Atila de tinta y plata

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porque se basa en la lealtad tradicional de la línea sanguínea directa, la lealtad fraternal. Al mismo tiempo, es también desde allí, desde esa lealtad entre hermanos, de donde surge la legitimidad de su movimiento, porque obedece a estructuras de parentesco y solidaridad ancestrales en el campo morelense. Esa legitimidad será la que permita a su vez la particular “legalidad” de la administración zapatista en los mejores años del cuartel general de Tlaltizapán. Ahora bien, no por ello debemos dejar de lado lo que respecta a la familia nuclear. Es por eso que para el caso que nos ocupa, la posible construcción del discurso fotográfico de Brehme resulta quizás más adecuada. La prensa de la ciudad de México de entonces recurre constantemente a imágenes que la mitología contemporánea sobre la Revolución ha tornado cotidianas. Me refiero al repetido concepto visual de “la soldadera con su Juan”. Volviendo a la imagen de los hermanos Zapata en el hotel Moctezuma, podemos decir –además de todo lo dicho anteriormente–, que la actitud de las tres mujeres que aparecen en la fotografía representan, por diversos motivos, maneras distintas de dialogar con la cámara. En primer lugar vemos que la mujer al costado izquierdo de Eufemio Zapata se encuentra en una posición relajada, reafirmado esto por la posición de sus brazos, la mirada y la leve sonrisa de “Gioconda zapatista”. Este modo de posar frente a la cámara no hace sino asumir un diálogo sereno con el fotógrafo, pleno de dignidad y confianza ante el lente. Por otro lado, la coquetería desafiante de la mujer de Emiliano, Josefa Espejo, sobrepasa el control de Brehme sobre el dispositivo fotográfico, lo que permite a su vez a la modelo “controlar visualmente” el evento. Finalmente, la sonrisa franca (casi carcajada) de la mujer sentada en el marco izquierdo del cuadro, permite intuir el diálogo previo (quizá de burla) entre estas dos últimas mujeres. Al mismo tiempo, la risa de ella –la única persona en todo el cuadro que se ha librado definitivamente del control del fotógrafo, y por tanto del diálogo impuesto con la presencia de la cámara–, enfatiza la sensación de inseguridad en la pose fotográfica de los dos personajes principales del tema: el retrato de los hermanos Eufemio y Emiliano Zapata. Es por todo ello que considero que esta fotografía en particular es, paradójicamente, una imagen de reivindicación femenina antes que una fotografía de política masculina. Con ello quiero resaltar que, sin pretenderlo, todos los personajes grabados en el negativo de cristal han contribuido a expresar las relaciones de género predominante en el campo zapatista. La mujer impone, en la medida de sus posibilidades, el orden y la dignidad por medio del lenguaje gestual. Los hombres han respondido al fotógrafo de distintas maneras –retirándose pudorosamente de la composición o demostrando definitivamente su inseguridad ante una pose que les resulta evidentemente incómoda–, mientras que el niño y las mujeres desafían, a su manera, la presencia del fotógrafo y su máquina cazadora de personalidad.

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