Los banqueros también son hijos de Dios - ReL
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Los banqueros también son hijos de Dios La avaricia, «la forma más evidente de un subdesarrollo moral» en palabras de Pablo VI, se ha globalizado. No solamente piensa en euros (o en dólares o francos suizos), sino que envuelve a incautos de Madrid, Hong Kong y Toronto simultáneamente.
José Luis Bazán
Actualizado 20 septiembre 2009 Compartir:
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Hace tiempo que los banqueros abandonaron, si alguna vez la tuvieron, toda afición al alpinismo moral. Atrás quedan los Montes de Piedad en los que los «hillaries» de la economía ascendían buscando el bien del prójimo, en esa perdida época en la que la pietas era considerada parte de la justicia. Porque fueron franciscanos de la Italia del siglo XV los que impulsaron esa forma de préstamo con prenda como alternativa a la usura: solamente el beato Bernardino de Feltre promovió 22 montes de piedad. La Iglesia, baluarte de la defensa de los pobres contra los abusos, también económicos, admitió el cobro de intereses moderados, proscribiendo toda desproporción que pudiera convertir en injusto el préstamo. El ánimo de lucro siempre ha estado de moda. Y de su mano, la avaricia ha acompañado los corazones de muchos profesionales y amantes de la ganancia en toda época. Irónico es, en este contexto, llamar a la avaricia pecado capital. Porque tan capital es la pena del alma del «frotamanos» como el daño que golpea –y en ocasiones, noquea- al sufridor que impulsado por la necesidad –esa molesta sombra que siempre nos acompaña- acude al oferente monetario. La avaricia es hermana de la injusticia, sobre todo de la económica, aunque cuando de préstamos se trata, la usura haya dejado de ser delito. Y no hace tanto que pasó a mejor vida ese tipo penal, el Art. 542, vigente hasta 1995, que penalizaba el delito de usura habitual con presidio menor y multa de hasta 250.000 pesetas. Los banqueros debieron respirar al aprobarse el código penal del socialismo, esa pésima ley orgánica llena de arbitrariedades y contradicciones.
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La avaricia, «la forma más evidente de un subdesarrollo moral» en palabras de Pablo VI, se ha globalizado. No solamente piensa en euros (o en dólares o francos suizos), sino que envuelve a incautos de Madrid, Hong Kong y Toronto simultáneamente. Tan poderosos son los sistemas informáticos - no conocen de lugar ni tiempo, ni culturas ni lenguas- que han convertido el dinero en mera anotación electrónica. El agujero negro que ha engullido buena parte de nuestra riqueza se ha construido en cierta medida sobre esa quimera informática monetaria, un mundo virtual que cada vez se separa más de la realidad económica que le da soporte, sentido y justificación. Pocas semanas antes de su asesinato en 1881, el presidente de EEUU James Garfield afirmó: «Quien controla el volumen del dinero es dueño absoluto de la industria y del http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=4576
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