LLAURADORS - CAPITÁN 1999

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Maseros y caminando Todo empezó en la despedida de fadrí de Ángel, en el desaparecido Monterrey, final verano del setenta, aquella ya lejana y célebre despedida que la acabamos, con un saturnal estrambote, en la entonces fábrica de Ququi allá por Caramanchel, a las seis de la mañana "ben tocaes" y ciegos de café. Que si sí, que si no, que a mi lo que m'agradaría es fer una diana en els maseros, que no se'n parla mes, que si tu et poses els saragüe/s jo també, que uno, que dos, que jo també, i jo, i jo. Y alegría y buen humor, y un continuado baldeo de café. Ángel a/xó esfá fet, y el buenazo de Pepito Herrera, valedor siempre de todos, empujándonos graciosamente con su natural simpatía, y Miguel, enton-

ces Melenas, asintiendo a todo y dándolo por hecho. La cosa parecía no iba a pasar de mera especulación, fragancias y efluvios cafeínicos. Sin embargo en cada entraeta de los Maseros, que nos pillaba a los amigos por la calle, acabábamos forca en mà y con algo que se está perdiendo, sombrero de palla al cap, que a mí recuerdo solía encasquetármelo Enrique. Que los Maseros es una filá que por sus singularidades tiene un particular atractivo es algo que no admite duda, pero en mí se daba además la circunstancia de que sin haber sido de esos niños a los que de pequeños se les viste de maseret sí que guardaba una secreta admiración hacia esa alcoyana cachaza que rezumaban todos aquellos maseras de los tiempos

de mi niñez, herederos del tío Mona, Bernart, Federico, empezando por mi barbero, Antonio Pérez, habitual del prudente colpet en mesura, a cuya barbería en el carrer Major me llevaba mi padre, y con quien, como buen barbero, departía de lo divino y de lo humano, al cual admiraba mucho más desde que teniendo yo unos once o doce años lo vi en el Contrabando montado en un carro, pues entonces el Contrabando recuerdo tenía tres encontronazos, con sus correspondientes chispeantes parlamentos. Mi barbero Antonio, el Platanero, el Moro, el Melozo, el Melgo, tantos otros y Guillermet, que vendía sandalinas y puntilla en mi calle, primero en L'Estrel-la y después en la Lluna, típico masero al que Joan Valls le dedicó aquello de:


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