Primeras páginas de 'Esto no es Kansas'

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Elías

Agosto estaba siendo terrorífico en Madrid. El sol se mostraba en plena forma y se esmeraba en superar día a día sus propias marcas. Vivir en la ciudad a plena luz era una lo más parecido a un suicidio por deshidratación. El cemento, el polvo y el humo reaccionaban a las altas temperaturas creando un ambiente pesado, denso, carente de oxígeno, como de otro planeta. La fuerza de la luz del sol distorsionaba la percepción del asfalto y difuminaba el entorno con una constante neblina ondulante. La ciudad parecía la misma; las mismas calles, el mismo olor, las mismas texturas, pero la asfixiante atmósfera cambiaba sutilmente la percepción de la urbe. Era como vivir dentro de una de esas bolas de cristal con ciudades en miniatura en su interior y que a su vez, esa bola estuviese dentro de un horno a la máxima temperatura. Para Elías, esa era la excusa perfecta para no pisar la calle hasta que el astro rey tomase su descanso nocturno. En su memoria no recordaba un año con un verano tan duro como ese. Había convertido su apartamento en un iglú gracias a exprimir miles de frigorías de su aparato de aire acondicionado y evitaba salir de allí salvo causa de fuerza mayor. Algunas tardes que había salido, no entendía cómo no encontraba decenas de cuerpos extenuados al sol. Su biorritmo ya se había acostumbrado a dormitar por 15

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el día y reactivarse por la noche, así que su vida, comenzaba con el ocaso. Esa noche, como tantas otras, el choque de pasar de su gélido apartamento al horno del asfalto le golpeó nada más plantar el pie en la concurrida calle Fuencarral. Vivía en el centro desde hacía poco más de medio año. Siempre había deseado vivir en una zona como aquella, llena de vida, multirracial, desprovista de complejos. Allí cualquier ser solitario podría sentirse popular con tan solo frecuentar el mismo bar dos noches seguidas. Las relaciones con los demás vecinos del barrio eran rápidas, sinceras, pero totalmente impermeables, perfectas para él. Allí era fácil tener cientos de conocidos, pero conseguir una relación algo más profunda en aquel ambiente estrafalario y bohemio era una tarea casi imposible. Incluso Elías, poco acostumbrado a tener relaciones de una noche, desde que llegó al barrio, había tenido un par de ellas. Estaba realmente a gusto en aquella zona. Le gustaba el nombre del bar que solía frecuentar últimamente: La guarida. Le recordaba a sus tiempos de jugador de rol. Sonaba a típica cantina donde los héroes llegaban en busca de aventura. Esa noche no estaba para demasiadas aventuras, arrastraba una resaca tremenda del día anterior. Elías tenía la sensación que cada resaca superaba a la previa en intensidad, pero la de ese día había sido diferente. Había sido tan excepcional, que no recordaba absolutamente nada. «Esto no puede volver a repetirse», pensó mientras abría la puerta del garito. Al entrar, el camarero lo llamó por su nombre. Eso le gustaba. Era un sitio pequeño, bien refrigerado y decorado por algún diseñador contemporáneo. Estaba claro que se había querido dar la sensación de aleatoriedad a la decoración del antro, pero saltaba a la vista que todo estaba premeditado. La combinación de colores, los cuadros con tonos predominantemente ocres a juego con los grandes sofás granates, la tipografía de sus carteles, todo estudiado, todo pagado a cientos de euros la hora justo para que pareciese que se había arrasado un mercadillo para decorarlo. 16

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—¿Qué te pongo esta noche? —preguntó el atractivo camarero antes de que Elías llegase tan siquiera a la barra—. ¿Probarás hoy alguno de nuestros combinados? —Creo que paso —contestó Elías mientras tomaba asiento en el taburete—. Ponme Absolut con lima, quizá luego más tarde me atreva… Elías odiaba los combinados de moda. Beber algo por el simple hecho de que los demás lo hiciesen le parecía un absurdo y mucho más si encima te lo cobraban a precio de oro. El joven camarero trajo la botella de Absolut y preparó la copa de forma mecánica. —Son 12 lerus, Elías —dijo mientras se giraba a guardar las botellas—. ¡Ah! Una chica ha preguntado por ti, me dijo que te diese esto —deslizó una tarjeta de visita al lado donde había puesto el ticket de la copa. SANDRA DE ARGUESO VIZCAINO ABOGADA Elías se quedó un rato mirando la tarjeta. Se notaba que era de categoría. La textura del papel, la tipografía y el estampado de la letra, el cuidado de los detalles., todo hacia ver que se había puesto empeño en que esa tarjeta no pasase desapercibida al mismo tiempo que mostraba cierta elegancia y discreción. Elías no conocía a ninguna Sandra de Argueso, y la única abogada que conocía era la zorra de la novia de su mejor amigo, Mónica. En cualquier caso, algo en la tarjeta hizo clic en un recóndito lugar de su memoria, pero no llegó a localizar de qué se trataba. —¿Seguro que es para mí? —gritó Elías a la espalda del camarero mientras bailoteaba la tarjeta de visita con dos dedos. —Creo que sí. Eres Elías, eres alto, tienes el pelo corto, vistes camisetas y bebes siempre vodka. ¿Por qué no llamas y sales de dudas? 17

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—Sí, supongo que lo haré… Un poco más tarde —el camarero al escuchar esto se dio media vuelta y pareció perder el interés. Elías dio un largo trago y se puso a buscar en su memoria a la misteriosa abogada mientras guardaba la tarjeta en el bolso de cuero negro que siempre llevaba cruzado. El día había sido un desastre. Tenía que haber entregado un informe analizando el avance de un motor gráfico y eso le había obligado a estar todo el día de videoconferencia con varios colaboradores del proyecto. La información que le habían aportado hasta la fecha era bastante escasa y a todas luces insuficiente para completar su informe; Elías se sentía bastante perdido con aquello. En eso consistía el trabajo de Elías: analizaba videojuegos. El sueño húmedo de cualquier adolescente obeso solitario repleto de espinillas. En un principio, durante los años que estuvo en la universidad, se dedicaba a analizarlos para diferentes editoriales, casi siempre manteniendo cierta fidelidad a una revista especializada. Algo más tarde continuó colaborando para periódicos de tirada nacional y poco a poco se fue convirtiendo en un referente en el mundillo. Su equidad e imparcialidad eran tenidas muy en cuenta por los compradores finales y contaba con cierto prestigio en multitud de foros especializados. Hace cinco años una de las compañías punteras del sector contactó con él y le propuso contar con sus servicios. Su cometido era evaluar el progreso en el desarrollo del videojuego y analizar su posible éxito una vez lanzado al gran público. La compañía destinaba mayor o menor cantidad de recursos para apostar por ese videojuego en concreto, en virtud del análisis de Elías, bien fuese a nivel publicidad o a efectos de desarrollo. Los informes de Elías cada vez eran más tenidos en cuenta. Gracias a ellos se habían evitado grandes batacazos en número de ventas y habían hecho aumentar los ingresos muchos ceros a títulos de éxito. Le encantaba su trabajo, era bueno en lo que hacía y estaba muy bien pagado. Lo malo es que la mayoría de sus relaciones se 18

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hacían a través de medios telemáticos y tenía que pasar horas y horas probando bodrios infumables. Durante el último año, una empresa rival se había puesto en contacto con él tentándole para que se pasase a sus filas. Quizá en otro momento Elías habría considerado la propuesta, pero estaba a cargo uno de los proyectos más importantes de la industria en años y sería una autentica locura bajarse del carro precisamente ahora. Pensaba que la tarjeta podría tener algo que ver, aunque le extraño el sitio y la forma de dársela. Después de un rato, la curiosidad pudo con él y se dispuso a salir de dudas llamando a la dueña de la tarjeta de visita. Le costó encontrarla en el amplio. «Joder, algún día debo poner en orden todo lo que llevo aquí», pensó mientras revolvía entre decenas de papeles, fotografías y memorias USB. Apuró el vodka con otro trago largo y saco su smartphone para llamar a la abogada de la tarjeta. Marcó distraídamente el número y esperó a los tonos de llamada mientras observaba a la clientela del bar.

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