una historia de lugar a dudas

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Fragmentos de un discurso dudoso

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noches o plasmar un par de insultos con un lápiz sobre la fachada. Hace un par de semanas, una comisión compuesta por funcionarios medioambientales y agentes de policía irrumpió en la casa, enseñando sus respectivas órdenes de arresto y de incautación de las pieles que daban forma a la exhibición de una artista bogotana. Por fortuna, contábamos con todos los permisos y la documentación expedida por un organismo regulador de biodiversidad a nivel nacional, donde constaba que tales pieles pertenecían a su acervo tras haber sido incautadas a cazadores o mafiosos en décadas pasadas, con lo que Sally se salvó de ir a la cárcel y no tuvimos que pasar por el bochorno de clausurar una exhibición por razones legales. El año pasado, una empresa de telas estableció una acción legal en nuestra contra por usar su logo con fines políticos y, hace más de diez años, un pool de abogados en Miami amenazó con demandarnos por una suma millonaria por usar publicidad engañosa sobre un supuesto Starbucks que se abriría en la Vitrina y que, muchos años después, fue realmente abierto en una casa de la misma cuadra en la que funciona lugar a dudas. Todas las denuncias que han dado pie a estas actuaciones legales se han hecho de manera anónima. En un país lleno de instituciones públicas y privadas corroídas, desde el más alto nivel, por la acción erosiva de formas incontables de corrupción, existe la obsesión constante de hablar de transparencia, de asumir el ejercicio propio como un dechado de virtudes, de acusar al acusador, de corromper al testigo de la corrupción, de desaparecer el testimonio y al hablante. En ese sentido, reconocer la propia opacidad y darles voz a los mecanismos que, desde esas sombras definidas por el anonimato, permiten a las personas resistirse y confrontar eso que consideran corrupto, anómalo, falto de ética o inconveniente, es una postura política sana. lugar a dudas ha mostrado y difundido los anónimos recibidos, ha amplificado las voces de protesta de quienes se han quejado del programa de exhibiciones, reincorporando esas voces para alojarlas como proyectos dentro del programa de exhibiciones, ha acudido a debates públicos organizados por terceros y ha reconocido que en las decisiones, las elecciones y los fallos, la pretensión de imparcialidad es imposible y atenta contra esa pequeña justicia poética que desde un espacio de arte se puede proyectar. Entenderse en lo público desde la opacidad, desde el interés y desde el compromiso, es entenderse comprometido, para lo bueno y para lo malo. Cali es una ciudad en la que el brillo inclemente del sol ha hecho ver la necesidad de sombra, de cobijo y de amparo. Los árboles en las


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