Local - Artístico - Independiente Diciembre 2018 - El Chaltén Santa Cruz - Número 36 EDITORIAL
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FOTO: familiar
omo si me encontrara en una casa gigante llena de habitaciones, con pasillos largos, interminables, llenos de puertas, yendo de un lado al otro, tratando de escuchar qué pasa en cada cuarto; espiando por la cerradura, mirando por esa raja que queda debajo, a ver si puedo ver una luz, un movimiento. Cada tanto, abro alguna de esas puertas y encuentro cosas que ya conozco. Recuerdos que están ahí, que siempre están ahí y que puedo mirarlos, ordenarlos, recorrerlos, ponerlos en su lugar. A veces, cuando entro a esos cuartos está la ventana abierta y me inunda un aroma a sol, a brisa de verano. En otros hay olor a tierra mojada, a la lluvia cuando levanta el calor del asfalto y deja esa humedad. En otro están las luciérnagas que perseguíamos con mi hermana cuando éramos chicas y hoy parecen ser un mito. Sigo caminando y allá al fondo, donde está esa escalera que baja a un sótano, están los cuartos que no son tan lindos, que no visito siempre, en los que guardo el dolor que me causó una compañera en el recreo de la escuela primaria, el fin de algún amor y hasta la pérdida de los seres que amo. No sé porqué, pero en esta época siempre esos cuartos te recuerdan su existencia. Como si brillaran desde lejos o como si la puerta rechinara para que baje a verificar si está bien cerrada. Inevitablemente termino entrando y encuentro momentos de felicidad y de tristeza. El cuarto por el que apenas se cuela la luz y me apuro a abrir todas las ventanas que dan al norte, se parece más bien a una vieja hemeroteca. Llena de fotos, escritos, olores y sabores. Me llega ese olor a las pastas de los domingos. A las papas fritas que hacíamos los sábados al mediodía; que me enseñaste a pelar, a cortar y a freír. Las que en una época dejábamos en agua antes para que perdieran el almidón, hasta que en algún momento cambiamos a que eran más nutritivas así como venían. Ordeno esos libros llenos de cuentos que nos inventabas antes de irnos a dormir. O las fotos del siempre bienvenido acto de magia que tenía como resultado los caramelos que caían del techo. Le quito la tierra al cuaderno de las lecciones de manejo, que está lleno de paciencia y de algún que otro rayónen el auto de turno. Una caja llena de fotos de abrazos, de miradas de comprensión, de besos y caricias tímidas. Un estante entero de todas las navidades que pasamos juntos, del ritual de los regalos y del olor a jazmín en la casa de la tía. Otro del año nuevo en donde encuentro un manual para la preparación correcta de un asado, que dura todo el día y en donde cada paso meticuloso se llenaba de ruidos a fuego y a picadas. Varias maneras de poner las lucecitas que iluminaban el quincho de casa, que se llenaba de parientes. Y allá en ese rincón en donde no quiero mirar, están esas últimas fotos, esas últimas anécdotas que, aunque son las más cercanas, son las que más duelen porque son las que me hacen recordar que ya no estás acá. Página 1