Revista Ventanas

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VENTANAS

Entre los sucesos más importantes están las ventanas.

Las ventanas pueden ser miradas por dentro por fuera. Son preciosas. Por las ventanas cantan los pájaros, lloran los niños y entran los radios y los gatos. Por una ventana casóse Romeo y Julieta. Nadie quiere poseer una casa sin ventana, y nadie puede comprarse una ventana sola.

La vecindad del mar queda abolida: basta saber que nos guardan las espaldas, que hay una ventana inmensa y verde por donde echarse a nado.

Por las ventanas abiertas el mar florece su campo de nomeolvides.

Y verdea, el árbol, su placidez vertical, perfumosa.

En semicírculo, bajo el pesado techo que hombres hicieron, otros hombres, los ojos velados de gruesos vidrios, entretejen pesadas palabras.

Alfonsina Storni.

Sus ventanas floridas que miran al Oriente, llevan buena amistad con las auroras que, como primicias fúlgidas, esmaltan el campo de victorias de su frente.

Aquella madrugada apareció el Amor tras de su reja y la dejó lavada con el cristal cerúleo de su pozo... ¡Y todavía, adentro de mi alma, hay un gozo fluido, de mujer madrugadora que riega su ventana y la decora!

Ventanas que rondé en la alborada de mis mocedades; rejas con caracoles en que Ella gusta de escuchar el sordo fragor de las marinas tempestades; rejas depositarias de aquellos soliloquios de noctívago y de mi donjuanismo adolescente; que yo os mire de nuevo ¡oh ventanas, abiertas al Oriente!

Ramón López Velarde.

Puedes amarme, silabaria, y darme un beso sustantivo? un diccionario es un sepulcro o es un panal de miel cerrado? en qué ventana me quedé mirando el tiempo sepultado? o lo que miro desde lejos es lo que no he vivido aún?

Hay almas que uno tiene ganas de asomarse a ellas, como a una ventana llena de sol.

Federico García Lorca

Tener, al mediodía, abiertas las ventanas del patio iluminado que mira al comedor.

Oler un olor tibio de sol y de manzanas.

Decir cosas sencillas: las que inspira el amor...

Beber un agua pura, y en el vaso profundo, ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.

Palpar, en un durazno, la redondez del mundo. Saber que todo cambia y que todo es igual.

Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver, en las cosas, nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...

Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas, y graba, con la uña, un nombre en el mantel...

Jaime Torres Bodet.

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