Como decía antes, tras dos años nos trasladamos al templo provisional prefabricado, que aunque la capacidad era para doscientas personas, se nos quedaba pequeño y era necesaria una muy buena organización para optimizar el espacio; se podía decir que teníamos sillas calientes.
¿Cómo fue el proyecto de la construcción de la iglesia?
Aparecieron muchas dificultades a la hora de construir la iglesia. Tuvimos que dejar el primer terreno que nos cedió el ayuntamiento para evitar conflictos y, en cambio, nos ofrecieron uno más grande. Aunque se situaba en los límites de la demarcación parroquial, aun así lo aceptamos. Otro problema con el que nos encontramos fue que el proyecto presentado al ayuntamiento no fue aceptado y tuvimos que modificarlo.
¿Cómo ha vivido todo ese período al servicio del pueblo de Alcorcón?
Ha sido una de las mejores etapas de mi vida gracias a las personas que he conocido y que han dejado huella en mí. En Alcorcón es donde he aprendido a ser sacerdote, donde hemos vivido juntos todos los acontecimientos propios de la vida: unos repletos de alegrías y otros de penas, dificultades o esperanzas. Existía, no obstante, una gran ventaja: teníamos a Dios con nosotros. No olvidemos que no soy el protagonista de esta gran bendición, el protagonista es Jesucristo, quien me puso para trabajar por el Reino y Su justicia.
¿Cuáles son las enseñanzas y reflexiones que se lleva consigo de esa etapa?
Lo más importante es que cuando uno se fía de Dios todo sale bien, yo solo soy un trabajador. Otra reflexión es que lo importante es el amor con que uno hace las cosas.
¿Qué sentimientos le afloran cuando mira al pasado?
Todos son buenos recuerdos. Es verdad que algún sufrimiento he tenido e incluso me he sentido defraudado por alguna persona, pero Dios no me ha fallado nunca.
