Huellas de Tinta Octubre 2018

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Grita y gime Por Erzengel Eds

Camile respira violentamente. Mira hacia abajo y se estremece. Todo su cuerpo se sacude por los espasmos. No puede reaccionar, no es capaz de obligarse a sí misma a desviar la mirada y tranquilizarse. En algún lugar, alguien debe de estar escuchando su llanto. Alguien vendrá a ayudarla. Sólo eso le queda esa esperanza. Estrechando su espalda contra la pared, se deja caer y apretuja las rodillas contra su tórax. Esconde el rostro tras sus pálidas manos y ahoga un grito de desesperación. No sabe cómo llegó allí, apenas recuerda haberse dormido bañada por la luz de la luna que se colaba por el ventanal de su cuarto. El cálido saludo del sol de la nueva mañana le trajo esta sorpresa. Los nervios comienzan a roer la poca fuerza que le queda mientras intenta dar respuesta a lo que sucede. Esto no puede estar pasando. No, es imposible. El ruido de los autos que circular por la calle, decenas de metros más abajo, es suficiente para cubrir su grito. Las cuerdas vocales se fuerzan al límite cuando desvía la mirada y descubre que no hay manera lógica para bajar de aquella azotea y alcanzar la seguridad del suelo. No muy lejos, Annie parpadea una, dos, tres veces. Le cuesta asimilar lo que sus ojos presencian. Rojo, naranja. Brillante. Muy, muy brillante. Y Doloroso. Muy doloroso. Sus labios juegan a temblar débiles en una danza sin música. Un titubeo. Una duda. La negación absoluta. Las uñas le sangran a causa de los mordiscos nerviosos, podría incluso llegar a dejar sus dedos en huesos limpios si acaso eso la librara de esta situación Stephanie, en tanto, reacciona de golpe. La sensación de haber caído de un 7° piso recorre su cuerpo mientras ella enfoca la vista y trata de ubicarse. El lugar en penumbras da muestras de notable abandono. Las paredes derruidas por el tiempo y la falta de pintura, los pisos cubiertos de pol-

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vo. Un olor desagradable le causa ardor y la obliga a cerrar los ojos varias veces. Percibe sus ropas humedecidas, empapadas en el mismo líquido que rodea toda la zona donde se encuentra sentada. Está en el suelo, apoyada contra un mueble de madera. No puede quitar los ojos del fluido oscuro que la envuelve: el óxido aroma que la lastima proviene de la misma fuente de su preocupación. Sus manos carecen de vida sobre su regazo: dos grandes y profundas heridas se dibujan en cada muñeca. Stephanie no soporta ni un momento más y rompe el silencio con un agudo grito. En una habitación en penumbras, sólo las luces de varios monitores iluminan el lugar. Parpadean y regalan imágenes en blanco y negro. Él no precisa sonido para comprender las escenas que está mirando. Recluidas en sus habitaciones, atadas de manos y pies, cinco jóvenes se retuercen y agonizan bajo los influjos de una droga experimental. El Doctor quiere fama. Ansía el reconocimiento mundial. Su tratamiento exclusivo para eliminar las fobias es el camino a la gloria. ¿Qué importa el sufrimiento de algunos pacientes? El fin justifica los medios. En todo caso, ya los familiares cercanos firmaron los permisos de consentimiento. Ellos aceptaron. Él simplemente se limita a ejercer la medicina como prometió. En el camino, analiza el comportamiento y la reacción de cada muchacha, la tolerancia a las situaciones que ha simulado en sus pensamientos y el límite al que son capaces de llegar: todo se traduce al


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