La Máquina Hamlet
Leyendas del ring: El carnicero de La Peralvillo “En mi casa y con mi gente se me respeta” Dr. Wagner Jr
De Marcelino Champo
N
unca bajó los brazos, ni acarició la lona con resignación, su valentía profesó lo que muchos llaman: eternidad. Miserable como un perro, pero con la decisión de un kamikaze, sus botas pisaron los escenarios más distinguidos: La monumental de Acapulco coreó su nombre, El auditorio Cabrera de Tenancingo vibró con sus lances acrobáticos, en el mítico Perú 77 ninguno le hizo sombra. Su delito fue la desmesura, nada se lo guardaba, ni la fuerza, ni el dinero que corrió como agua entre sus manos. “No hay bronca, yo invito” esa era su frase favorita, inmortalizada en bares como El tenampa, La risa extraviada o La hurracarra-
na, recintos que acogieron su presencia en los mejores momentos. Mujeres no faltaron, a menudo se le veía acompañado de modelos, actrices, bailarinas o jóvenes meseras. Dicen por ahí que su único amor fue Verónica Castrejón, la conductora de “Talento México”, aquel programa televisivo de concursos de baile que pasaba los domingos por la noche, pero yo que lo conocí muy de cerca puedo decirles que esa historia es falsa. Muchas veces lo acompañé hasta la casa de La Yessenia, un travestí que trabajó muchos años en los burdeles de Garibaldi. A pesar de eso mi compa siempre fue muy macho, no por algo le apodaban “El carnicero”, algo que no distaba mucho de la realidad. Había que verlo en el cuadrilátero, sus
ojos se encendían como dos hogueras del infierno, hasta parecía que tenía rabia, y sí, quizá eso era lo que siempre lo acompañaba: la rabia. Alguna vez me dijo que cuando subía al encordado la furia lo visitaba, entraba como una flecha hasta su pecho, luego sólo era cuestión de tiempo para saber que en ese momento nadie podía parar su odio contra el mundo. Pobre de aquel que le pusieran enfrente. Jamás usó una máscara, decía que le gustaba que la gente lo reconociera. “Sólo los pendejos usan macaras, así que chiste. Lo chingon es que el pueblo te vea en la calle y te salude, que no te cobren en los restaurantes, eso es lo bueno de la fama, y así con mascara ni se disfruta” Solía repetir en las cantinas. Decir que era simple-
mente un buen luchador sería profanar su recuerdo, sólo diré que fue un tipo que tuvo, por un instante, la gloria, y luego se la bebió toda hasta no dejar rastro. Hoy evoco su imagen ahí entre los cuatro postes, emergiendo de entre las sombras como un demonio. José Guadalupe Monroy, alias “El carnicero de La Peralvillo”, ídolo y mito que ahora reposa en una tumba olvidada en el panteón de Xoco.
Sábado 20 de Abril de 2013. Año IV. Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad
No creo en una historia que tenga pies y cabeza. Heiner Müller