Ayers Rock
Ayers Rock Versión Blog
A los cuatro años se tienen certezas envidiables: la leche tibia da sueño; no existen números después del 30; el agua es un desconcierto de gotas que salta de la tina; el mundo huele a los brazos de la madre, al abrigo del padre, al rincón en que se juega. Cachetes llega al parque con sus botas azules repletas de dibujos de tiburones, algas y pulpos. Brillan: son plásticas, submarinas y relucientes. No hay tifón, tormenta o huracán que las amedrente. Debajo del brazo, el pequeño lleva una caja plateada con el Quijote grabado en la tapa que sirve para guardar especímenes de plantas a las que algún día dará nombre. Regalo de la fortuna, hoy la caja resuena con 10 cochecitos: Lamborghini, Fórmula Uno, Porsche, entre otros, se agitan en un escándalo metálico en el vientre que los contiene. Es tarde. El parque está solo. Las resbaladillas y los columpios son aventuras conocidas. En un extremo yace una montaña de tezontle, ese hueco remedo de piedra tan lleno de aire que parece haber sido soplado por algún dios travieso. Al pie del promontorio, Cachetes abre los ojos como si en ellos se descubriera de nuevo el asombro. El niño no duda: recuerda bien las fotos de un libro viejo,
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