Libro zoologi¦üa de bolsillo luis franco

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Hecho el depósito que marca la ley 11.723 © Schapire Editor s.r.l. , 1976 Uruguay 1249 - Capital Federal Buenos Aires - República Argentina Impreso en la Argentina


LUIS FRANCO

ZOOLOGIA DE BOLSILLO

Schapire Editor s.r.l.


a nanรก Florencia V ergara


EL REINO ANIMAL Y EL REINO HUMANO


El animal y el hombre

a Rómulo Lagos Antes de la ciencia llamada prehistoria, del iluminador aporte de las excavaciones (el conocimiento de civilizaciones enteras ignoradas como la sumeria, la índica, la cretense, la maya, o de ciudades corno Troya, Micenas o Pompeya) y de la paleontología, no existía propiamente la historia corno ciencia, dacio que se ignoraba un casi insondable pasado. ¿Cómo puede conocerse el árbol si se ignoran sus raíces? Del mismo modo no puede conocerse honradamente al hombre si no se parte del animal y su conducta en su medio salvaje, cuyo conocimiento concreto es la nieta de la constelación de zoólogos, antropólogos, cazadores, educadores de fieras y escritores de hoy, desde Fraser, Melville, Pavlov, Hagenbeck, Massingharn y Ucskiill a Griffin, Lorenz, Fabricius, Srderberg y Tinbergen, para no citar sino un puñado. Las noticias consignadas en este libro son apenas una fugaz reseña intentada, no por un especialista, sino por un reportero de la zoología. Cree saberse hoy que los instintos tienen sus respectivos centros en el cerebro o, mejor, en la corteza cerebral, sin que ello implique una exacta localización anatómica y la autonomía de cada cual, sino que media lo que Tinbergan llama "la organización jerárquica de los instintos". Como ejemplo, lo que ocurre con el instinto genésico de las aves. El aumento de la longitud del (lía y la temperatura en la primavera (luz y calor) pone en funcionamiento los procesos hormonales mediante la hipofisis. 9


Eso estimularía un llamado centro superior para el instinto de reproducción, la activación del cual influiría sobre otros cenos situados en escala más baja: de migración, de elección de territorio, de nidificación, de lucha, de apareamiento, de vinculación, de cuidado de la prole. Dicha teoría hállase confirmada, —en parte, al menos— por experiencias de fisiología cerebral. El mcscncéfalo de los vertebrados es un decisivo órgano de control en el comportamiento del instinto, Si a un perro o una paloma se le estimula esta o aquella zona del mesencéfalo, su dueño dará muestras de hambre, de sed, de cólera o de amor. (Eso sí, aunque el impulso parta del mcscncéfalo, es indispensable la intervención del cerebro para la realización del acto).

En el animal, como en el hombre, existe el sentido del dolor, y las reaciones contra el frío, el calor o la agresión son mecanismos de protección inteligente. Las palomas, por ejemplo, reaccionan de modo muy distinto según se trate del halcón —especializado en cazar al vuelo— o del gavilán, que se acerca disimulándose en los árboles antes de disparar su bote. El estilo de protección de la prole varía desde algunas hembras de peces que recogen los huevos incubándolos en la boca, y los pájaros y palomas que alimentan a sus crías en el nido, a las gallinas y los cocodrilos que las conducen y protejen y las dejan que se alimenten solas.

Las aves de g ran vuelo son hijas de la luz y la capacidad de aquél está en relación con la del ojo. También el pulpo, situado en los antípodas del águila, tiene un ojo poderoso. Los mamíferos, con excepción del hombre y los monos superiores, son más o menos ciegos o miopes para los colores. Es el olfato, decisivamente, quien abre a los portadores de leche las puertas del paraíso. La oveja y la vaca reconocen a sus hijos sólo por el olor. El caballo, al parecer, huele el miedo del jinete pipiolo. El perro tal vez llega a olfatear la bondad, la maldad o el terror del hombre.

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La necesidad de migración en busca de un medio y clima más apropiados para las crías que van a venir, nacida en remotos comienzos, se fijó a través de los milenios hereditariamente hasta devenir instinto. Lo mismo debió ocurrir con el sentido de orientación cuyo colaborador más eficiente es ci de la vista. La corrección del movirnento aparente del sol durante un día o una sucesión de días —especialmente en las aves y las abejas—, supone un sistema de relojería que registra la relación del sol con la hora. Muchas aves migradoras, especialmente las insectívoras, se desplazan de noche. Parecen seguir sin falta su ruta de peregrinaje guiándose por ciertas estrellas o grupos de estrellas. Una densa nubosidad puede desorientarlas. Apenas cabe duda que los animales en general despliegan reacciones innatas respecto a la posición y desplazamiento del sol, la luna y ciertos grupos de estrellas, y por ende estarán dotadas de un tipo fijo de calendario náutico.

En una especie puede haber una gran diferencia sensorial. La araña hilandera se guía en la captura de su presa por el oído. La araña lobo se guía por el ojo en su asaltos. La capacidad de orientación del murciélago reside en la emisión de ondas de sonido exploradoras de mas o menos 50.000 vibraciones p' segundo, imperceptibles para el oído humano, que sólo puede registrar ondas que no pasen de las 30.000 vibraciones. También las ballenas emiten ultrasonidos. Los delfines localizan sonidos dentro del agua mediante el eco de los microsonidos que emiten.

La naturaleza ha creado ci órgano para la función y no al revés. De ahí que el órgano llamado cola desempeña las ¡unciones más contrapuestas: la iguana y la ballena la usan como látigo o clava; el caballo y la vaca como espantamoscas; el perro para expresar su miedo metiéndola entre las piernas o agitándola como un plumero en el afecto o la alegría; el puma y 11


el zorro, como timón, el pavo la aprovecha para pavonearse; la comadreja para maroma de volatinero de sus hijos; el JSL hormiguero para quitasol, y muchos monos como quinta inant. más asidora que las otras cuatro. La naturaleza no fija un destino monolítico a lo que crea. ¿Que la pluma fue creada para el vuelo? Sin duda, pero al avestruz y al ñandú le sirven de timón o de velas marineras, y a los patos y pingüinos, después de bien aceitadas, le sirven de escafandra de buzo.

Ese insondable Dios todocreador que es la naturaleza no cae en el nepotismo, es decir, no tiene sobrinos o hijos favoritos. Gasta con todos un trato justiciero.. A los depredadores o matachines los provee de fuerza atlética y de armas de probada eficacia; a los débiles de armas defensivas no menos envidiables: una agudeza de olfato o (le oído rayana en la adivinación, y una soltura de relámpago. sin contar el recurso alevoso de confundir su librea con la del medio ambiente hasta resultar invisible. Lo de cambiar el color de la piel en un lance apurado no es hazaña del camaleón sólo, sino también de los pulpos y de ciertos peces. Todo esto sin contar algunos recursos defensivos insospechables. Muchos naturalistas creen que la poligamia de ciervos, caballos, monos, cachalotes y gallos, en que el macho más fuerte del clan forma un harén salomónico, tiene la ventaja de evitar la lucha entre los machos desplazados que facilitaría en grande la acción tIc los depredadores. ¿Qué monos, perros, zorros y martas saben esconder el alimento sobrante para asegurar el desayuno de mañana? Sí, pero nadie lo hace con tan triunfal memoria como la ardilla y sobre todo el pájaro llamado cascanueces.

En tiempos ya idos los únicos animales sometidos a observación eran los domesticados y los enjaulados. Pero hoy, sobre todo a partir de TJesktill, se sabe que el animal salvaje y su medio nativo forman una especie de unidad, de modo que el tigre de 12


jardín zoológico o de circo, encerrado en una jaula de unas varas de extensión, oliendo a cárcel, artritis y aburrimiento insondables, nada tiene que ver con el soberano compadre de la selva que lleva el rayo en la mirada y la avalancha en e1 brinco. Lo propio ocurre con el pájaro arrestado entre unos jemes de alambre tejido: es el revés perfecto del melodioso y libérrimo bohemio que tiene por hogar todo el bosque, y ci ciclo por patio de recreo. El hombre debe esforzarse en comprender esto como asimismo que si el hedor del pantano o la carrofia nos repugna a nosotros es para que evitemos el contacto con su virus eso no reza con el yacaré, el buitre o la hiena cuyo sistema asimilativo derrota todo peligro de infección de ese tipo, trocándolos así en apóstoles (le la salud pública de la naturaleza. E*191 Me

Otra prueba de la armoniosa ecuanimidad de la madre naturaleza con sus hijos es que si hay tantos animales que viven de plantas, no faltan plantas que viven de carne. La drosera atrae a ciertos insectos con la púrpura de sus hojas y el brillo de una secreción pegajosa que los atrapa y los devora. La eppenthes hace lo mismo, valiéndose de ciertos órganos semejantes a flores desde los cuales los insectos resbalan a unas vainas secretoras (le un Jugo que hace (le ácido gástrico. La rafflesia, de las Indias Orientales, poliniza sus enormes flores que trascienden a carroña utilizando a las moscas que creen desovar en la carne descompuesta que ellas buscan para sus larvas. Vienen por la lana y vuelven trasquiladas. La mengua más aciaga del hombre, que es la de esclavizar y explotar a sus semejantes como a meros animales domésticos, tiene ya su precedente y ejemulo en la fórmica ruphens y otros inocentes animalitos de Dios. También está el vanidoso sentido de jerarquía que obra en ciertos animales que viven en grupo. La gallina número uno picotea y acoquina a la número dos, esta a la tres, la tres a la cuatro, aunque puede ocurrir que la cuarta se sobreponga a la primera. sucede lo mismo entre grajos, monos, perros, lobos, ciervos y ciertos peces. En todos obra una aguda idoneidad para distinguir a cada individuo y someterse a la es13


cala de rangos. Loreriz cuenta el caso de una hembra de grajo de rango inferior que al aparearse a un macho de rango superior fue respetada en su jerarquía conyugal Si llega casi a lo infinito ci número de mafias de que se vale la naturaleza para asegurar la supervivencia de las criaturas que salen de su vientre, no menos providente y apasionado, es el empeño puesto en as'gurar la perduración de sus descendientes donde a menudo el interés del individuo se pospone al de la especie. Massingham es sin duda quien mejor ha puesto en evidencia que en la evolución general (le los seres, las aves —algunas por lo menos— se anticiparon en millones de años a hacer del mero impulso, una emoción, es decir, de la sensación pasajera un sentimiento perdurable. Cuando el hombre era aun una fiera semimuda y gruñidora, que se alojaba en árboles o cuevas, ya el pájaro había inventado el arte del nido y del canto, creaciones ambas del amor. En homenaje del amar, en efecto, algunas pájaros han trasmutado el arito o el chillido en canto y otros han llevado su plumaje al esplendor de ciertos meteoros como la aurora boreal o el arcoiris. No inferior a tales proezas es la del liboTrineo de Australia. Seón Sorderherg, el macho atrae a la hembra a una especie de glorieta aparejada entre das hileras Je ramas, y previamente adornada de flores, caracoles y otros chiches y no sin antes pintar tales ramas con el jugo azulado de ciertas frutas usando de pincel un manojo de fibras Los teólogos y los teóricos de las ideas innatas sostenían que éstas aparecen en el cerebro humano por gracia de Dios sin la menor sospecha de que sólo aparecen por merced de la memoria hereditaria y, paralelamente, por intermedio de los sentidos o sea del cuerpo, tan menospreciado o repugnado por los idealistas. "La capacidad de pensamiento —consigna Fabricius— se puede interpretar como una manipulación interna hecha con impresiones visuales y cuyo recuerdo es una de las condicioj4


nes básicas para su desarrollo. De ahí la importancia de órganos sensoriales aptos que provean al sujeto de informaciones prolijas de su medio y de la posición del objeto con relación a dicho medio. El de la vista ofrece mayores posibilidades que ci resto de los sentidos para la estructuración precisa del campo de observación." No es casual, pues, que ci mayor desarrollo mental de algunos animales coincida con el mayor desarrollo del sentido (le la vista. A ello debe unirse una ponderable capacidad de aprendizaje, memoria e imitación, y la de apreciar cantidades. La inteligencia no es una aptitud simple sino una coordinación de aptitudes parciales. "Para la actuación inteligente —continúa Fabricius— es también necesaria la capacidad de mantener en forma consecuente y durante un lapso más o menos largo, el comportamiento apetitivo (o incitativo) que no se extinga antes de alcanzar su meta." Esa capacidad es pobre en el animal y sólo en el humano adulto logra pleno desarrollo. Por eso Nietzsche define al hombre como e1 único animal capaz de prometer esto es, de fijarse metas, a veces muy lejanas. Ya sabemos que ci hombre nació más o menos mudo, y he aquí que e1 invento paulatino del lenguaje articulado es quizá la raíz central del pensamiento. "En ci principio fue el Verbo." El lenguaje aporta al pensamiento una constelación de símbolos sin los cuales no podrían darse las operaciones mentales más complejas ni el individuo genial podría trasmitir a sus contemporáneos ni a sus descendientes sus experiencias propias. Ahora bien, cuando el pensamiento dio sus primeros pininos no fue para escribir la Metafísica de Aristóteles sino para satisfacer las necesidades primarias y urgentes de búsqueda de alimentos, abrigo y casa. Lorenz ve en el comportamiento incitativo la raíz primera del razonamiento. ¿Puede pensar el animal? Previamente es preciso convenir en qué debemos entender por inteligencia. ¿Es la capacidad de aprender? No, por preciosa que sea, pues también existe en los animales. ¿Y la capacidad de usar utensilios? Solo digamos que ella aparece en muchos animales como una mera modalidad instintiva: 1 9 ) cierta hormiga de la India usa sus 15


propias larvas en la costura de hojas en que hacen sus nidos; 29 ) el ornitólogo Lack descubrió que el pinzón picamaderos usa una espina de cardón para extraer las larvas de que se alimenta; 39) también los papagayos los jilgueros y algunos córvidos manejan utensilios como un mero remate de un acto instintivo, corno el de acercar la rama de la que cuelga una fruta valiéndose de una pata y la otra alternativamente. El animal, en general, carece de conciencia propiamente dicha, es decir, no comprende la finalidad de los actos que ejecuta. El ave que nidifica ignora las consecuencias del apareamiento y la subsiguiente esclavitud de la incubación y la del aprovisionamiento de sus insaciables pichones. El talento arquitectónico del pájaro hornero, con ser tan genial, tampoco implica la conciencia de su plan y su obra. (Lo cual no niega la sospecha de que los que haora es automático haya comenzado en sus remotos orígenes como acto razonado y conciente.) El único animal que hasta hoy, ha dado pruebas obvias de un comienzo de comportamiento racional en ciertos actos suyos es el chimpancé. Y ello basta para evidenciar_que entel cerebro animal y el humano hysó10 una diferencia de menor o mayor evolucióp. Y no está demás recordar que hace más de un millón de años aparecieron cráneos simiescos más próximos al del hombre que el del chimpancé).

El hombre, el más curioso y novelesco de los animales, aprendió a ver muchas cosas por su cuenta, aunque para lo más profundamente humano fue más o menos miope. Que los teólogos le negaran alma al animal, no debe extrañarnos, pues también se la negaron a la mujer, hasta que la ciencia hizo justicia a ambos. En el Renacimiento, Francisco de Asís, un santo de extrema izquierda como diríamos hoy, llamó hermanos al agua, al sol, a la golondrina, al lobo, sin excluir a los prestamistas. Hoy más que nunca, en que ci mundo está bajo la mayor amenaza de guerra y destrucción conocida, urge recordar que el sentido de justicia y de amor tanto hacia sus semejantes 16


corno hacia el animal y la planta son los más preclaros atributos del hombre. El hombre, recién emergido a su condición de tal, parece haber empezado como morador de la floresta o la llanura. El ascenso a la montaña, o el adcntrarnicnto hacia la lejanía del mar, vino mucho más tarde. Por eso ha conservado un temor hacia la gran distancia (agorafobia del espíritu), se trate de un porvenir decisivamente humano o de su remoto pasado zoológico, del que todavía se abochorna. Pero el solo hecho de que el escarabajo bostero luzca esplendores de gema y que haya una víbora que lleva en su vientre el mismísimo azul de los cielos es una prueba, no sólo de la insobornable voluntad de hermosura de la naturaleza, sino de la perfecta igualdad con que trata a todos sus hijos. Platón y los ideólogos idealistas al sugerir que todos los seres son la encarnación de una idea anterior, o de la voluntad de Dios, niegan toda evolución y ascenso. La paleontología y la antropología reconocen que la idoneidad mayor de la materia viva sea la memoria, y que la evolución general de los organismos conserva rastros de las trasformaciones milenarias (la ontogenia recapitula ]a filogenia) pero tales recuerdos sólo tienen el sentido de peldaños en que la evolución se mueve, no para reencarnar lo remoto, sino para ensayar nuevas formas en nuevos horizontes. La ley es válida para plantas, animales y hombres. Tengamos el valor de dar testimonio de la naturaleza tal Como ella se ofrece, en que ci instinto es el dios oscuro del animal y el hombre. La superioridad de aquél sobre éste está en su autenticidad, su bravura y su inocencia. ("Ellos —canta Whitman— no se amargan ni se lamentan por su destino, ni permanecen despiertos en la oscuridad, ni se descorazonan disputando sobre sus deberes para con Dios, ni la manía de poseer los lleva a la demencia ... Ninguno de ellos se arrodilla ante sus semejantes".) En ese sentido el animal sigue siendo el maestro del hombre, como lo fue de Aquiles el centauro Quirón. El arte mismo pierde sentido si lo desnaturalizamos cortando el cordón umbilical que lo une a la más salvaje energía 17


del hombre y los animales cuyos juegos, danzas y cantos son el arte edénico. Ahora comenzamos a sospechar que ci animal secuestrado de su medio nativo con ci que vive en diálogo profundo, es la negación del animal como el eunuco es la negación del hombre. Sólo en nuestros días se comienza a estudiarlo en su propio dominio —al cóndor en su roca almenada de nubes, al oso blanco en su polo lapidario— sin adjudicarle o inferirle ideas y sentimientos bautizados, cuando no una moral tonsurada. enclaustrado, torturado Cuando el animal ha sido sus instintos más hermosos, se dice que ha sido y mutilado de incorporado a la civilización. Lo que menos se quiere ver es que el animal doméstico es sólo una caricatura lacrimosa o risible del modelo originario. La criminosa y alevosa conducta del hombre con los animales ha ido siempre más allá de cualquier límite. No menos que los grandes destructores de hombres, los grandes zoocidas, desde Nemrod a Buffalo Bill, han logrado pedestal de héroes. Desde el elefante al ruiseñor y la vicuña, todas las obras maestras de la zoología han sido las más favorecidas por el aniquilamiento o la jaula. Pensemos alguna vez que cuando el hombre no transitaba aun sobre la tierra ya habían tomado posesión de ella muchas de las más próceres formas llegadas hasta nosotros —desde ci elefante, la ballena y la jirafa hasta los alados maestros del vuelo y el canto—. ¿Por qué el hombre ha de persistir en el enjaulamiento y en el zooeidio indiscriminado, es decir, en su papel de opositor funcional de lo viviente, de enemigo personal de la creación. ¿Cuándo va a sospechar que la belleza moral es la más alta de la tierra y que sin ella todas las hazañas mecánicas o intelectivas son polvo de museo o cementerio? En la esclavitud de la fiera y el pájaro, el hombre perpetra una de sus mayores proezas de sevicia y cobardía. El esclavo humano aunque casi siempre sólo a costa de su vida puede alguna vez vengarse de su verdugo, la fiera en rarísimos casos, y el pobre pájaro jamás de los jamases lo consigue. Volvamos a lo anterior. No podemos conocer al hombre 18


si no comenzamos estudiándolo en su raíz, o sea como miembro del reino animal, Y sólo averiguando a fondo la conducta del animal en libertad el hombre podrá aclarar algo de lo más oscuro que lleva en sí. ¿Que en el camino del pensamiento y de la acción el hombre ha llegado a alturas que el animal no sospecha y es en cierto modo el espejo en que lo creado se mira a sí mismo? Sí, pero si corta el cordón animal que lo liga a la naturaleza habrá estrangulado sus instintos y con ello lo fundamental de su ser. Todavía tiene mucho más que ap render (le la sabia inocencia dc animal oue de pandectas y grimorios. Nunca debe echar en olvido que sil hogar no son los monasterios ni las conejeras verticales llamadas rascacielos, sino la naturaleza que lo en gendró v 10 anima, y que si nos ladeamos (le sus caminos los cielos nunca se abrirán sobre nosotros. Corno va sos pechará el lector. Zooln'fa de bolsillo es un noticiero móvil y cambiante, en nue la verdad se parece más a lo relativo que a lo absoluto y en que a través del animal se buscan an!ecedentes vivos del hombre y todo lo que pueda estimularlo y mejorarlo, es decir, una moral viva y sin tapujos y una cordialidad guiada por el conocimiento, no por lifl recetario o el confesionario. La ciencia no ha aclarado del todo muchos de los secretos mayores de la naturaleza. Las llamadas leves del instinto, no son convincentes del todo, ni mucho menos. El misterio de la migración animal sigue siendo un misterio como tantos otros. ¿Por qué en la pareja nupcial e1 macho es a veces mayor que la hembra, o sucede nl revés (como en el halcón, el águila o la araña) o son ambos exactamente iguales? ¿Por qué el huevo de la perdiz chica es morado, y el de la martineta es verde, aunque ambos de una casi irresistible belleza? ¿Por qué el halcón viajero exige siempre presas vivas mientras su primo el chimango se complace en la eorroña? ¿Por qué ciertos pájaros hacen del nido una obra maestra, otros se conforman con tres palos cruzados o un agujero y algunos ponen sus huevos en nido ajeno? ¿Por qué la vizcacha' v la lechucita de la pampa viven juntas en la misma cueva? ¿Por qué el fornido carancho hu y e como viento fresco ante la pequeña e inerme tijereta? ¿Por qué el buho y la lechuza, que 19


ya tienen la ventaja de ver en las tinieblas y volar sin ruido, pueden volver la cabeza sobre el lomo sin mover el cuerpo? Todo ser viviente es hermoso a su modo (es uno de los infinitos y sabios modos de la naturaleza) y moviéndose en su ley. Y si supiéramos desprendernos de nuestros prejuicios devotos y profanos, no digo ya el sapo o la culebra, sino hasta la barriguda, peluda y truculenta arai5a-pollito terminaría ganando nuestra simpatía. Un hombre echado de bruces sobre la hierba observa con interés las idas y vueltas, las subidas y bajadas de una hormiga y al darse cuenta que trasporta una carga mucho más pesada que su cuerpo, y que teniendo en cuenta su pequeñez, sil (para no ponderar su tino) supera a la de cualquier Hércules, experimenta tal admiración, que gustoso le ayudaría a transportar su impedimenta. Ahora observa el trabajo de una araña hilandera y al ir advirtiendo la increible fineza (más que la de sus hilos) y de la inteligencia con que teje y la maneja los hilos de su red cazadora, su admiración llega al pasmo y se levanta jurándose que hay en el biehejo más inteligencia que en muchas docenas de académicos, estrategas o predicadores. No exageramos. Todo animal salvaje es, a su modo, un sabio profundo, pues el genio de la naturaleza se expresa sin borrones tejiendo a través suyo. (El trabajo de la arafla hilindo sil sil y cazando con ella es, como inteligencia zahorí y hazafia épica, sobradamente digna de un canto de Homero, pues la obra de Aquiles matando a Héctor no es superior a ella). El salvaje y el bárbaro, mus' vecinos de la naturaleza, no eran moral ni mentalmente inferiores a nosotros, sino distintos y menos deshumanizados y mistificados. Propon go al lector leer la página del inge niero francés Ebelot titulada El rastreador y verá cómo un bárbaro analfabeto puede poseer —como es el caso del héroe del relato— una sensibilidad y una penetración que para nosotros que las hemos perdido resultan cosa de magia. En efecto, el criminal prófugo no sólo ha desfigurado 20


sus rastros con mil embrollos, sino que el rastreador los va deletreando implacablemente después de ocho días y de una gran tormenta a través de leguas de pastizales y pedregales y arroyos donde el asesino ha entrado adrede para desleir sus huellas.. Tenemos que limpiar nuestros espíritus para que nuestros ojos recobren su paradisíaca capacidad de asombro, esto es, de vibrar ante la belleza y sabiduría de lo natural.

El hombre atómico y las rejas Desde hace veinte siglos, por lo menos, no han faltado hombres que expresaran su disconformidad con ciertas menguas de la civilización, o mejor, con el amuñecamiento y encarnizamiento que trae al hombre su desobediencia a algunos de los mandamientos sagrados de la naturaleza. No faltaron profetas en Israel que tronaran contra las emanaciones corruptoras de Nínive y Babilonia. Diógenes y los cínicos de la decadencia griega incurrieron en algo equivalente. La poesía bucólica de Grecia y Roma nació de la año—rariza cortesana de la vida de los campos. En tiempos modernos, desde Rousseau a Thoreau y desde Nietzche a nuestro Hudson no faltaron quiénes sefialaran con creciente lucidez y fervor el comienzo de anquilosis del cuerpo y del espíritu que acarrea el contacto avaro o nulo con la naturaleza. Con razón sobrada, pues es el hombre planta de raíz cósmica, no nació para criarse en invernáculos. En la hégira atómica en que vivimos las cosas van tocando extremos fúnebres. El hombre se ha trocado en parásito y esclavo de las máquinas que inventa con la inocente alegría de un niño que mariscalca soldaditos de plomo. Mora en hipogeos o rn vizcachcras verticales llamadas rascacielos. Manduca casi exclusivamente alimentos prefabricados y envasados.. Camina diariamente sólo los veinte pasos indispensables para alcanzar el ascensor, el coche, el tren o el avión. Respira un aire averiado por los gases de sus máquinas y suspira ya por 21


un oxígeno industrial. Se desayuna con vitaminas y antibióticos y por la tarde se hace espulgar cl alma y ci bolsillo por el psicoanalista. Más: las radiaciones termonucleares están gangrenando los ciclos y los mares. Nuestro hombrecito tiene por ideal gigante la velocidad, acaso por ansia inconsciente de huir de su propio vacío. Su actitud de dar la espalda a la naturaleza significa dar la espalda a la vida. La sabiduría antigua elaborada por los viejos es sabiduría de invierno y no sirve para las otras estaciones. Menos nos sirve la fabricarla por los ingenieros y tecnócratas de hoy, porque es para gobernar máquinas, no cuerpos y menos almas. El inconsciente desprecio por lo que vive del azogado o reblandecido tripulante de las máquinas es la del borracho por el agua potable. Ahí está la naturaleza circundante. El bosque se dente con sus columnatas y sus sombras más sagradas que las de todos los templos. Y el incesante mar que nunca se repite y es siempre el mismo. Y la montaña que se inventó sus propios andamios y escaleras para subir al cielo. Y el firmamento acercándonos todos los azules de la lejanía. ¿Quién no vio una palmera jugando al barrilete con su propia copa o un setiembre en que todo el horizonte es un amanecer de duraznos en flor? ¿Quién no oyó alguna vez a los pájaros del alba poner en música en el aire el iris del rocío y la luz sobre la hierba? Pero el hombre atómico, que perdió el sentido del tiempo cósmico y del tiempo humano, y cuyo latido es el del reloj que lleva, no advierte nada de eso. Pasa a todo escape delante del paisaje que lo envuelve, sin sentirlo, y mucho menos siente ya el ritmo de los mundos que late en nosotros. Al contrario empeñado en explotar a la naturaleza como si fuera un yacimiento, se complace en violar todos sus secretos y bellezas como el perro bautiza todos los árboles que le salen al camino. Nunca se han pintado más cuadros ni escrito más libros o sonatas, ni multiplicado más los inventos y las técnicas, pero se olvida lo que ya advirtieron los más fervorosos cultores de las artes y las ciencias que hubo nunca, los griegos: que estas son inferiores a la vida, y que todo progreso que conspira Con tra ci crecimiento interior del hombre y su concordancia consigo y con los demás, no pasa de barbarie degenerada. Al contrario, el hombre atómico está más vacío que el de 22


cualquier otra época y llena su oquedad y su soledad con cifras, gacetas, radios y televisores, y se apega más que nunca a la librea de sus prejuicios sacros y profanos, y acude de nuevo al espiritismo y la astrología. Deslumbrado por la proeza del turismo astronáutico, no malicia que se trata de una puja almacenera entre dos potencias enemigas del futuro, y que la dilapidación multimillonaria que implica tiene por resultado el incremento sin par del ayuno y la servidumbre de las masas humanas. Y todo eso se intenta tapar con úkases, biblias y monedas. Y con estupefacientes, que son ciclo artificial e infierno verdadero. Pero no le hagamos el juego al nihilismo ni al derrotismo. La vieja sociedad está preñada de una nueva, y aunque el parto al parecer será moroso y sangriento, vendrá a su tiempo, porque el hombre —no la casta expropiadora— pese a lo consignado, no ha perdido su condición de criatura matinal y edénica, y abrirá los ojos del todo. Sólo entonces, cuando la epopeya liberadora le haga sentir en carne y alma vivas que todos los hombres son hermanos, dejará también de ser el tirano y verdugo de sus hermanos menores, los animales, y volverá a sentir la maravilla de las jirafas y los pájaros libres, y habrá menos adormideras que siemprevivas en su jardín. Y podrá jubilar a un tiempo las rejas de las cárceles y de las jaulas.

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LA PAMPA DE AMEGHINO Cuando encontré en el Plata un diente de caballo enterrado con los restos de mastodontes, toxodontes, megaterios y otros monstruos extinguidos. .. quedé estupefacto. DABWIN,

"El origen de las especies".

La mentalidad prelógica del hombre primitivo —puede hamársela también mítica o religiosa— se representó al mundo y a sí mismo autorizándose mucho más en la imaginación que en la razón. Basta recordar que los indios habían ultravisto que el mundo viajaba cómodamente sobre el lomo de un elefante. Pero ha cosmogonía de la Biblia no es menos pomposa y absurda. Un Jehová que mira en las tinieblas como un buho, y que un día, aburrido de eternidad y soledad, hace la luz y crea lo que existe, y tal como existe hoy, en seis jornadas. Al hombre le dedicó un génesis particular, amasando un muñeco de barro "a su imagen y semejanza" y animándolo con un soplido en las narices, tras lo cual le arrancó una costilla, le dio forma de muñeca que habla y guiña los ojos y se la adjudicó por compañera. La infantilidad llega al colmo cuando Noé salva la más que millonaria fauna de la tierra metiendo una pareja de cada especie en un barcaza de cuatro o cinco brazadas de eslora... Los filósofos griegos que aparecieron en Jonia después de Homero hace dos milenios y medio, fueron los primeros en 25


jubilar las "verdades reveladas" buscando explicarse el mundo por el solo uso de la razón y la observación. Con las limitaciones del caso, desvirgaron la senda del conocimiento verdadero. En astronomía fue preciso un gasto de veinte siglos para que Copérnico, rasgando el manto jordánico que la tapaba, mostrase la verdad ya descubierta por Aristarco de Samos. Heráclito de Efeso anunció el deceso de la teología mostrando que el mundo no es un cuadro vivo o una estatua sino un proceso, es decir, un tránsito y transformación sin pausa. Jenófanes anticipó una explicación correcta de los fósiles. Es vieja de veinte y tantos siglos pues, la verdad que entre los siglos xvrn y xix, vinieron a poner en vigencia Linneo, Ocksen, Mombodo, Goethe, Saint Hilaire, White, Lamarck, Darwin, Wallace y LylI y que ante los ojos entredormidos del mundo demostró que este no ha sido creado de una vez para siempre: viene transformándose, es decir, re-creándose sin descanso ni bostezos, y que las criaturas que hoy existen —el hombre entre ellas— son todas descendientes irreconocibles de ascendientes tan viejos como la eternidad. En nuestro país un hijo de italianos pobres, que no llegó siquiera a maestro de escuela, llegó a sabio geólogo y paleontólogo reconocido en Europa a los 26 aflos. En tierra de ignorante con título oficial de doctor, o de arrendador del saber parasitario. Ameghino, a los 30 años, escribió Filogenia, un libro en el que hay más sabiduría inédita y personal que en varias enciclopedias. Corno Sarmiento, fue un libertador de más calado y horizonte que Bolívar y San Martín, porque si es hazaña mayor cruzar los Ancles para clescnvugar los pueblos oprimidos, es más grande aón la de atreverse con los Andes de los prejuicios e intereses sacramentados, o con los Andes sumergidos de la geología en busca de una verdad más liberadora que una docena de victorias campales. Igualmente el paisano de Luján puede alinearse en la fila de los grandes baqueanos y rastreadores de nuestro país.Andanzas sin fin sobre las hierbas o las piedras, aun en las sombras, sin errar rumbo ni huellas? La de Ameghino fue una cuesta abajo por los pisos de la geología 26


bajo la noche cada vez más cerrada de los tiempos, en busca del primer fogón encendido por el hombre, tal vez hace un millón de años.. Gracias a su indomable esfuerzo y a la ayuda de su noble esposa y a la colaboración sin precio de su hermano Carlos, pudo Florentino exhumar de nuestras pampas millares de fósiles y clasificar cientos de especies y subespecies inéditas. Es imposible aquí enumerar siquiera la cáfila de sus descubrimientos y previsiones de rigor científico. Su teoría central —apoyada en observaciones y comprobaciones asiduas— es que la llanura argentina, comprendida la Patagonia, es el cementerio de la fauna mamalógica más antigua del mundo (incluido el hombre) y por ende su cuna. Como el continente sudamericano, por su extremo sur, estuvo unido primero a Oceanía y después al Africa, sumergiéndose y emergiendo de las aguas más de una vez a lo largo de millones de años, esas especies emigraron, evolucionando siempre, al Viejo Mundo, y algunas —los proboscidios— volvieron por ci estrecho de l3eliring al solar de sus tatarabuelos. Si no es obligatoria la aceptación integral de sus doctrinas, no puede discutirse la solidez y magnitud de los argumentos en que los apoya: el lector Puede verlos de bulto en el Museo de Historia Natural de La Plata, uno de los próceres del mundo y donde brilla la verdad ausente de los capitolios y las pagodas. Lo que menos sospecha el inmenso común de los argentinos es que en nuestra tierra vivieron y dejaron sus reliquias, a lo largo de los milenios, desde los días paleozoicos, los más prodigiosos representantes de la fauna de la creación entera. Ameghino lo curiosea todo desde el paleozoico, o mejor, desde su horizonte último, el cretáceo, cuando todavía nuestra América austral estaba eslabonada a Oceanía y Africa, y los saurios que fueran los señores del mundo durante más de cien millones de años, llegan antes de desaparecer, a su máxima lozanía: "Los colosos más formidables que hayan pisado la tierra firme de nuestro planeta. . algunos de un largo de treinta y más metros", todo esto entre una flora tropical, hasta en las mesetas patagónicas, y todo, (menos lo comido por el polvo) trocado en esqueletos de piedra, incluso los árboles. 27


Ni decir que la fauna está integrada por tiburones, cocodrilos y ofidios, de vasta envergadura y tortugas marítimas, fluviales y terrestres del más variado tipo, como la Niolanico, del tamaño de un buey. Se presentan también ya las primeras aves, desde las de formato mínimo como los pingüinos, hasta el Phisornis, que alcanza una alzada doble de la del avestruz africano en el comienzo del Terciario en tierras de Santa Cruz. También aparecen, con gran variedad de formas, los primeros mamíferos, algunos tan extrafalarios como la familia de los Pelté filos, en que había peludos con bulto de tapir, cuerno de rinoceronte y sed sanguinaria de tigre o de vampiro. La familia más antigua de los mamíferos, los rIicrobioterios, subsiste en nuestros días sin mayor cambio, habiendo presenciado a lo largo de millones de años todas las metamorfosis de sus parientes. También aparecen los antecesores de los canguros y demás didelfos. Todas estas formas alcanzan su máximo desarrollo en el Eoceno y demás períodos del Terciario. A lo largo de las edades la superficie de la tierra se ofrece tan cambiante como el viento. En el Terciario, la soberana creación de las montañas parece una réplica geológica al bulto de los grandes saurios desaparecidos: los océanos se restringen y profundizan, los continentes cambian de forma como amibas, y con ello la diversificación de la flora y la fauna apresura su ritmo. Los cetáceos, que originariamente se parecen a los anfibios o los reptiles, un día se vuelven mamíferos, y pese a ello, terminan regresando a la patria originaria del mar. Amcghino averigua, con agudo interés de detective a sueldo, la filogcnitura o línea de ascendencia de las más variadas especies que poblaron la Patagonia y la Pampa arcaicas. En el Terciario argentino aparece una serie de aves y mamíferos que a ojos vistas tienen aquí su cuna. Las aves corredoras de principios del Terciario patagónico fueron los pajarracos de más bulto que conoció la tierra. El Fororaco tenía una testa mayor que la de un caballo. Los Estereornitos, con más de cinco metros de estatura y pico y 28


zarpas de águila, no reculaban ni ante las fieras mamonas u ovíparas de peor fama. De los mamíferos unos emigran y van a morir en patrias remotas, otros se extinguen aquí sin dejar descendientes. Ameghino insiste en que el desarrollo orgánico va del menor al mayor tamaño, y que el gigantismo es la tumba de las especies. La biografía paleontológica de los Proboscidios o elefantes, vale una mención especial. Aparecen en la parte media de la formación Guaranítica, alcanzando tamaño de tapires, y después, con el Piraterio, el de un elefante actual. La línea se corta en Sudamérica para continuar el hemisferio oriental, a donde llegan por ci puente cretáceo ya desaparecido. Los encontramos en el Eoceno y el Oligoceno de Africa, representados por ci Paleornastodón y otros. En el Mioceno pasan a Euroasia transformándose en Dinoteriwn, Mastock5n y Ele phas. En el Mioceno superior el Mastodón pasó a Norteamérica, siguió hacia el sur, cruzó el puente que acababa de li gar a ambas Américas, al principio del Plioceno, y llegó a nuestra Pampa al mismo punto de partida del ciclo migratorio emprendido por sus antepasados. La paleontología es una epopeya homérica que dura millones de años y tiene por Troya el planeta. Veamos, como en un informativo cinematográfico, algunos de sus representantes de más rango, casi todos ellos contem-

poráneos del Homopampeus.

El Toxodonte, con sus tres dedos envueltos en cascos perfectos, bruto tan afecto al baño de inmersión como nuestro hipopótamo. El Macrauclienia, de cuerpo de tapir, cuello de jirafa y alzada de caballo. El A rtocterio, oso cuyo abrazo aplastaba como la caída de un roble. El Megatero, gigante desdentado, que solía sentarse sobre su cola a esperar sin apuro a que pasase el pampero. El Gliptodonte, peludo cuya concha el hombre coterráneo usaba de bóveda protectora, es decir, de choza. El Smiloclón, león-tigre mayor que todo felino vivo de hoy, que usaba de colmillos un par de curvos y aserrados yataganes. ¿No es todo esto, y lo que veremos, más rico de fantasía que el Raniayana, el Pentateuco y Las mil una noches juntos? 29


El A dán pampeano

Para Ameghino, en la geología pampeana los primates aparecen en el período cretáceo, es decir, a fines del Secundario. Este es ci gran diferendo inicial con los antropólogos del Viejo Mundo aun en el día de hoy. Su teoría, no por audaz y solitaria aun en el presente, es menos atendible y se basa en que los mamíferos, han tenido su cuna en las llanuras pampeanas y patagónicas puesto que sus formas más arcaicas han dejado reliquias fósiles en capas geológicas más antiguas que las del Viejo Mundo. Por cierto que este hecho general comprende también al hombre, modesto mamífero que (según lo reconocen los sabios sin prejuicios desde los días de Linneo) forma junto con los antropoides, los monos, la musaraña arborícola, los tarsios y los lemúridos, el orden de los primates. Ni decir que nuestro sabio rastrea la ascendencia humana hasta su más borroso origen: el diminuto Lemúrido de ojos de topacio. Para Ameghino, el hombre desciende de los Cleniatílidros

(Lemúridos) a través de los Prosimios, los Simios primitivos, los A ntropoideos, los Homunculíclicos y los Hominidios primitivos. Estos últimos son el tronco de una rama doble: los los A ntropomorfos y los Hominidios verdaderos. Los primeros degeneraron, bestializándose, pero los segundos —a través del Tetraprothomo, el Diproihomo y el Prothomo pampeanos— ascendieron hasta el Hombre. La degeneración de los A ntropoideos respecto a los Hominidios verdaderos, sus antecesores inmediatos, se dio probablemente por la incitación del medio selvático, pues la braquiación obligada los anuló para la marcha erguida, mientras el llano herbáceo obligó al pre-hombre a erguirse cada vez más sobre sus extremidades inferiores y a servirse sólo de ellas para la marcha, libertando sus manos hasta trocarlas en hacedoras de herramientas, al paso que la estación cada vez más erecta por la necesidad de otear la presa o el peligro desde lejos, facilitó el alzamiento del cráneo y con ello el del cerebro. Así, pues, ni los A ntropoides, ni el Pithecántropo de Java ni el Hombre de Neardenthal ni el de Heidelberg, son los antecesores del hombre sino casi hombres en proceso 30


regresivo. Para Ameghino la presencia, en un piso del Plioceno de huesos rajados longitudinalmente, de fogones petrificados o de hachas o cuchillos de piedra certifican la presencia del hombre tanto como los huesos de su esqueleto fosilizados, que también se encuentran. Los antropólogos europeos de hoy niegan eso, o mejor, lo ignoran. El antropólogo in glés, Osrnnn Hill, afirma en 1957, en su interesantísima obra, El, homlre corno anima!, que el Drijophitecns, que aparece en el Mioceno del Viejo Mundo. seria el probable tronco de donde salió la rama descendente de los Antropoides y de la que ascendió hasta el ¡-forno sapiens. Y sentencia: "Sólo en el oligoceno encontramos monos verdaderos". Ame ghino afirma por su parte: "En la base del Terciario, en la formación Patagónica (es decir, millones de años antes) hay restos de simios. En el msmo hori7onte geológico, en la formación Santacruceña, aparece la criatura mós revolucionaria de la antronolorfn, el profundamente misterioso e inquietante Hornunculus: "Es la semblanza de un cráneo humano en miniatura" (1-Tace de esto tal vez cincuenta millones de años, por lo menos.) Ea cuanto a 1a contemnornneiclacl del Ación pornneano con las hestas dr'l 'Plioceno, narece confirmarlo sin rén 1 ea el hellazçro —va muerto Amer'hino_ ri" una ninfa dr flecha o de lanra incrurtarlas en el trocánter dr' un to'odonte. No nos asornhrr'mo dr' masiaclo d' la larn mirada riel hiio de Lnión, mr'nos atado mio los sabios riel Vien \liirio a los prejuicios junco-cristianes riel continente decido. Ya. dice mucho que el feto humano de ias nrimeras sr'manas tenca cola como sus nntecesores cuadrónerlos o cuadrumanos. Y también un esbozo de branquias, lo que al'icle a sus remotísimos ancestros pisciformes .iNo decía la luminosa intuición del espfritu grieco, por boca de Anaximandro que la cuna del hombre estaba en el mar? Si la averiguación riel misterio del hombre total debió ser siempre y lo es hoy el problema más imnortante de la filosofía y de todo el conocimiento, como la advierte Husserl, el aporte científico y profético de nuestro preterido Ameghino a ese aumento de la luz liberada, cobra toda su prometeana significación en nuestros días, 31



EL HOMBRE Y SUS HERMANOS MENORES

Hoy cree saberse que los conceptos instinto y razón no se niegan o excluyen mutuamente; y se tiende a considerar al instinto corno una inteligencia cristalizada y automatizada, que ha dejado de evolucionar o lo hace en forma apenas perceptible. La inteligencia animal, aunque muy enana, existe. La inteligencia humana, tan prodigiosamente superior, sólo lo sería en grado y modo. Hay algo que la mayoría de los hombres ignoran o prefieren olvidar. Y es que el hombre, en su maravillosa carrera como tal sobre la tierra, no ha hecho sino —casi siempre— redescubrir o reinventar lo que ya estaba hecho o esbozado por los animales, aunque, eso sí, llevándolo a un deslumbrador desarrollo. La luciérnaga y ciertos peces submarinos inventaron la linterna sorda, e1 gimnoto la pila eléctrica, la mofeta el gas lacrimógeno, la serpiente la inyección hipodérmica, el castor, la ingeniería hidráulica, todo ello para no recordar que entre los peces, las aves y los insectos ya habían sido fabricados la aguja, la espada, el serrucho, el martillo, el escoplo, la coraza. ¿Acaso nuestro hornero —tal vez el mayor talento alado del mundo— no inventó la alfarería y la arquitectura con bóveda y todo millones de años antes que el hombre? Fuera de desconocer generalmente esa deuda, el hombre tiende a calumniar a los animales, declarándolos más brutos y feroces ele lo que son. 33


Hablando en puridad de verdad, los animales ni siquiera pueden ser llamados crueles. Más todavía, Hagenbeck, ( 1uizá el mayor y más profundo de los educadores de animales —una especie (le Pcstalozzi de la zoología—, sostiene que ci genio de las fieras está lejos de responder a su fama. Satisfecho su apetito, el león, como cualquiera otra fiera, mira pasar con indiferencia por su vecindad e1 menú viviente más apetitoso. Y algo mucho más significativo: se ha comprobado que ci hábito y la confianza, si las circunstancias ayudan, pueden cambiar radicalmente la conducta de cualquier animal. ¿Acaso el hijo del lobo, llama do perro, no se ha convertido en guardián de ovejas? Ilagenbeck afirma, apoyado en reiteradas experiencias personales, que educado desde cachorro con inteligencia, paciencia y dulzura —es decir sin látigo ni tiros de fogueo— el propio tigre real, en la mayor parte de los casos, puede convertirse en un criado sumiso, sino en un amigo leal, en una criatura no domada por el terror sino persuadida por el amor. (Cuenta de un tigre, ci más corpulento y truculento felino conocido por él, que una vez amansado, gemía por una caricia cuando su amo y ami g o pasaba junto a su jaula sin hablarle). Se sabe también que, mantenidos en jaulas contiguas, en mutua soledad —y sin carecer de alimentos, claro está— la oveja y el leopardo (o el perro y el león) llegan a sentir como deseable y aun indispensable su mutua presencia: hasta que un día, eliminada la reja medianil, conviven sencilla y cordialmente como dos parientes reconciliados. Todo Clic) sea dicho sin olvidar que incluso en las fieras salvajes se dan excepciones como la del pimia —el más astuto y ágil de los felinos y capaz de derribar un caballo o una vaca— que no ataca al hombre, a veces ni cuando precisa defender SU vida. Pero no se trata sólo de no calumniar a los animales. Se trata de no maltratarlos nunca y de no eliminarlos inútilmente. Para ello obran tres razones, es decir, tres argumentos absolutamente convincentes. salir del parte al menos, ha lqgrado El hombrer salvajismo sólo iecliante la - ayuda de los animales, o sea, la domcsticacinç la oveja, r.i cftb:lloeLper ro , la gallina y la vaca yhy mismo no podría subsistir - sin ellos, ya que 34


si los pájaros no se encargan de destruir millones y millones de insectos, no sería posible la agricultura y la ganadería se vería en apuros. La segunda razón es no menos decisiva o lo es más:mientras el hombre siga dando toinjmano a los animales, 110 lozr^irá jugstr_arse totalmente humano con u sniejants. El tercer argumento viene a decir que nada autoriza al hombre a coiisidpirsc una especie de conççsjQnario exclusivo del mundo, destruyendo a su antojo su belleza -- - --cuya p,I rte más vívida y próxima a nosotros cs la vida animal—, esa belleza yjentcguc es comounaatm6fera superior indispensable para la respiración del alma humana. Un pájaro por ejemplo, consu forma, sus colores, y sobre todo con su vuelo y su canto, es un regalo para nuestros ojos y nuestros oídos, pero también para lo más elevado e inocente que llevamos en nosotros.

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ZOOLOG,'A VIVA

El urutaú, el crespín, el cacuy, la tórtola, el tero, el benteveo son onomatopeyas volantes. La abundancia de plaga del ganado en la pampa de los días de la colonia llegó a oídos de los jaguares de los bosques del norte; comenzaron a descender, y los lujos del bosque se resignaron a vivir entre pastizales a orillas de las lagunas o los ríos. Hallaron su Jauja. Sólo daban de tarde en tarde con ¡in inconveniente: la corbata (le cuero, es decir, el lazo trenzado que los gauchos solían echarles al cuello. (El automóvil que corre a más de doscientos kilómetros por hora es la versión modernísima del más antiguo de los rodados: ci tatucarreta. Que hemos progresado ennvelocidad, salta al ojo. ¿Pero estamos seguros de haber ganado también en sabiduría de la vida? L Nuestro pájaro hornero, que constru y e su vivienda con barro y cielo, es el único albañil que no precisa andamios. Domesticado en ci mesolítico, el perro le sirvió de flecha al hombre mucho antes del invento del arco. 37


t 1

Cuando la fiera salta, salta siempre sobre su hambre. El oso blanco es e1 témpano viviente de los mares del polo norte. El caimán es el tronco muerto de los ríos del trópico.

Algunos pájaros —el cardenal y pájaro carpintero— parecen - usar ci gorro frigio quizás como una protesta libertaria contra la jaula, es decir, la más estrecha de las cárceles.

La araña pollito usa cuatro pares de Ojos: uno para ci día y tres para la noche. En la búsqueda de la verdad tal VCZ los sabios no hacenf más que seguir ci estilo de la caza mayor: la misma indaga ción en la jungla o en sí mismo, ci mismo enfrentamiento con el propio miedo y el propio coraje, el mismo gasto de pertinacia, sagacidad y presentimiento de lo imprevisto.

Un cocodrilo de buen apetito —lo tienn siempre óptimo— puede tragarse un gallardo ejemplar de lwino-sapiens sin dejar huellas, es decir, sin dejar la marca de sus dientes.

El entrenamiento del llamado dogo aigentino, en luchas cntroladas, con el jabalí y el puma, para la cacería de estas ficraa_.ís n__modeh de scvicia no iof'rior a la que gastan loslJÍ icos con sus prójms. Los pájaros son Si11 duda las formas y expresiones más hermosas de la naturaleza, dicho sea con permiso de las hijas de Eva. Un bosque o un soto sin gorgojcos o vuelos es como una ciudad devastada por ci cólera. 38


Las calumniadas víboras están cutre los pocos héroes capaces de sacrificar su vida a su libertad. Cautivas, hacen huelga de hambre hasta morir, aunque tengan que aguantar un trimestre.

Hay cazadores dispuestos a disparar basta sobre hembras que empollan.

Los excesivos felinos del terciario signen produciendo terror hoy mismo, ya vestidos de fósiles el,los muscos de historia natural.

Los naturalistas señalan varios casos de consorcios fraternales y vitalicios entre animales de distintas especies. El más sorprendente es el del pez comensal, aliado de la anémona de mar. Se sabe de elefantes, hipopótamos y cocodrilos que se resignan gustosos a hacer de apeadero para aves y aveciflas que vienen a redimirlos de insectos tripulantes. El conocido cazador fotográfico Schillings apegó un cachorro de rinoceronte a tina cebra que resiiltó una mimosa nodri".a. El que esto escribe vio el aio pasado en casa (le Donato Ro tas , en Mar del Pat. un gatito alzado sobre sus patitas traseras mamando (le una perra que permanecía sobre sus cuatro remos tan oronda como vaca de tambo.

Como ayer con los esclavos, hoy con los animales domésticos o de circo se sigue gastando más ci látigo que la lengua. E! tiro a la paloma (se trate de la e Venusla de] Área que incriormente muçhQJ2!ped ospplantcsno han cruzado el mundo de las cavernas. 39


El tigre intacto es él mismo. El tigre herido o baleado es el que nosotros hemos inventado: un torbellino de agresión antihumana. El vuelo y el canto del pájaro son una albricia menos para nuestros ojos y nuestros oídos que para nuestra alma siempre reseca y sedienta de bosque y cielo.

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ZOOLA TRÍA La ingenua mente de los hombres de la prehistoria, tan inteligentes como nosotros, pero que carecían (le experiencia en el uso de su razón frente a los fenómenos de la naturaleza y de la vida (tal como ocurre hoy entre los pueblos salvajes) no advertía ea demarcación profunda que establecemos entre ci hombre y las bestias. Físicamente, el hombre es una criatura menos fuerte, resisi tente o ágil que muchos de los hijos de la zoología y en épocas muy remotas, cuando aún no había inventado sus armas y trampas ni{is eficaces, debió sentirse muy por debajo de muchos animales. Frente a la majestad monumental del elefante, por ejemplo, o el satánico poder de la víbora, que camina sin patas, o la capacidad de visión y de vuelo del águila, o la violencia incontrastable del león y del tigre, o la resbalosa astucia del zorro y el lobo, o las patas calzadas de viento del venado y del caballo De la admiración y el asombro, a la adoración, no había más que un paso, y el hombre lo dio sin inconveniente. Así muchos (le sus primeros dioses fueron animales. El fenómeno se produjo en todos los lugares y edades y aún hoy se lo registra en pueblos más o menos demorados en ci pantano del salvajismo. También fue muy común entre los hombres de la edad de piedra el tener a mucha honra que el tatarabuelo y protector de su tribu fuese algún animal de prestigio, que consideraban sagrado, y cuya carne no se podía comer a menos que fuese una vez al año. Era el totem. 41


Este ingenuo y absurdo sentimiento evolucionó con los siglos, pero ha dejado rastros hasta hoy. ¿Qué significa, sino, el dragón chino, el águila prusiana, el león ibérico de los escudos heráldicos de sus respectivos pueblos? Alguien supone que muchos de los dioses y semidioses de un pueblo tan limpiamente inteligente como (1 pueblo griego, eran meras metamorfosis de animales totémicos y por eso los conservaron corno símbolos de su genio: así, ci águila de Júpiter, las palomas de Venus, cI león de Hércules. El hombre tuvo, pues, y aún tiene, el culto del animal o zoolatría, o el de una combinación biforme de hombre y bestia. Entre los egipcios ocupó un alto rango Anubis, dios con cabeza de chacal. Los griegos creyeron en la existencia del minotauro, el centauro y el sátiro, es decir, la forma humana aliada a la del toro, del caballo y del chivo. Aun supusieron que el centauro Q uirón 1rec'dió a los siete sabios de Grecia y fue e] maestro de Aquiles, como Aristóteles fue el maestro de Alejandro. Desde los remotos orígenes, hasta hoy, en la religión brahamánica, la vaca ha sido un animal sagrado en la India. Los nativos del Malabar —cuenta un antropólogo actual— comparten con los hindúes la adoración de la vaca, y matarla y comerla es para ellos un crimen tan horrible corno el homicidio. ¿Cómo puede asombrarnos, pues, que en la patria de Buda y del mahatma Gandhi el hombre sea una víctima de la vaca y no al revés? Es decir que no sólo la agricultura y la ganadería menor deben ceder terreno, sino que millares o millones de hindúes deben vivir agonizando o morir por exceso de ayuno para que las vacas sagradas sobrevivan. Y tanto es así, que la filantropía pública corre por cuenta exclusiva del tigre real que, carente de inhibeioncs devotas, hace lo que puede, el pobre, por librar a la India de la plaga de SUS vacas intocables. Del supuesto indiscutible de que la naturaleza humana y la bestial están a un solo nivel, nació la creencia, en algunos pueblos, de que los pecados del hombre pueden ser trasegados a un animal. Los judíos acostumbraban cargar a un animal de barba de profeta con todos los pecados del pueblo y desterrarlo al desierto: era ci llamado chivo emisario. En nuestros tiempos, los marroquíes suelen dar pensión a 42


un jabalí en sus establos a fin de que recoja, como un alfiletero, todos los rucios espíritus que moran en los caballos alterándoles ci genio. En ciertas regiones de Arabia se hace pasear a un camello por todos 'os barrios de una villa o aldea para que recoja la peste, cuando la liar, y después se lo echa a pique en un hondón sagrado.

Cunas salvajes En el dominio de las aguas fluviales o marinas no existen prop iamente hogares. Las guaridas y cuevas de los mamíferos terrestres no revelan mayor gasto de ingenio y ahinco, Esto corresponde al mundo de las ave. Las aves evolucionaron niás resueltamente no SÓlO que los reptiles, sus predecesores inmediatos, sino que los propios mamíferos. En la evolución de la naturaleza viviente el espíritu va esculpiendo cada vez mejor la forma y expresándose más efica7mente a través (le ella . . . O, dicho de otro modo, al creciente enriquecimiento y afinamiento del sistema nervioso responde un mecanismo externo cada vez más esbelto, ágil y armonioso. Es lo que nuestro Ame ghino llama 1 a cefalización de la vida. Por esa ruta ascendente las aves se antieinan a los mamíferos sin excluir a los primates, es decir, al hombre; ellas que en gran proporción al menos, consiguen librarse de la reclusión en el agua y la tierra, alzándose a la libertad del aire, al niavor disfrute de la luz, hasta parecer que a través del vuelo, el cielo calase no sólo sus plumas y sus huesos sino sus almas. Las profundas observaciones de Massingliam demuestran que las aves llegaron al canto —es decir a la primera música que escuchó el mundo— cuando ci resto de los animales no había pasado del silbido o el aullido, del rugido o el rebuzno. Eso no fue todo, Massinhm suciere que el canto de los pájaros —de algunos ya que no todos cantan— no surgió sólo como un desborde de vitalidad y , una expresión (le gratitud a 43


la luz y a la dicha de vivir, sino también y principalmente al gozo sagrado de amar y ser amado. El canto habría nacido, pues, como un homenaje trémulo al dios del amor, corno un acorde del corazón enamorado y del corazón de la vida. Naturalmente la hazaña del nido alzado por encima de la tierra, es decir, colgado de la rama, fue a la vez un homenaje al amor de la pareja y al amor a la prole. Y de veras no está demás recordar que cuando el reptil y ci mamífero apenas conocían la cueva, la yacija o el escondrijo, ciertas aes habían ya inventario el arte del nido. Se ha dicho que en la vida animal todo sale del huevo, sin excluir a los mamíferos. Ahora bien, la diferencia en el Cuidado de ese huevo es lo que marca el ascenso evolutivo. Desde luego los peces y demás hijos no vivíparos de las aguas abandonan sus huevos al azar de las aguas o al reparo de las costas o la topografía submarina. Digamos de paso que no hay una relación matemática entre el tamaño del huevo y el tamaño futuro de lo que da a luz. El caracol gigante pone huevos apenas iguales a los de una paloma. Los huevos de la anaconda, la más sansona (le las víboras del mundo, son mayores que los del cocodrilo. Los de este animal, destinado a tener hasta seis metros de eslora y un peso de cientos de kilogramos, apenas si son iguales a los (le un ganso... El cocodrilo de Africa pone sus huevos en la arena para que el sol los incube. El de la India los tapa con ramitas y hojas hasta el momento de destaparlos cuando ciertos ruidos sordos anuncian que la nueva generación está forzando las puertas para pasar de las tinieblas a la luz. No falta una variedad de víboras —la víbora toro por ejemplo— que no abandona sus huevos a la providencia sino que les procura el íntimo calor de su cuerpo: los empolla a su modo. El ornitorrinco pone huevos y los empolla corno una gallina, aunque la temperatura de su sangre es mediocre. Eso sí, como es el patentador de la técnica nutritiva llamada lactancia, el honrado ornitorrinco se saca la leche de donde no tiene y da de mamar a sus hijos. Por cierto que su yacija es tan modesta como el nido de ciertas aves terrenas que se reduce a un hoyo o una mera depresión en el suelo. Son las aves de alto o largo vuelo, y especialmente los


pájaros, los inventores de la arquitectura. Por cierto que el nido en la rama viene de la necesidad de salvar los huevos de la impertinente curiosidad de toda clase de peatones, topos, ratas, hurones, cerdos, armadillos, zorros. La variedad de nidos es tan grande como la variedad de pájaros. ¡Qué gasto de ingenio, fantasía y esfuerzo y qué alarde de eficacia y de. gracia! Desde ci enorme nido del pájaro llamado cachalote, que puede aguantar el peso de un hombre barrigudo, hasta el nido del colibrí, semejante a un estuche para perlas; desde el sabio nido del pájaro sastre hasta el genial edificio del L hornero, No son los grandes volátiles los mejores constructores de nidos. El del águila, emplazado bajo ci reborde de una peña o en la rama de un árbol, es tan sumario que un desplazamiento de polluelos significaría un suicidio involuntario. El cóndor ni siquiera hace nido; pone sus huevos directamente sobre el piso rocoso bajo el amparo de algún saliente del murallón de piedra nevado. También es de piedras, o mejor de gui!arros, el nido del pingüino, aunque sabiamente dispuesto para evitar el contacto de los huevos con el suelo mojado de los deshielos. Las gaviotas anidan también sin mayor preparación ni recaudos sobre algún estrecho saliente de la escollera, es decir, a centímetros del borde del abismo, sólo que la especie ha tomado una precaución misteriosamente sabia: lo asimétrico (le la forma del huevo con un extremo agudo, y redondo el otro, que impide rociar hasta el borde, capeando así codo peligro de derrumbe. El nido de los patos, cisnes y gansos, aunque improvisado en un hoyo del suelo, es hecho con las más menudas y finas plumas que el ave va arrancando del cuerpo: un edén (le molicie y tibieza. El nido del colimbo flota sobre las aguas como una balsa redonda. Se dice que la cerceta pose dos o tres nidos, uno para empollar, otro para lbergar los pollos, los cuales, al crecer, ayudan a la construcción de un tercer nido. El nido del picaflor, corno se sabe, está elaborado con telaraílas y pelusas de ciertas cáscaras y semillas y tiene tal resistencia que puede ser botado contra el suelo sin peligro de que se rompa. Muchas personas, por ignorancia presuntuosa o in45


genua, creen que lo de pájaro-sastre es un énfasis retórico o una andaluzada. Pero naturalmente no hay tal. El pájaro sastre inventó la técnica de la alta costura millones de años antes que los maestros de la aguja y el dedal. ¿Cómo? Usando de aguja su propio pico y de hilo alguna fibra vegetal o sacada de algún capullo de oruga. Cose así los bordes de dos o tres hojas próximas entre sí de cierta planta y hace de ello la armazón externa de su nido hecho (le plumón y fibras. No menos admirable, sino más, es la hazaña cumplida por el pájaro hornero, Primo hermano (le la golondrina y el vencejo que también trabajan con algo de barro sus nidos tapizándolos con briznas secas y plumas. El hornero eleva eso a un plano mental y material tan alto que se coloca con ello entre los pájaros más talentosos del mundo. Aunque su tamaño no pasa del de un zorzal, su nido llega a los treinta centímetros de diámetro con muros de quince milímetros (le espesor y un peso de cuatro kilogramos. El material de construcción combina fibras y crines batidas con barro y lo fabrica incluyendo una alcoba y una sala, ci todo montado bajo una bóveda que se burla de la lluvia, el viento y el granizo. ¡Un pájaro inventando el ladrillo, la bóveda y el rascacielos un sinfín cli milenios antes que los alarifes de Babilonia o Nueva York!

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LA ZOOLOGÍA Y LAS ARMAS

La profunda inteligencia y creadora fantasía de la dirección que rige la naturaleza ha provisto a sus hijos de armas tan variadas corno eficaces. Desde luego que ci más transparente espíritu de justicia preside su obra. Queremos decir que las armas defensivas son de tan ínclita calidad corno las ofensivas.

Dientes Por cierto que los dientes y colmillos que sirven para asir, desgarrar y triturar 'os alimentos —no pocos de rebelde dureza— son armas tan respetables en el ataque como en el contraataque. Constituyen, desde luego, las armas favoritas de los felinos. Cuando el león o ci tigre saltan sobre el lomo de su víctima son los perforantes y filosos colmillos servidos por quijadas de músculos de atleta los encargados de la ejecución capital aserrando la nuca. El maquerodo, bestia ya extinta, que tuvo su edad de oro a fines del terciario y comienzos del cuaternario, poseía un par de colmillos superiores de bordes en sierra y tan exagerados que parecían un par de corvos de verdugo musulmán. No era sujeto de excesiva talla, pero gracias a su instrumental quirúr47


gico podía derribar un rinoceronte o un hipopótamo como si fueran un ternero. Tampoco los cánidos son despreciables en este terreno y bien sabemos que un tarascón de lobo o de bulldog no se parecen a un beso. Lo que no todos saben es que los dientes mayores y de más infernal poder están en el mar, empezando por los del cachalote, concesionario máximo, y sin olvidar que sus quijadas confieren a la orca el título dei más acreditado asesino de los piares. En cuanto a las del tiburón, pueden cortar a cercén, de un solo golpe, la pierna de un náufrago o un nadador. El elefante ha exagerado tanto el largo de sus colmillos que precisó para sostenerlos una talla y un cuello de proporción simétrica, y después debió estirar tanto los labios para alcanzar el agua o el pasto que se le trocaron en manguera. que puede hacer también de látigo o clava. En cuanto al colmillo de las víboras venenosas es una obra maestra de ingenio, delicadeza e inapelable eficacia. El diente acanalado comporta una tan sutil fragilidad, que debe ir acostado como niño en la cuna: sólo se yergue en el momento fulmínco del tarascón.

Uñas largas Desde luego las garras de los felinos son casi tan respetables corno sus dientes, que es cuanto puede decirse, aunque de más poder en proporción son las garras de las falcónidas. El balcón peregrino puede atravesar la nuca o el corazón de su víctima de un solo apretón de su cuádruple zarpa cucliillera. No menos profunda es la zarpa de un tipo muy pacifico que no se mete con nadie por su cuenta si no es con las hormigas. En efecto, provocado gratuitamente, el oso hormiguero puede levantar un perro en vilo ciñéndole el hocico con sus facinerosos ganchos delanteros, o trenzado con el jaguar en un abrazo romano, éste suele resultar inseparable, es decir, mortal para ambas partes. 48


No todos saben que las uñas de las patas traseras del león, el leopardo o el lince, pueden resultar tan desgarrantes como las delanteras. Tampoco son despreciables del todo las uñas cavadoras que permiten a su dueño improvisar un túnel salvador, o como en el caso del quirquincho, una trinchera en la que clavando las uñas en el sucio, se vuelve tan duro de extraer como una muela.

Cascos y pezuñas Ya vimos que las armas de las huestes que se baten en retirada son tan efectivas como las (le SUS victimarios o aspirantes a tales. Las patas bisulcas (las pezuñas de vacas, camellos o jirafas) o solípedas (los cascos del caballo, ci mulo, el onagro o la cebra) tienen tal virtud de contundencia que pueden abollar como una olla los cráneos más fornidos.

Cuernos y estoques Nadie ignora que las astas de las cornúpetas pueden equivaler al estoque cuando no a la pica "de larga sombra" de los héroes de Homero. Si Dios le presta ayuda a tiempo, una vaca salvaje defendiendo su cría puede despanzurrar un puma con su horquilla. El arma del pez espada, ci esgrimista del abismo, no es cuerno ni colmillo, sino una mera prolongación (le la mandíbula superior. La espada fue inventada pues, millones de años antes de que ci hombre patentase como su yo el invento. En ilustración de su capacidad de estrago, Plinio cita ci caso frecuente en las costas de Mauritania de que estos sablistas del mar perforaban no pocas veces los cascos de los buques. Cornide confirma el hecho. 49


Picos Los picos desempeñan sin inconveniente el doble papel de útil de cocina y de espOón guerrero. En el cóndor, por ejemplo el arma ofensiva no es la zarpa sino ci pico, que puede arrancar los ojos o la lengua del asaltado. El pico del ramabú es una espada de Damocles pendiente siempre sobre su consuetudinarias víctimas. El tucán? No es un pájaro sino un espolón de abordaje montado sobre un par de alas.

Colas Es sabido que la cola puede ser también arma suficiente. A colazo limpio ataca la iguana a los débiles. Lo mismo el cocodrilo y el caimán, aunque con resultados mucho mayores. En cuanto a la ballena, nadie ignora que un revés de su cauda puede echar a pique un bote o una lancha con su remeros y sus remos. ¿La cabeza usada como masa o clava? Es lo que hace el pez martillo, verdadero inventor de esta herramienta. El pitón, malayo y la anaconda indoariiericana pueden derribar a un hombr', por gordito que sea, de un simple cabezazo. El cachalote va más allá: con un envión hacia arriba de su orográfica cabeza —como un futbolista cabeceando su balón— puede desfondar un barco.

Púas Lo de adornarse con espinas para poner a ra ya arrimos demasiado confianzudos, es ocurencia de muchas plantas, desde el tala al rosa]. No pocas aves —el gallo, ci chajá, etc.— usan 50


puones en las patas o debajo de las alas, como un estilete. El puerco espín, plagiando a] cardán, lleva este arte a su perfección última: se viste de espinas.

El abrazo y el beso Los osos y ciertos monos y algunos víboras sin veneno, procuran dar a sus adversarios un abrazo tan constrictor como una pesadilla. La boa es la decana del género: su innumerable abrazo helicoidal puede reducir a esquirlas la osamenta del favorecido. El beso riel vampiro es el de judas. En cuanto al pulpo, sus envolventes y suecionantes tentáculos combinan el abrazo y el beso.

La carrera y otras técnicas La carrera más o menos ventosa o acrobática es la puerta de escape de los que huyen del peligro en tierra, aire o mar. El modelo insigne es el de] avestruz y el del ñandú que no sólo disparan como un ventarrón sino que dcspligan imprevistos giros. Sólo que los perseguidores, si no quieren morir de anemia, deben pirrarse por homologar a los práfuos. El águila y ci halcón tratan de superar la celeridad de traslado de sus posibles presas, que escapan por ci aire o la tierra. Lo mismo hace el delfín en el agua. Si los felinos —con excepción del chita— no son maestros en la carrera, lo son en el salto. Ninguno lo es tanto como el puma, aunque tiene un magistral competidor en ci canguro. El jibión y el calamar escapan a mansalva tendiendo una cortina (le tinta, es decir, de tiniebla, ante las pestañas de sus adversarios. No menos sesudo, y mucho más paciente y esforzado es el trabajo de la arafia, urdiendo y tramando los hilos 51


de su tela tramposa, invento sugerido sin duda por el diablo en persona. Apenas hemos desbrozado nuestro tema. Los recursos ofensivos y defensivos en la fauna escapan a todo censo. Si la vicuña y ci guanaco tratan de clausurar los ojos del curioso impertinente con un salivazo, ci zorrino ataca con su invicta manguera de azafétida. Ciertos monos acuden a métodos aún menos caballerescos: usan de proyectil sus saldos digestivos.

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ANIMALES SAGRADOS

No es sino perfectamente explicable que el hombre primitivo, tan inteligente corno cl del hoy, pero sin experiencia en el uso de su intelecto, cay era en errores lamentables. El manejo correcto de nuestra razón, o sea, la familiaridad cori la ley de relación entre causa y efecto, ci descubrimiento de la frontera entre lo posible y lo imposible en la naturaleza, entre la realidad y las quimeras, fue o es el resultado de una reiterada y secular experiencia, un lento aprendizaje más de la especie que del individuo. Es igualmente comprensible que el hombre arcaico se sintiera harto más deleznable que muchas de las poderosos criaturas —de la flora o de la fauna— que lo rodeaban. De ahí su admiración por ellas, y de allí a sometérseles y rendirles culto no había más que un paso. Así nació e1 totemismo. Aun el más sucinto prontuario de la idea u ocurrencia llamada fotem según la cual el hombre se consideraba descendiente o ahijado de algún ancestro vegetal o zoológico, basta para mostrar a qué estrafalarias prácticas, a qué humillantes bajezas pudo descender la inteligencia del hombre. No nos extrañemos demasiado. La mayoría de los hombres no ha eliminado del todo la remota herencia. Desde luego, nuestro tatarabuelo histórico tendía a no ver ninguna diferencia entre el espíritu o la naturaleza del hombre y la del bruto. De ahí la idea vigente durante centenares de siglos de que ci hombre y la bestia podían engendrar híbridos 53


como el garañón y la yegua, o de que por castigo de los dioses ci alma del pecador pasaba en una segunda vida a alojarse pcnitencalmcnte u ci alma de un animal inferior. Somática y psíqu i camente —para la mente salvaje— la persona humana y la persona zoológica son perfectamente equiparables. De ahí todas las consecuencias del caso, es decir, la existencia de centauros, sátiros, minotauros, sirenas, esfinges o dioses con cabeza de perro o de león. La existencia de dioses zoomorfos se explica porque, a pesar del supuesto de que el hombre y las bestias tienen un cuerpo y un espíritu equiparables, éstas suelen ganarle en rapidez y potencia. De ahí que las tribus o pueblos elegidos (todos se sintieron tales) tuvieran a mucha honra ser descendientes de algún animal veneraHe por su fuerza, su prestreza o su astucia: el águila, ci león, el oso, el venado o el jabalí, el elefante o la serpiente. No nos riamos d sdcñosamente. No estonios libres del todo aún de la herencia paleolítica. Que lo digan. sino, ci águila prusiana, el oso ruso, el león ibérico, el cóndor chileno Ahora bien, de la seguridad de que al comer la carne de una criatura cualquiera el comedor heredaba las virtudes del merendado nació la zoofagia sagrada, o sea, el tragarse la carne del animaldios para divinizarse un poco. Cuando la persona humana, con ci correr del tiempo, fue di gna de servir de dios, nació la antropofaia mística, la más subhmementc cruel Y estúpida (le las prácticas humanas, puesto que se apoyaba no en una ilusión imp!aeible. no en una idea de justicia, sino en un afán de redención buscada a costa de la vida más floreciente o inocente. Eso sí, se procedía según una antinomia que hoy apenas podemos comprender. El animal, considerado sagrado y protector, devenía intocable para sus devotos, menos el día de la cena eucarística, en que se' lo niapducabapa asimilar sus atributos. 41 Los adoradores del 'dios tebano Amói consideraban sagrado al carnero. El carncro?cf pro 13Tmón. Después, Anión fue representado como un hombre con cabeza de morueco. El dios originario de Mcndns fue ci chivo. Los griegos representaban al gran Pan —a naturaleza divinizada— bato el aspecto (le Ufl sátiro, es decir, de un hombre con astas, patas y barbas de ¡reo, 54


En toda Siberia y en las regiones del río Amur, hasta Kanchatka, ci oso era el animal más gigantesco y temido. Es natural que ascendiese al rango de dios, y en efecto fue o es adorado como tal por muchas tribus, como los giligakos y los amos peludos del Japón, entre otros. En ciertos puntos de la isla Fernando Poo, la serpiente cobra es tenida por ángel guardián, es decir, como el OSO en el norte, mantiene a raya a los espíritus malignos. En Penjab celébrase una vez al año el culto de la serpiente por gente de todas las castas y reli giones. ey Naturalmente ci tigre real no sólo es rey sino divinidad en la India y en Sumatra para la mayoría de los naturales. Sólo es permitido faltarle al respeto para salvar la propia vida o vengar ci sacrificio de algún deudo. Y aun entonces debe invocarse su espíritu a fin de aplacarlo, pues, en caso contrario, el espíritu del tigre muerto se volvería más devastador que la agresión del ti gre vivo. El cocodrilo fue tenido por divinidad a la que debía propiciarse, en vez de ofenderla, por todos los pueblos primitivos que tuvieron el privilegio de ser vecinos suyos. Es verdad que su carne correosa y de gusto y aroma poco convincentes no resultó recomendable para la comunión mística, pero era prohibido atentar contra su vida, a menos que lo hiciese obligatorio la ley del talión, es decir, el deber de cobrar una deuda de sangre. Pero aun entonces se imponían ceremonias conjuratOrias, pues la muerte del cocodrillo podía ser cobrada por alguno de sus parientes, tan vengativos como los corsos. Ciertas tribus marítimas de Siberia traen a la ballena muerta hasta su aldea para rendirle homenaje, confiando en que el espíritu del gran cetáceo, snsible a la gratitud, olvide su venganza. Los esquimales creen que las almas de la ballenas y las focas muertas permanecen unidas a sus vejigas y que volviéndolas a echar al mar se facilita que sus almas se reencarnen en nuevas formas. Antecedentes y casos como los consignados hasta aquí tomados de los trabajos de algunos antropólogos modernos, especialmente del monumental libro de Frasei, La rama dorada", podrían prolongarse sin término.


Cuando los korsakos matan un oso le quitan la piel, dejando unida a ella la cabeza: una mujer se la pone y baila con ella, rogando al oso que se muestre amable. Los indios del clan del oso de la tribu Ottawa son más convincentes aún en sus preces: "Tú sabes que nuestras criaturas tienen hambre. Ellas te aman y desean tenerte dentro de sus cuerpos. ¿Te parece poca cosa ser comido por los hijos de un gran jefe?". En Africa ocidcntal si un negro mata un leopardo, lo traen maniatado ante el jefe de la tribu bajo acusación de haber atentado contra un superior jerárquico. El negro contesta que se trata de un capitán de la selva, es decir, de un jefe extranjero; entonces lo ponen en libertad al tiempo que recompensan al leopardo, coronándolo con la gorra del jefe y bailando una danza en su honor. En Africa oriental, si los negros se ven obligados a matar un león traen su cuerpo ante el rey de la tribu, que le rinde el debido homenaje, tirándose al suelo y frotando amorosamente su cara contra el morro de la fiera. Los cafres arrojan una lluvia de flechas contra el elefante gritando: "No nos mates, gran capitán!". El lector del mundo de la cultura occidental no dejará de reír de lo meridianamente absurdo de tales creencias y lo briosamente grotesco de tales prácticas. Pero hay que andar con cuidado. No muchos de los llamados hombres civilizados de nuestro siglo están libres de aberraciones equivalentes a las consignadas, aunque nosotros no las refutemos como tales. ¿Qué otra cosa significa la insumergible vigencia de la astrología, del espiritismo, las mascotas, los talismanes el temor al número trece, o ci descreimiento en el hombre y ci mundo y la creencia en el más allá de gloria sin eclipse o en el régimen carcelario de satanás, con su central de informaciones clandestinas y sus procesos no indignos de la Gestapo o la CPU? Dei totemismo o culto del dios zoomorfo se pasó al culto del dios híbrido, es decir, zoo-antropomorfo. De allí salieron los dioses cinocéfalos de Egipto, los minotauros de Creta, las esfinges, los centauros y sátiros de Grecia, las sirenas y tritones de los marineros antiguos. Finalmente, los dioses, se encarnan en figuras humanas que son adoradas y sacrificadas por los hombres buscando en la ingestión de su carne la asimilación 56


de sus poderes divinos. La antropofagia fue la primera forma de eucaristía. La tribu observa respecto a su totem una actitud divergente o contradictoria, en apariencia, al menos. Lo odia, teme y vencra al mismo tiempo. Considera un sacrilegio, o sea peor que un crimen, el ofenderlo o matarlo, pero lo hace una vez al ao para ingerir sus virtudes en una cena mística. Es un simple detalle de una de las prácticas más viejas de la magia simpatética, inherente, al parecer, a las más remotas y diversas tribus humanas y en vigencia aún en los salvajes de hoy. La ingestión de carne de corazón de león comunica coraje, la del ciervo ligereza, la del oso fuerza, aunque también pesadez. Comiéndose un par de ojos de lechuza o de hóho puede adquirirse ci don de ver en la oscuridad de las noches o de las cuevas. Todo lo sagrado no sólo era intocable sino que su mera vista podía resultar peligrosa. Para la mente primitiva la santidad era un virus cu y o contagio podía producir una enfermedad incurable, e incluso la muerte. El jabalí, particularmente peligroso por su miope y colmilluda iracundia que podía mutilar al cazador, fue animal temido en casi toda la antigüedad corno lo dice el hecho de que una de las proezas magnas de hércules lo constitu yese la destrucción del jabalí de Enmanto. Nada de extraio, piles, que el jabalí fuera un inmemorial totem en Egipto. Que el dios Osiris muriese despedazado por un jabalí indica, según los mitólogos de nuestros días, que en sus orígenes Osiris fue un diosjabalí, (lo confirmaría también el hecho de que para cegar en su fuente hasta el menor intento de comer carne porcina se difundiese el convencimiento de que producía la lepra). No nos extrafie esta antinomia entre los orígenes de un dios dientudo y cerduclo y SU posterior evolución en que es el dios Osiris el que muere despedazado por un jabalí. Lo sa grado lleva implícita siempre la idea de terror, horror y anomalía. Puede suponerse también que tanto o más que el miedo a los colmillos de la fiera, obraría en los egipcios el espanto ante su hocico hozador, cuan do las piaras de chanchos salvajes invadían ci blando limo de la hoya recién sembrada del Nilo.

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Prohibición de matar y comer cerdo o vaca El mezclado sentimiento (le t(lnar y veneración hacia el cerdo pasó sin duda de Egipto a (recia. Siria y la India. Si recordanios que la matanza del jabalí de Enmanto ocurre a comienzos de primavera, cuando la nieve llena aún los barrancos, sospecharemos que se trata de un mito solar. En el Rig-Veda, Rudra, el padre de los vientos, es invocado como un jabalí celestial, destruido por Indra. En la mitología germánica, \Vodam, dios de la tempestad, tiene un jabalí a su lado, Atis, en el Asia Menor, moría lanceado por un verraco. Que los fieles de este dios se abstuvieran de comer carne de cerdo expresa sin duda que éste era tenido por encarnación de Atis. Igual ocurría con el dios Adonis —también sacrificado por un jabalí— y con sus fieles, de quienes nunca se oyó que mataran y manducaran cerdo. Lo que parece contradictorio no lo era para. la mentalidad mágica o la religiosa: justamente por sagrado, el cerdo no debía ser matado ni comido. Así lo entendió y practicó ambén el pueblo judío, parte del cual se esfuerza en conservar la tradición hasta ho y por pura idolatría del pasado. No podía matan ni nirendar cerdo, no por temor a la triquinosis u otro aspaviento profiláctico —cosa de la mentalidad lógica, pero no de la prelógica— sino porque el cerdo había sido un totem, aunque sus devotos lo ignoraran. Sólo podía ser sacrificado e ingerido sacramentalmente, esto es, en un banquete místico. Aún en tiempos del gran Isaías, algunos israelitas acostumbraban a reunirse sacramen tal mente en sus huertos a comer carne de cerdo (Isaías, cap. €5, y. 4.) Todos los pueblos pastores parecen haber tenido en sus orígenes dioses cornudos y rumiantes. Desde luego está el buey Apis de los egipcios, aunque éstos fueron o devinieron principalmente agricultores. Los tebanos, adoradores de Amón, consideraban intocables, a los carnrros y sólo una vez al aio, en el festival del dios, sacrificaban un morueco. con cuyo ve l lón cubrían la imagen de la divinidad. FI carnero era smpienicnte el propio Amén, dios animal de Tebas, como el chivo era ci dios de \Iendes. Los griegos concebían al gran Pan, encarnación de la naturaleza to58


da, corno un Dios caprino, Zeus y Dionisio asumían o asumieron alguna vez, forma de toro. También tenía cabeza de toro el pavoroso dios Moloch de los cartagineses y el Minotauro de Creta, ajobos devoradores de hombres vivos. Contra la indignación de Moisés, los israelitas del desierto adoraban el becerro de oro. No constituye una excepción, pues, el respeto sagrado de la India por la vaca, aún en plena vigencia. La excepción está en ci hecho de que una gran parte del pueblo hindú se resigne a morir de hambre aún en pleno siglo xx por mantener viviente un absurdo sacramentado hace más de treinta siglos por su casta sacerdotal. Imposible entrever este misterio sin formarse previamente una idea aproximada de lo que es ci brahmanismo. 1-le aquí un intento de resumir en un párrafo algo de lo que dice el más profundo tratadista del tema. El hindú es el pueblo que ha vivido —vive aún en gran parte— más de espaldas a la realidad, despreciando no sólo las lecciones del pensamiento lógico y la inteligencia política, sino las del mero sentido común y olvidando hasta el instinto de conservación. Su vida es un sueño. Es decir, un absurdo y una contradicción, como explica Hegel. El feligrés de Braliarna es delicado y sensible en tal grado que cree debe respetar toda vida, hasta la de una hormiga, menos la propia, puesto que su voluntad recóndita es la autoanulación, el nirvana. No castigi r a la mujer ni con una Flor. Pero obliga a la viuda a inniolarse galantemente en la tumba del esposo y ha creado la sociedad de castas más infernal conocida en la historia. Su ascética renuncia a toda idea racional sobre la vida privada o pública, a todo sentimiento de libertad interior y exterior, lo llevan a una servidumbre política que se completa con su indefensión mural como la mano derecha con la izquierda. Tal es la opinión de il "Filosofía di' la historia universal"). Sólo así se explica que las vacas de la India, vueltas intangibles por el brahamanismo, sean el peor enemigo no sólo de la vegetación de la India sino de] estómago, la inteligencia y la dignidad de innumerables hindúes.

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EL GIMNOTO ELECTRICO

No queremos hablar mal del hombre, apocando o enturbiando su fama. Al contrario. Nos suscribirnos gustosos entre los decididos admiradores de su admirable biografía, la más interesante, sin duda, de todas las criaturas que viven entre la tierra y el cielo. El, el más audaz aventurero, el de experiencia más complicada y rica, el que ha errado y acertado más; ci que más se ha atrevido consigo mismo y con cuanto le rodea, llegando hoy, en su desmedida ambición, hasta una visita domiciliaria a los planetas vecinos o a hacer volar el globo terráqueo con el petardo atómica. Bien, bien. Pero de eso a compartir su fanática crencia de que él es el maestro y modelo de todos 'os seres, el pionero de todos los inventos, el inaugurador de toda novedad y maravilla, no y no. 1-la modificado muchas cosas, ha imitado con felicidad muchas otras, pero como crear o inventar, ha hecho mucho menos de lo que él se imagina. En el terreno de la creación propiamente dicha, quizá las dos hazañas auténticas del hombre se reduzcan al invento del pensamiento abstracto y al de la música. De ésta última se dirá que el hombre, y su compañera —aunque no se crea— eran mudos o apenas si pasaban del gruñido, el alarido o el rezongo, cuando ya los pájaros habían inventado el canto y la calandria hasta grababa en un disco parte de las melodías aladas del vecindario. Todo eso es muy cierto, pero no lo es menos el que hay una distancia interplanetaria entre el ruiseñor y Chopin, entre la calandria y Luis van Beethoven. Digamos, pues, que miles de in61


vcntos que el hombre cree suyos, ya fueron patentados por los animales cuando él no sabía aún alzarse sobre sus pies, o simplemente no había aparecido sobre la tierra. Así, millones de años antes de Volta, Edison o Marconi, la electricidad entraba en ci uso casero y personal de muchos personajes de la zoología. Los orígenes remotos y vigentes de la vida siguen hoy tan ocultos corno en ci alba del mundo. Esa fuerza que zigzaguca en el rayo y en la piel del mono, en el cabello de la mujer peinándose c) del gato atusándose el bigote, es quizá el fundamento de la vida y lo que podría explicar la atracción y rechazo de los astros entre sí, de los hombres y mujeres entre si. Está probado que el pelo de la mayor parte de las personas puede echar chispas en relación con su índice de vitalidad y que a causa de su mayor elasticidad, las cabelleras de las morochas y también SUS ojos son más chispeantes que los de las rubias. Ahora bien, de despedir ocasionalmente algunas chispas más O menos superficiales, a un verdadero reservorio de electricidad, hay mucho trecho. Mora en Tos mares templados un pez de forma asaz aplastada, tanto que no parece un pez, y con una cola que parece el pedúnculo de una flor acuática y un color oscuro (le fango o de nube de tormenta. Es la raya llamada torpedo. Su corriente eléctrica es producida por dos órganos situados a ambos costados de la cabeza. Por cierto que su nombre no proviene de una ocurencia o una metáfora, pues se trata de una especie de botella de Leyden, aunque más débil. Existe una media docena (le peces productores de electricidad, todos más o menos dignos de la fama de salteadores fulminantes de que gozan. Eso sí, el concesionario máximo del poderío y el terror electrocutante en todo el reino animal es el gimnoto. Se trata de una anguila cuya cola, tan larga como la de un pitón, se compone, según los zoólogos, de un tejido musculoso formado por miles de celdas sumamente pequeñas que son otras tantas pilas galvánicas en miniatura. Agréguense, como detalles agravantes, que el gimnoto usa un cuerpo de tres metros de largo y que prefiere como domicilio las zonas más infernalmente fangosas y cálidas de los ríos y las ciénagas del 62


Brasil y las Guayanas. No se extrañe, pues, que cuando su cola, que es internamente una batería eléctrica y su cabeza (se supone que el cerebro es la usina central del sistema) se ponen en contacto con el cuerpo de la víctima, se produzca una descarga equivalente a 300 voltios, es decir, a una corriente tres veces más intensa que la de los hilos de la luz eléctrica comunes (según los entendidos) y que su resultado sea casi infaliblemente la defunción súbita del agredido, sea quien fuere. Alejandro Humboldt cuenta haber presenciado la muerte galopante de diez caballos en el cruce de un río fangoso, atacados quizá por el mismo gimnoto. Descargadas sus baterías, el gimnoto se esconde, necesitando, según un zoólogo, un largo período de reposo y sobrealimentación para cargar nuevamente sus baterías. Se preguntará por qué la maldita bestia ataca a un mismo tiempo con la cola y la cabeza, como un tigre con sus colmillos y garras. Los técnicos responden que lo hace para cerrar el circuito de sus baterías vivientes. Se dirá que de ese fúnebre demonio —que como el rayo, aunque sin ruido, produce la muerte por contacto—, huyen todos como de la peste. Así es, con excepción del hombre que cuando lo gra echarle el guante, es decir pescarlo, se lo come tranquilamente sin reparar en las baterías eléctricas. Y hasta lo encuentra exquisito.

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INOCENCIA, ALEGRÍA Y SABIDURÍA DE LOS PA JAROS a Teresa y José' María A mago

Antes de crear la alianza del cerebro conccbiclor y de las manos ejecutivas de] hombre, la mayor hazaña de la Naturaleza fue ci ascenso de] reptil a pájaro, la invención de las plumas y las alas, es decir, la colonización del cielo por la tierra. Y el pájaro inventó (1 canto, millones de años antes de que apareciera el hombre, nueva bestia gruñidora al comienzo, antes del invento nc1 lenguaje articulado. Y cuando la unión sexual del hombre era un ocasional ayuntamiento externo, como el del insecto o el bruto, el pájaro había inventado el cortejo, arguyendo con ci plumaje y el canto, el juego y la danza de alas, hasta hacer del fugaz impulso fisiológico un sentimiento permanente. (En muchas aves la unión devino una pareja vitalicia. Y no olvidemos que la paloma inventó el beso introduciendo su pico en el pico entreabierto de su cónyuge.) De todos los hijos de la zoología, el pájaro es propiamente el mico que inventó la construcción de ]a vivienda. Mientras el reptil y el mamífero se reducen a excavar una cueva en el suelo o a aprovechar el primer escondrijo a mano, el pájaro, guiado por el amor a su compañera y su prole, hizo del nido una obra maestra, alzándolo a la mayor distancia del suelo, es decir, en un arrabal del cielo. El pájaro sastre confecciona una especie de tienda de campaña colgante. El pájaro carpintero ta65


ladra el tronco de un árbol para proporcionar hogar seguro a los suyos. Nuestra rúa —llamado también cachalote— pergcña con ramas secas \' espinudas un caserón diez veces más grande que su bulto, e impracticable hasta para las víboras, a fin de brindar un orondo refugio a los suyos. El hombre en general tiende a posponer lo más manantial y del mundo. Millones de años antes que caldeos y babilonios inventase el barro batido, el ladrillo y la hóvena, y nuestro siglo el rascacielo, los había inventado él. La hazaña, dados su tamaño y su falta de her ramientaos, es superior a la de las Pirámides de Egipto o a la Catedral romana de San Pedro. Se trata de una albañilería celeste, en que la forma del horno repite en el nivel del cielo la forma del cielo sobre el nivel de la pampa. El hombre en general tiende a posponer lo más manantial y auténtico de la vida por lo más artificioso, aberrante y mecanizado inventado paf él, como el escribano suele posponer a su esposa por sus documentos y expedientes. Los seres humanos, en su mayoría, suenan a falsos, pies son extrañamente pocos los capaces de dar salida espontánea a su propia música. De ahí que la lección del pájaro sea tan insustituible. Al trocar la posición horizontal por la vertical —el tránsito del prehombre al hombre— se perpetró la mayor revolución habida sobre la tierra y la mayor hazaña del hombre. Al violentar así la tradición zoológica, devino la criatura más inteligente, pero a la vez la más enfermiza, y su convalescencia tira para largo, pues su salud, lejos de recuperarse del todo, parece agravarse más, segú n lo dice su manía de encerrarse en ciudades cada día más semejantes a políperas, más mecanizadas y aturdidas de estruendos y averiadas de gases. El hombre va trocándose en un apéndice de las máquinas que maneja. Eso por afuera; por adentro ocurre algo equivalente. Como no pocos lo han denunciado ya, parte de la llamada cultura se ha vuelto una impedimenta para la vida auténtica y natural. En vez de afinar nuestros sentidos y nuestros sentimientos, tiende con frecuencia a averiarlos. Es tan penoso como espolear una 66


mula renga, el tratar de desviarlo de sus hábitos o ideas heredados. No alcanza a advertir que sus modas son refritos, y que sus prejuicios son los pilares de un orden social que amenaza derrumbarse. Tampoco sospecha que la decadencia de los instintos y los sentimientos es tan aciaga como la decadencia de la inteligencia. ¡Culto del pasado y la tradición, de los museos y las bibliotecas y hasta de las verdades reveladas un día en los peñascos del Sinaí y los arenales de Arabia! Los dioses nos libren de renegar de los libros, pero es chica ventaja para ci hombre si la hojarasca impresa reemplaza cada vez más a las hojas edénicas de los árboles. Y he aquí que tal vez nada mejor que el alerta del pájaro, hijo de la aurora, para espantar nuestras pesadillas nocturnas y retomar la buena senda: el contacto anteico con la Naturaleza. No olvidemos que la primera música que escucharán la tierra y los cielos no fue la de Palestina o la de Beethoven, ni siquiera la del arpa de David o de las hadas y los ángeles, sino la de los pájaros. Y eso en tiempos en que el hombre apenas si estaba aprendiendo a gruñir o balbucir. Podemos agregar que la voz de muchos pájaros anticipa la de algunos de nuestros instrumentos musicales; el pito, el triángulo, las castañuelas, el arpa. El silbo del zorzal es quizá el que mejor anuncia el sonido de la flauta, tal vez el solo de la siringa del dios uno y todo de los griegos. Recordemos que toda música delgenio humano se ejecuta sobre instrumentos inventados por él, es decir, muertos, y por eso, pese a su casi celestial grandeza, por eso simplemente, no puede parangonarse a las melodías de ese instrumento vivo, de esa criatura alacrísima y libérrima entre todas que es el pájaro. Otro sí. El canto del pájaro solitario no es nunca una música para sólo dar salida a su euforia o escucharse a sí mismo. Es también un llamado a sus semejantes, una invitación al diálogo, pues toda criatura viviente huye de la soledad corno de la tumba.

La necesidad (le canto en los pájaros es tan poderosa, que muchos cantan en cualquier estación, o casi bajo el dintel de la noche, y hasta bajo la llovizna. 67


El canto del pájaro es siempre genuinamente salvaje: siempre hay en él un rumor de fuente, un misterio de bosque, un eco de quebrada o gruta montañesa, sin contar ese círculo de magia que es la soledad de la naturaleza. De ahí que el canto del pájaro en la jaula doméstica carezca de su encanto más profundo. Las voces agudas, vibrantes y bruscamente cambiantes de los pájaros expresan bien sus saltos de la fronda a la luz y Viceversa, mientras el canto de la torcaz, bajo y monótono como el arrorró de las madres indias, es canto (le intimidad y penumbra, de cuna y sueño. En la soledad y el silencio sacros del bosque no perturbados por ningún rumor de origen humano es cuando únicamente el canto del pájaro asume toda su elocuencia paradisíaca y esa especie de gracia interior que percibimos sin lograr definirla. ** Tres enseñanzas —y de la más diáfana sabiduría— proporcionarían los pájaros al hombre si supiera escuchar: primera, que la libertad es ci mayor de los bienes; segunda, que el cantar es más importante que el yantar; tercera, que el gozo de vivir es el primer sacramento del mundo. ¿La belleza de sus formas y el esplendor de su colores? El don celeste de sus vuelos tanto Como el de sus cantos? Sí, todo eso, pero la gracia primera de los pájaros es la inigualable intensidad y alegría de su arte de vivir. El exceso de preocupación o de temor es ci secreto enemigo de la felicidad. El pájaro —como los demás animales, fuera del hombre— no piensa en la muerte o en ci peligro sino en la ocasión precisa y sólo por ci tiempo exacto que él dura. Instantes después de capear un riesgo (le muerte, ya está comiendo, o cantando o jugando, angelicalmente olvidado de él. Por eso ci pájaro puede ser feliz. 68


( ¡

Para los pájaros sí que la vida, pese a todos sus contratiempos y restas, merece ser vivida. Ellos sí que saben burlarse gbriosamentc del memento niorj.

He aquí un centcnar de tordos adueñados de la copa de un árbol, que para agradecer a la creación el gozo sagrado de vivir que les infundió, dan un concierto en que todos a un tiempo gorgean y arpegian, menos con sus lenguas que pulsando Sus almas (le cristal. Y lo que resulta es algo holgadamente superior a El árbol que canta de L as m il j una noches.

Apenas cabe duda alguna que el alba y la primavera vienen hasta nosotros gracias al llamado irresistible de los pájaros, ese alerta a lo que hay de niño en nosotros aun en los años veteranos. Tal como en la mujer, la belleza en ci pájaro es inferior al hechizo que en él comienza con el del nido y los huevos, para rematar en el del canto, ese balbuceo de la luz. El canto de los pájaros es el reloj despertador de la Naturaleza. Suena para todos, ese celeste esperanto que es comprendido por gentes de todas las latitudes y profesiones, incluso por los prestamistas y los ropavejeros. El silencio (le la alameda, punteado o rayado de tarde en tarde por el silabeo de los pájaros es lo único capaz (le aliviarnos de la tortura de los ruidos mecánicos de hoy, desde el de los campanarios y los altoparlantes al de las máquinas de escribir, las cuchillerías y las motocicletas. No, no es un chirrido mecánico el del pájaro cantar que repite un compás único con ligeras variaciones. Sin contar que los hay (algún mirlo, alguna calandria de excepción) que varían ese compás hasta parecer que dan (o dan (le veras) una melodía inédita, como manantial fluyendo en ondas siempre vírgenes. Se trata de algún individuo fuera (le serie, es decir, capaz no solo de perfeccionar lo heredado o aprendido sino de ineentar, anticipándose al llamado genio entre los hombres.


El canto del ruiseñor es tenido por un nocturno más o menos chopiniano y melancólico. Pero no es del todo así. Si su inspiración se exalta con ci plenilunio, no le ocurre en menor grado con el verde y el azul revelado por ci sol, tal como un poeta platica con su musa en un calabozo como en la orilla del mar. Sólo que el rey del canto, más que nadie, necesita libertad. Se sabe, en efecto, que cautivo en la época de sus nupcias, se deja morir en pocos días. De los otros, apenas uno de cada diez soporta un año de cautividad. Pero el hombre parece a ratos como la bestia fúnebre por vocación. Come también carne de ruiseñor, como las víboras! Parece ser que los griegos creían que el ruiseñor que desaparecía al final de una estación para volver a sus comienzos en el año siguiente, era el mismo. Necesitaban tenerlo por imperecedero y así lo declararon. A ello alude la oda de Keats: Thou wast not for cicath, inmortal Bird (No naciste para la tumba, pájaro inmortal)

Volvamos al invento de las alas. El hombre, arribó en sus máquinas a la luna y cree haber superado infinitamente el vuelo de los pájaros. Pero no es del todo así, porque él no vuela propiamente, sino que viaja embotellado en su aparato. Mientras lo del pájaro es la sublimación del movimiento, el vuelo vivo, la libertad y la felicidad con alas . . . algo que el hombre puede igualar o sobrepasar sólo en alas de su espíritu. El vuelo de alto bordo del cóndor, ci chajá, el águila o el halcón no solo eleva ci paisaje terrestre sino que profundiza Ja altura y hondura del cielo. El vuelo del albatros es el blanco lazo nupcial que desposa ci azul del cielo con el del mar. El desfile de las grandes aves en vuelo multitudinario no solo es muy superior a las procesiones reli g iosas o castrenses sino al de las legiones angélicas de Dante y Milton que ellos imaginaron retóricamente pero que nunca presenciaron. Mientras dura la luz, ci picaflor y la golondrina —que nunca huellan la tierra— viven más en el aire que en las ramas. Sólo que olvidamos un detalle y es que el alma del pájaro también es más alada que la nuestra, pese a que no pocos de


nosotros aun soñamos cii volar al cielo después de la misa de difuntos. ¿Que extraño que los pájaros con más calorías en la sangre y con ritmo más rápido en el corazón que nosotros precisen gastar su exceso de ener g ía en jueos, chacotas y travesuras, persecuciones infantiles y falsas alarmas. Salo que estos niños aéreos hacen de su vivir un casi ininterrumpido recreo de patio escolar. Los hombres se cnregan al juego para ciesaburrirse de la vida: los pájaros porque están ebrios de ella. Eso sí, no olvidemos que el invierno puede ser tan temible para ellos como para los lobos: el negra hambre sobre la cándida nieve, ángel anunciador de la muerte. Y que a sus inquietudes y penurias (la nevada nue les tapa los granos o insectos de su y antar, el diluvio o el ventarrón que les cleshilacha o les avienta los nidos, ci halcón que baja de lo alto y la serpiente que sube de lo bajo) se agrega la escopeta y, peor todavía, la muerte viva que le ofrece la jaula.

ro hay algo de belleza mayor, pájaros tienen sentimientosternura.j Los libros (le los tratadistas están llenos de ejemolos de aves que se adhieren a su salvador o cuidador con h , altad canina. O que no sobreviven a la viudez. O casos como ci de aquel ganso que se apeó de su vuelo para auxiliar a un compañero aliquebrado. La solidaridad, o simpatía o amor entre ellos va más allá del vínculo nu p cial que sólo dura una primavera. y más allá de] ámbito (le la propia gi'ev. Cuando el chajá o el tero profieren su -rito de alerta ante el peligro es para toda la feligresía alada o pedestre del vecindario. Se han visto dos pájaros de distinta especie ligados nor una pura amistad, o a un individuo alimentar a otro, también adulto, sólo porque este tenía el pico roto.

Todo lo expuesto hasta aquí vuelve apenas concebible la existencia de destructores o mercachifles de pájaros. El salvaje degenerado suele esconderse detrás del hombre culto, cuando no filantrópico o santurrón, Guillermo Enrique Hud71


son cuenta de un terrateniente ing l és que, por consejo de su guardabosque mandó matar a todas las garzas de un bosque próximo, y de otro que hizo lo propio con los ruiseñores; en ambos casos con el argumento de que ruiseñores y garzas perturbaban con su alboroto el sueño de las faisanes que el amo criaba para cebar ci prurito cinegético de sus nobles huéspedes. ¿Algo menos creíble todavía? El caso de un amante de los pájaros de canto que cauterizó los ojos a un mirlo para que cantase con más sentimiento, y que al otro día, ante su víctima m erta a raíz de la operación, lo lloró a lágrima viva. De nuestro progreso espiritual da una clara idea el que míentras los griegos hicieron del buho el ave heráldica de Palas Atenea, diosa (le la inteligencia, nosotros hemos hecho de él un ficuco para asustar niños. La legañosa crueldad de los cnjauladores de pájaros es mayor que la usada con las grandes fieras, porque éstas pueden devolver alguna vez ci golpe, y dspués porque la libertad de las alas es infinitamente más alta que la de los talones. Se cuenta que el gran Leonardo solía comprar pájaros enu lados sólo por el diáfano placer de devolverles el contacto con el cielo y el bosque. (En realidad cuando enjaulamos un pájaro es nuestra alma la enjaulada.) La jaula implica tal atentado contra la libertad y gozo sagrado de vivir que su aridez no le permite descuajarse en lágrimas. Y el hombre no llegará a ser propiamente tal mientras no asimile la pedagogía que predica el pájaro; la vida sin libertad es una mala traducción de la muerte. La--sueursaldeiirrotT Flnr en unos cuantos ccntme ros c e alami tep .oauna criatura hecha no más que para vivir de pura libertad y puro cielo! El naturalista o el caballero amante de la naturaleza que caza los más bellos pájaros para entregarlos al taxidermista a fin de exhibirlos a la admiración de los visitantes en los museos de historia natural, representa un caso de necrofilia. En efecto, nada más inconscientemente criminoso y más parecido a una degollación herodana de inocentes, que la muerte de los pájaros más hermosos para negociar sus plumas, o su captura para venderlos a los propietarios de jaulas, que embalsaman al pájaro sin quitarle la vida. 72


Pobres pájaros! Se los mima, se vigila celosamente su alojamiento y su dieta después de confiscarles su vuelo y su ciclo corno quien diera limosna a un hombre después de haberle pillado sus bienes. No es mucho, pues, pedir que los tratantes de pájaros (tramperos por su cuenta o la de mercachifles coleccionistas o natu ralistas) sean tratados con menos miramiento que los tratantes de blancas. De tfltinw hora: Pese a todo lo expuesto hasta aquí sobre el fervor zooeida y carcelario del hombre, la cosa no está mostrada al desnudo. No es el hombre el inculpado sino las casias expropiadoras del hombre, que lo condenan a la agonía del ayuno vitalicio o a su ejecución millonaria en la guerra, todo para salvar los dividendos. Mientras tal lindeza impere, ¿pueden los hijos de la zoología esperar mejor trato? Amemos a los pájaros por sobre todas las cosas, pero no por sobre los hombres y menos por sobre las mujeres. Casi nunca o nunca el instinto es un déspota inamovible. Los pájaros no cantan como el arroyo fluye, aunque así nos parezca. El canto CS una adquisición lograda por ciertos pá¡aros a través (le los tiempos. Después cada pájaro perfeccionó en grado mayor o menor su trova escuchándose a sí mismo o escuchando a los mejores cantores del contorno.

La astucia con que muchos pájaros burlan al tonto malo que intenta saquear sus huevos o sus pichones, simulando estar herido y disparando con rumbo opuesto es tal vez la anécdota más linda del bosque.

Conocer al pájaro en la mesa del disector o del taxidermista o en el museo de historia natural, implica un conocimiento muerto. Conocerlo en su cotidianidad salvaje, en diálogo con cuanto le rodca, es el conocimiento vivo, el ónico que realmente importa. 73


Voltear las puertas de una cárcel o de una jaula es algo más grande que lanzar una nueva teoría científica o un cohete atómico. Dar noticia de todos los pájaros es casi tan difícil como contar las goteras de un aguacero. Conformémonos con pasar lista a los más mentados pájaros patrios. El llamado Loro barranquero que excava sus altas cuevas en los barrancos de los ríos, aunque imita con escaso interés nuestra charla articulada es uno de los pájaros más inteligentes del mundo. El haberse vestido de verde para confundirse con la fronda es una prueba de ello. La otra es su sabio sentido de lo social y la precaución de poner centinela relevable en la punta de algún árbol mientras la tribu asalta algún maizal en sazón. El halcón viajero caza sus presas en ci aire casi con la prisa del rayo, sólo para manducarle el cuello y la cabeza abandonando el resto. El Halcón azulado es uno de los grandes bailarines del aire. Baja y sube en el espacio, y por un largo instante permanece al pairo vibrando las alas como una mariposa. El Chinu7ngo come carroña, pero prefiere alimentar a sus pichones con pichones ajenos, Y el vivir de carroña tampoco le impide aterrizar en el lomo de al gLI ún burro o caballo con matadura a la vista y comenzar a alinorzarlo sin esperar la defunción del favorecido.

Pese a su metro y medio de estatura la Cigiieña anida en la copa de los árboles como un jilguero cualquiera. La Garza es ci más lerdo de los voladores, pero apurada por el halcón puede elevarse verticalmente por encima de su pretendiente hasta dejarlo en ayunas. Aún no está despejada la incógnita de pájaros que como el Chorlo se reproducen en tierras sitas a más de ochenta grados 74


de latitud norte, es decir, en los arrabales del polo ártico y vienen a veranear en el extremo austral de nuestro territorio como los ricachos nórdicos en Bariloche. El Zorzal pardo es tenido por ci mejor trovador de los cielos argentinos después de la calandria de alas blancas, Su silbo puede oírse a tres cuadras de distancia. El mayor encanto de su voz es que mezcla en proporciones iguales, —como el amor—, la alegría y la melancolía. (Lo estoy escuchando en el Parque Peralta Ramos y por cierto que su voz vale más que todos los millones invertidos aquí en bungalows de lujo por nuestra beocia y motorizada burguesía.) Nuestro patagónico Cisne de cuello negro DO cede en escultural y pictórica belleza ni al nocturno cisne australiano ni al albo cisne de Europa. Dijimos ya que en el hondo canto de la Torcaza ci bosque se anticipó a poner en música el sollozo humano. Nuestra Calandria americana no es por cierto la alondra del Viejo Continente. Su condición Sin cotejo es la de ser una celeste ventrílocua en que resuena casi todo el resto de la música alada. 'Sc trata, piles, de lilia afortunada piagiadora? No, porque por encima de todo, tiene su propio canto, sólo que a través de él filtra todo sonido que le interesa, hasta los gritos y gemidos. A zara opina que la calandria nunca repite sus notas en el mismo orden y que el canto de una calandria nunca es igual al de otra. Según nuestro Hudson la calandria de alas blancas es el mejor cantor alado del niundo y su música puede llevar a un éxtasis mucho más red que ci de los místicos o los drogadictos. Otro sí digo, pues, que la melodiosa niima tiene un mérito de más quilates que Su música: enjaulada, deja de cantar, en muda protesta contra la más cobarde de las barrabasadas humanas. No podemos olvidar la melodía li!ipiitinse de la Tacuarita, alegre siempre como una buena noticia inopinada, ya sea en la cerca de nuestro jardín, ya en el corazón del desierto, 75


La muy artística combinación del gris perla y el blanco nieve de parte de su plumaje con el escarlata cardenalicio de sil y de su altiva cabeza no le veda al Cardenal un canto de tan jocunda y vigorosa diafanidad que parece que cantase a cien leguas de su jaula, digo celcstemcnte olvidado de ella. En muchos pájaros su intensidad de vida estalla en un nimbo de colores y esplendores. Con su cabeza de plata y sil de cielo, su cresta de rubí y hasta sus huevos blancos salpicados de un rojo sombrío, el Cardenal azul es gloria de los ojos. Pero su canto, como dice alguien, es "apenas un esfuerzo por recordar algo que ha olvidarlo o lograr algo que presiente". No nwnos ilustre es la hermosura de azul y amarillo violentos de la ropa del Naranjero, pero su trémolo se parece modestamente al balido de un cabrito. Con Su aterciopelado negro y su amarillo áureo, el Cabecita negra no es un gran cantor, pero subvuga igual con la clanciad y constancia de sil Cuando sil está en el nido, el cabecita, posado muy cerca, canta en voz baja sólo para ella. La voz del Boyera es un largo silhdo de jinete que arrea su piara. Su nido, adherido a alguna zarza lacustre, pende a medio metro del agila. Pero posado en la punta de algún junco, la alta belleza de sil lóbrego y su cabeza escarlata eclipsa la de las Flores del contorno. (En tiempo de Rosas le llamaban el Federal, sin duda con beneplácito del hombre de Palermo, ya que el negro del pájaro le recordaría los calabozos v su rojo los degiiellos diarios de la Mazorca.) Bajo sus alas y cabeza de carbón, el Cliurrinclie cobija un pecho y un vientre de rojo tan llameante que finge una amenaza para el pajonal seniiseco. La gloriosa policromía del traje del Picaflor supera al de todas las gemas reunirlas porque es la de una gema viva. Pero tiene algo mejor que eso y es su intensidad de vida y movimiento. La rapidez de sil igiiala a la del vencejo con sus setecientos cincuenta kilómetros por hora, Sobre eso, el colibrí apenas tiene noción del peligro y puede pasar a 76


un milímetro de las narices del perro, zorro o tonto mal intencionado que se acerque a su nido. Sin el menor temor al hombre penetra en su casa y aun intenta libar las flores de papel del jarrón cuando no las flores pintadas en la pared. Tan liliputiense corno la tacuarita, el Sietecolores le sobra cuerpo para dar cabida a los colores más ardientes y variados de la tierra: amarillo áureo, blanco de nieve, negro de azabache, escarlata de sol poniente, canillas oscuras y patas de naranja vivo. El Corhatita que no tiene nada sobresaliente en su manto ni en su canto es como arquitecto un artista que apenas cede la derecha al hornero, y no es poco decir: un nido que gasta la nlínirna cantidad de material y la mayor cantidad (le ingenio: una especie de hamaqiuta naraguava tejida con raicillas y Fibrillas y cerda de caballo —obra maestra, al modo griego, de a guante, ligereza y gracia. Más que el del canto el arte del nido es obra del amor no solo a la compañera sino a los hijos futuros. El Hornero es sin duda el más nrofimdo de los arquitectos alados ya que millones de años antes dr que el hombre rrcén venido al mundo se refugiara en las ramas de los árboles o las cuevas de las fieras, va el hornero había inventado ci rase2eielo. es decir, uno alta vivienda de dos cámaras y techo J ^ bóveda hecha con barro cocido al sol desnniç de haberlo ansonndo con paja o cerda. Con el tiempo se vniviá tan amigo del hombre ene hace su nido en el mojinete del rancho, o meior en el poste d el trl grnfo para inforroarse de naso (le ls nove rlrdes de la familia humana çl' la nne parece senfirse casi uno <-1e s " s rn,emhros: no es nci nim en Co'-rientes lo hayan 'llevado a la pila hmiHmal llamándolo Alonrn Cerc. Más nne el terutero es el eiiardfan s;n sueldo de las tribus aladas. Cuando Alonsito mete más hulla de la habitual es ene el zorro, la comadreja o el halcón asoman las narices por la vecindad. Pero el ser un celeste alhnñil no le vedo al hornero sr también alguien en ci canto del amor y la ale gría. Decenos de veces en una mañana la pareja horneril interrumpe su obra o el cuidado de sus hijos para celebrar con desbordado alborozo la dicha de ser dos en uno. Como le sobra guapeza, todos los años eleva un nido nuevo dejando ci viejo para los necesita7


dos de la tierra. No faltan campesinos piadosos que aseguran que el Hornero no trabaja el día domingo, tan respetuoso como un cuaquero (le las ordenanzas de Moisés. El Leñatero construye la casa de más bulto conocida después de la del hombre. Pese a la escasa fuerza de su pico y de sus alas lleva hasta la copa del árbol elegido palotes de casi una vara de largo y gruesos como un dedo de hombre, es decir, verdaderas vigas, trab/tnclolas en tal forma que el nido puede resistir el peso de un hombre, flaco o gordo, sin romperse. Pero el pájaro, por ci solo hecho de serlo, lleva la gracia consigo. No precisa pluma de lujo, ni voz de arpa ni casa ingeniosa para ser ornamento del cielo y de la tierra como nuestra intermitente huésped, la Golondrina, gitana de todos los cielos. O la A lmita. o V iudita, o A ngelito de las animas, cuya alucinante blancura rodeada de negro y de quietud, de

silencio y misterio ha llevado al campesino a ver en ella un alma o un ángel del alma de los niños muertos, O la pequeña Tijereta, cuyo vacilante vuelo no le impide afrontar y perseguir al lomudo, picudo y uñudo Carancho empeñada en tonsurarle la mollera con la tijera de su cola. O el Benteveo con su chaleco de sol y su a'egría más solar que su chaleco. Ni siquiera podemos dejar de lado al Pirincl?o, porque es la más alegre y sociable de las aves y su jóhilo se alarga en una especie de relincho de la altura. ¿Que su pichón es más feo que una mala noticia? Sí, pero sale de un huevo azul y blanco tan hermoso como la bandera de Belgrano. Pero no queremos olvidar la mejor albricia de que puede ser portadora el pájaro. Quien atraviesa en una noche espesa de tinieblas algunos de esos campos sin almas vivientes, siente que el alba asoma en su propio corazón cuando oye el primer pío de los pájaros anunciando la llegada del cha. O el que cruza, arriesgando el extravío, una de esas travesías mudas en que el agua está más lejana que los luceros y escucha de pronto el eco de un silbo o un gorgeo, siente que esa humilde musiquita es más sagrada que el coro de las iglesias y aun que el coro de los ángeles, porque testimonia la presencia de algún escondido ojo de agua, es decir, de la salvación y la vida. 78


LA ANACONDA

El misterio de la serpiente Es preciso comprender que ningún convencimiento puede ser exhaustivo o absoluto y que hay que resignarse a dejar un margen para ci misterio. En ningún caso esa precaución es tan aconsejable como respecto a la serpiente. En efecto, ningún otro animal, y desde la más honda antigüedad ha suscitado tan universal mezcla de intriga, terror y admiración corno ella. Y también veneración, porque el hombre tiende a venerar lo que desconoce y teme. Todos los pueblos, hasta ci menos supersticioso —el griego— reconocieron condición sagrada a la serpiente. La palabra pitonisa, que viene de pitón, confirma nuestro aserto. Sin pasar una tediosa revista a los demás pueblos, recordemos que en el primer libro de la Biblia el demonio se viste de serpiente para dar a la novelera Eva el consejo que significó su exoneración del paraíso y de la inmortalidad, marido y todo. Salomón y el sabio fenicio Sanchonathón, hace cosa de tres mil años, escribieron su inquietud ante el enigma de la víbora y no nos extrañe. Tina criatura que camina sin patas, con más prisa y gracia que muchos patudos, que mira con ojos sin párpados, es decir, sin pestañear, y tiene cabeza de punta de flecha y boca sin labios, que muda limpiamente de veste cada 79


primavera, que suba sibilinarnente o proyecta vibratoria su lengua bifurcada corno los cuernos del diablo, o a veces sacude un cascabel zaguero corno anunciando carnavalescamcnte su presencia indeseable. Todo esto sin olvidar que algunos miembros de su innumerable familia usan una aguja de inyección venenosa con que pueden derrumbar un camello. Se explica, pues, que el sentimiento que despierta la serpiente vaya siempre mezclado al terror y a un odio ofidiocida. Acostumbrado a dejarse arrullar por las tradiciones de la mentalidad tribal o mágica, al hombre, en general, le cuesta mucho comprender, o siquiera imaginar, que la realidad CS mucho más inventora y fantasiosa que todos los mitos. Estos y los supuestos de Las mil y una noches son apenas más que sueños infantiles. Así, pues, todos los atributos y poderes conferidos a la serpiente desde la más perdida antigüedad resultan opacos o pedestres frente a lo que el conocimiento de verdad ha logrado averiguar de su misterio. La idea de que las especies animales —y el mundo en general— fueron creados de una vez y para siempre tales como los conocemos, es una prenda de ropavejero y ha sido trocada en polvo de tumba por la ciencia moderna. El que ha hojeado algunos cuantos textos de geología y de paleontología sabe que todo lo existente es una creación genesíaca sin un domingo de tregua, y si bien las formas animales —o mejor zoofitas— del comienzo tienen aun representantes vivos, la mayoría de ellos no ofrecen, para el ojo lego, ninguna relación con sus rernotísimos aneesiros. Pero ya nadie puede poner en duda que los primeros vem tebrados terrestres o reptiles salieron del mar donde aun moran sus parientes (víboras, lagartos y tortugas de agua), y que de ellos, con el andar de los evos, salieron las aves y los mamíferos marsupiales o placentarios, que hoy pueblan el aire, la tierra y el agua dulce. Pero la naturaleza (démosle este nombre al Demiurgo o Ser que engendra y conduce todo lo que se mueve) no se cansa de innovar y transformar según una fantasía a que no alcanza la nuestra. A los insectos los creó para ci vuelo, pero a la pulga —para dar un ejemplo— un día le quitó las alas, dándole 80


en cambio una capacidad de abusar de la sangre ajena igual a la de los vampiros y los tiranos y una potencia de brinco sin cotejo en toda la zoología, tenido en cuenta su tamaño. A un orden de mamíferos (terrestres, de sangre caliente y respiración pulmonar como todos) los obligó a regresar al mar, dándoles para ello líneas pisciformes: son los cetáceos. Así fue como otro día, a una variedad de reptiles se ]c ocurrió quitarles las patas y alargados desmesuradamente el cuerpo a fin de que pudieran recorrer sin estorbos las cuevas donde moran los conejos, los topos y las ratas que constituyen su bocado favorito. Como el muy prolongado y refinado espinazo quedaba muy expuesto a que lo quebrara como vidrio el primer bruto de patas pesadas que cruzase su camino otro día a la naturaleza se le ocurrió favorecer a cierta variedad serpentina con el aguinaldo de un colmillo acanalado listo a erguirse sobre una ampolleta de veneno, Así fue inventado la aguja de inyección millones de años antes de que viniera el hombre. ¿Que cómo pudo la madre naturaleza lograr que su nueva hija caminara sin patas? Enseñándole a apoyarse sobre la punta de las costillas, que gracias a una gran soltura de todas las vértebras y un vigoroso y sedoso sistema muscular, permiten a la serpiente caminar o deslizarse con suma gracia y a veces con suma rapidez. Eso sí, la serpiente sigue siendo aun una caja de sorpresas y dudas ¿Qué función desempeña su lengua bífida que proyecta por momentos hacia fuera? ¿Es un órgano para expresar su inquietud o su ira, o para palpar y medir la humedad y presión de la atmósfera, o para distraer a su presunta víctima mientras avanza su cuerpo hacia ella tan morosamente que ni el aire lo nota? Cree saberse que la víbora puede llegar a una ancianidad de tatarabuela, aunque sea un poco sorda desde joven, si bien se sospecha que una sensibilidad auditiva difusa en su piel o todo su cuerpo le permite percibir sin falla el retumbo de las macizas pisadas que amenazan la fragilidad de su espinazo: de ahí el arrollarse de golpe en círculos desde cuyo centro la aguda cabeza amaga como una flecha, a veces insi


fiando facinerosamente, corno la cobra, las parótidas o haciendo vibrar el cascabel zagucro corno una marcha fúnebre y todo a título de prevención, para poner a salvo su integridad corporal y la del descuidado transéuntc. Repiquemos una vez más sobre el hecho que los hombres hasta hoy han tendido más a deletrear los confusos libros de sus antecesores —especialmente los somníferos llamados textos sagrados— que el único libro sagrado: el de la naturaleza, aunque esa actitud va cambiando y cambiará del todo. Así es como comenzamos a percibir ahora que los códigos de la naturaleza son benignamente menos estrechos y carcelarios que los nuestros; que ci concepto de lo feo y lo hermoso, lo fugaz y lo eterno, lo permitido y lo vedado, inserto en sus tablas, rebasa el nuestro; que ella no tiene hijos elegidos, porque todos lo son y su ecuanimidad pone el mismo empeño en armar a los herbívoros de sentidos hiperestésicos y rapidez de viento, o de cascos, cuernos o corazas invulnerables para escapar de sus enemigos o enfrentarlos con éxito, como a los carnívoros de proveerlos de garras y colmillos —venenosos o no— para que los pobrecitos no perezcan de hambre... A veces exageró su compasión por ellos al agregarles el esplendor de las pupilas y la piel y la sinuosidad fascinante de su andar, como en ciertas palomas y ciertas víboras o ciertas nietas de Eva. Solo una folia tienen las sierpes: sus dientes encorvados hacia adentro para facilitar la ingestión de presa, no le permiten devolverla. La diferencia entre una víbora venenosa y otra sin veneno no se reduce escuetamente a la posesión o ausencia de éste. Hay también una cuantiosa diferencia de físico, de índole y de hábitos, Es explicable. Quien lleva en la base de sus colmillos un poder de defensa tan excesivo como el de las víboras venenosas no precisa mayormente de gran masa corpórea, velocidad o fuerza. La cerasta, que es capaz de eliminar a un hombre de un solo tarascón, no se toma 61 trabajo de alargar Su cuerpo más allá de dos jemes. Lo contrario son las víboras sin veneno. Necesitan confiar enteramente en su agilidad, en su fuerza o en ambas cosas. Durante siglos, ci título de campeón mundial de víboras atléticas lo retuvo el pitón malayo, que llega a medir diez metros desde la punta de la ñata 82


nariz a la punta de la aguda cola. Cuando se descubrió América del Sur, tropical y subtropical, los exploradores y cronistas comenzaron a hablar de una víbora que podía tragar un buey o una mula con carga y todo, En Europa se rieron, no sólo en defensa de la razón y ci buen sentido, sino por amor propio: no les resultaba fácil ni placentero admitir que la insignificante América pudiera matarle el punto, aunque fuera en una minucia, al consagrado y prestigioso Viejo Mundo. Hasta que andando el tiempo, el comandante Fawcett dio informes fehacientes a la Real Sociedad Geográfica de Londres sobre un ejemplar de las víboras anacondas, de diecinueve metros y medio. Lo serio del asunto, es que su fuerza guarda una amenazante proporción con su bulto. Su cabeza puede ser lanzada en el ataque con tina velocidad de flecha charrúa. Aun adolescente, su cabezazo, con la boca cerrada, es capaz de tumbar a un hombre y si el impacto es en el plexo solar, el derrumbe puede ser sin levantamiento. Con todo, cl arma favorita de la anaconda y sus parientes son los anillos musculares de todo su cuerpo. Los tratadistas de la materia suelen recordar el percance ocurrido a un amaestrador de boas, un artista de circo, y a cuya alumna, liada a su cuerpo, se le ocurrió apretar un poco más de la cuenta sus espiras: el maestro dio un grito, cayó a tierra —cosa que el público creyó parte del juego—, pero sus huesos habían sido rotos en 84 partes. Todo ello no quita que la anaconda sea una persona de genio pacífico y que se preste a la domesticidad. La técnica del ataque de una anaconda no es menos interesante: lanza como un dardo el tercio delantero de su cuerpo hacia la presa —las mandíbulas en ángulo de 90 9 con respecto a la línea del cuello—, y la asegura con sus dientes curvados, hacia atrás, anulando toda fuga, pues simultáneamente. enros ca alrededor del bulto apresando sus anillos, hasta darle la forma de una salchicha, lista para ser ingerida. No menos envidiable es su capacidad de deglución. Gracias a la cuantiosa elasticidad, a la viscosidad de su boca y a que sus mandíbulas no están encajadas sino simplemente ligadas entre sí, cualquiera de estas víboras puede tragar a otra de igual tamaño. Que una anacouda, dada su corpu83


lencia, pueda tragarse a un mono, un venado o un hombre, no es cosa de milagro. Tiene, naturalmente, sus pequeñas debilidades de las cuales sus presuntas víctimas suelen aprovecharse. Es un poco sorda, corno todos sus parientes. Permanece retirada algo más de una semana cuando muda de piel. Descansa un mes entero después de cada almuerzo. Los monos, que suelen burlarse del jaguar o de algún otro matón de tierra o agua, sienten ante la anaconda un terror que llega a la epilepsia. No sin razón. La gran cazadora nocturna, que tiene predilección por la morcilla de mono, va en su busca cada vez que la apetece, trepando por los troncos (le los árboles y deslizándose por las ramas con tanta facilidad como un arroyo por su cauce. Busca con preferencia monos-niños, pero si se da de manos a boca con un mono viejo, no lo desperdicia. Agreguemos, que cruzar cualquier brazo de alguno de los grandes ríos de la zona, no significa para ella mayor inconvenientc: azota su cuerpo contra las ondas y avanza cimbrando el talle, erguido ci cuello de jirafa.

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LA CIGARRA

Un poco Por ignorancia y Ufl POCO por retórica ci hombre en todo tiempo y lugar ha tendido a considerarse a sí mismo, no como parte integrante de la Naturaleza sino a ésta como un anexo suyo, creada para su beneficio y pasatiempo. Así por ejemplo, el sol, las estrellas y las luciérnagas existían para su servicio de alumbrado. En cuanto a las plantas y los animales, tenían por misión satisfacer las necesidades de nutrición, vestido y ornamento del hijo de los dioses. ¿Para qué tenían tan bella pluma ciertos pájaros sino para que el hombre adornara con ella su propia cabeza o sus dardos? Pero el hombre tiene también necesidades éticas; era preciso que la naturaleza le suministrara también nobles y estimulantes ejemplos de compaiierismo, laboriosidad, gratitud, es decir, de aquello que más le hacía falta. Así fue inventada la fábula, atribuyendo, claro está, a los animales y plantas, los sentimientos y móviles que plasman la conducta de los hombres. Un pueblo muy lejano, gobernado por sacerdotes, un día comenzó a vociferar que quería tener reyes como los otros pueblos. Para curarlo de la veleidad, los sacerdotes inventaron esta linda fábula: los árboles queriendo tener rey, ofrecieron la corona al olivo, que da su aceite para nutrir los estómagos de los hombres y las lámparas de los dioses. El olivo, alegando carecer de tiempo para gobernar, declinó la honrosa función. Y lo mismo hicieron la vid, la higuera y otros árboles de pro. 85


Hasta que uno, al fin, aceptó la corona: era el cardo, que no da frutos, pero da espinas para pinchar a los demás. Así fue inventada también ]a fábula celebérrima de la cigarra y la hormiga, en la cual, frente a su honrada, previsora y laboriosa vecina, la cigarra aparece como una especie de gitana con alas cuo oficio es vagar de un lacio para otro taladrando con su canto el tímpano de los veraneantes. Pero tal fábula no responde ni lejanamente a la verdad. En la Naturaleza cada criatura, obedeciendo a su índole profunda, sigue casi siempre una conducta sin errores: la que le asegura con un mínimo de poi-juicios o riesgos sil existencia no menos que la de su progenie. Porque en la Naturaleza, cada cual cuida de sí mismo, pero no cuida menos de su prole y es capaz de sacrificarse por ella. Los naturalislas explican (jlIC la previsora cigarra deposita sus huevos en tierra porque su hijo, es decir, su larva, encuentra allí los zumos que precisa su voracidad insaciable como la da todas las larvas. Allí pasa el larguísimo período que precisa para su desarrollo y metamorfosis. Cuando llega a su término, la cigarra emerge a flor de tierra, rompe el sudario que la envuelve —su cuerpo totalmente blanco— sacude las alas, las seca al sol que colorea su cuerpo, y después vuela buscando los árboles, de cuya savia —le basta un par de gotas— se nutre. Una porfiada, fría y oscura vida subterránea cuesta a la cigarra el privilegio de vivir un solo verano puramente de luz, de rocío y (le canto. Todo un símbolo hermoso. Los poetas griegos la celebraron dignamente y, entre los modernos. D'Annunzio la cantó de modo inimitable.

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SU MAJESTAD EL ELEFANTE

Debido a que la violencia triunfante fue casi siempre celebrada en el pasado y no carece de admiradores aun en nuestro tiempo —debido sin duda a esa causa—, el león ha sido denominado rey de los animales, aunque a todas luces ese título corresponde al elefante, no sólo por su mayor masa y potencia, sino también por su mayor inteligencia, y, si se pide más, hasta por la noble mansedumbre de su genio y la serena circunspección de su porte. La mayor inteligencia de un animal no está en relación directa con el mayor tamaño de su masa, sino con el ventajoso desarrollo del cerebro respecto al volumen del resto del organismo. Así, pues, la inteligencia y el talento no son patrimonio de los grandotes ni de los pigmeos, se trate de animales o de hombres. Un alto cerebro puede tener de propietario a un petizo descollante como Napoleón o un gigantón no menos descollante como Lincoln. Y el que un sabio naturalista se haya \ dicho que el cerebro de una hormiga es la más maravillosa partícula de inóteria de la creación, noe opone a que el juicio de los zoólogos, coincidiendo con una milenaria tradición popular, declare que e1 decano de los gigantes terrestres es uno de los bichos más inteligentes, tal vez más que no pocos ejemplares de horno sapiens embrutecidos por el vicio, enloquecidos por la avaricia o la vanidad. Casi siempre el buen humor hace buenas migas con un cerebro claro. El cachorro de elefante es tan juguetón como un cachorro de perro, y cuando 87


en un simulacro de lucha romana con el cornac o cuidador, consigue derribarlo, acostumbra celebrar su triunfo con un remolino de vueltas. Por su parte, el elefante adulto suele tomar tanto cariño al niño menor de su cuidador que lleva su complacencia hasta levantarlo con su trompa y colocarlo de adorno en su testuz. Se cuenta de un elefante de jardín zoológico que se vio víctima de la burla de un visitante que le ofrecía una banana o algo así, y retiraba su mano cada vez que el animal alargaba su trompa. El elefante dejó de prestarse a la chacota y, simulando la mayor indiferencia, dejó pasar un rato, hasta que, sorprendiendo dscuidado al burlador le sacó el sombrero y Se entretuvo un larguísimo momento ofreciendo la prenda a su dueño y levantando la trompa así como éste alargaba antes el brazo. Como se trata del más monumental legado de la prehistoria natural y a la vez uno de los más claros testimonios de inteligencia no humana, su biografía no puede ya admitir informes falsos. Por ejemplo, no es cierto que no se acuesta porque si lo hace no puede levantarse. Se acuesta y se levanta cuando le viene en gana con más facilidad y elegancia que muchos gordos bautizados. Si la cigüeña y el flamenco descansan y aun duermen sobre una sola pata, nada de extraño tiene que nuestro amigazo duerma sobre sus cuatro patas que son como las de una cama para un sueño vitalicio. El elefante tiene el cuerpo excesivo y el ojo minósculo, el ii cuello corto el berrido largo. Le da igual instalarse en llanuras o montañas siempre que haya bosques y vegetación menor para sombrear y desayunarse a gusto y le quede a mano lo que constituye su pasatiempo favorito, como para otros las uvas licuadas o el whisky: agua, que bebe hasta hacer sumir el lomo a riachos y ríos donde se sumerge como un sapo o los cruza como un surubL Cuando el sol africano o indio tiraniza demasiado su desnuda pelleja, le encanta darse una ducha usando su trompa de flor de regadera. Si no hay agua cerca y la sabandija le jeringa harto la paciencia, la ducha es de arena o de polvo. El elefante trepa sin inconveniente la falda de una monta88


ña y baja de ella con cierto engorro, pero la baja, encogiendo las patas traseras, medio sentándose en los garrones y alargando prccausivamente las delanteras. ¿Sabías, lector, que el pie del elefante es más ancho que largo, que la masa de su cuerpo puede pesar tres toneladas y sus colmilos setenta y cinco kilogramos de marfil, pese a lo cual, si va un poquito apurado un jinete al trote no empareja su marcha —y que como los patriarcas de la Biblia puede demorar siglo y medio sus andanzas por este valle de lágrimas— y que su señora no lleva sus mamas entre los muslos como ci resto de los vulgares cuadnpedos, sino en el pecho, como la murcWlaga o la mujer? ¿Sabías también que la trompo del elefante (formada por el labio su perior un poquito caído y un poquito alargado ya que debe llevarlo medio recogido como las damas de antes la coludo falda es su herramienta universal (brazo, mano, trom peta, ariete, látigo) y que su extremo es tan avizor como los dedos de un ciego o una partera? ¿Que cómo se domestico un elefante? Usando con ecuanimidad la traición y la sevicia. Se le arma una trampa, es decir, el ojal de una potente soga amarrada al tronco de un árbol. Si el animal mete la pata queda a merced (le su futuro amo, quien comienza sometiéndolo a la doble torturo del hambre y la ser] prnlonados y termina trncánrinse en su bc'nefaetor (da caridad después de reducirlo a mendigo!) alcanzándole algunos tragos de agua y aleún puñado de hierbas. Hasta que ci Pobre cautivo se ve ohbgarlo a firmar un pacto de alian7a vitalicio y seguir a su carcelero como los pueblos siguen a sus tiranos. Esa hazaña se inició antes de las Pirámides de Egipto. El hombre, que nunca se contenta con lo suyo, codició los colmillos cH elefante. En el imperio y desde los primeros días, constituían el principal tributo exigido por el faraón a sus súbditos de las altos tierras y tanto que una ciudad insular del alto Nilo se llamó Elefantina, es decir, ciudad del elefante o metrópoli del marfil. Se sabe que los príncipes hindúes, cansados de descansar sin tregua se desahurrían trepando en el lomo de un elefante, y parapetados en esa ambulante torre almenada desafiaban heroicamente a mansalva al tigre real. 89


En efecto el hombre, que no puede dejar nada tranquilo y como la Naturaleza lo ha hecho (ni a los pájaros ni a los otros hombres) se jacta de haber civilizado al elefante, es decir, de obligarlo a trasportar su augusta persona o sus cargas, o arrastrar troncos, y hasta participar en ese multihomicidio con banderas y clarines llamado guerra. Pirro, rey de Epiro, invadió Italia trayendo de vanguardia una orográfica caballería con trompetas de carne y lanzas de marfil y los romanos se derrotaron solos escapando los que no quedaron aplastados como cucarachas. Más tarde Aníbal, aunando su genio militar al selvático de los elefantes, cruzó los Alpes y chafó a los pcnins&ares en las más pedagógicas batallas de la antigüedad, hasta que su colmilludos auxiliares se le fueron muriendo de frío o de resfrío, y más tarde en Africa fue derrotado a su vez porque los romanos, en lugar de atacar a los duefios de los elefantes, atacaban a los elefantes mismos, que, enloquecidos de dolor y de rabia, terminaron esgrimiendo su guerrero marfil contra ambos bandos, que al fin todos eran sus verdugos. Pobre elefante! Su suerte no ha mejorado con el tiempo. Hoy - /se lo recluye en jardines zoológicos como al Papa en los jardines del Vaticano. O algo peor: caminando sobre un riel, o fingiéndose muerto o juntando sus cuatro patas sobre un taburete, debe hacer de bufón en los circos, él, que hace bajar el lomo a los ríos cuando bebe o hace recular al león o tambalear las florestas en su marcha. Ni la gracia le falta al fuerte de los fuertes. Si Rudyard Kiplin no miente, los elefantes salvajes (en cierto época del calendario del bosque marcada por el ascenso de la savia y el descenso amistoso del sol) celebran en honor del amor y de la primavera una danza ritual, no erguidos sobre sus remos traseros, sino moviendo rítmicamente sus cuatro patas (y también su larga trompa y sus amplias orejas) como los cuatro versos de una cuarteta. La índole de buen muchacho de] elefante ya se advierte en Su desprejuiciada relación con toda ralea volátil, desde los pajarillos a la garza real. Se trata de un intercambio de servicios, digo de insectos que molestan al gran paciente y sirven de desayuno a sus amigos. 90


Si el elefante, tiene una cabeza exageradamente grande, convengamos en que la usa sin desperdicio. "Behernont es manso porque es poderoso", dice de él, Job el más alto poeta de la Biblia. Podía haber agregado: "Y porque es el más inteligente". Eso sí, el hombre lo cargosca tanto, que un día le hace perder la paciencia, y entonces suele volverse loco de atar, aunque es muy difícil hallar quien se comida a hacerlo. Los hindúes no podían menos que advertir que el elefante era no sólo el más crecido y mayestático de los hijos de la tierra, sino también el más paciente, a la VCZ que el más circunspecto y pudoroso, puesto que llevaba ocultos sus órganos sexuales. No es extraño que sus sabios averiguaran que el mundo viajaba sobre el lomo de un elefante celestial ...

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LOS MURCIELAGOS

La fantasía creadora de la Naturaleza no conoce pausa ni término. Mucho antes que suscitara la aparición de la organización vertebral —el equilibrio simétrico sobre un eje— y la sangre roja, aunque aún fría, la Naturaleza ya había creado los insectos, es decir, había colonizado parte del cielo con las alas. Quiso repetir el ensayo en el mar y pc'rgeñó los peces voladores, o más bien, planeadores. Acaso no quedó contenta del todo, hasta que inventó las aletas con plumas que aspiran y expiran el aire como pulmones (creación única hasta hoy) de todos los pájaros marinos y terrestres, que puedan humillar la pesadez y también todas las distancias horizontales y verticales. Pero la imaginación del genio creador del mundo no se fatiga. Un día le vino la idea de lanzar al aire corno a su patria natural un mamífero con todos su pelos y sus mamas —,por qué no?— y creó al murciélago. (Por precaución quiso que sólo volara entre las sombras). ¿La gente dirá que cl murciélago es un animal horrible? ¿Que Moisés —que ignoraba enciclopédicamente la zoología— lo colocó entre los animales impuros? Yo sólo argüiré que un naturalista de hoy recuerda que el feto del murciélago ofrece un impresionante parecido con el ser humano, y otro sabio lo llama "una de las obras maestras de la naturaleza". ¿Cómo conciliar ambos extremos? Veamos las cosas. Pese a lo exagerado y contrastado de sus rasgos (nariz aplastada, ojillos mí9$


nimos, orejas desbordadas, que en el noctilio y ci orejudo igualan al tamaño del cuerpo) el murciélago mira de frente y fuma como un caballero, posee molares incisivos y caninos revestidos de esmalte, y la murciélaga sufre cierto inconveniente mensual y amamanta a su hijo apegándolo a sus senos pectorales y teniéndolo entre sus brazos como las mujeres. No nos extrañemos. El murciélago —nos guste o no— está emparentado al más remoto ancestro del hombre: ci misterioso lemur de ojos de topacio que aparece en la base del Terciario. Y no olvidemos que los egipcios y los indos lo tuvieron por sagrado. Consignemos de paso que el murciélago tiene costillas muy arqueadas y una alta capacidad toráxica corno las aves. ¿Que 1 dormJi . sçuega aboa y cierra las orejas como otros cierran los ojos? De gustos y de posiciones políticas o religiosas no hay nada escrito. De lo que no hay duda es que los murciélagos son sujetos muy inteligentes. Una prueba entre tantas es la de que nq_ están fundidos en ningún rígido molde de tipo conventual o castrense. Unos son crepusculares o nocturnos, pero no faltan los que desafían la cara del sol. Tienen preferencia por las cavernas, más en caso de necesidad se cobijan en los árboles y entre el cielo raso y el techo de las casas, pero nunca —dice Koch— "en los edificios que amenazan derrumbarse". No se acercan a las trampas. No cazan a la solitaria mariposa nocturna, sino a los numerosos machos que la persiguen. Tienen usonti4o4eorientaeión genial. En general soinctíoros, pero otros son frugívoros, y no faltan los de la familia hemofilina que tiene por la sangre caliente (de ave, bestia u hombre) esa golosa debilidad que tuvieron nuestros indios pam- / -J pas, y tienen siempre los tiranos y los pumas. El vampiro es un cirujano de la más alta escuela. Empieza por e hasta el anestcsiamicnto, la part iáfina de la piel del paciente, y después usa su bisturí con tan amorosa delicadeza que la víctima no se despierta ni rezonga. Se cree que refrigera con el batir de sus alas el ardor de la incisión. El murciélago se aletarga en invierno, pero engorda en otoño como un canónigo o un oso para aguantar un trimestre de ayuno. ¿Que su alas no son de golondrina? Sí, pero pueden salvar montañas, llanuras y hasta brazos de mar en sus migra94


ciones. Es verdad que la nariz de algunos murciélagos tiene tantos repliegues como un repollo. Pero estos ñatos superan en inteligencia y alcance olfatorio a los más prominentes nariguetas. Lciélaa parturicita, cuenta un especialista, corta el cordón umbilical del recién wtcido Con Tos clientes, después de asearlo prolijamente con la lengua, le da el seno. Pero demoramos en decir de qué medios se valió la Naturaleza para acriollar un pedestre mamífero en el cielo como en su edén nativo. Bien, alargándole y uniéndole los dedos de los miembros anteriores por un par de membranas tan prodigiosamente sensibles que diríase que su sistema nervioso y su cerebro se concentraron en ellas más que en su cráneo y su dorso. Su poder sensorial es tal, que el propietario apenas precisa de ( sus .ÇMiIftgo significa ratón ciego.) Vuela aun con los ojos vendados en un recinto cerrado sin chocar jamás con ningún estorbo. Cómo? Se supone que el rebote del pequeño chillido en los objetos sólidos los localiza sin esfuerzo. La penetración de su oído ayudado por las orejas de embudo, parece ultrapasar todo lo imaginable por nosotros. Podemos reconocerle por lo menos un sexto sentido: una ampliación y profundización del tacto: es decir, las membranas aladas y el oído serían dos placas de la más alta potencia sensoria]. Sin duda es eso mismo lo que, según otro naturalista, le permite localizar presas a gran distancia. La unión conyugal del murciélago se verifica estrechándose los esposos con los miembros anteriores y envolviéndose mutuamente en sus alas. ¡Un abrazo como de ángeles! No obstante el Pajite, fiel a las supersticiones de la época, le ha conferido un par de aT m-ibranbss, no de plumas, al patrón del infierno. Injusticia e ingratitud tanto menos toleables cuanto que el murciélago es un benemérito de la agricultura en grado heroico por tratarse del mayor insecticida vivo que se conozca.

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EL GLIPTODONTE

Un señor que precisaba comprar unos sobres postales en un barrio de Buenos Aires a fines del siglo pasado, se hizo dar las señas de una librería. Dio con ella al fin y advirtió sobre la puerta de entrada la figura de un bicho parecido a un peludo gigantesco a cuyo pie se leía: Librería del Gliptodonte. Entró. Sobre el mostrador Ilamóle la atención una pecera en cuyo interior nadaba un pez fabulosamente extraño. Tanto le interesó que quiso comprarlo inmediatamente. Como el dueño se negara a venderlo, el cliente, sospechándole la astuta codicia, fue aumentando el monto de oferta. —Vea —díjole entonces al desinteresado comerciante— ese bicho no pasa de ser para usted, como lo sería para mí, una curiosidad más o menos novelera. Si yo deseo adquirirlo es sólo para regalarlo a quien podrá revelar el verdadero valor que tiene el animalejo. El científico es un joven sabio argentino a quien ni siquiera conozco y es casi desconocido entre nosotros, pero muy nombrado en Europa. —Perdone, señor —dijo ci librero— en ese caso puede llevarse la pecera con e1 bicho adentro, sin que le cueste nada. Yo también soy admirador de la ciencia. —Oh, mi amigo, ic quedo agradecido en sumo grado. ¿Cuál es su gracia? —Florentino Arneghino.. . —Era en efectó él, es decir, el sabio a quien se refería el cliente. (Por el sólo hecho de que vivan sobre la tierra hombres de grandeza y sencillez semejantes aparece 97


en toda su verdad la belleza del mundo que inaugura su jornada con la albricia del alba y los pájaros y la termina coronándose de estrellas). Ya volveremos en otra ocasión a las prodigiosas faunas extinguidas que Ameghino y sus colaboradores exhumaron de sus sepulturas subterráneas en unas cuantas décadas. El Museo de Historia Natural de La Plata da testimonio de esa proeza, más ¿'pica que muchas batallas. Por ahora sólo queremos referirnos al gliptodonte. Ya consignamos que se trata de un armadillo Sansón que vivió en la pampa hace centenares de siglos y se extinguió un día para siempre. ¿Que por qué Anwghino eligió a este monstruo fósil entre tantos otros contemporáneos de antigüedad, o más arcaicos aún, para dar nombre a su despacho de libros, tinta y plumas? El problema central de Ameghino como naturalista y paleontólogo, y la n]ayor pasión de su vida, fue demostrar la existencia del hombre fósil en los horizontes hundidos de la pampa. Argumentaba que los restos de fogones arcaicos y de huesos rotos o estriados por alguien que patentemente no podían ser las fuerzas naturales ni las garras o los colmillos de las fieras probaban la coexistencia del hombre fósil con las antiquísimas especies extinguidas. La antropología y la paleontología han certificado la existencia del hombre de las cavernas. Pero en nuestra pampa, y desde sus orígenes, no hubo cavernas porque nunca hubo rocas. El hombre se guarecía en cuevas para resguardarse de las fieras? E] primer p:iisano de la pampa —supone nuestro sabio— se vio obligado a servirse de un rancho prefabricado, aprovechando la enorme caparazón del gliptodonte que le suministraba techo y paredes a pruebas de garras o de tormentas: todo lo que restaba hacer era calzar y ajustar bien sobre la tierra los bordes de la: enorme valva, yahrirse una portezuela royendo el suelo con algón hueso. Sea lo que fuera, lo que no se discute es la frecuencia con que se ha dado en el subsuelo de la pampa (í)fl conchas de gliptodonte debajo de las cuales se hallaban restos de huesos rotos o raspados por alguien que no podían ser las aguas ni las fieras.

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LOS MOSQUITOS

Los viajeros de las zonas litorales del noroeste argentino suelen ponderar —como algo menos dcsable que el encuentro con el jaguar, el yacaré, o la yarará— la presencia millonaria de los mosquitos en cualquier punto de esas comarcas, aunque con mayor porfía al margen de los ríos y esteros. Los entomólogos de hoy dicen que es del todo injusta ]a condena indiscriminada de la familia de los mosquitos sedientos de sangre y armados de veneno y de un genio tan belicoso como el de las amazonas que dieron nombre al río más largo del mundo: son todos hembras, pues los machos no pasan de ser pacíficos y paliduchos etarianos. inútiles los guantes, pues su estiletes los atraviesan. Casiinútiles las humaredas pues sólo los evitan si la brisa no e opone. No hay más consejo atendible que el de construirse, con tres o cuatro troncos de palmeras, una especie de andamio, de torre de Babel y colgar en su punta, ya medio cerca de las estrellas, una hamaca paraguaya, meterse en ella y pedir protección a los dioses del sueño. Eso en las zonas tropicales o subtropicales y diluvialmente húmedas es cosa más o menos explicable. ¿Pero en los lugares templados y más o menos secos? Veamos las que tenían que aguantar nuestras tropas expedicionarias contra los malones de la pampa ocupada por el indio. Son ellos lugares más o menos desérticos y secos —(le médanos, en gran parte— y además aporreados por el calor y la sed. Los soldados, entre nubes de polvo, marchan muy sedientos y los caballos más todavía, sin contar el

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hambre, dada la extrema escasez de pastos. De pronto, desde lo alto de una colina de arena, se divisa a un costado, allá en el bajo, una gloriosa mancha de verde subido. Los ojos y las almas de los hombres reviven de golpe, y los caballos, con un entrecortado y trémulo relincho de alborozo, apresuran resueltamente el paso. Ya están, por fin, a la orilla del arroyo, o la laguna, ahviándose y desquitándose, hombres y caballos, de uno de los peores martirios físicos que puede sufrir la planta, ci animal o el hombre: la sed. Pero dije mal, porque no hay tiempo para hacerlo más que a medias. En efecto, una humareda zumbante y quemante, los enloquece y los pone en derrota y fuga, entre palmadas, sacudidas che cabeza, sombrerazos y colazos. ¿Qué ha sucedido? Nada más que un ejército alado —más innumerable que una manga de langostas o las legiones angélicas de Miltonlos ha acometido, lanza en ristre. Son los tábanos, zancudos y jejenes de los bajíos húmedos o acuosos de la pampa india, llamada ci "País del Diablo" a causa de la cuádruple tortura del desierto, el calor, la sed y estas garúas de alfileres emponzofíadas que se abaten sobre cuantos creen encontrar el fin de las penurias de la marcha en algunos de esos frescos oasis del camino. Las tribus del aire son parientes entre sí, pero no hermanas. Los formidables tábanos son de la familia de los dípteros, es decir, son pulgas voladoras y zumbantes. Los zancudos y jejenes son, respectivamente, los representantes gigantes y pigmeos de la familia de los mosquitos. Los tábanos sacan hilos de sangre a los caballos, del hocico o del tronco de la cola. Los casi microscópicos jejenes pican basta la niña de los ojos. Queda una salida única: escapar —abandonando el agua o ci pasto— hasta la loma próxima, buscando el favor del viento, único capaz de detener o derrotar a semejantes asaltantes. Sabandija, la llaman los paisanos, nombre insignificante o despectivo que está lejos de expresar ci verdadero alcance de la cosa: se trata, en efecto, de un malón alado, cuyo cantante zumbido es una música tan fúnebre como ci grito de guerra del malón de lanzas emplumadas. 100


EL GALLO a Nilda y Carlos Fernández

La riña de gallos es uno de los más viejos y universales pasatiempos del hombre y aunque no lo parezca a primera vista, se ofrece quizá como el más feroz de todos. Constituye una de las mejores pruebas que un mal hábito es más duro de desarraigar que una muela. Un amigo mío me cuenta que un viejo gallero, habiendo perdido la vista, ha logrado, a costa de esfuerzos, "presenciar" una riña de oído, cantando todos sus detalles y contingencias. Por cierto que el juego del combate de gallos se originó el día, viejo de miles de años, en que alguien advirtió que el marido de la gallina en estado más o menos salvaje (es decir, no menoscabado por la domesticidad) tenía aptitudes de combatiente nato. A eso se agregó el empeño —¡tan digno de mejor causa!— puesto por ci hombre en potenciar al máximo, mediante la selección artificial y la gimnasia, ese coraje y esa pujanza del gladiador alado. Según los eruditos en el sanguinario deporte, todas las razas y variedades de gallos provienen del sudoeste asiático: India e Indonesia. Los tipos raciales de más rango son el Banquiva, el Asil y el Calcuta. Supónese que las variedades que conoce Occidente, aun en nuestros días, son meros descendientes de aquclas estirpes fundadoras y fueron difundidas en Europa por los fenicios. 101


La riña de gallos corno juego parece rernontarse como práctica a miles de años. Se sospecha que en la antigüedad las riñas no se hicieron por dinero sino con fines pedaógieos : 1 de agu: rrir a la espartana el ánimo (le los espectadores. Jacobo 1 dispuso la exhibición de riñas de gallos en las escuelas para atizar la energía y el denuedo de la juventud inglesa. La verdad es que el valor sobrehumano y sobreaniin:d del gallo explica, aunque no jusiifique, el entusiasmo de sus implacables admiradores. 1 os galleros sosti& neo que para e1 gallo de reñidc ro "ci combate CS. UI) plae( C. Si ello es discutible, no lo es el que ese gallo combate hcsta natar o morir. Y también parece que la congestión o fiebre combatiente lo anestesiara, de tal modo que se muestra totalmente desdeñoso de los golpes y estocadas, El a'ado gladiador de raza puede haber perdido el pico, estar con la garcanta apufialacla y tragando sangre, hallarsr ciego. por 110 golpe en los ojos o la nuca o va ganado a medias poi el temblor de la muerte ... y seguir combatiendo y aún matar al enemigo y descansar sólo entonces: al caer no 1 s heroico sino espantoso. muerto. S il En defensa del cetánico pastiempo, los galleros presentan un rosario de :ireum flOS: (11 1 C Píndaro y Aristófanes lo (10giaron, que lo practican todos o casi todos los pueblos desde una profunda antigüedad, que fu' ron devotos de la riña hombres eminentes como el duque de Malbourosih y el general \Vashin t on:que lo presenciaron o lo presencian aún gentes de alto rauco so&al; que Nirkhan escribió sobre él un libro famoso titulado "El placer de los príncipes" o que pintores corno Van D y ck no crev ron indi g no de sil el motivo del reñidero. Contestamos: un mal hábito no pierde su condición de tal roque leiva caído en tal o cual hombre distinguido, como ci mal olor se vuelve más perverso cuando se lo quiere disimular con aromas. La crueldad —sobre todo la de hndor fúnebre— seguirá siendo el licor estorbo para ci alma humana en su camino de ascenso. Entre tanto: cu:n digno de mejor trato por el hombre es ci gallo con su e tlétiea ga1lcu'c!ía (la palabra viene de ¿1) y su viril coqu't('Tíü (vii nc de coq, gallo en franc("s) sus cspolilles de caba P i ro rec'én a': edo, la esplendidez y profusión 102


de colores de su cola y de todo su plumaje, el gorro frigio de su cresta, el clarĂ­n libertario de su canto y, sobre todo, ese impulso que lo lleva a alzar el grano y dejarlo caer para que los suyos lo levanten. Y menos debe olvidarse que mientras las demĂĄs criaturas, sumidas en la noche duermen o acechan la presa, el gallo, primogĂŠnito de la aurora, canta tres veces en el bosque ciego de las tinieblas, contagiando a todos su confianza sagrada en el regreso de la luz. El gallo conoce el maĂąana mejor que las cabelludas sibilas de Grecia y los barbudos profetas de Israel.

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LA LANGOSTA

Hay una hermosa leyenda árabe, poco conocida entre nosotros. Su trama y desenlace ocurren en los días iniciales del mundo, Iblis, el ángel rebelde ya ha sido condenado a su calabozo subterráneo de tinieblas y llamas, pero Dios aún tiene piedad de él. Un día que se le cruza en el camino lo detiene para anunciarle su perdón que el príncipe de la soberbia rechaza. "Qué pides, entonces?", le dice Dios. Iblis le propone lo siguiente: que cada uno de los dos trabajara con los elementos que el otro le fuera suministrando y que al final cotejasen los resultados. Un desafío de competencia entre dos artesanos o artistas. —Sea, —dijo Dios—. ¿Qué precisas? E Iblis va pidiendo hasta el final y con breves intervalos exigidos por su labor de hacedor, una serie de singulares y variados elementos que Dios va proporcionándole con aguerrida paciencia: los anillos de la serpiente, el vientre del alacrán, la cabeza del caballo, los ojos del antílope, las canillas del camello, la patada del avestruz, el salto del tigre y las alas del águila. Todo esto a medida que va trabajando en su taller, que es el cráter de un volcán extinto. "Y ahora el color del oro para dorarlo todo", dice Iblis. Y como el monstruoso herrero deja sentir el rumor de su fragua y el estruendo colosal de su yunque, todo entre un nubarrón de humo y chispas, las estrellas se preguntan temblorosas qué obra de espanto va a salir de manos de semejante artesano. Este al fin, saca fuera de su caverna una de sus manos y de ella se ve saltar la langosta... 105


Esta leyenda fue inventada por pueblos habitadores de desiertos, en que la única interrupción a sus leguas de arenas, vientos y soles incendiarios son los oasis con sus sombras de palmeras y algún hilo de agua. En tales minúsculas manchas de verdor la llegada de la langosta es como la del Juicio Final. Porque el acridio DO ('5 un animal sino una especie de máquina de picar carne. Los ruidos de latas o cueros, los gritos, las humaredas, son remedios de ilusión. No queda sino esperar que la turista se 1k ne, pero ella no se llena nunca y se va sólo cuando no queda nada verde a la vista. Los árboles quedan desnudos como en el corazón del invierno, el viñedo reducido a vástagos, el alfalfar o el trigal, a varillas. A veces la invasión es tan copiosa que los árboles se desgajan bajo el peso de los racimos de langostas, y cuando a veces invade las habitaciones campesinas es, como el desborde de un gran río, imposible de contener. Se explica, pues, que entre las diez plagas con que Jehová castigara al Faraón, para obligarlo a exicnderle el pasaporte a Moisés, figurase la langosta que tal vez fue la más eficiente, ya que al ver borrados por ella el verde de sus trigales obtenidos a costa de tanto sudor y paciencia, debió espantar mucho más a los egipcios que las víboras, sapos y demás bicharracos (le las otras plagas. Las alas de águila para dotar a la langosta, exigidas por ci diablo de la leyenda, no es una hipérbole oriental. La langosta puede elevarse a tanta altura como la reina de las aves y atravesar desiertos, montañas y mares, sin necesidad de apearse en el camino. 'Un P OCO antes de llegar a este punto (al oeste de Mendoza) observamos hacia ci sur una nube de color rojo pardusco. Al principio creímos que era humo de algún gran incendio de los llanos, mas no tardamos en ver que eran langostas . . . El principal cuerpo del ejército llenaba el aire en una altura entre los 26 pies (7 metros) del suelo hasta unos 8.000 pies (2.500 metros); el ruido de las alas parecía ci de los carros de guerra entrechocando en la pelea, o más bien el silbido del viento en las cuerdas del bosque. Posáronse en tierra y entonces me parecieron de un número mayor que ci de las hojas de los campos, y la tierra perdió su tinte verde . . ." Así 106


Darwin coteja el rumor de las legiones acridias al de las legiones angélicas de Milton. Sólo en nuestro Siglo —después de sesenta— el hombre logra a vcces ajustarle la cuenta a la langosta valiéndose de los más adelantados recursos bélicos; la aviación combinada con los gases incendiarios o tóxicos. Se dirá que si la invasión de la langosta fue en todo tiempo más asoladora que la de los hunos de Atila, cómo ha podido el hombre sobrevivir a semejante enemigo. La respuesta es ésta: los ángeles guardianes del verde de la tierra contra los innumerables millones de insectos que lo atacan, son las aves. Se ha calculado —dice Massingharn— que las aves viajeras que frecuentan la parte oriental de Alaska destruyen más de sesenta y dos milones de langostas por día.

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EL CABALLO

El hombre arcaico vio en el caballo solo una especie de almuerzo galopante conseguiblc mediante trampas o flechas. Pero un día, habiendo logrado confcccionar largas sogas de cuero de vaca o de caballo, consiguió sujetarlo sin herirlo y terminó amansándolo. Tal vez la hazaña —acaso no muy anterior a las Pirámides— comenzó con algón potrillo rezagado de la manada. En cualquier caso ella fue de corte enteramente épico. Devenido jinete, ci hombre se sintió como un soldado raso subido a capitán o un sacristán a cura. Y mucho más todavía: se halló ascendido a semidiós. El consuetudinario peatón de milenios se redimía de golpe. Las distancias se le entregaban sumisas. Todo esto para no contar la dilatación del horizonte y también del espíritu. El hombre comenzaba a ser, como el pájaro, un hijo de la tierra y del cielo a la vez. Un ahijado del viento que agilizaba su sangre y dilataba sus bofes, y ponía en sus flancos como un batido y un susurro de alas. Nada de extraño que el hombre le sospechara al caballo progenie divina. Los griegos lo creyeron hijo del mar, pues veían las huellas de éste en su tempestuoso avance, en la ondulación de sus crines y su cola, en la espuma de sus fauces luchando con el freno. Cuatro caballos celestes tiraban de la cuadriga de Apolo, el más guapo de los dioses. Alejandro (como después el Cid \' don Quijote) tuvo un caballo de fama tan larga como su amo. Más aún: se pensó que la forma humana


y la equina podían aliarse sin mengua de lo excelso según lo dice el centauro Qiiirón, filósofo y maestro de Aquiles. ¿Acaso Pegaso no nació con un par de alas para que los poetas de rango pudieran jinetearlo alzándose sobre ci horizonte terreno? También los persas idolatraron al caballo y Job escandió en su honor algunos de sus más altos versículos y el camellero Mahoma su mediocre alusión coránica a los corceles. La paleontología ha destapado en horizontes sumergidos la tumba de los ancestros del caballo, que no tenían exactamente la figura ni el porte de su nieto. Hoy Mongolia y Persia se disputan la prez de ser la cuna del caballo tal como lo conocemos nosotros. De allí se esparció a las cuatro esquinas del mundo, al albur de los tiempos y ocasiones. Por largos siglos Egipto no conoció su relincho, igual que los árabes, quienes, para aquerenciarlo, hacían mamar de una camella al potrillo, ya que la yegua, escasa de leche, lo sería mucho más en tierras desérticas. También los judíos y los ingleses lo ignoraron porque, aunque parezca mentira, aun no había judíos ni ingleses en ci mundo... No hay duda que el caballo está entre las formas más esculturales y dinámicas a la vez de la Naturaleza. Su avance se parece al torrente y su salto al arcoiris. Su cabeza es tan altiva como la del águila' v su cuello recogido recuerda al del cisne y su melena a la del león. La cadencia de su galope sugirió el de la cuarteta: Oh Pegaso. su relincho, labrado en plata, despierta todos los ecos de la tierra y e1 cielo. El haberse adecuado a todas las enseñanzas o caprichos del hombre dice del parentesco de su inteligencia y la nuestra y de la plasticidad (le SU índole. Identificado casi con su amo, llegó a esfuerzos dignos de la crónica de la historia. Hijo de la meseta o la llanura, el caballo se hace a la montaña endureciendo y achicando sus vasos y manteniendo 110


con tal baquía su centro de gravedad que parece un primo hermano del guanaco. Rernodelándolo a sus gustos, sus necesidades o sus caprichos, el hombre ha hecho del caballo una panoplia de formas: desde el fachendoso caballo de paseo al zanquilargo caballo de carn'ra,desde ci poney o caballo de bolsillo al percherón de patas de elefante. ¿Está seguro de haber superado el espartano aguante, la niáscula pujanza y la insomne inteligencia del caballo sin freno ni amo, guardián de su propia libertad? ** El caballo, afortunada o desgraciadamente, ha desempeñado un papel decisivo en la expansión del hombre y de la civilización, en la mezcla fecunda de pueblos y culturas, pero también en la destrucción de unos pueblos por otros. Su desempeño en la agricultura no fue grande, dado que para la tracción del arado fue preferido el buey. Se lo utilizó más como animal de carga. La ganadería mayor o vacuna tuvo en el caballo un colaborador decisivo, ya que el manejo de las grandes vacadas no se concibe sin jinetes. Y menos se conciben sin la complicidad del caballo las grandes conquistas. Sólo gracias a él los hicsos, desaforados bárbaros nómades, pudieron caer sobre el agrario y pacífico Egipto 2.000 a. de C., como muchos siglos después Ciro, venido desde las planicies del Irán. Sólo así puede explicarse también la conquista de parte de Europa por los hunos y demás bárbaros venidos desde el Asia Central, o la conquista (le parte de Asia, Africa y Europa por los huracanados árabes de Mahoma. Es sabido, también, que los caballos tuvieron un papel hegemónico en la conquista de los imperios de México y el Perú. En nuestra pampa, la caballería de don Pedro de Mendoza fue derrotada en el combate de Luján, hazaña inaudita que se debió a dos causas: a cine los indios, sin mayor asombro, debieron ver en los caballos una especie de guanacos solípedos, y en segundo lugar a cine ellos contaban con un arma desconocida en el resto del mundo: las boleadoras. Las diferencias de medio y ambiente y el distinto uso a que fueron destinados, explican las diferencias profundas entre el caballo gaucho y ci caballo indio. La pampa lisa y verde de los 111


gauchos daba caballos corno el mar da ondas. ¿Para qué preocuparse mucho de su cuidado, si podía remplazársele con tan poco costo? En la pampa india, tan sobrada de arena y sal como escasa de agua y hierbas, el caballo era escaso. Por esto y porque el indio debió trocarlo en un arma sagrada para defender su supervivencia y su libertad, se vio obligado a cuidarlo como a la nifia de su ojo. Digo a amansarlo, aguerrirlo y educarlo con maestría que no igualó nadie. Podía trotar sesenta o setenta leguas, sin rodar nunca, comiendo mal o no comiendo, bebiendo aguas infectas o salobres y olvidado del cansancio como de una deuda vieja o correr boleado o sobre médanos. Tan abierto de inteligencia como sensible en la boca y r— de elástica resistencia al hambre y da sed, el frío, ci calor y la fatiga, el buen caballo hubiera tenido suerte menos negra si el hombre no fuera un explotador tan urgido como bizco y brutal. Los indios pampas demostraron que ci caballo ide ser adoctrinado a la perfección sin más que una ligera correa entre los dientes, la presión de las piernas o el movimiento y la voz regidora del jinete. Todavía se sigue creyendo con fe mahometana que son indispensables el freno de hierro, la espuela y el látigo, esos tres inventos de verdugo borracho. Como el hombre no puede con su vocacional prurito de aprovecharse de los demás (aunque se trate de sus semejantes) utiliza o ha utilizado al caballo para satisfacer todos sus antojos —viajar, transportar cargas, tirar carretas, carros o arados, voltear malacates, saltar zanjas o vallas, cruzar ríos —y como si fuera poco, después de incorporarlo al ajedrez o al naipe, lo asoció a sus empresas de guerra, es decir al arte de eliminar a sus prójimos parlantes como si fueran ratas o insectos. Pero hay más. El hombre se empeña de cuando en cuando en ponerse por debajo de las bestias. ¿Qué otra cosa significa la tauromaquia, en que el toro —antes de ser sacrificado a mansalva y después de ser hostigado, zaherirlo y burlado sin asco— descarga su odio o su despavorida locura contra el caba112


llo viejo que le ofrecen al objeto y que cae, para deleite último del público, derramando su sangre, su bosta y su estertor? Lo que la tradición liberticida del hombre podrá entender difícilmente es que la felicidad del caballo no está en los mimos de establo sino en galopar sin herraduras ni fierro ni jinete, con toda la crin y toda la cola al viento y el relincho perforando los cielos. Estrambote. Ya Goethe repugnaba como un pecado obsceno Ja manía de podar la crin de los caballos o las orejas y el rabo de los perros. El criollo pampeano Hudson ya en su vejez se refocilaba recordando sus primeros tiempos de vida inglesa, cuando el gran jinete Cunninghame Graban, su amigo, se presentaba en el Row, montando un caballo traído de la Pampa para horror y escándalo de la alta ebusnia aristocrática de Londres que jamás había visto ni concebido un caballo con toda la crin y toda la cola... Por cierto que nadie siguió su ejemplo (Gralam set a great example, but fooás did not follow it)

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LOS PECES VOLADORES

Un día —hace treinta años— un joven noruego aficionado a la etnología y no menos aficionado a las aventuras, concibió, después de observaciones y deducciones sesudas, la idea de que los primeros habitantes de algunas de las islas de Polinesia eran de origen sudamericano. Tal ocurrencia, elevada a teoría, Lasábase en la probabilidad de que los vientos y las corrientes del Pacífico pudieran arrastrar una balsa desde la costa peruana hasta la isla de Pascua. Thor He erdahl, el héroe de nuestro relato, logró entusiasmar a un grupo ce hombres de aficiones al parecer incompatibles —la ciencia y la aventura— y dcrnostrar, ante los ojos desorbitados de los sahos oficiales y de los marinos de profesión, que una balsa hecha de troncos al natural del árbol balsa y sin más añadido que una vela y un remo-timón, podía hacer el crucero de medio Pacífico, es decir, de las olas que caben entre el Callao y la isla de Pascua: 6,800 kilómetros de abismo, viento y espumas. O sea que, en siglos remotos, los habitantes de Tiahuanaco, tipos más o menos blancos y barbudos, ante una disyuntiva (le vida o muerte —según la máxima probabilidad— confiaron su suerte a unas cuantas basas y fueron a parar a Polinesia. Este recuerdo tiene por objeto principal referirlo a los peces voladores. En efecto, en la primera noche. (le la clesmesurada aventura que duró noventa y tantos días, los nautas de la Kon Tiki se sintieron agredidos en la seniioscuridad por 115


bichos que, al dar sus acrobáticos saltos con los brazos abiertos, tomando de trampolín las olas, iban a caer con facilidad sobre un transatlántico cuya cubierta no superaba el nivel de las olas . . . "si sacábamos afuera la pequeña lámpara de parafina en la noche, los peces voladores eran atraídos por la luz y, grandes y pequeños se disparaban sobre la balsa; a menudo daban contra la vela y caían inutilizados sobre la cubierta, incapaces de volver a volar, pues sólo se dan impulso dentro del agua. . El del pez volador es el primer vuelo a propulsión de sangre que ensayara la Naturaleza, millones de años antes de que lanzara a todos los ciclos su última creación en el género, como dicen los modistos: la navegación aérea a sangre caliente y remos de plumas. Los peces voladores, que venían a considerable velocidad, levantando ci hocico, si daban en plena cara, dejaban una sensación de hormigueo y urticaria no propiamente deliciosa. Pero los noruegos, que viven resignados desde hace una caterva de siglos a los soplos árticos, se resignaban con mayor razón al ingrato cosquilleo, dado que mediaban dos circunstancias bonancibles: que los voladores, privados de sus escamas y puestos a la sartén, cobraban un convincente sabor a trucha tierna, lo cual significaba que eran las únicas víctimas del mundo que venían a ofrecerse voluntariamente a sus propios victimarios. En segundo lugar, podían ser usados como carnada para pescar delfines. Añadamos que las alas de los peces voladores son aletas laterales muy largas y que llegan hasta la cola, y les permiten elevarse sobre el agua, y caer a bastante distancia del lugar del pique, cuando el hocico de galgo de los delfines se les pone demasiado cerca. (Porque huelga decir que los delfines, que son los tipos más callejeros, repentistas y ladinos del mar, son los únicos que se atreven con CSOS pajarones de sangre fría y alas tiesas que son los peces voladores).

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EL MONO

El hombre tiende a considerarse, no sólo como la corona la creación, sino como el patrón o medida de todas las cosas.] Así sigue considerando al mono antropomorfo, como un mero grosero esbozo o una caricatura de hombre. En buena ley el mono tendría el mismo derecho a considerar a los hombres como monos más o menos degenerados si coteja su agilidad y su equilibrio anatómico y fisiológico con la pesadez y la aberrante obesidad de la mayoría de los ejemplares humanos. En consideración al desarrollo general del sistema nervioso, y sobre todo del cerebro, el mono ocupa el primer lugar en la escala zoológica después del hombre y sería aventurado, dice un naturalista, declararlo incapaz de un desarrollo ulterior. Con todas sus limitaciones mentales, el mono ofrece sorprendentes afinidades de fondo con el hombre, y hasta su malhumor de cautivo y su escasez de atención y deseo de aprender pueden no ser congénitos, sino ocasionados por su confinamiento entre rejas y por la presionante y perturbadora influencia del hombre. Su facultad de percepción y asociación es aguda. Un mono escapado de su circo —cuenta un zoológo— se daba con todos menos con los miembros del personal de la casa de fieras. Los monos no entienden el lenguaje humano porque es artificio cuya clave y cuyo aprendizaje comienza desde la cuna, pero indudablemente aprecian la significación de los distintos tonos y la mímica correspondiente, mejor que ningún otro animal. 117


La similitud de rasgos psíquicos entre el hombre y los antropoides es obvia: 1?) Su propensión a la travesura propia de los niños sanos; 2?) su curiosidad ilimitada y su capacidad de imitación; 3?) su capacidad de afecto, tan intensa que soporta cualquier dolor o peligro de sus hijos, a (1uiens sii(h n ikvar por un par de días en sus brazos después de muertos; 4) un afecto ra2onado por el cuidador que los trata con inteligencia y bondad. A semejanza del hombre, el mono tiene ventajas y desventajas sobre el u sto de las especies animales. Como ya nos referirnos a las primeras, debemos aludir a las segundas. Se trata ele su sistema nervioso que si bien, no es tan desarrollado corno el de los hombres, lo es mucho más que el de los otros aniniales y por ello más propenso al desequilibrio. Así es corno puede adquirir algunos ele los vicios humanos y cómo su trav& sura puede degenerar en burlas crueles, cuando no trágicas. Su rica t, nclencia a la imitación puede enderezar tanto a lo mejor como hacia lo por, y con más frecuencia a lo último, porque es más fácil bajar que subir. En ci cuento polir ial más afamado del mundo, El crimen de la calle de la Morgue, de Poe, un mono ele circo escapa cuando su amo lo sorprende- navaja en mano, intentando afeitarse. y tcrmini conietft'ndo un crimen de horror único y herméticamente indescifrable para la policía. El ota inglés Algcrnoon Swinburne tenía en su casa de Francia un mono cuya gracia favorita era empujar briosamente la nuca de los invitados en ci momento que empinaban el codo, volcándoles la copa de Champagne o Burdeos. Otros monos se divierten mortificando a ]os animales más o menos inofensivos, corno la tortuga. Si su amo se excede en el tintillo, el mono suele voivcrse tan borrachín como él. Los monos más afamados en la literatura de este siglo SOil los de El libro (b' Sao Michele de Axel Munthe. He aquí uno de sus dsopilantes atisbos. "Podéis engañar a un hombre enfermo, podéis engañar a un porro que cree ciegamente cuanto 'e decís, pero no podréis engaiar a un mono". "El mono (que es demasiado inteligente para nuestros tontos 118


cerebros) puede engañarnos en la primera ocacin y le gusta hacerlo". "A los monos les gusta burlarse de nosotros, pero a la menor sospecha de que queremos mofarnos de ellos, se irritan profundamente". "Las monas son madres excelentes, pero guardaos de tener algo que ver con sus pequeños, pues, como las mujeres árabes y las napolitanas, creen que le hacéis el mal de ojo". El sexo fuerte se inclina al galanteo, pero también a los celos y hasta el más pequeño tití puede volverse un Otelo furioso.

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EL CHA JA a A ntonia y A nibal Gómez de la Fuente

Gallo sagrado de la pampa, así ha llamado al chajá uno de nuestros poetas. Digamos, para comenzar, que los poetas de tiempos pasados —y aún los mejores— solían tener relaciones muy vaporosas con la historia natural y se confiaban demasiado en las virtudes supletorias de la imaginación. Sólo así se explican erratas que hoy nos parecen imperdonables. Así Olegario V. Andrade, en su Nido de cóndores, hace que la más gigantesca de las aves voladoras cuelgue su nido —esta vez de un peñasco— como si se tratara de un pájaro sastre u otra avecilla minúscula. No lo hizo mejor Bubón Darío cuando creyó ver que las aves pescadoras tenían zarpas de rapiña: "Un ave pescadora pasa a pescar y torna con un pez en las garras . Respecto de nuestro, chajá tan conocido de nombre, no son muchos los que sólo saben que es ave tan sobrada de plumas como de gritos de alarma. Pero naturalmente hay algo más. Corno que se trata de uno de los personajes más espeetables de la alta sociedad avícola. Títulos le sobran. Por lo pronto se sabe que es una de las aves de mayor prosapia o sea que según lo prueba lo arcaico de su constitución anatómica su especie ya eNistía más o menos 121


hace millones de años mientras muchas de sus contemporáneas se han extinguido ya y sus descendientes se diferencian de ellas, a veces, en forma impresionante. No faltan quienes sospechan que el ñandú y el chajá son los más próximos parientes de Archeoptcrix, avechucho tan arcaico que, como recién bifurcado de la clase de los reptiles, aún llevaba dientes cii el pico * Pero nuestro chajá —la más pampeana de las aves— tiene méritos más subidos que el (le Un raízudo árbol genealógico. Para decirlo de entrada se trata —nada menos— que del más inteligente de los personajes del inundo alado, hasta el punto de llegar a asignársele entre las aves la categoría que el elefante tiene entre las mamíferos, por su masa, su poder y su mansedumbre, la claridad de su entendimiento y la dignidad de su porte. Su voz es el más poderoso ruido animal escuchado entre los remansos y cielos de Ja pampa. El chajá, como el rey de los colmilludos, es un animal sumamente domesticable. Y ya como parte integrante de la familia humana, se caracteriza no sólo por ci celo con que denuncia la presencia de cualquier intruso o sospechoso y a cualquier hora del día y la noche, sino también por su capacidad de convivencia amistosa tan ancha, que va desde el jefe de la familia a las gallinas. Todo esto debido a su alta comprensión y pese a los truculentos puones que lleva debajo de las alas que, si es preciso, ponen a raya a gatos, perros o personas indeseables. Y si el poeta de nuestra referencia lo llamó gallo de la pampa no fue por pura galantería retórica. En efecto, el chajá, como el sonoro patrón de nuestros corrales, canta tres veces las horas de la noche: al anochecer; a media noche y a la madrugada. Hay algo más ignorado por muchos: pese a la escasa dimensión de sus alas, el chajá puede remontarse a tanta altura Como un águila, es decir, por encima de las nubes. Su proeza se parece a la del helicóptero. ¿Explicación? Que tiene debajo de la piel una especie de malla globulosa que, al llenarse de aire, facilita el gran ascenso. Un último rasgo y e] más señero. Las demás aves de gran remonte suben la altura por necesidades puramente culina122


rias: para otear su presa. El chajá, que ni siquiera teme al rayo como las terribles carniceras, es un poeta: sube al techo de las tormentas sólo para cantar, o mejor, para hacer sentir, con voz que p:rfora la bulla del trueno, ci mar o el viento, el júbilo melodioso de su canto, CCIC1)randO la embriaguez y libertad sin límite del vuelo,

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EL DELFIN

Nuestra sastisfecha ignorancia lleva a muchos de nosotros a creer que en el mar sólo viven los peces. Naturalmente, se trata del más infantil de los errores. Allí viven plantas de toda clase y una fauna infinitamente más Copiosa y variada que la de la tierra, sin contar los peces: desde los zoófitos a los pulpos, desde las esponjas a las serpientes marinas. Y también mamíferos ¿O se cree que las ballenas, los delfines y las focas ponen huevos como un cocodrilo o un chingolo? Ya veremos más adelante que los mamíferos del mar fueron antiguos criollos de la tierra o tal vez anfibios, que un día, por alguna circunstancia que se desconoce, resolvieron despedirse para siempre de su patria firme y hacer del azar de las ondas su patria definitiva. Entre ellos está el delfín, ci más gentil, el más alegre y tal vez el más inteligente de los hijos del mar. Desde los más remotos tiempos es universalmente famoso por su hábito (le echarse a la zaga (le los barcos. También el tiburón suele tener esa veleidad, pero al modo de un bandido del desierto que sale al paso de la diligencia para asaltarla y desvalijarla. Lo que el hombre llama domesticación no significa casi nunca una ventaja para el animal. En efecto, comporta la esclavitud, o sea, el dejar de ser alguien por cuenta propia para serlo por cuenta ajena. Se diría que en el caso del perro o del caballo les ofrece una seguridad de nutrición, abrigo y supervivencia de que carecen en la vida salvaje. Bien, pero casi 125


siempre a costa de su degeneración. ¿O se cree que una vaca salvaje, ejemplo de vigor, rapidez y advertencia es inferior a esa pipa de carne y leche que es la Shorthorn o la Holandesa? Los yanquis de Florida se jactan de haber formado un criadero de delfines y haberles enseñado una serie de pruebas de oso o de caballo de circo. ¿Agrega eso algo en favor del delfín? En absoluto. Porque con nada puede compensársele la libertad marina que se le roba. Porque nada hay en tierra o mar cotejable con la celeridad, esbeltez y regocijo del delfín tal corno lo hizo la naturaleza. Finn, un gran naturalista moderno, ha hecho al delfín el elogio máximo que puede hacerse a una criatura viva. "Es el ser más alegre que se conoce". Quizá exagera: es demasiado que iguale a la alacridad aérea de ciertos pájaros. Ya dijimos que el tiburón sigue la estela de los barcos a la espera de desperdicios de comida, entre los cuales puede caerle, como bocado de aguinaldo, un hombre vivo o muerto. Que el delfín no juega este papel de pordiosero y asaltante lo dice el hecho que no sigue la estela del barco sino que prefiere ir a la par o adelante de la proa. Su papel es perfectamente equivalente al del perro que sigue a su amo a caballo, ganándole siempre la delantera. La velocidad del delfín es tal que los transatlánticos modernos no logran superarla. El delfín, como la golondrina, parece una encarnación del movimiento continuo. Tan pronto corno una banda de delfines —que pueden ser cientos— divisa un barco, se acerca, y cada cual procura tomar la delantera, colocándose a proa y escoltándolo con sus ornamentales brincos, en una especie de orden previamente ensa yado, sumergiéndose y emergiendo de nuevo, usando de tram polín cada ola, sin hacer jamás la menor concesión al cansancio, como dotado de una vitalidad de semidiós. El delfín, como su padre el mar, está siempre alejándose y siempre regresando de las distancias más azules. Y como la poesía más veraz no es la que se escribe o se canta sino la que se vive, él y el albatros son hasta hoy los dos mayores poetas del mar, dicho sea con permiso de Hornero y de Melville. Los griegos (esos hombres de ojos tan claros que vieron en 126


las cosas mejor que todos los hombres hasta hoy) representaban al delfín como un filántropo que acostumbraba salvar a los náufragos trayéndolos en su lomo hasta las playas. Constituia el símbolo del mar en calma y propicio para el navegante y por ello estaba asociado al más hermoso de los dioses, el padre de la luz y la música: délfico, el sobrenombre de Apolo, venía de allí. Cuando el sol aparece desnudo decretando el mellizo sosiego azul del ciclo y el mar, se muestra también el delfín como una especie de nuncio pontificio del buen tiempo, rivalizando con la del arcoiris la comba de su salto.

Hasta dos metros de eslora el cuerpo oscuro como la noche y albeando hacia el vientre —un hocico más agudo que todas las proas— la aleta dorsal en forma de hoz, para segar las olas, dobles de tamaño las pectorales y la caudal corno creciente de luna —ojo pequeño y veloz bajo una frente humanamente abovedada—, bofes capaces de alentar sin prisa y a gusto fuera del agua, el delfín es el más ágil de los cetáceos y ci más inteligente y jarifo de todos los hijos del mar, sin que su idoneidad para la navegación altamarina le vede incursionar en los ríos como los piratas de los antiguos días. El delfín es el mensajero ante la tierra y el hombre de nuestro inmenso vecino el mar. El mar con su rumor de bosque o de colmena o su fragor de trueno líquido (cuando las olas puestas en pie no dejan ver el piélago), o que se queda inmóvil y sin ruido como si el viento se hubiera exiliado para siempre, o, mejor aún, con vaivén y rumor de cuna y arrullo. Por el momento el mar es del mismo color del ciclo y no se sabe quién plagia a quién, y allá lejos su azul es tan misterioso que colinda con el sueño o el ensueño. (Claro está que con más frecuencia el verde de sus praderas nómades sigue anticipando el de la tierra). Y mejor que eso aun, la presencia y ci aroma sin límites del mar nos endiosa el pecho, nos obliga a abrir y alzar las alas, digo los adamantes brazos. El mar que anula nuestra voz y ex-


pande nuestra vista, viene a expandir también nuestro pensamiento y a oxigenar nuestra alma asmática. Una sociedad parasitaria y carcelaria sólo puede dar ese tipo de hombres y mujeres, inteligentes o no, pero no exentos de histeria, de un saber que se queda siempre a medio camino, con algo del niño precoz y de viejo agotado, sin la inocencia y el fervor de los que toman la vida por lo que es, pese a todo: un hermoso misterio sagrado. ¿Qué el delfín parece seducirnos principalmente por el contraste que marca su infantil e inmarcesible alacridad con los gruñidos y tumbos del mar, viejo coleccionista de naufragios? Quizás, pero expresa más bien lo opuesto: la inocencia y la alegría del mar, edén primario de todos los seres de agua, tierra y aire. El delfín en cuyos brincos la dinámica horizontal del mar invade el cielo, viene a evidenciar ante todo la salubérrima caridad del mar que remoza nuestra piel y lava nuestra sangre y azula un poco nuestra alma cenicienta.

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LOS FELINOS

Se ha dicho que la madre naturaleza no tiene hijos predilectos, pues lo son todos. Si a los animales que viven de carne los armó con espantosa eficacia, no menor esmero puso en dotar a los herbívoros —olfato, Oído, vista, celeridad diábolicospara burlar a SUS perseguidores. Una prueba de tal equilibrio y justicia es que también ha creado plantas carnívoras, y que los animales y pájaros comedores de frutas y semillas son los mejores sembradores de plantas. De todos modos la lucha por la vida es implacable y así fue desde el comienzo de los tiempos. En las épocas secundaria y terciaria aparecen tipos como el tiran osaurio, lagarto (le nueve metros de estatura y quince de largo y más sanguinario que Nerón o Iván ci Terrible, —o el onactornis, desalmado pajarraco carnívoro de (los metros y medio de alzada—, o el tigre sable, que usaba dos yataganes en lugar de colmillos. En los reptiles de hoy no todos son propiamente inofensivos, como sabemos. La cobra puede enfriar al hombre más fogoso en quince minutos. La víbora de cascabel, la de coral, la (le la cruz y otras demoran un POCO más. Pero existe en América la rnusu,a,a, una víbora de florido color que sólo se alimenta de víboras venenosas. Y la anaconda, que no tiene veneno, pero que puede tragar un venado, un mono o un carpincho después de trocarlo en longaniza con un anilloso abrazo de todo su cuerpo. Y existe en Africa el serpentario, pajarón que sólo se alimenta de víboras sin gastar tiempo en averiguar si están con129


dimentadas con veneno o no. Y también vive la araña pollito, que dispone de un veneno fatal para los animales de sangre fría, como la víbora cascabel, a la que mata, le perfora los ojos y le sorbe ci seso. Si vamos al mar, de entrada certificamos que aquí campea menos ci idilio. Basta recordar la facinerosa fama del tiburón y el pulpo — y al cachalote, que tiene garguero por el que puede pasar un hombre sin necesidad de reverencias, y un testuz capaz de echar a pique un barco—, y a la orca, la pequeña ballena asesina, que ataca en banda a la ballena azul sin respetar sus treinta metros de eslora y sus ciento y tantas toneladas de peso, y no cesa en la demanda hasta arrancarle la lengua y comerse a la deslenguada. Eso sí, hay también en u1 mar formas realmente poéticas, aunque no románticas. La medusa, onu parece una amorosa y ondulante cabellera de mujer, es una voraz cazadora' de animales mint'iseulos. Ja actinia es bella corno una rosa o un crisantemo, sólo que sus pétalos son tentáculos que llevan a su boca cualquier pececillo que los roce. La estrella de mar, de cinco puntas como la de tierra seca de los judíos y tan hermosa como Diana, es cazadora a la que no resiste ni la más fornida concha de caracol. Los mamíferos vinieron a la tierra hace setenta millones de años (cuando el Último dinosaurio echaba el último suspiro). Sólo que los de hoy —salvo raras excepciones— se parecen tan poco a sus aneestros como un deudor a su acreedor. El arehiahuelo de los donairosos ' espantosos felinos fue una comadreja tamaila, el creodonto, primer carnívoro propiamente terrestre. Todo animal, corno todo hombre, tiene los defectos correspondientes a sus virtudes. Tos felinos no tienen un espinazo de gran aguante y poseen clavículas flojas. En cmhio su sistema muscular y su sistema dentario son los más perfectos y perfectamente temibles que se conozca. Un ti elgre real puede quebrar la pata de un camello de un zarpazo o cercenar la pierna de un hombre de un solo tarascón, arrastrar con sus fauces una vaca casi en vilo, y su áspera lengua limpia de carne los huesos 130


como una escofina. El león de Africa, con su aborrascada melena y sus gárgaras de trueno, puede saltar una zanja de algunos metros con un ternero o un gamo en las fauces. El jaguar puede matar un toro y arrastrarlo hasta un reparo arbolado, o cruzar a nado un gran río timoneando una vaca o un caballo muerto. Nuestro puma de tan modesta apariencia, suele cazar monos persiguiéndolos sobre la azotea de un bosque, o logra de un solo brinco, trepar al capitel de un cardón de varios metros de alto. El guepardo galopa a ciento veinte kilómetros por hora. Sobre eso, el estilo aerodinámico de su esqueleto y su cráneo, el muy frecuente lujo y fantasía de su piel, la ondulante gracia de su paso y el rayo enfrenado de su mirada. Muchos zoólogos opinan que los felinos son los mortales de más envidiable desarrollo neuromuscular que se conozca. Su inteligencia es grande y sería mucho mayor si los monstruosos mósculose la nuca y las mandíbulas oprimiesen menos su cráneo. Su vista es anfibia ya que puede ver bastante bien de día y calar cualquier oscuridad hasta cuatrocientos metros de distancia. De la velocidad de su mirada dice claro "el que un puma es capaz de cazar, a zarpazo limpio, un objeto semimicroscópico que oscila a razón de 4.000 ciclos por segundo". Aunque parezcan ñatos no lo son, y tanto que su olfato es su mejor escudero, casi como en su pariente la hiena que puede oler la carne putrefacta —y más si el viento la ayuda— a ochenta kilómetros de distancia. Eso sí, estos ñatos tan largos de genio son muy cortos de intestino. De ahí que se vean esclavos sumisos de su hambre. Si la pantera exige un menú de treinta kilogramos diarios de carne roja, el tigre y el león superan con soberbia holgura eso cifra. Esta es otra de las menguas felinas. Quien piensa centralmente con el ombligo sólo puede pensar lateralmente con el cerebro. Algo más: también conspira contra ellos la devastadora eficacia de su aparatos muscular y sensitivo que no pocas veces los obligan al ayuno y por ende a la autopeclagogía. Pese a tales descuentos, muchos piensan que la inteligencia de los felinos llega a veces a alcanzar y aun a superar a la de los simios. Un cazador habla de 1a especie "de siniestra inteligencia del león" y cuenta que en cierta aldea de Africa los bueyes y vacas de un fundo habían sido encerrados en un co131


rril de postes y ramas espinosas de altura suficiente para derrotar al más acróbata de los asaltantes de garra. Con todo, la catástrofe se produjo, pues el león orinó contra ci viento a pocos pasos de la erizada valla, enloqueciendo de terror a los reclusos que se recostaron en tempestuosa masa contra ci costado opuesto del cerco derribándolo y ganando campo afuera, que era lo que el muy bellaco quería. Un colono dinamarqués establecido en Santa Cruz hubo de habérselas con un puma —una hembra con crías— que dejaba en cada visita al puesto un ternero, un potro o un tendal de ovejas a medio comer, todo ello sin dejar rastros o dejándolos más enredados que un pleito: en efecto, la muy maula los contrapisaba adrede o caminaba dentro del agua de un arroyo hasta dar con una orilla pastosa o pedregosa. ¡Ni sombra de impresiones digitales para el archivo policial! La doctrina teológica de que el hombre dispone de una razón de origen divino y el animal sólo de un oscuro e irracional instinto, ha sido archivada por la ciencia demostrando que el hombre y la bestia son movidos por una inteligencia que varía en grado y modo, pero no en esencia, y por eso el animal puede aprender algunas cosas que ci hombre se empeña en enseñarle. Desde la hormiga, la abeja y la ardilla al loro, la foca, el delfín, el elefante y el mono —para no citar más— ciertos animales evidencian un comienzo de razonamiento y sólo les falta llegar al pensamiento abstracto. Lo que se llama instinto es mera inteligencia cristalizada, pero que un tiempo fue móvil y de maravilla, como en nuestro pájaro hornero, que inventó la bóveda y el rascacielo hace millones de años. De los felinos se sabe de un leopardo que aprendió a emborracharse para aliviar el nefando tedio de las rejas, y de un gato que construyó con tabletas de corcho una escala para trepar por un muro electrizado. Pero hay otro detalle, menos brillante, aunque más profundamente hermoso. Corno el ex lobo llamado perro, muchos representantes de la felinidad pueden trocarse en modelos de afecto al hombre. Lo testimonian no pocos zoólogos y domadores de animales. (Los gauchos llamaban al puma "el amigo del cristiano" y lo es, aunque se trate de un judío o un musulmán). El caso de mayor bulto lo cuenta Carlos Hagen132


beck, justamente el más grande educador de fieras, una especie de Pestalozzi (le la zoología, que logró trocar en amigo y camarada al más sansónico y truculento tigre de Bengala que conoció Europa. Después de eso el caso del león (le Ancirocles ya no tiene la obli g ación de seguir siendo leyenda. Corolario. Las fieras no son fieras, digo voluntaria y gustosamente crueles, puesto que matan para no morir de hambre. El tigre que devora una gacela no es más perverso que el cordero que devora una mata de hierba. En última instancia, la única fiera hasta hoy es el hombre, aunque no por vocación sino por degeneración, y lo seguirá siendo mientras siga matando o esclavizando prójimos o bestias sólo para disipar su tedio morboso o cebar su apetito bellacamente artificial de lucro o poder, Qu6 esa monomanía puede ser puesta en desuso alguna vez? Claro que sí, si se eliminan las causas meramente exteriores que la fomentan. El hombre tendrá que recobrar su Edad de Oro, que no es ningún mito, según lo testimonian los grabados y, paleolíticas en las cuevas de Dordoña, Altamira y cien más, en que el hombre no caza hombres, )7 seg ún lo prueba la antropolo g ía más delantera de hoy señalando la existencia, aun en nuestro siglo o e] anterior, de tribus sin contacto con la civilización desde la prehistoria (los amos velludos del Japón, los k1c de Sumatra, los punan de Borneo, algunas tribus de California, los painte de Nevada, los pigmeos del Congo, los sakai y ia1cus del archipiélago indomalayo, los lapones, samo j cdos, CSquifl?ales y cien más) que nunca practicaron ci homicidio colectivo llamado guerra. Esos días sin crimen volverán cuando ci hombre jubile las mentiras milenarias con aureola y su miedo al porvenir. Entonces los cuadros que representan batallas solo se exhibirán en las carnicerías.

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EL PULPO

Ciertas caras y cabezas humanas tienen un casi fraternal parecido con el de ciertos hijos de la zoología: jueces o cobradores de impuestos que recuerdan ]a mirada congelada del búho; curas y rentistas de silueta cetácea; jefazos de charreteras o no con patillas y enguantadas uñas de tigre; prestamistas o rábulas con perfil (le yacaré o garduña; policías con sonrisa de hiena, boxeadores con quijadas de bulldo g, y personas, en fin, de las más variadas profesiones y razas que ostentan en rasgos y gestos algo de chivo, de jamelgo, de gato o de murciélago. Con ello la naturaleza busca menos ofendernos que simplemente darnos una lección de fraternidad o democracia a fin de que el hombre no siga tomando en serio eso de rey de la creación,recordánclole su condición de fortunoso aventurero del reino animal al que sigue perteneciendo en parte. Aunque su cuna inmemorial fueron las ondas saladas, el hombre, terrígena al cabo, tiene preferencia por las muestras mayores de la fauna terrestre. La jirafa, torre Eiffel en cuatro patas; el rinoceronte, unicornio de peso pesado; el tigre, el de uniforme de preicliario y patillas de verdugo; el elefante con su trompeta capaz (le derribar los muros de cualquier Jericó; el gorila, cs:i caricatura de cíclope, y la gacela, único mamante que conserva en sus ojos la inocencia Y el asombro del paraíso. Por los siglos de los siglos el contacto del hombre con el 135


mar redújose a costear sus orillas, pues la navegación oceánica es cosa de ayer, como quien dice. Sus noticias de la fauna marina no iban más allá de sus necesidades gástricas o su provecho: peces, mariscos, esponjas, perlas. Hoy el conocimiento de la hundida topografía del mar con su flora y sil es profundo va que los buzos del día son casi siempre hombres de ciencia que disponen de técnicas no soñadas antes. Todo lo cual no impide que ci común de las gentes siga al respecto casi tan analfabeto como antes y que su saber y su sentimiento del mar se reduzcan a poco más de unos cuantos chapuzones estivales. Cada VCZ más encarcelado en las grandes ciudades y en los grandes o pequeños negocios, el hombre está perdiendo casi del todo su sentido cósmico. Los mismos marineros, entubados en sus transatlánticos, están cada vez más ajenos a la emoción y la experiencia del mar y a esos sobrehumanos riesgos afrontados por los cazadores de ballenas, los piratas y exploradores de otro tiempo. El miedo ma yor no es el que infunde un peligro conocido el que está ]15 allá de nuestra experiencia ' nuestra comprensión. En sil de mono sabio, ci hombre se niega a reconocer que ci alcance de su inteligencia y sus sentidos es humillantemente limitado. Nuestros sentidos son cinco, pero ya no se duda que hay otros de los que apenas podemos tener idea. Nuestro ojo, por ejemplo, es inepto para lo más grande y para lo más chico, aun cotejado con el ojo del condor o del insecto. Ni siquiera vemos lo transparente, como ocurre con ci vidrio de nuestra ventana. Lo desconocido, lo inhumano nos rodea por todas partes. junto al del murciélago, nuestro oído es sordo, junto a la inteligencia olfatoria del perro, que individualiza a cada sujeto por su olor único, somos ñatos. No existe "la realidad en sí" sino aquella que a nuestro modo detectamos. Si nuestros sentidos fueran mayores en número y potencia ci mundo resultaría muy distinto. La miopía humana espanta. Sin la ayuda del microscopio no hubiéramos sospechado jamás las miríadas de criaturas que se agitan en una gota de agua, y sin el telescoSiflO

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pio y ci álgebra apenas sí hubiéramos imaginado las miríadas de sistemas solares (jUC se estorban en el universo. ¿Cómo vamos a soñar Siquiera el Alfa y Omega que está detrás de todo? Mas no nos torturemos en vano. Nuestros ojos y nuestros sentidos valen en cierto modo tanto como los más prodigiosos instrumentos puesto que están al servicio de nuestra mente y de la belleza y alegría que están fuera y dentro de nosotros. ¿O ganaríamos algo contemplando a la Venus de Milo a través del microscopio? Es necesario, pues, recobrar el contacto en g randecedor con la grandeza y ci misterio del mar, aunque mirándolo con ojos nuevos. El mar con su pulsante pecho y sus brazos alzados en las trombas, —con su grandeza de olas tendida hasta el confín del mundo y las edades—, con su fuego griego, (ligo el fuego líquido de sus fosforecencias (le ciertas noches, ci mar dejando su eco en las caracolas que anticipa el del viento en los bosques, el mar con sus criaturas tan innumerables como sus ondas, desde los erizos rallando las aguas y sus jibones que sudan y escupen tinta a las medusas de cuerpos más líquidos y evasivos que los de las ondinas, o las ballenas que erigen sus Babeles de vapor, el mar, con sus enanos bosques sumergidos y sus jardines criados en invernáculos y las aplastadas criaturas del gran fondo donde se apagan todos los ruidos y la única luz es la de la linterna de algunos nionstruos. La fauna de la tierra esta lejos de carecer de horrores. La hiena imita el ladrido (le] perro para atraerlo y devorarlo. El chimango, aterrizando en el llagado lomo del burro viejo Comienza a almorzarlo vivo para ahorrarle los gastos de sepelio. El cóndor puede sacarle los ojos a su víctima para que no vea y arrancarle después la lengua para que no pida socorro. Las pirañas pueden gustar como un sorbete del momento ci cuerpo y el alma del bañista o del náufrago. Esto para no recordar a la mejor dotada de las fieras, el hombre, se gún lo certifican el tirano desterrando a sus oponentes a la mazmorra o a la tumba, o ci policía picancro revelando de golpe a su paciente los secretos mayores del infierno. 137


Sólo que el mar añade al prestigio personal de sus grandes fieras —la orca, el cachalote, la serpiente de aguas amargas, el pez-espada, ci tiburón— el de lo abismal e invisible. Entre los monstruos del mar ci pulpo es acaso el que más intrigó y torturó la imaginación humana, el que mejor logró encarnar el misterio y el horror del abismo líquido ligándolo sin duda a los recuerdos más arcaicos del mito: la hidra de Lerna, los cien brazos y manos de Briareo, la cabellera de víboras de Medusa. Hoy que se conoce o cree conocerse sus hábitos privados y públicos, el pulpo comienza a perder su prestigio de terror fantasmal, aunque no del todo su reputación facinerosa. Cuerpo sin aletas, semejante a una bolsa oscura —brazos o piernas desiguales, con ventosas dispuestas en dos series paralelas—, concha representada sólo por estiletes apenas visibles, un par de ojos fríos y malignos, digo de maldeojo, un orificio bucal con dos potentes mandíbulas en forma de pies de loro vertido, lengua en forma de placa cruzada de dientes a portillo: el pulpo no tiene nada que se parezca a la concha de los otros moluscos, con su inimitable belleza de formas, matices y esplendores, ni engendra perlas como ciertas ostras. No tiene esqueleto locomotor como alguno de sus parientes, pero posee una capa dura y piezas cartilaginosas que sirven de apoyo a los músculos. Su órgano motor por excelencia es el llamado embudo. El pulpo tiene un estilo de marcha de su propio invento, con la cabeza hacia abajo y los brazos extendidos, más puede también nadar tan veloz como una mala noticia, bombeando agua de su cámara branquial por el embudo que encorva en sentido opuesto al nimbo que sigue el nauta, o sea que, corno su rival e1 cangrejo, el pulpo avanza reculando... De gustos no hay nada escrito. Más camaleón que el patentador del truco, cambia de forma no sólo de color, para unimismarse con las rocas a las que se apega. De pronto. .. la roca comienza a moverse y ocho serpientes ávidas se alargan en todas direcciones desde su centro. Su apetito es de ogro. Troza con su férreo pico los cangre138


jos mejor blindados. También se desayuna con moluscos llevándoselos a la boca con sus succionantes tenedores y arrojando las conchas horras ya de contenido. (Es lo bastante maula para meter una guija entre dos valvas para forzar la cerradura.) Como nacen mucho más hembras que machos, se ve obligado a la poligamia como ci sapientísimo Salomón. El pulpo vive entre peñascos, y si tienen forma de caverna, mejor. Con las ventosas de sus tientos se adhiere al fondo manteniendo el cuerpo en alto y lo alza más aún en la marcha apoyándose en la punta de los pies, digo de los tentáculos. Eso sí, se echa a nado al primer apuro. Belicoso como un ogro o un vikingo, no tolera a nadie, por guapo que sea, en su condado. El can grejo de mar, por ejemplo, que asesina tortugas torturándoles el empedernido cráneo con sus ciclópeas pinzas, no logra evitar que los lazos y el pico del pulpo den cuenta de él. El pulpo es ribereño y no oculta una tierna preferencia por pescadores y bañistas. Bien sujeto a las rocas de su fondo puede trabar con su óctuple abrazo los muslos y los bíceps del más pujante y escurridizo nadador.

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ZC


EL FLAMENCO

Yo no me creo distinto a mis semejantes como no sea en la minucia de que en los más de ellos apenas sobrevive el edénico Adán que todos llevarnos adentro. Cuando se me ocurre escuchar las opiniones y los gustos de los hijos de las altas clases y sus ('mulos (le las clases bajas me vienen ganas de aullar a las estrellas o al mar como perro que ha perdido a su amo. Confieso que yo siento más devoción por la naturaleza que una vieja beata por su santo favorito. No tengo preferencia por ninguna de sis rnestras. irresistibles todas. No me sacio del recóndito embrujo de la luna, ya se me muestre de frente, con sus redondas rncjillas, o de costado, con su estilizado perfil idolatrado por Mahoma y todos los fanáticos del desierto, o cuando desposa al naranjal o al jazminero en flor da misterio y color de ángel a la noche. Sin luna y desbordado de estrellas, el ciclo vibra como un arpa sagrada. En la verde noche del bosque diurno me siento más aquerenciado que en mi casa. Siento en mí el pulso de la savia del árbol, su poderoso y sereno respiro. El enigma de las flores, cada una con su forma, su color y matiz y aroma inimitables mc ha asombrado siempre más que a los teólogos el enigma de la Santísima Trinidad. Como ellas tenenios nuestras raíces •en la tierra. El rumor de las frondas y las fuentes es nuestra canción de cuna. En cada madrugada toda la tierra es un incensario y un solo cántico de ofrenda. 141


El mar nos recibe siempre con su exultante pecho y sus brazos abiertos de par en par hasta el infinito. La montaña es el rascaciclo sublime alzado escalonando todos los climas. Los nobles de otro tiempo sabían disfrutar de la naturaleza asesinando a sus hijos —liebres, zorros, ciervos, garzas o palomas— por mero pasatiempo. Ahora hacemos lo mismo, sólo que con armas y avaricia más infernales. Ocurre que al revés de la piel de los otros animales, la del hombre no sirve para nada, ni siquiera para abrigarlo y por eso e1 pobre se ve obli g ado a quitársela a los otros. Todo esto, no sin calumniarlos previamente Así, por ejemplo al tiere real lo declararon huésped indeseable en sil cuando la verdadera peste de la India han s i do los marahajás, los ingleses y ci brahamonismo. En su angurria d' riqueza y poder puede llegar a lo infrahumano y aun a lo infrazoalógico. 1-Jalda de monstruos y fieras y la énica fiera real, o sea la que destru ye o encarcela sin necesidad, sólo por vanidad o abinTirniento, es él. Mata al elefane sólo poi' sus colmillos, al rinoceronte por su lobanillo nasal, al ciervo por sus astas, a la garza por sil Más aón, Mata en nombre de la ciencia por esa fúnebre manía coleccionista que prefiere ci animal embalsamado y embotellado en una vitrina al animal vivo en la gloria del sol y el aire libres. Vivimos de espaldas a la todo poderosa belleza de lo creado y a sil insumergible. La vida es una embriaguez suficiente y no 1iay necesidad de otra, pero el excitante y el sedante son el ir dr muletas de las almas cojas. de los criaturas seniiagotadas que buscan su total agotamiento. De todas las formas vivientes, el pájaro, (por la belleza de sus formas y colores, la doble gracia dr su vuelo y su canto y sobretodo la intensidad de su latidos y de sil) es sin duda el hijo mimado del cielo y la tierra con sil de revelar a sus hermanos el corazón dichoso de la vida. Aún caminando en tierra o posado sobre una rama, el pájaro recela una inminencia de vuelo. Ya no digo ci canto irisado de 142


la calandria o ci silbo de flauta pánica del zorzal, o el llanto humano en música de la tórtola, sino el ritornelo transparente e inocente de cualquier pajarillo nos embruja el oído y el corazón corno el primer balbuceo de nuestro hijo. Cuando niño me enamoré de todas las aves, y no he sanado hasta el día de hoy, y así un día me dejé hechizar por el flamenco para siempre. Los vi la vez primera con sus cuerpos de nube del amanecer, duplicados en el agua rizada del remanso, con una gracia tan aérea que parecían algo mas soñado que visto. El paisaje era tan puro y tan diáfano el silencio (el flamenco es silencioso como un alma) que quedé reteniendo el aliento corno a la espera de una música extraterrestre. Desde entonces mi devoción por el flamenco se parece a esa que los bobalicones niños de primera comunión tienen por los ángeles. Y hoy me pregunto: ¿qué es e1 desfile de las legiones de ángeles de La divina comedia y El paraíso perdido, junto a esa multiplicada aurora de una gran bandada de flamencos levantando el vuelo? Cuerpo esbelto —cuello muy largo, alas medianas, rabo corto—, pico más largo que la cabeza y más alto que ancho y acodado en su parte media con mandíbula superior más estrecha que la inferior, patas de largo y delgadez inverosímiles, comprimidas lateralmente y lampiñas de pluma hasta la caja, tres dedos anteriores palmeados y el posterior endeble y corto, plumaje denso de un blanco amaneciendo en rosa con alas de fuego y remiges de carbón, el ojo de topacio cercado de rubí. (Los pichones son blancos de cuello gris y alas moteadas.) Su nido es un pequeño pilar de barro alzado a tres jemes sobre el nivel del agua. El flamenco es la jirafa alada, con su misma anómala e increíble estatura. No es mudo, pero sólo deja oír su mística voz en dos ocasiones: cuando alza ci vuelo o cuando herido de muerte vuela hacia la nada. El flamenco prefiere las lagunas salobres junto al mar, aunque no desprecia las lagunas y remansos de agua dulce, ni los riachos tardígrados de la pampa. Ave errante sin llegar a emigrante, vagando en banda, a veces de cientos y aun miles de unidades. Le gusta pescar en aguas 143


descubiertas evitando los parajes que puedan vedarle el libre juego del ojo y de las alas. También le gustan las más variadas y ornamentales actitudes: recoge el cuello casi hasta formar un nudo o lo aplica contra el pecho y echa la cabeza hacia atrás apoyándola en el lomo hasta volverle invisible. Casi siempre tan sólo una de las patas sostiene todo el peso del cuerpo, como el rodrigón a la vid, pues tiende oblicuamente la otra hacia atrás o la dobla bajo el vientre. Es su posición favorita, pues hasta duerme de plantón como un conscripto trasnochado. Otras veces, en vela, encoje el cuello en forma de ese, aunque al menor amago de peligro alza la cabeza a la máxima altura. Cuando pesca, encorva el serpentino pescuezo hacia abajo de modo que el pico desciende al nivel de los pies. El remanso y el estero tienen su misterio propio. Agua estancada en que puede podrirse la vida y fermentar la muerte en miasmas y fiebres. Aquí y allá matas de juncos y espadañas, y tal vez achiras hamacándose con las ondas del aire y el agua. Abajo el mundo viscoso de la sabandija de sangre fría. Arriba, los pájaros del juncal, los patos y las aves zancudas en CI agila o volando en nubes. Alla, bajo las nubes algún halcón al pairo. En el silencio de ciertos instantes se cree oír el rumor y ver las burbujas de la fermentación misteriosa y sagrada, esa misma que hace muchos millones de años produjo el primer hábito de vida, allí mismo donde más tarde, se alzaría el endeble papiro, primer custodio del pensamiento. ¿No tiene el agua estancada el reposo cerrado del feto en la matriz o de la semilla enterrada en el surco? En un paraje así —me (ligo soñando— se alzarían los primeros flamencos, ángeles del amanecer del mundo. En los momentos más puros de candor y alegría de mi niñez lo veía todo de color flamenco. Un día, va en los comienzos del otoño, con las primeras hojas secas o marchitas en las ramas y el suelo, vi una rosa, una rosa tardía y solitaria que parecía concentrar cii su belleza última toda la pompa y vida de las dos estaciones precedentes. 144


En otra ocasión me levanté antes de hora para ver a un potrillo nacido el día anterior al que había soñado toda la noche y me di con que la aurora estaba haciendo del cielo, de las nubes y del remanso una sola felicidad rosada. En otra circunstancia, después de una larga ausencia, llegaba a mi aldea con las primeras luces del día y tuve la alucinante sorpresa de que estaba amaneciendo no sólo del lado del naciente sino desde toda ]a redondez del horizonte: eran los durazneros florecidos. En esas tres ocasiones la emoción dichosa cosechada menos con los ojos que con el corazón estaba vinculada a mi devoción por el flamenco, puesto que su presencia podía embellecer de risa e inocencia la tierra, el agua y el ciclo a un solo tiempo.

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VIEJAS NOVEDADES

El hombre, ¿testaferro de la muerte?

Sólo por apego a privilegios ya caducos y por carencia de imaginación el hombre no se atreve con su futuro y se queda mimando sus consuetudinarias cadenas. Está lleno de supersticiones, es decir, de miedo irracional, y de allí esa crueldad postiza con que sobrepasa a las fieras. Su capacidad de destrucción ya no reconoce frontera. Cuarenta millones de insectos humanos fueron eliminados en la guerra de 1939-45 para mayor gloria de la civilización, de la democracia y de la fe en Jesús Nazareno. No estamos libres que mañana pueda hacer descarrilar el globo terráqueo. Hay sin duda una especie de concordia entre la inteligencia y la bondad verdaderas. El alma menos destructiva ilumina mejor el cerebro, y viceversa a mayor comprensión mayor benevolencia. Si yo logro advertir que una culebra ratonera no tiene veneno y sólo es peligrosa para los topos, ratas y ratones de que se alimenta ¿por qué la he de destruir en vez de complacerme en la belleza de su piel y sus movimientos? (Lo que es bueno para el entendimiento también lo es para el alma y su recreo.) La cienca de la vida es enemiga de la muerte. ¿Por qué des147


truimos al sapo, a la lechuza, a la garza, a los pájaros que destruyen orugas, ratones, langostas y otros enemigos del verde de la tierra? ¿No sería mejor que eligiese el suicidio quien mata por avaricia o aburrimiento? La crueldad nuestra es hija paticoja de la incomprensión y el miedo. No está de más recordar aquí que nadie fue más miedoso que clon Juan Manuel de Rosas, quien después de una esforzada práctica llegó a ser el mayor técnico en hemorragias humanas en América, él, cuyo cerebro occipital no ic permitió sospechar siquiera la belleza de la variedad y el cambio, ni las auroras del porvenir. Si algo merece reverencia en el mundo no son los altares ni los pedestales sino el sacro y abismal misterio de la vida, que muriendo resucita y persevera, es decir, mostrándose eterna a través de la caducidad , y siendo única a través de su diversidad nos liga clandestinamente al animal, la planta, la gea y las estrellas.

La víbora

Sin duda hay pocas criaturas tan hermosas y ninguna tan enigmática como la víbora. Se dirá que es portadora de la muerte. Sí, pero la mayoría de sus especies no lo son, y más aún, se trata de personas no sólo inofensivas sino hermosas y útiles. ¿Por qué deben pagar culpas ajenas? Desde los más remotos días hasta hace poco la víbora se ha presentado como un enigma para el hombre. Su piel ostenta casi siempre la suavidad y esplendor de matices de las flores. Mira sin parpadear porque no tiene párpados. Camina sin patas, es decir avanza en una procesión de ondas como el mar, en fila india, sin esfuerzo a la vista y, cuando quiere, con la velocidad del pájaro, y todo llevando la muerte en sus dos colmillos como una niñera lleva al niño en sus dos brazos. Se crirrolla sobre sí misma girando como un re148


molino de agua y su cabeza surge del centro al modo de una corola de nenúfar. Quieta, es la estatua más perfecta del reposo (ahí, con sus ojos horizontales y su mirada de relámpago inmóvil); atacando, su cabeza proyecta el movimiento más veloz de la zoología. Desaparece bajo tierra por meses y regresa en la primavera cambiando de piel para mantener siempre fresca su hermosura. Tanta belleza y potencia unida a tanto horror cóino no iba a desvelar a los hombres? Estos, en remotos tiempos adoraron toda forma que expresara fuerza y poder, desde el águila y el león al elefante. Cómo no adorar a la criatura espk"ndda, Poderosa y misteriosa por excelencia? La pitonisa consultaba al pitón sobre los secretos del porvenir. Pero un día los teólogos creyeron advertir que el animal sutil y sagaz por antonomasia era mensajero del conocimiento, enemigo de la fe. Entonces la declararon comadre del demonio. (Desde el otro extremo podemos a la vez decir que la serpiente prefigura no poco e1 prestigio, el poder y el misterio de esa alucinante serpiente que es la religión.) Ahora sabemos que la serpiente no camina sin pies sino que usa (le tales la punta de las costillas; y que es un P OCO sorda, Per o escucha con todo su cuerpo las pisadas de los grandes mamíferos tan peligrosas para su débil espinazo: entonces huye, o da el alerta agitando el cascabel, o ataca de miedo. En el trance de la caza, su lengua bífida se proyecta llamativamente a fin de que el pájaro, el ratón o la rana no advierta el lentísimo avance de su cuerpo...

El gato y el búho

Es casi imposible que ha y a algo tan terriblemente hermoso en la zoología como ci gato del monte o el búho afrontando al enemigo en la penumbra del bosque, apostado detrás de la 149


punta del pico o los dientes, y las uñas, en la garganta un hervor de caldera y en los grandes y bellos ojos la llamarada del infierno.

El perro

El hombre ha hecho del perro su cabo de órdenes y su mascota y lleva agotados todos los adjetivos e interjecciones ponderando su lealtad e inteligencia. Lejos de nosotros ci negarlas. Sólo queremos recordar que la domesticación del perro Ocurrió en ci paleolítico medio, y desde tan remotas calendas el hombre se ha empeñado en potenciar y refinar las más variadas aptitudes de su favorito, —fuerza, velocidad, olfato, pelaje o belleza de líneas— suerte que no han tenido otros animales tan inteligentes como él o menos útiles y hermosos: el guepardo, la lechuza, el tití, el lcmur, e1 chajá o ci oso hormiguero. Probable descendiente de lobo y chacal, el perro encuentra, como ci cuervo, la mayor delicia de su gula y su olfato en la carne ya derrotada por los gusanos. Puesto a preferir entre el perro y el gato, el hombre eligió cerrando los ojos al primero, pese a la suavidad de piel y modales del último, y al esplendor de sus ojos y a su independencia de carácter. Yo me pregunto: ¿el motivo de tamaña elección no estará en el hecho de que un hombre cualquiera es un tirano en potencia, que odia toda libertad como no sea la de quitársela a los otros: un quindam, que precisa a sus pies lacayos y bufones para sentirse un gran señor. ¿Un hijo de los dioses, cuando no un dios él mismo? Lo pregunto por preguntar.

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La ardilla Por su superabundancia de vida, movilidad y alacridad, la ardilla es un pájaro desterrado entre los mamíferos. Tiene su misma gracia inés aérea que terrestre, su mismo cambio vertiginoso de actitudes. Y no hay acrobacia de pájaro más escalofriante que la suya cuando desde el borde de la rama de un árbol se lanza a la de otro, a cien pies de altura sobre ci suelo. Y la jaula —el invento más fúnebre del hombre— la oprime más que al pájaro, porque ella no tiene el canto para paliar sus penas

El ganso salvaje

La sublimada suficiencia del hombre lo ha llevado a subestimar sin compasión la inteligencia de ]os animales en general y de algunos en particular. Así de la palabras avestruz, burro y ganso ha hecho en su diccionario sinónimos de estupidez, cuando en realidad la suya le impidió ver que se trata de tres individuos muy sagaces. La circunstancia de que el ñandú haya hecho de su cuerpo un vertiginoso milagro de velocidad y gambetas, sobreviviendo a sus más arcaicos agresores, no es prueba de poquedad precisamente. Por algo los gauchos lo ponderaban llamándolo el más gaucho de los animales. Del burro se sabe que tiene más discurso y presencia de ánimo que el caballo común y no pocos caballos bípedos, y que vuelto al estado salvaje recobra la prcstreza y firmeza de patas, la altivez de orejas y el torrentoso empuje del onagro. Desde los días del Capitolio romano el ganso es tenido por 151


el mejor centinela nocturno. Tampoco es ignorado ci hecho frecuente de que un ganso macho se arroga ci derecho de vigilancia y mando sobre todas las aves de un corral. También parece ser que en las asambleas o viajes de la vida libre hay siempre un individuo que pilotea cada bandada por turno. Podría haberse sospechado que las mejores virtudes del ganso se dan o patentizan en ci paraíso de su libertad salvaje. Y a propósito, pocos espectáculos naturales pueden dilatar nuestro ánimo como ci (le una populosa congregación de grandes aves —garzas, grullas, cisnes, gansos— junto a un lago o en pleno vuelo. La diferencia entre el individuo aislado y una gran asamblea es la que media entre un árbol y un bosque. El ciclo, con todo lo que es, sólo revela su aspecto más sublime cobijando el despliegue y el clamor le g ionarios (le las grandes alas. La mente y el cielo parecen abrirse como una ventana, entonces. 1-le visto y escuchado en la costa de los Andes del sur el alto desfile de los gansos salvajes —algo más animado que las nubes y más vistoso que el arcoiris— y pocas veces he sentido una tamaña dilatación del alma. (A ratos ci plumaje de los peregrinos herido por el sol parecía como las cimas nevadas, brillar con luz propia.) Era en mí, el hombre, la añoranza de una libertad perdida, o más bien, el glorioso presentimiento de esa libertad por la que los hombres vienen luchando desde hace tantos siglos y que sin duda conseguirán un día.

La chinchilla De igual o mayor tamaño que la ardilla, a la que tanto se parece en su movilidad de azogue. Su color va de las perlas blancas a las negras, y su atractivo se extiende desde sus tamaños ojos negros a su piel de felpa y su cola de ramillete. Puede trepar un paredón de piedra de ocho metros de alto. Se sienta sobre su tarsos, con la cola hacia atrás y las patitas 152


delanteras sobre el pecho o se yergue verticalmente sobre sus patas posteriores. Criatura meticulosamente creada y pulcra, su piel no tiene olor alguno para ci olfato humano. Su incontenible curiosidad vence su timidez hasta el punto de saltar, a poco de domesticada, sobre un hombro del amo y buscar sus caricias igual que un morrongo. Como a esas cualidades agrega la de SU sobriedad —un pufiado de hierbas, raíces o bulbos le basta— resulta fácil y provechosamente domesticable. Dado que la hembra pare dos veces al año de cuatro a seis hijuelos, su muitiplicio es grande. Los indios esquilaban e hilaban su lana, hoy se prefiere esquilarle la piel. La dueña del abrigo ins eintuso del mundo tiene su patria última en las más alejadas cimas de las montañas. donde excava sus refugios entre las peñas. Vivió sin mayores cuidados desde el comienzo de los tiempos protegida por la inteligencia y mansedumbre de ¡os dioses quechuas y sus hijos. Mas he aquí que ni la gran altura ni la desolación, e] frío o el viento han podido salvarla de la codicia occidental y cristiana, y así se ha iniciado su camino de extinción.

El guepardo Como la naturaleza tiene más fantasía que los naturalistas y mejor humor que los hombres de gabinete inventó ci guepardo, animal que se parece imparcialmente a los cánidos y félidos a la vez, aunque mucho más se parece a sí mismo. Tiene cuerpo y canillas de galgo, con exceso de remos traseros, y uñas retráctiles que no llegan a garras ni le permiten el alpinismo arbóreo aunque sí brincos tan circenses corno el del puma, y un forro de leopardo de la cabeza a los pies y la cola, y ojos de condescendencia perruna; y todo esto moviéndose con más prestreza que el lebrel o el venado, y aun el viento, en vuelo a ras de tierra. 153


El lemur

El lemur de los bosques de Madagascar y de Africa del Centro, es quizás el animal más inquietante de la tierra. No es un monito de bolsillo sino el antecesor de todos los monos y los hombres, con su pequeño cráneo más próximo al del homo sapiens que el de los monos antropoides. Sus miembros posteriores doblan el largo de los anteriores. Su sigiloso andar de oruga no excluye la prisa del relámpago en la caza o la lucha. Para disfrazar su arisquez usa un alarido coral que hace temblar al más valiente, lo cual no contradice su pasión de ardilla o pájaro per el juego y la chacota, Duerme todo el día corno un guardián de faro para despertar a la entrada de la noche cuya sombra esconde su figura de gnomo, con excepción de sus grandes ojos, los más luminosos topacios conocidos. Pese a su esquivez, mira al hombre como con simpatía, tal vez desde el inmemorial misterio de una cuna común.

La vida y los museos

El naturalista puede disecar la piel o el cuerpo entero del animal y detectar su fisiología sin que nos acerque a su conocimiento real. ¿Sabríamos más de Shakespeare porque un anatomista hubiera disecado o pesado su cerebro? Sólo el conocimiento reiterado del animal andante y palpitante en su medio salvaje puede acercarnos a su alma aunque nosotros sigamos creyendo que el animal no la tiene, ya que aun lo concebimos corno un simple mecano con respiración propia. 154


El animal vivo, en acción y relación profunda con su medio también vivo, vale más que todas las jaulas y gabinetes y museos de historia natural del mundo. Tenemos en gran parte la superstición de la cultura aunque ésta sea ya mera cáscara o residuo que impide la aparición de nuevas y más libres formas de vida. Ojo con el culto místico de la ciencia por la ciencia, y de museos y bibliotecas que pueden resultar a su modo cementerios disimulados, enemigos clandestinos de la hermosura de la vida y el deveniri

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Esta edici贸n consta de 3.000 ejemplares y se termin贸 de imprimir en Artes Gr谩ficas Cadop calle ZoiorIi3 1383, Buenos Aires, Rep. Argentina, el d铆a 9 de mo-zo de 1976,




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