especialmente. Muchos de los grandes escaladores del mundo han iniciado sus pasos en esta montaña.

desde sus mares relativamente cálidos. Tierra adentro los grados no bajan mucho más de -1 o -2°C en invierno, ni suben más de los 30°C en verano. La zona más fría es el norte, y las áreas más cálidas Londres, el sureste y el West Country; las más lluviosas son las zonas montañosas y, también, el West Country. La nubosidad y las lloviznas son fenómenos habituales que pueden aparecer en cualquier parte del país en el momento más inesperado.

El clima inglés es templado y húmedo, con temperaturas moderadas por los suaves vientos que soplan

SOLIDARIDAD ENTRE MONTAÑISTAS En el mes de febrero de 2004 realicé una travesía y escalada por las cumbres más importantes de la espectacular Cordillera Atlas en Marruecos, entre las cuales destaca el monte Toubkal, cumbre más alta del norte africano y de Marruecos. Logré realizar exitosamente este ascenso en compañía de un grupo de montañistas ingleses. Entre ellos, estaba Gareth Hey, con quien hubo buena comunicación y amistad montañera. Durante uno de los recesos obligados por el mal tiempo, le conté sobre mi deseo de escalar el monte Ben Nevis, la cumbre más alta de su país. A los pocos días de esta conversación, me ofreció alojarme en su casa en la ciudad de Leeds, desde donde me dijo se podría realizar un acercamiento y ascenso al monte Ben Nevis, montaña que él en lo personal había escalado varias veces. Incluso se ofreció a acompañarme en su vehículo hasta la zona norteña de Escocia donde se encuen-

Mi diario de expedición tra la montaña. Por supuesto accedí inmediatamente, ya que esa oportunidad no se daría tan fácilmente de nuevo. Así, el jueves 4 de marzo de 2004 terminó la expedición en los montes Atlas en Marruecos. En el aeropuerto de Marrakech, uno a uno nos fuimos despidiendo para abordar nuestros respectivos vuelos. En mi caso, volé hacia Londres donde pasé los siguientes dos días preparando mi viaje para dirigirme a la ciudad de Leeds, reunirme con Gareth y llevar a cabo el plan que surgió en el camino. Londres, al sudeste de la isla de Gran Bretaña, está dividida por el río Támesis. La ciudad tiene 1,650 kilómetros cuadrados y está dividida en 32 barrios. Aquí viven unos seis y medio millones de personas. Se estima que se hablan más de 250 idiomas y sus habitantes provienen de casi todas partes del mundo, en especial, de Asia, África, el Caribe, así como del este de Europa, de Irak y Turquía.


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Sábado 6 de marzo Tomé un vuelo doméstico de la ciudad de Londres hacia Leeds. El avión salió con casi tres horas de retraso. Finalmente, cerca de la media noche, llegué a la ciudad industrial de Leeds. Era una ciudad enorme y bien planificada, al menos eso me pareció. En el aeropuerto estaba Gareth esperándome, me llevó a su casa donde pasamos esa noche. Fue muy amable al acomodarme en la habitación de uno de sus hijos.

Martes 2 de diciembre Fuimos a comprar algo de comida y nos preparamos para salir. La distancia entre Leeds y el pueblo de Fort William era de más de 400 kilómetros que hicimos en su vehículo. Estaba muy agradecido con Gareth por sus atenciones y molestias para concretar mi sueño. Eso es lo que yo llamo solidaridad entre dos seres humanos. De acuerdo con el plan de Gareth, lo mejor era salir a las diez de la noche hacia nuestro destino porque habría menos tráfico y podríamos estar en la base del monte Ben Nevis a las primeras horas de la mañana del lunes 8 de marzo. Salimos a la hora acordada. Gareth manejó todo el tiempo, lo que me dio la oportunidad de dormir un poco. Tomamos varias carreteras de excelente calidad, al llegar a la capital escocesa de Glasgow, cambiamos carretera, tomamos la A82 que nos llevó a la M80, rumbo a la ciudad de Stirling, allí conectamos con la A84 vía Callander y Lochearnhead, para luego finalizar de nuevo en la A82 a Crianlarich. Fue un largo recorrido, pero valió la pena.

Lunes 8 de marzo Llegamos a la base del monte Ben Nevis justo antes del amanecer. Como era invierno, el sol empezó a alumbrar pasadas las 7:00 a. m. Hacía mucho frío por lo que decidimos esperar en el vehículo hasta que los rayos del sol pegaran un poco y evitar problemas de congelación. Esperamos una hora. Por cuestiones de tiempo habíamos decidido escalar este coloso por la ruta más directa, pues ese mismo día Gareth quería regresar a Leeds. Fue uno de esos viajes de “voy, lo mato y regreso”. No me encontraba en posición de argumentar, pues eran las reglas impuestas por Gareth, con quien por cierto estaré siempre muy agradecido. La ruta elegida fue la cara suroeste. Empezamos el ascenso por un sendero claramente definido, cuyo grado de inclinación variaba rápidamente. El clima nos recibió con fuertes ventiscas. Nos llevó dos horas alcanzar la zona donde todo estaba cubierto de nieve, la cual nos llegaba incluso arriba de las rodillas, lo cual dificultó nuestro avance. Continuamos nuestro ascenso bajo constante ventisca y nieve. Según Gareth, esto era normal en esta montaña, especialmente en invierno, como es nuestro caso. Luego se fue ampliando el tamaño de la cresta cimera, hasta tal punto que no había inclinación, todo se despejó y llegamos a la cumbre a las 11:30 a.m. Aquí había un refugio que no pudimos ver porque estaba sepultado entre la profunda nieve. Para nuestra buena fortuna, el cielo se despejó totalmente. De acuerdo con Gareth, era la primera vez

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que podía ver el mar desde la cima… Fue un día fue perfecto, tomé muchas fotografías y video de la ocasión. ¡Estaba feliz! Había alcanza la octava cima de la octava isla más grande del mundo.

burn nuevamente rompió esquemas cuando realizó el primer ascenso invernal de la ruta conocida como Observatory Ridge en 1920 y así ha continuado hasta nuestros días el constante desarrollo del ascenso invernal de esta particular montaña.

Ese día fue realmente muy especial, había alcanzado la cumbre más alta de la isla de Gran Bretaña en compañía de un gran compañero y amigo montañero, acompañados de un cielo celeste pocas veces visto desde esta cumbre en esta época del año. Bajamos con mucha precaución hasta el pueblo de Fort William, a donde llegamos como a media tarde. Comimos algo y de inmediato iniciamos el largo regreso hasta la ciudad de Leeds. Íbamos cansados, pero contentos y satisfechos de la labor cumplida. Esta cima me había enseñado, de nuevo, que como ocurre en la vida, las oportunidades llegan cuando menos las esperamos, es cuestión de nosotros aprovecharlas o no. En mi caso, la tomé en Marruecos y ahora estaba a punto de finalizar mi sueño: alcanzar las cumbres de las islas más grandes del mundo… Tenía pendiente viajar a Madagascar para escalar la cumbre del Monte Maromokotro, la cual sería el fin del reto de las Siete islas más grandes del mundo (más una, Gran Bretaña). Como reflexiones de este país, el reto del monte Ben Nevis tiene mucho que ver con los hermanos Hopkinson que protagonizaron una de las grandes hazañas en el monte Ben Nevis cuando descendieron por el paredón llamado Tower Ridge. La exploración continuó hasta que Harold Raeburn logró realizar el primer ascenso del Green Gully en 1906, por una ruta que no logró ser igualada por treinta años. Durante la Primera Guerra Mundial se detuvo este boom de escalada invernal, hasta que el mismo Rae-

Descendiendo de la cumbre del Monte Ben Nevis.


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Círculo Polar Ártico El Círculo Polar Ártico es uno de los cinco principales paralelos terrestres. Se trata del paralelo de latitud 66° 33’ 38” Norte. El espacio al norte del círculo ártico se denomina Ártico y la región al sur de este círculo se denomina zona templada norte. El círculo ártico delimita el extremo sur del día solar del solsticio de verano y la noche solar del solsticio de invierno. En el círculo ártico el sol no se pone durante 24 horas en el día del solsticio de verano. En el solsticio de invierno el sol no sale durante 24 horas. La región ecológica ártica más grande abarca el norte de Alaska, los territorios canadienses de Yukón, Labrador, las islas árticas y parte de tierra firme de los territorios del noroeste de Canadá. Tiene la reputación de ser un área desolada, fría y seca —con aspecto similar al de un desierto—, pero en realidad tiene un paisaje diverso que va desde vastas planicies parecidas a pastizales hasta mesetas peladas; desde lagos cubiertos de hielo hasta tierras altas sin nieve. El clima varía desde inviernos largos, fríos y sombríos hasta breves y frescos veranos con largos periodos de luz de día. La primavera y el verano traen consigo un repentino verdor en el paisaje. La región está poco poblada: sólo 26 000 habitantes en una superficie territorial de 2 856 850 km2 . Alrededor del 80 % son inuit. Las principales actividades son la caza, la pesca y el trampeo.

La isla de Baffin es territorio canadiense. Canadá está dividida en diez provincias y tres territorios autónomos. Estos últimos son los territorios del noroeste, el Yukón y Nunavut. La isla de Baffin (507 451 km2), la quinta isla más grande del mundo, es parte del territorio Nunavut (Nuestra Tierra, en inauit o inuktitut). La capital de Nunavut, Iqaluit (lugar de muchos peces) está ubicada en la costa sur de la isla de Baffin, en la bahía Frobisher. Al sur está el estrecho de Hudson, al este el estrecho de Davis y la bahía de Baffin, y al noreste, Groenlandia. Al oeste y al norte, la bahía de Foxe, el golfo de Boothia y el estrecho de Lancaster, separan la isla de Baffin del resto del archipiélago. Iqualit es el centro urbano más grande de la isla (3552 habitantes). Otros centros importantes son lago Baker, bahía Cambridge, Pangnirtung, Tuktoyaktuk, Rankin Inlet y Coppermine. La superficie aproximada del Parque Nacional Auyuittuq es de unos 21 000 km2 (superficie que cubre todo el territorio de El Salvador, en Centroamérica). Representa menos del 5 % de toda la superficie de la isla de Baffin. Auyuittuq es una palabra de raíces inuktitut o inauit que significa “la tierra congelada que nunca se derrite”, porque prácticamente toda el área está cubierta por glaciares y sólo un 15 % del territorio tiene algún tipo de vegetación. Es un paisaje primario con glaciares y tundras. Este parque está adyacente a las comunidades de Qikiqtarjuaq y Pang-

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nirtung (donde comenzamos el acercamiento al monte Teté Blanche). La isla de Baffin, así como la Bahía, deben su nombre al explorador William Baffin (1584-1622). Se sabe que fue un navegante y explorador inglés. En 1612 fue piloto jefe del velero Patience en un viaje a Groenlandia, intentando encontrar una ruta de navegación noroccidental hacia el océano Pacífico. Luego fue piloto jefe del buque Discovery, en una expedición en la que se exploró el estrecho de Hudson y se realizaron observaciones náuticas. En otra expedición, también con el Discovery, en el año 1616, exploró parte de la bahía que después llevaría su nombre. Navegó en dirección norte hasta la latitud 77º 45’ N y estableció un récord que fue superado 236 años después. Sus montañas están en gran parte cubiertas por casquetes de hielo. Aquí se ubica la poco conocida cadena montañosa de Baffin rodeada de grandes montes como Asgard, Odin y el más alto de la isla, el monte Tete Blanche, con 2156 metros de altitud (7074 pies). Fue recorrida por M. Frobisher entre los años 1576 y 1578, y explorada por William Baffin en el año 1616. Las islas árticas circunscriben una variedad de condiciones oceánicas. En el norte lejano, las aguas son de rápido congelamiento, incluso durante el verano. Hacia el sur, las aguas abiertas son

más frecuentes durante el verano, pero el hielo compacto suele persistir a corta distancia de la costa. El permafrost es continuo y se puede extender a varios cientos de metros de profundidad. La mayor parte del terreno está sustentado por roca madre precámbrica granítica con algunas áreas de roca madre sedimentaria paleozoica y mesozoica plana, y consiste en su mayoría de tierras altas generalmente onduladas y de tierras bajas. Una amplia variedad de mamíferos subsiste en esta zona. La región incluye los principales pastizales de verano y tierras donde procrean las manadas más grandes de caribú de Canadá. El caribú de Peary se halla sólo en las islas árticas altas. También hay osos grizzly, buey almizclero, zorro ártico, liebre ártica, oso polar, lobo, alce, ardilla terrestre del ártico y leminos. El área es también importante zona de reproducción y anidación de gran variedad de aves migratorias. Las especies representativas incluyen gansos de nieve, silvestres, canadienses, árticos y de pico amarillo; también hay colimbos menores, cisnes, patos, gerifalcos, perdices, falaropos del norte, salteadores parásitos, búhos de las nieves, jilgueros, y colorines. En el ambiente marino adyacente, las especies típicas incluyen morsa, foca, beluga y narval. La ballena gris de California pasa aquí los meses de verano.


Jaime Viñals en campamento en Teté Blanche.

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El monte Gunnbjörns Fjeld, La cumbre más alta de la isla de Groenlandia y del Ártico


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La isla de Groenlandia La isla de Groenlandia está considerada la segunda catedral de hielo del mundo. Es un territorio autónomo que pertenece políticamente a Dinamarca y territorialmente al continente americano. Comprende principalmente la isla del mismo nombre, ubicada entre el océano Atlántico y el océano Glacial Ártico. Más del 81 % de su superficie está cubierta de hielo, por lo que constituye la segunda reserva de hielo del planeta, por detrás del que existe en la Antártida. Con 2 175 600 km2, Groenlandia es la isla más grande del mundo, si exceptuamos la isla-continente de Australia. El extremo septentrional de la isla está libre de hielo, son aproximadamente 410 449 km2. La razón es que el aire es demasiado seco como para producir la nieve esencial para crear la capa de hielo. Sus costas occidentales son azotadas por una corriente fría, la corriente de Labrador, con aguas del océano Glacial Ártico y témpanos procedentes de los glaciares de la propia Groenlandia y de otras islas árticas. Groenlandia (Kalaallit Nunaat en lengua groenlandés; Grønland en danés), es un territorio autónomo que pertenece al Reino de Dinamarca. Está dividida en tres distritos: Groenlandia septentrional, oriental y occidental. Su historia es la de la subsistencia bajo extremas condiciones de vida, gracias al clima ártico, el cual la mantiene cubierta por hielos per-

petuos. En el año 1906 introdujeron en la zona sur, la cría de ovejas y a partir de 1908, empezó la explotación comercial de la pesca. La caza de focas, morsas y una cantidad muy limitada de ballenas, sigue jugando un papel muy importante entre la población, aunque ya no es el medio de subsistencia predominante. Al este de la isla se encuentra la cordillera Watkins, donde se ubica la cumbre más alta de Groenlandia, el monte Günnbjornsfjeld, o Gunnbjörns Fjeld, con una altitud de 3693 metros sobre el nivel del mar (12 115 pies). Fue nombrada así en honor del navegante noruego Gunnbjörns Ulfson, quien por el año 900, realizó el primer avistamiento europeo de Groenlandia. Ulfson se dirigía a Islandia y un temporal lo obligó a desviarse. Cuando amainó, se encontró con la costa de la hoy denominada Ammassalik. La montaña Gunnbjörnsfjeld fue vista en tiempos modernos por Gino Watkins, el 1 de septiembre de 1930, cuando una expedición británica sobrevoló la zona montañosa. El primer avistamiento por tierra fue hecho por Martin Lindsay en el año 1934, como parte de una expedición exploratoria británica. El 16 de agosto de 1935, un equipo anglo-danés organizado por Wager y Courtauld, ascendió por la cara oeste y la denominaron English Route. Fue la primera vez que alguien llegaba a su cima.

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Gunnbjörnsfjeld está situada entre los glaciares Christian IV, Rosenborg y Kronborg, que desembocan en el cabo de Ravn (costa de Blosasenville), en el estrecho de Dinamarca. La cima se ubica a 29º 53’ de longitud Oeste y a 68º 55’ de latitud Norte. Las montañas Watkins también albergan las diez cumbres más altas de todo el Ártico, incluyendo los montes Qaqqaq Kershaw y Qaqqaq Johnson. Muchas de estas cimas no tienen nombre y no han sido escaladas. Son montes conformados por una mezcla de roca basáltica y hielo. La escasa población, apenas 56 600 personas, subsiste en unas condiciones extremas típicas de zonas árticas. Su principal actividad económica es la pesca. El 60 % de los habitantes (aprox. 47 000 habitantes) vive en las ciudades, la mayor de las cuales es Nuuk (casi todas ubicadas en la costa Sur). El resto se encuentra en sus más de 120 poblados, estaciones y centros ganaderos. En la bahía de Disko, al oeste de Groenlandia, numerosos témpanos de diferentes tamaños y caprichosas formas se separan de la costa y es posible verlos desplazándose en las aguas. Es uno de los pocos países prácticamente sin carreteras (las pocas que hay están en las principales ciudades, aunque no se comunican entre sí), porque la mayoría del transporte se realiza en barco, avioneta

y/o helicóptero. En invierno se usan trineos tirados por perros. Sólo unos cuantos han llegado. El primer ascenso exitoso al monte Gunnbjörnsfjeld, ocurrió en el año 1935. Hasta el verano de 1988, sólo habían habido dos ascensos más: uno en 1971, cuando llegó el danés Alistair Allen, y otro en 1987, cuando alcanzó su cima el inglés Stan Woolley. Luego, en 1988, hubo dos ascensos más. Después de esas fechas, un número muy pequeño de montañistas ha vuelto alcanzar su cumbre. Para el año 2000, se tenían contabilizadas apenas 23 personas en todo el mundo, que habían llegado a la cima del monte Gunnbjörns Fjeld. Su punto más al norte es el cabo Morris Jesup, el territorio más septentrional del mundo, a solo unos 730 km del Polo Norte. A 2670 km al sur, está el punto más meridional de Groenlandia, el cabo Farvel. El clima, con excepción de algunos valles protegidos en el sur, es polar, con una temperatura media inferior a los 10 ºC en el mes más cálido.


Martes 13 de mayo

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(Ottawa - Ámsterdam, Holanda) La expedición a la isla de Baffin, donde alcancé la cima del monte Teté Blanche, fue una experiencia intensa debido a lo desolado de la región y a las inclemencias del clima que nos tocó enfrentar. Quizá por ello, cuando regresamos a Canadá, decidimos realizar una reunión de despedida en la ciudad de Ottawa. Fue muy agradable estar juntos, alejados ya de los sacrificios que exigen las montañas. Durante un rato compartimos experiencias, anécdotas, momentos jocosos y de tensión... Al día siguiente, miércoles, cada uno tomó su vuelo de regreso a casa, excepto yo, pues en lugar de volver a Guatemala, inicié otra jornada que me llevó de Canadá a Holanda, Islandia y Groenlandia. Sería un viaje difícil, cansado y demandante. Durante este tiempo hubo momentos en que me pregunté: Si ya había alcanzado el Everest y las siete cumbres del mundo, ¿por qué lo sigo haciendo? No lo sé, lo único que sé es que estoy dispuesto a seguir adelante para cumplir con mi objetivo, sin dar marcha atrás. Con esas ideas en mente, tomé un avión hacia Toronto, donde pasé unos días con la prima de mi esposa Ligia y luego viajé a la ciudad de Ámsterdam, en Holanda, donde estuve otros días más en compañía de mi gran amigo holandés Harry Kikstra, a quien tuve el gusto de conocer años atrás, durante la expedición a la Pirámide del Carstensz. En 2002 vino a Guatemala y pasó varios meses estudiando español en la ciudad de Antigua Guatemala. Así estrechamos más nuestra amistad. Entre otras cosas, Harry es un guía de montaña. Cuando lo visité estaba a punto de finalizar el reto de las siete cumbres del mundo (lo cual finalmente

logró en el año 2005). Me alojó en su casa donde me quedé hasta el martes 21 de mayo. Durante esa semana conocí prácticamente toda la ciudad en bicicleta. Visité muchos molinos de viento de diferente tamaño, diseño y capricho, incluso los más antiguos, ubicados en el pueblo de Zaanse Schans, en la región de Zaandam. También fui al castillo de Maiden, construido en el siglo XXII. Conocí muchos de los diques construidos para ganarle terreno al océano, incluido el famoso dique Marken. A la tierra ganada al mar le llaman Flevoland. Gracias a este sofisticado trabajo de ingeniería han logrado duplicar la superficie territorial del país. También “escalé” la cumbre más alta de Holanda: el cerro Vaalserberg de apenas 223 metros sobre el nivel del mar. Se puede subir en carro, moto, bicicleta o a pie. Está ubicado en la ciudad de Vaals y para llegar hasta aquí tuve que cruzar las ciudades de Utrecht, Nieuwegein, Eindhoven, Sittard y Maastricht (vecina de una ciudad alemana llamada Aachen). Un recorrido de más de 200 km que hice en tren y autobús. En Vaals coinciden las fronteras de tres países, Holanda, Bélgica y Alemania. Me llamó la atención que era imperceptible el momento en que se cruzaban las fronteras. La única manera de saber que estábamos en uno u otro país eran los rótulos de las señales de tránsito y las cabinas de teléfonos públicos. El paseo fue muy bonito y me sirvió para conocer nuevos sitios, mientras esperaba la fecha para reunirme con el grupo con el que escalaría el monte Gunnbjorns Fjeld, en Groenlandia.

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Miércoles 21 de mayo

(Ámsterdam – Copenhague, Dinamarca) De Ámsterdam viajé hacia la capital de Dinamarca, Copenhague, para continuar con mi periplo y reunirme con mi nuevo grupo expedicionario. Esa mañana, rumbo al aeropuerto de Schiphol, llovía, me pareció que se trataba de un pleito personal del clima conmigo, pues desde la isla de Baffin la llovizna o la nieve me ha acompañado todos los días. Y hoy no fue la excepción. El vuelo duró apenas una hora. Estuve cuatro días en la tierra de los vikingos tramitando el permiso para ingresar a Groenlandia. Debí hacerlo en Copenhagen porque la isla se rige políticamente por Dinamarca. Aproveché mi estadía de cuatro días para conocer lo más posible de este pacífico, monárquico y hermoso país. Incluso “escalé” la cumbre más alta, el cerro Yding Skovhoj, de 173 metros. Una pequeña cima en un territorio prácticamente plano como es Dinamarca, muy fácil de subir y al igual que la cima más alta de Holanda, es un paseo familiar. Está ubicado muy cerca de la ciudad de Ry, a unas cuatro horas de Copenhague por vía férrea, en la región de las colinas de Gjern Bakker y Himmelbjerget.

Domingo 25 de mayo

(Copenhague – Reykjavik, Islandia)

De Copenhague tomé un vuelo a la ciudad de Reykjavik, capital de Islandia. Fue un viaje de unas tres horas en la línea aérea Icelandair, en un Boeing 757, prácticamente lleno. Aterrizamos pasadas las tres de la tarde. Me llamó la atención el “bombardeo” visual de tiendas libres de impuestos (duty free), pero para quienes llegábamos y no para quienes salían, como ocurre en la mayoría de los aeropuertos. Al igual que en Dinamarca, al bajar del avión nadie me pidió mi pasaporte… tomé mi equipaje y salí del aeropuerto, el cual estaba ubicado en una zona llamada Keflavik, al extremo de la península del mismo nombre. Tomé un autobús que me llevó hasta la ciudad de Reykjavik, en dirección suroeste de Keflavik. Islandia es la segunda isla más grande de Europa, con una superficie territorial similar a Guatemala, es decir poco más de 100 000 km2. Se ubica al norte del océano Atlántico, cerca de la parte baja del Círculo Polar Ártico. Es un país prácticamente aislado del resto del mundo. Cuentan con hermosas montañas, escasa población (unas 300 000 personas) y una economía basada en el turismo y la pesca. Reykjavik es la ciudad capital ubicada más al norte del planeta, a donde llegué pasadas las cinco de la tarde. En la Terminal de buses tomé un taxi a Snorris Guest House, donde pasaría esa noche y me reuniría con el resto del grupo. Al llegar a la modesta casa de huéspedes, dejé el equipaje en mi habitación. Como no había nadie, salí a caminar por los alrededores. La ciudad se puede recorrer a pie. Está ubicada a orillas del océano Atlántico norte, cuyas aguas tenían un intenso color azul. Está considerada la puerta de entrada al país.


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Subí hasta la cima de un cerro que dominaba el paisaje del lugar, donde había una bella iglesia católica, desde aquí, el centro de la ciudad estaba apenas a diez minutos caminando. Recorrí las cercanías del edificio del ayuntamiento (The City Hall). Empezó a lloviznar y hacer frío, así que decidí regresar al hotel. Por la “noche” conocí a mi grupo. El líder de la expedición era Bruce Goodlad, originario de Escocia, Reino Unido. Es un guía de montaña y trabaja principalmente en la cordillera de Los Alpes, en el occidente europeo, además es esquiador profesional. Larry McGeary, también es escocés, ha realizado varias expediciones en la cordillera de los Himalayas, ha intentado varias veces escalar el monte McKinley, en Alaska, sin lograrlo. Es muy amigable y tiene gran experiencia en travesías polares. David Craven, nació en Londres, parece un típico aristócrata inglés, ha participado en expediciones en las cordilleras de Los Alpes, Los Andes, el Himalaya; tiene experiencia en travesías polares con esquís. Grant Dixon es australiano, vive en la isla de Tasmania, trabaja como guardabosques y además realiza trabajos de reconocimiento de rutas de trekking y mapeo en Tasmania. Tiene experiencia en travesías sobre esquís, trekking de larga duración y distancia, además en escalada alpina. Luego de finalizar la expedición con nosotros, tiene planeado viajar cuatro meses por Groenlandia. Luce una excelente condición física y tiene un claro concepto de lo que implica trabajar en equipo. Era un grupo muy diferente al de la isla de Baffin, empezando porque éramos menos. Pero a lo largo de los años he aprendido que siempre debo adap-

tarme a las circunstancias y no prejuzgar a nadie porque todos tenemos algo positivo y si me doy a la tarea de buscarlo en los demás, no importa donde me encuentre, siempre existirá un ambiente armonioso y positivo para compartir. Nos fuimos a dormir, pues al día siguiente empezaba esta expedición.

Lunes 26 de mayo (Reykjavik, Islandia)

El clima amaneció tan mal que no pudimos volar. Aprovechamos el tiempo conociendo un poco más esta nórdica ciudad. Caminamos por los alrededores, visitamos un centro comercial llamado Kringlan, que resultó ser el más grande de la ciudad. Había muchas tiendas e incluso un muro de escalada artificial, abarrotado de adolescentes. Almorzamos en la zona de restaurantes de ese centro comercial; me sorprendió lo caro: una botella de medio litro de agua gaseosa costaba el equivalente a US $15, un almuerzo modesto alrededor de US $75... Por la tarde, el clima mejoró notablemente.

Martes 27 de mayo

(Reykjavik - Akureyri - Groenlandia)

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Nos levantamos a las seis de la mañana, tomamos un desayuno ligero, al estilo inglés, es decir, pan tostado con mermelada, té caliente y un emparedado de queso. Después nos fuimos al aeropuerto de vuelos domésticos, a cinco minutos de la casa de huéspedes. Ese aeropuerto está a un costado de un famoso hotel llamado Hotel Loftleiôir, el cual, además es la terminal de autobuses a donde llegué procedente del aeropuerto internacional, días atrás. Entramos a la pequeña terminal donde abordamos un avión tipo Fokker 50 de la línea aérea local llamado Flugfelag Islands que nos llevó a la segunda ciudad en importancia de Islandia, Akureyri. Fue un vuelo de unos cincuenta minutos. Los pasajeros parecían en su mayoría hombres de negocios. Viajamos con el cielo parcialmente nublado, pero sin mayores sobresaltos. Al salir del aeropuerto nos encontramos con Paul Walker, con quien recién había estado en la expedición a la isla de Baffin, Él nos ayudaría con la logística de esta expedición a Groenlandia. En Akureyri abordamos un avión privado tipo Twin Otter, adaptado con un sistema de esquís para aterrizar en sitios como Groenlandia. Cargamos todo en el avión y nos despedimos de Paul, dándole las gracias por su ayuda. Despegamos las cinco almas en el avión, más el piloto, el copiloto y nuestra carga: trineos, mochilas, comida deshidratada, equipo de escalada, cuerdas, tiendas de campaña, estufas, etc. El vuelo empezó en dirección al noroeste de Islandia, íbamos hacia el pueblo de Ísafjöròur, donde aterrizamos para reabastecernos de combustible. Ese recorrido inicial fue de una hora exacta. Al elevarse

de nuevo el avión, nos despedimos de unas graciosas aves llamadas frailecillos que se acercaron a la nave mientras estuvimos en tierra en este aeropuerto provincial. Llovía… Sobrevolamos escarpadas montañas teñidas de verde y negro, luego dejamos atrás tierra firme y volamos sobre el océano Ártico, donde veía flotar cientos de enormes bloques de hielo, incluso algunos daban la apariencia de ser del tamaño de un iceberg. Me preocupó que el piloto volara tan bajo, incluso podíamos ver las grandes olas del océano, calculo que íbamos a doscientos metros arriba del nivel del agua. Demasiado bajo para mis parámetros de seguridad, pero el capitán se miraba muy tranquilo y relajado. Según me enteré después, la razón para volar tan bajo era que estaba evitando la espesa capa de nubes que estaba arriba de nosotros. Voló en las mismas condiciones por una hora y progresivamente fue ganando altura, hasta niveles “normales” dentro de la aviación internacional. Al acercamos a la tierra congelada, aumentaron los bloques de hielo sobre el mar, luego el mismo océano lucía totalmente congelado. Conforme avanzamos sobre nuestro norte, sobrevolamos algunas montañas, glaciares y casquetes polares (icecap). Después de dos horas de un vuelo lleno de adrenalina, estábamos en Groenlandia. Aterrizamos de una forma espectacular sobre la intersección congelada de dos grandes glaciares, el de Rosenborg y el de Christian IV. Recordé cuando aterrizamos en la estación Patriot Hills, en la Antártida, en el año 2000. Había algunas


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montañas escarpadas y el resto eran enormes planicies del altiplano congelado de ese continente. En cambio, aquí estábamos rodeados de montañas, las cuales se veían hermosas, con una infinidad de líneas horizontales de color blanco intenso, formadas por nieve y hielo, y otras líneas horizontales de color café oscuro, formadas por las rocas basálticas de la zona. Era un obsequio a la vista...

En ese momento, en el hemisferio norte o boreal, era verano, lo cual significaba que a la latitud que nos encontrábamos desaparecía la noche, es decir, que las 24 horas del día tendríamos claridad total. El clima estaba extraordinario: cielo despejado, no había viento, apenas una ligera brisa y la temperatura estaba en unos -12 ºC. Y no había señales de que fuera a cambiar (otro contraste con respecto a Baffin).

Cuando el avión se detuvo, bajamos y descargamos todo el equipaje. El cielo estaba despejado, había poco viento, el clima estaba perfecto… ¡me sentía feliz! Nos despedimos de nuestros nuevos amigos, quienes volvieron a elevarse en el avión. Esperamos a que se alejaran para armar nuestro campamento base, a una altitud de 2,200 metros sobre el nivel del mar, algo así como la altura donde se encuentra la ciudad de Quetzaltenango, en el altiplano de Guatemala, o la ciudad de México, con la diferencia de que estábamos sobre hielo y nieve.

Cenamos puré de patata con salmón rosado (vaya lujo, pensé) y a dormir. Si el clima lo permitía, al día siguiente intentaríamos llegar a la cumbre al estilo alpino, es decir, avanzar lo más livianos posible, sólo con el equipo de escalada, dejando montado el campamento. Aquí vamos de nuevo, pensé…

Instalamos una tienda de campaña muy grande que compartiríamos Bruce, Larry, David y yo, mientras Grant armó otra tienda más pequeña porque, como ya mencioné, él continuaría solo cuando finalice esta expedición… No dejaba de comparar esta expedición con la que acaba de terminar en la isla de Baffin… Por el hecho de ser menos, el grupo se moviera más rápido.

(Campamento base – Cima del monte Gunnbjörns Fjeld)

En cuestión de una hora teníamos listo el campamento con las dos tiendas de campaña armadas, una letrina y una pared hecha con bloques de hielo alrededor del campamento para protegernos de posibles ventiscas. Organizamos el área donde guardamos la comida, el equipo de escalada, las cuerdas, el equipo de primeros auxilios, ropa para dormir, etc.

Miércoles 28 de mayo

Despertamos cuando los rayos del sol entraban en la tienda de campaña. El cielo estaba despejado. Desayunamos galletas dulces y nos pusimos en marcha, eran las 6:00 a. m. (hora de Islandia). Con la ayuda de los esquís, empezamos a avanzar en dos cordadas. Las condiciones eran simplemente perfectas, nieve sólida, algunas pequeñas partes con hielo, pero manejable. Marchamos por cinco horas bajo esas condiciones y logramos superar la barrera de 3 000 metros de altitud, en otras palabras, 800 metros de desnivel y unos diez kilómetros de distancia.

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Seguimos ascendiendo, a veces nos golpeaban fuertes ráfagas de viento gélido. Estábamos rodeados de enormes paredones de hielo, unos dispuestos sobre otros, me recordó otros lugares que he escalado, como la llamada “garganta” del monte Huascarán, en la cordillera Blanca de Perú o la cascada de hielo colgante de Khumbu, en la cara sur del monte Everest, en Nepal. Frente a nosotros apareció una peligrosa zona de grietas; pero como teníamos una espléndida iluminación y las condiciones del glaciar eran ideales para ascender, pudimos sortearlas sin mayores problemas. De vez en cuando, volteaba a ver el camino recorrido y me admiraba de la inmensidad de las montañas Watkins. Así como de la anchura del glaciar que recorríamos. Pasado el mediodía, la inclinación aumentó, por lo que decidimos dejar a un lado los esquís y utilizar los crampones. Nos detuvimos justo detrás de unas rocas para protegernos del frío viento, como habían unas pequeñas grietas, nos metimos para protegernos, pero Grant casi cayó a lo profundo, afortunadamente no pasó a más. Sin embargo, así es como ocurren la mayoría de los accidentes en alta montaña, por un descuido. A partir de ese punto estábamos a 3400 metros. Entramos a la pirámide congelada que conducía a la cima. Tuvimos que sortear varias angostas aristas de hielo muy expuestas al vacío por ambos lados, luego una rampa de hielo azul de unos 300 metros de longitud extremadamente empinada, la cual superamos efectuando travesías en forma de zigzag. Luego avanzamos sobre una pared de hielo vertical de unos veinticinco metros, la que superamos

construyendo escalones entre el hielo con ayuda de los crampones y las botas. Después instalamos una cuerda de seguridad para el retorno. Al superar este obstáculo, descansamos un momento en una pequeña planicie que encontramos sobre la pared que acabábamos de superar. Ahora teníamos frente a nosotros la siguiente dificultad que nos separaba de la cumbre: una larga arista angosta que finalizaba justo en la cima (me recordó la arista cumbrera del monte McKinley, en Alaska). Consistía en varios “columpios” o “subibaja” hasta el extremo final de la cumbre misma. Avanzamos con sumo cuidado en la desequilibrante arista, hasta que a las 4:00 p. m., luego de diez horas de escalada, por fin estábamos parados sobre el techo de Groenlandia, el monte Gunnbjörnsfjeld. El clima estaba insuperable, cero vientos, ninguna nube en cientos de kilómetros a la redonda. ¡¡Feliz cumbre!! La cumbre tenía regular tamaño, unos veinte metros cuadrados, con espectaculares vistas de las montañas Watkins. Hacia el este, los montes Dome y Cone, que corresponden a la segunda y tercera cumbres más altas del Ártico respectivamente. También podía admirar por doquier extensos valles congelados formados por los glaciares. Eran cientos de montañas a nuestro alrededor adornadas por las líneas paralelas de nieve y roca tan características de esta gigantesca isla. Estaba rebosante de felicidad, pero a la vez impresionado con la rapidez que habíamos logrado la cumbre, apenas al tercer día de haber arrancado la expedición y segundo día en la montaña. Para mí


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significaba la sexta cumbre de mi reto de las siete islas del mundo. Debo reconocer que algunas veces las condiciones son propicias para alcanzar aquello que anhelamos. Cuando eso ocurre, debemos esforzarnos y no dudar, porque no siempre se cuenta con una ventaja. Una vez que se ha logrado la meta, entonces hay que disfrutarla, dándole gracias a Dios por la oportunidad. Desde la cima distinguimos nuestro campamento base, el cual parecía un pequeño lunar negro en medio de la blancura del gigantesco glaciar. Estuvimos cerca de una hora en la cima, luego empezamos a descender, porque todo lo que sube baja… Siempre debemos recordar que la cumbre es la mitad del camino, porque luego de alcanzarla, toca regresar… simplemente es la culminación de una meta, pero siempre hay que bajar para buscar nuevas cumbres o metas en la vida. Ese descenso nos llevó como siete horas, fue un día de cumbre muy largo. En total, cerca de 18 horas de constante trabajo, pero valió la pena porque logramos la preciada cumbre sin tragedias que lamentar. Estaba muy cansado, pero al mismo tiempo feliz y satisfecho. No hay como comer y dormir bien abrigado para recuperar las energías. Gozaba de pensar que llevaba seis de las siete islas, en menos de dos años calendario. Por mí fuera, regresaba inmediatamente a Guatemala para compartir las buenas nuevas, pero no era posible, debíamos esperar hasta el 14 de junio, cuando regresaría el avión a recogernos y llevarnos de vuelta a Islandia. Nadie esperaba lograrlo tan rápido, por lo que ahora nos dedicaríamos a explorar el lugar y de ser posible escalar algunas cumbres más. Me costó mu-

cho conciliar el sueño, aún tenía mucha adrenalina circulando por mis venas por la emoción del éxito alcanzado… Finalmente caía en brazos de Morfeo.

Jueves 29, viernes 30 de mayo (Campamento base – Segundo campamento a 2850 metros)

Todos despertamos muy contentos, satisfechos y relajados porque habíamos logrado el objetivo principal de la expedición, por lo que el resto del día nos dedicamos a platicar, descansar y planificar lo que haríamos las siguientes dos semanas. El viernes (día de cumpleaños de Ligia, mi esposa), desmontamos el campamento, seleccionamos entre toda la comida y equipo lo que necesitaríamos para los siguientes cinco días, el resto lo enterramos en la nieve dejando unas banderolas de color rojo intenso, para ubicar con facilidad el lugar donde dejaríamos nuestras provisiones. Luego organizamos toda la carga en cada uno de los cinco trineos y nos fuimos jalándolos uno por uno. La carga consistía en combustible para las cocinetas, en las que derretíamos hielo para obtener agua y cocinar. Además, llevábamos equipo de primeros auxilios, cuerdas, comida, las dos tiendas de campaña, ropa de abrigo. Antes de partir llamé a Ligia por el teléfono digital que llevábamos para desearle feliz cumpleaños y contarle las buenas nuevas (la batería de este aparato se carga con celdas solares). Fue hermoso y estimulante hablar de nuevo con ella.

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Establecimos la rutina de avanzar dos horas y descansar veinte minutos, otras dos horas y descansar otros veinte minutos, y así sucesivamente hasta alcanzar una planicie situada justo al centro de los montes Dome y Cone. Llevábamos diez horas de jornada a través de un terreno inclinado. La tarea se hizo dura y complicada porque íbamos jalando los trineos. Pero por fin habíamos llegado a este punto, a 2850 metros, y decidimos instalar nuestro campamento. El clima estaba tan bien, que ese día hasta calor tuvimos.

Gunnbjörns Fjeld. Mientras estábamos allí, felicitándonos por nuestra segunda cumbre de la isla, empezaron a soplar ráfagas de viento gélido que nos recordaban dónde estábamos y nos exigía respeto y admiración. Desde esa cima, el monte Gunnbjörns Fjeld lucía imponente, dominando el paisaje, el “techo de Groenlandia”, con su forma de domo gigante.

Domingo 1 de junio (Cima del monte Cone)

Sábado 31 de mayo

(Segundo campamento – Cima del monte Dome) Salimos del campamento muy temprano, íbamos con poco peso, en busca de la cumbre técnicamente más difícil, me refiero al monte Dome. Nos colocamos los crampones, ese día no usaríamos los esquís. Cerca del mediodía superamos los 3300 metros de altitud, sobre un terreno mixto, es decir roca y hielo. Todo el tiempo usamos herramientas de escalada como piolet, tornillos para hielo, cuerdas, estacas, crampones, arnés, mosquetones, etc. Fue una gran experiencia trabajar en equipo. Todos mostramos optimismo, buen ánimo, así fuimos sorteando los obstáculos. Fue un ascenso gradual, otra vez tuvimos un excelente clima. Cuando llegamos a la cumbre del monte Dome (3659 metros), la segunda cumbre más alta del Ártico y de Groenlandia, descubrimos que era mucho más amplia que la del

Escalamos la cumbre del monte Cone, tercera cumbre más alta del Ártico y Groenlandia, con sus 3650 metros también con mucho esfuerzo. En esa cumbre me sentía como al inicio de mi carrera de montañista, cuando mis amigos me pusieron el apodo de “cazacumbres” porque tenía un apetito insaciable de alcanzar cualquier cumbre que pudiera ascender, no importando dónde estaba, cuán difícil era escalarla o cuánto tiempo me llevara, lo que quería era llegar a todas las cumbres que pudiera. En ese momento, en la isla de Groenlandia, estábamos haciendo exactamente lo mismo con mis amigos y me sentía feliz y emocionado por ello. Durante los siguientes días, hasta el jueves 12 de junio, continuamos explorando y escalando nuevas cimas, algunas desconocidas o sin nombre. Esto fue posible gracias a que las tres semanas que permanecimos en Groenlandia, tuvimos un clima perfecto. En total alcanzamos la cima de 17 montañas, incluyendo las tres más altas del Ártico y Groenlandia,


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a saber: monte Gunnbjörns Fjeld de 3693 metros, monte Dome (Qaqqaq Kershaw) de 3659 metros, y monte Cone (Qaqqaq Johnson) de 3650 metros.

Domingo 22 de junio Hay momentos en que me pregunto si ya he alcanzado la cima misma del monte Everest y las siete cumbres del mundo, ¿por qué lo sigo haciendo? No lo sé, lo único que sé es que estoy dispuesto a seguir adelante para cumplir con mi objetivo, sin dar marcha atrás. De regreso en Guatemala, siento una alegría y un agradecimiento inmenso por la oportunidad que tuve de escalar -al lado de extraordinarias personas y montañeros- uno de los lugares más remotos y prístinos del mundo. Al mismo tiempo me siento muy optimista por continuar con mi reto personal . Es momento de ir por más…

Celebrando en la cumbre del monte Gunnbjorns Fjeld, mayor cima de la Isla Groelandia

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Monte Maromokotro, Cumbre más alta de la isla de Madagascar


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República de Madagascar Madagascar es una isla-país ubicada sobre las aguas del océano Índico, frente a la costa sudeste del continente africano, a la altura de Mozambique. Madagascar es la cuarta isla más grande del planeta, después de Groenlandia, Nueva Guinea y Borneo. Tiene una superficie de 587 040 kilómetros cuadrados; 1600 kilómetros de longitud por 400 kilómetros de ancho. A lo largo de su historia se la han disputado holandeses, ingleses y franceses. En el siglo XIX se convirtió en colonia francesa a raíz de la devolución de Zanzíbar (ahora conocida como Tanzania) y, desde 1960, es una república independiente. Su capital es Antananarivo (significa la ciudad de miles) y fue fundada en el año 1600, como una ciudadela amurallada. Está localizada justo sobre las tierras altas centrales o altiplano, a una altura de 1468 metros sobre el nivel del mar (como la ciudad de Guatemala). Una vegetación profusa y salvaje. La isla de Madagascar está rodeada íntegramente por el océano Índico. Posee una selva húmeda y cálida. Las lluvias torrenciales y el sol radiante se unen para formar un extenso invernadero natural en el que crece con la profusión más salvaje toda clase de vegetación, algunas especies únicas en el mundo. En algunas partes, los árboles y la vegetación forman una bóveda que cubre el cielo e impide que el sol penetre. A veces, la vegetación

es tan exuberante que es casi imposible abrirse camino. Millones de años atrás, esta porción de tierra se desprendió de África, aunque sus habitantes y la flora y fauna no parecen tener relación con el continente africano. Entre los malgaches, están los sakalaves, que son de ascendencia negra, y los merinas, que se parecen a los habitantes de las lejanas Polinesia, Melanesia o Malasia. Sus costumbres son las mismas y su idioma muy parecido, por lo que se cree que debieron llegar a la isla procedentes del Pacífico, a bordo de pequeños botes empujados por los vientos y las corrientes marinas. La mayoría de la población sigue prácticas religiosas tradicionales, las cuales enfatizan los vínculos entre la vida y la muerte. Según la creencia popular, los ancestros estarían muy interesados en el destino de sus descendientes vivos. Esa comunión espiritual es celebrada por medio de la práctica del famadihana o regreso de la muerte. En este ritual, los restos de los familiares son exhumados de su tumba, envueltos en sudarios de seda y colocados de nuevo en la tumba siguiendo una ceremonia en su honor. Madagascar es un país montañoso con algunos altiplanos importantes. Al norte se ubica el macizo Tsaratanana, el cual incluye entre sus montes la cima más alta de la isla, el monte Maromokotro con

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2876 metros sobre nivel del mar (9433 pies). En esta zona, la principal ciudad es Antsiranana, antiguamente conocida como Diego Suárez (se cree que proviene de la unión de los nombres de dos navegantes portugueses: Diego Días, quien fue el primero en atracar en la isla en agosto del año 1500, y Fernan Soares, quien arribó en el año 1506) hasta la época de la independencia, cuando comenzó un proceso de renombrar en malagasy todos los pueblos y ciudades. La provincia de Antsiranana significa “lugar donde hay sal” o “lugar donde está el puerto”. Su capital lleva el mismo nombre y es una ciudad situada en un pequeño promontorio que se orienta hacia una bahía cerrada al mar con solo una entrada a donde llegan buques que aprovisionan la zona, debido a que es el único medio de transporte, pues no cuentan con carreteras que la unan a la capital. El monte Maromokotro en Madagascar es la cima más alta de toda la isla. Tiene todo lo que un verdadero explorador podría estar buscando. A tan sólo dos grados bajo la línea ecuatorial, posee una de las más grandes diversidades de flora y fauna, única en el mundo. El monte Maromokotro, algunas veces conocido como Tsaratanana por los lugareños, es un pico al que no es fácil llegar. Está en medio de la nada. La última escalada registrada oficialmente data del año 1989.

Se tienen registradas algunas expediciones de carácter científico que vivieron momentos muy duros y tuvieron que regresar sin alcanzar la cumbre. Densas selvas tropicales, ríos infestados de cocodrilos y anguilas, tribus que podrían relacionarse perfectamente con la edad de piedra, nubes de mosquitos, calor y humedad. Eso es lo que encuentran quienes quieren llegar a la cima de este monte. Parte del placer de escalar esta montaña es la posibilidad de interactuar con las personas de las aldeas ubicadas en la primera parte de la expedición. Después no hay un alma a cientos de kilómetros a la redonda (a excepción de los compañeros de expedición). Se estima que, bajo condiciones normales, el ascenso al monte Maromokotro puede llevar dos semanas. La mejor época del año para intentarlo es en septiembre, cuando no llueve y los niveles de los ríos están bajos, disminuyendo los riesgos al cruzarlos.


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Diferentes escenarios que tuvieron que recorrer para alcanzar la cima del monte Maromokotro, Isla de Madagascar.

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Jaime Viñals en la cima del monte Maromokotro.


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La trilogía mundial La trilogía mundial, también llamada trilogía mundial (7+7+7), es un reto que he venido trabajando por más de una década. Ha sido largo un camino lleno de alegrías, sacrificios, aprendizajes, experiencias, nuevas amistades, nuevos conocimientos, adaptaciones y resbalones. Pero a pesar de todo ello, ya me encuentro en el final de la tercera etapa de este gran proyecto, que me propuse culminar exitosamente en 2021. Este reto consiste en darle tres vueltas al mundo, y en cada vuelta se deben escalar siete cumbres únicas en su topografía, altitud, historia, geografía y prominencia en cada uno de los siete continentes. De estas 21 cumbres por alcanzar, ya llevo logradas veinte. Dicho reto es:

1) PRIMERA VUELTA AL MUNDO Las siete cumbres del mundo, se trata de alcanzar la cima más alta de cada uno de los siete continentes, (esta primera vuelta finalizó cuando alcancé la cima más alta del mundo, el monte Everest por la ruta norte en el Tíbet, Himalayas). Las cumbres son: Aconcagua, Denali, Kilimanjaro, Elbrus, Carstensz, Vinson y Everest.

2) SEGUNDA VUELTA Las siete islas del mundo, se trata de alcanzar la cima más alta de cada una de las siete islas más grandes del mundo (esta segunda vuelta finalizó cuando alcancé la cima del monte Maromokotro, ubicado en la isla de Madagascar en África). Las cumbres son: Gunnbjörns Fjeld, Tête Blanche, Maromokotro, Fuji, Kerinci, Kinabalu y Wilhelm.

3) TERCERA VUELTA Las siete cimas volcánicas del mundo, se trata de alcanzar la cima del volcán más alto de cada uno de los siete continentes. De esta tercera y última vuelta, llevo ya escalados seis, la cima pendiente es el volcán Sidley, en la Antártida, volcán más alto del continente antártico. Tengo la expedición organizada para diciembre 2021. Las cumbres son: Orizaba, Ojos del Salado, Kilimanjaro, Elbrus, Damavand, Giluwe y Sidley. La siete cimas volcánicas implica realizar lo siguiente:

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México, a escalar el volcán más alto del continente de Norteamérica… Pico de Orizaba (además tercera cumbre más alta de Norteamérica).

Chile, a escalar el volcán más alto del continente de Sudamérica… Ojos del Salado (además volcán más alto de todo el Mundo).

Tanzania, a escalar el volcán más alto del continente de África… Kilimanjaro (resulta que esta cima es la cumbre y el volcán más alto de África).

Rusia, a escalar el volcán más alto del continente de Europa…

Elbrus (resulta que esta cima es la cumbre y el volcán más alto de Europa). •

Irán, a escalar el volcán más alto del continente de Asia… Damavand (además es el volcán más alto del Alburz).

Papúa Nueva Guinea, a escalar el volcán más alto de Oceanía… Giluwe (además volcán más remoto de este continente).

Antártida, a escalar el volcán más alto de ese congelado continente… Sidley (además volcán más frío de todo el mundo).

Damavand Elbrus Pico de Orizaba

Giluwe Ojos del Salado

Kilimanjaro Sidley


JAIME VIÑALS

Pico de Orizaba (Citlaltepetl) Volcán más alto de Norteamérica Pico de Orizaba, volcán más alto de Norteamérica.

El primero fue un volcán que coincidentemente me dio la bienvenida al mundo de “alta montaña” ya hace mucho tiempo atrás, allá por el año 1989. El Pico de Orizaba se encuentra ubicado entre los estados mexicanos de Puebla y Veracruz, a unos 450 kilómetros de distancia de la ciudad de México, tiene una altitud de 5636 metros sobre el nivel del mar. El Pico de Orizaba también se le conoce como Citlaltepetl, que significa en lengua náhuatl “cerro de la estrella”. En la actualidad, el invierno no garantiza que se disfrute de un paisaje blanco de las altas montañas mexicanas, conocidas por estar pintadas de blanco, acontecimientos fugaces que duran pocos días, causados por algún frente frío o tormenta tropical que trae consigo humedad que, combinado con las bajas temperaturas de la noche, dan esas bellas postales al amanecer.

Después de un tiempo muy cálido, meses de espera e irónicamente en plena primavera, se dieron las condiciones y el tiempo, por lo que me propuse en iniciar mi reto de las siete cimas volcánicas del mundo escalando el Pico de Orizaba. Para ello salí de la ciudad de Guatemala en un vuelo directo a la ciudad de México (CDMX), luego ya instalado en un hotel cercano al aeropuerto de la ciudad, busqué, con mis contactos mexicanos de alta montaña, información de las condiciones del volcán en ese momento, condiciones de seguridad, condiciones del glaciar norte, clima, condiciones de las carreteras de acceso, etc. Una vez recibidas sus instrucciones y recomendaciones, salí al día siguiente en taxi desde la ciudad de México hacia un pequeño pueblo conocido como Ciudad Serdán, en el estado de Puebla.

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La bienvenida a Ciudad Serdán no pudo ser mejor: me recibió Hilario “Layo” Aguilar, reconocido por ser un experimentado montañista con más de 500 ascensos al Pico de Orizaba, rescatista de alta montaña, líder de una expedición, organizada seis años después de esta historia, para recuperar los cuerpos momificados descubiertos en 2016 y famoso por ser el cuidador de los últimos años de “Citla”, el guardián canino de la montaña”, el perro que solía acompañar a los montañistas en sus expediciones hasta la cumbre. Mientras Layo nos trasladaba en su 4×4 a través del bosque, me contaba de sus increíbles experiencias y sin darnos cuenta llegamos al refugio Piedra Grande, al pie de la cara norte del volcán, a una altitud de 4,240 metros sobre el nivel del mar.

La motivación Llegando al refugio, me encontré con seis personas que se preparaban para ascender al día siguiente a la cumbre. Por la tarde, hice una caminata de aclimatación, rememorando las reglas de seguridad y el uso del equipo. Me acompañaba un mexicano que conocí en el refugio… Edgar, originario de Jalisco, con una motivación muy interesante, venía a cumplir una promesa, visitar los restos de la avioneta accidentada en 1999 cerca de la cumbre, en ese accidente perdió la vida el padre de su esposa.

Una leyenda viviente Después de cenar, platicar, preparar el equipo y los suministros nos fuimos a descansar para comenzar el ascenso a la media noche.

El ascenso a la cumbre Fue una noche despejada, tranquila pero muy fría; el diálogo interno presente, caminos serpenteantes entre rocas sueltas y nieve. Acompañados por la luna llena y guiados por su luz, manteníamos un paso lento pero seguro, con paradas esporádicas para descansar y alimentarnos con gomitas, chocolates duros como las piedras, fruta seca, barritas energéticas y bebidas congeladas. Sin embargo, la noche era un deleite. Después de seis horas de caminata, llegamos a la base del glaciar de Jamapa. Aparentemente habíamos superado lo más difícil, pues veía rastros recientes de montañistas sobre una alfombra blanca y a lo lejos divisé una roca desnuda que se vislumbraba como la cumbre. Después de un breve descanso y una selfi, nos colocamos los crampones y comenzamos a adentrarnos en el glaciar. Tras una hora caminando, habíamos avanzado 100 metros y solo era el comienzo, pero seguía motivado porque el cielo se tornaba azul claro y a lo lejos una línea de fuego pintaba el horizonte. Como cereza sobre el pastel, la luna llena.


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Era hermoso imaginar la suntuosidad del volcán, lo diminuto del ser humano ante la naturaleza y el recordatorio de que a esto había venido, a alcanzar su cumbre. Agradecí al volcán por permitirme estar ahí y, motivado por tan increíble regalo, continuamos el ascenso. A paso lento pero constante, cargando el equipo, los suministros y forrado con varias capas de ropa, la experiencia se tornaba hermosa. La roca desnuda —que era mi referencia de la cumbre— no parecía acercarse, se había mantenido en el mismo lugar durante dos horas. El sol estaba en todo su esplendor sobre la nieve cegadora; sin embargo, el paisaje era impresionante: mirar atrás y ver todo lo que se había avanzado era increíble. El vértigo de la pendiente y la inmensidad del paisaje aderezaron la experiencia. A escasos 300 metros estábamos emocionados, no había manera de retroceder; Edgar y yo estábamos encordados, la única opción era seguir adelante. Poco antes de llegar a la meta, mi compañero se desvió a ver los restos de la avioneta y yo me dirigí a la cumbre, mientras caminaba observaba rocas humeantes, un aviso de que el Gran Citlaltépetl está vivo. Al levantar la mirada, vi unas banderitas de colores y la cruz que anuncia el fin del recorrido. Al llegar inmediatamente saque de mi mochila la bandera de Guatemala, es-

tuve feliz de estar en la cima del volcán más alto de México y representaba mi primera de las siete cimas volcánicas del mundo.

La breve gloria y el regreso al valle Después de disfrutar la inmensidad del señor volcán tomando fotos, me tomé un descanso para disfrutar el paisaje con mis propios ojos. En ese momento llegó Edgar e hicimos una pequeña merienda con dulces, frutas secas y bebidas energizantes, en primera fila, al borde del inmenso y sobrecogedor cráter que era nuestro anfitrión. Después de no más de quince minutos, le dije a Edgar: “Vámonos que solo hemos hecho la mitad del recorrido”. Comenzamos el descenso y en un santiamén las nubes nos rodearon y se mezclaron con la blancura de la nieve. De pronto no había arriba ni abajo, ni atrás ni adelante; una escena surrealista. Era como estar en el limbo. En ese momento, a lo lejos, vislumbramos dos siluetas que se movían lento. Eran otras dos personas que se habían rezagado desde el inicio del ascenso. El descenso sobre el glaciar fue exigente, pero en algunos momentos divertido gracias a la blanda nieve, el ángulo de la pendiente y la gravedad. El avance era de dar un paso y nos deslizábamos cuatro.

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Después de varias horas, llegamos de vuelta al refugio Piedra Grande, donde un nutrido grupo de montañistas se preparaba para ascender y vivir sus propias experiencias. Layo me esperaba paciente para trasladarme de vuelta a Ciudad Serdán.

En Chile está el volcán Ojos del Salado Volcán más alto de Sudamérica y de todo el mundo

Aquel 14 de octubre de 2010 se acabó la primera etapa de este periplo alrededor del mundo dentro del reto de las siete cimas volcánicas del mundo. En plena Puna de Atacama, destaca un volcán entre las montañas más altas del altiplano chileno: el Ojos del Salado (6893 metros sobre el nivel el mar). Ahí, sobre los 4000 metros de altura, entre prístinas lagunas y paisajes desérticos, este volcán activo es conocido por ser el más alto del Mundo y de Sudamérica, la cumbre más alta de Chile.Se encuentra ubicado en el límite fronterizo con Argentina. Es un “gigante” en el altiplano del desierto de Atacama, en el valle de Copiapó. Ahí, entre la “ruta de los seismiles”, o montañas que superan los seis mil metros de altura, y con una cumbre compartida con Argentina, destaca este volcán. “Para el montañismo es un sitio clave: sirve de referencia para luego ascender a cualquier montaña que esté sobre los siete u ocho mil metros de altura. Además, las condiciones climáticas son duras y no se puede subir en cualquier momento del año.


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El volcán es tan grande que se requiere mucho tiempo para poder subirlo, entonces se necesita una preparación buena. Es también importante en términos vulcanológicos porque es el último de la cadena de volcanes del norte de Chile. A los Ojos del Salado se le suele comparar con el Aconcagua de Argentina (6962 metros sobre el nivel del mar), porque sus alturas no distan mucho y, por lo mismo, ambos son lugares de los Andes que figuran como un destino para montañistas. “Es increíble la diferencia que tiene el Ojos del Salado con el Aconcagua en términos de desarrollo y la poca diferencia que tienen en altura. En el fondo, la altura que los separa son menos de 100 metros, pero si hablamos de desarrollo y turismo, el Aconcagua tiene una demanda mayor de montañistas. El Ojos del Salado es mucho más inhóspito y poco explorado. En este sentido, ascender el Ojos del Salado es adentrarse en la Puna de Atacama. Un lugar de aclimatación para los montañistas es Laguna Verde, donde también hay termas naturales. Y así, otros acompañamientos propios del paisaje se hacen presentes en la primera parte del recorrido: los flamencos en lagunas y salares, las vizcachas, chinchillas y cóndores. Cada uno de ellos habitando en el ecosistema del altiplano del desierto.

La primera parte del recorrido se interna uno en salares y lagunas. Es muy seco, hay mucha arena, es muy distinto a la alta montaña en la que uno está acostumbrado a ver hielo, glaciares, roca y río. Acá es entrar a algo distinto. Luego de esa etapa de aclimatación pasas por la segunda mitad del recorrido, que ya es cuando llegas a las faldas del volcán. Eso es más salvaje, de mucha arena, es plenamente volcánico. Conforme se gana altura, van surgiendo los seracs o palas de hielo. Este lugar destaca por su helado ambiente, incluso más que el Aconcagua, y la escalada final es fácil, técnicamente, pero en un ambiente de poco oxígeno es agotador”. Lo más desafiante es el tremendo frío y viento de las partes más elevadas.Es muy cambiante, muy desafiante. En cualquier momento puede surgir una tormenta, vientos fuertes que te impidan la visibilidad o que no te permitan seguir avanzando, aunque dentro de lo complicado y salvaje que puede ser, también puede darte el regalo de buen clima. Un día amaneció todo nevado y algo muy difícil fueron las bajas temperaturas en la mañana que ascendieron a la cumbre. Algo que nos acompaña todo el tiempo en la ascensión, y que está permanentemente en el volcán, desde hace miles de años son sus fumarolas. Una de las características claves del Ojos del Sala-

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do que demuestra que es un volcán activo, son la variación en sus fumarolas. En este sentido, se desarrolló un estudio en el que imágenes satelitales han permitido identificar la variación de temperatura relativa de esas fumarolas, observando que no hay grandes variaciones, pero que sí se mantiene un punto calórico observable. Pasa que este volcán jamás ha sido monitoreado, salvo algunos trabajos de campo que estudian su geología. Pero la reconstrucción geológica es algo que se está empezando a hacer, y a lo que algunos vulcanólogos se dedican actualmente. Se comenta que dentro de las características más importantes es que, a lo largo de su historia, este volcán ha emitido muchos flujos de lava, y que también tuvo una erupción muy importante en el pasado: Se pueden ver los subproductos alrededor de la estructura del volcán, que incluso da características claves para los montañistas cuando uno va para allá. Hay un tremendo “arenal”, que es evidencia de esta gran erupción. Se trata de un arenal de pómez que cubre toda la cara sur del volcán y se dispersa hacia los vecinos, como el volcán El Muerto o el Nevado de Incahuasi. Pero de este suceso no existe una fecha exacta. Si bien el volcán lleva activo millones de años, no hay registros de erup-

ciones observadas por humanos. Esta es una zona deshabitada y puede que una erupción haya pasado inadvertida para el ojo humano. Así, este “monstruo gigante” de la Puna de Atacama, como le llaman al volcán Ojos del Salado, por su gran altura y volumen, todavía tiene mucho que decir sobre su historia. La ascensión al volcán Ojos del Salado es de alta dificultad. Para realizarla se debe pedir un permiso a la Intendencia Regional de Chile. Las condiciones climáticas son duras, se requiere de preparación, equipos y conocimientos. Es además un lugar donde el agua dulce es escasa, por lo que se debe acarrear toda el agua de la expedición.

Laguna verde, cerca del Volcán Ojos del Salado.


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Mi diario de expedición EN CHILE ESTÁ EL VOLCÁN MÁS ALTO DEL MUNDO Desierto de Atacama… hogar del gigantesco volcán Es la región que conforma el desierto o puna de Atacama, quizás la zona más despoblada de Chile y una de las más desérticas del planeta Tierra. Aquí se concentra la mayor cantidad de cimas de más de 6000 metros de altitud existentes en Chile. Es una de las zonas de mayor cantidad de cumbres aún vírgenes fuera de Asia. La máxima altitud es la cumbre del volcán Ojos del Salado, de 6983 metros sobre el nivel del mar. Es la segunda más alta del continente de Sudamérica, después del monte Aconcagua y, por si fuera poco, se le considera como el volcán más alto del mundo.

Copiapó… punto de partida hacia el desierto de altura Copiapó es una ciudad pequeña, pero muy acogedora, situada en el norte de Chile. Arribé junto con mi compañero de montaña, el australiano Damien Perkins, después de recorrer doce horas en autobús, los 805 kilómetros que la separan de la ciudad de Santiago de Chile. Conseguimos una camioneta tipo picap de doble tracción para internarnos en el desierto de Atacama.

Damien, tiene 30 años, es fuerte, sencillo y campechano, con gran experiencia en alta montaña. Nos conocimos en Santiago de Chile, en la sede del grupo de montañistas del Club Alpino Alemán; casualmente andaba en búsqueda de un compañero de aventura para escalar el volcán Ojos del Salado, y yo también. Copiapó es una provincia de Chile que se extiende a lo largo de la cuenca hidrográfica del río Copiapó; la capital provincial es del mismo nombre Copiapó, llamada “Copayapu” (Copa de Oro). La minería ha sido la principal actividad económica, alcanzó su auge con el descubrimiento y explotación del mineral de “Chañarcillo”, la más grande mina de plata en la historia. El desierto de altura es conocido como Puna de Atacama, allí se alberga el volcán más alto del mundo: el Ojos del Salado. Debe su nombre a los enormes depósitos de sal, aparentemente lagunas, que hay en sus glaciares. Está enclavado en la región más agreste y solitaria de los Andes chilenos, solo comparable a la región de los Himalayas o el Tíbet en Asia. Es una zona donde predominan temperaturas extremas que varían según la altitud y época del año, desde muy congelantes a templadas. Los vientos pueden

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alcanzar altas velocidades. Después de los 4800 metros de altitud ya no se encuentran vestigios de vida animal o vegetal. No teníamos idea de cómo sería el camino a través del desierto. Llevábamos mucha emoción y esperanza de poder llegar al antiguo “retén de carabineros”, ahora refugio de montañeros. Nos separaban 230 kilómetros de arena, rocas y salares inmensos, tal como el salar de Maricunga, había que agregar un viento que levantaba nubes de arena que nos obligaban a detener totalmente al vehículo por unos minutos por ausencia total de visibilidad. Después de casi cinco horas de conducir en muy malas condiciones climáticas y de carretera, llegamos al mentado retén, una construcción de madera y metal de forma triangular y elevada sobre unas escaleras, también de madera. Este lugar está muy cerca de la frontera entre Chile y Argentina, del lado argentino la carretera es asfaltada y en mucho mejores condiciones que del lado chileno. De hecho, el volcán tiene un lado argentino pero la cumbre principal es enteramente chilena. Aquí encontramos a tres andinistas chilenos Marcelo, Carlos y Agustín, quienes nos ofrecieron algo caliente para beber y un poco de comida. Hablamos un buen rato sobre el desierto, el clima y por supuesto del objetivo a escalar, el volcán Ojos del Salado. Luego me percaté que estábamos a 4500 metros de altitud. Eran cerca de las ocho de la tarde, en esa época del año (verano) no oscurece

hasta después de las nueve, aproximadamente. Al día siguiente, 31 de enero de 2011, caminamos por los alrededores con fines de aclimatación y platicamos largo rato con Damien acerca de la posible ruta a seguir, mientras pasaban las horas y llegamos hasta una hermosa laguna de agua salada, tenía un impresionante color verde, parecía un mosaico hermoso, brillante que le dan nombre a la “Laguna Verde”, tan grande como diez campos de fútbol. Regresamos a media tarde al “retén” o refugio de montañeros para Ojos del Salado y tomamos la cena junto con nuestros nuevos amigos andinistas chilenos. Comimos pasta a la chilena, cazuela (caldo de verduras) y bebimos té de “chachacoma”, pequeña planta de color gris y textura como felpa que vive en un lugar cercano conocido como La Cuesta de los Colorados, que no es más que una pequeña loma que se debe de cruzar en el camino entre Copiapó y Laguna Verde. Esta planta, según dicen nuestros nuevos amigos, es buena para el mal de altura. Bajo un frío seco que calaba hasta los huesos y cansados de un viento constante que pegaba en la cara, nos despertamos. Salí con Damien hacia el lugar donde haríamos el primer campamento de altura en el volcán, íbamos con mucha carga en las mochilas, principalmente agua porque en este desierto el agua que hay es salada y el hielo del volcán


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está impregnado de azufre por lo cual no podemos utilizar para obtener agua para beber. Ese peso hizo que nuestro paso fuera lento. Tardamos cerca de nueve horas y 23 kilómetros para alcanzar 5200 metros de altitud. Llegando a un lugar conocido como Refugio Atacama donde pasamos esa noche, el viento que nos acompañó todo el camino ahora se incrementaba. El refugio está hecho de madera con dos literas, lo cual nos ahorró el trabajo nuestra tienda de campaña; preparamos una sopa caliente y a dormir. A la mañana siguiente salimos hacia arriba, en búsqueda de un lugar donde instalar nuestro siguiente campamento que sería el campamento de altura para atacar la cima. Lo instalamos a 5700 metros de altura. El ascenso fue en terreno arenoso, muy frío, en algunos tramos dificultoso por el fuerte viento y la roca suelta. Al final de la tarde, estábamos acostados dentro de nuestras bolsas de dormir, nerviosos pero emocionados, puesto que a medianoche de aquel 4 de febrero de 2011 buscaríamos llegar a la cima del volcán más alto del Mundo. A la media noche, salimos de nuestras bolsas de dormir, saqué mi cara de la tienda de campaña para ver cómo estaba el cielo y encontré un cielo totalmente cubierto de estrellas, hermoso, había poco viento, era una noche perfecta para salir en búsqueda de la cima.

Nos acomodamos las botas dobles de alta montaña y el resto del equipo. Poco a poco nos perdimos en la oscuridad de la noche sin luna, caminamos lento pero constante. Pasaban las horas sin que disminuyera el tremendo frío, anhelábamos que amaneciera. Fue larga la espera, pero cuando amaneció, el viento se incrementó en velocidad por lo que no se produjo la deseada recepción de algo de calor. Continuamos con ese frío cortante, pasaban por mi mente miles de ideas y recuerdos, sentía un frío similar al que había sentido en la cordillera de los Himalayas. Pasaron doce horas para poder ver por primera vez cómo era la cumbre de este volcán, tan poco conocida y tan alejada de todo. La parte final fue rodear un cráter. Al finalizar el rodeo de dicho cráter, encontramos una pared de roca de unos 50 metros con cierto grado de dificultad, por lo que colocamos una cuerda de seguridad. Después de una hora más, logramos sortear la pared, me recordaba por momentos la llamada Pared Guatemala, a inmediaciones de la cumbre del volcán Santiaguito en mi país. Con una gran diferencia, esta pared se encuentra a más de 6800 metros de altitud, mientras en el Santiaguito está a 2500 metros. Las bajas temperaturas, la disponibilidad limitada de oxígeno, la resequedad ambiental, las largas horas de escalada y el terreno mixto de roca suelta, arena y hielo hacen de este volcán un ascenso complicado pero muy gratificante.

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Al llegar a la cima, me sentía muy contento y orgulloso. Por primera vez un centroamericano alcanzaba esta cumbre. El último día fueron cerca de trece horas de escalada para poder pararnos en ese pequeño lugar. Nos abrazamos de felicidad con Damien, quien se convirtió en el cuarto australiano en escalar esta desolada cima.

Se terminó exitosamente la llegada a la segunda cumbre, dentro del reto de las siete cimas volcánicas del mundo, ahora la siguiente…

Dejamos nuestro registro de cumbre en un cuaderno colocado por el cuerpo de alta montaña del ejército chileno, colocado en una caja de municiones al lado de una cruz metálica. También había una Biblia en el interior de esa caja de municiones y una tarjeta de presentación de un montañista con una oración dedicada al volcán. Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando empezamos nuestro descenso y nos llevó cerca de dos días más poder regresar hasta el refugio donde dejamos nuestro vehículo. Finalmente regresamos a Copiapó en la camioneta rentada, luego autobús para regresar a la ciudad capital de Chile… Santiago de Chile. Nos despedimos con Damien, cada uno, por su camino de nuevo, tal como cuando nos conocimos unas semanas atrás. Así vivimos los montañistas con otros colegas, momentos pasajeros pero muy intensos, cuando la vida de uno depende del colega. Existe solidaridad no escrita ni enseñada, la cual se manifiesta cuando es necesario.

Laderas congeladas del Volcán Ojos del Salado, a más de 6500 metros de altura.


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En Tanzania está el volcán más alto de África En el corazón de África está el volcán Kilimanjaro

Vista del Volcán Kilimanjaro desde el pueblo de Moshi, Tanzania.

Apenas separado de Europa por la naturaleza (a través del estrecho de Gibraltar) y de Asia por la acción del hombre (mediante el canal de Suez), el continente africano se extiende como una gran masa poco diferenciada que recuerda vagamente un triángulo invertido. Su extensión territorial equivale a una quinta parte de las tierras emergidas, posee un contorno poco articulado y su configuración general es tabular, careciendo de sistemas montañosos dominantes. Las profundidades oceánicas bordean casi, tanto al este como al oeste, la tierra firme africana, pues la plataforma continental tiene escaso desarrollo y el paso al talud marino es rápido y brusco. Con el continente (exceptuando Madagascar) se relacionan escasos y reducidos territorios insulares, diseminados por las mencionadas aguas oceánicas. Al norte y al nordeste, las cuencas de mares internos representan unas profundidades muy inferiores a las oceánicas, con ma-

yor desarrollo de la plataforma continental. Como característica morfológica de África es preciso destacar la existencia de grandes unidades uniformes, entre las que sobresale el desierto de Sahara en el norte, la cuenca del río Congo o Zaire en el centro y el desierto de Kalahari en el sur. Otras unidades remarcables son el conjunto montañoso del Atlas, al noroeste, la cuenca del Nilo y el macizo Etiópico, al nordeste, la cuenca del Zambeze, al sudeste, y el reborde montañoso sudafricano, al sur. El sector oriental del continente está atravesado de norte a sur por una línea bifurcada de fosas tectónicas, rellenadas en su parte meridional por un conjunto de grandes cuencas lacustres (Tanganica, Malawi), que con las de Victoria y Kyoga conforman los grandes lagos africanos. Por su situación respecto a la latitud, África se extiende de forma pareja a

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Jaime Viñals en la cima del Volcán Kilimanjaro.

ambos lados del Ecuador, por lo que la mayor parte del territorio queda enmarcado por los trópicos. Sólo los extremos nordoccidental y meridional presentan características templadas de tipo mediterráneo. En el resto, las temperaturas son elevadas, modificándose sólo por causa de la altitud y la proximidad al mar. La pluviosidad es alta cerca del Ecuador y disminuye a medida que se avanza en dirección contraria a dicha línea, tanto hacia el norte como hacia el sur. Algunos estudiosos consideran a África como el “continente del futuro”, pues su subsuelo guarda parte de las riquezas más codiciadas por las sociedades superde-

sarrolladas: petróleo, gas natural, uranio, cobalto, manganeso, cromo, oro, cobre, diamantes, etc. En la región centroecuatorial de África Oriental, está un altiplano con alturas promedio de 2500 metros donde se encuentra imponente la cima más alta de este continente, es el majestuoso cono volcánico monte Kilimanjaro de 5,895 metros de altitud (19 340 pies), ubicado a apenas 3 grados debajo de la línea ecuatorial. Es un volcán gigantesco que domina el paisaje de Tanzania y sobre todo de las sabanas africanas como el famoso Serengeti y el cráter del Ngorongoro.


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Mi diario de expedición PACIENCIA Y CONSTANCIA, LAS CLAVES Después de alcanzar las cumbres de los volcanes Pico de Orizaba y Ojos del Salado, creí que a ese ritmo podría concluir el reto en tres años y medio, pero muchas veces, como reza el refrán popular, “el hombre propone y Dios dispone”. Lo cierto es que tuve que esperar dos años para continuar con este sueño. La razón fue que no conseguía financiamiento y por diversas causas no podía integrarme a ninguna de las expediciones internacionales que iban a los siguientes volcanes que tenía que escalar en este reto de las siete cimas volcánicas del mundo. Durante esos dos años, hubo gente que me decía que dejara de insistir en tratar de subir esos volcanes, que ya había logrado llegar a la cima de las siete cumbres del mundo y de las siete islas del mundo, que eso era suficiente, que debía sentirme satisfecho, en otras palabras, caer en la terrible zona del confort. Sin embargo, siempre he creído, desde muy pequeño, que cuando se empieza algo hay que terminarlo. Que no se vale conformarse con realizar algo a medias porque eso es como llegar a la mitad del camino hacia cualquier lado. También aprendí algo más. Entendí que la suerte no existe. Que yo no había tenido solamente suerte de subir estas montañas

y volcanes. Lo había logrado con base en mi esfuerzo, dedicación, sacrificio y adaptación a las circunstancias que me había tocado vivir. Lo había alcanzado también, gracias al apoyo de empresas y de mi gente. Lo que había realizado hasta entonces había requerido de razonamiento y creatividad para idear estrategias para lograr mis objetivos trabajando en equipo con mis patrocinadores y compañeros de expedición. Así que esta nueva cumbre requirió, por un lado, de paciencia y, por el otro, constancia, porque sólo con la combinación de estos dos factores llegó la oportunidad que esperaba. No sólo logré organizar mi ascenso al Kilimanjaro por segunda vez, sino que otros ascensos, como parte del proceso de aclimatación para alcanzar esta cumbre, en este reto de la tercera vuelta al mundo. Para comenzar, primero viajé a Suiza, para escalar el legendario Matterhörn o llamado también Cervino, con 4478 metros de altura, el cerro Breithörn (4106 metros) y el pico Rimpfischhörn (4200 metros), todos en los Alpes suizos, de aquí partí hacia África para escalar el Kilimanjaro.

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Pero comencemos por el principio. Y eso fue un jueves 23 de octubre de 2013, cuando salí de Guatemala alrededor de las 11:00 a. m. hacia Los Ángeles, California. Después de recoger mi equipaje se repitió el martirio de otras veces, es decir, como tenía un ticket aéreo sujeto a espacio, no podía subir a ningún vuelo, porque todos iban llenos… Por fin, luego de tres horas, abordé un avión hacia San Francisco. Una vez aquí busqué un hotel cercano al aeropuerto para descansar. Al día siguiente, viernes 24, me levanté a eso de las nueve de la mañana, bastante tranquilo. Abordé mi avión hacia París, Francia, tal y como estaba previsto. Llegué como a las 11:00 de la mañana (hora local) del sábado 25 (estaba 7 horas delante de Guatemala). Tomé un taxi que me llevó a casa de Etienne, donde me hospedaría estos días. Aquí estaba esperándome Marielos, con quien salí a conocer la ciudad. Como era otoño en Europa, las hojas de los árboles estaban amarillas y pronto caerían. El tour incluyó el río Sena (y el túnel donde murió la princesa Diana), la torre Eiffel, los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, la catedral de Notre Dame y el Panteón. Al día siguiente, domingo 26, fui a comprar mi boleto de tren hacia Ginebra. Por la noche conocí a Etienne, quien había ido a visitar a sus papás. Finalmente, fui a dormir, pues el tren salía al día siguiente muy temprano. El lunes 27 de octubre tomé el metro hacia la estación de trenes ultra rápidos TGV (350 kph). Estaba oscuro y hacía mucho frío. Durante el tra-

yecto atravesamos parte de la campiña francesa. Al llegar a Ginebra tomé un taxi hacia una posada para mochileros. Por la tarde, fui a comprar mi boleto de tren hacia Zermatt, donde iniciaría mi escalada por los Alpes suizos.

El equipo montañero de Jaime rumbo a Stella Point, previo a lograr la cumbre.


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Europa Europa es uno de los continentes más pequeños que, dentro del conjunto llamado Eurasia, constituye una gran península. Está separada de Asia por los montes Urales, el río Ural, el mar Caspio, la cordillera del Cáucaso y el mar Negro, mientras que entre ella y África se interpone el mar Mediterráneo. El océano Atlántico con sus dependencias baña las costas occidentales y el océano Ártico delimita el extremo norte de la península escandinava. De todos los continentes, Europa es el que cuenta con mayor desarrollo costero, pues tiene un kilómetro de costa por cada 260 km2 de superficie. Dichas costas son muy variadas: los recortados fiordos noruegos labrados por los glaciares, las rías irlandesas y gallegas, la costa dálmata de Yugoslavia. Por otra parte, los grandes golfos y las dependencias del Mediterráneo y del Atlántico hacen que el mar esté siempre presente en todos los puntos del territorio europeo. Predominan climas templados muy húmedos en el sector nordoccidental de Europa; al sur, dominan los climas mediterráneos, caracterizados por veranos cálidos y secos que garantizan buen tiempo para el turismo estival. En la península escandinava y en la mitad oriental del continente reina un clima templado frío con inviernos muy rigurosos y precipitaciones regulares durante todo el año. Las áreas más secas están en la

meseta ibérica y al sur de Rusia. En Europa existen varias cuencas hidrográficas importantes. Dentro de la pendiente atlántica destacan el Elba, el Rin y el Loira, no sólo por el volumen de su caudal, sino por el aprovechamiento económico de sus aguas. La pendiente mediterránea presenta ríos cuyos valles son un ejemplo de explotación agroindustrial: valles del Ebro, del Ródano y del Po. El río Danubio es la arteria fundamental de los países alpinos y balcánicos y, además de generar un extenso paisaje agroindustrial, es una excelente vía de comunicación. El río más largo de Europa es el Volga que, con sus 3700 kilómetros de recorrido, atraviesa casi toda Rusia de norte a sur para desembocar en un extenso delta sobre las áreas cultivadas. Las mayores alturas de Europa se encuentran en el cordón o cordillera del Cáucaso ubicada entre los mares Caspio y Negro, es una de las cordilleras más largas del planeta, después de Los Andes y los Himalayas, con sus casi 3000 kilómetros de longitud, es una zona poco conocida y de impresionante majestuosidad, que divide en parte a Europa de Asia y a las repúblicas de Georgia y Rusia. Aquí se encuentra la mayor cima del continente europeo, el monte Elbrus de 5642 metros sobre el nivel del mar (18 510 pies), ubicado cerca del valle de Baksan, en la zona central de este gran

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cordón montañoso del Cáucaso, en Rusia. Otro detalle interesante es que esta cima marca la línea divisoria entre los continentes europeo y asiático, así como la frontera entre la Federación Rusa y Georgia.

Mi diario de expedición COMIENZA LA JORNADA HACIA EL ELBRUS Llegó 2014 y el reto de las siete cimas volcánicas del mundo me llevó a escalar nuevamente la cima más alta de Europa: el monte Elbrus, la cima más alta del continente europeo también es el volcán más alto del continente europeo, al igual que el Kilimanjaro es la cima y volcán más alto del continente africano. Este volcán está ubicado en una zona muy conflictiva políticamente, por estar en una región fronteriza entre la República de Georgia y la Federación Rusa o Rusia. Por eso mismo, quienes deseamos escalar la cordillera del Cáucaso, donde se encuentra el monte Elbrus, debemos seguir las regulaciones del gobierno ruso para ingresar a dicha zona, regido por temas de seguridad, según dicen. En realidad, ese simple hecho se aplica a todas las actividades de la vida. Debe-

mos aprender a seguir las reglas que rigen nuestro accionar. Ya sea donde estudiemos o trabajemos, e incluso dentro de la familia, iglesia o grupo deportivo. En mi caso, para poder efectuar esta expedición, tuve que aceptar las regulaciones impuestas, entre ellas, que dos soldados rusos nos acompañaran en la jornada. Al principio me pareció difícil de aceptar, pero luego comprendí que las cosas ocurren por una razón. Aunque sobre eso les hablaré más adelante… mientras tanto, empezaré a contarles cómo comenzó este viaje. Salí de Guatemala el martes 7 de julio de 2014, pasada la media noche. Llegué al aeropuerto de Chicago, cuando estaba amaneciendo (5:26 a.m.), y salí de nuevo hacia Washington, D.C. a las 8:30 a. m. Aterrizamos en el Washington Dulles, un aeropuerto moderno y notablemente menos congestionado que el de Chica-


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go. Mi próximo destino fue Londres, Inglaterra, a donde llegué el jueves 9 de julio. Dormí una noche ahí y a la mañana siguiente continué mi viaje hacia Moscú, donde aterricé a eso de las 17:25 p. m., en el aeropuerto Sheremetyevo 2, uno de los cuatro con que cuenta esta histórica y enorme ciudad. Al salir del aeropuerto había alguien sosteniendo un letrero que decía JAIME VICALS - ADVENTURE, obviamente se refería a mí, se trataba de Shasha Alexander, quien vino a recogerme. Durante el trayecto observé la ciudad: grande, limpia, con edificios de apartamentos (tipo Nimajuyú, en la zona 21, pero más grandes), tranvías, trolebuses, taxis, autobuses y lujosos vehículos de modelo reciente. Finalmente llegamos a la calle Adbar, muy cerca del edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde estaba el Hotel Belgrado, donde me hospedaría. Se trataba de un edificio de diecinueve pisos construido en los años setenta, bastante deteriorado, pero aceptable. Al día siguiente me desperté como a las 11:00 a. m. (estaba diez horas adelante al tiempo de Guatemala). A pesar de que lloviznaba, salí rumbo a la famosa plaza Roja. De ella sobresalen las cúpulas multicolores de la catedral de San Basilio, símbolo de Moscú y de toda Rusia. La Plaza es hermosa, la recorrí de un lado a otro varias veces. El domingo 12 de julio llegó el resto del grupo que estaba conformado, además de mí, por Tim Lovelace, Estados

Unidos, Leonardo Rub, Perú-USA, Elene Belestkaya, Anatoly Michnikyn y Abu Vyalnekova, de Rusia. Eran simpáticos y agradables, aunque con diferentes puntos de vista sobre el montañismo y la vida. El lunes empezaba realmente la aventura, entonces veríamos cómo nos iba en la tierra de Marx, Lenin, Stalin y de grandes bellezas naturales como la cordillera del Cáucaso, del monte Elbrus... nuestra meta.

Jaime Viñals en la cima del volcán Elbrus.

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Reflexiones sobre el Elbrus como volcán Los cabardinos y los circacianos (cherkeses) llaman al monte Elbrus Oshkhamakho, que significa “la montaña de la felicidad”. Mientras que los balkarios y los karachi la llaman Mingi-Tau que significa “el monte que sostiene a miles de montañas”. Varios términos persas se refieren a esta gran montaña como Elboros, Albores, Elbrus, todos tienen el mismo significado: “montaña nevada”. Hay muchas leyendas alrededor del volcán Elbrus y la maravillosa cordillera del Cáucaso. Una de ellas decía que ningún mortal tenía derecho a escalar el volcán Elbrus... “quien se pare sobre los flancos de la gran montaña perecerá”... Sólo los dioses tenían acceso al pico. Huracanes, vientos o grandes tormentas convertirían en hielo a aquellos que violaran la prohibición. Por fortuna, nada le ocurrió al primer hombre en llegar a su cima en 1829: el cosaco Killar Khashirov, cuya proeza dio inicio al montañismo ruso. Casi 40 años después, los montañistas rusos Akhiya Sottayev y Dyachi Djappuyev conquistaron la cumbre más alta del monte, la cumbre oeste, siendo esta apenas la segunda victoria sobre el volcán Elbrus. A pesar de las cumbres conquistadas, nunca me cansaré de disfrutar esa curiosa sensación que produce inicialmente ver a la distancia la montaña que estoy por ascender. Es algo extraño, una especie de cosquilleo que me recorre el cuerpo y me prepara para alcanzar el objetivo por el cual me he preparado por tanto tiempo, por el cual he hecho tantos sacrificios o he venido de tan lejos. Y al estar frente al volcán Elbrus volví a sentirlo (aunque fuera la segunda vez que la escalaba)… pero he aprendido que las cosas tienen que tomarse día por día, y en esta ocasión, no fue diferente.

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La cena que nos ofreció la familia de Abu empezó con una ensalada de tomate y lechuga, después un plato parecido a los panqueques acompañados de yogur hecho a base de la descomposición de un hongo (a esto le llaman rafetti en España), luego papas y pasta rellena con carne de res (tipo momo del Tíbet), finalmente, el plato principal: pinchos de carne de oveja, muy sabrosos, por cierto. El banquete duró unas tres horas y pico. La costumbre es que, mientras se come, cada uno de los invitados hace un brindis declamado. Es interesante y muy bonito vivir este tipo de experiencias. Empezamos escalando el monte Cheget, a 3450 metros de altura. El cielo estaba radiantemente azul. Ascendimos por un sendero marcado, aunque empinado, parecido al volcán Santa María en Quetzaltenango, en Guatemala. Luego de cinco horas, llegamos a la cumbre. Aquí son comunes las avalanchas, consideradas una de las principales causas de muerte en alta montaña, ocasionada por el cambio brusco de temperaturas y de humedad en el ambiente que por lo general ocurre entre la noche y el día. En la cima se miraba la cordillera del Cáucaso, más de mil kilómetros de montañas una tras otra. Estábamos parados en el punto más alto de esta cordillera, en el mirador con las vistas más impresionantes: vertiginosos precipicios, paredes gigantescas y el cielo límpido.

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En Irán (antigua Persia) está el volcán más alto de Asia


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Monte Damavand es el volcán más alto del continente asiático Con sus 5671 metros sobre el nivel del mar, el monte Damavand es el monte más alto de Oriente Medio y el volcán más alto de toda Asia. Está situado en la cordillera de los montes Elburz, a 89 kilómetros de Teherán en el distrito de Larijan. Es la décimo segunda cumbre más prominente del mundo. Esta fue mi cumbre número cinco dentro del listado de las siete cimas volcánicas del mundo.

Jaime Viñals en la cima del volcán Damavand.

Llegar a la cumbre del Damavand, la montaña más alta de Irán no es sólo una expedición alpinista, es un reto a la soledad e incertidumbre.

Todo empezó al salir de Guatemala el 8 de abril de 2015. Me sentía lleno de ilusiones e incertidumbres de lo que me depararía un polémico país como Irán, un país que me impidió por más de un año entrar a su tierra y escalar el famoso volcán, esto por razones políticas principalmente. Pero eso quedó atrás, finalmente los permisos y contactos estaban hechos gracias a una gran persona allá en Irán. Llegó el momento, y esto fue al bajar del avión que me llevó a la milenaria ciudad de Teherán, ciudad capital de Irán, pasada la medianoche del 10 de abril de 2015. Al salir del aeropuerto, me reuní con mi contacto local Ardeshir Soltani, quien me ha ayudado enormemente para poder conseguir el consabido permiso de ingreso al país y de escalar el monte Damavand, es una excelente persona con gran carisma, orgulloso de sus raíces persas y de su monte Damavand. Inmediatamente después de los saludos pertinentes, nos subimos a su carro para recorrer 35 kilómetros hasta la ciudad. Atravesamos la gigantesca ciudad de poco más de 15 millones de habitantes, que a esas horas de la madrugada tenía poco tráfico. Luego, 90 kilómetros más por la carretera que va al mar Caspio (al norte) fue curioso bajarse en un puebli-

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to polvoriento, en medio de la carretera, ambientado por algunas pequeñas tiendas muy iluminadas en mitad de la nada. Nadie habla otro idioma que no sea el farsi, no hay rastro de montañeros ni pistas que me digan que estamos en el lugar apropiado, por supuesto ningún extranjero. Pero me consuela la impresionante vista de las montañas circundantes, aún lejos, pero tentadoras, que lucen hermosas bajo la luz de la luna. Finalmente, cerca del amanecer paramos a desayunar (cabezas de carnero) en la región de Reyneh, último sitio habitado en el acceso a la cara sur del monte Damavand, al que se llega desde el pueblo de Polur. Los iraníes son agradables y hospitalarios y hacen grandes esfuerzos para hacerse entender en inglés, lo que en aquel mundo farsiparlante se agradece enormemente. Para el éxito de la escalada, en esta época que recién finaliza el invierno, es indispensable el equipo básico de una ruta invernal, ya que la nieve es omnipresente, el frío llega a -35 ºC. Hay complicaciones como que el día de cumbre hay que superar cerca de 2000 metros de desnivel acumulado en muy pocos kilómetros. La mayoría de los iraníes que lo intentan bajan frustrados por la dureza, el frío y el mal de altura.

En Polur no hay hotel, pero la recóndita estatua dorada de un montañista señalando en dirección al monte Damavand nos indica que estamos en el lugar apropiado. A las afueras del pueblo hay un ¡albergue de la federación iraní!, con agua caliente, cocina, rocódromo, tenis de mesa y habitaciones “decentes”. Llegar hasta allí en el carro de mi amigo Ardeshir Soltani fue todo un acontecimiento. Allí nos quedamos a descansar y dormir el resto del domingo. Mientras esperamos la llegada de mi compañero de escalada, que sería el montañista iraní Majid Doroodgar, experimentado y gran conocedor de la región. En el refugio se “disfruta” de una tremenda soledad (a partir de ahora será constante) y de Alí, el encargado del lugar, un hombre mayor agradable y discreto que se encarga de mantenerlo. Al final de la tarde del domingo llegaba Majid Doroodgar al refugio. Luego en Polur aprovechamos para comprar lo mínimo que pudiéramos necesitar: pan sin levadura como el de la Biblia, galletas, algunas latas de sardinas. Probamos las “maximino” que parecen alfombras de carro y que son estupendas como alimento energético. En el pueblo hay lugares que ofrecen arroz, té y kebab de cordero, cordero en trozos, en salchicha, y otras formas distintas de presentación de lo mismo… cordero.


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También hay un yogurt artesanal, a veces con ajo y perejil, que no es el postre, sino para mezclar con el arroz. Para mi sorpresa, en Polur hay grandes contenedores en los que cae agua, y en su interior hay truchas de las cuales se puede escoger una y comerla. Muy temprano en la madrugada del lunes 12 de abril nos despedimos de Ardeshir Soltani y Alí en el albergue. A partir de ese momento empezamos la aproximación al monte Damavand, caminamos todo el día (como 25 kilómetros) hasta un refugio a 2975 metros sobre el nivel del mar, donde hay una mezquita de cúpula dorada. Bordeamos cortados precipicios espectaculares, nos frotamos las manos con la vista de la montaña y descubrimos familias de nómadas que vienen a que sus ovejas pasten en los verdes prados. Se alimentan de pan, leche y queso y viven en tiendas de lona marrón idénticas a las que se utilizan en otras partes del mundo, como en el Sahara o las estepas andinas. Pasamos la noche allí. Al día siguiente empezamos a caminar tras una roca donde parecía salir una vereda en dirección a la montaña. El camino discurre sobre una impresionante lengua de lava negra, pero prácticamente todo cubierto de nieve floja a cuyos pies se extienden los pocos verdiales que quedan a esas

alturas. Justo en frente, la cumbre se imponía todo el tiempo, a veces se ponía caprichosa y nos mandaba una fuerte ventisca con frío congelante y desgarrador... calma... El refugio Vivac está enfrente, se ve casi todo el tiempo, incluso de noche, porque los iraníes, que en la montaña no conocen el reloj, son capaces de empezar a andar a las 6 de la tarde después de todo un día de vagancia. Finalmente, después de seis horas llegamos al refugio vivac a 3980 metros sobre el nivel del mar, está en condiciones habitables. Caben unas treinta personas, hay agua a unos 100 metros por la vereda que desde detrás de la casa parte hacia el glaciar al este. La cumbre se ataca justo tras el refugio, no hay que confundirse con la que vemos en dirección noroeste que es la de bajada. La ruta va por medio de una arista entre dos glaciares, pero mantiene un desnivel muy considerable (de 3980 a 5671 metros). El martes nos dedicamos a descansar y dejar que nuestro organismo se aclimatara a la altitud, recorrimos y exploramos los alrededores cubiertos de roca, nieve y hielo, con hermosas vistas de los valles debajo de nosotros. Durante la noche destaca la enorme luminosidad generada por la ciudad capital Teherán.

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El miércoles 14 de abril decidimos que sería el día de cumbre. Para ello nos preparamos de madrugada y a las 5:00 a. m., justo antes del amanecer, arrancamos nuestro ataque a la cima. A las dos horas de caminata, parecía que ya se tocaba la cumbre con la mano, se palpaba, se respiraba, pero ¡no era cierto!, era un espejismo. Y seguimos ...un paso, otro paso, “dame agua”, “¿dónde está mi guante?”, “apresurémonos que viene otra fuerte ventisca”... En lo que se pudo, disfrutamos del ascenso, del paisaje, de la compañía, de la soledad y del antipático viento que se cuela por todos lados. Siete horas de buena escalada tardamos en llegar a la cumbre. El frío hizo mella, la altura se dejó notar y un eructo de azufre nos recibió en la cumbre. Pero ¡qué cumbre más bonita! Es un círculo blanco perfecto, su cráter se da aires de gran volcán y su gran fumarola es un guiño al frío. Llenos de felicidad, tomamos fotos por doquier, del cráter circundante de la cumbre, de los restos de una estatua de bronce destruida tiempo atrás, del hielo mezclado con el azufre del volcán, de la pata semienterrada de un carnero justo al lado del monumento destruido y más. Pero la ventisca, que amenazaba como un enemigo, no nos dejó disfrutar de la vista por mucho tiempo, así que para

abajo, lo más rápido posible para no ser atrapados por la peligrosa tormenta. Nos dejamos caer por la gran pala de nieve al suroeste del cráter. Hasta la mitad de la larguísima ladera estaba totalmente congelada: Qué tensión en lo alto del impresionante tobogán, no permite un descuido. La bajada fue dura, cuatro horas sin pausa, puse el piloto automático, pero en los últimos tramos nos esperaban nieve floja y profunda, hielo, roca, tierra... Se hacía interminables. Por fin llegamos al refugio pasadas las seis de la tarde y, menos mal, porque ya a esa hora las nubes no dejaban ver más allá de los 4500 metros. Sueño, dolor de piernas, dedos entumecidos, sed, polvo... quería beber algo. Fue cayendo la tarde. Quedé marcado por esta solitaria experiencia: una gran montaña, un trocito de Persia, un hito en la historia y la leyenda. Agradeceré siempre al monte Damavand la deferencia de haberme dejado alcanzar, tocar y gozar su cumbre. Con esta cima ya llevo 5 de las siete cimas volcánicas del mundo, lo cual no sería posible sin el apoyo de mis patrocinadores Rayovac y The North Face. Gracias también a Ardeshir Soltani y Majid Doroodgar por su apoyo, amistad y hermandad de montaña durante mi estancia en Irán.


En Papúa Nueva Guinea está el volcán más alto de Oceanía

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El 21 de julio de 2018 alcanzamos la cumbre del volcán Giluwe, considerado el más alto de Oceanía, ubicado en las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea. En el equipo humano iba acompañado de por Phil Kirk (Inglaterra), Michele Lattimore (Inglaterra), Yousef Alrefae (Kuwait), Neils Toft (Dinamarca), John Klein (Estados Unidos), Hans-Peter Schoenherr (Alemania), Stephan Jesinghaus (Alemania), Karolina Jesinghaus (Polonia). El monte Giluwe es la segunda montaña más alta de Papúa Nueva Guinea con 4368 metros sobre el nivel del mar, por detrás del monte Wilhelm, la más alta del país, la cual escalé hace unos años atrás, dentro del reto de las siete islas del mundo. Es difícil imaginar que hace menos de cien años aún se descubrieran nuevos territorios en Papúa Nueva Guinea. Esto cuentan los hermanos Leahy, y sus viajes de exploración por las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, en la década de 1930, nos llevan a un tiempo y un lugar muy extraño para nosotros hoy en día. Sin embargo, todavía hay aventuras en este increíble país de Papúa Nueva Guinea. Fuimos la primera expedición en este año 2018 en ir a escalar el volcán Giluwe. Mientras que los hermanos Leahy lo subieron desde el este, hasta donde sabemos, nadie había caminado desde

el este hasta la ladera occidental. Quizás esto se debe a la enorme caída de 1000 metros en el lado oeste. Tal vez también tiene que ver con el área boscosa masiva del oeste que ha impedido el acceso desde ese lado. Estas eran incógnitas en nuestra expedición a través del monte Giluwe, la segunda montaña más alta de Papúa Nueva Guinea a 4367 metros (14 327 pies), sustancialmente más alta de lo que Michael Leahy asumió al principio. Es el pico volcánico más alto de Australasia y forma uno de las siete cimas volcánicas del mundo, reto que ya he contado anteriormente que consiste en escalar el volcán más alto en cada uno de los siete continentes. Fuimos parte de un viaje épico por las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, a través de un fascinante paisaje de cultura e historia natural que pocos pueden experimentar. El día 11 de julio de 2018 empezó el periplo. Viajé de Guatemala a Panamá; de Panamá a Los Ángeles (California); de Los Ángeles a Hong Kong; de Hong Kong a Manila (Filipinas) y de Manila a Port Moresby. Fueron tres días completos volando, y un diferencial horario de 16 horas adelante de la hora guatemalteca. Llegué a la ciudad capital Port Moresby el día 14 de julio de 2018 por la mañana, procedente de Manila.

Volcán Giluwe es el volcán más alto de Oceanía


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La escalada fue de cinco días duros y constantes de esfuerzo a través de bosques nubosos, inicialmente, luego selva densa de vegetación, para pasar después a praderas alpinas con pajonales interminables hasta paredes rocosas. Las condiciones ventosas del campamento hicieron que tuviéramos una noche algo fría y “movida”, pero no del todo mal. Antes del amanecer mi alarma sonó a las 4:00 a. m. para el inicio acordado a las 4:30 a. m. ámpara frontal, capas, anorak, sombrero, cuerdas, arnés y llovizna, todo revuelto dentro de un refugio humeante de los papúas. Solo Luke, Joshua y Stan estaban despiertos en ese momento. Iniciamos el ascenso por un sendero muy angosto y vagamente marcado a través de la pradera, hasta un collado rocoso que une a las laderas empinadas debajo de la cumbre del volcán Giluwe con otros dos picos de más de 4000 metros de altura, vecinos al Volcán Giluwe. Una vez llegamos a este collado (dos horas) tuvimos una vista espectacular de un enorme valle en la ladera sur del coloso, que antes de llegar era imposible admirarlo. Los altos acantilados prevalecen y hacen poco atractiva la ruta a seguir; pero, aunque no era de nuestro gusto por allí debería de ser el camino. Como en la vida, a veces nos toca hacer cosas que no son

de nuestro agrado por lo que hay que hacerlo con más ganas y positivismo. Continuamos subiendo por una estrecha arista rocosa muy empinada, con mucha exposición al vacío, pero de hermosas vistas. Cuando estábamos a 200 metros de la cumbre, nos vimos obligados a colocar cuerdas de seguridad, por lo resbaladizo y expuesto del lugar. Uno a uno fuimos superando este obstáculo peligroso. Ya reagrupados seguimos escalando hasta otra sección semejante, por lo que nuevamente instalamos cuerdas de seguridad. Después una pequeña cresta expuesta, de aproximadamente cinco metros de largo, superado este nuevo obstáculo, aumenta aún más la inclinación, a tal grado que nos agarramos de los mechones de la grama del lugar y colocamos los pies con mucha atención y certeza. Finalmente alcanzamos la cumbre, desde la cual tuvimos vistas insuperables del alrededor, vistas de 360 grados de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, del monte Wilhelm y Kabangama, entre otras lejanas cumbres. Se ven en toda su inmensidad desde el este y el noreste. A diferencia de los días anteriores, ese día de cumbre no había nubes, hubo poco viento y fue un día perfecto para alcanzar la espectacular cumbre. Era 21 de

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julio de 2018, 10:17 a. m., hora de Papúa Nueva Guinea. ¡Feliz cumbre! Nos tomamos muchas fotografías, nos abrazamos como muestra de solidaridad, amistad y felicitación compartida de haber alcanzado la cima del volcán más alto de este continente de Oceanía. Esta expedición me llevó a alcanzar la sexta cima dentro del reto de las siete cimas volcánicas del mundo. Al momento de escribir este libro, me falta una cima para terminar tanto el reto de las siete cimas volcánicas, como el de la trilogía mundial. La cima faltante es el volcán Sidley. El volcán Sidley es el volcán más alto de la Antártida, es parte del listado de las siete cimas volcánicas del mundo. Su cima se encuentra a una elevación de 4285 metros sobre nivel del mar (14 141 pies). Es un macizo volcánico casi todo cubierto de hielo y nieve. Es la montaña más alta e impresionante de los cinco volcanes que forman la cordillera suroriental antártica. Se destaca por su enorme caldera volcánica de cinco kilómetros de ancho sobre el flanco sur. El volcán fue descubierto por el contralmirante Richard Byrd durante un vuelo el 18 de noviembre de 1934, y él lo nombró en honor a Mabelle Sidley, la hija de William Horlick quien fue un financista de la

Expedición de Exploración Antártica Byrd 1933-35. El volcán es poco conocido aún en el ámbito montañero por el difícil acceso que tiene, es muy remoto dentro de la misma Antártida, ya de por sí remota y lejana del resto del Mundo.

Extasiado por llevar ya cumplidas tres de cuatro parte del reto de la trilogía mundial, he empezado a estudiar la logística, seguridad, técnicas, preparación física, compañeros y compañeros de escalada para esta tercera vuelta al Mundo. No fue fácil continuar con este proyecto, me ha llevado desde el año 2010 llegar hasta donde estoy ahora, 2021, a un solo paso de finalizar este gigantesco, hermoso, difícil y gran recorrido de darle tres vueltas al Mundo.


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PASARON YA 20 AÑOS DE HABER ALCANZADO LA CIMA DEL MONTE EVEREST Han pasado veinte años desde que alcancé la cima más alta del mundo, el Monte Everest, aquel lejano día miércoles 23 de mayo de 2001. Gracias a ese logro, se rompieron paradigmas de que un centroamericano sería siempre incapaz de alcanzar esa cumbre tan importante y especial en el mundo; al mismo tiempo ha estimulado a muchas personas de nuestra región a trabajar y luchar por alcanzar sus propias cumbres (metas). Comprendí aquel día que el único límite que existe en nuestras vidas para alcanzar cualquier meta, somos simplemente nosotros mismos, es todo aquello que nos decimos internamente para ser capaces o no de lograrlo. Todo el proceso de lograr la cumbre fue una batalla constante entre mi lado negativo y mi lado positivo. El lado negativo me invitaba a quejarme del frío extremo, de lo dificultoso que era el ascenso, del viento, de la comida deshidratada, de mis compañeras y compañeros de escalada, de los diez campamentos que nos tocó instalar a diferentes alturas y distancias, de lo lejos que estaba de mi familia... en fin, quejarme de todo. Pero al mismo tiempo mi lado positivo me decía de manera constante: “qué brillante oportunidad tienes de estar aquí para mostrarte de qué estás hecho. Si te cansas entonces descansa un poco sin perder de vista el objetivo de estar ahora en esta montaña, continúa con entusiasmo, paciencia, constancia, humildad, con solidaridad y respeto total hacia todos tus compañeras y compañeros de equipo”.

Fue muy especial y hermoso poder vivir esta guerra interna, y salir vencedor gracias a mi lado positivo. Fue intenso y único. Lo mejor de todo es que, desde entonces, siempre busco tener esa guerra interna para seguir mejorando, reinventarme y superarme constantemente. Luego de toda la euforia vivida tanto en la montaña como en Guatemala a mi retorno, con la gigantesca bienvenida que organizaron mis patrocinadores de aquel entonces, de repente surgió la pregunta ¿y ahora qué? después de tantos años de preparación física, técnica y mental, de disciplina en el duro entrenamiento, de actitud positiva, de limitaciones sociales, familiares y económicas, ya se logró el objetivo, ya se consumó exitosamente el ansiado reto de alcanzar las Siete Cumbres del Mundo y el Monte Everest; ¿qué voy a hacer de ahora en adelante? La vida sigue, los logros quedarán simplemente en la historia. Lo que había que hacer era pensar: “mientras se tiene el privilegio de estar vivo, hay oportunidades de romper la zona del confort, de no acomodarme a lo logrado y de esa manera no privarme la gran oportunidad de vivir experiencias y ganancias que en aquel momento ni siquiera me podía imaginar que fuera capaz de realizar y vivir.” No podía ya escalar cumbres más altas que el Monte Everest, porque no existen en nuestro planeta Tierra, por lo que, con el ingenio y creatividad de mis patroci-


JAIME VIÑALS nadores encontramos un nuevo reto, consistía en darle otra vuelta al mundo escalando la cima más alta de cada una de las siete islas más grandes del mundo, descrito ampliamente en este libro, estimado lector. Fue recibir aire fresco de montañas llenas de vida en lugares como las islas de Sumatra, Borneo, Madagascar y Papúa Nueva Guinea y, en otros lugares, la oportunidad de aprender nuevas formas de escalar como en las islas de Baffin y Groenlandia. Cuando terminé este reto, vino nuevamente la misma pregunta ¿y ahora qué? fue cuando entendí que no siempre tenemos las ideas claras de lo que queremos hacer. Es muy importante en esos momentos ser observador del entorno, de uno mismo y saber escuchar, apreciar las oportunidades que van apareciendo frente a nosotros, no una, sino muchas veces. Luego seguir nuestra conciencia, nuestro ideal y sencillamente ir por más. Así surgió la oportunidad de darle una tercera vuelta al mundo escalando la cima más alta de cada uno de los volcanes más altos en cada uno de los siete continentes. Eso me llevó a México a escalar el Pico de Orizaba, el volcán mas alto de Norteamérica; a Chile a escalar el volcán más alto del mundo y de Sudamérica llamado Ojos del Salado.

a Papúa Nueva Guinea a escalar el volcán más alto de Oceanía, llamado Volcán Giluwe. Me falta una cumbre nada más para terminar este reto de las Siete Cimas Volcánicas: el Volcán Sidley, el más alto del continente antártico, el cual tengo ya programado para su realización y, lo mejor de todo, ya está también financiado por mis patrocinadores actuales. De esa manera terminaré el reto llamado LA TRILOGÍA MUNDIAL 7+7+7… siete cumbres + siete islas+ siete volcanes. Esto será hasta después de ser publicado este libro. En conclusión, todo en la vida es alcanzable, pero requiere entender por qué y para qué deseo alcanzar ese reto, estudiar lo que sea necesario para entender el alcance que puede tener ese reto, trabajar lo que sea necesario para merecerlo y, algo más, no menos importante, saber disfrutar lo que hacemos para alcanzar el reto. La vida es una consecución de metas por alcanzar, yo ya tengo nuevos proyectos en mente cuando termine las Siete Cimas Volcánicas, la vida continúa. Igualmente te invito, estimado lector, a que siempre logres alcanzar tus metas personales y que sepas reinventarte constantemente para no perder esa capacidad de asombro de la vida misma. Hasta siempre,

Continué el reto viajando a Tanzania para escalar de nuevo el Monte Kilimanjaro, porque curiosamente la cumbre más alta y el volcán más alto de África son el mismo: Monte Kilimanjaro; mismo fenómeno ocurre con el Monte Elbrus en Rusia, que es el volcán y la cumbre más alta de Europa. Seguí este periplo por Irán para escalar el Monte Damavand, volcán más alto de Asia y, en el año 2018, fui

¡Nos vemos en la cumbre!

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Centrados en las personas “Nuestra razón de ser son las personas, buscar una solución para cada enfermedad y proporcionar más salud y mejor calidad de vida”


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