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de mi generación están casados, tienen hijos, casas, negocios, franquicias, un perro en el jardín, un comedor lo suficientemente grande para la cena de navidad con los suegros. Yo la verdad sólo tengo el perro (uno de la calle que adopte recientemente), un montón de libros, un puñado de cuentos el cual espero publicar pronto, trescientos pesos en la bolsa y un gusto tremendo por las películas de Woody Allen. No pienso tener hijos, el matrimonio me aterra, detesto la navidad, soy malo para los negocios, no tengo una casa propia y no uso corbatas ni camisas de marca. Ojalá esta etapa de reflexión desaparezca para tener la mente tan clara como para escribir un buen párrafo, pero creo que esto se irá acentuando. Sólo me queda esperar frente al monitor y observar la hoja en blanco.

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sociales, compromisos con el sexo opuesto. Y sí también estoy consciente de que no soy ningún vejestorio, aún tengo la capacidad como para desvelarme, escuchar a The Smiths a todo volumen, caminar largas distancias sin quejarme, ir al gimnasio, asistir a una que otra fiesta que no involucre probar las drogas de moda (con las clásicas tengo ya suficiente), y bueno aún puedo hacer reír a una mujer, bendito el cielo todavía tengo esa capacidad, el día que eso desaparezca sabré que ha llegado el fin. Pero algo pasa que siento que se asoma la época de las perdidas, ante eso sólo queda la angustia. Se pierde el ritmo, se pierde el gusto por el riesgo, a cambio de eso se piensa más antes de actuar, se piensa en un futuro (ahora con mayor ahínco ), se piensa en la paternidad, esto último la verdad asusta. Recuerdo mi niñez, una etapa que quisiera evocar como lo hizo Herman Hesse o Hemingway, pero en cambio la mía fue tan simple como aburrida. De esa etapa lo que puedo rememorar con placer son las series y los dibujos animados, esa red mediática de entretenimiento banal conforma lo mejor de mi infancia. Thundercats, Voltron, Mazinger Z, Silverhawks, Transformers, etc. Aparecen de repente como para confirmar que el tiempo ha pasado, ha dejado huella, y no espera soltarme. ¿Qué hace la gente normal a los treinta? Digo normal porque yo la verdad me considero un paria, un tipo que decidió dedicarse al teatro y con pretensiones de escritor no puede ser muy productivo para esta sociedad, por eso me hago esta pregunta. Los

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M

ira que cumplir treinta años a estas alturas de la vida más que un logró parece una penitencia, esto lo menciono porque después de la segunda década todo apunta a la nostalgia, el reino milenario aparece pero no como en las páginas de Cortázar, sino como el prologo de la perdida. Se vive entonces en la premura de la búsqueda. En el pasado (nótese la maldita melancolía con que evoco la palabra “pasado”) la aceleración del cuerpo, el frenesí por encontrar ese algo era un placer por asomarse al vació, ahora ese vacío comienza a dar miedo. Madurez le dicen, yo lo llamo resignación. Se preguntará usted estimado lector por qué diablos estoy hablando de esto en este espacio que por lo general lo utilizo para reseñar algún libro, comentar sobre algún artista o dar mi opinión sobre alguna película. Le seré sincero, la verdad es que no sé qué escribir, llevo horas sentado enfrente del monitor observando la página en blanco, levantándome sólo para ir al baño, estirarme un poco o para tomar té de manzanilla (sí, ahora ya tomo té de manzanilla), de vez en cuando checo el twitter, pongo algo para escuchar: Sonic Youth, Pixies, Tom Waits, lo que sea que ilumine mi cabeza o me acerque a una idea, pero la verdad nada. Sólo sé que ahora que tengo treinta años me siento un poco obsoleto en algunas dinámicas de la vida: música actual, novedosas tecnologías, nuevas tendencias en el porno, presiones

Sábado 27 de Julio de 2013. Año IV. Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad

Marcelino Champo

Rayuela 223

¿Dónde está la navidad?


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Copenrayuelade2013sabaode27deluisenrque by Luis Enrique Rios Aguilar - Issuu