Revista Narrativas nº 20

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Relato

BULLYING

por Esther Navarro

Subió de los primeros en el autobús de regreso a casa, y se sentó en uno de los asientos dobles más cercanos a la salida. Los demás, chicos y chicas de su edad, riendo y jugando, subieron tras él, pagaron como él, pero no se sentaron cerca. Fueron al fondo, donde podían ponerse como quisieran y seguir charlando, o se quedaron junto al conductor para hablar con él. El autobús se puso en marcha. Allí estaba el chico, con los asientos de detrás y al lado todos vacíos. Pero aún podía oírlos. Sus risas estridentes. Una chica encendió su teléfono móvil y puso música gitana a todo volumen. Un par comenzaron a golpear los asientos con las manos, al ritmo de la melodía. Estaban aburridos. Siempre se aburrían en el viaje de regreso. «Que no reparen en mí», pensó el muchacho, angustiado. «Que no me vean.» Aunque una parte de él sí quería ser vista. No, por favor, no. Porque, si lo veían, comenzarían a acosarle. La burlona camaradería, los golpes demasiado fuertes en la espalda. ¿Qué hay, Misha? ¿Qué pasa, gatita? Oye, ¿nos invitas a tomar algo? No, no hace falta que vengas, sólo danos algo de dinero, va, tío, buen rollo. Sí, por favor, miradme, aceptadme. El ruego silencioso de alguien que permanece aislado, mirándolo todo pero sin tomar parte, sin ser capaz de incluirse. Miradme. Estoy aquí. Hablad conmigo. Hacedme partícipe de vuestras risas y vuestros juegos. Pero eso no ocurriría. No, él era el marginado, el aislado, el apartado. Le gustaba quedarse en casa, calentito, tranquilo, leyendo o estudiando. No le gusta salir, ni le gustaba el ruido. Le gustaba la calma. El autobús se detuvo en otra parada. No era de ninguno de los dos institutos, pero a pesar de eso, una jovencita algo mayor que Misha subió. Él desvió la mirada de inmediato. La vio, y apartó la vista. Era guapa, preciosa, con los ojos brillantes y el cabello largo.

«Sabía lo que pasaría. La bonita muchacha se sentaría probablemente frente al grupo de atrás de todo, y entablarían rápidamente conversación, aunque no se conocieran.»

Sabía lo que pasaría. La bonita muchacha se sentaría probablemente frente al grupo de atrás de todo, y entablarían rápidamente conversación, aunque no se conocieran. Podría oír sus palabras. Hola, guapa, no te había visto por aquí antes, ¿eres nueva en el pueblo? Ellos la harían reír, conversarían, y para cuando el bus se vaciara, ya habrían intercambiado teléfonos. Pensaba en todo esto cuando, para su sorpresa, la muchacha pasó por su lado, le dedicó una sonrisita y se sentó tras él. «No, no, ahí no», pensó Misha, angustiado. Si ella se sentaba ahí, los demás se acercarían para hablar con ella, y podrían molestarlo a él también. Entonces retrocedió un poco en el hilo de sus pensamientos. ¿Se había sentado ahí? Miró por encima del hombro y la vio tras él, apoyada en el cristal, mirando afuera con aspecto distraído. Se había puesto los auriculares de su pequeño mp4, y no parecía muy interesada en mantener conversaciones estúpidas con un grupo de estúpidos guaperas. Volvió la vista al frente. Que no me vea mirándola, se dijo. Si me ve, estoy perdido. Se meterá conmigo, como las demás. Pensará que estoy intentando ligar con ella o algo peor. Que babeo. No babeo. No babeo. El viaje siguió sin incidentes. La música gitana resonando en el autobús, los golpes en las sillas, las palmadas al ritmo de la canción, las risas. Las voces cantando mal habían empezado a sonar. Charla

NARRATIVAS

núm. 20 – Enero-Marzo 2011

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