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LITERATURA •La obra literaria •La literatura didáctica •La épica •La lírica •La dramática •La novela •El cuento y la leyenda •La literatura histórica •La literatura de humor •La ciencia-ficción •La literatura oriental •La literatura occidental •La literatura española •Las literaturas en lengua catalana, gallega y vasca •La literatura latinoamericana



LA OBRA LITERARIA

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l vocablo literatura deriva etimológicamente del término latino littera (“letra”) y sirve para designar cualquier forma de comunicación escrita. Definición tan genérica tiene alguna exclusión (la llamada literatura oral) y admite un amplio uso del término, que comprende: a) el sentido no literario: cualquier información impresa o bibliografía; b) el sentido peyorativo: condena de escritos convencionales, esa “parte escrita registrada” que, según Goethe, goza de efímera vida; c) el sentido de “bello arte”: el que emplea como instrumento la palabra. Evoca los elementos refinados de un inmenso campo. Esta última acepción es la que suele prevalecer cuando se habla o se escucha hablar de literatura. En este caso se quiere aludir a una creación estética y lingüística. Estética porque persigue la belleza, y lingüística porque pretende la comunicación, es decir, porque ambiciona convencer o emocionar por medio de composiciones bellamente escritas. El escritor inglés Thomas Carlyle aseguraba que el propósito que debe guiar al literato es llevar a cabo su tarea dentro de los principios universales de la belleza poética y de la naturaleza humana, pero no como están escritos en los libros de texto, sino como están grabados en los corazones y en la imaginación de los seres humanos. En un principio, literatura era “lo escrito”, en contraposición a “lo hablado”, es decir, lo que se transmitía oralmente y no merecía el prestigio

consustancial a la letra, ya que no era digno de perdurar. De ahí que, desde sus orígenes, la literatura haya estado tan estrechamente vinculada a la religión (que precisó de los textos escritos para propagar las creencias), a la historia (que siempre pretendió perpetuar los acontecimientos) y a la clase social dominante, que ejerció su poder por medio de la palabra escrita (órdenes, deseos, relaciones, etc.). El concepto de literatura ha variado a través de la historia. En la edad media estaba ligada fundamentalmente a la religión. El humanismo del Renacimiento la liberó del vínculo religioso y, más adelante, en la Euro-

pa del siglo XVII, se empezó a considerar al escritor como un moralista que debía instruir y deleitar. Con el romanticismo se separó radicalmente la literatura como arte de la literatura como expresión del pensamiento. Restringiendo únicamente el espacio de la literatura a la consideración estética del hecho literario, es posible establecer una rigurosa distinción entre la literatura como arte y otras disciplinas del conocimiento. Si así se hace, habría que excluir del ámbito de la literatura no sólo todos los saberes que se expresan mediante signos gráficos, sino también la ingente producción literaria banal y perecedera. La

El Libro de los muertos constituye una muestra del acervo literario del antiguo Egipto. En él se ofrecían revelaciones sobre el mundo de ultratumba y se instruía acerca de cómo superar el juicio de Osiris, señor de los muertos. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).


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LITERATURA

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literatura, pues, es una actividad que el ser humano realiza de forma natural, que responde a una necesidad interior y que, en principio, no obedece a una obligación dictada por su instinto de supervivencia. Sin embargo, también es el arte de escribir obras duraderas que, sumadas, ponen de manifiesto el complejo devenir del hombre y de las sociedades. El creador literario en el mundo clásico debía dominar la teoría de la retórica y de la poética. La poética ofrecía al escritor las normas necesarias para encauzar y desarrollar la creación; la retórica le proporcionaba los recursos lingüísticos necesarios para embellecer la expresión. Ambos recursos procedían de la oratoria, cuya finalidad primordial era convencer a los oyentes. De manera que la literatura es, sobre todas las otras posibles cosas, una creación lingüística sujeta a ciertos cánones y que persigue la belleza. El material de la literatura es el lenguaje. Sin embargo, el lenguaje no es una materia inerte, sino más bien una creación del ser humano cargada de herencia cultural y sujeta a constante transformación. Cada grupo lingüístico enriquece el lenguaje con particularidades expresivas. El sistema lingüístico surge del individuo agrupado en sociedad, aunque su realización sea independiente de la realidad del hombre. El signo lingüístico es inmutable, a pesar de la mutabilidad diacrónica que experimentan todas las lenguas. Como afirmó Saussure, el sistema lingüístico es incapaz de funcionar sin sus dos puntos de apoyo, los sujetos hablantes y la realidad social, lo que da lugar a diferentes tipos de lenguaje: profesional, científico, artístico, artesano, de germanía, etc. El lenguaje literario concede importancia al signo, al significante y al simbolismo fónico de la palabra. Es

un lenguaje connotativo. Abunda en ambigüedades y pretende influir en la actitud del lector. Por el contrario, otros tipos de lenguaje, como el científico, son fundamentalmente denotativos, es decir, tienden a una correspondencia entre el signo y la cosa designada, y en él el signo es arbitrario, pudiendo ser sustituido por otro equivalente sin que por ello cambie el significado. El lenguaje coloquial, por su parte, se diferencia del literario en que carece de una estructura, emplea los recursos del habla de una manera desordenada y es evidentemente pragmático. Además de la condición del lenguaje y de su finalidad artística, la obra literaria debe tener una característica distintiva que le permita diferenciarse de otras grandes obras del pensamiento humano: la ficción. En toda obra literaria existen elementos fantásticos, ya que siempre interviene en ella la subjetividad del autor. No obstante, a pesar de todas estas características referenciales no resul-

ta fácil determinar qué es literatura y qué no lo es. Hay que apoyarse en consideraciones como el contenido psicológico de las obras, su análisis de la condición humana o su naturaleza lúdica para llegar a una definición adecuada de literatura.

La función de la literatura El hecho literario ha planteado históricamente interrogantes que los propios literatos intentaron responder. Por ejemplo: ¿cuál es la misión específica de la literatura que la distingue de las otras formas de expresión artística?, o bien: ¿qué papel desempeña en el conjunto de los saberes del ser humano? Preguntas que podrían reformularse de la siguiente manera: ¿para qué sirve la literatura y hasta qué punto colabora en la ampliación o desarrollo del campo del conocimiento? Aristóteles, cuando habló de la “causa final”, quiso ofrecer una res-

La literatura griega constituyó el origen de una cultura europea, para la que durante mucho tiempo fue su único modelo. He aquí dos de sus más renombrados centros del género dramático. A la izquierda, ruinas del teatro griego de Megalópolis. Abajo, el teatro de Epidauro, uno de los más importantes centros dramáticos de la Grecia antigua.


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puesta a la necesidad de elaborar una clasificación literaria y también al tema de la utilidad de la literatura. De acuerdo con este principio, los antiguos dividían el ámbito de la composición retórica en: a) deliberativa, b) judicial y c) demostrativa, y a partir de esas premisas basaban sus distinciones entre los caracteres estilísticos, ya que cada uno se adaptaba a un fin específico. Así pues, la literatura servía para informar, conmover y deleitar, utilizándose diferentes estilos literarios en función de lo que se pretendía conseguir. No está muy lejos de esta teoría la tendencia relativamente moderna que sugiere que la literatura cumple funciones propagandísticas o bien funciones de mero entretenimiento (el llamado escapismo que se le atribuye a ciertas obras literarias). Entre “lo dulce” y “lo útil”, se ha intentado establecer a lo largo de los siglos la función de la literatura. Lo dulce como expresión de una noble actividad del entendimiento, y lo útil en el sentido de enseñar o, mejor, en el de la constante búsqueda de la verdad. Sin embargo, la “poesía por la poesía”, en sentido estricto, no reporta utilidad alguna, ya que no pretende instruir al lector. Tal vez busque la verdad, pero nunca será una verdad empírica, basada en investigaciones y en comprobaciones experimentales. T. S. Eliot y Jean-Paul Sartre, entre otros autores, fueron acérrimos defensores de la función propagandística de la literatura. Difundir una idea específica o una creencia, presentar un determinado punto de vista de una manera conscientemente parcial bajo el supuesto de que el arte debe comprometerse o tomar partido, son algunas de las premisas en que se apoyan quienes defienden el carácter propagandístico de la literatura. John Stuart Mill advertía sobre las consecuencias perversas de esta actitud: Así, en el siglo XVIII, cuando casi todas las gentes instruidas y las que sin serlo se dejaban conducir por ellas, se extasiaban admirando la llamada civilización y las maravillas de la ciencia, la literatura y la filosofía modernas, y mientras, exagerando grandemente la diferencia

La obra literaria

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Durante la edad media, la literatura estuvo fuertemente ligada a la religión. La fotografía muestra una página ilustrada de un breviario polaco del siglo XIV.

entre los hombres en los tiempos antiguos y modernos, daban por sentado que toda ella era en su propio favor, explotaron muy saludablemente, como bombas, las paradojas de Rousseau, dislocando la compacta masa de la opinión unilateral y forzando a sus elementos a combinarse de nuevo en una forma mejor y con elementos adicionales. John Stuart Mill, Sobre la libertad

Sin embargo, la distinción entre arte y propaganda es válida desde el momento en que una obra literaria puede ser ambas cosas, pero nunca al mismo tiempo. Si la atención del lector se centra en los valores artísticos, soslayará lo que en la obra haya de propaganda; a la inversa, si su única preocupación es la de asimilar el mensaje o la idea subyacente, habrá eliminado de ella los valores exclusivamente artísticos. Lo cierto es que, para determinar la función de la literatura, resulta imprescindible tomar en cuenta al lector, por más que sus experiencias sean tan subjetivas como irrepetibles. Parece indudable que, si bien las obras literarias no proporcionan verdades

científicas, sí pueden llegar a aportar verdades humanas de enorme valor. A la literatura le corresponde en exclusiva la capacidad de iluminar esos oscuros recovecos del espíritu, el trasfondo psicológico del ser humano y los impulsos que le llevan a cometer acciones que modifican el sentido de la historia. Sin embargo, no se debe perder de vista que la verdadera literatura no puede, ni debe, sustituir a las ciencias empíricas, aunque se sepa que a veces es complementaria. Al escritor le compete una responsabilidad moral, que no es otra que la de asistir al lector en la búsqueda de una conciencia más clara sobre los problemas de su tiempo y sobre su propia condición.

Géneros y estructuras literarias Tradicionalmente se habla de tres géneros literarios: épica, lírica y dramática. Esta clasificación de las obras literarias tiene por objeto dar un principio de orden a la inmensa extensión y complejidad de la literatura y responde a las características intrínsecas de


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LITERATURA

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las obras más que a la época o el lugar en que fueron escritas. Para agruparlas se toma en cuenta la forma exterior y la forma interior. Por la forma exterior se entiende aquellos rasgos formales y de estructura que distinguen, por ejemplo, a una narración de una poesía. La forma interior guarda relación con el tema o el propósito de la obra (si es didáctica o recreativa, etc.). En principio es muy fácil distinguir los tres géneros: la épica cuenta algún

La inmensa popularidad de que gozaron en la antigüedad la Ilíada y la Odisea, del poeta griego Homero, las convirtió en modelo indiscutible de la literatura épica.

versos yámbicos, porque éstos se hallan más cerca del diálogo y del tono conversacional. Aristóteles también pensaba que los géneros nunca debían mezclar-

Nacida, junto con la tragedia, en la antigua Grecia, la comedia constituye una de las formas de las manifestaciones básicas del arte dramático. En la fotografía, máscaras de la comedia griega antigua.

hecho y fundamentalmente se basa en la narración; en la lírica se expresa una situación sentida por un yo subjetivo y se usa el verso; en la dramática, el texto está hecho para ser representado en un escenario y se estructura a través de diálogos. Sin embargo, como es muy difícil encontrar formas puras, resulta más exacto hablar de estructuras literarias que de géneros. Aristóteles fue uno de los primeros en describir unas normas para clasificar los géneros poéticos. En su libro La poética contempla tres: épica, tragedia y lírica. Para el filósofo griego, la forma exterior de cada una se adecua a los propósitos estéticos. Por ello, la épica exige el hexámetro dactílico, que es un verso de corte narrativo. La tragedia, en cambio, se realiza con

Mosaico representativo de un pasaje de Don Quijote de la Mancha, universal sátira de la novela caballeresca de la literatura española.

se: había que mantenerlos en estado puro y no contaminarlos con formas que pertenecieran a otros géneros. De la misma manera, la teoría clásica diferenciaba socialmente los temas que

trataba cada género: la épica y la tragedia contaban sucesos de la nobleza; la comedia extraía hechos de la burguesía, y la sátira, de la gente común del pueblo. El problema de los géneros ha sido objeto de estudio de los teóricos y los críticos a través de los siglos. La clasificación aristotélica, a pesar de haber recibido muchas críticas por su rigidez, continúa siendo vigente. Muchos autores han partido de este modelo para después aplicarle modificaciones que amplían el espectro. Por ejemplo, el filósofo alemán Federico Hegel equipara la división tripartita de épica, lírica y dramática con los fundamentos filosóficos de tesis, antítesis y síntesis. Según este criterio, la lírica, que abarca el campo de la subjetividad, se corresponde con la tesis; la épica se adecua a la antítesis por sus características objetivas, y la dramática a la síntesis, por ser mezcla de subjetividad y objetividad. Otros críticos, como el francés Jean Paul, otorgan características de tiempo a estos tres géne-


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La obra literaria

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Principales géneros literarios ÉPICA Poemas mayores • epopeyas • épico-didácticos • épico-religiosos • heroicos Romances • históricos • caballerescos • moriscos • religiosos

Poemas menores • descriptivos • didácticos • fábulas • poemas didácticos • proverbios poéticos • filosóficos • cantares épico-filosóficos • históricos • baladas épicas • cantares épicos

Prosa narrativa épica • cuento • novela

LÍRICA • • • • • •

anacreóntica balada canción égloga elegía epigrama

• • • • • •

epitafio epitalamio idilio jarcha letrilla madrigal

• • • • • •

oda himno sátira soneto villancico zéjel

DRAMÁTICA Obras mayores • tragedia • drama • tragicomedia • comedia

ros. Para Jean Paul, la lírica es exponente de sensaciones presentes; la épica tiene su fundamento en lo ocurrido en el pasado, y la dramática proyecta sus acciones y contenidos hacia el futuro. Sin embargo, no todos los críticos han estado de acuerdo con la clasificación aristotélica. Algunos afirman que no se debe encasillar la literatura en un modelo. Benedetto Croce, por ejemplo, se opuso radicalmente a la teoría de los géneros. La escuela idealista y estética alemana de Karl Vossler también compartió esta reticencia. Tanto Croce como la escuela alemana pensaban que supeditar la literatura a una estructura fija sólo podía sustentarse en aspectos exteriores y superficiales, porque cada obra mantiene una singularidad y una individualidad particulares. Durante el siglo XX la mezcla de géneros es tal que se han tenido que revi-

Obras musicales • ópera • zarzuela • jácaras • tonadillas • revista

sar nuevamente los criterios de clasificación. En 1939, el Congreso Internacional de Historia de la Literatura, celebrado en Lyon, Francia, se dedicó exclusivamente a revisar la cuestión de los géneros literarios. Tras este encuentro se sacaron varias conclusiones. Una de ellas fue establecer que la palabra género tiene dos significados: el más profundo se refiere a los fenómenos generales de épica, lírica y dramática, mientras que la segunda acepción designa formas que están de alguna manera dentro de la clasificación anterior, pero que tienen un carácter más específico, como la novela o el cuento, la tragicomedia o el himno. Algunos críticos llaman a estas formas subgéneros.

Clasificación de los géneros literarios De la clasificación de épica, lírica y dramática se derivan una cantidad

Obras menores • auto sacramental • entremés • misterio • farsa

inmensa de subgéneros, que, con fines didácticos, se presentan de forma resumida en el cuadro superior de esta página.

_ Preguntas de repaso 1. ¿En qué se diferencia el lenguaje literario de otros lenguajes, como el científico o el coloquial? 2. ¿Cuál es la función de la literatura? 3. Describir la clasificación aristotélica de los géneros literarios.


LA LITERATURA DIDÁCTICA

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a literatura didáctica (del griego didaskien, “enseñar”) trata de expresar o mostrar un conocimiento relegando la forma estética a un papel secundario. Se basa más en la búsqueda de la verdad que de la belleza; en la expresión inteligente de las ideas –de forma rigurosa, clara y ordenada– que de la imaginación. Durante el romanticismo y el modernismo algunos autores han mantenido que este género no debía ser considerado como una forma pura de expresión literaria, ya que no perseguía expresar la belleza por medio de la palabra. No obstante, en siglos anteriores era impensable la concepción de una obra literaria sin que su texto no aportase una enseñanza útil para el conocimiento de las doctrinas o la exposición de los saberes de la época. La forma tradicional de dividir la literatura didáctica en géneros com-

Baldassar Castiglione, retratado por Rafael, fue uno de los autores italianos del siglo XVI que cultivó el diálogo como forma literaria (Museo del Louvre, París).

prende el diálogo didáctico, el ensayo, la epístola y la fábula.

El diálogo didáctico Es un subgénero literario que se basa en el intercambio de opiniones entre dos o más personas, en el que una de ellas plantea una tesis u opinión y replica las posibles objeciones que surgen entre las personas restantes. Este tipo de diálogo puede estar escrito en prosa o en verso y no debe confundirse con los ensayos en forma dialogada ni con los teatrales. Entre los griegos, la forma dialogal tuvo la importancia de un método

En sus diálogos didácticos, Erasmo de Rotterdam utilizó el debate como forma de expresión literaria. En la imagen, el humanista neerlandés según un retrato de Hans Holbein el Joven. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

de controversia filosófica utilizado como recurso dialéctico para encontrar la verdad. Sócrates utilizó esta forma como vehículo para exponer sus enseñanzas, pero no dejó ningún texto escrito. Es, pues, a sus seguidores a los que se puede considerar como iniciadores del género, en especial a Platón. Durante la edad media, en Castilla se emplearon las disputas y los debates como forma de expresión literaria. Ejemplos de ello son la Disputa de Elena y María, que trata sobre quién dispone de condiciones más favorables para el amor: un clérigo o un caballero; la Razón de amor con los denuestos del agua y el vino, en el que cada una de las bebidas glorifican sus excelencias, y la Disputa del alma y el cuerpo. También en España el marqués de


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La literatura didáctica

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Santillana utilizó esta fórmula en su obra Diálogo de Bías contra Fortuna, donde se mantiene que sólo la razón y el ánimo pueden oponerse a los males con los que la fortuna y la muerte deciden el destino de los seres humanos. En Italia, Petrarca, en su diálogo Secreto mío (De secreto conflictu curarum mearum), conversa con san Agustín en una suerte de examen de conciencia que hace el escritor: Agustín: Conoces perfectamente tu enfermedad y ahora conocerás la causa. Dí, pues: ¿qué es lo que tanto te aflige? ¿La fuga de los bienes temporales, el dolor corporal, alguna afrenta excesiva de la fortuna? Francesco: Un único motivo, por sí solo, no podría tanto. Si simplemente me viera enzarzado en un combate singular, me mantendría bien en pie: ¡pero todo un ejército me derriba ahora! En el siglo XVI cultivaron el diálogo, entre otros, el italiano Nicolás Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam en Holanda y Juan Valdés en España, con su obra filosófica Diálogo de la lengua. También Alfonso Valdés, con el Diálogo de Mercurio y Carón, y el italiano Baldassar Castiglione en su Cortesano, del cual se extracta el siguiente texto: (Capítulo II. En el cual prosiguiendo el magnífico Julián su plática en las calidades de la dama, dice los ejercicios que le competen, y cómo los debe usar; y también quiere que la dama tenga noticia de letras, de música y del pintar, y otras muchas calidades, sobre lo cual pasan entre los cortesanos sutiles razones y réplicas.) Pues que yo –respondió el Magnífico– tengo licencia de formar esta dama a mi placer, no solamente no quiero que use esos ejercicios tan impropios para ella, pero quiero que aun aquellos que le convienen los trate mansamente, y con aquella delicadeza blanda que, según ya hemos dicho, le pertenece. A partir de esta época, el diálogo como forma literaria se ha seguido

Los enciclopedistas franceses, entre ellos Denis Diderot (retratado aquí por Jean Honoré Fragonard), utilizaron con frecuencia el ensayo como instrumento de expresión de su actitud intelectual e ideológica.

cultivando, si bien en muchos casos ha evolucionado hacia el ensayo o hacia formas propias del género periodístico como las conversaciones o la entrevista.

El ensayo Es un subgénero literario que se basa en la exposición de ideas o la formulación de hipótesis no demostradas o no resueltas todavía. Es importante que éstas no tengan un carácter sistemático o exhaustivo, de modo que el lector pueda reflexionar sobre ellas o se le ofrezcan propuestas sugerentes para profundizar en la cuestión planteada. El ensayo se caracteriza por la subjetividad del autor en el tratamiento de los temas, y su no excesiva extensión. Debe poseer una brillante técnica expositiva en el desarrollo de las ideas, que favorezca el interés intelectual del lector, así como un estilo de expresión ameno, ágil y sin tecnicismos. Se acepta generalmente que la palabra ensayo procede del escritor francés Michel de Montaigne, quien en su libro de observaciones morales Essais expuso su particular visión sobre el mundo y sus experiencias personales,

de forma amena y divulgativa, evitando las digresiones de carácter erudito. Entre los ensayistas más célebres de las letras españolas se pueden destacar a José Cadalso, con sus Cartas marruecas; Fray Benito Jerónimo Feijoo, con sus Cartas eruditas, o a José María Blanco White, con sus Cartas desde España, publicadas en Inglaterra en 1822. En el siglo XIX se produjo una eclosión de brillantes ensayistas entre los integrantes de la generación del 98: José Martínez Ruiz, Azorín, con Clásicos y modernos o Castilla; Ramiro de Maeztu, con La crisis del humanismo o Defensa de la hispanidad, o Miguel de Unamuno, con En torno al casticismo o Del sentimiento trágico de la vida. Y, más tarde, Américo Castro, con La realidad histórica de España, o con Origen, ser y existir de los españoles; Eugenio D´Ors, con La filosofía del hombre que trabaja y juega o Glossari; Gregorio Marañón, con Raíz y decoro de España o Tres ensayos sobre la vida sexual, y José Ortega y Gasset, con España invertebrada o La rebelión de las masas. En la actualidad sobresalen por su rigor las obras de José Luis López Aranguren, con La juventud europea y otros ensayos o Catolicismo y protestantismo como formas de existencia; Ju-


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LITERATURA

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lio Caro Baroja, con Razas, pueblos y linajes o Sondeos históricos; Julián Marías, con La mujer en el siglo XX, y Fernando Savater, con La infancia recuperada o Panfleto contra el todo. Latinoamérica ha contribuido también a ensanchar la nómina de grandes ensayistas. Se deben mencionar, entre otros muchos, al boliviano G. Francovich, con Los mitos profundos de Bolivia; a los ecuatorianos R. Díaz Icaza, con Por la tierra, y C. Ortiz Arellano, con Ecuador, sociedad y lenguajes; a los peruanos J. Ortega, con La cultura peruana, y Mario Vargas Llosa, con José M.ª Arguedas, entre sapos y halcones y La orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary“; al argentino Ernesto Sábato, con Apologías y rechazos y Hombres y engranajes; al cubano Alejo Carpentier, con La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos y La música en Cuba; al guatemalteco galardonado con el Nobel de literatura Miguel Ángel Asturias, con Los hombres, los héroes y los dioses de Guatemala antigua; a los mexicanos Octavio Paz, también premio Nobel, con Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, y Carlos Fuentes, con Sobre la nueva novela hispanoamericana y Casa con dos puertas; al uruguayo Mario Benedetti, con Letras del continente mestizo, y al venezolano Arturo Uslar Pietri, con Letras y hombres de Venezuela.

Así mismo, entre los ensayistas en lengua no castellana se pueden citar, sobre todo, al inglés Francis Bacon, quien también empleó el término ensayo para definir esta forma de subgénero literario en su obra Essayes (1612; Ensayos), donde trató complicados temas filosóficos; a los franceses Voltaire, con su Essai sur les moeurs (1576; Ensayo sobre las costumbres), Diderot, Rousseau y, ya en nuestro siglo, a Jean Paul Sartre, con ¿Qué es la literatura?, y Albert Camus, con El mito de Sísifo. Entre los escritores ingleses se puede destacar al economista Malthus (1798; Ensayo sobre el principio de la población) o al filósofo John Locke, autor de Essay Concerning Human Understanding (1690; Ensayo sobre el conocimiento humano), y al filósofo Bertrand Russell, con Religión y ciencia. En la actualidad, autores de éxito en el género ensayístico son la estadounidense Susan Sontag, con La enfermedad y sus metáforas o Contra la interpretación, y el italiano Italo Calvino, con Seis propuestas para el próximo milenio o Una piedra encima.

La epístola Se trata de una composición literaria en la que, en forma de carta y escri-

ta en prosa o en verso, el autor expone sus opiniones o expresa sus sentimientos y cuyo fin es moralizar, enseñar o satirizar. En la antigüedad destacó la Epístola a los Pisones, o Arte poética, de Horacio, escrita en verso en el siglo I, donde se tratan temas literarios o morales en un tono levemente satírico. Por su carácter directo y sencillo de entender, la epístola ha sido también utilizada como forma expresiva en 21 de los 27 libros que componen el Nuevo Testamento, bajo el título de Epístolas de los Apóstoles. En el siglo XVI, el español Juan Boscán intercambió epístolas en verso con don Diego Hurtado de Mendoza, donde le da cuenta de su idílica felicidad conyugal: El estado mejor de los estados es alcanzar la buena medianía, con la cual se remedian los cuidados. Y así yo por seguir aquesta vía heme casado con una mujer que es principio y fin del alma mía. Ésta me ha dado luego un nuevo ser, con tal felicidad que me sostiene, llena la voluntad y el entender. Ésta me hace ver que ella conviene a mí y las otras no me convenían: a ésta tengo yo y ella me tiene. En el siglo XVII se atribuyó, entre otros, a Andrés Fernández de Andra-

La literatura didáctica Géneros

Período histórico

Autores destacados

Diálogo didáctico

A partir de la antigüedad clásica

Platón, el marqués de Santillana, Petrarca, Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam, Juan Valdés, B. Castiglione.

Ensayo

A partir del siglo XVI

Montaigne, Voltaire, Francis Bacon, Locke, Russell, Cadalso, Blanco White, Azorín, Unamuno, Marañón, Eugenio D’Ors, Ortega y Gasset, Sábato, Carpentier, Asturias, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Susan Sontag.

Epístola

A partir de la antigüedad clásica

Horacio, san Pablo, Juan Boscán, Fernández de Andrada, Quevedo, Rilke, Flaubert, Stendhal, Gide, Menéndez Pelayo.

Fábula

Desde la civilización asiriobabilónica

Esopo, Fedro, arcipreste de Hita, La Fontaine, Iriarte, Samaniego.


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Los apóstoles, principalmente san Pablo, recurrieron a la epístola para hacer llegar sus enseñanzas a los fieles de una forma directa y sencilla.

da la famosa Epístola moral a Fabio, escrita en tercetos encadenados y dirigida a un personaje que confía recibir favores del rey. Sus primeros versos dicen así: Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas; el que no las limare o las rompiere, ni el nombre de varón ha merecido, ni subir al honor que pretendiere. El ánimo plebeyo y abatido procura, en sus intentos temeroso, antes estar suspenso que caído; que el corazón entero y generoso al caso adverso inclinará la frente, antes que la rodilla al poderoso. En ocasiones se han escrito epístolas expresamente para ser publicadas como, por ejemplo, las Cartas de Plinio el joven o las Cartas marruecas, de José Cadalso; otras veces, por su interés literario o histórico, su difusión pública ha sido posible sólo tras la muerte del autor. Tal es el caso de la correspondencia epistolar de santa Teresa de Jesús o la de Francisco de Quevedo. Algunos autores, como Rainer María Rilke en sus Cartas a un joven poeta, han utilizado el género epistolar como un expresivo recurso estilístico para una de sus obras narrativas. La correspondencia entre escritores ha desvelado en muchas ocasio-

nes la intimidad personal y el quehacer literario. Así sucede, por ejemplo, en las recopilaciones de epístolas de Flaubert, Stendhal o Gide, en Francia; o, en España, la correspondencia epistolar de Menéndez Pelayo con Valera o las Epístolas familiares, de Antonio de Guevara, en la España de Carlos V, donde se recogen hechos históricos como la guerra de los comuneros o las campañas del Gran Capitán. Así mismo, el género epistolar ha sido escogido por un apreciable número de mujeres –como Simone de Beauvoir y Virginia Wolf entre otras–. Actualmente, la epístola ha caído en desuso, aunque todavía sigue empleándose para tratar temas religiosos (Ilustrísimos señores, del cardenal Albino Luciani, luego Juan Pablo I), o políticos (Carta abierta al general Franco, de Fernando Arrabal).

La fábula Es una composición narrativa breve, generalmente en verso, con ánimo de enseñanza moral y espíritu crítico, protagonizada casi siempre por animales revestidos de los vicios y virtudes humanos. Todas las fábulas se resumen en una moraleja (o epifonema), con un pretendido rango de verdad universal, dirigida a criticar la realidad humana mediante la fantasía y la invención. Aunque se estima que la fábula tuvo su origen en la civilización asiriobabilónica (según algunos textos en caracteres cuneiformes) o quizá en la cultura india (Panchatantra), el griego Esopo, con sus fábulas de carácter moral y satírico, de las que aún se conservan 270 y que constituyen un retrato fidedigno de la sociedad griega, es considerado el padre de la fábula occidental. Uno de sus libros más conocidos es La vida de Ysopet con sus fábulas historiadas, al que pertenece la fábula de La raposa y las uvas: La raposa, viendo los racimos de las uvas maduras y codiciando comer de ellas, imaginaba e intentaba toda manera de subir al parral por

La literatura didáctica

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alcanzar y comer de ellas; mas como todos sus pensamientos y tentaciones fuesen baldíos y no pudiese alcanzar ni satisfacer su deseo, tornando en tristeza comienza a decir así: –Aquellos racimos aún mucho son verdes y agraces. Y caso que los pudiese alcanzar no los comería, y así no me da nada. Significa esta fábula que es prudencia y sabiduría mostrar que no hay ganas ni se quieren algunas cosas que se desean en verdad, cuando se conoce que no se podrían alcanzar. Por su parte, el romano Fedro, inspirándose en los temas de Esopo, y utilizando igualmente a los animales como argucia para distanciarse y ampararse en ellos con el fin de aludir a cuestiones de tipo político, fue también uno de los grandes fabulistas en verso de la antigüedad clásica. Durante la edad media, la fábula es empleada por su sencillez didáctica y su carácter moralizante como vehículo para introducir las enseñanzas cristianas. Algunos autores, como el arcipreste de Hita en El Libro del Buen amor, o don Juan Manuel en su Conde Lucanor, emplean fábulas en las narraciones para facilitar su comprensión. En España, en el siglo XVIII, Tomás de Iriarte, con Fábulas literarias, cuyos personajes –representados por monos, loros y cotorras– discuten sobre cuestiones literarias, o Félix María Samaniego, con sus Fábulas morales, inspiradas en las Fables de La Fontaine y en Fedro y Esopo, retoman el género para situarlo entre lo mejor de la literatura castellana.

_ Preguntas de repaso 1. ¿En qué géneros se divide la literatura didáctica? 2. ¿De dónde proviene la utilización del término “ensayo”? 3. Citar tres ensayistas latinoamericanos


LA LA ÉPICA ÉPICA

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egún se establecía en la poética antigua, la épica (del griego epos, “narración”) era uno de los tres géneros mayores, junto con la dramática y la lírica. Las obras del género épico narraban los hechos violentos, protagonizados por un héroe perfecto e inalcanzable, una especie de semidiós, a quien los demás personajes rodeaban para ensalzarle, en contraste con su debilidad humana y terrenal. Se trataba por lo general de obras de autor anónimo, dado que los hechos que relataban las gestas épicas ya eran conocidos por el pueblo llano y transmitidos, por es-

crito u oralmente, de padres a hijos. Su evocación y difusión tenía lugar por medio de algún juglar o rapsoda, que siempre quedaba anónimo, ya que no podía atribuirse la creación de la leyenda. De ese modo, el juglar, mediante una puesta en escena a modo de espectáculo, recitaba a cambio de unas monedas las hazañas del popular héroe entre las gentes de la edad media. El juglar, heredero de la tradición de los aedos griegos y los cantores de la Corte de los siglos VIII y IX, recitaba y a veces cantaba, incluso acompañándose de instrumentos musicales, las

piezas literarias, que en ocasiones eran tan extensas que le obligaban a contar con una buena memoria y con el don de la improvisación. Por otro lado, los juglares suplían con su labor de transmisores de cultura el analfabetismo de las gentes y el elevado coste económico y rareza de los libros en aquella época.

La épica clásica griega El aedo griego Homero, ciego y errante, es considerado como el padre de

Las aventuras del legendario héroe de la Ilíada, Aquiles, han constituido un tema recurrente para la literatura de todos los tiempos. En la imagen, pintura etrusca que recrea uno de los episodios de la epopeya griega. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).


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La épica

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la épica clásica, con sus dos grandes epopeyas: la Ilíada (de Ilión, nombre antiguo de Troya) y la Odisea (poema de Odiseo, a quien los latinos llamaron Ulises). En la Ilíada se narra la cólera de Aquiles, “el de los pies ligeros”, y su repercusión sobre la guerra contra los troyanos, en 24 cantos o rapsodias (aproximadamente unos 15.000 versos). Aquiles, tras una querella con Agamenón a causa del rapto de su esclava, retorna al combate para vengar a su amigo Patroclo, a quien Héctor había dado muerte. Después de vencer a éste, Aquiles arrastra su cadáver hasta la tumba de Patroclo, y se lo devuelve a Príamo, rey de Troya, que viene a reclamar el cuerpo de su hijo. La Ilíada contiene retratos de escenas grandiosas, como, entre otras, el funeral de Patroclo, la toma e incendio de Troya o el combate entre Aquiles y Héctor: Cuando entrambos guerreros [halláronse al fin frente a frente, el gran Héctor del casco brillante [habló así, él el primero: “No huiré más ante ti como lo hice [hasta ahora, ¡oh Pelida! Di la vuelta tres veces en torno a la [villa de Príamo sin tener el valor de arrostrarte. Mas [ahora decido enfrentarme contigo: o a matarte o a [que tú me mates. Que los dioses nos sean testigos, pues [son los mejores, y ellos ya cuidarán de que nuestros [acuerdos se cumplan. Si Zeus padre me da la victoria y la [vida te quito, ya contento con esto, no habré de [afrentarte cruelmente; pues al punto en que te hayas quitado [las armas magníficas daré, Aquiles, tu cuerpo a los dánaos. [También tú haz lo mismo.” Y con torvo mirar dijo Aquiles, el de [los pies ligeros: “¡Héctor, no hables de pactos! Bien [sabes que yo no te olvido. No hay posible alianza entre leones y [hombres, ni tampoco de acuerdo se muestran [corderos ni lobos, antes bien siempre piensan causarse [gran daño unos a otros;

Virgilio pretendió con la Eneida proporcionar a la literatura latina una epopeya nacional, a imitación de lo que habían sido para los griegos los poemas de Homero. Eneas se convirtió así en un personaje mítico, modelo de sabiduría y valentía.

ni es posible en nosotros tampoco el [amor o el acuerdo mientras tú o yo no hayamos podido [saciar con la sangre mía o tuya, esta vez, a Ares el [incansable guerrero. Ya no puedes huir. Atenea te hará [morir pronto por mi lanza alcanzado, y así pagarás [todos juntos los gemidos de quienes tu lanza [furiosa ha matado.” En la Odisea se narran las aventuras de Ulises en su viaje por mar desde Troya hasta su vuelta a Ítaca, su patria, donde le esperan su esposa, Penélope, y su hijo, Telémaco. Llega a la isla, y vestido como un mendigo, sin que nadie le reconozca, seduce a su mujer y conquista de nuevo su reino venciendo a los pretendientes de su esposa. La obra finaliza con la expulsión de los pretendientes

que se habían establecido en el palacio del héroe. Menos violenta que la Ilíada, la acción, dividida también en 24 cantos o rapsodias, se centra en los sentimientos y en el estudio psicológico de los protagonistas. He aquí un extracto de la Invocación: Habla, Musa, de aquel hombre astuto [que erró largo tiempo después de destruir el alcázar sagrado [de Troya, del que vio tantos pueblos y de ellos [su espíritu supo, de quien tantas angustias vivió por [los mares, luchando por salvarse y salvar a los hombres [que lo acompañaban; mas no pudo, ¡ay!, salvarlos, no [obstante el esfuerzo que hizo. ¡Insensatos! La muerte a sus propias [locuras debieron. Se comieron las vacas del Sol, Hijo de [las Alturas,


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LITERATURA

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El Cantar del Mío Cid constituye la máxima expresión de la épica medieval castellana. En la imagen, mosaico que reproduce el momento en que Rodrigo Díaz de Vivar, como alférez real, toma juramento a Alfonso VI, por el cual el rey castellano reconoce no haber intervenido en la muerte de su hermano, Sancho II.

que apartó de sus vidas el día feliz del [retorno. Diosa, hija de Zeus, cuéntanos sus [andanzas.

La épica clásica latina La épica latina apareció como imitación y continuación de la epopeya griega, y su representante más reconocido fue Virgilio, con su obra la Eneida. Compuesto por 12 libros, el poema relata en los seis primeros las aventuras de Eneas hasta su llegada a Italia, en un argumento similar al de la Odisea, y en los seis restantes cómo el guerrero troyano Eneas combate con Turno, rey de los rútulos, hasta darle muerte, y cómo los dioses le eligen para que haga de Italia una nación que domine el mundo. Eneas narra así el final de Troya: Callaron todos, tirios y troyanos, y atentos escucharon en silencio. El padre Eneas, desde su alto asiento, comenzó así su larga y triste historia: – Mándasme renovar, reina excelente, la horrible historia y el dolor infando,

cómo de Troya el oro, el reino y la [gente destruyó el gran furor del griego [bando, los tristes casos a que fui presente gran parte de la pérdida probando. ¿Cuál mirmidón, cuál dólope o soldado de Ulises tal diría no lastimado?

La épica medieval en España La edad media en Europa se caracterizó por el auge del feudalismo, las convulsiones políticas y la mezcla de dos culturas: la de origen latino y la germánica. Al unirse estas dos civilizaciones, surgieron las culturas nacionales y las diferentes lenguas. A partir del siglo X se iniciaron los cantares de gesta, en los que se relataban en forma de verso, y no en latín como hasta entonces, sino en la propia lengua romance, las hazañas de los héroes y los acontecimientos extraordinarios. En España se ha conservado de esa época la versión casi íntegra del Cantar del Mío Cid. En la primera parte del

poema, el rey Alfonso VI de Castilla envía a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a recaudar los tributos que los moros de Andalucía pagaban a Castilla. El conde castellano García Ordóñez, que se había establecido entre los moros, se le enfrenta en combate, y el Cid lo hace prisionero y lo encierra en el castillo de Cabra. Cuando regresa a Castilla, los cortesanos, envidiosos de su gloria, acusan al Cid de apropiarse de parte de los tributos y el rey Alfonso, dando crédito a la calumnia, lo destierra de sus reinos. El Cid abandona su casa solariega, en Vivar, y parte hacia el destierro, dirigiéndose hacia Cardeña, donde se encuentran refugiadas doña Ximena, su esposa, y sus hijas doña Elvira y doña Sol. Durante el camino combate en la Alcarria, en Teruel y Zaragoza, y con las ganancias conseguidas envía a uno de sus fieles, Alvar Fáñez, con presentes para el rey. Entre tanto, en tierras de Morella, derrota y captura a don Ramón, conde de Barcelona, al que deja en libertad tres días después. En la segunda parte del cantar se narra la conquista de Valencia por el Cid, a quien ataca el rey moro de Sevilla, que es vencido, y con el botín de guerra el Cid envía de nuevo a Alvar Fáñez a Castilla para ofrecer presentes al rey y pedirle que su esposa y sus hijas puedan trasladarse a vivir con él en Valencia, a lo que el rey accede. El rey de Marruecos, Yucef, ataca Valencia y es derrotado. Otra vez el botín de la batalla es enviado al rey, y sus adversarios en la corte, encabezados por el conde García Ordóñez, comienzan a envidiar las gestas del Cid. Unos parientes del conde, los infantes de Carrión, creen que pueden enriquecerse desposando a las hijas del Cid. El rey, confiado en la buena fe de sus intenciones y considerando que esta unión con jóvenes de linaje proporcionará honor al Cid, accede a los esponsales, se entrevista con Rodrigo, lo perdona y se concierta la boda. El Cid regresa a Valencia con los infantes y allí se celebra la ceremonia. En la tercera y última parte, los infantes ponen de manifiesto su cobardía en las acciones de guerra contra el rey Búcar de Marruecos, lo que ocasiona la burla de los leales al Cid. Y así, los infantes, deseosos de abando-


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nar un ambiente hostil y de vengarse del Cid, le proponen trasladarse con sus esposas a Castilla. En el robledo de Corpes, en tierras ya castellanas, los infantes maltratan a las hijas del Cid y las abandonan, creyéndolas muertas. Rodrigo pide justicia al rey, quien convoca cortes en Toledo. El Cid exige que los infantes le devuelvan las espadas que les había regalado –Colada y Tizona– y la dote que dio a sus hijas, así como que se repare la deshonra en un combate. Durante la sesión, los infantes consideran a las hijas del Cid indignas de su alcurnia, mientras que los parientes del Cid les recriminan por su cobardía. Cuando la provocación y la tensión son ya manifiestas, se presentan en las cortes unos mensajeros de los reyes de Navarra y de Aragón para pedir la mano de las hijas del Cid para los hijos de los monarcas, que pronto serán reyes. El rey Alfonso accede a estos nuevos esponsales y ordena que se prepare la batalla en las vegas del Carrión, donde, por fin, los infantes son vencidos y declarados traidores. Infantes de Carrión por muertas las [dexaron, que el una al otra nol’ torna recabdo. Por los montes do iban, ellos íbanse [alabando: “De nuestros casamientos agora [somos vengados. Non las debiemos tomar por [barraganas, si non fóssemos rogados,

pues nuestras parejas non eran pora [en braços; la deshondra del león assís´ irá [vengando.” “Los Infantes de Carrión se alaban de su cobardía”. Extracto del Cantar del Mío Cid, de autor anónimo.

En opinión de Ramón Menéndez Pidal, en la épica española se pueden distinguir cuatro etapas: una primera, de formación, en la que se componían cantares con una extensión de hasta 500 versos, como el de Los Infantes de Lara, sobre el tema de don Rodrigo; una segunda etapa, de mayor perfección estilística en el verso y de clara influencia francesa, que dio lugar a obras como el ya citado Cantar del Mío Cid, el Cronicon Mundi, de Lucas de Tuy, o el Bernardo del Carpio; una tercera época, que llegó hasta mediados del siglo XIV, y que se caracterizó por el empleo de la prosa en lugar del verso, con obras como la Crónica de Castilla o la Primera Crónica General, de Alfonso X, y, por último, una cuarta etapa de declive, en la que la leyenda y la ficción sustituyeron a la narración histórica de los hechos, y el ornamento del estilo y de la misma historia relatada se adueñaron de la sobriedad característica de los primitivos cantares. Los cantares de gesta castellanos se caracterizaron por su realismo y por su rigor histórico y geográfico, a diferencia de los de otros países

La épica

europeos, y continuaron escribiéndose y editándose después de finalizar la edad media. También era característica la magnificación que se hacía del héroe, aunque nunca tan divinizada como en las lenguas francesa o germánica. En cuanto a su aspecto formal, se utilizaba la rima asonante o parcial y la métrica irregular, con predominio de tetradecasílabos y hexadecasílabos, en vez de la rima total o consonante y la medida regular de los versos que empleaban los franceses.

La épica medieval en Europa Francia. En Europa destaca por su calidad la canción de gesta francesa, con Garin de Monglane, que narraba las hazañas de don Luis, hijo de Carlomagno; el Doon de Mayence, que relataba las intrigas feudales contra Carlomagno, y, sobre todo, Carlomagno, basada en la vida guerrera del emperador, y cuya parte más conocida es la Chanson de Roland. En ella se narra la expedición de Carlomagno a España y su fracaso en la conquista de la ciudad de Zaragoza. Cuando su ejército imperial se retira hacia Francia, sufre una emboscada en Roncesvalles, y Roland, su amigo Olivier y los pares de Francia mueren en la batalla contra los sarracenos, de quienes Ganelón se ha hecho cómplice por

Las obras más importantes de la épica medieval España Cronicon Mundi Crónica de Castilla Primera Crónica General Cantar de Sancho II de Castilla Cantar de la mora Zaida Cantar de la condesa traidora Las mocedades de Rodrigo Poema del Mío Cid Poema de Alfonso XI Poema de Fernán González Poema de Bernardo del Carpio Gesta del abad don Juan de Montemayor Gesta de Ramiro y García

Francia Chanson de Roland Fierabrás Sitio de Pamplona Sitio de Barbastro Berta de los pies grandes Cantar de los sajones Cantar de Guillermo Gesta de Doon de Mayence Gesta de Garin de Monglane Gesta de los loreneses Mainet Carlomagno

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Alemania Nibelungos Cantar de Gudrun La canción de Hildebrando Países nórdicos Saga de Gunlag Lengua de Serpiente Saga de Egil Gesta danaorum Inglaterra Beowulf Vita Merlini


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LITERATURA

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su marido –una zona de la espalda–, y entonces Sigfrido es asesinado por un criado. El poema termina con la venganza de Grimhilda. Países nórdicos. Dignas de mención son también las gestas de los héroes nórdicos, denominadas sagas vikingas, y conocidas en Islandia con el nombre de Edda, o narraciones orales en prosa, que los escaldos, o juglares, noruegos difundían por Europa. Entre las más célebres se encuentran la Saga de Gunlag Lengua de Serpiente, la Saga de Egil y la Gesta danaorum. Inglaterra. De la épica anglosajona cabe resaltar la que tal vez sea su obra más importante, el poema heroiEscenificación en un grabado de la derrota del co Beowulf, fechado entre los ejército de Carlomagno en Roncesvalles, narrada en siglos VIII y IX, o la Crónica la Chanson de Roland. anglosajona, ambas en lengua inglesa, o también Vita odio hacia Roland. Cuando se descu- Merlini, de Geoffrey de Monmouth, bre la traición, Ganelón es apresado redactada en latín. en combate y descuartizado. Carlomagno cree entonces que ha llegado El género épico el momento de tomarse un descanso, pero un ángel le advierte que debe en el Renacimiento reanudar su combate contra los sarraItalia. Durante el Renacimiento recenos. Países germánicos. Las tres obras surge con fuerza en Italia el género más conocidas de la épica germáni- épico, aunque en este caso eran autoca son La canción de Hildebrando, del si- res conocidos, y no anónimos, los que glo VII, sobre la leyenda de Teodorico creaban las gestas y las escribían para el Grande, que reinó sobre los ostrogo- ser publicadas, dado que los juglares dos entre 474 y 526; el Cantar de Gu- medievales casi habían desaparecido drun, escrito entre 1230 y 1240, y en esta época. Uno de los que está inspirado en la Odisea grandes poemas heroigriega, y Nibelungos, o la Ilíada cos es la Jerusalén libergermánica, obra anónima fetada, de Torcuato Taschada entre 1200 y 1205, en la so. Otro poeta, Ariosque Sigfrido se casa con la to, publicó en 1532 hermana del rey de los Orlando furioso, consiborgoñones, Grimhilderado como una de da, quien le ayuda en su lucha contra Brunhilda, proporcionándole un manto mágico invisible. Sin Busto de Alonso de embargo, GrimErcilla, autor español hilda revela a que cultivó el género ésta el único punépico durante el to vulnerable de período renacentista.

las epopeyas cumbre del Renacimiento, y cuyos primeros versos del Canto I dicen así: Damas, armas, Amor y empresas [canto, caballeros, esfuerzo y cortesía, de aquel tiempo, que a Francia dañó [tanto pasar moros el mar de Berbería, de Agramante su rey siguiendo [cuanto con juvenil furor les prometía, en el vengar la muerte de Troyano sobre el rey Carlo, emperador [romano.

La épica española del Renacimiento está representada por la obra de Alonso de Ercilla La Araucana. En ella, el poeta narra la lucha entre araucanos y españoles.

España. En España, la épica no obtuvo durante el Renacimiento la misma aceptación que consiguió en la edad media, cuando los romances eran recitados y se basaban en hechos reales y vividos, conocidos por el pueblo. Entre los poemas más importantes cabría citar el Carlo famoso, de Luis Zapata, una mezcla de hechos reales e inventados sobre el emperador, y la Austriada (1584), del cordobés Juan Rufo, un canto a don Juan de Austria. América fue objeto de interés para el


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poeta Alonso de Ercilla, quien publicó en 1569 La Araucana, donde narraba la heroica lucha de los indígenas de Arauco, y de su caudillo Caupolicán, contra las tropas españolas, que al final obtenían la victoria. La lucha de Bernardo del Carpio contra Roldán sirvió a Bernardo de Balbuena para componer cerca de 40.000 versos en La victoria de Roncesvalles (1624). Por último, fray Diego de Ojeda culminó en 1611 su obra la Cristíada, ensalzada como la más espléndida obra de la épica religiosa española. Hecha la confesión como lo he escrito, con más rigor y prisa que [advertencia, luego a empalar y a asetearle vivo fue condenado en pública sentencia. No la muerte y el término excesivo causó en su gran semblante [diferencia: que nunca por mudanzas vez alguna pudo mudarle el rostro la fortuna. Pero mudóle Dios en su momento obrando en él su poderosa mano, pues con lumbre de fe y conocimiento se quiso bautizar y ser cristiano. Causó lástima y junto gran contento al circunstante pueblo castellano, con grande admiración de todas gentes y espanto de los bárbaros presentes. Extracto del Canto XXXIV –Muerte de Caupolicán– de La Araucana, de Alonso de Ercilla

Portugal – Francia – Inglaterra. En Portugal, la obra cumbre del género épico la escribió Luis Vaz de Camoens, con Os Lusiadas, en la que se narra la expedición del navegante Vasco de Gama a las Indias orientales. En el siglo XVI, en Francia, Ronsard publicó La Franciade. En el XVII, John Milton escribió en Inglaterra su epopeya bíblica El paraíso perdido y en el XVIII, el francés Voltaire compuso la epopeya histórica Henriade.

El género épico en la cultura oriental India. En la cultura oriental se produjo también un florecimiento del gé-

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Obra cumbre de la épica oriental, el Mahabarata, inspirado en baladas primitivas, constituye uno de los pilares fundamentales del saber religioso y filosófico de la India.

Ilustración del poema épico Ramayana, destacada obra de la literatura india, perteneciente a una edición del siglo XVII.

nero épico, pero con un marcado carácter religioso y filosófico. La India es el país donde se escribieron las dos obras cumbres de la épica oriental: el Ramayana, atribuido a Valmiki, hacia el siglo II a.C., y el Mahabarata, atribuido a Viasa y escrito hacia el siglo VI. Ambas obras están redactadas en sánscrito. El Ramayana se compone de 24.000 estrofas, divididas en siete partes, y en ellas se narra la gesta heroica de Rama, su encarnación como dios de la guerra (Visnú), el destierro de su esposa Sita y su rapto por los Raxasas, los enemigos de Rama, a los que vence, recuperando a su mujer. El Mahabarata contiene 19 cantos con más de cien mil versos dobles, en los que se cuenta la lucha entre los descendientes de los hermanos Kurus y Pandus, hijos de Bharata. En este libro se encuentra el poema filosóficomoral Bhagavadgita, equivalente a la Biblia para el hinduismo. En otra de las lenguas que usan los diferentes pueblos que componen la Unión India, la védica, una forma de sánscrito arcaico, se escribieron los cuatro Vedas o compilaciones más antiguas de la religión védica, la forma

más primitiva del brahmanismo, de inclinación panteísta, simbolizada por el dios Indra, un toro guerrero; la diosa Aurora, simbolizada por una vaca de pelaje color fuego; el matrimonio que forman el Cielo y la Tierra, y los dioses solares: el Rigveda (en torno al 1500 a.C.) se compone de más de mil himnos, y pretende explicar, de forma poética, los misterios del universo; el Atharvaveda, que reúne las plegarias mágicas; el Yajurveda, que recopila los rituales religiosos, y, por último, el Samaveda, o veda de las melodías.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Cuál es el papel que desempeñaron los juglares en la historia de la épica? 2. ¿Cuáles son las dos grandes epopeyas de la épica clásica? 3. ¿En qué consisten los cantares de gesta?


LA LALÍRICA LÍRICA

L

a literatura lírica (del griego lira, instrumento musical que acompañaba el recitado de las composiciones en verso griegas) se ha caracterizado, sobre todo, por su sentido del ritmo, su entonación y su medida breve, todo lo cual dio lugar a su distinción más sobresaliente: la musicalidad. Además, por medio del género lírico, los autores han expresado su pensamiento y sus sentimientos íntimos sobre la realidad que los rodea. Los dos grandes temas de la lírica son la muerte y el amor. La lírica ha adoptado diversas formas literarias, como la anacreóntica, la balada, la canción, la égloga, la ele-

Miniatura del cancionero de Bernard de Ventadour (Biblioteca Nacional de París). Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

La lírica debe su nombre a la lira, instrumento musical de cuerda con cuyo sonido se acompañaban quienes recitaban versos en la antigua Grecia.

gía, el epigrama, el epitafio, el epitalamio, el idilio, la jarcha, las letrillas, el madrigal, la oda, el himno, la sátira, el soneto, el villancico y el zéjel. Anacreóntica. Es una composición lírica, en la que se canta el placer que proporcionan los sentidos. Recibe esta denominación por el griego Anacreón de Teos. Balada. Se trata de una composición poética, caracterizada por su aire melancólico, que reúne tres estrofas, cada una con el mismo número de versos, y finaliza con un envío. En el pasado se utilizaba por lo general para cantar leyendas y tradiciones. Canción. En su acepción más general, esta forma se utiliza para definir todo tipo de composición lírica que se emplee para ser cantada. Denominada algunas veces como rima, pueden distinguirse dos tipos de canción: la popular, de autor anónimo y que no se ciñe a ningún patrón de medida en el verso, y la culta, heredera de la tradición italiana y su canzone, cuyo principal introductor fue Petrarca y que suele tener al amor como tema.

Querría no desearos y desear no quereros, mas si me aparto de veros tanto me pena dexaros que me olvido de olvidaros. Si os demando galardón en pago de mis servicios daysme vos por beneficios pena, dolor y passión; por más desconsolación, yo no puedo desamaros, aunque me aparte de veros, que si pienso en no quereros tanto me pena dexaros que me olvido de olvidaros. Juan del Encina, Canción

Portada de una edición veneciana de los Epigramas de Marcial, poeta latino de origen hispano.


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Los temas bucólicos y pastoriles han constituido un motivo de inspiración para la composición de idilios. En la imagen, Los pastores de la Arcadia, obra de Nicolas Poussin que reproduce el país imaginario de la felicidad pastoril según la tradición poética clásica.

Égloga. Composición poética de extensión variable que trata temas de carácter bucólico y pastoril, donde el autor expresa sus sentimientos, por lo general de forma dialogada, a través de los pastores. En España, Garcilaso de la Vega fue uno de sus más genuinos cultivadores. Corrientes aguas puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras [querellas, hiedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno; yo me vi tan ajeno del grave mal que siento, que de puro contento con vuestra soledad me recreaba donde con dulce sueño reposaba, o con el pensamiento discurría por donde no hallaba sino memorias llenas de alegría; y en este mismo valle donde agora me entristezco y me canso, en el [reposo estuve ya contento y descansado. Garcilaso de la Vega, Égloga I (fragmento)

Elegía. Se ha utilizado como pieza literaria para entonar en la muerte de una persona o como lamento ante una desgracia familiar o íntima, o bien para expresar de forma heroica alguna desgracia nacional. Entre las elegías más conocidas se encuentra el poema que Jorge Manrique compuso a la muerte de su padre. Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parescer cualquier tiempo pasado fue mejor. Jorge Manrique, Coplas

Epigrama. Poema breve con una manifiesta intención satírica, festiva o erótica. Este tipo de composición fue muy usado durante el Siglo de Oro como intercambio de diatribas entre literatos. También lo utilizaron autores

de épocas posteriores, como, por ejemplo, Manuel Bretón de los Herreros. Voy a hablarte ingenuamente: tu soneto, don Gonzalo, si es el primero, es muy malo; si es el último, excelente. Manuel Bretón de los Herreros, Epigramas

Epitafio. Esta forma poética breve –del griego epi, “sobre”; taphe, “sepultura”– se utilizaba en el pasado como leyenda para ser esculpida en la lápida de los sepulcros, aunque después su uso se ha generalizado como una forma de dedicar un elogio a una persona fallecida. En este esplendor, no de egipcio vano, regio tumulto sí, santo reposo, el monarca se esconde más glorioso que triunfó del inglés, postró al [germano. De los Filipos del imperio hispano fue el quinto, y el primero en lo [animoso; que el cetro, aún más que a su natal [dichoso, debió al cielo, a su espada y a su mano.


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LITERATURA

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una moaxaja, o poema escrito en árabe o hebreo clásicos. Garid bos, ay yermanellas, kóm kontener he mew male! Sin al-habib non bibreyo: ¿ad ob l’irey demandare? (Decid vosotras, ¡ay, hermanillas!, cómo he de contener mi mal. Sin el amigo no viviré: ¿adónde iré a buscarlo?) Yehudá ha-Levi, Jarcha

Letrilla. Composición poética, de argumento satírico, amoroso o religioso, en la que se repite una sentencia graciosa, como estribillo, al final de cada estrofa, y a modo de resumen del pensamiento principal de la composición.

Alfonso X el Sabio fue un excelente cultivador de la lírica. Un claro ejemplo de ello lo conforman las Cantigas de Santa María, canciones en lengua gallega escritas para ser recitadas en las solemnidades litúrgicas, que narran los milagros de la Virgen.

Premió virtudes, castigó maldades, de su fe y su justicia el celo santo; fue declarado de honor y de heroísmo. Murió para vivir en las edades. ¡No habrá en el orbe rey que sea tanto!, pero todos volverán a ser lo mismo. José A. Porcel, Epitafio a Felipe IV

Epitalamio. Se trata de una composición poética –del griego epi, “sobre”; thálamos, “tálamo”–, destinada a ensalzar a las parejas recién casadas, y que se cantaba durante la ceremonia de sus esponsales. Generalmente, de matices delicados o irónicos, y siempre de extensión breve y de tono ligero. ¡Vivan muchos años juntos los novios, ruego a los cielos, y por envidias ni celos ni riñan ni anden en puntos! Lleven a entrambos difuntos, de puro vivir cansados. ¡Vivan muchos años! Lope de Vega, Fuenteovejuna

Idilio. Composición lírica que trata sobre el amor y las relaciones entre los pastores, utilizada ya por los poetas griegos. Más breve que la égloga, pero de sentimientos más emotivos. Ella dice: “Dulce dueño, toda es tuya el alma mía; en ti pienso todo el día, contigo de noche sueño. Dime, pastor, ¿no te admira la virtud de quien te adora?” Pero él responde: “Pastora, ¿eso es verdad o mentira?” Ella dice: “Si la suerte una corona me diera, ¡cuán gozosa la perdiera, mi dueño, por no perderte! Tu pastora sólo aspira a que la ames cual te adora.” Pero él responde: “Pastora, ¿eso es verdad o mentira?” José Cadalso, Idilio

Jarcha. Canción lírica, escrita en romance mozárabe, colocada al final de

Tanta es, niña, mi ternura, que no reconoce igual. Si tuvieras un caudal comparable a la hermosura de ese rostro que bendigo, me casaría contigo. Eres mi bien y mi norte, graciosa y tierna Clarisa, y a tener tú menos prisa de llamarme tu consorte pongo al cielo por testigo, me casaría contigo. Manuel Bretón de los Herreros, Letrilla satírica

Madrigal. Poema breve que canta, con ligereza y galanura, el amor a la mujer. Suele escribirse en forma de silva. Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuanto más piadosos más bellos parecéis a aquel que os [mira, no me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay, tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al [menos. Gutierre de Cetina, Madrigal

Oda. Se trata de una composición lírica destinada a ensalzar a personas o instituciones. Puede tener ca-


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rácter elegíaco, satírico, heroico o religioso. ¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han [sido! Fray Luis de León, Oda a la vida retirada

Himno. Los poetas griegos utilizaban esta composición para cantar a los dioses. Cuando se la dedicaban a Baco, recibía el nombre de ditirambo; si se la ofrecían a Apolo, se denominaba peán. En España, es sinónimo de oda. Puede ser utilizado tanto en los cantos de tipo religioso como en los de exaltación patriótica. Sátira. Se trata de una composición literaria que se utiliza para criticar un comportamiento humano, en tono de burla o más ácidamente. Francisco de Quevedo fue uno de los principales cultivadores de la sátira en verso. Érase un hombre a una nariz pegado; érase una nariz superlativa; érase una nariz sayón y escriba; érase un pez espada muy barbado. Era un reloj de sol mal encarado; érase una alquitara pensativa; érase un elefante boca arriba; era Ovidio Nasón más narizado. Érase el espolón de una galera; érase una pirámide de Egipto; las doce tribus de narices era. Érase un naricísimo infinito, muchísima nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito. Francisco de Quevedo, A una nariz

Soneto. Poema lírico, de catorce versos, que encierra un pensamiento completo. Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes; pena que vas, cavilación que vienes como el mar de la playa a las arenas. Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes, por una noche oscura de sartenes redondas, tristes y morenas. Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor, la tabla que procuro, si no es tu voz, el norte que pretendo.

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Eludiendo por eso el mal presagio de que ni en ti siquiera habré seguro, voy entre pena y pena sonriendo. Miguel Hernández, Tengo estos huesos hechos a las penas

Villancico. Composición poética, de carácter religioso, con estribillo, empleada sobre todo en tiempo de Navidad. Zéjel. Estrofa compuesta de tres versos de igual rima y un estribillo, a la que se añade otro verso que rima con el estribillo, y escrita en árabe vulgar.

La lírica griega y latina Los cantos religiosos o profanos y los himnos dedicados a los dioses fueron las primeras composiciones líricas conocidas en Grecia. Cuando el canto estaba dirigido a ensalzar una victoriosa gesta guerrera se llamaba epinicio; si se trataba de la conducción de la esposa a la casa del marido, himeneo; si el canto festejaba la llegada de la primavera recibía el nombre de peán, y el de la despedida, lino; y cuando se pretendía lanzar un lamento, se denominaba treno. Aunque en aquella época existía la voz femenina de Safo, fueron Anacreonte, el poeta de la sensualidad y el placer, y creador del género de las “anacreónticas”, y, sobre todo, Píndaro, el poeta de los juegos olímpicos, quienes recibieron la más alta consideración en la lírica griega. Entre los poetas latinos sobresalieron Quinto Horacio Flaco, autor de odas, sátiras y epístolas, como la Epístola a los Pisones, y Publio Ovidio Na-

Fray Luis de León fue uno de los máximos representantes de la lírica castellana del Renacimiento. De su pluma salieron algunos de los mejores versos de la época.

Ditirambo era el nombre que recibía el himno dedicado al dios Baco por los poetas griegos. En la imagen, representación de Baco por el pintor barroco Caravaggio (Galleria degli Uffizi, Florencia).

són, cuya obra más conocida es Metamorfosis.

La lírica medieval, renacentista y barroca Durante la edad media surgieron los trovadores, que recitaban en lengua romance los poemas, o chansons, a los reyes y cortesanos en las veladas palaciegas. La lírica provenzal, que tuvo su inicio durante el siglo XII, influyó en el modo de hacer poesía en toda Europa, pero, sobre todo, en Galicia y Portugal, y dio origen a las cantigas de amor, de amigo y de escarnio o maldecir. En el siglo XIII, en Italia, destaca el poeta Dante Alighieri. España. Según Menéndez Pidal, el origen de la lírica española se remonta a finales del siglo IX y principios del X, en las composiciones poéticas


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escritas en árabe o en hebreo clásicos, denominadas moaxajas, o en las de lengua romance de los cristianos, de verso de métrica corta, y cuya última estrofa estaba rematada por una jarcha. No obstante, sólo partir del siglo XV comenzaron a surgir los poetas más representativos de la lírica española, como el marqués de Santillana, Jorge Manrique o Juan de Mena. Un siglo más tarde, Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, influidos por la medida del verso italiano, compusieron sus mejores sonetos y églogas. En la lírica de contenido religioso y místico cabría resaltar a fray Luis de León, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Durante el barroco aparecieron en España dos tendencias en la lírica; una, el conceptismo, representada por Francisco de Quevedo, que otorgaba más importancia al contenido que a la forma; y otra, el culteranismo, cuyo representante máximo fue Luis de Góngora, que destacaba más la forma que el fondo. Dos sonetos de ambos autores pueden servir de ejemplo:

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra, que me llevare el blanco día; y podrá desatar esta alma mía, hora a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera dexará la memoria en donde ardía; nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa; alma, a quien todo un Dios prisión ha [sido, venas, que humor a tanto fuego han [dado, médulas, que han gloriosamente [ardido, su cuerpo dexarán, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrán sentido, polvo serán, mas polvo enamorado. Francisco de Quevedo, Amor constante más allá de la muerte

Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al Sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el [llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel [temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o viola troncada se vuelva, mas tú y yo justamente en tierra, en humo, en polvo, en [sombra, en nada. Luis de Góngora, Mientras por competir con tu cabello

La lírica en el romanticismo

Expresión pura de la belleza, la obra de Juan Ramón Jiménez compone una de las manifestaciones más inspiradas de la lírica española del siglo XX.

Durante el siglo XVIII se concedía más importancia al teatro o a la poesía de carácter didáctico, a pesar de lo cual poetas como el español Meléndez Valdés continuaron cultivando el género lírico con gran brillantez. Sin embargo, fue en el romanticismo cuando la lírica adquirió su máximo esplendor en toda Europa, con el tratamiento de temas exóticos y misteriosos, el carácter intimista y subjetivo de las composiciones poéticas y su libertad en cuanto a la medida del verso. Destacaron en esta época los españoles José de Espron-

Paul Valéry fue uno de los principales representantes del simbolismo en la poesía francesa.

ceda, José Zorrilla, Rosalía de Castro o Gustavo Adolfo Bécquer, con sus Rimas: Por una mirada, un mundo. Por una sonrisa, un cielo. Por un beso..., ¡yo no sé qué te diera por un beso! Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas

El movimiento romántico también contó en Europa con destacados representantes. Los poetas más importantes fueron Shelley y Keats en Inglaterra, Victor Hugo en Francia y Heine en Alemania, entre otros muchos.

La lírica en el modernismo En los últimos años del siglo XIX se gestó una nueva tendencia literaria, conocida con el nombre de modernismo, cuyas señas de identidad eran el cuidado por la forma y la musicalidad en la expresión. Su más genuino representante en los países latinoamericanos fue el poeta nicaragüense Rubén Darío, aunque también se encuadraron en este movimiento el mexicano Amado Nervo y el argentino Leopoldo Lugones, así como, en


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sus comienzos, los poetas españoles Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado. ¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los [claros clarines. La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los [paladines. Ya pasa debajo los arcos ornados de [blancas Minervas y Martes, los arcos triunfales en donde las [Famas erigen sus largas trompetas, la gloria solemne de los estandartes, llevados por manos robustas de [heroicos atletas. Se escucha el ruido que forman las [armas de los caballeros, los frenos que mascan los fuertes [caballos de guerra, los cascos que hieren la tierra, y los timbaleros, que el paso acompasan con ritmos [marciales. ¡Tal pasan los fieros guerreros debajo los arcos triunfales!

caballos enfurecidos y perfiles de jinetes. En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. Federico García Lorca, Reyerta (fragmento)

Rubén Darío, Marcha triunfal (fragmento)

La lírica contemporánea Ya en el siglo XX hicieron su aparición los poetas españoles de la Generación del 27 –Federico García Lorca, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén–; y en la década de 1940 surgieron insignes poetas, influidos por las formas renacentistas, como Leopoldo Panero o Luis Rosales, o por el surrealismo, como Carlos Edmundo de Ory, fundador del postismo, o por una lírica de temática desgarrada, como es el caso de Carlos Bousoño o Eugenio de Nora. En la década de 1950 aparecieron los poetas que cultivaban el realismo social –Gabriel Celaya, Blas de Otero– y, más tarde, José Hierro, José María Valverde o Jaime Gil de Biedma. En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde

La utilización de un lenguaje sencillo y coloquial caracteriza la producción lírica de Gabriela Mistral.

Poesía lírica actual En la década de 1940 surgieron en España diez poetas, llamados novísimos: Félix Grande, José María Álvarez, José Miguel Ullán, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Antonio Colinas, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Todos ellos tenían un denominador común: la libertad en la forma poética, el experimentalismo en el lenguaje y la influencia de los medios de comunicación de masas. Latinoamérica. Después del modernismo, se desarrollaron en Latinoamérica dos tendencias poéticas: la corriente lírica, que trataba los temas de la condición humana con formas sencillas, representada por la poetisa argentina Alfonsina Storni, la chilena Gabriela Mistral o el poeta mexicano Ramón López Velarde, y una concepción de la poesía que se alimentaba de

La lírica

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las formas vanguardistas europeas, y representada, entre otros, por el poeta chileno Vicente Huidobro, que funda el creacionismo; el argentino Jorge Luis Borges, que importa el ultraísmo –denominado en México estridentismo–, o, por fin, el movimiento que adquiere más aceptación entre los poetas hispanoamericanos: el surrealismo, cuyos más notables seguidores podrían ser el chileno Pablo Neruda, en su primera época, el mexicano Octavio Paz o el peruano César Vallejo. Otro poetas, como el mexicano Xavier Villaurrutia, el colombiano Eduardo Carranza o los cubanos José Lezama Lima y Nicolás Guillén, se acogen a la tradición y al clasicismo, pero sin rechazar frontalmente las tendencias vanguardistas. No obstante, Nicolás Guillén, con su poesía llena de ritmo y musicalidad, y, sobre todo, el chileno Pablo Neruda, con la publicación en 1950 de su Canto general, manifestaron un señalado interés por la poesía de contenido social y político. En estos últimos años han adquirido una especial relevancia los poetas mexicanos Homero Aridjis y Octavio Paz; el cubano Ramón Fernández Retamar; el nicaragüense Ernesto Cardenal; el guatemalteco René Castillo; el portorriqueño José A. Corretjer; el colombiano E. Restrepo; el venezolano R. Cadenas; los peruanos A. Cillóniz, J. Watanabe y E. Verástegui; los bolivianos P. Shimane y E. Mitre; los ecuatorianos

Rafael Alberti, poeta español perteneciente a la Generación del 27.


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Canera Andrade y C. E. Jaramillo; el chileno R. Zurita; el argentino Eduardo A. Jonquieres, y los uruguayos R. Vallejos o Mario Benedetti. Francia. Entre los poetas líricos del siglo XX en Francia se evidenciaron dos tendencias bien definidas: el parnasianismo, sustentado en el rechazo del lirismo sentimental y de la poca atención que los poetas románticos concedían a los aspectos formales, y cuyo principal representante es Leconte de Lisle (1818-1894), y el simbolismo, defendido por Paul Valéry (1871-1945) y Paul Claudel (18681955), que surgió en contraposición a las teorías naturalistas. Posteriormente, y bajo el ancho manto de los movimientos vanguardistas, aparecieron el dadaísmo, con Tristan Tzara como su principal impulsor; el surrealismo, con André Breton, Paul Eluard y Louis Aragon, y el creacionismo, con Pierre Reverdy. Tras la segunda gue-

rra mundial surgen los mente comprometida, poetas neosimbolistas, quienes obtuvieron un como H. de Régnier, mayor reconocimiento o los neosurrealistas, y ejercieron superior incomo Rene Char. Y enfluencia, incluso fuera tre la década de 1950 y de Italia, por ejemplo 1960, Ives Bonnefoy y en los rusos Vladimir Pierre Emmanuel. Maiakovski y Boris Alemania. El poeta líPasternak, que adoptarico alemán más célebre ron las tendencias vanfue Rainer Maria Rilke. guardistas en su forma Hacia 1910 comenzade expresión poética. El poeta francés André ron a surgir poetas adsEn la década de 1960, Breton fue uno de los principales impulsores del critos al movimiento Nelo Risi empleó argumovimiento surrealista. expresionista, como E. mentos y formas neoStadler. Posteriormente vanguardistas e impulaparecieron las corriensó la creación del gruptes poéticas denominadas concreta y po 63 y de los novissimi, entre los que discontinua, cuyo mejor exponente figuraban, entre otros, Nanni Balesfue F. Mon. En lengua alemana, aun- trini y Edoardo Sanguinetti. que en Austria, sobresalen el grupo Estados Unidos. En Estados Unide Viena, con Konrad Bayer, y el gru- dos apareció un grupo que propugpo de Graz, con Michael Scharang. naba el uso del lenguaje oral habitual Inglaterra. Entre los poetas ingleses para su utilización en las composidestacó como iniciador de la líri- ciones poéticas. Sus representantes ca William B. Yeats, al que siguen más significativos fueron T. Roethke Stephen Spender o William H. (1908-1963) y Robert Lowell (1917Auden, en la década de 1930. Pos- 1977). En el movimiento beatnik desteriormente surgieron los poetas tacó Gary Snyder; entre los posroagrupados en el Mouvement, mánticos, J. Wright, y entre los pertecomo J. Holloway, o los que per- necientes al grupo de los black poetry, tenecían al Group, como Norma el especialista en jazz y poeta negro Mc Caig. A partir de ese momen- LeRoy Jones. En la década de 1970 to aparecieron una serie de poe- destacaron los poetas Elizabeth tas, como Michel Frayn o Geof- Bishop y Robert Penn Warren. frey Grigson, que alcanzaron gran renombre en las letras inglesas. Italia. La poesía italiana de vanguardia desarrolló en los inicios del siglo XX varios moviPreguntas de repaso mientos de tendencia experi1. ¿Cuáles son las características mentalista, como el futurismo, de la literatura lírica? creado por F. T. Marinetti. Sin embargo, fueron sobre todo Ce2. ¿Qué es una elegía? sare Pavese (1908-1950); Ungaretti, el creador del hermetismo, 3. ¿En qué consiste la estructura y Pier Paolo Passolini, que cultidel zéjel? va la poesía realista y política-

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La obra lírica del premio Nobel mexicano Octavio Paz se encuentra imbuida de gran expresividad, libertad y viveza intuitiva.


LA DRAMÁTICA

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as obras dramáticas (del griego drama, “acción”) están pensadas para que unos actores las representen ante un público y deben desarrollar el argumento con un lenguaje asequible, una extensión apropiada y un cierto dinamismo, que no canse al espectador. Para ello, el autor dispone de recursos, como los efectos escénicos y los medios técnicos puestos al servicio de la obra. En la obra dramática, como en cualquiera de los restantes géneros, pueden distinguirse tres fases: planteamiento, nudo y desenlace. El planteamiento sitúa al espectador en los antecedentes de la situación que se va a representar. En los principios del género, esta exposición previa se realizaba mediante un prólogo; actualmente son los personajes los que explican por medio del diálogo las claves necesarias para que se pueda entender el desarrollo de la acción. El nudo es el conjunto de alternativas, intrigas o complicaciones en el desarrollo de la trama, que conducen hacia el desenlace o final de la obra. Generalmente, las obras dramáticas se dividen en tres actos y dos pausas, que sirven para que el público descanse y para realizar los cambios de escena. En algunas ocasiones, como en las obras de Shakespeare o en el teatro francés de los siglos XII y XIII, las obras dramáticas estaban divididas en cinco actos y cuatro descansos. En la actualidad, las representaciones se hacen en dos actos y un descanso, aunque el tránsito de una situación a otra se puede dividir en cuadros, que se desarrollan en un mismo lugar y en los que se mantiene una unidad de acción y tiempo.

Los cuadros, a su vez, se dividen en escenas, que se acotan por las entradas y las salidas de los personajes. La división clásica de las obras dramáticas en dos grandes grupos es una convención generalmente aceptada: las obras dramáticas mayores, entre las que deben citarse la comedia, el drama y la tragedia; y las menores, entre las que se encuentran el entremés, la farsa, el auto sacramen-

tal o el misterio. No obstante, a partir de la segunda década del siglo XX surgieron nuevas denominaciones para calificar las tendencias teatrales, como el teatro del absurdo, el teatro pánico o el teatro de la crueldad. En la década de 1960 se produjo una ruptura con este concepto clásico de división de los géneros y se magnificó la puesta en escena y el montaje de las obras por parte del director. Des-

Los elementos burlescos de las fiestas dedicadas al culto de Dionisos en la antigua Grecia constituyen el fundamento de la comedia tal como la conocemos en la actualidad. En la fotografía, mosaico que representa una escena de comedia. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).


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de entonces, la estructura en tres actos ya no es una medida que se acepte necesariamente en la representación de las obras.

La comedia La comedia (del latín comoedia, o del griego komoidia) es una obra dramática que pretende la escenificación de los vicios humanos mediante la representación de una trama imaginaria o real, cuyo desenlace es más o menos feliz. La génesis de la comedia puede situarse en las canciones burlescas que se interpretaban en las fiestas dedicadas al dios del vino, Dionisos. Luego, los danzarines las escenificaban y conseguían así unas representaciones muchas veces dirigidas a ridiculizar a los dirigentes de la época. En la antigüedad clásica destacaron los comediógrafos griegos Aristófanes y Menandro y los latinos Plauto y Terencio. Durante el Siglo de Oro español se presentaron cuatro tipos de comedia: de costumbres, de capa y espada, de

magia y de carácter. La “comedia de costumbres” o “de enredo” mezclaba en su argumento las costumbres de las diferentes clases sociales con situaciones de humor. Cuando la sátira se convertía en caricatura, como sucede en la obra Entre bobos anda el juego, de Rojas Zorrilla, recibía el nombre de comedia de figurón. La comedia de capa y espada relataba hazañas de nobles y caballeros. La obra recibía el nombre de comedia de magia cuando la escenografía y los efectos especiales de la puesta en escena tenían mayor importancia que el propio argumento del texto. Se denominaba comedia de carácter a la obra que mostraba un estudio psicológico de los personajes, incluso en clave de sátira, así como sus vicios y costumbres. Los dramaturgos más importantes de la comedia española durante el Siglo de Oro fueron Calderón de la Barca y Lope de Vega. En su Arte nuevo de hacer comedias, Lope de Vega trasciende las normas de la dramaturgia clásica en aspectos como la unidad de lugar o, posteriormente, la unidad de tiempo. Con estas normas, Calderón

de la Barca obtiene resultados más espectaculares en sus comedias de santos. En Francia se dejó notar la influencia de la comedia española, sobre todo en Corneille, mientras que Molière se inspiró más en la “comedia del arte” italiana, en la que se permitía a los actores mayor improvisación. En Inglaterra se impuso William Shakespeare. Durante la época neoclásica se concedió más importancia al contenido psicológico del diálogo que a la misma acción que se desarrolla en escena. En España destacó Leandro Fernández de Moratín, quien, en sus “comedias urbanas” o “alta comedia”, se inspiró en la burguesía para realizar un retrato fidedigno de la misma. Algunos continuadores de este tipo de comedia fueron Tamayo y Baus, Echegaray y Jacinto Benavente. Por otra parte, surgió el género de la “comedia grotesca”, que ofrecía una visión esperpéntica de la realidad, y cuyos exponentes podrían ser Carlos Arniches y Ramón María del Valle Inclán. Con posterioridad, la Generación del 27 escribió comedias poéti-

Con Fuenteovejuna, historia de la rebelión de todo un pueblo contra la tiranía de un comendador, el dramaturgo español Félix Lope de Vega se introduce en la comedia de capa y espada.


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El teatro en Latinoamérica En los países latinoamericanos se está gestando una tradición escénica importante, que ofrece tanto autores como grupos de teatro con merecida fama internacional. Entre los autores más representativos puede citarse a los argentinos Leopoldo Marechal, Roberto Arlt y Samuel Eichelbaum; los ecuatorianos Francisco Tobar García y Pedro Jorge Vera; los peruanos Mario Vargas Llosa –quien, a pesar de ser a todas luces un novelista, tam-

cas, en verso, como algunas de las obras de Federico García Lorca o Rafael Alberti, aunque su mayor producción se inscriba en el género de la tragedia o del drama.

El entremés En el Renacimiento, durante los actos o jornadas de representación de comedias era costumbre incluir unas obras breves, de temática costumbrista o jocosa, para representar en los entreactos. Estas obras alcanzaron tal popularidad a partir del siglo XVII que era frecuente que se publicasen junto a las obras principales. En muchas ocasiones, el éxito de las comedias se debía en gran parte a la aceptación de los entremeses por parte del público. Los entremeses se concebían para ser representados, pero algunos podían cantarse o acompañarse con música y bailes. Uno de sus más reconocidos autores fue Miguel de Cervantes, que escribía entremeses de un notable realismo costumbrista, inspirados en principio por las obras de Lope de Rueda, pero superados después por su carga de intención satírica y fustigadora de las debilidades y corrupciones de la sociedad de su época. Tan sólo se conservan ocho entremeses de Cervantes: La guarda cuidadosa, El rufián viudo, La elección de los alcaldes de Daganzo, El viejo celoso, El vizcaíno fingido, El juez de los divorcios y los dos mejores: El retablo de las maravillas y La cueva de Salamanca. Aunque de menor calidad, pero con igual o superior éxito de público, cabe mencionar los entremeses

bién ha afrontado con éxito el teatro en La señorita de Tacna– y Sebastián Salazar Bondy, y los bolivianos Raúl Otero Reiche y Gastón Suárez, entre muchos otros. Por su parte, en cuanto a los grupos se refiere, debe mencionarse a los peruanos del Teatro del Sol, los venezolanos de Rajatabla, los paraguayos de El Galpón y los colombianos de La Candelaria.

de Luis Quiñones de Benavente (1589-1651), que escribió obras de temática realista, por ejemplo Los condes fingidos, El talego-niño y El borracho, o algunas otras bajo la denominación de teatro fantástico, como las que se incluyen en la Jocoseria. Posteriormente, también destacaron por su calidad los entremeses escritos por Ramón de la Cruz (17311794) o por los hermanos Álvarez Quintero (s. XX).

La tragedia La palabra tragedia (del griego tragodia y del latín tragoedia) designa a la obra dramática en la que se plantean conflictos y pasiones humanos universales que desembocan en un desenlace fatal. Se considera a Eurípides, Esquilo y Sófocles como los padres de la tragedia clásica. Esquilo, el creador de la tragedia, componía obras en las que se defiende que el dolor y el sufrimiento son la forma aleccionadora que tienen los seres humanos para expiar sus culpas y comprender sus errores (Prometeo encadenado). Eurípides planteaba situaciones en sus tragedias en las que los personajes eran víctimas de sus propias pasiones, y resolvía su trama con una visión escéptica del mundo y de sus leyes (Alcestes, Hipólito, entre otras). Sófocles, por su parte, concedía una singular importancia a las relaciones del hombre con los dioses o a las situaciones heroicas. Entre sus obras más importantes se encuentran Edipo Rey, Electra y Antígona. Los autores latinos, como Livio Andrónico, se limitaban a traducir o, en el mejor de los casos, a imitar los con-

tenidos y la técnica de las tragedias griegas. No obstante, Séneca se preocupó de ofrecer una obra original, con una personal reelaboración de los mitos griegos. En España, Juan de la Cueva, en el siglo XVI, trató de amoldar su obra a los cánones de la tragedia griega. Durante la época neoclásica del siglo XVII, algunos autores franceses, como Corneille o Racine, asumieron en sus obras la unidad de acción, tiempo y lugar, características del modelo clásico griego. En Inglaterra, Shakespeare crea sus grandes tragedias con estilo propio. Durante el romanticismo se añadió a la tragedia un toque popular, conocido con el nombre de melodrama. Algunos autores contemporáneos retomaron los valores, personajes y patrones de la dramaturgia trágica griega, en obras como Fedra, de Miguel de Unamuno; Antígona, de Jean Anouilh, o Las troyanas, de Jean Paul Sartre. En España, el también poeta Federico García Lorca compuso su Trilogía dramática de la tierra española, ambientando una tragedia en el mundo rural, según las normas clásicas. Así, en 1933 escribió Bodas de sangre; un año más tarde, Yerma y una supuesta (pero no realizada) Destrucción de Sodoma; se considera que La casa de Bernarda Alba es la obra que completa la trilogía. EUSTAQUIA.-Pero qué, ¿no se te quita eso de la cabeza, Fedra? FEDRA.-¡Ay, Eustaquia! Si hubiese de ser de la cabeza sólo, ya se me habría quitado; pero... EUSTAQUIA.-El corazón es más rebelde, lo sé.


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Tendencias del teatro actual Los primeros signos novedosos en el teatro del siglo XX se produjeron a raíz del rechazo que mostraron algunos autores hacia el realismo, que se complacía en ofrecer sólo un perfil psicológico de los personajes y un retrato exacto de los ambientes. Un primer paso lo dieron los cultivadores del teatro simbolista, que intentaron sobrepasar la realidad como un acto de protesta. Sin embargo, fue con el dadaísmo y el surrealismo cuando se produjo una ruptura con el teatro tradicional. El texto y la puesta en escena son los vehículos que se utilizaron para resaltar el mundo del inconsciente y de lo ilógico. La aparición de la obra de Alfred Jarry Ubu, rey marcó el camino para las nuevas tendencias. En el período de entreguerras surgió el teatro épico de Bertolt Brecht, que pretendía que el espectador (o el lector) reflexionase con sus parábolas políticas por medio del distanciamiento. El director de escena Antonin Artaud, representante de lo que se conoce como teatro de la crueldad, también escribió obras en las que el texto quedaba

FEDRA.-Y ahora es cuando más me acuerdo de mi madre... EUSTAQUIA.-¿Acordarte? No puede ser... FEDRA.-Sí, aunque te parezca mentira me acuerdo de esa madre de la que perdí toda memoria... ¿Toda?... De esa madre a la que apenas conocí. Paréceme sentir sobre mis labios su beso, un beso de fuego en lágrimas cuando tenía yo..., no sé..., dos años, uno y medio, uno, acaso menos... Como algo vislumbrado entre brumas. EUSTAQUIA.-Sueños. FEDRA.-Tal vez... Y dime, ama, tú que tanto conociste a mi madre... EUSTAQUIA (tristemente).-Sí... FEDRA.-¿Cómo era? EUSTAQUIA.-Te he dicho más de cien veces que dejemos eso. FEDRA.-No, no podemos dejarlo, y menos ahora; necesito de estos recuerdos. EUSTAQUIA (aparte).-¡Si supiera todo...! FEDRA.-Nunca has querido hablarme de mi madre. EUSTAQUIA.-¿No lo he sido, no lo soy para ti yo? FEDRA.-¡Pero la otra, la que me llevó en sus entrañas..! ¡Qué fatídica niebla vela tu memoria! ¿Por qué me lo callas, Eustaquia? (Abrazándola.) Vamos, háblame de ella... Miguel de Unamuno, Fedra (fragmento)

relegado a un papel secundario y las situaciones irracionales y mágicas cobraban protagonismo en la puesta en escena. Después de la segunda guerra mundial se representó la obra La cantante calva, del francés Eugène Ionesco, que inauguró el denominado teatro del absurdo, donde lo trágico y lo grotesco se sumaban a las connotaciones absurdas de un lenguaje que, lejos de servir para comunicarse mejor, añadía aún más fronteras en las ya difíciles relaciones entre las personas. En las décadas de 1960 y 1970 surgió el denominado teatro experimental, en el que el espectáculo supera en importancia al texto, y lo plástico y lo sonoro se ponen al servicio del teatro total. Los autores y directores de escena más destacados de esta tendencia han sido el polaco Grotowski, los italianos Dario Fo y Ronconi, o el inglés Peter Brook. En la década de 1980 se intentaron montajes más visuales, que permitieran al espectador participar en las obras, al tiempo que resurgía el teatro literario y se hacían adaptaciones de las obras clásicas.

El drama A una obra se la considera como drama cuando los personajes son seres humanos y se inspiran en la realidad, en contraposición a la investidura mítica que presentan los de la tragedia. Son personajes de la vida real, con sus pasiones y sus dudas, sus alegrías y sus tristezas, de “carne y hueso”. Personajes adecuados para llevar al espectador hacia la emoción y mantener esa emoción hasta el desenlace de la obra. Tanto en el mundo pagano (Grecia, India), como en el cristiano, el drama se ocupaba de temas religiosos y se escribía en verso. En España, las máximas figuras del drama son Lope de Vega y Calderón de la Barca; en Inglaterra lo fue William Shakespeare. En los siglos XVI y XVII se cultivó la tragicomedia, un drama novelesco de matiz cómico. En el siglo XVII, y escrito en prosa, surgió en Francia el drama burgués, y se desarrolló en Alemania, donde Schiller obtuvo grandes éxitos con el drama histórico. En Italia, Manzoni creó el drama romántico, género que cultivaron en Francia Victor Hugo y Alfred de Vigny; y en España, el duque de Rivas, Eugenio Hartzenbusch, José Zorrilla y José Echegaray. El drama se renovó con el noruego Ibsen, evolucionó en Rusia con Chejov, en Suecia con Strindberg, en Alemania

con Brecht, en Italia con Pirandello, en Francia con Claudel y en España con Buero Vallejo. (Don Álvaro, en su celda, reconoce a Don Alfonso) ÁLVARO.-¡Oh Dios!... ¡Qué veo!... [¡Dios mio! ¿Pueden mis ojos burlarme? ¡Del marqués de Calatrava viendo estoy la viva imagen! ALFONSO.-Basta, que está dicho [todo. De mi hermano y de mi padre me está pidiendo venganza en altas voces la sangre. Cinco años ha que recorro con dilatados viajes, el mundo para buscaros. Armas no tenéis, lo veo; yo dos espadas iguales traigo conmigo; son éstas; (Se desemboza y saca dos espadas) elegid la que os agrade Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino (fragmento)

El misterio En la edad media, las representaciones dramáticas que desarrollaban un tema religioso recibían el nombre de


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misterio. Su origen se remonta al drama litúrgico del siglo XI. Pero ya antes, en el siglo IV, se escribió el Peregrinatio Aetherial, en el que se narra el ritual cristiano primitivo que se realizaba en las ceremonias en Jerusalén durante la conmemoración de la Pasión. El inicio de las representaciones litúrgicas es el “tropo”, que consiste en la ampliación verbal de algunos pasajes litúrgicos. El primer “tropo” conocido es el Quem quaeritis, que data del año 923. Aunque en un principio las obras se representaban en latín, más tarde se tradujeron a las lenguas romances, lo que les proporcionó mayor difusión y popularidad. Generalmente, los “tropos” se representaban en las naves o en los pórticos de las iglesias por parte de los mismos clérigos, aunque cuando el teatro religioso se secularizó, los montajes se realizaban en las plazas de los pueblos y se cobraba la entrada a los espectadores. Del siglo XIV datan dos Pasiones, representadas en Francia: la de Palatinus y la de Autun. Un siglo más tarde aparecieron la Pasión borgoñona de Semur y El Antiguo Testamento, inspirado en la Biblia. En Castilla, en el siglo XV, se escribieron dos misterios: Representación del nacimiento de Nuestro Señor y Lamentaciones fechas para Semana Santa, escritas por Gómez de Manrique. En Cataluña, en el siglo XIV surgieron la Representació de la Assumpció de Madona Sancta María y el Misteri del Molt Senyor Sent Esteve. Pero tal vez el misterio más conocido, y que sigue representándose todos los años en Elche (Alicante) los días 14 y 15 de agosto, sea el Misterio de Elche. JOSÉ.-Oh, viejo desventurado, negra dicha fue la mía casándome con María, que me tiene deshonrado. Ya la veo bien preñada, no sé de quién ni de cuánto. Hablan de Espíritu Santo, mas yo de esto no sé nada. LA MONJA DE BLANCO (que hace de María).¡Mi solo Dios verdadero cuyo ser es inmovible, a quien es todo posible,

fácil y bien hacedero! Tú que sabes la pureza de esta mi virginidad, alumbra la ceguedad de José, y su gran simpleza. Gómez de Manrique, Representación del nacimiento de Nuestro Señor (fragmento)

La farsa La palabra farsa proviene del latín farcire, que significa “llenar, rellenar”, del que ha derivado la palabra francesa farcer, que en su acepción más amplia significa comicidad y que ha servido para que en italiano y en español se diga “farsa”. De acuerdo a la etimología latina, la farsa se utilizaba como relleno en los descansos de una representación teatral, del mismo modo que se utilizó el entremés en las comedias del siglo de oro. En España también se empleó la palabra farsa para referirse al teatro profano, e incluso al sacro, con el nombre de farsa sacramental. Sin embargo, fue a partir del siglo XV cuando la farsa se independizó como género. El resultado fue una obra cómica, de un solo acto, representada por pocos personajes, que planteaba situaciones inverosímiles, aunque no exentas de referencias a la realidad social. Entre los cultivadores de la farsa destacan dramaturgos como el francés Molière, en el siglo XVII. Entre nuestros contemporáneos, el español Ramón María del Valle Inclán renovó técnicamente el género y le añadió un contenido satírico. Cabe destacar también al francés Eugène Ionesco, creador del teatro del absurdo, o al inglés Samuel Beckett.

El auto sacramental El auto sacramental se ha caracterizado desde el siglo XVI por su tendencia alegórica. Sus personajes no son seres reales, sino conceptos abstractos, símbolos o ideas. Esta característica, la inverosimilitud, fue precisamente la causa por la que los neoclásicos lograron prohibir, según la Real Cédula de 11 de junio de 1765, su representación.

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Aunque ya desde el siglo XII se conocía la existencia del Auto de los Reyes Magos, escrito en lengua romance, fue con Pedro Calderón de la Barca cuando el auto sacramental adquirió su más elevada categoría como género literario. De entre los casi ochenta autos sacramentales que compuso Calderón, cabe destacar El divino Orfeo, La siembra del Señor, La hidalga del valle, La cena de Baltasar, El santo rey don Fernando y, tal vez el más conocido, La vida es sueño. PRÍNCIPE [de las tinieblas].-¡Oh [humana naturaleza! ¡Con qué horror, con qué tristeza mis pasadas ruinas ven tus dichas ya; y más después que sé que es, por mi desgracia, la hermosa luz de la Gracia la primera cosa que ves! (Descúbrese un peñasco, y el Hombre vestido de pieles, y la Gracia con un hacha.) GRACIA.-¡Hombre, imagen de tu [Autor, de esa enorme cárcel dura rompe la prisión oscura a la voz de tu Criador! HOMBRE.-¿Qué acento? ¿Qué [resplandor vi, si es esto ver; oí, si es esto oír, que hasta aquí, del no ser pasando al ser, no sé más que no saber qué soy, qué seré o qué fui? Calderón de la Barca, La vida es sueño (fragmento)

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué características tienen las obras dramáticas? 2. ¿En qué consiste un entremés? 3. Citar tres autores destacados del teatro universal. 4. Mencionar dos tendencias del teatro actual.


LA NOVELA

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egún una acepción actual, la novela consiste en una narración en prosa de historias imaginadas por el autor y con una extensión superior al cuento. Algunos escritores y teóricos coinciden en resaltar la importancia de la estructura de los elementos narrativos en la novela, con lo que establecen dos formas bien diferenciadas de estructura: la episódica o yuxtapositiva y la unitaria o coordinativa. La primera se caracteriza por la redacción de secuencias del relato,

autónomas entre sí, pero referidas al mismo protagonista. Es decir, una estructura en la que los episodios no se relacionan en el tiempo, el tema o la acción, sino que se suman o yuxtaponen. Dos ejemplos: la novela de El lazarillo de Tormes o la primera parte de Don Quijote. En cambio, la estructura unitaria o coordinativa concede mayor importancia al encadenamiento de las secuencias de la narración por medio de la unión de los hechos por la acción y el tiempo, y su dependencia no sólo

del personaje, sino sobre todo de la trama del relato. Mientras que en la novela de estructura yuxtapositiva la acción y el tiempo de evolución de los acontecimientos se cortan en episodios, en las obras de estructura unitaria o coordinativa la distribución de espacio y tiempo se realiza de una forma más inmediata y continuada. En la novela actual, la linealidad temporal puede quebrarse en beneficio de un mayor protagonismo de algún personaje, produciéndose entonces retrocesos y avances en la narración, no en función del tiempo real, sino en la progresión de cada una de las historias relatadas. En las novelas suele darse el caso de incluir diversos personajes y acciones, aunque jerarquizados según su importancia en el relato. Así, las relaciones que mantienen los personajes con la acción en el contexto de lo narrado se pueden manifestar de diferentes formas: cuando los personajes se subordinan a la acción o su importancia es menor que la del argumento; cuando la acción y los personajes se determinan mutuamente, dando lugar a un tipo de narración dramática, o cuando la acción se subordina al personaje protagonista, con el resultado de una novela de caracteres.

Evolución El Quijote ha sido considerada una de las obras cumbre de la novela universal. Las aventuras y desventuras del hidalgo manchego han inspirado con posterioridad a numerosos artistas. En la imagen, Escena de don Quijote, por Jean Honoré Fragonard. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

En la literatura oriental sobresale la novela escrita en Japón por Musaraki, una dama de la corte, titulada Genji-monogatari, donde se relatan las costumbres y la vida de la corte japone-


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La novela

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Principales novelistas latinoamericanos Siglo

Autor

País

XVII

Juan Rodríguez Freyle Francisco Núñez de Pineda

Colombia Chile

El carnero Cautiverio feliz

XVIII

Concolorcorvo

El lazarillo de ciegos caminantes

XIX

Domingo Faustino Sarmiento José Mármol Juan León Mera Jorge Isaacs Alberto Blest Gana Ignacio Manuel Altamirano Enrique Larreta Horacio Quiroga

Argentina Argentina Ecuador Colombia Chile México Argentina Uruguay

Facundo o Civilización y barbarie Amalia Cumandá o un drama entre salvajes María Martín Rivas; Durante la reconquista El Zarco; Clemencia La gloria de don Ramiro, Zogoibi Cuentos de la selva; Pasado amor

XX

Mariano Azuela José Eustasio Rivera Rómulo Gallegos Ricardo Güiraldes Ciro Alegría

México Colombia Venezuela Argentina Perú

Alcides Arguedas Jorge Icaza Rafael Díaz Icaza Oscar Cerruto José Lezama Lima Alfredo Bryce Echenique Miguel Ángel Asturias Alejo Carpentier Juan Rulfo José María Arguedas Arturo Uslar Pietri Julio Cortázar Ernesto Sábato Gabriel García Márquez

Bolivia Ecuador Ecuador Bolivia Cuba Perú Guatemala Cuba México Perú Venezuela Argentina Argentina Colombia

Carlos Fuentes

México

Mario Vargas Llosa Manuel Mujica Laínez Mario Benedetti Juan Carlos Onetti Guillermo Cabrera Infante

Perú Argentina Uruguay Uruguay Cuba

José Donoso Isabel Allende

Chile Chile

Los de abajo, Sendas perdidas La vorágine Doña Bárbara, Canaima Don Segundo Sombra El mundo es ancho y ajeno; Los perros hambrientos Raza de bronce Huasipungo, Cholos Los prisioneros de la noche Aluvión de fuego Paradiso; Oppiano Licario La vida exagerada de Martín Romaña El señor presidente; El papa verde Los pasos perdidos; El siglo de las luces Pedro Páramo Los ríos profundos; Todas las sangres Las lanzas coloradas; La visita en el tiempo Rayuela; Los premios Sobre héroes y tumbas; El túnel Cien años de soledad; El amor en los tiempos del cólera La muerte de Artemio Cruz; La cabeza de la hidra Conversación en la catedral; La ciudad y los perros Bomarzo; El escarabajo La tregua El astillero; Cuando ya no importe Tres tristes tigres; La Habana para un infante difunto El lugar sin límites La casa de los espíritus; Paula

sa. En la antigüedad, el griego Longo escribió el relato amoroso, de escenario bucólico, Dafnis y Cloe. En la literatura latina destacaron dos sátiras de costumbres: Apuleyo escribió El asno de oro, basada en una historia popular, en la que narra las aventuras de un joven que se transforma en burro, y Petronio, su Satiricón, en la que tres personajes viajan sin rumbo por Italia y sobreviven a base de engaños y argucias.

Obras

Edad media Hacia el siglo XII surgió la novela bizantina, escrita en verso o en prosa, y de temática aventurera, como la obra anónima Bertrando y Crisanza. En Francia, un siglo más tarde, se publicaron novelas escritas en verso, destinadas a un público aristocrático, y denominadas romans, como el Roman de Tebas o el Roman de Eneas. Chrétien de Troyes, considerado como el padre

de la novela moderna, crea la novela cortés, en la que se fundían el espíritu caballeresco con las tradiciones de origen céltico, como en El caballero del león, El caballero de la carreta (Lanzarote del lago) y El cuento del Graal. En la baja edad media se publicó en España el Amadís de Gaula, novela precursora de los libros de caballería, que se convirtió en el código de honor para los caballeros de la época, y el Tirante el Blanco, del catalán Joanot Martorell,


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LITERATURA

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La obra de Johann Wolfgang von Goethe, representado en la imagen por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein, supuso una radical renovación de la literatura alemana de finales del siglo XVIII y principios del XIX.

considerada como la obra puente entre los libros de caballería y el Quijote.

El siglo XVI En el siglo XVI aparecieron dos novelas de importancia capital: Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais, donde se utilizan la fantasía y el humor con fines de crítica social, y donde late la alegría de vivir, el goce de los sentidos y la exuberancia de los placeres, y El lazarillo de Tormes, de autor anónimo, donde ya se emplean novedosas formas narrativas, como la utilización del yo del narrador y la sustitución del argumento por una yuxtaposición de los episodios. Relata la vida de un pícaro desarraigado, que se desarrolla en los estratos más bajos y marginales de la sociedad. Un libro donde se mezcla lo culto y lo popular, la amargura y el humor. A finales del siglo XVI se publicó la primera parte del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, una de las grandes novelas de la picaresca.

El siglo XVII La cumbre de la novela universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Man-

cha, de Miguel de Cervantes, vio la luz en 1605, la primera parte, y en 1615, la segunda parte. El argumento de la obra describe la pérdida de la razón del hidalgo Alonso Quijano debida a la lectura de libros de caballería. La locura le lleva a creerse un caballero andante, obligado a restablecer la justicia donde no la hubiera. Así, con su enjuto caballo, Rocinante, y una vieja armadura, parte a “desfacer entuertos y agravios”. Pero la realidad que ve don Quijote no es la que ven los demás: confunde una venta con un castillo y a las lugareñas con damas. Unos desconocidos se burlan de él, lo golpean y lo devuelven a casa. El ama, la sobrina y el cura intentan retenerlo en su casa, queman su biblioteca para que no alimente más sus desvaríos imaginarios, pero don Quijote se escapa, acompañado por un labrador, Sancho Panza, al que ha prometido el gobierno de una ínsula. Después de sufrir muchas burlas y malos tratos, y de luchar contra lo que él cree ejércitos y gigantes, que sólo son ovejas y molinos de viento, el cura y el barbero lo hacen regresar, con engaños, a su casa. En la segunda parte de la novela, don Quijote parte rumbo a Zaragoza, camino de Barcelona. En tierras de Aragón, unos duques se divierten a costa del hidalgo y el escudero. En

Barcelona, el bachiller Carrasco, disfrazado de caballero de la Blanca Luna, vence a don Quijote y lo devuelve al pueblo, derrotado física y psíquicamente. Cuando llega a su casa recobra la razón y poco después muere cristianamente. En 1626 se publica El Buscón, de Francisco de Quevedo, un retrato amargo y desolador de la vida y el mundo, llevado hasta la caricatura y el absurdo; y entre 1651 y 1657 el jesuita Baltasar Gracián, uno de los mejores prosistas del conceptismo barroco, escribió su obra El Criticón, una novela filosófica, a modo de alegoría de la vida humana. En Francia, Madame de La Fayette cultivó el clasicismo en su novela La princesa de Clèves, un detallado análisis de los procesos psicológicos en la infidelidad matrimonial. En Alemania destacó la novela de Grimmelshausen, Aventurero Simplicisimus, una de las mejores muestras del barroco de este país. Ambientada en la guerra de los treinta años, describe la desconfianza y el desengaño que el mundo produce en los hombres.

El siglo XVIII En el siglo XVIII predominaron las novelas de autores franceses e ingleses. En 1719 Daniel Defoe publicó una novela de aventuras realista, titulada Robinson Crusoe, la epopeya de un hombre que lucha en soledad por su supervivencia, y tres años más tarde, Moll Flanders, un minucioso relato de la sociedad de su tiempo. Jonathan Swift, en sus Viajes de Gulliver, compuso una sátira despiadada sobre la humanidad, teñida de misantropía. En Francia se publicó la Historia de Gil Blas de Santillana, del bretón René Lesage, un divertido estudio sobre las pasiones humanas y el egoísmo, mientras que el abate Prevost publicaba Manon Lescaut, la historia de una mujer ávida de placer y lujo, cuya deshonesta vida no le supone ningún remordimiento moral. En la segunda mitad del siglo, el inglés Henry Fielding escribió su Tom Jones, una sátira realista, plena de humor y de propósitos moralizantes, en


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la que el protagonista se caracteriza por una bondad natural, a pesar de las circunstancias adversas en las que transcurre su vida. En Francia, Rousseau escribió El Emilio y La nueva Eloísa, una novela en forma epistolar, ambientada en parajes románticos suizos, en la que describe la lucha de un amor arrebatado contra las cautelas del linaje y las recomendaciones morales, y Diderot publicó su novela La Religiosa. La novela inglesa del último cuarto de siglo se recreó en la búsqueda de temas siniestros y escabrosos, ambientados en escenarios medievales y procedentes del romanticismo. Así nació la novela gótica: El castillo de Otranto (1765), de H. Walpole, o El monje (1795), sobre la Inquisición española, de Lewis. En este género cabe citar también a Mary Shelley, con su Frankenstein (1818), o a Maturin, con Melmoth el errabundo. En Francia surgió la figura del marqués de Sade, que publicó Justine en 1791. Entre los autores alemanes cabe mencionar a Goethe, quien publicó en 1774 Los sufrimientos del joven Werther, una novela de amores imposibles y héroe apasionado que se suicida por amor. Aunque la obra maestra de la época es Las amistades peli-

grosas (1782), de Choderlos de Laclos, un relato donde lo libertino coquetea con la virtud, y en el que, con un fino realismo psicológico, se describe la depravación y el maquiavelismo con el que actúan algunos de los personajes, en torno a una intriga amorosa.

El siglo XIX El siglo XIX se caracterizó por la aparición de tres tendencias: la novela psicológica y sentimental, la novela negra y la de ambientación histórica. Jane Austen, en Inglaterra, publicó en 1813 Orgullo y prejuicio, un estudio psicológico sobre las costumbres provincianas. En Francia, Constant escribió la obra maestra del género, Adolfo (1816), un análisis de la pasión amorosa. A partir de 1814, año que marca el origen de la novela histórica, con la publicación de Waverly, de Walter Scott, se produjo una eclosión de las narraciones ambientadas en los hechos históricos y las tradiciones de los países. Por ejemplo, en novelas como Ivanhoe, Rob Roy y Quintin Durward, del ya citado Walter Scott; Los novios, del italiano Alessandro Manzoni; La hija del capitán, del escritor

La novela

ruso Pushkin, o el Taras Bulba, de su compatriota Gogol. También de ambientación histórica, aunque con un contenido más social, fueron algunas de las obras de La comedia humana de Balzac, como Los chuanes, un análisis sobre la sociedad francesa después de la revolución de 1789 y del Imperio, y la novela de Stendhal Rojo y Negro, que trata sobre el arribismo de un plebeyo que desea situarse por cualquier medio en lo más alto de la escala social. Se puede decir que la pequeña ciudad de Verrières es una de las más bonitas del Franco Condado. Sus casas blancas, con los tejados puntiagudos, de tejas enceradas, se extienden por la falda de una colina, en cuyas más leves sinuosidades resaltan unos manchones de recios castaños. Varios centenares de pies más abajo de las fortificaciones, antaño construidas por los españoles y hoy día en ruinas, corre el Doubs. Al norte, Verrières está protegida por una alta montaña, una de las estribaciones del Jura. En cuanto llegan los primeros fríos, las cimas truncadas del Verra se cubren de nieve. Un torrente que se precipita desde la montaña atraviesa Verrières

Evolución de la novela en Latinoamérica Los novelistas latinoamericanos cultivaron el realismo hasta la década de 1940, recreando temas de corte regionalista, como en la obra del argentino Ricardo Güiraldes Don Segundo Sombra; de contenido político, como las novelas que tratan sobre la revolución mexicana, un tema iniciado por Mariano Azuela con Los de abajo, o en los relatos que se ocupan de los problemas sociales de las comunidades indígenas, como El mundo es ancho y ajeno, del peruano Ciro Alegría. A partir de 1940 se produjo una renovación narrativa, que incorporó lo fantástico y el mundo urbano, conocida con el nombre de realismo mágico o fantástico, en la que se asumieron las innovaciones formales de la novelística europea y norteamericana y del surrealismo francés. De esta corriente parten novelistas como el argentino Jorge Luis Borges, con Ficciones; el mexicano Juan Rulfo, con Pedro Páramo, o el peruano José María Arguedas, con Los ríos profundos. La creación de un nuevo lenguaje en la década de 1960 estuvo unida a autores como Gabriel García Márquez, con Cien

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años de soledad; Mario Vargas Llosa, con La ciudad y los perros, o Julio Cortázar, con Rayuela. Fue la culminación de una serie de nuevas experiencias con el lenguaje, de nuevas técnicas de narración en el relato, de una integración de lo fantástico en el mundo real, y de un lenguaje rico y sugerente. ¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el petril de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. Julio Cortázar, Rayuela


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LITERATURA

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y, antes de morir en el Doubs, pone en movimiento gran número de aserraderos, una industria muy sencilla y que proporciona cierto bienestar a la mayoría de los habitantes de la comarca, más campesinos que ciudadanos. Pero lo que ha enriquecido a esta ciudad no son los aserraderos. Esta holgura general de las fortunas que, desde la caída de Napoleón, ha permitido reconstruir las fachadas de casi todas las casas de Verrières, se debe a la fabricación de telas estampadas llamadas de Mulhouse. Stendhal, Rojo y Negro

Hacia 1830 apareció la novela de folletín y por entregas, incluida por lo general en los periódicos o que se repartía por pliegos en los domicilios. Esta fragmentación de los relatos, en aras de un superior volumen de lectores, hacía que la intriga de la narración se detuviera en una situación emocionante, justo cuando se terminaba el espacio en el cuadernillo. La gran demanda de este tipo de novelas obligó a producir en cadena y a encargar los textos a escritores desconocidos, al servicio de novelistas famosos. La consolidación del folletín se produjo en la década de 1840, con novelas de aventuras e históricas, como Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo, ambas de Alejandro Dumas. En Rusia, Nicolas Gogol publicó El abrigo (1841) y Almas muertas (1842), novelas que sentaron las bases de la crítica social en su país. En Inglaterra, en pleno auge del puritanismo victoriano, publicaron sus novelas Dickens –Papeles póstumos del club Pickwick–, Thackeray –La feria de las vanidades– y Emily Brontë –Cumbres borrascosas–. En Estados Unidos destacó la novela de Herman Melville Moby Dick. El realismo se afianzó como una corriente literaria con Gustave Flaubert, con obras como Madame Bovary. Pero el retrato fidedigno de la sociedad de su tiempo no lo recogió la novela hasta que surgió Emile Zola, que a partir de 1870 llevó al realismo francés hasta el naturalismo en la novela, con obras como Teresa Raquin, Naná o Germinal, en las que se describen los

aspectos más negativos como Turgueniev, con de la sociedad, encarnanovelas como Diario dos en personajes desde un hombre superfluo. heredados de la forPero los autores realistuna. tas rusos obtuvieron El naturalismo tamel reconocimiento con bién alcanzó difusión obras como Los hermaen otros países, por nos Karamazov, Crimen ejemplo en Portugal, y castigo o El jugador, con Eça de Queiroz, o de Dostoievski, o con en Italia, con Giovanni las novelas de Tolstoi, Verga, conocido con el como Guerra y Paz o nombre de verismo. En Anna Karenina. El escritor británico Aldous Huxley cultivó la novela de España, sus máximos Otros autores abrieciencia ficción. representantes fueron ron nuevas vías en la Leopoldo Alas, Clarín, técnica narrativa: Melcon La Regenta; Benito Pérez Galdós, ville, con su Moby Dick, la titánica y con Fortunata y Jacinta; Emilia Pardo simbólica lucha del capitán Ahab Bazán, con Los pazos de Ulloa, y Juan contra la ballena blanca; Joseph ConValera, con Pepita Jiménez. rad, con Lord Jim o Victoria, y Henry Un fenómeno característico de esta James, con Los embajadores. época fue el auge de los géneros novelísticos marginales, como la novela El siglo XX policíaca, con algunas de las obras de Conan Doyle –El sabueso de los Baskerville–; la notable aceptación por parte Durante las dos primeras décadas del de los lectores de obras de ciencia fic- siglo XX continuaron publicándose ción, como las de Julio Verne –Veinte novelas de corte naturalista, algunas mil leguas de viaje submarino– o H. G. incidiendo más en aspectos del cosWells –La guerra de los mundos–, y la tumbrismo rural, por ejemplo las noconsideración artística que obtuvie- velas de Vicente Blasco Ibáñez, otras ron las novelas infantiles, como los re- recreando temas sensuales o eróticos, latos de aventuras de Robert Louis como ciertas obras de Felipe Trigo, y Stevenson –La isla del tesoro– o de Ru- por último novelas ambientadas en dyard Kipling –El libro de la selva–, los las ciudades, con una profunda carga relatos fantásticos de Lewis Carroll de crítica social, como La jungla, de –Alicia en el país de las maravillas– o las Upton Sinclair. Con influencias del naturalismo, novelas realistas del estadounidense pero impregnadas de un realismo no Mark Twain, como Huckleberry Finn. En la última cuarta parte del siglo exento de tintes románticos, cabría cicomenzaron a conocerse en occiden- tar a escritores como Pío Baroja o Máte las obras de algunos autores rusos, ximo Gorki. Otros se centraron en la descripción de la decadencia burguesa, como Thomas Mann con su novela Los Buddenbrook; en problemas de tipo moral, como André Gide, o metafísicos, como Miguel de Unamuno, en su novela Niebla. A partir de la década de 1920, la técnica novelística experimentó una gran convulsión. Marcel A la izquierda, Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de literatura Proust, por ejemplo, en 1967. A la derecha, el escritor cubano José Lezama Lima.


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comenzó a destruir desde dentro la acción del relato y de los personajes y se centró en describir los estados psicológicos. James Joyce inventó con su Ulises el “monólogo interior”. Franz Kafka despreció la lógica de la acción y mezcló el sueño con la realidad, consiguiendo así efectos de impresionismo simbólico. Algunos novelistas utilizaron las técnicas del lenguaje cinematográfico, como John Dos Passos, o adaptaron el monólogo interior a las epopeyas, como William Faulkner. Por otra parte, aparecieron las experiencias vanguardistas, como el expresionismo alemán o el surrealismo francés. En las décadas de 1920 y 1930 aparecieron los relatos de tipo discursivo, de propuesta y discusión de ideas, con escritores como Herman Hesse, André Gide y Thomas Mann (La montaña mágica). También se popularizó la novela de aventuras, con autores como André Malraux o Arthur Koestler. Durante estos años se publicó la novela antibelicista de E. María Remarque y Ernest Hemingway, mientras que los temas religiosos eran tratados por los escritores católicos Georges Bernanos y François Mauriac desde el enfoque del análisis de vivencias espirituales, más que de proponer soluciones moralizantes. Hasta el inicio de la segunda guerra mundial algunos novelistas utilizaron el realismo para describir la sociedad moderna a través del relato de los avatares de una familia, como en las novelas de Martin du Gard. Otros, como John Steinbeck, en Las uvas de la ira, utilizaron la novela como vehículo de protesta social o de propaganda política, como los escritores adscritos al movimiento del realismo socialista. En Estados Unidos surgió una nueva forma de escritura, con una prosa desnuda y sin convencionalismos ni formas retóricas, de gran economía expresiva e influida por el cine, cuyos más destacados representantes fueron Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. La posguerra generó novelas especialmente críticas, testimoniales o centradas en el análisis de los comportamientos íntimos de los personajes. Desde una óptica existencialista,

Miguel Delibes, destacado representante de la literatura española de la posguerra, que fue galardonado con el premio Cervantes en 1993.

escribieron sus obras Jean Paul Sartre o Albert Camus; o como balance final de una época, autores como Thomas Mann, con su Doctor Fausto, o El viejo y el mar de Ernest Hemingway. En España, después de la guerra civil, Camilo José Cela, con La familia de Pascual Duarte, y Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, publicaron novelas de un realismo descarnado y de aguda crítica social, semejantes a las obras de los novelistas del neorrealismo italiano, como Cesare Zavattini o Vasco Pratolini. A partir de la década de 1950 surgió en Francia un movimiento denominado nouveau roman (“nueva novela”), que se alejaba del realismo social y del compromiso político, y se centraba en experimentar con los aspectos formales de la narración, como fue el caso, sobre todo, de Alain Robbe-

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La novela

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Camilo José Cela, premio Nobel de literatura de 1989.

Grillet, con sus novelas El mirón, La celosía o El laberinto; o de las novelistas Nathalie Sarraute, con Tropismos, o Margueritte Duras, con El square o Moderato cantabile. En los años 60, autores latinoamericanos, como Alejo Carpentier, con El siglo de las luces; Gabriel García Márquez, con Cien años de soledad, José Lezama Lima, con Paradiso, o Miguel Ángel Asturias, con El señor Presidente, impulsaron el realismo fantástico. La renovación de la novela, en la teoría y en la práctica, también se produjo en Estados Unidos, con novelistas como Saul Bellow, Norman Mailer o Mary McCarthy, herederos del estilo vital de escritores como William Faulkner o Scott Fitzgerald. En este siglo también tuvo una gran difusión la novela de ciencia ficción, de carácter fantástico, con novelistas como Aldous Huxley, Ray Bradbury o Isaac Asimov.

Preguntas de repaso

1. ¿Qué estructuras narrativas suelen darse en la novela? 2. ¿Cuál fue la novela más importante del siglo XVII? 3. ¿Qué características tenía la novela gótica? 4. ¿Cuáles son algunas formas narrativas diferenciadoras de la novela moderna?


EL CUENTO Y LA LEYENDA

El cuento El cuento (del latín computum) es una narración o relato breve, que suele estar escrito en prosa y trata sobre un tema de ficción. Como género litera-

Los orígenes El cuento es una de las formas más antiguas de literatura popular de transmisión oral o escrita, que todavía sigue viva y continúa reelaborán-

Epopeyas clásicas como la Odisea constituyen el origen del cuento y la leyenda como géneros literarios. En la imagen, terracota que representa la espera de Penélope, esposa de Ulises (Museo Británico, Londres).

rio diferenciado de la novela, el cuento requiere un ejercicio de síntesis en la expresión, sin que esta cualidad altere su valoración estética. La técnica narrativa del cuento se asemeja en gran medida a la de la novela; el propósito del autor puede ser entretener o divertir al posible lector, o bien que del relato se pueda extraer alguna enseñanza. En síntesis, se puede afirmar que el cuento reúne la descripción de los hechos, los lugares y los personajes, con un estilo ágil y vibrante, y la comunicación por medio del diálogo, que confiere agilidad a la narración. Aunque suele cumplir la regla de oro de la narrativa clásica –planteamiento, nudo y desenlace–, algunos escritores varían esta estructura y consiguen piezas dinámicas de gran valor literario.

El cuento, género literario cuyos orígenes se remontan, según algunos autores, a la cultura indostánica, constituye una de las formas más antiguas de literatura popular. En la imagen, ilustración de un cuento indio (miniatura del siglo XVIII). Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

dose. Se estima que los orígenes del cuento se remontan a la cultura indostánica; por otro lado, algunas narraciones escritas en sánscrito, traducidas al árabe o al persa, fueron el germen de la narrativa española, como sucede, por ejemplo, con la traducción del árabe de Calila e Dimna, en 1251, por deseo de Alfonso X. También en la narrativa egipcia es posible encontrar relatos, adornados de fantasía y magia, como el Cuento del náufrago o el Cuento del rey Cheops, que datan del siglo XXI a.C., o el Cuento de los dos hermanos, basado en una leyenda popular sobre los dioses Bata y Anubis, que fue escrito en el siglo XII a.C. Durante siglos el cuento no ha tenido una significación clara y precisa. Así, la frontera entre la fábula y el cuento no ha estado a veces excesi-


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El cuento y la leyenda

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Los Cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffman fueron llevados a la escena por Jacques Offenbach. En la imagen, uno de los pasajes de la ópera representado en el Teatro de Marionetas de Salzburgo.

vamente definida. Se ha considerado, por ejemplo, que algunas narraciones como la Historia de Sinué, en la literatura egipcia, o la Historia de Ruth, en el Antiguo Testamento, podían ser consideradas como cuentos.

El cuento en la edad moderna En el siglo XVII, La Fontaine tituló unas narraciones de contenido folklórico y escritas en verso con el nombre de Contes (Cuentos); un siglo más tarde, Voltaire publicó una serie de relatos –Candido, Micromégas, Zadig– que pueden ser considerados como cuentos. Con el romanticismo surgen nombres como Edgar Allan Poe en Estados Unidos o Hoffman en Alemania. El desarrollo del periodismo influyó decisivamente en el crecimiento del género de la narración breve. Publicar este tipo de relatos era más sencillo y económico que editarlos en forma de libro. Balzac o Stendhal, en Francia; Walter Scott o Dickens, en Inglaterra; Pedro Antonio de Alarcón o Fernán Caballero, en España, aprovecharon las páginas de los diarios para escribir cuentos.

A finales del siglo XIX, el francés Gustave Flaubert publicó sus Tres cuentos, y su discípulo Maupassant se consagró como uno de los grandes maestros del género. En Rusia, Chéjov fue considerado, después de Tolstoi, Dostoievski y Turgueniev, como uno de los más importantes cuentistas, junto a Gogol, quien con su cuento El abrigo se destacó como una notable referencia para la narrativa rusa posterior. En el campo de los cuentos infantiles no hay que olvidar al danés Hans Christian Andersen, célebre por sus Cuentos, y a los hermanos alemanes Friedrich y Jakob Grimm, quienes durante este siglo continuaron la tradición iniciada por Charles Perrault en el siglo XVIII con famosos cuentos infantiles, aún vigentes, tales como Caperucita roja, El gato con botas y Cenicienta. Durante el siglo XX han aparecido en Estados Unidos y Europa grandes maestros de la narración breve: Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, en Estados Unidos; Alberto Moravia o Luigi Pirandello, en Italia; Rudyard Kipling y James Joyce, en Inglaterra; Thomas Mann y Franz Kafka, en Alemania.

España. En la España medieval, el infante don Juan Manuel utilizó en su Libro de Patronio o Conde Lucanor la técnica narrativa de componer diversos relatos engarzados en el desarrollo de la trama general, a la manera de los cuentos y leyendas árabes. Esta fórmula de estructurar el relato también fue utilizada por el inglés Chaucer, en sus Cuentos de Canterbury, o por el italiano Boccaccio, en sus cuentos del Decamerón. Sin embargo, el cuento en España alcanzó su mayoría de edad expresiva como género literario en los inicios del siglo XIX, con los relatos costumbristas de Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero; los cuentos ambientados en Cantabria, como Las escenas montañesas, de José María de Pereda; las narraciones de exaltación patriótica, como El afrancesado, de Pedro Antonio de Alarcón, o los cuentos de la gallega Emilia Pardo Bazán. Más recientemente, se pueden citar como afortunados cultivadores de la narración breve a Carmen Martín Gaite, con El cuento de nunca acabar; la también poetisa Gloria Fuertes, con


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LITERATURA

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infinidad de cuentos para niños, o Ignacio Aldecoa, considerado como uno de los grandes cuentistas de las letras españolas. Eran las cuatro de la mañana. La churrería tenía algo de vagón de tercera clase. Dormía una vieja con sueño altisonante de suspiros y entrecortado de babeos. Un hombre mostraba infinidad de carnets, la faz angulosa y el pelo blandón y rubiaco, a la pareja policial que tomaba el mojapán madruguero. Tres estudiantes troneras bebían cazalla en compañía de unas pelanduscas que recortaban el canje de interjecciones. El churrero, a lo macho, se abría la camisa frente al fogón donde chirriaba la gran sartén del aceite. Olor de tren con aceitazo y dejo axilar, pegaba un tufo inolvidable. Ignacio Aldecoa, El hombrecillo que nació para actor

Latinoamérica. Algunos escritores latinoamericanos también han destacado como cuentistas, por ejemplo el colombiano y premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez; los peruanos José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro o Mario Vargas Llosa; el ecuatoriano Jorge Icaza; el chileno Manuel Rojas; los argentinos Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares o Julio Cortázar; el uruguayo Mario Benedetti; el paraguayo Augusto Roa Bastos; los mexicanos Juan Rulfo o Carlos Fuentes, o los bolivianos Porfirio Díaz Machicao o Gastón Suárez.

La leyenda El término leyenda (del latín legenda, gerundio de legere, “leer”) se asocia en la literatura actual a un tipo de narración, transmitida oralmente, y basada por lo general en hechos acaecidos que el autor trata de engrandecer para provocar en el lector una cierta admiración hacia el héroe y las acciones relatadas, por inverosímiles que puedan ser; pero también se entiende por leyenda al género literario narrativo que moderniza o inventa un suceso legendario.

ter de clerecía (con los cantares de gesta) y del mester de juglaría (con el tratamiento de temas religiosos), cuando esta forma literaria comenzó a tomar auge. En la época medieval, las vidas de los santos, alteradas por la fantasía, se leyeron en los conventos, como la obra de J. de Vorágine, titulada Leyenda áurea. Pero fue durante el romanticismo cuando la leyenda adquirió su máxima importancia, con obras como los Cantos del trovador, de José Zorrilla, o El Miserere y La corza blanca, de Gustavo Adolfo Bécquer; o las obras de Walter Scott, o de Victor Hugo, con La leyenda de los siglos. El literato peruano Mario Vargas Llosa sobresale como uno de los más destacados autores de cuentos en la literatura latinoamericana.

La leyenda no intenta transmitir una enseñanza moral al lector, como la fábula. Se diferencia del cuento porque éste relata hechos inventados, mientras que la leyenda se basa, aunque sea mínimamente, en la realidad; y se distingue del mito, porque los personajes mitológicos son divinos, los hechos que relata se presentan de un modo sobrenatural y, además, descuida o desprecia la cronología de los sucesos.

Historia Aunque las leyendas que dieron origen a las epopeyas indias Mahabarata y Ramayana y a la Ilíada y Odisea griegas se remontan a los albores de la cultura oriental y occidental, es a partir de la edad media, y a través del mes-

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En un pequeño lugar de Aragón, y allá por los años de mil trescientos y pico, vivía retirado en su torre señorial un famoso caballero llamado don Dionís, el cual, después de haber servido a su rey en la guerra contra infieles, descansaba a la sazón, entregado al alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates. Aconteció una vez a este caballero, hallándose en su favorita diversión acompañado de su hija, cuya belleza singular y extraordinaria blancura le habían granjeado el sobrenombre de la Azucena, que como se les entrase a más andar el día engolfados en perseguir a una res en el monte de su feudo, tuvo que acogerse, durante las horas de la siesta, a una cañada por donde corría un riachuelo, saltando de roca en roca con un ruido manso y agradable. Gustavo Adolfo Bécquer, La corza blanca

Preguntas de repaso

1. ¿Qué diferencia existe entre el cuento y la novela? 2. ¿Cuál fue el origen del cuento? 3. ¿Qué medio influyó decisivamente en la difusión del cuento como género literario? 4. ¿Qué características tiene la leyenda?


LA LITERATURA HISTÓRICA

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os padres de la Historia, Herodoto y Tucídides, consideraban que el género literario histórico se basaba en la narración de los hechos, y que era lícito añadir en ocasiones el adorno propio del arte y la fantasía. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, y hasta nuestros días, la historia es apreciada como una ciencia que sistematiza el registro y el conocimiento de las acciones realizadas por los hombres en todas las épocas y geografías, así como un método para explicar las causas que las hicieron posibles y extraer sus repercusiones.

La crónica Los monjes y los clérigos de la edad media fueron los que transmitieron los conocimientos de la época a través de crónicas o anales, redactados en latín hasta el siglo XII, y en lengua romance a partir de ese momento. En España adquirieron fama las crónicas escritas por autores de Al-Andalus, más ricas en detalle y adorno que las que escribían los autores cristianos. Entre todas ellas destaca La historia de los emires de

Los Evangelios y los Hechos de los apóstoles son considerados como ejemplos de biografía histórica. En la imagen, La negación de San Pedro, de Rembrandt, escenificación de un pasaje evangélico (Rijksmuseum de Amsterdam).

Al-Andalus, del moro Rais, que recoge los acontecimientos ocurridos desde la antigüedad hasta la mitad del siglo X. Entre las crónicas de los autores que vivían en los reinos cristianos, sobresalen, por orden cronológico, las que se presentan en el recuadro de la página siguiente.

La biografía La biografía es el relato de la vida de una persona. Ya en el antiguo Egipto esculpían en las paredes o en las estatuas los hechos biográficos de los héroes o de los reyes. Plutarco, en sus Vidas paralelas, comparó al griego Alejandro con el romano Julio César, componiendo así un libro clásico del género biográfico. En el mundo lati-

Edición de 1500 de Vida de los doce césares, de Suetonio, donde se describe la vida de los primeros emperadores romanos. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

no destacaron las obras de Suetonio –Vida de los doce césares– y de Tácito –Anales–, donde se describe la vida de los primeros emperadores romanos. Algunas obras de la era cristiana, como los Evangelios y los Hechos de los apóstoles, podrían ser consideradas también como ejemplos de biografías. En la España de la edad media cultivaron la biografía algunos cronistas e historiadores, como Pedro López de Ayala; Fernán Pérez de Guzmán, en su obra Generaciones y semblanzas, y Hernando del Pulgar, con su Libro de los claros varones de Castilla. En el siglo XVIII destacó el libro del francés Voltaire La historia de Carlos XII. Durante el romanticismo resurgió con fuerza el estudio en profundidad de las personalidades de la cultura. Blanca de los Ríos escribió una biografía sobre Tirso de Molina y De Lacroix otra sobre Molière. En el siglo XX, los estudios biográficos se han centrado más en los aspectos psicológicos de los personajes, como hacen el austríaco Ludwig Stefan Zweig, en su biografía sobre Dostoievski; el francés Jean-Paul Sartre, con El idiota de la familia, sobre Gusta-


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LITERATURA

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ve Flaubert, y el español Gregorio Marañón, con sus biografías del condeduque de Olivares o de Antonio Pérez. El auge de la novela influyó en el género biográfico, de modo que los datos históricos de los biografiados se mezclaron con otros que sólo eran producto de la fantasía de los autores, naciendo así la novela biográfica o biografía novelada. Ejemplos elocuentes de esta tendencia podrían ser los franceses André Maurois, con su biografía de Disraeli, o François Mauriac, con la del general De Gaulle. Entre los autores españoles de semblanzas biográficas destaca el nombre de Salvador de Madariaga, con obras como Españoles de mi tiempo y Mujeres de España, o sus biografías sobre Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Simón Bolívar o Carlos V.

La autobiografía La autobiografía es la confesión íntima que hace un autor de su propia vida. En ocasiones, la sinceridad en el relato de su vida encubre un cierto afán de exhibicionismo y de justificación propia. Una de las primeras autobiografías (397-398) tal vez sea el libro de las Confesiones, de san Agustín, donde relata la trayectoria de su experiencia religiosa. En el siglo XVI, santa Teresa de Jesús escribió la considerada como primera autobiografía de la literatura castellana: El libro de mi vida. Pero sólo dos siglos después, a partir de la aparición de las Confesiones de Jean Jacques Rousseau o del libro sobre la Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Die-

go de Torres y Villarroel, se produce la época dorada del género autobiográfico. 1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance para que leyesen sus hijos éstos. Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme, de edad –a mi parecer– de seis u siete años. 2. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud; tenían muchas. Era mi padre hombre de

Las crónicas de los reinos cristianos castellanos Crónica albeldense Llamada así porque fue encontrada en el monasterio de Albelda, en La Rioja. En ella se cuenta la historia de los reyes godos, de los de Asturias y los de Navarra, hasta el año 883. Fue la primera crónica redactada en los reinos cristianos del norte. Se ha conservado en un códice y está depositada en la biblioteca de El Escorial (Madrid). Crónica de Alfonso III Escrita en latín, como la anterior, por Alfonso III de Asturias y probablemente también por Sebastián, obispo de Salamanca. En ella se recogen los hechos acaecidos entre 672 y 866, hasta el reinado de Ordoño I, padre de Alfonso, y se incluyen fábulas y milagros, tal vez aportados por la tradición oral. Crónica silense Redactada en latín, se supone que por un monje de Silos, en el año 1115. Narra la invasión musulmana, la expedición de Carlomagno y la muerte de Fernando I. Crónica de Alfonso VII Escrita en latín, posiblemente por un clérigo, alrededor de 1147. Describe el reinado de Alfonso VII, en ocasiones con no demasiado rigor histórico. Crónica najerense Conocida también con el nombre de leonesa o miscelánea. Fue escrita en latín, hacia 1160, y atribuida a un monje de Santa María de Nájera. Relata desde los orígenes del mundo hasta los reinados de Sancho II y Alfonso VI, incluyendo la dominación goda y el reinado de Fernando I. Incorpora la temática de algunos cantares de gesta de la épica popular, como el de Fernán González. Cronicon Mundi Escrita por Lucas de Tuy, obispo de Tuy, en 1236, narra la historia antigua universal, los siglos de la dominación

bárbara y visigoda, el reinado de don Pelayo y la conquista de Córdoba. Historia gothica Redactada por Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, en la primera mitad del siglo XIII, y basada en historias árabes. Crónica general Escrita en castellano, fue dirigida por Alfonso X el Sabio y ampliada posteriormente durante el reinado de Sancho IV. Los manuscritos se conservan en la biblioteca de El Escorial (Madrid). Crónica abreviada Escrita por el infante don Juan Manuel hacia 1321. Tres crónicas Atribuida a Fernán Sánchez de Valladolid y escrita en castellano, data de 1344. Fue redactada por orden de Alfonso XI y trata sobre los reinados de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV. Crónica de Alfonso XI De calidad literaria e histórica muy superior a las Tres crónicas, se cree que fue escrita también por Fernán Sánchez de Valladolid, en castellano. Recoge gran parte de los hechos ocurridos durante el reinado de Alfonso XI, aunque quedó sin finalizar. Crónica pinatense Escrita en latín, aragonés y catalán, hacia 1359, por orden de Pedro el Ceremonioso. Se trata de una crónica de la corona de Aragón. Crónica de veinte reyes Escrita en castellano hacia 1360. Relata sucesos acaecidos durante los reinados de Fruela II hasta Fernando III. Es una crónica de Castilla, en la que aparecen las figuras de El Cid y de Fernán González.


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mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad. Y estando una vez en casa una –de un su hermano– la regalaba como a sus hijos; decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.

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con su libro Memorias, o el libro Recuerdos y olvidos, de Francisco Ayala, por citar sólo algunos ejemplos en los que se alcanzó una alta calidad literaria. También en el siglo XX han adquirido notable aceptación las memorias escritas por los políticos de nuestro tiempo, como Winston Churchill, con su libro Memorias de la guerra; Charles de Gaulle, con su Memorias de esperanza, o el español Enrique Tierno Galván, con Cabos sueltos.

Santa Teresa de Jesús, Libro de mi vida

A partir de esa época surgieron otros géneros, como las confesiones, los diarios o las memorias. El escritor ruso Leon Tolstoi escribió su Confesión; el checo Franz Kafka, su Diario; el rumano nacionalizado francés Eugène Ionesco, su Diario en migajas, o el alemán Thomas Mann, sus Diarios íntimos. Otros autores han incluido en sus novelas o ensayos pinceladas autobiográficas, como el poeta y escritor Carlos Barral, en Penúltimos castigos, o el novelista cubano Guillermo Cabrera Infante, con La Habana para un infante difunto. Entre los autores de lengua inglesa sobresalen las autobiografías de los escritores ingleses Graham Greene, con Una especie de vida y Vías de escape, o la de John Osborne, con El final de mi viejo cigarro, así como la de los estadounidenses Chester B. Himes, con La cualidad del daño y Mi vida en el absurdo, o la de la escritora Lillian Hellman, Una mujer inacabada. Algunas personalidades del mundo del espectáculo han escrito sus biografías, aunque con desigual calidad literaria. Sobresalen entre ellas las que han publicado algunos cineastas, considerados también por su obra literaria, como John Huston, con A libro abierto, o Elia Kazan, con Mi vida. También, aunque con un menor rango literario, podrían mencionarse las autobiografías de políticos, como la del líder sudafricano

La literatura histórica

Las Confesiones de san Agustín son consideradas como uno de los primeros relatos autobiográficos escritos. En su obra, el santo va desgranando sus ideas y experiencias sobre los dos fundamentos de su pensamiento: el alma y Dios.

Nelson Mandela, La larga marcha hacia la libertad, o de empresarios, como la de L. Iacocca, Autobiografía de un triunfador.

Las memorias Los libros de memorias suelen relatar de una forma más o menos fiable los hechos y acontecimientos que el autor ha vivido como protagonista o como testigo. En lengua española destacan las obras escritas en la segunda mitad del siglo XIX por Ramón de Mesonero Romanos (Memorias de un setentón). Ya en el siglo XX pueden citarse las memorias del poeta chileno Pablo Neruda, en Confieso que he vivido; del poeta español Rafael Alberti, con La arboleda perdida; del escritor y periodista César González Ruano,

Al toque de las oraciones de la tarde de aquel día en que conmemora la Iglesia al patriarca San Joseph, hallábase reunida toda mi familia en la sala de la casa, frente al obligado cuadro que pendía en el testero representando la Purísima Concepción, y rezando en actitud religiosa el Santo Rosario, operación cotidiana que dirigía mi padre, y a que contestábamos todos los demás, incluso –¿se creería ahora?– los sirvientes de ambos sexos, que para el caso eran llamados a capítulo. Y aquella tarde, como día de tan gran solemnidad, reforzábase el piadoso ejercicio con un buen aditamento de Pater Noster y Ave María, especialmente dedicados al esposo de Nuestra Señora. Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón (fragmento)

_ Preguntas de repaso 1. ¿En qué lenguas estaban redactadas las crónicas? 2. ¿Qué aspectos caracterizan a las biografías en el siglo XX? 3. ¿Cuándo se produce la época dorada del género autobiográfico?


LA LITERATURA DE HUMOR

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a palabra huEntre las variedamor ha tenido des del humor cabe diversas acepciones a destacar la sátira, través de los tiempos. forma burlesca y a Humor significa, en laveces mordaz de tín, “líquido” o “huresaltar los defectos medad”. A partir del humanos o las actisiglo IV a.C., Hipócravidades de tipo sotes de Cos relacionó el cial, político o relitérmino con la medigioso. La intención cina y así continuó satírica de un escriutilizándose hasta la to puede encontraredad media. Sin emse en la novela y en bargo, desde el sila poesía, en el cuenMark Twain, uno de los más glo XVI la palabra huto y en la fábula, sobresalientes escritores de literatura humorística del morismo se utilizó casi siempre con un siglo XIX. para describir la relaafán moralizante, de ción que existe entre perfeccionamiento las lesiones orgánicas y las alteraciode la sociedad. nes de orden psíquico en los individuos. Durante el barroco, el humor El humor en España adquirió una nueva acepción más próxima a su definición actual: la de poner de manifiesto, con agudeza, El humor, en cualquiera de sus manilos defectos de las personas o los de festaciones, ha estado presente en los inicios de la literatura española. Pasala sociedad. No todos los autores han coincidido a la hora de explicar qué significado tiene para ellos la palabra humor. El escritor español Wenceslao Fernández Flórez definió el acto humorístico como una postura ante la vida, en la que el autor utiliza la burla, antes que el enfado, para criticar una situación que le desagrada. Algunos literatos han sostenido que el humor se caracteriza por su actitud comprensiva ante la torpeza del género humano; otros, por el contrario, apreciaron en el humor un sustrato de cinismo resentido, e incluso una suerte de consuelo ante el desengaño, que se libera a través de la risa y la ironía.

jes del Poema del Mío Cid, algunas obras de Gonzalo de Berceo –La abadesa encinta– o incluso ciertas composiciones literarias del arcipreste de Hita contenían situaciones humorísticas, ya sea a través de los personajes o mediante la ambigüedad de los planteamientos de acción que se describen. Durante el reinado de Enrique IV, en el siglo XV, se produjo un ocaso de la moral y de la ideología política. Era un tiempo de grandes convulsiones sociales y, por tanto, caldo de cultivo para la sátira social –Danza de la muerte– o política –Coplas de Mingo Revulgo–. Un siglo más tarde se publicó el Lazarillo de Tormes, la obra cumbre del humorismo en prosa del Renacimiento. Diego Hurtado de Mendoza se reveló como el mejor satírico en verso de su tiempo, y Torres Naharro demostró su talento para la sátira con comedias teatrales como Soldadesca. En el siglo XVII destacaron cuatro literatos de altura: Miguel de Cervantes, que además de sus humorísticas

Durante los siglos XVI y XVII, numerosas compañías de comedia italianas se establecieron en Francia. En la imagen, Personajes de la comedia italiana, obra de Antoine Watteau (National Gallery, Washington). Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).


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La literatura de humor

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La palabra y la imagen en el humor: el comic Entre las modernas manifestaciones de la cultura de masas, tal vez sea en el comic donde se ha desarrollado un tipo de lenguaje –gráfico y literario– que ha alcanzado más popularidad. Se trata de historias cortas, en las que el dibujo o el encuadre tienen tanto valor como la palabra misma o el argumento, y en las que su utilidad como entretenimiento no impide en muchas ocasiones un notable estilo literario o un impactante atractivo visual. Los comic tienen su origen en los periódicos de Estados Unidos (New York World), donde comenzaron a publicarse en forma de tiras, en las que se relataba un episodio diario de cada historia. De contenido eminentemente gráfico, los comic sólo introducen unos encabezamientos en los cuadros, y unos diálogos encerrados en globos llamados bocadillos. El autor de los dibujos y el guionista de los textos no tienen necesariamente que ser la misma persona. Latinoamérica Entre los humoristas gráficos latinoamericanos han adquirido un merecido renombre los argentinos Joaquín Salvador Lavado, Quino, creador del personaje de Mafalda; o Roberto A. Fontanarrosa, creador del personaje de Boggie, el aceitoso, y de Inodoro Pereyra; o del también argentino, aunque estuvo afincado en Francia, Raúl Damonte, Copi. España En España destacan las obras de Carlos Giménez, autor de una historia sobre la guerra civil española, y Federico Ibáñez, creador de los personajes del TBO Mortadelo y Filemón. Otros autores cultivan el humorismo gráfico, como Antonio Min-

novelas ejemplares, como Rinconete y Cortadillo o El coloquio de los perros, escribió la obra maestra de la literatura española y universal, Don Quijote de la Mancha; Luis de Góngora y Argote, de fina vena humorística y burlona; Baltasar Gracián, con su obra El Criticón, y Francisco de Quevedo, a la vez festivo y esperpéntico, como ilustra su obra El Buscón. Durante el romanticismo destacaron el humorismo sarcástico y la fina ironía de Mariano José de Larra, la caricatura sutil de Emilia Pardo Bazán y, sobre todo, el esperpento y el tono grotesco de los “paliques” y los “solos” de Leopoldo Alas, Clarín.

El humor en la España contemporánea Entre los escritores contemporáneos son de destacar por su obra humorística autores como Ramón Gómez de la Serna; los hermanos Álvarez Quintero; Pedro Muñoz Seca, con La ven-

gote, autor, entre otros, del libro Arturo y Pepe; Máximo San Juan, Máximo, Antonio Fraguas, Forges, y José María Pérez, Peridis. Francia Posiblemente sea Francia el país que más importancia ha concedido a los humoristas gráficos, que disponen de una apreciable cantidad de medios periodísticos donde sus trabajos son aceptados y valorados, entre los que destaca la revista Hara-Kiri. Los más afamados son Jean-Jacques Sempé, Sempé, uno de los más cáusticos retratistas de la burguesía y la clase alta francesa; Maurice Sinet, Siné, autor de imágenes de contenido antimilitarista y anticlerical; Georges Wolinski, de contenido explícitamente sexual; Claire Brétécher, animadora de causas feministas; el dibujante A. Uderzo y el guionista René Goscinny, creadores del comic que relata las aventuras de Astérix y Obélix, y Roland Topor, maestro del humor negro. En lengua francesa se expresa también el belga Georges Goscinny, Hergé, creador del comic que narra las aventuras de Tintín. Italia y Alemania Entre los autores de comic italianos destacan Dino Battaglia, autor de La guerra de los señores, y Hugo Pratt, especializado en los dibujos de acción y aventuras y creador del personaje Corto Maltés. En Alemania sobresale Hans Rauch, autor de La escuela de guerra de Hans Rauch. Estados Unidos Charles Schulz, autor del personaje de Snoopy, tal vez sea uno de los humoristas gráficos más conocidos internacionalmente.

ganza de don Mendo; Enrique Jardiel Poncela, con Eloísa está debajo de un almendro; Miguel Mihura, con Tres sombreros de copa; Edgar Neville, con Don Clorato de Potasa, o Víctor Ruiz Iriarte. Pero sobre todos ellos destacan dos autores de la generación del 98: Ramón María del Valle Inclán, con su Retablo de las marionetas y el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, y sus cuatro esperpentos (Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto, Luces de Bohemia y La hija del capitán), así como cualquiera de sus cuatro Sonatas; y Pío Baroja, cuya muestra de humor impregnada de sarcasmo está presente en toda su narrativa. Algunos poetas de la generación del 27 también compusieron poemas satíricos, como Luis Cernuda o Vicente Aleixandre; y, posteriormente, otros, como Gabriel Celaya, incluyeron en su obra contenidos de sátira social. Durante la posguerra aparecieron en España humoristas de la categoría de Wenceslao Fernández Fló-

rez, de fina ironía moralizante, con libros como El malvado Carabel o Volvoreta; Julio Camba, con Sobre casi nada o La rana viajera; Ramón Pérez de Ayala; el ya citado maestro del humor absurdo, nihilista y poético Ramón Gómez de la Serna, con sus famosas Greguerías, o el humor ácido del premio Nobel de literatura Camilo José Cela, con Izas, rabizas y colipoterras, por ejemplo. Más recientemente se puede citar al escritor y ensayista Juan Goytisolo o incluso también a Luis Martín Santos. ¡Terrible tarea la del escritor! Trabajando constantemente bajo la inspección general, ¿qué diferencia hay entre él y esas señoritas que, detrás de una vidriera, lían pitillos o escriben a máquina a la vista de todo el mundo? Uno se gana la vida en plena calle, y si por azar desaparece una temporada de la plaza pública, no faltará algún amigo que le reconvenga.


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LITERATURA

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–¡Pero hombre! ¿Por qué no trabaja usted? ¡Con el dinero que podría usted ganar!... –¿Cree usted, en efecto, que si yo trabajase ganaría mucho dinero? No olvide usted la máxima de que si la literatura puede enriquecerle a uno, es únicamente a condición de que uno abandone la literatura. –¡Disculpas! Pruebe usted a trabajar y ya verá usted si su trabajo le produce o no. En su pellejo de usted, a mí nunca me faltarían mil pesetas para divertirme. Esto suele decirle a uno el amigo y, por un momento, vamos a suponer que tiene razón. Vamos a suponer que metodizando su trabajo le fuera a uno siempre fácil el tener mil pesetas disponibles para divertirse; pero ¿cómo se divertiría uno? ¿Viajando en automóvil? ¿Comprando antigüedades? ¿Comiendo langostinos? Julio Camba, Sobre la pereza

El humorismo actual está representado por obras como Santos varones, de Luis Sánchez Polack (Tip), o El diccionario de Coll, de José Luis Coll; o por autores como Fernando Vizcaíno Casas, entre cuyas obras se encuentra Chicas de servir y otras de contenido también humorístico; Alfonso Ussía, autor del libro de poemas satíricos Sin acritud, o por los representantes del humor negro Rafael Azcona, con El repelente niño Vicente, o Álvaro de la Iglesia y la escuela de humoristas de La Codorniz. ¡Cuánta verdad encierran los refranes!... Croquetas de la sabiduría popular, esconden bajo su aparente cazurrería verbal el rico picadillo casero de la cultura decantada; la croqueta esa que dice “de tal palo tal astilla” le viene al autor como anillo al dedo para comunicar al lector que los papás del repelente niño Vicente tampoco eran mancos en cuanto a repugnantes. Creo muy oportuno hablar de los papás de mi biografiado: el niño Vicente no viene al mundo por arte de birlibirloque. El niño Vicente, como otros muchos niños, necesitó el concurso de unos progenitores para

tomar contacto con nuestro planetita. Y digo “como otros muchos niños” porque no todos exigen la existencia de unos autores para presentarse: el lector conocerá bastantes casos de esos en que el niño vino por arte de birlibirloque y no por gestión directa de unos padres. Rafael Azcona, El repelente niño Vicente

Literatura de humor en Europa y Estados Unidos El famoso humor inglés ha proporcionado un buen sustento a muchas obras literarias, ya sea en forma de novela o de teatro. No en vano, ya desde la época isabelina, con Shakespeare como su mayor representante, o más aún, a partir de finales del siglo XVII, los ingleses emplearon la palabra humour (“humor”) para definir la aguda percepción de los sinsentidos y absurdos que se producen en el mundo, y que reflejan magistralmente los chistes.

Gran Bretaña La introducción de la ironía en el humor confirió al género una notable profundidad filosófica. El principal cultivador y maestro de esta tendencia, Jonathan Swift, utilizó todos sus recursos en su divertida obra los Viajes de Gulliver. Pero, paulatinamente, el humor comenzó a transformarse en una actitud social, una especie de distanciamiento divertido: el sense of humour (“sentido del humor”). Uno de sus más genuinos representantes fue el escritor Jerome K. Jerome, con obras como Tres hombres en una barca y Todos los caminos llevan al calvario. También sobresalieron G. K. Chesterton, una de cuyas obras más reconocidas fue La inocencia del padre Brown; el escritor P. G. Wodehouse, creador de un personaje emblemático del género humorístico, el mayordomo Jeeves, protagonista de, entre otras obras, El inimitable Jeeves, o bien Evelyn Waugh, que escribió Un puñado de polvo. En lengua inglesa, pero de origen irlandés, destacó el

escritor y dramaturgo George Bernard Shaw, con su obra El dilema del doctor.

Francia e Italia Fueron precisamente escritores ingleses –Swift, Fielding– los que introdujeron el sentido del humor (como se entiende actualmente) en la Francia del siglo XVIII. La Enciclopedia recogió entonces en sus páginas la definición de humor: “designa un chiste original o conocido bajo un nuevo aspecto”. A finales del siglo XIX e inicios del XX, algunos autores galos, como Lautreámont o Villiers de L’Isle Adam, utilizaron en sus obras un humor violento y corrosivo, denominado humor negro. Un tipo de humor que retomó para su obra, Antología del humor negro, el surrealista André Breton. Entre los escritores franceses contemporáneos deben citarse los nombres de André Maurois, con Las paradojas del doctor O’Grady; el novelista y dramaturgo Jean Giraudoux, con Julieta entre los hombres; Jules Romains, con Knock o el tiempo de la medicina, o Pierre Daninos, con La galería de los espejos. Por último, en Italia, merece mención la obra de Giovanni Guareschi, autor de Don Camilo.

Estados Unidos El escritor Mark Twain fue el maestro del humor en Estados Unidos. Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, así como El príncipe y el mendigo y Un yanqui en la corte del Rey Arturo, marcaron, y continúan haciéndolo, a todos los escritores de humor estadounidenses.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Con qué intención puede utilizarse la sátira? 2. ¿En qué país se sitúa el origen del comic y cuáles son sus características?


LA CIENCIAFICCIÓN

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l término ciencia-ficción, ideado por Hugo Gernsback, se aplica a un moderno género literario que presenta hechos fantásticos como científicos y ambiciona anticiparse a los acontecimientos de un futuro que se intenta prever. Aun siendo etimológicamente contradictorio e incompleto, no se ha encontrado vocablo más apropiado que designe con mayor acierto este singular género de la literatura, si bien se han propuesto para sustituirlo, aunque sin demasiado éxito, palabras y expresiones tales como anticipación y fantaciencia. Hay dos características fundamentales sin las cuales, en rigor, no se puede hablar de ciencia-ficción: fantasía y cambio. La primera es el ornamento literario de lo segundo. Toda creación conceptuada como de cienciaficción parte de una realidad que el autor modifica en función de su ideal evolutivo y desemboca en la descripción de un mundo mucho más desarrollado, construido a base de especulaciones clarividentes y más o menos verosímil. El cambio es una constante en la mayor parte de las obras de ciencia-ficción: cambios en la tecnología, en las costumbres, en el propio tejido social, e incluso cambios en la mente del hombre. Los temas de los que se ocupa la ciencia-ficción son muy variados. Abarcan desde la representación imaginaria del futuro, hasta la revisión fantástica de nuestro más remoto pasado. Ovnis, viajes espaciales, viajes en el tiempo, vida extraterrestre, robótica, sociedades utópicas son los asuntos recurrentes que nos encontramos en las obras de ciencia-ficción. Los autores describen la eterna lucha

entre el bien y el mal motivada por la posesión de los tesoros naturales (Frank Herbert, Dune); las lacras de una sociedad decadente en la cual es obligado el consumo de drogas (Aldous Huxley, Un mundo feliz); la rebelión de los entes producidos por la sa-

biduría del hombre y, en principio, con el único fin de servir a éste (Isaac Asimov, Yo, robot; Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?); los procesos económicos y políticos de un futuro hipotético (Isaac Asimov, Fundación), o la adquisición

Representaciones imaginarias del futuro, viajes espaciales, ovnis, saltos en el tiempo o extraterrestres son algunos de los temas de los que se ocupa la literatura de ciencia-ficción. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).


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LITERATURA

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del conocimiento total con que el ser humano evoluciona hacia la inmaterialidad, energía pura, casi espíritu (Arthur C. Clarke, 2001: una odisea espacial), conformando de esta manera el mosaico de argumentos desarrollados en las narraciones de ciencia-ficción. El Nexus-6 poseía efectivamente los dos trillones de elementos, así como la posibilidad de optar entre diez millones de combinaciones de actividad cerebral. En 45 centésimas de segundo un androide equipado con esa estructura cerebral podía asumir una cualquiera entre catorce actitudes de reacción. En otras palabras, los androides con la nueva unidad Nexus-6 sobrepasaban a una considerable porción de la humanidad, aunque fueran los del nivel inferior. Para bien o para mal. En algunos casos los criados superaban a los amos. Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Otros autores, de gran calidad literaria, como Ray Bradbury (Fahrenheit 451) o Georges Orwell (1984), sin duda influidos por los totalitarismos políticos surgidos durante el siglo XX,

representaron un futuro en el que la cultura y la tecnología eran meros instrumentos de dominación de la humanidad. La ciencia-ficción juega con las infinitas posibilidades del ser humano y proyecta hacia el futuro nuestro pasado histórico. La ciencia, el espacio, la filosofía, la psicología y otras muchas ramas del saber son sometidas a procesos especulativos que, partiendo de una realidad tangible, desembocan en la elaboración de un cosmos en donde el hombre no sólo no es la medida de todas las cosas, sino que en ocasiones es derrotado por extrañas criaturas o por la actuación de seres intelectual y biológicamente superiores. Anualmente se conceden en Estados Unidos los premios Hugo –así llamados en honor de Hugo Gernsback, pionero del género, y, según lo dicho, creador del término que lo define– a las mejores obras de cienciaficción.

Evolución histórica A pesar de la reciente acuñación del término, los temas de la ciencia-ficción, según algunos estudiosos, se han

Las obras cumbre de la ciencia-ficción De la tierra a la luna La guerra de los mundos Un mundo feliz Yo, robot Fundación Fahrenheit 451 Crónicas marcianas 1984 Diario de las estrellas Solaris Dune ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? 2001: una odisea espacial La mano izquierda de la oscuridad

Julio Verne Herbert George Wells Aldous Huxley Isaac Asimov Isaac Asimov Ray Bradbury Ray Bradbury George Orwell Stanislaw Lem Stanislaw Lem Frank Herbert Philip K. Dick Arthur C. Clarke Ursula K. Le Guin

utilizado desde la antigüedad. Ofrecen como ejemplo de su tesis la obra de Luciano de Samosata (s. II d.C.), en la que se describe, por vez primera, un viaje del hombre a la luna; de Plutarco; de Francis Godwin; de Cyrano de Bergerac; de Voltaire, o de Edgar Allan Poe. Por el contrario, otros eruditos afirman que la ciencia-ficción, en sentido estricto, surge tras la revolución industrial, por lo que constituye un fenómeno esencialmente moderno. Lo que sí parece claro es que la mayor parte de los grandes creadores que han perfeccionado este género literario aún viven y todavía escriben. Durante el siglo XIX y comienzos del XX, Julio Verne (De la tierra a la luna) y Herbert George Wells (La guerra de los mundos) concibieron las primeras obras de ciencia-ficción, tal vez sin saberlo. La primera revista dedicada a la literatura de ciencia-ficción apareció en Rusia en 1910. Se titulaba El mundo de las aventuras y ha llegado hasta nuestros días convertida ya en un grueso volumen, en el que se recogen novelas, ensayos y bibliografía. Hugo Gernsback fundó en Estados Unidos en 1926 la revista Amazing Stories, que fue el primer intento consciente de publicar relatos de anticipación. Tras la segunda guerra mundial, proliferaron las colecciones especializadas. Esta avalancha de títulos motivó el desprecio de la crítica tradicional. Es cierto que no existen textos de ciencia-ficción parangonables a las grandes obras maestras de la literatura, pero también es cierto que se trata de algo tan peculiar que difícilmente puede compararse con otros géneros literarios. Muchos autores de ciencia-ficción (Arthur C. Clarke, Fred Hoyle e Isaac Asimov, entre otros) reúnen la doble condición de fabuladores literarios y reputados científicos, por lo que sus fantasías están basadas en realidades científicas. Así y todo, su pretensión no es abrir nuevos caminos a la ciencia, sino simple y llanamente entretener a sus lectores. En la literatura en lengua castellana no han proliferado escritores de ciencia-ficción, salvo excepciones como la del español José Antonio Millán, que


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La ciencia-ficción

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en la estructura social o las perspectivas del idealismo político, realizando así una síntesis crítica de nuestro tiempo. Los avances técnicos y científicos que, entre otras cosas, han permitido al hombre enviar la nave espacial Voyager a Júpiter o emprender la ambiciosa Misión Galileo, son fuente de inspiración para nuevas novelas. El conocido astrofísico Carl Sagan o Arthur C. Clarke se han inspirado en este tipo de experiencias al escribir sus últimos relatos.

Obra cumbre de la ciencia-ficción, 2001: una odisea espacial ofrece una visión profética de la humanidad. En la imagen, fotograma de la película de Stanley Kubrick basada en el relato homónimo de Arthur C. Clarke.

en 1995 publicó una novela, Nueva Lisboa, que se incursiona en el mundo de la realidad virtual. Por otra parte, entre quienes propugnan que la cienciaficción es tan antigua como la literatura se afirma que el propio Cervantes en su Don Quijote hizo una pequeña incursión en el género al narrar la historia del caballo “Clavileño”. Las ventas anuales de volúmenes de ciencia-ficción en todo el mundo superan a las de libros dedicados a otros géneros literarios. Equipos de autores profesionales, procedentes del cine o de la literatura, han formado lo que se ha dado en llamar la nueva ola de la ciencia-ficción. A diferencia de los autores científicos, estos narradores carecen de una sólida base técnica, pero han extendi-

do tanto el campo de la ciencia-ficción que ya comienza a invadir otros ámbitos artísticos. James G. Ballard, por ejemplo, indaga en sus obras nuevas formas de expresión, y Ursula K. Le Guin analiza asuntos tan actuales como la posición de la mujer

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Pero la criatura apenas se dio cuenta de ello, al adaptarse al dulce resplandor de su nuevo ambiente. Necesitaba aún, por un poco de tiempo, esta concha de materia como foco de sus poderes. Su indestructible cuerpo era en su mente la imagen más importante de sí mismo; y a pesar de todos sus poderes, sabía que era aún una criatura. Y así permanecería hasta que decidiera una nueva forma, o superara las necesidades de la materia. Arthur C. Clarke, 2001: una odisea espacial

El futuro de la ciencia-ficción parece claramente ligado a la revista especializada, al libro de bolsillo, al cine y a la televisión. Casi todas las buenas novelas del género han sido adaptadas al lenguaje cinematográfico, dando lugar en muchos casos a algunas de las mejores películas de la historia del cine.

Preguntas de repaso

¿A qué se denomina ciencia-ficción? ¿Cuáles son los temas de los que se ocupa la ciencia-ficción? ¿Cuándo nace la ciencia-ficción como género literario? ¿Cuáles son los autores más importantes de la ciencia-ficción?


LA LITERATURA ORIENTAL

La literatura sumeria Entre las literaturas antiguas, la sumeria destaca por su gran producción de mitos y poemas épicos, que han sido fuente de inspiración para los pueblos próximos. De los relatos de tema épico sobresalen los de Gilgames y la tierra de la vida, que narra la lucha del protagonista para escapar de la muerte, y La muerte de Gilgames.

También son dignos de mención los mitos, que intentan desvelar el origen de los dioses, los hombres y el universo, como los de Sumer y Enki, y el del nacimiento de Nanna. Se conservan de la civilización sumeria algunos poemas en forma de himnos, a la mayor gloria de los dioses o de los reyes, o de lamentaciones, a propósito de las ruinas de las ciudades destruidas en las guerras.

La literatura acadia La literatura acadia se sirve como fuente de inspiración en la sumeria. De origen semítico, la lengua acadia se utilizó en la antigua Mesopotamia, tanto en forma de dialecto asirio como babilónico. Entre su producción se pueden destacar los poemas de contenido épico y mitológico, como el Etana y Adapa, que trata sobre los deseos de inmortalidad de los hombres; o el Enuma Elis, sobre el origen del universo y del hombre. Entre los himnos dedicados a las divinidades se debe mencionar el que ensalza las virtudes del dios Shamash, el Sol, que simboliza la justicia y es el principio de la vida. Así mismo, los conjuros y encantamientos, Shurpu y Maqlu, destacan en la producción lírica acadia. Otros géneros literarios en lengua acadia son los que se refieren a aspectos jurídicos de la sociedad, que están reunidos en el código de leyes de Hammurabi, así como algunos escritos de contenido histórico sobre las hazañas que han realizado los reyes.

La literatura del antiguo Egipto

Estela y detalle del relieve con la inscripción del código de Hammurabi, uno de los más importantes corpus jurídicos de la antigüedad. Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

Se conservan algunos textos que se refieren a hechos históricos, que datan de entre los siglos XXXIII y XXVIII a.C., en la I y II dinastías del período tinita, cuando la capital de la corte egipcia estaba situada en Tinis. Pero el legado de aquel tiempo proviene sobre todo de las inscripciones de contenido religioso y mágico que se realizaban en las paredes de los templos.


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La literatura oriental

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La literatura del período faraónico, de carácter funerario y mágico, se inscribía en los muros de los templos y pirámides. En la fotografía, tumba de Ramsés I, en el Valle de los Reyes.

Durante el Antiguo Imperio, es decir, desde la dinastía III hasta la V, los muros de las pirámides servían de soporte para las inscripciones, cuyos contenidos, generalmente, versaban sobre el culto a los muertos. En concreto, en el interior de las pirámides de Sakkara se encontraron una serie de grabaciones, que recibieron el nombre de textos de las pirámides, y que relatan la ascensión del rey a la morada de los dioses. De este período data también el libro de La sabiduría de Ptahotep. Escrito sobre papiro, recoge una variada selección de proverbios y máximas de carácter religioso o psicológico. Hacia el año 3335 a.C. un autor anónimo escribió el poema Diálogo del desesperado, que trata sobre las injusticias de la época y el desasosiego que produce el discurrir del tiempo. Por su parte, el faraón Jeti II escribió en el 2600 a.C. un libro de consejos políticos y morales para su hijo Merikare. En el Imperio Medio, durante las dinastías XI y XIII, apareció el género de las profecías, entre las que sobresalen Las profecías de Neferrohu, en las que se adjudica el papel de salvador a Ammenemet I, fundador de la dinastía XII. Así mismo, datan de este período la Sátira de los oficios, donde

se alaba el oficio de escriba, y el Himno al Nilo, un canto a la naturaleza y al hombre, escritos por Jeti. También en esta época adquieren gran prestigio literario los cuentos, como El cuento del náufrago, donde se relatan las aventuras de un náufrago que llega a una isla mítica, dominada por una gran serpiente que, ante la desgracia de aquél, decide convertirse en su protectora. Pero tal vez el cuento más conocido sea el de Sinuhé, un príncipe que tiene que huir de Egipto por causas políticas y que, después de vivir una vida aventurera en Arabia, regresa de nuevo a su país y lo reciben con todos los honores. Durante los siglos XVIII al XII, que abarcan la época conocida como Imperio Nuevo, se dejó de utilizar la lengua clásica y las piezas literarias comienzan a escribirse en lengua vulgar. El faraón Amenofis IV (Akhenaton) compuso entonces himnos al dios Sol y al Nilo. La poesía lírica y heroica cobró un gran protagonismo durante el reinado del faraón Ramsés II. En ese período se escribieron, en papiros, el Cuento de los dos hermanos, el Cuento de verdad y mentira y el Cuento de Horus y de Set. También se compuso el Libro de los muertos,

una compilación de recomendaciones para que los difuntos pudieran acceder al paraíso, sorteando cualquier posible peligro que se les presentara. ¡Ven a tu morada! ¡Ven a tu morada, [oh dios An! Tus enemigos ya no existen. ¡Oh, excelente soberano, ven a tu [morada! ¡Mírame! Soy tu hermana que te ama. No permanezcas lejos de mí, bello [adolescente. ¡Ven a tu morada, pronto, pronto! ¿Es que no me ves? Mi corazón está lleno de amargura [por tu causa. Y mis ojos te buscan. Te buscan para [verte. ¿Tardaré mucho en volver a verte? Autor anónimo, Himno funerario Evocación de Isis (fragmento)

La literatura judía La antigua literatura del pueblo judío se escribía fundamentalmente en hebreo, aunque hasta el siglo VII esta lengua convivió con el arameo y, en ocasiones, con la traducción de algunos textos al griego. La obra más im-


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LITERATURA

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portante de la cultura hebrea es la Biblia, de la que se conservan 24 libros, protocanónicos, entre los que se encuentran el Eclesiástico, el de Tobías o el de la Sabiduría. Los cinco denominados Pentateuco son considerados como libros históricos, igual que los de Samuel, Josué, Jueces, Crónicas o Reyes. Algunos otros son de carácter profético, como los de Ezequiel, Isaías y Jeremías; otros son los denominados poéticos, como el libro de las Lamentaciones, el Cantar de los cantares, el libro de los Proverbios o el de los Salmos. En el siglo V se terminó de escribir una obra colectiva de gran importancia, el Talmud, que reúne la ley oral o Misnah (repetición) y los comentarios o Gemera, y ambos son el origen del género literario de las respuestas o Responsa. En el siglo XI finalizó la redacción del Midrás o búsqueda, donde se relatan las tradiciones y leyendas, el magisterio de los rabinos y sus interpretaciones de la Biblia. En el medievo se incorporó también la lengua árabe a la judía, con algunas composiciones poéticas profanas, mientras que para los poemas religiosos o piyyutim continuaba utilizándose el hebreo. A partir del siglo X, los judíos que vivían en Europa, llamados askenazis, comenzaron a emplear los dialectos de las regiones en donde se habían establecido. Este fenómeno dio lugar al nacimiento de la lengua yídica, o iidiche, que se propagó hasta Ucrania y los países bálticos. Esta lengua sigue utilizándose en la actualidad de la misma forma que la sefardí, cuyo origen se remonta a los judíos españoles expulsados de España en 1492. Aunque hasta el siglo XVIII la literatura judía permaneció en una fase de decadencia, durante el período conocido como la Ilustración se observó un resurgimiento de los relatos basados en leyendas que se escribían en forma de cuentos y en hebreo clásico o bíblico. En cualquier caso, la literatura judía también está representada, fuera del estado de Israel, por los judíos que viven en otros países y que utilizan por tanto otras lenguas, como es el caso del escritor estadounidense de origen judeo-polaco Isaac Bashevis Singer, que escribe en inglés y en lengua yídica, y que recibió el premio Nobel de literatura en 1978.

diéndose hacia otras naciones de Oriente medio o del norte de África. En esta noche, Sherezade terminó así la historia de Nuredín: (...)«El gran visir Giafar no durmió más que una noche en Basora; marchóse a la mañana siguiente y, según la orden que tenía, se llevó consigo a Sauy, el rey de Basora y Nuredín. Cuando llegó a Bagdad, los presentó al califa, y habiéndole dado cuenta de su viaje y particularmente del estado en que había hallado a Nuredín y del modo como se le había tratado por consejo y encono de Sauy, el califa propuso a Nuredín que cortara él mismo la cabeza a su enemigo.» Autor anónimo, Noche 331, de Las mil y una noches (fragmento)

La literatura persa Ilustración de “Simbad el marino”, cuento narrado en Las mil y una noches.

La literatura árabe De la misma manera que para los judíos el inicio de la literatura se debe a una obra de carácter religioso –la Biblia–, entre los árabes el libro que marca el origen del apogeo de la literatura es el Corán, donde se exponen las revelaciones que hizo Alá a Mahoma. En España, durante la época del emirato omeya, entre 756 y 912, se cultivaba la poesía amorosa o gazal y las narraciones breves o maqama. Durante el califato de Córdoba, entre 912 y 1031, la literatura arábigo-andaluza o arábigo-española influyó en la literatura castellana y en toda la literatura de Europa meridional. Cuando la dinastía de los Abbasíes desapareció, en 1258, la literatura árabe sufrió un período de decadencia en el que sólo se realizaron enciclopedias o compilaciones, aunque, sin embargo, en la literatura popular se produjeron obras como los cuentos de Las mil y una noches, recopilados entre los siglos XII y XIII. Finalmente, a partir del siglo XIX, la literatura árabe resurgió con fuerza en países como Siria o Egipto, expan-

Una de las primeras obras de la literatura persa es el Avesta, de tema religioso. En el siglo XI, Firdusi escribió el Libro de los reyes, en lengua persa, idioma que utilizaba también el poeta lírico Hafiz. Sin embargo, a partir de entonces la literatura iraní emplea el árabe como lengua literaria.

La literatura sánscrita El sánscrito, de origen indoeuropeo, es la lengua de los pueblos de la India, y su aparición se estima en el siglo XX a.C. La obra más importante de la época antigua son los Vedas, una compilación de himnos sagrados, que se atribuyen a las revelaciones de Brahma, y en los que se fundamenta la cultura india. Se dividen en cuatro partes: Rig-Veda, Sama-Veda, YahurVeda y Atharva-Veda. De entre los siglos III y II a.C. datan los poemas Mahabarata y Ramayana, dos de las composiciones más importantes de la literatura épica hindú. De esa época proviene también la colección de cuentos y fábulas populares, conocida como el Panchatantra o Los cinco libros. Kalidas, con obras como El drama de Sakuntala o El nacimiento del dios Kumara, es el poeta más reconocido de la


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literatura sánscrita. El escritor Dandin redactó la primera novela que se conoce en sánscrito: Aventura de los diez príncipes, escrita en el siglo VII y en la que también aparece La historia de Harsa, o Harsakarita, del historiador Bhatta Bana.

La literatura palí El palí es uno de los dialectos del indio medio, que deriva del sánscrito. La obra más importante escrita en palí es el Tripitaka, o Canon palí, que reúne las enseñanzas y los hechos de Buda. También pueden destacarse obras como el Visudhimagga, o Camino de la pureza, o las obras del poeta Mahanama, como Mahavanza, La gran crónica, o Dipavansa, Crónica de la isla.

La literatura dravídica Las lenguas dravídicas se emplean en el sur de la India y se subdividen en: tamil, kannara, malayalam y telugu. En la literatura dravídica, el tamil es la más importante. Entre las obras más sobresalientes de esta literatura se pueden citar las colecciones de sentencias y máximas, recopiladas en los libros Kural y Maladiyar, o el poema místico Tiruvashagam, escrito en el siglo IX por el poeta Manikka Vasagar.

La literatura marathi El poeta Mukunduraja, en el siglo XII, escribió algunos poemas sobre el sistema filosófico Vedanta. Un siglo más tarde apareció el gran poeta de la literatura marathi: Jñaneshvar. Por último, ya en el siglo XIX, el creador de la prosa moderna marathi es Vinushatri Chiplunkar, mientras que en poesía destaca el grupo Ravikiran Mandal.

La literatura bengalí El bengalí moderno que se utiliza para la literatura tiene su origen en el sánscrito y es distinto del bengalí que se usa de forma coloquial. De los siglos X al XII datan los poemas del budismo vajrayana. Posteriormente surgió la poesía religiosa, de la que su representante máximo es el místico Krishna Chaitanya. La dominación inglesa produjo una literatura influenciada

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por Occidente, cuyos representantes son el escritor y poeta Ram Mohan Roy y el novelista Bankimchandra Chattopadhya. En los círculos literarios occidentales, el poeta de la lengua bengalí más conocido es Rabindranath Tagore (1861-1941), premio Nobel en 1913, y su influencia se puede apreciar en la poesía actual india. CHITRA ¿Eres tú el Dios de los Cinco Dardos, el Señor del Amor? MADANA Soy el primogénito del corazón del creador. Yo ato con lazos de dolor y de dicha las vidas de hombres y mujeres. CHITRA Ya sé, ya sé lo que son ese dolor y esos lazos... ¿Y tú, quién eres, Señor? VASANTA Yo soy Vasanta, su amigo, el Rey de las Estaciones. La decrepitud y la muerte roerían los mismos huesos del mundo si yo no las persiguiera y las ahuyentara constantemente. Yo soy la Juventud Eterna. Rabindranath Tagore, Escena primera del poema lírico Pájaros perdidos (Chitra) (fragmento)

La literatura china Confucio (551-479 a.C.), uno de los poetas de la época clásica más conocidos, escribió el libro de Los cinco clásicos (Wu Ching), compuesto por el Libro de las odas (Shih Ching), el Libro de los ritos (Li Chi), el Libro de los cambios (I Ching), el Libro de la historia (Shu Ching) y el libro de los Anales de primavera y otoño (Chu’un Ch’iu). En el mismo período se escribió literatura de carácter filosófico, como los cuatro libros de Ssu Shu, que se basan en las reflexiones y enseñanzas de Confucio.

La literatura hindi Cuando en el siglo X se produjo la invasión de los musulmanes en la India, la zona dominada por éstos adoptó el dialecto hindi como forma de expresión. Una de las primeras obras escritas en este dialecto es el Prithiraj Rasau, del poeta Chand Bardai. El hindi se emplea en las ceremonias religiosas, y algunos poetas, en el siglo XII, compusieron en esta lengua cantos dedicados al dios Krishna. A partir de la introducción de la imprenta, en el siglo XIX, escritores como Hariscandra comenzaron a cultivar la literatura en prosa. Finalmente, entre los contemporáneos cabe destacar a la poetisa Mahadevi Varma y al grupo literario Chayavada.

La literatura oriental

Miniatura de un manuscrito del BhagavataPurana, narración de los mitos y leyendas religiosas de la India.

1. El filósofo Yu dijo: –Aquel que lleva una vida filial, respetando a sus mayores, y que sin embargo está deseoso de infligir ofensa a aquellos que están por encima de él, es raro; y jamás ha existido uno que, no sintiendo el deseo de ofender a los que están por encima de él, se complazca


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LITERATURA

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en crear desorden. 2. El verdadero filósofo se dedica a las cosas fundamentales, pues cuando éstas han fijado un curso correcto la evolución es natural. ¿Y no son acaso la devoción filial y el respeto por los mayores los verdaderos cimientos de una vida generosa?

Ilustración de Genji monogatari (Historia del príncipe Genji), evocación de la vida en la corte de Kioto, escrita por la dama Murasaki Shikibu (siglo XI).

Confucio, Libro I de Las Analectas (fragmento)

Del siglo II a.C. data la antología de poesías Ch’u Tzu, que se caracteriza por la introducción del ritmo de cinco palabras, y la poesía denominada fu, que se escribe con una introducción en prosa y cuyo representante más destacado es Ssu-ma Hsiang-ju. Cuando sobrevino la invasión mongol en China resurgió el drama, con autores como Kao Ming.

Manuscrito chino, fechado en torno al siglo XVIII.

A partir del Congreso de Trabajadores Literarios, en 1949, la literatura china tuvo que adaptarse al pensamiento maoísta, inspirado en la lucha de clases y en el realismo revolucionario, y esta imposición se tradujo en obras de inspiración oficial. En 1966, la revolución cultural afectó también decisivamente a la creación literaria, que a partir de ese momento debió ser colectiva, y cuyos héroes son los personajes elegidos del proletariado. Pero a partir de 1976, la literatura ha recuperado las formas tradicionales, y entre los autores más destacados se pueden citar a Hao Ran

y a Mo Yan, en la novela, y a Li Ying, en la poesía.

La literatura japonesa Uno de los libros más antiguos de la literatura japonesa es el Kojiki, que data del siglo VIII. Dos siglos más tarde se publicó la Antología de los poemas antiguos y modernos (Kokimhu), y tuvo gran aceptación como género literario el cuento o monogatari. A partir del siglo XIII surge una nueva clase social en Japón: los samurais, que permanece hasta el XIX. En el siglo XIV, Kiyotsugu y su hijo Motokiyo crearon el teatro noh, con obras dramáticas de carácter lírico, que se basan en las leyendas tradicionales o en hechos históricos. A partir del siglo XVII sobresalieron en Japón autores como Saikaku, con novelas como La vida de un hombre galante y La vida de una mujer galante; poetas como Basho, creador de la poesía haiku o haikai, o dra-

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maturgos como Chikamatsu, con obras como la realizada para el teatro de muñecas (ningyo joruri) y titulada Los suicidas de amor en Sonezaki. Entre los escritores contemporáneos sobresale el poeta Shimazaki Toson, precursor de la poesía moderna, y el premio Nobel Kawabata Yasunari (1899-1972). Algunos autores actuales, que pertenecen al grupo denominado Nosotros-autores, se ocupan de temas políticos, como Kenzaburo Oe, premio Nobel de literatura en 1994, y Makoto Oda. De la generación de escritores nacidos en los años veinte, agrupados bajo el nombre de Terceros hombres nuevos, se puede destacar a Junzu Shono y Samako Ariyoshi. En las décadas de 1960 y 1970 surgió una serie de autores, conocidos como la generación introvertida, entre los que sobresale Minako Oba o Senji Kuroi. Sin embargo, el escritor más conocido en Occidente quizá sea Yukio Mishima (1925-1970).

Preguntas de repaso

1. ¿A qué época pertenece Sinuhé y cuál es su argumento? Citar otro título de un cuento de la misma época. 2. ¿Qué nombre reciben y qué lengua emplean los judíos que se establecieron en Europa? ¿En qué lengua escriben y hablan los judíos de origen español? 3. Citar un poeta de la época clásica china y dos de sus obras. 4. Citar tres grupos de creación literaria contemporánea en Japón.


LA LITERATURA OCCIDENTAL

Literatura clásica Se denomina literatura clásica al conjunto de las literaturas griega y latina, que se complementan mutuamente.

Literatura griega Todos los grandes géneros literarios actuales o que se han cultivado en algún momento de la historia europea tienen un origen griego y empezaron a desarrollarse durante los períodos arcaico y clásico. Grandes obras poéticas, dramáticas y prosísticas pertenecen a estas dos épocas. Poesía épica. La poesía épica, y por extensión toda la literatura, comenzó con los dos grandes poemas de Homero, la Ilíada y la Odisea. La voz griega epos significó en un primer momento “palabra” y, más adelan-

Escenas heroicas de Aquiles, personaje principal de la Ilíada, recogidas en el sarcófago del emperador romano Alejandro Severo.

te, “relato”, “narración heroica”. Las epopeyas son poemas narrativos que cuentan las hazañas de los héroes de un pasado remoto, recogiendo en ellas la leyenda y la verdad histórica. Los hechos narrados en la Ilíada y en la Odisea pertenecen a la llamada

Mosaico romano que refleja el momento del juicio a Paris por el rapto de Helena, episodio que desencadenó la guerra de Troya, narrada en la Ilíada (Museo del Louvre, París). Fotografías de cabecera: Crónica medieval de la Ilíada (izq.) y primera edición de la Encyclopaedia Britannica (der.).

época micénica, en el segundo milenio antes de Cristo; sin embargo, Homero vivió durante el primer milenio, concretamente en el siglo VIII a.C. Homero pertenecía, seguramente, al grupo de los aedos, cantores de épica o lírica que se acompañaban de la fórminge, una especie de cítara que ellos mismos tocaban. Por tanto, era un cantor que transmitía la poesía oralmente, no mediante la escritura. En consecuencia, lo que Homero consiguió fue culminar de forma magistral una larga tradición de poesía oral. Sobre la verdadera personalidad de Homero apenas si se tienen más que las ideas fabulosas que ya tenían los antiguos griegos. En ellos adquirió carta de naturaleza la figura del vate ciego que, a pesar de su ceguera, fue capaz de describir paisajes, hombres y animales con vivísimos colores. Tampoco se supo jamás el lugar exacto de su nacimiento, siendo siete las ciudades que se disputaban el honor de haber sido su patria: Esmirna, Chíos, Colofón, Ítaca, Pilos, Argos y Atenas.


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LITERATURA

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Hacia el año 25 a.C., los eruditos alejandrinos se dividieron en dos grupos: el de los llamados joritsontes (separadores), que atribuían la paternidad de la Ilíada y de la Odisea a dos poetas distintos, y el de los unitarios, que consideraban que ambas epopeyas habían sido creadas por un solo poeta. Actualmente se tiende a considerarla como la obra unitaria de un gran poeta, que responde a un plan previa y meticulosamente elaborado. La Ilíada narra un episodio de la guerra de Troya, ciudad asiática ubicada junto al Helesponto que sufrió el asedio de los ejércitos griegos. A Troya se la acusaba de haber ofrecido cobijo y protección a Paris, raptor de Helena, la mujer de Menelao, que era hermano de Agamenón. Durante el sitio, Agamenón agravia a Aquiles, el más valiente de los héroes griegos, al arrebatarle su esclava Briseida. Retirado Aquiles del combate, la guerra se inclina del lado de los troyanos, cuyo principal caudillo era Héctor, hermano de Paris e hijo del rey Príamo. Agamenón suplica entonces el retorno de Aquiles, que sólo se produce cuando su mejor amigo, Patroclo, muere a manos de Héctor. Aquiles

mata a Héctor en singular combate y la obra concluye con la devolución del cadáver de Héctor a su viejo padre, Príamo. La Odisea, por su parte, narra el viaje de vuelta a su patria de Ulises, otro de los héroes griegos que habían tomado parte en la guerra de Troya. En Ítaca, patria de Ulises, aguarda su llegada con ansiedad Penélope, la esposa hostigada por los nobles de la isla que pretenden casarse con ella para convertirse en reyes, y Telémaco, su hijo. Cuando por fin Ulises alcanza las costas de Ítaca, reconquista su trono tras matar a todos los pretendientes de su mujer, Penélope. Los valores que trascienden de la Ilíada y de la Odisea son completamente diferentes. En la primera se ensalza el coraje, la valentía y el heroísmo. En la segunda, la inteligencia y la astucia. Cada uno de estos dos poemas épicos consta de más de 12.000 versos, divididos en veinticuatro cantos. Son versos hexámetros en los que se recogen fragmentos de poemas homéricos de épocas anteriores y que fueron transmitidos oralmente por rapsodas. Ambos poemas comparten algunas características del género épico:

– Comienzo con invocación a la Musa por parte del cantor: Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles: cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves, en cumplimiento de la voluntad de Júpiter, desde que se separaron disputando el Átrida, rey de hombres, y el divino Aquiles. Ilíada. Canto I.

Háblame, Musa, de aquel varón ingenioso que, después de destruir la sagrada ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las ciudades y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, por cuanto intentaba salvar su vida y el retorno de sus compañeros a la patria. Odisea. Canto I.

– Lenguaje arcaico. – Enumeración y catalogación de héroes y dioses.

Cronología de la poesía griega Época

Autores

Géneros

Siglo VIII a.C.

Homero Hesíodo

épica épica

Siglo VII a.C.

Arquíloco Tirteo Calino Alcman Estesícoro Arión Alceo

elegía y yambo elegía elegía lírica mixta lírica mixta lírica mixta mélica

Siglo VI a.C.

Safo Íbico Anacreonte Solón Semónides Mimnermo Hiponacte

mélica lírica mixta mélica elegía y yambo yambo elegía yambo

Siglos VI/V a.C.: fin del período arcaico

Jenófanes Teognis Simónides Baquílides Píndaro

elegía elegía coral coral coral


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– Constantes digresiones. – Analogías y comparaciones. Poesía lírica. La poesía lírica es diferente de la épica y de la teatral. Se trata también de una poesía cantada, pero se diferencia de la épica en que ésta es poesía narrativa y cuenta las hazañas de héroes pasados, mientras que aquélla tiene el presente como tema primordial y siempre se dirige a alguien concreto (una persona, un dios o una ciudad) con el fin de influir en él. La expresión de los sentimientos íntimos del poeta ocupa en la lírica un lugar secundario y no son otra cosa que plegarias, maldiciones, exhortaciones u opiniones personales. La lírica escrita se manifestó en todo su esplendor durante los siglos VII, VI y V a.C. Coexistían en ella una gran variedad de dialectos y de metros (verso repetido, pareados, estrofas fijas, etc.). La lírica se cantaba acompañada de la lira y de la cítara, y a veces también de la doble flauta. En su inicio, eran composiciones muy sencillas, de ambiente familiar. Con la constitución de los géneros fijos surgieron los principales modelos de poesía lírica: – Yámbica, cuya base era el pie yámbico y en la que predominaban los temas satíricos. Se utilizaba el dialecto jónico. Los principales representantes fueron: Arquíloco, Solón, Hiponacte y Simónides. – Elegíaca, a base de dísticos (hexámetro y pentámetro). Trataba todos los temas. Los poetas más importantes fueron Arquíloco, Tirteo, Calino, Teognis, Mimnermo. – Mélica, compuesta en diferentes dialectos locales. Sus poetas fueron Alceo, Safo, Anacreonte. Además, se puede hablar de una lírica mixta y de una lírica coral, en las que destacaron Píndaro y Baquílides. Los poetas más importantes de todos ellos fueron Safo, Anacreonte y Píndaro. Safo (625-580 a.C.), llamada “décima musa” por Platón, nació en la isla de Lesbos y trató por primera vez en la poesía del amor como un sentimiento agridulce.

La literatura occidental

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El teatro y la prosa en Grecia TEATRO Tragedia • Esquilo • Sófocles • Eurípides

Comedia • Aristófanes

PROSA Tratados • Protágoras • Anaximandro • Anaxímenes • Anaxágoras • Heráclito • Demócrito • Zenón • Hipócrates

Diálogo filosófico • Platón • Jenofonte • Esquines

Novela • Longo • Caritón de Afrodisias • Jenofonte de Éfeso • Yámblico • Aquiles Tacio • Heliodoro de Emesa

Oratoria • Gorgias • Antifonte • Demóstenes • Lisias

Se ha puesto la luna y también las Pléyades; ya es medianoche; las horas pasan mas yo me acuesto sola. Gran parte de su lírica se centra en la ternura que le infunden las jóvenes que la rodean. De su obra destacan las Odas. Anacreonte (h. 570 a.C.) nació en Teos y compuso cinco libros de himnos, elegías y cantos eróticos, en los que ensalzaba los placeres terrenales. Píndaro (518-438 a.C.) nació en Cinocéfalos y es el poeta aristócrata por excelencia. Se conservan de él casi todos los himnos triunfales dedicados a los deportistas vencedores, en los que comparaba sus hazañas con las de héroes mitológicos. Teatro. El teatro es el tercero de los géneros poéticos creados por los griegos. Todo el teatro griego está escrito en verso y sus autores recibían el nombre de “poetas”, al igual que los autores épicos y líricos. El teatro griego tuvo sus orígenes en las fiestas que se celebraban en honor de Dionisos, dios del vino. En dichas fiestas, los danzarines bailaban enmascarados para

Relatos históricos • Herodoto • Tucídides • Jenofonte

ahuyentar a los malos espíritus. Más adelante fueron sustituidos por coros de actores, de manera que una obra de teatro griega consistía fundamentalmente en la actuación de un coro semejante a los de la lírica. El coro contaba con un corifeo que lo dirigía y, a veces, hablaba en nombre de todos sus componentes. Junto al coro se encontraban los actores, que además de cantar con el coro recitaban los versos de la obra dialogando entre sí. Los “teatros” griegos se componían de cuatro partes principales: el espacio ocupado por los espectadores en hemiciclo y forma de gradería; la orquesta, donde cantaba y bailaba el coro; el parodos, con una entrada señalada por columnas, y el edificio del escenario, que servía de fondo y de vestuario para los actores. Además solía haber una especie de grúa que se utilizaba para el descenso de un dios (deus ex machina) y un escenario giratorio llamado enciclema. En síntesis, las características del teatro griego son: – Era un teatro lírico y popular. – Era, o pretendía ser, mucho más que simple entretenimiento. Buscaba


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LITERATURA

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La comedia, el drama satírico y la tragedia fueron los tres géneros constituyentes del teatro griego. A la derecha, el teatro de Delfos, en la Fócida. Abajo, busto de Eurípides, uno de los grandes autores de la tragedia griega.

reflejar en los versos los problemas cotidianos de las gentes y presentar el destino de los héroes. Cabe mencionar aquí el hecho de que los héroes del teatro griego nunca tenían una conducta intachable y terminaban fracasando o pereciendo de una u otra manera. – Casi todas las obras comenzaban con un prólogo recitado por los actores, con el fin de poner al público en antecedentes de la situación que luego se desarrollaba en escena. – Los coros y los actores llevaban máscaras. El teatro siempre era representado por hombres, de modo que las máscaras tenían la finalidad de evidenciar el sexo, la edad o la posición social del personaje. Los tres géneros del teatro griego son la comedia, el drama satírico y la tragedia. La comedia, como el drama y la tragedia, parte de una situación angustiosa, pero cuyo desenlace siempre es cómico. La tragedia incide en el tema del dolor y de la muerte. Sus héroes sufren y mueren, aunque a cambio reciben del público piedad y perdón. Por el contrario, en el drama satírico y en la comedia la derrota del malvado nunca despierta compasión o miedo, sino risa. De todos modos, la moderna distinción entre tragedia y comedia no

hubiera tenido sentido para los griegos. El alma griega se conturbaba profundamente con el problema de la relación entre culpa y destino, lo que equivale a decir el problema del libre albedrío. De ahí la ambivalencia de las decisiones del hombre: todo momento es principio y final y todo ser actúa y es obligado a actuar. Los autores más destacados fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides, entre los trágicos y satíricos, y Aristófanes, entre los autores de comedia. Esquilo (525-456 a.C.) nació en Eleusis. Cultivó el género de la tragedia, al que aportó importantes innovaciones. Está considerado como el autor de los grandes personajes y de los grandes temas. Se conoce su trilogía de la Orestiada, compuesta por las obras Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Esta trilogía trata sobre el retorno de Agamenón a su patria y su muerte a manos de su propia esposa, Clitemnestra, y del amante de ésta, Egisto. Otras obras de Esquilo que nos han llegado íntegras son Prometeo encadenado, Los persas (donde se narra la batalla de Salamina), Las suplicantes y Los siete contra Tebas. Sófocles (h. 495-406 a.C.) nació en Colona y murió en Atenas. Escribió alrededor de 130 obras, de las cuales sólo siete han llegado hasta nosotros: Antígona, Electra, Traquinianas, Edipo

rey, Ayax, Filoctetes y Edipo en Colona. Los personajes de Sófocles se ven enfrentados con las fuerzas de un destino incomprensible y caprichoso, e intentan rebelarse contra ellas. Al final asistirán impotentes al cumplimiento de una sentencia predeterminada. Eurípides (480-406 a.C.) nació en Salamina y murió en Macedonia. Fue el rival de Sófocles y escribió 92 obras, de las que sólo se conoce el título o simples fragmentos. Entre las completas destacan Las bacantes, Hipólito, Helena, Andrómaca, Ifigenia en Aúlide e Ifigenia en Táuride. Eurípides trataba temas como la perfección y el poder de los dioses, la justicia del mundo y la consideración social de las mujeres o de los esclavos. Era un gran pesimista. Al contrario que Esquilo y Sófocles, Eurípides hacía girar su teatro alrededor del hombre y exponía los problemas derivados de sus pasiones (celos, ambición, orgullo), problemas en que los dioses se abstenían de intervenir. Aristófanes (h. 445-h. 380 a.C.) nació en Atenas. Es el máximo representante de la comedia griega. Satirizó y fustigó sin piedad a políticos y filósofos, a quienes consideraba poco más que simples charlatanes (entre ellos a Cleonte y a Sócrates). Conservamos once de sus obras. Las más importantes son Las nubes, Las avispas, Las ranas, Lisístrata y La asamblea de las mujeres. Prosa. A comienzos del siglo VI a.C. surgió entre los griegos un tipo de literatura que tendía a independizarse de la épica, de la lírica y del teatro. Se trataba de una literatura basada en el pensamiento, en la reflexión sobre el hombre y el mundo, que con el tiempo desembocaría en la creación de los géneros filosóficos. En sus comienzos, esta literatura estaba representada por una poesía didáctica, diferente de la épica, en la que se estudiaban auténticos problemas filosóficos. Los autores más destacados de esta poesía didáctica fueron Jenófanes, Parménides y Empédocles. Paralelamente, Anaximandro y Herá-


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clito, entre otros, empezaron a escribir pequeñas obras en prosa. Los más antiguos tratados en prosa de los que se tiene conocimiento abordaban temas cosmogónicos, aunque bajo un enfoque plenamente filosófico. Se especulaba sobre el origen del mundo, a partir de una arkhé o “principio” (p. ej., el “infinito” de Anaximandro), o bien de una dualidad como materia/espíritu en Anaxágoras o átomos/azar en Demócrito. Sin embargo, ya en el siglo V a.C. existían tratados en los que se abordaban temas muy diversos: astronomía (Demócrito), medicina (Hipócrates) y, en general, todos los dominios de la ciencia. A finales del siglo V a.C. apareció en Atenas la figura de Sócrates, que dialogaba con sus discípulos y que no dejó sus enseñanzas por escrito. No obstante, sus discípulos crearon un nuevo género literario, el diálogo, cuyo protagonista principal siempre era Sócrates. El diálogo fue cultivado por Platón, Jenofonte y Esquines. Platón (427-348 a.C.) escribió sus Diálogos a lo largo de tres épocas de su vida. La primera época estuvo caracterizada por diálogos breves, como Laques, Lisis, Cármides, Eutifrón, etc., en los que Sócrates trataba de llegar a la definición más exacta posible de un concepto determinado. El método socrático que resulta del diálogo recibe el nombre de dialéctica. En Laques, por ejemplo, Sócrates trata de definir el valor: SÓCRATES: Intento decir, Laques, qué es la valentía, esta fuerza que se encuentra en el placer y en el dolor y en todas las cosas. LAQUES: Me parece que es una especie de firmeza del alma, si hay que expresarlo de una manera general. SÓCRATES: Está claro que debe ser así, si queremos contestar a la pregunta. Pero me parece que tú no tienes toda la firmeza por valentía, si te entiendo bien. He aquí la razón: casi estoy seguro de que tú pones la valentía entre las cualidades bellas. LAQUES: Tenlo por cierto. SÓCRATES: Así pues, ¿la firmeza con inteligencia es bella y buena?

LAQUES: Seguramente. SÓCRATES: ¿Pero la firmeza sin inteligencia no te parece nociva y mala? LAQUES: Esto no sería justo, Sócrates. SÓCRATES: Entonces afirmas que esta clase de energía no es valentía, puesto que no es bella, en tanto que la valentía es bella. LAQUES: Dices verdad. SÓCRATES: La valentía sería, pues, en tu opinión, la firmeza inteligente. LAQUES: Así parece. SÓCRATES: Veamos entonces ahora en qué respecto es inteligente... Gorgias y Protágoras iniciaron la segunda etapa, en la que los diálogos son algo más extensos. Estos diálogos se convierten en auténticos dramas, dado que del debate filosófico emergen las pasiones, los temores y las angustias de los hombres. No cabe duda de que el teatro influyó decisivamente en Platón a la hora de escribir estas obras. La época se cerró con otros diálogos, como El banquete, Fedro, Fedón, etcétera. Los diálogos más extensos, La República y Las Leyes, caracterizan la última etapa de Platón. Se distinguen de los anteriores en que apenas existe disidencia entre Sócrates y sus interlocutores, convirténdose así en largas exposiciones doctrinarias del maes-

La literatura occidental

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tro. La doctrina, por supuesto, es más platónica que socrática. Platón propone en La República el establecimiento de un régimen político jerarquizado a cuya cabeza debe situarse un monarca-filósofo, y en Las Leyes establece una normativa muy minuciosa destinada a regir la vida social. Durante esta última etapa, se pierde por completo el rasgo dramático de los otros diálogos. A fines del siglo VI a.C. comenzaron a escribirse en Grecia relatos históricos en prosa. La historia griega narraba, fundamentalmente, enfrentamientos entre pueblos, aunque también solía incluir descripciones geográficas o etnográficas. Herodoto (h. 484-h. 420 a.C.) escribió su Historia en nueve libros para así intentar contar grandes hazañas guerreras. Alternaba el relato de los hechos con los discursos de los héroes, interrumpiendo la narración con largas digresiones (Egipto, libro III). En sus escritos, lo sobrenatural desempeñaba un importante papel. A pesar de las inexactitudes cronológicas, no es posible reducir el conjunto de su obra a una mera ficción. Para él la historia era una especie de drama monumental interpretado por individuos que actuaban movidos por la fuerza de las pasiones humanas.

Aristófanes, principal comediógrafo griego, satirizó y denunció en sus comedias a los políticos y filósofos. En la imagen, representación de Lisístrata.


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LITERATURA

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Tucídides (460-395 a.C.) inició lo que se ha dado en llamar historia científica. Fue el autor de la Historia de la guerra del Peloponeso, en la que intentó comprender y explicar racionalmente los acontecimientos históricos, sin otorgar a los dioses ningún papel en ellos. Fue el primero en distinguir el motivo accidental que desencadena un conflicto de la verdadera causa del mismo. Tucídides analizó la historia desde un punto de vista casi científico, e intentó desvelar las leyes históricas exactas que pudieran permitir formular pronósticos acerca de los hechos futuros. Jenofonte (430-354 a.C.) representó la denominada historia documental, es decir, la historia contada por los propios protagonistas. En la Anábasis expuso sus propias experiencias personales como soldado mercenario en el ejército de Ciro, sátrapa de Lidia, que disputó a su hermano Artajerjes el trono de Persia. Jenofonte era un minucioso observador y describió extraordinariamente bien los rasgos particulares de los generales muertos en el campo de batalla. La oratoria alcanzó importancia como género en los siglos V y IV a.C.

Los sofistas, retores y maestros en general comenzaron a publicar discursos ficticios que se utilizaban como modelos para los alumnos. Defensa de Palamedes, de Gorgias, o las Tetralogías, de Antifonte, pertenecen a esta clase de discursos. Otros discursos, como los de Demóstenes contra sus tutores, los de Lisias contra Eastótenes o el de Andócides Sobre la paz con Esparta, fueron escritos por razones políticas, judiciales o para defender públicamente causas privadas. El discurso griego constaba de tres partes: exordio, parte central y peroración. En el exordio el orador intentaba predisponer al auditorio a su favor. La parte central solía contener una refutación de los argumentos contrarios y una narración personal de los hechos. En la peroración se resumía lo dicho y se insistía en el argumento central del discurso. La novela griega constituyó un género perfectamente definido en el que se relataban las aventuras y desventuras de los enamorados, que siempre tenían un final feliz. Este género nació al final del período helenístico y comenzó a desarrollarse durante los

primeros siglos del imperio romano. Era un género de evasión, destinado al gran público, y combinaba el erotismo con la fantasía. Las novelas despertaron gran interés entre una masa de lectores de mediana cultura. La base de todas las novelas era el amor, o, mejor dicho, la idealización del mismo. Por lo general, la acción transcurría en un medio hostil para los amantes, pero el amor y la absoluta fidelidad que se profesaban se sobreponía a todas las dificultades que daban en imaginar los enrevesados autores. La novela más antigua que se conoce, aunque sea de forma fragmentaria, es Nino y Semíramis. Cuenta cómo el joven rey de Asiria, Nino, conseguía el amor de Semíramis gracias a las buenas artes de su tía Dercia. Otras novelas griegas son: Dafnis y Cloe, de Longo; Quereas y Calirroe, de Caritón de Afrodisias; Las Efesíacas, de Jenofonte de Éfeso; Las Babilónicas, de Yámblico; Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio, y Las Etiópicas, de Heliodoro de Emesa. La novela griega sirvió de inspiración a los autores de libros de caballerías y también a los novelistas del Renacimiento.

Literatura latina

En la Atenas de los siglos V y IV a.C., los diálogos constituyeron un género literario que gozó de enorme popularidad. Entre sus principales cultivadores destacó el filósofo Platón, que recogió en sus Diálogos las enseñanzas de su maestro Sócrates. En la imagen, “La escuela de Atenas”, lienzo de Rafael sobre los filósofos griegos.

La literatura romana debe estudiarse como un complemento de la griega, ya que sólo así se comprende su verdadero sentido, que no es el de la simple imitación. Tal imitación habría resultado imposible en cualquier caso, dado que son demasiadas y demasiado grandes las diferencias entre el espíritu griego y el romano. El griego era mucho más proclive al pensamiento abstracto, al idealismo y a la contemplación estética del mundo y de la vida; el romano era más práctico, prosaico y realista. El latín literario que se aprendía en las escuelas es una lengua propiamente artística que nunca se convirtió en lenguaje hablado. El hombre de la calle hablaba el latín vulgar, que tenía un léxico propio y, en ocasiones, una pronunciación distinta a la del latín culto. Las lenguas románicas de nuestro tiempo proceden del latín vulgar, no del clásico. Sin la influencia de la griega, apenas sería concebible una literatura la-


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La literatura occidental

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Cronología de la lírica latina Época

Autores

Obras

Siglos III y II a.C

Cneo Nevio Quinto Ennio

Tarentilla Los Anales

Siglo I a.C.

Lucrecio Catulo Propercio

De rerum natura Lesbia Elegías

Siglo I a.C.

Virgilio Horacio Ovidio

Las Geórgicas; La Eneida Odas Metamorfosis

Siglos I a.C/I d.C

tina de mediano valor creativo. Grecia influyó sobre Roma primero a través de los etruscos, que constituyeron una avanzadilla o cabeza de puente de la cultura griega; y en segundo lugar por el contacto con las ciudades griegas del sur de Italia (Tarento, Metaponte o Elea). Por tanto, no debe sorprender el hecho de que el primer poeta romano fuera el liberto griego de Tarento Livio Andrónico, quien tradujo al latín la Odisea entre otras obras helenas. Aún no se empleaba el verso hexámetro, sino el arcaico saturnio caracterizado por una cesura en su mitad. Poesía. El primer poeta que trató temas exclusivamente latinos fue Cneo Nevio (h. 270-h. 201 a.C.). Su obra más importante fue un poema épico nacional sobre la primera guerra púnica, en la que el autor tomó parte. Una comedia satírica y agresiva, Tarentilla, fue la causa de su destierro. Quinto Ennio (h. 239-169 a.C.) introdujo en Italia el hexámetro. Los Anales, una epopeya que pretendía narrar la historia de Roma desde sus orígenes hasta la época del autor, influyó en Lucrecio y en Virgilio. También tradujo comedias y tragedias griegas. Lucrecio (h. 98-55 a.C.) fue el máximo representante de la poesía filosófica. Su obra fundamental, De rerum natura, consta de seis volúmenes y está escrita en hexámetros. Recoge conceptos filosóficos de Epicuro y propone que sus contemporáneos se liberen del miedo a los dioses y a la muerte. La poesía lírica y elegíaca tuvo sus

mejores autores en Catulo, Propercio y Ovidio. Al contrario de lo que sucedió en Grecia, la lírica romana apareció en una época relativamente tardía. Este hecho se ha interpretado como una prueba más del carácter prosaico y realista del hombre romano. Los primeros líricos de los que se tiene noticia se llamaron a sí mismos neotéricos. Catulo (h. 87-h. 54 a.C.) fue el gran poeta lírico anterior a Horacio, si bien este último puede encajarse en la denominada poesía áurea junto a Virgilio. La poesía de Catulo respondía a una auténtica pasión, lo cual le distinguió de los otros neotéricos. En su obra casi todo es sentimiento real y muy poco ficción literaria. Adquirió fama por su colección de versos de amor a su amada Claudia, a quien el poeta llamaba Lesbia, versos en los que consiguió expresar emociones profundamente sentidas y sinceras: Amo y odio. Puedes preguntar por [qué lo hago. No lo sé, pero lo siento y vivo y me [desconsuelo. Propercio (h. 47-15 a.C.) describió su pasión por Cynthia en las Elegías. Ovidio (43 a.C.-18 d.C.) fue el más fecundo de los poetas latinos. Escribió desde su destierro en Tomi, a orillas del mar Negro, el poema autobiográfico Tristes, gracias al cual se conocen detalles sobre su vida. Antes de sufrir el destierro dictado por Augusto, Ovidio se había empeñado en dedicarse exclusivamente a la poesía. El motivo real del destierro no se ha llegado a

desentrañar, si bien se supone que Ovidio se vio envuelto en un escandaloso asunto que afectó a Julia, hija del emperador, aunque otros estudiosos achacan el castigo a la publicación del Ars amandi, un manual sobre el amor. La primera gran obra conocida de Ovidio es Metamorfosis. En este libro cuenta una serie de leyendas en cada una de las cuales se produce una transformación. Así, Niobe se transforma en una roca; Filemón y Baucis en árboles; a Midas le crecen orejas de asno, etc. La composición de la obra es en cadena, de tal forma que a una leyenda le sigue otra relacionada con la anterior. La leyenda de las cuatro edades del mundo, tremendamente pesimista, es uno de los pasajes más conocidos. Otras obras de Ovidio son Fastos, Amores y Pónticas. Durante el llamado siglo áureo, que comenzó con la elección de Octavio Augusto como tribuno vitalicio, surgieron dos grandes poetas: Virgilio y Horacio. Virgilio (70-19 a.C.) supuso para la literatura romana lo que Homero para la griega. Publio Virgilio Marón era oriundo de un pueblecito de Mantua. Fue educado en Milán y Roma y en sus años de juventud se manifestó defensor de la filosofía de Epicuro, filosofía que abandonaría en la madurez. La primera obra conocida de Virgilio es las Bucólicas, diez églogas o cantos pastorales. En esta obra Virgilio idealizó la vida del campo, y sus pastores no son miserables ni trabajan duramente de sol a sol, sino que viven una existencia plena de amor, ociosidad y música. La cuarta égloga


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LITERATURA

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mente, sino respeto y, sobre todo, capacidad para subordinar el propio yo a un fin mucho más importante, como lo demuestra el siguiente parlamento de Eneas (libro 4) ante la reina Dido:

Publio Virgilio Marón narró en la Eneida la epopeya de Eneas, mítico héroe fundador de Roma. La imagen recoge el encuentro entre Eneas y Dido, reina de Cartago.

es la más famosa de todas y se diferencia radicalmente de las demás. Allí Virgilio formuló una Cumaecum carmen, es decir, una profecía. Predijo el nacimiento de un niño divino que habría de traer la paz al mundo. Aunque durante la edad media se quiso ver en ella una alusión a Cristo, lo más probable es que Virgilio se refiriera al hijo de Asinio Polio o al hijo de Augusto, que a la sazón aún no había nacido. Las Geórgicas, poema en cuatro libros, pertenece al género denominado poético-didáctico. Describe, de una manera muy bella, la vida del campo: el cultivo de la tierra, el cuidado del ganado y la ciencia de la apicultura. La Eneida supuso para Roma lo que la Ilíada y la Odisea para Grecia. Tardó más de diez años en escribirla y lo hizo a instancias de Augusto, aunque al principio se resistió a cumplir el deseo del emperador. En un primer momento, la obra fue escrita en prosa y más adelante Virgilio puso en verso sus diferentes partes. El poema se conserva gracias a la intervención del propio emperador, pues Virgilio quiso destruirlo en los últimos días de su vida. Los doce libros de que se compone la Eneida están pensados para que los seis primeros se relacionen con la Odisea (largos periplos y numerosas aventuras) y los seis restantes con la Ilíada. En el primer libro se cuenta cómo Eneas, mientras navega

de Sicilia a Italia, es sorprendido por una tempestad enviada por Juno. Gracias a la intervención de Venus, madre de Eneas, éste salva la vida y es acogido por la reina de Cartago. En los libros 2 y 3, Eneas relata la ruina de Troya y su huida de la ciudad en llamas. En el libro 4, el héroe se enamora perdidamente de Dido, reina de Cartago. Por mandato de los dioses, Eneas debe abandonar a Dido con el fin de fundar un nuevo reino en Italia. Dido se quita la vida. Nace aquí la mortal enemistad entre cartagineses y romanos. En el libro 5 se narran los avatares que le depara otra tempestad a Eneas en Sicilia. El libro 6 (como el undécimo de la Odisea) describe el viaje de Eneas al infierno. Parece muy evidente la influencia que este libro ejerció sobre Dante. Los libros 7 a 12 concuerdan con la Ilíada y en ellos se cuenta la guerra de Eneas, aliado con los etruscos, contra el rey Latino. Al final se produce un combate singular entre Eneas y Turno, en el que este último, a pesar de la protección de Juno, perece. De la Eneida se desprende la idea de que la fundación y la posterior grandeza de Roma responden a la voluntad de los dioses. A Roma se le encarga la misión de transmitir la cultura y ordenar y organizar el mundo. Eneas encarna las virtudes romanas, la virtus y la pietas, que no es “piedad” simple-

También nosotros tenemos derecho a buscar una tierra extranjera. A mí, cuantas veces la noche cubre de húmedas sombras las tierras, cuantas veces se levantan los astros de fuego, la imagen sombría de mi padre Anquises me avisa y me asusta durante el sueño (...) Ahora también el intérprete de los dioses, enviado por el mismo Júpiter (pongo por testigo nuestras dos cabezas) me ha traído sus órdenes a través de las rápidas brisas; yo mismo he visto al dios, en medio de una luz resplandeciente, penetrar en tus muros y escuché con mis oídos su voz. Deja pues de atormentarme y de atormentarte con tus quejas; no trato de llegar a Italia por propia voluntad. Horacio (65-8 a.C.) nació en Venusa (Apulia). A pesar de ser hijo de liberto y por ello pertenecer a una clase social muy humilde, el padre consiguió proporcionarle una instrucción elevada. Sus primeras composiciones poéticas, tituladas Épodos, concitaron el interés de Virgilio y llevaron al joven poeta ante Mecenas. Los Épodos, palabra que significa que a un verso largo le sigue otro breve, contienen canciones satíricas, pero también lamentaciones por la crueldad de las guerras. Con las Odas Horacio alcanzó su madurez. La obra comprende cuatro libros escritos durante los últimos años de la vida del poeta. En algunos de los poemas late la lírica lésbica griega que representaban Safo y Alceo. Los temas de las Odas son el amor, el vino, las mujeres y el canto: Manda traer aquí vino, ungüentos y las muy caducas flores de la amena [rosa. Mientras lo permitan la hacienda, la [edad y los tres negros hilos de las tres [hermanas. Además, Horacio escribió dos libros de sátiras y dos libros de cartas (Epistulae).


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La poesía satírica, que según Quintiliano fue una creación original romana, tuvo sus máximos representantes en Juvenal y Persio. Teatro. El teatro romano no alcanzó las cotas casi insuperables del griego, pero tuvo figuras destacadas, como Plauto, cultivador de la comedia popular, y Terencio, escritor culto y refinado. Junto a ellos cabe destacar al filósofo Séneca, que compuso algunos dramas barrocos: Hércules furioso, Las troyanas, Medea, Hipólito, Edipo, Las fenicias, entre otros. Plauto (h. 254-184 a.C.) tomó como modelo la comedia griega. Era un gran dominador del lenguaje, al que incorporaba dichos populares y el grosero lenguaje del vulgo. De entre las veinte obras que de él han llegado hasta nosotros merecen destacarse las siguientes: el Anfitrión, una comedia de enredo sobre el nacimiento de Hércules protagonizada por Júpiter; el Miles gloriosus, donde ridiculiza la arrogancia de su jefe militar; Mostellaria; Cautivos, y Menecmos. Terencio (h. 185-159 a.C.) se atenía más que Plauto a los originales griegos. Su lenguaje era mucho más refinado que el de Plauto e iba dirigido a un público culto. Escribió seis comedias inspiradas en los clásicos griegos: Andria, Heautontimoroumenos, El eunuco, Formión y Los adelfos. Prosa. Fue el estilo más cultivado por los autores romanos, en el que destacan la narrativa histórica, la novela y el ensayo. Las continuas conquistas del ejército romano hicieron surgir un gran número de historiadores, muchos de los cuales eran, además, políticos o militares. Entre los destacados cabe citar a César, Salustio, Tito Livio y Tácito.

La literatura occidental

Hábil gobernante y estratega, Cayo Julio César fue también un excelente historiógrafo, creador de un estilo narrativo sencillo y conciso.

César (101-44 a.C.) se convirtió en emperador tras haber constituido en Roma el primer triunvirato junto con Craso y Pompeyo. La lucha que mantuvo con Pompeyo quedó recogida en los Comentarios sobre la guerra civil, obra que, como es lógico, justificaba su actuación militar. César relató así mismo sus campañas guerreras en la Galia en Comentarios sobre la guerra de las Galias, libro que, por su concisión y claridad, figura por derecho propio entre los mejores textos clásicos latinos. Salustio (h. 86-h. 35 a.C.) fue expulsado del Senado y, posteriormente, nombrado procónsul de Numidia. Escribió La conjuración de Catilina, La guerra de Jugurta (primer rey de Nu-

midia) y las Historias. Su estilo literario fue conscientemente arcaizante y describió con gran brillantez las costumbres de su tiempo. Como escritor tiene un gran valor histórico, aunque su tendencia al drama redujo algo el interés por su obra. Tito Livio (59 a.C-17 d.C.) fue el autor de Ab urbe condita, más conocida con el nombre de Décadas, obra compuesta por 142 libros de los que sólo se conservan íntegros 35. En esta magna obra intentó relatar la historia de Roma desde su fundación. Para él, la historia romana era una exposición pedagógica y admiraba profundamente la disciplina y la sobriedad, virtudes propias de los primeros romanos.

Cronología del teatro romano Época

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Autores

Obras

Siglo III a.C.

Plauto

El Anfitrión

Siglo II a.C.

Terencio

Andria

Siglo I d.C.

Séneca

Las troyanas


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LITERATURA

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Tácito (h. 55-h. 117) fue el último gran historiador de la época imperial. Estuvo muy influido por Salustio. Sufrió la tiranía del emperador Domiciano y no pudo publicar sus obras hasta la muerte de éste. Escribió Germania, fuente fundamental para el estudio de la antigua Germania y sus habitantes; las Historiae, en las que describe la época vivida por él, y los Annales. Al igual que Salustio, Tácito consideraba que el motor de la historia es el alma humana, sujeta a errores y pasiones. Como consecuencia, fue un gran conocedor de la condición del hombre. Aunque intentó escribir con objetividad (sine ira et studio), su despiadado retrato del emperador Tiberio ha sido revisado por la moderna investigación histórica. La novela no fue un género cultivado por un excesivo número de escritores, pero sus dos máximos representantes, Petronio y Apuleyo, han pasado a la historia de la literatura. Petronio (s. I) vivió en tiempos de Nerón, en cuya corte desempeñó un papel preponderante. Hombre de refinada cultura, adquirió fama por su novela Satiricón, que es considerada como la primera novela picaresca. Acusado de haber atentado contra la vida del emperador, Petronio se abrió las venas antes de que se cumpliese su sentencia de muerte. Apuleyo (h. 125-h. 180) fue el autor de El asno de oro, con la cual continuó

la tradición iniciada por Petronio y su Satiricón. Apuleyo nos legó una novela en la que se repiten las escenas eróticas y se narran las desventuras de un mercader de Corinto convertido en asno al ingerir un bebedizo. El ensayo político era consustancial con la vida pública romana. Cuidados discursos y una elaborada retórica distinguieron a los políticos romanos. Catón, Cicerón y Plinio el Joven todavía son citados por los políticos y oradores actuales. Catón (234-149 a.C.) ocupó el cargo de censor, desde donde intentó combatir la corrupción. Estuvo en Cartago como embajador de Roma y, a su vuelta, intentó avisar a sus conciudadanos del peligro que suponía para Roma el creciente poderío cartaginés. Fue entonces cuando pronunció en el Senado la célebre frase «ceterum, censeo Carthaginem esse delenda (creo, por otra parte, que es preciso destruir Cartago)» y que a partir de entonces pondría el colofón a todos sus discursos pronunciados en el Senado. La mayor parte de sus escritos y discursos se han perdido. Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) nació en Arpino y, desde muy temprana edad, fue educado en el arte de la retórica. Como hijo de senador, tuvo la oportunidad de asistir a determinadas sesiones del Senado. En su primer discurso, el conocido Pro Sexto Roscio, defendía a este personaje de la acusa-

ción de parricidio, lo que no debió ser nada fácil si se tiene en cuenta que Roscio se había declarado enemigo de Sila, el todopoderoso favorito de Crisogono. Cicerón fue nombrado cuestor de Sicilia en el año 76 a.C. y elevado al consulado el año 63. Su obra está compuesta por discursos, escritos filosóficos, escritos retóricos y las Cartas: – Discursos. Se han conservado 58. Destacan: los Discursos contra Verres, en los que trata sobre las reclamaciones por daños y perjuicios y la restitución de bienes robados. Verres era el pretor de Sicilia y su corrompida administración de la justicia, así como sus robos de bienes artísticos, movieron a la población a demandar la ayuda de Cicerón; De imperio Cn. pompeii, discurso estructurado en tres partes en las que glorifica a Pompeyo, y Las catilinarias, cuatro discursos en los que se opone a la conjuración de Catilina y con los que consiguió evitar el golpe de estado que éste propugnaba. – Escritos filosóficos. Como filósofo, Cicerón intentó acercar el pensamiento griego al ciudadano romano, expresándolo de una manera clara y creando un nuevo lenguaje filosófico latino. Cicerón defendió el punto de vista ecléctico basado en el dogma, es decir, eligió de cada una de las escuelas filosóficas griegas lo que, a su juicio, era más interesante. Destacan De

La prosa en la antigua Roma Época

Autores

Obras

Siglo III a.C.

Catón

De re rustica; Orígenes

Siglos II/I a.C.

Cicerón

Las catilinarias; De republica; Tusculanae disputationes

Siglo I a.C.

César Salustio

Comentarios sobre la guerra de las Galias La conjuración de Catilina

Siglos I a.C./I d.C.

Tito Livio

Décadas

Siglo I d.C.

Tácito Petronio

Historiae Satiricón

Siglo II d.C.

Apuleyo

El asno de oro


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La literatura occidental

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Marco Tulio Cicerón, considerado como el modelo de la oratoria política, desarrolló en sus célebres discursos una defensa de los principios de la república romana. En la imagen, Cicerón acusa a Catilina, fresco de Cesare Maccari.

finibus bonorum et malorum, recorrido por lo que cada escuela filosófica considera bien supremo y sumo mal para los hombres; De natura deorum, donde presentó las diversas concepciones filosóficas acerca de la naturaleza de los dioses; Tusculanae disputationes, que tratan sobre la felicidad, y De re publica, donde revisó sumariamente las diversas formas de gobierno desde la República de Platón. – Escritos retóricos. Los más famosos son De oratore, Orator y Brutus. Este último es una historia de la oratoria en la que al final se presenta él mismo como remate de toda la explicación.

Literatura medieval Delimitar el tiempo que abarca la edad media es una tarea en la que los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo. A pesar de todo, se admite tradicionalmente que comienza con las primeras invasiones germánicas (s. V) y finaliza en las postrimerías del siglo XV. La literatura medieval se inició en el siglo IX, ya que durante este siglo surgieron los primeros escritos en lengua vulgar. En aquella época coexistían dos estamentos sociales predominantes: el clero y la nobleza. El clero representaba la tradición cultural escrita, en tanto que la nobleza se ocupaba fundamentalmente de defender el territorio con las armas. También adquirieron gran importan-

cia las rutas de las peregrinaciones, que fueron vías fundamentales para la propagación cultural. Al principio prevalecieron los grandes poemas de héroes y los cantares de gesta. A partir del siglo XIII, la temática literaria rebasó el ámbito de la epopeya y se ocupó de asuntos más amplios y de componer una poesía lírica algo más refinada. El nacimiento de la burguesía facilitó el cultivo de composiciones alegres y satíricas. En todos los pueblos europeos, la epopeya narró en verso las hazañas guerreras de los héroes del pasado. Nació la figura del juglar de gestas, que tenía encomendada la misión de recitar las muy extensas obras en las que se plasmaban los hechos gloriosos de las epopeyas.

Literatura medieval escandinava y celta En Islandia, las dos recopilaciones más antiguas de su literatura, la Antigua Edda y la Nueva Edda, recibieron el nombre de Edda, así bautizadas en el siglo XVII por Brynjolf Seveinsson. La transcripción de la primera Edda data del año 1270 y contaba la vida de dioses y héroes. La segunda Edda fue una especie de arte poético redactado por Snorri Sturluson hacia 1220. Al mismo tiempo, en Noruega surgía la poesía de los escaldos, auténticos poetas que hacia el año 1000 desbancaron a los thulir o recitadores anónimos. El contacto entre Noruega

e Islandia produjo en el siglo X la “saga”, un género que pretendía referir hechos históricos reales de la forma más objetiva posible. Los pueblos escandinavos crearon nuevos géneros, como el panegírico o canción de alabanza (denominada drapa), los conjuros o la cantinela épica. Entre las primeras obras escandinavas destacaron la Saga de Gunnlaug Lengua de Serpiente, la Saga de Egil (Gunnlaug y Egil fueron los poetas precristianos más importantes), el Libro de los Reyes de Ari Thorgilsson (1067-1148) y la Gesta danaorum de Saxo Gramático, poeta danés del siglo XII. Los pueblos celtas cultivaron una literatura común a irlandeses, galeses, escoceses y bretones. Los responsables de esta aglutinación cultural fueron los druidas. Tras la cristianización, las literaturas celtas asimilaron influencias clásicas y orientales, lo que se tradujo en una modernización de las técnicas narrativas. El Libro blanco de Rhyddench y el Libro rojo de Hergest, ambos fechados entre los siglos XIV y XV, recopilaban los relatos medievales galeses. La gran epopeya irlandesa fue Táin Bó Cuaigne, del siglo VII. En el siglo VI las invasiones sajonas produjeron masivas huidas de celtas hacia el continente. Estos celtas se asentaron en Armórica y Bretaña. La literatura bretona adoptó entonces el papel de transmisora de las leyendas de los celtas, y con ello se nutriría la denominada “materia de Bretaña”, que también contribuyó al enriquecimiento de la literatura medieval francesa.


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Literatura medieval francesa La epopeya apareció en el norte de Francia durante la época de las cruzadas. La más antigua y también la más conocida fue la Chanson de Roland. El argumento de este cantar de gesta se basa en un suceso histórico: la expedición de Carlomagno a España y su fracaso al intentar tomar la ciudad de Zaragoza. En su retirada, el ejército franco sufre una emboscada en Roncesvalles. Durante la lucha, mueren Roland, su amigo Olivier y los pares de Francia, todos ellos víctimas de la traición de Ganelón. Descubierta su deslealtad, Ganelón es descuartizado. Además de la Chanson de Roland, la épica francesa cuenta con la Chanson de Guillaume, Le couronnement de Louis, Le pèlerinage de Charles, Girart de Roussillon, entre otras muchas obras. La mayor parte de los cantares de gesta se escribieron en versos decasílabos. A partir de 1165 se inició el declive del género épico. Lírica. La poesía lírica nació en el midi francés, alcanzando su máximo esplendor con la llamada literatura trovadoresca, escrita en lengua provenzal. Naturalmente, esta tajante separación entre la langue d´oïl y la langue d´oc no deja de ser un mero ejercicio teórico con el fin de facilitar la comprensión de los primeros balbuceos de la literatura francesa, ya que

en realidad existió un permanente contacto y trasvase entre ambas regiones y la poesía lírica aparece tanto en una zona como en la otra. Sin embargo, se ha adjudicado al sur la paternidad de la poesía lírica y al norte la de la epopeya. Lo que sí nació en el sur de Francia fue la poesía de amor cortés, representada por los trovadores Bernat de Ventadorn y Arnaut Daniel. La mujer fue el tema central de esta lírica, una mujer exaltada (domna) que mantenía una relación amorosa con su cortés caballero (drutz). El esquema del poema era siempre el mismo: la lealtad del caballero hacia su dama era condición sine qua non para que ambos lograran el gozo y la felicidad. El trovador redactaba el texto de la poesía en la langue d´oc y además componía la música con que acompañaba el recitado. Lo mismo hacían los del norte en la langue d´oïl, si bien a los primeros se les llamaba troubadour (“trovador”) y a los segundos trouvère (“trovero”). Los troveros componían las denominadas chansons de toile, aubes y pastourelles. Cada una de estas modalidades poéticas se refería a temas recurrentes en toda la lírica provenzal: la discreción amorosa, la separación de los amantes al alba y el encuentro entre el caballero y la pastora. Troveros destacados fueron Conon de Béthune en el siglo XII y Adam de la Halle en el XIII. El sone-

La épica francesa tuvo una de sus más brillantes manifestaciones en los cantares de gesta, poemas heroicos que relatan las hazañas de personajes históricos o legendarios. En la imagen, manuscrito francés de un cantar de gesta.

to se incorporó a la poesía lírica medieval a fines del siglo XIII. Cabe mencionar otra clase de poesía cultivada por los goliardos, clérigos o estudiantes de vida bohemia, que expresaron en sus piezas la rebeldía frente a todo tipo de autoridad. François Villon en el siglo XV fue su principal representante y el más famoso y popular de todos los poetas medievales. Vivió una existencia plena de aventuras, en la que no faltaron asesinatos, condenas a morir en la horca y destierro. Sus dos obras fundamentales son El Legado y el Testament. También es muy curioso su poema Epitafio o Balada de los ahorcados, en que el autor se contempla a sí mismo pendiendo de la horca. La poesía goliarda fue importante porque en ella ya se apreciaban los cambios en la métrica clásica que desembocarían en la poesía romance. La llamada “materia de Bretaña” está compuesta por un conjunto de obras en verso y en prosa escritas en francés durante el siglo XII. Bebían de las fuentes de la literatura celta e iban dirigidas a un público culto y selecto. El tema fundamental de estas obras era la historia de los bretones, encarnada en el fabuloso rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda. La figura del rey Arturo cobró fama a raíz de la obra Historia regum Britanniae, escrita por Geoffrey de Monmouth (h. 1135). En torno a ella y a la leyenda del Santo Grial, los narradores de siglos posteriores irían componiendo una serie de episodios fantásticos. Chrétien de Troyes escribió sus novelas sobre el tema entre 1159 y 1190. Destacan las protagonizadas por Lancelot y Perceval. De todo el ciclo artúrico de novelas (romans), surgiría la novela caballeresca y, en definitiva, la novela tal y como hoy se entiende. Teatro. El teatro medieval en Francia procede, como en todo el occidente cristiano, de las celebraciones litúrgicas, dado que la Iglesia había condenado toda manifestación artística vinculada al paganismo. El primer auto litúrgico importante (Auto de Adán), compuesto en versos octosílabos y decasílabos, apareció en el siglo XII. Autos posteriores fueron Courtois d´Arras (s. XIII), Jeu de Saint


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Los grandes hitos de la literatura medieval Período

Siglos VII/XIII

Origen

Epopeya Islandia: Noruega: Inglaterra: Alemania:

Francia:

Lírica Francia:

Alemania: Italia:

Teatro Francia:

Siglo XIV

Italia: Inglaterra:

Nicolas, de Jean Bodel, y el Jeu de Robin et Marion, de Adam de la Halle. Sin embargo, la primera obra que se puede considerar como genuinamente teatral fue el Jeu de la feuillèe, una obra de carácter cómico. A finales del siglo XIII aparecieron los monólogos dramáticos (Dit de l´herberie de Rutebeuf, el mayor poeta del siglo). Rutebeuf compuso también el célebre Miracle de Théophile, donde se narra el tema del clérigo que vende su alma al diablo a cambio de recuperar un cargo eclesiástico del que había sido despojado por el obispo. En los siglos XIV y XV predominaron las modalidades teatrales de la farsa

Obras y autores

Edda Poesía de los thulir y escaldos Sagas Beowulf Crónica anglosajona Cantar de Hildebrando Oración de Wessobrunn Cantar de Alejandro Cantar de los Nibelungos Cantar de Gudrun Chanson de Roland Chanson de Guillaume Materia de Bretaña (Leyenda de Arturo)

Langue d´oc Poesía de amor cortés. Trovadores. Chansons de toile, aubes y pastorelles. Troveros. Minnesang (canto de amor): lied, leich y spruch; Walther von der Vogel Weide. Dolce stil nuovo. Toscania. La Divina Comedia, Dante Alighieri.

Auto de Adán Jeu de Saint Nicolas, Jean Bodel. Jeu de la feuillèe Canzoniere, Petrarca. Decamerón, Boccaccio. Cuentos de Canterbury, G. Chaucer.

(Maistre Pierre Rathelin), la sottie y el mystère (Mystère de la Passion, de Arnoul Gréban). También destacó el autor Pierre Gringore, que escribió una sátira contra la iglesia católica que alcanzó gran popularidad: El Juego del príncipe de los locos y de la madre loca (1512). Otra manifestación literaria medieval en Francia fue la literatura que nació a la par que la burguesía. Fue ésta una literatura que se opuso a la tradición caballeresca y feudal, empleando un lenguaje rayano a veces con la obscenidad para componer sátiras y parodias. Estas obras recibieron el nombre de fabliaux y se diferencian de

las fábulas clásicas por la cantidad de historietas cómicas que aparecen en ellas. El Roman de Renart, colección de narraciones en verso en las que se satirizaba a la sociedad humana a través de la sociedad animal, y, sobre todo, el Roman de la Rose, extenso poema comenzado por Guillaume de Lorris y finalizado por Jean de Meung, son las obras cumbre de la literatura burguesa.

Literatura medieval inglesa Los orígenes de la literatura medieval inglesa están íntimamente relacionados con la escandinava y la germáni-


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LITERATURA

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Geoffrey Chaucer, autor de Los cuentos de Canterbury, es considerado el padre de la poesía en lengua inglesa.

ca. La primera obra importante fue la epopeya Beowulf, del siglo VIII. También destacan la Batalla de Maldun, hacia 991, y la Crónica anglosajona. Por su parte, Geoffrey de Monmouth escribiría Historia regum Britanniae y Vita Merlini, origen de la historia de Arturo. Hasta el siglo XIV no surgió una literatura en lengua inglesa propiamente dicha. El primer autor importante fue William Langland, autor del largo poema titulado Pedro el Labrador. Pero el considerado padre de la poesía inglesa fue Geoffrey Chaucer (h. 1342/43-1400). Nació en Londres y recibió una esmerada educación cortesana. Fue soldado y diplomático. Mantuvo amistad con Petrarca y Boccaccio, en cuya obra Filostrato se inspiró para escribir el poema Troilo y Criseida. Su obra cumbre fueron Los cuentos de Canterbury, de estructura muy similar a la del Decamerón de Boccaccio, en la que narró la peregrinación de treinta personajes a la tumba de santo Tomás Becket. Cada uno de estos personajes debía contar un cuento, obteniendo el mejor de ellos la recompensa de una cena. Los cuentos de Canterbury constituyen una de las obras maestras de la literatura occidental. Teatro. El teatro medieval inglés se nutrió de los mismos géneros que el

del resto de Europa. Equivalentes a los mystère franceses fueron los miracle plays. La obra más conocida de esta etapa es Everyman. Se desconoce el nombre de su autor, aunque de ella hizo el poeta austríaco Hugo von Hofmannsthal una moderna adaptación en 1911. Por su parte, John Skelton (1460-1529) compuso, entre muchas otras obras que se han perdido, Magnificence, impresa en 1533, si bien se representó por vez primera unos veinte años antes de esa fecha. Otros autores dramáticos de corte moralista fueron John Rastell, George Wapull y Nathaniel Woodes.

Literatura medieval italiana Los primeros textos literarios en lengua italiana aparecen muy tardíamente a causa del gran prestigio de que gozaba la lengua latina. Estos textos correspondían a una lírica de contenido espiritual. San Francisco de Asís, con sus Alabanzas de las criaturas de Dios, y Jacopone da Todi (12301306) fueron los primeros autores italianos en escribir en lengua vulgar. Aproximadamente por los mismos años nació una escuela poética en la corte de Sicilia que, influida por los trovadores franceses y los cantores de amor alemanes, convirtió el italiano

en una lengua literaria y se constituyeron en modelos de la lírica toscana de los siglos XIII y XIV. A esa escuela pertenecieron Jacopo da Lentino, Pier della Vigna, Giacomino Pugliese y Rinaldo d´Aquino. A mediados del siglo XIII, el núcleo de la creación poética italiana se trasladó desde Sicilia hasta tierras toscanas. Guittone d´Arezzo fue el primer representante destacado de este cambio. La escuela poética que se inició con él se llamó “dolce stil nuovo”. Se distinguió de la siciliana por su mayor refinamiento y profundidad de los temas conceptuales. Guido Guinizelli, discípulo de d’Arezzo, poeta espiritual a quien Dante colocó en el círculo de lujuria del Purgatorio en la Divina Comedia, pertenecía a la nobleza gibelina adversaria de los güelfos, que apoyaban al Papa ante el emperador. Guido Cavalcanti, por su parte, sobresalió en la creación de sonetos, baladas y canzoni, en los que relató apasionadamente sus propias experiencias amorosas. Fue amigo personal de Dante. Todos estos movimientos poéticos desembocaron en la figura de Dante Alighieri (1265-1321). Nació en Florencia, en el seno de una familia perteneciente a la pequeña aristocracia. Negociado su matrimonio por su padre, Dante contrajo nupcias con Gemma di Manetto Donati, aunque no se llegó a consumar la unión hasta diez o doce años más tarde. Momento decisivo en su vida fue el encuentro con Beatriz. La historia de esta relación amorosa está relatada con todo detalle en Vita nuova. La presencia de Beatriz es fundamental para comprender no sólo la Divina Comedia, sino también toda la poesía posterior a Dante. De la transformación simbólica de Beatriz nació la literatura alegórica que tanta importancia tuvo durante las postrimerías de la edad media europea. La Divina Comedia tiene 14.230 versos escritos en terza rima, repartidos en cien cantos. Guiado por Virgilio, el poeta viaja al más allá y visita el Infierno y el Purgatorio. Su guía en el Paraíso es Beatriz. La simbología es muy evidente: Virgilio encarna el conocimiento y la filosofía, en tanto que Beatriz (alma pura, gracia divina) simboliza la teología. Constantes en la Divina Comedia son las alusiones a la época en


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que vivió Dante (lucha entre güelfos y gibelinos), así como las alegorías. La clave para comprender en parte esta magnífica obra está encerrada en los diversos discursos que, como el de Catón en el Antipurgatorio, ayudan a interpretar correctamente su sentido alegórico: Pero si una mujer del Cielo te anima y te dirige, según dices, no tienes necesidad de tan laudatorios ruegos; me basta con que supliques en su nombre. Ve, pues, y haz que ése se ciña con un junco sin hojas, y lávale el rostro de modo que quede borrada en él toda mancha; porque no conviene que se presente con la vista ofuscada ante el primer ministro, que es de los del Paraíso. El humanismo, precedente inmediato del Renacimiento, estuvo representado en Italia por Petrarca y Boccaccio. Francesco Petrarca (1304-1374) nació en Arezzo y murió en Padua. Mantuvo amistad personal con Boccaccio. En su obra Canzoniere, escrita en vulgar toscano, cantó su amor por Laura y reflexionó acerca de la fugacidad de la vida terrenal. Esta obra dio origen al denominado petrarquismo, movimiento poético de imitación de su lírica que se extendió entre los siglos XIV y XVIII. Petrarca compuso también Trionfi, obra inacabada y con la que pretendía imitar la Divina Comedia de Dante. Giovanni Boccaccio (1313-1375) fue hijo natural de un mercader y de una noble dama francesa. Cuando residía en Florencia, asistió a los estragos que causó en la ciudad la epidemia de peste negra, lo que le impulsó a escribir el Decamerón. Es ésta una obra de gran riqueza narrativa y que, con la Divina Comedia, marcó el paso de la literatura medieval a la renacentista. Compuso además el Filococo, Filostrato (novela caballeresca), el relato autobiográfico Elegia di madonna Fiammetta y el Corbaccio, una sátira escrita entre 1354 y 1355.

Literatura medieval alemana Las primeras manifestaciones de una épica medieval surgieron en el mun-

do germánico. Tácito, con su Germania, refiere que ya entonces existían en aquel pueblo cantares de tipo heroico. Sin embargo, el primer documento escrito de la épica germánica fue el Cantar de Hildebrando, que data del siglo VII y pertenece a un ciclo de leyendas tejidas alrededor del rey ostrogodo Teodorico el Grande. Entre 822 y 840, la epopeya germánica incorporó temas cristianos, con el poema El Salvador y la Oración de Wessobrunn. La literatura religiosa tuvo su principal foco de creación en el monasterio de Fulda, donde hacia el año 830 se elaboró la Harmonía de los Evangelios según Taciano. En el convento alsaciano de Weissenburg, el monje Fulda Otfrid compuso otra versión rimada de la Harmonía de los Evangelios. El Cantar de Alejandro apareció en 1150 y hacia el año 1200 lo hizo el Parzival de Wolfram von Eschenbach. No obstante, el más importante de todos los poemas épicos germánicos fue el Cantar de los Nibelungos, obra de autor anónimo que reunió las leyendas de Sigfrido, Brunilda y el desastre de los burgondios en la corte de Atila. El Cantar de Gudrun, escrito hacia 1230, narraba la leyenda de Hilda y Hagen. Lírica. La lírica medieval alemana, que se prolongó a lo largo de los siglos XII y XIII, recibió el nombre de Minnesang, palabra que significa “canto de amor”. Quienes cultivaban esta

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poesía eran los Minnesänger o cantores de amor. Los primeros Minnesänger conocidos fueron el señor de Kürenberg, Dietmar von Eist, Heinrich von Veldeke y Meinloh von Sevelingen. Estos poetas conformaron el período llamado Minnesangs Frühling, que se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XII. Los géneros que cultivaban eran: el lied o canción de estrofas simétricas, el leich de una sola estrofa y en el que predominaba la música sobre la letra y el spruch, una especie de lied abreviado. Desde finales del siglo XII surgieron nuevos poetas en la lírica alemana, como Hartmann von Aue, Heinrich von Morungen, Reimar von Hagenau y Friedrich von Hausen, entre otros. El más destacado fue Walther von der Vogelweide (h. 1165-h. 1230). En su obra, el amor cortés fue reemplazado por el amor humilde y la exaltación de la figura femenina no es hacia la “dama”, sino hacia la “mujer”.

La literatura durante el Renacimiento En su sentido original, y sin duda más limitado, el concepto de Renacimiento alude a una reavivación del estudio de los clásicos grecolatinos. Sin embargo, en un sentido más amplio, el Renacimiento representó una nueva actitud filosófica que centraba la atención en el hombre y en la vida presente, al contrario de lo que había sucedido durante la edad media, en la que lo primordial fueron los asuntos religiosos y la vida futura. Fue, en definitiva, una nueva manera de entender la vida humana y, ante todo, un vivirla plenamente. Suele establecerse una delgada línea divisoria entre humanismo y Renacimiento,

Retrato de Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia, por el pintor italiano Rafael (Estancia de la Signatura, Vaticano).


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considerando que aquél se interesaba en mayor medida por la formación espiritual del individuo. Sin embargo, tanto a Petrarca (y a los petrarquistas) como a Boccaccio cabe tildarlos de renacentistas, dado que compartieron muchas de las inquietudes y de los valores que afloraron con el Renacimiento. El interés de los eruditos por la literatura clásica aumentó espectacularmente en Italia a comienzos del siglo XV y, como toda nueva corriente, los motivos para que así ocurriera hay que buscarlos en la reacción a las formas y temas, fijos e inmutables, establecidos durante los siglos anteriores. El humanista francés François Rabelais (h. 1483-1553), en su desmesurada novela Gargantúa y Pantagruel, se mofaba sin piedad de los métodos embrutecedores medievales, abogando por una educación moderna a la medida del hombre: En esto conoció su padre el divino entendimiento que tenía y lo hizo educar bien por Aristóteles, estimado entonces como el más grande de los filósofos griegos. Las principales características del período renacentista fueron las siguientes: interés máximo por la cultura clásica grecolatina, desprecio por los gustos vulgares del pueblo llano, antropocentrismo como reacción a la visión teocéntrica medieval y libertad e independencia de la razón.

El Renacimiento en Inglaterra El Renacimiento literario llegó a Inglaterra después que a otros países y

William Shakespeare, gran figura del teatro renacentista inglés.

Tomás Moro, autor de Utopía, obra fundamental en el ámbito de las ideas políticas, fue uno de los precursores del Renacimiento inglés.

se distinguió por armonizar elementos pretendidamente irreconciliables: lo refinado y lo popular, lo tradicional y lo renovador. Tomás Moro (1477-1535), autor de Utopía, obra escrita en latín con el título original De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia y que después fue traducida al inglés, en la que trata de diseñar una sociedad ideal, y John Colet (1467-1519) son los autores que preceden a la época renacentista inglesa. El petrarquismo lo introdujo en Inglaterra Thomas Wyatt (h. 15031542), aunque el poeta lírico más destacado fue Edmund Spenser (15521599), cuyos libros son herederos directos de la obra de Chaucer al recrear un mundo fantástico y alegórico. Destacan El calendario del pastor y La reina de las hadas. Su protector y mecenas, sir Philip Sidney (15541586), compuso Astrophel and Stella, una historia de amor en sonetos petrarquistas, así como la novela pastoril La Arcadia de la condesa de Pembroke, imitando a Jacobo Sannazaro. Wi l l i a m S h a k e s p e a re (1564-1616) es la figura fundamental del renacentismo literario inglés. El teatro alcanzó con él sus más altas cotas y fue, sin lugar a dudas, el creador del teatro nacional en Inglaterra. Nacido en Strafford-upon-Avon, era hijo de un burgués acomodado y pudo cursar estudios en la Grammar School

de Strafford. En 1582 casó con Anne Hathaway. Diez años más tarde, marchó a vivir a Londres, donde trabajó como actor. Sus dos largos poemas claramente renacentistas, Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, datan de 1594. En 1609 se publicaron sus Sonetos y en 1623 dos de sus compañeros de teatro, J. Heminge y H. Condell, publicaron su obra dramática. Su producción teatral consta de 37 obras, que se han agrupado por períodos creativos y por géneros teatrales (comedias, dramas y tragedias). La primera clasificación abarcaría desde 1590 hasta el Shakespeare de La tempestad (1611). Al primer período pertenecerían Enrique IV, Ricardo III, Tito Andrónico, La comedia de los errores, Los dos caballeros de Verona, La fierecilla domada y Trabajo de amor perdido. También se han incluido en este período las obras El sueño de una noche de verano y Bien está lo que bien acaba, aunque de manera harto dudosa, ya que no han sido fechadas fehacientemente. En su segundo período creativo (1595-1599) se engloba su segunda trilogía histórica: Ricardo II, Enrique IV y Enrique V, así como la tragedia romántica Romeo y Julieta. Entre 1599 y 1609 William Shakespeare escribió sus grandes tragedias: Julio César, Coriolano, Hamlet, Otelo, El rey Lear, Macbeth, Marco Antonio y Cleopatra, y otras piezas, como Troilo y Cresida, Como gustéis y Medida por medida. Finalmente, y hasta 1611, Shakespeare escribiría Cimbelino, El cuento


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de invierno, La tempestad y Enrique VIII. Este mosaico de dramas, tragedias y comedias constituye una de las creaciones literarias más importantes del hombre. Desde la ingratitud filial en El rey Lear, hasta la crítica irónica de la sociedad de su tiempo (El sueño de una noche de verano), todos los temas que tienen que ver con el ser humano, sus pasiones, sus miserias, sus virtudes y sus defectos, están reflejados en el teatro de Shakespeare. Por tanto, cualquier selección que se haga de sus escritos sería arbitraria. Con todo y con eso, sus obras más universales son Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth y La tempestad.

El Renacimiento en Italia El Renacimiento italiano se impuso en Europa con sus obras más representativas. Pietro Bembo, en su Prose della vulgar lingua (1525), fijó las normas lingüísticas de la literatura italiana, normas que se basaban en la lengua de Florencia que emplearon Petrarca y Boccaccio. La poesía del Renacimiento se inició con Ariosto (1474-1533), autor de rimas y sátiras. Su obra más destacada fue el Orlando furioso, un poema épico caballeresco que expresaba la nueva concepción renacentista del hombre. Otro poema épico de gran influencia fue el Orlando Innamorato, de Mateo Boiardo. La gran corriente lírica de la época fue el petrarquismo. De Petrarca se adoptaron el soneto, la canción, la “sestina” y el terceto. Sin embargo, no hubo figuras de su talla lírica en la Italia renacentista. Giovanni della Casa (1503-1556) compuso el Galateo, cancionero de novedoso estilo que influyó en los autores posteriores. El diálogo fue una de las formas preferidas de expresión literaria. Lo utilizaron León Battista Alberti, Pietro Bembo, León Hebreo y Baltasar Castiglione (1478-1529), autor de El Cortesano, obra en la que, por medio del diálogo, se esbozan las maneras que debe tener un modélico cortesano. Uno de los aspectos en los que el Renacimiento profundizó mucho más que el precedente humanismo fue el análisis político e histórico. En este ámbito descolló Maquiavelo, quien, con El Príncipe, no sólo creó al

nuevo hombre político, sino que además renovó la prosa de su tiempo. Por su parte, Jacobo Sannazaro (1455-1530) inició con su Arcadia la moda de la novela pastoril. Si la gran poesía del Renacimiento italiano se abre con Ariosto, la crisis se patentizó con Torcuato Tasso. Mentalmente desequilibrado, Tasso compuso en su Jerusalén liberada un poema sombrío fruto de su sensibilidad exacerbada.

El Renacimiento en Francia El espíritu renacentista en Francia cristaliza en la persona de Marguerite d´Angouleme (1530-1550), hermana de Francisco I. Además de escribir el Heptaméron des nouvelles, una especie de compendio de útiles consejos para las damas honestas, acogió en su corte a escritores como Clément Marot (1496-1544), traductor de los Salmos, autor de elegías y epigramas y precursor de la Pléiade, o a Maurice Scève (1503-1560), poeta petrarquista autor de la refinada Délie. Entre 1550 y 1570 surgió la Pléiade,

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un grupo de poetas renacentistas franceses encabezados por Pierre Ronsard (1525-1585). El grupo estaba compuesto en el principio por Joachim du Bellay (1522-1560), Pontus de Tyard (1521-1605), Jean-Antoine de Baïf (1532-1589) y Jean Dorat. Perseguían como objetivo primordial de la literatura la “ilustración” del lenguaje (Du Bellay redactó el famoso manifiesto Défense et illustration de la langue française en 1549), fomentaron el amor a los clásicos e introdujeron el soneto como una nueva forma poética. El maestro de todos ellos fue Pierre Ronsard, cuya obra principal son los Sonnets pour Hélène. No obstante, fue Guillaume de Salluste, señor de Du Bartas (1544-1560), quien fue considerado en Europa el príncipe de los poetas franceses por su poema La semaine. Con él se inició la llamada “conquista barroca”. Michel de Montaigne (1533-1592) es una de las grandes figuras de la literatura universal. Autor de Les essais, formuló, desde un gran escepticismo, reglas de orden político e intentó desarrollar un ideal cortesano. Quizá por su extraordinario valor literario y por la gran cantidad de temas que aborda en ellos, los Ensayos de Montaigne son una de las cumbres creativas del espíritu humano.

El Renacimiento en Portugal El renacimiento literario portugués estuvo dominado por la mayor figura de la literatura portuguesa de todos los tiempos: Luis Vaz de Camoens (1524-1580). Su principal obra, Os Lusíadas, es un poema épico centrado en los viajes de Vasco de Gama. Destacaron así mismo otros dos autores: Gil Vicente (1470-1537), que combinaba el teatro y la poesía, y António Ferreira (1528-1569).

La literatura barroca

Portada de una edición del poema alegórico The Faerie Queen (La reina de las hadas) y otras obras de Edmund Spenser.

Se denomina barroco al movimiento literario que reaccionó contra el espíritu renacentista y que trató de romper el equilibrio entre la forma y el fondo, en un retorno a una inquietud religiosa y metafísica que se enfrentó a la concepción pagana del período


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anterior. Varias son las las que unía poesía y recorrientes que, integraligión. Se propuso comdas en el barroco, reacpetir con Corneille desde cionaron contra los eleel principio, contrapomentos del mundo clániendo a las complejas sico que predominaban comedias de éste trageen el Renacimiento, dias sentimentales y fundamentalmente el moralizantes. Sus obras conceptismo y el cultemás importantes son ranismo. Uno es racioBérénice, Bajazet, Mitrínal y el otro puramente dates, Ifigenia en Aulide, estético. El conceptisFedra, Esther y Athalie. mo se manifestó en la Jean-Baptiste PoquePierre Corneille, autor dramático cuya obra prosa y el culteranismo lin, Molière (1622-1673), constituye un punto de en la poesía. Los cones la tercera gran figura referencia en el barroco ceptistas jugaban con del teatro clásico francés. francés. las palabras, las ideas y Fue actor y director de su los conceptos, y utilizapropia compañía. Consiban con profusión los símbolos; los guió con El Tartufo el mayor éxito teaculteranos, por su parte, exageraban tral de todo el siglo XVIII. Destacan artificiosamente las formas cultas del también en su producción las siguientes obras: El médico a su pesar, El enferlenguaje. mo imaginario, El avaro y El burgués gentilhombre, obra esta última con la que El barroco francés creó la comedia de costumbres. El barroco coincidió en Francia con la moda preciosista, movimiento cultu- El barroco italiano ral previo al clasicismo que se confunde a veces con el arte burlesco. El El barroco italiano se manifestó exuarte burlesco, caracterizado por la so- berante y ampuloso. En poesía prelemnidad de su estilo y la trivialidad dominó el denominado manierismo del argumento, comenzó en la poesía que frecuentemente se confunde con y terminó extendiéndose al teatro y a barroquismo. El manierismo es un esla prosa. Lo introdujo Mathurin Reg- tilo mucho más refinado y reflexivo nier (1573-1613). Se adscribieron al que el espontáneo barroco. Claudio movimiento Saint Amand (1594- Achillini (1574-1610) y Girolamo Preti 1616), D´Assoucy (1605-1677) y Paul (1582-1626) fueron los representantes Scarron (1610-1666), entre otros. Bá- más destacados de esta corriente litesicamente, el arte burlesco se diferen- raria. En prosa narrativa descollaron cia del preciosismo en que éste utiliza la metáfora para expresar lo que, Giulio Cesare Croce (1550-1609) y en última instancia, pretende expre- Giambattista Basile (1575-1632). sar; por el contrario, el arte burlesco aparenta lo que expresa y expresa lo El barroco inglés que aparenta. Pierre Corneille (1606-1684) nació John Lyly (h. 1553-1606), con su noen Rouen. Su primera obra es la co- vela satírica Euphues o La anatomía media L´illusion comique, a la que si- del ingenio, publicada en 1578, guió la tragicomedia El Cid, obra con fue el creador del eufemismo, la que inició una gran carrera como movimiento similar al gonautor dramático. Además, con El Cid gorismo español o al preimpuso las normas que rigieron el ciosismo francés. teatro clásico francés: las tres unidades clásicas. Otras obras de Corneille son Horace, Cinna y Polyeucte. A Jean Racine (1639-1699) se lo conJean-Baptiste Poquelin, Molière, sidera un autor clasicista. Describió uno de los principales en sus dramas, de alto contenido psirenovadores de la comedia cológico, las pasiones humanas, en tradicional francesa.

En poesía destacaron las figuras de Thomas Campion (1567-1620) y John Donne (1573-1631), el más representativo de los llamados “poetas metafísicos”. Sus mejores poemas se encuentran en Songs and sonnets, recopilación póstuma de su obra. Otros poetas metafísicos fueron George Herbert (1593-1633), Richard Crashaw (1612-1649), Henry Vaughan y Andrew Marvell (1621-1678), autor de importantes poemas, como La definición del amor o A su esquiva amante. John Milton (1608-1674) fue el gran poeta inglés del barroco. Su epopeya religiosa El paraíso perdido (1667) está considerada como una de las obras fundamentales de la literatura inglesa. Milton nos narra en ella la caída de los ángeles rebeldes y la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén. John Milton escribió también Samson Agonistes, una apología del personaje bíblico que, con su muerte, destruye a los enemigos de su patria. Junto a los poetas metafísicos apareció otro grupo de poetas mundanos y elegantes que recibieron el nombre de cavaliers. Richard Lovelace (1618-1658), Thomas Carew (1595-1640), John Sockling (1609-1642) y George Chapman (1559-1634) conformaron ese grupo. En prosa destacó Francis Bacon (1561-1626), filósofo, novelista y dramaturgo. Sus obras fundamentales son los Ensayos, Progresos del saber, La gran restauración y la novela, heredera directa de la Utopía de Tomás Moro, La nueva Atlántida. Cabe destacar también la figura de John


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Impulsor de la Enciclopedia, Denis Diderot fue autor de una obra literaria inspirada en el ideal filosófico y humano que caracterizó el siglo XVIII.

Dryden (1631-1700), que representó la época de la restauración de la dinastía de los Estuardos. Dryden cultivó casi todos los géneros literarios, alcanzando la fama por sus escritos satíricos y burlescos (Absalón y Achitophel).

La literatura durante el clasicismo En la Francia de la segunda mitad del siglo XVII cristalizó el llamado clasicismo, término ambiguo que alude a una férrea sujeción a las reglas literarias y a una afirmación de las unidades de acción, tiempo y lugar. En suma, un perfecto academicismo que coincidió con la creación de las academias de la lengua. Nicolás Boileau (1636-1711) estableció en su Arte poética las normas literarias que debían cumplir los escritores. Hay que aclarar que el clasicismo no estuvo directamente relacionado con el renacentismo italiano, sino que fue una reacción contra los excesos barrocos y su libertad de formas. Como es lógico, no es posible trazar una tajante división temporal, y los autores renacentistas, barrocos y clásicos muchas veces se entremezclan, razón por la cual algunos autores son incluidos en uno u otro movimiento según el criterio del historiador de que se trate.

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binson Crusoe (1719), novela de aventuras a la que siguieron El capitán Singleton, Memorias de un caballero, Moll Flanders y El coronel Jacque. También es digno de mención su Diario del año de la peste (1722), en el que describió los estragos causados en Londres por tan mortífera enfermedad. Jonathan Swift (1667-1745), escritor irlandés polemista y satírico, fue el autor de la universal novela Viajes de Gulliver (1726). En esta obra, a la que durante algún tiempo se consideró como dirigida a un público infantil, Swift realiza una de las críticas más implacables de la humanidad. En Italia, tras la reacción contra los excesos barrocos, también se impusieron las ideas de la Ilustración. Los autores más destacados fueron Carlo Goldoni (1707-1793), Giuseppe Parini (1729-1799) y Vittorio Alfieri (17491803).

Incluyamos en el clasicismo francés a François de la Rochefoucauld (1613- El clasicismo en Francia 1680), Jean de la Bruyère (1645-1696) y a la prolífica escritora de epístolas El siglo XVIII francés se desarrolló, literariamente hablando, bajo el signo madame de Sévigné (1626-1696). En la Inglaterra del siglo XVIII tuvo de la Enciclopedia, planteada originalugar un movimiento ideológico, riamente por Denis Diderot (1713posterior al barroco y anterior al ro- 1784) y que también dirigió el filósofo manticismo, que fue designado con y matemático D´Alembert. La intenel nombre de Ilustración. Este movi- ción de Diderot era adaptar al francés miento, que se extendería al resto de una obra parecida a la que publicó en los países europeos, se caracterizaba Inglaterra el enciclopedista E. Champor una fe inquebrantable en el pro- bers. Sin embargo, en seguida se deciceso racional para resolver los dió componer una obra que fuera problemas del hombre y en la segu- realmente original, así como que conridad de que el lenguaje y la capaci- tuviera el ideal filosófico y humano dad de expresión eran las más nobles del siglo XVIII. Aparte de su labor como director actividades humanas. Siendo poco significativa la produc- de la Enciclopedia, Diderot creó una más que estimable ción poética inglesa obra literaria, en la durante este períoque están presentes do, destacan sobre casi todos los génetodo las obras en ros, desde el cuento prosa. Daniel Defoe (Les bijoux indiscrets) (h. 1660-1731), que hasta la novela filosódesempeñó diversos fica (La religeuse, Le oficios y desplegó neveu de Rameau, Jacsus habilidades proques le fataliste), papagandísticas siemsando por las obras pre al servicio del de teatro (Le fils natumejor postor, fue el rel). La constante preoprimero que consicupación de Diderot guió hacer de la litefue la naturaleza del ratura una profesión Daniel Defoe publicó hombre y su incierto remunerada. Su obra Robinson Crusoe, su obra más conocida, en 1719. destino. más conocida es Ro-


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Las obras más representativas del romanticismo Origen

Autores y movimientos

Alemania

Sturm und Drang Johann Wolfgang Goethe Friedrich Schiller Escuela de Jena Escuela de Berlín Escuela de Stuttgart

Obras Werther Fausto Don Carlos

Inglaterra

William Wordsworth S. T. Coleridge Robert Southey Walter Scott Lord Byron P. B. Shelley John Keats

Lyrical Ballads Christabel Roderick Ivanhoe Don Juan Adonais Odas

Francia

Madame Stäel F. R. Chateaubriand Victor Hugo Alphonse de Lamartine Alfred de Vigny Alfred de Musset Stendhal

Corinne Les martyrs Los miserables Jocelyn Chatterton La nuit d´Aout Rojo y Negro

Voltaire (1694-1778) fue la otra gran figura del siglo XVIII francés. Comenzó publicando libelos y folletos satíricos y, al igual que Diderot, terminó por abarcar todos los géneros literarios. Numerosas fueron sus obras teatrales, aunque casi todas hayan caído en el olvido: Oedipe, Irène, Zaïre. Escribió poemas épicos, como La Henriade, y alguna obra de historiografía, pero alcanzó la inmortalidad literaria por sus Novelas y cuentos, relatos en los que destacan Zadig, Cándido y el ingenio. Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), nacido en Ginebra, fue un personaje más polémico que Diderot y Voltaire. Fustigado o ensalzado por la crítica, en su obra teórica Contrato social intentó establecer las condiciones ideales para la legitimidad del estado. Escribió novela (Emilio o De la educación) con el objetivo de dar a conocer su ideología política. La irreconciliable antinomia naturaleza-sociedad, según Rousseau, quedó plasmada en su novela epistolar Julia o la nueva Eloísa.

La literatura neoclásica Durante el siglo XVIII surgieron también algunas corrientes literarias que

buscaron de nuevo su inspiración en la antigüedad clásica. Cronológicamente coincidieron con la Ilustración y compartieron con ésta la finalidad de instruir al hombre. La consecuencia es que la pura creación literaria retrocede en favor de la composición de obras críticas y moralizantes. Francia fue el país donde surgió esta corriente cultural. En Inglaterra predominó la figura del poeta Alexander Pope (16881744). Traductor de Homero, intentó imitar la poesía de Virgilio y de Horacio. Compuso el poema mitad heroico y mitad cómico El rizo raptado y The Dunciad, una sátira, calificada de tediosa, en la que criticaba a los escritores que a él no le placían. Samuel Johnson (1709-1784) sucedió a Pope en lo que a veces se da en llamar dictadura literaria de su tiempo. Fundó y dirigió dos periódicos. Su obra más característica es Rasselas (1759), novela que escribió en una semana con la intención de conseguir dinero para sufragar los gastos de los funerales de su madre. Así mismo publicó, en número de 52, las Vidas de los poetas ingleses. Hacia 1740 surgió en Inglaterra un movimiento literario distinto que ha-

bía de culminar en el romanticismo. La nueva tendencia literaria proclamó a la naturaleza como su motivo estético y al espíritu religioso como su impulso moral. Entre los escritores prerrománticos hay que citar a James Thomson (17001748), quien con su poema Winter (1726) inició un tipo de poesía en la que reflejaba el contacto directo con la naturaleza, al que siguió The Seasons, poema descriptivo de sencilla y conmovedora vitalidad; a Samuel Richardson (1689-1761), autor de Pamela o la virtud recompensada, lacrimógena y sentimental novela cuya protagonista es una bella sirviente a la que acechan todos los peligros inimaginables, o de obras de corte similar, como Clarissa y La historia de sir Charles Grandison; a Edward Young (1683-1765), autor de Pensamientos nocturnos, obra de profunda meditación en la que el poeta se abandona a sus propios pensamientos y reflexiona acerca de la vida, la muerte y la eternidad; a Thomas Gray (1716-1771), autor de la Elegía escrita en un cementerio de aldea, delicado poema que desprende un melancólico impulso prerromántico; a James Macpherson (1736-1796), quien en sus Fragments of ancient poetry abordó el tema del pasado, tópico que tuvo


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también un gran inteclasicismo, el romanti- que más adelante derivaría hacia el lirés para los posteriores cismo se caracterizó por beralismo. románticos. conceder suma imporMadame Staël (1776-1817), cuyo Oliver Goldsmith tancia a la libertad artís- nombre verdadero era Germaine (1730-1774) es otro de tica y a la personalidad Necker, se convirtió en una de las los escritores que marde cada escritor, a su ge- principales teóricas del movimiento. can el tránsito hacia el nio creativo individual. Escribió la novela Corinne ou l´Italie romanticismo. Su obra El pensamiento román- (1807) y De l´Allemagne, libro en el que más famosa es El vicatico consideraba que el acuñó el término romantique para derio de Wakefield. conocimiento racional finir a la civilización cristiana nacida En el campo del debía ser sustituido por de la combinación del mundo antipensamiento destaca la intuición o por otros guo y del mundo germánico. David Hume (1711François-René de Chateaubriand métodos irracionales 1776) y en el del teatro que permitieran captar (1768-1848), en su Genio del cristianisVictor Hugo, uno de los George Lillo (1693en toda su extensión y mo (1802), propuso como modelo la más populares representantes del 1739) y Richard Sheriprofundidad la realidad edad media cristiana. También fue el romanticismo francés. dan (1751-1816), autor concreta. La ideología ro- autor de las novelas Atala, René y Los de las obras Los rivales mántica, por tanto, se ba- mártires. y La escuela de la maledicencia. Victor Hugo (1802-1885), en su fasaba en la experiencia, al margen de A finales del siglo XVIII, el prerro- cualquier construcción teórica. moso prólogo de Cromwell (1828), manticismo estaba sólidamente imcompuso el manifiesto La literatura romántiplantado en Inglaterra. Aparecieron ca mezcló géneros y endel drama romántico. los representantes de la llamada no- contró nuevos motivos En realidad, se convirvela gótica, que se ocupaba de temas de inspiración al abantió en la verdadera progeneralmente amorosos y terrorífi- donar el culto por la anyección pública de cos, entre los que destacaron Horace tigüedad y la mitología todo el movimiento. Walpole (1717-1797), con El castillo de y admirar, en su lugar, Las ideas contenidas Otranto; Ann Radcliffe (1764-1823), y la edad media cristiana. en este prólogo no eran Matthew G. Lewis (1775-1818), cuya Con el romanticismo el originales de Victor novela El monje fue acusada de blas- literato entró en el munHugo, pero su mérito fema. consistió en saber ordo de la fantasía y de la denarlas de una maneimaginación (abjuranra muy eficaz. Poeta y do del racionalismo La literatura durante novelista, Victor Hugo precedente) y volvieron fue el más popular de a ponerse de moda en el romanticismo los románticos francetoda Europa los Alphonse de Lamartine, Tras el neoclasicismo y la Ilustrases. El estreno de su cantos y narraautor de algunos de los ción, el romanticismo fue el obra Hernani (1830) ciones populapoemas más conocidos del período romántico francés. movimiento cultural germen provocó un sonoro esres (folklore de las literaturas modernas. cándalo. Entre sus tradicional). No sólo modificó el concepEste período se pro- poesías más destacadas figuran: Odes, Les to del arte, sino también longó durante un espacio quatre vents de l´esprit, Les Orientales y el de la vida en gede cincuenta años (1800- Feuilles d´automne. Sus novelas más neral. En contra1850), al cabo de los populares fueron: Notre-Dame de París posición al neocuales sería sustitui- (1831), Los miserables (1862) y Les trado por el realismo, vailleurs de la mer. Alphonse de Lamartine (1790movimiento que impuso un orden meto- 1869) se adelantó a Victor Hugo con dológico allí donde Méditations poétiques (1820-1823), pero sólo había caos ro- su espíritu apocado y su temperamento introvertido hicieron que la mántico. publicación de esta obra tuviera un escaso eco. Lamartine compuso tamEl romanticismo bién poesía lírico-narrativa (Jocelyn) francés y novelas como Graziella. E l ro m a n t i c i s m o Alfred de Vigny (1797-1863) está tuvo en Francia un considerado como una de las figuras Estatua de Alfred cierto tono aristocrá- más puras del romanticismo y uno de de Vigny, en tico y monárquico, los mejores líricos de la literatura Loches, Touraine.


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El Sturm und Drang Durante finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se desarrolló en Alemania un movimiento literario que recibió el nombre de Sturm und Drang (“Tempestad y pasión”), coincidente, en cuanto a temática, con el prerromanticismo inglés. El nombre provenía del título de una obra de teatro de Klinger estrenada en 1776. El movimiento en sí respondía a una necesidad de reaccionar contra el espíritu de la Ilustración, que apenas había aportado obras literarias de una cierta entidad en Alemania. Los precursores de este movimiento fueron Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803), autor de la epopeya Messias; Christoph Martin Wieland (1733-1813), que escribió los poemas narrativos Musarion en 1768 y Oberon en 1780; Gotthold Epharaim Lessing (1729-1781), autor del drama Nathan el sabio, y, por último, el filósofo Johann Gottfried Herder (1744-1803), gracias a cuyos textos se impulsó la crítica literaria y la investigación filológica. El Sturm und Drang fue un movimiento de liberación individual, sentimiento y amor a la naturaleza. Goethe y Schiller se adscribieron a él durante un tiempo. Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) estudió Leyes en Leipzig y en Estrasburgo, ciudad en la que estableció contacto con el movimiento del Sturm und Drang y con el filósofo Herder. Abandonó el ejercicio de la abogacía para editar los Cuadernos eruditos de Frankfurt, órgano programático de la joven generación de su tiempo. Tratar de resumir la obra de Goethe es un empeño condenado de antemano al fracaso. Inicialmente escribió poesía y obras de teatro. Su primera obra literaria importante fue el drama revolucionario Goetz de Berlichingen. A este drama siguió la celebérrima novela Werther, cuyo desenlace es el suicidio del protagonista. De la misma época (1774) son los dramas Urfaust y Stella. También son importantes los dramas Triunfo de la sensibilidad, Iphigenie auf Tauris, Egmont y Torquato Tasso. De entre sus novelas filosóficas cabe destacar Años de aprendizaje de Wilhelm Meister y Años de vagabundeo de Wilhelm Meister, en las que Goethe expuso su personal ideario. Con Las afinidades electivas (1809) creó un modelo de novela psicológica. Durante su estancia en Italia compuso una parte de su obra lírica: Epigramas venecianos y Diván occidental-oriental. Su obra más famosa, y también su más precioso legado, es la tragedia Fausto, a cuya composición dedicó casi toda su vida. En esta obra está reflejada la gran inquietud de su tiempo ante la inminente irrupción de una época nueva que, por desconocida, provocaba temor en las gentes. Fausto y Mefistófeles son las dos caras de la tragedia. Fausto

francesa del siglo XIX. De su obra destacan sus Poèmes antiques et modernes (1825), la narración Servitude et grandeur militaires y el drama Chatterton (1835), que obtuvo un gran éxito a raíz de su estreno. Alfred de Musset (1810-1857) fue, seguramente, el poeta más característico del período romántico francés. El romanticismo supuso para él mucho más que una simple tendencia litera-

vende su alma a Mefistófeles a condición de que éste satisfaga sus deseos. Recobrada su juventud, Fausto seduce a Margarita y mata a su hermano Valentín. Margarita es condenada por infanticidio y Fausto trata inútilmente de que escape con él. En la segunda parte de la obra, Fausto encuentra a Helena, pero la pierde en medio de un gran cataclismo. Tras la noche de Walpurgis, Fausto torna a la estancia de donde había salido al principio. Al final, Helena, la belleza clásica, y Fausto, el espíritu moderno, se unen engendrando a Euforión, símbolo de la poesía. En el monólogo en “Una cueva en la selva”, Fausto expresa sus quejas de Mefistófeles: ¡Espíritu supremo que todo me lo has concedido! En todo has sido generoso conmigo. Al volver hacia mí tu vista en medio de mis tormentos me otorgaste una espléndida naturaleza, unos sentidos admirables para comprenderla y gozar de ella. Conozco a las cosas y a los seres, y al animal hermano que corre por el campo, vuela en el aire o nada en el agua. La tempestad, el trueno, la conmoción de la montaña, los tremendos peligros de la naturaleza no me abaten, porque tú me ofreces entonces el seguro refugio de una cueva. Sé contemplar con arrobo la pálida luna y siento acercarme a los dioses, aunque me diste por compañero a un ente frío y sarcástico que mil veces me humilla ante mí mismo, y con una sola palabra suya reduce tus dones a la nada. Tan hermosa imagen hace arder mi corazón dentro del pecho. Vacilo entre mi deseo de gozar y el deseo que el goce me inspira. Friedrich Schiller (1759-1805) estudió medicina en la academia militar de Stuttgart. Mientras atravesaba una época de rebeldía, estrenó el drama Los bandidos, estreno que le obligó a huir a Mannheim en 1782. Fundó la revista Reinische Thalia, dedicada al teatro. En Weimar trabó amistad con Goethe y Herder. Murió mientras escribía la tragedia Demetrius. La obra dramática que compuso es muy extensa. Destacan: La conspiración de Fiesco en Génova, 1873; Cábalas y amor, 1874; Don Carlos, Wallenstein, La doncella de Orleans, 1802; La novia de Mesina y Guillermo Tell, 1804. Todos estos dramas estaban inspirados en hechos históricos. Cultivó los géneros poéticos del himno (A la alegría) y la balada. Escribió una historia sobre los Países Bajos y su independencia de la Corona española, así como algunos ensayos: De la gracia y la dignidad, De lo sublime o Cartas sobre la formación estética del hombre. En sus obras filosóficas siguió a Leibniz y a Kant, proclamando el estado estético como el más valioso porque es la forma que adopta la conciliación de lo sensible y de lo moral.

ria, fue toda una manera de vivir la vida reflejada en el apasionado amor que mantuvo con la escritora George Sand. Sus mejores poemas son La nuit de Mai y La nuit de Décembre, en los que deja traslucir el sufrimiento que le causó la ruptura con Sand. Por el contrario, La nuit d´Aout y La nuit d´Octobre denotan un mayor sosiego frente a los avatares de la vida. Escribió también una arrebatada Confesión de un

hijo del siglo y obras de teatro como Lorenzaccio. A Henri Beyle, Stendhal (1783-1842), uno de los más grandes novelistas de la época, se le adscribe a veces al romanticismo. En este sentido, se considera que Rojo y negro (1830) y La cartuja de Parma (1839) son dos obras fundamentales del movimiento en Francia. Otros autores románticos franceses, aunque de tendencia más conservado-


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ra, fueron Joseph de Maistre (17531821) y Louis de Bonald (1754-1840).

El romanticismo alemán Este movimiento apareció en Alemania en 1800 y, en un principio, se agrupó en torno a tres escuelas: Jena, Berlín y Stuttgart. Los románticos de Jena fueron unos jóvenes unidos por ideales y tendencias literarias. Tenían un órgano de expresión llamado Athenäum, y entre sus componentes destacaron: August Wilhem von Schlegel (1767-1845); Friedrich von Schlegel (1772-1829); Ludwig Tieck (1773-1853), traductor de Shakespeare y del Quijote; Adelbert von Chamisso (1781-1838), autor de la pequeña obra maestra La maravillosa historia de Peter Schlemil (1814), la historia del hombre que vendió su sombra al diablo; Friedrich Baron de la Motte Fouqué (1777-1843), autor de El anillo encantado, y Novalis (17721801), autor de los Escritos. La escuela de Berlín, aunque menos importante que la de Jena, contó con escritores de la talla de Clemens Bertrano (1778-1842), Achim von Arnim (1781-1831) y, sobre todo, por su universal celebridad, con los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm. La última escuela fue la de Suabia o Stuttgart. El jefe del grupo era Ludwig Uhland (1787-1862), y a ella pertene-

cieron Christian Kerner (1786-1862) y Gustav Schwab (1792-1850). Sin embargo, ni la figura poética más universal del romanticismo alemán, Heine, ni el celebrado escritor de cuentos fantásticos E. T. A. Hoffmann pertenecieron a ninguna de estas escuelas. Heinrich Heine (1797-1856), por su espíritu autocrítico, su ingenio y su fina ironía, se alejó de las características del alma típicamente germánica. A pesar de ello, su Buch del Lieder (1827) lo convirtió en el poeta más famoso de Alemania. Otras obras suyas que merecen destacarse son: Romanzero, Poesías, Intermezzo y, en especial, Die Nordsee, obra en la que supo expresar como ningún otro poeta la magia y el misterio del mar. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), músico y escritor, cultivó en literatura el género fantástico. El desdoblamiento de la personalidad fue el tema que más le fascinó. El elixir del diablo, El doble, Los hermanos Serapion y Prinzessin Brambilla son sus obras más destacadas.

El romanticismo inglés

Como ya se ha comentado, el romanticismo inglés estuvo gestándose a lo largo del siglo XVIII y eclosionó durante los primeros años del siglo XIX. Sin embargo, el florecimiento del romanticismo en Inglaterra no respondió, como en otros países, a la necesidad de romper con el encorsetamiento normativo a que el neoclasicismo había condenado a los escritores, sino que sus motivos fueron más psicológicos que doctrinarios. William Wordsworth (17701850) fue el poeta de la naturaleza por excelencia, quien mejor describió, aunque con un cierto tufillo pedagógico, la belleza de las criaturas y la bondad de todo lo creado por Dios. Lyrical ballads y Poems son dos de sus obras que contienen algunos de los mejores poemas de la lírica inglesa. S. T. Coleridge (1772-1834), Retrato de Goethe y su familia, conservado en el como Wordsworth, se desenMuseo Goethe, en Frankfurt.

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Friedrich Schiller, exponente de la literatura del romanticismo alemán, según un retrato de F. G. von Kugelge (Museo Goethe, Frankfurt).

gañó muy pronto de la revolución francesa y se convirtió en un poeta soñador, atraído por lo sobrenatural y por el mágico mundo de las sombras y lo desconocido. Sus obras son: The rime of the ancient mariner (1798), Kubla Khan (poema inacabado que relata un sueño del poeta) y Christabel. Robert Southey (1774-1843) encarnó el espíritu romántico desde el punto de vista del viajero sugestionado por las leyendas históricas españolas. Tradujo la Chronicle of the Cid (1808), versificó la leyenda de Garci Fernández (1809) y compuso el poema Roderick, the last of the Goths (1814). Walter Scott (1771-1832) fundó el género conocido como novela histórica. Inició la serie (31 en total) con Waverley, a la que siguieron The antiquary, Rob Roy, Ivanhoe, Kenilworth y Quintin Durward, como más destacadas. Lord Byron (1788-1824) fue sin duda la figura más importante del romanticismo inglés y personalizó como ningún otro escritor el espíritu de su tiempo. Viajero incansable, murió de fiebres en Missolonghi (Grecia). Cultivó la lírica, el drama y el poema narrativo. En su obra destacan Childe Harold y Don Juan. Percy Bysshe Shelley (1792-1822) fue un lírico sobresaliente a cuya poesía no se le ha concedido la importancia que realmente tiene. Es el autor de la famosa Oda al viento del oeste y del poema Adonais, elegía por la muerte de Keats:


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El naturalismo Durante el siglo XIX surgió en Francia una corriente literaria que, bajo el nombre de naturalismo, se opuso al romanticismo. Compartió con el realismo muchas de las notas que caracterizaron a este movimiento, si bien se le puede considerar como un realismo exagerado. Bajo la influencia del naturalismo, el escritor se convirtió en un mero notario de los hechos, subordinando sus sentimientos y emociones a los impulsos de sus personajes. Émile Zola (1840-1902), inspirándose en la obra de científicos como Darwin y Claude Bernard, redactó los primeros manifiestos naturalistas, que quedaron recogidos en Le roman expérimental y en Les romanciers naturalistes. De cualquier modo, su obra teorizadora ha quedado relegada al olvido. Su decantación pública en el affaire Dreyfus le reportó una inmensa popularidad. Perviven algunas de sus novelas, por ejemplo Thérèse Raquin, L´assomoir y Germinal. En torno a Zola se formó el grupo de Médan, entre cu-

Murió Adonais y por su muerte lloro. Llorad por Adonais, aunque las [lágrimas no deshagan la escarcha que le cubre y tú, su hora fatal, la que, entre todas, fuiste elegida para nuestro daño, despierta a tus oscuras compañeras, muéstrales tu tristeza y di: conmigo murió Adonais, y en tanto que el [futuro a olvidar el pasado no se atreva, perdurarán su fama y su destino como una luz y un eco eternamente. John Keats (1795-1821) compuso una poesía lírica de inigualable perfección. Sus odas, sonetos y poemas son ejemplos inimitables. Oda a un ruiseñor, Oda a una urna griega y Al otoño son sus tres grandes odas.

El romanticismo italiano Si el romanticismo en Italia fue culturalmente afín al europeo, subyacía en él el anhelo de liberación y unidad. Giacomo Leopardi (1798-1837) ha sido llamado “el poeta del dolor”. Su deformidad física fue una tremenda desgracia y lo abocó al pesimismo. Las Canzone y los Canti revelan su atormentada personalidad. Otros poemas son Le ricordanze y La ginestra. Alessandro Manzoni (1785-1873) escribió poesía, drama y novela. Sus obras más conseguidas son Il cinque

yos integrantes descollaron J. K. Huysman (1848-1907) y Guy de Maupassant. Octave Mirbeau (1848-1917), aunque fue un escritor a quien los críticos incluyen en el movimiento naturalista, buscó en sus obras, más imaginativas, nuevos caminos, distintos a los ya demasiado trillados por el realismo y el naturalismo. Escribió El diario de una camarera, El jardín de los suplicios y Sebastián Roch. Ya fuera de Francia, un nombre importantísimo para el movimiento naturalista es el del dramaturgo sueco August Strindberg (1849-1912), cuyas obras continúan estando entre las más representadas en los escenarios del mundo. Crítico de los valores del matrimonio y la familia, Strindberg nutrió al teatro sueco de obras tan importantes como La señorita Julia, El padre y Sonata de espectros. Es también autor de la novela El hijo de una criada, publicada en 1887.

maggio, La Pentecoste, la tragedia Adelchi y la novela histórica Los novios. Su poesía es mucho más luminosa e imaginativa que la de Leopardi.

El movimiento romántico en otros países El romanticismo ruso significó el despertar de su literatura nacional. El precursor del movimiento fue A. Zhukovski (1783-1852), que tradujo a los poetas ingleses y alemanes. Alexandr Pushkin (1799-1837), poeta renacentista al más puro estilo byroniano, sufrió destierro en el Cáucaso a causa de sus ideas liberales. Destaca su poesía lírica, sus extensos poemas El prisionero del Cáucaso y el autobiográfico e inacabado Eugenio Onieguin, su drama histórico Boris Godunov y la novela La hija del capitán. Mijail Lermontov (1814-1841) está considerado como uno de los mejores líricos de la literatura rusa. Se inspiró en Byron y Vigny al escribir su poema El demonio. Otras obras reseñables son El boyardo Orcha, El gladiador moribundo y La plegaria del viajero. Nicolai Gogol (1809-1852), novelista y dramaturgo, publicó su primera novela, Veladas de la granja, con la ayuda de Pushkin. En 1835 aparecieron sus obras Taras Bulba, El gabán y La historia de cómo se enemistaron Iván Ivanovich e Iván Nikiforovich, la primera no-

vela cómica que entró en la historia de la literatura rusa. En Polonia destacaron sobre todos los poetas A. Mickiewicz y Zygmunt Krasinski (1812-1859). Este último compuso poemas en los que auguraba un esperanzador futuro para su patria, entre ellos La aurora, Salmos del futuro y Salmos de buena voluntad. También cabe destacar la figura de Henry Sienkiewicz (1846-1916), autor de la famosa novela Quo Vadis? sobre el mundo romano. En Dinamarca sobresalió Hans C. Andersen, autor de entrañables cuentos conocidos en todo el mundo. El romanticismo llegó también a Estados Unidos y sus autores alcanzaron el reconocimiento europeo. Washington Irving y James Fenimore Cooper destacan en novela. Edgar Allan Poe (1809-1849) publicó en 1845 El cuervo, poema que conmovió los cenáculos literarios y que se convirtió en la imagen misma del romanticismo estadounidense. La leyenda que lo acompañó hasta su muerte prematura y las frecuentes recaídas en el infierno del alcohol hicieron de Poe uno de los escritores más admirado, odiado y calumniado de la literatura norteamericana. Son muy conocidos sus Cuentos, entre los que destacan El misterio de Marie Rogèt, La caída de la casa Usher, La máscara de la muerte roja y El pozo y el péndulo. Otras obras significa-


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tivas de su producción literaria son Narración de Arthur Gordon Pym y Eureka. Cabe destacar también a los autores H. W. Longfellow; el poeta Walt Whitman y los novelistas N. Hawthorne y Herman Melville, autor de la universal Moby Dick.

La literatura realista Recibe este nombre el movimiento literario europeo que aparece en el siglo XIX como reacción al romanticismo precedente. Este período abarca desde 1850 hasta 1890. La literatura realista surgió como consecuencia lógica del prestigio que, ante la sociedad, lograron la ciencia y los científicos. El literato comprendió que ya no podía crear libremente y que debía realizar una minuciosa documentación para escribir sus obras. Por tanto, dejaba de tener sentido el mundo fantástico del romanticismo. Ahora, el escritor debía abordar los temas de manera objetiva y analítica. Además, se trataba de una literatura burguesa y no aristocrática, como la romántica, aunque no por ello dejara de criticar con fuerza a la burguesía. Las características fundamentales de la literatura realista podrían resumirse como sigue: a) introducción de escenarios y medios locales;

b) referencia a acontecimientos contemporáneos; c) descripción detallada de lugares y personas, por muy banales y secundarios que puedan parecer para el desarrollo del argumento; d) reproducción exacta de dialectos o expresiones vulgares o de argot; e) utilización de vocablos técnicos y científicos. Durante el período realista predominó la novela sobre cualquier otro género literario. El realismo fue, sobre todo, un movimiento de autores franceses, al igual que el romanticismo lo fue de los alemanes. La extensa obra de Stendhal (v. pág. 74) y de Balzac anunció la nueva corriente literaria. Honoré de Balzac (1799-1850) es considerado uno de los más importantes escritores franceses. Su copiosa producción, compuesta por más de noventa novelas, está agrupada bajo el título La comedia humana, conjunto que constituye una visión global de la sociedad y las costumbres de su tiempo. Algunos títulos destacados son: Eugenia Grandet y Papá Goriot.

El realismo en Francia Gustave Flaubert (1821-1880) persiguió siempre la objetividad y lo que él llamó le mot juste (la palabra precisa). Su obra más representativa fue Madame Bovary. Novela escandalosa, Flau-

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bert describe en ella los intentos de una mujer provinciana por escapar del entorno asfixiante que la envuelve. Emma Bovary comete adulterio, contrae grandes deudas y termina suicidándose. En su época, esta novela provocó tal escándalo que Flaubert llegó a ser procesado, aunque salió absuelto de dicho proceso. A pesar de todo, es una de las más grandes creaciones del género. Otras obras de Flaubert fueron Salammbo; La educación sentimental (1870), novela en la que critica a la burguesía y que es considerada por algunos críticos como su auténtica obra maestra, por encima incluso de Madame Bovary; La tentación de San Antonio, y, por último, Bouvard et Pécuchet. La obra de Flaubert ejerció y ejerce una gran influencia y superó con mucho los límites de un realismo que cultivaron Jules Champfleure, Ernest Feydeau y el cantor de la bohemia Henri Murger. Alphonse Daudet (1840-1897) escribió el popular Tartarin de Tarascon y las Cartas desde mi molino. Guy de Maupassant (1850-1893) cultivó el realismo en sus relatos breves La maison Fellier, Mademoiselle Fifi y Le horla y en sus novelas Une vie y Bel ami (1885).

El realismo en Gran Bretaña La crítica ha incluido a los literatos de la época victoriana en el movimiento

El impresionismo Paralelamente al simbolismo (v. pág. siguiente), pero sin llegar a ser un movimiento literario en sentido estricto, sino más bien una técnica o una forma diferente de abordar la literatura, se desarrolló en Francia cierta tendencia artística a la que se dio en llamar impresionismo. Destacaron el poeta francouruguayo Julio Laforgue (1860-1887), autor de Moralidades legendarias y Las quejas, y el novelista Marcel Proust. Marcel Proust (1871-1922) es una de las grandes glorias de la literatura contemporánea. Su única novela es En busca del tiempo perdido, dividida en siete partes, donde analiza, o mejor, disecciona a la alta sociedad de su época. En busca del tiempo perdido representa la suma de hechos y observaciones, de sensaciones y sentimientos más compleja que haya ofrecido la literatura de nuestro tiempo. Marcel Proust frecuentó los salones y círculos aristocráticos y de

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allí extrajo el material con el que compondría su monumental obra. La escribió encerrado en su habitación, pues durante los últimos quince años de su vida estuvo aquejado por una grave enfermedad. Escribió también Los placeres y los días, volumen en el que recogió una serie de ingeniosos ensayos, y la inacabada novela autobiográfica Jean Santeuil. André Gide (1869-1951) defendió la libertad absoluta frente a cualquier principio moral. Gide, que en un primer momento se negó a reconocer el valor de la obra de Proust, se reveló como un gran escritor en 1897 con la publicación de Los alimentos terrenales. Son también obras representativas El inmoralista, Los sótanos del Vaticano, Los monederos falsos y La escuela de las mujeres. Fue galardonado con el premio Nobel de literatura en 1947.


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El simbolismo Se conoce como simbolismo a un movimiento literario surgido en Francia hacia 1886. La nueva corriente reaccionaba contra el naturalismo y, al contrario que el movimiento realista (en el que predominaba el género de la novela), tuvo un cariz esencialmente poético. Para el simbolismo, la naturaleza ya no era el objeto de la poesía, sino un sendero para alcanzar otro mundo, situado más allá, y del que la naturaleza era sólo su símbolo. Literariamente hablando, el simbolismo quiso desnudar a la frase de contenido significativo lógico. La palabra era el instrumento y, por ello, la poesía se dirigía más a la imaginación que al intelecto. El simbolismo comenzó con Charles Baudelaire (18211867), a pesar de que este poeta no perteneciera al movimiento. En su soneto Les correspondances, Baudelaire popularizó la teoría de Swedenborg, según la cual las sensaciones sensoriales (visuales, auditivas u olfativas) se corresponden unas con otras y, como consecuencia de ello, la conversión en símbolos de todos los objetos conocidos es un medio de expresión poética tan legítimo como cualquier otro. Existieron dos factores decisivos, independientes entre sí, que marcaron, por un lado, la oposición al modelo swedenborgiano y, por otro, la gestación concreta, pero indirecta, del simbolismo. En primer lugar, la obra de Blake Marriage of Heaven and Hell, que supuso una oposición descarada a la mística de Swedenborg. Blake postuló el goce sensual absoluto, con lo cual, además de enfrentarse al moralismo de Swedenborg, fue más allá de la simple estética simbolista. Y, en segundo lugar, el hecho de que Baudelaire conociera la obra de Swedenborg a través de fuentes indirectas, de tal forma que su adulteración del pensamiento swedenborgiano estuvo, en parte, facilitada.

realista. No obstante, en pocos países sobrevivió en su literatura un poso de romanticismo tan descarnadamente realista como en Gran Bretaña. Thomas Carlyle (1795-1881), historiador y ensayista, fue uno de los más importantes escritores ingleses del siglo XIX. Entre su extensa producción literaria cabe destacar Los héroes y el culto a los héroes; El sastre remendado, biografía imaginaria de un ingenioso filósofo con la que satiriza la vida moderna, y La Revolución francesa. Charles Dickens (1812-1870) alcanzó en 1836 su primer gran éxito con la publicación de la novela Papeles póstumos del club Pickwick. Fundó diarios y revistas. De él se ha llegado a decir que descubrió “la emoción de los barrios humildes”. Tal vez sea David Copperfield (1849) su novela más lograda, en gran parte autobiográfica.

La obra principal de Baudelaire es Las flores del mal (1857), que inicia, tanto por su magnitud como por su profundidad, la poesía moderna. Escribió también Pequeños poemas en prosa, La Fanfarlo, Curiossités esthétiques y Escritos íntimos. Arthur Rimbaud (1854-1891) cultivó el verso libre y pretendió sobrepasar la realidad inmediata, convertirse en un visionario desligado del tiempo y del espacio. Sus obras fundamentales fueron Una temporada en el infierno (1873) y Les illuminations. La cortedad de su obra y los originales rasgos de su poesía convirtieron a Rimbaud en un personaje controvertido, que todavía hoy provoca acalorados debates. Leconte de Lisle (1818-1894) compuso una obra poética hondamente pesimista en su fondo y perfecta en su forma. Destacan Poèmes antiques, Poèmes barbares, Poèmes tragiques y Derniers poèmes. Stéphane Mallarmé (1842-1898) se convirtió en el poeta más preciosista de Francia. Su poemas estaban plagados de ingeniosas analogías y contenían una catarata de imágenes plásticas con las que pretendió expresar sentimientos y reflexiones. Se caracterizó también por elaborar meticulosamente el esquema de cada poesía. Sus obras principales son: Cantate pour la première communion, Hèrodiade, Apparition, Don du poème y Poèmes en prose. Paul Valéry (1871-1945) estableció contacto con el círculo del poeta Mallarmé y comenzó componiendo poemas simbólicos. De su obra destacan Introducción al método de Leonardo da Vinci (1895); La velada en casa del señor Teste, en la que desarrolla la idea central de su obra, a saber, un sistema estético basado en el intelecto; La joven Parca, y Charmes (1922), donde incluye el célebre poema El cementerio marino.

Escribió también Oliver Twist, Cuentos de Navidad, La pequeña Dorrit y Almacén de antigüedades. John Ruskin (1819-1900) comenzó escribiendo opúsculos que, con el título de Cartas familiares, dirigía a los obreros ingleses. Más adelante escribiría brillantes ensayos sobre el mundo del arte. George Eliot (1819-1880), seudónimo de la novelista Mary Ann Evans, escribió únicamente siete novelas que la colocaron en cabeza de la literatura de su tiempo: Adam Bede, El molino junto al Floss, Rómola, Silas Marner, Félix Holt, Middlemarch y Daniel Deronda. William M. Thackeray (1811-1863) se significó por sus agrias críticas a la nobleza británica. Algunas de sus obras son La feria de las vanidades, El libro de los snobs y Henry Esmond. La prosa inglesa de finales del si-

glo XIX estuvo representada por Stevenson, Wilde, Kipling, Conrad y Conan-Doyle. Robert L. Stevenson (1850-1894) es autor de la mundialmente conocida novela de aventuras La isla del tesoro, así como del relato El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, en el que recoge el mito celta del fetch o doble que los hombres ven antes de morir. Pese a que se le considera un simple escritor de novelas fantásticas y de aventuras, Stevenson fue un prosista muy puntilloso en lo referente al estilo literario. Oscar Wilde (1854-1900) fue un escritor muy controvertido en su época y se le tildó de inmoral. Recibió influencias literarias de Ruskin, Flaubert, Huysman, Poe y Baudelaire. En 1890 publicó en una revista El retrato de Dorian Gray, obra en la que Wilde tuvo muy presente el relato de Stevenson de


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Jekyll y Hyde. También escribió El crimen de Lord Arturo Savile, El abanico de Lady Windermere, Salomé y La importancia de llamarse Ernesto, entre otras muchas obras. Fue acusado de sodomía por el marqués de Queensberry, padre de su amigo Lord Douglas, y condenado a dos años de trabajos forzados. Rudyard Kipling (1865-1936) fue autor de la novela Kim (1901) y de un buen número de excelentes cuentos. Sus opiniones políticas, favorables al imperio británico, le perjudicaron en ocasiones. Joseph Conrad (1857-1924), novelista de origen polaco, ofició de marino mercante y supo reflejar en sus novelas las costumbres marineras como pocos escritores lo han hecho. Sus obras más importantes son Lord Jim, Juventud, Tifón y Nostromo. Arthur Conan-Doyle (1859-1930), creador de inolvidables personajes, como Sherlock Holmes o el estrambótico profesor Challenger, también estuvo muy interesado por el espiritismo, tema al que dedicó diversos ensayos.

El realismo en Alemania La literatura realista alemana no fue tan espléndida como la romántica y sus representantes no pudieron igualarse a los genios que los precedieron. Gustav Freytag (1816-1895) fue director de la revista Die Grenzboten. Toda su obra literaria estuvo encaminada a concienciar a la clase burgue-

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Los cuentos de Iván Turgueniev constituyen un ejemplo paradigmático de la literatura realista rusa.

sa alemana. Escribió Debe y haber, La letra perdida y Die Ahnen. Theodor Fontane (1819-1898), escritor y crítico teatral, publicó Estudios y cartas e Imágenes de Inglaterra, además de un buen número de poesías. Wilhelm Raabe (1831-1910) destacó en la descripción de individuos humildes con una vida desgraciada. Destacan sus obras Der hungerpastor, Abu Telfan y Else von der Tanne.

El realismo en Rusia El realismo adquirió un gran auge en Rusia, si bien hay que subrayar que no es equiparable al realismo doctrinario de la Europa occidental. Iván S. Turgueniev (1818-1883), con sus Relatos de un cazador, se situó entre los mejores escritores rusos. Residió en Francia durante muchos años. Algunas de sus obras son Padres e hijos, Humo, La abandonada, Asia y Rudin. Fiódor M. Dostoievski (1821-1881) es una de las máximas figuras de la literatura universal. Nació en Moscú y murió en San Petersburgo. Su primera novela, Pobre gente (1845), tuvo una gran repercusión y fue saludada por el público y la crítica de su tiempo como la obra de un genio. Sufrió condena a causa de sus ideas políticas. Sus novelas más representativas son Crimen y castigo (1866), El idiota (1868) y Los hermanos Karamazov. No es posible comprender la obra de Dostoievski sin tener en cuenta el hecho religioso. Él mismo afirmó que había escrito Los hermanos Karamazov con el único fin de demostrar que el cristianismo ideal no era una simple abstracción, sino algo evidente y posible, y la última posibilidad del pueblo ruso de curar todos

Autor de un gran número de cuentos, varias novelas y obras de teatro, Antón P. Chéjov es una de las figuras más representativas del realismo ruso.

sus males. Fue capaz, como ningún otro escritor, de reflejar la complejidad del alma rusa. Dios mío, también entre el pueblo se da el pecado, es cierto. La llama de la corrupción se multiplica a ojos vistas, de hora en hora; procede de las capas altas. También entre el pueblo avanza el aislamiento: empiezan a darse los kulaks y los explotadores; el mercader se muestra ya cada vez más ávido de honores, se esfuerza por parecer instruido sin tener la más mínima instrucción, y para ello desdeña abyectamente las viejas costumbres y hasta se avergüenza de la fe de sus padres. F. Dostoievski, Los hermanos Karamazov

León Nikoléievich Tolstoi (18281910) es el autor de la inmortal novela Guerra y paz (1864-1869). Otras obras suyas adquirieron también una fama universal, como Anna Karenina, La muerte de Iván Illich y Sonata a Kreutzer. Antón P. Chéjov (1860-1904), además de un gran número de cuentos, escribió novelas (La cigarra) y obras de teatro, como La gaviota, Tío Vania y El jardín de los cerezos. Máximo Gorki (1868-1936), seudónimo de Alexei Pechkov, completó una obra que, aunque realista, presenta matices diferentes a la de otros escritores del siglo XIX. Es destacable


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su novela La madre. Compuso también dramas teatrales, como Los burgueses y La moneda falsa.

El realismo en Italia Al realismo italiano se le conoce con el nombre de verismo. Giovanni Verga (1840-1922) fue la figura más representativa del verismo italiano. Publicó La vida de los campos, un conjunto de breves narraciones entre las que destacan Cavalleria rusticana, Los Malasangre y Don Gesualdo. Antonio Fogazzaro (1842-1911) intentó idealizar el verismo, aunque sin conseguir traspasar los límites de la estética realista. Son reseñables sus novelas Mala Sombra, Daniel Cortis, El pequeño mundo antiguo y El pequeño mundo moderno.

El realismo en Estados Unidos Tras la guerra de secesión (1865) se inició el período realista en la literatura norteamericana. Harriet Beecher-Stowe (1811-1896) escribió en 1852 su célebre novela La cabaña del tío Tom, obra a la que se considera como precursora del movimiento realista. Otras obras suyas, aunque de inferior calidad, son Recuerdos de los países extranjeros y La perla de la isla de Oro.

Mark Twain (1835-1910) desempeñó numerosos oficios y viajó por casi todo el mundo. Publicó un gran número de novelas que fueron muy bien acogidas por el público y traducidas a muchos idiomas. Las más destacables fueron Las aventuras de Tom Sawyer, Las aventuras de Huckleberry Finn, La edad dorada y Escuela de rey. Henry James (1843-1916) gozó de una gran popularidad, tanto en Estados Unidos como en Europa (desde 1869 residió en Gran Bretaña). Del conjunto de su obra destacan El americano, Retratos de una dama y Los bostonianos.

Las corrientes literarias del siglo XX El siglo XX se ha caracterizado por la vertiginosa sucesión de tendencias y movimientos literarios, un fluido ininterrumpido de “ismos” que, casi siempre, encubren la necesidad de ofrecer cauce de expresión a una concreta ideología o a un experimento formal. Una de las características de la literatura del siglo XX es el predominio de la novela sobre la poesía lírica, debido entre otras razones a que la poesía es con frecuencia exclusiva e inaccesible a causa de la dificultad que entraña su traducción.

La producción del poeta francés Paul Claudel se caracterizó por su profunda espiritualidad.

La literatura francesa contemporánea Tras Proust y Gide aparecieron en Francia escritores que, en buena medida, se inspiraron en las obras de estos autores. Roger Martin du Gard (1881-1958) se dio a conocer en 1913 con la publicación de Jean Barois, novela basada en el caso Dreyfus. Su gran obra fue Los Thibault, una extraordinaria novela realista que consta de ocho partes, alguna de las cuales, como La consulta, en la que se narra la jornada de un médico de París, es un excelente dibujo social y psicológico. Otras obras de Martin du Gard fueron Confidence africaine, Un taciturne y Souvenirs autobiographiques et littéraires. André Malraux (1901-1976), escritor cuyo compromiso político le impulsó a tomar parte en la revolución china, la guerra civil española y la segunda guerra mundial, describió en sus novelas la angustia y la soledad del hombre moderno alejado de la fe religiosa. Sus obras más importantes son La condición humana, La esperanza, La metamorfosis de los dioses y Antimemorias. Jean-Paul Sartre (1905-1980), filósofo y literato, desarrolló en su obra literaria su pensamiento filosófico. Definió al hombre como una “pasión inútil”, siendo la libertad para construir su propio destino la fuente principal de su angustia. Escribió las novelas El muro, Los caminos de la libertad y La náusea. Albert Camus (1913-1960) está considerado como uno de los escritores europeos que más han influido en todo el mundo. Afirmó que el absurdo es el elemento constitutivo de la vida y la condición del hombre. A pesar de que se hallaba filosóficamente muy cercano al existencialismo de Sartre, les separaron ideas políticas y el hecho de que para Camus el absurdo no conduce necesariamente a la angustia vital. Entre sus novelas y relatos cabe destacar El extranjero, La peste, La caída y El destierro y el reino. Fue también autor teatral, actividad en la que compuso los dramas Calígula, Los justos y Los poseídos. Los escritores católicos también tuvieron una gran importancia en la literatura francesa de principios de si-


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El surrealismo El surrealismo, o superrealismo, fue una tendencia artística y literaria que proclamó la primacía de los valores poéticos sobre los principios lógicos, afirmando que el arte nacía del subconsciente. Influidos por la obra de Freud, los representantes de este movimiento literario quisieron plasmar los sueños y las asociaciones de ideas automáticas de la psique humana. André Breton, en su primer Manifiesto, lo definió de la siguiente manera: Automatismo psíquico puro, por el cual se pretende expresar, sea verbalmente o por escrito, el funcionamiento real del pensamiento. Tristan Tzara (1896-1963) había iniciado en 1916 el movimiento dadaísta que, paradójicamente, se caracterizaba por una absoluta y rebuscada falta de sentido. La filosofía marxista influyó así mismo decisivamente en la gestación del surrealismo. Pierre Reverdy (1889-1960) fue el precedente más inmediato de este movimiento literario. Escribió Mayor parte del tiempo y Mano de obra. Guillaume Apollinaire (1880-1918) es el más universal de los escritores surrealistas. Sus principales títulos son Alcools (1931) y Caligramas (1918). El mismo Apollinaire bautizó como “drama surrealista” su obra Les mamelles de Tirésias. André Breton (1896-1966) fue el autor, como ya se ha indicado, del manifiesto surrealista. Realizó experimentos literarios bajo los efectos de la hipnosis y otros de composición colectiva. Louis Aragon (1897-1983) se apartó del movimiento surrealista para poner su pluma al servicio de la revolución comunista. Escribió, entre otras, las siguientes obras: Fuego de alegría; El movimiento perpetuo; Los ojos de Elsa; Los comunistas, novela editada en tres volúmenes, y Tiempo de morir. Paul Eluard (1895-1952), seudónimo de Eugéne Grindel, colaboró junto a Breton y Aragon en la revista Litterature, órgano de expresión del movimiento surrealista. Sus obras principales fueron: Capital del dolor (1926), La vida inmediata (1932), Poesía y verdad (1942) y El Fénix (1951).

glo. Entre los novelistas destacaron François Mauriac y Georges Bernanos, y entre los poetas, Paul Claudel. François Mauriac (1885-1970) fue, al igual que Camus y Sartre, galardonado con el premio Nobel de literatura. Sus obras principales son El desierto del amor, Teresa Desqueyroux, La carne y la sangre, El río de fuego y Mémoires intérieurs. Georges Bernanos (1888-1948) publicó su primera novela, Bajo el sol de Satán, en 1926. A ella siguieron La impostura, El júbilo, Diario de un cura rural y Monsieur Ouine.

Algunos críticos han colocado la obra maestra de James Joyce, Ulises (1922), dentro del movimiento surrealista, aunque fuera escrita antes de que éste se hubiera creado oficialmente. James Joyce (1882-1941) nació en Dublín. Situó la acción de Ulises en 1904, cuando el independentismo irlandés aún no había alcanzado su punto de ebullición. Joyce nunca se identificó con el nacionalismo irlandés y satirizó cuanto pudo esta aspiración política. De hecho, Leopoldo Bloom, protagonista de Ulises, es un perfecto desarraigado de ascendencia judía a quien los propios dublineses observan con recelo y distanciamiento. Ulises narra un día en la vida de Leopoldo Bloom y de Stephen Dedalus. Los críticos han vertido los juicios más dispares acerca de esta obra. Lo que para unos es la Odisea del siglo XX, la obra del escritor más original de nuestro tiempo, para otros ni siquiera es una novela, sino más bien un poema escrito en prosa. James Joyce es también el autor de Dublineses y de Retrato del artista adolescente, novela donde pone por primera vez en práctica la técnica del monólogo interior, que después utilizará con suma perfección en Ulises. (...) no ésa no es manera para él no tiene modales no ni refinamiento ni nada en su naturaleza dándome una palmada en el trasero así porque no le llamé Hugh ese ignorante que no distingue una poesía de una lechuga eso es lo que saca una por no mantenerles en su sitio quitándose los zapatos y pantalones ahí en la butaca delante de mí tan descarado sin pedir permiso siquiera y la cosa saliendo de ese modo tan vulgar en la media camisa que llevan para que se les admire como un cura o un carnicero o esos viejos hipócritas de los tiempos de Julio César claro tiene bastante razón a su manera para pasar el tiempo como una broma claro igual daría que una se metiera en la cama con qué con un león Dios mío estoy segura de que tendría algo mejor que decir...

Paul Claudel (1868-1955) estuvo muy influido por Rimbaud y Mallarmé. Escribió algunas obras de teatro: Una muerte prematura, La ciudad, La anunciación a María o El zapato de raso. Sin embargo, está considerado como uno de los mejores poetas franceses contemporáneos. Destacan entre sus obras poéticas: Cinco grandes odas, Cantata a tres voces y Corona benignitatis anni Dei. Por su parte, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) marcó con su obra literaria el camino hacia un nuevo realismo. Aviador de profesión, simboli-

James Joyce, Ulises (monólogo interior de Molly Bloom)

zó el espíritu en la máquina y afirmó que la tecnología debía ser un instrumento para engrandecer los valores humanos. Sus obras más conocidas son: Correo del sur, Vuelo nocturno, Tierra de hombres, Piloto de guerra y el universal Principito. En el período comprendido entre las dos guerras mundiales apareció el realismo de la llamada novela-río (roman-fleuve). Sus representantes son Jules Romains, Colette, Martin du Gard y Georges Duhamel. A partir de 1950 surgieron los creadores de la nueva novela, liderados por Françoise


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Sagan (1935), que obtuvo con su primera obra, Bonjour tristesse, un resonante éxito popular y consiguió el premio de la Crítica. Sagan también es la autora de Aimez-vous Brahms?, novela que, como la anterior, ha sido llevada al cine. El máximo representante del nouveau roman fue el narrador Claude Simon (1913), premio Nobel de literatura en 1981. En 1946 apareció su primera novela, Le tricheur, a la que siguieron La Corde raide, Gulliver, Le sacre de printemps, L´Herbe, Histoire, Leçon de choses y Las Geórgicas, su obra capital, en la que tres personajes distintos, que nacen en tres épocas diversas y asisten a tres acontecimientos distintos (revolución francesa, guerra civil española y segunda guerra mundial), viven los mismos sucesos y las mismas experiencias, que parecen repetirse cíclicamente e indiferentes al devenir del ser humano. Entre los poetas cabe reseñar a Jacques Prévert (1900-1977). Surrealista, existencialista y anarquista, su primera obra, Palabras, recopilaba una serie de poemas y textos que habían aparecido en las más diversas publicaciones. También escribió Historias y La lluvia y el buen tiempo. Se alineó siempre con los oprimidos y los marginados: Ante la puerta de la fábrica el obrero se para de repente el buen tiempo le ha tirado de la chaqueta y cuando se vuelve y mira al sol bien rojo bien redondo sonriendo en su cielo de plomo que le guiña el ojo familiarmente Di camarada sol ¿no te parece una estupidez regalarle al patrón una mañana como ésta?

El dramaturgo británico John Osborne fue uno de los miembros más destacados de la llamada “generación airada”.

El teatro francés del siglo XX está representado por Jean Anouilh (19101987), dramaturgo de hondo pesimismo y cuya mejor obra es Antígona (1944), y por Jean Giraudoux (18821944), autor de La guerra de Troya no ocurrirá (1935) y La loca de Chaillot (1945). Eugène Ionesco (1912-1994), aunque nacido en Salamina, Rumania, está considerado como un comediógrafo francés. Personalizó, junto a Beckett y Adamov, el llamado teatro del absurdo, que pretendía expresar la condición absurda del hombre, un ser mortal que no acepta su destino. Cuando aparecieron las primeras obras de Ionesco y Beckett, Sartre y

Jacques Prévert, «El tiempo perdido», poema del libro Palabras

Otro poeta destacable de la posguerra es Saint-John Perse (18871975), seudónimo de Alexis Léger. Obtuvo en 1960 el premio Nobel de literatura. Escribió, entre otras obras: Éloges, Exil, Vents y Oiseaux.

William Golding, novelista británico, recibió el premio Nobel de literatura en 1983.

Camus ya habían manifestado la teoría existencialista. Ionesco, al igual que Beckett, supo reinventar el lenguaje hablado, otorgándole un valor estético que no tenía, comparable al del lenguaje clásico. Ellos pensaban que todo era posible en el teatro. El teatro de Ionesco ha interesado por sus monstruos, que en ningún caso son personales, sino universales. Se opuso al teatro didáctico porque opinaba que este tipo de obras no aportaban nada nuevo y eran impuestas por ideologías o por la propia clase dirigente. La cantante calva (1950), Las sillas (1952), El rinoceronte (1959), El nuevo inquilino, La sed y el hombre y Triunfo de la muerte son algunas de sus obras. La década de 1970 y posteriores se caracterizaron por un retorno a la narrativa tradicional. Los novelistas más destacados de estos años son Adrée Chedid (1920), Michel Tournier (1924), Patrick Modiano (1945) y Daniel Boulanger.

La literatura británica contemporánea Durante las primeras décadas del siglo XX, la literatura británica, como la del resto de Europa, contó con una serie de novelistas de excepcional riqueza narrativa. David Herbert Lawrence (18851930) escandalizó a la sociedad de su tiempo con la novela El amante de Lady Chatterley (1928), en la que ponía en solfa los tabúes sexuales de la Inglaterra victoriana. Otras obras suyas son La serpiente emplumada, Hijos y amantes, El oficial prusiano y En el erial. Virginia Woolf (1882-1941) fue una de las novelistas en que más se apreció el influjo de las obras de Proust y Joyce. Sus obras más destacadas fueron La señora Dalloway (1925), Orlando y Las olas. Aunque su muerte no está del todo clara, posiblemente se suicidó en Rodwel. Edward Morgan Forster (18791970) tuvo su gran obra en Pasaje a la India, notable visión del choque entre las culturas occidental y oriental. Aldous Huxley (1894-1963) publicó en 1928 Contrapunto, una intere-


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sante novela de ideas y descripción de personajes del siglo XX. Escribió también el futurista y desasosegador relato Un mundo feliz y, entre otras novelas y ensayos, Su eminencia gris y El genio y la diosa. La poesía británica de principios de siglo está representada por el irlandés William Butler Yeats (1865-1939). En 1923 obtuvo el premio Nobel de literatura. De su obra poética merece destacarse La tierra del deseo del corazón, Deirdre, La torre y La escalera de caracol. En la década de 1930, los poetas británicos adquirieron una conciencia social de la que carecían sus antecesores. Cabe destacar a Wystan Hugh Auden (1907-1973), autor de Los oradores, Otra vez, El escudo de Aquiles y Elegía para los jóvenes amantes; y Dylan Thomas (1914-1953), el mayor talento de la lírica inglesa del presente siglo. Adscrito al movimiento “Nueva Apocalipsis”, que quería reaccionar contra la poesía de la generación de Auden, ofreció en sus obras una gran riqueza de imágenes y abordó temas oníricos y metafísicos. Fue el autor de Dieciocho poemas (1934), Veinticinco poemas, Mapa de amor y Defunciones y nacimientos. En el campo del teatro, tras George Bernard Shaw (1856-1950), premio Nobel de literatura en 1925, genio de la paradoja que legó una obra singular llena de idealismo y humanidad (Pigmalión, Héroes, César y Cleopatra, Cándida, etc.), surgió una generación de dramaturgos a la que se conoció como la “generación airada”. Pertenecieron a ella John Osborne (1929-1994), autor de Mirando hacia atrás con ira y El anfitrión, las dos

obras de teatro que le hicieron famoso por su especial virulencia y agresividad hacia la sociedad establecida; Arnold Wesker (1932), con su “trilogía de Wesker” (Sopa de pollo con cebada, Raíces y Hablo de Jerusalén), y, por último, Harold Pinter (1930), que triunfó en el Reino Unido y en Estados Unidos con su obra El portero (1960). Samuel Beckett (1906-1989), escritor irlandés nacido en Dublín, utilizó las lenguas inglesa y francesa en la creación literaria. Ha publicado poemas como Whoroscope, ensayos como Proust, novelas como Murphy, Lo innombrable, Watt y Malone muere entre otras, y piezas teatrales como Esperando a Godot, Final de partida, La última cinta de Krapp, Días felices, Van y Ven, Primer amor, etc. Junto a Ionesco y Adamov originó el “teatro del absurdo”. Fue premio Nobel de literatura en 1969. En la década de 1950 algunos autores comenzaron a escribir novela social. Cabe citar a J. D. Scott (1917), Stanley Middleton (1928), Allan Sillitoe (1928) y Keith Waterhouse (1929). Otros autores cultivaron la novela realista: William Golding (1911-1993), que obtuvo el premio Nobel de literatura de 1983, autor de El señor de las moscas; Lawrence Durrell, cuyo Cuarteto de Alejandría, compuesto por las novelas Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, y Quinteto de Aviñón han alcanzado una importante difusión; Muriel Spark, e Irish Murdoch. En la década de 1960 aparecieron las primeras novelas de Anthony Burgess (1917-1993), por ejemplo La naranja mecánica; de V. S. Naipaul (1932),

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quien trató en su obra literaria los problemas del tercer mundo, y de Michael Frayn (1933).

La literatura estadounidense contemporánea El siglo XX se inició en Estados Unidos con una literatura realista, crítica y de fuerte contenido social. Theodore Dreiser (1871-1945) ironiza despiadadamente sobre la realidad americana y critica a la sociedad con penetrante lucidez. Ejerció gran influencia sobre los escritores de su país en la década de 1920. Escribió La hermana Carrie, El titán, El genio y Una tragedia americana. Sinclair Lewis (1885-1951) fue el primer escritor norteamericano en obtener el premio Nobel de literatura (1930). De su producción literaria destacan Calle Mayor, Babbitt y Elmer Gantry. Pero es la llamada “generación perdida” la que realmente ha identificado a la literatura estadounidense de la primera mitad del siglo (v. pág. 84). Ajena a esta tendencia generacional está la figura del escritor sureño William Faulkner (1897-1962), premio Nobel de literatura en 1950. Creó un imaginario territorio, llamado Yoknapatawpha County, mediante el cual describió la vida en los estados del sur tras la guerra de secesión. Sus obras más destacables son La paga de un soldado (1925), El sonido y la furia (1929), Santuario (1931), ¡Absalón! ¡Absalón!, La fábula y Luz de agosto (1932). La novela posterior a la de los representantes de la “generación perdida” cuenta con escritores de la talla de Wolfe, Steinbeck y Caldwell.

Los poetas estadounidenses más importantes del siglo XX Ezra Pound (1885-1972), autor de Cantos de Pisa, Personae y Exultations, Letters y Thrones. Thomas Stearns Eliot (1888-1965), premio Nobel en 1948. Escribió Tierra baldía (1922) y Four quartets. Publicó así mismo el drama poético Asesinato en la catedral (1936),

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la historia de santo Tomás Becket, martirizado en Canterbury. William Carlos Williams (1883-1963), autor de Paterson, influyó en poetas de posteriores generaciones, entre los que sobresale Robert Lowell (1917-1977).


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LITERATURA

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Representantes destacados de la “generación perdida” Gertrude Stein (1874-1946), escritora que vivió en París en 1904, donde conoció a Matisse y a Picasso. Sus mejores obras son Three lives; Matisse, Picasso y Gertrude Stein; La autobiografía de Alice B. Toklas (1933), y The world is round. John Dos Passos (1869-1970) fue un original novelista que siempre tuvo presentes los problemas sociales, políticos y económicos de su tiempo. La crítica valora más su obra como documento de una época que como creación literaria. Cabe resaltar: La iniciación de un hombre (1919), novela de evidente contenido autobiográfico; Manhattan Transfer (1925), una muy particular visión de la ciudad de Nueva York, y la trilogía U.S.A., integrada por las novelas El paralelo 42, 19-19 y The big money.

Thomas Wolfe (1900-1938), cuya producción literaria –a pesar de haber escrito muy pocas obras– ha sido calificada por los críticos como extraordinaria, es un escritor con desbordante fantasía. Descuellan las novelas Ángel (1929), Of time and the river, The web and the rock (1939) y You cant´t go home again. John Steinbeck (1902-1968) fue el autor de Las uvas de la ira (1939), parangonable a La cabaña del tío Tom en cuanto a su repercusión en la sociedad americana. Sin embargo, la crítica considera que alcanzó su cénit literario con La fuerza bruta. Otras obras importantes son: A un Dios desconocido, Al este del Edén, Jueves dulce y Viajes con Carlos. Obtuvo el premio Nobel de literatura en 1962. Erskine Caldwell (1903-1987) describió con crudeza la miseria de algunos estados sureños en obras como Tobacco road, Tragic ground, Love and money, La mosca en el ataúd y La muerte lenta. Es importante también la aportación de Henry Miller (1891-1980), autor de las polémicas novelas Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), Sexus (1949) y Nexus (1960). Novelistas posteriores son Truman Capote (A sangre fría, Desayuno en Tiffany´s); Norman Mailer (La canción del verdugo, El fantasma de Harlot); Jack Kerouac (On the road); Saul Bellow, premio Nobel en 1976 (El diciembre del decano); John Updike, y William Burroughs. En teatro destacó Eugene O´Neill

Ernest Hemingway (1899-1961) fue corresponsal de guerra en España, en China y en la segunda guerra mundial y se caracteriza por poseer un estilo literario conciso, más cercano al periodístico. Sus mejores obras son Fiesta brava, Adiós a las armas, Tener y no tener, Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar. En 1953 fue distinguido con el premio Nobel de literatura. Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) escribió cuentos y novelas de gran belleza literaria. Algunas de sus obras son preciosos testimonios del período de entreguerras. Destacan Más acá del paraíso, Relatos de la Edad del jazz, El gran Gatsby (1925), Tierna es la noche (1934) y El último magnate.

(1888-1953), escritor de gran fuerza creadora. También consiguió el premio Nobel de literatura (1936). Sus mejores obras son Más allá del horizonte, Ana Christie, El emperador Jones, El luto sienta bien a Electra y La llamada del poeta. Thornton Wilder (1897-1975) cultivó todos los géneros literarios, aunque se destacó como dramaturgo. Obras: Nuestra ciudad (1938) y Los idus de marzo. Arthur Miller (1915) es el autor de Muerte de un viajante (1949) y Las brujas de Salem (1953), entre otras obras. Edward Albee (1928) obtuvo un gran éxito con su obra ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962). También E. L. Doctorow (1931), con Ragtime (1975), El libro de Daniel (1971) y El arca de agua (1994).

La literatura alemana contemporánea En el mundo germánico sobrevivió el romanticismo hasta bien entrado el siglo XX. Este hecho se pone de manifiesto, especialmente, en la poesía lírica, cuyos más destacados representantes son Stefan George (1868-1933), considerado por muchos como el mayor poeta alemán de su tiempo, autor de Peregrinajes y Der Krieg; Hugo von Hofmannstahl (1874-1929), creador de la escuela neorromántica alemana, cuyas obras más importantes son La muerte de Tiziano, El loco y la muerte, Jederman y El caballero de la rosa; Gottfried Benn (1886-1956), autor de Parte

invernal, y Rainer Maria Rilke (18751926), poeta de extraordinaria personalidad, aunque parte de su obra la crease bajo la influencia de Hofmannstahl, que escribió como piezas más destacadas Poemas, Augusto Rodin, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Historias de Dios y Cartas a un joven poeta. La novela alemana de principios de siglo ofrece una serie de escritores de gran calidad. Thomas Mann (1875-1955) es uno de los maestros de la literatura contemporánea. En sus novelas se repiten temas como la enfermedad, la decadencia y la muerte. En 1929 le fue otorgado el premio Nobel de literatura. Sus obras principales son Los Buddenbrook (1901); La montaña mágica (1924), una novela grandiosa que Mann situó “en los días previos a la gran guerra”; La muerte en Venecia, y Doktor Faustus. Robert Musil (1880-1942), escritor austríaco, denunció en sus obras los vicios de la sociedad de su época. Escribió Sobre la estupidez y El hombre sin cualidades. Hermann Broch (1886-1951), austríaco como Musil, emigró a Estados Unidos en 1938. Sus obras más importantes son Los sonámbulos, La muerte de Virgilio y Los inocentes. Hermann Hesse (1877-1962) está considerado el último gran representante del romanticismo alemán. La espiritualidad que emana de sus escritos lo convirtieron en autor emblemático para los jóvenes durante la década de


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1960 y 1970. Merecen especial atención: Siddharta, Demian, El lobo estepario y Bajo las ruedas. En 1946 se le concedió el premio Nobel de literatura. Franz Kafka (1883-1924), escritor checo aunque en lengua alemana, expresó en sus obras todos los conflictos interiores que lo atormentaron hasta su muerte. La metamorfosis, Carta al padre, El proceso y El castillo son sus mejores narraciones. En el teatro se impuso el drama revolucionario de Bertolt Brecht (18981956), que consideraba que el teatro no podía ser otra cosa que una descarnada representación de la vida real. Sus obras más conocidas son: Baal, Tambores en la noche, La ópera de cuatro cuartos, La resistible ascensión de Arturo Ui y Madre Coraje. La literatura posterior a la segunda guerra mundial refleja los problemas de un país vencido y dividido. Heinrich Böll (1917-1985) fue el autor de obras como El honor perdido de Katharina Blum, Opiniones de un payaso, Cuando estalló la guerra y Retrato de grupo con señora. Günter Grass (1927) escribió El tambor de hojalata, El gato y el ratón, Años de perro y Diario de un caracol, entre otras obras. Inspirados en el nouveau roman francés, un grupo de escritores integran la escuela de Colonia, encabezada por Dieter Wellershoff (1925) y a la que pertenecen, entre otros, Jürgen Becker (1932) y Ralf Dieter Brinkmann (1940). Por su parte, el llamado grupo 61 cultivó la novela social. Los autores más notables de este grupo son: Max von der Grün (1926), Erika Runge (1939) y Günter Wallraff (1942). El teatro crítico lo encarnaron dramaturgos como Peter Weiss (19161982), que escribió Marat-Sade, Discurso sobre Vietnam, Punto de fuga y El duelo; Tankred Dorst (1925), autor de Merlín o la tierra desolada, y Franz K. Kroetz (1946), discípulo de Brecht y autor de Ni carne ni pescado.

La literatura rusa contemporánea El gran representante del simbolismo ruso fue Alexander Blok (1880-1921), autor de Versos en torno a una bella dama, ejemplo más significativo de su

etapa simbolista. Luego daría en componer una poesía glorificadora de la revolución triunfante (Los doce –1918–, su obra más conocida y vertida a casi todos los idiomas). Escribió también el drama romántico La rosa y la cruz, Los escitas y La alegría inesperada. Con la revolución llegó a Rusia el futurismo italiano, que pretendía romper con lo que consideraban anticuadas convenciones lingüísticas. Destacó Vladimir Maiakovski (18931930), a quien Blok consideraba “un enorme talento”. Maiakovski fue un poeta hostil al misticismo y a la hipocresía. Puso su genio incondicionalmente al servicio de la revolución. Siempre consideró que el triunfo de la revolución era la mejor y más rápida manera de terminar con todo lo que un espíritu bohemio como el suyo aborrecía profundamente. Entre sus poemas destacan Lenin, 150.000.000, un canto a las esperanzas de todo el pueblo ruso, y La guerra y el mundo: A vosotros os tiene sin cuidado. Los muertos no saben de la mancilla. El odio a los asesinos fallecidos aplacad. Con el líquido más depurador se lavan los pecados de las almas idas. A vosotros os tiene sin cuidado. Pero yo que pasé por la carrera de [baquetas, por el fragor. ¿Cómo mantengo el amor a lo vivo? Si resbalo las migas del último amorcito caerán para siempre en el torbellino [de humo. Vladimir Maiakovski, La guerra y el mundo (fragmento)

En la literatura de posguerra prevaleció el realismo socialista, con gran presencia de la novela con un trasfondo bélico. A partir de 1960, algunos autores, como los dos galardonados con el premio Nobel Boris Pasternak (1958) y Alexandr Solzhenitsin (1970), comenzaron a cuestionar el régimen soviético. Boris Pasternak (1890-1960) comenzó escribiendo poesía: Un gemelo en las nubes, Más allá de las barreras, El año 1905, entre otras. Pero su gran novela, y la obra que le reportó fama uni-

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versal, es El Doctor Jivago, que no pudo ser publicada hasta 1957. Alexandr Solzhenitsin (1918) tomó parte en la segunda guerra mundial en el frente de Leningrado. En 1945 fue condenado a ocho años de cárcel por criticar al régimen stalinista. Entre sus obras destacan Un día en la vida Iván Denisovich, Por el bien de la causa, El primer círculo, Pabellón de cáncer y Archipiélago Gulag. Entre los literatos actuales destacan los narradores D. Granin, Y. Bondorev, S. Zalygin y M. Domagatski, y los poetas E. Evtuchenko y J. Brodsky, este último nacionalizado estadounidense y premio Nobel en 1987.

La literatura italiana contemporánea Gabriele d´Annunzio (1863-1938) fue un apasionado y vehemente poeta que no dudó en tomar las armas para conseguir la anexión de Fiume a Italia. Ocupó la ciudad en 1919 al mando de sus arditi. Por esta acción sería nombrado años más tarde príncipe de Monterroso. De su obra destacan Canto nuevo, Elegías romanas, Poesías y Rezos del Cielo, del Mar, de la Tierra y de los Héroes. Escribió también algunas novelas y obras de teatro. Hacia 1909 nació en Italia la teoría estética vanguardista bautizada con el nombre de futurismo. Los futuristas abogaban por suprimir la sintaxis, los adjetivos y los adverbios, y mantener únicamente el sustantivo y el verbo en infinitivo. En síntesis, por romper con todas las reglas lingüísticas y gramaticales que, en su opinión, impedían la libertad creativa. Filippo Marinetti (1876-1944), autor del manifiesto, aseguró que un automóvil de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia. Escribió La momia sangrienta, Destrucción y El rey Bombance. A Marinetti lo acompañaron Aldo Palazzeschi, Corrado Govoni y Lionello Fumi. El movimiento empezó a declinar irremisiblemente a comienzos de la década de 1930. Otro movimiento que nació a la par que el futurismo fue el llamado crepuscularismo, que se ocupaba de las pequeñas cosas. Su máximo representante fue G. Gozzano (1883-1916). La corriente más significativa del


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período de entreguerras fue el hermetismo, o poesía en estado puro. Lo representaban Ungaretti, Quasimodo y Montale Giuseppe Ungaretti (1888-1970) es autor de La alegría, Il porto sepolto, Sentimento del tempo e Il deserto e dopo. Salvatore Quasimodo (1901-1968), premio Nobel de literatura en 1959, tradujo a los clásicos latinos y griegos, y compuso una poesía lírica en la que expresaba la tragedia de la vida actual. Obras: Acque e terre, Oboe sommerso, Odore di eucalyptus e altri versi, Catulli Veronensis Carmina y La vita non è sogno, entre otras. Eugenio Montale (1896-1981) escribió una poesía en contra de la abundancia de imágenes que caracterizaron a D´Annunzio. Sus obras más destacables son Huesos de sepia, Le occasioni, Finisterre y Altri versi. En 1975 le fue concedido el premio Nobel de literatura. Otro novelista italiano fundamental para la literatura del siglo XX fue Primo Levi (1919-1987), autor de Si esto es un hombre (1947) y La tregua (1963). En el campo del teatro destacó Luigi Pirandello (1867-1936), que comenzó escribiendo novelas, como El difunto Matías Pascal, pero pronto se decantó por cultivar el género dramático, en el que creó una muy importante escuela, tanto por la complejidad de sus personajes como por las innovaciones escénicas. Merecen destacarse las siguientes obras: Amores sin amor, Así es si así os parece, La señora Morli, Seis personajes en busca de autor, Como tú me quieres y Lázaro. En 1934 fue galardonado con el premio Nobel de literatura. También del teatro proviene Diego Fabbri (1911-1980), dramaturgo innovador que puso de moda el “teatro de la hipótesis”; escribió Orbite, Paludi, La libreria del sole, Proceso de Jesús y Robo en el Vaticano. Por último, Darío Fo (1926) escribió un teatro satírico en el que puso en solfa el sistema capitalista. Sus obras principales son Los arcángeles no juegan al billar, La muerte accidental de un anarquista, La marihuana de mamá y Claxon, trompetas y pedorretas.

La literatura nórdica contemporánea Tras el relativo resurgimiento que experimentaron las literaturas escandi-

navas durante el siglo XIX, el siglo XX tuvo en los diferentes países nórdicos figuras literarias de talla excepcional. Dinamarca. La novela danesa de principios de siglo está representada por Henrik Pontoppidan, Johannes Wilhelm Jensen y Martin Andersen Nexö. Henrik Pontoppidan (1857-1943), escritor naturalista que compartió el premio Nobel de literatura con Karl Gjellerup, fue el autor de Suelo, La tierra prometida y El día del juicio, novelas que conforman una trilogía. Johannes Wilhelm Jensen (18731950) realizó numerosos viajes durante los cuales escribió gran parte de su obra literaria (novelas, ensayos y cuentos). Obtuvo el premio Nobel de literatura (1944) por El largo viaje, una trilogía que tardó más de quince años en componer y en la que intentó describir, de forma novelada, la evolución de la humanidad. La primera parte de esta trilogía consta de dos novelas, Det Tabte Land y Braen; la segunda se compone de otras dos novelas, Norne-Gaest y Cimbernes Tog, y la última parte, de la novela titulada Christopher Columbus. Martin Andersen Nexö (1869-1954) describió en sus novelas los ambientes proletarios con gran exactitud y realismo, por haber vivido en los suburbios. Abrazó la ideología comunista tras un viaje que realizó a la extinta Unión Soviética. Abundancia; Pelle el Conquistador (1906-1910); Ditte, una hija del hombre, y Morten el Rojo son algunas de sus obras más conocidas. Noruega. La gran figura de la cultura noruega de finales del siglo XIX fue el dramaturgo Henrik Ibsen (1828-1906), quien compuso una obra genial basada en un profundo, pero muy personal, criterio religioso y en un absoluto entusiasmo por la libertad. En su adolescencia escribió poesía lírica. Más adelante le atrajo la literatura dramática, si bien nunca dejaría de componer versos. Sus dramas se dividen en: históricos o románticos (Catilina, La tumba del guerrero, Dama Inger de Ostraat, La noche de San Juan...), poemas dramáticos (Brand, Peer Gynt) y dramas modernos (La coalición de los jóvenes, Casa de muñecas, Espectros, Un enemigo del pueblo, El pato salvaje...). Ya en pleno siglo XX destacaron los

novelistas Knut Hamsum y Sigrid Undset, ambos galardonados con el premio Nobel de literatura. Knut Hamsum (1859-1952), seudónimo de Knut Pedersen, fue un novelista de gran imaginación que alcanzó una enorme popularidad en los países nórdicos. Sus obras principales son Hambre, Pan, Victoria y Vagabundo y errante. Sigrid Undset (1882-1949) publicó su primera novela con éxito a los veinticinco años, Marta Ulié, una narración descriptiva de la vida de unas muchachas trabajadoras. A esta escritora pertenecen también La edad dichosa, Las vírgenes prudentes, Jenny (1911), la trilogía Cristiana Lavransdatter (1920-1922) y la tetralogía El señor de Nestviken. Suecia. En Suecia se dieron a conocer la novelista Selma Lagerlöf (18581940), premio Nobel en 1909, autora de La leyenda de Gösta Berling, El maravilloso viaje de Nils Holgersson, El proscrito y Ana Svörd, y el poeta, novelista y dramaturgo Pär Lagerkvist (18911974), premio Nobel en 1951, que en sus obras contemplaba el destino del hombre con un angustioso pesimismo. Sus escritos Angustia y Caos reflejan una sociedad espiritualmente decadente. La crítica considera que su obra maestra es Barrabás (1946), en la que este personaje bíblico simboliza las dudas y los temores del hombre actual. Escribió así mismo El verdugo, El hombre sin alma y La muerte de Asuero. Destaca también en Suecia la obra de Torgny Lindgren (1938), uno de los escritores más representativos de la actual literatura escandinava, autor de Betsabé y En elogio de la verdad.

Otras literaturas contemporáneas El gran escritor portugués del siglo XX es Fernando Pessoa (1888-1935), cuya obra poética influyó en el modernismo. En 1914 se publicó Mensagem, único libro publicado en vida del autor. En Bélgica destacaron M. Maeterlinck y Ë. Verhaeren. Maurice Maeterlinck (1862-1949), premio Nobel de literatura en 1911, cultivó diversos géneros literarios. Entre sus obras destacan Los ciegos, La intrusa, Interior, El pájaro azul, etc. Ëmil Verhaeren (1855-1916), poeta


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El premio Nobel de literatura

El premio Nobel, creado por el científico sueco Alfred Nobel y que concede cada año la Academia sueca, se ha convertido en el galardón más importante de la literatura universal. Desde 1901, los ganadores del premio Nobel de literatura han sido los siguientes: 1901 1902 1903 1904 1905 1906 1907 1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935 1936 1937 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945 1946

Sully Prudhomme (Francia) Theodor Mommsen (Alemania) Björnstjerne Björnson (Noruega) Frédéric Mistral (Francia) José Echegaray (España) Henryk Sienkiewicz (Polonia) Giousè Carducci (Italia) Rudyard Kipling (Gran Bretaña) Rudolf Eucken (Alemania) Selma Lagerlöf (Suecia) Paul Heyse (Alemania) Maurice Maeterlinck (Bélgica) Gerhart Hauptmann (Alemania) Rabindranath Tagore (India) No otorgado Romain Rolland (Francia) Verner von Heidenstam (Suecia) Karl Gjellerup (Dinamarca) Henrik Pontoppidan (Dinamarca) No otorgado Carl Spitteler (Suiza) Knut Hamsun (Noruega) Anatole France (Francia) Jacinto Benavente (España) William Butler Yeats (Irlanda) Wladislaw S. Reymont (Polonia) George Bernard Shaw (Gran Bretaña) Grazia Deledda (Italia) Henri Bergson (Francia) Sigrid Undset (Noruega) Thomas Mann (Alemania) Sinclair Lewis (Estados Unidos) Erik Axel Karlfeldt (Suecia) John Galsworthy (Gran Bretaña) Ivan Bunin (sin nacionalidad) Luigi Pirandello (Italia) No concedido Eugene O’Neill (Estados Unidos) Roger Martin Du Gard (Francia) Pearl S. Buck (Estados Unidos) Frans Eemil Sillanpää (Finlandia) No otorgado No otorgado No otorgado No otorgado Johannes W. Jensen (Dinamarca) Gabriela Mistral (Chile) Hermann Hesse (Alemania)

1947 1948 1949 1950 1951 1952 1953 1954 1955 1956 1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997

André Gide (Francia) Thomas Stearns Eliot (Gran Bretaña) William Faulkner (Estados Unidos) Bertrand Russell (Gran Bretaña) Pär Lagerkvist (Suecia) François Mauriac (Francia) Winston Churchill (Gran Bretaña) Ernest Hemingway (Estados Unidos) Halldór Laxness (Islandia) Juan Ramón Jiménez (España) Albert Camus (Francia) Boris Pasternak (antigua URSS)* Salvatore Quasimodo (Italia) Saint-John Perse (Francia) Ivo Andric (antigua Yugoslavia) John Steinbeck (Estados Unidos) Giorgios Seferis (Grecia) Jean Paul Sartre (Francia)* Mikhail Sholokov (antigua URSS) Samuel Y. Agnon (Israel) Nelly Sachs (Suecia) Miguel Ángel Asturias (Guatemala) Yasunari Kawabata (Japón) Samuel Beckett (Irlanda) Alexandr Solzhenitsin (antigua URSS) Pablo Neruda (Chile) Heinrich Böll (Rep. Fed. de Alemania) Patrick White (Australia) Eyvind Johnson (Suecia) Harry Martinson (Suecia) Eugenio Montale (Italia) Saul Bellow (Estados Unidos) Vicente Aleixandre (España) Isaac B. Singer (Estados Unidos) Odysseus Elytis (Grecia) Czeslaw Milosz (Polonia) Elías Canetti (Bulgaria) Gabriel García Márquez (Colombia) William Golding (Gran Bretaña) Jaroslav Seifert (antigua Checoslovaquia) Claude Simon (Francia) Wole Soyinka (Nigeria) Joseph Brodsky (Estados Unidos) Naguib Mahfouz (Egipto) Camilo José Cela (España) Octavio Paz (México) Nadine Gordimer (Sudáfrica) Derek Walcott (Santa Lucía) Toni Morrison (Estados Unidos) Kenzaburo Oe (Japón) Seamus Heaney (Irlanda) Wislawa Szymborska (Polonia) Dario Fo (Italia)

*Estos autores declinaron recibir el premio.

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El neorrealismo italiano El neorrealismo fija los cánones de la novela, el género más cultivado en Italia durante el siglo XX. Los autores más importantes que han seguido esta corriente literaria son Alberto Moravia y Cesare Pavese. Alberto Moravia (1907-1990), seudónimo de Alberto Pincherle, hizo en sus obras una crítica despiadada e irónica de la burguesía italiana. Escribió Los indiferentes (1929), en la que describe la sociedad romana de la época fascista; La bella vita; Las ambiciones defraudadas; La romana (1947); La campesina; El paraíso, y La vida interior. Cesare Pavese (1908-1950), miembro del partido comunista, fue perseguido por el régimen de Mussolini. Como escritor reveló una gran capacidad de observación y ex-

simbolista, escribió, entre otras obras, Flamenco, Las antorchas negras y Cuentos de medianoche. Los escritores austríacos más sobresalientes del siglo XX han sido Stefan Zweig, Hans Lebert, Georg Trakl, Peter Handke y Thomas Bernhard. Stefan Zweig (1881-1942), muy influido por el psicoanálisis, creó unos personajes de gran complejidad psicológica. Sus obras principales son Carta a una desconocida, La piedad peligrosa y Los ojos del hermano eterno. También publicó biografías noveladas que se hicieron muy populares (Napoleón, Miguel Ángel, etc.). Georg Trakl (18871914) reflexionó en sus poemas sobre el problema del bien y del mal. Escribió Gedichte y Sebastian im Traum. Por su parte, Hans Lebert (1912-1993) se dio a conocer con la monumental novela Los demonios y la tardíamente reconocida La piel del lobo. Entre los escritores más recientes son particularmente interesantes el dramaturgo, novelista y poeta Thomas Bernhard (1931) y Peter Handke (1942). En Grecia sobresalieron autores como Kavafis, Seferis y Kazantzakis. Konstantino Kavafis (1863-1933) vivió durante algunos años en Gran Bretaña, lo que le permitió conocer el idioma hasta el punto de tenerlo por segunda lengua. Está considerado como el poeta de Alejandría. Sus poesías se difundieron gracias a la amistad que mantuvo con E. M. Foster. En ellas canta a los placeres de la

presividad. Sus obras principales son La casa de la colina, Antes que el gallo cante, La prisión y Por nuestra casa. Otros novelistas importantes que se relacionaron con el neorrealismo fueron Leonardo Sciascia e Italo Calvino. Leonardo Sciascia (1921-1989) es autor de La parrochie di Regalpetra, Gli zii di Sicilia, Toto modo y Candido. Italo Calvino (1923-1985) pasó del neorrealismo a escribir novela heroica o histórica a partir de leyendas fabulosas. Consiguió fundir ambos extremos y, en la práctica, crear una literatura muy personal, en la que realismo y fantasía conformaron un mundo diferente. Sus obras principales son Il visconde dimezzato, El barón rampante, Las ciudades invisibles y Punto y aparte.

vida, esos placeres a veces peligrosos, a veces prohibidos, que él supo experimentar sin miedo ni remordimientos. Giorgios Seferis (1900-1971), poeta y diplomático, fue galardonado con el premio Nobel de literatura en 1963. Sus principales obras son La estrofa, La cisterna, Diálogos sobre la poesía y Erotocritos. Nikos Kazantzakis (1885-1957), también poeta, dramaturgo y novelista, publicó El alba dulce, La libertad o la muerte, Cristo de nuevo crucificado y Alexis Zorba, el griego, entre otras obras. Tras la segunda guerra mundial destacaron Angelos Terzakis, Dimitris Hadizís y Kostas Kotzias entre los novelistas, y Odysseus Elytis entre los poetas. La literatura checa del siglo XX, como la polaca, se inició con la novela realista. La gran figura checa anterior a la segunda guerra mundial fue Karel Capek (1890-1938). Escribió para el teatro La vida de los insectos, los relatos El absoluto y Kakratit y la novela La guerra de las salamandras. En poesía destaca Jaroslav Seifert (1901-1986), premio Nobel de literatura en 1984. Condenó la invasión soviética de su país en 1968. Sus obras más representativas fueron Ciudad en lágrimas, El amor lo es todo, Paloma mensajera, El abanico de Bozena Nemcova, El monumento a la peste y Toda la belleza del mundo. El escritor checo más conocido fuera de su país es Milan Kundera (1929),

autor de La broma, La vida está en otra parte, La insoportable levedad del ser, El vals de despedida y El libro de la risa y el olvido, entre otras obras. Por su parte, la figura más representativa de la narrativa polaca del siglo XX es Wladislaw Stanislaw Reymont (1868-1925), premio Nobel de literatura en 1924. Sus mejores novelas son La tierra prometida y Campesinos. Por último, cabe destacar a Mika Waltari (1908-1979), autor de la novela histórica Sinuhé el egipcio, el literato finlandés que más fama y reconocimiento ha conseguido, gracias en parte a la versión cinematográfica de su obra.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Cuáles son los principales modelos de la lírica clásica? 2. ¿Cuáles eran las características y los géneros del teatro griego? 3. ¿Qué géneros literarios se cultivaron durante la edad media? 4. ¿A qué se denomina Renacimiento? 5. ¿Cuáles eran las características del romanticismo? 6. ¿Qué fue el realismo?


LA LITERATURA ESPAÑOLA

S

e entiende por literatura española la producción literaria escrita en castellano y generada por autores nacidos en territorio español. Por este motivo, y aunque también sean productos literarios españoles, se tratan específicamente, y en otro apartado, las expresiones literarias en lenguas, catalana, gallega y vasca. También se separan de este capítulo la literatura hispanoamericana, la literatura hebraico-española, que tuvo sus focos fundamentales en las cortes de Córdoba, Granada y Toledo, y la literatura arábigo-española, que floreció igualmente en las cortes musulmanas. El español surgió a partir del latín en una constante y lenta evolución. Tal es así que es casi imposible determinar en qué momento preciso se puede hablar de creación literaria en español y no en latín. Hasta el siglo XIII, aproximadamente, se escribían en latín tanto documentos como historias (se sabe que un siglo antes la literatura oral contaba ya nada menos que con el Poema del Mío Cid, aunque la copia que se conserva es posterior), pero ya desde el siglo X se empezaban a filtrar en los documentos escritos en latín palabras de la lengua que efectivamente se hablaba. El que fuera director de la Real Academia de la Lengua Española Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) hizo una magnífica reconstrucción de esas “faltas” y glosas (anotaciones de traducciones al lenguaje vulgar en textos latinos), aunque no dejan de ser palabras sueltas o frases muy cortas. La primera muestra que podría tener estructura literaria es una oración dentro de un sermón de san Agustín traducida casi íntegramente por un monje, encon-

trada entre las glosas del monasterio de San Millán de la Cogolla y datada en torno al siglo X. En cuanto a lo que es posible considerar como características generales o esenciales de la literatura española, Menéndez Pidal, en su obra Caracteres primordiales de la literatura española, define ciertos rasgos específicos: – Improvisación: la espontaneidad y el alejamiento de las reglas literarias ha sido, como en otros campos, una

manifestación del “genio español” que, sin embargo, presenta también aspectos negativos, sobre todo en cuanto a fallos en la presentación y la forma. – Anonimia o colectivismo: es bastante frecuente, sobre todo en los comienzos, encontrar creaciones literarias de las que no se conoce el autor. Esto se debe fundamentalmente al carácter colectivo que asumía la propiedad de la obra, es decir, el propietario de la obra era el pueblo y, como tal, podía incluso introducir modificacio-

La lenta evolución que preludió la aparición del español a partir del latín hace imposible determinar en qué momento preciso puede hablarse de creación literaria en castellano. En la imagen, fragmento del Beato del Escorial (siglo X), manuscrito ilustrado en latín que reproduce los comentarios al Libro del Apocalipsis del Beato de Liébana. Fotografías de cabecera: el marqués de Santillana (izq.) y Miguel de Cervantes (der.).


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LITERATURA

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nes según las circunstancias; los juglares, por ejemplo, variaban en muchas ocasiones el texto a petición del público. – Moralidad: Menéndez Pidal concede especial interés a este rasgo, destacando que, mientras en las literaturas italiana y francesa del siglo XIII, por ejemplo, aparecen con frecuencia amores adúlteros, en la lírica castellana se destaca siempre la honestidad de la mujer en el amor. – Tradicionalismo: una muestra inequívoca de este rasgo como esencialmente español se encuentra en el Renacimiento, en el que, a diferencia del resto de Europa, en España no se produce la ruptura con la cultura medieval. – Realismo: entendiendo como tal la ausencia de elementos fantásticos o imaginativos, se puede decir que una de las características fundamentales de la literatura española es, precisamente, su realismo. Esto puede observarse, por ejemplo, en el sobrio tratamiento de los héroes épicos en comparación con los atributos casi divinos de los protagonistas de las epopeyas europeas.

vidirse en épocas o períodos cuya delimitación, aunque no necesariamente estricta, es la siguiente: – – – – – –

Edad media. Renacimiento. Siglo de Oro. Siglo XVIII. Siglo XIX . Siglo XX.

La literatura española durante la edad media Este período abarca desde las primeras manifestaciones literarias (siglo XII) hasta el prerrenacimiento (siglo XV). Es especialmente interesante recordar el encuadre social que determinaba la literatura de esta época. En un principio existían tres clases sociales: la nobleza, que fomentaba inicialmente la creación de obras épicas y que, al evolucionar desde la vida en los castillos a la de los palacios, empezaba a deleitarse con obras de tipo lírico; el clero, que controlaba la cultura cultivando, sobre todo, literatura de temas eruditos y religiosos, y, por último, el pueblo, que era la clase menos privilegiada. Más tarde, hacia el siglo XIV, surgió una nueva clase: la burguesía, dedicada básicamente al comercio y la industria y que orientaba sus críticas a la nobleza y el clero fundamentalmente.

Para abordar en toda su extensión la literatura española, ésta puede di-

producción épica no queda más que el Poema o Cantar del Mío Cid, que celebra, exhibiéndolo como portador de todas las virtudes caballerescas y civiles, al gran héroe nacional Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Este poema se compuso entre finales del siglo XII y comienzos del XIII, aunque la primera muestra escrita es una copia fechada en 1307 y en la que figura como copista Per Abbat. La obra está compuesta por 3.730 versos divididos en tres cantares: del destierro, de las bodas de las hijas del Cid y de la afrenta de Corpes. De otros poemas perdidos, sobre el mismo Cid, Bernardo del Carpio, los infantes de Lara, Fernán González conde de Castilla, Carlomagno, etc., se conservan restos en prosa o en forma de crónicas. Así, Menéndez Pidal pudo reconstruir un cantar sobre los infantes de Lara que se remonta al año 1000 aproximadamente, refundido en la primera Crónica General de Alfonso X (segunda mitad del siglo XIII). Estos cantares eran recitados en las plazas públicas o los palacios de los nobles por los juglares que, probablemente, en muchas ocasiones eran también los autores; de aquí el nombre de “mester de juglaría” dado a esta poesía desde el siglo XII. El primer testi-

Orígenes de la épica

Copia manuscrita del Cantar de Mío Cid, el poema épico más antiguo de la literatura española, compuesto hacia finales del siglo y principios del XIII.

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Se ha intentado situar el origen de la épica castellana a partir de tres teorías diferentes: la que atribuye una procedencia francesa (G. Paris y Eduardo de la Hinojosa), la que defiende una procedencia visigótica (Menéndez Pidal) y la que afirma un origen arábigo-andaluz (Ribera). En la actualidad, a partir de las investigaciones realizadas, puede suponerse que la literatura en romance, es decir, en lengua vulgar, surgió a partir de cantos de carácter épico o cantares de gesta, llamados así precisamente porque se entonaban melódicamente. De esta

Baltasar Gracián perteneció al llamado Siglo de Oro de la literatura española. En la imagen, primera página de su obra Agudeza y Arte de ingenio.


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La literatura española

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Los orígenes de la literatura española Época

Autores y movimientos representativos

Obras

Siglo XII

Cantares de gesta Jarchas Mester de juglaría

Cantar del Mío Cid La Razón de Amor

Siglo XIII

Mester de clerecía Gonzalo de Berceo Alfonso X

Libro de Aleixandre Milagros de Nuestra Señora Estoria General

Siglo XIV

Infante don Juan Manuel Pedro López de Ayala Juan Ruiz, arcipreste de Hita Anónimo Anónimo

El Conde Lucanor Rimado de Palacio Libro del Buen Amor Auto de los Reyes Magos Amadís de Gaula

Siglo XV

Elio Antonio de Nebrija Marqués de Santillana Jorge Manrique Alvar García de Santa María Alfonso Fernández de Palencia Fernán Pérez de Guzmán Alfonso Martínez de Toledo, arciprestre de Talavera Juan de la Encina Fernando de Rojas

Gramática castellana El infierno de los enamorados Coplas a la muerte de su padre Crónicas de Juan II Gesta Hispaniensia Mar de historias

monio de la existencia de los juglares se encuentra en la Crónica latina del Toledano (Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo), terminada en 1243, pero se sabe con certeza que mucho antes de esta fecha los juglares realizaban su peregrinaje “cantor” por la península. Los cantares de gesta se basaron seguramente en las chansons de geste transpirenaicas, aunque esto no les restara originalidad. De esta manera, los juglares contrapusieron al gran héroe de la épica francesa, Orlando, a Bernardo del Carpio, un tipo de héroe netamente español, debido a su cariz realista, con ausencia casi total de elementos imaginativos. Al mester de juglaría se opone, a partir del siglo XIII, el mester de clerecía, es decir, la poesía erudita, didáctico-narrativa. Ésta era obra de los clérigos o literatos, dado que en aquel momento la cultura se hallaba refugiada en los conventos. A la descuidada métrica del mester de juglaría, oscilante entre el verso alejandrino y el de 16 sílabas, se sucede la nueva maestría, que inaugura el monótono sistema de estrofas de cuatro versos alejandrinos monorrimos. Esta estrofa se llama cuaderna vía o tetrástrofo monorrimo. El

autor del Libro de Aleixandre, en la estrofa segunda del libro, dice: Mester trago fermoso, non es de [ioglaría, mester es sen pecado, ca es de clerezía, fablar curso rimado por la quaderna [vía a sílabas cuntadas, ca es grant [maestría. Con el mester de clerecía la poesía, limitada hasta entonces a Castilla, se afirma en todas las provincias españolas. Junto al máximo representante del mester de clerecía, Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido y actividad documentada en la literatura castellana y autor de la Vida de Santo Domingo de Silos, la Vida de San Millán, los Milagros de Nuestra Señora, etc., encontramos algunas obras de poetas desconocidos (Libro de Aleixandre, Libro de Apolonio, Poema de Fernán González, Poema de Yusuf, este último, bello ejemplo de literatura aljamiada, es decir, en castellano pero con caracteres árabes, modalidad que surgió entre los mudéjares o cristianos que quedaron bajo el dominio musulmán).

Corbacho Églogas y representaciones La Celestina

Amigos e vasallos de Dios omnipotent, si vos me escuchásedes por vuestro [cosiment, querríavos contar un buen [aveniment: terrédeslo en cabo por bueno [verament. Yo, maestro Gonzalo de Berceo [nommado, yendo en romería caecí en un prado verde e bien sencido, de flores bien [poblado, logar cobdiciaduero para omne [cansado. Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, Introducción (fragmento).

Orígenes de la lírica Hoy en día se acepta sin ninguna duda la existencia de una lírica popular andaluza y castellana, pero, desgraciadamente, son escasísimos los textos que se conservan de ellas. Los poemas líricos castellanos más antiguos que se conocen actualmente, además de las jarchas, que no son sino la última estrofa de un poema árabe de varias estrofas, se remontan al siglo XII (La Razón de Amor, el Denuesto


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Edición de El libro de Patronio o El Conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, primer gran prosista de la literatura castellana.

sa se da con Alfonso X el Sabio (12211284), mecenas y escritor. El mayor mérito de este monarca fue probablemente la creación del “taller alfonsí”, en el que, bajo su dirección y supervisión, grupos de traductores y amanuenses dieron forma al más importante corpus cultural de la edad media castellana. Desde la astronomía al derecho, de la historia a la literatura, en todos los campos de la actividad intelectual este soberano dejó la huella de su colosal personalidad. Entre sus obras destacan la Estoria de España y la General Estoria; Las Siete Partidas, que es el códice legislativo más importante de la edad media; Libros del saber de Astronomía, Astrolabio redondo, Astrolabio llano y Lapidario. Fue autor también de las Cantigas de Santa María, compuestas en gallegoportugués, según el uso culto de la época.

Orígenes del teatro del agua y el vino, Elena y María o Disputa del clérigo y del caballero). A excepción de estos poemas, los primeros textos líricos españoles están compuestos en gallego-portugués (lengua única hasta el siglo XV), verdadera lengua lírica en España desde 1200 hasta 1350 –excepto en Cataluña, donde los poetas utilizaban el provenzal–, y están agrupados, casi en su totalidad, en colecciones o cancioneros que contienen poesías amorosas, pastorales o satíricas (cantigas de escarnio y de maldezir). Un lugar aparte, el más eminente, ocupan las Cantigas de Santa María de Alfonso X.

Orígenes de la prosa En sentido estricto, la prosa tiene sus orígenes durante el reinado de Fernando III el Santo (1201-1252), gran protector, junto con su familia, de la cultura. Bajo su reinado se publicaron la Estoria de los Godos (versión castellana de la Historia Gothica de Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo); algunas composiciones de máximas político-morales, traducidas del latín, árabe y hebreo, y la reelaboración en castellano del Fuero Juzgo (1241), códice fundamental del derecho español. Pero el apogeo de la pro-

Para encontrar obras y autores de valía dentro del género teatral en la literatura española, es preciso situarse en el siglo XV, ya que antes de este período la producción era prácticamente inexistente. El teatro medieval castellano tiene su origen en las representaciones litúrgico-religiosas. Estas representaciones, que se iniciaron en los atrios de las iglesias, pero que pronto pasaron a las plazas públicas, se denominan “autos”. El único texto que se conserva anterior al siglo XV es el Auto de los Reyes Magos, primera obra litúrgico-dramática de la literatura castellana, cuyo origen, sin embargo, podría ser extranjero. Del teatro popular no se ha conservado ningún texto, aunque se tiene constancia de su existencia.

El siglo XIV En este siglo se acentuó el “castellanismo”: el carácter nacional, especialmente en la poesía, en la que a los temas generalmente amorosos de la lírica gallego-portuguesa se suceden los temas filosófico-morales, cuya predilección es uno de los rasgos característicos del espíritu castellano. La lengua del vecino país se sustitu-

yó por la lengua de Castilla, muy fértil en obras históricas. En el siglo XIV se asistió a las últimas obras del mester de clerecía: Vida de San Ildefonso, Libro de miseria de omne, y del mester de juglaría, con el Poema de Alfonso Onceno y con un poema perdido, prosificado en la Crónica General, sobre las hazañas juveniles del Cid. La actividad literaria más significativa del siglo se compendia en cuatro nombres: don Juan Manuel, el infante escritor, ingenioso maestro de moralidad en los “ejemplos” del Libro de Patronio o El Conde Lucanor, obra maestra de la prosa castellana cuyas fábulas, apólogos y parábolas tienen su origen en las literaturas orientales; el canciller Pedro López de Ayala, cronista de cuatro soberanos (Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III), censor severo de las costumbres de su tiempo en el Rimado de Palacio; el enigmático Juan Ruiz, arcipreste de Hita, el poeta más grande de la edad media española, que alcanza con el Libro del Buen Amor el vértice del arte lírico-dramático, y el rabino Sem Tob, conciso y elegante crítico gnómico en sus proverbios morales dedicados a Pedro I.

El siglo XV El siglo XV es la etapa de transición entre la edad media y el Renacimiento, un siglo en el que se sucedieron guerras civiles y dinásticas. El equilibrio político no apareció hasta el reinado de los Reyes Católicos (14711502), marcado por dos acontecimientos importantes: la realización de la unidad nacional con la reconquista del reino de Granada y el descubrimiento de América. Es una de las épocas culturalmente más florecientes, debido en gran parte a la influencia del Renacimiento italiano. Se estudiaron lenguas clásicas; se leyeron y tradujeron autores griegos y latinos; se desarrolló una profunda admiración, tanto en la literatura como en las artes y las ciencias, hacia la antigüedad clásica y también hacia los grandes “maestros” italianos: Dante, Petrarca y Boccaccio. En este incipiente Renacimiento, un gran humanista, Elio Antonio de Nebrija (1441-1522), publicó la primera Gramática castella-


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na (1492). Como en Italia, nacieron las figuras del “literato” y el gentilhombre culto y estudioso. A pesar de la anarquía que caracteriza a su reino, Juan II convirtió su corte en una academia literaria donde se daba forma a los cancioneros, que eran recopilaciones de composiciones poéticas de varios autores pertenecientes a una misma época o lugar. De su amor a la poesía ha dejado testimonio el Cancionero de Baena (1445), obra maestra de la lírica cortesana del siglo XV. El complemento a esta gran obra lo constituyen el Cancionero de Stúñiga, compilado tras la muerte del rey Alfonso V de Aragón (1458), que refleja la vida guerrera y cortesana del espléndido vicerreinato de Nápoles, y el Cancionero general (1511), de Hernando del Castillo, que servirá de modelo a los cancioneros del siglo XVI. La poesía “italianizada”, inaugurada con el Cancionero de Baena, encuentra a su más experto seguidor en Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (1398-1458), el inagotable animador del humanismo español, cuya múltiple actividad innovadora va desde los sonetos al “itálico modo” a las serranillas, en las que emula la poesía popular; en la Comedieta de Ponza y El infierno de los enamorados revela un cuidadoso y amoroso estudio de Dante y Petrarca; por el contrario, en el Doctrinal de privados y en el Diálogo de Bías contra Fortuna el marqués se presenta severo y no siempre sereno moralista. Por último, Jorge Manrique (14401479), con las Coplas a la muerte de su padre, da el más noble y perfecto ejemplo de poesía, con el que se cierra la edad media española. La poesía anónima se complace en la sátira a los poderosos, asumiendo un carácter social y colectivo en la Danza de la Muerte, político en las Coplas del Provincial y más sereno en las Coplas de Mingo Revulgo y en las de ¡Ay Panadera! Los romances. La poesía del siglo XV está marcada por los romances, breves poemas épico-líricos que, germinados probablemente en el siglo anterior por el espíritu popular, llegan a su máximo florecimiento bajo Enrique IV y los Reyes Católicos. Su elaboración espontánea acabó hacia la mitad del siglo XVI, cuando a los llamados romances viejos se sucedieron los “romances” obra de

eruditos y poetas (romances eruditos y artísticos), cuya genealogía se extiende desde Góngora y Lope de Vega hasta el romanticismo y el siglo XX. La historia, la leyenda, la civilización y la vida española han contribuido al monumento poético del Romancero, fuente inagotable de “motivos” para la poesía nacional y extranjera. La prosa. El siglo XV marcó un gran progreso en el género histórico. Predominan las crónicas en las que el narrador se esfuerza por ser imparcial y penetrar en la psicología de personajes y sucesos, sin desdeñar la posibilidad de propor-

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A la literatura didáctica se dedican varios escritores siguiendo la línea de don Juan Manuel, pero sólo uno logra equipararse al genial autor del Conde Lucanor, Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera (m. h. 1470), imitador de Boccaccio en el misógino

El humanista español Elio Antonio de Nebrija fue el autor de la primera gramática castellana, publicada en 1492. A la derecha, miniatura de su obra Introducciones latinas. Abajo, estatua del autor, a las puertas de la Biblioteca Nacional de Madrid, España.

cionarles una pincelada artística. Así, Alvar García de Santa María, cronista de Juan II; el autor anónimo de Crónica de don Álvaro de Luna; Alfonso Fernández de Palencia, historiador de los sucesos que van de 1440 a 1477 en las Gesta Hispaniensia o Décadas; Fernán Pérez de Guzmán, que en el Mar de historias se anticipa a la concepción moderna, psicológica, de la historia, y Hernando del Pulgar, autor de la Crónica de los Reyes Católicos.

Corbacho, pintoresca sátira costumbrista. El teatro. Además del mencionado Auto de los Reyes Magos, no se conservan textos teatrales hasta la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, de Gómez Manrique, puesta en escena por primera vez hacia la mitad del siglo XV en un convento de monjas. Se puede decir que el teatro español propiamente dicho empieza con Juan de la Encina (h. 1468h. 1529), autor de acciones dramáticas más o menos simples, de inspiración popular y realista, llamadas por él “églogas” y “representaciones”, en las que prevalece el carácter lírico sobre el dramático. Contemporánea a Juan de la Encina es, quizá, la obra más famosa del teatro español del siglo XV: la Tragicomedia de Calisto y Melibea, que a partir de la edición de 1569 se conoce con el nombre de La Celestina. Historia de amor, desesperación y muerte, merece más que el nombre de tragicomedia el de novela dramática. A pesar de que no se puede determinar con absoluta certeza, su autor parece ser que fue Fernando de Rojas (h. 1465-1541).


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MELIBEA: ¿Por qué dizes, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta eficacia gozar y ver dessean? CELESTINA: Dessean harto mal para sí, dessean harto trabajo; dessean llegar allá, porque llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envesgecen. Assí que el niño dessea ser moço, y el moço viejo, y el viejo más, aunque con dolor; todo por vivir, porque como dizen: viva la gallina con su pepita. ¿Pero, quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor; su descontentamiento, su renzilla, su pesadumbre, aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco ir, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerzas, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Fernando de Rojas, La Celestina, acto IV

La literatura española durante el Renacimiento La existencia de un auténtico Renacimiento en España ha sido un tema ampliamente discutido, sobre todo

por los teóricos que sólo consideran renacentistas las corrientes en las que se produce una ruptura total con la cultura medieval. Sin embargo, se puede afirmar que el Renacimiento en España existió, situándose históricamente en el período que comprendió el reinado de Carlos V (15191555), con una serie de peculiaridades, como el mantener las tradiciones medievales, al tiempo que se incorporaban las nuevas influencias. Esta característica aporta a la literatura española renacentista una originalidad que la distingue de la del resto de los países europeos. Los nuevos humanistas se inspiraron en la antigüedad clásica y sometieron a revisión, sin por ello abandonarlos, todos los valores espirituales de la edad media. El ser humano reivindicó sus derechos frente al ascetismo; el individualismo invadió el campo religioso con la heterodoxia, a veces salpicada de misticismo, de los erasmistas, capitaneados por Juan y Alfonso Valdés, y con la libre efusión de los místicos católicos, desde fray Luis de León a santa Teresa de Jesús. La especulación se dirigió al análisis del espíritu humano y del mundo sensible; el valenciano Juan Luis Vives (1492-1540) conmocionó, con audacia innovadora, todo el espectro cultural, desde la filosofía hasta la historia. La

La Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros en 1508, se erigió en el foco del humanismo español. En ella, por iniciativa del cardenal, vio la luz la Biblia complutensis, obra cumbre del Renacimiento español.

aplicación del método experimental imprimió un prodigioso desarrollo a las ciencias físicas y naturales, la fisiología y la medicina, en tanto que el espíritu científico impregnó el arte, la literatura, la misma teología ortodoxa (Melchor Cano, Diego Ruiz de Montoya, Francisco Suárez, etc.). Empezaron a multiplicarse los templos de la nueva cultura, las universidades, entre las que destacaron la de Salamanca y Alcalá de Henares. Aquí nació, por iniciativa del cardenal Cisneros, el opus magnum del Renacimiento español: la Biblia complutensis (15141517), con texto griego, latín, hebreo y caldeo, y gramática y vocabulario hebreos. España es el primer país en el que se instituyeron escuelas primarias y gratuitas, así como escuelas para sordomudos. Se fundaron museos y bibliotecas (como las de El Escorial y Sevilla, esta última erigida por el hijo de Cristóbal Colón), se organizaron archivos de documentos públicos (archivo de Simancas), etc.

La lírica La influencia italiana, manifestada ya en el siglo anterior en la obra de Francisco Imperial, el marqués de Santillana y Juan de Mena, conquistó por completo la lírica con Juan Boscán, verdadero introductor de la innovación métrica. De hecho, su gran importancia en la literatura renacentista no se debió sólo a su poesía, sino a ser el introductor de la métrica italiana en España. Imitador de Bembo y Tasso en sus coplas, sus sonetos y canciones, el programa revolucionario de Boscán fue realizado y llevado a la máxima perfección del arte por su hermano espiritual Garcilaso de la Vega (h. 1503-1536). Se puede afirmar que Garcilaso fue el gran genio del Renacimiento español: el soldadopoeta evocador de los metros italianos en sus líricas, especialmente en las Églogas, idílicas visiones en versos inundados de dulce musicalidad. Su obra la dedicó fundamentalmente al amor por inspiración de una mujer llamada Isabel Freyre. A la innovación de Boscán y Garcilaso se adhirieron casi todos los poetas de la época, excepto figuras como Cristóbal de Castillejo, que de-


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Los místicos Ninguna nación europea puede vanagloriarse de poseer una literatura mística tan copiosa y singular por la profundidad de pensamiento y la importancia artística como la España del siglo XVI. Entre los principales autores destacaron Juan de Ávila (1500-1569), apóstol de caridad y amor en sus sermones y en su Epistolario espiritual; el agustino Pedro Malón de Chaide (1530-1589), vivaz y elegante parafrasista del Evangelio en El libro de la conversión de la Magdalena, en el que intercaló líricas de una altura equiparable a fray Luis de León; Juan de los Ángeles (1536-1609), moralista y psicólogo del amor sagrado y del amor profano en la Lucha espiritual y amorosa entre Dios y el alma; santa Teresa de Jesús (1515-1582), gran reformadora de las Carmelitas, escritora llena de gracia y frescura, señora incomparable del castellano, que destacó como perspicaz psicóloga en su autobiografía espiritual, vivaz narradora de sus numerosas peripecias en el Libro de las fundaciones y profunda teóloga en el Castillo interior (Las moradas). La serie de los místicos podría cerrarse con dos grandes poetas: el ya mencio-

nado fray Luis de León (1528-1591), profundo exegeta de la Biblia en Los nombres de Cristo y sutil consejero espiritual en La perfecta casada, uno de los más grandes poetas de todos los tiempos en su lírica, en la que el fervor místico se traduce en serenas meditaciones de una transparencia y musicalidad inefables, y san Juan de la Cruz (1542-1591), discípulo y amigo de santa Teresa, sublime lírico en el Cántico espiritual, paráfrasis del Cantar de los Cantares. Estando hoy suplicando a Nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni como comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es, considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante y muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso, adonde dice Él tiene sus deleites. Santa Teresa de Jesús, Las moradas (fragmento)

dicó a los toscanistas todo el bagaje de su ingenio, esencialmente jocoso y satírico. Por ásperos caminos he llegado a parte que de miedo no me muevo; y si a mudarme o a dar un paso [pruebo, allí por los cabellos soy tornado. Mas tal estoy que con la muerte al [lado busco de mi vivir consejo nuevo; conozco lo mejor, lo peor apruebo, o por costumbre mala, o por mi hado. Por otra parte, el breve tiempo mío, y el errado proceso de mis años en su primer principio y en su medio, mi inclinación, con quien yo no [porfío, la cierta muerte, fin de tantos daños, me hacen descuidar de mi remedio. Garcilaso de la Vega, Sonetos

La prosa didáctica Lugar destacado dentro de la prosa didáctica de la época lo ocupa Juan de Valdés (1499?-1541), uno de los maestros de la lengua castellana, que compuso el Diálogo de la Lengua. Erasmista y proclive al luteranismo, desarrolló sus ideas religiosas en el Alfabeto cristiano y en las Ciento diez consideraciones divinas. En el Diálogo de

Mercurio y Carón (1528) satirizó con verdadera astucia los abusos de la iglesia y de la sociedad contemporánea. Su hermano Alfonso también ejerció crítica social en el Diálogo de Lactancio y un Arcediano. Antonio de Guevara (h. 1480-h. 1545), variadísimo escritor, muy admirado en España y con gran influencia en Inglaterra, hizo una biografía novelada de Marco Aurelio, Relox de príncipes o Libro áureo del Emperador Marco Aurelio y de los Césares, desde Trajano a Alejandro Severo, y trató de rejuvenecer el viejo contraste entre el campo y la ciudad en el Menosprecio de Corte y alabanza de aldea. Cristóbal de Villalón (h. 1505-1581), pintoresco narrador de sus tribulaciones en Turquía en su Viaje de Turquía, hizo en el Crotalón una atroz sátira a la corrupción del siglo. Antonio Pérez (1540-1611), el célebre secretario de Felipe II, expuso sus ideas políticas en el Art de gouverner y en el Norte de príncipes y trató de justificar su conducta en las Relaciones, de tono elevado y sentencioso, destacándose como genial estilista en las Cartas.

La novela Tras el Amadís de Gaula, protagonista de la homónima novela caballeres-

ca, cuya versión primitiva se conocía desde el siglo XIV, surgieron una serie de “descendientes” del perfecto caballero, los famosos Palmerines, de los que abrió la serie el Palmerín de Oliva (1511), de autor desconocido. Además de la novela de caballería, obtuvo un gran éxito la novela sentimental a la manera de Diego de San Pedro (Juan de Segura, Alonso Núñez de Reinoso, Jerónimo de Contreras).

El teatro A partir de Juan de la Encina surgieron un gran número de autores de autos, farsas, coloquios, representaciones (Fernán López de Yanguas, Lucas Fernández, etc.). La obra teatral del escritor portugués, aunque bilingüe, Gil Vicente constituyó un notable progreso sobre las simples acciones dramáticas de la de Encina y Fernández, debido a la mayor complejidad de las situaciones y al esfuerzo en la construcción de los personajes. Sin embargo, hasta principios del siglo XVI, con Bartolomé de Torres Naharro, no se puede afirmar que exista una conciencia dramática completa; con este autor, los planos empezaron a tener un desarrollo más largo, se atendió al proceso psicológico de los personajes y se dividió la obra


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Busto de Diego Hurtado de Mendoza, escritor español de prosa histórica, que narró el levantamiento de los moriscos durante el reinado de Felipe II en su libro La guerra de Granada.

en actos (normalmente en cinco actos, llamados “jornadas”). En sus comedias se encuentran casi todos los géneros del teatro del siglo posterior: comedias de capa y espada, de intriga o costumbristas.

El Siglo de Oro La segunda mitad del siglo XVI está considerada como el “segundo Renacimiento” y, con el siglo XVII, forma lo que se conoce en España como Siglo de Oro. Los historiadores lo sitúan entre el reinado de Felipe II (1555) y la muerte de Calderón de la Barca (1681).

La lírica Se centra en las escuelas salmantina y sevillana. Pertenecientes a la escuela salmantina, junto con su figura más eminente, fray Luis de León, cuya obra se sitúa a caballo entre el Renacimiento y el Siglo de Oro, destacaron: Francisco de la Torre, Francisco de Figueroa y Francisco de Medrano. A la sobriedad clásica de la escuela salmantina, que prefiere el uso de estrofas breves, se opone la riqueza verbal, la sonoridad, el colorido y la amplitud de estrofas de la escuela sevillana, representada sobre todo por Fernando de Herrera (1534-1597), cuya grandeza no reside tanto en las líricas amorosas platónico-petrarquianas, como en las poesías heroicas y patrióticas en las que cantó con bíblica grandiosidad las glorias y desventuras de la España imperial; la más célebre de ellas es la Canción por la victoria del Señor don Juan. Herrera continuó con el intento de crear un lenguaje propio de la poesía. En este aspecto encontró un segui-

dor en Luis de Góngora (1561-1627) que, sin abandonar nunca las formas poéticas tradicionales, creó, sobre todo con la Fábula de Polifemo y Galatea y con las Soledades, un tipo de poesía absolutamente personal –que corresponde histórica e ideológicamente al marinismo italiano, al preciosismo francés y al eufuismo inglés, del que tomó el nombre de gongorismo, llamado también cultismo o culteranismo, debido a su ostentación cultural. Su poesía compleja, a la vez cerebral y sensual, erudita y latinizante, amante de la hipérbole, poesía magnífica y hermética, marcó una renovación que mantiene, incluso en la más moderna literatura europea, una poderosa influencia. Pocos poetas se sustrajeron a la envolvente fascinación de Góngora. Entre los disidentes podrían destacarse a los dos Argensola, Lupercio (1559-1613) y Bartolomé (1562-1631), poetas satíricos y filosófico-morales; Rodrigo Caro (1573-1647), nostálgico evocador de pasadas grandezas en la Canción a las ruinas de Itálica, y Francisco de Rioja (1583-1659), perfecto estilista en sus sonetos y sus silvas.

La poesía épica Los poetas épicos en esta época son numerosísimos. Cabe citar los cultivadores de la epopeya religiosa, como el dramaturgo valenciano Cristóbal de Virués (El Monserrate), Diego de Hojeda (La Cristíada) y Lope de Vega (San Isidro, Los pastores de Belén); en la epopeya histórica destacaron Pedro de la Vezilla Castellanos (León de España), Bernardo de Valbuena (Bernardo o Victoria de Roncesvalles, sobre Bernardo del Carpio), Juan de la Cueva (el padre del teatro histórico

nacional, La conquista de la Bética), Juan Rufo Gutiérrez (La Austríada, sobre la lucha de Juan de Austria contra los moriscos) y, nuevamente, Lope de Vega (La dragontea, sobre el corsario inglés Francis Drake). Lope de Vega cultivó también la epopeya caballeresca (La Jerusalén conquistada, La hermosura de Angélica), imitando al poeta italiano Ariosto, junto a Luis Barahona de Soto (Las lágrimas de Angélica). Juan Yagüe de Salas tituló Epopeya trágica a su narración de la historia de dos infelices amantes (Los amantes de Teruel), ya narrada por otros escritores y recuperada para el teatro por Tirso de Molina, Pérez de Montalbán y, en el siglo XIX, por Hartzenbusch. Entre las abundantes obras burlescas destaca, como la más genial, La gatomaquia, del prolífico Lope de Vega. Sin embargo, el mayor poeta épico del Siglo de Oro fue, indiscutiblemente, Alonso de Ercilla y Zúñiga (15361594), que con La Araucana realizó una especie de Eneida del Nuevo Mundo, celebrando la conquista de Arauco (Chile) por parte de los españoles, un poema de trazos geniales, pese a sus defectos de exagerada fidelidad histórica y de abuso de mitología pagana.

La poesía didáctica A pesar de la gran profusión de autores en este género, son pocas las obras dignas de mención: el Poema de la pintura (1604), del pintor cordobés Pablo de Céspedes; El arte de la pintura (1649), galería biográfica de Francisco Pacheco; Ejemplar poético (1606), de Juan de la Cueva; El arte nuevo de hacer comedias (1607), en el que Lope de Vega defendió su sistema dramático, y El laurel de Apolo (1630), en el que hizo un repaso de los poetas contemporáneos; El viaje del Parnaso (1614), de Cervantes, poema satírico contra los malos poetas, etc.

La prosa histórica Es precisamente en la prosa donde coinciden todos los grandes escritores de la época, destacando dos nombres sobre el resto. Por un lado, el jesuita Juan de Mariana (1536-1624), audaz teórico político en De rege et Regis Institutione, tratadista de diferentes te-


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mas (económicos, filosóficos, religiosos, etc.) en los Tractatus VII, que en su gran Historia General de España (1592, 1595 y 1605), desde sus oscuros orígenes hasta la muerte de Fernando el Católico (1516), imitó a Livio y a Tácito con vivo sentido dramático y pintoresco e impecable estilo. Por otro lado, Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), embajador de Carlos V, que narró en La guerra de Granada (publicación póstuma de 1627) la terrible rebelión de los moriscos durante el reinado de Felipe II (1568-1571); con claras influencias de Salustio y Tácito en el estilo, Hurtado de Mendoza describió con plástica viveza los acontecimientos en los que tomó parte.

La prosa satírica y moral En este apartado destaca la figura compleja de Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). Poeta fácil en las líricas amorosas, morales, satíricas (letrillas, romances, glosas), compuso panfletos políticos (Marco Bruto, Anales de quinze años), obras filosóficas (Política de Dios), una novela picaresca (La vida del Buscón), pero su grandeza se debe sobre todo a la faceta de escritor satírico, destacando sobre todas sus obras los Sueños, feroz caricatura de la sociedad. Contrario a Góngora, opuso al culteranismo una nueva corriente: el conceptismo, consistente en una continua búsqueda de pensamientos sutiles expresados de forma inesperada (juegos de palabras, antítesis...). Inaugurado por un poeta mediocre, Alonso de Ledesma (1562-1623), el conceptismo encontró su fórmula más completa en Baltasar Gracián (16011658), que llevó sus principios al máximo esplendor en la Agudeza y Arte de ingenio (1648). Gracián trazó en El Héroe el retrato de una especie de superhombre cristiano; se hizo maestro de gobierno en El político; resumió su concepción atrozmente pesimista de la humanidad en el Oráculo manual y arte de prudencia y en una novela alegórico-filosófica, el Criticón. Escritor sutil y conciso, tortuoso, a veces oscuro, pero siempre genial y originalísimo, Diego de Saavedra Fajardo (15841648) trató la política severamente en la Idea de un Príncipe político cristiano (o Empresas políticas, 1640), pero su ma-

yor logro artístico fue la República literaria, reseña tragicómica de los autores antiguos y modernos bajo forma de visión o sueño.

La novela En el Siglo de Oro surgen dos nuevos tipos de novela, la pastoril y la morisca, que no lograron arrebatar a la no-

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vela de caballería el dominio literario que mantuvo casi hasta el siglo XVI, teniendo como única rival a la novela picaresca. Será Don Quijote el que dé el golpe de gracia a la hegemonía de la novela caballeresca. La novela pastoril se inicia con Diana, del portugués Jorge de Montemayor (h. 1520-1561), y tiene en Lope de Vega y Cervantes sus máxi-

La literatura española durante el Renacimiento y el Siglo de Oro Época Siglo XVI (Renacimiento)

Autores representativos Fray Luis de León Santa Teresa de Jesús Juan de Valdés Alfonso de Valdés Cristóbal de Villalón Antonio Pérez Fernán López de Yanguas Juan de Ávila San Juan de la Cruz Antonio de Guevara Anónimo Pedro Malón de Chaide Juan de los Ángeles

Siglo XVII (Siglo de Oro)

Fernando de Herrera Luis de Góngora Rodrigo Caro Lope de Vega Juan de la Cueva Alonso de Ercilla Juan de Mariana Diego Hurtado de Mendoza Francisco de Quevedo Baltasar Gracián Diego de Saavedra Miguel de Cervantes Anónimo Mateo Alemán Tirso de Molina Pedro Calderón de la Barca

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Obras La perfecta casada Castillo interior Diálogo de la Lengua Diálogo de Lactancio y un Arcediano Viaje de Turquía Art de gouverner Autos, farsas y coloquios Epistolario espiritual Cántico espiritual Relox de príncipes Palmerín de Oliva Conversión de la Magdalena Lucha espiritual y amorosa entre Dios y el alma Canción por la victoria del Señor don Juan Soledades Canción a las ruinas de Itálica Fuenteovejuna La conquista de la Bética La Araucana Historia General de España La guerra de Granada La vida del Buscón Oráculo manual y arte de prudencia Idea de un Príncipe político cristiano El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha La vida del Lazarillo de Tormes Guzmán de Alfarache El burlador de Sevilla La vida es sueño


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mos exponentes, con la Arcadia del primero y Galatea del segundo. La primera novela morisca es la Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa, de autor desconocido, atribuida a Antonio de Villegas (1512-1575) que, probablemente, fue un simple transcriptor. Pero la obra maestra de este género es Guerras de Granada, de Ginés Pérez de Hita (h. 1544-h. 1619), reevocación pintoresca, poéticamente idealizada, de la vida militar de Granada. La novela picaresca surgió hacia el final del reinado de Carlos V con una obra singular, La vida del Lazarillo de Tormes (1554), que representa una reconquista del realismo, innato al espíritu español, sobre el fantasioso idealismo de los libros de caballería. Los autores más sobresalientes de este género son Mateo Alemán (1547-h. 1615), en cuyo Guzmán de Alfarache la jovialidad del Lazarillo se tiñe de un amargo, desesperado escepticismo y su vena narrativa se ralentiza en largas digresiones morales; Francisco López de Úbeda, que cambió el sexo al héroe habitual del género en La pícara Justina (1605), introduciendo en la novela picaresca el conceptismo. Francisco de Quevedo creó, con La vida del Buscón (pu-

blicada en 1626), una obra maestra de cinismo y humorismo trágico; Vicente Espinel (1550-1624), en la Vida del escudero Marcos de Obregón (1618), rica en elementos autobiográficos, rivalizó con Guzmán de Alfarache en genialidad inventiva, superándole en la amenidad y sobriedad de las observaciones morales. También escribieron novelas picarescas Alonso de Salas Barbadillo, Alonso del Castillo y Solórzano y Gonzalo de Céspedes.

El teatro En el Siglo de Oro se forma el teatro típicamente nacional, por obra, sobre todo, de Lope de Rueda, Juan de la Cueva, Lope de Vega y las escuelas sevillana y valenciana. La fama de Lope de Rueda se debe a sus Pasos, breves piezas burlescas de intenso realismo, inspiradas en los más humildes aspectos de la vida popular. Como autor de comedias, Lope de Rueda tuvo numerosos discípulos: Juan de Mal Lara, Alonso de la Vega, Juan de Timoneda, etc. Juan de la Cueva (1550-1610) fue el máximo representante de la escuela sevillana; sin renunciar por completo a los temas clásicos, creó el drama de

argumento nacional, inspirándose sobre todo en el romancero. Auténtico innovador, se liberó de las unidades seudoaristotelianas, mezcló lo trágico con lo cómico, pero tuvo el defecto de abusar de lo fantástico y lo truculento y acumular confusamente los episodios. Este defecto se observa también en sus discípulos, especialmente en Joaquín Romero de Cepeda. Lope de Vega (1562-1635), llamado por Cervantes “monstruo de la naturaleza” por su gran fecundidad (unas dos mil obras), fue uno de los máximos exponentes del teatro del Siglo de Oro. En sus obras se encuentran todos los tipos de drama del siglo: litúrgicos o autos, comedias divinas o de santos, comedia de capa y espada, entremeses, zarzuelas, etc. No obstante, sus triunfos más resonantes llegaron con los dramas extraídos de la historia nacional (Fuenteovejuna, El mejor alcalde el Rey, Peribáñez y el Comendador de Ocaña). En el Arte nuevo de hacer comedias creó las líneas maestras de la comedia española (obras teatrales en tres actos), con su carácter de improvisación, la mezcla de lo trágico y lo cómico, el desprecio hacia las unidades de tiempo y lugar, su variedad métrica y su tendencia a complacer el gusto popular.

Miguel de Cervantes y el Quijote Cervantes (1547-1616), autor de una de las obras maestras de la literatura española (El Quijote), fue, sin embargo, un cultivador mediocre de la novela pastoril (La Galatea), un poeta de desigual inspiración (Viaje del Parnaso) y un narrador de inverosímiles aventuras (Trabajos de Persiles y Segismunda). Como dramaturgo tampoco obtuvo especial resonancia, aunque en su producción destacan notoriamente dos obras: Pedro de Urdemalas y El rufián dichoso. Miguel de Cervantes dio la medida de su propio genio en las Novelas ejemplares (1631); escritor de naturaleza esencialmente realista, no destacó tanto en las Novelas de pura fantasía (El amante liberal, La española inglesa, Las dos doncellas), como en las costumbristas (Rinconete y Cortadillo), las de carácter (El celoso extremeño) y las que eran un mero pretexto para analizar la realidad cotidiana (La Gitanilla, La ilustre fregona), es decir, aquellas en las que la gracia sutil de su argucia, incluso manteniéndose en una línea narrativa, lograba una crítica social (El licenciado Vidriera, El coloquio de los perros). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1615), como se ha dicho, es la obra maestra de Cervantes y en ella convergen todos los tipos de novela, desde la caballeresca a la pas-

toril, de la sentimental a la picaresca, en una prodigiosa síntesis, donde lo grotesco y lo sublime, la tragedia y la farsa, los sueños y la realidad, la locura y la sabiduría se alternan a través de una inagotable sucesión de las más variadas peripecias. Fuera intencionadamente o no, Cervantes satiriza las extravagancias de cierta literatura caballeresca y Don Quijote acaba con los protagonistas de un ideal de heroísmo ya superado, como los Palmerines, por ejemplo. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumía las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, primera parte, capítulo I (fragmento).


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El discípulo más destacado de Lope fue Tirso de Molina (1584-1648), que tuvo algo de shakespeariano en la potencia de los caracteres y que fue autor del mejor drama histórico del teatro clásico español, La prudencia en la mujer. Escribió así mismo el mejor drama religioso, El condenado por desconfiado, y en El Burlador de Sevilla dio vida al personaje más español y a la vez más universal, don Juan. Tras la muerte de Lope de Vega (1635) empieza a darse en España una decadencia política y militar, acompañada de un declive literario. En este período destaca la figura de Pedro Calderón de la Barca, cuyas características son una excepcional virtud constructiva y una finura artística superior a la de todos sus antecesores. Su gloria reside sobre todo en los dramas y autos sacramentales de argumento religioso y filosófico: La vida es sueño, El mágico prodigioso y La devoción de la Cruz. Completan el panorama del teatro del Siglo de Oro Guillén de Castro (1569-1631), Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639), Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648) y Agustín Moreto (1618-1669). Mas porque, en fin, hallé que las [comedias Estaban en España en aquel tiempo, No como sus primeros inventores Pensaron que en el mundo se [escribieran, Mas como las trataron muchos [bárbaros, Que enseñaron el vulgo a sus [rudezas; Y así se introdujeron de tal modo, Que quien con arte ahora las escribe, Muere sin fama y galardón; que [puede Entre los que carecen de su lumbre, Más que razón y fuerza, la [costumbre. Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias, dirigido a la Academia de Madrid (fragmento)

La literatura española en el siglo XVIII En los primeros decenios de este siglo continuó acentuándose la deca-

Don Quijote de la Mancha, novela caballeresca de Miguel de Cervantes, es una de las obras maestras de la literatura española. En la imagen, Don Quijote velando armas, de José Segrelles (Museo de Bellas Artes, Valencia).

dencia literaria que se había iniciado en el anterior. La potencia de las grandes creaciones se acababa, aunque, bajo el aspecto estrictamente cultural, se dio un nuevo fervor: en este período se instituyeron la Biblioteca Nacional (1712), la Real Academia de la Lengua (1713) y la Academia de Historia (1738). La cultura europea del siglo XVIII se caracterizó por dos grandes movimientos: la Ilustración en el campo del pensamiento y el neoclasicismo en la literatura, que llegaron a España con retraso y con un claro predominio de la influencia francesa. El concepto de literatura se amplió a todos los campos del conocimiento, encaminado a la formación global del individuo. El hombre del siglo XVIII se

Representación de Casa con dos puertas, mala es de guardar, comedia de “capa y espada” de Pedro Calderón de la Barca, sucesor de Lope de Vega como principal representante del teatro del Siglo de Oro español.

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guiaba por la razón y el conocimiento científico en un intento de transformar toda la sociedad. La creación literaria estuvo determinada precisamente por estos principios de orden y espíritu crítico. En 1737 aparecieron el Diario de los literatos, de Martínez Salafranca y J. L. Puig; la Poética de Ignacio Luzán (1702-1754), máximo representante de la teorización clasicista del siglo, y los Orígenes de la lengua española, de G. Mayans y Siscar (16991781), figura sobresaliente de la erudición crítica que enlaza con los intentos de renovación de finales del siglo anterior. En 1726 se publicó la obra más carismática del criticismo, el Teatro crítico de Feijoo (1676-1764). Sin embargo, hasta el reinado de Carlos III (1759-1788), gracias al apoyo de una serie de hombres de Estado, no se produjo una auténtica difusión de la nueva literatura ilustrada.

El teatro Es en el teatro de este siglo donde se da la mayor lucha por el triunfo de las nuevas ideas, dado el gusto del público, que seguía siendo fiel al viejo teatro. Muchos autores se dedicaron a adaptar las comedias de Lope de Vega y Tirso de Molina: Trigueros, Rodríguez de Arellano, Dionisio Solís, etc. Antonio de Zamora (1660-1728) y José de Cañizares (1676-1750), en los que aún se detectaba la influencia de Calderón, Rojas y Moreto, representaron la transición de la escuela tradicional a la nueva escuela, que, con la protección de Carlos III y su ministro el conde de Aranda, afrontó con escaso éxito el teatro de este siglo. Desta-


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có la figura de Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), neoclásico a la francesa en su teatro (Hormesinda) y poeta nacional en su lírica; tragedias de ese mismo tipo escribieron Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), Adelardo López de Ayala, José Cadalso, etc. La única tragedia reseñable de esta época fue obra de Vicente García de la Huerta (1734-1787), cuya Raquel constituyó un compromiso entre el

teatro del Siglo de Oro y el neoclásico. La tarea de conciliar el antiguo y el nuevo teatro fue resuelta con singular maestría por el mayor comediógrafo de la época, Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), con una genial sátira literaria, La comedia nueva o El café (1792), y una sátira costumbrista, El sí de las niñas (1806), dos obras maestras de gracia y de sobria elegancia. Con un ingenio totalmente diferente, Ramón de la Cruz

La literatura española de los siglos XVIII y XIX Época y movimientos

Autores representativos

Siglo XVIII (neoclasicismo)

Leandro Fernández de Moratín José Cadalso Ramón de la Cruz Juan Meléndez Valdés Vicente García de la Huerta Gaspar Melchor de Jovellanos Alberto Lista Felix María Samaniego

Siglo XIX (romanticismo)

José de Espronceda José Zorrilla Enrique Gil y Carrasco Ángel de Saavedra, duque de Rivas Juan Eugenio Hartzenbusch Manuel Bretón de los Herreros Mariano José de Larra Modesto Lafuente Gustavo Adolfo Bécquer Ramón de Campoamor Gaspar Núñez de Arce Manuel Tamayo y Baus José Echegaray

Siglo XIX (realismo)

Fernán Caballero Pedro Antonio de Alarcón Juan Valera Emilia Pardo Bazán Benito Pérez Galdós Leopoldo Alas, Clarín Vicente Blasco Ibáñez

Obras El sí de las niñas Cartas marruecas Sainetes Oda a la gloria de las Artes Raquel Epístola al duque de Velagua La bondad natural del hombre Fábulas El diablo mundo Don Juan Tenorio El señor de Bembibre Don Álvaro, o la fuerza del sino Los amantes de Teruel A la vejez viruelas El doncel de don Enrique el doliente Historia General de España Rimas; Leyendas Pequeños poemas La selva oscura Virginia La muerte en los labios La gaviota El sombrero de tres picos Pepita Jiménez Los pazos de Ulloa Episodios nacionales; Fortunata y Jacinta La Regenta Los cuatro jinetes del Apocalipsis

(1731-1794) destacó por sus sainetes, breves cuadros burlescos en la línea de los pasos y los entremeses.

La poesía La poesía del siglo XVIII estuvo presidida por la frialdad y el academicismo. José Cadalso (1741-1782), autor de dos obras satíricas, Los eruditos a la violeta, contra la cultura improvisada de la época, y las Cartas marruecas; García de la Huerta, y, sobre todo, dentro del grupo de escritores de la Fonda de San Sebastián, Nicolás Fernández de Moratín, representan el cambio en las corrientes poéticas. Los poetas más significativos de este siglo se agruparon en la escuela de Salamanca alrededor de Juan Meléndez Valdés (1754-1817), su máximo representante y primer lírico del siglo, que pasó de la poesía bucólica y erótica (De mi vida en la aldea, Los besos de amor) a la poesía moral y filosófica (Oda a la gloria de las Artes). Junto con él, destacaron fray Diego Tadeo González (1733-1794) y José Iglesias de la Casa (1748-1791). En ellos influye enormemente el ya recordado Jovellanos, heroico defensor de la libertad contra Napoleón, literato, estadista, economista, que fue el introductor de la poesía moral y filosófica (Epístola al duque de Velagua, A Ernesto). A finales de este siglo, la poesía sufre importantes transformaciones de orden cuantitativo y cualitativo, que podrían haber desembocado en un romanticismo autóctono, pero que fueron frenadas por los acontecimientos políticos que vivió España en este tiempo. En este período, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, se encuentran los poetas de la escuela sevillana: Manuel de Arjona (17711820), de tendencia filosófica (Las ruinas de Roma, Al pensamiento del hombre); Félix José Reinoso (17721841), que trató de emular a Milton en el poema La inocencia perdida; Alberto Lista (1775-1848), la personalidad más eminente del grupo humanista, poeta, matemático, educador, imitador de la Dunciade de Alexander Pope en El imperio de la estupidez, ideólogo al estilo Rousseau en sus líricas El himno del desgraciado y La bondad natural del hombre, y José María Blanco y


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Crespo, más conocido como BlancoWhite (1755-1841), que llevó a la poesía las ideas de los enciclopedistas. Déjame, Arnesto, déjame que llore los fieros males de mi patria, deja que su ruïna y perdición lamente; y si no quieres que en el centro oscuro de esta prisión la pena me consuma, déjame al menos que levante el grito. Jovellanos, Sátira I, A Arnesto (fragmento)

La literatura española en el siglo XIX El siglo XIX en España está marcado por luchas políticas y grandes cambios sociales. Empieza con la guerra de Independencia y se cierra con el desastre de 1898. Las clases conservadoras defienden sus privilegios, mientras los liberales tratan de acabar con ellos. Entre la clase trabajadora se suceden los movimientos de signo socialista y anarquista. La literatura se ve influida por esta inseguridad e inmadurez y los principales movimientos literarios de este siglo –romanticismo y realismo– llegan a España con un notable retraso respecto al resto de Europa.

El romanticismo Este movimiento, surgido en Europa entre los siglos XVIII y XIX, caracterizado por una afirmación del sentimiento, la fantasía y la imaginación, modificó profundamente la literatura y las artes. A España llegó hacia 1833, aunque en algunos escritores de fines del siglo XVIII ya se habían empezado a percibir signos precursores de la gran revolución literaria. Uno de los factores principales del florecimiento del romanticismo español fue el entusiasmo de los románticos alemanes por el teatro de Calderón y el Romancero, entusiasmo que recogieron en España, fundamentalmente, dos eruditos: el alemán Johann Nikolaus Böhl von Faber (17701836), padre de Fernán Caballero, y Agustín Durán (1793-1862), editor del Romancero. Además, a principios de siglo habían empezado a traducirse los grandes románticos extranjeros

Fundada en 1713 por Felipe V, la Real Academia Española tuvo desde su nacimiento la misión de velar por la pureza del idioma y fijar las normas de uso de la lengua castellana.

(Scott, Byron, Chateaubriand, Manzoni), cuyas ideas fueron importadas por los numerosos emigrantes políticos (duque de Rivas, Martínez de la Rosa, Espronceda) a su regreso a la patria tras la amnistía de 1833.

La lírica Se entró en el verdadero clima romántico con José de Espronceda (1808-1842), un “irregular” de la vida y del arte, que, tras haber emulado a Byron y a los románticos franceses en sus líricas (Canción del pirata, El mendigo, El reo de muerte, El verdugo), afirmó su originalidad en una macabra fantasía, El estudiante de Salamanca, y en El diablo mundo (1841), tragicómica epopeya de la humanidad, con influencia rousseauniana, donde plasmó en versos sonoros y coloristas su desesperado escepticismo, su misantropía y su humorismo sarcástico. José Zorrilla (1817-1893), poeta fácil, de producción copiosa, todo fantasía, impetuosidad y sentimiento, se inspiró para sus líricas y para su teatro en las leyendas y tradiciones nacionales, sobre todo en los Cantos del Trovador (1840-1841) y en el poema Granada (1852), en el que reevocó, con brillantes visiones, la vida de la maravillosa ciudad desde el primer rey moro hasta la reconquista por parte de los Reyes Católicos. Enrique Gil y Carrasco

(1815-1846), autor de una célebre novela histórica, El señor de Bembibre (1844), romántico medido, fue esencialmente el poeta de la gracia y la ternura (La gota de rocío, A la violeta); Gabriel García Tassara (1817-1875) rivalizó en la poesía civil con Quintana (A Napoleón, A Mirabeau, A Quintana), encontrando una inspiración más original en los poemas religiosos y morales (Hymno al Mesías); la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), que vivió en España y fue autora de varias novelas, leyendas y dramas, fue una poetisa de gran sensibilidad (Poesías líricas), cantando al amor humano y divino y al entusiasmo poético. Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman por su bravura el Temido en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado; al otro Europa y allá a su frente, Estambul. José de Espronceda, Canción del pirata (fragmento)


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El teatro romántico Con Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1791-1865), el drama romántico conquistó triunfalmente el teatro. Representante del espíritu de la nueva escuela (El faro de Malta), reevocador de la historia-leyenda de los infantes de Lara y de su vengador Mudarra (El moro expósito), autor de romances históricos de carácter nacional, el duque de Rivas alcanzó un clamoroso éxito con Don Álvaro, o la fuerza del sino (1835), que sirvió de inspiración a Verdi para el libreto de La fuerza del destino. Antonio García Gutiérrez (1813-1884) obtuvo un éxito parecido con El trovador (1836), así como Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880) con Los amantes de Teruel (1837). El verdadero genio del teatro romántico fue José Zorrilla, mejor autor dramático, sin duda, que lírico. Renovador de la comedia de capa y espada (Ganar perdiendo, Cada cual en su razón, La mejor razón la espada), trató el drama histórico (El zapatero y el rey, El puñal del godo, Traidor, inconfeso y mártir) y dio la medida de su genio poético con su obra más característica, el drama fantástico religioso Don Juan Tenorio (1844). La comedia compartió con el drama el dominio de la escena durante esta época. La comedia costumbrista al estilo de Moratín tuvo seguidores importantes, como Manuel Eduardo de Gorostiza (1789-1851) y Ventura de la Vega (1807-1865). No obstante, el mayor autor cómico de este tiempo fue Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), ingenioso cronista escénico del pueblo y la burguesía contemporáneos (A la vejez viruelas, Marcela o ¿cuál de los tres?). Tomás Rodríguez Rubí (1817-1890) trató el drama histórico y el sainete, anticipándose con sus comedias costumbristas a la comedia burguesa moderna (La flor de la maravilla, El gran filón).

La poesía romántica española tuvo a su principal cultivador en José de Espronceda.

Sancho Saldaña (1834), de José de Espronceda; Doña Isabel de Solís (18341846), de Francisco Martínez de la Rosa, y la mejor de todas, la ya citada El señor de Bembibre, de Gil y Carrasco. En esta época tuvo también mucho éxito la novela social, cultivada sobre todo por Pérez Escrich (18291897) y Ayguals de Izco (1801-1873). España tuvo también su Dumas en Manuel Fernández y González (18211888) con El cocinero de su Majestad. Mariano José de Larra, Serafín Estébanez Calderón (1799-1867) y Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) componen el trío de los costumbristas, que describieron con maestría las costumbres pintorescas de la primera

La prosa. Romanceros y costumbristas Durante el romanticismo predomina la novela histórica, con clara influencia del novelista británico Walter Scott: El doncel de don Enrique el doliente (1834), de Mariano José de Larra;

Fue Gustavo Adolfo Bécquer un poeta de tono intimista y espiritual, genuino representante del romanticismo tardío español.

mitad del siglo XIX, llegando incluso a la denuncia social. En la prosa didáctica no se encuentran demasiados nombres; dentro de los históricos, José María Queipo de Llano, conde de Toreno (17861843), célebre orador y autor de Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, y Modesto Lafuente (18061866), que recogió un enorme material documental en la colosal Historia General de España (1850-1867), con notas de Juan Valera. Juan Donoso Cortés (1809-1853) pasó del liberalismo a posiciones cada vez más conservadoras en su Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo (1851). Puede decirse que la filosofía de este período está compendiada en Jaime Balmes (1810-1848), intermediario entre el cartesianismo y la escolástica, gran apologista de la fe y el pensamiento ortodoxo en sus diferentes obras (El criterio, El Protestantismo comparado con el Catolicismo, La filosofía fundamental).

La lírica posromántica y de transición El horizonte literario de la segunda mitad del siglo XIX está dominado por tres poetas: Bécquer, Campoamor y Núñez de Arce. Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) reflejó, tanto en sus Rimas como en sus Leyendas, una espiritualidad vaporosa y soñadora. Ramón de Campoamor (1817-1901) trató el poema filosófico, llegando a crear una forma de poesía personal en las Doloras, Pequeños poemas, Humoradas, poesía concisa, entre conmovida y escéptica. Gaspar Núñez de Arce (18341903), alejado de los gustos contemporáneos, tuvo su obra más característica en los poemas largos épico-líricos de estructura narrativa (Gritos del combate, Raimundo Lulio, La selva oscura, La visión de Fray Martín). Salvador Rueda (1857-1933) fue el precursor del modernismo al buscar nuevos ritmos en sus versos y novelas. Como guarda el avaro su tesoro, guardaba mi dolor; le quería probar que hay algo eterno a la que eterno me juró su amor. Mas hoy le llamo en vano, y oigo al [tiempo que le agotó, decir:


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¡Ah, barro miserable, [eternamente no podrás ni aun sufrir! Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas (fragmento)

El teatro realista y de transición Iniciado por tres autores de transición (Sanz, Fernández y González, Camprodón), el drama moderno asume su forma definitiva con Eguílaz y López de Ayala. Luis de Eguílaz (1830-1874) escribió una serie de dramas histórico-literarios, evocando las figuras de grandes escritores y artistas (Alarcón, Tirso, Rojas, Quevedo...), mientras en otra serie estudió las costumbres contemporáneas. Adelardo López de Ayala (1828-1874) empezó como un continuador del Eguílaz, pero con mayor fuerza, para pasar después al drama moralista, en el que dio lo mejor de sí mismo (El tejado de vidrio, El tanto por ciento, Consuelo). Este autor representa el paso del drama romántico al drama realista moderno, junto con Manuel Tamayo y Baus (1829-1898), que, desde la clásica Virginia y el drama histórico nacional (La rica hembra, Locura de amor), pasó también al drama costumbrista (Bola de nieve, Lo positivo, Un lance de honor, El drama nuevo). El enciclopédico José Echegaray (1832-1916), temperamento teatral por excelencia, resucitó el drama romántico (La esposa del vengador, En el puño de la espada, La muerte en los labios) y trató el drama de tesis (El libro talonario, O locura o santidad, El gran galeoto).

La novela realista Durante el siglo XIX se asiste a un poderoso renacimiento de la novela con un espíritu eminentemente realista, renacimiento del que fue iniciadora Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl von Faber, 1796-1879, hija del erudito), con La gaviota, a la que siguieron La familia de Alvareda, Clemencia, Elía, Cuadros de costumbres, etc. Esta escritora se caracterizó por un cierto

Monumento a Don Juan Tenorio, protagonista de la obra con el mismo nombre, del dramaturgo romántico José Zorrilla.

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cia que Pérez Galdós y un realismo más delicado, trató sobre las debilidades humanas en Marta y María, La hermana San Sulpicio y Los majos de Cádiz. Leopoldo Alas (1852-1901), crítico y narrador, más conocido con el seudónimo de Clarín, fue un moralista genialmente irónico (Cuentos morales, El gallo de Sócrates), aunque se le recuerda fundamentalmente por haber escrito una de las más importantes novelas del siglo XIX, La Regenta. Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) conquistó la fama con novelas como Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), Cañas y barro o Sangre y arena.

exceso de sentimentalismo y por un insistente moralismo, lo que no ha restado importancia histórica a su obra. Antonio de Trueba (1819-1889) fue el sucesor de Caballero y el precursor de Pereda en sus Cuentos color de rosa, Cuentos campesinos, etc. Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), tras crear una auténtica obra maestra, El somSiempre el mismo zumbido de los brero de tres picos (1874), cuacañones. Esas insolentes bocas de dro entre realista y románbronce no han cesado de hablar aún. tico de la vida andaluza a Han pasado diez días y Zaragoza no principios de siglo, dejó se ha rendido, porque todavía algunos dormir su inspiración crealocos se obstinan en guardar para dora entre preocupaciones de orden España aquel montón de polvo y religioso y social (El escándalo, El niño ceniza. Siguen reventando los de la bola, La pródiga). Algo escéptiedificios, y Francia, después de sentar co, erudito y mundano, Juan Valera un pie, gasta ejércitos y quintales de (1824-1905) fue un penetrante analispólvora para conquistar terrenos en ta de complejos casos de conciencia, que poner el otro. España no se retira desde Pepita Jiménez (1874) a Doña Luz mientras tenga una baldosa en que y El comendador Mendoza. Este escritor apoyar la inmensa máquina de su contrasta marcadamente con el católibravura. co José María de Pereda (1833-1906), rudo, austero, gran animador de tipos Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, y paisajes santanderinos (Sotileza, Pe“Zaragoza” ñas arriba, Escenas montañesas). El jesuita Luis Coloma (1851-1914) se mantiene entre el púlpito y la literatura con Pequeñeces (1890), sátira de la aristocracia madrileña, y con sus Novelas recreativas. Emilia Pardo Bazán (18511921), novelista, crítica, erudita, emuló a Pereda en potencia representativa con Los pazos de Ulloa. En el ámbito del naturalismo destaca el republicano y laico Benito Pérez Galdós (1843-1920), uno de los padres de la novela moderna, que colocó este género a la altura de la mejor narrativa europea con las cinco series de Los episodios nacionales. Pasó después a la novela costumbrista contemporánea (Gloria, La familia de León Roch, Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, Misericordia, Ángel Guerra). Armando Palacio Valdés Emilia Pardo Bazán, novelista de estilo realista, en (1853-1938), con menor potenun retrato del Ateneo de Madrid.


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La erudición La crítica literaria erudita del siglo XIX está representada por dos grandes nombres, Manuel Milá y Fontanals (1818-1884), que aplicó el método científico a la investigación literaria (La poesía heroico-popular castellana, 1814), y Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), que añadió al rigor científico del maestro una más amplia concepción nacional y un penetrante sentido estético (La ciencia española, Historia de los heterodoxos españoles, Horacio en España, Historia de las ideas estéticas en España, Orígenes de la novela).

La literatura española en el siglo XX A finales del siglo XIX empezó a reflejarse en la literatura la crisis políticosocial que vivía la sociedad europea.

Surgen movimientos con ideas profundamente inconformistas, de marcado signo antiburgués, que en la literatura dan lugar a un proceso de intelectualización en cuanto a los temas y en cuanto a la reivindicación de los aspectos formales. Los prosistas del último decenio del siglo XIX, con su negativa crítica de la sociedad, abrieron el camino a escritores que pronto se afianzaron como figuras de una literatura totalmente renovada, tanto en la temática como en los aspectos formales. Los eruditos encontraron un digno discípulo en Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), fundador, en 1914, de la Revista de Filología Española y autor de La leyenda de los Infantes de Lara, L’épopée castillane, El romancero español, Poesía juglaresca y juglares, La España del Cid, Orígenes del español y Los españoles en la historia. Ángel Ganivet (18651898), novelista y ensayista, profundo

investigador en su Idearium español de las causas de la decadencia española, fue el predecesor directo del nuevo movimiento literario, el modernismo, que surgió en oposición directa al romanticismo.

La poesía Rubén Darío (1867-1916), poeta nicaragüense ávido de sensaciones raras y exquisitas, que incorporó a su obra elementos simbolistas y decadentes, marcó el comienzo de la renovación en la poesía. En España, los principales modernistas fueron Ramón María del Valle-Inclán (Aromas de leyenda, La pipa de Kif); Antonio Machado (18751939), poeta de vibrante sensibilidad y refinada elegancia (Soledades; Soledades, galerías y otros poemas; Campos de Castilla, etc.), que escribió también notables obras de teatro junto a su hermano Manuel (1874-1947), autor, a su

La generación de 1898 y el modernismo Tras la desastrosa guerra contra Estados Unidos en 1898, una serie de escritores, la llamada “generación del 98”, sometió a una crítica negativa a todas las instituciones y los valores tradicionales. A este grupo pertenece Miguel de Unamuno (1864-1936), cuya noble figura e ingenio como filósofo y poeta dominaron la primera mitad del siglo; ensayista de excepción, escribió novelas y relatos que reflejan importantes variaciones ideológicas de orden espiritual, predecesoras de la solución existencialista, siendo su obra maestra Del sentimiento trágico de la vida (1912), meditación sobre el conflicto entre la razón y el irreprimible instinto vital que aspira a la inmortalidad personal, conflicto también representado, bajo otra forma, en el admirable comentario a la Vida de don Quijote y Sancho (1905) y en La agonía del cristianismo (1925). José Martínez Ruiz, conocido como Azorín (1873-1967), fue otro ensayista de marcado subjetivismo, delicado narrador (La voluntad, Antonio Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo, Tomás Rueda, Don Juan, Doña Inés, etc.) y admirador de Cervantes (La ruta de Don Quijote, Con permiso de los cervantistas, Con Cervantes). Ramiro de Maeztu (1874-1936), periodista y ensayista, fue un apasionado defensor de los valores hispánicos (Defensa de la hispanidad; Don Quijote, Don Juan y la Celestina, etc.). Antonio Machado (1875-1939) fue el poeta que, una vez iniciado en el modernismo, puede ser considerado como una de las máximas figuras del siglo XX por la transfiguración lírica, de recogida sencillez de pensamiento y sentimientos auténticos (Soledades, 1903; Campos de Castilla, 1912; Poesías completas, 1928). Pío Baroja (1872-1956) fue un fecundísimo novelista con característicos personajes rebeldes y aventureros, de carácter picaresco. Entre su amplísi-

ma producción destacan novelas como Camino de perfección (1902) y El mayorazgo de Labraz (1903) o la trilogía La lucha por la vida (1904-1905). La prosa modernista tuvo su principal representante en Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), orfebre del lenguaje en las bellísimas Sonatas (1902-1905), de tema erótico-estético, en las que concilió el neopaganismo y la egolatría con el renovado misticismo católico. Su producción, que con el paso del tiempo se tornaría amarga y cada vez más crítica ante la situación de España, culminó en la trilogía El ruedo ibérico (1922-1932). Aunque no pertenecieron estrictamente a la generación del 98, escribieron en esta época dos autores imprescindibles para la comprensión de ese grupo: Joaquín Costa (1846-1911), estudioso de derecho y sociología, gran defensor de la europeización de España, y Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza, que determinó una profunda evolución de la vida intelectual con los numerosos Estudios de carácter jurídico, literario y filosófico. Sobre la generación de 1898 han obrado diversas influencias. Ha influido Nietzsche; han influido los pensadores anarquistas; ha influido el paisaje de Castilla y las viejas ciudades; ha influido la pintura. Sobre Valle-Inclán han ejercido una honda influencia las tablas de los pintores primitivos; nada más afín espiritualmente a ese arte que la concepción literaria del gran prosista. Sobre Maeztu ha pesado Nietzsche. Sobre Baroja han gravitado el panorama castellano y la visión de las ciudades muertas. Azorín, La generación de 1898 (fragmento)


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vez, de poemas preciosistas, como los recogidos en Caprichos (1905) y Cante hondo (1912), y Juan Ramón Jiménez (1881-1958), maestro y “llave” de la poesía pura, premio Nobel de literatura en 1956 por su obra poética, lírico exquisito tanto en sus poesías (Almas de violeta, Ninfeas, Rimas, Elegías, Diario de un poeta recién casado, Eternidades, Piedra y cielo, etc.) como en la prosa de su obra maestra, Platero y yo (1914), y en las últimas composiciones (Unidad, Canción, Animal de fondo, etcétera), en las que sus cualidades de elección, selección musical, colorido y forma se unieron a una pureza platónica y una afirmación de la poesía como culto de la belleza. El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea en las puntas de las lanzas. El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos, –polvo, sudor y hierro– el Cid [cabalga. Manuel Machado, Castilla

Entre los posmodernistas, precursores de la generación del 27, destacaron León Felipe (1884-1968), más próximo a la poesía de vanguardia, que expresó la nostalgia del exiliado (Español del éxodo y del llanto); José Moreno Villa (1887-1954), sensible a la poesía pura y a las sucesivas estéticas, y Ramón de Basterra (1887-1928). Hacia 1920 empezó a formarse un grupo de poetas, al que se adhieren también algunos ensayistas y prosistas, a los que se suele definir como “generación de 1927”. Se habían dado otras denominaciones, como “generación de la dictadura” (por la dictadura de Primo de Rivera, 1923-1929, “del 25” o “de la República”, pero prevaleció la sugerida por Dámaso Alonso (“generación del 27”) en honor al que todo el grupo reconocía como maestro, Luis de Góngora. De hecho, fue en 1927, durante la celebración del tercer centenario de la muerte del poeta, cuando se reunieron en la misa fúnebre la serie de escritores que formarían este grupo literario. Todos ellos, ligados a la vanguardia europea, siguieron las

Figuras como José Ortega y Gasset, Ramón María del Valle-Inclán, Pío Baroja o Azorín (representados entre otros en el dibujo) dejaron una honda huella en la cultura española del siglo XX.

mismas etapas, del simbolismo al surrealismo y el hermetismo, con momentos futuristas (ultraísmo y creacionismo). Pedro Salinas (1891-1951), cuya unidad poética fue el tema amoroso que culminó en La voz a ti debida (1934), mientras en el teatro y la prosa (La bomba increíble) desarrolló una fabulación poética marcada por una leve ironía; Gerardo Diego (18961987), que, inicialmente creacionista, como J. de Larrea, confirmó con Poesía española y Antología poética (1932 y 1934) la unidad de la generación, persiguiendo en la poesía un ideal de belleza y pureza, con perfecta forma en continua renovación; Jorge Guillén (1893-1984), que representa el momento más clásico en la forma y la esencialidad en la transfiguración lírica y metafórica de los temas (Cántico); Federico García Lorca (18981936), poeta y dramaturgo excepcional, cuya fama se encuentra ligada a una producción lírica profundamente arraigada en la realidad y tradiciones españolas (Romancero gitano, Poema del cante hondo), que más tarde rebasaría con la influencia del surrealismo (Poeta en Nueva York); Vicente Aleixandre (1898-1984), surrealista con profundo sentido de la naturaleza en su potencia y grandiosidad, noble y doliente, poeta de la belleza

en Sombra del Paraíso (1944); Rafael Alberti (1902), poeta andaluz de gran frescura y agilidad; Luis Cernuda (1902-1963), sensible también en su crítica (Poesía española contemporánea), y Dámaso Alonso (1898-1990), insigne crítico en los Hijos de la ira, que refleja acentos existencialistas. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura, ella sueña en su baranda verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde, bajo la luna gitana. Las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Federico García Lorca, Romance sonámbulo

Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas al cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño, flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme


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y ascender como tú, vuelto en [cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. Gerardo Diego, El ciprés de Silos

Con la guerra civil española aparecen los primeros ejemplos de una poesía ligada a la realidad del tiempo histórico, precursora de las tendencias realistas europeas, que se corresponden con la segunda guerra mundial y los años que siguieron. Miguel de Unamuno, con su aguda y crítica conciencia de las circunstancias, y Antonio Machado, auténtico maestro de las nuevas generaciones, que quería que la poesía estuviera inmersa en las “mismas aguas de la vida”, marcaron las directrices de la nueva poética. Esta nueva poesía fue escrita, entre otros, por Miguel Hernández (19101942), autor de versos vibrantes y apasionados antes de morir en las cárceles franquistas. En cuanto a la forma, las variaciones son múltiples, desde la clásica hasta el verso libre, sin romper con la lección surrealista, desde el culto a la palabra, hasta la inmediatez del lenguaje más cotidiano. Los temas son igualmente amplios: mística política, valores universales, afectos familiares y tonos religiosos y, sobre todo, compromiso social. Los autores de este período fueron llamados “garcilasistas” porque estaban agrupados en torno a la revista Garcilaso y por su formación clásica, superada por un tono coloquial con tendencia a la narración del poema. Destacaron José García Nieto (1914), de marcada tendencia clásica; Luis Rosales Camacho (1910-1992), totalmente fascinado por las formas clásicas, revivió su propia vida con profundidad de afectos en La casa encendida (1949); Leopoldo Panero (1909-1962), poeta católico y patriótico (Canto personal); Luis Felipe Vivanco (1907-1975), intimista y descriptivo, también es profundamente católico (Cantos de primavera, Tiempo de dolor, Continuación de la vida, El descampado, etc.); Dionisio Ridruejo (19121975), virtuoso del verso, ahora clásico, ahora barroco, pero siempre inspirado en una ideología religiosa y política (Poesía en armas); José María Valverde (1926), más joven, pero total-

mente vinculado con los anteriores, poeta en el que la religiosidad (Hombre de Dios; Salmos, elegías y oraciones), el amor y el tiempo constituyen una poesía reflexiva, simple e inmediata (La espera, Versos del domingo, etc.). ¡Yo voy soñando caminos de la tarde! ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas... ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero, a lo largo del sendero... –¡La tarde cayendo está!– “En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón.” Antonio Machado, Yo voy soñando caminos...

En contraste con la estética y la poética de este grupo, aparecen una serie de autores con una característica común, una ideología política democrática: Victoriano Crémer (1910), con tendencias existencialistas y dramáticas (tremendismo) en un primer período, se caracterizó más adelante por una neta revalorización del tema con relación a la forma; Gabriel Celaya (1911-1991), claramente comprometido, tanto en verso como en prosa, mantiene una poética de las ideas, expresándose con sencillez; Eugenio de Nora (1923), polémico y dramático en su proclamación de una poesía para el hombre, mientras José Hierro (1922) insiste en la dimensión social e histórica del hombre; Blas de Otero (19161979), el poeta español contemporáneo más vigoroso, se enfrentó al problema integral del hombre bajo el aspecto individual y religioso, social y europeo (Hacia la inmensa mayoría, Ángel fieramente humano, etc.), mientras que Rafael Morales (1919) es el poeta de las cosas humildes y José Agustín Goytisolo (1928) está comprometido socialmente al igual que sus hermanos novelistas.

La narrativa Tras la magistral narrativa de 1898 y después de algunos novelistas menores –Pármeno (López Pinillo, 18751922), Concha Espina (1877-1955),

creadora de retratos femeninos (La esfinge maragata, El metal de los muertos, etc.), y Ricardo León (1877-1943), que prefirió los ambientes picarescos y los acontecimientos políticos de la revolución (Los centauros, Rojo y gualda, Cristo en los infiernos, etc.)–, la narrativa adquirió dimensiones estéticas, tono intelectual y culto con los novelistas Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna y el humorista Wenceslao Fernández Flórez. Gabriel Miró (1879-1930) llevó a la perfección artística el lirismo y el impresionismo del modernismo (El humo dormido, Las cerezas del cementerio, Figuras de la pasión del Señor, Libro de Sigüenza); Ramón Pérez de Ayala (1888-1962), también ensayista, subrayó su fundamental realismo y pesimismo con exasperado “cerebralismo” e ironía (A.M.D.G.; Troteras y danzaderas; Luna de miel, luna de hiel; Los trabajos de Urbano y Simona, etc.) e hizo de sus personajes símbolos de dudas, de conflicto entre la fe y la razón (Belarmino y Apolonio, 1921) o del honor (Tigre Juan y El curandero de su honra, 1926); Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), el mayor representante del futurismo español, fue un fecundo narrador que, según la fórmula inventada por él: humorismo + metáfora = “greguería”, logró, con una prosa lenta y elaborada, una renovada presentación prácticamente inédita de casi todos los temas (Senos, El doctor inverosímil, Seis falsas novelas, El hombre perdido, Automoribundia, etc.), destacando también como crítico de arte y biógrafo (Goya, El Greco, etc.); Wenceslao Fernández Flórez (18791964) evolucionó desde el realismo a la crítica social y política (Los que no fuimos a la guerra, Una isla en el mar Rojo), mezclando su humorismo con una cierta melancolía. En las escuelas de vanguardia destacan nombres como el de Benjamín Jarnés (1888-1950), delicado humorista (El profesor inútil, Locura y muerte de nadie) y Mauricio Bacarisse (18951931), predecesor del movimiento poético “ultraísta”, que transforma cualquier acontecimiento en una descarada fantasmagoría. Los años de la guerra civil y del exilio aportaron algunos nombres de notables prosistas, como Arturo Barea (1897-1957), que


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La literatura española

La literatura española durante el siglo XX Movimientos y épocas

Autores representativos

Obras

Miguel de Unamuno Antonio Machado Pío Baroja Ramón del Valle-Inclán Manuel Machado Juan Ramón Jiménez Gabriel Miró Ramón Pérez de Ayala León Felipe

Del sentimiento trágico de la vida Soledades; Campos de Castilla La lucha por la vida El ruedo ibérico Caprichos Platero y yo; Animal de fondo Libro de Sigüenza A.M.D.G.; Tigre Juan Español del éxodo y del llanto

La generación de 1927

Pedro Salinas Gerardo Diego Jorge Guillén Federico García Lorca Vicente Aleixandre Rafael Alberti Luis Cernuda Dámaso Alonso Miguel Hernández

La voz a ti debida Poesía española Cántico Romancero gitano; Poeta en Nueva York Sombra del Paraíso Canto de siempre Poesía española contemporánea Hijos de la ira Cancionero y romancero de ausencias

A partir de la guerra civil

Luis Rosales Leopoldo Panero Gabriel Celaya José Hierro Blas de Otero José Agustín Goytisolo Ramón Gómez de la Serna Ramón J. Sender Camilo José Cela Carmen Laforet Jacinto Benavente José Ortega y Gasset Eugenio D’Ors Antonio Buero Vallejo

La casa encendida Canto personal La soledad cerrada Quinta del 42 Ángel fieramente humano Salmos al viento Seis falsas novelas Crónica del alba La familia de Pascual Duarte; La colmena; San Camilo 1936 Nada Los intereses creados La deshumanización del arte El Barroco El concierto de San Ovidio

Pere Gimferrer Jaime Gil de Biedma Rosa Chacel Francisco Ayala Gonzalo Torrente Ballester Miguel Delibes José Luis Sampedro Ana María Matute Juan Benet Carlos Barral Carmen Martín Gaite Juan Marsé Manuel Vázquez Montalbán Terenci Moix Eduardo Mendoza Juan Goytisolo José María Guelbenzu Antonio Muñoz Molina Fernando Savater

Apariciones Volver Barrio de Maravillas Recuerdos y olvidos Fragmentos de Apocalipsis Los santos inocentes Octubre, octubre Un solo pie descalzo Herrumbrosas lanzas Penúltimos castigos El cuarto de atrás El amante bilingüe La soledad del manager El sueño de Alejandría La ciudad de los prodigios Paisajes después de la batalla El río de la luna El invierno en Lisboa Ética como amor propio

La generación de 1898 y el modernismo

A partir de 1975

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se inspiró en el conflicso y el de Buero Vallejo, que utilizó con maestría el verso para to bélico para su libro rico de problemática sus obras fue Gregorio Martínez más famoso (La forja de contemporánea. Jacin- Sierra (1881-1947), modernista que evitó un rebelde, 1951); Rato Benavente (1866- muy pocas veces el sentimentalismo món J. Sender (19021954), premio Nobel en (Canción de cuna, Sólo para mujeres). 1982), que se afirmó 1922, fue un autor muy Los hermanos Serafín (1871-1938) y como uno de los mejoprolífico (El nido ajeno, Joaquín (1873-1944) Álvarez Quinteres novelistas del últiLa gata de angora, La no- ro llevaron el teatro costumbrista a la mo trentenio con una che del sábado, Rosas de perfección: una Andalucía de luz y serie de novelas entre otoño o Señora ama) y el color, retrato fiel de tipos y ambientes las que destaca la autobenjamín de la burgue- que permanecen fuera de cualquier biográfica Crónica del sía y la aristocracia, a la época presente, vistos con emoción a alba. Entre los escritoque satirizó con elegan- través de un diálogo elaborado, rico Ramón María del Valleres que se quedaron en cia; reflejó los conflictos en expresiones dialectales (El genio Inclán, creador de un España destacó, en un del ambiente rural en la alegre, Malvaloca, Puebla de las mujeres, personal concepto principio, Juan AntoMalquerida (1913) y ob- etc.). Conviene recordar también el dramático, el esperpento. nio de Zunzunegui tuvo un éxito universal teatro de tipo humorístico, en el que (1901-1982), fecundo narrador con con Los intereses creados (1909), basada destacó Enrique Jardiel Poncela predilección por el drama de la vida en la comedia dell’ arte. A él se opuso, (1901-1952). cotidiana (La vida como es, El supremo con dramas inspirados en aspectos raSin embargo, la figura de mayor bien, Esa oscura desbandada, La quiebra). dicales del destino humano, Jacinto relieve, sin duda alguna, fue FederiCon un toque de mayor originalidad Grau (1877-1958; El señor de Pigmalión, co García Lorca (1898-1936). Fundallegó Camilo José Cela (1916), premio El burlador que no se burla, etc.), hacien- dor del teatro universitario La BarraNobel de literatura en 1989, haciendo do teatro de élite, como Miguel de ca (1931), supo conjugar con maesgala de un realismo que alcanza casi Unamuno (Soledad, Fedra, El hermano tría el teatro popular y el clásico, las lo grotesco con La familia de Pascual Juan, El otro, etc.), con una marcada in- virtudes y los vicios ancestrales, el Duarte (1942), extrayendo personajes fluencia del italiano Luigi Pirandello. teatro poético y el modernista, no y ambientes ciudadanos dominados Ramón del Valle-Inclán (1866-1936), sólo por el valor lírico de los dramas por instintos básicos en La colmena innovador según la antigua y genui- en verso o de las canciones y poe(1955), tratando de crear un lenguaje na tradición del teatro hecho de más- sías incorporadas a los textos en procomún hispanoamericano con La ca- caras y espectáculo, quiso representar sa, sino por el mismo fondo dramátira (1955), encargo del gobierno ve- con el esperpento la realidad defor- tico, presentado con una especial dinezolano. mada por un agudo sentido de la tra- mensión estética. Obras como La José María Gironella (1917), Carmen gedia y lo grotesco, alcanzando fuer- zapatera prodigiosa y Don Perlimplín Laforet (1921), Ana María Matute tes efectos dramáticos tanto en las son ejemplos únicos en la literatura (1926) y Luis Romero (1916) son algu- obras en verso como en prosa. Con Los del siglo XX; otras obras famosas fuenos de los novelistas más significati- cuernos de don Friolera (1921), el esper- ron: Mariana Pineda (1927), Doña Rovos surgidos en la posguerra, antes de pento alcanza su perfección, antici- sita la soltera (1935), Yerma (1934), Boque la llegada de la “nueva ola”, pándose en treinta años a las conquis- das de sangre (1933) y La casa de Bercapitaneada por los hermanos Juan y tas del teatro europeo. Voces de gesta narda Alba (1936). Después de la guerra civil españoLuis Goytisolo (nacidos, respectiva- (1912) es su mejor tragedia. Entre las mente, en 1931 y 1935), diera, con un comedias destaca La marquesa Rosalin- la, Antonio Buero Vallejo (1916), insanálisis más profundo sobre la situa- da (1913), muy parecida, en su gracia pirándose en la vida gris de la ciudad (Historia de una escaleción de las jóvenes generaciones, un modernista, a las comera), se erigió como uno nuevo impulso al desarrollo de la dias en verso de Antode los autores dramátinarrativa española. nio y Manuel Machado cos mejor dotados. Con (La duquesa de Benamejí, un compromiso social La Lola se va a los puerEl teatro más acusado escribió tos, etc.). El teatro realista, burgués y costumAlfonso Sastre (1926), El teatro de Eduardo brista se identificó durante muchísi- Marquina (1879-1946), haciendo del teatro un mos años con el nombre de Jacinto Be- también en verso, se auténtico documento navente, eclipsándose con él para dar inspiró en las tradiciode la época. Alfonso paso a nuevas estéticas, a las que nes nacionales y se exPaso (1926-1978), autor corresponden los nombres de Valle- presó con resonancias muy prolífico, pasó de Inclán con los Esperpentos, Casona con épicas (Las hijas del Cid, un tono inicial distenel teatro de evasión, García Lorca María la Brava, En Flandido a otro más serio y Dámaso Alonso, poeta y con el dramático y popular, Marqui- des se ha puesto el sol, a las intrigas policiafilólogo español del siglo XX. na y los Machado con el teatro en ver- etc.). Otro autor teatral les. Alejandro Casona


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(1903-1965), que conquistó su fama en el extranjero, fue el mejor representante del teatro de evasión, uniendo a la fantasía sentimental y humorística la búsqueda de una profunda realidad humana (Los árboles mueren de pie, La dama del alba).

El ensayo Este género, cultivado por José Ortega y Gasset (1883-1955), filósofo que con su estética de La deshumanización del arte ha influido sobre los mejores poetas contemporáneos, fue el elegante medio de expresión de Eugenio D’Ors (1882-1954), el famoso autor de El Barroco (1943); trató problemas filosóficos, cuyo último y excelente resultado fue El secreto de la filosofía (1947), estudios históricos (La civilización en la historia), artes figurativas (Poussin y el Greco, Tres horas en el Museo del Prado), reuniendo en el Glosario (19061920) y en el Novísimo Glosario (19201925) todas las impresiones nacidas de su espíritu curioso y atento. Gregorio Marañón (1887-1960) colocó toda la ciencia médica al servicio de la historia y la literatura. Escribió distintos ensayos históricos, entre los cuales destaca El Conde-Duque de Olivares. Más específicamente históricos fueron Melchor Fernández Almagro (18931966), dedicado sobre todo a la época contemporánea (En torno al 1898, Historia del reinado de Alfonso XIII, Historia de la república española, Orígenes del régimen constitucional en España, etc.) y Ernesto Giménez Caballero (18991988), en el que se observa un tono periodístico, incluso en sus libros de ensayo. En el campo estético-literario hay que mencionar a Antonio Machado, cuyo Juan de Mairena (1936) no sólo es un texto de fundamental importancia para la comprensión del hombre y del poeta, sino una de las obras en prosa más significativas del siglo XX español.

José Ortega y Gasset empleó el ensayo como vehículo principal para plasmar su obra filosófica.

investigador de la cultura, editor de Tirso, Rojas y Quevedo, que con El pensamiento de Cervantes (1925) demostró la vitalidad renacentista de la obra cervantina, mostrándose como un gran intérprete, aunque discutido, del espíritu español en La realidad histórica de España (1954); Tomás Navarro Tomás (1884-1979), considerado

La filología y la crítica literaria El magisterio de Menéndez Pidal y el Centro de Estudios Históricos generó en este siglo un gran número de valiosos lingüistas, filólogos y medievalistas, cuyos maestros, aparte de Pidal, son Américo Castro (1885-1972),

El ensayo tuvo a uno de sus principales cultivadores en la figura de Eugenio D’Ors.

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como el fundador de la fonética hispánica moderna (Manual de la pronunciación española, Estudios de fonología española, etc.); a los cuales se unen, por la importancia de algunos estudios específicos, Guillermo de Torre (1900-1971), ensayista, crítico teorizador del ultraísmo; César Barja (18921952), y Julio Casares (1877-1964). También se debe citar a Dámaso Alonso, cuyos estudios son fundamentales para la comprensión del barroco y el Siglo de Oro; a Joaquín de Entrambasaguas (1904), atento estudioso de Lope de Vega, y a Rafael Lapesa (1908), autor de la Historia de la Lengua española (1942) e investigador de la influencia del poeta italiano renacentista Francesco Petrarca en España con La trayectoria poética de Garcilaso (1949). La escuela catalana, además de contar con Antonio Badía (1920), autor de la Gramática histórica catalana, tiene su máximo exponente en Guillermo Díaz-Plaja (1909-1984), director de la Historia de las literaturas hispánicas (1949-1967) y, entre otras cosas, estudioso del romanticismo y las poéticas que siguieron. Junto a él, hay que recordar a José María Castellet (1926), que rompió en muchos ensayos el tradicional esquema literario impuesto por los acontecimientos políticos tras la caída de la república. Mención especial merecen los escritores que, durante el exilio, difundieron la cultura española en el exterior. Federico de Onís, preocupado por el problema de España y su antinomia con Europa, que difundió la cultura española en las dos Américas a través de la Revista de Estudios Hispánicos y la Revista Hispánica Moderna, difusión a la que contribuyó con sus estudios la argentina María Rosa Lida de Malkiel (1910-1962); Ángel del Río (19001962), estudioso de Lorca, escribió la Historia de la literatura española (1948) y una antología de ensayistas en colaboración con Bernadete (El concepto contemporáneo de España, 1946); Amado Alonso (1896-1952), hermano de Dámaso, que en Materia y forma en poesía (1955) clarificó aspectos de estilo y poesía contemporáneos, y Joaquín Casalduero (1903), al que se unen los poetas Salinas, Guillén y Cernuda.


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La literatura española a partir de 1975 La restauración democrática en España dio origen a una normalización cultural que tuvo una influencia muy positiva sobre el desarrollo de la literatura. Con el regreso de los exiliados, se tuvo un conocimiento más concreto y directo de sus obras, que, por fin, aparecieron también en ediciones españolas. Ello favoreció la difusión de autores ya desaparecidos, que permanecían activos en el extranjero o que habían vuelto a su país de origen después de muchos años.

La poesía Los acontecimientos más significativos de esta época fueron la concesión del premio Nobel de literatura de 1977 a Vicente Aleixandre y la conmemoración (1989-1990) del cincuentenario de la muerte de Antonio Machado con la publicación en Madrid de la edición crítica –a cargo de O. Macrí y G. Chiappini– de toda su producción y con un congreso de especialistas que se reunió en la ciudad italiana de Turín. Durante este período desaparecieron otros tres miembros de la generación del 27: J. Guillén, que, después de regresar a España, dio a la imprenta nue-

vas compilaciones de poemas (la selección antológica, comentada por él mismo, titulada El poeta ante su obra y Final, auténtico testamento poético); Gerardo Diego, premio Cervantes 1979, que en 1980 reunió su obra en dos antologías (Poemas Mayores y Poemas Menores) y del que aparecieron, ya póstumos (1989), los primeros dos volúmenes de sus Obras completas, y Dámaso Alonso, premio Cervantes 1978, del cual aparecieron recopilaciones fundamentales (Gozos de la vista, Duda y amor sobre el Ser Supremo). El último sobreviviente del grupo, Rafael Alberti –cuyos tres primeros volúmenes de las Obras completas se publicaron en 1988–, prosiguió una incesante actividad creativa (Fustigado de luz, Canto de siempre, etc.), obteniendo además el premio Cervantes en 1983 y el premio Príncipe de Asturias. La producción de Juan Gil-Albert, anteriormente prohibido, fue también muy admirada en este período. Su Obra poética completa vio la luz en 1981, de forma casi contemporánea a las Variaciones de un tema inextinguible. Por lo que respecta a los ex exiliados, se debe recordar a José Bergamín (1895-1983) por Poesías casi completas y Esperando la mano de nieve, a Vicente Gaos (1919-1980) por su obra póstuma Última Thule y a Manuel Andújar

(1913-1994), más conocido como novelista, por Sentires y querencias. Uno de los máximos exponentes de la corriente social, Gabriel Celaya, tras Poesía, hoy publicó Penúltimos poemas y una variada antología (Gaviota); de Victoriano Crémer se publicaron en León dos volúmenes con gran parte de las poesías escritas en los años 1940-1984; Ramón de Garciasol (1913) publicó después de 1976: Libro de Tobía, Decido vivir, Memoria amarga de la paz de España y Diario de un trabajador; Blas de Otero compuso Expresión y reunión; José Hierro, premio Príncipe de Asturias 1981, rompió con Agenda su prolongado silencio. Mención especial merecen cinco miembros de la Real Academia: Carmen Conde (19071996), la primera mujer que fue admitida en esta institución (Cita con la vida y El tiempo es un río lentísimo de fuego); Luis Rosales (1910-1992), premio Cervantes 1982 (Diario de una resurrección, La almadraba, Un rostro en cada ola, Oigo el silencio universal del miedo); José García Nieto (1914), seguidor durante un tiempo del “garcilasismo” (Súplica por la paz del mundo y otros “collages”, Piedra y cielo de Roma, Carta a la madre); Carlos Bousoño (1923), que con Metáfora del desafuero puso fin a quince años de ausencia de la creación poética y Pere Gimferrer (1945), autor de Apariciones y otros poemas y Arde el mar. Luché. Sólo buscaba la dicha para [todos, la alegría del mundo que puede [construirse, el amor que progresa de dos en dos a [coro. Pero fui para muchos escándalo y [locura, piedra en que tropezaban, fulgor [inaceptable, evidencia insultante que el sistema [exabrupta. Viví sin más los hechos. Pensé una [poesía que sería de puro simple, provocativa, y un amor sin perdones, ¡oh virgen [rebeldía!

Último superviviente de la denominada generación del 27, Rafael Alberti creó una poesía de intenso lirismo que hunde sus raíces en la tradición popular española.

Gabriel Celaya, Momentos Felices (fragmento)

En los últimos años del siglo, la llamada “generación del 50” publica una copiosa y brillante producción poéti-


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El premio Cervantes En 1976, el ministerio de Cultura español comenzó a patrocinar con carácter anual el premio Miguel de Cervantes. Este premio, considerado en España como la máxima distinción en su género, se concede tras las propuestas de las academias de la lengua de los países de habla hispana y está destinado a galardonar la obra literaria, en su conjunto, de un autor de lengua española. Los autores a los que se ha concedido son: 1976 1977 1978 1979 1980 1981

Jorge Guillén (España) Alejo Carpentier (Cuba) Dámaso Alonso (España) Jorge Luis Borges (Argentina) y Gerardo Diego (España) Juan Carlos Onetti (Uruguay) Octavio Paz (Mexico)

1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000

Ernesto Sábato recibió el premio Cervantes de literatura en 1984.

ca: José Manuel Caballero Bonald (1926), tal vez más conocido como novelista, con la antología Selección natural, Descrédito del héroe y Laberinto de fortuna; Juan Antonio Goytisolo (Taller de arquitectura, Sobre las circunstancias, Final de un adiós, etc.); José Angel Valente (1929), magnífico poeta gallego afincado en Ginebra, entre cuyas obras destacan Interior con figuras, Material memoria y Tres lecciones de tinie-

Luis Rosales (España) Rafael Alberti (España) Ernesto Sábato (Argentina) Gonzalo Torrente Ballester (España) Antonio Buero Vallejo (España) Carlos Fuentes (Mexico) María Zambrano (España) Augusto Roa Bastos (Paraguay) Adolfo Bioy Casares (Argentina) Francisco Ayala (España) Dulce María Loynaz (Cuba) Miguel Delibes (España) Mario Vargas Llosa (Perú) Camilo José Cela (España) José García Nieto (España) Guillermo Cabrera Infante (Cuba) José Hierro (España) Jorge Edwards (Chile) Francisco Umbral (España)

ñez, J. Aumente y P. García Baena. Sin embargo, el impulso que facilitó el conocimiento de la joven poesía se debió fundamentalmente a la proliferación, en distintas zonas del país, de colecciones editoriales, como Hipeblas; Jaime Gil de Biedma rión, Visor, Pretextos, etc., y revistas (1929-1990), perteneciente al especializadas, como Hora de poesía, “grupo catalán” (Las personas Fin de siglo, Un ángel más, Renacimiendel verbo, Volver); Antonio Ga- to, etc. moneda (1931), cuya obra En el ámbito de la llamada “generacompleta fue publicada bajo ción del 60” destaca la publicación de el nombre Edad; Francisco E. Badosa Epigramas confidenciales y la Brines (1932), Ensayo de una Obra poética completa de A. García Lódespedida, y, por último, Clau- pez. En la del 70 se mostraron muy dio Rodríguez (1934), miem- prolíficos Jenaro Talens (La proximidad bro de la Real Academia, con del silencio, Ceniza del sentido, Cinco maVuelo de la celebración y la an- neras de acabar agosto), A. Martínez tología Desde mis poemas. A Sarrión (Horizonte desde la rada, Ejercicio Francisco Pino sobre Rilke) y José Mu(1910), poeta nárriz (Camino de la voz). vallisoletano En los 80 cabe destacar de revelación a J. Jaristi (Arte de matardía, se debe rear, Un ángel menos). una apreciadísiComo ejemplos más ma producción, en representativos del mola que destacan Máquina mento actual de la poedelicada, Cuaderno salvasía española, en la que se je, Así que y Hay más. advierte, por un lado, la Durante el último terinfluencia de la generacio de este siglo, surgieción del 27 (de Guillén ron otros grupos intereen especial) y por otro, la santes, sobre todo en de la generación del 50 La poetisa Carmen Conde ciudades del sur, como (sobre todo de su figura fue la primera mujer “Cántico”, de Córdoba, clave, José Ángel Valenadmitida en el seno de la por ejemplo, con poete), cabe citar a L. M. PaReal Academia Española de la Lengua. tas de la talla de V. Núnero (1948; Contra Espa-


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ña y otros poemas no de amor), J. L. Panero (Galería de fantasmas, Juegos para aplazar la muerte), A. Colinas (Noche más allá de la noche, Jardín de Orfeo), J. Siles (1951; Música del agua y Semáforos, semáforos), C. A. Molina (La estancia saqueada, El fin de Finisterre), L. A. de Cuenca (El otro sueño), J. A. Gabriel y Galán (Poesía) y los también novelistas L. A. de Villena (Hymnica, Un paganismo nuevo) y J. Llamazares (La lentitud de los bueyes, Memoria de la nieve). Hay que subrayar la presencia constante de la lírica femenina: M. V. Atencia (De la llama en que arde, La pared contigua), A. Iglesias (Memorial de Amanta), C. Gutiérrez (La mordedura blanca), B. Andréu (De una niña de provincias que se vino a vivir en un “Chagall”, Elphistone), F. Rubio (Retracciones y reverso), C. Janés (Vivir), C. Lagos (Por las ramas), etc. Él no sabía orar o sólo: “Dios mío”. Ni ella, o sólo: “Señor, Señor...”, cuando el [hombre partía del ordenado lecho a la mañana igual. “Señor...” Él iba, como todos, hacia las lentas horas, el sabido papel, el timbre urgente, la decisión de alguien superior

que movía los hilos de la secreta trama. José Ángel Valente, El santo (fragmento)

La narrativa Con la restauración de la democracia en España volvieron a publicarse títulos fundamentales de su literatura, algunos de ellos incluso inéditos, como Su línea de fuego, de Benjamín Jarnés (1888-1950). En este nuevo panorama literario de la España posfranquista, se registró la repetida presencia de nombres ya consagrados, algunos de los cuales, a pesar de su edad avanzada, siguieron mostrándose prolíficos. Rosa Chacel (18981994), insistente y nostálgica investigadora de la memoria personal (Barrio de Maravillas; Novelas antes de tiempo; Alcancía, ida y vuelta; Acrópolis, etc.); Francisco Ayala (1906), premio Cervantes 1991, Recuerdos y olvidos, El jardín de las malicias; Manuel Andújar (1913), cuya valía fue reconocida algo tarde y al que se deben interesantes novelas, como Cita de fantasmas, La voz y la sangre o Mágica fecha. Aunque la narrativa insistiera durante este período en la búsqueda de nuevos talentos, los mejores resultados siguen proporcionándolos escritores ya reconocidos, como Cami-

Figura cumbre de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX, Camilo José Cela fue galardonado en 1989 con el premio Nobel de literatura. En la imagen, el escritor recibe el premio de manos de Carlos Gustavo de Suecia.

lo José Cela, cuya fama fue creciendo cada día –premios Príncipe de Asturias 1987, Nobel 1989 y Cervantes 1995– y que publicó novelas de una gran maestría técnica y lingüística (Oficio de tinieblas 5, Mazurca para dos muertos, Cristo versus Arizona), el curioso libro Nuevo viaje a la Alcarria y varias compilaciones de narraciones costumbristas; Gonzalo Torrente Ballester (1910), premio Cervantes 1985 (Fragmentos de Apocalipsis, La isla de los jacintos cortados, Filomeno a mi pesar, Crónica del rey pasmado, etc.) y Miguel Delibes (1920), que en su magistral madurez compuso El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, El tesoro y 377 A, madera de héroe. Del heterogéneo grupo de escritores nacidos antes de 1927, son de obligada mención la ya citada poetisa Carmen Conde, con las novelas Creció espesa la yerba y Soy la madre; el filósofo José Ferrater Mora (1912; Claudia, mi Claudia; El juego de la verdad; Siete relatos capitales); Antonio Zamora Vicente (1916), con bellos relatos costumbristas reunidos en Voces sin rostro; Mercedes Salisachs (1918), El proyecto, El volumen de la ausencia; José María Gironella (1917), Los hombres lloran solos, A la sombra de Chopin; José Luis Sampedro (1917), economista dedicado a la literatura (Octubre, octubre; La sonrisa etrusca; La vieja sirena); F. García Pavón (1919), Ya no es ayer, El hospital de los dormidos; J. E. Zúñiga (1919), Largo noviembre en Madrid, La tierra será un paraíso; J. Perucho (1920), Las aventuras del caballero Kosmos, Los emperadores de Abisinia; el intelectual y político Jorge Semprún (1923), El largo viaje, Aquel domingo, La algarabía, Netchaiev ha vuelto, La montaña blanca; A. Risco (1926), El círculo vicioso; J. Benet (1927-1993), obligada referencia para muchos escritores posteriores (El aire de un crimen, Herrumbrosas lanzas, En la penumbra), y A. Grosso (1928), Los invitados, El correo de Estambul, Con flores a María. Entre los autores de la generación del 50 destacaron, ante todo, dos mujeres: Carmen Martín Gaite (1925), con El cuarto de atrás, y Ana María Matute (1926), que rompió su largo silencio con Un solo pie descalzo (Premio


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Nacional de Literatura Infantil, 1984). Además, el también poeta José María Caballero Bonald (Toda la noche oyeron pasar pájaros, En la casa del padre); J. Fernández Santos (1926-1988), con Los jinetes del alba; R. Sánchez Ferlosio (1927), El testimonio de Yarfoz; J. García Hortelano (1928-1992), Los vaqueros en el pozo, Gramática parda; el poeta y crítico C. Barral (1928-1989), Penúltimos castigos, Cuando las horas veloces; J. López Pacheco (1930), La lucha por la respiración; J. Marsé (1933), La muchacha de las bragas de oro, Teniente bravo, El amante bilingüe; el polémico Juan Goytisolo (Makbara, Paisajes después de la batalla, Coto vedado, Los reinos de Taifa, Las virtudes del pájaro solitario), y su hermano Luis Goytisolo (Antagonía, Estela del fuego que se aleja, Paradoja del ave migratoria). El popular periodista madrileño Francisco Umbral (1935) reveló indiscutibles dotes imaginativas en recopilaciones de crónicas y novelas de estilo marcadamente personal (Las respetuosas, Los amores diurnos, Trilogía de Madrid, Nada en domingo), así como I. Montero (1936), Arte real, Señales de humo, y R. Guerra Garrido (1936), Lectura insólita de “El capital”, La costumbre de morir, La carta. Entre los autores nacidos después de la guerra civil destacaron el periodista catalán Manuel Vázquez Montalbán (1939), que cultivó con éxito el género policiaco (La soledad del manager, Asesinato en el comité central, Los pájaros de Bangkok, El pianista Galíndez, El hombre de mi vida); G. Sánchez Espejo (1940), Narciso, La reliquia, ¡Viva el pueblo!; I. M. Díez (1942), escritor realista de gran éxito (Las estaciones provinciales, La fuente de la edad, Las horas completas); Terenci Moix (1943), Nuestro virgen de los mártires, El sueño de Alejandría, El peso de la paja; E. Mendoza (1945), La ciudad de los prodigios, El laberinto de las aceitunas, Sin noticias de Gurb; M. Longares (1943), Soldaditos de Pavía; J. M. Guelbenzu (1944), El río de la luna, El esperado, La mirada; J. J. Millás (1946), El desorden de tu nombre, La soledad era esto; L. Landero (1948), Juegos de la edad tardía; R. Argullol (1949), El asalto del cielo, y M. Sánchez-Ostiz (1950), Los papeles del ilusionista, El paisaje de la luna, La gran ilusión.

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Foix, A. Pombo y J. Tomeo. Por último, no se debe olvidar la enriquecedora aportación femenina a la narrativa de este período: C. Janés (Los caballos del sueño), M. Roig (La hora violeta, Aprendizaje sentimental), C. Fernández Cubas (El año de gracia), A. García Morales (El sur, El silencio de las sirenas, La lógica del vampiro), C. Riera (Palabra de mujer, Cuestión de amor propio, Por persona interpuesta), P. Pedraza (La fase del rubí, Las joyas de la serpiente, La pequeña pasión), E. Tusquets (El mismo mar de todos los veranos, El amor es un juego solitario, Varada tras el último naufragio) y S. Puértolas (Burdeos, Todos mienten, Queda la noche). La novela de género policiaco tiene en Manuel Vázquez Montalbán a su principal representante.

Entre los escritores más jóvenes, nacidos en torno a 1955, hay que reseñar a J. Ferrero (1954), Bélver Yin, Opium, Débora Blenn, Lady Pepa, El efecto Doppler; J. García Sanchez (1955), El mecanógrafo, La dama del viento sur; J. Llamazares (1955), Luna de lobos, La lluvia amarilla, El río del olvido; A. Muñoz Molina (1956), Beatus ille, El invierno en Lisboa, Beltenebros, y A. Gándara (1956), La media distancia, La sombra del arquero. Es necesario así mismo mencionar a J. P. Aparicio, L. Azancot, F. de Azúa, A. Conde, M. de Lope, Javier Marías, J. M. Merino, V. Molina

Julio Llamazares es una de las plumas más prometedoras de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX.

El teatro La abolición de la censura hizo posible, ante todo, poner en escena, dentro del nuevo espíritu de amplia libertad, alguno de los más importantes dramas de los escritores españoles anteriores a la guerra civil. Ello permitió la recuperación de títulos casi olvidados de Ramón del Valle-Inclán, Rafael Alberti, etc., y representar, por ejemplo, trabajos todavía desconocidos de Federico García Lorca y José Bergamín. Se pretendió, además, ofrecer por fin a los espectadores los textos prohibidos del pasado más reciente, compuestos en la última etapa del franquismo por autores de cierto prestigio, apreciados sólo por una minoría, o autores que hasta ese momento habían sido prácticamente tabú, como Francisco Arrabal. Otros dos factores de relieve que favorecieron el desarrollo del teatro en la democracia fueron la entrada en funcionamiento del Centro Dramático Nacional y el florecimiento tanto de teatros estables como de compañías independientes, sobre todo en Cataluña (Els Joglars, Els Comediants). Existen ejemplos significativos de las dificultades que existían para poner en escena una obra como el del genial dramaturgo A. Sastre, quien a pesar de no tener que luchar ya contra la censura, tuvo que esperar a 1985 para poder estrenar su obra La taberna fantástica, escrita en 1965. Uno de los mayores acontecimientos del teatro español durante la década de 1970 fue, sin duda, la repre-


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sentación (1977) de Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca, escrita en 1970 por el granadino J. Martín Recuerda (1926), autor también de Las conversiones. Al original comediógrafo e ilustre escenógrafo F. Nieva (1929) –durante mucho tiempo víctima de la censura– se deben El combate de Ópalos y Tasia, una prestigiosa Trilogía italiana y varias obras menores: Te quiero, zorra, Corazón de arpía, etcétera. Durante la fase de transición del franquismo a la democracia, el autor de moda fue, ciertamente, Antonio Gala (1937), con poéticos y brillantes trabajos, como Petra regalada, La vieja señorita del Paraíso o El cementerio de los pájaros. Entre los escritores más jóvenes figuran L. Riaza, J. Tomeo, Martínez Mediero, L. Matilla, J. L. Alonso de Santos y dos mujeres, A. Diosdado y M. M. Reina.

El ensayo El ensayo continuó dando interesantes frutos durante este período y entre sus cultivadores hay que citar en primer lugar a varios escritores exiliados que, tras su definitivo regreso a España, publicaron en los últimos años de su vida algunas obras valiosísimas: José Bergamín (Fronteras infernales de la poesía, La música callada del toreo), Vicente Gaos (Cervantes. Novelista, dramaturgo y poeta) y, sobre todo, Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), premio Príncipe de Asturias de 1984 y autor de varios textos fundamentales (Del ayer y del hoy de España, La España cristiana de los siglos VIII al XI: el Reino astur-leonés, Aún: del pasado y del presente). En base a su alto magisterio, contribuyeron a la investigación histórica R. Carande (1887-1986), Temas de historia de España; J. A. Maravall (1911-1988), La política en la transición, 1975-1980; M. Tuñón de Lara (1915), Estudios de historia contemporánea, España bajo la dictadura franquista; J. M. Jover (1920), La era isabelina y el sexenio democrático, y los más jóvenes J. Tusell (1945), La oposición democrática al franquismo, 1939-1962; Historia de la democracia

cristiana en España; J. M. Maravall, Dictadura y disentimiento público: obreros y estudiantes bajo el franquismo; R. Morodo (Los orígenes ideológicos del franquismo: Acción Española), y C. Marichal, La revolución liberal y los primeros partidos políticos en España, 1834-1844, y, con carácter específicamente económico, M. Artola (1923), La Hacienda del Antiguo Régimen, y R. Tamames, La oligarquía financiera en España. A pesar de las limitaciones impuestas por una edad muy avanzada, en la mayoría de los casos la producción de los exiliados siguió siendo muy abundante en estos últimos tiempos: Salvador de Madariaga (1886-1978), Carácter y destino de Europa; Rosa Chacel, La lectura es secreto; Ramón J. Sender (el póstumo Toque de queda); María Zambrano (1904-1991), Los bienaventurados, Delirio y destino; Francisco Ayala (1906), De triunfos y penas, La imagen de España; Juan Gil-Albert (1906), Razonamiento inagotable con una carta final; José Ferrater Mora (1912), El mundo del escritor, y Manuel Andújar (1913-1994), Grandes escritores aragoneses en la narrativa española del siglo XX. Otros escritores de avanzada edad que desplegaron una actividad intensa fueron Pedro Laín Entralgo (1908), máxima encarnación del humanismo español contemporáneo (Descargo de conciencia, 1930-1960), Julián Marías (1914; La España real, La mujer en el siglo XX, etc.) y Julio Caro Baroja (1914-

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1995; Terror y terrorismo, Los hombres y sus pensamientos, De arquetipos y leyendas). Entre los autores nacidos después de 1920 cabe destacar a Carlos Bousoño (El irracionalismo poético: el símbolo, Superrealismo poético y simbolización, Épocas literarias y evolución), Carmen Martín Gaite (Usos amorosos de la posguerra), Alfonso Sastre (Crítica de la imaginación, Escrito en Euskadi), J. M. Castellet (Literatura, ideología y política), J. M. Valverde (Ser de palabra), Ramón Sánchez Ferlosio (Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, La homilía del ratón) y Juan Goytisolo (Disidencias, Libertad, libertad, libertad). En el panorama de los escritores más jóvenes destacan dos interesantes figuras femeninas: V. Camps (1941; Ética, retórica y política, Virtudes públicas) y C. Riera (La escuela de Barcelona), además de M. Sánchez Ostiz (La negra provincia de Flaubert), F. de Azúa (El aprendizaje de la decepción), C. Guillén (Teorías de la historia literaria), J. Ríos (1941; Larva), J. A. Millán (1954; El día intermitente) y J. Pons (El postismo). En el campo de la filosofía –aparte de la publicación de los últimos trabajos de X. Zubiri y J. L. López Aranguren– hay que destacar a G. Albiac (La sinagoga vacía), F. Savater (Ética como amor propio, Ética para Amador, El humanismo impenitente, etc.) y E. Trías (Filosofía del futuro, La aventura filosófica).

Preguntas de repaso

1. ¿Cuál fue la primera obra de la literatura española? 2. ¿Existe alguna característica esencialmente “española” en la literatura medieval? 3. ¿Existió verdaderamente un auténtico Renacimiento en España? 4. ¿En qué momento histórico puede hablarse de un teatro típicamente nacional? 5. ¿En qué año se fundó la Real Academia Española? 6. ¿Cuál fue la primera gramática de la lengua española?


LAS LITERATURAS EN LENGUA CATALANA, GALLEGA Y VASCA

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as literaturas en lengua catalana y gallega nacieron y crecieron a la par de la castellana durante la edad media. En el siglo XV, tras llevarse a cabo la unidad nacional, su progresión se interrumpió hasta que el romanticismo impulsó de nuevo el auge de las literaturas regionales. Debido a ello, tanto la literatura catalana como la gallega se desarrollan en dos épocas diferentes y separadas por un paréntesis de más de tres siglos: la edad media y la época moderna. Los primeros documentos literarios escritos en lengua vasca datan de 1545, por lo que, en comparación con las otras literaturas regionales españolas, la catalana y la gallega, la literatura vasca aparece muy tardíamente, ya en pleno Renacimiento.

Los orígenes La auténtica literatura catalana comienza en el siglo XIII con la Crónica del rey Jaime I. No se conocen documentos escritos en lengua catalana fechados con anterioridad, ya que el uso del idioma se circunscribe al habla, si exceptuamos las Homilies d´Organyà (finales del s. XII), colección de sermones que carecen de importancia literaria. Cataluña pasó a formar parte del Reino de Aragón en 1151. A lo largo de los

Página de las Cantigas de Santa María, cancionero religioso compuesto en lengua gallega por el rey Alfonso X el Sabio. Fotografías de cabecera: Libro de Blanquerna, de Ramón Llull (izq.), y miniatura de Alfonso X el Sabio (der.).

tres últimos siglos de la edad media, Cataluña desarrolló una cultura propia y, con ella, una literatura escrita en lengua vernácula que rivalizó por su brillantez con las de otras naciones medievales. Es conveniente

Busto de Jaime I, cuya Crónica marcó el inicio de la literatura catalana durante el transcurso del siglo XIII.

apuntar que, aunque el catalán fuera considerado durante mucho tiempo como una variedad dialectal del provenzal, las investigaciones lingüísticas más modernas prueban concluyentemente que, en realidad, pertenece al mismo tronco de lenguas derivadas del latín que florecieron en la península ibérica. Sin embargo, parece evidente que el provenzal influyó decisivamente en el nacimiento del catalán literario. Cabe señalar a este respecto que la primera literatura catalana se compone en la lengua de Provenza, territorio con el que Cataluña mantenía estrechas relaciones. Más tarde, el catalán se extendió a Valencia e islas Baleares. La literatura en lengua gallega tuvo una evolución lenta e irregular. Enormes vacíos (desde finales de la edad


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LITERATURA

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Las literaturas catalana, gallega y vasca en la edad media y el Renacimiento Literatura catalana Trovadoresca

Literatura gallega

Literatura vasca

lengua provenzal lengua catalana

Lírica gallega

Cancionero d’Ajuda Cancionero de la Vaticana Cancionero Colocci-Brancuti Cancionero de Martín Codax Alfonso X el Sabio, Cantigas de Santa María

Oral

Primeros documentos Versos épicos

Historia

Bernardo Desclot, Libre del rei En Pere d’Aragó e dels seus antecessors passats Ramón Muntaner, Crónica Bernardo Descoll, Crónica Jaime I el Conquistador El libre dels feyts Miquel Carbonell, Cróniques d’Espanya Roig i Jalpi, Libre dels Feyts d’Armes

Prosa

Ramón Llull, Libre del Sentil y de los tres sabis, Libre de contemplació, Libre de les merevelles del mon Joanot Martorell, Tirant lo Blanch

Poesía

Ausias March, Cants d’amor; Cant espiritual

media hasta el siglo XIX) caracterizan su desarrollo. El gallego, nacido al mismo tiempo que otras lenguas peninsulares, alcanzó antes que ninguna otra carta de naturaleza literaria, sobre todo gracias al apogeo de las peregrinaciones a Santiago de Compostela. Se convirtió así en la lengua poética por excelencia, hasta el punto de que se puede afirmar que la literatura gallega medieval es casi exclusivamente una literatura lírica. El gran siglo para la lírica galaico-portuguesa fue el XIII.

Como sucedió con la literatura catalana, la gallega quedó, a partir del siglo XVI, reducida a un mero pasatiempo de algunos poetas locales, y sólo en los siglos XVIII y XIX algunos eruditos promovieron de nuevo el interés por la antigua lengua y literatura gallegas. La guerra de la Independencia despertó el aletargado sentimiento regional, lo que se tradujo en la aparición de libros, folletos y periódicos de marcado espíritu regionalista. Durante aquellos años de guerra se escribirían Os rogos

Bernard d’Etchepare, Lingua Vasconum Primitiae (1545)

d´un gallego, composición de escasa importancia poética, pero que adquirió una enorme popularidad. La literatura vasca fue oral en sus inicios, transmitiéndose de generación en generación. Característica en el País Vasco es la figura del bersolari, que improvisa en justas poéticas desarrollando los temas que le van indicando sus oyentes. Esta tradición ha llegado hasta nuestros días. El bersolari siempre es un recitador masculino; junto a él aparecen las bertsulariak, por lo general


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ancianas que recorren los caseríos portando nuevas de las diferentes familias y que recitan poemas en público. El primer texto en lengua vasca de que se tiene noticia es la Lingua Vasconum Primitiae, una mezcla de temas religiosos y eróticos de Bernard d´Etchepare que se publicó en 1545.

La edad media y el Renacimiento Cataluña. La literatura catalana fue, en sus inicios, trovadoresca y escrita en la lengua de Provenza. Algunos de los trovadores eran provenzales, los que vivieron en Cataluña protegidos por los reyes y grandes señores, y otros catalanes. El primer trovador conocido es Guillermo de Poitiers (1071-1162). Famosos trovadores fueron también Macabrú y Pedro de Alvernia en tiempos del conde Ramón Berenguer IV (1131-1162); Rimbald, autor de los Cants en que elogiaba a Beatriz de Monferrat, hermana de su protector; Bertrán de Born, Guiraldo de Borneil y Bernardo de Ventadern, los tres bajo el reinado de Alfonso II de Aragón (11621196). A su muerte, le sucede Pedro II y con él también proliferaron los trovadores provenzales, como Pedro Vidal, Hugo de Saint Cir y Ramón Miraval. Entre los trovadores catalanes no provenzales destacaron Berenguer de Palol (1136-1179); Guiraldo de Cabrera; Guillermo de Bergadán; Hugo de Mataplana, y Ramón Vidal de Besalú, autor de un tratado gramatical y de arte poético titulado Dreita maniera de trobar o Razós de trobar. La escuela trovadoresca catalana languideció inexorablemente durante el siglo XIV, a pesar de algunos meritorios intentos por reanimarla. Una nueva escuela poética, iniciada por Jaume March, cogió el relevo de la trova provenzal. La literatura catalana produjo sus primeras obras en prosa mientras los poetas aún se expresaban en lengua provenzal. La historia es el género más antiguo y el que tuvo un desarrollo más apreciable. Pere Ribera de Parpejá tradujo en 1267 la Crónica del arzobispo Jiménez de Rada.

La literaturas en lengua catalana, gallega y vasca

Otras cuatro crónicas sitúan en su punto culminante la prosa histórica escrita en lengua catalana: – Libre del rei En Pere d’Aragó e dels seus antecessors passats, por Bernardo Desclot. – La Crónica de Ramón Muntaner (1265-1336). Obra cumbre de la historiografía catalana, en ella se narran los sucesos de cuatro reinados hasta Alfonso IV y, sobre todo, la expedición de los catalanes a Oriente y sus enfrentamientos con griegos y turcos bajo el mando de Roger de Flor, hechos en que, al parecer, el autor tomó parte activa. La influencia de esta obra fue tan importante que Francisco de Moncada la adoptó siglos más tarde como fuente principal para escribir la Expedición de los catalanes y aragoneses. – La Crónica, escrita por Bernardo Descoll, bajo la inspiración del rey Pedro IV el Ceremonioso. – El libre dels feyts, escrito por Jaime I el Conquistador.

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mundo Lulio se convirtió con la madurez en un místico y ardiente defensor del cristianismo entre árabes y judíos. Contaba con una exuberante riqueza de léxico, lo que le permitió crear una obra literaria, filosófica y teológica comparable a las más importantes del orbe cristiano medieval. Destacan el Libre del Sentil y de los tres sabis, el Libre de les merevelles del mon y el Libre de contemplació. La novela recogió la influencia de otras literaturas europeas. Anselmo de Turmeda –autor de la curiosa Disputa del asno–; Jaume Roig –que compuso el satírico Libre de les dones–; Bernat Metge y Joanot Martorell, sus dos principales exponentes. Este último escribió hacia 1460 Tirant lo Blanch, donde recoge de forma caballeresca la expedición de los catalanes

La prosa en lengua catalana empezó a destacarse merced al gran escritor mallorquín Raimundo Lulio o Ramón Llull (1232-1315). De vida disipada durante su juventud, Rai-

El escritor mallorquín Ramón Llull fue el primer gran prosista de la literatura en lengua catalana. Arriba, busto del autor. A la izquierda, primera página de su obra Llibre de Blanquerna.


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LITERATURA

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Jacinto Verdaguer fue uno de los representantes más destacados de la Renaixença o renacimiento cultural de la lengua catalana en el siglo XIX.

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relatada por Muntaner. De autor anónimo es Curial e Güelfa, novela erótica y amorosa que fue compuesta hacia el año 1450. El más insigne de los poetas medievales en lengua catalana fue Ausias March (1397-1459). Su obra más importante, escrita bajo el influjo de Petrarca, son los Cants d´amor dedicados a su amada Teresa Bou. También es autor de Cants de mort y del Cant Espiritual. A raíz de la unificación de los diferentes reinos llevada a cabo por los Reyes Católicos desapareció la corte de Cataluña y, con ella, la literatura en lengua catalana. La mayor parte de los escritores usaron a partir de entonces el castellano. A duras penas sobrevivió el género historiográfico, continuando así con la tradición medieval. Cabe destacar las Cròniques d´Espanya, de Miquel Carbonell, y el Libre dels Feyts d´Armes de Catalunya, obra de Roig i Jalpi. Galicia. La literatura gallega durante la edad media se convirtió en una de las más importantes de Europa. Anterior a la castellana, influyó en ésta poderosísimamente. No es aventurado afirmar que la gallega es casi exclusivamente una literatura lírica. La lírica medieval gallega (o galaico-portuguesa) se conserva en cuatro cancioneros:

Cancionero d´Ajuda. Cancionero de la Vaticana. Cancionero Colocci-Brancuti. Cancionero de Martín Codax.

El Cancionero d´Ajuda contiene exclusivamente las composiciones llamadas cantigas de amor, de tipo culto y cortesano. En el de la Vaticana y en el de Colocci-Brancuti hay además numerosas poesías populares que reciben el nombre genérico de cantigas de amigo. Son éstas composiciones propias de juglares y de clara influencia provenzal. También abundaban en la lírica galaico-portuguesa las cantigas de maldezir y de escarnio, de tipo satírico y concebidas para atacar a una persona determinada. En el Cancionero Colocci-Brancuti nos encontramos, además, con fragmentos de lays caballerescos de probable origen bretón. De los poetas gallegos se conoce poco más que sus nombres. Joan Soarez de Payva parece que fue el primero de ellos o uno de los primeros. Otros destacables son Payo Soares de Taveiros, Fernández González de Sanabria y Airas Nunes, Pero da Ponte, Pero Amigo y Joan Ayras. Sobre todos ellos hay que colocar a la gran figura de la lírica gallega: Alfonso X el Sabio, quien compuso las Cantigas de Santa María, 420 cantigas que cuentan leyendas marianas y glorifican a la Virgen. En el siglo XV, todos los poetas españoles adoptaron el castellano como idioma literario. En consecuencia, la literatura gallega casi desapareció, para no reaparacer, al igual que la catalana, hasta el romanticismo. País Vasco. La literatura en lengua vasca apareció tardíamente y, exceptuando unas pocas obras, fue de me-

diano valor literario. Esta característica se explica por cuanto la lengua vasca quedó reducida a las relaciones familiares y privadas, y nunca intentó competir con la lengua oficial en asuntos públicos. Las composiciones populares se transmitían de forma oral, aunque no queda constancia de ellas. Los documentos más antiguos datan del siglo XIV y son fragmentos de versos épicos que narran hechos concretos acaecidos en la tierra vasca: el encuentro de Urréjola o la quema de Mondragón. El primer libro escrito en vascuence fue Lingua Vasconum Primitiae, de Bernard d´Etchepare, impreso en Burdeos en el año 1545. Contiene poesías religiosas y profanas y dos composiciones en las que se alaba la lengua vasca. En el siglo XVII, Ioannes Leizarraga realizó numerosas traducciones de cierta importancia. Algunos religiosos predicaron y escribieron en lengua vasca: Silvain Pouvreau, J. Etcheberri de Coboure y Pedro de Axular, autor de Guero, publicada en 1643.

El renacimiento de las letras catalanas, gallegas y vascas Cataluña. Se denomina Renaixença al renacimiento de las letras catalanas, suceso que se produjo en el siglo XIX como consecuencia de la aparición del romanticismo, que reivindicó lo tradicional y lo genuino. Con anterioridad, la literatura catalana había soportado un ostracismo del que comenzó a salir tras la aparición en 1814 de la Gramática y apología de la lengua catalana, escrita por Pau Ballot. Al ser Barcelona centro propagador del ideal romántico, floreció en la ciudad una pléyade de poetas que cantaron las excelencias de su tierra y de sus tradiciones. El primero en hacerlo en lengua vernácula fue Buenaventura Carlos Aribau, que publicó en 1833 su Oda a la patria. Este tímido inicio se convirtió en movimiento organizado merced a la obra poética de Joaquín Rubió i Ors (1818-1889), que publicó sus poesías en el Diario de


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Barcelona, recogidas años más tarde en un volumen titulado Lo gayter del Llobregat. Siguieron su ejemplo, entre otros, José Sol i Padrís, José Subirana, Antonio Bofarull y Víctor Balaguer. El gran poeta catalán del siglo XIX fue Jacinto Verdaguer (1845-1902). Verdaguer, sacerdote de origen humilde, tuvo una vida ajetreada, dolorosa y trágica, que lo llevó a las puertas de la locura. Se le considera el poeta nacional y épico de Cataluña por antonomasia. Sus poemas más importantes son L’ Atlántida y Canigó. Junto a Verdaguer, escribieron poetas como Apeles Mestres, Francisco Matheu, Artur Masriera y, el más importante de todos, Joan Maragall, con cuya obra se inauguró la época contemporánea. La moderna prosa catalana tuvo un desarrollo más lento que la poesía. Se inició en 1879 con La Papellona de Narcís Oller (1846-1930), considerado como el creador de la moderna novela catalana, obra a la que siguieron otras del mismo autor, como Vilaniu o La febre d´or. A su misma generación pertenece Joaquín Ruyra, autor de La Parada. El teatro contó con numerosos autores, destacando Eduard Vidal i Va-

La literaturas en lengua catalana, gallega y vasca

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Poetisa de exquisita sensibilidad, Rosalía de Castro elevó la lírica gallega a sus más altas cimas.

lenciano, autor de Tal faràs, tal trobaràs, el primer drama realmente romántico. Galicia. Hasta bien entrado el siglo XVIII no se produjo en Galicia una revalorización del gallego como lengua literaria. El interés por la lengua gallega surgió con los estudios del padre Martín Sarmiento, quien no sólo realizó investigaciones lingüísticas, sino que además escribió algunas

poesías en gallego. Otros escritores, como Feijoo y Diego Antonio Cernades y Castro, también comenzaron a escribir en lengua gallega. La nueva poesía se inició tras la celebración en 1861 de los primeros Juegos Florales en La Coruña y la posterior aparición de una antología de poetas gallegos titulada El álbum de la caridad.

Las literaturas catalana, gallega y vasca en el romanticismo Literatura catalana

Literatura gallega

Renaixença

Rexurdimento

Poesía

Buenaventura Carlos Aribau, Oda a la Patria Joaquín Rubió i Ors, Lo gayter del Llobregat Jacinto Verdaguer, La Atlántida; Canigó

Juegos Florales de La Coruña Rosalía de Castro, Cantares gallegos; Follas Novas

Prosa

Narcís Oller La Papellona Joaquín Ruyra La Parada

Teatro

Eduard Vidal i Valenciano Tal faràs, tal trobaràs

Literatura vasca

Blas de Alturna. José M.ª de Iparraguirre, Gernikako arbola

Arturo Campión, Gramática de los cuatro dialectos del vasco


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LITERATURA

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El auténtico rexurdimento de la literatura gallega se produjo con Rosalía de Castro (1837-1885), poetisa de excepcional sensibilidad que elevó la poesía gallega a sus más altas cimas. Sus libros Cantares gallegos (1873) y Follas novas (1880) son comparables a las mejores obras poéticas de cualquier lengua literaria. Rosalía de Castro recogió la tradición de la lírica galaicoportuguesa y llevó a cabo sustanciales innovaciones métricas en los versos. Sin embargo, lo más importante en la obra de Rosalía es el espíritu con el que impregna cada verso, cada palabra, cada idea. La morriña queda en ella universalizada para siempre. El hondo sentimiento de su tierra, sus gentes y su naturaleza han convertido a Rosalía de Castro en una figura principal de la literatura española. Otros importantes poetas contem-

poráneos de Rosalía, aunque eclipsados por la gran calidad literaria de ésta, fueron Eduardo Pondal (18351917), autor de Queixumes dos pinos y Campana d´Aullons, y Manuel Curros Enríquez (1851-1908), quien con Aires d´a minha terra se reveló como un poeta fuertemente revolucionario. Como sucediera durante la edad media, tampoco en el siglo XIX la prosa gallega tuvo ninguna relevancia. Los grandes novelistas gallegos (Pardo Bazán, Valle-Inclán) escriben sus obras en castellano y los que sí se valen de su lengua vernácula para crear cuentos y novelas apenas alcanzan alguna relevancia. A destacar, Marcial Valladares, autor de Majina ou a filla espúrea; Manuel Amor Melián (Xuana), y Jesús Rodríguez López (A Cruz de Salgueiro). País Vasco. En el siglo XIX, después de la segunda guerra carlista, se agu-

dizó el sentimiento vasco por motivos políticos. José María de Iparraguirre (1820-1881) compuso, con letra de Blas de Alturna, el canto Gernikako arbola. Abolidos los fueros en 1876, se produjo en el País Vasco una fuerte reacción para intentar conservar la lengua. Arturo Campión (1854-1937) publicó en 1884 su Gramática de los cuatro dialectos del vasco. Por su parte, el sacerdote Domingo de Aguirre (18641920) escribió las novelas Kresala y Garoa en vascuence. En 1918 se creó la Academia de la Lengua Vasca.

La literatura catalana, gallega y vasca durante el siglo XX Cataluña. Joan Maragall (1860-1911), escritor receptivo a todas las corrien-

Las literaturas catalana, gallega y vasca en el siglo XX Literatura catalana

Literatura gallega

Modernismo

Joan Maragall Raimon Casellas Santiago Rusiñol

Noucentismo

Eugenio D’Ors Pompeu Fabra, Gramática de la lengua catalana

Período de posguerra

Josep Pla Pere Quart

Ramón Cabanillas

Literatura contemporánea

Pere Calders Mercé Rodoreda Baltasar Porcel Salvador Espriu Terenci Moix Montserrat Roig Carme Riera

Alfonso Rodríguez Castelao Ramón Otero Pedrayo Rafael Dieste Luis Amado Carballo Eduardo Blanco Amor Fermín Bouza Augusto M. Casas

Literatura vasca

Aurelio Ribalta Manuel Luguis Freire Ramón Cabanillas Alfonso R. Castelao Ramón Otero Pedrayo Vicente Risco

Gabriel Aresti Jon Mirande Salbatore Mitxelena Mikel Lasa Ibon Sarasola J. Antonio Loidi Ramón Saizarbitoria Ángel Lertxundi Jon Etxaide Bernardo Atxaga


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La literaturas en lengua catalana, gallega y vasca

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tes culturales eurome Riera, Montserrat peas, ha sido la figura en Roig, etc. la que han convergido Galicia. La literatura las transformaciones en lengua gallega no operadas en el pensatuvo en el siglo XX una figura de la calidad de miento catalán duranRosalía de Castro. En te el siglo XIX. Con él se abrieron las puertas de 1906 se funda la Acadela literatura catalana mia Gallega y, algo más contemporánea. Poeta tarde, el Seminario de y ensayista de vasta Estudios Gallegos. No cultura, Maragall tuvo obstante, a diferencia gran importancia en el de lo acaecido en Cataconjunto de la literatuluña, estas instituciora española. Inició el nes no consiguieron llamado modernismo impulsar la literatura en la poesía, moviautóctona. Salvador Espriu, representante de Eugenio D´Ors, representante del la lírica catalana moderna. período denominado noucentismo. miento que surgió Aurelio Ribalta y como reacción al natuManuel Luguis Freire ralismo. Representanmarcaron la transición tes de este movimienhacia lo contemporáto fueron el novelista Raimon Caseneo. El poeta más destacado fue Rallas (1855-1910) y Santiago Rusiñol món Cabanillas. (1861-1931), fundador del cenáculo Alfonso Rodríguez Castelao (1886modernista Els quatre gats. 1950) y Ramón Otero Pedrayo (1888La creación en 1914 de la Manco1976) fueron, junto a Vicente Risco, munitat Catalana, presidida por Enlos máximos exponentes de la moderrique Prat de la Riba, y del Institut na prosa gallega. El dramaturgo y d’Estudis Catalans supuso un deciensayista Rafael Dieste y los poetas sivo impulso para la cultura cataLuis Amado Carballo, Fermín Bouza, lana. Augusto M. Casas y Eduardo Blanco Eugenio D´Ors (1882-1954) dirigió Amor pertenecen a la generación de la renovación estética denominada escritores surgida en la posguerra. noucentisme. Por su parte, el filólogo País Vasco. Gabriel Aresti (1933Pompeu Fabra, autor de la Gramática 1975), autor de Harri eta Herri, ha sido de la lengua catalana, se erigió como el la figura más destacada de la literatugran reformador del catalán moderno. ra vasca del presente siglo. Entre los La obra narrativa de Mercè Rodoreda, de enorme fuerza Legítimos sucesores de Maragall poetas sobresalen Salbatore Mitxeleexpresiva, la convierte en uno de fueron los poetas Josep Carner, Carna, Jon Mirande, Mikel Lasa, José los máximos exponentes de la les Riba y José López Picó. La narratiAzurmendi e Ibon Sarasola. literatura catalana del siglo XX. va noucentista no alcanzó las cotas de A partir de las décadas de 1950 y la poesía. Destacaron los novelistas 1960 han aparecido narradores como Carles Soldevila, el mallorquín LloJosé Antonio Loidi, Jon Etxaide, Rarenç Villalonga y el autor bilingüe Se- fluenciados por las nuevas narrati- món Saizarbitoria y Ángel Lertxundi. bastián Juan Arbó. vas europeas y americanas. Entre Entre los novísmos cabe destacar a Josep Pla (1897-1981) fue el nexo de ellos cabe citar a Terenci Moix, Car- Bernardo Atxaga. unión entre el noucentisme y la literatura de posguerra. Junto a él, destacaron el poeta y dramaturgo Pere Quart y el mallorquín Rosselló-Porcel. Preguntas de repaso La prosa de posguerra en lengua catalana contó con numerosos auto1. ¿Cuáles fueron los orígenes de las literaturas catalana, gallega y vasca? res de calidad sobresaliente: Pere Calders, Mercé Rodoreda, Maria Aurelia 2. ¿Cómo se desarrollaron las literaturas catalana, gallega y vasca? Capmany y Baltasar Porcel. En poe3. ¿Cómo evolucionaron estas lenguas hacia la literatura moderna? sía destacaron Mario Torres, Rosa Le4. ¿Cuál ha sido la trayectoria de las literaturas catalana, gallega y vasca veroni y Salvador Espriu. durante el siglo XX? A partir de la década de 1960, los autores catalanes estuvieron muy in-

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LA LITERATURA LATINOAMERICANA

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as literaturas en lengua española del continente americano se pueden describir y estudiar de dos formas diferentes: individualmente, en su contexto nacional, o en su conjunto, gracias a sus características supranacionales. Este segundo método, que se va afirmando cada vez más, presenta ciertas ventajas, como la de considerar como un todo homogéneo las expresiones literarias de la época de la conquista y la colonización y, sobre todo, la de adecuarse a un pro-

ceso unitario que se hace cada día más evidente. No se puede ignorar el hecho de que, sobre todo a partir de las décadas de 1960 y 1970, los fenómenos literarios –siguiendo los pasos de los políticos y económicos– denotaron una evolución común, con muchos elementos paralelos y homólogos, tales como para disminuir, si no anular, las a menudo vigorosas huellas nacionales o regionales. Dentro de este proceso unitario se pueden observar cuatro grandes agru-

Aunque en rigor no pueden considerarse “latinas”, las denominadas literaturas precolombinas, manifestaciones culturales de las civilizaciones anteriores a la llegada de los europeos al continente americano, componen un importante y valioso documento para el conocimiento de estos pueblos. En la imagen, códice maya. Fotografías de cabecera: Mario Vargas Llosa (izq.) y Gabriel García Márquez (der.).

paciones, análogas por contenidos y contextos étnicos, sociales y culturales: el primer grupo se refiere a las culturas con fuerte presencia indígena, como México y Guatemala; lo mismo puede decirse, aunque con diferente signo, en el caso de las culturas de la franja andina (Perú, Bolivia y Ecuador) y de Paraguay; el grupo que pertenece a las culturas tropicales y caribeñas (Cuba, Costa Rica, Santo Domingo, Honduras, Venezuela, Colombia, Panamá y Nicaragua), con fuerte presencia negra, y, por último, el grupo que denota contactos más abiertos y evidentes con la cultura europea y que se puede indicar como el del cono sur (Argentina, Uruguay y Chile). Los pocos testimonios de prosa y poesía de carácter religioso e histórico, conservados a menudo en su traducción española, de las grandes civilizaciones que se suelen definir como precolombinas, no pueden, en rigor, considerarse literaturas “latinas”. Esto se debe a que no tuvieron ninguna relación con la cultura española y, por tanto, no utilizaron esta lengua para su desarrollo. Entre las muchas que existieron, deben destacarse tres grandes civilizaciones precolombinas: la nahuátl de México, la maya-quiché de Yucatán y Guatemala y la quechua o incaica de Ecuador, Perú y Bolivia. De ellas han quedado significativos testimonios: el Popol-Vuh, libro sagrado de las historias del pueblo quiché; el Chilam Balam (Libro mágico), que trata de la mitología y los hechos más memorables del pueblo maya, y los dramas quechuas Ollantay y Atahualpa, posteriores a la conquista española. La política cultural del imperio español acabó por destruir las lenguas


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originales de los países conquistados y, a pesar de la imponente presencia del mundo indio desde la independencia hasta la actualidad, la literatura indígena quedó incapacitada para un desarrollo genuino y diferenciado. Si los indios de la antigüedad hubieran sabido escribir, la vida de todos ellos, en todas partes, no se habría perdido. Se tendrían también noticias de ellos como existen sobre los españoles y sus jefes; aparecerían sus imágenes. Así es, y por ser así y como hasta ahora no está escrito eso, yo hablo aquí sobre la vida de los antiguos hombres de este pueblo llamado Huarochirí, antiguos hombres que tuvieron un progenitor, un padre; sobre la fe que tenían y de cómo viven hasta ahora. De eso, de todo eso, ha de quedar escrito aquí, con respecto a cada pueblo, y cómo es y fue su vida desde que aparecieron.

pero poseedora de rasgos originales. Un lugar aparte dentro de los cronistas de Indias ocupan, por un lado, fray Bartolomé de las Casas (14741566), autor de la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), apasionado testimonio en favor de los indios, y, por otro, en una época posterior, los históricos Felipe Huamán Poma de Ayala (1534-1615), que en Nueva Crónica y en Buen Gobierno narró los fastos del imperio inca y

Dioses y hombres de Huarochirí, versión de J. M. Arguedas (fragmento)

Teniendo en cuenta esta consideración, la literatura latinoamericana puede dividirse en las siguientes épocas o períodos: – – – –

Época colonial (ss. XVI, XVII y XVIII). Romanticismo (s. XIX). Modernismo (ss. XIX y XX). Siglo XX.

La época colonial Los siglos XVI y XVII, e incluso buena parte del XVIII, estuvieron dominados por la cultura contrarreformista española. En términos más concretos y específicos esto significó que la censura española llegó incluso a prohibir la difusión en América de novelas y “obras de ficción”, ya que la Inquisición, durante mucho tiempo, permitió sólo una literatura de carácter religioso y las escuelas y universidades se reservaron a poquísimas personas, con preponderancia de la enseñanza de la filosofía escolástica y la teología. Afortunadamente, esto no impidió el surgimiento y desarrollo de una literatura de buen nivel, a menudo al unísono con la europea,

Página de Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de las Casas, que constituye un apasionado alegato a favor de los indios.

el sufrimiento de los indios durante la conquista de Perú, y el más grande e importante escritor de ese período, el inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), hijo de un conquistador español y una princesa inca, autor de La Florida del inca (1605), sobre la expedición a Florida de Hernando de Soto, expedición de la cual él no formó parte, pero a la que asignó un tipo de colonización pacífica y no aniquiladora, y de las obras maestras Comentarios reales que tratan del origen de los incas (1609) e Historia

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general del Perú (1617), obras de alto valor literario y mítico, donde utilizó elementos de sus propios conocimientos de la civilización inca. La conquista fue también el tema de una discreta producción épica, y la evangelización, el estímulo para una literatura de ese género. Dentro de este último tipo se recuerda La Cristíada (1611), de Diego de Hojeda (1570-1615), español residente en Lima; dentro del primero, el ejemplo más ilustre lo constituyó La Araucana, del español Alonso de Ercilla (15361594), publicada en tres partes en los años 1569, 1578 y 1589. Se trata de un poema en octavas escrito sobre el lugar, en el transcurso de las luchas entre españoles e indios por la conquista del Chile actual, en el que se trasluce una apreciación y a menudo incluso admiración por los araucanos, heroicos e indómitos guerreros autóctonos. Continuador de Ercilla fue Pedro de Oña (1570-1642), poeta chileno autor del Arauco domado (1596). Además de Ercilla, otros escritores españoles emigraron y se establecieron en el Nuevo Mundo, como el dramaturgo Fernán González de Eslava (1534-1601), que escribió y representó en México entremeses y coloquios además de dramas religiosos. Paralelamente a la producción épica y a la escasa producción dramática, se desarrollaron en América varias formas de poesía lírica. Entre éstas debe citarse la del mexicano Francisco de Terrazas (1549-h. 1604), muy influido por el poeta italiano Francesco Petrarca, mientras Juan de Castellanos (1522-1607) –residente en la actual Colombia– escribió en estilo coloquial las Elegías de varones ilustres de Indias (1589) y Bernardo de Balbuena compuso églogas y un poema, imitando a Ariosto (El Bernardo o Victoria de Roncesvalles, 1624), además de la obra en verso Grandeza mexicana (1604), donde se describen las soberbias bellezas de Ciudad de México, el centro más grande y fastuoso del hemisferio occidental en aquella época. No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados, ni las muestras, regalos y ternezas de amorosos afectos y cuidados;


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mas el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles esforzados, que a la cerviz de Arauco no domada pusieron duro yugo por la espada. A. de Ercilla, La Araucana, Canto primero (fragmento)

Consolidación de la literatura colonial En el siglo XVII, tras el período de la conquista y en un ambiente restringido de corte y conventos, se advirtió el triunfo del estilo barroco y, por tanto, un mayor refinamiento formal. La influencia de Góngora quedó patente en la obra en verso y en prosa de sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), la más exquisita escritora del México colonial. Ésta mostró un ingenio versátil y sutil en algunos admirables sonetos y romances, en el pequeño poema Primero sueño y en las obras teatrales (villancicos, autos, comedias y sainetes). En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), prosa autobiográfica de gran intensidad, defendió el derecho de la mujer a la educación y la cultura. Antes y después de sor Juana aparecieron durante esta época otras mujeres escritoras, entre las que destacaron santa Rosa de Lima (1586-1617) y la

madre Castillo, es decir, sor Francisca Josefa del Castillo y Guevara (16711742), de la actual Colombia. La producción poética barroca fue muy abundante, aunque no siempre de gran nivel. En este campo destacaron dos personalidades eminentes: Carlos de Sigüenza y Góngora (16451700), erudito y científico mexicano que se ocupó de las lenguas indígenas y escribió un poema en honor a la Virgen de Guadalupe, La primavera india, además de una especie de novela de aventuras, Los infortunios de Alonso Ramírez (1690), y Juan del Valle y Caviedes (1652-h. 1698), español radicado en Perú, que en el ambiente más frívolo de Lima (respecto a Ciudad de México) encontró un terreno fértil para su inspiración satírica, como se ve en sus poesías quevedianas del Diente del parnaso y en sus entremeses. La narrativa no fue muy cultivada en este período, limitándose la producción a una serie de crónicas noveladas como El carnero, del colombiano Juan Rodríguez Fresle, y Cautiverio feliz, del chileno Francisco Núñez de Pineda. Este, que ves, engaño colorido, que del arte ostentando los primores, con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido; este, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores y venciendo del tiempo los rigores triunfar de la vejez y del olvido, es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada, es un resguardo inútil para el hado: es una necia diligencia errada, es un afán caduco y, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es [nada. Sor Juana Inés de la Cruz, Soneto

La literatura latinoamericana en el siglo XVIII Aunque es evidente la impresión de que la literatura se pasó del barroco al rococó y al neoclasicismo sin más traumas que un cambio de formas, como en el caso de los poemas del polígrafo Pedro de Peralta Barnuevo (16631743), el espíritu del siglo XVIII estuvo marcado verdaderamente por una fuerte y extensa inquietud social, económica y cultural. A la fácil vida de los virreyes en las capitales Lima y Ciudad de México se opuso en casi todo el con-

La literatura de la conquista La primera producción literaria de gran relieve en Latinoamérica es la histórica y cronista, que tuvo como objeto la conquista y las correspondientes expediciones y que se puede dividir en tres grupos: 1. El de los memorialistas, es decir, los protagonistas mismos de las expediciones, entre los que destacan Cristóbal Colón con su Diario de viaje; Hernán Cortés con las Cartas de relación; Bernal Díaz del Castillo, Soldado de la armada de Cortés, con la bellísima Historia verdadera de la conquista de la Nueva España; Alvar Núñez de Vaca, con otra obra de relevante interés, los Naufragios; Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la Historia general y natural de las Indias, de esmerada escritura y alto valor documental, y Pedro Cieza de León, con su Crónica del Perú, donde se narran también las luchas intestinas de los españoles. 2. El de los históricos oficiales o “cronistas de Indias”, como Pedro Mártir de Anglería, Francisco López de Gómara, Antonio de Solís y muchos otros, que escribieron por encargo del rey y que, en muchas ocasiones, ni siquiera habían estado en el Nuevo Mundo.

3. El de los religiosos, que, por su función de misioneros y evangelizadores, tuvieron estrecho contacto con las poblaciones indígenas y supieron reconstruir muchos datos de sus primitivas civilizaciones, como fray Toribio de Benavente, conocido con el nombre de Motolinía; fray Bernardino de Sahagún, autor de una Historia general de las cosas de la Nueva España, en la que permitió colaborar a los mismos indios; fray Reginaldo de Lizárraga, autor de una Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, sobre el dominio español en Perú, y muchos otros. (...) En llegando allá los cristianos, tomó el señor de la mano al escrivano del Almirante, que era uno d’ellos, el cual enbiava al Almirante para que no consintiese hazer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuessen tan francos los indios y los españoles tan cudiçiosos y desmedidos, que no les basta que por cabo de agujeta, aún por un pedaço de vidrio y d’escudilla y por otras cosas de no nada, les davan los indios cuanto querían (...) Cristóbal Colón, Diario (sábado 22 de diciembre de 1492)


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tinente la exigencia de libertad de la burguesía criolla y la rebeldía endémica de los indios que dio lugar a insurrecciones en México (a finales del siglo XVII), en Paraguay, Venezuela, el norte de Argentina y sobre todo en Perú, donde, en 1780, Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui) sublevó a los indios de los Andes dando lugar a un movimiento heroico que fue ahogado en sangre. La expulsión de los jesuitas dio lugar a una discreta literatura de exilio, en la que destacó el mexicano Francisco Xavier Clavijero (1731-1787), que escribió y publicó en Italia la Historia antigua de México (1780-1781), donde criticó los errores de muchos eruditos europeos sobre América y ensalzó las antiguas civilizaciones precolombinas. Andrés Cavo (1739-1803), también mexicano, autor de Tres siglos de México, fue un inteligente defensor de los indios, y el guatemalteco Rafael Landívar (1731-1793), en su Rusticatio mexicana (1781-1782), escrita en latín, hizo una descripción de la vida cotidiana y del mundo rural mexicano. El otro filón importante de la cultura de ese período estuvo constituido por el periodismo seguidor de la escuela inglesa, que nació y se desarrolló a partir de la segunda mitad del siglo. Unida a éste hay que destacar la literatura de viaje y ciencia, casi siempre ilustrada por ensayistas y viajeros europeos del iluminismo (La Condomine, De Frèzier y, sobre todo, Alejandro von Humboldt). Entre los nombres más prestigiosos dentro de este campo no se debe olvidar a José Celestino Mutis (1732-1808), naturalista de origen español, radicado en Bogotá; al mexicano fray Servando Teresa de Mier (1763-1827), por su obra autobiográfica; al ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795), con obras que se sitúan entre el periodismo, la ciencia y la sátira; al también mexicano y periodista Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), autor de la novela picaresca de trasfondo pedagógico El Periquillo Sarniento (1816), de notable valor literario, y al funcionario español Alonso Carrió de La Vandera (1715-1778?), quien, bajo el seudónimo de Concolorcorvo, compuso un delicioso libro de viajes de Buenos Aires a Lima, El lazarillo de ciegos caminantes (1773).

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La literatura latinoamericana colonial Épocas Siglo XVI

Autores representativos

Obras

Fray Bartolomé de las Casas

Brevísima relación de la destrucción de las Indias Nueva Crónica; y Buen Gobierno Teatro Elegías de varones ilustres de Indias

Felipe Huamán Poma de Ayala Fernán González de Eslava Juan de Castellanos Siglo XVII

Garcilaso de la Vega

Comentarios reales que tratan sobre el origen de los incas La Cristíada La Araucana Arauco domado Grandeza mexicana Respuesta a Sor Filotea de la Cruz Los infortunios de Alonso Ramírez Diente del parnaso El carnero Cautiverio feliz

Diego de Hojeda Alonso de Ercilla Pedro de Oña Bernardo de Balbuena Sor Juana Inés de la Cruz Carlos de Sigüenza y Góngora Juan del Valle y Caviedes Juan Rodríguez Fresle Francisco Núñez de Pineda Siglo XVIII

Pedro de Peralta Barnuevo Francisco Xavier Clavijero Andrés Cavo Rafael Landívar Joaquín Fernández de Lizardi Alonso Carrió de La Vandera, Concolorcorvo José Celestino Mutis

Salen varios toros vestidos de glasé, de plata y oro, y con muchas estrellas de plata fina clavadas superficialmente en su piel, y éstos son los más infelices, porque todos tiran a matarlos para conseguir sus despojos. Toda la nobleza del Cuzco sale a la plaza en buenos caballos, ricamente enjaezados de terciopelo bordado de realce de oro y plata. Los vestidos de los caballeros son de las mejores telas que se fabrican en León de Francia y en el país, pero cubren esta grandeza con un manto que llaman poncho, hecho con lana de alpaca, a listas de varios colores. Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos caminantes

Poesía Historia antigua de México Tres siglos de México Rusticatio mexicana El Periquillo Sarniento El lazarillo de ciegos caminantes Ensayo

La literatura latinoamericana durante el romanticismo A finales del siglo XVIII empezó a producirse una profunda crisis en el mundo colonial; se libraron las primeras batallas por la independencia y empezaron a delinearse los diferentes estados nacionales. El mundo de las letras, tras los pasos de los acontecimientos político-sociales y siguiendo los ideales de los libertadores Simón Bolívar, José de San Martín y más tarde José Martí, continuó presentándose con una delineación supranacional. Este fenómeno se pudo observar en escritores y humanistas como Andrés Bello (1781-1864), poeta, erudito, filólogo y filósofo nacido en Venezuela,


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pero con contactos profundos con otros países como Inglaterra y Chile, y el poeta neoclásico ecuatoriano Joaquín de Olmedo (1780-1847), que ensalzó a Bolívar en la poesía La victoria de Junín. Algo diferente fue la posición de los exiliados o proscritos argentinos, ellos también con una discreta experiencia internacional, pero animados por un sentimiento patriótico. Entre ellos se debe recordar a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), autor del famoso Facundo, o civilización y barbarie (1845), que no es ni una novela, ni una biografía, ni una obra épica, sino un largo ensayo descriptivo sobre la naturaleza y los caracteres de Argentina, nación dividida, precisamente, entre la “barbarie” anárquica del mundo rural y la “civilización” ordenada de las ciudades. Junto a él, cabe destacar a Esteban Echeverría (18051851), el poeta más representativo del romanticismo latinoamericano, con Elvira o la novia del plata (1832), La cautiva y Rimas (1837), y un prosista polémico y realista en El matadero (1838), donde denunció la tortura practicada bajo la dictadura de Rosas; a José Már-

mol (1818-1871), autor de poesías, dramas y de la novela Amalia (1851-1855), y a Juan Bautista Alberdi (1810-1884), ensayista político de notables repercusiones en la formación de la conciencia nacional argentina. Durante el surgimiento de estos autores se estaba ya dentro de la atmósfera compleja del tardío romanticismo latinoamericano, influido por el europeo (desde Victor Hugo a Lord Byron), pero con la mirada dirigida al paisaje americano, y a su pasado de grandeza mitificado más que nunca. El principal precursor de este movimiento había sido José María de Heredia (1803-1839), cubano exiliado en México, autor de En el Teocalli de Cholula (1820) y otras obras, en las que se dedicó fundamentalmente a la reflexión acerca de la naturaleza y de la historia y en las que reflejó una melancólica expresión de sus sentimientos íntimos. En esta misma línea, el mexicano José Joaquín Pesado (1801-1861) reescribió en Los aztecas poesías de la antigua tradición centroamericana y el poeta peruano Mariano Melgar (1790-1815) compuso los yaravíes, poesías breves al estilo inca.

En la obra del colombiano Gregorio Gutiérrez González (1826-1872) Memorias sobre el cultivo del maíz en Antioquía (1862) empezaron a notarse ingredientes descriptivos menos etéreos que en el resto de los románticos latinoamericanos. En el campo de la narrativa, el romanticismo hispanoamericano recibió una fuerte influencia, por un lado, de las formas idílicas de Atala, del francés Chateaubriand, y de Paul et Virginie, del también francés Bernardin de Saint-Pierre; por otro lado, ya avanzado el siglo, se advirtió también una gran influencia de modelos más cercanos al realismo de Balzac o Zola. Dentro del primer caso destacaron novelas como María (1867), del colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), historia de un amor juvenil roto trágicamente por la prematura muerte de la heroína; Cumandá (1879), del ecuatoriano Juan León de Mera (1832-1894), donde se narran las aventuras sentimentales de una supuesta india y un joven blanco en la selva amazónica en pleno siglo XVIII, que acaban descubriendo que son hermanos, y Enriqui-

La poesía gauchesca La expresión literaria más original del siglo XIX en Latinoamérica fue la poesía “gauchesca”. En ésta, con el lenguaje particular y específico de los gauchos argentinos y uruguayos, se cantaron las gestas y aventuras de los personajes míticos de la pampa. Entre los mejores resultados de esta peculiar poesía deben recordarse el Fausto (1866), de Estanislao del Campo (1834-1880); Santos Vega (1872), de Hilario Ascásubi (1807-1875), y, sobre todo, Martín Fierro, un poema dividido en dos partes: El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro. Escrita entre 1872 y 1879 por José Hernández (1834-1886), esta obra está considerada como la más famosa de la literatura argentina y una de las piezas maestras de la literatura latinoamericana. Yo he conocido cantores que era un gusto el escuchar, mas no quieren opinar y se divierten cantando; pero yo canto opinando, que es mi modo de cantar. El que va por esta senda cuanto sabe desembucha, y aunque mi cencia no es mucha, esto en mi favor previene;

yo sé el corazón que tiene el que con gusto me escucha. Lo que pinta este pincel ni el tiempo lo ha de borrar; ninguno se ha de animar a corregirme la plana; no pinta quien tiene gana, sino quien sabe pintar. Y no piensen los oyentes que del saber hago alarde; he conocido, aunque tarde, sin haberme arrepentido, que es pecado cometido el decir ciertas verdades. Pero voy en mi camino y nada me ladiará, he de decir la verdá, de naides soy adulón; aquí no hay imitación, está es pura realidá. José Hernández, La vuelta de Martín Fierro (fragmento)


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llo (1878), del dominicacon gusto, tanto más no Manuel Jesús Galcuanto que habéis ván (1834-1910), novela prevenido mi ánimo en histórica sobre la rebevuestro favor con la lión de un cacique duhermosa epístola impresa rante el primer siglo de con la cual me habéis la colonización. En el favorecido. Quiero mucho a segundo caso destacala raza hispanoamericana: ron novelas como Marsu generosidad, su tín Rivas (1862), del chielevación, sus prendas leno Alberto Blest Gana caballerescas me (1830-1920); Durante la cautivan. A la José María de Heredia, Reconquista (1897), del norteamericana la escritor cubano del siglo XIX. mexicano Ignacio Maadmiro: habilidad, fuerza, nuel Altamirano (1834progreso inaudito; mas 1893), autor también de El Zarco tiene para mí defectos que me obligan (1901), sobre las luchas políticas de a mirarla con tedio: Su divisa es mitad del siglo, y Santa (1903), versión atroz: time is money, money is God. mexicana de la Nana, de Zola; Peonía La esclavitud como institución me (1890), historia de una pasión inasombra, por otra parte, en pueblo terrumpida por el exilio y la muerte, del tan inteligente, religioso y venezolano Vicente Romero García adelantado; y el escarnio con que (1865-1917), y, por último, Frutos de mi envilecen y oprimen a los mulatos, y tierra (1896), antología de cuentos aun a los que no lo son, me llena de regionales de la zona de Antioquía, amargura cuando contemplo en los del colombiano Tomás Carrasquilla caracteres de las naciones. Lamartine (1858-1940). Dentro de la narrativa, se hubiera reconciliado, sin duda, con pero con una estructura entre el arlos Estados Unidos, y Lincoln fuera tículo periodístico y la evocación histópara él uno de los varones más rica, destacaron obras como las series egregios del Nuevo Mundo; pero en de Tradiciones peruanas de Ricardo Palllegando a su noticia la acción nefaria ma (1833-1919), escritor de tono ligede que fue víctima el embajador del ro, humorístico y cordial. Brasil, hubiera vuelto a cerrarles su El ensayo en el romanticismo alpuerta a los norteamericanos. canzó su máximo exponente con el Juan Montalvo, De la belleza en el género ecuatoriano Juan Montalvo (1832humano (fragmento) 1889), autor de Siete tratados y de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, El modernismo obras por las que llegó a considerársele como uno de los mejores escritoen Latinoamérica res en prosa castellana de todos los Desde finales del siglo XIX y hasta la tiempos. década de 1920, más concretamente desde la publicación de Cuando el señor de Azul (1888), de Rubén Lamartine le hubo Darío, hasta su muerte agraciado al autor de (1916), se desarrolló en estas páginas con América latina una codirigirle una esquela y rriente literaria y artísotorgarle una visita, le tica que se llamó modijo: Entre las cartas dernismo. En este moque ayer recibí, diez vimiento confluyeron había de viajeros de los las influencias de BauEstados Unidos que delaire y D’Annunzio, solicitaban verme en mi parnasianos y simbocasa: a todos me he listas, decorativistas y negado. De la América estetas, además de cierespañola no hay sino la El mexicano Amado Nervo tas modas orientales. vuestra: os la he creó una poesía de fuerte contenido místico. Sin embargo, esta nuecontestado y os recibo

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va escuela literaria buscó fundamentalmente la independencia de las letras latinoamericanas, efecto que logró hasta el punto de protagonizar un fenómeno totalmente nuevo hasta ese momento: fue América la que empezó a influir en España, y esto pudo advertirse claramente en la obra poética de Ramón María del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. El proceso fue gradual y partió del agotamiento y la superación de la experiencia romántica, especialmente en sus acentos más etéreos, y de la autoexaltación del intelectual y el artista, como puede verse en algunos poetas que abrieron el

La poesía gauchesca constituyó una de las manifestaciones más originales de la literatura latinoamericana del siglo XIX. En la imagen, portada de El gaucho Martín Fierro, de José Hernández.

camino del modernismo: José Martí (1853-1895), cubano de personalidad combativa, militante de la libertad en su país, periodista, ensayista y poeta; el peruano Manuel González Prada (1848-1918), también innovador en poesía y prosa; el cubano Julián del Casal; los mexicanos Salvador Díaz Mirón y Manuel Gutiérrez Nájera, y el colombiano José Asunción Silva. Todos ellos grandes poetas que afirmaron una nueva visión del mundo americano, más autóctona, menos dependiente, en definitiva, de la influencia de las corrientes literarias europeas.


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Romanticismo y modernismo en la literatura latinoamericana Épocas Siglo XIX, romanticismo

Siglos XIX y XX, modernismo

Autores representativos

Obras

Joaquín de Olmedo Domingo Faustino Sarmiento Esteban Echeverría José Mármol Juan Bautista Alberdi José María de Heredia José Joaquín Pesado Mariano Melgar Gregorio Gutiérrez González Jorge Isaacs Juan León de Mera Manuel Jesús Galván Alberto Blest Gana Ignacio Manuel Altamirano Vicente Romero García Tomás Carrasquilla Ricardo Palma Juan Montalvo

La victoria de Junín Facundo, o civilización y barbarie El matadero Amalia Ensayo En el Teocalli de Cholula Los aztecas Poesía Memorias sobre el cultivo de maíz en Antioquía María Cumandá Enriquillo Martín Rivas Durante la Reconquista

José Hernández

Martín Fierro (poesía gauchesca) Azul; Cantos de vida y esperanza Poesía y ensayo Poesía y ensayo

Rubén Darío José Martí Manuel González Prada Julián del Casal Salvador Díaz Mirón Manuel Gutiérrez Nájera José Asunción Silva José Santos Chocano Leopoldo Lugones Ricardo Jaimes Freire Amado Nervo José Enrique Rodó

Pero la personalidad más completa y extraordinaria del movimiento modernista, la que lo definió y encarnó, fue Rubén Darío (1867-1916). En él volvió a proponerse la figura del intelectual (poeta, ensayista, periodista y narrador) capaz de sintetizar un continente entero, no sólo porque siendo nicaragüense transcurrió parte de su existencia en Chile y Argentina, además de Centroamérica, sino porque además eligió y desarrolló el papel del “poeta americano” que teme y contrarresta la influencia de los Estados Unidos sobre el resto de América. Tanto en París como en Ma-

Peonía Frutos de mi tierra Tradiciones peruanas Siete tratados

Poesía Poesía Poesía Poesía Poesía Poesía Poesía Poesía Ariel

drid estableció contacto con los escritores más famosos de la época, sobre los que influyó de forma decisiva. Con la antología de cuentos y prosas poéticas Azul (1888) marcó las estructuras de su revolución poética, y con Las prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) confirmó las coordenadas estéticas que servirían a sucesivos autores para el desarrollo de estas nuevas formas literarias. Sobre sus últimas poesías “optimistas” y en sus poemitas proféticos se gestó el movimiento latinoamericano denominado “mundonovismo” (de Mundo Nuevo) que encontró cul-

tivadores entre poetas y prosistas de los primeros años del siglo XX. Yo fui un soldado que durmió en el [lecho de Cleopatra la reina. Su blancura y su mirada astral y omnipotente. Eso fue todo. ¡Oh mirada! ¡Oh blancura y oh aquel [lecho en que estaba radiante la blancura! ¡Oh la rosa marmórea omnipotente! Eso fue todo. Y crujió su espinazo por mi brazo; y yo, liberto, hice olvidar a Antonio. (¡Oh el lecho y la mirada y la [blancura!) Eso fue todo. Yo, Rufo Galo, fui soldado, y sangre tuve de Galia, y la imperial becerra me dio un minuto audaz de su [capricho. Eso fue todo. ¿Por qué en aquel espasmo las [tenazas de mis dedos de bronce no apretaron el cuello de la blanca reina en broma? Eso fue todo. Yo fui llevado a Egipto. La cadena tuve al pescuezo. Fui comido un día por los perros. Mi nombre, Rufo Galo. Eso fue todo. Rubén Darío, «Metempsicosis», en El canto errante

Otros poetas modernistas que sobresalieron en el resto de Latinoamérica fueron: José Santos Chocano (18751934), poeta retórico peruano que fue comparado con el norteamericano Walt Whitman; el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), quizá el más brillante después de Darío; el boliviano Ricardo Jaimes Freire (1868-1933), y el muy popular poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919), creador de una poesía de carácter místico e incluso ocultista. Peregrina paloma imaginaria que enardeces los últimos amores; alma de luz, de música y de flores, peregrina paloma imaginaria. Vuela sobre la roca solitaria que baña el mar glacial de los dolores; halla, a tu paso, un haz de [resplandores, sobre la adusta roca solitaria... Vuela sobre la roca solitaria,


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peregrina paloma, ala de nieve como divina hostia, ala tan leve como un copo de nieve; ala divina, copo de nieve, lirio, hostia, neblina, peregrina paloma imaginaria... R. Jaimes Freyre, «Siempre», en Castalia bárbara

En la prosa modernista sobresalió la figura del uruguayo José Enrique Rodó (1872-1917), que modeló la mente y la conducta de dos generaciones de latinoamericanos a partir de obras tan famosas como el ensayo Ariel (1900). Yo creí siempre que en la América nuestra no era posible hablar de muchas patrias, sino de una patria grande y única; yo creí siempre que si es alta la idea de la patria, expresión de todo lo que hay de más hondo en la sensibilidad del hombre: amor a la tierra, poesía del recuerdo, arrumbamiento de gloria, esperanzas de inmortalidad, en América, más que en ninguna otra parte, cabe, sin desnaturalizar esa idea, magnificarla, dilatarla; depurarla de lo que tiene de estrecho y negativo, y sublimarla por la propia virtud de lo que encierra de afirmativo y de fecundo: cabe levantar, sobre la patria nacional, la patria americana, y acelerar el día en que los niños de hoy, los hombres del futuro, preguntados cuál es el nombre de su patria, no contesten con el nombre de Brasil, ni con el nombre de Chile, ni con el nombre de México, porque contesten con el nombre de América. Toda política internacional americana que no se oriente en dirección a ese porvenir y no se ajuste a la preparación de esa armonía, será una política vana y descarriada. J. Enrique Rodó, «El centenario hispanoamericano», en El mirador de Próspero

La literatura latinoamericana durante el siglo XX La poesía Los últimos modernistas, si así puede llamárselos, traspasaron no sólo los lí-

mites temporales (se estaba ya en los primeros años del siglo XX), sino también los temáticos y formales, asumiendo con decisión otros tonos y maneras. Fue éste el caso del uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910), del peruano José María Eguren (1882-1942) y del también uruguayo Carlos Sabat Ercasty (18871982), poetas instintiva o conscientemente innovadores e inquietos. Dentro de este conjunto de poetas renovadores, a la cabeza de un grupo de mujeres que escribieron en verso –la uruguaya Delmira Agustini (1886-1914), la argentina Alfonsina Storni (1892-1938) y la también uruguaya Juana de Ibarbourou (18951979)–, figuró la chilena Gabriela Mistral (1889-1957). Su nombre real era Lucila Godoy Alcayaga y su obra, claramente existencialista, rompió con la “poesía pura”. Ésta incluye, como títulos principales, Desolación (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). En 1945, Gabriela Mistral obtuvo el premio Nobel de literatura. Él pasó con otra; yo le vi pasar. Siempre dulce el viento y el camino en paz. ¡Y estos ojos míseros le vieron pasar! Él amando a otra por la tierra en flor Han abierto el espino; pasa una canción. ¡Y él va amando a otra por la tierra en flor! Él besó a la otra a orillas del mar; resbaló en las olas la luna de azahar. ¡Y no untó mi sangre la extensión del mar! Él irá con otra por la eternidad. Habrá cielos dulces (Dios quiere callar) ¡Y él irá con otra por la eternidad! Gabriela Mistral, Desolación

La literatura latinoamericana

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José Enrique Rodó se erigió en una de las figuras de la prosa modernista en Latinoamérica.

La revolución mexicana, la primera guerra mundial, el crack financiero de 1929 y otros acontecimientos de carácter político-económico marcaron, en la década de 1920, una clara renovación literaria que se evidenció con la aparición de poetas decididamente posmodernistas. Influidos por la vanguardia europea y con un carácter fuertemente futurista o surrealista, los poetas latinoamericanos estuvieron muy atentos a las voces de poetas como Whitman, Pound, Eliot y Valéry, pero supieron conjugar estas tendencias con un reencuentro con las raíces americanas. En esta nueva línea destacaron, ante todos, los chilenos Vicente Huidobro (1893-1948), amigo de Juan Gris y Pablo Picasso, que escribió también en francés, y Pablo Neruda (1904-

La poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou evolucionó desde la estética modernista hacia una lírica menos artificiosa y más vital.


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1973) –considerado por muchos como el mayor poeta latinoamericano junto a Darío–, premio Nobel en 1971, cantor del amor, de las virtudes civiles, de la naturaleza y la materia y autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Residencia en la tierra (1933-1935) y Canto general (1950), y, por último, el peruano César Vallejo (1892-1938), de altísimas cualidades líricas, con versos de dramática y lacerante profundidad, que tuvo gran influencia en todos los poetas latinoamericanos del siglo XX. Puedo escribir los versos más tristes [esta noche Escribir, por ejemplo: “la noche está [estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo [lejos”. El viento de la noche gira en el cielo y [canta. Puedo escribir los versos más tristes [esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me [quiso. En las noches como ésta la tuve entre [mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo [infinito. Ella me quiso, a veces yo también la [quería. ¡Cómo no haber amado sus grandes [ojos fijos! Puedo escribir los versos más tristes [esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la [he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa [sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto [el rocío. ¡Qué importa que mi amor no [pudiera guardarla! La noche está estrellada y ella no está [conmigo. (...) Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto [la quise.

Mi voz buscaba al viento para tocar [su oído. De otro. Será de otro. Como antes de [mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos [infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez [la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el [olvido. Porque en noches como ésta la tuve [entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla [perdido. Aunque éste sea el último dolor que [ella me causa, y éstos sean los últimos versos que [le escribo. Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada

Enfrente a la Comedia Francesa, está [el Café de la Regencia; en él hay una pieza recóndita, con una butaca y una [mesa. Cuando entro, el polvo inmóvil se ha [puesto ya de pie. Entre mis labios hechos de jebe, la [pavesa de un cigarrillo humea, y en el humo [se ve dos humos intensivos, el tórax del [Café, y en el tórax, un óxido profundo de [tristeza. Importa que el otoño se injerte en los [otoños, importa que el otoño se integre de [retoños, la nube, de semestres; de pómulos, la [arruga. Importa oler a loco postulando ¡qué cálida es la nieve, qué fugaz la [tortuga, el cómo qué sencillo, qué fulminante [el cuándo! César Vallejo, Sombrero, abrigo, guantes

La poesía latinoamericana de este siglo se articuló en diversas tendencias o “escuelas” locales incluso más que la narrativa. Nicaragua, por ejemplo, dio multitud de poetas “nuevos”: Al-

fonso Cortés (1893-1963), José Coronel Urtecho (1906), Pablo Antonio Cuadra (1912), Joaquín Pasos (1914-1947) y Ernesto Cardenal (1925), sacerdote evangelizador conocido también por su participación en el movimiento sandinista. México presentó, a su vez, poetas de notable complejidad y excelentes cualidades formales: Ramón López Velarde (1888-1921), Carlos Pellicer (1899-1977), José Gorostiza (19011973), Xavier Villarrutia (1903-1950), Octavio Paz (1914-1998), premio Cervantes en 1981 y premio Nobel en 1990 –a quien debe considerarse también como excelente ensayista–, y, entre los más recientes, Jaime Sabines (1926), Marco Antonio Montes de Oca (1932), José Emilio Pacheco (1939) y Homero Aridtjis (1940). En Cuba, la poesía se presentó aún más diferenciada: por un lado ofreció poetas de formación e inspiración afrocubana, como Nicolás Guillén (1902-1989), uno de los poetas más representativos de América latina; Emilio Ballagas (1908-1954); Regino Pedroso (1896-1983), y Ramón Guirao (1908); por otro, dio poetas de marcada posición vanguardista, como Manuel Navarro Luna (1894-1972), Eugenio Florit (1903), Eliseo Diego (1920-1994), Cintio Vitier (1921) y Fina García Marruz (1923). Mención aparte merece Dulce María Loynaz (19031997), enraizada en la tradición cubana y muy premiada a ambos lados del Atlántico. Fue premio Cervantes en 1992. Perú, después de Vallejo, mantuvo una alta calidad de poesía con César Moro (1904-1955), Carlos Germán Belli (1927), Adolfo Westphalen (1911), Javier Sologuren (1921) y Antonio Cisneros (1942). Después de Neruda, en Chile destacaron las personalidades de Nicanor Parra (1914), creador de la “antipoesía”, y Gonzalo Rojas (1917). Pero fue Argentina la que, junto a Jorge Luis Borges (18991986), gran escritor, narrador, poeta y ensayista, propuso el más abundante y variado panorama lírico: desde Oliverio Girondo (1891-1967) a Ricardo Molinari (1898-1987), de Francisco Luis Bernárdez (1900-1978) a Alberto Girri (1919-1991) y de Raúl González Tuñón (1905-1974) a Juan Gelman (1930). En Ecuador destacó la obra de refinada influencia europea de Jorge Carrera Andrade (1903-1978).


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La literatura latinoamericana

La literatura latinoamericana en el siglo XX Autores representativos Alfonsina Storni Juana de Ibarbourou Gabriela Mistral Vicente Huidobro Pablo Neruda César Vallejo Ernesto Cardenal Octavio Paz José Gorostiza José Emilio Pacheco José Carlos Mariátegui Nicolás Guillén Dulce María Loynaz Nicanor Parra Jorge Luis Borges Oliverio Girondo Raúl González Tuñón Juan Gelman Jorge Carrera Andrade Roque Dalton Ciro Alegría José María Arguedas Manuel Scorza Alcides Arguedas Jorge Icaza Miguel Ángel Asturias José Eustasio Rivera Ricardo Güiraldes Horacio Quiroga Roberto Arlt Juan Rulfo Alejo Carpentier José Lezama Lima Adolfo Bioy Casares Manuel Mujica Láinez Julio Cortázar Juan Carlos Onetti Ernesto Sábato Gabriel García Márquez Mario Vargas Llosa Manuel Puig José Donoso Guillermo Cabrera Infante Augusto Roa Bastos Alfredo Bryce Echenique Mario Benedetti Isabel Allende Samuel Eichelbaum Conrado Nalé Roxlo Celestino Gorostiza

Obras Poesía Poesía Desolación Poesía Residencia en la tierra; Canto general Poesía Poesía Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe Poesía Poesía Ensayo Poesía Poesía Poesía Ficciones; El hacedor Poesía Poesía Poesía Poesía Poesía El mundo es ancho y ajeno Los ríos profundos Redoble por Rancas Raza de bronce Huasipungo El señor presidente La vorágine Don Segundo Sombra Los desterrados Los siete locos Pedro Páramo El siglo de las luces Paradiso La invención de Morel Bomarzo Rayuela Juntacadáveres El túnel Cien años de soledad La ciudad y los perros El beso de la mujer araña El obsceno pájaro de la noche Tres tristes tigres Yo, el Supremo La vida exagerada de Martín Romaña La tregua La casa de los espíritus Teatro Teatro El color de nuestra piel

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El “boom” de la literatura latinoamericana Fue durante las décadas de 1960 y 1970 cuando se obtuvieron los resultados más fecundos y tumultuosos de la narrativa latinoamericana. En este período destacaron una serie de escritores de difícil agrupación desde el punto de vista estético, pero que tuvieron en común la gran calidad de su obra: el mexicano Carlos Fuentes (1928), autor de La muerte de Artemio Cruz (1962) y Terra nostra (1975); el colombiano Gabriel García Márquez (1928), premio Nobel en 1982, autor, entre otras muchas, de la famosa Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), otra versión del tirano hispanoamericano impregnada de experimentalismo estilístico, y de Crónica de una muerte anunciada (1985), breve relato de un delito de honor en un ambiente tropical; el uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994), autor de atormentadas y simbólicas aventuras de enajenación como La vida breve (1943) y Juntacadáveres (1964); el argentino Ernesto Sábato (1911), autor de la difundida novela El túnel (1948) y Sobre héroes y tumbas (1961), lúcida e impía historia de psicologías conflictivas con el trasfondo de una cruda y dura Buenos Aires; Manuel Mujica Láinez (19101984), nacido precisamente en Buenos Aires, aunque realizó sus estudios en Europa, entre cuyas obras destaca Bomarzo (1962), una ambiciosa novela sobre el personaje de un excéntrico aristócrata italiano del Renacimiento; Julio Cortázar (1914-1984), también argentino, que recogió y continuó la inventiva de Borges, con geometrías más com-

Los efectos de los regímenes autocráticos militares de las últimas décadas de este siglo se advirtieron en un grupo de poetas como Roque Dalton (1933-1975), de El Salvador; Francisco Urondo (19301976), de Argentina; Otto René Castillo (1936-1967), de Guatemala, y Javier Heraud (1942-1963), de Perú. Voy por tu cuerpo como por el mundo, tu vientre es una plaza soleada, tus pechos dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos, mis miradas te cubren como yedra, eres una ciudad que el mar asedia, una muralla que la luz divide en dos mitades de color durazno, un paraje de sal, rocas y pájaros bajo la ley del mediodía absorto, vestida del color de mis deseos como mi pensamiento vas desnuda, voy por tus ojos como por el agua, los tigres beben sueño en esos ojos, el colibrí se quema en esas llamas, voy por tu frente como por la luna, como la nube por tu pensamiento. Octavio Paz, Piedra de sol (fragmento)

plicadas, en Rayuela (1962) y en numerosos relatos esparcidos en varios volúmenes como Bestiario (1951) o Todos los fuegos el fuego (1966); y, por último, Mario Vargas Llosa (1936), peruano, premio Cervantes en 1994, autor de La ciudad y los perros (1962), novela sobre la vida violenta en una academia militar de Lima, y de otras novelas de veleidosa invención narrativa, como La casa verde (1966) y La guerra del fin del mundo (1981), sobre un episodio de rebelión en un Brasil de fin de siglo. A los niños no les interesó la noticia. Estaban obstinados en que su padre les llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Menphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de plata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en la cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo.

Del otro lado de la puerta un hombre deja caer su corrupción. En vano elevará esta noche una plegaria a su curioso dios, que es tres, dos, uno, y se dirá que es inmortal. Ahora oye la profecía de su muerte y sabe que es un animal sentado. Eres, hermano, ese hombre. [Agradezcamos los vermes y el olvido. Jorge Luis Borges, La prueba

Soy hombre, mineral y planta a un [tiempo, relieve del planeta, pez del aire, un ser terrestre en suma. Árbol del Amazonas mis arterias, mi frente de París, ojos del trópico, mi lengua americana y española, hombros de Nueva York y de Moscú, pero fija, invisible, mi raíz en el sueño equinoccial, nutriéndose del agua de los ríos y de la sangre verde que circula por el frágil, alado cuerpecillo del loro, profesor de ortología,

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (fragmento)

del saltamontes y del colibrí, mis ínfimos aliados naturales. Jorge Carrera Andrade, Poema XVI, de Hombre Planetario

La narrativa En el siglo XX, la narrativa, la novela y el relato en América latina estuvieron marcados por el signo de las particularidades regionales, sociales o étnicas, por un lado, y por otro, por el reflejo de una realidad mucho más amplia, con ideales y mitos universales situados dentro de una sociedad que iba evolucionando muy rápidamente: basta pensar en los cambios sociales y políticos que aportó la revolución cubana o la sandinista, por ejemplo, o en la existencia de metrópolis de la magnitud de Ciudad de México o Buenos Aires. Obviamente, la narrativa que buscó sus modelos en el mundo regional y en el folklore, a menudo pintoresco, de algunos países tuvo como trasfondo una intencionalidad y una poética realista, además de un sólido


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anclaje referencial y documental. Entre los escritores “criollistas”, llamados así por su fidelidad a la representación de los ambientes populares, que eligieron generalmente temas provincianos y campesinos, destacaron los chilenos Mariano Latorre (1886-1955), Baldomero Lillo (18671923) y Rafael Maluenda (1885-1963), y el argentino Roberto Payró (18671928). Entre los “nativistas”, que añadieron amor por el paisaje del campo y problemas vagamente sociales, sobresalieron los uruguayos Javier de Viana (1868-1926) y Enrique Amorim (1900-1960), el cubano Lino Novás Calvo (1905-1976) y el costarricense Carlos Luis Fallas (1909-1966). Menos lineal resultó la evolución de la literatura “indigenista”, la cual situó en el centro de sus intereses y formas narrativas el mundo indio o indígena, con una mirada más realista y cercana que algunas obras románticas, donde predominaba el tono exótico e idílico. La primera novela que se enfrentó a esta temática con una concepción menos etérea es la de la peruana Clorinda Matto de Turner (1854-1909), que publicó en 1889 Aves sin nido. También peruanos, destacaron Ciro Alegría (1909-1967), escritor de fuerte sensibilidad social y política que trató el tema de los indios y mestizos explotados en el norte de Perú en tres novelas –La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1938) y El mundo es ancho y ajeno (1941)–; José María Arguedas (1911-1969), que superó los esquemas de la “escuela” y basó su investigación en los mitos y la mentalidad compleja de los personajes, como se ve en obras como Los ríos profundos (1959), una de las más bellas novelas del siglo XX latinoamericano, y Manuel Scorza (1928-1983), quien, de forma más militante, envolvió los acontecimientos de la revolución y la represión de las comunidades indígenas en un halo de leyenda, en obras como Redoble por Rancas o La tumba del relámpago (1979). Otros indigenistas sobresalientes fueron el boliviano Alcides Arguedas (1879-1946), con la novela Raza de bronce (1919), y los ecuatorianos Jorge Icaza (1906-1978) –que en Huasipungo (1934) habló de la condición degradada de los campesinos indios–, José de la Cuadra (1903-1941),

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ñor presidente (1946), novela satírica sobre la dictadura de Estrada Cabrera.

El novelista peruano Ciro Alegría fue una de las figuras más destacadas de la literatura indigenista en las letras latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX.

Demetrio Aguilera Malta (1909) y Alfonso Cuesta y Cuesta (1912), autor de Los hijos (1969), que combinó hábilmente tonos realistas y líricos. En esta misma corriente, aunque enriquecida por una gran complejidad artística, puede incluirse al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (18991974), premio Nobel en 1967, autor de relatos de mitología indígena, como Leyendas de Guatemala (1930) y Hombres de maíz (1949), pero también de novelas de distinta naturaleza, animadas por un soplo neobarroco, como El se-

Manuel Scorza supo tratar con gran realismo los temas tradicionales de las comunidades indígenas de su país.

(...) “Somos para ellos menos que las bestias. El más humilde de los mestizos, o el más canalla, se cree infinitamente superior a los mejores de nuestra casta. Todo nos quitan ellos, hasta nuestras mujeres, y nosotros apenas nos vengamos haciéndoles pequeños males o dañándoles sus cosechas, como una débil reparación de lo mucho que nos hacen penar. Y así, maltratados y sentidos, nos hacemos viejos y nos morimos llevando una herida viva en el corazón. ¿Cuándo nos ha de acabar esta desgracia? ¿Cómo hemos de librarnos de nuestros verdugos? “Alguna vez en mis soledades, he pensado que, siendo, como somos, los más, y estando metidos de esclavos en la vida, bien podríamos ponernos de acuerdo, y en un gran día, y a una señal convenida, a una hora de la noche, prender fuego a sus casas en las ciudades, en los pueblos y en las haciendas, caerles en su aturdimiento y exterminarlos; pero luego he visto que siempre quedarían soldados, armas y jueces para perseguirnos con rigor, implacablemente, porque alegarían que se defienden y que es lucha de razas la que justifica sus medidas de sangre y odio. Alcides Arguedas, Raza de bronce (fragmento)

Sonaron los latigazos sobre el silencio taimado de la muchedumbre. La queja de la víctima enmudecía más a los espectadores, reprimiendo el fermento de una venganza indefinida: “Pur qué, taiticú? ¿pur qué ha de ser siempre el pobre natural? ¡Carajuuu! ¡Maldita sea! En la boca zumu de hierba mora, en el shungu hiel de diablu. Aguanta no más taiticu retorciendu comu lombriz pisada. Para más tarde... ¿Qué, pes? Nada, carajuuu...” Desde un rincón, donde había permanecido olvidado, con salto felino se abalanzó el hijo de Cunshi a las piernas del hombre que azotaba a su padre y le clavó un mordisco de perro rabioso. (...) Teniente político, policías y huasicamas domaron a golpes al


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pequeño. El llanto y los gritos del huérfano sembraron en la muchedumbre un ansia de suplicar; “¡Basta, carajuuu! ¡Basta!”, pero la protesta se diluyó en la resignación y en el temor, dejando tan sólo un leve susurro de lágrimas y mocos entre las mujeres. Jorge Icaza, Huasipungo (fragmento)

El Gaspar Ilóm apareció con el alba después de beberse el río para apagarse la sed del veneno en las entrañas. Se lavó las tripas, se lavó la sangre, se deshizo de su muerte, se la sacó por la cabeza, por los brazos igual que ropa sucia y la dejó ir en el río. Vomitaba, lloraba, escupía, al nadar entre las piedras cabeza adentro, bajo de agua, cabeza afuera, temerario, sollozante. Qué asco la muerte, su muerte. El frío repugnante, la paralización del vientre, el cosquilleo en los tobillos, en las muñecas, tras las orejas, al lado de las narices que forman terribles desfiladeros por donde corren hacia los barrancos el sudor y el llanto. Miguel Ángel Asturias, Hombres de maíz (fragmento)

Dentro del amplio panorama de la producción narrativa latinoamericana del siglo XX surgió una recuperación de los mitos y símbolos genuinamente americanos, que más tarde desembocaría en lo que Borges llamó “literatura fantástica” (conocida también como realismo mágico o fantástico) y de la que él fue el máximo exponente. Los antecedentes de este tipo de literatura pueden encontrarse en La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera (18891928), novela de la selva amazónica, o Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes (1886-1927), donde aparece el retrato mitificado del último representante del mundo argentino de los gauchos. También un hecho de gran importancia histórica como la revolución mexicana de 1910 ofreció a la literatura no sólo ocasión de relatar crónicas, sino de dejar constancias narrativas a menudo teñidas de leyenda. Es el caso de una serie de escritores mexicanos como Mariano Azuela (1873-1952), entre cuyas novelas destaca Los de abajo

(1915); Martín Luis Guzmán (18871976), autor de El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929), y José Rubén Romero (1890-1952), autor de una novela casi picaresca, La vida inútil de Pito Pérez (1938). Dentro de este panorama, la obra del escritor uruguayo Horacio Quiroga (18781937) constituyó un caso singular y apartado. Con una serie de narraciones que están entre el relato naturalista, el relato simbólico, el fantástico y el relato de alucinación, Quiroga logró trasplantar a la selva de Misiones el arte narrativo de Poe y Kipling, como se distingue en sus Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917) y en Los desterrados (1926). Ayer de mañana tropecé en la calle con una muchacha delgada, de vestido un poco más largo que lo regular, y bastante mona, a lo que me pareció. Me volví a mirarla y la seguí con los ojos hasta que dobló la esquina, tan poco preocupada ella por mi plantón como pudiera haberlo estado mi propia madre. Esto es frecuente. Tenía, sin embargo, aquella figurita delgada un tal aire de modesta prisa en pasar inadvertida, un tan franco desinterés respecto de un badulaque cualquiera que con la cara dada la vuelta está esperando que ella se vuelva a su vez, tan cabal indiferencia, en suma, que me encantó, bien que yo fuera el badulaque que la seguía en aquel momento. Aunque yo tenía que hacer, la seguí y me detuve en la misma esquina. A la mitad de la cuadra ella cruzó y entró en un zaguán de casa de altos. La muchacha tenía un traje oscuro y muy tensas las medias. Ahora bien, deseo que me digan si hay una cosa en que se pierda mejor el tiempo que en seguir con la imaginación el cuerpo de una chica muy bien calzada que va trepando una escalera.... Horacio Quiroga, «Dieta de amor», de Anaconda (fragmento)

Herederos del realismo mágico de Quiroga y precursores de un nuevo cambio creativo dentro de la literatura latinoamericana, emergieron algunos escritores insignes como el

ya citado Miguel Ángel Asturias; Jorge Luis Borges, recordado en la poesía, maestro de generaciones, autor de memorables narraciones breves (Ficciones, 1944; El hacedor, 1960; El informe de Brodie, 1970); Roberto Arlt (1900-1942), también argentino, creador de un mundo sardónico, cruel y pesimista en Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931) y El jorobadito (1933); el mexicano Juan Rulfo (1918-1986), autor de Pedro Páramo (1955), una novela concisa entre la pesadilla y la alienación al estilo de Kafka; el cubano Alejo Carpentier (1904-1980), escritor fecundo y neobarroco que construyó sus novelas con consumada técnica detallista, como en Los pasos perdidos (1953) y en El siglo de las luces (1962), y que contribuyó con la novela El recurso del método (1974) a ese género especial que describe a dictadores imaginarios de América latina; y otro cubano, José Lezama Lima (1912-1976), poeta hermético y narrador de delicados ecos proustianos en Paradiso (1966), entre otros. En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.) Pasó la infancia, caducaron los tigres y su pasión, pero todavía están en mis sueños. En esa napa sumergida o caótica siguen prevaleciendo y así: Dormido, me distrae un sueño cualquiera y de pronto sé que es un sueño. Suelo pensar entonces: Éste es un sueño, una pura diversión de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre. ¡Oh, incompetencia! Nunca mis sueños saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso sí, pero disecado, o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño


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inadmisible, o harto fugaz, o tirando a un perro o a pájaro. Jorge Luis Borges, «Dreamtigers», de El hacedor

Un chubasco repentino, brutal, arremolinó el aire. Caía el agua, vertical y densa, sobre las plantas del patio, con tal saña que arrojaba la tierra fuera de los canteros. “Ya viene”, dijo Víctor. Un vasto rumor cubría, envolvía, la casa, concertando las aficiones particulares del tejado, las persianas, las lucetas, en sonidos de agua espesa o de agua rota; de agua salpicada, caída de lo alto, escupida por una gárgola, o sorbida por el tragante de una gotera. Luego hubo una tregua, más calurosa, más cargada de silencio que la calma de la prima noche (...)

Autor de una abundante producción, en la que destacan sus poemas y cuentos fantásticos, el escritor argentino Jorge Luis Borges fue el máximo exponente del llamado “realismo mágico”.

Alejo Carpentier, El siglo de las luces (fragmento)

En los últimos años, la producción literaria en Latinoamérica ha sido tan vasta y abundante que resultaría casi imposible enumerar a todos sus autores, sin olvidar alguno. Sí deben destacarse, sin embargo, otros escritores que, tras los pasos de los anteriormente citados, aparecieron con diferentes motivaciones: el argentino Adolfo Bioy Casares (1914), premio Cervantes en 1990, considerado, junto con Borges y Cortázar, como el narrador más importante de la literatura argentina contemporánea, entre cuyas obras destacan: La invención de Morel (1940), Los que aman, odian (1946), Diario de la guerra del cerdo (1969), Historias desaforadas (1986); Manuel Puig (1932-1990), también argentino, autor de novelas donde el cine actúa como mito de personajes frustrados e insatisfechos, como La traición de Rita Hayworth (1968) y El beso de la mujer araña (1976); el chileno José Donoso (1924-1996), evocador de turbias y destructivas atmósferas como en El obsceno pájaro de la noche (1970); el cubano Guillermo Cabrera Infante (1929), autor de una novela experimental al estilo de Sterne, Tres tristes tigres (1967); el paraguayo Augusto Roa Bastos (1917), autor de las reevocaciones históricas en clave mítica Hijo del hombre (1960) y Yo, el Supremo (1974), otra versión de la

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novela sobre dictaduras; el peruano Alfredo Bryce Echenique (1939), autor de la esperpéntica La vida exagerada de Martín Romaña (1981); el uruguayo Mario Benedetti (1920), poeta, novelista y ensayista, autor de obras muy conocidas como La tregua (1960), y la chilena Isabel Allende (1942), sobrina del derrocado presidente Salvador Allende, que se dio a conocer en 1982 con la novela La casa de los espíritus, obra con la que se afirmó como novelista por su gran lucidez histórica y social y su coherencia estética. Soy descendiente de estancieros por los dos lados. Cuando yo era chico, de los campos de mi abuelo, Vicente L. Casares, quedaba San Martín, en el partido de Cañuelas. Mi otro abuelo, Juan Bautista Bioy, dejó a su muerte una estancia a cada hijo. Algunos la perdieron; dos o tres se suicidaron. Fueron, casi todos, buenos ejemplos de la segunda generación: gente inteligente, culta, honesta, aficionada a las mejores cosas de la vida. Recordándolos alguna vez pensé que los herederos son para la sociedad los ángeles que, según me contaron, vierten el agua del cielo sobre los atribulados pobladores del purgatorio. Adolfo Bioy Casares, Memorias (fragmento)

Con Pedro Páramo, el escritor mexicano Juan Rulfo se erigió en una de las figuras esenciales de la literatura latinoamericana contemporánea.

El novelista peruano Alfredo Bryce Echenique ironizó en sus obras a la sociedad limeña.

Ensayo y teatro En las décadas de 1920 a 1930 fueron muchos los escritores de indudable talento que, dentro del ensayo literario, trataron los temas de la estructura cultural y de la emancipación espiritual de América latina. Además del ya mencionado mexicano Octavio Paz, sobresalieron los también mexicanos José Vasconcelos (1881-1959), Leopoldo Zea (1912) y el gran erudito y polígrafo Alfonso Reyes (1889-1959); los argentinos Paul Groussac (1848-1929), Manuel Ugarte (1878-1951), Francisco Romero (1891-1962), Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964); el peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), personalidad central del ensayo y la política y gran intelectual de la década de 1920; Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), de Santo Domingo; el venezolano Mariano Picón Salas (1901-


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1965); los colombianos Baldomero Sanín Cano (1861-1957) y Germán Arciniegas (1900), y los cubanos Jorge Mañach (1898-1961), Fernando Ortiz (1881-1969) y J. A. Portuondo (1911). (...) El Desnudo... es un antimecanismo. La primera ironía consiste en que no sabemos siquiera si se trata de un desnudo. Encerrado en un corsé o una malla metálica, es invisible. Ese traje férreo no recuerda tanto a una armadura medieval como a una carrocería o a un fuselaje. Otro rasgo que lo distingue del futurismo: es un fuselaje sorprendido no en pleno vuelo sino en una lenta caída. Pesimismo y humor: un mito femenino, la mujer desnuda, convertido en un aparato más bien amenazante y fúnebre. Mencionaré, por último, algo que ya estaba presente en obras anteriores: la violencia racional, mucho más despiadada que la violencia física en que se complace Picasso (...) Octavio Paz, Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp (fragmento)

El “problema del indio”, la “cuestión agraria” interesan mucho más a los peruanos de nuestro tiempo que el “principio de autoridad”, la “soberanía popular”, el “sufragio universal”, la “soberanía de la inteligencia” y demás temas del diálogo entre liberales y conservadores. Esto no depende de que la mentalidad política de las anteriores generaciones fuese más abstractista, más filosófica, más universal; y de que, diversa u opuestamente, la mentalidad política de la geneación contemporánea sea –como es– más realista, más peruana. Depende de que la polémica entre liberales y conservadores se inspiraba, de ambos lados, en los intereses y en las aspiraciones de una sola clase social. La clase proletaria carecía de reivindicación y de ideología propias. Liberales y conservadores consideraban al indio desde su plano de clase superior y distinta (...) José Carlos Mariátegui, “Regionalismo y centralismo”, en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (fragmento)

Por otro lado, la literatura teatral, que en el siglo anterior había tenido sólo algún representante esporádico en Perú (Manuel Ascencio Segura, 1805-1871) y en México, con algunos dramaturgos románticos, en el siglo XX logró por fin despegar y encontrar un terreno adecuado, sobre todo en los países en que la sociedad se prestó al desarrollo del teatro. En Uruguay, por ejemplo, donde entre finales del siglo anterior y principios del XX se produjo un notable florecimiento del teatro popular y dialectal, como el de Florencio Sánchez (18751910) y sus seguidores, como Ernesto Herrera (1886-1917). Ya en las décadas de 1940 y 1950 destacaron en Argentina escritores de teatro como Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) o como Samuel Eichelbaum (1894-1967), ambos expertos en el corte escénico y en el movimiento psicológico de los personajes. Leónidas Barletta (1902-1975), creador del Teatro del Pueblo, fue un empresario teatral de gran relieve. Los nombres a destacar son abundantes entre los autores dramáticos de los últimos años del siglo: Griselda Gambaro (1928), Agustín Cuzzani (1924), Osvaldo Dragón (1929), Carlos Maggi (1922) y muchos otros. Puede decirse que en Argentina no hubo nunca una interrupción de la actividad teatral, excepto en los años de régimen militar. En México se produjo prácticamente el mismo fenómeno, pero en este país tuvo más vigor el teatro de carácter estable o institucionalizado. Así, además de narradores que se dedicaron de vez en cuando a la escena, se pueden encontrar personalidades entregadas plenamente a la literatu-

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ra dramática, como Celestino Gorostiza (1904-1967), atento a los valores sociales del mundo mexicano en obras como El color de nuestra piel (1952), o Rodolfo Usigli (1905-1979), auténtico profesional del teatro, autor de más de treinta obras de fuerte crítica moral y social y de gran dramatismo, como El gesticulador (1937). Otros dramaturgos de renombre son Emilio Carballido (1925), Luisa Josefina Hernández (1928), Sergio Magaña (1924-1990), Sergio Galindo (1926-1993) y Héctor Azar (1930). Otro país donde las instituciones teatrales encontraron un discreto desarrollo fue Venezuela, con escritores como César Rengifo (1915-1980), Román Chalbaud (1931) –que también ejerció como director cinematográfico–, Ida Gramcko (1925) y Arturo Uslar Pietri (1906), experto y prolífico escritor que dio al teatro algunas obras significativas. En otros países destacaron figuras aisladas como René Marqués (19191979) en Puerto Rico; el ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, también narrador, y los guatemaltecos Carlos Solórzano (1922) y Manuel Galich (1913-1986). Gracias al incremento de “teatros libres”, “experimentales” o “independientes” y, sobre todo, gracias a la afirmación del teatro de “creación colectiva”, promovido y mantenido por Cuba y la Casa de las Américas de La Habana, siguieron surgiendo por toda Latinoamérica nuevos autores dramáticos junto a nuevas formas colectivas de teatro. Precisamente en Cuba, por ejemplo, José Triana (1931), autor de La noche de los asesinos; en Chile, Jorge Díaz (m. en 1930), y Alonso Alegría (1940) en Perú.

Preguntas de repaso

1. ¿En qué grandes grupos y con qué criterio puede dividirse a la literatura latinoamericana? 2. ¿Cuál fue la primera literatura de relieve que se escribió en Latinoamérica? 3. ¿Qué es la poesía “gauchesca”? 4. ¿A qué se denomina “realismo mágico o fantástico”?


GLOSARIO

Academia: Término con el que se denominan ciertas corporaciones de ámbito nacional que, integradas por expertos, tienen como misión la defensa y el fomento de la lengua, el arte y las distintas ciencias. Academia Española: Fundada en 1713 con el nombre de Real Academia Española. Su misión es la lucha contra las incorrecciones idiomáticas y la defensa de la unidad de la lengua. Su lema es “limpia, fija y da esplendor”. Academia Francesa: Richelieu la convirtió en una institución nacional en 1635. Su misión es velar por la pureza de la lengua y la literatura francesas. La componen, con carácter vitalicio, 40 miembros, a los que se denomina “los inmortales”. Academia Sueca: Fundada en 1786. Tiene como misión la defensa de la lengua sueca. Debe su celebridad universal al hecho de conceder desde 1901 el galardón literario de máximo prestigio: el premio Nobel de literatura. Acto: Cada una de las partes en que se divide una representación teatral. Se compone de diversas escenas que conservan cierta unidad entre sí. Aforismo: Enunciado conciso y claro que sintetiza un pensamiento, un refrán o un dicho por medio de paradojas. Este tipo de expresión suele tener un carácter moralizante, sentencioso o reflexivo. Anagrama: Desfiguración de una palabra mediante la transposición de sus letras con objeto de crear otra palabra distinta. Suele emplearse para configurar seudónimos. Anécdota: Breve relato oral de un hecho insólito, curioso o de interés especial. Se utiliza para dar viveza a un discurso o narración principal.

Antología: Recopilación de obras o fragmentos literarios escogidos de uno o varios autores. Su función es la de mostrar una visión de conjunto de textos o autores unidos por algún tipo de afinidad. Apéndice: Suplemento que se añade a una obra ya terminada con objeto de completarla en algún aspecto. Este complemento puede consistir en registros, notas, gráficos o estadísticas. Apólogo: Relato alegórico breve del que se deriva una enseñanza de carácter moral. Se emplea con frecuencia como sinónimo de fábula o proverbio. Sus protagonistas suelen ser animales. Apostilla: Nota explicativa añadida al final de un texto. Su objetivo es comentar alguno de sus aspectos o aclarar su significado. Apóstrofe: Figura retórica que consiste en interrumpir un discurso para dirigir la palabra a alguna persona o cosa personificada. Artículo: Escrito periodístico firmado en el que el autor expresa su opinión sobre asuntos o sucesos de índole variada. Autobiografía: Forma literaria en la que el propio autor narra su experiencia vital. Las autobiografías pueden referirse a hechos externos, lo que se denomina memorias, o basarse en lo estrictamente personal. Autor: Se denomina autor a aquel que crea una obra literaria, científica o artística. A él le corresponden los denominados derechos de autor y la facultad de explotar su obra. Best-seller: Expresión inglesa que significa “el más vendido”. Se ha introducido en español con el significado de libro de gran difusión y venta, adaptado al gusto popular y por lo

general de corta presencia en el mercado. Bibliografía: Conjunto de publicaciones existentes sobre un autor o una determinada materia. Una referencia bibliográfica completa consta de autor, título, año y lugar de aparición, edición, editorial, número de páginas y otros datos complementarios. Biografía: Género situado entre lo histórico y lo literario en el que se describe la vida de un personaje relevante según su trayectoria personal o su repercusión en una época. Bucólico: Relativo a la literatura que idealiza el amor, la naturaleza y la vida rural. También denominado pastoril, el género surge en el período grecolatino y conoce su máxima expansión durante el Renacimiento. Caballeresco: Relativo a la literatura que idealiza el mundo de los nobles y los caballeros. Su origen son los poemas épicos y los cantares de gesta y se desarrolla durante todo el medievo. Censura: Facultad que se arroga una autoridad, ya sea el Estado, la Iglesia u otra institución pública, para impedir la difusión de obras cuyo contenido es considerado como transgresor de las normas o peligroso para los valores imperantes. Charada: Adivinanza que consiste en buscar una palabra desconocida por el sentido de cada una de las sílabas que han sido trastocadas. Códice: Formato de los textos manuscritos literarios en la edad media. Lo formaban varios cuadernillos de pergaminos plegados cubiertos con tapas de madera. Solían contar con ilustraciones miniadas de gran valor artístico. Compilación: Colección formada por la agrupación en un solo volumen de


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LITERATURA

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textos anteriormente dispersos, con un fin práctico determinado. Copyright: Expresión inglesa con la que se designan universalmente los derechos de autor que protegen una obra artística o literaria y controlan su difusión legal. Criptograma: Texto cifrado que puede leerse, agrupando ciertas letras de un modo especial, dentro de otro texto. Puede consistir en un nombre, una fecha o una dedicatoria. Crítica: Examen y valoración de las creaciones artísticas y literarias. Se suele distinguir entre una crítica basada en la reflexión teórica y otra, de tipo periodístico, cuyas pautas son los valores culturales de la sociedad. Diario: Narración de carácter autobiográfico en la que el autor refleja por escrito sus vivencias cotidianas. Un diario puede tener valor literario por sí mismo y a veces servir para conocer el proceso creativo de un escritor. Diatriba: En la antigua Grecia se denominaban así las críticas satíricas contra las malas costumbres. Hoy en día se entiende por diatriba un escrito o discurso de censura violenta contra alguien o algo. Drama: Término que se aplica en sentido amplio a cualquier texto susceptible de ser representado. De forma restringida, drama es una representación dramática donde están presentes las pasiones humanas encarnadas por lo general en su aspecto más violento. Edición: Impresión de un texto con vistas a su publicación. La primera edición de un texto se denomina edición príncipe. Edición crítica es la que se elabora para obtener el texto más fiable de entre varias versiones primitivas. Enciclopedia: Obra que, presentada con carácter sistemático, engloba varias ciencias o artes y tiene como objetivo proporcionar una visión general de los conocimientos de la época sobre dichos temas. Epigrama: Composición lírica concisa en la que se expresa una idea ingeniosa con agudeza y penetración. Su contenido suele ser satírico. En España fue muy cultivado durante el Siglo de Oro. Epílogo: Añadido final que completa el contenido de un texto. Puede consistir en una explicación del desenlace del argumento o en la presentación

de sucesos posteriores derivados del desarrollo de la obra. Episodio: Cada uno de los sucesos relevantes que forman parte de una composición literaria. Pueden consistir también en acciones secundarias que enlazan con la trama principal para que aumente su interés. Estilo: Características peculiares de un determinado autor que impregnan toda su obra. Tiene relación con el vocabulario, la sintaxis y el ritmo del lenguaje empleado. Estribillo: Expresión en verso que se repite al final de cada estrofa en ciertas composiciones poéticas. Estrofa: Conjunto de versos agrupados que siguen determinadas pautas, como el número, la rima o la medida, y que conforman una composición poética. Ex libris: Expresión latina que se aplica al sello o etiqueta que se coloca en los libros para indicar a quién pertenecen. Los ex libris tratan de plasmar simbólicamente, mediante imágenes, ciertas características que individualizan a sus poseedores. Facsímil: Palabra derivada del latín que significa “haz igual”. Se denomina edición facsímil a la reproducción fotográfica de un documento original. Ficción: Tipo de narración literaria en el que se emplean materiales imaginarios. Se da este calificativo a la literatura fantástica más desligada de la realidad. Género chico: Sainetes cortos que se representaban en España a finales del siglo XIX para complementar a otras obras. De contenido costumbrista, con una parte hablada y otra cantada, evolucionó hacia la zarzuela. Gesta: El término gesta significa hazaña. Los cantares de gesta eran poemas de contenido épico que surgieron en Europa en la edad media para glorificar las hazañas de los héroes. Glosa: Comentario o explicación añadida a un texto con la intención de aclarar su significado. En la edad media proliferaron las glosas, cuyo objetivo era explicar los textos filosóficos de los autores clásicos. Hipérbole: Figura retórica que consiste en utilizar la exageración con objeto de dotar de más énfasis a una expresión.

Ibidem: Expresión latina que se emplea en las notas y en las citas de obras literarias con el significado de: “allí mismo”, “en el mismo”, “en la obra citada con anterioridad”. Incunable: Se llama así a las ediciones que se imprimieron desde la aparición de la imprenta hasta el inicio del siglo XVI (1450 a 1500, aproximadamente). Estas ediciones son de gran interés para los bibliófilos. Jácara: Composición lírica en forma de romance asociada a la jerga del hampa y que tiene un contenido satírico y festivo. En el Siglo de Oro español se representaban en los entreactos de las comedias. Meininger: La compañía de teatro de Meininger fue fundada por Jorge II de Sajonia que, además de dirigirla, se ocupaba de los decorados y el vestuario. Se hizo famosa por la veracidad de la puesta en escena de sucesos históricos. Meistersang: Las escuelas de los maestros cantores representaban la tradición poética y musical de la burguesía y los artesanos alemanes durante los siglos XIV, XV y XVI. Dotadas de un rígido esquema jerárquico, sus creaciones tenían un tono moralizante. Melodrama: En el siglo XVII se llamó así a las obras dramáticas que incorporaban música, pero no eran enteramente cantadas. A partir del siglo XIX, este término se aplica a las obras en las que se acentúa el tono sentimental. Memorias: Narración de los acontecimientos a los que ha asistido el autor en el transcurso o en un período concreto de su vida. A diferencia de la autobiografía, las memorias se refieren a hechos externos. Mester: Vocablo castellano que significaba en el medievo profesión u oficio. En Castilla surgieron dos escuelas poéticas: el mester de clerecía, de temática religiosa y formas cultas, y el mester de juglaría, más cercano a lo popular. Metáfora: Tropo consistente en utilizar una palabra con un sentido poco habitual, en función de una comparación tácita. Miniatura: Ilustración de pequeñas dimensiones pintada con detalle en libros, pergaminos o papiros. Su función era acompañar y realzar el texto. Muy apreciadas por su calidad artística.


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Miscelánea: Obra literaria que trata de asuntos variados sin relación entre sí. También se llama así a la obra compuesta por géneros literarios de distinta naturaleza. Mito: Relato alegórico de contenido religioso que tiene repercusión en el pensamiento y en la actuación de los hombres. Los elementos míticos están presentes en muchas de las epopeyas y narraciones épicas. Monólogo: Fragmento dramático en el que un personaje se habla a sí mismo como si estuviera pensando en voz alta. Cuando aparece en la narrativa, este recurso se denomina monólogo interior. Moraleja: Enseñanza moral que aparece en ocasiones al final de una narración como colofón o consecuencia de la misma. Es frecuente su presencia en las fábulas. Narración: Forma literaria que se basa en el relato de acontecimientos. Se utiliza en diferentes géneros, como la novela, el cuento, la leyenda o la biografía. Nobel: La Academia Sueca concede cada año, desde 1901, el premio Nobel de literatura, junto con otros premios. Se lo considera el galardón más prestigioso de las letras universales. Nota: Breve acotación colocada a pie de página o al final de un escrito cuya función es aclarar o ampliar algún dato del texto. La parte del texto objeto de la nota se indica mediante una llamada. Oximoron: Figura literaria que se emplea con preferencia en el lenguaje poético y que consiste en presentar juntas dos ideas cuyo sentido las hace excluyentes entre sí. Palimpsesto: Manuscrito en el que existe un escrito oculto borrado con el fin de escribir nuevamente sobre él. Métodos como la fotografía fluorescente permiten leer el escrito original. Panfleto: Escrito en el que se alude, por lo general con un tono crítico, a algo o a alguien. Su objetivo suele ser la propaganda política. Papiro: Superficie para escribir elaborada con tiras del tallo de la planta del mismo nombre. Se utilizó ampliamente en Egipto y en la Roma imperial. A partir del siglo V fue sustituido por el pergamino. Parábola: Relato de un acontecimiento imaginario del que, por analogía o comparación, se desprende una ense-

ñanza moral. Empleada con frecuencia en la antigüedad. Perífrasis: Figura retórica que consiste en utilizar varias palabras para expresar, de una forma indirecta, aquello que podría haberse dicho con más sencillez empleando un solo término. Picaresca: Temática narrativa que surge y se desarrolla en España durante los siglos XVI y XVII. El protagonista suele ser una persona de baja extracción social que narra sus peripecias para ganarse la vida. Plagio: Copia o imitación servil de una obra artística o literaria con intención de fingir la autoría de la misma. El plagio está castigado en todas las legislaciones, ya que supone un robo intelectual. Poesía: Género literario, caracterizado históricamente por ser un escrito sometido a la métrica y a la forma versificada. En la actualidad, las fronteras entre poesía y prosa se han hecho más tenues. Prólogo: Breve escrito que antecede a una obra y en el que se valora, justifica o se dan las claves para la comprensión de la misma. Puede estar escrito por el autor o por alguien ajeno a la obra. Prosa: Es la modalidad de lenguaje escrito que más se asemeja a la expresión oral. Se emplea en todos los géneros literarios en los que está ausente el verso. Prosopopeya: Figura retórica que consiste en aplicar a entes inanimados o a seres irracionales características propias de los entes animados o del ser humano. Proverbio: Frase concisa en la que se expresa un pensamiento de propósito moralizante. A diferencia del refrán, fruto de la sabiduría popular, el proverbio suele tener un origen culto. Pulitzer: Premio creado en 1917, que se ha convertido en el galardón literario norteamericano de mayor prestigio. Además de obras literarias, el premio Pulitzer premia trabajos periodísticos. Rapsoda: Cantor y poeta popular de la Grecia antigua. Los rapsodas se desplazaban de una localidad a otra para cantar o recitar fragmentos de los poemas épicos de la época. Refrán: Dicho sentencioso breve que expresa un pensamiento moral propio

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del acervo tradicional. Se diferencia por su origen popular del proverbio. Rima: Similitud de sonidos en la terminación de dos o más versos a partir de la última sílaba tónica. Existe rima consonante si los sonidos de consonantes y vocales son similares y rima asonante cuando sólo coinciden las vocales. Ritmo: Efecto grato que se percibe con la armoniosa distribución del lenguaje. Se crea mediante la combinación escogida de los sonidos, su intensidad y la duración de los mismos. Romancero: Recopilación de romances. Saga: Las sagas eran antiguos relatos islandeses de transmisión oral. Su temática era épica y legendaria. Se fijaron como narraciones en prosa durante los siglos XII y XIII. Actualmente, el término se asimila a historia familiar de varias generaciones. Sátira: Crítica en tono burlesco o cómico de una persona, una cosa o una situación. Nace como género literario específico en la Roma clásica. Seudónimo: Nombre que utiliza un autor cuando no desea firmar con el suyo propio. Se emplea con frecuencia en los escritos literarios, sobre todo en los de contenido satírico. Sinécdoque: Tipo de metáfora que consiste en sustituir un término por otro con el que guarda relación. Puede expresarse el todo por una de sus partes o utilizar una parte para referirse al todo. Sinonimia: Figura literaria que consiste en utilizar varias palabras de significado afín con objeto de aclarar o dar más énfasis a una idea. Tipografía: Dícese del arte de confeccionar textos para imprimir. Desde Gutemberg, con la creación de la imprenta, se han creado diferentes tipos de letra para dicho fin. Trilogía: Creación literaria integrada por tres obras que guardan una unidad entre sí. Esta fórmula se empleó con frecuencia en las tragedias griegas, donde las tres obras solían representarse de manera conjunta. Tropo: Recurso retórico consistente en utilizar una palabra en un sentido inusual (v. metáfora, sinécdoque y metonimia). Yambo: Pie de la lírica griega y latina compuesto de dos sílabas, la primera breve y la segunda larga.


GRANDES ESCRITORES DE LA HISTORIA

Alberti, Rafael (1902): Poeta español cuya obra literaria y peregrinaje vital siempre han guardado relación con su compromiso político. Comunista militante, Alberti vivió en el exilio durante el gobierno franquista y regresó a España en 1977. En su extensa bibliografía destacan Marinero en tierra (1922), Entre el clavel y la espada (1941) y Coplas de Juan Panadero (1949). Aleixandre, Vicente (1898-1984): Poeta español de la generación del 27. Evolucionó desde la poesía pura hacia una lírica más cercana a las preocupaciones humanas. Permaneció en España durante la guerra civil. En 1977 recibió el premio Nobel de literatura. Destacan en su primera etapa Ámbito (1928) y La destrucción o el amor. En la segunda Retratos con nombre (1965) y Diálogos del conocimiento (1974). Alighieri, Dante (1265-1321): Escritor italiano. Participó en la turbulenta vida política de Florencia. Su obra La Divina Comedia es una de las cimas de la poesía universal. Está dividida en tres partes: el infierno, el purgatorio y el paraíso. Dante da su visión sobre el destino humano. Escribió también el grupo de poemas La vida nueva, dedicado a Beatriz, su gran amor, y el Cancionero, con poesías dispersas. Andersen, Hans Christian (1805-1875): Escritor danés, célebre por sus cuentos basados en la tradición popular escandinava, que reelabora con materiales propios. Su estilo se caracteriza por cierta ingenuidad, ya que en un principio fueron dedicados a los niños. El soldadito de plomo, El patito feo y El rey desnudo son algunos de sus cuentos más famosos. Aristófanes (h. 445-h. 380 a.C.): Autor de comedias griego. Vivió la decaden-

cia de Atenas, proceso que criticó desde su posición de aristócrata conservador. Sócrates y los sofistas fueron blanco de sus sátiras. Se le atribuyen 44 comedias, de las que conocemos 11. Destacan entre ellas Lisístrata, Las aves, Las avispas y La asamblea de mujeres. Artaud, Antonin (1898-1948): Poeta, actor y teórico del teatro francés. Próximo al surrealismo, se apartó del grupo para fundar el teatro Alfred Jarry. En 1938 publicó El teatro y su doble, donde expuso su tesis del “teatro de la crueldad”. Escribió Los tarahumara, un libro de viajes sobre sus experiencias en México en busca del hombre no corrompido por la civilización. Asturias, Miguel Ángel (1899-1974): Escritor guatemalteco de fantasía barroca que rindió homenaje a la mitología y a la naturaleza de su tierra natal en cada una de sus obras. Premio Nobel de literatura en 1967, entre sus libros destacan Leyendas de Guatemala (1930), El señor presidente (1946) y Hombres de maíz (1949). Azorín (1873-1967): Seudónimo del escritor español José Martínez Ruiz, figura señera de la Generación del 98. Pasó de posturas anarquizantes al conservadurismo. Maestro en el empleo de frases breves y precisas. Su novela, puramente descriptiva, apenas tiene argumento. Entre sus obras destacan Confesiones de un pequeño filósofo (1904), Los pueblos y La ruta de Don Quijote. Balzac, Honoré de (1799-1850): Novelista francés. Uno de los máximos exponentes de la novela realista del siglo XIX. Se propuso agrupar toda su obra en lo que denominó La comedia humana, un ambicioso intento de proporcionar una visión general sobre las costumbres sociales de la época. Sus

dos novelas más conocidas, Eugenia Grandet (1833) y Papá Goriot (1834), han creado arquetipos universales. Baudelaire, Charles (1821-1867): Poeta francés. Se lo considera como uno de los creadores de la poesía moderna y precursor del simbolismo. Recopiló la mayor parte de sus poemas en Las flores del mal. Víctima del “spleen” o tedio existencial, narró sus experiencias con las drogas y el alcohol en un libro de ensayos titulado Los paraísos artificiales. Beckett, Samuel (1906-1989): Escritor irlandés. Se instaló en Francia en 1938 y adoptó su idioma para escribir. Su obra destila una visión pesimista del mundo contemporáneo. Destaca la trilogía narrativa integrada por Molloy, Malone muere y El innombrable (1951-1953). En 1952 escribió Esperando a Godot, una importante contribución al teatro del absurdo. Fue premio Nobel en 1969. Bécquer, Gustavo Adolfo (1836-1870): Poeta español. Figura representativa del romanticismo. Vivió en la penuria y murió joven víctima de la tuberculosis. Escribió un conjunto de narraciones fantásticas que denominó Leyendas (1860-1865). Sin embargo, fueron las Rimas (1869) las que sustentaron su fama. Por su sencillez y sus precisas metáforas, están consideradas como una de las cumbres de la poesía española. Berceo, Gonzalo de: Nació a finales del siglo XII. Poeta español. Formó parte del mester de clerecía y se lo considera como el más brillante poeta culto de la época. Toda su obra es de temática religiosa. Escribió vidas de santos, como la Vida de Santo Domingo de


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Silos. Su obra más importante es Los milagros de Nuestra Señora. Bioy Casares, Adolfo (1914): Escritor argentino amante de los temas fantásticos y policiacos. Escribió obras en colaboración con Jorge Luis Borges. Sus primeras novelas tienen un contenido fantástico. La invención de Morel (1940) es una muestra de esta tendencia. Su obra posterior aborda temas porteños. Destacan El sueño de los héroes (1954) y Diario de la guerra del cerdo (1969). Boccaccio, Giovanni (1313-1375): Escritor italiano. Junto a Dante y Petrarca, Boccaccio fue uno de los creadores de la lengua literaria italiana. Su obra más conocida es El Decamerón, recopilación de cuentos escritos entre 1348 y 1353. Estos relatos, algunos de corte erótico, son una muestra de la concepción renacentista de la vida que consagra la primacía del ingenio humano sobre la moral. Borges, Jorge Luis (1899-1986): Escritor argentino. Introductor del ultraísmo en Argentina. Su obra narrativa está recogida en colecciones de relatos. Destacan Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El libro de arena (1975). Su estilo es frío, preciso y con insólitas asociaciones léxicas. Es autor además de una vasta obra poética y ensayista de gran valor. Brecht, Bertolt (1898-1956): Dramaturgo y poeta alemán. Su ideología marxista lo obligó a exiliarse durante la época nazi. Tras la segunda guerra mundial se instaló en Berlín este, donde fundó el Berliner Ensemble. Abogó por el distanciamiento crítico del espectador respecto a la obra. Destacan entre su producción dramática: Madre Coraje y sus hijos (1939), Galileo Galilei, una de las figuras fundamentales del teatro del Siglo de Oro y el Círculo de tiza caucasiano (1944). Calderón de la Barca, Pedro (16001681): Dramaturgo español. Temas recurrentes en su obra fueron la libertad humana: La vida es sueño, y el honor: El alcalde de Zalamea. Escribió además autos sacramentales de temática religiosa y comedias, entre las que destacan La dama duende y Casa con dos puertas, mala es de guardar. Capote, Truman (1924-1984): Escritor estadounidense. Conocido por la utilización de recursos periodísticos en la novela. A sangre fría (1966), en la

que convirtió en material narrativo un sangriento suceso local, es una muestra de esta novela documento. Otras novelas importantes son Desayuno en Tiffany’s (1958) y Música para camaleones (1950). Carpentier, Alejo (1904-1980): Escritor cubano. Exiliado por sus ideas izquierdistas, volvió a Cuba tras la revolución. Reivindicó lo “maravilloso” como rasgo de América latina. Su producción se caracteriza por el barroquismo y la riqueza expresiva. De su importante obra destacan: Los pasos perdidos (1953), El siglo de las luces (1958) y El recurso del método (1974). Cela, Camilo José (1916): Escritor español. Sus novelas La familia de Pascual Duarte (1942) y La Colmena (1951) conmovieron el ambiente de la posguerra española. Su obra, dotada de una prosa barroca y brillante, alcanza en ocasiones tintes tremendistas. Son notables sus libros de viajes, como Viaje a la Alcarria (1948) y Viaje al Pirineo de Lérida. Ha escrito también multitud de relatos breves. En 1989 le fue concedido el premio Nobel de literatura. Cervantes, Miguel de (1547-1616): Escritor español. Llevó una vida agitada, permaneciendo preso en una cárcel de Argel durante cinco años. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es su obra maestra y una de las cumbres de la literatura de todos los tiempos. Cervantes consiguió crear en ella arquetipos universales, como Don Quijote y su contrapunto Sancho. Son notables sus Novelas ejemplares (1613), de temática costumbrista. Escribió además poesía y teatro, ambos eclipsados por el vigor de su prosa. Cortázar, Julio (1914-1984): Escritor argentino. Intelectual comprometido con la revolución cubana. Vivió en Europa gran parte de su vida. Rayuela (1963), novela donde experimenta con el lenguaje, es su obra más conocida. Son notables además sus relatos cortos de contenido fantástico agrupados en Bestiario (1951) e Historias de Cronopios y Famas (1962). Chejov, Antón P. (1860-1904): Escritor ruso. Perfiló con maestría la psicología de sus personajes. Sus cuentos, de estilo sencillo y naturalista, reflejaron la vida de la pequeña burguesía rusa.

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Entre ellos destacan: Pabellón n.º 6 (1892) y La dama del perrito (1898). Su producción teatral fue notable, entre ella: El tío Vania (1899), La gaviota (1895) y El jardín de los cerezos (1904). Darío, Rubén (1867-1916): Escrito nicaragüense, una de las figuras cimeras de la literatura latinoamericana. Sentó las bases y encabezó el movimiento modernista, que buscaba captar la expresión pura de la belleza mediante un nuevo sentido del ritmo, basado en la musicalidad y la armonía. Sus libros de poemas Azul (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) ejercieron una notable influencia en sus contemporáneos a ambos lados del Atlántico. Dickens, Charles (1812-1870): Escritor inglés. Tuvo una infancia marcada por las dificultades económicas. Cobró fama con Los documentos póstumos del club Pickwick (1837). Creó la novela de carácter social, a veces provista de tintes melodramáticos. Muestra de ello son Oliver Twist (1838) y los Cuentos de Navidad (1838). David Copperfield (1850) contiene elementos autobiográficos. Dostoievski, Fiódor Mijáilovich (18211881): Escritor ruso. Llevó una vida agitada, pasando del socialismo utópico a un eslavismo conservador. Sus novelas reflejaban un mundo de crímenes y misterio donde estaban presentes las injusticias sociales. Fue notable su disección psicológica de los personajes. Destacan Apuntes del subsuelo (1865), Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1879-1880). Eliot, Thomas Stearns (1888-1965): Poeta y dramaturgo estadounidense. Tierra baldía (1922), un largo poema donde describía un mundo carente de sentido, le proporcionó renombre. Con posterioridad escribió Cuatro cuartetos (1936-1942). Su obra es un intento de integrar intelecto y sentimiento en la poesía. En 1948 le fue concedido el premio Nobel de literatura. Esquilo (525-456 a.C.): Trágico griego. Se conservan siete de sus tragedias. Sólo nos ha llegado una trilogía completa, La Orestiada, compuesta por Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Otras tragedias son: Los persas, Prometeo encadenado y Los siete contra Tebas. Las obras de Esquilo son épicas, si bien los personajes comienzan


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a cobrar vida, perdiendo la rigidez del teatro arcaico. Faulkner, William (1897-1962): Escritor estadounidense. Sus novelas reflejan el modo de vida del sur de Estados Unidos. Presenta las disputas raciales de su tiempo como marco general de conflictos individuales. Fue un innovador de la técnica narrativa. Destacan entre sus novelas: El ruido y la furia (1929), Santuario (1931), Luz de Agosto (1932) y Absalom, Absalom (1936). Recibió el premio Nobel en 1949. Flaubert, Gustave (1821-1880): Escritor francés. Sus novelas fueron un reflejo objetivo y documental de su tiempo. Buscó la belleza mediante una adecuación exacta entre el estilo y el contenido. Madame Bovary (1857) es su obra maestra. La educación sentimental (1869), Salambó (1862) y Bouvard y Pécuchet (1881) también son obras notables. Fuentes, Carlos (1928): Escritor mexicano. Emplea con maestría la técnica de entrelazar diferentes realidades temporales. En su obra está presente la reflexión sobre la realidad social de México y de América latina. Son notables las novelas: La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967) y Terra nostra (1975). García Lorca, Federico (1898-1936): Poeta y dramaturgo español de la Generación del 27, fusilado por los rebeldes durante la guerra civil. Escribió Poema del cante jondo (1931) y Romancero gitano (1928), obras de ambiente andaluz, y Poeta en Nueva York (1929), donde se advierte la influencia del surrealismo. En su teatro destacan: Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1935). García Márquez, Gabriel (1928): Ejerció el periodismo durante su juventud. Se consagró con Cien años de soledad (1967) como uno de los narradores más importantes de la lengua castellana. Máximo exponente del llamado “realismo mágico”. Otras obras señaladas son: El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) y El amor en los tiempos del cólera (1987). En 1982 recibió el premio Nobel de literatura. Garcilaso de la Vega (h. 1503-1536): Poeta español. Luchó al servicio del emperador Carlos V y murió en combate. Prototipo del cortesano del Re-

nacimiento, diestro con las armas y también con la pluma. Su obra, de corta extensión, tiene gran valor literario. Fue el introductor en España de las formas poéticas del Renacimiento italiano. La temática de sus poemas es amorosa. Gide, André (1869-1951): Escritor francés de estilo riguroso y racional. El análisis del propio yo se encuentra en toda su obra. Escribió un Diario entre 1885 y 1949. En 1924 publicó Corydon, en la que desveló su homosexualidad. Otras obras son: El inmoralista (1902), Los sótanos del Vaticano (1914) y Los monederos falsos (1925). Recibió el premio Nobel de literatura en 1947. Goethe, Johann W. (1749-1832): Poeta, dramaturgo y novelista alemán. Influenciado por el movimiento romántico, escribió Las aventuras del joven Werther (1774). Evolucionó hacia el clasicismo y en 1829 publicó la novela Wilhelm Meister, en la que expuso sus concepciones pedagógicas. Terminó su obra maestra, el Fausto, en 1832, el año de su muerte. Góngora, Luis de (1561-1627): Poeta español. Escritor de sólida formación clásica. Representante del culteranismo. Mientras que en algunas obras utilizó formas tradicionales sencillas, como letrillas y romances, sus poemas mayores, Fábula de Polifemo y Galatea (1612) y Las Soledades (1613), fueron escritas en formas cultas y provistas de un prodigioso despliegue de metáforas. Gorki, Máximo (1868-1936): Escritor ruso. Se unió a la revolución y en 1932 se le nombró presidente de la Nueva Unión de Escritores Soviéticos. De estilo realista ajeno al experimentalismo, la temática de sus novelas es populista. Destaca la trilogía autobiográfica: Días de infancia (1913), Entre los hombres (1915) y Mis universidades (1917). Otros libros conocidos son La madre (1907) y Los Artamonov (1925). Gracián, Baltasar (1601-1658): Escritor español. Figura señera del Siglo de Oro. Su obra, de intención didáctica y ética, propuso modelos de actuación en la vida. Su estilo fue conceptista y gustaba de aforismos y frases concisas. Destacan: El héroe (1637), Oráculo manual (1647), Agudeza y arte de ingenio (1648) y El Criticón (1651-1657).

Hemingway, Ernest (1899-1961): Escritor estadounidense. Miembro de la “generación perdida”. Entre 1921 y 1927 viajó a Europa como corresponsal. Se suicidó en 1961. Fiesta (1926) supuso su consagración como escritor. Destacan además: Adiós a las armas (1929), Por quién doblan las campanas (1940) y El viejo y el mar (1954). Recibió el premio Nobel de literatura en 1954. Hesse, Hermann (1877-1962): Escritor alemán. Su obra estuvo impregnada por el espiritualismo y el orientalismo, fruto de su viaje a la India en 1911. Destacan sus novelas: Demian (1919), Siddharta (1922), El lobo estepario (1927) y El juego de los abalorios (1943). Se le concedió el premio Nobel de literatura en 1946. Hölderlin, Friedrich (1770-1843): Poeta alemán. Representante del romanticismo, se unió a los ideales de libertad de la revolución francesa. Atraído por la Grecia clásica, escribió Hiperión (1797-1799), novela lírica con estructura epistolar. Su poesía es difícil, pero de gran brillantez. Destaca la tragedia lírica La muerte de Empédocles. Homero. Autor de La Ilíada y La Odisea, la leyenda ha convertido a este poeta en un personaje legendario. Ambos poemas, de contenido épico, eran recitados por los rapsodas en el siglo VII a.C. y marcaron el inicio de la literatura occidental. La Ilíada narra la conquista de Troya por los griegos y la Odisea el retorno de Ulises, uno de los guerreros, a su patria. Hugo, Victor (1802-1885): Escritor francés. De tendencia romántica, reivindicó el compromiso humano y social del escritor. Participó en las luchas políticas de su tiempo contra Napoleón III. Sus novelas más conocidas, que tienen un gran componente ideológico, son Nuestra Señora de París (1831), Los miserables (1862) y El noventa y tres (1874). También escribió poesía y teatro. Ibsen, Henrik (1828-1906): Dramaturgo noruego. El conjunto de su teatro fue una crítica a la hipocresía de la sociedad de su tiempo. Sus obras más importantes, Casa de muñecas (1879), El pato salvaje (1884) y Un enemigo del pueblo (1882), han ejercido una gran influencia en el teatro contemporáneo. Jiménez, Juan Ramón (1881-1958): Poeta español que, partiendo del modernismo y del simbolismo, estableció las


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bases de lo que se llamó “poesía desnuda”, concepción estética e intelectual que ejercería una notable influencia en las obras de creadores como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén y Vicente Aleixandre. Autor de una extensa obra, en la que destacan los libros de poemas Almas de violeta, Ninfeas, Elegías, Eternidades, Piedra y cielo o Animal de fondo, así como el texto en prosa Platero y yo. En 1956 recibió el premio Nobel. Joyce, James (1882-1941): Escritor irlandés. Uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Se propuso desvelar todos los aspectos de la vida humana y utilizó para ello la técnica del monólogo interior, de forma que el lector pudiera leer en la mente de los personajes. Su obra maestra es Ulises (1922), donde narra el discurrir de la vida de una persona durante una jornada. Otras obras conocidas de Joyce son Dublineses (1914), Retrato del artista adolescente (1917) y Finnegan’s wake (1939). Juan de la Cruz, san (1542-1591): Poeta español. Su nombre real era Juan de Yepes. Emprendió, junto a Santa Teresa de Jesús, la reforma de la orden carmelita. Maestro en el empleo de las metáforas, su poesía es clara y expresiva. De su breve obra destacan sus tres grandes poemas místicos: Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor vivo. Kafka, Franz (1883-1924): Escritor checo. Escribió en alemán. Su obra reflejó la alienación del hombre contemporáneo. La metamorfosis (1916) es uno de sus relatos más conocidos. El resto de sus libros se publicó tras su muerte en contra de su voluntad. Destacan: La condena (1916), El proceso y El castillo (1922). Kipling, Rudyard (1865-1936): Escritor británico. Nació en la India, donde volvió como periodista, después de estudiar en el Reino Unido. Se le ha considerado como el narrador del imperialismo británico. Sus relatos más conocidos son El libro de la selva, escrito en dos partes (1894 y 1895), y Kim (1901), en los que describe el ambiente de la India. Escribió también poesía. La Fontaine, Jean de (1621-1695): Escritor francés. Sus fábulas le han hecho pasar a la posteridad. En ellas utilizó una mezcla de lenguaje culto y expresiones rurales. Prestó especial aten-

ción al cuerpo de la fábula y utilizó animales en los relatos. Las fábulas se componen de doce libros: Libros I-IV (1668), libros VII-XI (1679) y libro XII (1694). Lezama Lima, José (1912-1976): Escritor cubano. Defendió en su ensayo La expresión americana (1957) el barroquismo como estilo propio de América latina. Su obra maestra es Paradiso (1966), donde dio rienda suelta a un exuberante lenguaje lleno de metáforas y barroquismo. En su producción poética destaca Muerte de Narciso (1937). London, Jack (1876-1916): Escritor norteamericano. Desempeñó múltiples oficios antes de convertirse en uno de los escritores más famosos y con más éxito popular de su época. Hábil narrador, es conocido por sus novelas de aventuras, como La llamada de la selva (1903) y Colmillo blanco (1916). Escribió además Martin Eden (1909), novela de contenido autobiográfico. Lope de Vega, Félix (1562-1635): Escritor español. Aunque inició su producción literaria escribiendo poesía y cultivando la prosa, Lope de Vega descolló como autor dramático, rebelándose contra las normas clásicas impuestas en el Renacimiento y desentendiéndose de las unidades de lugar y de tiempo. Así, su genio dio a la posteridad obras cumbres del teatro en lengua española, tales como Peribáñez y el comendador de Ocaña, Fuenteovejuna y El mejor alcalde, el rey o las comedias de enredo El perro del hortelano y El villano en su rincón. Luis de León, fray (1528-1591): Escritor español. Clérigo agustino que pasó cinco años preso de la Inquisición. De su obra en prosa destacan dos tratados: De los nombres de Cristo (15741575) y La perfecta casada (1583). Su poesía, donde elogió la vida retirada, es escasa pero de gran calidad. Se le considera como un paradigma en el renacimiento español. Machado, Antonio (1875-1939): Poeta español integrante de la Generación del 98. Fiel a la república, se exilió al término de la guerra civil. Su obra poética más importante está agrupada en Soledades (1903), Soledades, galerías y otros poemas (1907) y Campos de Castilla (1924). Juan de Mairena es una

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recopilación de sus artículos periodísticos. Mallarmé, Stéphane (1842-1898): Poeta francés. Teórico del simbolismo. Los símbolos en su poesía tenían la función de aprehender el mundo onírico y encarnar lo absoluto. Preconizó una ruptura con la sintaxis y el sistema de representación gráfico. Destacan sus obras La siesta de un fauno (1876) y Una tirada de dados nunca abolirá el azar (1897). Mann, Thomas (1875-1955): Escritor alemán. Abandonó Alemania con la llegada de Hitler al poder y se instaló en Suiza y Estados Unidos. Su obra describe de manera esclarecedora la crisis espiritual del continente europeo. Destacan sus novelas Los Buddenbrook (1901), con elementos autobiográficos, La montaña mágica (1924) y Doctor Faustus (1947). Manrique, Jorge (1440-1479): Figura de transición entre la edad media y el Renacimiento. Aristócrata y guerrero, murió en combate, dejando una breve y notable obra poética. Las Coplas a la muerte de su padre, integrada en el Cancionero (1476), es una de las más bellas composiciones de la lengua castellana. Miller, Henry (1891-1980): Escritor estadounidense que residió en París. Su prosa impetuosa se movió entre la obscenidad y la espiritualidad. En sus obras preconizó el conocimiento de la realidad a través del sexo. Destacan entre ellas: Trópico de Cáncer (1934), Primavera negra (1939), Trópico de Capricornio (1939), así como su trilogía La crucifixión rosada, compuesta por Sexus (1949), Plexus (1952) y Nexus (1960). Mishima, Yukio (1925-1970): Escritor japonés. De ideología nacionalista, se hizo el haraquiri como protesta por la desmilitarización de su país. En sus novelas está presente una búsqueda del sentido del erotismo, de la belleza y de la violencia. Destacan Confesiones de una máscara (1949), El pabellón de oro (1956) y El sabor de la gloria (1963). Mistral, Gabriela (1889-1957): Escritora chilena. Seudónimo de Lucila Godoy de Alcayaga. Su poesía, influenciada por el modernismo, evocó el amor, la naturaleza y el entorno del continente americano. Destacan en-


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tre sus libros poéticos: Desolaciones (1928), Tala (1938) y Lagar (1954). Como prosista escribió Recados cantando a Chile (1957). Fue premio Nobel en 1945. Molière (1622-1673): Seudónimo de JeanBaptiste Poquelin. Autor de teatro francés. Fue también actor. Murió en una representación. Consideraba los vicios humanos como desviaciones de la naturaleza. Escribió comedias de costumbres, Las preciosas ridículas (1659) y El burgués gentilhombre (1673), y comedias de carácter: Tartufo (1660), El misántropo (1666) y El avaro (1668). Montaigne, Michel de (1533-1592): Escritor francés. Nació en el seno de una familia noble. Participó en la vida pública hasta que decidió retirarse para escribir. Su obra está agrupada en los tres volúmenes de los Ensayos (1588). Montaigne, mediante un estilo fragmentario, habló de sí mismo para analizar la naturaleza del hombre desde una postura de un cierto relativismo moral. Neruda, Pablo (1904-1973): Poeta chileno, premio Nobel en 1971. Estuvo en contacto con la Generación del 27 española. La ideología comunista impregnó parte de su producción. De su obra poética destacan Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Residencia en la tierra (1935), Canto general (1950) y Memorial de Isla negra (1964), esta última de carácter autobiográfico. Orwell, George (1903-1950): Escritor británico. Intervino en la guerra civil española luchando en el bando republicano. Fruto de esta experiencia son sus libros Homenaje a Cataluña (1938) y Rebelión en la granja (1945), en los que se hace una acerba crítica del estalinismo. Su obra más conocida es 1984, en la que critica al totalitarismo en todas sus facetas. Paz, Octavio (1914-1998): Poeta y ensayista mexicano que se ha convertido en una de las máximas figuras de la cultura latinoamericana. Entre su obra, profunda y delicada, sobresalen los libros de poesía Piedra de sol (1957), Blanco (1967) y Posdata (1970), y los ensayos Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) y Hombres en su siglo (1984). En 1990 se le concedió el premio Nobel.

Pérez Galdós, Benito (1843-1920): Escritor español. Liberal, participó en la política de su tiempo. Sus novelas, de estilo realista, ahondan en la psicología de los personajes. Lo han dado fama los Episodios nacionales, narraciones en las que se une lo histórico con la ficción. Su obra maestra es Fortunata y Jacinta. Petrarca, Francesco (1304-1374): Escritor italiano. Escribió en latín y en lengua vulgar. Su actitud hacia los clásicos, en pos de la belleza, refleja una concepción plenamente renacentista. El Cancionero es su obra maestra. Compuesto por 366 poemas, en su mayoría sonetos de temática amorosa, tuvo una gran influencia en toda Europa. Pirandello, Luigi (1867-1936): Dramaturgo italiano. Aunque escribió novelas notables como El difunto Matías Pascal (1904), cimentó su fama en el teatro. Supo traducir como pocos la crisis de valores que sacudió a Europa en la época de entreguerras. Sus obras más conocidas son: Así es, si así os parece (1917) y Seis personajes en busca de autor (1921). En 1934 se le concedió el premio Nobel de literatura. Poe, Edgar Allan (1809-1849): Escritor estadounidense, fue además periodista y crítico literario. Combatió el concepto romántico de la inspiración. Lo más notable de su obra son los cuentos fantásticos, como Ligeia, La caída de la casa Usher y El gato negro. Escribió una novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1838), y un libro de poesía, El cuervo y otros poemas (1845). Proust, Marcel (1871-1922): Escritor francés. Revolucionó la novela de su tiempo al rechazar el modelo naturalista para dotarla de un matiz psicológico. En 1906 comenzó En busca del tiempo perdido, conjunto de siete novelas que escribió durante toda su vida y con el que consiguió un mosaico de la sociedad de su tiempo. Para Proust la realidad externa siempre simboliza procesos internos. Su estilo, con abundantes frases subordinadas, quiso remedar el fluir de la memoria. Quevedo, Francisco de (1580-1645): Escritor español. Uno de los más importantes autores del Siglo de Oro. Su acerada prosa, llena de neologismos, posee una gran fuerza expresiva. Des-

tacan Los sueños (1606-1610) y la Vida del Buscón llamado Don Pablos (1626). Su poesía, no publicada hasta su muerte, contiene composiciones amorosas, moralizantes y satíricas. Rabelais, François (h. 1483-1553): Escritor francés. Su filosofía de la vida estaba cercana al ideal renacentista de vida sana en armonía con la naturaleza. Escribió Gargantúa y Pantagruel, un conjunto de cuatro libros donde se acentúa el aspecto cómico. Se exponen en ellos las costumbres de la época, acompañados de reflexiones del autor. Rimbaud, Arthur (1854-1891): Poeta francés. De familia burguesa, huyó para llevar una vida bohemia. A los 21 años dejó de escribir. Su obra está recogida en El barco ebrio (1871), Una temporada en el infierno (1873) e Iluminaciones (1875). Su trayectoria poética va de Baudelaire al movimiento simbolista y se lo considera un precursor del surrealismo. Ruiz, Juan: Murió hacia 1350 y se lo conoce como el arcipreste de Hita. Su gran obra es el libro del buen amor, de gran influencia en la literatura española. La obra, planteada con propósito didáctico, está repleta de episodios alegóricos y fábulas populares que la convierten en un libro de entretenimiento. Sade, marqués de (1740-1814): Escritor francés. Su vida estuvo marcada por el escándalo. Ateo, combatió la moral de la sociedad burguesa. Utilizó con maestría todos los recursos de la narrativa. Algunas de sus obras son Diálogo entre un cura y un moribundo (1782), Justine o los infortunios de la virtud (1791) y La filosofía del tocador (1795). Saint-Exupéry, Antoine de (1900-1944): Escritor francés. Piloto militar y civil, encontró en el vuelo una metáfora de libertad que trasladó a su obra. Murió en un vuelo de reconocimiento. Consagrado como un clásico de la literatura infantil por su cuento El principito (1943), Saint-Exupéry escribió otras novelas notables, como Vuelo nocturno (1931) y Piloto de guerra (1942). Schiller, Friedrich (1759-1805): Escritor alemán. Se formó en los ideales de la ilustración. Su obra fue un reflejo del ascenso de la burguesía alemana. En El canto de la campana (1799), Schiller ensalzó los ideales de la humanidad. Su


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producción dramática es notable, destacando Los bandidos (1781), Don Carlos (1787) y la Trilogía del Wallenstein. Shakespeare, William (1564-1616): Poeta y dramaturgo inglés. Maestro del verso y cumbre del teatro universal. Sus sonetos se caracterizan por la creación de vigorosas imágenes y por su ritmo musical. Como dramaturgo, su obra constituye un caudal inagotable. La tensión dramática de su teatro viene dada por la forma en que los personajes viven los acontecimientos. Destacan, al haberse constituido en arquetipos universales, Romeo y Julieta (1595), Hamlet (1601), Otelo (1604), El rey Lear (1606) y Macbeth (1606). Sófocles (h. 495-406 a.C.): Trágico griego. Participó en la vida política de Atenas, gozando de gran fama en su tiempo. Sófocles se basa en los mitos, pero los humaniza al encarnarlos en los personajes. Rompió con el modelo de trilogías e introdujo un tercer acto. Destacan entre sus tragedias: Antígona, Edipo rey y Electra. Stendhal (1783-1842): Escritor francés. Seudónimo de Henry Beyle. De temperamento romántico, se unió a las campañas de Napoleón en Italia. Stendhal precisa la psicología de sus personajes dotándolos de gran realismo. Sus obras más notables son Del amor (1822), Rojo y negro (1830) y La cartuja de Parma (1837). Stevenson, Robert. (1850-1894): Escritor británico. Gran viajero, sus viajes le proporcionaron un notable conocimiento de la naturaleza humana. Alcanzó la fama con La isla del tesoro (1883). Destacan, además, El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde (1886), El señor de Ballantine (1889) y En los mares del Sur (1890). Strindberg, August (1849-1912): Escritor y dramaturgo sueco. Su teatro evolucionó desde unos planteamientos naturalistas a otros en los que los símbolos cobran protagonismo. Planteó conflictos extremos y dotó de gran penetración psicológica a sus personajes. Entre sus dramas destacan, La habitación roja (1879), La señorita Julia (1888) y El camino de Damasco. Teresa de Jesús, santa (1515-1582): Escritora española. Tomó los hábitos y creó la regla del carmelo descalzo. Fue canonizada en 1622. Su estilo es senci-

llo y coloquial. Escribió obras autobiográficas como El libro de su vida, tratados de ascetismo como Camino de perfección (1562) y obras místicas como Las Moradas (1588). Tirso de Molina (1584-1648): Seudónimo de fray Gabriel Téllez. Dramaturgo español. Tuvo problemas con la Inquisición a causa de su actividad literaria. Su obra está compuesta por comedias y autos sacramentales. Destacan de su producción El vergonzoso en palacio, El burlador de Sevilla, Don Gil de las calzas verdes y El condenado por desconfiado. Tolstoi, León N. (1828-1910): Escritor ruso. De origen noble, su ideología se sitúa dentro del humanitarismo cristiano. En su obra intentó descubrir las pulsiones ocultas de las acciones de los individuos. Sus grandes novelas son Guerra y paz y Ana Karenina. Entre sus relatos breves son notables La sonata a Kreutzer y La muerte de Ivan Ilich. Twain, Mark (1835-1910): Escritor estadounidense. Vivió en el Mississippi, de donde sacó material narrativo para su obra. Puso de relieve las diferencias de expresión entre las razas y clases sociales estadounidenses. Destacan entre sus novelas Las aventuras de Tom Sawyer (1876), Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) y Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889). Unamuno, Miguel de (1864-1936): Escritor y filósofo español. Miembro de la Generación del 98. Sus dudas existenciales y religiosas impregnaron su obra. En su producción ensayística destacan Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Del sentimiento trágico de la vida (1912) y La agonía del cristianismo (1924). En su narrativa, Niebla (1914), La tía Tula (1920) y San Manuel Bueno, mártir (1930). Valle-Inclán, Ramón María del (18661936): Escritor español. Modernista, reivindicó una estética propia: el “esperpento”. Llevó una vida bohemia. La pipa de kif (1919) es un ejemplo de su poesía. En prosa son notables las Sonatas, escritas de 1902 a 1905, y su trilogía El ruedo ibérico. En su teatro, revalorizado en los últimos tiempos, destacan las Comedias bárbaras y Luces de Bohemia (1920). Vallejo, César (1892-1938): Poeta peruano. Empleó en su poesía elementos de

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la vanguardia, utilizando técnicas de diversa procedencia. Su escritura caótica reflejó un mundo que al poeta se le antojaba también caótico. Su poesía está recogida en Los heraldos negros (1918), Trilce (1922) y Poemas humanos (1939). Vargas Llosa, Mario (1936): Escritor peruano. Su trayectoria ideológica ha pasado del apoyo a la revolución cubana al liberalismo. Es un maestro en la utilización de los diálogos. Ha escrito un ensayo sobre Flaubert: La orgía perpetua (1975). Destacan sus novelas La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1966), Conversación en la Catedral (1971) y La guerra del fin del mundo (1988). Verne, Jules (1828-1905): Escritor francés. Escribió novelas de aventuras inspirándose en el progreso técnico. De estilo accesible, la literatura de Verne estaba dirigida a los jóvenes. Viaje al centro de la tierra (1864), De la tierra a la luna (1865) y La vuelta al mundo en 80 días (1873) son una muestra de su vasta producción. Voltaire (1694-1778): Escritor y filósofo francés. Seudónimo de FrançoisMarie Arouet. Tuvo que exiliarse a Inglaterra a causa de sus escritos. Sus facetas literaria y filosófica están relacionadas. Tratado sobre la tolerancia (1763) y Diccionario filosófico (1764) son dos de sus más notables ensayos. Entre sus novelas destacan Cándido o el optimismo (1759) y El ingenuo (1767). Wolf, Virginia (1882-1941): Escritora británica. Formó parte del grupo de Bloomsbury, que dominó la vida literaria inglesa de la época. En novelas como Una habitación propia (1929) desveló la situación de la mujer de su época. Otras obras importantes son El cuarto de Jacob (1924), La señora Dalloway (1927), Orlando (1928) y Las Olas (1931). Wilde, Oscar (1854-1900): Escritor irlandés de brillante ingenio y actitudes excéntricas que acabó enfrentándose con la aristocracia de la Inglaterra victoriana a causa de su homosexualidad. Poeta exquisito, Wilde alcanzó el éxito gracias a la novela El retrato de Dorian Gray (1891), y sobre todo a las comedias La importancia de llamarse Ernesto (1895) y Salomé (1891), entre otras obras muy representadas.


RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS DE REPASO

La obra literaria 1. El lenguaje literario es un lenguaje connotativo que abunda en ambigüedades y pretende influir en la actividad del lector. El científico es un lenguaje denotativo, es decir, en él el signo es arbitrario y puede ser sustituido por cualquier otro, sin que por ello cambie el sentido de la cosa designada. El lenguaje coloquial carece de una estructura y es evidentemente pragmático. 2. La función de la literatura se ha establecido, históricamente, entre lo dulce y lo útil. Algunos autores defendieron la función propagandística como algo inherente a la misma literatura bajo el supuesto de que el arte debe comprometerse o tomar partido. 3. Según Aristóteles, existen tres géneros literarios: la épica, la tragedia y la lírica, y la forma exterior de cada uno de ellos se adecua a los propósitos estéticos de quien escribe.

La literatura didáctica 1. Tradicionalmente, la literatura didáctica se divide en el diálogo, el ensayo, la epístola y la fábula. 2. Se atribuye al francés Michel de Montaigne el uso de este término por vez primera, en su obra Essais, en la que exponía su particular visión del mundo y sus experiencias personales. 3. Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz y Carlos Fuentes.

La épica 1. Herederos de las tradiciones de los aedos griegos y de los cantores de la corte de los siglos VIII y IX, los juglares

mantenían viva la literatura oral en el medievo recitando gestas épicas. 2. La Ilíada y la Odisea. 3. Son relatos en forma de verso, en lengua romance, cuya difusión tuvo lugar en Europa a partir del siglo X.

La lírica 1. Las características esenciales de la lírica son el sentido del ritmo, la entonación y la medida breve de los versos, lo que da lugar a su distinción más sobresaliente: la musicalidad. 2. La elegía es una pieza literaria creada para entonar en la muerte de una persona o como lamento ante una desgracia. También se utiliza para expresar de forma heroica alguna desgracia nacional. 3. Estructuralmente, el zéjel está compuesto por una estrofa de tres versos de igual rima y un estribillo, a la que se añade otro verso que rima con el estribillo. Esta forma lírica suele estar escrita en árabe vulgar.

La dramática 1. Las obras dramáticas están concebidas para ser representadas ante el público. Deben desarrollar el argumento con un lenguaje asequible, extensión apropiada y un cierto dinamismo que atraiga la atención del espectador. Como medios auxiliares para la representación de la obra, el autor dispone de recursos, como los efectos escénicos y los medios técnicos. 2. En las representaciones de las comedias, sobre todo durante el siglo XVII, se acostumbraba a incluir, durante los entreactos, unas obras breves –los

entremeses–, de temática costumbrista o jocosa, que en ocasiones podían incluso ser cantados y acompañados con música y bailes. 3. Sófocles, padre de la tragedia clásica; en el Siglo de Oro español, Lope de Vega, unificador mayor del teatro nacional, y, tal vez el mayor dramaturgo de la historia, el inglés William Shakespeare. 4. El teatro de la crueldad, de Antonin Artaud, en el que el texto queda relegado a un papel secundario, mientras que las situaciones mágicas e irracionales cobran protagonismo en la puesta en escena. El teatro experimental, que surge en la década de 1960, y en el que el espectáculo supera en importancia al texto, y las formas plásticas y sonoras se destacan por encima de cualquier otra consideración literaria.

La novela 1. Por una parte, la estructura episódica o yuxtapositiva, que se produce cuando las secuencias del relato, aunque referidas al mismo protagonista, son autónomas entre sí y no se relacionan en el tiempo, el tema o la acción, sino que se suman o yuxtaponen. Por otra, la estructura unitaria o coordinativa, en la que prima el encadenamiento de las secuencias de la narración, unidas mediante los hechos por la acción y el tiempo, y su dependencia se establece sobre todo por la trama del relato. 2. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. 3. La novela gótica se recreaba en la búsqueda de temas siniestros y escabrosos, estaba ambientada en escenarios medievales y fue un género que influyó en el romanticismo. Su


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comienzo se sitúa en Inglaterra durante el último cuarto del siglo XVIII. 4. A partir de 1920, la novela experimentó cambios profundos en la técnica narrativa. Marcel Proust comenzó a destruir desde dentro la acción del relato y de los personajes, y se centró en describir los estados psicológicos. James Joyce inventó el “monólogo interior”. Franz Kafka consiguió un efecto de impresionismo simbólico, mezclando el sueño y la realidad en sus narraciones y despreciando la lógica de la acción. John Dos Passos utilizó en sus novelas las técnicas del lenguaje cinematográfico.

El cuento y la leyenda 1. El cuento, más breve, debe adaptarse a un ejercicio de síntesis en la expresión, sin que por ello la obra sufra en su forma estética. 2. Los orígenes del cuento se remontan a la cultura indostánica. 3. El desarrollo del periodismo, ya que era más popular y económico publicar los relatos en periódicos que editarlos en forma de libro. 4. Se trata de una narración, generalmente transmitida por vía oral, basada en hechos reales, pero engrandecidos, que persigue obtener del lector una cierta admiración hacia el héroe o las acciones relatadas. En otras ocasiones, el autor moderniza o inventa su relato a partir de un hecho legendario.

La literatura histórica 1. Las crónicas fueron redactadas sobre todo en latín hasta el siglo XII, y a partir de entonces en lengua romance o en otras lenguas regionales. 2. Algunos autores resaltan más los aspectos psicológicos de los personajes; otros mezclan los datos históricos con la fantasía, resultando así un subgénero de biografía novelada o novela biográfica. 3. En el siglo XVIII.

La literatura de humor 1. Generalmente, los escritores emplean un tono satírico en sus obras para

ejercer una función moralizante sobre las actitudes humanas e influir en los comportamientos sociales. 2. La tira humorística, o comic, se publicó por primera vez en un diario (New York World) de los Estados Unidos. El comic narra una historia a través de dibujos, encuadrados en viñetas, en los que los personajes intercambian sus diálogos, insertados en unos globos llamados bocadillos.

La ciencia-ficción 1. Con este moderno término, acuñado por Hugo Gernsback, se designa al género literario que, partiendo de la realidad, presenta hechos fantásticos como científicos y aspira a describir, más o menos verosímilmente, acontecimientos futuros o pretéritos. 2. El género literario llamado de ciencia-ficción se ocupa de una gran variedad de temas, desde los viajes espaciales, la vida extraterrestre, la robótica, o la descripción de sociedades utópicas, hasta la revisión fantástica de nuestro más remoto pasado. 3. Existen discrepancias en cuanto al momento en que nace la literatura fantástica o de ciencia-ficción. Unos autores sitúan el hecho en los albores del cristianismo y aseguran que, de una u otra manera, los escritores han practicado este género literario a lo largo de los siglos. Para otros estudiosos de la ciencia-ficción, ésta, tal y como hoy la conocemos, surge con la revolución industrial, por lo que se trataría de un fenómeno sustancialmente moderno. 4. Los autores más importantes de ciencia-ficción son los del presente siglo: Aldous Huxley, George Orwell, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Ray Bradbury y Frank Herbert, entre otros. Sin embargo, no se puede olvidar que Julio Verne (s. XIX) y H. G. Wells escribieron auténticas obras maestras consideradas como pertenecientes a la ciencia-ficción.

La literatura oriental 1. Fue escrito en la época del Imperio medio, durante las dinastías XI y XIII. Sinuhé trata sobre un príncipe que tiene que huir de Egipto por razones políticas y que, después de vivir en Ara-

Respuestas a las preguntas de repaso

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bia una vida aventurera, decide regresar a su país, donde lo reciben con todos los honores. Otro relato de la misma época es El cuento del náufrago. 2. A partir del siglo X, los judíos que viven en Europa reciben el nombre de askenazis. Desde entonces emplean los dialectos de las regiones donde se establecieron, y crearon una lengua denominada yídica, o iidiche. La lengua que utilizan los descendientes de los judíos que fueron expulsados de España en 1492 es el sefardí. 3 Uno de los poetas de la época clásica china es Confucio (551-479 a.C.). Escribió el libro de Los cinco clásicos y el de los Anales de primavera y otoño, entre otros. 4. Nosotros-autores, que se ocupan de temas políticos. Terceros hombres nuevos, que agrupa a la generación de escritores nacidos en los años veinte. Generación introvertida, que reúne a los escritores que surgieron entre las décadas de 1960 y 1970.

La literatura occidental 1. Los modelos de la lírica clásica establecen una división de la poesía en: yámbica, cuya base es el pie yámbico; elegíaca, compuesta a base de dísticos (hexámetro y pentámetro); mélica; lírica mixta, y lírica coral. 2. – Era un teatro lírico y popular. 2. – Buscaba reflejar en los versos los problemas cotidianos y presentar el destino de los héroes. 2. – Casi todas las obras comenzaban con un prólogo que ponía en antecedentes de la representación a los espectadores. 2. – Los actores sólo podían ser hombres. 2. – Los coros y los actores portaban máscara. 2. Géneros: comedia, drama satírico y tragedia. 3. En una primera etapa prevalecen los grandes poemas de héroes y los cantares de gesta; a partir del siglo XIII la temática literaria rebasa el ámbito de la epopeya y empieza a componerse una poesía lírica algo más refinada. Con el nacimiento de la burguesía, se empiezan a crear composiciones alegres y satíricas.


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LITERATURA

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4. Se llama Renacimiento a un período de la historia caracterizado por: el interés supremo por la cultura clásica grecolatina; el desprecio por los gustos vulgares del pueblo llano; el antropocentrismo como reacción a la visión teocéntrica medieval, y las ansias de libertad e independencia de la razón.

4. En el Siglo de Oro (siglo XVII) y gracias a autores como Lope de Rueda, Juan de la Cueva y Lope de Vega puede hablarse ya de un teatro genuinamente español.

5. El romanticismo se caracterizó, sobre todo, por conceder gran importancia a la libertad artística y a la personalidad de cada escritor. El pensamiento romántico consideraba que el conocimiento racional debía ser sustituido por métodos irracionales que permitieran al escritor explotar en su totalidad su genio creativo.

6. Elio Antonio de Nebrija, en 1492, publicó la primera gramática castellana.

6. El realismo fue un movimiento literario que surgió en Europa durante el siglo XIX como reacción al precedente romanticismo. La literatura realista surgió como una consecuencia de los grandes avances científicos de la época. Se caracterizó por introducir escenarios locales; referirse a acontecimientos contemporáneos; describir minuciosamente lugares, aunque no fueran importantes para el desarrollo del argumento; reproducir con exactitud expresiones vulgares y de argot, y utilizar vocablos científicos.

1. La literatura catalana fue en sus inicios trovadoresca y escrita en lengua provenzal. La auténtica literatura catalana comenzó en el siglo XIII con las crónicas. La literatura gallega surgió antes que la castellana merced al auge de las peregrinaciones a Santiago de Compostela y, desde el principio, se caracterizó por ser una literatura casi exclusivamente lírica. La literatura en lengua vasca, al transmitirse oralmente, no dejó documentos escritos hasta bien entrado el siglo XVI.

La literatura española 1. Puede considerarse que la primera muestra de literatura española fue una oración, dentro de un sermón de san Agustín, traducida del latín casi íntegramente por un monje y encontrada entre las glosas del monasterio de San Millán de la Cogolla, datadas en el siglo X. 2. La literatura española, y sobre todo la medieval, se caracteriza, entre otros rasgos, por ser moralista; a diferencia de otras literaturas europeas, como la italiana y la francesa, en la castellana se destaca siempre la honestidad de los personajes femeninos en el amor. 3. Puede decirse que el Renacimiento en España existió efectivamente, aunque con una serie de peculiaridades: por un lado, llega algo más tarde (primera mitad del siglo XVI) que en otros países, como, por ejemplo, Italia, y, por otro, no se da una ruptura total con la cultura medieval, al contrario que en el resto de Europa.

5. La Real Academia Española fue fundada en 1713.

Las literaturas en lengua catalana, gallega y vasca

2. Dada la influencia de la lengua provenzal en la poesía, la auténtica literatura catalana produjo sus primeras obras en prosa antes incluso de que sus poetas se expresasen en lengua vernácula. El género que se empezó a cultivar fue la historia, que alcanzó su cumbre literaria con la Crónica escrita por Ramón Muntaner. Al mismo tiempo apareció la gigantesca figura del teólogo y filósofo mallorquín Ramón Llull. La literatura en lengua gallega, al ser predominantemente lírica, se convirtió en una de las más importantes de Europa. Los Cancioneros que contienen las cantigas de amor, de amigo y de maldecir dieron a la lírica galaico-portuguesa sus mejores días de esplendor durante el siglo XIII. La literatura vasca apareció muy tardíamente y, en rigor, no puede hablarse de producciones literarias de una cierta entidad hasta la época del Renacimiento. 3. A raíz de la unificación de los diferentes reinos de la península, tanto en Cataluña como en Galicia se adoptó la lengua castellana como idioma literario. Por tanto, desde el Renacimiento hasta el romanticismo (ss. XVI al XIX) apenas existieron documentos litera-

rios escritos en las lenguas catalana, gallega o vasca. Durante el siglo XIX, Cataluña vive la renaixença y Galicia el rexurdimento. Jacinto Verdaguer y Rosalía de Castro fueron los dos grandes escritores de ambos movimientos. También durante el siglo XIX se agudizó el sentimiento vasco por motivos políticos, lo que dio lugar a una fuerte reacción para conservar la lengua vasca. El emblema de esta reacción fue el canto Gernikako arbola de José María Iparraguirre. 4. En la literatura catalana, el nexo de unión entre el siglo XIX y el XX fue Joan Maragall, escritor receptivo a todas las transformaciones de su tiempo. Tras la creación en 1914 de la Mancomunitat Catalana y, algo más tarde, del Institut d´Estudis Catalans, la cultura catalana obtuvo un poderoso impulso. De este modo, durante el siglo XX se han escrito en lengua catalana numerosas obras de alta calidad literaria. No ha sucedido lo mismo con la cultura gallega. A pesar de la fundación de la Academia Gallega (1906), el siglo XX no ha contado con una figura de la talla de Rosalía de Castro. Por lo que se refiere a la literatura vasca, la gran figura del presente siglo ha sido Gabriel Aresti.

La literatura latinoamericana 1. La literatura latinoamericana se puede dividir en cuatro grandes grupos, según sus contenidos y contextos étnicos, sociales y culturales: el de las culturas con una fuerte presencia indígena, el de la franja andina, el de la tropical y caribeña y el de la literatura del cono sur. 2. La primera producción literaria a considerar es la que tuvo como objeto documentar la conquista y las expediciones de los colonizadores. 3. La que narra las gestas y aventuras de los personajes míticos de la pampa. 4. Se denomina “realismo mágico o fantástico” a la corriente narrativa, característica de la literatura latinoamericana del siglo XX, en la que se mezcla lo real con lo imaginario o fantástico. Supone una renovación y revolución de la narrativa y una recuperación de mitos y símbolos genuinamente latinoamericanos.


FILOSOFÍA •Los orígenes de la filosofía •Los presocráticos •Sócrates y los socráticos •El descubrimiento de las ideas y la realidad: Platón y Aristóteles •El helenismo •La filosofía oriental •Los orígenes de la filosofía cristiana: La patrística •La filosofía de los siglos XI y XII •El siglo XIII: la filosofía de las universidades •Santo Tomás de Aquino •La transición al Renacimiento •El humanismo •El racionalismo •El empirismo •La Ilustración •El idealismo alemán •El irracionalismo •Las doctrinas materialistas •El positivismo •El vitalismo •El existencialismo •La filosofía contemporánea



LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA

L

a tradición atribuye la invención del término filosofía al griego Pitágoras, quien al ser interrogado por el monarca Leontes a propósito de su oficio prefirió no presentarse como sabio, sino como “filósofo”, es decir, aspirante a la sabiduría. Verídica o no, la hipotética respuesta de Pitágoras simboliza expresivamente el objeto mismo del saber conocido como filosofía: la búsqueda, y no la posesión, de la verdad última de las cosas. Ciertamente, esa aspiración al conocimiento de los principios universales de la existencia es común a todas las civilizaciones humanas desde el comienzo de los tiempos. Una de las características fundamentales que definen al hombre es su constante interrogación acerca de sí mismo y de las cosas que lo rodean. Resultado de ello han sido los distintos modelos concebidos por cada cultura a lo largo de la historia a fin de procurar una explicación convincente de la realidad para su asimilación por parte del todo social. Los primeros modelos se expresaron en términos míticos. Sin embargo, a finales del siglo VII a.C. comenzaron a surgir en el seno de la civilización griega explicaciones basadas en términos racionales. Nacía así la filosofía, precisamente como crítica del mito. Esta sustitución del pensamiento mítico por el pensamiento basado en la razón, o logos, fue el resultado de un largo proceso. Socialmente, este proceso se apoyó en la transición de la monarquía a la polis; culturalmente vino dado por el cambio de enfoque que supuso la evolución de las formas literarias griegas

desde la obra de Homero a la de Hesíodo.

Gestación del pensamiento filosófico Circunstancias socioculturales del nacimiento de la filosofía En la Grecia clásica se daba una mezcla de dos culturas: la tradición micénica –los vestigios de la arcaica civilización helénica que mantuvo su hegemonía desde el 1600 a.C hasta el 900 a.C.– y las culturas de los invasores jonios, dorios y aqueos.

El espíritu de la civilización griega aparece descrito en la obra de Homero. Sus poemas dan fe de una sociedad aristocrática y guerrera, cuyos máximos valores eran el honor y la gloria y cuyas divinidades, los dioses del Olimpo, mantenían un orden cósmico basado en una distribución de poderes análoga a la que regía en la Tierra. La unidad política descansaba en una monarquía que delegaba sus poderes en los jefes locales. A raíz de las primeras invasiones, estos jefes aumentaron su poder y se convirtieron en pequeños monarcas de sus respectivos territorios, limitados por costumbres y ordenanzas tribales.

La búsqueda de la verdad y el conocimiento de los principios universales de la existencia constituyen el objeto último de la filosofía. En la fotografía, alegoría de la filosofía, detalle del sepulcro de Sixto IV, por Antonio del Pollaiuolo. Fotografías de cabecera: Estudio de cabeza, de Piero della Francesca (izq.), y Pensador, de Auguste Rodin (der.).


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FILOSOFÍA

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Hacia el siglo VIII a.C., la nueva situación política y económica –desarrollo del comercio, nacimiento de la industria artesana, fundación de colonias, campañas bélicas– provocó la caída de la monarquía como forma de gobierno. Ocupó su lugar una aristocracia gobernante, que pronto tuvo que compartir sus privilegios con la pujante clase de los soldados, en auge gracias a la frecuencia con que se sucedían las guerras. La necesidad de combatientes aumentó y las clases menos pudientes comenzaron paulatinamente a intervenir en las campañas, guerreando en las mismas condiciones que los aristócratas. La igualdad bélica socavó los cimientos del orden estamental. La sociedad política no tardó en definirse en los mismos términos que el ejército, y desde una estructura tribal y clasista se pasó al demos, a la comunidad de semejantes. Nacía así la polis democrática, y con ella la exigencia de nuevos patrones sobre los que fundar una nueva explicación de la realidad.

Pensamiento mítico y pensamiento racional La filosofía nace desgajándose del mito. Diversas circunstancias históricas determinaron, como se ha indicado, la insuficiencia de las representaciones míticas para proporcionar una explicación coherente del mundo de acuerdo con los nuevos modos de pen-

sar de la sociedad griega. Sin embargo, al igual que en la mayor parte de las civilizaciones, estas representaciones habían servido eficazmente durante largos siglos como marcos de referencia sobre los que ordenar la existencia. Mito y razón son, por tanto, distintas manifestaciones de la naturaleza humana, tan válidas la una como la otra en sus correspondientes circunstancias socioculturales. Pensamiento mítico. Se puede definir el mito como una representación simbólica de los fenómenos desconocidos de la vida y de la naturaleza circundante. Un hecho común a todas las culturas desde la antigüedad más remota es la presencia de una clase de personajes que sobresalen del resto por el hecho de poseer conocimientos inaccesibles para los demás hombres. Gracias a sus facultades excepcionales, estos personajes –hechiceros, sacerdotes, sabios, o cualquier otra denominación– “ven” más allá de las meras apariencias y desentrañan el sentido oculto de las cosas. Su verdadera función social es la de asegurar la pervivencia de los modelos explicativos del origen del mundo –cosmogonías– que se van consolidando a medida que la comunidad mantiene las mismas tradiciones rituales. El “vidente” articula esta conciencia colectiva en sistemas coherentes y accesibles a todos, es decir, en mitos. En Grecia, esta función correspon-

día al poeta, cuya labor como intérprete de lo desconocido es apreciable en los dos grandes poemas homéricos, la Odisea y la Ilíada. La estructuración mitológica se presenta en ellas como narraciones o relatos sobre la vida de los dioses, expresados por medio de imágenes tomadas de la existencia humana. Ésa es precisamente una de las características del mito: su naturaleza analógica. El hombre construye sus representaciones míticas asimilando lo desconocido a lo conocido, reduciendo el incomprensible universo a esquemas propios de la existencia social. Mediante mitos formulados a imagen y semejanza de su propio mundo, el ser humano obtiene un marco de referencia con el que orientar su comportamiento y dotar de sentido a lo que le rodea y a él mismo. Pensamiento racional. La consolidación de las polis griegas implicó la superación del modelo que identificaba jerarquía celestial con monarquía. Con la nueva estructura democrática, el orden cósmico dejó de ser comprensible en términos míticos. Lo sobrenatural perdió todo sentido, las potencias divinas de los dioses del Olimpo ya no servían para explicar la naturaleza, que se convirtió en objeto de reflexión por sí misma. Una vez abandonado el relato mítico, se impuso la necesidad de un lenguaje objetivo que expusiera de forma sistemática y coherente –y no simplemente na-

Diferencias entre representación mítica y pensamiento racional Mito

Razón

Definición

Representación simbólica de lo desconocido

Elaboración conceptual de la estructura de la realidad

Pensamiento

Mágico

Positivo

Razonamiento

Analógico

Lógico

Estructura

Narrativa

Discursiva

Principios

Unión de los contrarios

Identidad y contradicción

Causalidad

Conexión fenómenos físicosdivinidad

Negación de lo sobrenatural

Concepción de la realidad

Trascendente

Inmanente


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Los orígenes de la filosofía

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Clasificación de las disciplinas filosóficas Rama Metafísica

Epistemología Lógica Ética Estética

Filósofos representativos

Objeto de estudio Ontología

Principios y causas últimas del ser y la realidad.

Aristóteles, Descartes, Hegel.

Teología

Demostración de la Causa trascendente (Dios).

San Anselmo, santo Tomás.

Naturaleza, validez y límites del conocimiento humano. Aspectos formales del conocimiento. Origen y justificación de los juicios morales. Naturaleza y significado de las categorías de lo bello, lo sublime, etc.

rrativa, como hacía el mito– las causas fundamentales de la realidad. No obstante, la explicación de estas causas debía proceder de la misma realidad, no de esferas trascendentes y ajenas al mundo. Para resolver este problema de una forma adecuada a las nuevas exigencias, los pensadores griegos fueron desarrollando sus propios conceptos. El resultado de esta búsqueda de un lenguaje diferente fue la construcción de un nueva forma de pensamiento: la razón. Con ella, el hombre superó la explicación de tipo analógico, puesto que ya no precisaba de referencias externas, sino que desde su propio pensamiento, desde su propia lógica aplicada directamente a la realidad observable, obtenía los mecanismos adecuados para dar respuesta a sus dudas. El desarrollo de la razón dio origen a dos clases de pensamiento, que desde entonces el hombre interiorizó inconscientemente. Por un lado, un pensamiento positivo, que negaba la conexión mítica entre fenómeno físico y potencia divina; por otro, un pensamiento abstracto, que rechazaba la imagen primitiva de la unión de contrarios en favor del principio de identidad. En síntesis, con el pensamiento racional se impuso la creencia de que nada existe más allá de la naturaleza y que todo cuanto en ella existe debe ser explicado desde su propia coherencia interna. El filósofo, por medio de su razón –logos–, sería el encargado de desvelar esos principios ocultos de la naturaleza.

El tránsito del mito al logos Las cosmologías racionales se fundaron sobre la reinterpretación de los esquemas míticos de explicación del mundo. A través de esta reinterpretación, los filósofos primitivos fueron incorporando nuevos conceptos que desacralizaron la representación mítica en pro de una argumentación más lógica. Como ejemplo de este tránsito, los historiadores se han referido tradicionalmente a la obra del otro gran poeta heleno: Hesíodo. Las dos versiones contrapuestas sobre el origen del universo que expone en su Teogonía constituyen un apunte sobre las diferencias que separan la formulación del mito de la explicación racional, y sobre el modo en que una deriva por contraste de la otra. En la primera versión se cantan las hazañas del dios Zeus, soberano del Olimpo, quien derrotando a Tifón, dragón de mil cabezas y generador de la confusión y el caos, consigue imponer el orden y la justicia en el mundo. La estructura mítica es evidente: la lucha con el dragón tiene el valor de una representación del orden que el hombre primitivo apreciaba en fenómenos naturales como el día, la noche o las estaciones. Una narración ritual y antropomórfica –combate cuerpo a cuerpo entre dios y dragón– sirve para explicar el paso desde las tinieblas y la confusión hasta el equilibrio y el orden. La creación del mundo se representa a través de la autoridad victoriosa de una potencia divina.

Platón, Kant, Wittgenstein. Aristóteles, Russell. Sócrates, Epicuro, Sartre. Kant, Schelling.

En la segunda versión del mismo mito de la creación, la historia es enunciada en términos muy diferentes. Hesíodo describe la génesis del mundo mediante un proceso natural, en el que diferentes realidades físicas, Caos, Gea –la Tierra–, Eros –el amor–, se interrelacionan y dan origen a todas las formas naturales. Nada persiste ya del modelo anterior, en el que eran el poder y la autoridad de Zeus, monarca olímpico, las potencias que fundaban el orden del cosmos. En esta segunda versión son las sucesivas generaciones de las entidades naturales las que causan todo lo demás. La diferencia es sustancial con respecto a la representación anterior. El mito pierde terreno en favor de una interpretación que toma más en consideración los principios naturales de los fenómenos físicos. Operando sobre esta nueva estructura de pensamiento, los llamados físicos de Mileto desecharían las últimas reminiscencias míticas y formularían las primeras hipótesis propiamente filosóficas.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué circunstancias sociopolíticas propiciaron el nacimiento del pensamiento filosófico en la antigua Grecia? 2. ¿En qué se diferencia el pensamiento analógico del lógico?


LOS PRESOCRÁTICOS

E

l pensamiento griego comenzó a desarrollarse en el siglo VI a.C. y concluyó su andadura en el 529 de nuestra era, año en que el emperador bizantino Justiniano I decretó la prohibición de las enseñanzas paganas. A lo largo de estos siglos se sucedieron diversas formas de pensamiento que dieron lugar a las primeras formulaciones de los temas clásicos del saber filosófico occidental. En general, estas corrientes pueden agruparse en dos grandes períodos temporales, tomando como línea divisoria entre ambos la figura de

Sócrates: el período presocrático y el período de madurez. Los filósofos presocráticos, cuya obra comprende aproximadamente los siglos VI y V a.C., se ocuparon del problema cosmológico. Sus reflexiones intentaban dar respuesta a dos grandes cuestiones: ¿cuál es el principio de todas las cosas?, y ¿cómo surge y se genera el universo? Por esta razón, y aplicando la terminología aristotélica, también son conocidos como filósofos físicos o naturales. Al grupo de los presocráticos

En su búsqueda del principio creador de todas las cosas, los filósofos presocráticos se alejaron de las explicaciones fantásticas y mitológicas, propias del pensamiento anterior. En la imagen, representación de Centauro perteneciente al frontón del templo de Olimpia. Fotografías de cabecera: Estudio de cabeza, de Piero della Francesca (izq.), y Pensador, de Auguste Rodin (der.).

pertenecen los físicos jonios, la escuela pitagórica, Heráclito, Parménides y la escuela eleática, Empédocles, Anaxágoras y Demócrito.

Los jonios La filosofía nació en el siglo VI a.C. en las prósperas colonias marítimas de Jonia, la costa oriental de la actual Turquía. La destrucción de la ciudad jónica de Mileto a cargo de los persas motivó que el centro de la vida intelectual griega se desplazara hacia el sur de Italia y Sicilia –la llamada Magna Grecia–, y posteriormente, tras las guerras médicas, hacia su definitivo emplazamiento en Atenas. Sin embargo, durante este desarrollo los jonios siguieron desempeñando el papel principal; los primeros filósofos de la Magna Grecia eran emigrados jónicos y también fueron jonios los primeros difusores del incipiente saber filosófico en Atenas. Los primeros filósofos de la historia son los físicos de la ciudad jónica de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. La cuestión central de la que partían sus especulaciones era la búsqueda del principio de todas las cosas. Este asunto no representaba ninguna novedad: los poetas-teólogos, como Hesíodo, también proponían en sus obras concepciones sobre el origen del mundo. Lo que constituyó la gran originalidad de los filósofos de Mileto fue la sustitución de las explicaciones fantásticas y mitológicas propias del pensamiento mítico anterior por la introducción del logos, o pensamiento racional. Las imágenes que utilizaron para representar el cielo y los meteoros


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no conservaban nada de lo irracional y prodigioso de los mitos, sino que estaban tomadas de las artes o de la observación directa. Las comparaciones con las que intentaban explicar los fenómenos desconocidos se basaban en aplicaciones imaginativas de los hechos más próximos, no en trasfondos misteriosos. Así, los filósofos de Mileto convirtieron la observación de los acontecimientos en fundamento de la reflexión intelectual. Ésta es la razón por la que se los considera los auténticos fundadores del saber que con el tiempo recibiría el nombre de filosofía.

Los presocráticos

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Creador de la escuela pitagórica, los principios formulados por Pitágoras influyeron decisivamente en la evolución de las matemáticas y la filosofía occidental.

Tales de Mileto El primer pensador que, según dijo Aristóteles, puede calificarse de filósofo fue Tales de Mileto (h. 625 a.C.547 a.C.). Lo poco que se conoce sobre su pensamiento se debe a las reflexiones que el propio Aristóteles realizó sobre su doctrina fundamental: el agua como primer principio y el alma como principio motor. La cosmología talesiana afirma que todo procede del agua y todo termina en ella. A tal conclusión pudo llegar, según la explicación aristotélica, cuando observó que el alimento es siempre húmedo, que el calor nace de la humedad y que también es húmeda la naturaleza de las semillas. Las explicaciones parecen ingenuas y elementales; sin embargo, no son imaginaciones fantásticas, sino razonamientos lógicos. Es decir, son –por primera vez– filosofía.

Anaximandro Nacido en Mileto alrededor del año 610 a.C. y discípulo de Tales, Anaximandro es el autor del primer escrito filosófico conocido, Sobre la naturaleza. A diferencia de su maestro, señaló como primer principio de todas las cosas el ápeiron, esto es, lo infinito e ilimitado. Para Anaximandro, el principio original era algo indefinido e indeterminado, distinto de todas las sustancias existentes, inmortal e indestructible.

Anaxímenes Anaxímenes –nacido a principios del siglo VI a.C. y muerto en sus últimas

décadas– fue el sucesor de Anaximandro. Como éste, postuló la existencia de un principio infinito y anterior a todo, si bien le asignó una naturaleza determinada: el aire. De él procedían, según Anaxímenes, todos los entes del universo y el universo entero. El proceso apuntado por el filósofo era el siguiente: la rarefacción del primer principio origina el fuego; la condensación, el agua, y después, la tierra.

Pitágoras y la escuela pitagórica Tras la destrucción de Mileto en el año 494 a.C., muchos pensadores jonios se trasladaron a la floreciente Magna Grecia. Ése fue el caso de Pitágoras (h. 580-h. 500 a.C.), nacido en la jónica Samos y establecido en Crotona. La escuela pitagórica no constituyó únicamente un movimiento intelectual; también fue un movimiento sectario de carácter religioso y político que intentó hacerse con el poder en las colonias griegas del sur de Italia. La legendaria figura de Pitágoras, de cuya vida existen pocos testimonios, contribuyó a acentuar el carácter misterioso y cercano al culto que hizo famoso a su grupo de seguidores. En lo estrictamente filosófico, los pitagóricos se preocuparon –como el resto de los presocráticos– por la búsqueda del principio creador, pero a diferencia de sus antecesores (los físicos de Mileto) no fundaron su cosmología sobre ningún fenómeno natural.

Para la escuela pitagórica, el verdadero origen de todas las cosas lo constituían los números. Según su doctrina, la esencia y la sustancia de todo lo real puede ser reducida a relaciones matemáticas. A su vez, los números también pueden ser descompuestos. Los elementos universales de los números son lo par y lo impar, identificados respectivamente con lo finito y lo infinito; si, como se ha dicho, los números son el principio fundamental, todo lo existente debía constar, según los pitagóricos, de esta pareja de contrarios. A pesar de que consisten en la citada oposición de contrarios, las cosas no manifiestan externamente tal conflicto: cada una de ellas, así como el universo que integran, se muestra como una composición equilibrada y armónica. En la cosmovisión pitagórica el mundo es un orden armonioso que puede ser reducido a relaciones numéricas y, por tanto, a leyes racionales. La escuela pitagórica extendió sus conocimientos matemáticos a todos los aspectos y órdenes de la realidad observable. Ello dio lugar a un sistema simbólico absolutamente primitivo y arbitrario. Así, cada número entero encarnaba la esencia de una “cosa”: el 7, la ocasión; el 4, la justicia; el 3, el matrimonio; etc. La fascinación por sus descubrimientos aritméticos llevó a los pitagóricos a la convicción de que podían ejercer un dominio sobre lo real si sometían todo a la razón numérica. Como denunció Aristóteles en El cielo, “no


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FILOSOFÍA

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buscaban las razones y las causas de las cosas que se ven, sino que llevaban a sus propias razones y opiniones las cosas visibles”.

Heráclito Heráclito, llamado “el Oscuro” por el proverbial hermetismo de su doctrina, es el primer pensador del que se poseen fragmentos escritos de cierta extensión. Así mismo, su obra, El Universo, es la primera muestra de una verdadera filosofía, entendida ésta como concepción del sentido de la vida humana incluida en una explicación reflexiva del universo. El pensamiento de Heráclito gira en torno a tres temas básicos: la movilidad perpetua, la armonía de los opuestos y el fuego como principio creador. La creencia en la incesante fluencia de las cosas aparece formulada en el famoso dicho heraclíteo: “No puedes bañarte dos veces en el mismo río, pues nuevas aguas corren siempre sobre ti”. La idea constituye una sustancial novedad con respecto a la concepción de los filósofos de Mileto. Éstos pretendían reducir la diversidad y el cambio que observaban en la realidad mediante la unidad de todas las cosas en un principio integrador. Heráclito, por el contrario, al señalar el dinamismo inherente a todo lo real afirma la esencia de las cosas sobre el cambio mismo: “todo fluye, tan sólo permanece el devenir”. El incesante cambio presente en todas las cosas se explica en la cosmovisión de Heráclito por la continua oposición entre contrarios. El conflicto constante genera el equilibrio. Pero

Aunque se tienen escasas noticias sobre los filósofos presocráticos, su pensamiento ha podido transmitirse gracias a testimonios gráficos recopilados por sus discípulos. En la imagen, tablilla con escritura lineal cretense.

la armonía no es entendida como una simple relación numérica, tal y como hacían los pitagóricos, sino como una relación de ajuste entre fuerzas que actúan en dirección opuesta. Así se acoplan y limitan recíprocamente el día y la noche, el invierno y el verano, la vida y la muerte. La elección del fuego por Heráclito como primer principio parece obvia: de los cuatro elementos fundamentales es aquel cuya naturaleza encarna de un modo más pleno la continua movilidad. De este fuego primordial proceden todas las cosas y en ellas permanece como esencia inextinguible; todo nace y evoluciona según el fuego se vaya avivando o consumiendo. El pensamiento de Heráclito ha sido comúnmente considerado como el último nexo de unión entre las cosmovisiones occidental y oriental. A partir de él, ambos modelos tendieron hacia la progresiva escisión.

Parménides y la escuela de Elea La filosofía griega experimentó un importante cambio de rumbo con la aparición de la figura de Parménides

Empédocles de Agrigento elaboró una cosmología basada en los cuatro elementos –fuego, agua, aire y tierra–, cuyas relaciones estaban regidas por dos fuerzas activas: la amistad y el odio. En la imagen, templo de Hera Lacinia en Agrigento.

de Elea (h. 515 a.C.-h. 415 a.C.). Su pensamiento mantiene cierta continuidad con el de sus antecesores, por cuanto la cuestión central de su reflexión sigue siendo la naturaleza del cosmos. Sin embargo, su doctrina se separó de las especulaciones cosmológicas de los jonios acerca de sustancias infinitas que son y no son al mismo tiempo, e inauguró el método racional y crítico sobre el que habría de fundarse posteriormente la tradición clásica de la filosofía helénica.

Parménides Pocos datos personales se poseen sobre Parménides. Ciudadano de Elea, colonia fundada en la costa tirrena de Italia, alcanzó gran notoriedad por cuestiones políticas. La formulación de su original manera de entender la filosofía fue expuesta en un tratado escrito en verso, Sobre la naturaleza, del que se conservan extensos pasajes. Parménides zanjó de raíz las tesis fundamentales de la cosmología jónica, en especial aquellas que habían sido retocadas por Heráclito. El nacimiento y el desarrollo de las cosas, su disgregación y reunión alternativas, sus conflictos y transformaciones constantes, todo lo que Heráclito extraía de la experiencia directa, fue negado por el eleata en nombre del razonamiento lógico. Al camino de la opinión, que era el seguido por los físicos milesios, opuso el de la verdad, enunciado en muy pocas palabras: “Sólo puede darse un discurso como vía de pensamiento: que el ser es”. De lo que es real hay que decir, según Parménides, que “es”, es decir, que existe; y no es posible decir “no es”, porque si así fuera no podríamos entonces ni conocerlo ni hablar sobre


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ello. Esto era justamente lo que los milesios hacían: admitían una sustancia primordial que “no era”, y al mismo tiempo afirmaban que de ella provenían todas las cosas. Y eso, en opinión de Parménides, es imposible: de lo que no es no puede nacer algo que sí es. Las características que el ser tiene para Parménides están descritas en su poema: incorruptible, eterno, inmutable, inmóvil, perfecto y sin necesidad de nada. En todas las cosas subyace un ser que constituye su más profunda realidad y que permanece invariable por mucho que esas cosas cambien, nazcan o mueran.

Empédocles de Agrigento Nacido en la localidad siciliana de Agrigento en los primeros años del siglo V a.C., Empédocles expuso su pensamiento en dos obras: Sobre la naturaleza, donde se recoge su cosmología, y Las purificaciones, formada por doctrinas de carácter ético-religioso fundamentadas en la creencia pitagórica de la transmigración de las almas después de la muerte del cuerpo. Como filósofo, lo esencial de su reflexión es la síntesis que efectúa entre la concepción de lo real como esencia inmutable, tomada de los eleatas, y la idea de la multiplicidad y constante movilidad de las cosas, formulada por Heráclito. Aceptadas ambas premisas, sustancialmente contradictorias, el problema que se le planteó entonces a Empédocles fue cómo explicar el origen y los cambios de las cosas. Su solución fue hacer derivar todo de principios que ya existían y explicar los cambios como transformaciones de elementos también preexistentes. Estas raíces de las cosas, preexistentes e indestructibles, son cuatro sustancias o elementos: el fuego, el agua, el aire y la tierra. Todo procede de su reunión, de su separación, de sus diversas dosificaciones; pero ninguno de ellos es el primero, son igualmente eternos y no se originan uno en otro. Dos son los mecanismos de cambio en las cosas: por asociación o por disociación de los elementos. Hay, por tanto, dos fuerzas activas: la amistad, que reúne a los elementos cuando están se-

parados, y el odio, que los separa cuando están juntos. Lo específico de la amistad es congregar, asociar, y así se produce la generación de las cosas; lo propio del odio es disgregar y por ello da lugar a la corrupción. Son, pues, dos agentes opuestos que luchan entre sí y que predominan cíclicamente uno sobre otro, de manera que el mundo atraviesa por épocas alternativas de generación y corrupción. Empédocles explica el origen de todo lo existente afirmando que en el inicio los elementos estaban reunidos por la fuerza del amor y formaban un conjunto compacto en el que no eran distinguibles. Cuando el odio se introdujo en este conjunto provocó una disgregación de la que surgieron todas las cosas. Un doble relato te voy a contar: en un tiempo todas las cosas llegaron de una pluralidad a constituirse en unidad, y en otro pasaron de ser unas a ser múltiples: doble es la génesis de los seres mortales y doble es su destrucción. A la una la engendra y la destruye su reunión, y la otra crece y se disipa a medida que los seres se dividen de nuevo. Jamás cesan en su constante cambio, uniéndose unas veces por efecto del Amor y separándose otras por acción del Odio. Empédocles de Agrigento

Además de su concepción física, Empédocles formuló una serie de explicaciones de difícil coherencia con el resto de su pensamiento. En materia de percepción y conocimiento, afirmó la conexión material entre el órgano

Los presocráticos

sensible y el objeto sentido. De los seres, expuso Empédocles, brotan emanaciones que van al encuentro de los poros situados en los órganos de los sentidos; si se da la adecuada afinidad, la emanación se introduce por ellos y se produce la percepción. Así, por ejemplo, la visión sucede cuando se encuentran la emanación procedente de la luz exterior y el rayo ígneo que emana del fuego contenido en el ojo. Aún más complicado resulta compaginar el carácter racional y materialista de su especulación física con las doctrinas de Las purificaciones. Empédocles no sólo aseguraba la inmortalidad de las almas y su encarnación en cuerpos de animales, sino que se hizo célebre entre sus conciudadanos por sus dotes de profeta y taumaturgo, esto es, “aquel que obra milagros”. Siguiendo la línea de los pitagóricos, predicó acerca del origen y el destino de cada alma singular, y enseñó las purificaciones necesarias para liberarse del “país sin alegría en el que habitan la muerte y la cólera”, como denominaba al mundo.

Anaxágoras Con Anaxágoras, nacido en Clazomene, cerca de Mileto, en torno al 500 a. C., la filosofía abandonó la Magna Grecia y se emplazó por vez primera en Atenas. En esta ciudad, floreciente tras las guerras médicas, residió Anaxágoras durante treinta años bajo el auspicio del gran Pericles, quien, pese a ser la figura más influyente de aquel tiempo, no pudo evi-

Los filósofos presocráticos y sus principios fundamentales Tales Anaximandro Anaxímenes Heráclito Pitágoras Parménides Empédocles Anaxágoras Demócrito

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El agua como principio supremo El ápeiron El aire como primer principio La perpetua movilidad del ser El número, principio de todas las cosas El ser inmutable Los cuatro elementos primordiales Las homeomerías y el Nous Los átomos


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FILOSOFÍA

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tar que el filósofo jonio fuera acusado de impiedad y expulsado de Atenas. La cosmología de Anaxágoras siguió fiel al principio entonces dominante de que nada se crea ni se destruye, sino que todo se origina por mezcla o separación de las cosas existentes. Su actitud es, por tanto, análoga a la de Empédocles; como éste, también propone como principio material una realidad múltiple. En Sobre la naturaleza afirma que los seres son inmutables e imperecederos; de su asociación proviene la multiplicidad de las cosas. Pero las concepciones de ambos pensadores se diferencian notablemente: para Anaxágoras, la realidad mixta de la que todo surge no se limita a los cuatro elementos apuntados por Empédocles, sino que comprende un conjunto indefinido de infinitas sustancias, cada una de ellas presente en cantidad ilimitadamente pequeña. La formulación de Anaxágoras tiene resonancias de la física de Mileto. El ápeiron de Anaximandro se convierte en la mezcla infinitamente grande en la que “todas las cosas están juntas y no pueden ser distinguidas a causa de su pequeñez”. Estas semillas de las cosas, ilimitadamente pequeñas, infinitas, invariables, cualitativamente distintas entre sí y eternas, fueron denominadas homeomerías, es decir, partes homogéneas. La creación del mundo está dada por el proceso continuo de separación por el cual las diferentes homeomerías se aíslan unas de otras. En consecuencia, Anaxágoras se plantea una cuestión: en el infinito de pequeñas entidades, ¿cuál puede ser el origen del movimiento que induce a dichas partículas a separarse para dar origen a las cosas? Razona entonces que la causa sólo puede consistir en una realidad externa y superior a la mezcla, de igual modo que, en el sistema de Empédocles, el amor y el odio son ajenos a los cuatro elementos. Esta causa simple, existente por sí misma y que es el principio de la ordenación del mundo, es la inteligencia, el llamado Nous. En palabras de Anaxágoras, “la Inteligencia ordenó todas cuantas cosas iban a ser, todas cuantas fueron y ahora no son, todas cuantas ahora son y serán”. Ésa es la función del Nous:

provocar el movimiento por el cual las diversas proporciones de homeomerías que componen cada realidad se separan del conjunto primordial y dan lugar a las configuraciones de las cosas. Observando la rotación de los astros, Anaxágoras determinó el modo de proceder del Nous. La primera causa de separación de las cosas es un movimiento circular, un torbellino cósmico. Esta animación circular del Nous se extiende poco a poco alrededor de su centro y se propaga posteriormente a través del espacio infinito. La disgregación de las cosas se produce por la acción mecánica del torbellino; así, los astros proceden de las piedras arrancadas a la tierra e inflamadas por la rapidez del movimiento. El mismo proceso se repite en innumerables puntos del espacio, lo que crea, como también postulaban los físicos de Mileto, una infinidad de mundos. El pensamiento de este gran filósofo presocrático sostiene que todos los seres vivos creados por el Nous conservan un fragmento de la Inteligencia universal que los crea; según sea dicho fragmento, así varía la capacidad de conocer de cada ser vivo. Una prueba más de que, como afirmaba en uno de sus principios, “todo está en todo”.

Demócrito de Abdera Tras los modelos de Empédocles y Anaxágoras, la tercera solución al problema de conciliación entre la inmutabilidad del ser enunciada por la escuela eleática y la idea de la perpetua movilidad de Heráclito fue el atomismo de Demócrito. Nacido en la ciudad jónica de Abdera en torno al 460 a.C., Demócrito recibió las enseñanzas de Leucipo, de cuya extensa obra tan sólo se conservan los títulos, si bien se sabe con certeza que influyó notablemente en la fundación por su discípulo de la escuela atomista. Al igual que Empédocles y Anaxágoras, Demócrito afirmaba la existencia de un principio múltiple. Sin embargo, negaba que éste estuviera formado por entidades diferentes entre sí, como los

cuatro elementos o las homeomerías; al contrario, en el modelo de Demócrito, la masa infinita que integra las semillas de los mundos está hecha de una infinidad de pequeños corpúsculos invisibles y, ante todo, cualitativamente indiferenciados, es decir, de idéntica naturaleza. Estas partículas son los átomos. Los átomos de Demócrito conservan en gran medida los caracteres con que los eleatas definían al ser: indivisibles, repletos, sólidos, compactos, idénticos, eternos e inalterables. Sin embargo, no son únicos, como el ser de Parménides, sino infinitos. La única diferencia entre los átomos es geométrica, no sustancial; se distinguen entre sí por su tamaño, su figura y la posición que ocupan. Según la escuela atomista, todas las cosas proceden de estos principios cualitativamente idénticos y sólo geométricamente diferenciados. La diversidad de las cosas proviene, por tanto, de los átomos que “se mueven en el vacío, ya que el vacío existe, y que cuando se juntan producen la generación, y cuando se separan, la corrupción”. También es novedosa con respecto a la filosofía anterior la respuesta del atomismo al problema de la causa primera. El principio que empuja a los átomos a unirse o separarse para dar así origen a los objetos no es otro que su misma naturaleza inestable, su continua movilidad. Partiendo de la naturaleza eternamente móvil de los átomos se origina –mediante la agregación– y se destruye –mediante la separación– el mundo. La creación de éste es, pues, producto del azar, dada la ausencia de finalidad en el movimiento de los átomos.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Quiénes fueron los físicos de Mileto? 2. ¿Cuáles son la características del ser según la teoría parmenídea? 3. ¿Qué son las homeomerías?


SÓCRATES Y LOS SOCRÁTICOS

E

l centro del quehacer de la filosofía griega se desplazó de la periferia colonial a la metrópoli durante la segunda mitad del siglo V a.C. Hasta el inicio de las guerras del Peloponeso, Atenas experimentó un período de paz y prosperidad que sirvió de marco para el desarrollo de nuevas corrientes de pensamiento. El interés por la explicación cosmológica de los fenómenos naturales decreció y fue sustituido por un enfoque humanista; el hombre, entonces, pasó a ser el centro de la especulación filosófica. Este cambio de perspectiva tuvo su origen en la aparición de los sofistas, quienes introdujeron la cuestión filosófica en

La victoria sobre los persas en las guerras médicas (siglo V a.C.) inauguró para la ciudad de Atenas un período de paz y prosperidad que acogió el desarrollo de nuevas corrientes de pensamiento. La fotografía muestra una vista de la Acrópolis.

la vida pública y la dotaron de un sentido práctico. Sin embargo, fue Sócrates la figura más eminente en este período decisivo para la consolidación definitiva de la filosofía como saber racional.

Sócrates Hijo del escultor Sofronisco y de la comadrona Fenéretres, Sócrates nació en Atenas –donde pasó la totalidad de su vida– en el 470 a.C. Setenta años más tarde fue condenado a beber cicuta, castigo que le impuso un tribunal tras acusarlo de conducta impía, sacrilegio, introducción de nuevas divinidades y corrupción de la juventud con enseñanzas inmorales. La serenidad con que aceptó su injusto destino, rechazando los planes de fuga urdidos por sus seguidores, es representativa de las profundas convicciones éticas que rigieron su vida hasta el último momento. Todos los filósofos posteriores coin-

La muerte de Sócrates, obra del francés Jacques-Louis David, conservada en el Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. Fotografías de cabecera: Estudio de cabeza, de Piero della Francesca (izq.), y Pensador, de Auguste Rodin (der.).


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FILOSOFÍA

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ciden en proclamar el carácter excepcional y la originalidad de Sócrates. Vestido con burdos ropajes recorría descalzo las calles de Atenas y se abstenía de placeres materiales como el vino, los manjares delicados o las riquezas; su complexión física, extraordinariamente robusta, y su rostro tosco y vulgar contribuían a crearle una imagen totalmente opuesta a la de los sofisticados sabios sofistas que por aquel entonces seducían a los atenienses. En suma, Sócrates representó un nuevo tipo, que sería en el futuro el modelo habitual de sabiduría personal e incorruptible, ajena a la presión de las circunstancias. No existe ningún testimonio legado por Sócrates, puesto que jamás escribió. La recopilación de sus ideas se ha llevado a cabo en función de lo que sobre él transmitieron sus contemporáneos y discípulos. La referencia más antigua es la del comediógrafo Aristófanes, quien en su obra Las nubes hizo del filósofo objeto de una cruel sátira, mostrándolo como el peor de todos los sofistas. El segundo testimonio, en orden cronológico y, sin lugar a dudas, el de mayor importancia, es el de su discípulo Platón, que convirtió a Sócrates en protagonista de la mayoría de sus escritos dialogados. La tercera fuente es la obra de Jenofonte titulada Dichos memorables de Sócrates, de naturaleza eminentemente laudatoria, por lo que ha sido utilizada con reservas por los historiadores.

La filosofía ética de Sócrates Sócrates adoptó el enfoque iniciado por los sofistas, es decir, el interés ex-

clusivo por los asuntos humanos frente a las especulaciones cosmológicas tradicionales. Con toda seguridad, Sócrates dedicó parte de su tiempo a dilucidar cuestiones físicas; sin embargo, fueron la ética y el lugar del hombre en el mundo los exclusivos objetos de sus enseñanzas, hasta el punto de estar considerado como el inventor de la ciencia moral. En palabras de Cicerón, Sócrates “hizo bajar la filosofía desde el cielo, la estableció en las ciudades, la introdujo en los hogares y la convirtió en instrumento necesario para las investigaciones sobre la vida, la moral, el bien y el mal”. La novedad del pensamiento socrático con respecto a las formulaciones de los sofistas fue la afirmación del alma como centro definido de la personalidad intelectual y moral del ser humano. La ética sofista carecía de todo fundamento moral; sus autores se perdían en el utilitarismo y el escepticismo, incapaces de imponer un principio rector de la conducta humana. Por el contrario, el objetivo de Sócrates fue guiar a los hombres hacia el conocimiento interior –“conócete a ti mismo”, reza uno de sus célebres dichos– como medio de obtener la verdad moral, única e inconfundible, y latente en todos ellos. De ahí que mostrase un profundo desprecio por la actividad interesada de los sofistas, cuyas enseñanzas en nada contribuían, según Sócrates, al beneficio y mejora del alma humana. En ese alma, afirma el pensamiento socrático, reside la virtud (areté) que permite al hombre obrar correctamente y alcanzar la felicidad. Sin

Las fases del método socrático 1. Fingimiento de la propia ignorancia como medio de poner en evidencia el desconocimiento del interlocutor. Dialéctica

2. Se acerca gradualmente al interlocutor a la verdad mediante preguntas cuyas respuestas se aproximan a la conclusión acertada. 3. El arte mayéutico, que consiste en extraer la sabiduría de las personas.

embargo, los hombres, por lo general, la desconocen. En consecuencia, la virtud consiste en conocer el bien; es lo opuesto a la ignorancia. Las malas obras no son cometidas a conciencia, sino por desconocimiento de la rectitud. Y Sócrates se autoproclama capaz de ayudar a los hombres en esa búsqueda de la verdad moral. El relativismo de los sofistas –“el bien y el mal no constituyen principios absolutos”– es una idea dañina y falsa; en realidad, asegura el filósofo, sí es posible distinguir entre lo bueno y lo malo. Gracias a un privilegio que le ha sido concedido por los dioses en forma de demonio interior (daimon), Sócrates asegura poseer el don de aceptar el bien y repudiar el mal para poder aconsejar moralmente a las personas. La virtud es, por tanto, susceptible de ser enseñada e inculcada por vía intelectual en los hombres. La visión socrática identifica virtud y ciencia. Es la ciencia (el conocimiento) lo que induce a obrar bien, y la ignorancia la causa del delito moral. Por esta razón, el pensamiento del filósofo ateniense ha sido acusado de un grave intelectualismo: según su modelo, la voluntad no desempeñaría papel alguno en el comportamiento humano y todas las malas acciones estarían justificadas por la ignorancia. Además, establece una correspondencia ineludible entre el descubrimiento del bien y su puesta en práctica; como apuntaron pensadores posteriores, es posible conocer el bien y no aplicarlo. Sin embargo, conviene precisar algunos de los conceptos socráticos. Su idea de la virtud está recogida de modo más nítido en el término griego enkrateia, que significa dominio del alma sobre el cuerpo, autoridad de la razón sobre los instintos. Es este autodominio lo que otorga al hombre su libertad interior para desarrollar un comportamiento virtuoso. Por tanto, la ciencia como fuente de virtud moral no debe ser entendida como acumulación de conocimientos, sino en su acepción de capacidad racional para imponerse sobre los impulsos corporales. De este modo, el hombre que asimila la virtud se convierte en autosuficiente para al-


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Sócrates y los socráticos

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canzar la felicidad que, según la concepción de Sócrates, consiste en no sentir ninguna necesidad de bienes materiales.

El método socrático Para conducir a los hombres hacia el descubrimiento de la virtud moral que se oculta en el interior de sus almas, Sócrates no seguía el procedimiento clásico de enseñanza. Su sistema de conocimiento se basaba en un método original, la dialéctica, mediante el cual lograba la persuasión del interlocutor de forma indirecta a través de sus ingeniosas preguntas. En este método Sócrates distinguía tres momentos o fases definidas. En primer lugar, se parte del fingimiento de la propia ignorancia como medio de hacer evidente el desconocimiento del contrario. Es la célebre ironía socrática, mezcla de desprecio por la arrogancia de los sofistas y de humildad –“sólo sé que no sé nada”– ante la imposibilidad de alcanzar un saber comparable al saber divino. En un segundo momento se obliga al interlocutor a acercarse gradualmente a la verdad mediante el encadenamiento de preguntas cuyas respuestas vayan aproximándose a la conclusión deseada, que finalmente sale a la luz en el tercer momento, denominado arte mayéutico, esto es, el arte de extraer la sabiduría encerrada en el interior de las personas. Según afirmaba Sócrates, no era su función engendrar conocimiento alguno, sino ayudar con sus interrogaciones al nacimiento de la verdad latente en las almas. Como solía decir el filósofo, su oficio era análogo al de su madre: comadrón de las ideas. El esquema de la dialéctica socrática aparece definido en los diálogos que Platón escribió utilizando a su maestro como portavoz de sus reflexiones. En ellos se muestra a Sócrates como más interesado en poner a prueba los razonamientos de sus rivales y en denunciar su falsedad que en hacer triunfar sus propias tesis. Todo el método socrático parece consistir en el intento por hacer que los hombres se conozcan a sí mismos; su ironía consiste en mostrarles que la

Sócrates encarnó el modelo de sabiduría personal e incorruptible, ajena a la presión de las circunstancias.

tarea es difícil y que están equivocados al creer que ya poseen ese autoconocimiento. En última instancia, su doctrina enseña que dicha tarea es necesaria, porque nadie es malo voluntariamente y toda mala acción deriva de la ignorancia acerca de uno mismo. Según Sócrates, el único conocimiento afirmable es el de saber que no se sabe nada. Agradezco vuestras palabras y os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes que a vosotros y, mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope por medio de mi modo de hablar, y, así, seguiré diciendo: “Hombre de Atenas, la ciudad de más importancia y renombre en lo que atañe a sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu fama y honores, y, en cambio, dejas de cuidarte e inquietarte por la sabiduría

y la verdad, y por que tu alma sea lo mejor posible?”. Sócrates en Apología de Sócrates, de Platón (fragmento)

Los socráticos menores El principal discípulo de Sócrates fue Platón. Pero no fue el único. Existieron también muchos otros seguidores del método y de las ideas socráticas, que constituyen el grupo de pensadores denominados socráticos menores. Algunos fundaron diversas escuelas de pensamiento: la escuela cínica, la cirenaica, la megárica y la de Elida. Entre estos pensadores hay que situar a Antístenes, Diógenes de Sínope, Aristipo, Euclides y Fedón. Otros, como Jenofonte y Esquipo, se limitaron a recoger las líneas generales del pensamiento de Sócrates en escritos de naturaleza laudatoria, por lo que no constituyen una doctrina filosófica propiamente dicha.


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Las escuelas derivadas del pensamiento socrático Escuela Cínica

Representantes

Conceptos

Antístenes Crates de Tebas Metrocles Menipo Menedemo

Renuncia a los bienes materiales.

Cirenaica

Aristipo

Identificación de la felicidad con el placer sensible.

Megárica

Euclides

Fusión de la moral virtuosa (Sócrates) con el ser único e inmutable (Parménides).

De Elida

Fedón

El auténtico bien radica en la fuerza y en el carácter.

Desprecio por los deberes patrióticos.

La escuela cínica

La escuela cirenaica

Fundada por Antístenes a finales del siglo V a.C., tomó su nombre del templo del Perro Blanco o Cinosayes, donde se celebraban sus reuniones. La filosofía cínica consistía en una renuncia a los bienes materiales –ascetismo– y un desprecio de tono sarcástico por los deberes patrióticos. Los cínicos se proclamaban ciudadanos del mundo, censuraban la esclavitud, predicaban la fraternidad entre los hombres y se dedicaban exclusivamente a cultivar la conducta virtuosa. Llevaron a sus últimas consecuencias el principio socrático de que “el hombre debe cuidar la virtud” transformándolo en “el hombre sólo debe cuidar la virtud”; en consecuencia, soslayaron todo lo demás: urbanidad, costumbres, aseo personal y vestimenta. Hizo famosos a los cínicos su proverbial indiferencia hacia la riqueza, el honor, las amistades, la enfermedad, la salud o la muerte. Crates de Tebas, uno de los representantes más destacados de la escuela, vendió todos sus bienes y los repartió entre los necesitados; igualmente caritativos se mostraron Metrocles, Menipo y Menedemo. Por estas razones, el cinismo ha sido considerado históricamente más como una forma de vida que como un estricto sistema filosófico. Sus aplicaciones prácticas, y no su especulación teórica, constituyen la aportación capital de esta corriente, disuelta de modo definitivo en el año 250 a.C.

La escuela cirenaica fue fundada por Aristipo, un discípulo infiel de Sócrates, en la ciudad de Cirenea, colonia griega situada en la costa septentrional de África. La doctrina gozó de una cierta celebridad a causa de sus principios morales. En síntesis, éstos identificaban la felicidad con el placer sensible. El bien supremo consistía, para los seguidores de la escuela cirenaica, en el ejercicio momentáneo de los placeres sensuales y en el deleite gozoso que produce la contemplación de cosas bellas. Sólo mediante la represión de todo deseo era posible anular las frustraciones y alcanzar así la dicha derivada del disfrute del momento presente.

La escuela megárica y la escuela de Elida La escuela megárica fue creada por el filósofo Euclides, fiel discípulo de Sócrates, quien, tras la muerte de éste, acogió como refugiados a la mayoría de seguidores socráticos en la ciudad de Megara, en la Grecia central. La doctrina de Euclides se anticipó, en cierto modo, al sistema platónico de las ideas al intentar la fusión de la moral virtuosa de su maestro Sócrates con el ser único e inmutable de Parménides. La escuela de Elida, emplazada en la comarca griega del mismo nombre, fue fundada por Fedón. En opinión

de este discípulo de Sócrates, que combatió la vanidad especulativa de la doctrina megárica, lo verdaderamente relevante era la continuación de la búsqueda de la virtud moral. Según el pensamiento de Fedón, el auténtico bien radica en la fuerza y el carácter.

Los sofistas Después de las guerras médicas, finalizadas en el 449 a.C., Grecia superó el peligro de invasión bárbara. Conoció entonces –en especial Atenas, convertida en centro de la vida comercial, política y cultural– un período de florecimiento y efervescencia intelectual sin precedentes. En este contexto apareció la sofística, el movimiento doctrinal que caracterizaría la filosofía helénica durante la segunda mitad del siglo V. En sus orígenes, el término sofista –“maestro de la sabiduría”– no tuvo el sentido peyorativo con que se utiliza en la actualidad. Inicialmente, sofista era sinónomo de sabio y se aplicaba al representante de una ciencia o arte. La acepción negativa de la palabra se debe a los escritos de Platón y Aristóteles, quienes denunciaron la vanidad y esterilidad del conocimiento transmitido por los últimos sofistas. Tan sólo a partir del reconocimiento que Hegel les dispensó en sus estudios sobre la historia del pensamiento, el esencial papel desempeñado por los sofistas en


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Sócrates y los socráticos

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el desarrollo de la filosofía occidental empezó a ser valorado en su justa medida.

hubieran desaparecido los últimos vestigios de la escuela sofística hubo de transcurrir bastante tiempo antes de que el pensamiento filosófico volviera a ocuparse en cuestiones cosmoEl humanismo sofista lógicas; la herencia humanista de los La sofística inauguró una etapa nue- maestros sofistas proyectó una larga va en la filosofía griega por dos razo- sombra sobre la filosofía de los siglos nes fundamentales: el objeto de su es- posteriores a su apogeo. peculación intelectual y la finalidad El segundo rasgo característico de la misma. Frente al fisicismo cos- que diferencia la sofística de los momológico de los filósofos precedentes, delos de pensamiento anteriores, y los sofistas alteraron la perspectiva y que guarda relación con lo expuesto colocaron al hombre, y a todo lo que a anteriormente, es su finalidad. Con él se refiere, en el eje de la reflexión fi- los sofistas, la filosofía, considerada losófica. Hasta entonces el ser huma- por tradición como el saber más imno había sido tratado como mera par- productivo a efectos materiales, dejó te de la totalidad natural y explicado de ser teórica para convertirse en mediante el primer principio causal, práctica. El sofista no persigue la elasin diferenciarlo del resto de las enti- boración de conceptos y explicaciodades del mundo real. La novedad in- nes abstractas; su objetivo es una utitroducida por los sofistas fue conside- lidad concreta: la educación de los rar al hombre como portador de una hombres. Por tal razón, muchos hisnaturaleza peculiar, como la “medida toriadores del pensamiento coincide todas las cosas”. Aun den en afirmar que la sofística no después constituye una doctrina propiamende que te dicha, sino una manera de enseñar. Los sofistas habrían sido, en ese caso, los inventores de la ciencia pedagógica. La filosofía dejó de ser para ellos la búsqueda altruista de la verdad absoluta y se transformó en una profesión más, en un medio de vida a través del cual conseguir el sustento. De este modo, los sofistas recorrían las ciudades griegas como profesores ambulantes, buscando su auditorio y, tras acordar un precio, enseñaban a sus alumnos, en lecciones aisladas o en una serie de cursos, los métodos para imponer una idea a los demás. La obtención del éxito, basado en el arte de convencer y seducir mediante la palabra, sustituye a la investigación y difusión de la verdad. En la época en la que surgieron los sofistas, la vida intelectual griega adoptaba unas formas de expresión propias de la competición o del concurso. La meta era únicamente hacer triunfar tesis y argumentos frente a interlocutores adversarios Finalizadas las guerras médicas, Grecia atravesó por un bajo el arbitraje del período de gran esplendor económico y cultural, época en la público reunido en que surgió la filosofía sofística. En la imagen, uno de los ángulos del Partenón de la Acrópolis ateniense. torno de la discusión.

La sustitución del sistema aristocrático por la democracia, tras la finalización de las guerras médicas, favoreció el florecimiento de la sofística. En la imagen, representación de Darío I el Grande de Persia.

Ante estas circunstancias, el valor de los sofistas como portadores de sabiduría era incuestionable, y se desplegaba en dos sentidos. Por un lado, como eruditos poseedores de todos los conocimientos y que podían transmitir los saberes útiles para la vida a aquellos que solicitaran sus servicios, en las condiciones sociales descritas. Por otro lado, como maestros en el arte de la retórica, es decir, el arte de embellecer la oratoria con el propósito de persuadir y conquistar la simpatía del auditorio. Varias circunstancias explican el éxito de esta mezcla de humanismo y utilitarismo que trajeron consigo los sofistas. La principal fue la profunda alteración de los esquemas sociales de la vida griega como consecuencia de la implantación del sistema democrático. Hasta las guerras médicas, el poder político estaba en manos de la aristocracia. El valor del hombre dependía en gran medida de su nacimiento y las familias poderosas se perpetuaban en el ejercicio de los cargos públicos. Con la democracia, esta situación de privilegio e inmovilismo desapareció. El resultado fue la irrupción de una clase burguesa que intentó por todos los medios ejercer un papel influ-


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yente en la escena política, para lo cual precisaba adquirir los saberes que tradicionalmente habían estado reservados a las élites pudientes. Esta demanda de conocimientos y de artes discursivas propició el surgir de los sofistas, que comenzaron a comerciar con su sabiduría “a la caza de jóvenes ricos”, como denunció Platón en uno de los numerosos diálogos que les dedicó.

El relativismo moral El humanismo radical de los sofistas está ejemplificado en la famosa frase de Protágoras, acaso el más destacado de los representantes de la corriente, con que comienza su tratado Sobre la verdad: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no son”. La afirmación expresa el ideario sofista en materia de moral, que no es otro que el siguiente: el hombre es el encargado de determinar la verdad acerca de cualquier cuestión, según su propio conocimiento y no en virtud de principios absolutos y universales. La diferencia con la ética socrática es total; mientras que el gran pensador griego afirmaba la existencia definida e inequívoca de los conceptos inmutables del bien y del mal, los sofistas proclamaron la necesidad de considerar por separado cada situación y de aplicar criterios morales adecuados a cada situación concreta. Esta postura se conoce como relativismo moral. Además de ocuparse de la moral, los sofistas también afirmaron la autonomía y el poder del hombre en el terreno político. En su opinión, el ciudadano debía ser ante todo indepen-

diente de las arbitrariedades sociales. Las leyes, la tradición, los preceptos aristocráticos, cada uno de estos conceptos es una creación artificial que se opone a la naturaleza. Sofistas como Antifón declararon la imposibilidad de calificar de delito un comportamiento contrario a las leyes de la justicia artificial mientras no se vulnerase ninguna ley natural. El problema al que dio lugar el relativismo sofista fue el de la dispersión conceptual. Los mismos sofistas fueron incapaces de definir qué debía entenderse por ley natural. En sus últimos años, el movimiento degeneró en una despreocupación absoluta por el contenido de los discursos. Sus enseñanzas se centraron de un modo exclusivo en el aspecto formal y la sofística se convirtió así en erística, simple ejercicio de retórica hueca y ostentosa que busca convencer a toda costa, sin prejuicio acerca de la verdad o falsedad de los argumentos utilizados. La erística fue objeto de crueles críticas en el Eutidemo, diálogo platónico donde se denuncian los recursos desplegados por la segunda generación de sofistas, en especial Calicles, con el objeto de anular los razonamientos del adversario y conseguir el favor del público.

Protágoras Protágoras fue sin duda alguna el más célebre de los sabios sofistas y aquel cuyo pensamiento excedió la mera pericia retórica para dar lugar a algunas de las reflexiones más agudas de la filosofía helénica. Nacido en Abdera alrededor del 485 a.C. y muerto en un naufragio cerca de Sicilia en el 410 a.C., Protágoras se dedicó durante toda su vida a transmitir sus enseñanzas en

todo el territorio griego. No obstante, fue en la polis ateniense donde, bajo la admiración del propio Pericles, obtuvo su mayor reconocimiento. Su filosofía era, en cierto modo, una continuación de los modelos creados por Empédocles y Anaxágoras. Pero a la concepción cosmológica múltiple y en perpetua movilidad de éstos añadió sus propias ideas acerca de la posibilidad del conocimiento verdadero. Éste, según la doctrina de Protágoras, es inviable; si se admite la múltiple presencia de elementos contrarios en las cosas, entonces es imposible pronunciarse con total certeza acerca de la naturaleza de dichas cosas. La contradictoria esencia de los seres, formados por cualidades opuestas, impide la existencia de una verdad absoluta. La única solución, según el sofista, es el relativismo: corresponde al hombre decidir qué es lo verdadero y lo falso en cada caso concreto. En consecuencia, el método de discusión del buen filósofo, expuesto por Protágoras en su obra Contradicciones, ha de consistir en descubrir las diferentes razones del tema en cuestión, para posteriormente hacer prevalecer la más conveniente.

_ Preguntas de repaso 1. ¿En qué consiste el intelectualismo moral de Sócrates? 2. ¿Qué es la dialéctica socrática? 3. ¿Qué diferencia la retórica de la erística?


EL DESCUBRIMIENTO DE LAS IDEAS Y LA REALIDAD: PLATÓN Y ARISTÓTELES

E

l siglo de oro del pensamiento griego fue el IV a.C. El período de apogeo del saber filosófico alcanzó su culminación con la obra de dos pensadores excepcionales: Platón y su discípulo Aristóteles. La profundidad de su pensamiento, la brillantez de sus sistemas especulativos y la riqueza de su diversidad temática llevaron a la filosofía hacia su sólida configuración como ciencia del conocimiento. Con ellos, y en especial con Aristóteles, tomaron cuerpo de un modo casi definitivo los distintos sectores –ética, lógica, conocimiento, metafísica, etc.– que, a partir de entonces y hasta nuestros días, habría de tener en cuenta todo sistema filosófico.

evitar las posibles represalias del poder político contra los seguidores del malparado filósofo. Desde allí marchó a Creta, Egipto y Cirene, y de nuevo a Atenas en el 396 a.C. La finalidad de sus viajes posteriores fue, según se recoge en sus cartas, fundamentalmente filosófica. Del 390 al 388 a.C. visitó Egipto, cuya ancestral sabiduría era muy admirada por Platón; de nuevo Cirene,

Vida y obra de Platón Platón, cuyo verdadero nombre era Aristocles, nació en Atenas hacia el año 427 a.C. Su noble ascendencia explica el gran interés que sintió desde su juventud por el ejercicio de la política. Sin embargo, la injusta condena dictada contra su maestro, Sócrates, despertó sus recelos sobre el poder y la vida pública. Desde ese momento, y hasta el final de sus días, la dedicación prioritaria del pensador ateniense fue la reflexión filosófica. Platón alternó su residencia en Atenas con frecuentes viajes a diversas ciudades griegas y a las colonias mediterráneas. En el año 399 a.C., poco después del proceso y muerte de Sócrates, se dirigió junto con otros discípulos a la ciudad de Megara, posiblemente con el objeto de

El pensamiento filosófico de Platón gira en torno al conocimiento de las verdades esenciales que determinan la realidad. Fotografías de cabecera: Estudio de cabeza, de Piero della Francesca (izq.), y Pensador, de Auguste Rodin (der.).

donde contactó con los famosos geómetras de aquella ciudad, y por último, la Magna Grecia, donde conoció las doctrinas pitagóricas, y fue apresado y vendido como esclavo por el déspota siciliano Dionisio de Siracusa. Tras ser puesto en libertad por su amigo Anníceris, que previamente lo había comprado, retornó a Atenas. Al poco tiempo de su regreso, Platón fundó su escuela filosófi-


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ca. La sede de las enseñanzas platónicas fue el santuario de las Musas, edificio que él mismo proyectó sobre un terreno llamado Academia, nombre con el que acabó conociéndose la asociación. A instancias de Dionisio el joven, sucesor del tirano, Platón se embarcó de nuevo hacia Sicilia en el año 366 a.C.; sin embargo, cuando llegó, el monarca había sido depuesto, por lo que el filósofo fue desterrado. Un último viaje a la isla, cinco años después, resultó tan proceloso como los anteriores y a su vuelta Platón decidió no abandonar nunca más la Academia. En el año 348 a.C., poco antes del definitivo ocaso político de Atenas, murió el filósofo, librándose de presenciar lo que había sido uno de sus temores más grandes: la invasión de la polis por los macedonios.

Los escritos platónicos La influencia socrática en la obra de Platón no sólo se aprecia en el contenido de su doctrina, sino que está presente en el modo en que la expresó. Los textos platónicos, los célebres diálogos, no son otra cosa que la adaptación de las constantes conversaciones

que mantuvo con su maestro y que él se encargó de recoger. Sirviéndose de este recurso expositivo, Platón incorporaba a los diálogos el resultado de sus propias reflexiones; éstas, a medida que su pensamiento maduraba, fueron copando sus escritos y reemplazando las teorías socráticas. Los diálogos platónicos pueden agruparse siguiendo un criterio cronológico en diálogos de juventud, de madurez y de vejez. Los diálogos de juventud tratan sobre temas fundamentalmente éticos –virtud, justicia, sabiduría– y el enfoque adoptado es completamente socrático. En este grupo se integran obras como la Apología de Sócrates, Primer Alcibíades, Hipias Menor y Protágoras. Como parte del período de transición entre el socratismo de juventud y la madurez suelen citarse los textos Gorgias, Menón y Cratilo. Los diálogos de madurez abordan los problemas metafísicos que dan lugar a la formulación de las Ideas. Entre estos escritos, esenciales para la formulación del sistema platónico de pensamiento, se encuentran el Banquete, Eutidemo, Fedón, Fedro y la República. Por último, los diálogos de vejez suponen un tratamiento más profun-

Principales obras de Platón

DIÁLOGOS DE JUVENTUD

Apología de Sócrates Cármides Primer Alcibíades Hipias Menor Protágoras Critón Eutifrón Gorgias Menón Cratilo

DIÁLOGOS DE MADUREZ

Banquete República Fedro Fedón

DIÁLOGOS DE VEJEZ

Teeteto Filebo Timeo Parménides Sofista Leyes

do de los temas apuntados en la etapa previa: el problema metafísico de las Ideas, la realidad mundo físicomundo suprasensible y el origen del cosmos. Los principales textos de este período son el Teeteto, Filebo, Parménides, Sofista, Timeo y las Leyes.

La teoría platónica de las Ideas La gran originalidad de la filosofía de Platón reside en el descubrimiento de la realidad suprasensible, eje en torno al cual se articula todo el conjunto de su sistema especulativo. En opinión del filósofo ateniense, son dos los planos en los que se divide la realidad: uno material y captado por los sentidos (plano sensible), y otro invisible e inmaterial y que sólo puede ser captado por la inteligencia (plano inteligible). Este plano, el de lo suprasensible, está formado por las Ideas, es decir, las entidades que constituyen lo verdaderamente real y que son la esencia y causa de todas las cosas. En consecuencia, no debe entenderse el concepto platónico de Idea como producto del pensamiento: las Ideas, inmutables y eternas, son anteriores a todo, son el principio de todo lo existente. Según Platón, lo que percibimos con los sentidos no existe por sí mismo y no puede, por tanto, ser objeto de conocimiento verdadero. Lo único verdadero es la esencia de la cosa percibida, es decir, la Idea, responsable de su existencia y perteneciente a un orden superior –el mundo de las Ideas– formado por el conjunto de todas las esencias universales e invariables.

La naturaleza de las Ideas Esta concepción dual de la realidad origina determinados problemas teóricos que Platón trató de resolver. La primera dificultad es la de explicar de qué manera puede una realidad inmaterial ser causa de lo material. El filósofo ofrece diferentes soluciones a lo largo de su obra. En algunos diálogos se afirma la existencia de una relación de imitación entre la cosa y la Idea que la origina; en otros se aduce que las realidades sensibles parti-


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cipan de las cualidades presentes en la Idea, al igual que un retrato participa de su modelo, y deben su existencia a dicha participación. En resumen, lo que el modelo platónico viene a afirmar es la necesidad de implicación entre lo inteligible y lo sensible para que éste pueda existir. El segundo gran problema es el de la unificación de la compleja diversidad del mundo de las Ideas. Para Platón, éstas son múltiples, ya que hay una Idea por cada cosa que existe. Así, existen Ideas de seres naturales (hombre, montaña), de objetos artificiales (palacio, código), e incluso de valores éticos y estéticos, como la fealdad, la justicia o la belleza. La existencia de un orden entre las Ideas también figura en la obra de Platón. En la República se expone una estructura jerárquica, en cuyo extremo superior se encuentra la Idea del bien como causa y esencia de todas las demás. Sin embargo, no se explica cómo puede una Idea causar otras Ideas. En el Sofista se intenta aclarar la relación entre Ideas de diferente naturaleza, y para ello se introducen los llamados géneros supremos: Ser, Reposo, Movimiento, Identidad y Diversidad. Según Platón, toda Idea está determinada por estos géneros supremos; por ejemplo, una Idea es distinta a las demás por participar de lo Diverso, e igual a sí misma por participar de lo Idéntico. La diferencia entre las Ideas viene dada por el hecho de que su participación en los cinco géneros supremos no es total, sino que las combinaciones son limitadas, del mismo modo que al hablar no utilizamos todas las palabras de una lengua, sino que establecemos determinadas relaciones entre ellas.

La dialéctica platónica Como se ha expuesto anteriormente, a la concepción platónica de la realidad, como disociación entre lo sensible y lo suprasensible, corresponde un modelo de conocimiento igualmente dual. Según Platón, el mundo de lo sensible propicia un conocimiento inmediato, denominado por el filósofo “opinión”, mientras que la comprensión del mundo de las Ideas

El descubrimiento de las Ideas y la realidad: Platón y Aristóteles

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Página de un manuscrito de Libri Ethicorum de Aristóteles, figura de gran influencia en el pensamiento filosófico y científico occidental (Biblioteca de Cataluña, Barcelona).

exige el concurso de la inteligencia. El conocimiento propio de la realidad superior es, pues, el inteligible, que Platón denominó ciencia. El proceso por el cual el hombre rebasa el mero conocimiento sensible y accede de modo gradual a niveles superiores de entendimiento recibe el nombre de dialéctica. En última instancia, la dialéctica permite al hombre, a esas alturas convertido ya en filósofo, obtener el conocimiento supremo o ciencia. Esta progresión intelectual desde la opinión a la ciencia fue expresada por Platón a través del famoso mito de la caverna, narración simbólica incluida en la República. En ella se representa una escena imaginaria en la que unos hombres, encadenados de manera que sólo pueden dirigir la vista al frente, contemplan ininterrumpidamente las sombras proyectadas sobre un muro por los objetos que otros hombres manipulan a sus espaldas y sin que los encadenados sean conscientes de ello. Teniendo en cuenta que los hombres cautivos se hallan en esa situación desde su nacimiento, toman su estado como nor-

mal y todo lo que conocen acerca del mundo se reduce a esas sombras. El propósito de Platón es establecer un paralelismo entre los prisioneros del relato, cuyo conocimiento está basado en simples apariencias, y los hombres en general, cuyo conocimiento es igualmente falso por estar limitado a lo captado por los sentidos. Las sombras proyectadas sobre el muro equivalen al mundo sensible, y los objetos que las originan –ignorados por los prisioneros– simbolizan las Ideas. Platón continúa su narración: si uno de los prisioneros se liberase de sus cadenas y ascendiera a lo alto de la caverna, descubriría la verdad acerca de la naturaleza de las sombras y comprobaría lo errónea que era su limitada concepción del mundo. Al abandonar la caverna, las tinieblas son sustituidas por la luz del sol, fuente del verdadero saber. Traducidos los símbolos, el proceso dialéctico de adquisición del conocimiento real queda completo: sólo liberándose de las cadenas de la opinión podrá el filósofo descubrir el mundo de las Ideas bajo la luz “solar” de la ciencia.


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sofía, ni en su concepción del filósofo como gobernante idóneo de la polis. Por el contrario, Aristóteles, ajeno a las intrigas de la nobleza ateniense, encarnó el modelo del hombre de estudio que se aparta de la ciudad y se vuelca en su investigación intelectual. A la muerte de Alejandro, acaecida en el año 322 a.C., se desató en Atenas una violenta reacción antimacedónica, que terminó implicando al filósofo estagirita. Huyen do de sus perseguidores, Aristóteles se exilió en la península macedonia de Calcidia, donde murió pocos meses después de su llegada.

La obra aristotélica

Detalle de la traducción de Ética a Nicómaco, tratado de filosofía moral y política de Aristóteles, traducida al latín por Leonardo Bruni d’Arezzo, también llamado Leonardo Aretino (siglo XV).

–Ahora fíjate en esto –dije–: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol? –Ciertamente –dijo. –Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas (...), ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían, si encontraran manera de echarle mano y matarlo, a quien intentara matarlos y hacerlos subir? Platón, La República (fragmento)

Vida y obra de Aristóteles Aristóteles nació en el año 384 a.C. en la ciudad de Estagira. De origen aristocrático y huérfano de padre desde edad muy temprana, abandonó su ciudad natal para ingresar, con dieciocho años, en la Academia platónica, y en ella permaneció hasta la muerte del maestro, acaecida veinte

años después. Partió entonces hacia Asia menor, con lo que iniciaba una importante etapa en su vida. En el año 343 a.C., encontrándose en la isla de Lesbos, fue reclamado por el rey Filipo de Macedonia, quien le confió la educación de un joven príncipe, Alejandro, con el tiempo conocido como Magno. Aristóteles permaneció en Macedonia hasta la coronación de su pupilo, en el año 336 a.C. A su vuelta a Atenas, en el año 335 a.C., el estagirita alquiló unos edificios adyacentes al templo de Apolo Likaios, de donde tomaría su nombre la escuela filosófica allí emplazada: el Liceo. Con el tiempo, la escuela sería conocida también como “Peripato” –del griego peripatos, paseo–, debido a la costumbre que Aristóteles tenía de impartir sus lecciones mientras paseaba por los jardines aledaños. El aislamiento en que se encontraba el Peripato con respecto a la Academia, a la que no obstante terminó por eclipsar, es representativo de la vida que llevó Aristóteles, muy distinta de la de su maestro. A pesar de los reveses que sufrió, Platón nunca abandonó su fe en la misión política de la filo-

Los escritos de Aristóteles se dividen en dos grandes grupos: las obras de juventud y las colecciones de obras científicas. Las obras de juventud, conocidas como exotéricas y pertenecientes a la etapa de la Academia, iban dirigidas al gran público y en la actualidad es muy poco lo que se conserva de ellas, sólo algunos títulos y fragmentos. El primero de estos escritos fue probablemente Sobre la retórica. Otras obras pertenecientes a este grupo fueron el Protréptico, Sobre las Ideas, Sobre el Bien y Eudemo. Las colecciones científicas, recopilación de la actividad docente del filósofo en los años del Liceo, se conservan casi en su totalidad y conforman un amplísimo archivo teórico. En primer lugar, agrupados bajo el nombre de Organon, se encuentran los tratados de Lógica: Categorías, Sobre la interpretación, Tópicos, los Analíticos y las Sofísticas. A éstos pueden añadirse la Poética y la Retórica. Lo siguiente son las obras de filosofía natural, entre las que destacan El Cielo, la Física y La generación y la corrupción, así como los escritos de psicología: Sobre el alma. La clasificación continúa con la Metafísica, la obra aristotélica más famosa, que comprende doce libros. Por último, completan el grupo de colecciones científicas las obras sobre ciencias naturales (la Historia de los animales, las Partes de los animales, etc.), así como los importantes tratados de filosofía moral y política: Ética a Nicómaco, Ética a Eudemo, Gran Ética y la Política.


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La metafísica aristotélica Un rápido repaso de la historia de la filosofía occidental es suficiente para constatar la excepcional influencia de la doctrina aristotélica en el pensamiento especulativo. La trascendencia de sus conceptos y principios es única y su riqueza estructural aún influye en las teorías filosóficas de nuestros días. De todos los planos del pensamiento de Aristóteles, tal vez sea el sistema metafísico, por su rigor y originalidad, el que mayor importancia ha demostrado tener en la evolución del saber filosófico. Desde el redescubrimiento de la obra del estagirita a finales del siglo XII, la metafísica aristotélica atrajo el interés de los pensadores en grado superior al suscitado por el resto de sus formulaciones. Fue también la revisión de los principios desarrollados enla Metafísica la principal causa de la renovada atención que en el siglo XIX volvieron

El descubrimiento de las Ideas y la realidad: Platón y Aristóteles

a deparar a Aristóteles los filósofos occidentales. En opinión de Aristóteles, la metafísica es “la más divina y la más digna de honor de todas las ciencias”. Su carácter de saber supremo procede del criterio aristotélico por el cual el grado de perfección de las ciencias especulativas depende del grado de inmaterialidad de su objeto de estudio. Y el objeto propio de la metafísica –“filosofía primera” en términos aristotélicos– son las realidades superiores, estables y eternas. Esta concepción puede parecer equivalente al modelo platónico del mundo inmaterial de las Ideas. Sin embargo, la metafísica aristotélica no contempla la esencia de las cosas como una realidad imperceptible y separada del objeto concreto. Por el contrario, la esencia universal de todo lo existente reside en las cosas mismas. A ello se refiere Aristóteles al definir la metafísica como “el estudio del ser en cuanto que ser”, es decir, el conocimiento de las

causas primeras del ser sin apelar a realidades ajenas e inmateriales.

La sustancia La sustitución de la dualidad platónica por un modelo de realidad única –el ser en tanto que entidad individual– plantea un problema: mostrar lo que tiene ese ser de permanente y estable. En efecto, dado que la realidad concreta que propone Aristóteles carece de toda referencia a un orden universal e inmutable, es imposible entonces que pueda ser objeto de conocimiento, ya que “sólo existe ciencia de lo universal”. Para demostrar que lo esencial de las cosas está en las cosas mismas y solucionar el dilema entre lo permanente (requisito de la ciencia) y lo inestable (propiedad inevitable de las cosas sensibles), Aristóteles concibió la teoría de la sustancia. La sustancia es para Aristóteles el ser en sí mismo, la única realidad. Toda sustancia está sujeta a cambios

Principales obras de Aristóteles OBRAS DE JUVENTUD (EXOTÉRICOS)

COLECCIONES CIENTÍFICAS (ESOTÉRICOS)

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Sobre la retórica Eudemo Protréptico Sobre las ideas

ORGANON LÓGICO

Categorías Sobre la interpretación Tópicos Refutación de los sofismas Analíticos Retórica Poética

FILOSOFÍA

Metafísica

NATURALEZA

Física El Cielo La generación y la corrupción Meteorológicas

BIOLOGÍA

Historia de los animales Partes de los animales La generación de los animales

PSICOLOGÍA

Sobre el alma

POLÍTICA Y MORAL

Ética a Nicómaco Ética a Eudemo Política


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FILOSOFÍA

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que alteran su configuración. La nueva realidad que surge del cambio sustancial es denominada por el filósofo “forma” y constituye la esencia de la sustancia, lo que determina su condición única. Teniendo en cuenta que durante la citada transformación la sustancia antigua no ha dejado de existir del todo, entonces es obvia la subsistencia de un sustrato indefinido que persiste a los cambios y adopta la nueva forma. Tal sustrato es la “materia”. Ambos elementos, forma y materia, son los componentes de toda sustancia, y con ellos demuestra Aristóteles la existencia de principios estables, y en consecuencia susceptibles de conocimiento científico, en todo objeto sensible. La composición dual de la sustancia se complementa con otra formulación teórica a la que Aristóteles llega tras observar los diferentes accidentes que experimenta la sustancia. Para esclarecer el principal de ellos, el cambio, introduce la diferencia entre los dos modos fundamentales del ser que explican toda transformación: el acto y la potencia. Para Aristóteles, acto significa perfección, es decir, el estado definitivo del ser; y potencia significa proceso, esto es, el estado del ser en camino de convertirse en acto. Así, el acto es a la potencia lo que la estatua es en relación al bronce, lo que la madera en relación a la mesa, lo que el hombre en relación al niño. Por tanto, el ser en potencia equivale a la materia, mientras que el ser en acto es la esencia misma, es decir, la forma, el estado perfecto de la sustancia. La existencia de toda cosa consiste, pues, en la actualización de una materia (potencia) en una forma definida. El último dato que aporta Aristóteles es el de la preexistencia del acto con respecto a la potencia. En contra de la idea que pueda dar a entender la concepción del ser en potencia como proceso dinámico hacia su concreción en acto, éste siempre es anterior. Si no fuera así, es decir, si no existiera un ser en acto con el que establecer comparación, sería imposible desde una perspectiva lógica afirmar que algo está en potencia. Para poder hablar de un niño como

potencia de un adulto es imprescindible conocer previamente lo que es ser adulto. También es necesaria la existencia previa de un ser en acto para que otro se encuentre en potencia; por ejemplo, se requiere una planta (acto) para obtener una semilla (potencia). Esta concepción supone la gran originalidad de la metafísica aristotélica con relación a los modelos cosmológicos de sus antecesores. Con la teoría sobre la preexistencia del acto sobre la potencia, el estagirita demostró la inexistencia del ser indefinido. Todo ser implica una forma determinada; sólo existe lo que está en acto. Por tanto, desde una perspectiva racional, es de todo punto imposible fundar la existencia de los seres a partir de supuestas entidades indeterminadas e imprecisas, ya sea el ápeiron de los milesios o las Ideas platónicas.

La causa primera Según el aserto aristotélico, “todo lo que llega a ser es por una causa”. La metafísica, como cualquier otro saber, tiene la función de dilucidar las causas de las cosas. Sin embargo, no debe limitarse a la enumeración de los principios particulares, sino que debe llegar a descubrir las causas primordiales de todo el universo, de toda la realidad. Aristóteles criticó con frecuencia la indeterminación de los modelos filosóficos de sus predecesores a la hora de determinar el porqué de las cosas. Frente a las explicaciones basadas en la casualidad o en el puro mito, el filósofo del Liceo se propuso exponer una exhaustiva teoría racional sobre el origen de las cosas. Así, se distinguen tres tipos de causas –material, formal y eficiente–, que son las responsables de que un ser cambie de potencia a acto, y una causa final o razón que motiva ese cambio. Por ejemplo: la causa material de una mesa es su ingrediente constitutivo –madera, hierro, etc.–; la formal es su estructura interna, la disposición espacial de sus elementos; la eficiente es el ebanista que la construyó, y la final es la función para la que fue concebida –comer, es-

tudiar, etc.–. Sin embargo, la explicación de la existencia de los seres continúa siendo insuficiente: ¿cuál es la causa de las causas? Según Aristóteles, es necesario un Primer Motor que origine el movimiento de todo el universo, entendiendo por movimiento la traslación en el espacio y el nacimiento, la muerte y cualquier otra variación que experimenten los seres. Este Primer Motor ha de ser inmóvil, pues de lo contrario habría sido causado por otro anterior, y eterno, ya que si hubiese nacido en algún momento dado sería consecuencia de otra causa previa. Según Aristóteles, este Primer Principio de todo lo que existe, causa eficiente y final del universo, la sustancia sin la cual ninguna otra puede ser, no es otro que Dios. De tal Principio, pues, dependen el cielo y la naturaleza. Y su modo de vivir es el más excelente: es aquel modo de vivir que a nosotros nos es concedido sólo por breve tiempo. Y en aquel estado Él está siempre (...). Y Él es también vida, porque la actividad de la inteligencia es vida, y Él es aquella actividad. Y su actividad, que subsiste por sí misma, es vida óptima y eterna. Decimos, en efecto, que Dios es viviente, eterno y óptimo; así que a Dios pertenece una vida permanentemente continua y eterna: esto es, pues, Dios. Aristóteles, Metafísica (fragmento)

_ Preguntas de repaso 1. ¿En qué consiste el idealismo platónico? 2. ¿Cómo solventa el idealismo platónico el problema de la relación causal entre lo inmaterial (la Idea) y lo material (el mundo sensible)? 3. ¿Cómo llega Aristóteles a la conclusión de la existencia de Dios?


EL HELENISMO

S

e conoce como helenismo el período histórico posterior a las campañas de Alejandro Magno, y que se caracterizó por el predominio de la cultura griega en todos los pueblos mediterráneos como resultado de las conquistas que llevó a cabo dicho emperador. Durante esa dilatadísima etapa, que se extendió desde el siglo III a.C. hasta el IV d.C., y en numerosos focos culturales surgidos a lo largo y ancho de la periferia griega –Siria, Egipto, Roma, Iberia, etc.–, se desarrollaron modelos de pensamiento de inequívoca inspiración helénica. Del mismo modo, pero en senti-

do inverso, ideas procedentes de las civilizaciones de Oriente comenzaron a ejercer durante esta época una silenciosa pero intensa influencia sobre la actividad especulativa de los pensadores mediterráneos. El resultado de esta amalgama cultural, a la que habría de unirse con posterioridad la incipiente expansión de la doctrina cristiana, fue el nacimiento de una concepción de la filosofía sustancialmente distinta a la de períodos anteriores. Tras el reinado de Alejandro, el hombre griego dejó de ser ciudadano en sentido estricto y se convirtió en cosmopolita. El idioma heleno vulgar –koiné– se universalizó y los modos y modelos griegos pasaron a integrar de forma destacada el patrimonio cultural de los diversos pueblos conquistados. La situación política cambió de forma radical –ya no eran prioritarias las cuestiones de la polis–, y surgieron nuevas necesidades derivadas del El estoicismo de la etapa romana estuvo representado por Epícteto y Séneca. En la imagen, La muerte de Séneca, obra del pintor barroco Pedro Pablo Rubens (Museo del Prado, Madrid, España). Fotografías de cabecera: Estudio de cabeza, de Piero della Francesca (izq.), y Pensador, de Auguste Rodin (der.).

La doctrina epicúrea se fundamentó en la búsqueda de la felicidad mediante el placer. En la imagen, busto de Epicuro, conservado en los Museos Capitolinos de Roma.

inédito status en que súbitamente se encontró el ciudadano, carente de referencias morales y de amparo espiritual a causa de la dispersión de las estructuras tradicionales. Haciéndose eco de esta transformación, los filósofos procedieron a situar la cuestión humana en el núcleo de su labor reflexiva. El vacío existencial resultante de la decadencia de las polis exigía orientar la especulación filosófica hacia un objetivo primordial: la enseñanza moral como doctrina para llegar a conseguir obtener la felicidad. La filosofía helenística adoptó, pues, un carácter eminentemente práctico, y articuló todo su aparato teórico en función de su nueva razón de ser: la ética. Todos estos rasgos son apreciables en el análisis de las dos grandes escuelas de pensamiento del helenismo; aunque sus principios teóricos difieren totalmente, tanto estoicismo como epicureísmo nacieron con el propósito de guiar a un hombre que, perdida la tutela de las instancias públicas, se había quedado solo frente a su propio destino.


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FILOSOFÍA

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Las escuelas del período helenístico Escuela

Representantes

Estoicismo

Zenón Crisipo de Cilicia Panecio de Rodas Posidonio Epícteto Séneca

Sólo es real lo captado por los sentidos. El comportamiento racional conduce a la felicidad.

Epicureísmo

Epicuro

La felicidad sólo puede consistir en el placer.

Neoplatonismo

Filón

Imposibilidad humana de conocer y expresar la idea de Dios. Existencia de un mundo intermedio entre Dios y el mundo sensible.

Plotino

El estoicismo La escuela estoica –del griego stoa, nombre del pórtico junto al que se encontraba su sede inicial– fue creada por Zenón en el 306 a.C. En los cinco siglos que perduró pueden distinguirse tres etapas definidas: el estoicismo original o antiguo, que se extendió hasta finales del siglo III a.C. y cuyo principal representante fue, además del propio Zenón, Crisipo de Cilicia; el estoicismo medio, desarrollado entre los siglos II y I a.C. por Panecio de Rodas y Posidonio, y el estoicismo romano, ya en plena época cristiana, representado por Epícteto y Séneca. A pesar de la larga nómina de filósofos que desarrollaron el legado del estoicismo primitivo, la esencia de la escuela logró mantenerse intacta durante su larga existencia. Más que un sistema filosófico, el estoicismo fue ante todo un modo de vida dirigido a la obtención del bien supremo de la felicidad. Expuesto de este modo, parece existir una similitud entre el estoicismo y otros modelos como la escuela socrática cirenaica o, como se verá más adelante, el epicureísmo. En realidad, movía a todos ellos un idéntico objetivo: la consecución de la felicidad. Sin embargo, distingue a la doctrina estoica el modo particular en que entendió dicha felicidad, no como delectación sensual o goce físico, sino como dominio de la razón sobre la vida humana.

Conceptos

En la doctrina estoica, esta preponderancia de la razón o logos se extiende a todos los órdenes de la realidad. En consecuencia, la visión del universo desarrollada por los representantes de la escuela –la cual no se limitó a una simple pedagogía moral, sino que fundó su ética sobre una amplia explicación del cosmos– es materialista en grado sumo; es decir, no admite la existencia de ninguna entidad incorpórea. Al contrario que Platón, para el que lo único real era lo invisible e inmaterial, la filosofía estoica afirma que sólo es real lo captado por los sentidos. El propósito de este materialismo es demostrar que en el mundo no hay lugar para el desorden ni para lo irracional: todo existe en virtud del orden universal. La aplicación de este principio a la ética humana es obvia: el alma no debe contradecir ese orden universal, por lo que la razón deberá guiar todos los actos del hombre. El comportamiento racional conduce directamente a la virtud, y ésta, según los estoicos, es la única vía hacia la felicidad. El ideal estoico es, por tanto, el del hombre sabio que vive en armonía con la naturaleza y soporta el sufrimiento sin entregarse a las pasiones, que, por ser irracionales y contrarias al orden lógico del universo, terminarían por corromper su alma. Este estado ideal de serena felicidad constituye la famosa apatía estoica.

El epicureísmo En la misma época en que Zenón iniciaba sus clases en la Stoa, el ateniense Epicuro (341-270 a.C.) fundó una escuela de pensamiento que alcanzaría gran celebridad durante los últimos siglos de esplendor de la filosofía griega, previos a la definitiva hegemonía del cristianismo. Más aún que el estoicismo, la doctrina epicúrea se rige por un criterio de máxima practicidad; lo único relevante es mostrar a los hombres el camino que deben seguir para lograr una existencia feliz. Tan sólo admite, en consecuencia, dos escuetos añadidos teóricos: una explicación física del mundo, basada en el atomismo y esencialmente materialista –“incluso los dioses son materia”–, y un examen del modo en que opera el conocimiento humano objetivo, asentado sobre tres criterios básicos: las sensaciones en general, las imágenes que la mente se forma a partir de esas sensaciones y los sentimientos de placer y dolor, superiores a las sensaciones comunes por ser el fundamento de los dos objetos máximos de conocimiento: los conceptos del bien (placer) y del mal (dolor). El fin supremo de la conducta humana es la felicidad y ésta sólo puede consistir, en opinión de Epicuro, en el placer. Sin embargo, éste no debe interpretarse exclusivamente


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como lo experimentado por la vía de los sentidos; también es placer todo aquel sentimiento capaz de suprimir el dolor. Así pues, tanto una comida sabrosa como el cese de un temor o angustia son, desde una perspectiva epicúrea, placeres que motivan la dicha. Y de todos los placeres, es justamente el de la anulación del temor el que mayor felicidad ha de reportar al hombre, ya que una vez conseguido es absoluto e infinito. El instrumento para eliminar el miedo no es otro, según la moral epicúrea, que el conocimiento preciso y la reflexión sosegada sobre la causa de nuestras angustias. Ello es especialmente evidente en el caso del miedo a la muerte. El más intenso de los temores humanos es para Epicuro absurdo e infundado; basta reflexionar someramente sobre la idea para deducir la inutilidad de temerla: en primer lugar, porque aún estamos vivos; después, porque una vez muertos nada sentiremos, pues la muerte no consiste más que en la imposibilidad de todo sufrimiento. Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, ya que todo bien y todo mal está en la sensación, y la muerte es la privación de la sensación. Por lo cual, el conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace gozosa nuestra condición de mortales, no añadiendo un tiempo infinito, sino suprimiendo el deseo de la inmortalidad. Nada es temible en la vida para el que está sinceramente convencido de que no hay nada más temible en el no vivir más. Epicuro, Carta a Meneceo (fragmento)

El neoplatonismo Ajena al materialismo ético de estoicos y epicúreos –estrictamente basado en el dogma irrefutable de los maestros–, a partir del siglo II a.C comenzó a manifestarse una abierta tendencia al eclecticismo, es decir, a la incorporación en una misma escuela filosófica de elementos tomados de diferentes doctrinas de signo diverso. Por otro lado, muchos pensadores de esta época abandonaron la aridez es-

peculativa del racionalismo, y asumieron sin prejuicios principios de naturaleza religiosa y ultraterrena, en un intento por dotar de sentido a la existencia humana. El resultado de todo ello fue el nacimiento de doctrinas altamente heterogéneas y más cercanas a la teología que a la filosofía propiamente dicha, la más importante de las cuales es la conocida como neoplatonismo. El neoplatonismo nació en Alejandría durante los primeros años de la era cristiana. Se considera como fundador de la corriente al sabio Filón, teólogo de origen hebreo que se propuso interpretar el Antiguo Testamento a la luz de la filosofía de Platón. Sus especulaciones teóricas se resumen en dos ideas básicas: la imposibilidad humana de conocer y expresar qué es Dios, y la existencia entre éste y el mundo sensible de un mundo intermedio. Este mundo intermedio o Logos es el modelo perfecto del que Dios se habría servido para crear nuestro universo. Las ideas de Filón, combinadas con un nuevo resurgir del pensamiento platónico, dieron lugar en los siglos II y III d.C. al verdadero desarrollo y consolidación de la doctrina neoplatónica. El artífice de esta madurez teórica fue el pensador egipcio Plotino, nacido en Licópolis hacia el 205 y muerto en el 270 en Roma, donde pasó los últimos treinta años de su vida dirigiendo una reputada escuela filosófica. Varios rasgos definen el pensamiento de Plotino. En primer lugar, es una doctrina ecléctica; junto a la fundamental influencia platónica, Plotino incorporó elementos de la filosofía de Parménides, del estoicismo del período medio y de las religiones orientales. En segundo lugar, es una doctrina monista; es decir, afirma el origen de todo lo existente a partir del Uno (Dios), del que todo procede y al cual todo debe retornar. En consecuencia, el objetivo del filósofo no es otro que enseñar al hombre el camino que ha de seguir para reencontrarse con Dios. Ahora bien, no todo se reduce a un simple misticismo. Para Plotino, el modo de lograr la unión íntima con el Uno se fundamenta sobre una explicación racional del universo y no

El helenismo

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sobre el éxtasis irracional e intuitivo. Lo esencial de su sistema filosófico es, por tanto, la formulación cosmológica. El problema básico de toda concepción monista radica en la dificultad de explicar la diversidad de las cosas a partir de lo Único. Para argumentar la relación existente entre el Uno superior y la múltiple realidad inferior (el mundo sensible), Plotino recurrió al concepto de emanación. Al igual que el calor fluye de los cuerpos calientes o el agua surge de las fuentes, todos los seres existentes emanan en gradación descendente de un Primer Principio: Dios. Sin embargo, precisa Plotino, la naturaleza no puede manar directamente de Dios; es necesaria la existencia de instancias intermedias. Estos mediadores divinos entre lo Uno y la realidad sensible se denominan hipóstasis y son dos: el Espíritu, emanación directa de Dios, y el Alma, emanación directa del Espíritu y creadora de la naturaleza material. La tarea del filósofo consiste en descubrir este proceso y transmitírselo al hombre para que intente el retorno al Principio. La manera que éste tiene de conseguirlo es la imitación de lo divino en un triple sentido: la práctica de la conducta virtuosa, la admiración de la belleza y la liberación del alma de todo impulso mundano.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué circunstancias sociopolíticas condicionaron el giro que experimentó la filosofía en el período helenístico? 2. ¿Con qué objeto propusieron los estoicos una cosmología rígidamente materialista? 3. ¿Quién es el fundador de la escuela estoica? 4. ¿Cuáles son los principales representantes del neoplatonismo?


LA FILOSOFÍA ORIENTAL

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a filosofía, tal y como se entiende en la actualidad, se inició con las formulaciones cosmológicas de los físicos griegos presocráticos. Ésa es, al menos, la teoría que mayor consenso parece lograr entre los historiadores. Sin embargo, en esos siglos previos a la era cristiana, la filosofía griega no era la única voz que se ocupaba de reflexionar sobre las cuestiones relativas al problema del ser humano y el universo. En los primeros textos canónicos chinos, que datan del siglo VIII a.C., y en las fuentes de la Revelación hindú, iniciadas con bastante antelación y culminadas en el siglo VII a.C., aparecían ya, en medio de formulaciones de inequívoco sabor mítico e incluso mágico, nociones y juicios de hondo calado metafísico, indicios que prefi-

La filosofía hinduista, de fuerte contenido religioso, se centra en torno a una cuestión fundamental: los principios incuestionables de una Verdad eterna y única. En la imagen, templo hinduista de la diosa Sakti, esposa de Shiva. Fotografías de cabecera: dibujo indio con alegoría de la reencarnación (izq.) y Buda de Borobudur (der.).

guraban la riqueza conceptual a la que habían de llegar en su posterior desarrollo las grandes corrientes del pensamiento filosófico oriental.

Las filosofías de la India El estudio del pensamiento indio constituye una empresa extremadamente dificultosa. Nada similar a un desarrollo histórico se aprecia en la intrincada selva de textos, sistemas, nociones e interpretaciones que constituyen el elusivo conjunto de la filosofía india. La idea misma de evolución acumulativa o decantamiento doctrinal es ajena a su realidad. Incluso los modernos pensadores indios han manifestado tradicionalmente su

extrañeza ante la pretensión típicamente occidental de ensartar en una línea temporal los hitos decisivos, las inflexiones de su tradición filosófica, y lo cierto es que no existen tales inflexiones. No existen un Descartes o un Kant indios, “giros copernicanos” que trastoquen el orden precedente. Nada verdaderamente nuevo, afirma la tradición, puede venir a alterar el inmemorial edificio doctrinal. La filosofía de la India es una declinación constante de los mismos modelos, un retorno cíclico e imperceptible sobre los principios incuestionables de una Verdad única y eterna, ajena al tiempo y a la cual los pensadores indios, por miedo a empobrecerla con sus palabras, se han acercado siempre con cauta reverencia.


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Pese a todo, pueden esbozarse algunas ideas sobre tan monolítico bloque. La filosofía india se articula (más correcto sería decir que tiene su razón de ser) en torno a la religión hinduista y, a partir de la contestataria irrupción del budismo, en el intenso diálogo –de tonalidad “escolástica”– entre ambos modelos. Los dos presentan rasgos comunes. En primer lugar, su naturaleza práctica: pretenden la liberación del hombre, la superación del doloroso ciclo vital; son “ciencias de la salvación”. En segundo lugar, y consecuencia de lo anterior, su carácter más místico que especulativo. Sin embargo, ello no debe significar ningún menosprecio por la reflexión; la gnoseología hinduista y la ontología búdica manejan desde sus remotos orígenes un aparato conceptual tan desarrollado como el de sus correlatos occidentales, y si no alcanzaron finalmente el grado de éstos fue por la sencilla razón de que una indagación más abstracta excedía sus necesidades. Así pues, las filosofías indias no persiguieron el conocimiento puramente especulativo más que como aditamento de su vocación humanista y, en el caso del hinduismo, como afianzamiento de los principios doctrinales frente al empuje de la tendencia adversaria.

La filosofía hinduista Supeditada al núcleo religioso, la especulación hinduista se sustenta sobre los dos pilares básicos: la palabra revelada y los pramana, el instrumento del conocimiento recto. La revelación (sruti) comprende la antiquísima colección de textos sagrados que, iniciada en el siglo XIII a.C., sirve de fundamento a la religión de los brahmanes, la casta sacerdotal india. Los libros más importantes son los Veda, preceptos para el rito, y los Upanishad, compendio de reflexiones más filosóficas (sentido de la vida, origen del cosmos) y normas de vida espiritual. Los pramana, el conocimiento natural logrado por el hombre mediante el ejercicio de sus facultades intelectuales, incluyen la percepción empírica, la deducción por inferencia y la palabra. La dualidad sruti-pramana puede recordar la que se estableció entre los dos

La filosofía oriental

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MIMAMSA VEDANTA SISTEMAS DE LA FILOSOFÍA ORTODOXA HINDUISTA

NYAYA VAISESIKA SAMKHYA YOGA

órdenes en los que se apoyó el conocimiento occidental durante todo el medievo: fe y razón. Sin embargo, en el caso hinduista, la dualidad no se resuelve en la enconada oposición que caracterizó al pensamiento escolástico. Al contrario, sruti y pramana tienen perfectamente delimitado su ámbito de acción, por lo que nunca puede surgir un conflicto de injerencia: el conocimiento de lo visible es objeto de la percepción; el de lo invisible, de la palabra revelada. Nunca pretenderá el bramán cuestionar la verdad de los Upanishad o los Veda, tradiciones sin origen en el tiempo; el poder de su razón se agota donde termina su mirada. Ahora bien, ¿qué proclama esta verdad revelada? Por encima de cualquier otra consideración, la unidad de todo lo existente en una realidad absoluta, fundamento del ser, o mejor dicho, el Ser mismo. Este Absoluto indiferenciado e impersonal, esencia de todas las cosas, es el Brahman (no confundir con la casta homónima). En lo más profundo de los hombres, más allá de su mundana individualidad, reside así mismo un núcleo permanente: el atman, la cifra humana del Brahman. Se narra en los Upanishad que el atman emergió del Absoluto y a Él deberá retornar cuando el hombre niegue los vínculos que lo encadenan a su vida terrena, a su familia, a su casta y a sus ocupaciones cotidianas; en suma, a su ilusoria identidad. Alcanzada la liberación mediante el desapego de lo material, el alma humana escapará al funesto ciclo de reencarnaciones, disolviéndose en lo Absoluto. Sobre la base de la sruti comenzaron a fundarse, poco antes de la era cristiana, los llamados darsanas (“puntos

de vista”), los seis grandes sistemas especulativos de la tradición ortodoxa hindú. Son la Mimamsa, el Vedanta, el Nyaya, el Vaisesika, el Samkhya y el Yoga. Mimamsa. El objetivo original de esta corriente, cuyo nombre significa en sánscrito “indagación”, es la interpretación de los preceptos normativos de los Brahmana, los textos recopilatorios de los deberes rituales de casta, con el propósito de restaurar su deteriorado sentido. No obstante, un cometido tan limitado tuvo que ser ampliado a causa de la presión del budismo, que ponía en cuestión muchas de las rígidas prescripciones de los textos sagrados. Los teóricos de la Mimamsa elaboraron entonces una epistemología original que afirmaba la realidad de los conceptos amenazados por la radical concepción budista, en especial el atman, con un argumento lingüístico: la relación estable entre la palabra y la entidad exige que ésta exista realmente, y además de forma imperecedera. Vedanta. El “final de los Vedas” consiste en una explicación crítica de los enunciados metafísicos de los Upanishad. Destinado así mismo a combatir la amenaza budista, presenta una notable disparidad teórica, habida cuenta de los numerosos adeptos de esta tendencia, entre los que se cuentan dos de las grandes figuras de la filosofía hindú: Sankara (s. VIII) y Madhva (s. XIII), y de la dificultad teórica de los temas. Nyaya. Con una elaborada formulación sobre los mecanismos perceptivos, el Nyaya ataca conceptos básicos de la ontología búdica. En síntesis, defiende la total objetividad del conocimiento, bruscamente negada por los filósofos de la doctrina del Iluminado.


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Vaisesika. En el plano metafísico, el sistema del Vaisesika razona la existencia del atman como fuente de los procedimientos del conocimiento individual. En el religioso, la tendencia progresiva hacia la antropomorfización de lo Absoluto deriva en la convicción de la necesidad de la gracia divina para obtener la liberación. El Samkhya y el Yoga. El Samkhya consiste básicamente en una exposición del camino hacia la liberación del ciclo de reencarnaciones y la disolución en la trascendencia. El Yoga desarrolla el mismo tema mediante la explicación de una disciplina de ejercicios psicosomáticos dirigidos a favorecer la meditación disolvente del yo y el alumbramiento interior de una autoconciencia salvadora.

El pensamiento budista En la segunda mitad del siglo VI a.C., un joven indio llamado Siddharta Gautama, tras meditar largamente sobre la desdichada condición humana, decidió salir a la búsqueda del camino de salvación. No hallando alivio en la práctica de la ascesis, es decir, la llegada al conocimiento por medio de la abstracción, prescrita por los textos sagrados del brahmanismo, optó por una solución radical: negar toda realidad al mundo sensible y aniquilar la voluntad que lo mantenía, como a todos los hombres, preso del infinito ciclo de renacimientos. Se convirtió así en el Buda, el “Iluminado”, y dedicó el resto de su vida a enseñar su descubrimiento: la vía hacia el nirvana. He aquí, oh monjes, la verdad santa sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la unión con aquello que no se ama es dolor, la separación de lo que se ama es dolor; en resumen, las cinco especies de objetos que atan son dolor. He aquí, oh monjes, la verdad santa sobre el origen del dolor: es la sed que lleva de resurrección en resurrección, acompañada de placer y de codicia, que encuentra aquí y allá su placer: la sed de placer, la sed de existencia, la sed del cambio. He aquí, oh monjes, la verdad santa sobre la supresión del dolor: la extinción de esta sed por el

El pensamiento de Buda originó un sistema religioso y filosófico cuyo fin es la realización plena de la naturaleza humana y la creación de una sociedad perfecta y pacífica.

completo aniquilamiento del deseo, proscribiendo el deseo, renunciando a él, librándose de él. Buda, Sermón de Benarés

Cuatro son las grandes verdades que enunció Buda: todo es sufrimiento; el sufrimiento tiene una causa; el sufrimiento cesa al acceder al nirvana, y al nirvana se llega por el óctuple sendero: conocimiento recto de la doctrina, intención recta, recto hablar, conducta recta, esfuerzo recto, modo recto de ganarse la vida, recta concentración y recta meditación. La prácti-

ca de su doctrina se dividió en dos escuelas: el Pequeño Vehículo y el Gran Vehículo. El budismo Hinayana (Pequeño Vehículo). Corriente primitiva del budismo, el Hinayana preconiza el absoluto desapego del mundo y la supresión de la identidad individual para interrumpir definitivamente la rueda de transmigraciones. El problema con que se enfrentaron los pensadores del Pequeño Vehículo fue el de asumir la radical indiferencia ontológica de Buda, quien, interrogado sobre cuestiones metafísicas, había respondido siempre con su parábola de la flecha: “al jinete herido por la flecha de un arquero no interesan ni el nombre de éste, ni su origen, ni su condición, ni la materia prima del dardo; sólo le interesa que le sea arrancada la flecha que tanto mal le causa”. Abordando sin fundamento doctrinal alguno el análisis de la realidad empírica, las dos variantes de la escuela Hinayana, el Sarvastivadin y el Sautrantika, convinieron en negar la realidad permanente del atman: el sujeto en sí no es más que la suma de estados psicológicos instantáneos y evanescentes; nada hay que pueda ser llamado “persona”. El budismo Mahayana (Gran Vehículo). Separado del Hinayana alrededor del siglo I a.C., el Mahayana se distingue de aquél por su enfoque humanista: el sabio que ha hallado el camino de la Verdad debe diferir su ingreso en el nirvana para enseñar a los demás. Divide su especulación filosófica en dos escuelas: madhyamika y yogacara. El gran doctor de la primera, y también uno de los grandes filósofos budistas, fue Nagarjuna, formulador de la célebre teoría de la vacuidad: todo es ausencia, la única realidad verdadera es la ausencia de realidad; el mundo que los sentidos nos ofrecen, la maya, es un torbellino de ilusiones engañosas causadas por la ignorancia (avidya). Avidya es lo opuesto a nirvana; los fenómenos, las palabras –incluidas las del valioso Buda– carecen de sustancia: la verdad es el silencio absoluto del vacío. El Yogacara, representado por Asvaghosa, suaviza ese crudo nihilismo con la admisión idealista de una especie de absoluto: el tathata, el ser mis-


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mo de las cosas. El tathata es a la vez negación, al estar más allá de lo condicionado, y afirmación, al englobar todas las cosas, y presta a los fenómenos su apariencia de ser. Sin embargo, el Yogacara está más preocupado por la mística que por la elaboración conceptual y se centra en su mayor parte en el recurso a prácticas de yoga y contemplación para facilitar la aproximación al nirvana. Ante la presión del hinduismo, que se vio potenciado por su paulatina transformación deísta, y de las pujantes sectas surgidas en torno a los dioses personalizados, el budismo no pudo sobreponerse al lastre intrínseco que suponía su paradójica condición de religión atea. Tras un insuficiente renacimiento en los siglos V y VI perdió toda su influencia entre las masas y desapareció casi por completo del panorama social indio. Sin embargo, su fecunda implantación en el resto de Asia, sobre todo en China y Ceilán, aseguró el desarrollo de la fe budista que, enriquecida con las aportaciones de los cultos locales, habría de dar origen a brillantes variaciones.

El pensamiento chino La afirmación de la unidad absoluta y la reticencia ante el mundo características de las filosofías indias tienen su par antagónico en los dos principios elementales del pensamiento chino: el cambio incesante y la integración en la naturaleza. En estrecha concordancia con ambos se encuentran los conceptos esenciales del tao y del yinyang. El tao es la idea nuclear de la visión china del mundo. Expresa el cambio perpetuo de todo lo existente, la acción dinámica de la naturaleza, la danza del universo entero. El tao es el rector ubicuo que anima las estaciones, que torna el día en noche, que liga fuego y ceniza, nubes y lluvia, nacimiento y muerte. El movimiento al que alude no debe, pues, entenderse como el eventual pronunciamiento dinámico de los cuerpos; es mucho más que eso: es el soplo armonizante de todos los procesos, la continuidad indeterminada de la energía vital. El principio invisible y ubicuo del

tao tiene diversas implicaciones en el pensamiento chino. En el plano ético designa el bien, lo justo, lo verdadero, la concordia armónica de las virtudes. Hay así tantos tao como conductas rectas específicas de cada función: el tao del padre, el tao de la esposa, el tao del hijo, etc. Su acepción más rica corresponde al referido plano metafísico: factor del movimiento. Fórmulas precisas lo definen en los textos fundamentales del I Ching y Che King; una resume lo expresado por todas: “Una vez yin, una vez yang, eso es el Tao”. En la cosmovisión china, los constantes intercambios del yin y el yang fundan el devenir. En el habla popular, el yin es lo femenino, el frío, la humedad, la oscuridad, la pasividad; el yang, lo masculino, la sequedad, el calor, la luz, la actividad. Coaligados, ambos términos simbolizan todas las manifestaciones posibles de la realidad, todas las fuerzas que mediante su equilibrada oposición crean el cosmos: “el yin llama, el yang responde”. De las categorías de yin y yang, y del tao generado por su alternancia, se extrae otra noción clave: el orden, o mejor dicho, la estructura. En con-

Porcelana que representa al filósofo taoísta Lao-tsé, cuyas enseñanzas buscaban la integración del hombre en la naturaleza y en el universo.

La filosofía oriental

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traste con el pensamiento subordinativo característico de la ciencia occidental, que enfatiza la causalidad externa, el pensamiento chino adopta un modelo coordinativo: los conceptos no se encadenan de forma jerárquica en procesión descendente, sino que se colocan unos al lado de otros en una estructura “horizontal”; los sucesos no se causan unos a otros de un modo lineal y mecánico, sino que se generan por una especie de reacción derivada. El comportamiento de las cosas no depende de la acción anterior de otras cosas, del impulso previo de “otras bolas de billar”; es su posición determinada en un universo perpetuamente móvil lo que les obliga a ese comportamiento. Más que causadas, afirma la visión china, las cosas están conectadas. La vía tomada por los griegos para explicar los fenómenos naturales fue la de ahondar en la serie causal y desdeñar la noción de lo increado; la de los chinos fue la de sistematizar el universo en una red ordenada de influencias mutuas, las cuales fundan armónicamente el todo. Mientras que la primera constituyó el remoto fundamento de la ciencia renacentista, la segunda pa-


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rece concordar mejor con los hallazgos y formulaciones de la moderna ciencia orgánica. La filosofía que de un modo más pleno hizo suyos todos estos conceptos –primacía fluctuante de yin y yang, explicación del universo como haz de fuerzas interactivas– ha sido el taoísmo.

Taoísmo y confucianismo El término taoísmo alude por igual al sistema especulativo y a la confesión religiosa que, en los siglos V a.C. y II a.C., respectivamente, surgieron sobre la base de las enseñanzas del gran filósofo Lao-tsé, y en especial de su discípulo Tchuang-tseu, el pensador taoísta más relevante. En su faceta filosófica, el taoísmo es metafísico y sobre todo místico. Su objetivo es enseñar al hombre a integrarse en la naturaleza, a sintonizar con los ritmos vitales que rigen el universo entero y de los que nunca debió abstraerse. A la inversa de los modelos de pensamiento indios, el taoísmo no exige la disolución de la identidad individual en un Absoluto, aunque es cierto que contempla (especialmente en su fase primitiva) el ejercicio de prácticas estáticas basadas en disciplinas respiratorias –influencia del chamanismo siberiano y del yoga–. No obstante, de los escritos de sus autores más eminentes parece deducirse que a la perseguida identificación con la naturaleza no se llega tanto por la desintegración del yo, como por la indiferencia consciente ante las miserias mundanas y el reencuentro con la radiante sencillez del ser auténtico. El taoísmo conmina al hombre a soltar amarras, a abandonarse a merced de las invisibles tendencias de la naturaleza. La infelicidad individual procede del comportamiento cultural, sofocante maraña de normas morales, rituales vanos y obligaciones artificiales. Arrancado el hombre del medio natural al que por esencia pertenece, vive permanentemente angustiado, en una extrañeza dolorosa. La solución es el silencio, la autonomía de la voluntad, la inacción, la desobediencia serena a los rígidos códigos morales de la sociedad, el retiro a la so-

ledad contemplativa que permita la comunicación entre el cuerpo y la naturaleza desde la máxima purificación posible: Después de tres días pudo separarse del mundo exterior; yo continuaba observándolo: después de siete días pudo separarse de las cosas cercanas [...], después de nueve días, pudo separarse de su propia existencia. Después de que se hubo separado así de su propia existencia adquirió la penetración clara como la luz matinal. Después de que hubo adquirido la penetración clara como la luz matinal vio Lo que es Único: el Tao. Después de haber visto lo que es Único, pudo llegar al estado en el que no hay presente ni pasado, alcanzó aquel en el que no se está ni muerto ni vivo. Tchuang-tseu

Hacia las mismas fechas que Lao-tsé elaboraba su doctrina, surge también en China la figura de Confucio. En una época (ss. VI-V a.C.) dominada por la sucesión de luchas políticas, Confucio predica la vuelta a la moral y al comportamiento ético como medio de alcanzar el orden y la justicia. Las bases de su pensamiento, que posteriormente se conocería como “confucionismo”, están expuestas en su obra Chunqiu (“las primaveras y los otoños”). Confucio se consideraba a sí mismo tan sólo como un “transmisor” de la antigua sabiduría. No pretendía crear nada nuevo, sino propagar las enseñanzas morales de sus predecesores. El eje de su filosofía radica en el zen, concepto equivalente a

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virtud, bondad, amor y otras ideas análogas. Esta doctrina, por último, buscaba un fin esencialmente político: el establecimiento de una sociedad ideal, regida por la honradez de los gobernantes, el cariño y la lealtad en las familias y la compresión y el respeto entre las diferentes generaciones que la constituían. Varios discípulos de Confucio llegaron a ocupar importantes puestos administrativos, desde los cuales ejercitaron sus enseñanzas y propagaron su pensamiento. Así, Mencio confirió a la filosofía confuciana una dimensión idealista, casi mística, mientras que Xunzi insistía en normativizar las doctrinas del maestro para asegurar su perpetuación. Finalmente, el confucianismo acabaría siendo reconocido como doctrina oficial de China durante la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.). Por contra, la instauración oficial del taoísmo fue muy breve, un corto espacio de tiempo en el siglo VII. Su amoralidad, su irreverencia por el pasado y las convenciones, su espíritu anárquico e individualista suponían aspectos intolerables para una sociedad como la china del período feudal, sustentada sobre la entronización de la costumbre. No corrió mejor suerte su tosca variante religiosa. Diluida en sectas dispersas, el culto taoísta se degradó hasta el extremo de terminar como consuelo precario de la superstición popular. En cualquier caso, el valor del taoísmo como contrapunto individualista y contestatario frente a la rigidez del pensamiento oficial ha subsistido en mayor o menor grado hasta nuestros días.

Preguntas de repaso

1. ¿Cuáles son las dos fuentes de conocimiento que reconoce la filosofía hindú? 2. ¿Qué distingue principalmente al budismo hinayana del mahayana? 3. En el pensamiento chino, ¿qué diferencia al yin del yang? 4. ¿Cuál es el principal objetivo del pensamiento taoísta?


LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA CRISTIANA: LA PATRÍSTICA

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a necesidad imperiosa de valores morales que durante el período helenístico agitó las sociedades mediterráneas se concretó en un intenso anhelo de religiosidad en los primeros siglos de nuestra era. Las razones que explican este fenómeno son muy diversas, pero casi todas obedecen a una misma causa: la decadencia del imperio romano. Tanto en su vertiente económica –pobreza de las capas medias, extrema carestía– como política –supresión de las libertades civiles, amenaza de invasión bárbara–, la profunda crisis alteró radicalmente la mentalidad de las masas populares. El resultado fue el florecimiento de un fervor desmedido por todo lo supersticioso y sobrenatural como recurso para evadirse de las incertidumbres y miserias del mundo en que se estaba obligado a vivir. Varios ritos y cultos importados de Oriente, con promesas de salvación ultraterrena, comenzaron a hallar adeptos entre los súbditos más humildes del languideciente imperio. Muy pronto, uno de ellos se impuso notoriamente sobre el resto: la doctrina cristiana. En sus comienzos, el cuerpo teórico del cristianismo se reducía a la predicación oral hecha por los testigos de la vida de Jesucristo. Posteriormente, la Iglesia procedió a transcribir estas narraciones como medio de salvaguardar la pureza de las palabras de Jesús. Surgieron así los Evangelios, que, sumados después a los llamados Hechos de los Apóstoles, conformaron el Nuevo Testamento. A mediados del siglo II, los cristianos sintieron la necesidad de aportar una especulación teológica que contribuyera a cimentar la doctrina de un modo más sólido. Co-

menzó así a formularse lo que con el tiempo se conocería como filosofía cristiana.

La patrística Inicialmente, el método utilizado por los cristianos para difundir la doctrina consistía en la simple transmisión directa de lo referido por Jesucristo. La vocación redentora de su doctrina hallaba un marco de expresión idóneo en el contacto directo entre el cate-

San Agustín es considerado la máxima figura de la patrística, nombre dado al intento, por parte de los pensadores cristianos, de configurar de modo definitivo la doctrina evangélica. Fotografías de cabecera: frontal de la fachada de la universidad de Salamanca, España (izq.), y página de los Comentarios a los Evangelios, de santo Tomás de Aquino (der.).

quista y los feligreses, sin necesidad de elaborar una exposición sistemática y coherente del contenido de los Evangelios. Sin embargo, a medida que la fe se extendía fueron surgiendo obstáculos que pusieron en peligro la integridad del mensaje. Del exterior llegaban los ataques de las autoridades romanas y de los filósofos paganos con el objetivo de desacreditar la doctrina; del interior, las herejías y desviaciones con respecto a las líneas fundamentales del credo evangélico. Para enfrentarse con éxito a ambas


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amenazas, los pensadores cristianos recurrieron a la reflexión teológica. Se intentó así precisar con mayor rigor los contenidos evangélicos y fundamentar los principios doctrinales sobre bases racionales. El resultado de esta tentativa por configurar de un modo definitivo el dogma cristiano y por argumentarlo con razonamientos lógicos recibe el nombre de patrística.

Evolución de la filosofía patrística El período patrístico comprende los siete siglos transcurridos entre la muerte del último de los apóstoles de Cristo, alrededor del año 100, y el inicio de la edad media, hacia el 750. Durante este espacio de tiempo coexistieron los vestigios de la filosofía helenística, que vivió un último momento de esplendor a cargo de la corriente neoplatónica, y los primeros pasos del pensamiento filosófico cristiano. En su desarrollo, la patrística presenta tres etapas definidas: una fase de iniciación (ss. I-IV), representada por los Padres apostólicos; un período intermedio (ss. IV-V), que constituye la edad dorada de la patrística, y una fase de transición a la escolástica medieval (siglos V-VIII), caracterizada por el resurgir de la cultura grecorromana.

Miniatura del siglo XII que muestra a Boecio, cuyo pensamiento desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la escolástica medieval.

Período de iniciación. Comprende desde el principio del cristianismo hasta el año 325, fecha del concilio de Nicea. Los primeros ejemplos de especulación teológica aparecen en la obra de los pensadores apologistas, así llamados por la capital defensa de la fe que llevaron a cabo en los siglos II y III ante el acoso de los emperadores de Roma y los intelectuales. En sus escritos, redactados en forma de diálogos y destinados al público pagano, contestaban las acusaciones y exponían a título informativo algunos de los dogmas cardinales de la religión cristiana. Los apologistas se dividen en griegos y latinos. Entre los apologistas griegos destacó por encima de todos Justino, filósofo palestino convertido al cristianismo y finalmente nombrado santo. Su defensa de la fe de Cristo se asienta sobre la perfecta continuidad que, en su opinión, existía entre la ilustre tradición filosófica griega y las enseñanzas de la nueva religión. Como ejemplo, expuso la similitud entre el logos de los pensadores helenos, entidad intermedia entre Dios y el mundo, y el Verbo divino de los cristianos, encarnado en la figura de Cristo. No obstante, esta concordancia entre pensamiento clásico y pensamiento cristiano se basaba en apreciaciones muy superficiales; bastó profundizar en el análisis comparado de ambos para detectar las profundas divergencias que presentaban, y que constituirían el objetivo de apasionados debates entre los teólogos posteriores. La importancia de san Justino se entiende por la novedad que supuso su afirmación de la filosofía como camino útil para la aproximación a Dios. Entre los apologistas latinos, los más sobresalientes fueron Minucio Félix, abogado romano autor de Dialogus Octavius, demostración teológica de la inmortalidad del alma, y el también jurista Tertuliano, célebre por su ferviente defensa del culto cristiano ante los fiscales imperiales. Frente a la tolerancia de Minucio respecto a la filosofía de la civilización clásica, el ideario de Tertuliano se caracterizó por un rechazo frontal de cualquier forma de saber pagano. No obstante, la actitud tolerante terminó por imponerse en el seno de

la teología cristiana. Entre los pensadores que decidieron poner las formas de la filosofía helenística al servicio de la fe destacaron los teólogos de la Escuela de Alejandría, principal foco de pensamiento cristiano durante el siglo III. Los máximos representantes de esta escuela fueron Clemente de Alejandría y Orígenes. El primero vivió aproximadamente entre el año 150 y el 215. Del amplio conjunto de su obra cabe reseñar los Stromata, estudio de las relaciones entre cristianismo y pensamiento griego. Orígenes nació hacia el 185 y murió en el 254, como consecuencia de las torturas sufridas tras la persecución decretada por el emperador Decio. Cristiano de nacimiento, a los dieciocho años ya ejercía el cargo de director de la escuela alejandrina y dedicó toda su vida al estudio de las Escrituras. Su vasta producción escrita, compuesta por más de seis mil tratados, constituye la obra maestra de la patrística anterior a san Agustín. El pensamiento de Orígenes es el fruto de una ingeniosa labor de síntesis. Por un lado, extrajo del helenismo todo cuanto juzgó útil para explicar el dogma cristiano; por otro, interpretó las tesis bíblicas en sentido alegórico, es decir, incorporando nuevos significados que rebasaban la estricta literalidad.

San Agustín dictando a un clérigo, miniatura de estilo prerrománico conservada en la Biblioteca de Berlín, Alemania.


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Los orígenes de la filosofía cristiana: la patrística

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Principales obras de san Agustín

FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA

DEFENSA DEL DOGMA

Contra los académicos De la vida feliz Del orden Soliloquios De la inmortalidad del alma De la trinidad (15 libros) Contra los paganos

La ciudad de Dios (22 libros) De la verdadera religión

Contra los maniqueos

El libro de las herejías Del libre albedrío (3 libros)

Contra los pelagianos

De la gracia de Cristo y del pecado original

INTERPRETACIÓN DE LOS TEXTOS CANÓNICOS

La doctrina cristiana (4 libros)

AUTOBIOGRAFÍA

Confesiones (13 libros)

La edad dorada de la patrística. La máxima figura de este período, y de la patrística en general, fue, como se verá más adelante, san Agustín. Aparte de su esencial obra, otros aspectos merecen destacarse en esta etapa crucial de la filosofía cristiana. El Edicto de Milán (313) declaró la libertad religiosa en todo el imperio romano. Desaparecido el enemigo externo, la actividad patrística se ocupó a partir de entonces de cuestiones concernientes al dogma. La proliferación de movimientos heréticos y la subsistencia de elementos inequívocamente paganos en las explicaciones teológicas exigía la depuración teórica de los principios doctrinales. Los concilios de la Iglesia nacieron con esta finalidad de afirmación ortodoxa. Durante el período medio de la patrística, el objeto central de sus debates fue la controversia trinitaria. La cuestión concernía a las relaciones entre las tres entidades divinas de la doctrina cristiana –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo–, y entre éstas y el mundo. Las teologías inspiradas en el helenismo explicaban el conjunto de esas relaciones con el concepto neoplatónico de emanación: Dios emana una divinidad inferior –Cristo–, de ésta brota otra más inferior y así hasta descender al mundo. La ortodoxia cristiana recha-

zaba esta concepción de progresiva degradación, pero no ofrecía una explicación coherente del modo en que Cristo podía haber sido engendrado por Dios sin merma de su condición divina. Dos tesis rivalizaban en el seno de la Iglesia: la tesis de la subordinación, así llamada por admitir cierta subordinación del Hijo al Padre, y la tesis modalista, según la cual las personas de la Trinidad son diferentes modos de un mismo Ser divino. Ambas incurrían en error: la primera seguía mostrando a Cristo como divinidad inferior; la segunda identificaba en tal grado a éste con el Creador, que podían deducirse de ella ideas tan absurdas e intolerables como, por ejemplo, la de que Dios sufrió también la crucifixión. El concilio de Nicea (325) aportó la solución del problema: en adelante la tesis ortodoxa sería la de la “consustancialidad” de Padre, Hijo y Espíritu Santo, según la cual los tres son entes efectivamente diferentes, pero de idéntica naturaleza. La ambigüedad de la explicación es significativa de las tremendas dificultades que entrañaba la argumentación racional de los principios doctrinales. Además de san Agustín, otros pensadores importantes de la época fueron los padres capadocios, miembros de la escuela de Cesarea, que destaca-

ron por su lucha contra las desviaciones heréticas. Cabe citar entre ellos a los dos santos gregorios, Nacianceno y Niseno.

Transición de la patrística a la escolástica La teología cristiana pareció resentirse de la muerte de san Agustín. En la segunda mitad del siglo V, tras los concilios de Éfeso y Calcedonia, la brillante especulación filosófica de la etapa anterior fue sustituida por una intensa actividad de búsqueda y recopilación de obras doctrinales con el objeto de salvaguardar el copioso patrimonio clásico, por entonces en vías de dispersión. Fundamental en este sentido fue la labor del romano Severino Boecio (480-524), el representante más notable de la patrística crepuscular. Suya fue la primera traducción al latín del conjunto de la obra platónica y aristotélica, emprendida con el propósito de ilustrar acerca de la sustancial similitud que, en su opinión, existía entre los dos grandes filósofos clásicos. No obstante, el pensamiento de Boecio fue más allá de la mera compilación y dio lugar a numerosos textos teológicos, el más sobresaliente de los cuales es De consolatione philosophiae, escrito desde su cautiverio en la corte del bárbaro


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FILOSOFÍA

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Teodorico. El tratado, abundante en connotaciones estoicas y neoplatónicas, afirmaba la imposibilidad de obtener la felicidad por cualquier medio que no fuera la devoción por Dios.

San Agustín La inmensa obra de san Agustín supone sin duda alguna la culminación del pensamiento patrístico. Su filosofía encarnó mejor que ninguna otra el esfuerzo por conciliar la especulación clásica con el dogma, y su profundo análisis de la relación entre razón y fe trazó el camino por el que habría de discurrir la reflexión teológico-filosófica en los siglos venideros. Con san Agustín, cristianismo y filosofía se unieron definitivamente. Hijo de pagano y cristiana, Agustín nació en la africana Tagaste en el año 354. Tras completar sus estudios de retórica en Cartago y abandonar el maniqueísmo después de profesarlo durante diez años viajó por la Europa mediterránea, intentando hallar una respuesta a su aguda crisis espiritual. En Milán le fue concedida la cátedra de Retórica y fue allí donde leyó por vez primera las Enéadas de Plotino. La aguda impresión que le causó la obra le hizo desechar el escepticismo de corte estoico, por el que había mostrado cierto interés, y aproximarse a la fe de Cristo. Otras lecturas neoplatónicas y, sobre todo, los sermones del obispo de Milán, el renombrado san Ambrosio, motivaron su definitiva conversión al cristianismo en el año 387. Retornó entonces a África, donde tras ordenarse sacerdote fundó la comunidad monástica de Hipona, ciudad de la que fue nombrado obispo nueve años después. Allí permaneció hasta su muerte, acaecida durante el asedio de Hipona por los vándalos en el año 430.

La filosofía de san Agustín Los dos grandes temas de la filosofía agustiniana son el concepto de verdad interior y el origen del mal. El primero hace referencia a la tesis según la cual sólo buscando en su interior puede el hombre descubrir la verdad: “No salgas fuera de ti; en el hombre inte-

rior habita la verdad”. Gracias a la ofrenda divina de la razón es posible adentrarse en el autoconocimiento y, tras superar los niveles inferiores del saber, acceder a la iluminación. Al tratar el problema del mal, san Agustín se hacía eco del misterio central de toda la filosofía religiosa: si Dios es el supremo Creador y a la vez bondad suprema, ¿dónde se origina el mal y por qué lo tolera el Señor? La doctrina maniquea afirmaba la existencia del mal como entidad real y presente en el universo en la misma medida que el bien. Ante el conflicto entre ambos principios máximos y rectores de todo lo existente, la voluntad humana no podía hacer otra cosa que encarnar indistintamente a uno u otro, según dispusiera el destino. San Agustín combatió ardientemente esta concepción, negando de modo radical la existencia efectiva del mal; en su opinión, éste no es más que la ausencia de bien. Por consiguiente, no es tal su pretendido poder sobre la conciencia humana, que en todo momento puede decidirse por una u otra línea de conducta. Sin embargo, san Agustín se vio obligado a modificar esta noción de la libre voluntad al constatar que estaba siendo llevada al extremo por los partidarios de la llamada teoría pelagiana. En opinión de éstos, la autonomía de la conciencia individual convertía al hombre en el único responsable de sus actos y hacía innecesario el auxilio de Dios para lograr la salvación. El de Hipona zanjó esta inaceptable conclusión introduciendo la tesis de la predestinación. Según la nueva teoría, la voluntad humana es insuficiente para derrotar al pecado original y escapar así de la condena,

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por lo que requiere de una fuerza complementaria –gracia divina– que Dios concede sólo a algunos “predestinados”. Aunque seguía sin resolver el problema del origen del mal, la teoría agustiniana de la predestinación tuvo una importancia fundamental en la historia del cristianismo y ocupó el lugar central de la polémica teológica hasta la Reforma protestante. Otro aspecto destacado del pensamiento de san Agustín fue su doctrina moral, formulada en una de sus obras más célebres: De Civitate Dei, la ciudad de Dios. En ella se propone una explicación histórica del mundo según la cual éste sería el resultado de la confusión en un mismo ámbito de las dos “ciudades”: la terrena, formada por los hombres que aspiran al beneficio material y que regulan su convivencia de acuerdo a una norma social, y la celestial, sociedad virtuosa de individuos unidos por la ley fundamental del amor hacia Dios. Dos amores fundaron dos ciudades: el amor del hombre por sí mismo, que lleva al desprecio de Dios, la ciudad terrena; el amor de Dios, que lleva al desprecio de sí mismo, la celestial. La primera se gloría en sí misma, la segunda en Dios San Agustín, La ciudad de Dios

Ambas ciudades, que no representan instituciones físicas, sino principios morales, se oponen en un conflicto permanente a lo largo de la historia humana. Sin embargo, en el día del juicio final, la ciudad terrena perecerá y, en consecuencia, la ciudad de Dios reinará sobre los hombres para siempre.

Preguntas de repaso

1. ¿Qué es la patrística? 2. ¿Qué grandes períodos se distinguen en la evolución de la filosofía patrística? 3. ¿Cuál es la figura principal de la edad de oro de la patrística? 4. ¿En oposición a qué corrientes teológicas elaboró san Agustín su pensamiento? 5. ¿Qué es la “ciudad de Dios”?


LA FILOSOFÍA DE LOS SIGLOS XI Y XII

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a caída del imperio romano supuso un brusco retroceso para la cultura mediterránea. La invasión de los pueblos bárbaros, cuyos modos de organización social no habían evolucionado sustancialmente desde el neolítico, sumió el cultivo de los saberes clásicos en la más absoluta oscuridad. Entre los siglos VI y VIII, el interés por cualquier tipo de actividad especulativa se redujo a mínimos. Las cátedras de sofística desaparecieron de las devastadas ciudades y numerosas bibliotecas cerraron sus puertas. El inequívoco talante urbano que había caracterizado a la filosofía durante el último y efervescente período del helenismo se extinguió sin dejar rastro. Perdida toda vocación pública, los últimos vestigios de la vida intelectual se refugiaron en las comunidades cristianas. Ante el acoso de la barbarie general, unos pocos monasterios –Bobbio, Montecassino, Cluny, Fulda, etc.– fueron convirtiéndose en custodios del amenazado patrimonio grecolatino. Como resultado de esta reclusión, el ejercicio del pensamiento filosófico

San Anselmo de Canterbury sentó los fundamentos de la filosofía escolástica.

sufrió un cambio radical. El saber reflexivo, concebido por los maestros helenos como disciplina suprema entre las ciencias y suficiente en sí misma, pasó a supeditarse a la actividad religiosa, de tal modo que el planteamiento de los problemas religiosos dependía de su supuesta utilidad para la resolución de las dificultades de la doctrina. La Iglesia precisaba de un método con el que mitigar la aspereza del dogma, y con tal propósito recurrió a la filosofía. No obstante, este régimen de “servidumbre”, término con que los teólogos más contrarios a la disciplina filosófica expresaban la (en su opinión) única relación posible entre ésta y la doctrina, fue modificándose paulatinamente durante la edad media. Las brillantes especulaciones de los maestros cristianos, formuladas para Carlomagno, representado en una miniatura del siglo XII, revitalizó los saberes clásicos en ámbitos ajenos al monástico. Fruto de sus desvelos fue la Academia Palatina, uno de los centros neurálgicos del pensamiento medieval. Fotografías de cabecera: frontal de la fachada de la universidad de Salamanca, España (izq.), y página de los Comentarios a los Evangelios, de santo Tomás de Aquino (der.).

mayor gloria de la fe, redundaron paradójicamente en beneficio de la filosofía, que fue así desarrollando nuevos métodos y adquiriendo creciente independencia a lo largo del medievo. En consecuencia, la disciplina comenzó a recuperar, aunque muy lentamente, su carácter autónomo y neutral.

El renacimiento carolingio El período transcurrido entre las últimas décadas del siglo VIII y el primer cuarto del siglo X constituyó un positivo paréntesis para la cultura europea en medio del desolado panorama del medievo. Como resultado de la promoción emprendida por el emperador Carlomagno, se produjo en este espacio de tiempo un súbito despertar de la actividad intelectual en ámbitos ajenos al monástico; en honor de su inspirador, esta recuperación de la


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FILOSOFÍA

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Artes liberales Según la clasificación establecida en la edad media.

TRIVIUM

QUADRIVIUM

Gramática Retórica Dialéctica Aritmética Geometría Astronomía Música

vida académica se conoce con el nombre de renacimiento carolingio. Admirador de la cultura grecolatina y de la labor política del imperio romano, Carlomagno se propuso continuar la tradición ilustrada de las civilizaciones clásicas. En el año 788 dirigió una carta a los obispos de su imperio, instándolos a fundar escuelas en todas sus diócesis, y lo mismo ordenó con respecto a los monasterios. El propio emperador decidió dar el ejemplo con la creación de la Academia Palatina, de evidente inspiración platónica, a la que pasaron los sabios europeos más reputados de la época. El organizador de la Academia fue el inglés Alcuino de York, con quien se inauguró la larga serie de pensadores británicos que desempeñaron un papel central en la evolución del pensamiento medieval. Esta preeminencia del pensamiento insular se explica por el relativo aislamiento que disfrutaron los monasterios ingleses, sobre todo los irlandeses, mientras el continente sufría la dominación bárbara, y que los permitió conservar las tradiciones patrísticas y el conocimiento de la lengua griega como vía de acceso a los grandes textos clásicos. En la Academia se enseñaba el trivium y el quadrivium. Introducida por Alcuino y extendida a todas las escuelas medievales, esta clasificación de las llamadas artes liberales, esto es, los conocimientos puramente profanos, obedecía al incipiente –y cauteloso– espíritu de renovación propuesto por Carlomagno como medio para limitar la omnipotencia eclesial en materia

académica. El trivium comprendía la gramática, la retórica y la dialéctica, es decir, las artes imprescindibles para el uso de la palabra y el razonamiento. El quadrivium integraba el estudio de la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, los cuatro saberes que para Platón eran el punto de partida de la filosofía. Sin embargo, Alcuino –al igual que otros clásicos formuladores de las artes liberales, como Filón o Séneca– se encargó de precisar que estos siete saberes no tenían su fin en sí mismos, sino que su justificación estribaba en su utilidad para el estudio de las ciencias divinas. Así, el estudio del trivium se explicaba por su aplicación a la interpretación de la Biblia y de los textos de los santos padres; el quadrivium, por su valía para la liturgia y para el cálculo del calendario cristiano. Se evidencia, por tanto, que el aparente racionalismo de la división de Alcuino continuaba fuertemente restringido por la autoridad eclesiástica. Además de Alcuino, el renacimiento carolingio tuvo entre sus pensadores más destacados a Rábano Mauro, Pablo el Diácono, Fredegisio de Tours y, sobre todo, a Juan Escoto Erígena.

Juan Escoto Erígena Nacido hacia el año 810 en Irlanda –por entonces llamada Scotia maior–, Escoto Erígena fue el pensador más original y relevante del renacimiento carolingio. En el año 847 llegó a la Galia y poco después fue nombrado director de la Academia Palatina por Carlos el Calvo. El nieto de Carlomagno lo convirtió en su protegido y Erígena se dedicó entonces a completar su formación intelectual en la corte carolingia. Aprendió griego, latín, astronomía, leyó a los patrísticos y a los poetas clásicos y, sobre todo, se aficionó a la especulación teológicofilosófica. Por lo demás, la historia de su vida presenta notables lagunas. No se sabe si fue monje ni si fue clérigo, ni cuánto hay de verdad acerca del presunto martirio que habría causado su muerte hacia el año 877. El pensamiento de Escoto no distingue apenas entre religión y filosofía. Ésta, en su opinión, debe servir exclusivamente para el encuentro de las al-

mas con Dios; para esta función, la razón humana cuenta con la inestimable ayuda de la gracia divina, que permite elegir entre lo verdadero y lo falso. La postura de Erígena entronca directamente con el pensamiento de san Agustín: es la fe lo que provoca el nacimiento de la filosofía, y no a la inversa. La fe no precisa de la filosofía; en cambio, la filosofía sin fe no puede ser más que una ciencia física. Esta concepción utilitarista del saber filosófico aparece formulada en la obra maestra de Escoto, División de la naturaleza, donde expone una interpretación de la cosmología cristiana a la luz de la filosofía neoplatónica. Es preciso recordar que ambos modelos –cristiano y neoplatónico– presentan una imagen del universo análoga: Dios crea la naturaleza, ésta se separa de Él, y a Él vuelve en última instancia. El pensamiento de Escoto, fuertemente impregnado de neoplatonismo, desarrolló esta explicación circular de separación y regreso. El resultado fue una concepción de la naturaleza como género supremo, integrador de todas las especies, que se encuentra en constante evolución hacia el Creador. El momento en que el mundo inició este camino de vuelta no fue otro que la creación del hombre; éste, por su condición mixta de animal y ser racional, y por haber sido elegido por el Creador para simbolizar todo lo existente en un solo ser, es el instrumento de retorno de las cosas a Dios. Pero la absorción en el Primer Principio está detenida a causa de la persistencia del pecado original. Sólo si el hombre rehúye el mundo material, en el que se encuentra preso desde que Adán pecó en el Paraíso, y se entrega sin reservas a la devoción espiritual será posible reanudar el proceso de salvación. La obra de Escoto constituye la primera muestra de filosofía medieval, no tanto por sus resultados concretos como por su vocación globalizante. Por primera vez se realizaba una síntesis racional y exhaustiva de las aportaciones existentes hasta entonces en cuanto a la solución de las cuestiones fundamentales del saber especulativo. En ese sentido, la División de la naturaleza es un verdadero compendio de todos los conocimientos de que se podía disponer a finales del siglo IX.


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Después de Escoto Erígena, el renacimiento carolingio se agotó y la cultura volvió a hundirse en un nuevo período de decadencia, del que no saldría en todo el siglo X.

San Anselmo de Canterbury A comienzos del siglo XI, una cierta reactivación de la vida intelectual puso término a uno de los períodos más oscuros de la historia de la cultura occidental. Comenzó así una recuperación con bases mucho más sólidas que las del breve paréntesis carolingio y que supuso el inicio de un desarrollo incomparablemente mayor. El resultado fueron cien años en los que la razón humana despertó totalmente del letargo en que estaba sumida desde la invasión bárbara y dio lugar, bajo un renacido espíritu de investigación y progreso, a nuevos métodos y modelos sobre los que habría de asentarse el pensamiento escolástico. Una prueba evidente de la aludida reactivación cultural es la polémica que dialécticos y antidialécticos mantuvieron en el seno de la Iglesia a lo largo de todo el siglo. Bajo el término “dialéctica” se designaban en la época los procedimientos lógicos de análisis racional; se trataba, pues, de afirmar (dialécticos) o negar (antidialécticos) la utilidad de la razón –y, en última instancia, de la filosofía– para interpretar las verdades de la fe. En el contexto de este enfrentamiento surgió la posición intermedia de san Anselmo. Nacido en la ciudad italiana de Aosta hacia el 1033 y muerto en Canterbury, sede de su arzobispado, en 1109, san Anselmo defendió la validez de la razón para comprender la fe, partiendo siempre, eso sí, de la autoridad de las Sagradas Escrituras. Su confianza en la dialéctica lo llevó a terciar en la cuestión central de la especulación teológica en el siglo XI: el problema de los conceptos universales. Dos posturas se enfrentaban: la de los llamados realistas, según la cual la verdadera realidad está constituida por los universales, siendo sólo los seres meras variaciones a partir de una misma sustancia, y la de los nominalistas, para los que los universales no

son más que meros nombres utilizados para designar individuos, siendo éstos la única realidad auténtica. San Anselmo suscribió la primera solución y criticó duramente la segunda, que en su opinión conducía a una inaceptable separación de la Santísima Trinidad en tres personas distintas –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, cuando en realidad no son sino diferentes modos de la misma sustancia. La aportación más sobresaliente de san Anselmo fue, sin embargo, su demostración de la existencia de Dios. Conocida como el “argumento ontológico” –según se refirió a ella Kant siete siglos más tarde–, la prueba de san Anselmo se basa en la concepción del Creador como ente perfecto, es decir, que resulta imposible pensar algo mayor que Él. Esta idea origina el razonamiento siguiente: si Dios fuera un simple producto de la inteligencia humana, incumpliría uno de los requisitos de los seres perfectos –su existencia en la realidad– y, por tanto, sería muy fácil encontrar algo mayor que Él; es más, cualquier ser que además de existir en la mente existiera también en la realidad (un hombre, un pájaro, etc.) ya sería superior a ese Dios exclusivamente mental. Sin embargo, en el caso de Dios eso es imposible: dada su máxima perfección nada puede ser más que Él. Por tanto, para que Dios sea ese ser máximamente perfecto es obligada su existencia fuera de la mente humana. En síntesis: basta que Dios exista en la mente como idea de la perfección suprema para que exista también en la realidad.

Pedro Abelardo Entre los remotos precursores de la visión humanista que tres siglos más tarde terminaría por imponerse sobre el oscurantismo medieval cabe destacar la figura de Pedro Abelardo. Nacido en 1079, en el seno de una familia de la nobleza bretona, Abelardo sufrió durante toda su vida la incomprensión de las autoridades eclesiásticas. Para muchos, sus opiniones teológicas resultaban un compendio de todas las grandes herejías: nestoriana, arriana y pelagiana. San Bernardo, su gran enemigo, le reprochaba su excesivo orgu-

La filosofía de los siglos XI y XII

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llo intelectual, que le hacía basar todo en el ingenio humano, sin necesidad de apelar a la fe. Objeto de numerosas condenas y continuamente obligado a retractarse de sus errores teológicos, padeció la marginación y el desprecio de sus adversarios hasta su definitivo retiro en la abadía de Cluny. Allí murió, tras una humillante reconciliación con la Iglesia, en 1142. La perspectiva racionalista de Abelardo, para quien, al contrario que sus antecesores, la fe precisaba de la razón, es evidente en su tratamiento del tradicional problema de los universales. Entre las tesis enfrentadas de sus dos maestros, el nominalista Roscelin y el realista Guillermo de Champeaux, introdujo su teoría denominada conceptualismo. Más próxima al nominalismo que al realismo, la solución se basaba en afirmar que, si bien los conceptos universales carecen de existencia por sí mismos –una vez dichas, las palabras desaparecen–, es innegable la existencia del significado al que aluden. Este significado, o sermo, es imprescindible para el entendimiento; sin él no puede darse el conocimiento de los objetos de la realidad. Los conceptos nos ponen en contacto con la realidad: ésa es, según Abelardo, su particular “existencia”. A pesar de las condenas que recibió su decidida confianza en la razón, Abelardo ejerció una influencia fundamental en toda la escolástica posterior. Sus métodos dialécticos, sus descubrimientos en el terreno de la lógica y su identificación del universal con el sermo gramatical fueron algunas de las aportaciones más notables de toda la filosofía del medievo.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué significa la expresión “la filosofía es la sierva de la teología”? 2. ¿Qué son el trivium y el quadrivium? 3. ¿En qué consiste el argumento ontológico de san Anselmo?


EL SIGLO XIII: LA FILOSOFÍA DE LAS UNIVERSIDADES

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a edad media alcanzó su punto culminante en el siglo XIII. El desarrollo demográfico, comercial y agrícola que la Europa occidental había llegado a experimentar durante el siglo anterior supuso el definitivo ocaso del feudalismo y el nacimiento de las monarquías nacionales. Por encima de esta fragmentación de la antigua unidad en nuevos reinos comenzó a ejercer su dominio un poder supremo: el Sumo Pontífice de la Iglesia cristiana. En efecto, el papado romano alcanzó durante el siglo XIII su máximo esplendor. No existe posiblemente otra época en la historia de la civilización occidental en que la hegemonía de la vida espiritual haya sido tan sólida como en el período transcurrido entre la elección de Inocencio III (1198) y la de Bonifacio VIII (1294). Consecuencia del nuevo orden, la escolástica, que en su sentido más es-

Fresco del interior de la basílica de Asís, realizado por Giotto, que recoge el momento de la aprobación de los estatutos de la orden de San Francisco por el papa Inocencio III. Fotografías de cabecera: frontal de la fachada de la universidad de Salamanca, España (izq.), y página de los Comentarios a los Evangelios, de santo Tomás de Aquino (der.).

tricto había comenzado en el siglo previo, también alcanzó su cenit en este siglo. Sus rasgos definitorios seguían siendo los mismos, es decir, confianza en la dialéctica y en el razonamiento lógico como métodos para justificar el dogma, y atención a la autoridad de la ortodoxia. Sin embargo, tres nuevos factores propiciaron el espectacular apogeo del pensamiento teológicofilosófico a partir de Inocencio III. Por un lado, el conocimiento completo del pensamiento aristotélico gracias a la difusión en Occidente de las obras de los grandes pensado-

San Buenaventura adoptó una postura antiaristotélica en su filosofía. En la imagen, Exposición del cuerpo de San Buenaventura, de Zurbarán (Museo del Louvre, París).

res árabes del medievo; por otro, la creación de las universidades y de las órdenes mendicantes, alentadas por el deseo de los pontífices de consolidar la supremacía de la fe.

La difusión de la filosofía aristotélica Las únicas obras de Aristóteles conocidas hasta mediados del siglo XII en la cristiandad occidental eran las pertenecientes al Organon lógico. Apartir de ese momento comenzó la paulatina difusión del resto de su esencial producción filosófica, gracias a las escuelas de traductores y, en especial, a la labor de los comentaristas árabes del estagirita: Avicena, Al Farabi y Averroes. El impacto de la doctrina aristotélica en los círculos escolásticos fue enorme. Los teólogos, que concedían a la filosofía el exclusivo papel de método auxiliar de la religión, se vieron desbordados por el ambicioso enfoque global del sistema filosófico del


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heleno. La visión del universo que éste formulaba era absolutamente incompatible con la de la fe cristiana: un mundo eterno e increado, un Dios que es simple motor y no autor, y que además nada tiene que ver con los acontecimientos terrenos, un alma ligada al cuerpo y, por tanto, mortal... Todas estas nociones constituían un peligroso obstáculo para la teología cristiana, que veía amenazados principios tan fundamentales como la Creación, la caída en el pecado original, la vida eterna y, en suma, su razón de ser: la salvación del hombre. Consiguientemente, la reacción inicial de la Iglesia a la difusión del aristotelismo fue de franco rechazo. Tras el concilio de París (1212), su enseñanza quedaba prohibida. Sin embargo, la fascinación que los teólogos más afectos al pensamiento especulativo comenzaron a sentir por tan brillante muestra de ingenio intelectual obligó a la autoridad eclesial a suavizar paulatinamente su postura. Sucesivos concilios fueron admitiendo cada vez más obras del estagirita, siempre que hubieran sido expurgadas de aspectos contrarios al dogma, y finalmente las prohibiciones terminaron por perder toda vigencia efectiva. Hacia la mitad del siglo XIII, la Física y la Metafísica eran los textos básicos en las escuelas de artes y el avance del aristotelismo comenzaba a prender en los ámbitos eclesiásticos. A partir de ese momento, la historia de la escolástica sería la del intento por cristianizar la obra de Aristóteles, convertido poco a poco en autoridad intelectual indiscutible.

La fundación de las universidades Como evolución de las escuelas catedralicias aparecidas en el siglo XII surgieron a comienzos del siguiente las primeras universidades. El objetivo fue integrar en una única institución el ejercicio de las diversas enseñanzas que hasta ese momento se venían desarrollando por separado, a fin de sistematizar toda la actividad intelectual de la época en torno a la teología. Por consiguiente, la decisión sobre las enseñanzas impartidas competía ex-

El siglo XIII: la filosofía de las universidades

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Las órdenes mendicantes fueron creadas en el siglo XIII, a instancias del papado, con el fin de consolidar la supremacía de la fe. En la imagen, san Francisco de Asís, fundador de la orden de los franciscanos, según un fresco de Giotto.

clusivamente a los pontífices, cuya máxima preocupación fue controlar el desarrollo de la dialéctica, manteniéndola en su función instrumental. La primera universidad fue la de París, creada a instancias de Inocencio III en 1215 y que pronto se convirtió en el mayor centro de estudios filosófico-teológicos de la edad media. Su estatuto establecía seis años de escolaridad para las artes y ocho para la teología. La enseñanza se impartía de dos maneras: la lectio, comentario de libros clásicos a cargo del maestro, y la disputatio, discusión entre dos alumnos que defendían tesis enfrentadas. En ocasiones especiales se celebraban las disputationes magistrales entre maestros, prueba del gusto por la sutileza retórica y la argumentación que caracterizaba a la escolástica. No obstante, la pretensión papal de

restringir la filosofía universitaria al status de “sierva de la fe” era contraria al signo de los tiempos. El pensamiento puro, fruto de la simple curiosidad humana, exigía un lugar específico y exento de coacciones. El conflictivo esfuerzo por conciliar ambas necesidades –unidad doctrinal y libre ejercicio de la especulación filosófica– marcaría el desarrollo de las universidades durante todo el siglo XIII.

Las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos Los clérigos mendicantes eran hombres que, apartados de cualquier actividad mundana y libres de intereses materiales, se dedicaban en exclusiva a servir al pensamiento cristiano. Es-


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FILOSOFÍA

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La aparición de las primeras universidades durante el siglo XIII respondió al deseo de sistematizar en una sola institución y articular en la concepción católica del mundo y del hombre las enseñanzas que hasta ese momento se venían desarrollando por separado. En la imagen, Christchurch College de Oxford.

tos clérigos se agrupaban en dos órdenes principales: la de los franciscanos y la de los dominicos. El conflicto que en el siglo XIII surgió entre ambas fue el reflejo del choque entre dos mentalidades contrapuestas. El pensamiento franciscano, inspirado en san Agustín y, por tanto, heredero de modelos neoplatónicos, no distinguía entre teología y filosofía; era función de ambas contribuir a encontrar la vía de retorno a Dios. La doctrina dominica, por el contrario, deslindaba completamente la verdad revelada y el pensamiento basado en la razón. Esta discrepancia, reducida en suma a una pugna entre aristotélicos y antiaristotélicos, se observa en la obra de los pensadores más destacados de la época: los franciscanos san Buenaventura y Roger Bacon y el dominico san Alberto Magno.

San Buenaventura La postura antiaristotélica estaba representada, tal como ya se ha dicho, por los pensadores francisca-

nos. Agrupados en torno a dos focos principales, Oxford y París, se opusieron a la penetración del racionalismo del estagirita en el pensamiento escolástico por considerarlo desvirtuador de la verdadera esencia cristiana. Sin embargo, esta oposición tuvo diferentes matices en el mismo seno de la orden. Para los frailes de Oxford, la especulación debía ser limitada por los datos extraídos de la experiencia. Para los de París lo fundamental era, como se verá a continuación, la fidelidad a las verdades del dogma.

Al frente de la orden realizó una importante labor en defensa de los maestros universitarios mendicantes, por aquel entonces fuertemente hostigados por los maestros seglares. Murió en 1274 durante el concilio de Lyon, al que asistía en calidad de obispo de Albano, cargo que le había sido asignado un año antes. Los títulos de sus obras fundamentales, algunos de ellos expresivos sobre su posición doctrinal, son Comentario a las sentencias, Itinerario del espíritu hacia Dios, Reducción del arte hacia la teología y Breviloquio.

Vida y obra

La salvación del alma

El pensador más destacado entre los franciscanos parisienses fue Juan de Fidenza, llamado Buenaventura. Nacido en la ciudad italiana de Bagnorea en 1217, san Buenaventura ingresó en la orden atraído por su maestro Alejandro de Hales. Tras un breve paso como maestro por la universidad de París, donde recibió el sobrenombre de “doctor seráfico”, fue nombrado general franciscano.

El pensamiento de san Buenaventura no constituye una filosofía en sentido estricto: su obra es más bien una enseñanza del camino del alma hacia Dios. En su opinión, la distinción entre religión y filosofía carece de fundamento, ya que ningún saber, ni siquiera el racional, puede desarrollarse sin la fe. En consecuencia, su postura se sitúa en la línea de san Agustín: la razón solamente es váli-


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da como herramienta para acercarnos al Señor. El antiaristotelismo de san Buenaventura se aprecia en su exposición del itinerario para la salvación del espíritu, de inequívoca inspiración platónica. Por medio de la intuición, afirma, el intelecto humano guía al alma en el tránsito que va desde un estado inferior, la simple creencia en un Dios prácticamente desconocido, hasta el estado superior, la contemplación de la divinidad. En palabras del propio Buenaventura, “se empieza por la estabilidad de la fe, se avanza por la serenidad de la razón, para llegar a la suavidad de la contemplación”. Como en el modelo platónico del conocimiento gradual, la razón no es más que la simple intermediaria entre la creencia y la iluminación. Sin embargo, su rechazo a los principios aristotélicos no fue absoluto. La originalidad del “doctor seráfico” no radica en sus aportaciones teóricas, ninguna de ellas novedosa, sino en la armónica síntesis que realizó sobre aspectos tan contradictorios como la existencia de las Ideas platónicas, la lógica y la doctrina de las sensaciones de Aristóteles o el modelo de autoconocimiento intuitivo agustiniano.

Roger Bacon La figura del inglés Roger Bacon, representante del grupo de Oxford, ocupa un lugar central en la conformación de la mentalidad occidental. Su fe en la experiencia directa como único método válido para cualquier conocimiento que se pretenda verdadero inauguró toda una tradición de pensamiento: el denominado empirismo, a la larga origen de la ciencia moderna. No obstante, su pensamiento conserva un fuerte componente espiritual; después de todo, era franciscano, y su racionalismo experimental no lo impidió mantenerse leal a concepciones más propias de la iluminación mística.

Vida y obra Nacido en Ilchester hacia el 1220, Bacon no fue tanto un filósofo como un

El siglo XIII: la filosofía de las universidades

hombre de saber universal. Demostró gran pasión por las matemáticas y las ciencias físicas, y por conocimientos como la magia y la astronomía, cuya mala fama le ocasionó serios problemas. Fue hostigado constantemente con sospechas de herejía y brujería, por las que su principal enemigo, san Buenaventura, ordenó su reclusión en París y le prohibió publicar obra alguna. Un encargo para glosar la vida del Papa le permitió eludir la segunda parte de la condena y en muy poco tiempo pudo escribir sus tres tratados esenciales, los Opus Maius, Minus y Tertium. Gracias a la favorable acogida que tuvieron estos textos pudo retornar a Inglaterra. Sin embargo, sus violentas críticas a la ignorancia clerical en la obra Compendio de estudios filosóficos lo llevaron de nuevo a la cárcel. En 1292, tras catorce años en prisión, fue liberado y dos años después murió, sin que hubiera prescrito la condena sobre el conjunto de su obra.

El conocimiento experimental Como se apuntó anteriormente, existe un extraño contraste entre la concepción religiosa de Bacon y la doctrina precientífica por la que ocupa un puesto de honor en la historia del pensamiento occidental. Por una parte, de su obra se extrae una creencia básica: la sabiduría auténtica es la contenida en las Sagradas Escrituras. Todo conocimiento está, pues, encerrado en la Biblia; según las palabras de Bacon, “en ella se encuentra a toda criatura, en su modelo universal o en su singularidad, tanto si se entiende en sentido literal como en sentido espiritual”. Por otra parte, Bacon creyó posible elaborar una gran enciclopedia del saber que contuviera todo ese conocimiento. Para conseguir acceder a ese saber sólo existe un camino: la experiencia. Pero ésta debe ser entendida en un doble sentido: como experiencia externa o sensible, base del es-

Etapas en la evolución de la escolástica Boecio PRECEDENTES: LOS COMPILADORES (ss. V-VII)

San Isidoro de Sevilla Beda el venerable

PREESCOLÁSTICA (s. XI)

Rábano Mauro Escoto Erígena San Anselmo

ESCOLÁSTICA TEMPRANA (ss. XI y XII)

Juan de Salisbury San Bernardo Pedro Abelardo Roberto Grosseteste San Buenaventura

ALTA ESCOLÁSTICA (s. XIII) ESCOLÁSTICA

Roger Bacon San Alberto Magno Santo Tomás de Aquino Ramón Llull

TARDÍA (ss. XIV y XV)

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Duns Escoto Guillermo de Ockham


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FILOSOFÍA

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tudio de la naturaleza, y como experiencia interna, es decir, la iluminación interior. Partiendo de la experiencia externa, Bacon dejó a un lado el pensamiento racional, meramente especulativo, y aplicó su método experimental, base de toda ciencia, en numerosas tentativas de investigación, como fenómenos luminosos, procedimientos de alquimia, reflexión y refracción ópticas, construcciones geométricas y formulaciones matemáticas. Junto a esta experiencia de la naturaleza, la experiencia interior, dirigida al conocimiento en materia espiritual, no es menos segura; en forma de visión intuitiva, de éxtasis místico, es el único camino para el conocimiento de Dios. Basta, por tanto, desarrollar esta capacidad de alumbramiento interior para comprender de inmediato todos los secretos del universo. La doctrina de Bacon termina afirmando la superioridad del plano espiritual sobre el intelectual. Sin embargo, su innovadora aplicación del espíritu experimental –hasta entonces patrimonio exclusivo de arquitectos y artesanos– al terreno del saber científico lo convierte en uno de los precursores directos de la filosofía de la edad moderna.

San Alberto Magno Reconocida en 1215 por el papa Inocencio III, la orden dominica no tenía en sus comienzos ningún interés por el estudio humanista. Su fundador, santo Domingo, había decretado que sólo podrían aprender ciencias diferentes de la teología los frailes a los que se hubiera concedido un privilegio a tal efecto. Sin embargo, la norma fue posteriormente abolida y las enseñanzas de las llamadas artes liberales comenzaron a ocupar un lugar preeminente en el seno de la orden. Como consecuencia, los pensadores dominicos encarnaron la postura contraria a la de los franciscanos; la novedad que supuso la obra de Aristóteles fue recibida por los primeros con un interés tan intenso que desde mediados del siglo XIII su principal cometido fue conci-

liar el dogma de Cristo con el sistema filosófico del griego. Dos figuras sobresalieron en el ejercicio de esta práctica especulativa: santo Tomás de Aquino, objeto del siguiente capítulo, y san Alberto Magno, el “doctor universal”.

Vida y obra Comparada con la accidentada biografía de Roger Bacon, la vida de san Alberto Magno carece de gran relieve. Nació en la ciudad germana de Lauingen, hacia 1193, y se ordenó fraile dominico a los veinticuatro años. Tras un largo período como predicador itinerante se estableció como maestro en la Universidad de París, donde tuvo como alumno a santo Tomás de Aquino. Hasta su muerte, acaecida en 1280, simultaneó la labor docente con el ejercicio de diversos cargos dentro de la orden. Entre sus obras destacan la Summa prior, el Super quattor libros sententiarum, De natura boni y la Summa Theologiae.

El pensamiento naturalista En contra de las tesis que han negado tradicionalmente al pensamiento albertiano toda originalidad, según las cuales su obra sólo sería una síntesis erudita de doctrinas ajenas, los historiadores actuales coinciden en afirmar su independencia y singularidad. Las ideas de san Alberto eran, por consiguiente, propias. El “doctor universal” fue el creador del aristotelismo cristiano. A diferencia del aristotelismo del musulmán Averroes, san Alberto no aceptaba considerar la filosofía como una forma superior de la religión. Como

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cristiano, admitía la preeminencia absoluta del dogma, pero como filósofo afirmaba que los temas filosóficos sólo podían ser tratados con procedimientos puramente racionales. Por supuesto, su aristotelismo era matizado. No fue un seguidor acérrimo del estagirita, cuya obra estaba, en su opinión, lejos de ser la culminación absoluta del pensamiento humano; también se cuidó mucho de admitir los aspectos de la obra aristotélica que contravenían el dogma: la concepción hilemórfica del universo, según la cual todas las criaturas –incluidas las espirituales– se componen de materia y forma, era de todo punto inaceptable. Sin embargo, el influjo del pensador griego en su doctrina es incuestionable. La gran conquista del pensamiento albertiniano, la separación de la teología de todas las cuestiones propias de la naturaleza, sólo se puede entender teniendo en cuenta el impacto causado por el sistema filosófico aristotélico en los ámbitos escolásticos del siglo XIII. La perspectiva metodológica, según la cual sólo pueden estudiarse las cuestiones naturales con métodos naturales, no fue para san Alberto una mera teoría; al contrario, fue el punto de partida para sus exhaustivos estudios sobre botánica, zoología y mineralogía. Continuando la lejana tradición aristotélica, interesó al “doctor universal” el estudio de la naturaleza por sí misma, es decir, sin las connotaciones mágico-simbólicas propias de los catálogos naturalistas medievales. Gracias a su principio de que “únicamente la experiencia es fuente de certeza”, el conocimiento de la realidad natural comenzó a adquirir el rango de ciencia.

Preguntas de repaso

1. ¿Con qué objeto nacieron las universidades medievales? 2. ¿Por qué cabe atribuir a Roger Bacon el título de precursor de la ciencia moderna? 3. ¿En qué sentido es platónico, y no aristotélico, el planteamiento que llevó a cabo san Buenaventura sobre la relación entre mente y alma?


SANTO TOMÁS DE AQUINO

L

a filosofía escolástica alcanzó su culminación con la obra del

El pensamiento de santo Tomás de Aquino giró en torno al tema de la conciliación entre la verdad revelada y la filosofía, es decir, entre la razón y la fe. Arriba, un retrato del santo. A la derecha, Triunfo de santo Tomás de Aquino, de Benozzo Gozzoli (Museo del Louvre, París). Fotografías de cabecera: frontal de la fachada de la universidad de Salamanca, España (izq.), y página de los Comentarios a los Evangelios, de santo Tomás de Aquino (der.).

pensador más importante de toda la edad media: santo Tomás de Aquino. Por primera vez en más de siete siglos, la razón parecía emanciparse de su servicio al dogma cristiano y abordar de manera neutral las cuestiones que la filosofía grecolatina había establecido como centrales: el problema del ser, el universo o el conocimiento humano. Por supuesto, el pensamiento de santo Tomás partía de la superioridad de las verdades de la fe sobre el raciocinio; en ningún lugar de su obra se cuestionan aspectos concernientes al dogma. Sin embargo, ello no le impidió presentar a la filosofía como un modo de conocimiento plenamente autónomo, capaz, por un lado, de concordar armónicamente con la teología

y, por otro, de tratar de forma independiente los más diversos aspectos de la realidad. Con el “doctor angélico”, el pensamiento occidental comenzó a recuperar lentamente la madurez y libertad que no conocía desde el apogeo helenístico.

Vida y obra de santo Tomás Santo Tomás, hijo del conde Landolfo de Aquino, nació en 1225 en la ciudad de Roccasecca, al norte de Nápoles. A los cinco años fue llevado por sus padres al monasterio de Montecasino con el propósito de que se convirtiera, con el paso del tiempo, en abad de tan importante sede. Sin embargo, tras la excomunión del emperador Federico II por el Papa, los benedictinos fueron expulsados de esa abadía y Tomás hubo de regresar con su familia. Fue mandado entonces a estudiar a la universidad de Nápoles, donde permaneció seis años y se ordenó dominico contra la voluntad de su familia, que llegó incluso a secuestrarlo durante un corto tiempo. Durante esta reclusión escribió sus dos primeras obras: los opúsculos De fallaciis y De propositionibus modalibus. De poco sirvió el confinamiento, ya que en 1245 Tomás marchó a París para proseguir


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FILOSOFÍA

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sus estudios y completar su noviciado. Se dirigió posteriormente a Colonia, en cuya universidad recibió lecciones de san Alberto Magno, quien lo introdujo al aristotelismo. De este período son sus comentarios a Jeremías y al Libro de las Lamentaciones, previos a su definitiva ordenación como fraile dominico en 1250. Volvió entonces a París, donde los dominicos estaban siendo hostigados por las autoridades de la universidad bajo la acusación de herejía por su proximidad al aristotelismo averroísta. Según la interpretación que Averroes hizo de la obra del estagirita, el alma no es inmortal, sino perecedera, como el cuerpo. Tras un largo periplo por toda Italia, en el que conoció al traductor aristotélico Moerbecke, santo Tomás regresó a París con el propósito de combatir esta desviación averroísta y precisar el verdadero sentido de la doctrina de Aristóteles. A este período pertenece el cuerpo fundamental de su obra escrita: la Summa contra gentiles, argumentación contra la filosofía árabe; las dos primeras partes de la Summa Theologica, exposición global de su doctrina; los tratados sobre metafísica Super Physicam, Super Metaphysicam, Sobre la potencia y Sobre los seres espirituales, y los escritos polémicos Cuestiones disputadas y Sobre la unidad del intelecto contra los

averroístas. En 1272 abandonó su magisterio parisino y retornó a Italia. Allí escribió un último opúsculo sobre la sustancia y comenzó la tercera parte de la Summa, que decidió no concluir tras experimentar una “alta visión divina”, interpretada por santo Tomás como señal de que debía abandonar la labor especulativa y aguardar la muerte. Ésta le llegaría finalmente en la abadía de Fossamova, en marzo de 1274.

La razón y el conocimiento La doctrina tomista del conocimiento constituyó una total novedad en el pensamiento de su tiempo. Se oponía tanto a la visión platónica de san Agustín como a la interpretación –en su opinión errónea– del aristotelismo a cargo de Averroes. Frente a la concepción agustiniana, santo Tomás afirmó la inexactitud de basar todo conocimiento en la idea de la iluminación divina; contra los partidarios de Averroes, negó la existencia de un intelecto externo que fuera universal y único para todos los hombres. El principio del conocimiento humano, y aquí radica la gran novedad de la teoría del aquinatense, no es otro que la facultad del alma llamada inteligencia. Bien

es cierto que la inteligencia participa de la luz divina; pero su actitud no es pasiva, sino activa, y por ello esencialmente autónoma. El razonamiento del “doctor angélico” prevenía contra las acusaciones de herejía: en su opinión, la mayor muestra de la omnipotencia divina era haber concebido una criatura dotada de verdadera actividad propia y no un ser exclusivamente pasivo y necesitado de su constante intervención. De este modo, santo Tomás afirmó sin reparos que el intelecto humano carece de ideas innatas y viene al mundo como una hoja en blanco; sólo mediante la experiencia particular va adquiriendo el hombre los principios necesarios para sobrevivir y actuar. La gnoseología (ciencia del conocimiento) de santo Tomás establece una distinción entre la actividad del intelecto y la actividad sensitiva, dualidad que era omitida por sus antagonistas platónicos. El entendimiento de las cosas se produce, según su teoría, a través de los sentidos: “nada puede existir en el intelecto que no estuviera antes en los sentidos”. Todo conocimiento tiene, pues, una indispensable base sensorial. El proceso se compone de un doble movimiento: la inteligencia elabora conceptos abstractos y universales, a partir de la información

Principales obras de santo Tomás Opúsculos – Discursos (2) – Apologéticos (5) – Filosóficos (18) • Sobre el ente y la esencia • Sobre la eternidad del mundo • Sobre la unidad del intelecto contra los averroístas • Sobre la inmortalidad del alma

Comentarios – – – –

A las Sentencias A la Biblia (23) A los filósofos A Aristóteles (12) • a la Metafísica • a la Física • a la Ética • a la Política etc.

– A Proclo • al Liber de Causis – A Boecio • a De Trinitate

Obras mayores – Summa contra gentiles – Summa Theologica – Cuestiones disputadas (14) • Sobre la potencia • Sobre la verdad • Sobre el alma etc. – Cuestiones de Quolibet (12)


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Santo Tomás de Aquino

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Vías para la demostración de la existencia de Dios Vías I. EX MOTU II. EX CAUSA

Argumento La movilidad de todo lo existente exige un primer motor inmóvil. La sucesión de las causas en el tiempo implica una causa primera e incausada.

III. EX CONTINGENTIA

La naturaleza contingente de todos los seres comporta un creador necesario de por sí.

IV. EX GRADU

La existencia de categorías adjetivas tales como lo bueno, lo bello, lo justo, etc., implica un criterio supremo de realización ideal de las mismas.

V. EX FINE

El ordenamiento de los fenómenos naturales requiere la existencia de una mente ordenadora.

captada por los sentidos, y el entendimiento los aplica a las cosas concretas, conociendo así la naturaleza singular de cada una de ellas. Por tanto, el conocimiento humano es posible gracias a la mutua interacción entre inteligencia y percepción. Esta relación de continuidad es expresada en la gnoseología tomista por medio de las funciones de los cuatro sentidos internos. Las sensaciones ordenadas por el sentido común y las deformadas por la fantasía son funciones respectivas de los dos sentidos primeros, denominados formales por tener como fundamento formas concretas y reales (el fundamento de las fantasías también es una sensación real: un caballo con alas sólo puede ser imaginado a partir de dos percepciones verdaderas, el caballo y las alas); la valoración de tales sensaciones, es decir, lo que constituye la experiencia personal, es la función propia de la razón cogitativa, y el almacenamiento de lo valorado, la de la memoria sensible. Ambas, razón cogitativa y memoria son los llamados sentidos intencionales. Gracias a ellos puede el hombre elaborar sus pensamientos abstractos a partir de las experiencias concretas. En síntesis, de esta compleja operación se deduce un principio fundamental: el hombre es, a través de su intelecto particular y único, el agente de su propio conocimiento. Sin embargo, ello no implica que la razón humana sea capaz de cualquier conocimiento. Como se encarga de

precisar santo Tomás, son muchas las materias vedadas a la inteligencia del hombre. Entre éstas se encuentran las de naturaleza divina, inasequibles para el intelecto por encontrarse más allá del campo sensorial, única fuente de conocimiento humano. Sólo mediante razonamientos fundados sobre la realidad sensible, y nunca por medio del abuso de la lógica abstracta –error de san Anselmo y su argumento ontológico–, será posible obtener, como se verá seguidamente, si no el pleno conocimiento de la divinidad, sí la evidencia de su existencia.

La existencia de Dios Para santo Tomás, el ser en acto puro e ilimitado, es decir, aquel que no tiene una causa anterior, es posible. Sin embargo, afirmar esta posibilidad no implica conocer su existencia real: la existencia del acto puro (Dios) debe ser probada. Ahora bien, la demostración no puede realizarse a priori; ése había sido el error de san Anselmo, cuyo argumento ontológico estaba condicionado por la fe (en efecto, es necesaria la fe para asumir el requisito del razonamiento anselmiano acerca de la suprema perfección de Dios). Los escolásticos anteriores se apoyaron en el principio, falso para el pensador dominico, de que es imposible hablar de la existencia de Dios sin haber conocido antes qué es Dios; lo imposible, sin embargo, es conocer la causa pasando por alto el

efecto. En el parecer del aquinatense, la demostración no puede depender de la fe ciega en un Principio superior; al contrario, sólo puede estar basada en una argumentación auténticamente filosófica, es decir, que parta del efecto (el mundo sensible) para determinar la causa (Dios). La demostración tomista de la existencia de Dios se apoya en cinco argumentos a posteriori de innegable corte aristotélico: las famosas vías. Son las siguientes: la vía ex motu, que del movimiento de todo lo existente deduce la necesidad de que exista un primer motor inmóvil; la vía ex causa, que se remonta en la averiguación de las causas sucesivas de las cosas hasta llegar a la necesidad de una causa primera; la vía ex contingentia, según la cual la naturaleza contingente, es decir, sometida a eventualidades, de los seres del mundo sensible requiere la existencia de un creador que esté libre de contingencia y sea absolutamente necesario de por sí; la vía ex gradu, que de la existencia de nociones adjetivas (verdadero, falso, bueno, bello) infiere la existencia de un criterio absoluto de referencia, y la vía ex fine, que de la comprobación del orden general que presentan los fenómenos del mundo deduce la necesidad de una mente que los haya ordenado.

La metafísica de santo Tomás Las cinco vías dejan patente la aceptación de santo Tomás de los concep-


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FILOSOFÍA

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tos fundamentales de suelve afirmando que la metafísica aristotélila individuación se ca: acto y potencia, forbasa en la determinama y materia. A partir ción de la esencia a nide ellos introdujo, no vel predicamental, es obstante, matices prodecir: en la materia pios. El par potenciaprima, la forma sustanacto aparece en dos nicial y los accidentes. En veles de la realidad, y ejemplo repetido murecibe diferentes nomchas veces a lo largo de bres en cada uno de su obra, el “doctor anellos: si el paso de la pogélico” afirma que la tencia al acto da como esencia de Sócrates está resultado un ente que formada por nuestros antes no existía, la duamismos huesos, nueslidad se convierte en tros mismos músculos, materia prima-forma susnuestra misma alma, es tancial; por el contrario, decir, una misma matesi la cosa sigue siendo ria, pero cuantitativa –y lo que era, el par se deno cualitativamente– nomina sustancia-accidistinta a la materia de dentes. ¿Cuál es el objecada uno de nosotros. Detalle de Santo Tomás de Aquino confundiendo a los herejes, obra de Filippino Lippi (Iglesia Santa María sopra Minerva, Roma). to de estas precisiones? Por tanto, lo que difeEn primer lugar, recharencia a los hombres, y zar la identificación de al resto de los seres de potencia y materia prima: toda mate- como el aludido caballo con alas. Por una misma especie, es la determinaria prima es potencia (es decir, que tanto, el concepto de esencia es ante ción concreta de la esencia común. En está en camino de convertirse en una todo –en contra de los platónicos– un la larga batalla entre platónicos y arisforma), pero no toda potencia es ma- simple producto de la mente. La totélicos, es decir, entre los que basan teria prima. En segundo lugar, limi- esencia es el ser en sí mismo: un pá- la verdadera realidad en la especie y tar la materia prima al rango de po- jaro, un hombre; la existencia es el los que lo hacen en el individuo, el dotencia simple: la materia prima nun- ente concreto que “existe” fuera de minico tomó claro partido por los seca puede ser potencia pura, ya que la mente. gundos, alimentando con sus brillan–por ser real– tarde o temprano se entes análisis el enfrentamiento que, con carnará en una forma; en otras pala- El principio de individuación distintos nombres (realistas-nomibras, la materia pura, aparte de Dios, nalistas, idealistas-empiristas...), ha El problema que se le plantea a santo dividido a los pensadores a lo largo no existe. Tomás es el de la distinción entre in- de toda la historia de la filosofía occidividuos de una misma especie. Lo re- dental. La dualidad esencia-existencia Esos dos niveles de la realidad, en los que las formas –sustancial y accidentes– son siempre acto consumado, son denominados por santo Tomás orden predicamental. Junto a éste existe otro orden en el que las formas son potencia, el orden trascendental. En éste, el par potencia-acto tiene su correlato en la dualidad esenciaexistencia. Esencia es lo que una cosa es: pájaro, hombre; la esencia no precisa existir fuera de la mente: la imaginación puede perfectamente concebir la esencia de seres inexistentes,

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Preguntas de repaso

1. ¿Por qué rechazó santo Tomás el argumento ontológico de san Anselmo? 2. ¿En qué consiste la vía tomista ex gradu? 3. ¿Qué es el principio tomista de individuación?


LA TRANSICIÓN AL RENACIMIENTO

La crisis de la escolástica El papado, el imperio y las universidades eran las tres instituciones sobre las que se asentaba el proyecto cristiano de integrar lo religioso, lo político y lo filosófico-científico en una sociedad ideal. El resultado efectivo de esta

La rígida estructura jerárquica imperante en la Europa medieval experimentó, a partir del siglo XIV, una profunda crisis que cuestionó los fundamentos de la filosofía escolástica. En las imágenes, dos detalles de la Alegoría del Buen Gobierno, de Ambrogio Lorenzetti. Fotografías de cabecera: Heráclito, en un detalle de la Escuela de Atenas, de Rafael (izq.), y Erasmo de Rotterdam (der.).

concepción fue la rígida estructura jerárquica que prevaleció en Europa durante la mayor parte del medievo. El poder máximo correspondía al Papa, quien lo recibía por gracia de Dios y facultaba a su vez al emperador para que ejerciera la autoridad política, siempre bajo la estricta adecuación a

los preceptos de la Santa Sede. Sin embargo, a partir del siglo XIV, una profunda crisis social empezó a socavar los cimientos de este orden. El avance de la burguesía en Italia, en Francia y en las ciudades libres alemanas no tardó en concretarse en nuevas exigencias, tanto políticas como culturales, que eran incompatibles con los modelos de la civilización occidental. En el terreno político, dichas exigencias cuestionaban las dos instituciones primordiales, Iglesia e imperio; en el cultural, ponían en duda el fundamento de la idea escolástica, la unidad entre la fe y la razón. Ciertamente, las discrepancias entre los mismos teólogos a la hora de conciliar razón y dogma existían desde el mismo momento en que se formuló tal propósito; el descubrimiento de Aristóteles a través de la interpretación de Averroes contribuyó a alimentarlas con principios doctrinales abiertamente opuestos a las verdades cristianas. No obstante, a finales del siglo XIII, la polémica parecía definitivamente saldada tras la excepcional obra de santo Tomás en beneficio de la armónica fusión de pensamiento lógico y dogma. Sin embargo, la influencia del “doctor angélico” era todavía en el siglo siguiente muy reducida; habría de pasar mucho tiempo antes de que su aportación fuese justamente valorada. En conse-


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FILOSOFÍA

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cuencia, el aristotelismo tomista, mal conocido, levantó en muchos círculos las mismas sospechas de herejía que el averroísmo: la fractura entre razón y verdad revelada volvía a abrirse. En esta corriente se inserta lo más característico del pensamiento del siglo XIV: el abandono de la máxima aspiración de los escolásticos, la síntesis entre filosofía y teología. Sin embargo, el fenómeno no debe entenderse como deterioro pasivo; la expresión “crisis de la escolástica” hace referencia no tanto a una decadencia negligente, como a la “crítica” a que fue sometida por los nuevos pensadores. Éstos, convencidos de que la doctrina cristiana se degradaba al quererse fundar sobre la filosofía, revisaron y refutaron todo el aparato teórico de los escolásticos anteriores, basados en su profunda convicción de que la fe debería imponerse como verdad absoluta. No obstante, su actitud también difería radicalmente de la de los antidialécticos, que con tanta vehemencia se habían opuesto tradicionalmente a la práctica especulativa. La ruptura de la síntesis fe-razón no implicaba la condena de esta última; al contrario, los nuevos escolásticos reconocían la perfecta validez del método filosófico para el conocimiento de temas ajenos a la expe-

Edición de 1530 de las obras de Juan Duns Escoto, para quien la teología es el único saber que puede abordar el estudio de Dios.

riencia religiosa. El abandono del intento por racionalizar lo irracional sobre un único canon válido –la filosofía griega– tuvo como contrapartida el alumbramiento de las ideas y presupuestos sobre los que se habría de fundar el desarrollo cultural de la edad moderna. En síntesis, las líneas básicas de la nueva perspectiva, que comenzó a introducirse en este siglo XIV, pueden resumirse en dos directrices generales: libertad de la filosofía para tratar los temas seculares y, en cuanto al método, creciente afirmación del valor concedido a la experiencia en detrimento de la abstracción. Ambos rasgos, de crucial importancia para el nacimiento de la filosofía y la ciencia modernas, ya aparecen esbozados en la obra de los dos pensadores capitales de este último eslabón de la filosofía escolástica: Juan Duns Escoto y Guillermo de Ockham.

Duns Escoto Vida y obra La carrera de Juan Duns Escoto fue muy corta. Nació en la ciudad escocesa de Duns, a finales de 1265 o principios de 1266, en el seno de una familia de poderosos terratenientes. A los trece años ingresó en el convento franciscano de Dumfies y dos más tarde ya ejercía como profesor. Ordenado sacerdote, visitó numerosas universidades para completar su formación, entre ellas París y Oxford, estableciéndose temporalmente en esta última y alcanzando enorme celebridad por su brillantez pedagógica. Sin embargo, la universidad de París era aún el foco más importante del pensamiento escolástico, por lo que Escoto decidió instalarse allí en 1305 como maestro en teología sagrada. Poco tiempo permaneció en el cargo: su apasionada defensa de la inmaculada concepción de la Virgen motivó su expulsión, y a finales de 1307 marchó a Colonia. Murió al año siguiente de su llegada a esta ciudad. Su talento como escritor agudo y perspicaz le granjeó el apodo de “doctor sutil”. Del conjunto de su extensa producción sobresalen sus

dos personalísimos comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo (Opus oxoniense y Reportata parisiense), el tratado Quodlibetum, los comentarios a nueve de los libros de la Metafísica de Aristóteles, así como los textos recopilados de su magisterio en Oxford bajo el título de Lectura prima.

El pensamiento crítico de Escoto El primer síntoma de la disolución de los fundamentos en los que se apoyaba la filosofía escolástica se encuentra en la obra de Escoto. El pensamiento del “doctor sutil” parte de una convicción esencial: la absoluta contigencia del mundo. Ello quiere decir que, en opinión de Escoto, el mundo no es sino el simple resultado de una libre voluntad –la de Dios–, por lo que perfectamente podría no haberlo creado. Este parecer contrasta con el de los escolásticos precedentes, para los cuales la existencia del mundo era un hecho necesario desde un punto de vista lógico, es decir, que no podría haber sido de otra manera. Según Escoto, tal concepción degrada la majestad de Dios: la única razón del mundo es la libre iniciativa divina. La diferencia es sustancial. El nuevo enfoque niega todo sentido a la búsqueda de los atributos de Dios a partir del análisis racional de lo creado por Él. La omnipotencia, la omnipresencia, la infinitud, la verdad, la justicia, la providencia, todos los rasgos que santo Tomás atribuía a Dios mediante elaboradas argumentaciones lógicas no pueden constituir materia para la razón: son puramente objetos de fe, y en ello radica lo innecesario de su demostración. Consiguientemente, sólo la teología puede abordar el estudio de Dios. La metafísica tiene una función definida –el estudio del ser–, a la que debe dedicarse en exclusiva, sin intentar hallar fundamento a cuestiones de fe, que exceden absolutamente sus posibilidades. La concordancia de ambos saberes es ilusoria y equívoca. El segundo aspecto de la crítica de Duns hace referencia al modo erróneo en que, en su opinión, conce-


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La transición al Renacimiento

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Soluciones clásicas al problema de los “universales” Solución

Tesis

Representantes

Realismo extremo

Los universales existen realmente y su realidad es mayor que la de los seres concretos, ya que éstos son sus imitaciones.

– Platón – Guillermo de Champeaux

Realismo moderado

Los universales existen, pero como esencia inmanente y común a los seres de una misma especie.

– Aristóteles – San Anselmo – Santo Tomás de Aquino

Nominalismo

Los universales no existen fuera de la mente; son simples palabras. Lo único existente son los individuos.

– Roscelin – Guillermo de Ockham

bían el ser los escolásticos anteriores, tanto los agustinianos y neoplatónicos como los aristotélicos. Para el escocés, la única realidad no son los géneros ni las especies, ni siquiera las esencias comunes del aristotelismo tomista; sólo es real el individuo. El problema que surge entonces es el de definir de dónde proviene la singularidad que diferencia al ser (Sócrates, este caballo) de sus semejantes en género y especie (los hombres, los caballos). La respuesta no es la materia aristotélica, puesto que, según Duns, ésta era indeterminada, e incapaz por tanto de ser causa de nada. El principio de individuación, lo que permite transformar lo común en particular, según el “doctor sutil”, es la haecceitas, la propiedad que todo ser posee de adquirir su especificidad única. Las dos conclusiones básicas del pensamiento escotista –incompatibilidad de fe y razón e individualismo metafísico– serían desarrolladas por otro excepcional filósofo: Guillermo de Ockham.

Guillermo de Ockham Vida y obra Se conocen pocos datos seguros respecto a la biografía de Guillermo de Ockham, aunque existe cierta seguridad acerca de los aspectos más relevantes de la misma. Nació hacia el año 1285 en la pequeña aldea de Ockham, al sur de Londres. Tras su temprano

ingreso en la orden franciscana acudió a Oxford para iniciar sus estudios teológicos. En 1315 ya ejercía la enseñanza en la propia universidad oxoniense. Sus pensamientos llamaron pronto la atención por su empirismo y por la crítica que suponían de las bases tradicionales de la escolástica. Acusado de herejía por el propio canciller de la universidad, fue llamado por el Papa de Aviñón. Al cabo de tres años de deliberación, durante los que Ockham permaneció confinado, una comisión condenó como heréticas siete de sus tesis. Acompañado del general superior de los franciscanos, Ockham huyó entonces a Pisa, donde quedó bajo la protección del emperador Luis de Baviera. De este encuentro ha quedado la frase que suele ponerse en su boca: “Emperador, defiéndeme con la espada que yo te defenderé con la palabra”. Establecido en Munich desde 1330, comenzó una larga campaña de hostigamiento contra el papado sobre la base de las acusaciones de herejía que los franciscanos hacían a Juan XXII. En sus encendidos escritos, Ockham responsabilizaba al pontífice de la corrupción y opulencia de la corte de Aviñón, totalmente contrarias a lo dispuesto por los evangelios. En consecuencia, tanto él como el emperador fueron excomulgados. Murió en 1349, debido probablemente a la epidemia de peste negra que por entonces diezmaba Europa. Su supuesto intento de reconciliación con la Iglesia, recogido en documentos de dudosa autenticidad, no ha podido ser confirmado.

La producción escrita de Ockham se divide en dos grandes grupos: las obras filosóficas, correspondientes a las estancias en Oxford y Aviñón, y las obras político-polémicas, del período muniqués. En el primer grupo destacan Ordinatio y Reportatio –sus revolucionarios comentarios sobre las clásicas Sentencias lombardianas–, la Summa logicae y los siete tratados de cuestiones Quodlibetae. En el segundo grupo cabe reseñar Contra Juan XXII, Alegaciones sobre la potestad imperial y el Compendium logicae.

El pensamiento antimetafísico de Guillermo de Ockham Al igual que en Escoto, el presupuesto ockhamiano es la libertad absoluta de Dios y la necesidad de depurar la teología. La consecuencia filosófica de esta concepción fue la elaboración de una doctrina especulativa que acabó con las bases metafísicas sobre las que se venía apoyando la teología escolástica. A partir de Ockham, filosofía y teología seguirían, salvo excepciones aisladas, caminos diferentes. Tres son los aspectos básicos y prioritarios del sistema filosófico de Ockham. En primer lugar, la referida omnipotencia de Dios. La afirmación del primer artículo del credo cristiano, “Creo en Dios Padre Todopoderoso”, es la tesis fundamental con la que se inicia todo su planteamiento y el eje de su crítica a la teología filosófica previa. La actitud de Ockham es de reacción hacia lo que considera abu-


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sos de la razón que, invadiendo ámbitos ajenos a sus posibilidades, ha degradado el verdadero sentido de la teología. La existencia de Dios, los atributos divinos, el origen del mundo, etc., no pueden ser demostrados racionalmente: son única y exclusivamente objetos de fe. La escolástica del siglo XIII, basándose en las aportaciones de la filosofía griega, había concluido que la creación del mundo respondía a un plan concebido desde siempre: la “ley eterna”. Según esta explicación, Dios habría concebido el universo y sus criaturas de acuerdo con un modelo de “ideas ejemplares” al que responde la esencia común que caracteriza a todos los seres de una misma especie. En opinión de Ockham, esta teoría suponía una intolerable intromisión de la filosofía en la verdad revelada. En su opinión, nada puede coartar el absoluto poder de Dios; por tanto, es imposible la existencia de esas ideas ejemplares a las que Él se hubiese atenido. La razón única de la creación del mundo es la libre voluntad divina. El segundo aspecto capital del ockhamismo es la teoría del conocimiento. Con santo Tomás se había generalizado la concepción aristotélica del conocimiento: todo entendimiento tiene su origen en lo captado por los sentidos. Sin embargo, desde el objeto externo hasta la representación mental del mismo por medio de un concepto –el “universal”– mediaba un largo y complejo proceso: el mecanismo de abstracción. Una serie de conceptos, recogidos del aristotelismo y ampliados por santo Tomás, como sensación, percepción, razón cogitativa, memoria sensible, entendimiento agente y paciente, etc., complicaban la explicación de un fenómeno aparentemente simple. Ante lo que consideraba como una complicación excesiva, Ockham aplicó su célebre “principio de economía metafísica”, comúnmente conocido como “navaja de Ockham”: no hay que multiplicar los entes sin necesidad, es decir, sin que su existencia pueda ser probada por la experiencia. En el ámbito gnoseológico (del conocimiento), este principio, que con mayor fama aplicaría al terreno de la metafísica, consiste en eliminar

todos los conceptos superfluos que no pudieran verificarse directamente. El resultado es la simplificación del proceso cognoscitivo. Así, Ockham suprime todos los pasos que el modelo tomista intercalaba entre objeto e idea y niega todo valor a la abstracción. El único conocimiento realmente capaz de proporcionar certeza sobre la existencia del objeto captado por los sentidos es el que se basa en la transición directa de la sensación a la idea, es decir: el conocimiento por intuición. Si Sócrates es en la realidad blanco, el conocimiento de Sócrates y el de la blancura en virtud del cual se puede conocer evidentemente que Sócrates es blanco, se llama conocimiento intuitivo. Y, en general, todo conocimiento inconexo de un término o de unos términos, o de una cosa o de unas cosas, en virtud del cual se puede conocer evidentemente alguna verdad contingente, sobre todo de una cosa presente, es conocimiento intuitivo. Guillermo de Ockham, Comentario a las Sentencias (fragmento)

El pensamiento de Ockham culmina en su concepción metafísica. Centrada en el tema capital de la filosofía medieval, la naturaleza de los universales, la metafísica –más bien “antimetafísica”– del último escolástico atacó de raíz todos los presupuestos del aristotelismo tomista del siglo XIII. Dos posturas se enfrentaban tradicionalmente a la hora de tratar el tema de los conceptos universales. La postura realista afirma-

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ba la existencia de dichos conceptos fuera de la mente; así, las ideas de “hombre”, “caballo” o “justicia” serían entes reales y previos a los objetos concretos del mundo sensible. La postura nominalista negaba tal existencia: los universales son simples productos mentales, lo único real es el individuo. Ockham se adhirió completamente a la tesis nominalista. Según el canon de la “navaja”, no hay ninguna necesidad de afirmar la existencia de entidad alguna más allá de la sustancia concreta. Los universales son meros signos lingüísticos, signos arbitrarios; sólo puede ser real lo que nos ofrece la experiencia directa y ello es el individuo. En consecuencia, carecen de sentido las profusas distinciones esencia-existencia, sustancia-accidentes, materia-forma, así como el llamado principio de individuación, por el cual una esencia se transformaba en ente particular. Si la experiencia sensorial confirma la existencia de un ser, ¿por qué recurrir a tantos conceptos intermediarios para explicarla? El verdadero beneficiario de esta posición radicalmente nominalista fue la ciencia. A partir de Ockham, la naturaleza dejó de ser la huella de Dios que debe ser descifrada para poder conocer la esencia del Creador, convirtiéndose en objeto exclusivo de la experiencia sensible, libre de consideraciones religiosas y metafísicas. De este incipiente empirismo arrancaría la corriente de pensamiento que, a través de la revolucionaria física renacentista, daría origen a la ciencia moderna.

Preguntas de repaso

1. ¿En qué tres instituciones se asentaba el proyecto cristiano de integración de lo político, lo religioso y lo filosófico? 2. ¿Cuáles son las dos grandes diferencias del pensamiento de Duns Escoto con respecto a la escolástica tradicional? 3. ¿Qué es la “navaja de Ockham”? 4. ¿Qué postura adopta Ockham ante la cuestión de los “universales”? 5. ¿A quién benefició el nominalismo?


EL HUMANISMO

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as dos mayores instituciones medievales, el papado y el imperio, cuyo declive ya se advertía en el siglo XIV, entraron en franca decadencia a principios de la centuria siguiente. El ascenso de la burguesía y la creación de las monarquías nacionales fueron, en el plano político y social, los efectos más visibles de esta crisis. En lo religioso, las crecientes disensiones en el seno de la Iglesia cristalizaron en el cisma definitivo con la Reforma protestante. La radical transformación que supuso el tránsito de la edad media a la denominada época moderna se reflejó inevitablemente en el campo de la cultura, de forma más concreta en el del pensamiento especulativo. El asombroso desarrollo científico-filosófico del Renacimiento –ss. XV y XVI– sentó

las bases para la configuración de la moderna mentalidad occidental.

Principios de la filosofía humanista El calificativo humanista hacía alusión desde finales de la edad media al estudioso de los saberes seculares conocidos como “humanidades”, es decir, la gramática, la retórica, la poética, la historia y la filosofía moral. Tras la definitiva fragmentación del pensamiento escolástico, el sentido del término se hizo extensivo al ideal estilístico, educativo y erudito que durante los siglos XV y XVI surgió como expresión del espíritu renacentista. Pese a no tratarse de una doctrina filosófica propiamente dicha, sino más bien de una concepción plural acerca del hombre y de su lugar en el mundo, el humanismo constituye el fundamento del pensamiento moderno. Cuatro son los rasgos básicos del pensamiento humanista: la recuperación de los modelos filosóficos precristianos, la preeminencia otorgada al ser humano, el desarrollo de disciplinas centradas en los aspectos prácticos y técnicos de la vida del hombre, y el es-

El humanismo fue un método de formación intelectual basado en las llamadas “humanidades”, es decir, la retórica, la gramática, la poética, la historia y la filosofía moral. En la imagen, San Juan en Patmos, por Bramantino (Colección Borromeo, Isola Bella). Fotografías de cabecera: Heráclito, en un detalle de la Escuela de Atenas, de Rafael (izq.), y Erasmo de Rotterdam (der.).

El humanismo sustituyó la concepción medieval teocéntrica por un enfoque antropocéntrico.

tudio de la naturaleza desde presupuestos laicos y objetivos. La devoción que los artistas y literatos del Renacimiento sentían por los modos clásicos de la antigüedad grecolatina pronto fue compartida por filósofos y humanistas en general. La recuperación de la lengua griega, a través de los sabios bizantinos que se establecieron en Italia tras la invasión turca de Constantinopla, permitió el acceso directo al pensamiento heleno. Los manuscritos de los grandes autores griegos pudieron interpretarse por primera vez de una forma literal, sin el sesgo deformante de las versiones árabes y escolásticas. Como consecuencia, el unívoco panorama filosófico de la edad media, monopolizado por la rigidez escolástica, fue sustituido por la exuberancia de


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las corrientes helenísticas. La interpretación que los humanistas hicieron de la recuperada herencia clásica fue muy diversa. El resultado fue la coexistencia de una pluralidad de perspectivas filosóficas en el marco integrador del Renacimiento: los citados platónicos, representados por Marsilio Ficino; los averroístas de la universidad de Padua, negadores del aristotelismo cristiano y, por tanto, de la inmortalidad del alma; los llamados sabios verdaderos, para quienes el modelo no era ni Platón ni Aristóteles, sino Arquímedes, el primer pensador que aunó matemática y experimentación, o los moralistas, que inspirados en las concepciones estoicas y epicúreas, consideraban primordial la existencia terrenal por encima de elucubraciones sobre el destino sobrenatural. Así pues, la compleja variedad doctrinal fue la característica del pensamiento humanista. Sin embargo, esta diversidad presenta un común denominador: la prioridad concedida al hombre. La nota esencial del humanismo, y de todo el Renacimiento en general, fue precisamente la sustitución de la concepción medieval teocéntrica por un enfoque antropocéntrico. La verdadera ruptura renacentista fue el lugar central que pasó a ocupar el ser humano. Frente al hombre espiritual del cristianismo, sin autonomía ni personalidad, temeroso de Dios y abandonado a la gracia que Éste dictara para él, los humanistas opusieron el hombre natural, el de la antigüedad precristiana, “medida de todas las cosas”, independiente y dueño de su

propio destino gracias a su sagacidad y prudencia, gracias, en definitiva, a su virtud. Retomando la concepción socrática de la filosofía, los humanistas situaron la existencia humana en el centro de su actividad intelectual. Las consecuencias de esta radical inversión de perspectiva fueron innumerables. La razón humana adquirió el valor de única autoridad posible para interpretar el mundo, por encima de la tradición o la Iglesia. El ejercicio de esa facultad racional se dirigió a aspectos efectivamente útiles para la vida humana. Así, la necesidad de organización y gestión social tras las profundas transformaciones acaecidas con la desintegración de la Europa imperial y el nacimiento de las monarquías nacionales motivó el surgimiento de corrientes de pensamiento político y social-moralizante. Por un lado, se formularon teorías justificadoras del poder monárquico, cuyo principal exponente fue Maquiavelo. Por otro lado, se propusieron modelos ideales como pauta para la organización social. Ejemplo de esta última línea de pensamiento fue la obra de Tomás Moro. Si lo característico del estudio renacentista del hombre fue el interés por la subjetividad individual, el propósito de los humanistas en el ámbito de la naturaleza fue proceder desde la mayor objetividad posible. En consecuencia, el universo dejó de ser el intermediario entre Dios y la humanidad, y comenzó a ser postulado como algo exterior al hombre y regido autónomamente por sus propias normas. Cierto es que no se afirmaba que su control excediera las facultades hu-

Principios básicos del pensamiento humanista – Recuperación de los modelos filosóficos precristianos. – Desarrollo de las disciplinas orientadas a los aspectos prácticos y técnicos de la vida del hombre. – Estudio de la naturaleza desde una perspectiva laica y objetiva. – Enfoque antropocéntrico (se le concede prioridad al hombre).

manas; la incipiente ciencia confirmaba cómo la naturaleza podía ponerse al servicio del hombre, aunque este dominio exigía ineludiblemente estudiar su funcionamiento y desentrañar sus ocultas leyes. Asumiendo este nuevo planteamiento, el estudio del universo se sustentó sobre uno de dos supuestos. Por una parte, la consideración de la naturaleza como una totalidad orgánica, sin hacer distinción entre los seres –vivos o inertes– que la forman. Esta concepción fue desarrollada en las interpretaciones filosófico-naturales y panteístas, cuyo ejemplo capital fue la doctrina de Giordano Bruno. Por otra parte, la visión de la naturaleza como un conjunto de elementos sometido a leyes mecánicas, es decir, como una máquina. Sobre este presupuesto se fundaron las corrientes matemático-experimentales, representadas por Galileo, que desplazaron a la especulación metafísica como método de explicación del mundo y dieron lugar a la aparición de la ciencia moderna.

Nicolás de Cusa El pensamiento del cardenal Nicolás de Cusa, el filósofo más sobresaliente del siglo XV, representa la transición desde la concepción teocéntrica del medievo hacia el modelo humanista. Su doctrina cosmológica, original síntesis de ockhamismo y neoplatonismo, se opuso frontalmente al aristotelismo escolástico y, en gran medida, avanzó muchos de los supuestos que, desarrollados por los pensadores del siglo XVI, darían lugar a las ideas básicas de la filosofía renacentista. Por esta razón, cabe hablar de Nicolás de Cusa como pionero del pensamiento humanista.

Vida y obra Nació en la localidad alemana de Kues (Cusa) en 1401. Hijo de humildes pescadores, precisó del apoyo económico de una orden monástica para realizar su formación. Tras completar sus estudios de derecho en la Universidad de Padua se ordenó sacerdote en 1426. Comenzó entonces una activa carrera en el seno de la Iglesia, que se hallaba sumida en las luchas intestinas que


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tras el llamado cisma de occidente mantenían papistas y conciliaristas. Cusa tomó inicialmente partido por estos últimos; en su obra Sobre la concordia católica, de 1433, se mostraba partidario de la supremacía del concilio sobre el Papa. No obstante, con el paso del tiempo se inclinaría por la mediación entre ambas posturas. En 1437 aceptó un cargo diplomático y se estableció en Constantinopla. A través de los sabios bizantinos, Cusa tuvo acceso a la tradición científica pagana, lo que despertó su interés por las ciencias aplicadas, especialmente por la astronomía. El innovador planteamiento con que abordó esta última disciplina presagió en cierto modo la revolución copernicana. En premio a su insigne labor eclesiástica, la Santa Sede dictaminó su nombramiento como cardenal. Nicolás de Cusa murió el 11 de agosto de 1464.

La docta ignorancia Las directrices del pensamiento de Cusa aparecen profusamente en su principal obra filosófica, La docta ignorancia, escrita en 1440. Su propósito fundamental era buscar un método que hiciera posible acceder a un plano de conocimiento superior al de la razón y al de los sentidos. El intelecto humano, finito por definición, se le antojaba a Cusa insuficiente para concebir y comprender algo esencialmente infinito como es Dios. Lo divino solamente puede ser objeto de la intuición irracional, nunca de la especulación lógica. La analogía con la doctrina de Ockham es obvia; la influencia de la tradición mística –la iluminación como vía de acceso a Dios– también lo es. Sin embargo, la conclusión de Cusa no niega validez al ejercicio de la razón, toda vez que ésta haya alcanzado el estado denominado docta ignorancia, consistente en la asunción de sus propias limitaciones. El intelecto podrá entonces entender fenómenos que, pese a ser inexplicables de un modo racional, constituyen realidades verdaderas. Para ello, la coincidencia de los contrarios –y no el principio de contradicción– se convierte en el principio supremo del conocimiento. Mediante la docta ignoran-

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La obra de Leonardo da Vinci, símbolo del más elevado ideal renacentista, la sabiduría polifacética, compone uno de los patrimonios más ricos jamás legado por artista alguno. En la imagen, Santa Ana (Museo del Louvre, París).

cia, el hombre reconocerá la identidad de los contrarios, tal y como su inteligencia intuía antes de que la razón abstracta declarase la imposibilidad de tal fenómeno. Un ejemplo que el propio Cusa aporta como muestra de la disposición que alcanza el intelecto tras librarse de sus ataduras racionales es el de la unidad del movimiento y el reposo: “el movimiento no es más que un reposo ordenado en serie”. En la concepción cusiana, el estado de unidad de todas las cosas que los platónicos afirmaban como principio absoluto del ser se erige en máxima expresión del conocimiento humano. El resultado es la definitiva superación de la teoría aristotélica del universo. Los cuatro elementos no existen en estado puro, como postulaba el estagirita, sino que se dan mixtos. Toda la concepción física basada en rígidas dualidades y oposiciones enfrentadas es desechada en favor de una visión del cosmos como realidad indefinida, cuyo centro se encuentra en todas partes y su circunferencia en ninguna. El mundo, en opinión de Cusa, no es sino el resultado de la dispersión de las esencias contenidas en Dios. Todo está en todo. El leve panteísmo apuntado por Nicolás de Cusa sería llevado al extremo siglo y medio más tarde por un pensador único, el religioso italiano Giordano Bruno.

Leonardo da Vinci La figura de Leonardo da Vinci es el paradigma del hombre renacentista. Verdadero genio multidisciplinario, Leonardo cultivó con maestría las

áreas más diversas del saber humano, desde las bellas artes –pintura, escultura, arquitectura– hasta la ingeniería y las matemáticas, pasando por la música, las humanidades y, por supuesto, las ciencias naturales. No sólo encarnó con su obra el más elevado ideal del Renacimiento, la sabiduría polifacética, sino que, más allá de la mera erudición, dio lugar a capitales descubrimientos sobre los que habría de sustentarse el posterior desarrollo de ramas fundamentales de la ciencia y del conocimiento humanos. La obra de Da Vinci, parcialmente incomprendida por sus coetáneos, como la de todo adelantado a su tiempo, simbolizó expresivamente el espíritu de ilustración y optimismo que puso fin al largo oscurantismo del medievo e inauguró una de las etapas más fecundas y brillantes de la historia del pensamiento occidental.

Vida y obra Nacido en 1452 en Vinci, localidad cercana a Florencia, Leonardo dio tempranas muestras de su talento artístico en el taller del pintor Andrea del Verrochio, quien lo inició desde los quince años en la escultura y la pintura. Durante esta etapa de adoles-


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Nicolás Maquiavelo definió en El Príncipe un nuevo orden político, en el que justifica los medios empleados por el poder para obtener un fin determinado.

cencia comenzó, así mismo, su interés por las matemáticas y la música. Ante la falta de perspectivas laborales en Florencia, se trasladó a Milán en 1482 y se ofreció como ingeniero militar, arquitecto, escultor y pintor a Ludovico Sforza, “el Moro”, conde de la capital lombarda. Casi veinte años pasaría Leonardo en la corte sforcesca, durante los cuales afianzó su magistral estilo plástico, alcanzando un gran renombre como artista, y desarrolló igualmente su pasión por el estudio científico. De la fusión de ambas vocaciones, arte y conocimiento, nació su genial innovación: el dibujo didáctico. Recurso inédito hasta entonces, la ilustración detallada de experiencias, observaciones y proyectos fue incorporada por Leonardo a sus exhaustivos tratados sobre mecánica, hidrología, perspectiva, aeronáutica, botánica, zoología, astronomía y, sobre todo, a los de anatomía, tema por el que sentía especial fascinación. El resultado de esta soberbia conjugación de ciencia, literatura y arte pictórico fue una ingente colección de estudios que conforman uno de los patrimonios más ricos jamás legados por artista alguno. En 1502 comenzó un viaje de diez meses al servicio del ejército papal en calidad de arquitecto e ingeniero militar. Los mapas y estudios topográficos que realizó constituyen un inspirado esbozo de lo que llegaría a ser la

moderna cartografía. Finalizada su labor, se estableció en Florencia. A esta etapa florentina pertenece su universalmente famosa Gioconda, culminación del prodigioso talento artístico de Da Vinci. Tras cinco años de estancia en Milán, Leonardo se dirigió nuevamente a Roma. La ciudad papal experimentaba por entonces una efervescencia artística sin parangón en la historia de Europa. Los genios del segundo Renacimiento, Rafael y Miguel Ángel, se hallaban en la cumbre de sus respectivas carreras y su excepcional obra suscitaba la admiración del pueblo romano. En consecuencia, Leonardo fue ignorado como artista. Desengañado, abandonó Roma en 1516 y tras aceptar la invitación de Francisco I de Francia, se estableció en la localidad gala de Cloux, lugar que ya no abandonaría hasta su muerte, acaecida en 1519.

Pensamiento Pese a no formar parte de una sistematización doctrinal definida, el pensamiento filosófico de Leonardo da Vinci es aprehensible mediante el análisis de su vasta obra científica. Su concepción de la naturaleza no puede ser más contraria a la que había predominado durante la etapa histórica previa. Como humanista del Renacimiento, Leonardo busca en el movimiento el significado espiritual del mundo, y

equipara el cuerpo humano a la obra del alma, realizada de acuerdo con un ideal de suprema perfección. El movimiento constante del universo y la perfección del hombre son, en su opinión, distintas manifestaciones de un mismo espíritu, un único deseo que es “la quintaesencia inseparable de la naturaleza”. La diferencia es sustancial: dicho deseo no cesa de generar formas siempre nuevas, justamente lo opuesto al antiguo modelo de los aristotélicos, que imponía a los seres un orden estático y eterno. La confianza de Leonardo en la razón es también ilimitada. Lo esencial es el hallazgo de lo verdadero por medio del pensamiento racional. Pero la verdad debe ser enunciada en términos proporcionados a la naturaleza humana, no en un sentido trascendente y sobrenatural que exceda las facultades del espíritu. La revelación divina nunca podrá ser el medio de descubrir lo verdaderamente humano; esto sólo puede corresponder al hombre mismo a través de la herramienta intelectual más poderosa de que dispone: la razón. Las verdades absolutas, por tanto, no interesan al hombre, quien no debe malgastar fuerzas en la imposible empresa de dilucidar la existencia de las mismas. Lo realmente esencial son los conocimientos relativos –“nadie posee el monopolio de la verdad”–, único camino de aproximación a la certeza.

Maquiavelo Aprincipios del siglo XV, casi todos los países de la Europa occidental fueron escenario del irresistible ascenso del poder monárquico a expensas de las instituciones representativas medievales. La nobleza y el clero, así como los parlamentos y las ciudades libres, se vieron privados de su autonomía ante el empuje de los príncipes soberanos, principales beneficiarios de la creciente unidad nacional. El resultado fue que la concepción del monarca como fuente de todo poder político pasó a ser una forma común de pensamiento político. El ejemplo por antonomasia de esta modalidad teórica es la obra del italiano Maquiavelo.


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Ningún hombre de su época vio con tanta claridad la dirección que tomaba la evolución política europea. Nadie comprendió mejor que él el arcaísmo de las instituciones pasadas y nadie asumió con tanto realismo la función que la violencia había de desempeñar en el proceso de transformación.

Vida y obra Nicolás Maquiavelo nació en Florencia en 1469. Es muy poco lo que se conoce de su infancia y adolescencia, aunque se le supone una notable formación humanística. Pronto supo sacar partido a las intrigas por el poder que se producían en esta ciudad y con veintinueve años ya ocupaba un destacado puesto político como segundo canciller. Tras ejercer diversas funciones de importancia creciente, terminó asesorando en cuestiones militares y de orden público al primer magistrado de Florencia, Piero Soderini. Sin embargo, la marcha victoriosa del ejército papal sobre la república florentina dio al traste con su carrera política. Sustituido Soderini, Maquiavelo fue depuesto de su cargo. Obligado al exilio, y después de un penoso encarcelamiento por conspiración, se dedicó a escribir. En los ocho años que duró su alejamiento forzoso, concibió, entre otras obras, El Príncipe, fundamental exposición de su célebre teoría política; Discursos sobre Tito Livio, acerca de la democracia y la república, y la comedia La Mandrágora, su obra maestra literaria. Murió en Florencia en 1527.

La indiferencia moral La idea esencial que guía todo el pensamiento maquiavélico es la absoluta convicción de que la inteligencia humana puede imponerse al curso de los acontecimientos, dirigiéndolos hacia fines predeterminados por el hombre mismo. Aplicando este principio a su actividad personal, el italiano se propuso el objetivo de crear una poderosa estructuración estatal que terminase con la corrupción y la ineficacia, causas, en su opinión, de la decadencia italiana. El medio imprescindible para este propósito era el

análisis objetivo de los principios del Estado y el examen realista y amoral de los factores que lo rigen, incluida la violencia, recurso necesario para sustentar el orden. En definitiva, lo indispensable era sustraerse a cualquier servilismo moral, en especial a la ética cristiana, y considerar racionalmente cuáles eran las instituciones políticas que mayor utilidad podían reportar al gobernante. En su opinión, la finalidad de la política es conservar y aumentar el poder, y el criterio para juzgar la labor del príncipe sólo puede ser el éxito en la consecución de tal propósito. En consecuencia, la crueldad, la perfidia o el asesinato son actos legítimos en tanto que, inteligentemente realizados, contribuyen a alcanzar el fin deseado. Conviene [al gobernante] que cuando el hecho le acuse, el resultado le excuse; y cuando el resultado es bueno, como en el caso de Rómulo, siempre se le absolverá... Pues la manera como viven los hombres es tan diferente a la manera como deberían vivir que quien, para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacer, aprende lo que le lleva a la ruina y no lo que debería salvarle de ella. Un príncipe que desee mantenerse en el trono tiene que aprender a no ser bueno y a servirse o no de este conocimiento según exija la necesidad.

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ción de un estado nacional eficaz, es decir, una monarquía unitaria como la que el pensador italiano envidiaba a los españoles y franceses. En este sentido, su obra no debe considerarse como una reflexión abstracta sobre un tema político, sino más bien como la contribución personal de un empirista convencido a la solución de los problemas que aquejaban a su patria.

Erasmo de Rotterdam Así como Da Vinci encarnó el arquetipo del hombre de ciencia del Renacimiento, Erasmo fue el pensador humanista por excelencia. Su inteligencia privilegiada, su vastísima cultura clásica y su aguda ironía crítica le encumbraron como máximo exponente de los ideales cultos de su época. Aunque desarrolló idénticas ideas a las del humanismo italiano, supo exponerlas y transmitirlas como ningún otro. En consecuencia, cabe citarlo como la figura más destacada del movimiento humanista.

Vida y obra Erasmo nació en la localidad holandesa de Gouda, cerca de Rotterdam,

Maquiavelo, El Príncipe (fragmento)

En la concepción de Maquiavelo subyace el supuesto de que la naturaleza humana es esencialmente egoísta y destructiva. El poder del estadista es necesario precisamente por la insuficiencia del individuo para protegerse de la agresión de sus semejantes. Para evitar la anarquía generalizada que resultaría de la lucha continua que mantienen entre sí los hombres es preciso fundar un estado sólido y autoritario. En una sociedad tan corrompida como la italiana, el único modelo viable, según Maquiavelo, era la monarquía absoluta. Bajo el frío realismo de su doctrina, expuesta con insólita franqueza, se esconde la ferviente pasión por indicar un camino hacia la construc-

Erasmo de Rotterdam fue el pensador humanista por excelencia, símbolo de los ideales cultos de la época. En la imagen, retrato de Erasmo por Durero.


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El papa León X, retratado por Rafael, excomulgó a Martín Lutero, impulsor del cisma de la Iglesia cristiana.

su actitud intelectual, es el Elogio de la locura (1511), escrita durante su estancia en Inglaterra. Cabe citar también su producción teológica, iniciada con el Manual del soldado cristiano y continuada con Institución del principio cristiano y Sobre el libre albedrío, enérgica condena de la doctrina luterana de la predestinación. Los Adagios, recensión de aforismos clásicos, y los Coloquios familiares, expresión de su mordacidad crítica, completan el conjunto de su obra más relevante.

Pensamiento

ficiales sutilezas y sus excesos racionalistas, y a los eruditos, por su vacuo exhibicionismo. Todos ellos, extraviados en una vorágine de problemas abstrusos e irreales, habían perdido el contacto con el saber verdadero, y el único efecto que podían provocar con sus teorías era el de “secar el cerebro de quienes las estudian”. Al mismo tiempo, Erasmo alertó contra la ignorancia, que debía ser combatida en todas sus manifestaciones. El camino correcto para eludir ambos extremos, igualmente nocivos, sólo podía pasar por el retorno a la simplicidad especulativa y práctica, cuya expresión arquetípica estaba en la disciplina por excelencia: el Evangelio cristiano. El ideal erasmiano era, pues, la identidad intelectual con el diáfano mensaje de Cristo. A este nivel de espontaneidad espiritual y de sinceridad intuitiva, el cristianismo concuerda armónicamente con la sabiduría profana, y el hombre lúcido podría fundar su modelo de conducta sobre la fusión de ambas doctrinas. Para Erasmo, éste era el sentido en que el humanismo debía ser entendido, esto es, como formación ética para modelar la naturaleza humana y propiciar consiguientemente la fluida convivencia civil.

hacia el 1469. Huérfano a los dieciséis años, decidió ingresar en la or- El núcleo del pensamiento erasmiano den de los agustinos a fin de eludir es el análisis crítico. Con atrevida e inla tutela a la que había sido enco- teligente ironía, el pensador holandés mendado. Se ordenó sacerdote en sometió a juicio todas las instituciones 1492 y a los dos años el obispo de de su época, las religiosas, las polítiCambray requirió sus servicios. Con cas, las sociales y, en especial, las culel apoyo económico de éste, marchó turales. En el Elogio de la locura y en los a estudiar a París, donde comenzó a Coloquios, el humanismo adquiere una interesarse por el estudio humanis- nueva sensibilidad y conciencia mota. Visitó posteriormente Inglaterra, ral. Así, Erasmo, lamentando profunMartín Lutero impartió cursos en Cambridge y re- damente el estado de la actividad incibió el doctorado en Oxford, donde telectual, reprobó por igual a los teóconoció a Tomás Moro. Continuó sus logos, por las cuestiones en que se Artífice de la Reforma religiosa que viajes por toda Europa: Francia, los ocupaban; a los filósofos, por sus arti- dio origen al protestantismo y, por tanto, impulsor del cisPaíses Bajos, Renania, ma definitivo que esItalia, Suiza. Los príncindió la Iglesia criscipes europeos buscatiana, la figura de Marron su amistad y le distín Lutero ocupa un pensaron todo tipo de lugar capital en la hisatenciones. Sin embartoria de la civilización go, Erasmo rehusó occidental. siempre todas las propuestas que se le hicieron para no verse priVida y obra vado de su estimada Nació en Eisleben, Alemaindependencia. En nia, en 1483. Comenzó sus 1521 se radicó definitiestudios en Mansfeld y vamente en Basilea, luego en Magdeburgo, en ciudad en la que peruna escuela perteneciente manecería los quince a la misma fundación en últimos años de su la que estudió Erasmo. vida. Murió en 1536. Obligado por su padre, La obra fundamental Grabado ilustrativo de la expulsión de Adán y Eva del paraíso en una edición de la Biblia de Lutero, publicada en Frankfurt en 1704. emprendió la carrera de de Erasmo, síntesis de


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El humanismo

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Principales figuras del Renacimiento Nombre Nicolás de Cusa Lorenzo Valla Vernia Marsilio Ficino Leonardo da Vinci Pomponazzi Pico della Mirandola Erasmo Maquiavelo Copérnico Tomás Moro Martín Lutero Montaigne Giordano Bruno Galileo Kepler

Derecho, pero decidió ingresar en un convento agustino y en 1507 se ordenó sacerdote. Un viaje a Roma, donde observó las costumbres degeneradas de la corte papal, le hizo concebir la necesidad de una reforma exhaustiva de la disciplina eclesiástica. Su ruptura con la Iglesia romana comenzó en 1517, con la exposición de las célebres 95 tesis contra la práctica ignominiosa del perdón a cambio de fianza. La curia romana respondió acusándole de herejía, y en 1521, tras negar la autoridad de la Santa Sede y postular la libre interpretación de las Escrituras, Lutero recibió la excomunión del papa León X. Protegido por el soberano sajón Federico III, se dedicó entonces a perfilar las directrices de su doctrina. De esta época son sus renombradas disputas con Erasmo, representante del cristianismo humanista. En 1525 abandonó la vida monástica y, rompiendo la exigencia del celibato clerical, se casó con una antigua monja. Después de delegar la dirección del movimiento reformador en su sucesor Melanchton, regresó en 1534 a su cátedra de profesor en la Universidad de Wittenberg. Retirado a su ciudad natal de Eisleben, Lutero murió el 8 de febrero de 1546.

Fechas 1401-1464 1407-1457 1420-1499 1433-1499 1452-1519 1462-1524 1463-1494 1469-1536 1469-1527 1473-1543 1478-1535 1483-1546 1533-1592 1548-1600 1564-1642 1571-1630

Origen Alemania Italia Italia Italia Italia Italia Italia Países Bajos Italia Polonia Inglaterra Alemania Francia Italia Italia Alemania

La teología luterana El pensamiento de Lutero es la negación de los ideales humanistas. Su gran obra teológica, la doctrina de la Reforma, se asienta en concepciones radicalmente opuestas a la de los grandes pensadores del Renacimiento: el hombre del humanismo, microcosmos perfecto, encarnación de la esencia transmitida por la divinidad, sólo es para el fraile alemán una criatura huérfana y corrompida por el pecado; el majestuoso universo, regido por la armónica mecánica de las leyes de la naturaleza, un diabólico caos de confusión y tinieblas. De igual manera desaparece la equilibrada conjunción de saber profano y saber religioso que los humanistas preconizaron. Lutero subraya desmesuradamente la importancia de la fe y niega toda validez al saber secular: el mundo es el arbitrario producto de la inescrutable voluntad divina y cualquier intento de la inteligencia humana por razonar la verdad revelada es, además de absurdo, blasfemo. Sólo si el intelecto se anula a sí mismo entregándose a la fe puede llegarse al conocimiento de Dios. Consiguientemente, Lutero niega

Actividad Filosofía-teología Humanidades Averroísmo Filosofía platónica Humanidades Filosofía aristotélica Filosofía platónica Humanismo Filosofía política Astronomía Filosofía política Teología Ensayos Filosofía natural Matemática Astronomía

la pretendida independencia del hombre como autor de su destino. Al libre albedrío erasmista opone su teoría del albedrío esclavizado. El hombre es siervo absoluto de lo que Dios ha dispuesto para él, y nada puede obstaculizar la voluntad divina. Carecen, por tanto, de sentido las súplicas, los rezos y los arrepentimientos: la suerte de cada cual está echada. Sólo unos pocos elegidos, a quienes el Señor tuvo a bien conceder su gracia, podrán salvarse; de otra manera, la redención es imposible, ya que sin el auxilio divino la débil voluntad del hombre es incapaz de eludir el peso del pecado. El fatalismo de esta teoría, conocida como predestinación, deja sin resolver el problema clásico de toda la teología cristiana: si todo resulta de la voluntad de Dios, ¿cómo es posible la existencia del mal? El silencio de la doctrina de Lutero sobre esta cuestión es indicativo de la imposibilidad de conjugar las ideas de siervo, albedrío y pecado original.

Giordano Bruno Durante el siglo XVI, un grupo de pensadores conocidos como “filóso-


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FILOSOFÍA

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fos de la naturaleza” intentaron encontrar una explicación original del universo sobre la base de diversas teorías paganas y medievales. Aunque algunos de ellos conservaron ligeras influencias del aristotelismo, su característica fundamental fue justamente el esfuerzo por sustituir la física peripatética, hegemónica durante el largo período escolástico. Entre todos estos pensadores cabe destacar a Giordano Bruno, por la ascendencia que su elaborada formulación cosmológica ejerció sobre autores posteriores.

Vida y obra Bruno nació en 1548 en Nola, localidad del reino de Napolés. Con diecisiete años ingresó en la orden dominica y en 1572 se ordenó sacerdote. Su interés por la filosofía y por la alquimia pronto le granjeó la animadversión de las autoridades eclesiásticas, que terminaron acusándolo de herejía en 1578. Huyó entonces a Suiza y, tras un breve paso por Inglaterra, emprendió un largo período de peregrinaje por todo el continente. Durante esta etapa concibió el grueso de su producción escrita, en la que destacan fundamentalmente De la causa, del principio y de la unidad y El infinito universo, obras en las que Bruno expuso su subversiva cosmología. A su regreso a Italia en 1591, donde su obra ya era considerada maldita, fue hecho prisionero y condenado a muerte tras un largo proceso inquisitorial, en el que se negó a retractarse de sus heréticas teorías. Por orden del Santo Oficio, Giordano Bruno fue torturado y quemado en la hoguera el 17 de febrero de 1600.

El panteísmo Una de las notas más significativas del pensamiento de Giordano Bruno es su decidido eclecticismo, consecuencia lógica de su aspiración a una filosofía total. Aceptó prácticamente todas y cada una de las especulaciones del pasado; tan sólo mostró un enérgico rechazo por Aristóteles, en su parecer “hombre injurioso y ambicioso, que despreciaba las opinio-

nes de los demás filósofos con su manera de filosofar”. Ningún otro pensador había sintetizado en un mismo argumento teórico tal variedad de tesis. La estructura jerárquica de las realidades, de Plotino; el heliocentrismo –aunque corregido por la hipótesis de la infinidad de mundos–, de Copérnico; la identidad del ser, de Parménides; el atomismo, de Demócrito..., en mayor o menor medida, todos estos modelos informaron la filosofía natural del pensador dominico. Con su revolucionaria fusión de formulaciones tan heterogéneas, Bruno abrió una nueva vía para la especulación cosmológica, al tiempo que insuflaba savia nueva a las doctrinas precristianas, por entonces estancadas en los arcaicos esquemas que sus adeptos no habían acertado a superar. Una idea central articula toda la visión del mundo de Bruno: la identidad de todo lo existente. Todas las hipóstasis del neoplatonismo –Dios, inteligencia, alma del mundo, materia–, que él aceptaba tomar en consideración, se reducen no obstante a una sola: el Uno, principio y causa de todas las cosas. Dios es uno y el mismo: lo llena todo, ilumina el universo y orienta la naturaleza para producir sus especies como le conviene. Nosotros lo llamamos artífice interno porque forma la materia y la figura desde dentro: al igual que desde dentro la semilla o raíz gobierna y hace surgir los brotes; desde dentro del brote despliega las ramas, desde dentro de las ramas forma otras ramas menores; desde dentro de éstas da lugar a las yemas; y desde dentro, en cierto momento, toma sus humores de las

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frondas y frutos devolviéndolos a las ramas, de las ramas a los troncos, de los troncos a los brotes, de los brotes a las raíces. Giordano Bruno, Mundo, magia, memoria (fragmento)

Como en la cosmología plotiniana, los individuos son tan sólo modos de una sustancia única, de la misma manera que los números son variaciones con respecto a la unidad. La idea teológica de la Creación a partir de la Nada pierde, pues, todo sentido. El Uno, o Dios, no es más que la sustancia de las sustancias, presente, por tanto, en cada una de las criaturas del universo. Por otro lado, la creencia aristotélica y escolástica en un mundo cerrado también queda invalidada; si el universo comparte su esencia con una divinidad infinita, es absurdo concebirlo como realidad limitada. El verdadero propósito de Bruno, en una época de profunda crisis para el cristianismo, fue contribuir a la unidad religiosa. Con su apelación a la religión natural y al contacto directo con la esencia divina se opuso por igual a los reformadores, en su opinión espíritus misántropos que sólo buscaban sembrar la discordia; a los católicos, fanáticos enemigos de la naturaleza, y a los devotos del judaísmo primitivo, temerosos de un dios cruel y justiciero. La solución propuesta por Bruno, tan cercana a la visión mágica del universo como un todo animado en el que todas sus partes se interrelacionan de tal forma que el conjunto entero reacciona a las acciones singulares, no pudo resultar más indignante para los católicos y también para los luteranos.

Preguntas de repaso

1. ¿Qué rasgos característicos definen al pensamiento humanista? 2. ¿A que dos ideas teológicas fundamentales se oponía la doctrina panteísta de Giordano Bruno? 3. ¿Qué es la “docta ignorancia”? 4. ¿Qué actitud mantuvo Maquiavelo frente a la doctrina cristiana?


EL RACIONALISMO

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l extraordinario desarrollo francés René Descartes. Posteriorque experimentó la ciencia mente, los filósofos Baruch Spinoza durante el Renacimiento afianzó la y G. W. Leibniz desarrollaron modeconfianza de los pensadores en las los teóricos bajo las mismas coordefacultades intelectuales del ser hu- nadas, y a pesar de lo distinto de sus mano para descubrir los principios conclusiones, constituyen así mismo fundamentales de la realidad. A la ilustres paradigmas del racionalismo creciente valoración de la razón llamado clásico. como método autónomo de conociA partir del siglo XVIII, el racionamiento vino a sumarse a partir del si- lismo inicial fue modificándose a glo XV el fecundo aprovechamiento instancias de las nuevas corrientes de las matemáticas en el campo de la filosóficas, en especial el idealismo física. Esta afirmación de las herra- crítico alemán. Despojado de su raimientas intelectivas basadas en la gambre metafísica, la concepción del pura abstracción teórica y ajenas, en mundo como ordenamiento racional consecuencia, a la necesidad de de- pronto resultó insostenible, a pesar mostración empírica, se plasmó a lo de lo cual mantuvo una imlargo del siglo XVII en el nacimiento portancia fundamental su de los sistemas filosóficos habitual- vertiente epistemológica, es mente conocidos como racionalistas. Estos sistemas, de naturaleza eminentemente metafísica, no se limitaban a postular la razón como forma suprema del saber, sino que explicaban todo lo real como producto del raciocinio creador de Dios. Por consiguiente, si se suponía que el orden del mundo era racional, el instrumento óptimo para su estudio no podía ser otro que la razón. No obstante, esta presunción también debía ser validada; el correcto ejercicio de la razón implicaba la duda sobre su supuesta excelencia. De ahí que quepa citar, como otra de las causas de la aparición del raArriba, retrato del pensador francés cionalismo, la exigencia de un René Descartes, autor del primer sistema filosófico racionalista. A la método que garantizase la veraderecha, portada de su Discurso del cidad de las especulaciones filoMétodo, en una edición de 1637. sóficas. Fotografías de cabecera: Heráclito, en un El primer sistema filosófico detalle de la Escuela de Atenas, de Rafael racionalista fue el del pensador (izq.), y Erasmo de Rotterdam (der.).

decir, la afirmación de la razón como órgano esencial de conocimiento. En cualquier caso, la principal influencia del racionalismo en el devenir de todo el pensamiento filosófico hasta nuestros días radica en la importancia concedida al método como base para garantizar la validez de la reflexión especulativa. A partir de Descartes, los filósofos se vieron obligados a dedicar buena parte de sus sistemas a dilucidar en qué medida el conocimiento humano puede adquirir conciencia de sus propias limitaciones para ofrecer una explicación “objetiva” de la realidad.


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FILOSOFÍA

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René Descartes Vida y obra Descartes nació en 1596 en la ciudad francesa de La Haye. Ingresó con ocho años en un colegio jesuítico, donde se concedía gran importancia a la enseñanza matemática. Tras graduarse en leyes en la universidad de Poitiers inició una carrera militar que le llevaría a tomar parte en la guerra de los Treinta Años. Los largos períodos de inactividad en el frente le proporcionaron amplias oportunidades para el estudio y la meditación. En 1628, finalizada una breve estancia en París, se instaló en Holanda, donde se dedicó de pleno a la reflexión filosófica y abordó la realización de sus obras fundamentales. La abierta oposición de los editores holandeses a su pensamiento le hizo aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia y en 1649 se estableció en Estocolmo. Severamente afectado por la dureza del clima báltico, Descartes murió al año siguiente de su llegada. La obra fundamental de Descartes es el célebre Discurso del método, exposición de su concepción epistemológica. Cabe así mismo reseñar sus Reglas para la dirección del espíritu y las Meditaciones sobre filosofía primera, además de los tratados científicos Meteoros, Dióptrica y Geometría.

que hiciera posible extender el rigor de la matemática y la geometría –en su opinión, las dos formas supremas del pensamiento– al estudio filosófico de la realidad. Sólo así sería posible descubrir la verdad. El método que Descartes propuso para hallar pensamientos de cuya certeza no se pudiera dudar fue precisamente el sistema de la duda radical, es decir, la llamada duda metódica. La aplicación de este método implica el rechazo de todo lo que no se presente a la razón de un modo evidente. En consecuencia, Descartes concluye que ninguna afirmación basada en la experiencia, es decir, en la información transmitida por los sentidos, puede ser aceptada, ya que no supera la prueba de la duda metódica. No se puede conocer si lo que se ve u oye es cierto, ya que es posible que se esté soñando sin saberlo. Así pues, desde el punto de vista lógico el empirismo no es válido. No obstante, en medio de la incertidumbre general, Descartes encuentra una proposición cuya verdad es incontrovertible, es decir, es imposible negarla lógicamente. Esta proposición es el célebre cogito ergo sum: “pienso, luego existo”. En efecto, si de algo nos es imposible dudar es precisamente de que estamos dudando; no puede haber duda a menos que alguien dude; todo pensamiento presupone un ser pensante.

El método cartesiano El propósito fundamental del pensamiento filosófico de Descartes fue concebir un método de conocimiento

Y como hay hombres que se equivocan al razonar, aun acerca de las más sencillas cuestiones de geometría [...], juzgué que yo mismo estaba tan expuesto a errar como cualquier otro

y rechazé como falsos todos los razonamientos que antes había tomado por demostraciones. Finalmente, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden también ocurrírsenos cuando dormimos, sin que en tal caso sea ninguno verdadero, resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más ciertas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí en seguida que aun queriendo pensar, de este modo, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al advertir que esta verdad –pienso, luego soy– era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla, juzgué que podía acatarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba. René Descartes, Discurso del método (fragmento)

El ejercicio de la duda metódica conduce a esta afirmación fundamental: la existencia humana es cierta. Ahora bien, ¿cómo continuar a partir de aquí? La existencia del sujeto pensante no implica la verdad de lo que transmiten los sentidos, por lo cual no es posible afirmar la realidad del mundo externo. Descartes procede de la siguiente manera: toda proposición que sea tan clara y distinta como la sentencia “pienso, luego existo” debe ser necesariamente cierta. Tan claras y distintas como el cogito son, en opinión de Descartes, las proposiciones

Concepciones racionalistas de la sustancia Sustancia

Causa de su interrelación en el hombre

Filósofo

Modelo

Descartes

Dualista

Pensante Extensa

Glándula pineal

Spinoza

Monista

Naturaleza (Dios)

(problema inexistente)

Leibniz

Pluralista

Mónada

Armonía preestablecida


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como “es imposible ser y no ser al mismo tiempo” y, en especial, “de la nada, nada puede originarse”. De la certeza de esta última afirmación se deduce que todo tiene una causa. Así pues, las ideas claras y distintas que se forman en el entendimiento deben tener una causa esencialmente perfecta. En opinión del pensador francés, ésta no es otra que Dios, cuya existencia queda así probada, ya que lo que constituye una evidencia para la razón –y Dios, según este razonamiento, lo es– no puede ser erróneo. Este argumento ha sido tradicionalmente reprobado por casi todos los filósofos posteriores debido a su “circularidad”: la razón confirma la certeza de lo que la razón deduce. La convicción racional de la existencia de Dios –y no la experiencia sensorial– es a su vez la prueba de la existencia del mundo: es necesario que lo que sentimos y percibimos exista, ya que Dios, ser infinito y perfecto, no puede ser causa de un engaño.

de Spinoza fue, como veremos, bastante más radical.

Baruch Spinoza Vida y obra Spinoza nació en 1632 en Amsterdam. Debido al origen sefardita de su familia, acaudalados judíos de procedencia española, fue educado en el saber rabínico. Sin embargo, su independencia ideológica, alimentada con lecturas de la cultura clásica grecolatina y medieval, motivó su expulsión en 1656 de la comunidad judía. Se estableció entonces en La Haya, donde

La concepción dualista de Descartes Para explicar la esencia del mundo, Descartes recurre al concepto de “sustancia”, es decir, lo que para existir no precisa más que de sí mismo. Sin embargo, Descartes es un dualista, ya que cree en la existencia de dos principios radicalmente diferentes. En consecuencia, esa sustancia no es única; en realidad, existen dos tipos de sustancias independientes: la sustancia extensa, que forma los cuerpos físicos, y la sustancia pensante, el alma o espíritu. A pesar de su total separación, ambas se integran en el ser humano, e incluso interactúan en él. Así, los sucesos en la sustancia extensa, el cuerpo, provocan sucesos en la sustancia pensante, el alma, y viceversa. El problema de la comunicación entre las dos sustancias, aún no resuelto filosóficamente, fue pronto denunciado por los pensadores contemporáneos de Descartes. ¿Cómo se supone que el cuerpo afecta al alma o que ésta afecta al cuerpo? La respuesta de los llamados ocasionalistas afirmó la mediación de Dios en el proceso: Él es quien crea los efectos correspondientes en ambas sustancias. La respuesta

Portada de una edición del Tractatus Theologico-politicus, obra de Baruch Spinoza.

su discreta ocupación como pulidor de lentes le proporcionó suficiente sosiego para sus especulaciones filosóficas. Murió en 1677. Entre las obras de Spinoza cabe citar Tractatus Theologico-politicus y la inconclusa Reforma del entendimiento. Su obra fundamental, publicada después de su muerte, es la Ética demostrada según el orden geométrico, expresión del racionalismo extremo de Spinoza.

La sustancia única Profundamente influido por el pensamiento de Descartes, Spinoza se propuso, no obstante, criticar lo que

El racionalismo

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consideraba erróneo en la concepción del francés. En opinión de Spinoza, no es necesario suponer la existencia de algo (Dios) por encima de la naturaleza. Ésta, para ser explicada, no necesita de ningún principio o causa más allá de ella misma: no depende de nada más que de su propia esencia. Es decir, esencia y existencia son lo mismo. La entidad que existe por sí misma no puede ser otra que Dios. Luego Dios y la naturaleza son, para Spinoza, una y la misma cosa. El dualismo cartesiano se reduce a un monismo panteísta radical: de un modo absoluto, todo lo existente es una única sustancia. Las dos sustancias de Descartes, el pensamiento y la extensión, no pueden, en consecuencia, ser tales sustancias. Spinoza soluciona el problema de la diversidad introduciendo la idea de atributo, es decir, cada uno de los modos que aplica el pensamiento para entender la naturaleza única. Cada cosa es explicada por medio de la referencia a su atributo. El dualismo de Descartes no es sino un malentendido: el hombre no es cuerpo y mente, sino que puede ser entendido por medio de esos atributos, extensión y pensamiento. Por consiguiente, no existe el pretendido problema de la incomunicación entre cuerpo y alma, dado que los sucesos físicos y los sucesos mentales son simplemente diferentes modos de describir el mismo fenómeno. Tomemos el ejemplo de la visión; ésta, según el atributo de la extensión, es el producto de un proceso cerebral por el cual ciertos estímulos físicos inciden sobre un órgano corporal específico (el ojo); según el atributo del pensamiento, la imagen vista existe efectivamente en la mente y puede ser descrita. En la concepción de Spinoza, ambos modos son igualmente válidos, diferentes explicaciones de una realidad única.

La ética de Spinoza La confianza de Spinoza en la razón le lleva al extremo de formular una concepción moral mediante la aplicación de un método inductivo análogo al de la geometría y la matemática. El pensador judío parte de una


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FILOSOFÍA

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idea fundamental: todo sucede en el mundo por necesidad. En sentido filosófico, esto significa que ningún acontecimiento es casual, todo está exactamente determinado. En consecuencia, la voluntad del hombre no es libre: ninguno de sus actos podría haber dejado de producirse o haber sido de otro modo. Sin embargo, es muy frecuente que el hombre sienta arrepentimiento o envidia, incluso ira motivada por los sucesos de la vida. Estas emociones absurdas, basadas en una concepción falsa del mundo, son denominadas por Spinoza emociones pasivas. Para liberarse de ellas, el hombre debe combatirlas con las emociones activas. La emoción activa viene dada exclusivamente por el amor al conocimiento de Dios. Sólo aproximándose a este conocimiento, que es también el autoconocimiento de reconocerse a sí mismo como parte de ese Dios-Naturaleza-sustancia, podrá el hombre comprender lo irracional de las emociones pasivas y le será posible eliminarlas. Conocimiento y amor por Dios es, en definitiva, amor por uno mismo, una vez conquistada la libertad con respecto a las pasiones dañinas. En opinión de Spinoza, no existe bien más preciado para el hombre.

Gottfried Wilhelm Leibniz Vida y obra Leibniz nació en 1646 en la ciudad alemana de Leipzig. A los quince años de edad ingresó en la universidad de su localidad natal, donde se interesó por el estudio de la filosofía aristotélica y escolástica. Una breve estancia en París le permitió entrar en contacto con el racionalismo de Descartes, que le causó una viva impresión. En 1666, contando veinte años de edad, rechazó una cátedra en la universidad de Nüremberg y se dedicó a intervenir en la vida política de su tiempo al servicio de diversas autoridades de los estados germánicos. No alcanzó el éxito en ninguno de sus ampulosos pro-

yectos, entre los que se encontraban la unificación de Europa o la unidad de todas las iglesias cristianas. Sin embargo, su apasionada actividad científico-especulativa resultó enormemente fructífera. En sus continuos viajes por todo el continente, Leibniz entabló relación con sus contemporáneos más eminentes en el campo del saber, destacando en este sentido sus célebres polémicas con los empiristas ingleses. No obstante, tras el deterioro de sus relaciones con la casa de Hannover renunció a cualquier actividad pública, muriendo en 1716 abandonado de casi todo el mundo. Se calculan en más de doscientas mil las páginas escritas por Leibniz a lo largo de su vida, la gran mayoría de las cuales aún está inédita. Entre sus obras esenciales sobresalen los Discursos de Metafísica, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Teodicea, Principios de la naturaleza y la gracia y Monadología.

La armonía preestablecida Frente al dualismo cartesiano y al monismo de Spinoza, Leibniz sostiene una concepción pluralista. Acepta la idea de Descartes de la sustancia como realidad autónoma e independiente, pero lejos de reducirla a los dos tipos expuestos por el pensador francés afirma la existencia de una infinidad de sustancias simples y no materiales (inextensas) que denomina mónadas. Las mónadas –del griego monos (uno)– son indivisibles e infinitas en cuanto a su número, y pueden definirse como puntos provistos de fuerza o energía, propiedades éstas de todo objeto real. Cada mónada, afirma Leibniz, es un reflejo del universo: el desarrollo del mundo es el producto de la relación concordante de todas las mónadas con arreglo a lo dispuesto por Dios en el acto de la Creación. El plan inicial del Creador, en virtud del cual las mónadas se estructuran para conformar el universo, es denominado por Leibniz armonía preestablecida. Esta ordenación concebida de antemano explica la vinculación entre las sustancias. La razón de que el alma responda a los fenómenos

del cuerpo, y a su vez el cuerpo reaccione a las órdenes del alma, no es la comunicación establecida entre las mónadas, posibilidad que Leibniz niega absolutamente con su clásico aserto de que “las mónadas no tienen ventanas”; la integración de las sustancias se produce gracias a la intervención de Dios, no repetidamente en cada caso concreto –como postulaba la corriente ocasionalista–, sino en el instante único del inicio del cosmos. No obstante, Leibniz se esfuerza en precisar que la fuerza propia de las mónadas no debe entenderse como una energía capaz de producir el movimiento de los cuerpos; no es ésa su función. La fuerza de las mónadas consiste en la propiedad de generar contenidos de conciencia (imágenes sensibles, pensamientos, emociones, sentimientos, etc.). De ahí que las percepciones del mundo externo no sean resultado de causas externas, sino que obedecen exclusivamente a la acción interior de las mónadas sobre la conciencia. Lo que se ve no son percepciones de algo externo a nosotros; son efecto de las mónadas que operan en mí. En consecuencia, llega a afirmar Leibniz, la realidad extrínseca, el mundo externo, sólo existe como producto de la mente humana. La influencia de la metafísica de Leibniz, depurada de su racionalismo radical, es evidente en bastantes de los filósofos posteriores, entre ellos uno de los pensadores más sobresalientes de la historia, el también alemán Immanuel Kant.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Cuál es el principio fundamental del método de conocimiento cartesiano? 2. ¿En qué difieren las concepciones ontológicas de Descartes y Spinoza? 3. ¿En qué consiste la “armonía preestablecida” enunciada por Leibniz?


EL EMPIRISMO

L

a antítesis del pensamiento racionalista de los filósofos del continente europeo está representada en la postura filosófica que durante los siglos XVII y XVIII desarrollaron los llamados empiristas británicos. A pesar de las evidentes diferencias que los separan, un mismo rasgo caracteriza por igual a sus doctrinas: el rechazo de todo pensamiento no basado en la experiencia sensible. El empirismo británico se inspira en los presupuestos de Bacon y continúa en la obra de Hobbes y de Locke, para culminar en la radical formulación de Hume.

co, defiende un método experimental, es decir, basado en un riguroso control de las observaciones como requisito indispensable para la posterior generalización de los principios universales. Es el denominado método inductivo. En la segunda parte del Novum Organum, Bacon expone con detalle dicho método. Consta básicamente de dos fases: una, la enunciación de los principios generales a partir de lo verificado en la experimentación de casos particulares, y otra, el análisis de las conclusiones establecidas en

Francis Bacon Bacon nació en Londres en 1561, hijo de un dignatario de la corte real. Tras graduarse en derecho y filosofía por el Trinity College de Cambridge comenzó una intensa carrera política que no estuvo exenta de episodios turbios. En 1621 fue acusado de corrupción; la Cámara alta le privó de su condición de lord y decretó su encarcelamiento. La intervención del monarca evitó su ingreso en prisión. Bacon se recluyó entonces en su vida privada, dedicándose en exclusiva al estudio. Murió en 1626. Casi toda la obra de Francis Bacon se ocupa de la filosofía de la ciencia y en ella lleva a cabo una crítica de los métodos escolásticos basándose en su falta de fiabilidad. En su opinión, el progreso de la ciencia sólo es posible si ésta se funda sobre un método adecuado. En su fundamental tratado Novum Organum, así titulado por contraposición al Organum aristotéli-

Thomas Hobbes fue uno de los máximos representantes del empirismo británico. Fotografías de cabecera: Heráclito, en un detalle de la Escuela de Atenas, de Rafael (izq.), y Erasmo de Rotterdam (der.).

la primera fase. Ambas fases se controlan por medio de una serie de tablas: 1. La tabla de presencia, registro de los casos en los que aparece el fenómeno investigado. 2. La tabla de ausencia, registro de los casos en los que el fenómeno no se produce. 3. La tabla de grados, registro de las variaciones de intensidad que presenta el fenómeno. 4. La tabla de exclusiones, relación de los restantes fenómenos que no se


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FILOSOFÍA

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dan en los casos de la tabla de presencia. Los resultados que el propio Bacon obtuvo con tan complejo método fueron bastante insatisfactorios, pobres si se los compara con los espectaculares hallazgos de su admirado contemporáneo Galileo. No obstante, lo sustancial de su aportación hay que buscarlo en su entusiasta fe en la investigación experimental como vía de conocimiento y dominio de la naturaleza por el hombre. Su esfuerzo por sustentar la ciencia sobre la comprobación directa de los fenómenos le convierte en un antecedente directo de la corriente empirista.

Thomas Hobbes El renombre del pensador inglés Thomas Hobbes se debe sobre todo al destacado lugar que su original justificación de la monarquía absolutista ocupa en la historia del pensamiento político. En cuanto a lo estrictamente filosófico, es obligado reseñar su cosmología mecanicista, expresiva de la radical crítica del esquema conceptual aristotélico que el empirismo británico llevó a cabo. Nacido en 1588 en Wesport, Inglaterra, Hobbes se dedicó desde temprana edad a viajar por toda Europa. Sus prolongadas estancias en el continente le dieron la oportunidad de conocer personalmente a importantes personalidades de su tiempo, como Galileo y Mersenne. Fruto de esta múltiple influencia y de sus propias convicciones filosóficas es el tratado Elementos de ley natural y política. En 1640, huyendo de la dictadura de Cromwell, se estableció en París, donde escribió su célebre Leviatán, exposición de su credo político. Al regresar a Inglaterra, una vez restaurada la monarquía, publicó De cive y De homine, y comenzó a sufrir el hostigamiento de las autoridades eclesiásticas. Como consecuencia, y pese a gozar de la protección del rey Carlos II, Hobbes se retiró de la vida pública y vivió con gran discreción hasta su muerte, acaecida en 1679. Al tiempo que niega enérgicamente

el dualismo de Descartes, Hobbes elabora una concepción de la naturaleza a la que se puede denominar materialismo mecanicista. En su opinión, el concepto básico es el movimiento, entendido éste no en un sentido cualitativo –transformación de potencia a acto–, como admitía Aristóteles, sino en sentido exclusivamente cuantitativo, es decir, como traslación física de un cuerpo en el espacio. Defender este carácter primordial del movimiento físico (postura mecanicista) implica el materialismo: sólo tiene sentido hablar de movimiento si existe algo susceptible de moverse, y las únicas cosas que pueden variar su ubicación en el espacio son las partículas materiales. Por tanto, Hobbes concluye que los elementos constitutivos de la realidad no son otros que las partículas materiales o átomos. Todo, en definitiva, es cuerpo. La diferencia con respecto al modelo aristotélico-escolástico es notable. Tómese el ejemplo del árbol que nace de una semilla. Para Aristóteles, la semilla es en potencia árbol; aquélla es causa material de éste. El hecho de que la potencia se actualice y dé lugar al árbol se debe a las causas eficiente, formal y final que postulaba el estagirita. En opinión de Hobbes, la causa de la transformación de la semilla en árbol no es otra que el movimien-

Edición de las obras filosóficas de Thomas Hobbes, expresión de la crítica del esquema conceptual aristotélico desde presupuestos mecanicistas.

to de las partículas materiales que constituyen la semilla. Hobbes afirma, así mismo, que las leyes básicas de la realidad son las mismas del movimiento. Las causas necesarias para la explicación de los movimientos pueden reducirse al impulso de una partícula material sobre otra. Idéntico proceso explica la génesis de todo lo existente: la realidad está determinada por leyes causales que no podían haber sido de otro modo. Es inevitable que una partícula impulsada por otra reciba de ésta una determinada cantidad de movimiento; no puede ser de otra manera, y lo mismo ocurre con los fenómenos del cosmos. Todo en la naturaleza, incluidos los actos del hombre, sucede por necesidad, es decir, está ineludiblemente determinado. Según Hobbes, sólo puede conocerse un fenómeno si se llega a conocer el movimiento o los movimientos que lo constituyen. La experiencia, es decir, la captación de impresiones sensibles que informen acerca de ese movimiento es, por tanto, condición necesaria para el conocimiento. En esta convicción estriba el incipiente empirismo del pensador inglés.

John Locke El empirismo filosófico propiamente dicho se inicia con la obra del inglés John Locke. Su pensamiento está estrechamente emparentado con el de Bacon; como éste, Locke atribuye a la experiencia el origen de los conocimientos humanos. Sin embargo, su doctrina presenta un carácter esencialmente distinto. Mientras que para Bacon (como para Descartes) el problema básico de la filosofía era la configuración de un criterio absoluto que diera validez al conocimiento, para Locke el auténtico problema residía en investigar los diversos procesos que acontecen en la mente humana, independientemente del objeto de su actividad. En resumen, Locke sustituye la tradicional concepción de la filosofía como búsqueda metafísica de la verdad, por la interpretación de la filosofía como “indagación sobre los


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poderes y objetos de la inteligencia humana”.

Vida y obra John Locke nació en 1632 en Wrington, cerca de Bristol, Inglaterra. Estudió ciencias y humanidades en Oxford, donde permaneció como profesor varios años, durante los cuales profundizó en los avances científicos de su tiempo y se familiarizó con el pensamiento cartesiano. En 1667 fue requerido como secretario por lord Ashley, cuya exitosa carrera política le supuso a Locke el desempeño de importantes tareas de asesoramiento en Londres. En 1675, lord Ashley cayó en desgracia y Locke decidió renunciar a la vida pública y dedicarse a elaborar la que sería su obra principal, Ensayo sobre el entendimiento humano. Años más tarde, el rey devolvió su confianza a lord Ashley, pero ello no arrancó a Locke de su febril actividad filosófica. Tras completar el Ensayo publicó dos Tratados sobre el gobierno, las famosas Cartas sobre la tolerancia y los Pensamientos sobre la edu-

El empirismo

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cación, obvias muestras de genuino liberalismo político. En el privado reducto de la mansión Mashan, en Essex, Locke murió en 1704.

La epistemología de Locke La solución de Descartes al problema de la existencia mental de las proposiciones necesarias fue drásticamente rechazada por Locke. En opinión de éste, no existen las ideas innatas defendidas por el racionalista francés; todo conocimiento, incluso las verdades lógicamente necesarias –el cogito ergo sum, el principio de no contradicción, la causalidad de todas las cosas, etc.–, es producto de la experiencia. Nada es previo al aprendizaje empírico; la mente, mantiene Locke, es una hoja de papel en blanco –tabula rasa– y el único modo de escribir sobre ella es por medio de la experiencia sensible. La experiencia sensible es el resultado de la incidencia de los fenómenos físicos sobre los sentidos. La luz,

El británico Francis Bacon realizó en su obra una dura crítica a los postulados escolásticos.

Para John Locke, la filosofía es una “interpretación sobre los poderes y objetos de la inteligencia humana”.

por ejemplo, incide en el ojo; las ondas sonoras, en el oído. Esta incidencia o “afección de los sentidos” es transmitida al cerebro, que reacciona produciendo lo que Locke denomina ideas mentales. Las ideas son el material del conocimiento, todo él procedente de la experiencia. Llegado a este punto, el problema que se le presenta a Locke es el de la naturaleza del mundo externo. Como se ha indicado, las ideas son el resultado de determinados procesos fisiológicos. Así, el fenómeno de la sensación visual consta de cuatro elementos: el objeto externo, la luz reflejada en él y que incide en el ojo, los procesos neurológicos y, por último, la imagen que la mente se forma del objeto. En consecuencia, es inevitable distinguir entre objeto externo e imagen mental, ya que, según Locke, no se ve el objeto en sí, sino la idea que la mente se forma de él. El empirismo de Locke escinde, pues, la existencia en dos entidades diferentes: objetos del mundo externo e ideas. Muchos han sido desde entonces los filósofos dedicados –con diferente éxito– a la tarea de formular una concepción que integre sin distinción las dos realidades. El empirismo lockiano fue llevado al límite por otro célebre pensador, el escocés David Hume.


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FILOSOFÍA

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David Hume La concepción filosófica que identifica la base del conocimiento con las impresiones captadas por los sentidos culmina con la obra de Hume. El empirismo del pensador escocés es más que otra cosa un escepticismo radical, lo que a juicio de muchos filósofos lleva inevitablemente al absurdo. La doctrina de Hume es un callejón sin salida: tras ella, el empirismo quedó definitivamente colapsado y los filósofos posteriores hubieron de deshacer el camino andado.

Vida y obra David Hume nació en 1711 en Edimburgo, en el seno de una familia noble, pero de escaso patrimonio. Tras cursar tres años en la universidad de Edimburgo contravino la voluntad familiar y abandonó sus estudios de leyes en 1726, dedicándose a la especulación filosófica. Después de trabajar un tiempo en la oficina de un comerciante de las Indias occidentales en Bristol marchó a Francia, donde

permaneció tres años asistiendo a clases en el colegio jesuítico de La Fléche, el mismo en el que había estudiado Descartes. En 1739 volvió a su país y publicó el Tratado de la naturaleza humana. Tras fracasar en su intento de conseguir una cátedra en Edimburgo desempeñó diversas ocupaciones al servicio de destacadas autoridades de la vida pública británica. En 1748 publicó su obra más célebre, Investigación sobre el entendimiento humano, a la que siguieron los Discursos políticos y la Investigación sobre los principios de la moral. En 1751 obtuvo el cargo de bibliotecario de la facultad de abogados de su ciudad y pudo entonces abordar la realización de su prestigiosa Historia de Inglaterra. A pesar de la inclusión de sus obras en el índice de libros prohibidos por la Iglesia católica, su reconocimiento público fue en aumento, y en 1763 fue destinado como diplomático a París. Conoció allí al filósofo ilustrado Jean-Jacques Rousseau, con quien mantuvo durante cierto tiempo una intensa relación de amistad. A su retorno a las islas ejerció un breve cargo político en Londres antes de retirarse definitivamente a su Edimburgo natal, donde murió en 1776.

El escepticismo de Hume

El pensamiento de David Hume, expresión del empirismo más estricto, insistía en la imposibilidad del conocimiento verdadero.

En líneas generales, la teoría de las ideas de Hume coincide con la de Locke. Como éste, considera que la experiencia es la única fuente de conocimiento y que todas las ideas proceden, pues, de los datos facilitados por los sentidos. No obstante, Hume introduce importantes precisiones que diferencian notoriamente su epistemología de la de su antecesor. La distinción de Locke entre las cualidades de las cosas y la representación mental de dichas cosas también es recogida por Hume, pero con un importante matiz: las representaciones de la mente, ideas en la teoría lockiana, se dividen en dos clases, impre-

siones e ideas. Para Hume, la impresión es el resultado inmediato de una sensación, mientras que la idea es el producto de una operación del intelecto a partir de la información obtenida por medio de impresiones. Por ejemplo: el libro que leo es, cuando lo miro, una impresión; la imagen mental que tengo de él cuando cierro los ojos y trato de imaginarlo es una idea. A su vez, las impresiones se dividen en simples y complejas. La percepción de una naranja, por ejemplo, es una impresión compleja, ya que incluye varias impresiones simples combinadas: color, forma, sabor, olor, etc. A las impresiones simples y complejas corresponden ideas simples y complejas. Sólo es posible elaborar una idea simple si antes se ha tenido una impresión simple. En cambio, las ideas complejas pueden proceder de impresiones complejas y también de simples combinadas. Según Hume, la relación entre impresión simple e idea simple es una relación de causa-efecto. En consecuencia, todo nuestro conocimiento de la realidad y de nuestros actos se basa en esta relación de causalidad, en la inferencia de un efecto a partir de una causa: si se escucha el trueno, se deduce que habrá un relámpago. Por tanto, considera Hume, para desentrañar las leyes del conocimiento humano es indispensable comprobar la validez de esta conexión causal. A esta comprobación dedica su Tratado de la naturaleza humana. El punto de vista de Hume constituye una novedad total: desde los filósofos de Elea –”de la nada, nada viene”– hasta Descartes, quien la consideraba una verdad innata, la relación causa-efecto había sido plenamente aceptada por toda la filosofía anterior. Incluso el empirista Locke afirmaba que todo debía tener una causa. La conclusión del Tratado es muy distinta. En su opinión, la proposición “este suceso no tiene causa” no constituye ninguna contradicción. Es más, es imposible afirmar, añade Hume, que un suceso haya de provocar necesariamente un efecto determinado. El propio filósofo expone un ejemplo: la experiencia nos ha enseñado que si una bola de billar


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El empirismo

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Principales figuras del empirismo británico Filósofo

Fecha

Obra fundamental

BACON

1561-1626

Novum Organum

Método inductivo

HOBBES

1588-1679

Elementos de ley natural y política

Concepción mecánico-materialista del universo

LOCKE

1632-1704

Ensayo sobre el entendimiento humano

Distinción entre realidad externa y pensamiento

HUME

1711-1776

Tratado de la naturaleza humana

Imposibilidad del conocimiento verdadero

golpea a otra, ésta comenzará a moverse gracias al impulso recibido; por tanto, cada vez que vemos una bola dirigiéndose hacia otra deducimos que ésta se pondrá igualmente en movimiento; sin embargo, esta deducción es simplemente fruto de la costumbre: no es una necesidad lógica que la segunda bola comience a rodar, ni constituye contradicción alguna negar que esto vaya a suceder. Como nunca se ha visto lo contrario –que la segunda bola no ruede– se asegura ciegamente el acontecimiento futuro, aunque esta creencia sea infundada. En síntesis, lo que Hume sostiene es que la deducción de un efecto a partir de una causa no es posible lógicamente, sino que sólo puede deducirse por medio de la experiencia. No hay vinculación causal entre acontecimientos, lo que se conoce como causa y efecto son meros conceptos de la imaginación que surgen al asociar por costumbre contenidos mentales contiguos en el tiempo. En opinión de Hume, la relación causa-efecto es injustificable racionalmente, luego es imposible que el conocimiento humano, basado en tal relación, obtenga certeza alguna. El absurdo de la explicación de Hume consiste, según denunciaron

Tesis

los filósofos, en una confusión teórica, el llamado error categorial. Si se supone que una bola golpeada rodará o que al trueno seguirá el rayo, no es porque se haya visto que así ocurre siempre, sino porque es lo que debe suceder según las leyes físicas. Los defensores de Hume podrían objetar que estas leyes son sólo fruto de la observación; sin embargo, no es así: las leyes físicas explican lo observado, pero no constituyen en sí algo observado. En definitiva, la conclusión de Hume es el resultado de confundir el plano epistemológico con el ontológico. El pensador escocés extendió, así mismo, su escepticismo radical al tema de la conciencia y la sustancia. Ambos términos pertenecen al conjunto de palabras que, según Hume, carecen de sentido: no existen tales entidades. La sustancia es un concepto

_

vacío, referencia ideada por la mente para agrupar una serie de impresiones; el yo es una idea de la imaginación, imposible desde un punto de vista lógico, ya que no existe impresión ninguna que la fundamente. De nuevo, los filósofos sucesivos se encargaron de demostrar con diversas paradojas argumentales lo lejos que estaba la atrevida conclusión de Hume de solventar ambas cuestiones. La importancia de Hume para la historia del pensamiento radica más en su denuncia de las deficiencias de la lógica, que en la solución de los problemas filosóficos. Un empirismo tan estricto como el suyo, tenazmente reacio a toda explicación no basada en la experiencia sensible, había de conducir inevitablemente al estancamiento. Sería otro pensador excepcional, Immanuel Kant, el encargado de sacar a la filosofía de esta parálisis teórica.

Preguntas de repaso

1. ¿En qué consiste la radical oposición entre racionalistas y empiristas? 2. ¿Cuál es la diferencia entre deducción e inducción? 3. ¿Por qué la doctrina de Hume conduce a un callejón sin salida?


LA ILUSTRACIÓN

S

e conoce con el nombre de Ilustración el movimiento intelectual surgido en Europa desde el siglo XVIII –el “Siglo de las Luces”– como culminación de los brillantes avances científico-filosóficos de la edad moderna y preludio de la irrupción de las formas propias del pensamiento contemporáneo. La Ilustración no fue tanto una corriente filosófica en sentido estricto como una tendencia de opinión encarnada en una particular visión del hombre y el mundo; supuso el desenlace lógico de

la tradición humanista iniciada en el Renacimiento y encaminada a sustentar el ejercicio del saber sobre presupuestos cada vez más laicos y racionales. Son varios los rasgos característicos del pensamiento ilustrado. El más destacado, ya que constituye de hecho el fundamento de todos los demás, es la absoluta confianza en los poderes de la razón como instrumento idóneo para resolver todas las cuestiones humanas, desde los problemas filosóficos y científicos hasta los religiosos y

Las monarquías europeas del siglo XVIII fueron permeables a la Ilustración, movimiento surgido al compás de los brillantes avances científicos y filosóficos de la edad moderna. En la imagen, ceremonia en la corte de María Teresa de Austria. Fotografías de cabecera: Jean Le Rond D’Alembert (izq.) y La libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (der.).

políticos. El ideal antropocéntrico del Renacimiento fue rescatado por los ilustrados para basar en él una concepción abiertamente optimista de las potencias del hombre para acometer la transformación de la realidad. La razón, emancipada y autónoma, debía rebasar los rígidos contornos de la pura especulación para materializarse históricamente. Todos los dominios que afectan a la existencia humana, en especial la organización política de la sociedad, debían regirse, en consecuencia, de acuerdo a sus reglas. Resultado de esta convicción en la excelencia del logos fue el profundo antidogmatismo que mostraron los pensadores del Siglo de las Luces. Antidogmatismo, en primer lugar, contra el absolutismo monárquico basado en el principio de la gracia divina. Sólo cuando ciertos príncipes europeos –los llamados “déspotas ilustrados”– manifestaron su sincera fe en la instrucción racional de sus súbditos, algunos pensadores justificaron la autoridad regia; la mayoría, ni siquiera entonces. En segundo lugar, antidogmatismo contra la supersticiosa “tiranía” de la verdad revelada. En efecto, la Iglesia se convirtió en el blanco predilecto de las críticas de los ilustrados, fervientes partidarios de la tolerancia religiosa y de la moral que con tanta violencia había reprimido la autoridad católica durante los siglos previos. Consecuentemente, el sentimiento religioso adoptó nuevas formas. Un tercer rasgo del pensamiento ilustrado fue el interés por la difusión de la cultura en general y en particular de los descubrimientos científicos, bajo la firme aspiración de procurar la sólida formación individual, requi-


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sito ineludible para desterrar el fanatismo y la intransigencia. Este propósito, del que dan fe las numerosas publicaciones de índole académica aparecidas en esta época y el incipiente desarrollo de la ciencia pedagógica, halló su máxima expresión en la célebre Enciclopedia. Por último, cabe referirse a la importancia que concedieron los ideólogos ilustrados a un término nuevo: el progreso, desde entonces idea sustancial de la mentalidad occidental. La idea de evolución constante e imparable hacia la perfección de lo humano es netamente ilustrada. La razón se predica con optimismo como el instrumento que conducirá inevitablemente a la Humanidad (concepto así mismo ilustrado) hacia grados cada vez mayores de virtud y felicidad. Con las Luces, el tiempo –circular para los antiguos, cíclico para los medievales– se convirtió en lineal y fugitivo. A pesar de que estos principios se observaron con mayor o menor medida en todos los países avanzados de la Europa del siglo XVIII, fue en Francia donde arraigaron con mayor vitalidad. La verdadera originalidad de la Ilustración francesa radica en el enfoque práctico con que se contemplaron las grandes cuestiones que la razón aborda. No hubo grandes sistemas especulativos en la Ilustración francesa, ni siquiera filósofos en sentido estricto; únicamente, y en ello consiste su genial novedad, la voluntad por rescatar a la razón de sus habituales límites y aplicarla al mundo real para iluminar el camino de los hombres hacia la plena realización del bien común. Tres de los aspectos que se han citado como síntomas de la mentalidad ilustrada –convicción de que la razón debe implicarse en lo histórico, crítica del dogmatismo y concepción optimista del ser humano– están representados, respectivamente, en la obra de los tres pensadores ilustrados más eminentes: Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Antes de exponer lo sustancial de sus doctrinas conviene referirse a dos de esos rasgos sintomáticos anteriormente enunciados: la religiosidad ilustrada y la Enciclopedia como hecho capital del espíritu didáctico del movimiento.

La Ilustración

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bos hechos propiciaron que comenzara a apelarse a la necesidad de elaborar una fe común, de retornar a las formas esenciales de la experiencia religiosa, previas a toda teología, para fundar así la verdadera religión natural. En este sentido, Voltaire hablaba así del credo deísta: Unido en este principio con el resto del universo, no abraza ninguna de las sectas, todas las cuales se contradicen. Su religión es la más antigua y la más extendida; porque la adoración simple de un Dios ha precedido a todos los sistemas del mundo. Voltaire, Diccionario filosófico (fragmento)

Ilustración sobre útiles de hilado de la Enciclopedia, compendio del saber de una época fundamental en la historia del pensamiento.

El deísmo El término deísmo se incorporó al léxico filosófico en el siglo XVI, pero no obtuvo plena difusión hasta que se consolidó el movimiento ilustrado. La aparición de los primeros deístas fue una consecuencia directa de las contiendas religiosas derivadas de la reforma protestante: ante las feroces luchas de católicos y luteranos, algunos pensadores decidieron buscar la verdadera religión más allá de las diferencias que, a su entender, separaban inútilmente unas confesiones de otras. A partir del siglo XVIII, el término deísta comenzó a designar a todos los partidarios de la llamada religión natural, que negaba la verdad revelada y era accesible al hombre con la sola ayuda de su razón. La adopción del deísmo por muchos de los pensadores ilustrados confirma el cambio que en la conciencia religiosa se operó durante el Siglo de las Luces. El progreso de las ciencias demolió las últimas referencias a la Biblia como fuente de conocimiento. Por otra parte, el conocimiento cada vez mayor de otros credos y otras fuentes de moral a través de los relatos de viajes alimentó el desprestigio de los principios cristianos. Am-

Sin ser ateos, ya que creían en la existencia de un Creador, los deístas relegaban a Dios a la mera función de autor del universo, sin aceptar la idea cristiana de la constante mediación divina en los asuntos mundanos. El universo está abandonado a sus propias leyes eternas e inmutables desde el preciso instante de la Creación, y, consecuentemente, el hombre comanda su propio destino libre de la determinante intervención de Dios en el acontecer. Esta aplicación de la doctrina del libre albedrío llega al extremo de negar la existencia del propio Cristo; en efecto, si de Dios se niega toda implicación terrenal, ¿qué sentido tiene postular su encarnación? Del mismo modo, nociones axiales del dogma como providencia, gracia divina o pecado original también pierden todo significado. El conflicto con la Iglesia, que no podía por menos de considerar este pensamiento como un ateísmo intolerable y blasfemo, motivó a finales del siglo XVIII la radicalización de las posiciones deístas, con lo que terminó la vocación de concordia y tolerancia que había inspirado al movimiento.

La Enciclopedia La publicación de una obra que pretendía compendiar todos los conocimientos del hombre es un hecho sobradamente significativo del filan-


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FILOSOFÍA

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Portada de la Enciclopedia, obra de Diderot y D´Alembert, publicada en 1753.

trópico espíritu didáctico que caracterizó a los ilustrados. El énfasis concedido al tema de la difusión de la cultura desde comienzos del XVIII había llevado a los pensadores más eminentes a conferir a sus producciones un abierto tono divulgativo. Sin embargo, este nuevo tipo de especulación literario-filosófica era incapaz de satisfacer las crecientes apetencias culturales del gran público. Se precisaba algo más: un gran medio especialmente concebido para transmitir no sólo las generalidades filosóficas, sino también los descubrimientos científicos, las innovaciones técnicas o los hallazgos artísticos. Dirigida por Jean Le Rond D’Alembert y Denis Diderot, la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios vino a atender esta demanda. La redacción de la obra, frecuentemente entorpecida por la acción de la censura, fue llevada a cabo, aparte de por los citados Diderot y D’Alembert, por otros pensadores destacados de la época, como Montesquieu, Rousseau, Condillac o Voltaire. Adquirida mediante suscripción, la Enciclopedia logró extenderse por toda Europa. El primer volumen apareció en 1751 y el último de los

27 de que constaba en 1772. Diez años después, otro editor, Joseph Panckoucke, transformó la ordenación alfabética por voces en disposición temática. Aunque se concedió especial importancia a los artículos dedicados a las ciencias, tal y como correspondía al referido propósito pragmático de la obra, son las voces más teóricas y abstractas las que verdaderamente sirven hoy en día de referencia para evaluar la solidez del logos ilustrado. En cualquier caso, tanto unas como otras convierten a la Enciclopedia en depositaria imprescindible del saber de una época fundamental de la historia del pensamiento. En palabras del propio Diderot, la Enciclopedia constituyó un intento por “reunir los conocimientos esparcidos por la superficie terrestre, exponer el sistema general a nuestros contemporáneos y transmitirlo a los hombres que vendrán después de nosotros para que la obra de los siglos pasados no fuera vana en los siglos por venir”.

Montesquieu Las importantes consecuencias que el movimiento ilustrado tuvo en el ámbito de las teorías histórica y política se deben en su mayor parte a la obra del primer pensador de la Ilustración francesa en términos cronológicos, el marqués de Montesquieu.

Vida y obra Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, nació en 1689 en el castillo de Bréde, cerca de Burdeos. Desde muy joven fue iniciado en los estudios jurídicos y llegó a graduarse en leyes por la Universidad de Burdeos, pero muy pronto mostró que sus intereses eran mucho más amplios. Las sucesivas muertes de familiares le fueron reportando diversos merecimientos nobiliarios. El último de ellos, legado por su difunto tío, fue el título de barón, con el que ha pasado a la posteridad. En 1721 publicó las célebres Cartas Persas, en las que, amparado en el anonimato y utilizan-

do el recurso ficticio de referir la hipotética visita a Francia de unos perspicaces súbditos persas, realizó una fina sátira sobre las costumbres e instituciones políticas francesas y sobre la Iglesia cristiana. Descubierta su autoría, las dificultades que empezaron a presentársele en el ejercicio del cargo parlamentario que había heredado de su tío lo llevaron a renunciar al mismo. Comenzó entonces un largo viaje por Alemania, Italia, Suiza e Inglaterra, país este último en donde permaneció dos años y en el que quedó vivamente impresionado por la eficiencia y justicia que advirtió en la organización de la vida política. A su regreso a Francia, Montesquieu publicó en 1734 Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos, fruto de su innovadora concepción del estudio de los fenómenos históricos. Durante los siguientes años se entregó de pleno al estudio y concibió así su obra fundamental, El espíritu de las leyes, publicada en 1748 y objeto de pronta veneración en los ámbitos ilustrados. Requerido por Diderot, durante los últimos años de su vida escribió artículos destinados a la Enciclopedia. El barón de Montesquieu murió en París el 10 de febrero de 1755.

La organización racional del Estado El pensamiento de Montesquieu gira en torno a dos aspectos esenciales: la conciencia histórica y la libertad política. Con respecto al primero, el barón afirma que el estudio histórico sólo puede entenderse si se adquiere una clara conciencia de las vinculaciones entre los acontecimientos del pasado. El examen de dichas vinculaciones le lleva afirmar que las instituciones y las leyes de los pueblos no son algo casual y arbitrario, sino que están necesariamente subordinadas a la naturaleza de los pueblos mismos, es decir, a su cultura, a su folclore, a sus religiones, etc., y también a la región geográfica en la que habitan, esto es, al clima, a la orografía o a sus recursos naturales. La conclusión de Montesquieu es un relativismo político irreconciliable con la doctrina imperante hasta entonces del derecho natural: “es pura casuali-


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dad que las leyes de un pueblo convengan a otro”. En cuanto a su pasión por la libertad política, único entusiasmo que se permitía su frío temperamento, proviene en gran medida de su admiración por la Constitución inglesa. El profundo desprecio de Montesquieu por el despotismo halla su contrapartida en el respeto con que examina los principios esenciales del sistema político británico, del que venera especialmente la fluida relación que establece entre individuo y Estado. Sobre esta base, Montesquieu inaugura una nueva dirección en el pensamiento político: frente al rígido distanciamiento que la doctrina del derecho natural postulaba entre el súbdito y el Estado, el pensador francés es el primero en expresar la necesidad de que éste se funde sobre la directa observación de las necesidades humanas y no sobre los artificios metafísicos de la abstracción filosófica. En su opinión, la teoría política debe ser positiva, es decir, verificada por los hechos de la experiencia, no abstracta. Así pues, toda formulación debe provenir del riguroso análisis fáctico, que, en opinión de Montesquieu, termina por probar una idea básica: el Estado es necesario para frenar la situación de guerra que el hombre provoca al adquirir autoconciencia y pasar así de su natural condición pacífica y cordial a un carácter agresivo y belicoso. El concepto montesquiano del Estado implica una reorganización del derecho positivo, que pasa a dividirse en derecho de gentes, derecho político y derecho civil. El primero regula las relaciones entre las comunidades; el segundo, las relaciones ciudadanoEstado, y el tercero, los derechos individuales del ciudadano. Las diferentes formas del Estado también son revisadas. La clasificación tradicional en monarquía, aristocracia y democracia es sustituida por la de república –dividida en democracia y aristocracia–, monarquía y despotismo, respectivamente inspiradas en un principio distinto: la virtud y moderación, el sentido del honor y el miedo. Sin embargo, la parte más relevante –como prueba su unánime vigencia actual– del pensamiento político de

Montesquieu es la referida al conocido principio de la separación de los poderes públicos. La conservación del bien supremo de la libertad política exige, en opinión del barón, asegurar el ejercicio equilibrado de la autoridad mediante la división de esta última en tres ámbitos de actuación diferentes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Este sistema de frenos y contrapesos recíprocos constituye, a juicio de Montesquieu, el recurso imprescindible para garantizar la inviolabilidad de los derechos regulados por las constituciones nacionales. La doctrina, que conoció su primera gran aplicación en la revolución norteamericana, se convirtió pronto en clásica y casi todas las constituciones democráticas actuales la incorporan como supuesto incuestionable.

Voltaire El espíritu crítico característico de la ideología ilustrada encuentra su expresión máxima en el pensamiento antidogmático de Voltaire. Tan sólo cinco años más joven que Montesquieu, Voltaire pertenece, no obstante, a otra generación de pensadores ilustrados, mucho más involucrados en la lucha

El pensamiento antidogmático de Voltaire constituye la máxima expresión del espíritu crítico que caracterizó la Ilustración.

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directa contra el oscurantismo irracional y la intrasigencia fanática. Si para Montesquieu la razón era el criterio, para Voltaire será el arma.

Vida y obra François Marie Arouet, conocido por el seudónimo “Voltaire”, nació en París en 1694. Su familia, burgueses acomodados, decidió su temprano ingreso en el colegio de los jesuitas parisinos. Terminada su educación primaria, inició estudios de derecho, que, sin embargo, dejó inconclusos para trabajar como secretario del embajador de Francia en La Haya y, posteriormente, como escribiente de un notario. En 1717, debido a un libelo contra el regente monárquico, le fue impuesta la reclusión en la cárcel por un año. Tras obtener cierto éxito con el estreno de sus comedias, un nuevo escándalo le obligó a exiliarse en Inglaterra, donde contactó con el liberalismo de los empiristas británicos y pudo apreciar el ambiente de tolerancia de que gozaba la sociedad inglesa. Fruto de esta estancia son sus Cartas filosóficas, publicadas en 1734 con extraordinario éxito, como prueban las diez ediciones de la obra en los tres años siguientes. La abierta


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profesión de fe deísta que hace en las Cartas le acarreó una nueva reprobación por parte de las instancias públicas. Sin embargo, su creciente autoridad intelectual y la ayuda de influyentes amistades lograron que se retiraran las acciones emprendidas en su contra. El mismo proceso de denuncia y apelación triunfante se repetiría hasta el final de sus días, por lo que se puede afirmar que la victoria de Voltaire sobre sus competidores fue completa. Entre 1750 y 1753 fue huésped de Federico II de Prusia y en 1760, fecha de su ruptura con Rousseau, se radicó definitivamente en una finca de su propiedad cerca de Ginebra. En 1778, durante el transcurso de una visita a París para presenciar el estreno de su obra Irene, la enfermedad que arrastraba desde años atrás se agravó y causó su muerte. Además de las Cartas, sobresalen entre el grueso de la producción de Voltaire el Ensayo sobre las costumbres, Cándido o el optimismo, el Tratado sobre la tolerancia y el Diccionario filosófico.

La lucha por la tolerancia El tenaz antidogmatismo de Voltaire se dirigió fundamentalmente en tres direcciones: contra los sistemas filosóficos totalitarios, contra la tradición

Jean-Jacques Rousseau se alejó de los presupuestos enciclopedistas al afirmar la importancia del sentimiento sobre la razón, sentando así las bases del romanticismo.

política y, de un modo especial, contra la Iglesia católica. Las ideas filosóficas de Voltaire proceden en buena medida de Locke y de Newton, sustituido, eso sí, el tono moderado con que éstos las presentaban por el hiriente sarcasmo del parisino. Lo que en la obra de los empiristas es templada crítica se convierte en la pluma del francés en neta polémica. El objeto de impugnación, no obstante, es el mismo: el sistema cartesiano. A juicio de Voltaire, la metafísica del pensador racionalista constituye una explicación cerrada y absolutista, paradójicamente enemiga de la razón y llamada a causar un perjuicio análogo al que en épocas anteriores había causado el aristotelismo. La denuncia de Voltaire también se extiende al otro gran dogmático del racionalismo, Leibniz, cuyo optimismo metafísico es jocosamente rebatido en Cándido. En el terreno político, el hostigamiento de Voltaire se centró en los vestigios del feudalismo que subsistían en la sociedad francesa. Aunque admite la monarquía como necesidad circunstancial, se define esencialmente como republicano; su pensamiento político es, en efecto, presentado como “filosofía republicana”, y, a su juicio, la función del jefe del Estado ha de limitarse a la de magistrado supremo. Su modelo es de nuevo el británico: sólo mediante una reforma social y administrativa similar a la realizada por los ingleses es posible depurar al Estado de los residuos feudales que lo coartan. A juicio de Voltaire, el ejercicio del poder debe apoyarse sobre principios radicalmente laicos, ya que la causa de la decadencia y el retraso de Francia no es otra que la intromisión de la Iglesia en los asuntos de gobierno. La enconada polémica que mantuvo contra la Iglesia es, en efecto, la muestra más elocuente del sincero compromiso de Voltaire en su lucha por la tolerancia, la “primera ley de la naturaleza”. Su deísmo confesado le llevó a sostener la existencia de Dios, pero no su perpetua involucración en la existencia hu-

mana. Lo verdadero, en su opinión, es la religión natural, el común denominador de todos los credos del orbe, ajena a las restricciones dogmáticas y a los “vanos aparatos de la metafísica”. En nombre del deísmo, el parisino combatió con energía la tiranía eclesiástica, la intransigencia clerical y, en definitiva, cualquier forma de religión teológica, todos ellos poderes destinados a oprimir la razón humana. La religión teológica [...] es la fuente de todas las necedades y de todas las turbulencias imaginarias; es la madre del fanatismo y de la discordia civil; es la enemiga del género humano. Voltaire, Diccionario filosófico (fragmento)

Diderot y D’Alembert A pesar de estar inevitablemente vinculados a la célebre Enciclopedia, de la que, como se ha indicado, fueron artífices y supervisores, Denis Diderot y Jean D’Alembert merecen ser considerados también como autores de una meritoria labor filosófica y científica que discurrió en paralelo al magno proyecto por el que han pasado a la posteridad.

Vida y obra de Diderot Nacido en Langres en 1713, Diderot recibió una formación jesuítica idéntica a la de Descartes, ya que, al igual que éste, asistió al colegio parisino Louis le Grand. Graduado en artes en la universidad de París, se dedicó inicialmente a la traducción y edición de obras científicas y literarias de origen inglés. En 1746 fue condenado por el Parlamento por sus Pensamientos filosóficos, y tres años más tarde la publicación de su Carta para los ciegos motivó su ingreso en prisión. Una vez cumplida la pena comenzó a concebir el plan general de la Enciclopedia, si bien continuó escribiendo obras como La religiosa o la Carta sobre la tolerancia. En 1773, culminada la realización de la Enciclopedia, procedió a la revisión de todas sus obras, empresa que no abandonó hasta su muerte, en 1784.


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La Ilustración

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Figuras de la Ilustración francesa Nombre BAYLE MONTESQUIEU VOLTAIRE BUFFON D’ALEMBERT LA METRIE DIDEROT CONDILLAC ROUSSEAU

Vida y obra de D’Alembert D’Alembert nació en París en 1717. Fruto de una unión ilegítima y adoptado por una modesta familia de vidrieros, pudo disfrutar de una sólida formación académica gracias a la ayuda económica de su presunto padre natural, un rico terrateniente que nunca reconoció su paternidad. Licenciado en derecho, pronto demostró estar más interesado por los estudios científicos. En 1741, fecha de su ingreso en la Academia de Ciencias, publicó su Tratado de dinámica, ampliación de las teorías de Newton sobre fuerza y reacción. Diez años más tarde comenzó su cooperación con Diderot al frente de la Enciclopedia, para la que escribió una ingente cantidad de artículos científicos y el célebre Discurso preliminar. Simultáneamente, D’Alembert prosiguió su labor de investigación en diversos planos del saber físico y matemático. Murió en 1783, seis años antes de la insurrección popular de la que, en cierto modo, tanto él como el resto de los enciclopedistas ilustrados pueden ser considerados inspiradores.

El pensamiento de Diderot y D’Alembert A pesar de la intensa colaboración que mantuvieron, ambos enciclopedistas diferían notoriamente en lo relativo a sus concepciones doctrinales. El pensamiento de Diderot puede calificar-

Fecha 1647-1706 1689-1755 1694-1778 1707-1788 1717-1783 1709-1751 1713-1784 1714-1780 1712-1778

se de materialismo ateo, sin que ello le impidiese postular una ética idealista basada en la separación entre moral y religión. En el plano de la interpretación de la naturaleza sostuvo tesis cercanas al evolucionismo. En general, la especial estructuración de su filosofía, desarrollada más como respuesta concreta a problemas específicos que como sistema comprensivo, da lugar en no pocas ocasiones a interpretaciones contradictorias. Son más bien escasas las referencias filosóficas de D’Alembert. Justificó su dedicación científica alegando un agnosticismo metafísico muy propio de los ilustrados: las facultades racionales sólo han probado su fiabilidad en el ámbito del conocimiento empírico-científico y a él deben circunscribirse.

Jean-Jacques Rousseau A pesar de compartir muchos de los rasgos propios del pensamiento ilustrado, la figura de Rousseau excede los precisos límites del movimiento, anticipando en cierto modo el espíritu de individualismo y de exaltación de la naturaleza que constituiría uno de los aspectos esenciales de la mentalidad romántica.

Vida y obra Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra en 1712 en una modesta fami-

Actividad Deísmo Filosofía política Ensayo Naturalismo Enciclopedia Materialismo Enciclopedia Enciclopedia Filosofía política

lia de relojeros. En 1722 quedó al cuidado de un abad local del que huyó seis años más tarde. Recogido en Saboya por Madame de Warens, quien a la postre se convertiría en su amante, abjuró del calvinismo y se bautizó como católico. Comenzó entonces un periplo aventurero por toda Europa, sufragado con ocasionales docencias de música. En 1744, tras un breve y accidentado trabajo diplomático en Venecia, Rousseau se estableció en París, donde trabó amistad con los philosophes de la Enciclopedia, para la que escribió los artículos musicales y el destacado apartado de economía política. Conoció por esta época a la sirvienta Thérese Levasseur, con la que tendría cinco hijos, todos ellos entregados al orfelinato, lo que sería una constante fuente de remordimientos para el ginebrino. En 1750 publicó el Discurso sobre las ciencias y las artes, que resultó vencedor de un premio convocado por la Academia de Dijon. La obra le proporcionó un gran éxito, pero inició al mismo tiempo su progresivo distanciamiento de los enciclopedistas. En 1755, la ruptura con éstos ya era casi inminente, como consecuencia de las críticas de la civilización que expresó en su siguiente tratado, el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Dos respuestas escritas a Voltaire y D’Alembert fueron la causa de la ruptura definitiva y desde entonces los ilustrados franceses pasaron a considerarlo como un enemigo. En 1762


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aparecieron las dos obras que inmortalizarían al pensador ginebrino en la historia del pensamiento: Emilio, reflexión acerca de la educación, y El contrato social, exposición de su teoría política. Las represalias políticas y religiosas que ambas obras provocaron contra su autor le obligaron a huir de Suiza, donde había permanecido desde 1754, y viajar a Inglaterra, donde su amigo Hume le había ofrecido un refugio seguro. Sin embargo, la enfermiza manía persecutoria que empezaba a despertarse en Rousseau lo llevaría a recelar de su anfitrión y, tras enfrentarse con él, huyó de nuevo a Francia en 1767. En perpetuo desasosiego debido al forzoso anonimato que estaba obligado a mantener, comenzó la redacción de su última obra, Meditaciones, que quedaría inconclusa debido a su fallecimiento, ocurrido en Ermonville en 1778.

Por tanto, lo ideal es reconducir al hombre a su idílico estado natural, restituir su humanidad primitiva. En el actual orden de cosas, razona Rousseau, esta empresa es imposible, ya que la necesidad del Estado es obvia. Pero sí es posible la transformación radical de la sociedad moderna, intrínsecamente perversa y envilecedora para el ser humano, en una nueva sociedad que garantice la dignidad de la persona y su libertad, el libre ejercicio de sus derechos y la integridad de sus bienes. Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y en virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca empero más que a sí mismo y quede tan libre como antes. Tal es el problema fundamental a que da solución el contrato social. Jean-Jacques Rousseau, El contrato social (fragmento)

El contrato social La principal causa de la disensión entre el pensamiento de Rousseau y la ortodoxia ilustrada fue la negación que llevó a cabo el ginebrino de las presuntas bondades del progreso civilizador. Ciertamente, comparte con los philosophes no pocas afinidades: la polémica contra la intolerancia, la denuncia de las injusticias y la hipocresía, el desdén por los prejuicios, etc., aunque las diferencias que los separan son mucho más sustanciales. Rousseau disiente en primer lugar de la concepción pedagógica de los enciclopedistas. En el Emilio traza un modelo educativo basado en el respeto del instinto natural del individuo. El hombre es esencialmente bueno por naturaleza –tesis fundamental de Rousseau– y, en consecuencia, el maestro debe evitar infundir en la porosa conciencia del niño los valores y nociones de la sociedad civil, ya que son causa de la deformación que lleva al individuo a obrar destructivamente. Sólo favoreciendo el libre desarrollo de la naturaleza individual podrá el educador propiciar la realización fluida de la personalidad íntima de su pupilo.

Por tanto, este contrato social, expresión de la voluntad de los hombres de agruparse en comunidad, no deberá basarse en la anulación de los derechos individuales y el control despótico del soberano, como propugnaba Hobbes; por el contrario, la legitimidad de los vínculos sociales, afirma el ginebrino, sólo puede provenir de un pacto libremente firmado por los individuos. Por medio de este acuerdo, los hombres consienten en sustituir las inclinaciones particulares de su voluntad individual por los decretos de la voluntad general. Bien entendidas estas cláusulas redúcense todas a una sola, a saber: la

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enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la comunidad[...]. Si la enajenación se efectúa sin reservas, la unión alcanza su máxima perfección posible, y ninguna sociedad tiene ya nada que reclamar [...]. En suma entregándose cada cual a todos, no se entrega a nadie, y como no hay un solo asociado sobre el que no se adquiera el mismo derecho que se le otorga sobre uno mismo, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo que se tiene. Jean-Jacques Rousseau, El contrato social (fragmento)

He aquí el verdadero significado de la filosofía de Rousseau, con frecuencia malinterpretado: la libertad no consiste en la anárquica emancipación del individuo, ni en la satisfacción desenfrenada de sus impulsos, sino en el dominio de los mismos por medio de la sumisión a una norma suprema: el respeto a la comunidad. La puesta en práctica de la concepción política de Rousseau no podía revestir otra forma que la revolucionaria. Gobierno, parlamento, judicatura, etc., perdían en boca del ginebrino todo el carácter seudosagrado que les atribuían los ideólogos liberales y quedaban relegados a simples servidores del pueblo soberano. La voluntad colectiva sólo podía encarnarse en un modelo político ideal: la democracia. Tan sólo unos meses después de morir Rousseau, el pueblo de París, guiado por las fervientes consignas que en gran medida inspiró su teoría, se lanzaba a las calles y daba así inicio a un largo proceso histórico encaminado a convertir ese ideal en realidad.

Preguntas de repaso

1. ¿A qué se debe el importante papel que ocupa Montesquieu en la historia del pensamiento político? 2. ¿Qué características presenta la religiosidad volteriana? 3. ¿En qué sentido el pensamiento de Rousseau se encuentra más cerca del romanticismo que de la Ilustración?


EL IDEALISMO ALEMÁN

A

finales del siglo XVIII, un pensador excepcional sacó a la filosofía del autodestructivo escepticismo en que había quedado sumida tras las radicales teorías del empirismo británico. No obstante, su obra supuso mucho más que una mera revitalización afortunada: alteró radicalmente el curso del pensamiento occidental. Nada fue ya igual después de Immanuel Kant. Su agudísima crítica del modo en que opera el conocimiento humano supuso, como se ha expresado tradicionalmente, una auténtica “revolución copernicana” en el ámbito filosófico. Si a partir de Copérnico hubo de admitirse la traslación de la Tierra en torno al Sol, a partir de Kant es el objeto el que, en oposición a lo sostenido por la epistemología anterior, debe ser concebido como supeditado al sujeto. La consecuencia más importante de esta inversión fue la situación de grave compromiso en que quedaba la metafísica; dada la patente imposibilidad de conocer lo que los objetos son en sí, ¿podía considerarse científicamente viable acometer la demostración de la existencia de las sustancias intangibles? Los primeros intentos de superar la escisión kantiana objeto en sí-objeto en la mente correspondieron a los pensadores J. G. Fichte y F. W. Schelling, autores respectivos de los idealismos subjetivo y objetivo. Paralelamente, otro pensador único, G. W. F. Hegel, desarrolló a partir de supuestos idealistas un colosal sistema filosófico, la dialéctica, brillante colofón de un capítulo fundamental en la historia del pensamiento.

Immanuel Kant El principal rasgo biográfico de Kant es precisamente la ausencia de acontecimientos reseñables a lo largo de su metódica existencia. En sus ochenta años de vida no se alejó más allá de cien kilómetros de su ciudad natal y su proverbial regularidad en la práctica ritual de sus ocupaciones fue todo lo que sus conciudadanos pudieron llegar a conocer de su abstraída actitud vital.

La crítica de la razón pura, de Immanuel Kant, supuso una auténtica “revolución copernicana” en el desarrollo del pensamiento filosófico. Fotografías de cabecera: Jean Le Rond D’Alembert (izq.) y La libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (der.).

Vida y obra Nació en 1724 en la localidad prusiana de Königsberg en el seno de una modesta familia seguidora del pietismo luterano. En consecuencia, recibió durante la infancia una devota educación religiosa. Desde los dieciséis a los veintiún años asistió a la universidad local, donde estudió con gran interés la ciencia de Newton y la lógica. Al terminar sus estudios comenzó a trabajar como profe-


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sor particular en varias familias de la nobleza prusiana, pero pronto regresó a Königsberg para ejercer de profesor en su antigua universidad. En 1755, Kant publicó sus impresiones sobre física en la Historia natural universal y teoría del cielo, cuya hipótesis acerca del origen nebuloso del sistema solar refutaba las implicaciones sobrenaturales en el estudio de los fenómenos naturales. En la década de 1760 se gestó su pensamiento. Las lecturas de Hume le sacaron de su “profundo sueño dogmático” y propiciaron las primeras muestras de su especulación crítica. En 1770, Kant fue ascendido al rango de catedrático de lógica y metafísica, puesto en el que permanecería más de veinticinco años, hasta su jubilación forzosa. En 1781 publicó su obra fundamental, la Crítica de la razón pura, exposición sistemática de su revolucionaria epistemología, ampliamente reformada en una segunda edición publicada seis años después. En 1788 apareció su segunda gran obra, Crítica de la razón práctica, y cinco años más tarde, la Religión dentro de los límites de la mera razón, causa de conflicto con la censura prusiana, que le prohibió tratar en lo sucesivo temas religiosos. Dos nuevas obras, La paz perpetua y la Metafísica de las costumbres, publicadas tras su retiro de la docencia, completan el conjunto fundamental de su obra.

Kant murió en 1804, dejando inconcluso un nuevo tratado sistemático titulado Transición de los principios metafísicos de la ciencia natural a la física.

El idealismo trascendental de Kant El propósito fundamental de la epistemología kantiana es la denuncia de la naturaleza esencialmente contradictoria de la razón. Según Kant, cuando la razón se aplica a la especulación metafísica, queda inevitablemente envuelta en contradicciones. El ejemplo más representativo de este conflicto racional lo constituyen las llamadas antinomias, es decir, la respuesta doble –positiva (tesis) y negativa (antítesis)– que el intelecto humano deduce de una misma cuestión. Un ejemplo de antinomia es la cuestión del origen del mundo: ¿comenzó el mundo en un momento concreto o ha existido siempre? La tesis afirma lo primero: es lógicamente imposible que hayan existido un número infinito de años hasta el momento actual; la antítesis sostiene lo contrario: el mundo ha existido siempre, ya que de la nada, nada puede venir. Otro ejemplo de antinomia: toda sustancia se compone de partes. La tesis lo niega: es necesario desde un punto de vista lógico concluir que analizando las sustancias se llega a

demostrar la existencia de partes simples e indivisibles que, por tanto, no están compuestas de nada; la antítesis lo afirma: es imposible encontrar sustancia alguna que no conste a su vez de sustancias ingredientes, ya que todo lo existente tiene extensión y la extensión implica posibilidad de división. Estas cuestiones son antinomias porque el uso correcto de la razón extrae de ellas conclusiones contradictorias: la tesis se impone con idéntica necesidad a la antítesis. El juicio de Kant es taxativo: tanto una como otra son falsas. Pero esta falsedad no debe entenderse como resultado de una aplicación errónea de la lógica; la falacia de las antinomias proviene de la misma naturaleza de la razón. Son lo que Kant denomina ilusiones trascendentales. La acepción kantiana del término trascendental debe entenderse así: Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori. Immanuel Kant, Crítica de la razón pura (fragmento)

Los juicios sintéticos a priori Las antinomias son un ejemplo de cómo las deficiencias de la razón comprometen necesariamente el co-

Las cuatro antinomias de la razón pura según Kant Tesis

Antítesis

I

El mundo tiene un comienzo en el tiempo y está limitado en el espacio, pues es imposible un pasado infinito

El mundo no tiene ni comienzo temporal ni límite espacial, puesto que nada procede de la nada

II

Todo compuesto se forma a partir de partes simples indivisibles

No existe en el mundo nada simple, pues todo cuerpo extenso puede dividirse

III

Los fenómenos del mundo, insuficientemente explicados por causas naturales, precisan de una Causa Primera libre, es decir, de origen externo a la naturaleza

No hay libertad en el mundo, todo se sujeta a leyes naturales; de lo contrario se suprimiría el concepto de causalidad y no habría tales leyes

IV

Es precisa la existencia de un ser necesario que cause el mundo

No existe ningún ser necesario causa del mundo, pues el contacto con éste lo vuelve todo contingente


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El idealismo alemán

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Clasificación de las categorías kantianas Unidad DE CANTIDAD

Pluralidad Totalidad Realidad

DE CUALIDAD

Negación Limitación

CATEGORÍAS Sustancia DE RELACIÓN

Causalidad Reciprocidad Posibilidad-imposibilidad

DE MODALIDAD

Existencia-inexistencia Necesidad-contingencia

nocimiento humano. Llegado a este punto, el objetivo que Kant se fija, concretado en la Crítica de la razón pura, es el descubrimiento de la raíz de las antinomias como medio para desentrañar el funcionamiento del entendimiento humano. Para ello comienza clasificando los juicios o proposiciones en tres tipos: las proposiciones a priori, innatas en la mente humana; las proposiciones a posteriori, originadas a partir de la experiencia, y las proposiciones sintéticas a priori. Esta última clase es una mezcla de las propiedades de las otras dos: son a priori porque no precisan de la experiencia y son sintéticas porque el predicado no está contenido en el sujeto (como sucede en las apriorísticas). Ejemplo de juicios sintéticos a priori son las proposiciones aritméticas, por ejemplo: 3 + 2 = 5, para cuya verificación no es necesario recurrir a la experiencia de contar empíricamente los objetos resultantes de tal suma. Las proposiciones sintéticas a priori son las más importantes epistemológicamente; deben ser validadas. Según Kant, son dos las condiciones necesarias para la intuición de juicios de este tipo: el espacio y el tiempo, sendas formas a priori del entendimien-

to humano. No se debe a la experiencia el conocimiento de que nada puede existir sin ocupar un lugar en el espacio, ni que no puede darse fenómeno alguno sin durar un tiempo determinado; al contrario, son los conceptos mentales de espacio y tiempo los que posibilitan la experiencia sensible.

Las categorías La convicción de que espacio y tiempo son formas a priori de la intuición lleva a Kant a distinguir entre la cosa en sí (noúmeno) y la representación mental de esa cosa (fenómeno). El noúmeno, pese a ser real, es inaccesible para el pensamiento, luego espacio y tiempo no son condiciones suficientes para concebir lo intuido. ¿Cuál es entonces, según Kant, el criterio para pasar de la intuición al entendimiento? Entender, recuerda el filósofo, consiste en poder formular juicios acerca de lo entendido. Por consiguiente, es posible examinar la naturaleza del pensamiento humano analizando la forma de tales juicios. La conclusión que Kant obtiene de este análisis es que existen conceptos necesarios para formular juicios: las llamadas categorías, de las

que reconoce doce. Una de ellas es la de sustancia: es preciso el concepto mental de sustancia para poder formular proposiciones acerca de las propiedades de las cosas. Otra categoría es la causalidad: requisito para expresar que un objeto está condicionado por otro. Las categorías no proceden de la experiencia; son formas a priori, herramientas a disposición del entendimiento para dar forma al material sensible. La diferencia con respecto a la visión de Hume es total; mientras que éste negaba todo valor a la conexión causal por ser un concepto extraño a la experiencia, Kant corrige al inglés y afirma que la razón de tal imposibilidad empírica es sencillamente que la causalidad es condición previa de toda experiencia. Y, lógicamente, lo que es condición de la experiencia no puede ser objeto de ella. El hecho de que no sea posible obtener conocimiento de la ley causal, razona Kant, no justifica la deducción de que tal ley no existe. Las categorías son condición necesaria para el conocimiento. Si se aplicaran únicamente a lo transmitido por los sentidos, la razón nunca incurriría en contradicciones. Las antinomias son el resultado de la infracción de las


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Clasificación kantiana de los juicios Universales DE CANTIDAD

Particulares Singulares Afirmativos

DE CUALIDAD

Negativos Infinitos

JUICIOS Categóricos DE RELACIÓN

Hipotéticos Disyuntivos Problemáticos

DE MODALIDAD

Asertóricos Apodícticos

reglas de las categorías. Sin embargo, esta infracción no procede del mal uso de la razón, sino que es consecuencia inevitable de la estructura de la razón misma. Un ejemplo: la categoría de la causalidad concibe todo fenómeno como condicionado por otro, que a su vez está condicionado por un tercero y así infinitamente; todo aparece como condicionado. Sin embargo, ateniéndose a una necesidad lógica de la razón misma, todo concepto precisa de su contrario para poder significar algo; lo condicionado sólo se explica por oposición a lo incondicionado. No obstante, afirmar la existencia de lo incondicionado es exceder lo propio del conocimiento, ya que no puede darse evidencia empírica alguna de lo incondicionado. Suponer tal existencia es un ejemplo de aplicación ilegítima de la categoría.

La función regulativa de las ideas Sin embargo, es imprescindible suponer mentalmente que lo incondicionado existe; en lenguaje simbólico, la razón, para operar, requiere ver sus ideas realizadas. Pero ahí debe detenerse. La falacia no es considerar la idea de lo incondicionado, sino con-

vertir tal idea en realidad. La razón debe limitarse a utilizar este tipo de ideas como necesidades de tipo lógico, nunca dedicarse a la imposible tarea de probar su existencia. En palabras de Kant, la razón nunca debe malentender la estricta función regulativa de las ideas por una errónea función constitutiva. Si, en cambio, prescindimos de esta restricción de la idea al uso meramente regulador, la razón se extravía de múltiples formas por abandonar la vía empírica, que es la que tiene que señalar los hitos de su marcha, y por aventurarse más allá de esa vía, hacia lo incomprensible inescrutable, desde cuya altura no puede menos que ser víctima del vértigo, ya que al verse desde tal perspectiva se encuentra completamente desligada de todo uso acorde con la experiencia. Immanuel Kant, Crítica de la razón pura (fragmento)

Y, en su opinión, no hay ejemplo más ostentoso de este abuso de la razón que la especulación metafísica de los filósofos que lo precedieron. No es posible, concluye Kant, la metafísica como ciencia.

La ética kantiana Kant basó su doctrina moral sobre los mismos principios a priori de su idealismo trascendental, aunque algunas de sus conclusiones contradicen gravemente sus presupuestos epistemológicos. La ética kantiana arranca del análisis de la razón en su vertiente práctica, es decir, en cuanto que rige el comportamiento humano. En este sentido, su función, afirma Kant, es esencial: la razón –no la emoción, como postulaba Hume– es el origen del sentimiento moral apropiado. Propiedad incuestionable de la moral es su universalidad; por tanto, es ilógico basarla en una instancia tan particular como la emoción, producto de la psicología individual. La razón es el único medio de conferir a la moral un carácter universal. Kant enuncia así la ley ética: Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal Immanuel Kant, Metafísica de las costumbres (fragmento)

Este precepto moral carece de concreción empírica. No es su función es-


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pecificar cuál debe ser la actuación humana en una u otra situación. Tan sólo prescribe que, cualquiera que sea la norma que se escoja para presidir nuestros actos, debemos desear su hipotética aplicación universal. En otras palabras, el principio de los actos del hombre debe ser a priori, es decir, determinado racionalmente. En ello radica la analogía de la epistemología y la ética kantianas: al igual que la razón determina la forma y no el fondo del conocimiento, también determina la estructura de la moral y no su contenido. La ley moral que Kant postula no es una casuística, sino una ley general: engloba todas las máximas cuya universalidad pueda ser deseada.

El imperativo categórico La presencia en la voluntad de la ley y el deber se manifiestan a través del sentimiento de obligación que deriva de los llamados imperativos. Kant refiere dos tipos de imperativos: los que han de ser observados en aras de alcanzar un fin determinado, denominados imperativos hipotéticos, y los concernientes a lo dispuesto por la ley moral, denominados imperativos categóricos. Los hipotéticos no son universales, se distinguen justamente por su naturaleza particular, por ejemplo las instrucciones para construir un armario o las recetas de cocina. En el caso del imperativo categórico, lo decisivo es la universalidad del mandato. En este sentido entronca con el concepto de la libertad humana. En opinión de Kant, es precisamente la obligación de la ley moral lo que permite a la voluntad afirmar su autonomía y librarse de la plural determinación de las restantes inclinaciones, deseos, anhelos, etc. Las ataduras empíricas constriñen la libertad; las leyes apriorísticas –la norma ética– la liberan. Poseer la razón capacita al hombre para convertirse en su propio legislador, habida cuenta de que es él quien elige la ley de universalidad deseable a la que someterse. Como es obvio, ello no implica que todos los hombres usen su razón de un modo tan noble. No obstante, lo sustancial es que una

misma libertad potencial late en ellos por igual, y, según Kant, a ella deben su dignidad y su consideración de personas, lo que permite en definitiva contemplar al hombre como un fin en sí mismo y enunciar la ley moral en los siguientes términos: Obra de tal modo que siempre trates a la humanidad, sea en tu propia persona o en la persona de cualquier otro, nunca sólo como medio, sino siempre al mismo tiempo como fin. Immanuel Kant, Metafísica de las costumbres (fragmento)

La aludida contradicción entre el idealismo epistemológico y la moral kantiana se hace presente al tratar el tema de la existencia de Dios. Por supuesto, el pensador alemán rechaza el abuso que constituyen los clásicos argumentos ontológicos, pero sustituye esta justificación racional por otra no menos dudosa justificación moral. Kant piensa así: la moralidad requiere armonía entre la virtud y la felicidad. Sin embargo, esta armonía no es alcanzable por el hombre, dado lo precario de su existencia; incluso así, la suprema bondad de la armonía moral debe cumplirse en algún punto del tiempo, por lo que la solución es su cumplimiento en una exis-

Discípulo de Kant, Fichte postuló en sus obras un idealismo absoluto basado en un principio fundamental, el yo.

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tencia eterna gracias al concurso de Dios. De la esterilidad de los intentos humanos por alcanzar el bien máximo en esta vida deduce Kant la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Además de sustentarse sobre fundamentos tan débiles, esta existencia eterna del alma se contradice con los supuestos de la teoría kantiana del conocimiento. Conviene recordar que en la Crítica de la razón pura se establece la idea de tiempo como artificio mental que solamente existe como recurso empírico. Sin embargo, considerar la eternidad ultraterrena supone la admisión en el mundo inteligible de una idea necesariamente propia, como se ha dicho, del plano empírico-sensible de la realidad. En definitiva, parece ilógico, objetaron los filósofos posteriores, suponer un reino celestial en el que los conceptos ilusorios de nuestra deficiente inteligencia cobran realidad cuantificable.

Johann Gotlieb Fichte Como se indicó anteriormente, el sistema filosófico de Kant tuvo el efecto de una auténtica “revolución copernicana” en el devenir del pensamiento humano. En lo sucesivo, los filósofos podrían declararse adeptos o contrarios a las tesis kantianas, pero nunca ajenos. En Alemania, la temprana admiración que suscitó el idealismo trascendental del pensador de Königsberg se tradujo en una serie de doctrinas basadas en la interpretación extrema de algunos de sus aspectos capitales. Una de estas doctrinas es la elaborada por J. G. Fichte. Nacido en la sajona Rammenau en 1762 y muerto en Berlín en 1814, Fichte gozó acaso de mayor renombre por sus célebres discursos en defensa de la nación alemana que por su labor filosófica. Ésta, no obstante, basada en la asunción absoluta de los principios epistemológicos de Kant, es parte esencial del pensamiento idealista y merece por sí sola consideración. Sobre la base de la distinción kantiana entre noúmeno, o concepto de


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la cosa en sí, y fenómeno, o representación intelectiva de la cosa, Fichte desarrolló un modelo teórico cuyo resultado era la negación de todo lo que escapa a las condiciones necesarias del conocimiento. Lo que no puede ser comprendido por el entendimiento simplemente no existe; así pues, la conciencia individual –ego absoluto, en terminología fichteana– es la creadora de todo lo existente, es decir, la que dota de realidad al mundo. En efecto, si sólo es posible afirmar que existe lo que la mente concibe, cada nuevo producto del entendimiento deberá tomarse como una creación genuina. Sin embargo, este idealismo subjetivo no debe entenderse como afirmación de la naturaleza sustancial de ese ego absoluto; éste no designa otro yo, sino las condiciones necesarias para el modo humano de conocer, los principios trascendentales que permiten la aplicación del concepto yo. En opinión de Fichte, el mundo no es sino subjetividad infinita, derivada de la perpetua actividad y conflicto del yo con la realidad empírica que él aumenta con cada “mirada”.

Friedrich Wilhelm Schelling Junto a Fichte, Schelling es el otro gran representante del idealismo absoluto anterior a Hegel. Influido inicialmente por el propio Fichte, su pensamiento logró, no obstante, incidir en mucha mayor medida sobre la filosofía de su tiempo. Schelling nació en 1775 en Leonberg, Alemania. Su padre, pastor luterano, propició su ingreso en la facultad de teología de Tubinga, donde se familiarizó con las doctrinas de Kant y Fichte, y empezó a plasmar por escrito sus especulaciones. En 1798 obtuvo un puesto de catedrático en Jena y comenzó a publicar los textos fundamentales de su obra: Sobre el alma del mundo, Sistema del idealismo trascendental y Bruno o sobre el principio natural y divino de las cosas. Los cargos docentes que ocupó Schelling le permitieron el apacible ejercicio de la reflexión especulativa durante toda

filosófico elaborado por su contemporáneo y amigo, el también alemán G. W. F. Hegel.

G. W. F. Hegel

Friedrich Wilhelm Schelling es, junto a Fichte, uno de los principales exponentes del idealismo alemán.

su vida. Retirado a la localidad suiza de Bad Ragaz, murió en 1854. La doctrina de Schelling puede ser definida por contraposición a la de Fichte. Lo que en éste era concepción subjetiva, la existencia del objeto en función del sujeto, Schelling la considera objetiva: sujeto y objeto integran una única realidad. Esta formulación de corte panteísta viene a ser la síntesis de un par antitético concebido previamente por Schelling: la tesis es la visión de la naturaleza como una pluralidad de formas dotada de autoconsciencia y cuya inteligencia radica en su estado de generación continua; la antítesis, el espíritu humano consciente. De la fusión de tesis y antítesis deviene una sola realidad idéntica, lo absoluto, estado de concordia perfecto entre naturaleza –convertida en espíritu visible– y espíritu, naturaleza invisible. El hombre participa de esta forma suprema por medio del arte, emulación de la espontaneidad creadora de lo absoluto, aunque la aprehensión intelectual de éste sólo es posible por medio de la intuición iluminada. Pese a la aparente heterodoxia de su idealismo panteísta, la doctrina de Schelling constituyó un eslabón coherente en la evolución de la filosofía hacia la gestación de las nuevas corrientes que trajo consigo el paso de la edad moderna a la contemporánea. Ejemplo de su resonancia puede encontrarse en el sobresaliente sistema

El idealismo alemán, cuyo origen fue el intento de superar la escisión kantiana entre sujeto y objeto, alcanza su culminación con la obra de Hegel. La filosofía hegeliana responde a una clara voluntad de sistematización omnicomprensiva; posiblemente, Hegel sea el autor del último gran sistema de la historia de la filosofía, dedicada desde entonces a cuestiones más específicas. Tan característica como la oscura complejidad de una buena parte de su doctrina es su desmesurada confianza en la razón humana para penetrar todos los órdenes de la realidad y procurar una explicación global basada en la organización metódica de los diversos planos de la experiencia. Para Hegel, ninguna parcela está vedada a la filosofía. Todo ha de ser entendido, y si algo hay que no pueda serlo, se debe entender por qué existe tal imposibilidad. La llave maestra que Hegel creyó haber encontrado para abrir todos los accesos al saber absoluto fue su método lógico: la dialéctica. La doctrina hegeliana contribuyó a abonar la teoría contemporánea que postula la filosofía como la ciencia de las categorías mentales. Tras la obra del alemán quedaron más claros los términos que debían regir la relación entre saber especulativo y experiencia. La filosofía no está sujeta a la validación o al falseamiento de los datos empíricos, ni intenta fijar leyes que ayuden a predecir el futuro acontecer; antes bien, la aplicación de la filosofía a la experiencia radica en el hecho –incuestionable a partir de Kant y del propio Hegel– de que ningún suceso o acto puede ser experimentado, concebido, entendido, ni descrito sin la ayuda de las categorías mentales. El análisis dialéctico de Hegel bien puede definirse como un supremo análisis de las categorías. Por tanto, su filosofía debe contemplarse como un sistema categorial dirigido a propiciar la comprensión de la realidad.


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Vida y obra Georg Wilhelm Friedrich Hegel nació en 1770 en Stuttgart, en el seno de una familia de la mediana burguesía. En 1788 ingresó como becario en el seminario protestante de Tubinga, donde coincidió con Hölderlin y Schelling, con quienes entabló una intensa amistad. Abandonada su inicial idea de convertirse en pastor protestante, y tras licenciarse en filosofía, ejerció como profesor particular en Berna y Francfort. De esta época datan sus primeros escritos, todos ellos de tono teológico. En 1801 se trasladó a Jena para ocupar plaza como profesor universitario de filosofía y comenzó a elaborar su sistema, en contacto permanente con Fichte y Schelling. Cinco años después publicó la Fenomenología del espíritu, su primera gran obra. La inestabilidad que produjo la invasión napoleónica lo obligó a dejar la universidad y, tras un breve paso por el periodismo, volvió a la docencia en Nüremberg, durante ocho años, y en Berlín, en cuya universidad alcanzó la definitiva consagración como el filósofo más eminente de su país. En estos años aparecieron La ciencia de la lógica y la monumental Enciclopedia de las ciencias filosóficas, compendio tripartito de su sistema filosófico: Lógica, Filosofía de la naturaleza y Filosofía del espíritu. Murió en Berlín en 1831 a causa de una epidemia de cólera.

cesivas emanaciones del Uno absoluto, Hegel se alza sobre las formulaciones de los idealistas Fichte y Schelling para exponer su particular visión del modo dinámico en que la realidad se constituye. Tradicionalmente se ha apelado al esquema triádico tesis-antítesis-síntesis para resumir la concepción de la dialéctica hegeliana. Sin embargo, estos términos fichteanos nunca fueron utilizados por Hegel. Esquematizar la dialéctica resulta mucho más complicado. Es posible aproximarse al concepto recordando la función que Hegel le otorga: encontrar las categorías fundamentales y las relaciones entre ellas. El análisis dialéctico permite deducir una categoría a partir de otra precisamente porque ambas están en conflicto, en otras palabras, porque mantienen una relación dialéctica. Un ejemplo lo constituye la primera categoría del sistema dialéctico: el Ser. El concepto de Ser se aplica a todo lo existente por igual; consecuentemente,

La dialéctica hegeliana La dialéctica como método de conocimiento que recurre al pensamiento puro para salvar la ilusoria verdad de los sentidos es tan antigua como la filosofía misma. Sin embargo, Hegel extiende el significado del concepto hasta la estructura misma del modo en que la naturaleza se manifiesta, es decir, en perpetuo movimiento y conflicto continuo entre contrarios, como “fuego que se enciende según medida y se apaga según medida”, en palabras de Heráclito. Recogiendo la idea heraclítea del eterno fluir y también los esquemas propios de la cosmología neoplatónica, como la generación del mundo a partir de las su-

La doctrina de Hegel representó la culminación del idealismo y se convirtió en punto de referencia para la comprensión de las escuelas de pensamiento posteriores.

El idealismo alemán

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basta abstraer las propiedades particulares de las cosas para hallar ese sustrato común a todas ellas; pero despojadas de sus propiedades determinantes lo que queda es nada. Es decir, la categoría Nada es una deducción dialéctica a partir de la categoría Ser. A su vez se deriva de ambas una tercera que las contiene: el Devenir, realidad a medio camino entre lo que no es y lo que está por ser. Esta tríada Nada-DevenirSer es también el símbolo de la otra acepción que Hegel aplica del concepto dialéctica: los distintos momentos contrapuestos o antagónicos, nunca yuxtapuestos, en los que la realidad se despliega a lo largo de su proceso. ... la conciencia ordinaria considera los términos diferentes como indiferentes, como en presencia de otro. Se dice: soy un hombre y en derredor mío hay el aire, el agua y seres otros que yo en general. Aquí todas las cosas están separadas. El objeto de la filosofía consiste, por el


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contrario, en suprimir la indiferencia y en reconocer la necesidad de las cosas de tal modo que un contrario aparezca como opuesto a su contrario necesario. G. W. F. Hegel, Lógica nueva (fragmento)

Sin embargo, la lucha de contrarios, concebida como el motor del movimiento, comporta un tercer momento: la superación. Todo lo que perece reaparece en algo nuevo, constituyéndose así en otra etapa del proceso. Nada se pierde definitivamente. La dialéctica hegeliana encuentra finalmente el sentido en esa sucesiva trama dinámica: al superarse, lo negado cambia y se conserva. Las categorías fundamentales de Hegel son tres: Ser, Esencia y Concepto, desdobladas a su vez en numerosas partes. Ascendiendo por medio de unos complejos argumentos dialécticos, las categorías van superándose, cambiando y conservándose hasta llegar a la categoría omnicomprensiva: la idea absoluta. La dialéctica conduce desde lo más primitivo –el concepto de ser– a lo más avanzado, la idea absoluta. Entender ésta, afirma Hegel, no es sólo entender el fin del proceso, sino todo el proceso en sí. Para entender la realidad es preciso aplicar el sistema. Ésa es la esencia del pensamiento hegeliano: la absoluta identidad de lo real y lo racional. Todo es dialéctica.

Con este propósito escribió Hegel su Enciclopedia de las ciencias filosóficas, dividida en tres partes: lógica, filosofía de la naturaleza y filosofía del espíritu. La lógica. Hegel parte del idealismo puro: “el pensamiento es el principio del mundo y la esencia del mundo ha de determinarse como pensamiento”, afirma recordando a Anaxágoras. Así pues, la lógica hegeliana no debe entenderse en su sentido aristotélico –como procedimiento deductivo–, sino como ontología –ciencia del ser–, dada la identidad de ser y pensamiento, de realidad e idea. La filosofía de la naturaleza. Hegel concibe la naturaleza no como separada e independiente de la conciencia, sino como un instante en el proceso dialéctico, el momento concreto en el que dicha conciencia o espíritu se eleva por encima de la materia orgánica hacia lo absoluto. La ciencia natural hegeliana comprende: la realización ideal de la naturaleza como espacio y tiempo puros (matemática), la naturaleza inorgánica (ciencia física) y la naturaleza orgánica (ciencias naturales). Filosofía del espíritu. El concepto de espíritu es el término más oscuro

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y contradictorio de la filosofía hegeliana. En general, puede afirmarse que la filosofía del espíritu considera el estudio de los procesos humanos a través de las tres etapas de evolución del espíritu. En la primera de estas etapas, el espíritu se manifiesta como subjetivo, es decir, en relación consigo mismo como conciencia individual; en la segunda, como objetivo: realización efectiva de la voluntad individual en la sociedad y la historia, y, por último, como absoluto, es decir, replegado sobre sí mismo como medio de acceder, enriquecido tras su largo periplo, a una región superior: la de la verdad absoluta. Entonces, encerrado en lo finito y aspirando a salir de esa limitación, el hombre vuelve sus miradas hacia una esfera superior, más pura y verdadera, donde todas las oposiciones y contradicciones de lo infinito desaparecen, donde la libertad, desplegándose sin obstáculos y sin límites, alcanza su fin supremo. Tal es la región de la verdad absoluta, en el seno de la cual [...] todos los contrarios se suman y reconcilian. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre estética (fragmento)

Preguntas de repaso

El sistema de la ciencia filosófica En opinión de Hegel, el objeto fundamental de la dialéctica –examinar el proceso dinámico de la realidad– exige organizar el ejercicio del pensamiento filosófico en un sistema que permita considerar cualquier aspecto de la existencia como un momento del proceso dialéctico de la realidad.

1. ¿Por qué prueban las antinomias, según Kant, la insuficiencia de la razón? 2. ¿Qué es el imperativo categórico? 3. ¿En qué tradición de pensadores cabe incluir al alemán Schelling? 4. Atendiendo al pensamiento hegeliano, ¿qué quiere decir que todo es dialéctica?


EL IRRACIONALISMO

A

pesar de su abrumadora hegemonía, el idealismo no fue la única línea de pensamiento en la Alemania de finales del siglo XVIII y del siglo XIX. A medida que las diversas revisiones de la doctrina kantiana iban dando lugar a los grandes sistemas metafísicos de Fichte, Schelling y Hegel, una serie de pensadores, procedentes de la propia Alemania o de países situados en su órbita, alzaron sus voces contra lo que juzgaban un tiránico abuso de la razón en pro de la abstracción más deshumanizada. La unánime aceptación de las tesis hegelianas en el panorama académico de su tiempo relegó a estos disidentes al aislamiento. De hecho, su obra pasó casi inadvertida para sus contemporáneos. Los estudios históricos tradicionales también han restado valor a estas vías filosóficas alternativas. En la actualidad, sin embargo, la evolución de la filosofía a lo largo del siglo XX se ha encargado de demostrar el incuestionable ascendente de los llamados pensadores irracionalistas sobre las tendencias más representativas del pensamiento contemporáneo. En efecto, el juicio crítico se ha invertido y los estudiosos no suelen dudar en afirmar que los irracionalistas tienen un interés bastante mayor que los sistemas idealistas, si no los de Hegel, sí los de Fichte y Schelling. Los principales exponentes de la reacción antiidealista son dos filósofos ciertamente distintos entre sí: el alemán Schopenhauer y el danés Kierkegaard. Ambos iniciaron nuevos caminos para la especulación. A Schopenhauer se debe el carácter notoriamente pesimista que marcó la última etapa del romanticismo europeo, así como

la introducción en Occidente de las líneas maestras del pensamiento budista e hinduista. Kierkegaard, por su parte, está reconocido como el primer filósofo propiamente existencialista, referencia constante para todos los adeptos a esta corriente filosófica.

El pesimismo de Arthur Schopenhauer Vida y obra Arthur Schopenhauer nació en 1788 en Danzig, actual Gdansk polaca, en

La obra de Arthur Schopenhauer, una de las figuras más notables de la filosofía antiidealista, se inspira en Kant y en el pensamiento budista e hinduista. Fotografías de cabecera: Jean Le Rond D’Alembert (izq.) y La libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (der.)

el seno de una familia de la alta burguesía alemana. Realizó sus estudios superiores en Berlín, ciudad donde tuvo como profesor a Fichte, y posteriormente en Jena. En 1814 se estableció temporalmente en Weimar y pudo así entrar en contacto con Goethe, quien le inició en sus teorías sobre la percepción. También corresponden a esta época su descubrimiento del pensamiento indio, factor esencial de su filosofía, y la publicación de su obra fundamental: El mundo como voluntad y representación, exposición de las tesis sobre las que sustentaría toda su doctrina. El año 1820 fue la fecha de su nombramiento como profesor ad-


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FILOSOFÍA

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junto en Berlín y también la de su primer enfrentamiento con la eminencia intelectual del momento, G. W. F. Hegel. El incidente fue el inicio de un distanciamiento que no haría sino aumentar con el tiempo, y que obró claramente en contra de Schopenhauer; baste citar como ejemplo la definitiva suspensión de sus cursos debido al escaso público que asistía a sus lecciones, programadas por empeño suyo a la misma hora en que Hegel impartía sus multitudinarias clases. Su cese como docente lo deprimió profundamente, tanto más cuanto la indiferencia por su obra se extendía también al público culto y a los editores. Optó entonces por recluirse en el estudio y en 1831 se trasladó a Frankfurt financiado por una renta familiar. Finalmente, y tras cosechar un nuevo fracaso con el tratado científico Sobre la voluntad en la naturaleza, su fama comenzó a crecer a mediados de siglo gracias a la súbita aceptación que obtuvo la variada colección de ensayos que publicó en 1851 con el título de Parerga y Paralipomena. Pudo así gozar de una relativa celebridad durante los últimos años de su vida, lo que en absoluto sirvió para aplacar el espíritu sombrío y desencantado que presidió su existen-

cia, que concluyó finalmente en 1860. Además de haber reconocido su deuda con Platón, Schopenhauer citó como fuentes primordiales, y casi únicas, de su pensamiento la doctrina de Kant y los Upanishads, el ancestral tratado filosófico-religioso de los hindúes. En ambas se basó para exponer su doble visión del mundo: como representación y como voluntad. La epistemología kantiana le sugirió lo primero; la sabiduría oriental, la solución del problema derivado de lo segundo.

El mundo como representación Schopenhauer recoge la distinción formulada por Kant entre el objeto en sí (noúmeno) y la representación mental del mismo (fenómeno); sin embargo, introduce algunas diferencias. En primer lugar, reduce las categorías apriorísticas a tres: espacio, tiempo y causalidad. En segundo lugar, afirma el carácter intuitivo y fenoménico del intelecto, que en su opinión no es sino una facultad común tanto a hombres como a animales, aunque más desarrollada en los primeros. Esta afirmación de lo intuitivo sobre lo racional –”la sustancia ín-

tima de todo conocimiento real es una intuición; toda verdad es intuitiva”– le lleva a considerar los conceptos como representaciones secundarias, huecas abstracciones que, separadas de la intuición original, pierden todo valor y “semejan nubes sin realidad”. Un tercer matiz diferencial se aprecia en la interpretación dualista de Schopenhauer: el fenómeno no sólo constituye la realidad distinta que Kant advirtió, sino que equivale más bien a una ilusión ficticia. Según esta concepción, de inequívocas resonancias budistas, el mundo no es simplemente el resultado de una mera visión particular, sino que es, ante todo, un engaño. Una pregunta surge inevitablemente: si se afirma la naturaleza ilusoria de lo fenoménico, ¿cuál es el mundo real?, ¿qué cosa es la “cosa en sí”? Para contestar a este interrogante, Schopenhauer rastrea en lo único de lo que, a su juicio, puede el hombre estar seguro, es decir, sus intuiciones innatas. Y la más esencial de todas ellas, la autoconciencia, le pone en el camino de encontrar el verdadero noúmeno. En efecto, afirma el pensador alemán, todo hombre es consciente de su doble faceta; por un lado, intuye su materialidad, su cuerpo –en otras palabras, su realidad fenoménica, representada mentalmente por él mismo y a su vez accesible para el entendimiento de los que le rodean–; por el otro, intuye sus necesidades, sus ímpetus y sentimientos más invencibles, su arraigado deseo de aferrarse a la vida, en suma, toda una realidad incognoscible para nadie que no sea el propio yo. Este aspecto profundo del ser constituye lo que Schopenhauer denomina voluntad, la única realidad nouménica, la cosa en sí.

El mundo como voluntad

El filósofo danés Sören Kierkegaard es considerado el precursor del existencialismo.

La razón que Schopenhauer aduce para afirmar la suprema realidad de la voluntad es sencilla: su esencia no está mediatizada por las tres formas a priori –espacio, tiempo, causalidad– de la representación fenoménica. Bien es cierto que está relacionada con lo temporal; de hecho, se manifiesta como sucesión acumulativa de deseos e inclinaciones. Sin embargo,


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El irracionalismo

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Cuadro comparativo de las vías hacia la liberación de la voluntad (Schopenhauer) y las salidas a la angustia (Kierkegaard) Vías o salidas

Filósofo

Objeto

Consecuencia

Schopenhauer

Piedad compasiva

Eliminación de la maldad del alma

Kierkegaard

Aislamiento resignado

Destrucción de la individualidad

Schopenhauer

Contemplación de las ideas

Supresión de la conciencia

Kierkegaard

Eclecticismo indeciso

Dispersión y desesperación

Schopenhauer

Supresión de la voluntad de vivir

Liberación definitiva, paz absoluta del espíritu

Kierkegaard

Conciencia de las propias deficiencias

Fe en Dios, angustia redentora

ÉTICA

ESTÉTICA

ASCETISMO RELIGIÓN

el transcurrir del tiempo no le afecta de modo determinante y en lo sustancial permanece intacta. Consecuentemente, la voluntad no es una verdad conceptual sujeta a las limitaciones del intelecto, sino que constituye, en opinión del filósofo alemán, la única realidad del mundo, “la verdad filosófica por excelencia”. Como es lógico, las continuas demandas de esta voluntad despótica y omnipresente no pueden ser colmadas. La colisión de las voluntades particulares convierte el mundo en un torbellino irrespirable, una lucha despiadada de la que no se obtiene satisfacción alguna. Cuando el hombre toma conciencia de la propia voluntad irrealizada sobrevienen el dolor y la desdicha. Los raros momentos en los que la voluntad parece cumplirse no son mucho mejores. Su realidad resulta más bien precaria: el deseo satisfecho pronto se verá sustituido por otro nuevo, que traerá consigo la inevitable desesperación. El dolor es, pues, para Schopenhauer, lo universal y sustantivo, mientras que el placer no es sino la pasajera ausencia de aquél. El pesimismo de la interpretación carece de fisuras: la vida humana consiste en una continua oscilación entre el dolor y el precario paréntesis que rara vez lo interrumpe. Sin embargo, la liberación de este

mundo, que no es sino un “infierno en el que los hombres son alternativamente almas condenadas y demonios”, es posible. Para ello, el hombre habrá de ignorar las ilusiones de los fenómenos y superar la experiencia. Tres son los caminos que, a juicio de Schopenhauer, posibilitan tan ardua empresa. En primer lugar, la moral, cuyo principio fundamental, la piedad, tiene la virtud de desterrar la maldad del alma de los hombres, causa de no pocas de sus miserias. En segundo lugar, el arte, que entendido como contemplación de las ideas más elevadas permite al hombre encarar la esencia íntima del mundo y olvidarse, aunque sea de forma transitoria, de sí mismo. Y en tercer y último lugar, el ascetismo, la máxima vía de liberación. El ascetismo consiste en la negación de todo evento fenoménico; si el mundo es un mero engaño, ¿qué sentido tiene involucrarse en su miseria? Contra lo que pudiera deducirse de este interrogante, el suicidio, previene el filósofo, no es la solución lógica, ya que supone, en última instancia, un paradójico canto a la existencia desde el momento en que el suicida no hace con su acto otra cosa que reconocer su irresistible deseo de gozar de una vida distinta. Pero suponer que unas vidas son mejores que otras es un grave equívoco, ya

que el problema es la vida misma. La ataraxia del asceta, la absoluta imperturbabilidad ante la contingencia, se revela entonces como el recurso idóneo con que cuenta el hombre para suprimir una voluntad de vivir que lo mantiene aprisionado en la mortificante cadena de deseo-frustración. Como enseñan las sabias religiones orientales, recuerda Schopenhauer, la indiferencia emocional es la única vía hacia la liberación definitiva. El sosiego de la nada, la infinita paz del alma es la colosal recompensa que aguarda a todo el que renuncie al absurdo deseo de conservar su vida a cualquier precio.

El preexistencialismo de Sören Kierkegaard La tradicional discrepancia que existe entre los especialistas a la hora de definir el término existencialismo se convierte en unánime acuerdo a la hora de atribuir el rango de precursor de dicha corriente al filósofo danés Sören Kierkegaard, el “padre de la angustia”.

Vida y obra Sören Kierkegaard nació en Copenhague en 1813. Educado en un ambiente de severa religiosidad, se familiarizó


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FILOSOFÍA

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desde muy temprana edad con las ideas de culpa y arrepentimiento. Graduado en teología por la universidad de su ciudad, se trasladó a Berlín con el propósito de asistir a las clases de Schelling. Éstas pronto le causaron una gran decepción y, desengañado del idealismo imperante en los círculos académicos alemanes, regresó a Copenhague. Allí transcurrió el resto de su vida, sin ningún acontecimiento de especial relieve más allá de la ruptura de su matrimonio y el consiguiente rechazo de una vida tradicional. Murió en 1855. De la producción de Kierkegaard merecen destacarse El concepto de ironía, Temor y temblor, La enfermedad mortal y su obra más emblemática, El concepto de la angustia. El pensamiento de Kierkegaard discurre en una doble vertiente, negativa y positiva. En su aspecto negativo, como crítica de las dos instancias que, a su entender, mayor perjuicio habían causado a la interioridad humana: la Iglesia y los sistemas racionales; en el positivo, como formulación de un concepto esencial: la angustia.

de la historia, los filósofos –salvo contadas excepciones, como la del genial Sócrates– no han hecho otra cosa que ensimismarse en disquisiciones irrelevantes, ignorando lo único que verdaderamente importa: la existencia del hombre.

La existencia individual

La angustia

Las críticas que Kierkegaard dirige contra la Iglesia vienen dadas por lo que, a su juicio, constituye un agravio difícilmente reparable: la mundanización de lo religioso. La intolerable implicación de la Iglesia en los asuntos terrenales, en virtud de las decadentes inclinaciones a que ha sido llevada por la corrupción de sus principios, ha dado lugar a la extinción de la espiritualidad, el mayor ultraje posible contra el ser humano, que se ve así trágicamente privado de su último recurso. En cuanto al terreno filosófico, el totalitarismo metafísico de los idealistas es el principal objeto de los reproches del pensador danés. En su opinión, nada hay más ofensivo para la sagrada intimidad individual que los conceptos hegelianos de lo absoluto, que tan ciegamente pretenden reducir las particularidades humanas a la fría geometría de la razón. Lo verdaderamente siniestro, denuncia Kierkegaard, es el hecho de que a lo largo

La cualidad fundamental de lo existente es la pluralidad de posibilidades. El efecto que esta pluralidad ejerce sobre el hombre es nefasto: abrumado ante las numerosas alternativas de elección que la vida le ofrece, y en especial por la insoslayable necesidad de tomar decisiones que forzosamente comprometerán su destino, el individuo reacciona con un sentimiento que es la causa de toda infelicidad humana: la angustia. Atormentado ante esta situación insoportable que es la pura esencia de

En general hay dos caminos abiertos para un individuo existente: o bien puede hacer lo posible para olvidar que es un individuo existente, con lo que se convierte en una figura cómica, pues la existencia tiene la notable característica de obligar al individuo existente a existir lo quiera o no [...] o bien puede concentrar toda su energía en el hecho de ser individuo existente. Es desde aquí desde donde se debe objetar a la filosofía moderna [...] por haber olvidado, por una especie de olvido mental en la historia del mundo, lo que significa ser un ser humano. No lo que significa ser un ser humano en general, sino lo que significa que tú y yo y él seamos seres humanos, cada uno para sí mismo. Sören Kierkegaard, Postscriptum conclusivo acientífico (fragmentos)

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su ser, el hombre opta por una de las tres salidas que se le ofrecen: la ética, la estética y la religiosa. El recurso a la ética es una modalidad de huida o apartamiento que el individuo trata de emprender. Así, se procede a realizar una elección –desempeñar un trabajo, fundar una familia, mantener amistades–, y se asume con resignación lo que la vida va deparando. Sin embargo, basta con un mínimo de tiempo para que esa moral rutinaria apague la espontaneidad del individuo y éste vuelva a sentir su ahogo. La apelación a la estética no es mejor solución. Si el arte constituía para Schopenhauer una de las vías de escape de la sofocante autoconciencia, en el caso de Kierkegaard no pasa de ser un fútil intento de eclecticismo que, aunque en un primer momento consigue postergar la toma de decisiones, no tarda en generar aburrimiento y desesperación. La tercera vía, la vida religiosa, es la única que puede ser útil para el hombre. A ella llega tras fracasar en la ética: descubierta una terrible duda que termina por sacudir incluso su propia integridad humana, el hombre comprende con desesperación que no es el autor de sí mismo, pues su finitud impide cualquier aptitud creadora, y que depende, consecuentemente, de un ser superior. La fe en Dios, se apresura Kierkegaard a señalar, no es en absoluto el remedio definitivo contra la incertidumbre: con o sin Dios, la angustia prevalece. No obstante, es precisamente este sentimiento de angustia lo que debe tomarse como prueba elocuente de la existencia del Creador; sólo quien así proceda, es decir, sólo quien llegue a Dios a partir de la angustia, tendrá ganada la redención ultraterrena.

Preguntas de repaso

1. ¿Qué método propone Schopenhauer para evitar el sufrimiento? 2. ¿Qué diferencia hay entre las concepciones que del arte ofrecen Schopenhauer y Kierkegaard? 3. ¿Por qué cabe citar a Kierkegaard como el primer existencialista?


LAS DOCTRINAS MATERIALISTAS

El marxismo El término marxismo hace referencia a una realidad mucho más amplia y compleja de lo que comprende normalmente un sistema filosófico. El adjetivo marxista puede referirse a un extenso y heterogéneo conjunto de realidades, desde un partido político hasta un análisis económico, e incluso una determinada postura ética. En su acepción más importante, el marxismo designa un fenómeno histórico y sociológico que ha tenido enormes implicaciones históricas y sin el cual sería imposible entender la evolución de la Humanidad. En el origen de este fenómeno se encuentra la labor filosófica de un pensador excepcional, el alemán Karl Marx. Su originalidad radica fundamentalmente en la perspectiva práctica con la que abordó la elaboración de su pensamiento. No hay en Marx rastro alguno de los grandilocuentes planteamientos metafísicos de la filosofía anterior, ni de

El pensamiento marxista abordó la interpretación de las cuestiones sociales e históricas desde un tema principal: la lucha de clases. En la imagen, El avance del Tercer Estado, de Pelizza da Volpedo. Fotografías de cabecera: Jean Le Rond D’Alembert (izq.) y La libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (der.).

disquisiciones en torno al problema epistemológico. Lo esencial de su doctrina gira en torno a temas aparentemente prosaicos, como el trabajo, las clases sociales o la economía, que, sin embargo, le sirvieron para elaborar una explicación de la realidad humana tan exhaustiva y rigurosa que no tardó en ser calificada como científica. Todo ello unido a la insólita vocación práctica que impregnó su programa, pretensión que aparece condensada en una de sus frases más célebres: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”. En sus inicios, el pensamiento marxista se inscribió en la línea crítica de los revisionistas hegelianos, para des-

Retrato del pensador alemán G. W. F. Hegel.

pués distanciarse de ellos y trazar sus propias directrices. Por tanto, es preciso comenzar ofreciendo un esbozo de los rasgos fundamentales que presentaban estos discípulos disidentes de Hegel.

La izquierda hegeliana Aparte de la oposición externa, encarnada por las corrientes irracionalistas y positivistas, la doctrina de Hegel no tardó en generar escisiones en su propio seno. Durante los últimos años de la vida del pensador alemán y los primeros siguientes a su muerte, un grupo de jóvenes, algunos alumnos suyos en Berlín, otros simplemente próximos a sus enseñanzas, comenzaron a polemizar vivamente contra las líneas esenciales de la doctrina dialéctica: se trataba de la denominada izquierda hegeliana. Los pensadores que integraron este grupo no preconizaban el mismo modelo filosófico. Sin embargo, todos ellos presentaban un común denominador: el rechazo de cualquier clase de trascendencia y de espiritualidad, así como el exclusivo interés por el individuo, quien era considerado como el verdadero sujeto


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FILOSOFÍA

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del proceso histórico. Ambas notas características se aprecian con claridad en la obra de los dos “izquierdistas” más representativos: Max Stirner y Ludwig Feuerbach.

Max Stirner Johann Kaspar Schmidt (1806-1856), más conocido por el seudónimo de Max Stirner, acudió a las clases de Hegel en la universidad de Berlín, donde comenzó a disentir enérgicamente de su maestro. El universalismo hegeliano y su artificiosa metafísica constituían, en opinión de Stirner, desviaciones caprichosas de lo único verdaderamente importante: el individuo. El elemento central del pensamiento de Stirner es, pues, el ser humano, pero no entendido como parte de un colectivo, sino como individuo concreto: el yo, el Único. Sólo hay una realidad y un valor: el hombre concreto. Por tanto, la tarea primordial es garantizar la mayor propiedad de ese hombre individual, que no es otra que su libertad personal. Nada debe coartar el ejercicio de esta libertad; el ser humano, entregado a un egoísmo legítimo, no sólo tiene el derecho, sino también la obligación, de obviar las engañosas ordenanzas de la moral establecida, pura represión sutilmente disfrazada, y perseguir la satisfacción de sus deseos e impulsos personales. Lo lamentable, arguye Stirner, es que es el propio hombre quien se so-

Ludwig Feuerbach formuló en su obra una crítica de la idea de Dios y de la religión.

mete a sí mismo a través de sus ficticias construcciones. En efecto, tanto la religión como el Estado, los dos productos por antonomasia del espíritu humano, sólo son entes en los que el hombre delega su libertad y que terminan convirtiéndose en instancias puramente represoras. En primer lugar, el hombre creó a Dios, iniciando así su condena. Posteriormente sustituyeron a Dios otras entidades abstractas –sociedad, Estado–, pero la situación continuó siendo cualitativamente la misma. En consecuencia, sólo cabe una solución: si en el ámbito moral lo preceptivo es el egoísmo absoluto, en lo político no puede haber otro recurso, según Stirner, que la lucha sin tregua contra todo tipo de orden.

Ludwig Feuerbach De todos los pensadores que integraron la izquierda hegeliana, el más destacado fue, sin duda alguna, Ludwig Feuerbach (1804-1872). También alumno de Hegel, se vio privado de la cátedra que ocupaba en la universidad de Erlangen debido a sus osadas ideas en materia religiosa. El problema religioso es precisamente el punto de partida de la formulación de Feuerbach. En su opinión, los principios de las religiones son simples elaboraciones fantásticas creadas por el hombre como proyección de sus propios pensamientos y anhelos. Así, por ejemplo, la infinitud atribuida a Dios es proyección, razona Feuerbach, de la potencial infinitud del sentimiento humano, en tanto que la representación de la divinidad como amor es proyección de la convicción típicamente humana de que nada excede al sentimiento amoroso. Las proyecciones del hombre son su alienación: un mundo ficticio en el que concibe ya realizados sus sueños, un artificio que libra al hombre de la costosa tarea de afrontar los problemas existenciales de la vida terrena. Según Feuerbach, la religión atenta contra la esencia humana. Ciertamente, tiene el indudable valor de haber procurado la primera conciencia que el hombre ha tenido de sí mismo, aunque sea en forma de deseos e ilusiones sublimadas. Pero

precisamente por ello se trata de una conciencia falsa, viciada, una conciencia que Feuerbach denomina indirecta: el hombre ha cedido sus ideales más íntimos a un Ser Supremo, ajeno y diferente a él. Para reconquistar la humanidad perdida y evitar el fanatismo derivado de este aciago desdoblamiento hombre-divinidad, para sustituir, en suma, la conciencia indirecta por la directa, sólo cabe una solución: negar la existencia de Dios. Y la vía para desarrollar esta conciencia directa no es otra que la filosofía. Sin embargo, previene Feuerbach, la metafísica no es menos peligrosa que la religión; de hecho, no es más que una forma de ésta bajo un disfraz de conceptos. Para poder aprehender la esencia humana de un modo integral es preciso replantearse todas las construcciones especulativas previas, y en especial la dialéctica hegeliana, que debe ser invertida. La pretensión de Hegel de establecer lo finito (el hombre) en lo infinito (el espíritu absoluto) es errónea; lo correcto, expone Feuerbach, es cerciorarse de que lo infinito se crea en lo finito, en el hombre y nada más que en él. La conclusión que se deriva de este enfoque es esencialmente humanista: la verdadera filosofía no debe tener como objetivo la construcción de un aparato especulativo abstracto, sino la formación de los hombres. Para Feuerbach, al contrario que para Stirner, el hombre no puede ser considerado de forma aislada, ya que está indisolublemente vinculado a sus semejantes. Y es precisamente de este vínculo de donde emana la única moral legítima: el hombre siente la necesidad de luchar por la felicidad, tanto la suya como la de los demás. Éste y no otro debe ser, afirma Feuerbach, el fundamento que inspire la construcción de cualquier institución política supraindividual. El camino hacia el humanismo social de Marx quedaba así abierto.

Vida y obra de Karl Marx Marx nació en la ciudad renana de Tréveris en 1818. Nieto y sobrino


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Las doctrinas materialistas

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Principales obras de Karl Marx Obra

Tema

La sagrada familia La ideología alemana

Crítica del materialismo feuerbachiano

Tesis sobre Feuerbach

Materialismo dialéctico

Miseria de la filosofía

Socialismo (contestación a Proudhon)

Manifiesto comunista (con Engels)

Praxis revolucionaria

Lucha de clases en Francia El 18 de Brumario de Luis Bonaparte La guerra civil en Francia

Materialismo histórico

El capital

Economía política

de rabinos judíos, su padre era un abogado simpatizante de la revolución francesa y convertido al protestantismo. Tras iniciar sus estudios en la universidad de Bonn, Marx ingresó en la de Berlín seis años después de la muerte de Hegel. Pronto sustituyó el derecho por sus nuevas aficiones, la historia y la filosofía, y comenzó a frecuentar los círculos de la izquierda hegeliana. Doctorado en 1841 con una tesis sobre el pensamiento de Epicuro, perdió las esperanzas de dedicarse a la enseñanza universitaria a causa de la expulsión por ateísmo de su amigo Bruno Bauer, profesor en la universidad de Bonn. Su ocupación pasó a ser entonces el periodismo. Sin embargo, las dificultades con la censura le hicieron abandonar su puesto de redactor en la Gaceta Renana, su primer trabajo. En la Gaceta tuvo una breve, pero intensa, oportunidad de familiarizarse con la realidad económica y con la lucha por el poder político. En 1843, después de contraer matrimonio, Marx se trasladó a París. Entró allí en contacto con las sociedades secretas socialistas y comenzó a escribir sus primeras reflexiones filosóficas. En 1845, el gobierno francés dictó su expulsión como castigo por su creciente activismo político, cada vez más próximo al ideal revolucionario, y Marx decidió establecerse en Bruselas. En la capital belga inició su fecunda amistad con Friedrich Engels, con quien escribiría numerosas

obras, entre ellas el celebérrimo Manifiesto comunista, donde por primera vez se exhortaba a la unidad del proletariado internacional. El período belga fue muy prolífico; en apenas tres años escribió importantes obras, como la Tesis sobre Feuerbach, La ideología alemana, La sagrada familia y Miseria de la filosofía. Los movimientos revolucionarios de 1848 despertaron los recelos del gobierno belga y Marx se vio obligado a abandonar el país. Tras breves estancias en París, invitado por el efímero gobierno revolucionario, y en Colonia, donde dirigió la Asociación Obrera y redactó el programa del partido comunista alemán, se radicó en Londres, su residencia definitiva hasta su muerte en 1883. Durante esta etapa londinense, Marx se dedicó en exclusiva a la investigación y al estudio, en medio de una precaria situación familiar, agravada por la enfermedad de sus hijos y por la miseria económica, contra la cual sólo disponía de la generosa ayuda de Engels. Además de sus innumerables colaboraciones periodísticas, se centró fundamentalmente durante este período en el análisis histórico de los grandes movimientos sociales a la luz de su nueva concepción de la sociedad y la historia (el materialismo histórico), y, sobre todo, en el estudio exhaustivo de la economía política, culminado en los tres volúmenes que componen El capital, la obra maestra de Marx.

El materialismo dialéctico El pensamiento marxista se inició como crítica de la doctrina hegeliana desde los presupuestos de Feuerbach, para distanciarse después de éste y formular un nuevo método de análisis de las cuestiones sociales e históricas, radicalmente distinto a los procedimientos utilizados hasta entonces. Marx recibió con entusiasmo la revisión materialista que hizo Feuerbach del idealismo de Hegel. De hecho, algunas de sus ideas más célebres –la inversión de la dialéctica, el humanismo social– se inspiraron inequívocamente en la teoría de aquél. No obstante, juzgó imprescindible conservar el esquema dialéctico, vuelto, eso sí, “del revés”: el curso de la historia es dialéctico, pero son las causas materiales y no el espíritu absoluto las que determinan su evolución. La adición del materialismo de Feuerbach y la dialéctica hegeliana “puesta sobre sus pies” dieron lugar a la formulación propiamente marxista. Marx acepta la crítica materialista y naturalista de Feuerbach, su inversión de la dialéctica. Como se indicó anteriormente, el principio radical del pensamiento feuerbachiano no es el espíritu absoluto de Hegel, sino la naturaleza y la especie humana, que deben ser considerados como el punto de partida indispensable de cualquier


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FILOSOFÍA

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especulación filosófica. Fuera de la naturaleza y de los hombres nada existe; los Seres Superiores que nuestra ilusión elabora no son sino reflejos fantásticos de nuestro propio ser. El término “alienación”, ideado por Feuerbach para aludir al proceso por el cual el hombre se subordina a la adoración de un ente –Dios– creado por él, también es recogido por Marx. Sin embargo, las tesis del izquierdista fueron pronto criticadas por el pensador renano. En primer lugar matizó el concepto de alienación. Para Marx, son los aspectos de la vida política y económica los que mejor evidencian la situación alienante que sufre el ser humano. La alienación política viene dada por la injusta formulación del Estado, que en lugar de basarse en los legítimos principios de la razón y el interés general, lo hace en el régimen de propiedad privada, causando así la profunda desigualdad entre los ciudadanos. La alienación económica es más compleja y su explicación constituye uno de las grandes descubrimientos del marxismo. En opinión de Marx, es el resultado de la conversión que el capitalismo ha llevado a cabo del trabajo humano, que ha pasado de ser el medio por el que el hombre se apropiaba de la naturaleza, a la actividad deshumanizada por la cual un hombre –el empresario– se apropia del trabajo de otros muchos –los proletarios–. El trabajo capitalista convierte al hombre en mercancía sometida a las leyes del mercado. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad.

un método científico capaz de predecir la futura evolución de los acontecimientos y de mostrar de qué manera pueden los hombres incidir sobre ella acelerando el proceso. El materialismo dialéctico se transforma, en definitiva, en histórico.

El materialismo histórico

El pensamiento de Karl Marx cambió radicalmente la historia política y económica de la humanidad a lo largo del siglo XX.

Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo. Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (fragmento)

La segunda objeción que Marx hizo a Feuerbach sirvió para reconducirle a la doctrina de Hegel. En su opinión, el materialismo no debe asumirse a expensas de un aspecto fundamental de la dialéctica hegeliana: la idea de la autogeneración de la especie humana a través de un proceso dialéctico en el que el hombre se enfrenta a la naturaleza y va desarrollando métodos cada vez más eficaces para aprovecharse de ella. La reinterpretación de este planteamiento desde el punto de vista materialista da lugar a la original concepción marxista: el materialismo dialéctico. Por tanto, Marx cree en la posibilidad de interpretar el mundo mediante el esquema de oposición de contrarios; en su opinión, todo nace del conflicto. Pero en la base del cambio no se encuentran las causas espirituales, sino las materiales. Son las circunstancias socioeconómicas las que determinan el modo de pensar del hombre, y no a la inversa. Aplicada al momento concreto de la sociedad industrial, la tríada hegeliana tesis-antítesis-síntesis halla su correlato marxista en la concatenación capitalismo-proletariado-sociedad sin clases. El materialismo dialéctico se erige, entonces, como

Ampliando sus investigaciones sobre el pensamiento de Feuerbach, Marx concluyó que la alienación económica viene a ser el fundamento de todas las demás alienaciones. Así pues, la solución ilustrada que Feuerbach propuso para liberar al hombre –la educación popular a cargo de los filósofos– es absolutamente insuficiente. El remedio debe ser radical, es decir, la transformación revolucionaria de todas las relaciones sociales. Sólo así se podrá evitar la alienación económica y reintegrar efectivamente al hombre a su plena humanidad. Abandonada la especulación meramente contemplativa de la filosofía tradicional, Marx se dedica a elaborar un sistema teórico destinado a la aplicación práctica de su concepción como medio de transformar la sociedad. Tal sistema se conoce como materialismo histórico. El análisis histórico de Marx no es más que el intento por formular las condiciones que originan la primacía de la alienación económica. Como se vio anteriormente, Feuerbach había llamado la atención sobre los poderosos vínculos asociativos que se generan entre los individuos; sin embargo, no logró desentrañar la naturaleza de dicha asociación. Marx no sólo dilucida el significado de esta actividad solidaria, sino que la presenta como el principio fundamental de la vida humana. A su juicio, el hombre se vincula con sus semejantes para procurar con mayor eficacia la satisfacción de sus necesidades materiales, ya que ésa y no otra es la primera acción histórica del ser humano. El vínculo del trabajo productivo une a los hombres y funda la sociedad, dividida en clases como consecuencia de la especialización del trabajo. La división social del trabajo da lugar a determinadas relaciones de producción entre los miembros de una co-


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munidad. En las sociedades en las que los medios de producción son de propiedad privada se produce un reparto desigual del trabajo y de la riqueza generada. Ello da lugar a la existencia de antagonismos entre las clases privilegiadas y las desfavorecidas. De este punto de vista surge la idea nuclear del materialismo histórico: la historia de la Humanidad es la historia de las luchas entre unas clases y otras por el control de los medios de generar la riqueza. El conflicto interclasista es el motor de la historia y de él se derivan todas las demás circunstancias sociales. Las relaciones de producción unidas al conjunto de las fuerzas productivas, es decir, la capacidad tecnológica de que una determinada sociedad dispone para solventar las necesidades de producción, conforman el sustrato real de la historia humana en cada momento. Es lo que Marx denomina la estructura de una sociedad. Sobre esta estructura básica se erigen las correspondientes manifestaciones o instituciones de la vida social, surgidas como reflejo de las condiciones materiales. A este conjunto de instancias –derecho, moral, régimen político, ideología, etc.– otorga Marx el nombre de superestructura. En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política (fragmento)

En sus inicios, la teoría marxista afirmaba el determinismo absoluto de la estructura sobre la superestructura; lo material condicionaba lo espiritual. Posteriormente, Marx reconoció que los aspectos ideológicos también constituyen factores del devenir histórico, que influyen a su vez en la base económica que los ha originado. En cualquier caso, lo sustantivo del historicismo marxista lo constituye la afirmación de que cualquier cambio en la estructura económica da lugar al desmantelamiento de toda la superestructura ideológica. Los conflictos entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción han determinado el curso de la historia. Ésta puede, por tanto, estudiarse con la exactitud de un fenómeno de la naturaleza; la pretensión del marxismo es ante todo la de erigirse como una metodología científica, destinada no sólo –como entendió Hegel– a examinar lo que es o ha sido, sino como una proyección hacia el futuro que vaticina lo venidero. Así, Marx enuncia cuáles han sido, a grandes rasgos, los diferentes momentos históricos habidos en la formación ecónomica de la Humanidad: el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y, por último, el moderno burgués, y augura el modo de producción que se impondrá irremediablemente en el futuro. Toda estructura alberga en su seno una contradicción entre sus fuerzas productivas y sus relaciones de producción; cuando este antagonismo larvado sale a la luz, la revolución es inevitable. El régimen productivo de la antigüedad se transformó en el feudal y éste a su vez en el capitalista burgués. Las relaciones burguesas de producción son la forma económica actual, pero obviamente, explica Marx, sólo son un eslabón más del proceso histórico. Tarde o temprano, el capitalismo sufrirá un colapso a manos de la antítesis –el proletariado– encerrada en su propio seno. La rebelión de los trabajadores oprimidos no es sino el producto lógico de una necesidad histórica ineludible: la transformación de las relaciones de producción. Éstas tomarán la forma

Las doctrinas materialistas

239

que tenían en las comunidades humanas primitivas, es decir, la propiedad colectiva de los medios de producción, lo que a la postre habrá de subvertir toda la superestructura: la igualdad económica devendrá así en igualdad jurídica y política. Sin propiedad privada no hay clases sociales y sin clases no hay conflicto: el curso de la historia llega así a su culminación.

La praxis revolucionaria El desenlace de este proceso histórico es ineluctable; en opinión de Marx, el análisis científico de la historia muestra que, antes o después, la sociedad de iguales será un hecho. No obstante, el hombre tiene la obligación moral de adelantar el proceso para poner fin a la injusticia social. La práctica (praxis) revolucionaria es el medio de agilizar la debacle del capitalismo; en ella deben tomar parte tanto sus principales víctimas –los proletarios– como los políticos, encargados de alimentar la conciencia de clase de los trabajadores. El primer paso de la revolución obrera es la toma del poder y la elevación del proletariado a clase dominante. Esta dictadura del proletariado constituirá un período de transición, en el cual las libertades públicas se mantendrán en suspenso hasta que los últimos vestigios de la sociedad burguesa hayan desaparecido. Sólo entonces podrá ser suprimida toda forma de poder político y, erradicada ya cualquier forma de alienación, instaurarse la sociedad comunista.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué pretendía significar Marx con la expresión “volver del revés” la dialéctica de Hegel? 2. Según la doctrina marxista, ¿cuál es la causa de la alienación económica? 3. ¿Qué designa en la teoría marxista la noción de praxis?


EL POSITIVISMO

L

a doctrina de Hegel, imperante en los círculos académicos europeos desde las primeras décadas del siglo XIX, continuó ejerciendo su influencia, incluso tras la muerte de éste, a través de las denominadas derechas e izquierdas hegelianas. Sin embargo, hacia la década de 1840, el hegelianismo comenzó a agotarse. Entre las causas de este declive es obligado referirse a una corriente filosófica surgida en abierta oposición a la metafísica idealista del filósofo alemán y que terminaría por ocupar su predominante posición. Esta nue-

va corriente se conoce con el nombre de positivismo. El primero en utilizar la expresión “filosofía positiva” fue el conde de Saint-Simon, el socialista francés del grupo de los denominados utópicos. Sin embargo, fue su compatriota y seguidor Auguste Comte quien profundizó y desarrolló el significado de la “positividad”. En consecuencia, es Comte el pensador universalmente reconocido como auténtico fundador del positivismo. Con el transcurso del tiempo, el significado del término se hizo muy distinto del que Saint-Simon

El filósofo francés Auguste Comte es considerado el fundador del positivismo. Fotografías de cabecera: Viajero en un mar de niebla, de Caspar David Friedrich (izq.), y Construcción mecánica, de Liubov Popova (der.).

y Comte precisaron y acabó equivaliendo a toda orientación tendente a exaltar los hechos contra las ideas, de lo experimental sobre lo teórico, y de las leyes físicas y biológicas sobre las filosóficas.

Auguste Comte Vida y obra Auguste Comte nació en Montpellier en 1798. A pesar de ser educado en un ambiente de severa disciplina católica, con catorce años renegó de la tradición monárquica de su familia y se declaró librepensador y republicano. Estudió matemáticas y física en París, y medicina y filosofía en Montpellier. La primera etapa de su pensamiento está marcada por los siete años que pasó al servicio de Saint-Simon, cuya doctrina terminó rechazando. Tras una grave crisis mental y un intento de suicidio reanudó su labor filosófica y en 1830 publicó el primero de los seis volúmenes de su obra fundamental, Curso de filosofía positiva, completada en 1842. La hostilidad que despertó el Curso en los ambientes académicos le cerró las puertas de la docencia y desde entonces malvivió de las ocasionales ayudas de sus allegados, entre los que se encontraba el británico John Stuart Mill. En 1841 dio a la imprenta el Discurso sobre el espíritu positivo, y diez años después, tras la traumática experiencia de su amada Clotilde de Vaux, que lo sumió en una profunda crisis religiosa, el Catecismo positivista, síntesis de la última fase de su pensamiento, en la que abandonó la


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filosofía propiamente dicha para elaborar los principios de una nueva fe –la religión de la Humanidad–, de la que él mismo se postulaba pontífice. Murió en 1857, rodeado de los pocos discípulos que lo siguieron tras su conversión mística.

El pensamiento positivo El punto de partida de la doctrina de Comte es fundamentalmente crítico: en su opinión, no es un objetivo filosófico construir una concepción sistemática del hombre ni de la naturaleza, tal como habían predicado los filósofos anteriores. Plenamente consciente del espectacular avance logrado por las ciencias, afirma que sólo a éstas compete el estudio del ser. Y son precisamente las ciencias las que otorgan su sentido a la filosofía, dado que la nueva función que Comte reserva para ésta no es otra que la de determinar el desarrollo de cada una de aquéllas y lograr la síntesis de todas en un cuerpo único. En otras palabras, el objetivo de la filosofía debe ser procurar la unidad fundamental de la ciencia, todo ello con un propósito único: transformar la sociedad. Si la ciencia es, tal y como afirma Comte, la solución definitiva y última de todos los problemas que aquejan al género humano, la filosofía es la encargada de guiar esta empresa. Lo que indica la observación filosófica nos lo confirma la experiencia directa. Jamás se ha introducido alguna innovación importante en el orden social sin que los trabajos relativos a su concepción hayan precedido a

aquellos cuyo objeto inmediato fue el de ponerla por obra, y a los cuales sirvieron, a la vez, de guía y de apoyo. Auguste Comte, Ensayo de un sistema de política positiva (fragmento)

En esta vocación humanista se aprecia uno de los aspectos básicos de la concepción comtiana: la idea del progreso. En efecto, el filósofo asegura que el progreso es la clave que permite predecir y aquilatar el devenir cambiante de la historia. En este sentido introduce Comte la idea esencial de su doctrina, la llamada ley de los tres estados, cuyo descubrimiento permite a la filosofía acometer su tarea de síntesis científica.

La ley de los tres estados Según Comte, tres son las fases sucesivas que han permitido a la Humanidad evolucionar en cualquiera de los planos de su actividad. En la primera, el estado teológico, el hombre está dominado por la existencia y, consecuentemente, explica los fenómenos mediante el recurso a seres sobrenaturales cuya voluntad rige todos los acontecimientos naturales y humanos. En la segunda, el estado metafísico, la razón reflexiva suple a la fantasía, y la metafísica a la religión. Así, las entidades sobrenaturales son reemplazadas por instancias abstractas, como la sustancia, la causa o el ser. El avance con respecto a la primera es notable, pero las explicaciones siguen siendo oscuras y ajenas a todo control empírico. La metafísica, a juicio de Comte, destruye sin construir. Por último, en la terce-

El positivismo

ra, el estado positivo, la Humanidad logra dar el paso definitivo en su tránsito evolutivo. Gracias a la implantación de la ciencia, el hombre rechaza las explicaciones fantásticas y las conceptuales, y construye el único saber verdadero, el conocimiento basado en los hechos demostrables. En el estado positivo, por fin, el espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de obtener nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del universo y a conocer las causas íntimas de los fenómenos, para dedicarse a descubrir, con el uso bien combinado del razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas. Auguste Comte, Curso de filosofía positiva (fragmento)

La conclusión de Comte, inequívocamente inspirada en el empirismo de Hume, afirma que el objeto del saber auténtico no puede ser el estudio de las causas últimas de los fenómenos, sino el análisis del comportamiento de los mismos; es decir, el cómo y no el por qué. El filósofo positivista debe luchar porque se abandonen los oscuros principios metafísicos y se imponga el discurso único de las leyes científicas.

La clasificación de las ciencias En opinión de Comte, la eficacia de cualquier actividad, ya sea reflexiva o práctica, está absolutamente determinada por un requisito indispensable: la organización. En el terreno del saber, esta exigencia da lugar al problema de la clasificación de las

Los tres estados de la evolución humana según Comte Estado

Explicación de la realidad

Método

241

Resultado

TEOLÓGICO

Sobrenatural

Imaginación

Causas

METAFÍSICO

Abstracta

Razón especulativa

Causas

POSITIVO

Científica

Observación empírica y demostración

Leyes


242

FILOSOFÍA

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ciencias. Para garantizar la unidad del saber ante la irresistible ascensión de las ciencias específicas es preciso establecer un ordenamiento que, al tiempo que reconozca la diversidad de lo científico, vincule lógicamente sus distintas manifestaciones. La solución de Comte es admitir seis únicas ciencias fundamentales, en las que deberá integrarse cualquier especialización surgida a posteriori. Estas seis ciencias, son las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la biología y la gran invención comtiana: la sociología, que componen una jerarquía rígida e inalterable. La disposición de estas ciencias sigue dos criterios. Por un lado, el de la creciente complejidad de los objetos estudiados. Cada una de las ciencias –a excepción de las matemáticas, saber fundamental que no precisa de los demás– se sirve de los resultados de las precedentes y a su vez auxilia a las que la siguen. Las entidades matemáticas son lo más simple; los hechos sociales, lo más complejo. Por otro lado, el criterio de su evolución histórica en relación con la aludida teoría de los estados. Así, cuanto más simple sea una ciencia, con mayor rapidez pasará los tres momentos de la evo-

lución. Las matemáticas son la base de la clasificación porque llegaron antes que ninguna otra al estado científico, y en él se hallan desde hace milenios. A una gran distancia temporal las siguieron la astronomía, primero, y luego la física, la química, y así sucesivamente. Sólo la sociología, cúspide del conocimiento humano, no ha completado aún, afirma Comte, su evolución. Acelerar este tránsito es precisamente la función específica de la filosofía, pues una vez convertida en ciencia, la sociología –la “física social”– permitirá al hombre no sólo impulsar el desarrollo de todas las demás ciencias, sino también determinar las leyes generales de la evolución humana y conseguir la perfecta organización social.

John Stuart Mill El positivismo se extendió con rapidez por todo el continente. El ejemplo más representativo de su rápido arraigo en Gran Bretaña es la obra del inglés John Stuart Mill (18061873), hijo del utilitarista James Mill y continuador él mismo de esta postura moral, basada en el principio de que lo útil es lo correcto. Iniciado a

una edad extraordinariamente temprana en el ejercicio de importantes cargos comerciales, comprendió la necesidad de ampliar su cultura tras una grave crisis nerviosa sufrida a los veinte años. Se entregó así a la lectura filosófica, quedando vivamente impresionado por la doctrina comtiana. En consecuencia, Stuart Mill supo dar una perspectiva más rica y penetrante al utilitarismo que le había sido transmitido por vía paterna. Al igual que el de Comte, el positivismo de Mill se basa en la exigencia empirista, pero le separa de aquél un matiz fundamental: lo sustantivo no son los hechos de la experiencia científica, sino los fenómenos perceptivos considerados de forma aislada. Nada existe unitariamente, afirma el inglés, todo se reduce a una suma de estados de conciencia. Este fenomenismo radical, que es heredero de Hume, sostiene toda la filosofía de Mill, tanto su lógica como su concepción del mundo y del yo. En cuanto al primer aspecto, la premisa básica es la crítica inapelable de la lógica tradicional. Según Mill, ésta se ha venido basando en un principio inexistente: los juicios universales, que no son más que una injustificada adición de observaciones toma-

SOCIOLOGÍA

BIOLOGÍA

QUÍMICA

FÍSICA

ASTRONOMÍA

MATEMÁTICAS

Esquema que representa la clasificación de las ciencias según Comte, ordenadas con arreglo a una estructura rígida e inalterable.


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El positivismo

243

das de hechos concretos. Por existencia de un ser trascendentanto, el tránsito de lo general a te y exterior al mundo. Este aslo particular, base de la lógica pecto fue explotado por el que se clásica, debe ser desterrado por considera figura principal del su evidente naturaleza errónea y positivismo evolutivo, el inglés sustituido por el único fundaHerbert Spencer (1820-1903). En mento posible: la inducción, es su opinión, la ciencia por sí sola decir, la generalización a partir es insuficiente, ya que nunca pode la experiencia. drá salir de lo condicionado; en La misma crítica fenoménica cambio, la religión asume lo abafecta a las tradicionales acepciosoluto, lo incognoscible, como nes del mundo y del yo. Mill ve principio propio, por lo que no en ellas el resultado de la inaceppuede ser obviada. Ambas, cientable continuidad que la mente cia y religión, no sólo no se conestablece entre estados de contradicen, sino que se compleciencia que son en sí aislados e mentan mutuamente para llegar independientes. Ni el yo ni el al conocimiento máximo. Por mundo existen como tales fuera otro lado, el concepto de evoluJohn Stuart Mill es el máximo representante del de nuestras percepciones. El proción, previene Spencer, no debe utilitarismo, doctrina para la que la utilidad de las cosas es el principio y norma de toda acción. blema que al inglés se le plantea limitarse a lo específico y expees el de explicar la existencia de rimentalmente controlable, sino los objetos que nuestra mente no per- los campos de la realidad natural y que designa un fenómeno único y cibe en un momento determinado. humana. El concepto comtiano de universal, el tránsito de lo homogéEn efecto, la mesa de la habitación progreso hallaba así el marco de ex- neo a lo heterogéneo, presente por contigua existe, aunque en este mo- presión idóneo: el principio evolu- igual en todos los planos de la realimento no se tenga percepción de ello. cionista ratificaba científicamente el dad: en la formación del sistema soLa respuesta de Mill es la teoría de las irreversible triunfo final de la Hu- lar y de los cuerpos orgánicos, en percepciones posibles: el significado manidad. los procesos sociales, e incluso en los Así pues, el positivismo evolutivo comportamientos morales. La consede la palabra existencia cuando aplicada a lo ausente solamente expresa nació con un inconfundible cariz de cuencia lógica de este modelo es una la convicción de que, en determina- neto conservadurismo. En efecto, se concepción política de liberalismo das circunstancias, sería posible lle- predicaba que si tarde o temprano la extremo: la intervención estatal debe perfección de la Humanidad había ser nula, ya que la continua evolugar a percibirlo. de llegar por sí sola, carecía de todo ción del mundo tendrá como consesentido intentar propiciar la igual- cuencia generar la armonía social. El evolucionismo dad o la justicia sociales por medio Los seguidores del evolucionismo de luchas y revoluciones. Por otro consideraron a Spencer como el Arisde Herbert Spencer lado, y también causa de su éxito, la tóteles del siglo XIX. Sin embargo, el Incomparablemente mayor que el doctrina evolucionista dejaba un res- valor que se atribuye actualmente a indudable éxito del fenomenismo de quicio abierto a la posibilidad de la su pensamiento es mínimo. Mill fue el alcanzado por el llamado positivismo evolucionista, considerado durante las últimas décadas del siglo XIX como la única concepción verdadera del universo. Impulsado por la resonancia de la revoPreguntas de repaso lucionaria teoría de Darwin, el positivismo evolucionista tuvo como 1. ¿Qué objeciones hace Comte al pensamiento metafísico? objetivo declarado aplicar sin límite 2. ¿Por qué sitúa Comte a la sociología en la cúspide de su clasificación de alguno el principio de la evolución las ciencias? de todos los organismos a partir de un único núcleo originario a todos

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EL VITALISMO

D

urante las últimas décadas del siglo XIX se gestó, en casi todos los países de Europa, una intensa corriente antipositivista que, encarnada en diversas tendencias, fue imponiéndose paulatinamente sobre su adversario y terminó dominando gran parte del pensamiento occidental en el siglo XX. La característica común de las diferentes formas que revistió esta reacción fue el abierto rechazo del valor absoluto de la ciencia. En general, se afirma-

ba la incapacidad de la investigación científica para abordar la realidad más profunda del hombre y se predicaban, como recurso para el acceso a esta esencia velada, métodos contrarios a la razón, tales como el sentimiento, la liberación moral y la intuición. Las dos tendencias antipositivistas más relevantes por su posterior influencia en el desarrollo de la filosofía occidental son el vitalismo de Nietzsche y Bergson y la fenomenología de Husserl.

La obra de Friedrich Nietzsche gira en torno a tres temas fundamentales: la voluntad de poder, el superhombre y el mito del eterno retorno. Fotografías de cabecera: Viajero en un mar de niebla, de Caspar David Friedrich (izq.), y Construcción mecánica, de Liubov Popova (der.).

Vida y obra de Friedrich Nietzsche Friedrich Nietzsche nació en 1844 en Röcken, ciudad alemana cercana a Leipzig, donde su padre ejercía de párroco protestante. Trasladada su familia a Naumburgo, realizó sus estudios primarios y secundarios en un ambiente sumamente piadoso, lo que acentuó su carácter serio y retraído. Con catorce años ingresó en un internado, donde demostró un gran interés por el estudio de humanidades clásicas y por la interpretación musical. Contraviniendo la voluntad familiar, se negó a iniciarse en el sacerdocio y optó por estudiar teología y filología clásica en la universidad de Bonn. Asentado en Leipzig, a donde se había desplazado para atender las clases de un importante helenista, Nietzsche descubrió El mundo como voluntad y representación. El tratado de Schopenhauer le causó una profunda impresión, que no tardaría en hacerse evidente en su pensamiento, en aspectos como la primacía de lo intuitivo sobre lo intelectivo, la importancia del arte y, en especial, la significación de la voluntad. En 1868 inició su amistad con el compositor Richard Wagner, cuya obra admiró durante algún tiempo como encarnación de los valores clásicos anteriores a la nociva implantación del cristianismo. Tres años más tarde, tras haberle sido concedida la cátedra de filología clásica en la universidad de Basilea (Suiza), publicó su primera obra importante, El nacimiento de la tragedia, a la que siguieron las Consideraciones intempestivas. En 1878, desengañado


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El vitalismo

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Principales obras de Friedrich Nietzsche Etapa

Período romántico (1871-74)

Período ilustrado (1879-82)

La filosofía de Zaratustra (1883-85)

Crítica de la cultura occidental (1886-88)

ante el tono nacionalista que comenzó a advertir en las composiciones de Wagner, rompió definitivamente su relación con el músico. Un año después abandonó por completo la enseñanza debido a su maltrecha salud e inició entonces un largo período de vagabundeo solitario que le llevaría por varias ciudades de Francia e Italia. Durante los diez años que duró su periplo escribió la mayor parte de su obra: Humano, demasiado humano, La gaya ciencia, Así habló Zaratustra, La genealogía de la moral, Crepúsculo de los ídolos, El Anticristo, Ecce homo, etc. En 1889 le fue diagnosticada una grave enfermedad mental, que no tardó en impedirle toda actividad. Acogido por su hermana, pasó los últimos diez años de su vida afectado por una completa parálisis vegetativa. Murió el 25 de agosto de 1900. En la obra de Nietzsche se aprecia la doble vertiente que siguió su pensamiento. Por un lado, la faceta crítica, el análisis destructivo de la tradi-

Obra

Tema

El nacimiento de la tragedia

Exaltación de la cultura presocrática

Sobre verdad y mentira

Crítica del lenguaje inconsciente

Consideraciones intempestivas

Ataque a la cultura alemana y al método histórico

Humano, demasiado humano

Desenmascaramiento de la esclavitud moral

Aurora

Crítica moral

La gaya ciencia

Muerte de Dios

Así habló Zaratustra

El superhombre, la voluntad de poder, el eterno retorno

Más allá del bien y del mal

Crítica de la filosofía y la religión

La genealogía de la moral

Crítica de la moral occidental

Crepúsculo de los ídolos

Crítica de la filosofía

El Anticristo

Ataque a la religión cristiana

Ecce homo

Autobiografía

La voluntad de poder

El nihilismo

ción occidental encarnada en la religión, la filosofía y la moral. Por otro, la constructiva, el intento positivo de ofrecer una explicación de la vida y su oculto trasfondo. Esta explicación, desarrollada originalmente no en forma de sistema, sino de un modo fragmentado –parábolas, aforismos, metáforas poéticas–, se articula en torno a tres temas esenciales en el pensamiento nietzscheano: la voluntad de poder, el superhombre y el mito del eterno retorno.

La voluntad de poder En la segunda parte de Así habló Zaratustra, Nietzsche desarrolla una idea tomada de Schopenhauer: la de la voluntad como signo de la lucha en que se fundamenta el mundo. Sin embargo, introduce dos matices que son sustanciales: en primer lugar, para Nietzsche la voluntad no es un impulso abstracto, sino que persigue un anhelo definido: el poder. Así pues, la voluntad de poder es defini-

da como la lucha de la vida, que tiene que superarse a sí misma continuamente y que determina todo lo existente. En segundo lugar, la voluntad no es (como lo era para Schopenhauer) la causa de las miserias del mundo, sino, al contrario, el máximo valor vital, al que el hombre debe entregarse sin escrúpulos. Por tanto, el pesimismo estático de Schopenhauer es sustituido por un optimismo exaltado que incita al hombre a librarse de su cobarde esclavitud moral y a deleitarse en la aceptación gozosa de su propia finitud.

El superhombre “Dios ha muerto”, afirma Nietzsche. La religión es ya insuficiente para procurar un consuelo al hombre, incrédulo ante las promesas de inmortalidad y esclavizado por los rígidos preceptos cristianos. En consecuencia, está desvalido, inerme ante su condición finita. Su debilidad frente a los avatares del destino está acen-


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FILOSOFÍA

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tuada por siglos de sometimiento a las caducas leyes morales y religiosas que han favorecido el triunfo de los mediocres, de los impotentes y de los cobardes. En cambio, ahora, derruido el mezquino cobijo de la fe, la vida se muestra en su crudeza verdadera: lucha incesante por la existencia. Y en ella, previene Nietzsche, sólo los más fuertes sobreviven. Así, aceptado su aciago destino, una estirpe de hombres comenzará a imponerse sobre los demás y, situados más allá del bien y del mal, abrirán al mundo una nueva era, una etapa en la que la moralidad y las religiones cederán su paso a los instintos, al arte, al amor sexual, a la dicha disfrutada y al dolor asumido, en definitiva, a la indomable voluntad de poder. Ese hombre nuevo, filósofo del futuro y dominador de la historia, encargado de transformar lo finito humano en lo infinito de la vida así sentida, no es otro que el superhombre.

El eterno retorno El tema del eterno retorno, poco elaborado teóricamente, es quizá el punto más oscuro de todo el pensamiento nietzscheano. Con él, el pensador alemán pretende negar la condición perecedera de lo real una vez que ha rechazado toda existencia trascendente o divina. La eternidad sólo puede provenir del mundo mismo, del “sentido de la tierra”. La solución de Nietzsche vuelve a criticar lo humano: pasado y futuro son ideas ilusorias; la voluntad de poder crea tanto “hacia adelante” como “hacia atrás”, y lo que está por ocurrir ya ha ocurrido eternas veces. El mundo es repetición del mundo. Oh Zaratustra, dijeron a esto los animales, todas las cosas mismas bailan para quienes piensan como nosotros: vienen y se tienden la mano, y ríen, y huyen, y vuelven. Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone; eternamente la misma casa del ser se reconstruye a sí misma. Todo se despide, todo

vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser. En cada instante comienza el ser; en torno a todo aquí gira la esfera allá. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad. Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (fragmento)

El tiempo lineal de los ilustrados y positivistas, imparable fuga hacia el futuro, se convierte en Nietzsche en ciclo reiterante, en argumento circular que otorga a cada instante un peso intolerable para los débiles, abrumados ante la responsabilidad de estar escribiendo, con cada uno de sus actos, el guión de la eternidad. Sólo el superhombre puede llegar a concebir el significado de cada momento y así aprehender el mundo en su totalidad, como cauce absoluto de la vitalidad suprema e inagotable, como unidad infinitamente superior a las nimias vicisitudes humanas, “demasiado humanas”.

Henri Bergson Mucho menos violenta que la nietzscheana fue la crítica de la razón que

Desde la crítica a la razón, Henri Bergson reivindicó la importancia de la intuición como órgano supremo del conocimiento.

llevó a cabo Henri Bergson (18591941), el filósofo francés más importante de la primera mitad del siglo XX. Procedente de una rica familia de origen judío, Bergson gozó durante toda su vida de una gran popularidad y ejerció así de representante oficial de la cultura francesa. La premisa fundamental de su pensamiento es la siguiente: pese a su indudable valor científico, ni los conceptos ni el lenguaje pueden ofrecer un conocimiento profundo de la esencia de lo existente. Esta imposibilidad se hace especialmente patente en el caso de la conciencia humana. Por su naturaleza, los conceptos sólo pueden ser aplicados a aquello que ni cambia ni se mueve. Por tanto, para acometer el estudio de la conciencia –caracterizada precisamente, según Bergson, por ser una corriente continua, una “pura duración”– es necesario recurrir a otro tipo de conocimiento: la intuición. Superado el estricto ámbito de la conciencia y referido al ser en general, esta afirmación se convierte en la tesis esencial del pensamiento antipositivista de Bergson: la intuición, esto es, la captación inmediata no conceptual, posibilita el conocimiento del mundo. Ciertamente, matiza Bergson, el conocimiento científico del mundo contiene un determinado grado de verdad; los avances de la técnica así lo prueban. Sin embargo, éste es totalmente inadecuado para explicar la materia orgánica y captar el profundo devenir de la vida. Las representaciones que elabora la ciencia del mundo son útiles a efectos prácticos, pero no responden a la realidad. La causa de esta inadecuación estriba en una concepción errónea del tiempo; éste es para la ciencia una simple sucesión de instantes que se siguen unos a otros en una ordenada disposición rectilínea: pasado, presente y futuro. Sin embargo, afirma el francés, el presente no existe, el ahora desaparece en cuanto se medita detenidamente sobre su ilusorio sentido; el tiempo no es reductible al instante, sino que consiste en una duración, en un proceso fluido e inaccesible a las rígidas categorías del entendimiento racional. El devenir no puede ser,


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mund Husserl (1859-1938), fundador del método fenomenológico. Al contrario que los vitalistas, Husserl manifestaba una gran estima por la ciencia, pero ello no le condujo, como ocurrió con Comte, a intentar disolver en ella a la filosofía. Su propósito fue muy distinto: defender la filosofía como verdadera ciencia, más allá de las ciencias particulares; más aún, pretendió constituirla en la auténtica ciencia rigurosa. El instrumento ideado por Husserl para alcanzar este objetivo es la fenomenología.

La reducción eidética

Fundador del método fenomenológico, Edmund Husserl pretendió conferir a la filosofía carácter de disciplina científica.

consecuentemente, objeto de la ciencia positiva: es terreno vedado a la intuición. En opinión de Bergson, la intuición es el órgano supremo del conocimiento, en cuya virtud es posible rebasar el entramado conceptual y la estática geometría de las leyes físicas, y captar el fluir incesante de la realidad. La verdadera filosofía no consiste, pues, en conocer desde la distancia, como postulaban los positivistas, sino en involucrarse en ese devenir universal, en esa corriente de generación continua que es la ley oculta del mundo.

La fenomenología de Husserl La segunda gran crítica del positivismo se debe a la obra del alemán Ed-

El primer paso hacia la constitución de la filosofía como ciencia es suspender todo juicio acerca de la existencia del objeto, “poner entre paréntesis” los tradicionales y estériles debates metafísicos acerca del grado de realidad de las cosas en sí como opuestas a las representaciones mentales que de ellas se hace el hombre. Tales disquisiciones son secundarias. Lo primordial es limitar el campo de estudio a lo que se ofrece de manera inmediata a la conciencia. El principio de la fenomenología es, por tanto, no ir más allá del fenómeno; y para ello es obligatorio dejar de lado la suposición de que los fenómenos corresponden a objetos externos. Se podría dudar, por ejemplo, de que el paisaje que se nos ofrece a la conciencia corresponda o no a una realidad efectiva; de lo que no se puede dudar es de que en ese momento la conciencia posee un contenido evidente, con unas determinadas propiedades, y no otras. El examen de estas evidencias es, justamente, la misión que Husserl asigna a la fenomenología. Una vez asumida esta actitud inicial –no considerar el mundo circun-

El vitalismo

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dante como existente, sino como fenómeno de conciencia– tiene lugar el proceso de la reducción trascendental. El objetivo de la reducción es descubrir el eidos, la esencia de las cosas, dejando a un lado lo que éstas tienen de accesorio y mudable. Este descubrimiento de esencias se realiza a través de una intuición peculiar, la intuición eidética, la base efectiva de toda ciencia rigurosa, según afirma Husserl. De este modo, el círculo se cierra: Husserl niega la posibilidad de conocer el objeto en sí; la especulación metafísica conceptual ha resultado vana a tal efecto; sin embargo, su método de la reducción eidética termina por ofrecer un conocimiento efectivo de las esencias de dichos objetos a través de la intuición de lo sustantivo de sus fenómenos. En síntesis, se llega al objeto, no por abstracción generalizadora a partir de datos empíricos (método científico), sino por la aprehensión inmediata de su esencia. Aplicando el método fenomenológico a todos los campos del saber será posible, asegura Husserl, descartar lo secundario y subjetivo, y subrayar lo sustancial, abriendo así el camino a la consolidación del auténtico rigor científico.

_ Preguntas de repaso 1. ¿Qué es el superhombre nietzscheano? 2. ¿En qué se diferencia el método fenomenológico formulado por Husserl del tradicional método científico-experimental?


EL EXISTENCIALISMO

M

ás que una corriente de pensamiento propiamente dicha, el existencialismo es una actitud ante el mundo. Como tendencia filosófica, encuentra su origen en la reacción antiespeculativa del danés Sören Kierkegaard, el primero en abogar por un modo de pensamiento en el cual el sujeto pensante, el hombre concreto de carne y hueso, se incluya a sí mismo como objeto, en lugar de pretender reflejar objetivamente la realidad. Un siglo después, y partiendo de supuestos similares al vitalismo nietzscheano –negación de

toda realidad trascendente, crítica de la tradición filosófica, aversión por la moral mundana–, los pensadores existencialistas sustituyeron, no obstante, el violento optimismo que contenía la concepción del alemán por una visión del mundo dominada por el absurdo y la angustia. Más acordes se mostraron con las tesis fundamentales del otro gran filósofo de finales del siglo XIX, Edmund Husserl. De su doctrina rescataron el interés primordial que se concede a los fenómenos en sí, por encima de las vanas reflexiones metafísicas, estéril-

La obra filosófica de Martin Heidegger giró en torno al tema del significado de la existencia humana. Fotografías de cabecera: Viajero en un mar de niebla, de Caspar David Friedrich (izq.), y Construcción mecánica, de Liubov Popova (der.).

mente ajenas a la acuciante realidad de la vida humana. Para el análisis de la existencia y sus evidencias concretas, todos los pensadores existencialistas convinieron en afirmar como único recurso válido el método fenomenológico. Ahora bien, la fenomenología sufre con el existencialismo una transformación. A diferencia del fenomenólogo, el existencialista no tiene la menor intención en poner en suspenso el problema de la existencia, sino que lo erige en fundamento de toda su actividad filosófica. Sin embargo, rechaza igualmente la pretensión metafísica de solucionar ese problema recurriendo a conceptos generales. Al contrario: la realidad existencial debe ser estudiada tal y como se manifiesta en la experiencia humana, y analizada con todos sus caracteres, por mucho que ello obligue en no pocas ocasiones a infringir los esquemas de la lógica. Desde esta perspectiva original, el existencialismo aborda una serie de temas recurrentes como la libertad, la inautenticidad, el compromiso, la elección, el sentido de la vida y de la muerte, etc. La crítica situación que culminó en la segunda guerra mundial supuso el caldo de cultivo idóneo para la expansión de los presupuestos existencialistas por todo el continente. Aunque germinó en multitud de corrientes, muchas de ellas abiertamente contradictorias, dos variantes doctrinales destacaron sobre el resto: el existencialismo alemán, representado por Martin Heidegger y Karl Jaspers, y el existencialismo ateo francés, con Jean-Paul Sartre como figura paradigmática.


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El existencialismo

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Concepción existencialista de la angustia Filósofo

Causa de la angustia

Función atribuida

HEIDEGGER

Conciencia de la finitud

Pérdida del miedo a la muerte

JASPERS

Perpetuo desgarramiento del propio ser

Orientación hacia la trascendencia

SARTRE

Libertad absoluta de elección

Martin Heidegger La obra filosófica de Heidegger es probablemente la más abstrusa de toda la historia del pensamiento. La razón de su suprema dificultad radica en el recelo que el filósofo sintió hacia la terminología tradicional –a su juicio errónea–, lo que le condujo a idear un nuevo léxico, difícilmente inteligible para la común mayoría y para no pocos estudiosos, que han llegado a juzgar incomprensibles buena parte de sus escritos. En consecuencia, el pensamiento de Heidegger cuenta con tantas interpretaciones distintas como firmes detractores.

de la segunda guerra mundial. En 1952 se le perdonó su pasada vinculación política y pudo retomar su labor docente. Opuesto al libre debate de sus pensamientos –sus alumnos estaban restringidos a un pequeño círculo cerrado–, Heidegger continuó dando clases hasta poco antes de su muerte, acaecida en 1976 en su ciudad natal. Además de la obra referida, completan lo más importante de su producción los tratados Sobre el problema del ser, La esencia de la verdad, Kant y el problema de la metafísica y El principio de la razón.

Vida y obra

El sentido del ser: las dos existencias

Martin Heidegger nació en Messkirch, Alemania, en 1889. Estudió en la universidad de Friburgo, donde asistió a las clases de Husserl. Precisamente, una interpretación en clave husserliana del pensamiento de Duns Escoto le valió el nombramiento de profesor en Friburgo, cargo que abandonó para establecerse en la universidad de Marburgo. Publicó allí su obra fundamental, El ser y el tiempo, un intento de superar las doctrinas de su maestro. De vuelta a Friburgo, donde sucedió a Husserl en la cátedra de metafísica, y próxima la toma del poder por Hitler, Heidegger se afilió al partido nazi y renegó de su profesor debido a su origen semita. Nombrado rector de la universidad, en 1933 dio la bienvenida al nuevo régimen en su discurso inaugural, pero sólo un año después renunció al cargo y se retiró a las montañas, donde vivió como un ermitaño hasta el final

Si bien Heidegger insistió constantemente en lo inexacto de su clasificación como pensador existencialista, su pensamiento se articuló siempre en torno del sentido de la existencia humana. En su opinión, el sentido del hombre proviene de su existencia en un mundo al que ha sido arrojado; es por tanto un ser-en-el-mundo, un Dasein en la terminología de Heidegger, literalmente un “ser ahí”. Lo característico del ser humano es, pues, su transitoriedad, su condición provisional en un mundo que existe ante todo en su conciencia y que, por tanto, él se encarga de construir con cada uno de sus actos. Heidegger distingue dos tipos de existencia: por un lado, la existencia inauténtica, esto es, la banal, anónima, insignificante, la propia, en suma, del hombre corriente que se refugia en las ocupaciones ordinarias de su vida cotidiana; por otro, la existencia autén-

tica, a la que se llega a través de la angustia. La angustia hace percibir al hombre su condición de ser finito y le muestra que su existencia se funda en el vacío absoluto: todo es insignificante, ningún valor humano es verdadero. Ahora bien, precisamente el hecho de que nada prevalezca sobre nada abre al hombre infinitas posibilidades, lo convierte en un ser completamente libre, pues ningún valor trascendente, ninguna autoridad moral pueden coartar sus actos de conciencia. Sin embargo, avisa Heidegger, esta conclusión es apresurada; basta analizar esa libertad para cerciorarse de que está en realidad inevitablemente limitada por la circunstancia vital del individuo y por el peso de su vida pasada. Su única posibilidad está enfocada hacia el futuro, la existencia humana es proyección hacia delante. Pero también aquí se encuentra el hombre con una nueva limitación, ahora absoluta e insalvable: la muerte. Todas las posibilidades futuras se reducen trágicamente a una sola. La angustia exhibe con toda su crudeza un hecho cierto: la existencia humana no es más que una continua anticipación de la muerte; como afirma textualmente Heidegger, el ser-en-elmundo es un ser-para-la-muerte. No obstante, la misma angustia que ha arrancado al hombre de la comodidad embustera de su existencia inauténtica para sumirlo en la desesperada conciencia de su finitud es también su única tabla de salvación: al mostrar que la existencia se asienta sobre la nada absoluta, la angustia permite al hombre mirar de frente a su muerte y perderle el miedo. Si se


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FILOSOFÍA

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Según Karl Jaspers, la existencia del hombre tiene como fin la eternidad, la perpetua orientación hacia la trascendencia.

vuelve a la nada, nada hay que temer: tal es la existencia auténtica.

Karl Jaspers De todos los pensadores existencialistas, el alemán Karl Jaspers fue quien más cerca se situó de la metafísica tradicional. No obstante, y aunque pueda parecer contradictorio, también es aquel cuyo pensamiento guarda mayores concomitancias con el de Kierkegaard. De éste tomó su concepción de la angustia y del intenso anhelo de trascendencia que siente el hombre, ambos aspectos orientados hacia una religiosidad inequívocamente kierkegaardiana. En síntesis, Jaspers intentó elaborar un sistema metafísico y una especie de teología natural (no en vano citó como influencias presentes en su obra a los grandes panteístas: Plotino, Bruno, Spinoza, Schelling); sin embargo, durante toda su vida participó de la actitud fundamental y de las convicciones comunes a todos los existencialistas.

Vida y obra Karl Jaspers nació en Oldenburg, Alemania, en 1883. Estudió derecho y medicina y en 1909 comenzó a ejercer como psiquiatra. El intento por

aplicar nuevos métodos al tratamiento de las disfunciones mentales lo acercó a la interpretación fenomenológica y, acentuado su interés por la filosofía, logró acceder a una cátedra de metafísica en la universidad de Heidelberg. Su oposición al régimen nazi le costó su puesto en 1937 y tres años más tarde se trasladó a la ciudad suiza de Basilea, en cuya universidad pasó a ocupar el mismo cargo del que había sido desposeído. Allí fijó su residencia definitiva, muriendo en 1969. Su obra principal es Filosofía, donde aparecen trazadas las líneas directrices de su doctrina existencialista. El enfoque trascendental hacia el que evolucionó su pensamiento se expresa sobre todo en Razón y existencia y La fe filosófica ante la revelación.

El existencialismo trascendente Pese a su perspectiva metafísica, Jaspers rechaza la idea tradicional del ser como algo dado sin más, algo de lo que cualquiera pueda afirmar su existencia. En este sentido admite una de las tesis fundamentales de Kant, que es, a su juicio, “el filósofo por antonomasia”: no hay objeto sin sujeto, todo lo que tiene carácter de objeto ha sido determinado por la conciencia en general. A esto añade

Jaspers una experiencia existencial que se siente interiormente: la experiencia del resquebrajamiento, del desgarro de todo ser. La concepción resultante es de un pesimismo fatal: el mundo es una ruina permanente, la existencia está en perpetuo suspenso, y jamás se realiza; en palabras del pensador alemán, la existencia es “lo que nunca puede convertirse en objeto”. En ninguno de los diferentes modos en que se presenta el ser es posible apreciar una totalidad; por tanto, la tarea de la filosofía ha de ser trascender esta imperfección para encontrar el ser verdadero, más allá de la oposición objeto-sujeto. Para facilitar el camino a la filosofía, Jaspers intenta precisar el significado del término existencia. Ésta se da únicamente como comunicación: sólo mediante comunicación puede una conciencia percatarse de que existe, pues obtiene de sí misma un reflejo en las conciencias de sus contertulios; sólo en virtud de un proceso comunicativo con otras existencias puede una conciencia realizarse. En otras palabras, únicamente en relación con los demás el hombre obtiene constancia de su existir. Por otro lado, la existencia es libertad. La libertad es un concepto difícil de comprender, puesto que es idéntica a la existencia misma: el hombre tiene conciencia de su libertad en la decisión existencial de ser él mismo y no otro. Esta conciencia de libertad lleva aparejado un sentimiento de culpa: por saberse libre, el hombre se ve a sí mismo culpable. El hombre existe mediante su continua elección y acción; pero tomar una alternativa es dejar de lado otras posibilidades. Según Jaspers, estas posibilidades soslayadas son los demás hombres. De ahí que la decisión de existir desemboque en la culpa. El único camino que se le abre a la existencia humana para evitar tanto su culpa como su irreversible desgarramiento, su insuficiencia sin fin, es su relación con la trascendencia. En Jaspers –aunque el filósofo nunca lo enunció expresamente–, trascendencia parece ser un seudónimo de Dios. La existencia “es” con relación a dicha trascendencia o “no es” nada. Pero la trascendencia carece absolutamen-


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te del carácter de objeto: es algo oculto, escondido. La metafísica tradicional, al ocuparse de ella, se ha estancado en una ciénaga de símbolos, su pensamiento se ha derrumbado lógicamente. El verdadero método metafísico para acceder al conocimiento de la trascendencia, afirma Jaspers, consiste en seguir el camino de la “cifra”. Se llama cifra –entendida no en sentido matemático, sino como clave que se debe “descifrar”– al ser que nos pone en contacto con la trascendencia sin que ésta tenga que convertirse en un objeto. No hay nada que no pueda ser cifra: todo lo existente, la naturaleza, la historia, la conciencia, el hombre, etc., puede interpretarse como clave de la trascendencia. La concepción es claramente panteísta: todo está en todo, todo es Dios. Lo ridículo de la metafísica, denuncia Jaspers, ha sido intentar demostrar especulativamente la existencia de la trascendencia, cuando la conciencia misma, incluso la filosofía misma, ya eran testimonios elocuentes de ella. La cifra decisiva de la trascendencia es el ser en fracaso continuo, el “naufragio del ser”. La ruina del ser es, pues, necesaria: construir un mundo con voluntad de duración, pero con conciencia del riesgo de derrumbamiento que se cierne sobre todo lo existente, es la prueba de la eternidad a que aspira el hombre. La existencia es anhelo insaciable de eternidad, perpetua orientación hacia la trascendencia. En última instancia, parece afirmar Jaspers, el fracaso de todo ser finito debe servir para corroborar la suprema infinitud del único ser verdadero: Dios.

Vida y obra Jean-Paul Sartre nació en París en 1905. Realizó sus estudios superiores en la Escuela Normal y obtuvo la graduación en filosofía en 1929. Tras ejercer como profesor de filosofía en varios liceos se desplazó a Alemania para asistir a cursos de especialización sobre fenomenología y sobre el pensamiento de Heidegger. En 1939 se incorporó al ejército francés y en 1940 cayó prisionero de los alemanes. Liberado al año siguiente, pasó a formar parte de la resistencia francesa. Al término de la guerra fundó la célebre revista Temps Modernes y abandonó la docencia para dedicarse por entero a la actividad literaria. Desde entonces se mostró tremendamente activo y comprometido con numerosas causas políticas y sociales. Defensor a ultranza de la revolución soviética, Sartre llegó a rechazar el premio Nobel de literatura con que fue galardonado en 1964 para seguir afirmando su autonomía y combatir así cualquier acusación de complicidad con el sistema. Murió en París en 1980. La obra filosófica de Sartre comprende fundamentalmente La trascendencia del ego, Esbozo de una teoría de las emociones, El ser y la nada, su escrito más famoso, y El existencialismo es un

Jean-Paul Sartre El principal artífice de la amplia difusión de que gozó en su tiempo el existencialismo fue Sartre, sin lugar a dudas el pensador más célebre de todos los integrantes de ese movimiento. Su pensamiento, expresado no sólo a través de tratados filosóficos, sino también de ensayos, novelas y obras teatrales, constituye una de las manifestaciones más emblemáticas de la cultura contemporánea.

Jean-Paul Sartre es el pensador más célebre y representativo del movimiento existencialista.

El existencialismo

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humanismo, compendio sumario de toda su doctrina.

La libertad condenada El pensamiento sartriano descansa sobre dos supuestos básicos: la negación de todo valor y ley objetivos y la afirmación de la absoluta falta de sentido de la vida humana. Sartre llegó al existencialismo desde la fenomenología, por lo que su doctrina se aproxima más a la de Heidegger que a la de Jaspers. Del primero toma su ontología fundamental: el mundo, según Sartre, está dividido en dos especies de ser, el ser-en-sí y el ser-para-sí. El primero es el ser de las cosas; el segundo, el ser de las personas. Mientras que las cosas son completas en sí, los humanos son incompletos; mientras que en el ser-en-sí la esencia antecede a la existencia, en el ser-para-sí sucede lo contrario. ... hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y este ser es el hombre, o como Heidegger dice, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el


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FILOSOFÍA

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hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (fragmento)

Por consiguiente, la naturaleza humana consiste esencialmente en un proyecto aún indeterminado. El hombre es el encargado de llenar con sus elecciones el vacío que se le abre ante sí. La libertad no es tanto un bien deparado al hombre como una condena de la que no puede librarse; el ser humano está condenado a elegir libremente su destino. Si en efecto la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar por referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque una vez que es arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace [...] El hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre. Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (fragmento)

Al enfrentarse con esta vacuidad, con este futuro despoblado de referencias, el hombre siente no sólo la angustia kierkegaardiana, sino más aún: la náusea primordial. La gran mayoría de hombres intenta, sin embargo, dar un sentido a la existencia, en sí absurda e incoherente. Adquiriendo obligaciones rutinarias, comportándose como si siguieran un surco preestablecido, los individuos pretenden mostrar sus acciones como determinadas, como acordes con un plan racional. Pero esta existencia es falsa, es producto de la mala fe, de la cobardía de los hombres que, enfrentados ante la realidad, se ven dominados por la angustia y la náusea. Como el propio Sartre afirma, si la realidad de la existencia humana se caracteriza por ser carente de sentido, discontinua e incoherente, todo modo de vida coherente constituye por fuerza una falsificación. Esta contradicción procede del de-

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seo del hombre por constituirse en lo que no es, es decir, por constituirse en ser completo cuando por esencia no es sino puro inacabamiento. Sus leyes morales, las referencias éticas que anhela para situarse en el mundo y librarse de la angustia, nunca podrán ser objetivas; cualquier precepto ético, cualquier regla de comportamiento, están inevitablemente fundados en la elección personal. En consecuencia, afirma Sartre, cada vez que el hombre obra se somete a un principio moral elegido por él mismo. Es justo, pues, que los demás puedan también hacerlo; es decir, debe limitarse el ejercicio de la propia elección a aquellos actos que no obstaculicen la libertad de los demás de elegir de un modo análogo. En última instancia, pues, la universalización de la norma sartriana de la elección personal acaba proporcionando un contenido objetivo para la moralidad: respetar la libertad de todos.

Preguntas de repaso

1. ¿Cuáles son los principales representantes del existencialismo? 2. ¿Cuál es la causa de la angustia según Heidegger, Jaspers y Sartre? 3. ¿Por qué escogieron los filósofos existencialistas el método fenomenológico? 4. ¿Qué valor positivo concede Heidegger al sentimiento de angustia? 5. ¿Qué quiere Sartre dar a entender al afirmar que la libertad humana es una condena?


LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA

José Ortega y Gasset Nacido en Madrid en 1883 y muerto en la misma ciudad en 1955, José Ortega y Gasset fue sin lugar a dudas el pensador español más influyente en el panorama intelectual de su tiempo y uno de los filósofos más importantes de la historia de su país. Discípulo del neokantiano Hermann Cohen en Marburgo y del historicista William Dilthey, su pensamiento recoge así mismo las influencias de Georg Simmel y de la fenomenología husserliana. Desde la cátedra de metafísica que con gran éxito ejerció en la universidad de Madrid entre 1911 y 1936, Ortega introdujo los grandes temas de la filosofía europea en los círculos académicos españoles. Muy activo inicialmente en cuestiones políticas, llegando incluso a diputado en el Congreso de la segunda República, se alejó de la vida pública en 1936, fecha de su exilio en Argentina. Entre sus numerosas obras merecen ser destacadas: Meditaciones del Quijote, España invertebrada, El tema de nuestro tiempo, La rebelión de las masas, Historia como sistema, ¿Qué es filosofía? y los ocho tomos de El espectador. En el pensamiento orteguiano pueden distinguirse dos etapas. La primera de ellas, que culmina alrededor de 1923, ha sido definida tradicionalmente como perspectivista o raciovitalista. Surge del intento por superar el idealismo abstracto y el positivismo mediante la negación de todo punto de vista absoluto sobre el mundo. En opinión de Ortega, no puede existir una perspectiva única y superior, sino sólo diversas pers-

pectivas complementarias que parten de un hecho fundamental e incuestionable: la interacción entre el yo pensante y el mundo en el que ese yo piensa. Así pues, lo esencial no es el “pienso luego existo”, sino la existencia en mutua implicación del “yo” que “pienso” y “el mundo que pienso”: en el famoso aserto orteguiano, “yo soy yo y mi circunstancia”. En última instancia, lo radicalmente sustancial, la realidad definitiva e insoslayable, superior incluso a la razón, no es otra que la vida personal misma, y la vida no es un ente susceptible de análisis extrínseco, sino un suceso inaprehensible y continuo, inseparable del yo. En consecuencia, la razón no tiene sentido por sí misma, sino redefinida como razón vital, como función de la vida. Esta crítica

La obra del pensador español José Ortega y Gasset ejerció una profunda influencia en los círculos intelectuales de su tiempo. Fotografías de cabecera: Viajero en un mar de niebla, de Caspar David Friedrich (izq.), y Construcción mecánica, de Liubov Popova (der.).

del racionalismo tradicional se hace evidente en palabras del propio Ortega: “el hombre no existe porque piensa, sino, al revés, piensa porque existe”. La segunda etapa, frecuentemente denominada con el término diltheyano de razón histórica, es una continuación lógica de lo anterior. En efecto, si la vida es la realidad última, radical, del ser humano, éste es ante todo un proyecto en perpetua realización, un destino histórico; si la vida humana no es biología, entonces es biografía. Dado este orden de cosas, lo primordial es procurar una relación eficaz y auténtica entre el hombre y su circunstancia. En este sentido, Ortega previene de nuevo contra la razón abstracta y deshumanizada del frío intelectualismo racionalista. Así pues,


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FILOSOFÍA

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la razón vital de la etapa anterior se transforma en razón histórica. Propia de las cosas es su naturaleza; la naturaleza del hombre es su historia. Por consiguiente, será la cultura, cúmulo del saber histórico de la Humanidad, la encargada de atender la necesidad individual de orientación en el mundo. El hondo calado de Ortega en la intelectualidad de su época se refleja en el considerable número de sus discípulos, que constituyeron lo que se vino a denominar la escuela de Madrid. Entre sus miembros más destacados cabe citar a Xavier Zubiri, José Luis Aranguren, Manuel García Morente y José Ferrater Mora.

La filosofía de la ciencia: Russell y Wittgenstein La filosofía de la ciencia, también conocida como movimiento analítico, es la corriente filosófica contemporánea más importante. Nacida en el ámbito anglosajón, se ha desarrollado a lo largo del siglo XX en tres etapas o tendencias más o menos sucesivas y

El pensamiento del filósofo británico Bertrand Russell se desarrolló en torno a la relación entre lógica y lenguaje.

emparentadas entre sí por un motivo común: el análisis del lenguaje como medio para abordar los problemas planteados por la metodología científica. El movimiento analítico se inicia con el llamado atomismo lógico del inglés Bertrand Russell (18721970), continúa con el neopositivismo y desemboca en la filosofía analítica, de plena vigencia en la actualidad. El inspirador de las fases segunda y tercera, y figura central de la filosofía de la ciencia, fue el austríaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951).

Bertrand Russell Aunque es conocido universalmente por su decidida defensa del pacifismo, Russell debe su esencial papel en la historia del pensamiento a la investigación filosófica en el terreno del lenguaje lógico. Con Russell, la filosofía se vuelve sobre sí misma para cuestionar sus propios principios metodológicos. Su inicial interés por las matemáticas llevó al pensador a convencerse de la necesidad de elaborar un lenguaje ideal, lógicamente perfecto, requisito imprescindible para eludir las ambigüedades del lenguaje común y capaz de concordar científicamente con la estructura de los hechos del mundo. A juicio de Russell, el mundo se compone de hechos lógicamente relacionados entre sí, de manifestación compleja, pero en última instancia trasladables a sucesos sencillos e individuales. Los datos de la realidad componen nuestra experiencia; sobre ellos opera nuestro entendimiento a modo de espejo: la estructura lógica de los hechos de la realidad tiene su correlativo en las construcciones lógicas que se elaboran con el lenguaje. Consiguientemente, dado que la realidad aparece enmascarada por el lenguaje a través de las construcciones lógicas del entendimiento, será necesario proceder al análisis del lenguaje para acceder a esa realidad. En la teoría russelliana del atomismo lógico –la estructura del lenguaje como reflejo de la estructura de la realidad– se inspiraría Wittgenstein en su etapa neopositivista.

Ludwig Wittgenstein El pensamiento de Wittgenstein, que ha ejercido una enorme influencia en la filosofía contemporánea, se divide en dos fases perfectamente diferenciadas. La primera de ellas, resultado de los años que pasó con Russell en Cambridge, se articula en torno a su obra más célebre, el Tractatus LogicoPhilosophicus, y proporcionó un marco teórico para la evolución del planteamiento neopositivista del círculo de Viena. La segunda, conocida por lo general como “segundo Wittgenstein”, comprende el giro que experimentó su doctrina durante su etapa de enseñante en Cambridge y que daría origen a la filosofía analítica tal y como se entiende en la actualidad. El Tractatus Logico-Philosophicus. En el Tractatus, Wittgenstein asigna a la filosofía la tarea de desarrollar, a partir del ámbito lógico-lingüístico, una distinción clarificadora entre los problemas auténticos y los carentes de sentido que surgen de las disfunciones del lenguaje. Para ello elabora una teoría sobre la naturaleza del lenguaje basada en el atomismo russelliano: la capacidad de expresar los hechos de la realidad reside en la identidad estructural que se da entre el hecho y el lenguaje utilizado. Según Wittgenstein, sólo existen dos tipos de proposiciones significativamente válidas: las tautológicas (enunciados “3 + 4 = 7” o “siempre llueve o no llueve”) y las empíricas (aquellas cuya verdad o falsedad puede ser demostrada: “la densidad del agua es inferior a la del aceite”). Todas las demás deben considerarse carentes de sentido, dado que se refieren a cuestiones que exceden las posibilidades expresivas del lenguaje. En consecuencia, las proposiciones sobre ética, religión, arte o metafísica, al no ser empíricas ni tautológicas, deben evitarse: según la frase con que Wittgenstein concluye el Tractatus, “sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que callarse”. El “segundo Wittgenstein”. La crítica radical del Tractatus sólo dejaba intactas las ciencias experimentales (proposiciones empíricas) y las lógicomatemáticas (tautologías). El mismo Wittgenstein se encargaba de advertir que su reflexión especulativa era un


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La filosofía contemporánea

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El movimiento analítico Etapas ATOMISMO LÓGICO

Representantes

Ámbito

Russell

Lenguaje lógico

Moore

Lenguaje común

er

1. Wittgenstein NEOPOSITIVISMO

Schlick

Lenguaje lógico

Carnap 2.º Wittgenstein FILOSOFÍA ANALÍTICA

Usos del lenguaje

Escuela de Cambridge Escuela de Oxford

Wisdom Ryle

Lógica de la paradoja Fenomenología del lenguaje ordinario

Austin

ejemplo de cómo el lenguaje excedía su jurisdicción, por lo cual, una vez entendida su denuncia, debía desecharse cualquier ulterior uso filosófico: “una vez arriba, hay que tirar la escalera”. Finalizado el Tractatus, el pensador austríaco abandonó la reflexión filosófica por la jardinería y la escultura. Sin embargo, a la vuelta de unos años, Wittgenstein decidió atenuar la intransigencia de lo enunciado en el Tractatus y, repudiando sus viejas tesis, retornó a la actividad especulativa. El pensamiento del “segundo Wittgenstein” es un análisis del lenguaje habitual: lo esencial no es ya la reducción ideal a un tipo lingüístico único, sino la comprensión de los múltiples usos concretos del habla social. Para cifrar la complejidad de su nuevo objeto de estudio, Wittgenstein acuñó la metáfora “juegos lingüísticos”. Como los juegos, los lenguajes se revelan como conjuntos de reglas aprendidas en la práctica convencional: el movimiento de una pieza en el tablero de ajedrez provoca una respuesta en el adversario; el empleo de determinadas palabras da lugar a la respuesta del interlocutor. En consecuencia, ninguna proposición puede ser despreciada a priori, sino que se deberá tomar en cuenta como parte de un juego que tiene sus propias reglas, sin considerar como un demérito que és-

tas sean distintas a las preceptivas en las ciencias o las matemáticas. El “segundo Wittgenstein” se resume en una concluyente tolerancia: cualquier lenguaje que observe sus propias reglas es digno de reconocimiento.

La filosofía analítica: las escuelas de Oxford y Cambridge El objetivo fundamental de la filosofía analítica es el estudio del lenguaje como medio para determinar la naturaleza del pensamiento humano, del que aquél es la manifestación. Basada en las investigaciones filosóficas del “segundo Wittgenstein”, es la tendencia filosófica que más adeptos ha tenido a lo largo del siglo XX. La orientación analítica se articuló desde sus comienzos en torno a dos centros: las universidades de Oxford y Cambridge. Además de una común preferencia por la especialización rigurosa frente a cualquier pretensión de sistema omnicomprensivo, ambas escuelas se unieron en su interés primordial por el lenguaje diario. La escuela de Cambridge, ejemplarmente representada por John Wisdom, desarrolló las tesis wittgensteinianas acerca del uso cotidiano de cada una de las categorías lingüísticas: el sentido de las palabras

debe analizarse sin que medie limitación terminológica o doctrinal alguna. Sin embargo, al contrario de lo preconizado por el pensador austríaco, se toman en consideración las cuestiones filosóficas; así, se presentan los problemas filosóficos tradicionales como “ausencias de significado” derivadas del uso paradójico del lenguaje, pero se juzga necesario ahondar en la búsqueda de su sentido. Por oculto y distorsionado que aparezca el significado de las proposiciones metafísicas, hay que intentar descubrirlas. En definitiva, en palabras de Wisdom, hay que aceptar “la lógica de la paradoja”. La escuela de Oxford, representada entre otros por G. Ryle y S. L. Austin, se diferencia de la anterior en que intentó complementar las enseñanzas del “segundo Wittgenstein” con la elaboración sistemática de un inventario de todos los usos posibles de las distintas expresiones idiomáticas. Así, los diferentes lenguajes filosóficos, morales, religiosos, psicológicos, etc., se compendiaron exhaustivamente para establecer los límites exactos de cada uno de ellos. El análisis detallado de las diferentes estructuras lingüísticas que se manifiestan en cada tipo lingüístico deberá proporcionar una inestimable ayuda para comprender la naturaleza lógica del pensamiento humano.


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FILOSOFÍA

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Karl Popper Aunque próximo en sus inicios al Círculo de Viena, el pensador austríaco Karl Popper (1902-1991) se distanció pronto de los postulados neopositivistas y conformó un original cuerpo doctrinal con el que trató cuestiones relacionadas con la filosofía de la ciencia y el pensamiento político. Con respecto al clásico problema de la especulación filosófica del siglo XX, las relaciones entre la ciencia y la metafísica, Popper aporta un novedoso enfoque. En su opinión, la distinción entre ambas disciplinas no puede establecerse con arreglo a un criterio de significación; muchas proposiciones metafísicas han probado históricamente su ulterior aplicación científica. Lo prioritario consiste en examinar la metodología utilizada por ambas. Partiendo de la crítica radical de Hume, Popper niega toda validez al procedimiento inductivo: la imposibilidad de experimentar todos los (infinitos) casos posibles hace injustificable la formulación de una ley de pretendida aplicación universal. Las leyes enunciadas como generalización de una muestra finita de pruebas experimentales no son ciencia, sino pura metafísica. El criterio que propone Popper para delimitar las dos disciplinas antitéticas es el de falsabilidad: sólo cuando exista la posibilidad de que un caso práctico demuestre la falsedad de una

hipótesis podrá ésta ser considerada científica. Obviamente, lo que resulte ser falso no será considerado científico; sí lo será en cambio la proposición sobre la que gravite la posibilidad de ser eventualmente falseada por la experiencia. Por ejemplo, el enunciado “la sustancia es materia y forma” no es científico, ya que no existe hecho alguno que pueda mostrar su falsabilidad; simplemente, carece de contenido empírico. Por el contrario, la proposición “todos los caballos son animales cuadrúpedos” es perfectamente científica, pero no porque sea verídica, dado que no se basa en la imposible comprobación empírica de todos los casos existentes, sino porque desde un punto de vista lógico es concebible la existencia de un caso que la falsee. En definitiva, debe entenderse por ciencia el conjunto de proposiciones falseables que, sometidas a diversos controles, los han superado sin haber sido falseadas. Ahora bien, las proposiciones científicas nunca pueden ser consideradas concluyentes: la posibilidad de que un hecho venga a falsearlas siempre está latente. En consecuencia, las teorías científicas tienen en todos los casos un carácter provisional y de conjetura, de ahí que Popper bautice a su método como hipotético-deductivo. Aplicado al terreno de las ideas políticas, el antideterminismo popperiano, siempre dispuesto a denunciar la “acientificidad” de las generalizaciones infundadas, rechaza la denominada perspectiva historicista, es decir, aquellas teorías que pretenden profetizar acerca del futuro acontecer histórico. En este sentido cabe destacar la enconada polémica que el pensador austríaco mantuvo con los partidarios del marxismo –paradigma del determinismo historicista– y de las explicaciones dialécticas.

La escuela de Frankfurt

Karl Popper analizó en su obra temas relativos a la filosofía de la ciencia y el pensamiento político.

Bajo la denominación de escuela de Frankfurt se agrupan una serie de filósofos de origen alemán que, a partir de la década de 1930, intentaron elaborar una doctrina eminentemente crítica y capaz de establecer un método eficaz para el análisis integral

de las sociedades desarrolladas. Para conseguir este programa, definido como voluntad de “impulsar la teoría de la sociedad como si fuera un todo”, se adoptó una perspectiva decididamente ecléctica y multidisciplinaria: psicoanálisis, sociología, antropología y economía fueron disciplinas manejadas frecuentemente por los filósofos de Frankfurt. Todo ello bajo la implícita asunción de los postulados marxistas: metodología crítica, vocación anticapitalista y pretensión de cambio social. Entre los pensadores más representativos de esta escuela cabe citar a Max Horkheimer, su fundador, Theodor Adorno y Herbert Marcuse.

Max Horkheimer La decidida voluntad de propiciar la transformación de la sociedad capitalista llevó al alemán Max Horkheimer (1895-1973) a elaborar la denominada teoría crítica. Basada en una peculiar síntesis de dialéctica marxista y psicoanálisis, la teoría crítica se opone radicalmente a la sociología positivista al pretender indagar en las estructuras ocultas e inconscientes que subyacen en los procesos históricos. Si se detectan las profundas causas que generan la alienación económica y la represión emocional, se podrá imponer una organización racional de la sociedad que desemboque en un socialismo igualitario y afirmador de la libertad personal.

Theodor Adorno En el caso de Adorno (1903-1969), el marxismo y el psicoanálisis son también los principales ingredientes de su análisis del comportamiento individual en la sociedad burguesa y de las disfunciones que lo afectan de una manera tan trágica. Sin embargo, Adorno fue vinculándose de una forma cada vez más estrecha con el pensamiento hegeliano, cuyo instrumental dialéctico utilizó para sustentar las violentas críticas que formuló en su última etapa contra las corrientes filosóficas predominantes: el heideggerianismo y el neopositivismo. La postura de Adorno frente al progreso generado por la sociedad capi-


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La filosofía contemporánea

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talista es de franco rechazo. Las sociedades civilizadas constituyen en realidad una involución en la historia de la Humanidad: la deshumanización a que dan lugar no hace sino frenar bruscamente el desarrollo de la razón individual. Por tanto, la solución pasa inevitablemente por derrocar el totalitarismo opresivo y uniformante de las sociedades burguesas para retornar a la individualidad particularizadora, que es el estado natural de la esencia humana.

Herbert Marcuse El filósofo estadounidense de origen alemán Herbert Marcuse (1898-1979) fue el miembro más célebre de la escuela de Frankfurt. En su concepción doctrinal, la censura de la sociedad capitalista se hace más intensa si cabe que la de los restantes “críticos”. Su pesimista visión del sistema sociopolítico contemporáneo, expuesta en la famosa obra El hombre unidimensional, presenta al individuo como la víctima de la represión disfrazada de las fraudulentas democracias modernas, justas y tolerantes sólo en apariencia. Las masas obreras, tradicionales depositarias de la esperanza revolucionaria, han sido asimiladas por el sistema y su alienación cultural –y no sólo económica– las convierte en inofensivas. En consecuencia, la necesaria subversión del sistema exige ineludiblemente un previo replanteamiento de los preceptos marxistas que los acerque a las nuevas circunstancias.

La posmodernidad La denominación genérica de “posmodernidad” alude de una manera ambigua, y con frecuencia equívoca, a un heterogéneo grupo de pensadores que, aunque procedentes de diversos ámbitos disciplinares, se distinguen por una común actitud de ruptura con las líneas directrices del pensamiento contemporáneo. Los filósofos posmodernos se muestran contrarios, o cuando menos escépticos, ante las tendencias predominantes en la mayor parte del siglo XX –fenomenología, existencialismo, crítica marxista, neopositivismo, analítica del lenguaje, estruc-

Miembro de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse realizó en El hombre unidimensional una crítica acerba de la sociedad capitalista.

turalismo, etc.–, aunque también se caracterizan por la ausencia de un cuerpo doctrinal positivo que respalde su labor eminentemente crítica. En este sentido, la objeción usual a la posmodernidad va dirigida a su dispersión teórica y carencia de rigor analítico, llegando incluso sus detractores a tildar de superficiales y endebles muchos de sus argumentos. Entre los pensadores más destacados de las últimas décadas del siglo XX merecen ser reseñados los franceses Michel Foucault y Gilles Deleuze, así como el semiólogo italiano Umberto Eco (1932). Paradójicamente, el único rasgo que figuras tan dispares parecen tener en común es su rechazo por la controvertida etiqueta de “posmodernidad”; no obstante, lo cierto es que todos ellos presentan, en mayor o menor medida, las características previamente apuntadas como denotativas de la corriente. El pensamiento de Foucault (19261984) intenta atacar, desde una original perspectiva que sintetiza historicismo y reflexiones epistemológicas, conceptos clásicos del humanismo tradicional, en especial la autoconciencia desarrollada por el hombre desde el Renacimiento y que tradicionalmente ha presentado al ser humano como eje capital de la evolución histórica. Por su parte, Deleuze (1925-1995), impulsor del renacimiento nietzscheano en la década de 1960, enfrenta a los

tradicionales esquemas dialécticos su concepto de “repetición”, dirigido a denunciar lo absurdo de la convencional jerarquía metafísica que presenta como degradadas las realidades surgidas como emanación de un ente primario. Por último, la crítica de Eco hace referencia a los valores culturales aparejados al desarrollo de los medios de comunicación masiva en la sociedad contemporánea. Al proponer la semiótica como procedimiento de análisis global, Eco intenta rebasar la metodología estructuralista y crear un procedimiento analítico destinado a explicitar la interacción individuocanal comunicativo.

_ Preguntas de repaso 1. Dentro del movimiento analítico, ¿quiénes representan el neopositivismo? 2. ¿Cuál es la diferencia esencial entre el “primer” y el “segundo” Wittgenstein? 3. ¿En qué consiste el raciovitalismo orteguiano? 4. ¿En qué consiste la crítica popperiana al tradicional razonamiento inductivo?


GLOSARIO

Absoluto: Lo que existe de manera independiente y libre de toda relación, y que no está condicionado por ninguna cosa externa. A la noción de absoluto se contraponen los conceptos de lo dependiente y lo relativo. Abstracción: Proceso mental por el que una cosa se aísla y elige como objeto de atención. Lo que se separa son las características universales y esenciales de lo individual y de lo contingente. Albedrío, libre: Concepto utilizado por la filosofía escolástica para significar la libre decisión de optar por el bien o por el mal. Se asimila con frecuencia al concepto de libertad, aunque para san Agustín la libertad era la buena utilización del libre albedrío. El concepto de libre albedrío se diferencia del concepto de voluntad en que el primero es una facultad, mientras que el segundo es un acto o una acción. Alma: Es el principio vital que, se supone, rige las manifestaciones espirituales. El alma se considera como una sustancia, es decir, una realidad por sí misma. El concepto de alma se contrapone al concepto de cuerpo. En algunas teorías, como la platónica, ambos conceptos están radicalmente separados, mientras que en otras, por ejemplo en las aristotélicas, se encuentran imbricados. Análisis: Estudio o descripción de un fenómeno u objeto a través de sus elementos. Este estudio se fundamenta en la disección de cada uno de los fenómenos u objetos simples de que está compuesto. Es un método que tiende a la descomposición de un todo en sus partes. Analítico, juicio: Es el juicio en el que el predicado está contenido en el sujeto. El enlace de ambos se entiende como identidad. Se contrapone al juicio sintético, en el que el predicado es ajeno al sujeto y el enlace de ambos carece pues de identidad.

Analogía: Consiste, por lo general, en la correspondencia entre los términos de dos o más sistemas; es decir, la relación que existe entre cada uno de los términos de un sistema con cada uno de los términos de otro u otros sistemas. Es un concepto equivalente al de proporción. Apodíctico: Término con dos acepciones dentro de la lógica. En opinión de Aristóteles, se trata de un hábito demostrativo, en tanto que para Kant significa además algo necesario, incondicionado y afirmado a priori. Las proposiciones de carácter apodíctico son demostrables en un sentido y necesariamente ciertas en otro. Apofántica: Para Aristóteles es la proposición, es decir, el discurso cuyo objetivo es la afirmación o negación de algo. Por tanto, se diferencia de todas las maneras discursivas cuyo objetivo es diferente, como es el caso de las exclamaciones o las peticiones. A diferencia de estos otros discursos, el discurso apofántico es verdadero o falso. Aporía: Se denomina así a la proposición que contiene una dificultad o duda lógica que imposibilita su resolución. Una de las aporías más conocidas es la de Aquiles y la tortuga, formulada por Zenón de Elea para defender la tesis de Parménides sobre lo ilusorio del movimiento. Ataraxia: Ideal de imperturbabilidad y de falta de inquietud que se consigue mediante la serenidad del alma y el dominio de las pasiones. El término fue introducido por Demócrito y se convirtió en uno de los fundamentos de las filosofías estoica, epicúrea y escéptica, en las que fue considerado como presupuesto de la felicidad y la libertad. Atomismo lógico: Nombre que Bertrand Russell dio a su filosofía. Sus ideas fueron la base del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein. Para el ato-

mismo lógico, el mundo se compone de infinidad de elementos separados: los átomos lógicos. Estos átomos son los residuos del análisis lógico. Atributo: En sentido lógico-gramatical, su significado se asemeja al predicado, definiéndose como lo que se afirma o niega del sujeto. El atributo, sin pertenecer a la esencia de un sujeto, encuentra su causa en dicho sujeto. La escolástica utilizó este concepto para referirse a las cualidades de Dios. Axioma: Proposición indispensable de la que se parte para demostrar algo. Causa: Lo que motiva una cosa o produce un acontecimiento. Debe existir una relación necesaria entre la causa y el efecto. Aristóteles distinguió cuatro formas: la causa eficiente (el principio del cambio), la causa material (aquello de lo que surge algo), la causa formal (la idea que produce el suceso) y la causa final (aquello a lo que se tiende). Certidumbre: Concepto que engloba dos aspectos: el objetivo y el subjetivo. Existe certidumbre objetiva cuando hay pruebas de la veracidad de un cierto conocimiento y existe certidumbre subjetiva cuando se posee el convencimiento subjetivo de la veracidad de un conocimiento. El primer aspecto se considera en la filosofía clásica, mientras el segundo es introducido por la escolástica. Clase: En lógica se denomina clase al conjunto de elementos que comparten al menos un rasgo común. Las clases son entidades abstractas creadas con el propósito de ordenar entidades. En sociología se emplea el término clase para aludir a grupos humanos que comparten similares características sociales, como la posición respecto a los medios de producción o el modo de vida. Clinamen: Hipótesis de Epicuro para explicar la desviación de los átomos que se mueven en dirección vertical


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con objeto de que pudieran encontrarse mediante el choque y poder así generar cuerpos o estructuras. Sin este efecto, los átomos, que llevan la misma velocidad en el vacío, nunca podrían encontrarse. Cogito, ergo sum: “Pienso, luego existo”. Expresa el fundamento de la filosofía cartesiana. Esta frase resume el acto de dudar, que extiende a toda la experiencia, con la salvedad de la duda aplicada al propio cogito. Expresa la certeza que tiene el pensante de su existencia como sujeto. La filosofía escolástica anterior a Descartes se valió de este concepto para combatir el escepticismo. Comprensión: Se denomina comprensión de una idea a los atributos que se encuentran incluidos en esa idea y que no pueden obviarse sin destruirla. En contraposición, se llama extensión de una idea a los diversos sujetos a los que se puede aplicar dicha idea. Existe una relación inversa entre comprensión y extensión. Cuanto más se empobrece la comprensión, haciéndose más general, más se enriquece la extensión, es decir, se aplica a mayor número de sujetos. Concepto: Cualquier fórmula que permite la descripción de objetos susceptibles de conocerse. Son los elementos últimos que subyacen en todo pensamiento. Aunque el concepto se señala con un nombre, no es un nombre. Tampoco es necesariamente una cosa real, ya que puede referirse a algo imaginario. Su principal función es posibilitar el intercambio de información. Conciencia: Se denomina conciencia a la percepción de algo. Dicha percepción puede ser externa, de un objeto, una cualidad o un acontecimiento, o puede ser interna y referida a un cambio experimentado en el propio yo. Se llama específicamente conciencia moral al conocimiento del bien y del mal. Confirmación: Término complejo que se emplea como sinónimo de verificación. Se puede hablar de grados de confirmación de manera similar a los grados de verificabilidad. En sentido estricto, el concepto está relacionado con las inferencias inductivas, es decir, con el problema de hasta qué punto se puede asegurar que una hipótesis es confirmable. Conocimiento: Método que posibilita la descripción, la cuantificación y la determinación de un objeto. El conocimiento se caracteriza por ser susceptible de comprobación. Este carácter objetivo lo distingue de otros conceptos en los que participa el aspecto subjetivo, como es el caso de la creencia.

Consecuencia: Término de la filosofía escolástica que aludía a la relación entre dos proposiciones, de forma que la segunda no podía ser falsa si la primera se demostraba verdadera. Se distingue entre consecuencia final, que vale para todos los términos mientras la forma permanezca invariable, y consecuencia material, en la que no es válida para todos los términos, aun manteniéndose la forma. Contingencia: En lógica se define contingencia como la posibilidad de que algo, una cosa o una proposición, sea o no sea. Lo contingente es por tanto lo que puede ser o no ser y por ello se opone a lo necesario. En metafísica se considera contingente a lo que no tiene realidad por sí mismo, sino por mediación de otro. Contradicción: El principio de contradicción afirma que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo. En lógica, un enunciado de carácter declarativo no puede negarse a sí mismo. Para Aristóteles, la contradicción era una oposición que, en sí misma, no admitía una solución intermedia. Cosa: Posee dos significados genéricos. Cosa es cualquier objeto o término real o imaginario, físico o psíquico, sobre el que de alguna manera se posea referencia. De forma más restringida se llama cosa a un objeto natural de características corpóreas. En las filosofías idealistas, el concepto de cosa se contrapone al de persona, mientras que en las materialistas lo engloba. Creación: En sentido genérico se puede definir como forma de causalidad productora. De forma específica se entiende de diferentes maneras: como producción natural a partir de algo existente, como producción humana a partir de algo existente, como producción divina a partir de algo preexistente (concepción griega) o como producción divina a partir de la nada (concepción judeo-cristiana). Creacionismo: En sentido amplio es una doctrina que afirma que el universo ha sido creado por voluntad de Dios. De manera específica se alude a la creación inmediata de las almas por la acción de Dios. Esta concepción se opone a las doctrinas que hablan de la preexistencia del universo o de su emanación a partir de otros seres. Cualidad: Se denomina cualidad a cualquier determinación de un objeto. Para Aristóteles, la cualidad es sinónimo de categoría, es decir, aquello por lo que algo se dice que es de una forma determinada. Los escolás-

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ticos consideraron a las cualidades como formas accidentales. Cuerpo: Desde la antigüedad, el cuerpo ha sido considerado como un instrumento del alma, instrumento que, según las teorías, poseía una connotación negativa (como prisión del alma) o positiva (exaltación del cuerpo). Descartes abandonó esta concepción por la de cuerpo como autómata. Ciertas filosofías contemporáneas han considerado al cuerpo como una forma de experiencia. Dado: Se dice que una cosa es dada cuando se le presenta de inmediato a un sujeto que la conoce. Lo dado es el inicio de donde parte el saber, un material previo al conocer, que aún no está organizado en forma de concepto. Para Kant, lo dado es la materia, mientras que lo puesto son las formas. Deducción: Forma discursiva cuyo proceso va de lo general a lo particular, es decir, lo concreto se deriva de lo abstracto. El proceso es inverso al de la inducción, que parte de datos concretos para llegar a conclusiones generales. En lógica estricta se denomina deducción a la relación en la que una conclusión se deriva de una o más premisas. Demostración: Es el silogismo que obtiene una conclusión a partir de principios primeros y de otras proposiciones deducidas de principios primeros y evidentes. Su estructura formal es la misma del silogismo dialéctico, pero se diferencia de éste porque llega a la demostración de la esencia de las cosas mediante el conocimiento de sus causas. Denotación: Se denomina denotación a algo que se dice de los términos. Se contrapone a la connotación, con la que tiene una relación inversa. La denotación indica la referencia del término a las entidades correspondientes, mientras que la connotación indica las notas constitutivas del propio término. Un término denota más cuando menos connota y connota más cuando menos denota. Determinismo: Es la doctrina que defiende la universalidad del principio causal. Afirma la necesariedad de los actos humanos, del mismo modo que los acontecimientos del universo están sometidos a leyes naturales. Las corrientes deterministas contemporáneas se asocian a una concepción materialista del universo. Devenir: Se dice que el devenir es el ser como proceso. De ahí que se le considere como contrapuesto al ser. Aristóteles consideraba el devenir como


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una forma del cambio, una mutación absoluta que va de la nada al ser y del ser a la nada. Para Heráclito, el devenir era el principio de la realidad, mientras que para Parménides era un concepto inexistente. Dialéctica: Es un término que a lo largo de la historia ha tenido diferentes significados. Puede definirse como un proceso que surge de la lucha de dos principios. Aristóteles consideraba la dialéctica como disputa y no la dio categoría de ciencia. Para los neoplatónicos era la parte de la lógica que se ocupaba de construir una demostración probatoria. Dilema: Su significado etimológico es “premisa doble” y se utiliza para indicar los razonamientos de carácter insoluble o convertibles. Se llamó así a los antiguos argumentos presentados en forma de silogismo de doble filo por los lógicos del siglo II. Cuando los elementos de la proposición disyuntiva son más de dos se habla de trilema, cuadrilema y polinema. Discurso: Indica el paso de un término a otro en un proceso de razonamiento. Es un procedimiento racional por el que, mediante premisas sucesivas y concatenadas, se elaboran enunciados de carácter afirmativo o negativo. Se trata de un tipo de conocimiento a través de conceptos, propio del entendimiento humano y opuesto a la intuición. Dualismo: Alude a la doctrina que surgió en el siglo XVIII que preconizaba la existencia de dos sustancias: la corpórea y la espiritual. Su principal representante fue Descartes. La doctrina opuesta es el monismo. En sentido amplio se aplica a los sistemas compuestos de dos conceptos, como materia y forma, apariencia y realidad, y esencia y existencia. Duda: Término que tiene dos aspectos, uno subjetivo y otro objetivo. Por un lado es un estado subjetivo de incertidumbre y vacilación, y por otro, una situación objetiva de indeterminación, dado que existe una equivalencia de razonamientos opuestos. La duda es un método filosófico fundamental, ya que significa cuestionar cualquier supuesto aparentemente real. Elemento: Componente último e irreductible del que está compuesta la realidad. En la filosofía antigua, las opiniones sobre los elementos fueron variadas; unos consideraron la existencia de un solo elemento, mientras que para otros los elementos eran infinitos. Tuvo amplia repercusión la

llamada doctrina de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Emanación: Concepto elaborado por las escuelas neoplatónicas. Es el proceso por el cual algo superior produce algo inferior, sin que de ello se desprenda que lo superior se degrade. A diferencia del concepto judeo-cristiano de creación, en la emanación no se produce de la nada, sino que lo que existe es un despliegue de lo superior en lo inferior. Empirismo: Tendencia filosófica de origen inglés que afirma que todo conocimiento se basa en la experiencia y que sólo ella se puede tomar como criterio o norma de verdad. Para los empiristas, el sujeto es un ser pasivo en el que se dibujan las impresiones del mundo externo. Se opone al racionalismo, que afirma que el conocimiento está basado en la razón y en el innatismo. Ente: Se puede definir como aquello que es. Ente es todo aquello a lo que aludimos y también lo que somos y la manera de serlo. En ocasiones se ha identificado el ente con el ser; en otros casos, los conceptos son diferentes, considerándose al ente como lo que es y al ser como el hecho de existir. Entelequia: Etimológicamente, el término significa “el hecho de poseer perfección” y se define como la realización de un proceso cuyo fin se encuentra en la propia entidad. Se trata del acto final o perfecto en el que se hace realidad la potencia. Constituye la perfección del proceso de actualización. Hoy en día, la noción de entelequia se ha modificado y tiene el significado de lo no existente. Entendimiento: De forma genérica es la facultad de pensar. Su significado restringido es el de una técnica específica de pensar. Aristóteles consideraba el entendimiento como una de las facultades del alma, mientras que para Bergson era la capacidad de usar instrumentos y fabricar utensilios. Otra acepción es la del entendimiento como comprensión, por indicar la capacidad de penetrar en el significado de algo. Entimema: Es un silogismo que parte de signos aparentes para llegar a probables realidades que se encuentran ocultas en esos signos. Aristóteles lo consideraba un silogismo de carácter retórico, integrado por premisas probables y utilizado con fines persuasivos. En lógica se denomina entimema a un silogismo que no está completo al faltarle una de las premisas. Enunciado: Se ha definido como un conjunto de signos elaborado de acuerdo

a ciertas reglas sintácticas mediante el cual se expresa una proposición. Sin embargo, existen enunciados en los que no se expresa ninguna proposición, ya sea por carecer de sentido o por tratarse de juicios de valor. Por tanto, una definición más precisa sería la de un conjunto de signos ordenado sintácticamente que posee un significado completo por sí mismo. Epojé: Traducción del término griego que indica suspensión de juicio. Es un estado de reposo mental en el cual no se afirma ni se niega nada. El concepto fue utilizado por la academia platónica. Consiste en la suspensión del juicio frente a las afirmaciones de cualquier tipo de filosofía como paso previo a la realización de investigaciones aprovechando esa suspensión. Esencia: Se define en términos generales como aquello en que consiste algo. Es un concepto que se puede entender de diversas formas. Para algunas teorías, la esencia es la respuesta a la pregunta ¿qué es?, mientras que otras circunscriben la esencia a la sustancia, es decir, a todo lo que es necesario para que algo exista. Especulación: Término que posee dos significados diferentes. En un sentido es la actividad cognoscitiva que no va dirigida a un fin ajeno a la propia actividad, es decir, la actividad no referida a fines prácticos. Kant le dio otro sentido y consideraba el conocimiento especulativo como el referido a un objeto o a su concepto que no es susceptible de ser aprehendido mediante la experiencia. Espíritu: En un sentido amplio, el concepto de espíritu indica las diferentes formas del ser que van más allá de lo vital. Específicamente ha sido considerado a lo largo de la historia de diversas maneras: como el alma racional, como una sustancia incorpórea, como la fuerza vital o como la tendencia hacia algo. Eternidad: Se define de manera tradicional como la duración indefinida del tiempo. Filosóficamente, eternidad es aquello que no es posible medir por el tiempo, ya que se encuentra más allá de éste. En tal sentido, intemporalidad puede entenderse como contemporaneidad. Existencia: Término que significa etimológicamente “lo que está ahí” y que se equipara a la noción de realidad. Se refiere a la realidad concreta de un ente cualquiera y está por tanto en oposición al concepto de esencia. Facultad: Término que se aplica a los diferentes poderes u operaciones que se


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atribuyen al alma. La distinción entre facultades obedece a las diversas formas de operar del alma, que en ocasiones pueden estar en oposición unas con otras. Aristóteles distinguió tres facultades en el alma humana: la vegetativa, la sensitiva y la intelectiva. Fatalismo: Se denomina así a la adopción de una postura pasiva ante los acontecimientos, sin reaccionar ante ellos para tratar de modificarlos. Leibniz distinguió tres fatalismos de características diferentes: el mahometano, en el que el efecto se produce aunque se evite la causa; el estoico, que invita al hombre a aceptar el destino inevitable, y el cristiano, que afirma que todo está regulado por la providencia divina. Fenomenología: Descripción de lo que se produce o ciencia que tiene como propósito esa descripción. Husserl distingue entre la psicología, que estudia los datos de los hechos, y la fenomenología trascendental, que estudia las esencias de los mismos. La fenomenología es por tanto una forma de ver que se da una vez depurado el psicologismo. Fin: El término fin puede entenderse en tres sentidos: el temporal, como el momento final; el espacial, como el límite de algo, y el de finalidad, como la realización de una intención. En este sentido, el fin se relaciona con la causa, es la causa final, es decir, la razón por la que algo se cumple o realiza. Forma: Concepto creado por los griegos para referirse a una figura interna e invisible de las cosas que sólo es posible captar por la mente. La forma es aquello por lo que algo es lo que es. Se contrapone a la materia, que es aquello con lo que se efectúa algo. La relación entre ambos conceptos sirve para comprender la composición de las cosas. Fundamento: Término que engloba dos conceptos diferentes: fundamento real o material, en el sentido de la razón de ser algo, que muchas veces se confunde con la causa final, y fundamento ideal de un enunciado o enunciados, que es la explicación racional de los mismos. Género: Término empleado en lógica que alude a un tipo de clase que posee mayor extensión y menor comprensión que otra, que se denomina especie. Cuando un género comprende todas las especies se habla de un género supremo. En la actualidad, el término género se sustituye con frecuencia por el de clase. Gnosticismo: Doctrina que tiende a lograr el saber absoluto, para lo cual no

sólo utiliza la racionalidad, sino también las vías místicas. Fue el primer intento de crear una filosofía cristiana basada en la fusión de elementos judeo-cristianos, neoplatónicos y orientales. Los gnósticos hicieron del conocimiento la condición de la salvación. Hecho: Existe un hecho cuando se da una posibilidad objetiva de verificación, de comprobación y de control de un acontecimiento. Su existencia viene dada por dos características: la referencia a un método eficaz de comprobación y su independencia del criterio subjetivo del sujeto que adopta el método. Hermenéutica: Término empleado tradicionalmente para aludir a los métodos de interpretación de la Biblia. En sentido amplio es una interpretación de la realidad basada en el conocimiento de los datos de aquella realidad que se intenta comprender y que al mismo tiempo da sentido a los datos mediante un proceso circular. Hipóstasis: Ser de un modo verdadero. Es un término que equivale a ser, pero dotándole de un sentido más profundo. La hipóstasis es la sustancia individual concreta. Frente al mundo de lo aparente, se dice que hay realidades que existen por hipóstasis. Hipótesis: Afirmación que se pone a prueba confirmándola o refutándola indirectamente por medio de las consecuencias que se derivan de ella. El razonamiento basado en una hipótesis presupone un acuerdo previo en forma de convención que no tiene el valor probatorio que se da en el razonamiento basado en una definición. Historicismo: Es la corriente filosófica que acentúa el papel desempeñado por el carácter histórico del ser humano (historicismo antropológico) o por la naturaleza en su conjunto (historicismo cosmológico). Dilthey afirmó que todo lo que el ser humano es lo experimenta únicamente a través de la historia. El materialismo histórico de Marx es una de las corrientes historicistas más importantes. Idea: El término idea puede entenderse de varias maneras: en lógica se asimila a concepto; en psicología se asimila a entidad mental, y en metafísica se equipara a cierta realidad. Platón utilizó el término idea para designar la forma de una realidad, es decir, su imagen eterna e inmutable. Ideal: Ideal es una proyección genuina, aunque no real, de la perfección de un determinado campo. Para Kant, los ideales, aunque no se pueden considerar realidades objetivas, tampoco son quimeras y ofrecen un modelo a

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la razón, que necesita tener en cuenta el concepto de lo perfecto para medir el grado de imperfección de algo. Los ideales tienen una función normativa, son normas para el juicio y dirigen los pasos de la razón. Idealismo: Doctrina por la cual los ideales son lo esencial por lo que deben guiarse los actos humanos. En sentido ético y político, el idealismo se contrapone al realismo. Toma como punto esencial el yo o la conciencia, haciendo prevalecer estos conceptos sobre las cosas externas. Identidad: El principio de identidad viene a decir que toda cosa es igual a sí misma. Para Aristóteles, las cosas sólo son idénticas si es idéntica la definición de sus sustancias. Leibniz consideraba idénticas dos cosas cuando podían sustituirse mutuamente. Para otros filósofos no es posible establecer el significado de identidad, pero puede establecerse adoptando cualquier criterio convencional. Ídolo: Francis Bacon llama así a las nociones falsas. Son los prejuicios que, instalados en las concepciones del hombre, impiden llegar a una interpretación verdadera de la naturaleza. La doctrina de los ídolos ha sido considerada como un antecedente del moderno concepto de ideología. Ilusión: Término que alude a la desconfianza en los sentidos. Se puede distinguir entre ilusiones empíricas: cuando la imaginación ofusca la capacidad de juicio; lógicas: cuando no se presta atención a las reglas de la lógica, y trascendentales: cuando se quiere aplicar las categorías a objetos trascendentes. Ilustración: Se denomina así al espíritu del siglo XVIII que creía en la primacía de la razón y en la posibilidad de modelar la sociedad por medio de principios racionales. Como doctrina filosófica se define por la pretensión de aplicar la crítica racional a todos los aspectos de la experiencia humana. Imagen: Las imágenes son las representaciones de las cosas. Estas representaciones o signos pueden conservarse independientemente de las mismas cosas. Las imágenes son para Aristóteles, como las cosas sensibles, con la única particularidad de que carecen de materia. Implicación: Proposición que consta de un antecedente y un consecuente unidos por un nexo, de manera que el consecuente deriva del antecedente. Indeterminismo: Doctrina que afirma que los acontecimientos no están determinados ni tienen que ocurrir de


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forma necesaria. Se distingue entre indeterminismo general, que alude a que ningún tipo de fenómeno, ya sea físico o psíquico, está determinado, y los indeterminismos especiales, que se refieren a uno u otro campo concreto. Indiscernibles, principio de los: Principio metafísico que niega que en la naturaleza existan dos cosas exactamente iguales. Fue defendido por Leibniz. Para Kant, el principio de los indiscernibles sólo sería aplicable a los objetos del entendimiento puro y no a los objetos individualizados por las coordenadas de espacio y tiempo. Individuación: Principio en virtud del cual algo es un ente singular. Inquiere qué es aquello que hace que algo sea un individuo. Aristóteles afirmó que el principio de individuación está en la materia cualificada, ya que la forma de las cosas es universal. Individualismo: Doctrina que considera al individuo como el más importante valor de finalidad en relación con la comunidad a la que pertenece. Afirma que el individuo debe ser el origen de toda ley y considera que existe coincidencia entre el interés individual y el interés común. El individualismo es el fundamento teórico del liberalismo. Inducción: Método de conocimiento que lleva de lo particular a lo universal. Se contrapone al método inductivo basado en los silogismos. Aristóteles consideró que la inducción podía utilizarse como ejercicio dialéctico o con fines persuasivos, pero que nunca podía considerarse como un método científico a la altura de la deducción. Inferencia: Concepto que engloba todos los procesos discursivos. Se distinguen dos tipos: las inferencias inmediatas, cuando una proposición se sigue de otra sin que intervenga una tercera, y las inferencias mediatas, cuando se concluye una proposición por medio de otra u otras. Infinito: Puede ser entendido de diversas formas: como algo que es indefinido al carecer de límites, como algo que no puede ser ni definido ni indefinido al carecer de sentido considerar un límite o un fin, como algo negativo e incompleto, como algo positivo y completo, como algo potencial o como algo actual y enteramente dado. Inmanencia: Existe inmanencia cuando el fin de una acción se encuentra en la acción misma o cuando el resultado de una actividad permanece dentro del que la ejecuta. Los escolásticos diferenciaban entre acciones inmanentes, cuando la acción permanecía en

el agente, y acciones trascendentes, cuando pasaba del agente al objeto. Inmortalidad: Concepto con el que se alude a la supervivencia de la existencia tras la muerte. Filosóficamente tiene dos aspectos diferentes: la creencia en la inmortalidad de la persona individual, es decir, del alma humana en su conjunto, y la creencia en la inmortalidad de la parte no personal del alma, es decir, lo que tiene en común con un principio divino y eterno. Innatismo: Doctrina que defiende que existen conocimientos innatos que no han sido adquiridos por la experiencia y que por tanto son anteriores a ella. Fue defendida por Platón y en general por los racionalistas. El empirismo inglés sostuvo la doctrina opuesta, afirmando que no existían ideas innatas. Inteligible: En el sentido más habitual indica lo que puede ser entendido o comprendido. Para Platón, lo inteligible eran las cosas en cuanto son verdaderas, en contraposición a lo sensible, que son las cosas en cuanto son materia de opinión. Lógica: Aristóteles definió la lógica de dos formas: como introducción a la investigación de carácter filosófico, científico y lingüístico, y como análisis de los pilares sobre los que se articula lo real. En la escolástica se entendió también de dos maneras: como proceso que conduce al conocimiento verdadero y como proceso que posibilita obtener razonamientos correctos. La lógica formal es la que se ocupa sólo de la estructura y relación de los conceptos. Materia: Uno de los principios que constituyen la realidad natural. A lo largo de la historia se ha considerado de diversas formas: como sujeto, como potencia (ambas en Platón y Aristóteles), como extensión (Descartes) o como fuerza (Leibniz). Los científicos, por su parte, la han definido primero como masa y después como densidad de campo. Materialismo: Doctrina que afirma la sola existencia de la realidad material. Para esta corriente, la causa de todas las cosas es la materia. Surge a raíz de Descartes, que proclamó la separación absoluta entre la realidad pensante y la realidad no pensante. Máxima: Se denomina así a la proposición evidente, pero que no puede demostrarse al no existir otra anterior en la que basarse. También se llama máxima a una regla de conducta. Para Kant, la máxima era el principio subjetivo de la voluntad.

Mecanicismo: Doctrina que explica las obras naturales a través de un principio mecánico y que considera la realidad como si fuera una máquina. El mecanicismo no admite otra explicación de los hechos de la naturaleza que la basada en el movimiento de los cuerpos en el espacio. Como consecuencia de estos postulados, el mecanicismo niega todo orden finalista. Mediación: Se denomina así a la función que relaciona dos términos o dos objetos entre sí. Se deriva de la necesidad de dar con un nexo que relacione dos elementos distintos. Esta mediación o término medio en el silogismo cumple una función mediadora en el proceso del razonamiento y posibilita la conclusión a partir de una premisa dada. Memoria: Se denomina así a la facultad de disponer de los conocimientos y experiencias pasadas. El concepto de memoria consta de dos elementos: la retentiva, que es la conservación de una determinada manera de los conocimientos del pasado, y el recuerdo, que es la posibilidad de recuperar esos conocimientos del pasado y traerlos al tiempo presente. Metafísica: Es la ciencia primera, cuya meta es el objeto común de todas las demás y que condiciona toda la validez de sus investigaciones. Trata del ser, en cuanto ser entendido como trascendente. Su existencia es negada por los que niegan la trascendencia y los que consideran las proposiciones metafísicas como ilusiones del lenguaje. Metalenguaje: Se puede distinguir entre un lenguaje dado y el lenguaje de ese lenguaje. El metalenguaje es el lenguaje en el que se habla del lenguaje dado, denominado lenguaje-objeto. En el contexto del discurso, este último lenguaje es inferior al metalenguaje, según la teoría de la jerarquía de lenguajes elaborada por Bertrand Russell. Método: Se dice que existe un método cuando se recorre cierta vía con objeto de alcanzar un fin propuesto inicialmente. Conlleva un orden, que se plasma en un conjunto de reglas, por lo que se contrapone a lo azaroso. El fin que se persigue con el método puede ser el conocimiento o un fin de carácter humano. Mito: Relato de carácter fabuloso de origen remoto y oscuro. En la antigüedad clásica, el mito se consideró como una deformación de la actividad intelectual. Durante el romanticismo se revalorizó el concepto, dándole el valor de una forma de verdad diferente de la intelectual. Sociológi-


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camente, el mito se considera como un medio de control social. Monismo: Es la doctrina que sólo admite una sustancia. En esta acepción, pueden ser monistas las filosofías materialistas y las espiritualistas; sin embargo, en el monismo contemporáneo, las tendencias materialistas han tenido mayor importancia, con lo que a menudo se asimila monismo a materialismo. El monismo está en contraposición a las doctrinas dualistas. Moral: Lo moral es aquello que se somete a un valor. Se contrapone a lo inmoral, que se opone a cualquier valor, y a lo amoral, que permanece indiferente al valor. Hegel distinguió entre moral subjetiva, que consiste en el cumplimiento de un deber mediante un acto de voluntad, y moral objetiva, que es la que dictan las normas sociales. Nada: Existen dos concepciones filosóficas fundamentales de este concepto. La que entiende la nada como noser y que afirma que la nada no se puede expresar ni conocer, postura adoptada por Parménides, y la que admite el ser del no-ser, definiendo la nada como alteridad, postura defendida por Platón. Nominalismo: Doctrina desarrollada en la edad media que afirma que más allá de las sustancias individuales no existen más que nombres y por tanto las cosas abstractas y universales están fuera de la realidad. Para los nominalistas, los universales no son otra cosa que términos del lenguaje. Noúmeno: Tiene el significado etimológico de “lo que es pensado”. Kant lo definió como el objeto del conocimiento intelectual puro. Se equipara a lo inteligible, es decir, a lo pensado por medio de la razón. Se contrapone al mundo sensible o de los fenómenos. Ocasionalismo: Doctrina que afirma que la causa de todas las cosas es Dios y que las causas secundarias sólo son ocasiones de las que se vale Dios para hacer efectivos sus propósitos. Fue elaborada por un grupo de pensadores que utilizaron la filosofía cartesiana para defender el credo religioso tradicional. Ontología: También denominada metafísica general, tiene por objeto el estudio de las características fundamentales del ser y los caracteres que todo ser tiene y no puede dejar de tener. Se considera como la ciencia primera, dado que su objeto está implícito en los objetos de todas las demás ciencias y su principio condiciona la validez de cualquier otro principio.

Ontologismo: Doctrina que considera que el ser humano tiene una intuición directa e inmediata del ente, ya sea éste la noción general del ser o el ente supremo. Se contrapone al psicologismo propio de la filosofía moderna posterior a Descartes, que sigue el camino opuesto del espíritu al ente. El ontologismo reduce todo el conocimiento a la visión de Dios. Panteísmo: Filosofía que identifica a Dios con la naturaleza. Tiene dos variantes: el panteísmo acósmico, que considera a Dios como la única realidad verídica a la que debe reducirse el mundo, y el panteísmo ateo, que considera al mundo como la única realidad. En ambos casos, el panteísmo niega la trascendencia y afirma que todo lo que existe es inmanente y de naturaleza impersonal. Paradoja: Etimológicamente significa lo contrario a la opinión de los demás. Para Aristóteles, el segundo fin de la sofística, después de la refutación, es la reducción de un discurso a una paradoja. En ocasiones se denomina así a las contradicciones que surgen de la utilización del método reflexivo, llamadas habitualmente antinomias. Paralogismo: Término que se utiliza como silogismo o argumento falso oculto. En ocasiones se denomina así al sofisma, pero se diferencia en que mientras el sofisma es una refutación falsa con conciencia de su falsedad, el paralogismo es una refutación falsa sin conciencia de ello. Pasión: En sentido amplio se puede definir como el estado en que se encuentra algo afectado por una acción. Actualmente se entiende por pasión toda intromisión en la vida psíquica de un afecto que domine a la razón y a la voluntad. Frente a la connotación negativa de la pasión, Hegel la consideró como esencial para la realización de los fines esenciales del espíritu. Pensamiento: Concepto que pertenece al dominio de la lógica. Es aquello que, mediante el acto psíquico de pensar, se aprehende. Es un objeto ideal y como tal está sometido a las determinaciones de dicha clase de objetos. Pensar: Acto psíquico que sucede en el tiempo formulado por un sujeto por el que se aprehende un pensamiento referido a su vez a una situación objetiva o a objetos. Percepción: Se define como aprehensión inmediata y directa de una situación objetiva. Presupone la supresión de los actos intermediarios, pero implica además la presentación de lo aprehendido como algo estructurado. Kant

Glosario

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definió la percepción como una conciencia acompañada de sensaciones. Persona: El ser humano en sus relaciones con el entorno y consigo mismo. Para Kant, persona es el ser que posee libertad e independencia frente a los mecanismos de la naturaleza y se halla sometido a sus propias leyes. Actualmente se ha definido a la persona como un individuo provisto de status social. Pluralismo: Doctrina que considera que el universo está compuesto por sustancias independientes e irreductibles entre ellas. Fue desarrollada por Leibniz en su filosofía monadológica. Actualmente se llama así al reconocimiento de la existencia de interpretaciones diferentes de una misma realidad o de un mismo concepto. Positivismo: Doctrina que no admite otra realidad que los hechos ni más investigación que la de las relaciones que se producen entre los hechos. Niega por consiguiente la metafísica. Esta doctrina reduce la filosofía a la ciencia, considerando el método científico como el único válido. Postulado: Proposición que se admite con el fin de posibilitar una demostración o un determinado procedimiento. Se distingue del axioma por el hecho de que no es evidente por sí mismo y del teorema porque se utiliza sin demostración. En la actualidad, el término postulado se asimila a veces al de axioma. Pragmatismo: Doctrina filosófica contemporánea surgida en Gran Bretaña y en Estados Unidos que afirma que la función del pensar es producir hábitos de acción y que la significación de una cosa es simplemente los hábitos que envuelve. Es el llamado pragmatismo metodológico. La doctrina de W. James, que reduce la verdad a utilidad y lo real a espíritu, se denomina pragmatismo metafísico. Premoción: Término empleado por los teólogos tomistas del siglo XVIII para señalar el condicionamiento de la voluntad del hombre por Dios, condicionamiento que no eliminaría la libertad humana. Se elaboró para superar el conflicto entre la omnipotencia de Dios y el libre albedrío del ser humano. Principio: Punto de partida y fundamento de todo tipo de proceso. También se denomina principio al elemento constitutivo de las cosas o de los saberes. Este concepto ha perdido sentido en la filosofía contemporánea, ya que se refiere a un punto de partida absoluto, cuya existencia no es fácil admitir por parte de la ciencia actual.


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Probabilidad: Variación de certidumbre sobre un acontecimiento o un grupo de acontecimientos en los que existe un índice de probabilidad. Se distingue entre probabilidad estadística, referida a fenómenos objetivos, y probabilidad inductiva, referida a las proposiciones sobre dichos fenómenos. Racionalismo: Se denomina así a la confianza en la utilización de los métodos racionales para determinar creencias en un campo dado. La doctrina que hace prevalecer la razón sobre la emoción y la voluntad se denomina racionalismo psicológico; la que considera la razón como único órgano para el conocimiento se denomina racionalismo gnoseológico, y la que afirma que la realidad es, en último término, racional recibe el nombre de racionalismo metafísico. Razón: Capacidad para llegar a conocimientos universales y para alcanzar el dominio de las ideas, ya sea como valores o como esencias. Es una facultad que distingue al hombre de los animales. En otra acepción, el término razón se asimila a fundamento; en este sentido, la razón explica por qué algo es como es y no de otra manera. Realismo: Actitud de limitarse a los hechos como se presentan, sin aplicarles interpretaciones que los enmascaren y sin pretender anteponerlos los propios deseos. Se contrapone al idealismo en la teoría del conocimiento. El término realismo designó históricamente a la corriente que, en la disputa de los universales, mantuvo la postura de que éstos existían realmente. Sentencia: Término que se utiliza en filosofía para indicar una opinión, juicio o máxima sobre algún asunto. En lógica tiene otra acepción, la de una serie de signos que expresan una proposición. La sentencia es, pues, una expresión, mientras que la proposición es lo que expresa, es decir, el sentido de la sentencia. Ser: Tiene un doble significado. Puede ser entendido como el acto de existir o como la unión que existe entre los dos términos de una proposición al compararse un predicado con el sujeto. La cuestión del ser es uno de los problemas fundamentales de la filosofía. Silogismo: Aristóteles lo define como el tipo de razonamiento deductivo perfecto en el que, presentadas unas proposiciones, otras resultan necesariamente. Características del silogismo son su carácter mediato y su necesidad. Simbolismo: Se denomina así a la utilización de los símbolos. La expresión

simbólica es la forma más extensa del desarrollo lingüístico, marcada por la distancia entre el signo y su objeto. Símbolo: En ocasiones se hace equivaler este término con el de signo. Para algunos, sin embargo, el símbolo se define como una clase de signo de índole no natural, sino convencional. Otras veces se considera al símbolo como algo social, en contraposición al signo, referido a algo individual. Sofisma: Los sofismas o falacias son silogismos aparentes mediante los cuales se pretende argumentar algo falso y confundir así al interlocutor. Aristóteles los dividió en dos clases: los referidos a la manera de expresarse y los extralingüísticos. El término tiene otra acepción y alude a los razonamientos que conducen a conclusiones paradójicas o poco agradables. Tautología: Es un discurso inútil, ya que se repite en la consecuencia o en el predicado de una definición el concepto presente en el primer miembro. En retórica se denomina así a la repetición de un mismo pensamiento de diferentes maneras. En buena lógica son tautológicas las fórmulas que son siempre verdaderas, prescindiendo del valor de verdad de los elementos que las componen. Teleología: Concepto adoptado por Christian Wolf para referirse a la parte de la filosofía que intenta explicar los fines de las cosas. Fue utilizado para referirse a las explicaciones basadas en las causas finales, en contraposición a las que lo hacían basándose en causas eficientes. Teleológica, prueba: Una de las pruebas clásicas de la existencia de Dios, según la cual el mundo visible es una prueba de la existencia del mundo invisible y por consiguiente del creador de ese mundo visible. Teoría: En sus orígenes, el concepto se asimiló a la contemplación racional. En nuestros días designa una construcción intelectual que surge como resultado de un trabajo de carácter filosófico o científico. La teoría puede definirse como un sistema deductivo en el que ciertas consecuencias se obtienen de la conjunción entre hechos observados e hipótesis previas. Todo: Se denomina todo al conjunto de las partes cuando no se tiene en cuenta la disposición de las mismas. Para algunos autores, totalidad se diferencia de todo en que implica un orden de las partes que no se puede variar sin modificar la totalidad misma. Universal: En sentido ontológico, universal es la forma, idea o esencia que

puede ser compartida por una pluralidad de cosas y que proporciona a dichas cosas su naturaleza y aspectos comunes. En sentido lógico, universal es lo que, por su naturaleza, puede ser predicado de una pluralidad de cosas. Universales, disputa de los: La controversia de la edad media sobre los universales trató sobre sus formas de existencia. Los realistas opinaban que los universales existían realmente y eran anteriores a las cosas concretas; los nominalistas negaban su existencia al considerarlos como abstracciones de la inteligencia, y los realistas moderados afirmaban su existencia, pero sólo como formas de las cosas concretas. Unívoco: Aristóteles refirió el término unívoco al objeto y lo definió como aquel objeto que tiene en común con otros el nombre o la definición del nombre. Ockham lo refirió al signo y lo definió como el signo convencional que corresponde a un solo concepto. Uno: Término con múltiples significados. Los más importantes son los siguientes: el elemento de un conjunto cualquiera, lo único, la unidad, el primer número de la serie natural de numeración, el uno hipostático. Verdad: Término que se utiliza en dos sentidos: referido a una proposición se dice que es verdadera para diferenciarla de una falsa, y referido a una realidad se dice que es verdadera para diferenciarla de la apariencia, lo irreal y lo inexistente. Verificación: Examen de la verdad o falsedad de algo. La verificación no es sólo el examen, sino también el resultado de dicho examen, es decir, la comprobación. Suponiendo que el enunciado a examinar es verdadero, la verificación puede considerarse también como una confirmación. Voluntarismo: Término que se aplica a dos doctrinas diferentes. Por un lado, a las que afirman, como Duns Scoto, la primacía de la voluntad sobre el entendimiento, y por otro lado, a las que, como Schopenhauer, consideran al mundo natural como una manifestación de la voluntad. Yo: Descartes fue el primer filósofo que reflexionó sobre sí mismo con la pregunta: ¿qué es lo que soy yo? Su respuesta fue que el yo es la conciencia, es decir, la relación consigo mismo. A partir de Descartes, dicho concepto ha sido sometido a diferentes interpretaciones. Las respuestas son variadas. Para algunos el yo es una sustancia, como el alma o la cosa; para otros se trata tan sólo de un complejo de impresiones o sensaciones.


RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS DE REPASO

Los orígenes de la filosofía 1. Una combinación de diversos factores –auge del comercio, desarrollo de la artesanía, fundación de colonias y, sobre todo, las levas masivas de población para las campañas bélicas– dio lugar a una creciente igualdad entre los estamentos de la sociedad griega. Como consecuencia, la monarquía aristocrática fue sustituida por el modelo democrático de las polis. El cambio político llevó aparejado la modificación de las pautas culturales: el pensamiento mítico, expresión fundamental de la mentalidad tribal y clasista, dejó paso al pensamiento racional como medio de procurar una cosmovisión acorde con las nuevas circunstancias. 2. A la hora de construir explicaciones causales, el pensamiento analógico, propio de la mentalidad prefilosófica, procede estableciendo similitudes –analogías– entre los fenómenos y recurre con frecuencia a entidades supraterrenas. El razonamiento lógico, por el contrario, explica la realidad fenoménica ateniéndose a los datos de la experiencia y buscando, mediante los procedimientos inherentes a la razón, su propia coherencia interna.

Los presocráticos 1. Recibe ese nombre el grupo de pensadores originarios de la ciudad jónica de Mileto, entre los que destacan Tales, Anaximandro y Anaxímenes, y que están considerados como los primeros filósofos de la historia. La cuestión central de sus

reflexiones fue el llamado problema cosmológico, es decir, la especulación acerca del origen del universo. 2. El ser, según el pensamiento de Parménides, es eterno, inmóvil, inmutable, autosuficiente y, como consecuencia de todo lo anterior, perfecto. El ser constituye la esencia de todas las cosas y permanece invariable ante el cambio superficial de las mismas. 3. En la teoría de Anaxágoras, son las partículas infinitamente pequeñas, eternas y cualitativamente distintas que están presentes en la realidad en número infinito. Son las responsables de la creación del mundo por un proceso de separación a partir de su mezcla inicial.

Sócrates y los socráticos 1. Según la concepción socrática de la ética, las malas acciones son consecuencia de la ignorancia; sólo si se conoce el bien es posible obrar de acuerdo a él. Por tanto, la virtud humana reside en el conocimiento. 2. Es el método ideado por el filósofo griego para conducir a los hombres, mediante preguntas ingeniosas, al descubrimiento de la verdad que subsiste en todos ellos. 3. La retórica es el arte de hacer más atractiva al público la exposición de un argumento; la erística es la deformación de la retórica, que consiste en lograr la persuasión del auditorio sin tener en cuenta la veracidad o falsedad de lo afirmado.

El descubrimiento de las Ideas y la realidad: Platón y Aristóteles 1. Para Platón, lo percibido por los sentidos es falso, no existe por sí mismo ni puede ser el fundamento de ningún conocimiento verdadero. En cambio, las Ideas, los conceptos invisibles pertenecientes a un mundo superior, constituyen la esencia de lo existente, la auténtica realidad. 2. A lo largo de su obra, Platón propone dos explicaciones diferentes a esta cuestión. En los primeros diálogos se explica cómo lo sensible se origina por imitación de lo ideal; en los últimos, la realidad sensible aparece fundamentada en una relación no de imitación, sino de participación de las cualidades esenciales de la Idea. 3. Aristóteles deduce que el movimiento de todo el universo presupone un primer motor. Este motor ha de ser inmóvil, ya que de lo contrario precisaría él mismo de un motor previo, y eterno, pues en caso de haber nacido en un momento temporal concreto habría sido fruto de una causa preexistente. Este motor inmóvil y eterno, causa de las causas, no puede ser otro que Dios.

El helenismo 1. A la muerte de Alejandro, la decadencia de las polis griegas trajo consigo la fragmentación de los esquemas de vida tradicionales. La nueva situación en que se encontró entonces el ciudadano griego, huérfano de todo amparo personal y convertido


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en un súbdito anónimo del imperio, llevó a considerar primordiales las cuestiones concernientes a la existencia humana y al modo de conseguir la felicidad.

2. El período de iniciación, la edad de oro y la época de transición a la escolástica.

2. Mediante la negación de cualquier entidad sobrenatural o extrasensible, los representantes de la escuela estoica pretendían reducir al máximo la posibilidad de que cualquier realidad caótica o irracional contraviniera el orden lógico del universo que ellos predicaban.

4. Por un lado, combatió la doctrina maniquea al negar la presencia efectiva del mal en el mundo; el mal, según san Agustín, no es sino ausencia de bien. Por otro lado, rechazó la teoría pelagiana del libre albedrío, afirmando que la salvación humana precisa de la predestinación divina.

3. Zenón, en el año 306 a.C. 4. Filón y Plotino.

La filosofía oriental 1. Por un lado, la Verdad revelada, es decir, los contenidos de los textos sagrados de la religión védica, en especial los Vedas y los Upanishad. Por otro, los llamados pramana, es decir, los mecanismos intelectivos de obtención de conocimiento natural: la percepción, la deducción y el lenguaje. 2. El hinayana, o pequeño vehículo, estipula como objetivo fundamental el acceso individual al nirvana, la iluminación liberadora de los males y desdichas que afligen al ser humano. Por su parte, el mahayana, o gran vehículo, exhorta al sabio cercano a la Iluminación a postergar su ingreso en el nirvana para comunicar la Verdad descubierta a los demás y ayudar así a la salvación universal. 3. El yin es lo femenino, pasivo, oscuro y frío. El yang es lo masculino, activo, cálido y seco. 4. Enseñar al hombre a integrarse en la naturaleza y a sintonizar con los ritmos del universo.

Los orígenes de la filosofía cristiana: la patrística 1. Es el intento que llevaron a cabo los pensadores cristianos para consolidar los principios doctrinales del Evangelio y argumentar racionalmente las verdades del dogma.

3. San Agustín.

5. Es el concepto alegórico formulado por san Agustín para simbolizar el principio moral ejemplar del cristianismo: la coexistencia virtuosa de los hombres unidos por su amor al Creador.

La filosofía de los siglos XI y XII 1. Con esta máxima (philosophia ancilla theologiae), los pensadores escolásticos pretendían dar a entender que la única función legítima de la filosofía era la de servir de apoyo formal a las verdades reveladas de la fe. 2. La clasificación medieval de las artes liberales. El trivium incluía el estudio de la gramática, la retórica y la dialéctica; el quadrivium, el de la aritmética, la geometría, la astronomía y la música. 3. Mediante su célebre argumento, san Anselmo pretendió demostrar la existencia de Dios partiendo de la idea que los hombres tienen de Él en su mente. Procedió así: el hombre concibe a Dios como el ser más perfecto posible; requisito indispensable de la perfección es existir no sólo en la mente, sino también en la realidad; luego Dios debe existir efectivamente en la realidad.

El siglo XIII: la filosofía de las universidades 1. Al ordenar la creación de las primeras universidades, el propósito de los pontífices fue agrupar todos los saberes existentes en una única institución, para así ejercer un control sobre la enseñanza y restringir la ac-

tividad especulativa a la exclusiva función de herramienta de apoyo a la teología. 2. Porque fue el primer pensador en desechar la mera especulación abstracta para aplicar los procedimientos propios de la investigación experimental al terreno científico. 3. En clara analogía con la epistemología idealista de Platón, el pensador franciscano expuso cómo el intelecto humano –siempre por intuición, nunca por razonamiento– guía al alma desde el estrato básico de la creencia difusa en Dios hasta la cima del conocimiento: la contemplación de la divinidad.

Santo Tomás de Aquino 1. Porque, en su opinión, el único conocimiento verdadero es el que está basado en la realidad sensible y no el resultante de las vanas operaciones de la lógica abstracta, de las cuales el argumento anselmiano era un ejemplo evidente. Por tanto, cualquier intento por demostrar la existencia divina debía atender al efecto (el universo) antes de elucubrar sobre la causa (Dios). 2. La vía ex gradu prueba la existencia de Dios al identificarlo con el criterio absoluto que por fuerza ha de existir para que tengan sentido nociones adjetivas como bello, bueno o justo. 3. Es el recurso de santo Tomás al problema planteado por la relación entre especie genérica y especificidad individual. La individualidad, según el aquinatense, se basa en las diferencias cuantitativas –y no cualitativas– con que se manifiesta, en cada caso concreto, la esencia común a toda la especie.

La transición al Renacimiento 1. En el papado, el imperio y las universidades. 2. En primer lugar, Escoto rechazó el carácter necesario desde el punto de vista lógico que la teología clásica atribuía al universo; éste es, según su doctrina, absolutamente contingen-


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te, fruto del libre arbitrio divino. En segundo, negó cualquier tipo de existencia a géneros, especies o esencias; lo único real, afirmó, es el individuo concreto. 3. Es la denominación común que suele recibir el principio de economía metafísica enunciado por el pensador inglés Guillermo de Ockham, según el cual cualquier ente cuya existencia no pueda ser probada debe ser eliminado de las explicaciones filosóficas. 4. La postura de Ockham es radicalmente nominalista, es decir, afirma que los conceptos universales no son sino simples abstracciones lingüísticas, de valor meramente instrumental, y que en absoluto encarnan existencia alguna. Sólo es real, pues, lo transmitido de forma directa por los sentidos. 5. A la ciencia.

El humanismo 1. Principalmente, cuatro: el enfoque antropocéntrico, la inspiración en los modelos filosóficos de la antigüedad grecolatina, el interés por las aplicaciones prácticas del saber y la aproximación laica al estudio de la naturaleza. 2. En primer lugar, al afirmar la absoluta identidad de todas las sustancias, el panteísmo bruniano convertía en absurda la idea de la Creación: si todo está en todo, si todos los entes contienen una porción de la esencia divina, carece de sentido afirmar el nacimiento del mundo a partir de la Nada. En segundo lugar, si Dios es infinito, el universo formado de su misma esencia no puede ser finito y cerrado como proponían los teólogos escolásticos. 3. Formulado por Nicolás de Cusa, el concepto de “docta ignorancia” refiere el acceso de la razón humana al estrato de autoconciencia de sus propias limitaciones. Una vez asumida la finitud de su razón abstracta, el hombre será capaz de comprender los fenómenos que escapaban a su entendimiento mediante el retorno a modelos de pensamiento místico y prefilosófico tales como el principio de identidad de contrarios.

4. En opinión de Maquiavelo, el cristianismo, y en especial su ética, constituía un obstáculo para el gobernante, cuyo ejercicio de autoridad no debía verse constreñido por ningún tipo de servilismo moral.

El racionalismo 1. El método de Descartes descansa en un supuesto básico: la duda dicta si un hecho es verdadero o falso. Todo lo que sea susceptible de duda es falso; sólo lo que se revela al entendimiento de un modo claro e incuestionable puede resistir la duda e imponerse, por tanto, como verdadero. 2. El modelo ontológico cartesiano es dualista: dos sustancias distintas, cuerpo y espíritu, conforman la realidad; el de Spinoza es monista: cuerpo y espíritu son sólo modos diferentes de una misma sustancia, la sustancia única que integra todos los entes del universo. 3. Según el pensador alemán, el universo entero y todos los entes que lo pueblan, así como los vínculos y relaciones establecidos entre las sustancias, son el resultado de un plan concebido de antemano por el Creador.

El empirismo 1. Mientras que los racionalistas niegan toda validez al conocimiento extraído de la experiencia, los empiristas postulan precisamente como única fuente de verdad los datos aportados por los sentidos. 2. La deducción es el método de extraer conclusiones particulares a partir de principios universales; la inducción, por el contrario, asciende lógicamente desde los casos singulares a la formación de las leyes generales. La primera es un procedimiento racionalista; la segunda es el método propio de la ciencia empírica. 3. El empirismo radical de Hume –la estricta negación de todo lo que no sea experiencia sensible– sustrae todo valor a principios como el de identidad o el de causalidad, fun-

Respuestas a las preguntas de repaso

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damentales para explicar el modo en que opera el conocimiento humano. Negar la validez de estas (y otras) categorías mentales corta de raíz cualquier intento por ahondar filosóficamente en la naturaleza humana.

La Ilustración 1. A su célebre doctrina sobre la separación de los poderes públicos. Ideada con el propósito de garantizar la libertad ciudadana mediante el ejercicio equilibrado de la autoridad pública, consiste básicamente en un sistema articulado de barreras y contrapesos que divide el poder en tres ámbitos independientes: ejecutivo, legislativo y judicial. 2. Voltaire era un deísta confeso. En consecuencia, creía en la existencia de un ser supremo, creador de todo el universo, pero no admitía su omnipresencia en los asuntos mundanos. Relegando la potestad divina al simple acto de la Creación, Voltaire juzgaba absurdos los ministerios de Dios en la tierra –Iglesia, clero– y también los diferentes modelos éticos de cada culto; según su doctrina, todas las religiones son una sola, la religión natural, y su profesión debe ser un acto privado, espontáneo e independiente de normas y disquisiciones teológicas. 3. A pesar de sus obvias afinidades con el pensamiento de las Luces, son muchas las diferencias que separan al suizo Rousseau de la ortodoxia ilustrada. Las más significativas –la oposición al progreso, el énfasis en el retorno a la naturaleza y la exaltación del instinto individual– constituirían ideas axiales de la ulterior mentalidad romántica.

El idealismo alemán 1. Porque demuestran cómo, ante una misma cuestión, el uso correcto del método racional conduce a dos respuestas contradictorias. Las antinomias son, pues, síntoma de la imposibilidad humana para obtener un conocimiento válido. 2. Es el mandato moral que, a juicio de Kant, debe regir la conducta de los hombres. Tiene la virtud de procurar


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la libertad de cada individuo, pues él es quien decide a qué ley moral se obliga. 3. La doctrina del idealista Schelling se inscribe en la larga tradición de filósofos panteístas que, como Plotino, Cusa, Bruno o Spinoza, afirman la unidad de todo lo existente en un Absoluto omnicomprensivo, no siendo las diferentes individualidades sino los distintos modos en que esa esencia única se hace manifiesta. 4. La dialéctica es la explicación de la realidad por medio de un esquema de oposición dinámica entre contrarios: la interacción continua de esencias contrapuestas genera nuevas esencias. Aplicada al conocimiento humano, explica la génesis de las ideas; sin embargo, Hegel superó esa aplicación tradicional para extender su significado al modo mismo en que la naturaleza se manifiesta.

El irracionalismo 1. En opinión del pensador alemán, el hombre sufre como consecuencia del doble perjuicio que su desmedida voluntad le origina: por un lado, lo sume en un torbellino de deseos insatisfechos; por otro, lo involucra en el mundo exterior, que no es en realidad más que una representación ilusoria de los sentidos. La vía propuesta para liberarse de la engañosa experiencia sensible y de la desdicha que acarrean las continuas frustraciones de la voluntad es el ascetismo, es decir, la absoluta indiferencia moral ante el acontecer. 2. Aunque ambos pensadores se refieren al arte como una de las vías por las que opta el hombre para liberarse de su angustia, los diferencia el valor que uno y otro le conceden. Para Schopenhauer es un recurso eficaz para eludir el opresivo dominio de la voluntad; para Kierkegaard es un impulso vano que degenera pronto en frustración y hastío. 3. Porque fue el primer pensador en afirmar que el estudio filosófico del ser puede únicamente tener como verdad única y fundamental la existencia humana, que por su presencia inexcusable, casi tiránica, ha de imponerse como objeto axial de la reflexión filosófica.

Las doctrinas materialistas 1. En opinión de Marx, la explicación hegeliana de la realidad como un proceso dinámico de creación a partir de la oposición y el conflicto entre contrarios, a pesar de ser esencialmente certera, contenía un error de apreciación: presentaba como determinante el aspecto espiritual –las ideas– sobre todo lo demás. Marx juzgó necesario corregir este planteamiento, dándole la vuelta: son las causas materiales las que determinan el modo de pensar del hombre, y no a la inversa. 2. El individuo se encuentra alienado económicamente en virtud del desequilibrio en las relaciones de producción que genera el modelo económico capitalista. El monopolio de los medios de producción por parte de una élite de propietarios esclaviza y deshumaniza al proletariado, convirtiéndolo en una mercancía más que el empresario utiliza a su antojo. 3. La práctica revolucionaria que, atentando contra el poder político imperante, satisface la obligación moral de intervenir en el discurrir histórico para acelerar el desenlace del proceso dialéctico: desintegración de la sociedad burguesa ante el empuje del proletariado e implantación del comunismo.

El positivismo 1. En opinión del pensador francés, la metafísica, aunque supone un indudable avance con respecto a las explicaciones sobrenaturales propias del pensamiento religioso, constituye un tipo de conocimiento basado en conceptos abstractos, oscuros e indemostrables empíricamente. Por tanto, concluye Comte, el pensamiento metafísico es inaceptablemente acientífico. 2. Por dos razones: por ser el saber cuyo objeto es más complejo y por no haber adquirido aún la categoría de ciencia.

El vitalismo 1. Es el carácter que, según el vaticinio de Nietzsche, deberá imponerse ne-

cesariamente entre los hombres como resultado de la evolución lógica de la Humanidad hacia la perfección. Libres de la esclavitud mental a la que conducen los caducos cultos religiosos y aceptando sin miedo alguno su fatal destino, la futura casta de superhombres asumirá su existencia, entregada a la satisfacción de sus instintos, al amor y al arte. 2. El método científico consiste en la elaboración de leyes abstractas y universales a partir de la generalización de los datos obtenidos empíricamente; más adelante, en la fase práctica, la aplicación de esas leyes generales a cada caso concreto permite obtener un conocimiento acerca de un objeto particular. En cambio, el método fenomenológico, sin rebasar el ámbito específico de cada caso concreto, accede directamente al objeto a través de la intuición inmediata de su esencia.

El existencialismo 1. Martin Heidegger, Karl Jaspers y Jean-Paul Sartre. 2. Según Heidegger, la causa de la angustia es la conciencia de la finitud; según Jaspers, el desgarramiento continuo del propio ser; según Sartre, la absoluta libertad de elección. 3. La corriente de pensamiento existencialista, como su propio nombre indica, centró su análisis filosófico en todo lo concerniente a la existencia evidente del ser humano, considerando vana cualquier referencia a instancias ajenas al mundo sensible y cuya realidad no pudiera ser probada. Por tanto, su método no podía ser otro que el fenomenológico, circunscrito por definición a las manifestaciones evidentes de las cosas y exento por completo de cualquier implicación metafísica. 4. Precisamente por el hecho de “despertar” al hombre de su falsa existencia y obligarlo a asumir su fatal destino, la angustia puede en última instancia servir, según el existencialista alemán, para perder el miedo a la muerte y aceptar la idea de la nada absoluta en que el hombre se encuentra. 5. En opinión del existencialista francés, el hombre está obligado a elegir


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cada uno de sus actos entre un repertorio infinito de posibilidades; no hay código alguno que limite esa pluralidad de opciones existenciales. Esta disponibilidad absoluta, lejos de ser gozosa y gratificante, termina por sumir al individuo en la confusión más angustiosa e insoportable. Vivir consiste, en suma, en la ineludible exigencia de poner en práctica nuestra libertad de elección, y escapar de esta libertad es imposible.

La filosofía contemporánea 1. El primer Wittgenstein, Schlick y Carnap.

2. En su primera etapa, Wittgenstein sólo reconoce como válidos los lenguajes matemáticos y empíricos, decretando así la nulidad del conocimiento filosófico, al que niega toda significación; el “segundo Wittgenstein” atenúa esta intolerancia al reconocer el valor relativo de uso que cada uno de los diferentes tipos lingüísticos tiene en su ámbito específico. 3. Según Ortega y Gasset, la realidad última, lo verdaderamente sustancial, es la vida individual. La razón humana no puede, pues, concebirse como entidad abstracta, autónomamente dotada de sentido y ajena a las circunstancias específicas de

Respuestas a las preguntas de repaso

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cada caso. Al contrario, la razón sólo existe como función de la vida personal: la razón es tan sólo razón vital. 4. En opinión de Popper, el criterio tradicional de la ciencia empírica –la verificabilidad de la hipótesis en un número finito de casos experimentales– es insuficiente e invalida de raíz todo el procedimiento científico. La alternativa que ofrece es el llamado método hipotético-deductivo, según el cual toda proposición que se pretenda científica debe cumplir el principio de “falsabilidad”, es decir, la posibilidad lógica de que un caso venga a desmentir su hipotética universalidad.


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