Alfredo Hernández García. Residencia de quemados

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Segunda enmienda: la aldea de la razón

El Talento de Letras Milenaristas descubrió a nuestras tiernas almas el enjuiciamiento horizontal de los libros, eso apodado «Historia», saber hórrido para enfervorizar lacayos y aunarlos a la inclinación que convenga. Ni hablaba ni leía, por lo que a él nos referíamos como «la mudez». Mil libros del tamaño de una calabaza forrajera yacían por los rincones de su cabaña y nosotros los manoseábamos sin lógica ni orden, y enfurecía si algún aprendiz se entusiasmaba con un libro más que con otro, y señalaba con su dedo una leyenda sobre su puerta, «enjuiciamiento horizontal contra los expertos en amenizar pasados». Eran todos libros de efemérides, que cada pueblo y en cada tiempo, guardacon descaro para justificar sus vilipendios futuros, desde el atalayadero del pasado ponderado. Allí se encontraban, tirados como todos los otros, las historias vistas por los más famosos lacayos intelectuales, quienes narraron las correrías de nuestros tiranos como más les convenía. La mente del hombre pequeño de cualquier terreno húmedo o desértico desperdicia su tiempo en conocer el origen de su pueblo, quién fundó tal ciudad, qué rey casó con tal putona, quién fue el primero en degollar un carnero oficializando una tradición, qué faraón tenía la pirámide más grande o la... más pequeña. En general, placer produce y acatamiento, conocer las efemérides de aquellos ruines triunfantes en lances anteriores. Era el más absurdo e inútil de todos los saberes cursados en la Aldea de la Razón, institución que nació para formar seres de minuciado albedrío. ¡Imbécil el que apela a lo que se hizo ayer, cual ceniza que quiere ser otra vez fuego, para justificar el desmán de mañana! El Talento de Letras y Reflexión portaba un monóculo sofisticadísimo desde el que nos escrutaba para definirnos. Enseñaba lógica de tirano, lógica de lamemierdas, de colaborador, de lacayo, y verdadera lógica. No tenía pelos en la lengua, por lo que insultó a varios principiantes al detectarles recoleto carácter: miraba nuestras frentes con su tercer ojo, pero sin inventar exculpaciones y nos enseñó a efectuar nosotros mismos dicho análisis. Prometió que uno de nosotros, al marchar se llevaría tan práctico artefacto. La princesa Ruta sacó de un bolsillo un monóculo periscópico y lo posó bajo su gracioso flequillo, y lo ató a su cráneo. Durante cinco minutos miró, uno por uno, a cada escuchante, los cuales se atemorizaban bajo la mesa eludiendo al ojo siniestro. Se lo guardó y todos los

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