Alfredo Hernández García. La venganza del objeto

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Manuel y el chocho: los teorizadores de la melancolía

—¡Eso, la Ciencia del respingo! ¡Qué lista es mi becaria! ¡Qué ocurrencias! A cien metros les seguía el Espantavillanos Librepensador, que en nada incomodaba al naturófago de lo tieso que portaba hoy su cuello corto. Al llegar al anticuario se detuvo Chiripa presto en abroncar un poco más a los corrientes afelpados: —¡Mira, Nati, el escaparate! ¿Qué ves? —Materia rebozada. —¿Qué más? —Veo un cuadro de Sorolla. «Voy a preguntarle a mi emoción», se dijo Chiripa, que quería impresionar a la muchacha, muy obsesionado como estaba en conseguirla, en sentido literal. —¡Escucha! muchacha inteligentísima —oró en voz alta su perorata—: escucha lo que pensaría el corazón de un individuo corrientucho hembra, que admirase el lienzo, junto a su tormento, un macho recubierto de felpatita: «¡ah, Juanito, qué bonito!, ¡qué playa, qué mar!, las dos muchachas con sus vestiditos de gasa, ¡uf, qué delgadas!, ¡qué coraje me da!, yo no consigo bajar de ochenta kilos... mira la barquita con sus dos pescadores», (Juanito, con la bocaza entreabierta sólo piensa en que quiere orinar), «qué atardecer tan bonito, la calima desdibuja el horizonte... ¿no será un amanecer? ¿por dónde sale el Sol, Juan?, ¿por estribor o por babor?, ¡ay, qué tonta soy!... ¡mira los carros de bueyes transportando el pescado!, ¡y esa niñita jugando junto al mar!, ¡cómo se parece a la hija de Manolita Patterson Tuñón!... ¡más quisiera la muy ordinaria, que no entiende nada de arte... de cosas bonitas! Qué bien quedaría el cuadro junto a nuestra lámpara de acero inoxidable, aunque no es un original, claro está, ¡con ese precio!... ¡cómo me gustaría ahora estar en esa playa escuchando el transistor, con unos pimientos rellenos de arroz. ¿Te imaginas la cara que pondrían los Patterson, si entraran en el comedorcito, y lo vieran con sus propios ojos?, ¿y tu cuñada?... le da algo. ¡Qué luz!, ¡cómo puede haber gente a la que le guste ver llover!, ¿te acuerdas cuando fuimos al Cantábrico?, ¡qué horror, qué seriedad!... en cambio, el Mediterráneo es más dicharachero... ¿me has comprado la crema para la celulitis?». 153


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