El silencio como elección estética en el arte y la literatura.

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Medellín, Colombia

Estética del Silencio

Un texto de Natalia Parra,

fotografías y gráfica por Luis Agudelo

Diciembre del 2021

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¿ QUÉ PODEMOS ENTENDER POR ESTÉTICA DEL SILENCIO

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Para Susan Sontag [1969] (2002), “cada época debe reinventar para sí misma el proyecto de “espiritualidad”, entendiendo por espiritualidad aquellas “normas de conducta encaminadas a resolver las dolorosas contradicciones estructurales inherentes a la situación humana, a la consumación de la conciencia humana, a la trascendencia” (p. 119). En la época moderna, el arte en sus diversas formas empieza a ser visto como una forma de espiritualidad: - cada obra de arte individual es un paradigma más o menos astuto que sirve para regular o conciliar estas contradicciones. Por supuesto, es indispensable renovar continuamente dicho ámbito. La meta que se adjudica al arte, cualquiera que sea, termina por surtir un efecto restrictivo cuando se la coteja con las metas más vastas de la conciencia. El arte, que es en sí mismo una forma de engaño, experimenta una serie de crisis que lo despojan del desconcierto que siembra: se impugnan y sustituyen ostensiblemente los viejos objetivos artísticos; los mapas arcaicos de la conciencia vuelven a trazarse (pp. 119-120).

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Sin embargo, el arte moderno ya no se concibe como una forma de conciencia, sino que adopta una relación mucho más problemática con esta: “El arte ya no es la conciencia per se, sino más bien su antídoto, emanado del seno de la conciencia misma” (p. 121). Susan Sontag explica que en este punto el artista moderno empieza a adoptar un pensamiento parecido al de la religión y los místicos en una época anterior, “en un anhelo de alcanzar el limbo de desconocimiento que se encuentra más allá del conocimiento y el silencio que se encuentra más allá de la palabra […]” (p. 121). Aparecen varios motivos por los cuales el silencio adquiere un rol de gran importancia para el artista que vive en una sociedad del consumo, cuyas expectativas dificultan toda preservación de su integridad.

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En esta postura moderna, la obra de arte como producto deja de ser un fin —“el arte sí es más que nunca una redención, un ejercicio de ascetismo” (p. 124)— y, para el artista serio, el silencio es el punto de culminación o “zona de meditación, como preparación para la maduración espiritual, como dura prueba que culmina con la conquista del derecho a hablar” (p. 124). Ese mismo artista serio se ve tentado a elegir el silencio conscientemente para cortar la comunicación con el público y la lógica de mercado que coarta su libertad: “El silencio es el supremo gesto ultraterreno del artista: mediante el silencio, se emancipa de la sujeción servil al mundo, que se presenta como mecenas, cliente, consumidor, antagonista, árbitro y deformador de su obra” (p. 125). Este gesto, sin embargo, solamente puede existir cuando ha probado su talento y ejercido su autoridad. Es decir, antes de encaminarse al silencio debe haber un dominio de formas más tradicionales, con lo cual se infiere que la elección del silencio implica una trayectoria anterior y a continuación una condición de superioridad. Sontag señala el carácter contradictorio de tal silencio, ya que no hay una renuncia a la creación, sino un desafío al público o un ideal de silencio, que además es un rasgo más que frecuente en las diversas formas del arte

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moderno: “Lo más común es que [el artista] continúe hablando, pero de modo tal que su público no pueda oírlo” (p. 127). Con el paso del tiempo, además, estas obras pueden ser asimiladas e incluso consagradas. En casos extremos, sin embargo, puede culminar con la renuncia total del artista; un ejemplo podemos verlo en Rimbaud, quien renuncia en 1871 a todo lo que escribió para partir hacia Abisinia. Junto a otros casos extremos como la renuncia literaria o el suicidio, se encuentra también el silencio como (auto)castigo: “la locura de Hölderlin y Artaud es el precio que pagan por ir hacia los excesos de la conciencia; pero además, las sanciones (que van desde la censura y la destrucción física de las obras de arte hasta las multas, el exilio y la prisión para el artista) aplicadas por la «sociedad» para castigar el inconformismo espiritual del artista o la subversión de la sensibilidad colectiva” (p. 131).

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A pesar del desafío que dichas obras pueden presentar, el llamado ideal de silencio no significa la ausencia de comunicación y el artista no necesariamente tiene la capacidad para anticipar cuál será la respuesta de su público: “mientras el público consista, por definición, en un conjunto de seres sensibles colocados en una «situación», será imposible que esté totalmente privado de respuesta” (p. 132); en ese sentido, el silencio “continúa siendo, inevitablemente, una forma del lenguaje (en muchos casos, de protesta o acusación) y un elemento del diálogo” (p. 135). Así, podemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿puede ser el silencio usado de manera estratégica? Si pensamos, por ejemplo, en las obras de una escritora colombiana como Marvel Moreno, podemos ver ciertas estrategias en las elipsis o las insinuaciones de sus obras (ya sean conscientes o inconscientes) que se relacionan con su propio contexto patriarcal y represivo y, por ello, se extienden a la literatura de dicha época escrita por mujeres en Latinoamérica.

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Así, hay elecciones estéticas que constituyen estrategias para evitar la censura y al mismo tiempo para cuestionar a través de lo no dicho, tales como las mencionadas elipsis, el lenguaje ambiguo, lo fantástico o lo extraño para hablar sobre cosas que a las escritoras les habría resultado imposible abordar en términos realistas.

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En las obras de Samuel Beckett, al descubrir que no hay nada qué decir, se busca expresar precisamente eso a través de un lenguaje empobrecido. Para Beckett, se debería buscar un arte que consista en “la expresión de que no hay nada que expresar, nada que sirva de punto de partida para expresar, ni poder para expresar, ni deseo de expresar, a lo cual se suma la obligación de expresar” (p. 138). A pesar del aparente pesimismo, a partir de estas propuestas de empobrecimiento del arte el artista está pensando en el público y buscando estrategias para mejorar su experiencia: “lo que revela la retórica del silencio es la determinación de perseverar en su actividad en condiciones más tortuosas que las anteriores” (p. 139).

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IMPLICACIONES PARA LA INDUSTRIA EDITORIAL

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Susan Sontag plantea la relación entre el arte moderno y la capacidad de atención, asociando la mencionada reducción de medios que elige el artista (es decir, el uso de técnicas usadas para distanciarse, desafiar o comprometer más a la audiencia, como el ya mencionado empobrecimiento del lenguaje, despersonalización, falta de lógica y hermetismo) a la búsqueda del silencio: “El arte tradicional invita a mirar. El arte silencioso engendra la necesidad de fijar la vista. El arte silencioso no permite —por lo menos en principio— liberarse de la atención, porque, en principio, no la ha reclamado.

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El acto de fijar la vista es quizá el punto más alejado de la historia, más próximo a la eternidad, al que puede llegar el arte contemporáneo” (p. 146). Si bien el ensayo de Sontag fue escrito en 1969, hace ya un poco más de medio siglo, esta reflexión es completamente vigente y nos lleva a preguntarnos qué posibilidades tiene de ser difundida una obra con tales características en una época como actual, plagada de imágenes y palabras que ya han perdido su significado y prestigio

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Ya sea una manera de alejarse de las expectativas del público, la renuncia total luego de haber llegado a un punto de no retorno, un castigo impuesto por sí mismo o por la sociedad a la cual pertenece, o una búsqueda de nuevos modelos que posibiliten un rol más activo para el espectador; cualquiera que sea la motivación, tal como hemos visto, la elección de mecanismos como el silencio representa un reto tanto para el artista serio como para su público y los demás actores del sistema del arte (coleccionistas, críticos, profesores, editores, entre otros).

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Al mismo tiempo, si nos enfocamos específicamente en la literatura actual, la industria editorial presenta varios obstáculos para artistas u obras que optan por el silencio en sus diversas formas de relacionarse con su público: aquel silencio que, según Sontag, “tal vez sea el emblema de un nuevo pensamiento ‘difícil’” (p. 149) no se lleva bien con la urgencia que nuestra época tiene para generar una aparente cercanía y un compromiso del artista con las redes sociales. 32


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Los obstáculos son numerosos. La competencia feroz derivada de la gran cantidad formatos de entretenimiento presentes ha exigido un cambio radical en esta industria: hay una menor especialización de las editoriales en favor de la diversificación, muchas librerías han derivado en lugares de novedades y la figura del librero culto se ha reemplazado por la del vendedor no especializado. Dichos cambios en el sistema literario, unidos al sistema de compras por internet (que, sin embargo, representa muchísimos beneficios para un lector culto), contribuyen a que el libro sea tratado como una mercancía y fallan en construir una “cultura” con base en el interés del lector. Además, insertan la literatura en una lógica de consumo y dislocan la relación entre todos los elementos del sistema literario.

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Uno de los eslabones afectados es el público que, al no tener referencias o instrumentos conceptuales que le permitan reflexionar sobre lo que lee ni articularlo en la historia, compra de manera fragmentaria con base en las novedades que le son ofrecidas y “sin conexión viva con el presente” (Perus, 2009, p. 17); en otras palabras, leemos lo que la industria editorial nos impone. Las consecuencias de la globalización en el terreno cultural (y en específico en la industria editorial) vuelven más compleja la batalla de leer textos que requieren un lector activo.

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Teniendo en cuenta este panorama editorial tan problemático, puede entenderse el valor de propuestas literarias con las características enunciadas por Susan Sontag a finales de los 60. Sobre la industria editorial, Margarita Valencia (2019) afirma que se trata de una industria que se beneficia de unos consumidores silenciosos y pasivos, quienes leen lo que unas cuantas empresas editoriales extranjeras les imponen sin articular dichas lecturas; en el caso de Colombia, incluso, en su gran mayoría son obras importadas de otros países.

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Se hace particularmente vital la presencia de un editor que se interese por la difusión de obras literarias desafiantes y diferentes a las de los ya asimilados clásicos; sobre todo, dice Valencia, es necesario restaurar la organicidad de la relación entre el llamado escritor serio y el lector, y no dar la espalda a creaciones “difíciles” que se alejan de los usuales patrones de ventas.

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BIBLIOGRAFÍA

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Perus, F. (2009). Leer no es consumir (la literatura latinoamericana ante la globalización). Revista de crítica literaria latinoamericana 69, pp. 11-31. Sontag, S. [1969] (2002). La estética del silencio. En Estilos radicales. Debolsillo. Valencia de Lleras, M. (2019). “El triángulo obtuso de la edición”. Disponible en: https://youtu.be/kQiyrJEoEtM

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