Citámbulos: El transcurrir de lo insólito

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El cerco de espinas

( SUR 18 )

La entrada al jardín de espinas no es espectacular. Una reja, que a veces se encuentra cerrada y otras abierta, es controlada por celosos jardineros. Impide el paso de autos y camiones, más no de peatones o ciclistas, siempre bienvenidos, para proteger al puntiagudo vergel de la voraz ciudad de México, la que todo se come. La ciudad, pues, termina ahí, en una reja, en brutal contraste con lo que se presenta enseguida a nuestra vista: plataformas, muros de contención y rampas, laberintos de piedra brasa, brasa de piedra, entraña negra de volcán, que definen los espacios que, con paciencia de siglos, los agricultores de Milpa Alta han creado en las laderas del Teuhtli Malacatepec, el polvoso, el panza de malacate. Y entre las piedras, geometría compleja como la de los nopales genealógicos del Códice Techialoyan, espinas por doquier, ordenadas en líneas rectas y curvas interminables. Pencas tiernas, maduras, con flores amarillas o con frescos brotes, turgentes, que crecen como esponjas hinchándose de agua ante nuestros ojos, de agua robada al basalto; nopales altos


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