Eugenio Torrecilla. Las estrellas muertas

Page 110

110

eugenio torrecilla

centenares de tarjetas con nombre y apellidos, y dotadas de un cuerpo que ocupaba un lugar en el espacio, cubrieron por entero el amplio dormitorio, bloqueando la rotonda y hasta el tramo final del corredor acristalado, convertido de golpe en pajarera. Agudas voces de mujer, cantos, cacareos, resonaban allí, mientras los visitantes más cercanos permanecían mudos, fijos en el Viejo sus ojos de caníbales prestos a devorar la ración que por derecho les pertenecía. Atrincherado tras el sillón de mi protegido, mi gesto autoritario los mantuvo a raya en un principio. Mientras estudiaba a la tropa invasora, para ver de imponerme con un golpe de mano si la situación se hiciese crítica, comencé a descubrir, salpicadas entre la multitud, duplicaciones de rasgos faciales que bailaban sin orden por los rostros. Los genes dominantes se asomaban al mundo por un lado y otro, aun en tipos disímiles. Y el Viejo, que tenía en la memoria los antiguos modelos, alcanzaba a ver más. —Ellos han vuelto —me dijo en un susurro—. Por detrás del armario, hace un momento asomó mi padre. Yo, que no disponía de esos antecedentes, me limité a buscar algún rasgo suyo trasplantado a otra cara. No encontraba sus ojos opacos ni su boca sumida, ya que tales estigmas, no heredados, habían sido labrados por los siglos en la porosa piedra facial. Pero, de pronto, vi su nariz multiplicarse en dos caras distintas y luego en varias más. Una partida de narices, restos de algún naufragio familiar, flotaba a la deriva por allí, y aunque los portadores se ignorasen, ellas al vuelo se reconocieron, pues por algo gozaban de un olfato exclusivo. Desgraciadamente, no podían hablar. Las bocas, multiformes y abusivas, forasteras venidas de otras partes, charlaban a su gusto, mientras ellas, la parentela auténtica de la reunión, jalones de la consanguinidad clavados en el centro de los rostros, tenían que resignarse a la mudez, hasta que la nariz del Viejo, con la sapiencia de sus muchos años, se hizo oír de las otras con un gran estornudo de salutación. Todas aletearon a la vez ante aquella forma de expresión nasal tan rotunda como inteligible. La más sensitiva de la tribu, aprovechando una corriente de aire, acertó a replicar, y aunque las


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.