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Mario Cippitelli cippitellim@lmneuquen.com.ar Neuquen

La sala es amplia, con las paredes azulejadas hasta la mitad. Parece que tuviera dimensiones más reducidas porque en ella hay tres camillas, un aparejo de cadenas colgado en un rincón y una mesa de metal que ocupan gran parte del espacio. Está ubicada en el sector de sepelios que CALF tiene sobre la calle Bahía Blanca. Es un ambiente más de la gran base operativa con el que cuenta la cooperativa para la preparación y el traslado de difuntos hacia el resto de las salas que hay en la ciudad. Pero la habitación es en realidad uno de los espacios más importantes de todo el edificio. Allí llegan diariamente cuatro o cinco muertos que reciben el tratamiento adecuado para la última ceremonia de despedida. Los difuntos llegan a cualquier hora en un furgón que los retira de los hospitales, clínicas, morgues o domicilios particulares e inmediatamente son colocados en las camillas para la “preparación”, como dicen habitualmente los empleados, que están alistados las 24 horas del día para prestar el servicio que solicitan las familias. “Estamos acostumbrados porque trabajamos en esto hace muchos años”, dice el jefe de sepelios, Agustín Báez, un hombre discreto en voz

NEUQUÉN CIUDAD

Arte y oficio de convivir todos los días con la muerte La silenciosa y dura tarea de quienes trabajan en los servicios de sepelios.

domingo 26 DE ABRIL DE 2015

y apariencia que oficia de guía por el lugar. Él es el responsable de coordinar las acciones necesarias para que todo salga como debe ser porque “no hay margen de error”. En efecto, el trabajo de los 24 empleados del servicio de sepelios coincide con el momento de mayor dolor de las familias que pierden a un ser querido, y no se puede cometer ninguna equivocación. Por eso, todos son tolerantes, silenciosos y neutros en su comportamiento. Están acostumbrados a ver de todo. La tristeza, el dolor y el espanto son parte de su rutina diaria, pero “alguien lo tiene que hacer”. El trámite se inicia en la recepción del lugar, cuando alguien solicita un servicio para un familiar que murió. Aunque parezca chocante hablar de plata en momentos como esos, inevitablemente hay un listado de precios que se le muestra al solicitante ya que los ataúdes tienen un rango de precios que oscila entre los 15.000 y 60.000 pesos. Y una vez que se acuerda la calidad del cajón y el tamaño, comienza el circuito que terminará en el sepelio. El furgón deja el cuerpo desnudo del fallecido y los empleados lo llevan a la sala para prepararlo. En el mejor de los casos, puede ocurrir que se trate de alguien que no haya muerto de manera violenta, a quien hay que vestir, peinar y hasta maquillar o afeitar si los familiares lo solicitan. Pero también están los otros que llegan después


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