Historia crítica y social de la ciudad de Santiago

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BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

HISTORIA CRITICA Y SOCIAL DE LA

CIUDAD DE SANTIAGO 1541

— 18 68

SEGUNDA EDICIÓN

E D I T O R I A L Ahumada

125

N A S C I Santiago.

M E N T Ó Chile,

1924


A LAS

SEÑORAS

DOÑA

CARMEN

MACKENNA

Y DOÑA MAGDALENA

dos seres quienes

queridos

VICUÑA DE

que el amor

el culto de mi alma es

y de ternura

por todo lo que

reúne

hay

de

su

formas

del lenguaje,

efímeras

nombre,

inñnifa

puro, consagra guardan

VICUÑA

SUBERCASEAUX

en un solo

una ofrenda

en el alma de la mujer y de la madre, bajólas

DE

de

y

para

admiración

de noble,

de

esfas

páginas,

austeras

sublime que,

enseñanzas,

hijo BENJAMÍN. Santiago,

Diciembre

31 de

1868.

R


NOTA DEL EDITOR

Nuestra de

Casa

Vicuña

de las obras mín

de

Vicuña

Iniciamos

su

ahora

ilustre

verdadero

servicio

quirir

obra,

esta

los lectores

escritor

a las muchas

personas

hace

que se interesan

edilicios

o monumentos

Conviene

por

que y

que por

de

en general

edi-

de

ad-

un

a

de las

todos

tradiciones

costumbres,

algún concepto

a

prestar

han tratado

la conservación a

con-

la 2 .

posible,

seguros

agotada,

terminó

que el texto

con la edición

tuvo por

lugares,

guardan

relación

base

una

sean

descubiertos los

sello peculiar,

como

época,

con

comparable

cuantos

penetrante;

ayudado

vacíos fruto

que

amplísima

elementos por

publicado,

investigación

Es cierto

si entonces

que

guar-

ahora

se noten,

estuvieron

sus condiciones

investigadispuesto

pero

cuales-

ella conserva

privilegiado,

habilidad

histórica'

esa

se hubiera

con posterioridad;

de un cerebro

extraordinaria

ahora

anterior.

en el año 1868.

ser aún más completa,

reunió

Benja-

al público,

sido

referentes

establecido

de los antecedentes que

algunas don

patria.

dejar

obra

años

crónicas

conformidad

que su autor

ha

Estamos

desde

con la historia

entregando que

de Santiago.

y de aquellas

quiera

Subercaseaux

reimprimir

y eminente

cometido

el esmero

sociales

ción pudo

de

'

todo

de la Historia

Esta

Victoria

encargo

esposo

nuestro

con

da plena

de Ja señora

el honroso

Mackenna.

feccionado ción

ha recibido

Mackenna,

que,

en

y con un esfuerzo al alcance de gran

de escritor.

su

su su invista


10

BENJAMÍN

El momento oportuno,

en qne la obra

como

lo hace

cuña Mackenna: ticular,

VICUÑA

era

y a levantar

producirse

y los perfiles que

de la ciudad

Santiago

imprimir

Vi-

adelantarse

sido

a sus

do quiera

el bosquejo, para

desde

supo

los años

la fecunda

valorar

creciente

después

Imprenta

la

hubiese

fuera

rápido,

</a

cumbre

azada*.

y el cuadro

de

de su fundación,

el tinte y genial

debidamente

lo demuestra

de agotada

del Mercurio; ha sido

día más difícil Santiago,

bajo

maestra

desde

que antes

aunque

que se conservaran

de mano

par-

colonial

y colorido

que

imaginación

lo

quedó

de

sabía Vicuña

,

El público su mérito

obras

a la iniciativa

la ciudad

que desaparece

resultaron había

Mackenna.

la obra

más

DEL NATURAL, con todo

moldeado

olvido

ser señor

un palacio

sin demora,

Las pinceladas

no pudo el mismo

ya «a transformar

un MOGINETE>. A su juicio debía

acometida

en su Prefacio

necesario

que comenzaba

sus cimientos

fué

notar

MACKENNA

la edición

y antes

buscada obtenerla

Setiembre

dada

al contrario,

con profundo aún a precios de

¡a Historia

el hecho

1924.

de

de Santiago

no haber

caído

a luz en 1869 por en estos

interés,

últimos

haciéndose

exorbitantes.

y en la años cada


P R E F A C I O Propósitos.—Plan—Fuentes

E s opinión de algunos que el mejor prólogo de las o b r a s modernas dadas al público, es no poner ninguno, porque indisputablemente más aprovecha al escritor lt> que calla s o b r e el monto

de

trabajo y los nobles motivos de crítica o los propósitos de enseñanza, no menos que de solaz y amenidad que hayan precedido a su labor, que cuanto pudiera decir por lisonjear a sus lectores o a sí mismo con su enumeración prolija; consejo de o r o , particularmente en esta tierra en que es fama la han ganado tantos con solo vivir y morir callados! C o n todo, se nos perdonará digamos unas cuantas palabras en beneficio de los que este libro lean, explicándoles las tres

cosas

más substanciales que sus páginas significan o contienen' a s a b e r : 1

1.°, su propósito; 2.°, su forma filosófica y literaria; y 3.°, las fuentes de que ha sido derivado. S o b r e lo primero tenemos muy p o c o que decir, porque las varias cuanto sanas intenciones que este libro encierra, irán

apare-

ciendo a la mente de cada uno a medida que avance en su lectura, y su desapasionado concepto, no el nuestro, será el que venga a calificar el espíritu de esta empresa, cuyo argumento, c o m o el de toda historia local, es sumamente delicado.


12

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

Oportunamente el frío observador de nuestro modo de ser político y social, o puramente doméstico, c o m o pueblo, c o m o

comu-

nidad, c o m o familia, decidirá, por consiguiente, si el retrato de nuestro actual S a n t i a g o

es una copia fiel de su original, y si han

sido agrupados con desgreño o fortuna los singulares matices de raza y costumbres, vicios y grandezas, virtudes y preocupaciones que en el transcurso de los siglos han venido acumulándose en el vasto lienzo de nuestra presente sociabilidad. S o l o entonces también podrá formarse cabal concepto el crítico sagaz s o b r e si el S a n t i a g o de hoy día, brillante, opulento, beato, chismoso, eternamente asomado a la ventana del vecino, nobilísimo de sangre, valiente, aristocrático en todo, y más que ninguna otra c o s a , llamada mérito o defecto, parsimonioso de su hacienda, es el mismo S a n tiago que fundó P e d r o de Valdivia con su hueste de extremeños, es el mismo del cual los vizcaínos se hicieron absolutos dueños en ¡os siglos del coloniaje, y por último, el mismo que de los mástiles del corsario Aíacama

divisó venir sobre nuestras playas las naves

de P a r e j a . . . No debemos, sin embargo, omitir el señalar separadamente dos motivos que nos han impulsado más inmediatamente a esta tarea. El uno es solo de urgencia, porque en los momentos que el trigo convertido en oro, y el o r o trocado en ladrillos y en b r o c a d o s , transforman la ciudad colonial desde sus cimientos,

levantándose

un palacio do quiera que antes hubiese un mogineíe,

hace indis-

pensable un bosquejo, siquiera rápido, que conserve la sombra y los perfiles de la ciudad que desaparece b a j o la azada para no volver, c o m o el hombre y la luz, a ostentarse s o b r e la tierra. El otro es de pura honra, o si se quiere de vanidad local, porque mientras en Europa hasta las más humildes villas tienen su historia escrita y las capitales de S u d América sus libros especiales de estadística y descripción, las más hermosas y la más rica de aquellas, cual sin disputa es S a n t i a g o , no posee otro guía que los almanaques pobres y efímeros en que se apuntan los aniversarios de los, santos, junto con la hora en que sale el sol y se pone c a d a día. E s t o en cuanto a los propósitos. Respecto

de la lorma del presente libro, nos referimos también

al público indulgente c o m o a juez. Nosotros no podemos decidir


HISTORIA

DE

13

SANTIAGO

si hemos acertado o no en la concepción general del plan, en la distribución de sus detalles, en su colorido, en su compaginación. L o único que podríamos anticipar es que hemos buscado con ahinc o el acierto, tratando de combinar lo ameno con lo severo, la enseñanza útil con él deleite pasajero. N o s ha parecido por esto preferible un estilo llano y corrido cual conviene a esta historia exclusivamente doméstica narrada a la gran familia chilena por uno de sus más humildes miembros, no menos que el empleo de notas complementarias para descartar el

texto en lo posible de materias extrañas a la unidad de su

argumento. P o r lo demás, este, c o m o todos nuestros pobres ensayos, está escrito al correr de la pluma, bien que s o b r e materiales preparados cuidadosamente después de un largo estudio y de investigación

laboriosa y paciente, cual

siempre lo

hemos

acostum-

brado. P o r esto hemos llamado crítica

la presente historia, pues en rea-

lidad lo es, y porque, en otro sentido, concebimos que en el presente estado de las ciencias de investigación y de la literatura, sería una avanzada presunción, casi una petulancia, escribir un libro histórico sin apuntar prolijamente

cada uno de los

orígenes

y

c o m p r o b a c i o n e s de los hechos que en él se mencionan, de los caracteres que se recuerdan, de las pasadas acciones que se alaban o vituperan, de las imposturas, en fin, que cual la del seudopalacio de Valdivia y otras muchas de diversos géneros, se persiguen y esclarecen. T o c a m o s , pues, al tercero y último punto de este prefacio y creemos que la mejor manera de cumplir el deber que nos impone es agregar simplemente a continuación una nómina tan completa c o m o nos es posible de los libros y papeles

inéditos de

con-

sulta que nos han servido, ( l )

( l ) l.a Carfas de Pedro Valdivia a Carlos V.—I.Serena, setiembre4de 1 5 4 5 . — II. Lima, junio 15 de 1548.—III. Concepción, ocfubre 15 de 1 5 5 0 . — I V . Concepción, noviembre 2 5 de 1 5 5 1 . — V . Santiago, octubre 2 6 de 1552. 2.a Libro becerro del cabildo de Santiago.—(Acias de 1541 a 1557). 5.a Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, compuesta por el capitán Alonso Góngora Marmolejo. 4.a Información de los sucesos de la guerra de Chile hasta el año 1598 y el aviamienfo que se dio aquel año al general don Gabriel de Castilla.


14

BENJAMÍN

Después

de a g r a d e c e r

ción a todos los que han

VICUÑA

MACKENNA

debidamente su desinteresada tenido la

bondad

coopera-

de ofrecérnosla,

nos

será permitido a g r e g a r las siguientes advertencias que c r e e m o s convenientes para mejor consultar la parte crítica del presente estudio, a saber: 1.

a

Las obras

citadas

en

la

nota

anterior,

hasta el

número

11, pertenecen a la selección de historiadores chilenos impresa en S a n t i a g o , y a esta

edición

se refieren las citas del texto, en que

s o l o se pondrá, para abreviar, el nombre del autor y la 2.

a

L a s o b r a s o documentos que s e haya omitido

página.

insertar en la

5.a Hechos de don García Hurlado de Mendoza, por Cristóbal Suares de Figueroa. 6.a Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán don Pedro Marino de Lovera, reducida a nuevo método y estilo, por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesús ( 1 5 9 5 ) . 7.a Relación de los servicios que hizo a Su Majestad don Alonso de Sotomayor, por el licenciado Francisco Caro de Torres. 8.a Guerras de Chile, causas de su duración y medios para su fin por el maestre de campo Santiago Tesillo. 9.a Vista general de las continuadas guerras: difícil conquista del gran reino y provincias de Chile, por Luis Tribaldos de Toledo. 10. Historia de Chile, por el maestre de campo don Pedro de Córdoba y Figueroa ( 1 4 9 2 - 1 7 1 7 ) . 11. Historia Militar, civil y sagrada de lo acaecido en la conquista y pacificación del Reino de Chile, por Miguel de Olivares, de la Compañía de Jesús. 12. Histórica relación del Reino de Chile por Alonso de Ovalle de la Compañía de Jesús (Roma 1647). 13. Oviedo y Valdés.—Historia General y Natural de las Indias (Madrid 1855). 14. Herrera.—Historia General de los hechos de los castellanos. 15. Eyzaguirre.—Historia Eclesiástica, Política y Literaria de Chile (Santiago 1857). 16. El Chileno Instruido en la Historia Topográfica, civil y política de su País, por el reverendo padre J o s é Javier Guzmán (Santiago 1834-35). 17. Gay.—Historia de Chile (París). 18. Feuillée.—Journal des observations physiques maíhémafiques et bofaniques dans les Indes occidentales (París 1714). 19. Relation du voyage de la mer du sud aux cotes du Chili ef du Pérou 1 7 1 2 1714, par M. Frezier, ingénieur ordinaire du roi (París 1716). 20. Premier voyage de Pamirai Byron a la mer du sud (Berlín 1799). 21. Voyage de découverte a l'océan Pacifique du nord et au tour du monde par le capiíaine George Vancouver (París 1799). 22. La Perouse.—Voyages au tour du monde (París 1797). 23. Histórica! narrafive of (wenty years, residence in South America, by W. B . Stevenson (London 1829). 24. Travels in South America during íhe years 1819, 2 0 , 21 by Alexander Caldcleugh (London 1825). 25. Journal of a residence in Chili by a young American, deíained in that country, during {he revolutionary scenes of 1817, 18, 19 (Boston 1823). 26. Sketches of Buenos Aires, Chile and Perú, by Samuel Haigh, Esq. (London 1831).


HISTORIA

enumeración

que

antecede,

15

D E SANTIAGO

se

citarán

por s e p a r a d o en el

lugar

oportuno. 3.

a

C o m o el autor no pretende en manera alguna h a c e r de la pre-

sente o b r a

un trabajo

ostentoso

de erudición,

anticipa

mente, c o m o lo ha verificado siempre, la c o r r e c c i ó n de error de detalle cometido, y a g r a d e c e r á todo género ciones o ampliación

de noticias,

de

humildecualquier rectifica-

pues es natural suponer

un libro que a b r a z a una era de más de trescientos

que en

años, no le ha

sido posible llenar todos los vacíos de un período tan largo c o m o obscuro.

27. Travels in Chile and la Piafa by John Miers (London 1826). 28. Journal of a residence in Chile during 1822 by Mary Graham (Londres 1824). 29. Sforia delle missione aposfoliche dello sfafo del Chile di Guiseppe Sa'lusfy. 30. Basil Hall.—Journal wrifíen on íhe coast o Chile, México etc. 1 8 2 0 - 1 8 2 1 . 31. T. Sufcliffe.—Sixíeen years in Chile and Perú 1822-37. 32. Walpole.—Four years in the Pacific on board fhe Collingwooa 1844-49. 33. Félix Maynard.—Voyage et aventures au Chili. 34. Gusíave Aymard.—Le grand chef des Aucas. 35. Cordillera and pampa, mounfain and plain, sketches of a journey in Chile and the Argenfine provinces in 1849, by lieuf. Isaac G . Sfrain (NewYork 1853). 36. The U. S . Naval astronomical expediíion to fhe southern hemisphere during fhe years 1849, 50, 5 1 , 5 2 by lieuí. J . M. Gilliss (Washington 1855). 37. Three years in Chile (New York 1863). 3 8 . Periódicos, folletos, memorias y todo género de publicaciones de diferentes épocas. , 3 9 . Historia General de Chile, Flandes indiano por el padre Diego de Rosales (M. S . ) . 4 0 . Historia de Chile, por el capitán don Vicente Carvallo y Goyeneche (M. S . ) 41. Historia de Chile, por el capitán don J o s é Pérez García (M. S . ) 42. Archivo inédito del cabildo de Santiago desde 1557 a 1868. 43. Papeles inéditos del virrey don Ambrosio O'Higgins, conservados en poder de su nieto don Demetrio O'Higgins. 44. Papeles inéditos del secretario del virreinato don Judas T. de Reyes, que conserva su hijo don Ignacio. 45. Papeles inéditos del famoso corregidor de Santiago don Luis de Zañarfu en poder de don Javier Luis de Zañarfu. 46. Papeles del obispo Rodríguez que con muchos otros preciosos documentos conserva el señor don Ignacio Víctor Eyzaguirre. 47. Diversos papeles y documentos inéditos examinados personalmente por el autor en la Biblioteca Real de Madrid y en varias ciudades de España; en el Museo británico de Londres y las bibliotecas públicas de Lima,Buenos Aires y Santiago. 48. Diversos documentos existentes en el archivo de! Ministerio del Inferior, Casa de Moneda y otras oficinas públicas. 49. Cartas de diversas épocas que nos han sido franqueadas por particulares o funcionarios públicos e informes verbales recogidos (de personas competentes y autorizadas. 50. Archivo de la Real Audiencia de Chile conservado en las secretarías de la Corte de Apelaciones de Santiago.


BENJAMÍN

4.

A

VICUÑA

16

MACKENNA

El autor se reserva el derecho de completar en breve esta

o b r a con un Guia

minucioso de S a n t i a g o , al que el presente libro

servirá de punto de partida, y por lo tanto se reserva sobre él todos los derechos que le confiere la ley. 5.

A

P o r último, que tocándose estrechamente la vida colonial

de S a n t i a g o con la de Valparaíso, que fué solo un arrabal

de

aquella C o r t e , se seguirá pronto al presente libro, como su inseparable gemelo, otro con el siguiente título: Historia y puerto

de

de la

ciudad

Valparaíso.

Y dicho todo esto en pro de! público amigo y bien intencionado, c o m o los antiguos caminantes de nuestra tierra que al llegar a un río caudaloso acostumbraban persignarse en la frente y en el pecho, los asientos de! cuerpo humano donde residen las potencias generatrices de los malos como de los buenos libros, nosotros a su ejemplo, fijos los ojos en lo alto, firme la brida entre las manos, henchido el corazón de sanas esperanzas, nos lanzamos al tormentoso piélago de ios años que fueron, de las

generaciones

que pasaron. D i o s ha de consentir, por tanto, lleguemos a la opuesta orilla, salva al menos la vida; que en cuanto a las aguas turbias, que sin remedio han de salpicarnos en el trance, será suficiente reparo arrojar de los hombros de la ancha capa, de tela burda pero impermeable, y así desembarazados seguiremos para empezar de nuevo otra jornada, escribir

el camino

o t r a s historias y

pasar más adelante otros r í o s . . . hasta ahogarnos algún día en la nada de los tiempos. S a n t i a g o , diciembre de 1868.

,

EL AUTOR.


CAPITULO

I

El campamento de San Cristóbal Origen del nombre de Santiago.—El campamento de San derivación de este nombre.—Itinerario de Valdivia hasta

Cristóbal.—Probable el valle del Mapo-

c h o . — «El camino del Inca».—Razones que motivaron la elección del valle del Mapocho para fundar a Santiago.—Población indígena del valle. — Influencia del dominio de los Incas.—Vestigios lengua. — Notable

del quichua y del araucano en

nuestra

agricultura de los aborígenes en el valle del Mapocho.—

Frutos naturales, cosechas y preparaciones culinarias.—Ventajas militares que ofrecía la planta de la ciudad.—La Chimba.—¿Por llamado Chile?—Parlamento

qué a Santiago se le ha

de caciques.—Aplazamiento característico de la

rebelión hasta después de las cosechas.—Fundación de Santiago.

Al declinar la farde del día 19 de enero de 1540 drilla de ciento y cincuenta lucidos

caballeros

una cua-

penetraba en la

Catedral del C u z c o en actitud reverente y a la vez altiva. Iban desnudos de sus c a s c o s

y celadas,

pero llevaban

espadas y seguían con la vista el pendón

en

alto las

de Castilla que por

delante de la columna, desplegado al viento, llevaba un capitán de guerra. Introducidos los conquistadores en el templo, un soldado de rostro varonil y de arrogante

porte se

adelantó hacia el

en que el obispo de aquella iglesia, y el primero de la América

del

S u r , fray

sitial

que lo fuera

Vicente Valverde, presidía la ce-

remonia religiosa, y en sus manos, en presencia del estandarte real, depuso la promesa solemne, por sí y sus compañeros, de que en la conquista que iban a emprender desde la madrugada


18

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

siguiente, su primer cuidado sería fundar una ciudad bajo la invocación del apóstol de los caballeros españoles, y edificar en el lugar más previlegiado de su recinto una iglesia consagrada a la asunción

de la Virgen M a r í a .

El capitán que

hacía

aquel

voto llamábase

Pedro

de V a l -

divia. Al siguiente día, 2 0 de

enero de 1540,

los ciento cincuenta

conquistadores emprendían su marcha con rumbo al S u d . O n c e meses después los peregrinos del C u z c o se detenían a orillas de un río de corto caudal

y de aguas

cristalinas,

que

corría al pie de un cerro que entonces no tenía nombre ni lo tuvo por muchos años, pero que hoy es conocido por el de S a n Cristóbal. (1) A la margen meridional de ese río resolvió el caudillo de los aventureros echar la planta de la ciudad que había ofrecido al apóstol-soldado, así c o m o eregir en su circuito

la iglesia

pro-

metida a M a r í a . E s e fué el origen del nombre de la capital de Chile, llamada desde su fundación S a n t i a g o del Nuevo

Extremo,

porque P e -

dro de Valdivia, c o m o muchos de sus compañeros de conquista, era extremeño. ' E s e fué también el origen de nuestra

Catedral,

consagrada

todavía hoy mismo a la asunción de M a r í a , por cuya causa se ha tallado el año último su colosal efigie en lo más prominente de su altar mayor. L a s razones que aconsejaban, al sagaz y 'experimentado capi( l ) En lodos los documentos del siglo XVI en que hemos visto mencionado el cerro de San Cristóbal se habla de él solo como de «el cerro grande que está a la otra banda del río» u otra designación semejante. Hubo después muchos capitanes del nombre de Cristóbal, tan común entonces como el de Alonso, pero nos parece que el verdadero origen de la denominación del nuestro es la leyenda católica que atribuye a San Cristóbal la virtud que los paganos asignaban al gigante Atlas, representándolo generalmente llevando en sus espaldas el peso del mundo que soporta el niño Jesús (a quien el santo lleva a cuestas) en una mano. De aquí proviene que los españoles llamasen con frecuencia algunas de sus montañas con el nombre de San Cristóbal. Así, por ejemplo, llámase un cerro que domina a Badajoz y también el pico más alto de las montañas de Ronda, que sirve de punto de mira a los navegantes del estrecho de Gibraltar. En Chile un cerro alto que domina la villa de Yumbél llámase también San Crísíóbal.


HISTORIA

DE

19

SANTIAGO

íá.n extremeño la elección de aquel sitio para edificar la

capital

de un reino, honran en alto grado su previsión y su criterio. L a hueste invasora había venido, en

efecto, hasta aquel pa-

raje, y una vez que hubo montado por su espalda

setentrional

los Andes chilenos, recorriendo un país agrio, quebrado, estéril, sin terrenos aprovechables para el cultivo ni

para

la alimenta-

ción de un vecindario considerable. D e C o p i a p ó había

pasado

•al Huasco, en seguida a C o q u i m b o , y uno en pos de otro, en seguida, los cinco valles que corren en nuestro territorio norte desde A c o n c a g u a al último nombrado; y en ninguno de ellos se había echado de ver el aprovechamiento que necesitaba el porvenir de una gran

ciudad.

P o r consiguiente, P e d r o de Valdivia, siguiendo siempre el derrotero de su

predecesor D i e g o

de Almagro, había torcido

brida de su comitiva en la subida

del valle de

por la parte de él que hoy se llama distrito aurífero de M a r g a - M a r g a ,

la

Cancanicagua,

Quillota; y atravesando

en el que su antecesor

el

había

hecho lavar con ingrata suerte algunas bateas de mineral de o r o , •descendió sobre Melipilla por la cuesta llamada al presente de Ibacache, pasando antes por el asiento que

ocupa

Casablanca

y después por Talagante y los Cerrillos hasta llegar a la falda del S a n Cristóbal,

(l)

Era pues, la basta planicie del M a i p o y las márgenes de! valle del M a p o c h o no comprimidas, cual los del norte, por enormes montañas, el sitio que la naturaleza ofrecía de preferencia para el asiento y regalo de los nuevos p o b l a d o r e s . C o m o razón topográfica, la elección

del adelantado

no tenía reproche; pero es preciso añadir que en esto

español obedecía

también a las sabias providencias que s o b r e la erección de p o ( l ) El camino de Almagro y de Valdivia no pudo ser sino el del Inca, del que existen todavía visibles huellas en muchas partes de nuestro territorio setentrional y especialmente en la provincia de Copiapó, como lo demostraremos prolijamente en otra obra que tenemos preparada sobre Diego de Almagro. El único autor que habla del itinerario de éste (Oviedo), cita después de Coquimbo el valle de Lúa, que no pueda ser sino el de la Ligua. Cay menciona, al hablar de la marcha de Valdivia, el de Longoíoma,' que corre cuatro leguas al norte del de la Ligua, y describe después su ruta al sur por Tapihue y Talagante, a cuyo último punto descendió, según él, por la montaña llamada hoy de Zapata. Parece, empero, más natural que hubiera sido por Ibacache, como sucede hoy, bien que esa cadena es la misma que mas al oriente se llama de Zapata.


20 blaciones

BENJAMÍN

en América

TICUNA

había

MACKENNA

dictado C a r l o s V muchos anos-

hacía, ( l ) En otro sentido, lo que los castellanos buscaban casi exclusivamente en el Nuevo M u n d o , eran estas dos c o s a s supremas: — o r o y gentiles a quienes convertir a las creencias de C r i s t o ; y c o m o no les era dable alcanzar lo uno y lo otro, sino donde existiesen masas considerables y sumisas de indígenas, allí d o n de las encontraban, ponían sus reales y su altar. A h o r a bien; ese agrupamiento indispensable existía entonces en Chile solo en el valle del M a p o c h o , que en lengua índica quería decir país (mapu) de la gente (che). Al norte de este río y su c o m a r c a , refiere el mismo Valdivia en su primera carta a C a r l o s V , que en siete valles no había encontrado más de tres mil aborígenes, y éstos exparcidos, aislados, viviendo c a d a parcialidad casi ajena a la existencia de su vecina. En el valle del Mapuche,

al contrario, los primeros historia--

dores, con su acostumbrada exageración, afirman que los pobladores llegaban a ochenta mil. U n a sana crítica aconseja, sin embargo, reducir esta cifra inverosímil a una expresión racional, y c o m o tal el número de o c h o mil no nos parece ni corto ni excesivo para empadronar los aborígenes de nuestro valle. (2) (1) Ordenanzas de 1523. (2) Jerónimo de Quiroga y Marino de Lovera se fijan en esfa cifra: pero es preciso advertir que el último descubre su exageración de una manera asombrosa. Hablando, por ejemplo, de la indiada que derrotó a Valdivia en el llanode Tucapel. dice que se componía de cíenlo clncuenía mil combatientes (pág. 115) y la que batió a Villagrán en seguida en la cuesta de Marihueno perdió en muertos cien mil, pereciendo solo noventa y seis españoles. El mismo autor, que fué corregidor de Valdivia, asegura que en este distrito, y diez leguas a su circunsferencia, había quinientos mil indios, y el jesuíta Escobar, que amplió su obra hasta 1595, asegura que en medio siglo de guerra iban ya muertos dos mi— llones de ellos. El padre Ovalle acepta también el número de 8 0 , 0 0 0 pobladores indígenos.— «Al pie de este cerro, dice, (pág. 152) hallaron los castellanos poblado gran suma de indios que según refieren algunos de los autores, llegaban a ochenta mil, y pareciendo al gobernador Pedro de Valdivia que supuesto que los naturales de la tierra habían poblado en este lugar, sería sin duda el mejor de todo el valle>. Pero basta fijarse en las circunstancias de topografía que hemos señalado, lo pobreza de los cultivos, la escasez de agua para los regadíos, el sistema aislado de valle o volle que existía forzosamente en la época indígena, por la carencia de animales de transporte, para imaginarse que el solo valle del Mapocho, situado en--


HISTORIA

DE

21

SANTIAGO

U n a alta inspiración de política a c o n s e j a b a

además al con-

quistador extremeño echar los cimientos de la c a b e c e r a del f u turo reino en aquella localidad. El M a p o c h o era a la verdad la frontera meridional del v a s t o imperio incarial que Yupangui y sus

sucesores habían g a n a d o

p o r el mediodía durante un siglo de lentas subyugaciones, según -era su-política, y cuya gran nacionalidad a c a b a b a

de d e r r i b a r

en su propio centro F r a n c i s c o Pizarro y D i e g o de Almagro. Hasta aquel río y a lo más hasta el C a c h a p o a l los incas tenían foaces eníre las planicies áridas de Colina y de Maipo.aún tomando en cuenta la frugalidad habitual d J indígena americano, pudiese alimentar más de diez mil individuos. Pero hay, además de estas razones de inducción, datos evidentes que disminuyen esta misma última cifra de un modo considerable. Carvallo, por ejemplo, dice que él vio una iniormación hecha en 1558 (28 años después de la fundación de S a n íiago) por un vecino llamado Ñuño Hernández; y de ella resulta que el número de indios que existía entre el vallecifo de Colina y los cerrillos de Apochame (hoy cerrillos de Espejo) no pasaba de diez mil. Olivares dice que los mapuches eran solo ocAo mil. pero sospechamos que es error de copia, porque en otra parte asegura que Valdivia dio a Francisco Villagrán un repartimiento de treinta mil indios en Maquehua (donde jamás habrá habido dos mil) y otro de doce mil a P e dro Olmos de Aguilera en la Imperial (Olivares, pág. 129.) Pero además del dato auténtico de Carvallo, resulta que el mismo Valdivia, en su tercera carta a Carlos V en 1546, (cinco años después de la fundación) asegura que era tan escaso el número de los indios, que habiéndolos repartido en •encomiendas a sesenta vecinos, se había visto obligado a reducir los últimos a íreinta, a fin de que sus dueños sacaran algún provecho. Carvallo añade que los indígenas que ayudaron a edificar a Santiago bajó su primera planta, contando con los yanaconas peruanos que trajo Valdivia, llegó a seis mil. Góngora Marmol e j o , que.tiene la autoridad de un contemporáneo y era testigo de vista, afirma por su parte que en el primer encuentro que sostuvieron los españoles con I03 mapuches solo quedaron trescientos de éstos en el campo, lo que prueba que, aunque los indígenas habían venido en masa desde el Maule a Aconcagua, no podían pasar de cuatro a cinco mil combatientes. Por último, el jesuíta Escobar, •que escribió en 1595, apunta que en los términos de la jurisdicción de Santiago, que se extendía entonces del río Choapa al Maule, no existían ni siete mil indios, bien que ya había hecho en ellos considerables estragos la viruela y oíros males •anexos a la conquista. En vista de todos estos antecedentes, creemos que el valle del Mapocho no podía tener más de diez mil pobladores por ningún concepto. Bien notoria es, además, la inaudita ponderación de los primitivos historiadores para creer, como cree también Prescoít, por ejemplo, que Hernán Corté peleó en Otumba contra doscientos mil guerreros mejicanos y que en el Perú alzaban ta! grita las masas de indios al pasar el Inca en sus viajes, según refiere Ondergando, que con el estruendo caían aturdidos los pájaros. El mismo Valdivia .llevado de un propósito de acreditar sus conquistas, escribía al rey en 1551 que la tierra ce Chile era «toda un pueblo y una cimentera y una mina de oro, y si las casas no s e ponen una sobre otra, no pueden caber en ella más de lo que tiene». Pero esta es la poesía del lenguaje de los conquistadores. Ya hemos visto cuál « r a la realidad.


22

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

por suya la tierra. L o s indígenas eran sus tributarios y por tanto se mantenían sumisos, autoridad. S u lengua (el quichua) ción que más cuesta

laboriosos

y

(miíamaes)'

sujetos

a su

y hasta su religión, la institu-

implantar en una conquista, imperaba en

g r a n ' m a n e r a en todos esos distritos ( l ) . Almagro

había encon-

( l ) El padre Rosales en su famosa historia inédita de Chile (que tuvimos ocasión de examinar en Valencia en 1860 mediante la complacencia de su. actual poseedor señor Salva), dice que en Colina existía un templo dedicado al Dios de los peruanos Pachacamac. Frente a la estación de la Calera, en el f e rrocarril de Santiago a Valparaíso, hay una cuesta que separa el valle de Quillofa del de Ocoa y que se llama también Pachacama y en cuyas faldas existió* íalvez un templo bajo el mismo nombre del que existe todavía en el valle de Lurín a cinco leguas de Lima, maravillando al viajero en sus portentosas ruinas. Por otra parte, el idioma quichua estaba ya de tal modo divulgado entre los aborígenes de Chile, que al menos hasta el valle del Mapocho, puede decirse, que la lengua de la raza conquistadora era la misma de la raza conquistada. Aun hoy mismo, por la tradición que han ido perpetuando de una en una lasnodrizas indígenas de los primeros hijos de los conquistadores, existen palabrascuya legitima etimología estaba ya borrada en tiempo de la conquista, pues lo» mismo se decía huaina (joven), chasque (expreso), {ambo (posada), en el Cuzcoque en Santiago. Y aquí es digno de observarse que esta mezcla de palabrasinvadió de tal modo la propia lengua de los conquistadores por Ja asimilación de las razas, que aun conservamos, sin fijarnos, infinidad de voces quichuas o chilenas, que se aplican precisamente a personas, cosas y condiciones en un: sentido familiar y frecuente. Así, por ejemplo, tenemos respecto de las personas huaina por mancebo; huacho por bastardo, che por gente, y entre otras las p a labras chape y chascas (ambas quichuas y araucanas a la vez), aplicadas a Ioscabellos. Para designar ciertas enlermedades quedan también algunas palabras, como chavalongo, chava, dolor; lonco cabeza; arestín por sarna, pahua por hin— cnazón, y de aquí pahuacha, potra o potroso y otras; como objeto de uso, además de las muchas denominaciones indígenas, conservamos las de poncho, chano, chamanto, para designar un solo articulo o sus variedades, siendo der notarse la semejanza de otras que tienen analogía de significado, como huasca (soga), huaraca (honda), huirá (mimbre), huincha (lazo o cinta delgada). En l a labranza se mantienen muchos nombres (fuera de los de animales, insectos,, yerbas, flores, aves, todos indígenas), como el de lampa por pala o azada, pirca, por tapia, chancho por puerco, debiendo hacer notar que entre los indígenas de Chiloé solo se da el nombre de cocA; a este animal. Por último, hasta pera d e signar ciertas condiciones del cuerpo y del espíritu usamos cada día expresiones genuinameníe bárbaras y aborígenes, como por ejemplo guara por gracia, donaire. Tuturutú es una palabra esencialmente quichua y en el mismo malicioso» sentido la usan en Lima, en Arequipa, en el Cuzco y en Santiago. Otro tantapuede decirse del huaso o huasa, palabra quichua y araucana a la vez, que.significa espalda, ancas y de acuí fué que a los hombres que los indios veían, sobre la espalda o ancas de los caballos comenzaron a llamarlos huasos, p o r lo que la genuina expresión tan popular no es propiamente hombre de campo, sino hombre de a caballo. El estudio de las etimologías quichuas y araucanas es sumamente curioso y llegará a ser tema de serias investigaciones cuando los espíritus se preocupen; de estudios serios también. Por ahora solo conocemos los calepinos quichuas, de Torres—Rubios y González—Olguín, y la gramática araucana del jesuíta? Tebres; pero aun con estos pobres elementos una persona medianamente sagaz;


HISTORIA

trado año

en su camino

de los

más de doscientos mil p e s o s ,

tras dos pellas 16.

el tributo

El mismo

maes

de

que explotaban

los delegados

halló

aquel

del Inca.

Esta

sino

un noble

valle b a j o

valía como

y la

otra

una colonia de

mita-

11

libras

de

las reducciones

en breve veremos,

Cuzco

cada mues-

la disciplina inmediata de

El jefe político

del

que

llamado

un

Vitacura

del

cacique

(l).

circunstancia era, pues, de una importancia definitiva para

Valdivia,

puesto

conveniente

que le permitía

para

emprender

del M a u l e

maucaes

rio se proponía verá más punto

la una

en T a l a g a n t e

M a p o c h o , no era t a m p o c o , c o m o indígena,

chilenos,

y del que apartó

que p e s a b a

oro

Valdivia

23

D E SANTIAGO

de

hacer

después

y los Araucanos

pie contra

no era para

en un

sitio

los b e l i c o s o s

pro-

del B i o b í o ,

llevar en breve sus a r m a s .

adelante,

seguro

Valdivia

a cuyo

Santiago,

territo-

según

se

un fin: era a p e n a s

un

iniciativa.

podría hacer una descomposición de nuestro idioma familiar, casi tan curiosa e interesante como la que algunos filólogos españoles han hecho estudiando las raíces árabes del castellano, que en realidad, en las cosas que significan progreso, poesía, imaginación es árabe puro. Nuestro estudio filológico sería tanto más curioso cuanto que hay palabras como gaucho, por ejemplo, derivadas hasta del latín, de gaudeos, gauderios, nombre que se daba a la gente alegre en las Pampas y en Montevideo. (1) El valle del Mapuche estaba cultivado por milamaes del gobernador orejón Vitacura, quien dio permiso a Valdivia y lo recibió con buen semblante. «Por esta causa no menos que por la grande anchura, fertilidad y sanos aires de este valle, que es de lo mejor de las Indias y aun de la cristiandad, determinó el general de hacer aquí asiento y aun de dar trasa de undar una ciudad lo más breve posible». (Marino de Lovera, página"45). Nos parece oportuno advertir aquí que durante la conquista se llamaban mitimaes a los indios tributarios de los Incas del Perú, como lo eran a la sazón los chilenos. Los españoles llamaban yanaconas a sus indios de servicio, fueran peruanos o chilenos, y a los yanaconas por extensión los llamaban mitimaes o indios de encomienda o repartimiento. También los llamaban a todos los indígenas indistintamente conas o anaconas cuando estaban subyugados y servían. La palabra encomienda tenía su origen en la fórmula hipócrita del título en qu; se imponía la esclavitud al aborígena, pues por ella se encomendaba éste a la conciencia y cuidado de su amo. El repartimiento, era la distribución por cabezas, que según las localidades se hacia dé~tós fñdiós , y de aquí vino lo que se llama hoy inquilinaje, que no es sino una modificación del repartimiento y de las encomiendas, ebolidas en Chile solo a fines del pasado siglo por el ilustre O'Higgins. (Véase la obra titulada: Entretenimientos de un prisionero en el Río de la Plata por el barón de Juras Reales. Barcelona 1828). Como estas palabras son de frecuente uso en toda obra que se ocupe de la era colonial, nos ha parecido conveniente explicarlas en este lugar.


24

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

En otro sentido, aquellos indígenas, si bien sujetos a una influencia

extranjera, no podían considerarse c o m o b á r b a r o s . T e -

nían cierta agricultura especial enseñada por los peruanos, que los convertía en colonos

de

idioma nos han quedado,

las nociones de su labranza. ellos denominaban cajis, davía chácaras

inmediata utilidad.

su propio

Tenían

en efecto sementeras que

y sus heredades que hoy llamamos to-

en las cjue cultivaban el maíz,

judía llamada fréjol

En

c o m o ya insinuamos, las palabras y

( l ) y la papa,

una

especie de

tres producciones

indígenas

de América y la última con especialidad de Chile, donde todavía crece salvaje. Cultivaban también la quinua,

semilla amarga

pero sana y nutritiva importada del Perú, en cuyos valles interiores se cultiva todavía; el t a b a c o (puíer) venirles desde más

cuya simiente debió

lejos, y Antonio de Herrera

especie de avena que llamaban

habla de una

de la que hacían

teca,

harina

moliéndola entre dos piedras (2). Aprovechaban además los frutos naturales, c o m o los del arrayán, del cohuil, del pangue nalcas), garia

el guiliave, el maqui, el quilo y la s a b r o s a frutilla Del maíz y del grano del molle hacían

chilensis).

espirituosas para su

(las (fra-

chichas

regalo y b o r r a c h e r a s . Poseían un conoci-

miento aventajado de irrigación, c o m o que sus maestros habían sido los admirables ingenieros hidráulicos de la N a s c a y C a j a marca, y cual

lo

llamamos el Salto

atestigua

todavía

del

y a

agua;

el

notable acueducto que

la verdad que en agricultura

tenían por añejas los b á r b a r o s de hace tres siglos ciertas c o s a s que hoy nosotros c o n o c e m o s

solo

como

novedades,

pues en

algunos de sus valles usaban, c o m o ahora, el huano del lo que hacía que los maizales nista de Indias,

«tan altos c o m o lanzas»

sus sementeras domésticas

nos

todavía regalan nuestro paladar. los indios) y la chuchoca,

Perú,

de C o p i a p ó fueran, según un crohan

(3);

al

paso que en

dejado preparaciones

L a s humifas

(humintas

c o m o condimentos, del choclo

que

decían o grano

(1) Frísol dicen los primitivos historiadores: poroíos los llaman todavía las genfes del pueblo, ñl valle de Purutum es todavía lamoso por el excelente cultivo de sus porotos. (2) El jesuíta Febres habla de otra semilla famosa llamada nuegen en su Arte de la lengua chilena. (3) Herrera, libro I, Decada VII.


HISTORIA

•del maíz, el chuño (hulpo)

del

liuío

DE

25

SANTIAGO

y de la papa,

el s a b r o s o

hurpo

tan frugal c o m o agradable, están probando que los ga-

lopines castellanos tuvieron algo que aprender de las cocineras indígenas, madres y abuelas de las que

hoy

todavía

paran y sazonan cada día la cazuela y el huachalomo, indispensables de la vitalidad orgánica del chileno. •del M a p o c h o sobresalían especialmente maíz, del que

según

el

nos presímbolos

Las

indias

en las preparaciones del

jesuíta Febres

conocían no menos de

seis variedades, entre las que no debe olvidarse la curahüa deliciosa harina (el llalli)

y su

cuya tuesta ha dado nombre a uno de

los barrios más populosos de S a n t i a g o :

«La

villa del CóbiU .

En cuanto a sus habitaciones, y aunque Valdivia las pondera •de «muy bien hechas y fuertes,

con grandes tablasones

y mu-

c h a s muy grandes, y de a dos, cuatro y o c h o puertas» sería acertado juzgarlas superiores

a

( l ) no

los mismos ranchos

que

sus descendientes han continuado fabricando hasta hoy día ninguna mejora visible,

como

sucede

también

con

las

sin rucas,

que dan abrigo todavía al araucano, y que forman la principal fisonomía

de los arrabales de nuestros pueblos, desde S a n t i a g o

a Angol de los Confines. Fuera de estas consideraciones

generales,

poderosamente en la balanza de la

que debían

mente al conquistador de Chile y a sus capitanes, los que eran hombres graves

pesar

elección, ocurríase naturalmuchos de

y de seguro consejo, c o m o más

•adelante veremos, otros de estrategia y de conveniencia militar, que no podían

escaparse

a la mente de soldados, muchos

de

ellos encanecidos en la guerra con los b á r b a r o s de América. P o r aquella época, en que las mieses se ostentaban en todo su esplendor,

presentaba

en

efecto

la

planta

en que hoy la

capital de Chile luce las galas de su opulencia, el aspecto de una meseta de mediana elevación

sobre

M a p o c h o , que dividiéndose, al tocar fuerte del cerro de S a n t a Lucía, en

por dos

las

barrancas del río

el oriente el contrabrazos paralelos, cir-

cundaban aquel montículo, y después de apartarse por considerable distancia, iban a reunirse en dirección al poniente (2). (1) Carla al rey de 2 5 de septiembre de 1551. (2) El siíio de bifurcación de los dos cauces del Mapo:ho era evidenfemeníe el


26

BENJAMÍN: VICUÑA

Por

consiguiente,

existía

una especie

no era una isla longitudinal) l a d a por mentos que

dos corrientes

de salubridad

existía

hermoseaba refugio Bien

maduros

día de su llegada Chimba

un c o n s e j o

convocó

fuera

de guerra

a todos

propiamente

Chile

los

mayor,

en

su de

rocallosa

al p a s o

que

serviría

Valdivia,

del

margen

de

situado, el

primer

derecha

o

la

a la

población

citó a sus

capitanes

con a p r o b a c i ó n de é s t o s ,

territorio

que prescribían

desde

asiento

de Huelen,

(3) a un parlamento,

tuvo las solemnidades

colina

área,

peligrosas,

y en seguida,

caciques

ele-

dentro de su cavilosidad, que

Mapocho,

estrictamente

ais-

defensa y de

militar ( l ) .

era

susceptibilidades al

que

el panorama,

de una adversidad

que

de

aquella

admirable

todos sus planes

(si es

y a la vez

de que la

de

(2), frente a la que servia

indígena, llamada a

y aseo,

de península

espaciosa

servirían

extremidad

y de su s e c r e t o

no despertar

bastante

que le

de una manera

en el c a s o

era mucha, por

en una

MACKENNA

llamado

entonces

que fué el primero que

las pragmáticas reales.

que se llama todavía las CajUas de Agua, y era en ese punto generalmente donde rompían, buscando su antiguo nivel, las diversas inundaciones que han asolado a Santiago, según en su lugar veremos. En cuanto al punto de confluencia de les dos cauces, no sabríamos decir ahora si ésta tenía lugar por algún bajo del barrio de Yungay, evidentemente situado en inferior nivel a la ciudad antigua, o si siguiendo la dirección de las chácaras de Chuchunco iba la Cañada a tocar otra vez el Mapocho en los bajos de Pudahuel. Nos inclinamos sin embargo a la primera opinión. (1) La importancia esfpatégica del cerrillo de Santa Lucía, que para el vulgo fué generalmente la gran causa determinante de la elección de Valdivia, tuvo en ella, a nuestro entender solo una influencia muy subalterna, porque la arma más poderosa de los castellanos y la más temida de los indios era el caballo, que necesita terreno desembarazado. Y así aconteció que en la primer batalla que ocurrió con los indios, los que la decidieron fueron los jinetes que salieron a campo raso afuera de las palizadas. Siglos más farde Marcó del Pont y su consejero militar el Iraile Martínez demostraron con sus curiosos castillos que el Santa Lucía podía servir para asolar o Santiago más no para defenderle. (2) Chimba es una palabra quichua que quiere decir simplemente al otro lado del río. Este nombre se ha conservado en los pueblos de Copiapó, Ovalle, Santiago y algunos oíros valles donde existen ciudades, lo que es todavía una prueba de la influencia filológica de la lengua indígena que dejamos señalada en otro lugar. (3) No pertenece a esta obra el dilucidar la interesante y curiosa cuestión del origen verdadero del nombre de Chile ni tampoco de la extensión que tenía este territorio. Algunos han creído, sin embargo, que ese nombre se aplicaba estrictamente solo al valle de Aconcagua, lo que es un error, porque según Oviedo, que escribió teniendo a la vista relaciones auténticas de Almagro, de quien era amigo personal y adicto partidario, nos demuestra que el país llamado Chile era propiamente el que ocupa hoy ¡as provincias de Santiago, Colchagua y Curicó, incluso el valle de Aconcagua.


HISTOBIA

DE

27

SANTIAGO

Historiadores hubo que nos conservaron los nombres de las principales reducciones presentes en aquella junta política celebrada a cielo raso al pie de! S a n Cristóbal, M a r i n o de Lovera, que militó T)a]o~fas"' banderas de Valdivia, menciona a los c a c i ques de Colina, Lampa, rrillos

de

Apochame,

Buíacura,

Talagante,

Apoquindo, C e -

(Batuco?) Melipilla

y

otros,

hasta el

C a c h a p o a l . Carvallo añade los nombres de Millacura, cacique de la reducción montuosa del M a i p o , Huara-Huara, cacique de la D e h e s a y el más importante de todos, ¡iuelén-Huala,

señor

del sitio en que iba a edificarse la nueva ciudad, pues aquí e s preciso decir que la colina misteriosa, a cuyo

derredor estaba

agrupado el vasto caserío indígena, llamábase Huelen, que en indio quiere decir dolor, lo fué para los

suyos,

pues

desdicha de

y

nombre

que harto grande

ellos solo quedan hoy c o m o

memoria, a manera de colosales lápidas, sus áridos peñones. Hízose la ceremonia con todos los aparatos que el h o m b r e gasta cuando

para

engañar

sin

remordimientos comienza p o r

engañarse así mismo. S e leyó la fórmula

de

algarabía mística

y regia escrita del doctor P a l a c i o s R u b i o s , en que, a título de toma de posesión para D i o s , el R e y y el P a p a , se consumaban los despojos. C o m o era de estilo, se repartieron a b r a z o s y re" «Anduvo, dice de Almagro, (íomo 4.°, página 2 7 3 ) personalmenfe visitando la provincia de Chile y la de los Picones su comarcana, las cuales ambas confernán hasta cíenlo sesenta leguas (españolas) de largo poco más o menos». Hemos anticipado esta observación únicamente para dar razón del hábito popular que hasta la fecha hace dar el nombre 'de Chile a la ciudad de Santiago, aun entre los habitantes del mismo valle de Aconcagua, y la explicación de esto para nosotros está indudablemente en que se consideró a Santiago desde su fundación como el núcleo habitado y principal del territorio de Chile, nombre que se usaba en contraposición al territorio de Copiapó, Coquimbo, Penco, etc., que formaban especie de reinezuelos separados, a virtud del sistema federativo que existía en nuestra era aborigene, y cuyos vínculos se pusieron todos a la vez en juego para repeler !a conquista. No fueron, sin embargo, los indígenas los que comenzaron a llamar a Santiago Chile sino los criollos y las razas intermedias. Los indios llamaban a Santiago Cara-AAspuche, ciudad del Mapocho, como llamaban a Concepción 'Cara-Penco. El nombre de Chile aplicado a Santiago rige todavía en las provincias meridionales como un hábito inveterado. En 1810 el general O'Higgins y el doctor Rosas denominan Chile a Santiago en su correspondencia privada. Benavides, que era natural de Quirihue, nunca le dio otro nombre en sus comunicaciones oficiales; y hasta un oficial, subdito de Rancagua, que hizo la campaña de la restauración del Perú en 1839, cuando le preguntaban en los salones de Lima en qué lugar de Chile había nacido, solía contestar con adorable candor: «En un pueblo que está 2 5 leguas más allá de Chile».


28

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

•galos, tronó el cañón, se dispararon al aire los viejos

arcabu-

c e s , y por último dejó a los invadidos por único legítimo derec h o , el de pedir a la embriaguez

de sus

el s o p o r de

chichas

su ira impotente o de su fingido abatimiento. Fué entre tanto c o s a evidente, según el

testimonio de todos

los contemporáneos, certificada después por los hechos, que los c a c i q u e s c o n v o c a d o s y en especial Huelén-Huala tenían resuelto en juntas sigilosas oponerse a

la ocupación de la tierra y ha-

cer salir de ella a Valdivia de grado o por fuerza, c o m o hicieran abandonarla en virtud solo de su taima, seis años antes, al Adelantado Almagro. P e r o hemos dicho que por aquellos días las mieses estaban todavía en los campos, y sus cautos dueños resolvieron

aguardar

hasta

tenerlas

en sus trojes para dar el

grito de guerra. Medida de sabiduría y de ha hecho tradicional,' pues

desde

aquellos

hoy corre, ¿cuándo se viera los chilenos y mapuches

estómago,

que

se

años hasta el que en

especial

a

los

correr a las revueltas en tiempo de trillas y sandías?

Afinidades que llamaremos de temperamento, porque nadie consentiría de buen grado en que la llamásemos de raza! P e d r o de Valdivia, lo tenemos ya dicho, era un capitán prudente, y empleó dos

meses

cabales

en todos sus aprestos de

apoderamiento pacífico del territorio, pues aunque no consta el día en que sentó su campo en la ribera del M a p o c h o , propias cartas dejó a ñ o de 1540.

él

referido

que

en sus

había sido a últimos del

Imaginámonos a veces que el día exacto de aquel

s u c e s o fué el 13 de diciembre en Lucía, y de aquí talvez vino advocación en el cerrillo

la

de este

que

se conmemora a S a n t a

erección de

la

ermita de esa

nombre, que desde entonces

lo tuvo. H á c e s e preciso advertir, sin embargo, que

las colinas

altas que en forma de anfiteatro rodean la espalda de la S e r e na llámanse también de S a n t a Lucía; de otra ermita

semejante

que hubo allí ( l ) . Al fin, el día 12 de febrero de 1541

Valdi-

via mandó a su escribano extender la acta de fundación de la nueva ciudad (2).

Pero

solo doce días

más tarde, esto es, el

( 1 ) Esfa úlíima circunstancia y el ser conocida vulgarmente Santa Lucía como abogada de la vista, nos induce a sospechar que se diera su nombre a tales eminencias por las deleitosas vistas que desde ellas se disfrutan. (2) La acta de fundación de la ciudad, cuyo original se quemó en el asalto qua


HISTORIA

DE

2 4 de febrero tomó la posesión

29

SANTIAGO

real

del

sitio, cuyas dos cir-

cunstancias diversas armonizan claramente dos fechas que s o l o han podido ser irreconciliables para espíritus p o c o reflexivos. Entre tanto, toda la noticia descriptiva que nos ha

quedado

del ceremonia! empleado en aquella coyuntura es la de esa eterna ostentación española llamada publicación

del

bando,

escol-

tada de tropa armada y salvas de cañón, el pregón de un escribano y todo «acompañado, c o m o dice el b u e n padre Guzmán, refiriéndose a esta propia volantes por los aires»

ocasión,

de

muchos

vivas y g o r r a s

(l).

en breve dieron los indios a la ciudad, dice así en el trasunto de ella que hay en el //¿ro becerro. «A 12 del día del mes de febrero,.año de mil e quinientos e cuarenta e un años, fundó esta ciudad en nombre Dios, y de su bendita madre, y del apóstol Sanfitgo, el muy magnífico señor Pedro de Valdivia, teniente de gol ernador y capitán general por el muy ilustre señor don Francisco Pizarra, gobernador y capitán general en las provincias del Perú por S . M. Y púsole nombre la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, y a esta provincia y sus comarcanas, y aquella fierra de que S . M_ íuere servido que sea una gobernación, la provincia de la Nueva Extremadura» (1) Guzmán, f. 2.°, pág. 7 8 1 .



CAPITULO

II

Huelen Ordenanza real sobre la plañía de las ciudades en América.—La distribución de las aguas decide de la dirección de las calles principales.—Delincación primitiva de la ciudad.—La Cañada y la Cañadilla.—Nomenclatura

de sus calles.—Ere:-

ción de la plaza de armas.—Pedro Valdivia edifica sus casas en un ángulo de ella.—Manifiéstase que el titulado palacio de don Pedro de Valdivia es solo una superchería.

H a c e atribuido generalmente al ingenio del fundador de S a n tiago la delincación de la planta de la cindad, y aun de sí mismo dice, en una de sus famosas cartas al emperador,

que él dio el

trazo de ella. P e r o es lo cierto que ese sistema de cuadrángulos o manzanas,

peculiar

a la

América española

desde

Méjico

a

B u e n o s Aires, había sido adoptado muy de antemano por disposiciones reales.

* Y cuando

hagan la planta del lugar, había

o r d e n a d o C a r l o s V en 1523 a los descubridores del Nuevo Mund o , repártanla por sus plazas, calles y solares a cordel y

regia,

comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ellas las calles a

las puertas y caminos principales,

y dejando

tanto

compás

abierto cuanto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma» (1). ( l ) Estos preceptos fueron incorporados más farde en la ley 1.a, til. 7,o, libro 4 . o de la Recopilación de Indias. En ella se añadían además mandatos (on cuerdos como los siguientes: «Procuren tener el agua cerca y que se pueda conducir al puebla y heredades, derivándola, si fuese posible, para mejor aprovecharse de ello, y los materiales ne-


32

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

L a demarcación de S a n t i a g o , como la de Lima, que se tomó por modelo, debió, pues, comenzar por el diseño de la plaza principal, esto es por el centro de la casi-isla elegida por el conquistador entre la Cañada

( l ) del M a p o c h o y su cauce permanente,

pues el lecho de aquella, que se niveló gradualmente con el transc u r s o de siglos, debía hallarse a la sazón

más

cercano al de

la última. El historiador P é r e z G a r c í a , que en esto c o m o en todo c o p i a a otros y en especial a Olivarez, y a su ejemplo el padre G u z mán, que reprodujo sólo los traslados que aquél dejara, refieren que la planta primitiva de la ciudad comprendía diez calles de oriente a poniente desde la falda occidental del S a n t a Lucía, y o c h o de norte a sur entre la C a ñ a d a y el rio, lo que parece e x a c t o , porque el mayor espacio del terreno y las ventajas del declive e irrigación daban mayor ensanche a la ciudad en su suave descens o hacia el oeste. E ! primer plano científico de S a n t i a g o , dibujado en 1712 por el ingeniero francés Frezier, nos confirma en esta suposición, pues las ochenta manzanas que Valdivia delineó para poblar, cen distribuidas en diez calles que

apare-

corren en ese rumbo, mien-

tras que las calles de norte a sur escasamente comprendida la llamada hoy de las Ramadas,

llegan a o c h o ,

qué por su tortuo-

sidad y su propio nombre no parece haber entrado en la planta primitiva. Habría de creerse que fuera la intención de Valdi via el dar precesarios para edificios, (ierras de labor, cultura y pasto, con que excusarán el mucho trabajo y costos que se siguen de la distancia. No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la molestia de los vientos y dificultad del servicio y acarreto, ni en lugares muy bajos, porque suelen ser en ermos: fúndense en los medianamente levantados, que gocen descubiertos los vientos Norte y Mediodía, y si hubiera de tener sierras y cuesfss, sean por la parte de Levante y Poniente.* Nadie podrá negar que la mayor parte de estas condiciones fueron consultadas en la fundación de Santiago. ( i ) Sabido es que ¡os españoles llaman cañadas las hondonadas del terreno, como quebradas, cauces secos de rios. etc. Esto mismo se estila en Méjico y el Río de la Plata, usándose la denominación genérica de quebrada solo en el Perú y Chile. La Cañadilla era otro cauce enjuto del Mapocho, pero menos pronunciado que el que hoy ocupa nuestra hermosa Alameda. Sin embargo, en la inundación de 1827, el rio salió en esa dirección buscando su nivel, por lo que fué preciso trabajar un pretil de cal y ladrillo, como siglos antes se habían hecho los tajamares cerrando el cauce de la cañada grande.


HISTORIA

DE

33

SANTIAGO

ferencia para la morada de los vecinos a las calles que corrían de sur a norte, y que son las que no sin cierto ingrato desdén llámanse hoy día atravesadas,

porque esto habría permitido una más con-

veniente distribución de la sombra y de la luz, del calor y del aire, no sólo dentro de las habitaciones, que hoy sufren una cruel desigualdad en las horas que alumbra

el

sol, sino en la con-

veniencia de la vía pública, inundada ahora en los meses de verano por una resolana fatigosa que ha forzado a los habitantes o distinguir marcadamente como dos zonas geográficas, (y no sin ciertas buenas razones de higiene), las casas de las veredas sol y las opuestas de la Pero

esas condiciones,

del

sombra. que sólo la ignorancia de las reglas

más vulgares de la salubridad pública podría desdeñar, hubieron de subordinarse a una necesidad más vital y más preciosa de la localidad: tal era la admirable

distribución de sus

aguas para

usos públicos y domésticos que, atravesando cada manzana por su centro en la dirección de su declive natural, deberían convertir en breve la naciente población en un verjel, al paso que le suministrarían para un tiempo venidero, que sólo hoy llega, una ventaja higiénica, digna de ser envidiada, una vez convenientemente establecida, por las más opulentas capitales de Europa. L o s acueductos de regadío que todavía existen con sus primitivos nombres de acequias

interiores,

fueron, pues, coetáneos con la delincación de

la ciudad, y aun hay motivos para creer que la precedieron, pues hemos dicho que los indios conocían el arte de la irrigación artificial. Era, por tanto., natural regasen con las aguas de la vega, las sementeras que se extendían al pie del Huelen, sirviéndose de las acequias que hoy mismo se ven cavadas y corrientes a su falda. S e ñ a l a d o el circuito de la plaza, el alarife

( l ) que nuestra prosaica

nomenclatura civil ha convertido hoy del árabe, en lo que se llama director

de

obras

públicas,

procedió a tirar sus cordeles hacia

los cuatro vientos para dar cabida a los ochenta

cuadrángulos

que debía contener la población. Según se deja ver hoy día

no

( l ) El primer alarife de Santiago llamóse Pedro de Gamboa y fué electo por el cabildo con el sueldo de 5 0 0 pesos, el 18 de Marzo de 1541, esto es, un mes después de fundada la ciudad.


BENJAMÍN

34

p a r e c e , sin e m b a r g o , que diseñadas todas

las

VICUÑA

en

calles

esa

que

MACKENNA

primitiva distribución

hemos

dicho

quedaran

debía c o m p r e n d e r

aquella. S u p o n e m o s , en efecto, que por el oriente la delincación a cordel •comenzó s ó l o

en la que hoy s e

denomina

calle

de

las

Claras,

pues desde la vereda oriental de ésta, hasta las p a r e d e s del c e r r o , s e extendían h a c i a

el oriente s o l a r e s informes e irregulares, según

s e denotaba todavía en los primeros a ñ o s del último siglo. Esa

misma

que hoy llaman vieron, ras

cinos

de

tres c u a d r a s

están

alarife

delineación

probando

terminaba

Teafínos,

por

al poniente que

sino el c a p r i c h o

en

por

lo

mismo

unos b e a t o s

de la plaza,

en la

que en

pues sus

su perfil no intervino

del tiempo y el de sus

calle

ella

vi-

curvatu-

la regla

del

primitivos

ve-

(l).

( l ) Es un estudio sin duda nimio pero curioso el de la actual nomenclatura de esas vías que son las arterias de nuestra vida social, y a las cuales todos vivimos más o menos asociados por un grato recuerdo o por lo que liga todavía más estrechamente el alma, por un dolor. Pero puede asegurarse que esa averiguación ha quedado muy empobrecida por la incuria de nuestros primeros ciudadanos y sus sucesivas generaciones. Las calles de la capital no tuvieron en verdad nombre en los dos primeros siglos de su fundación, con excepción íalvez de la llamada del Rey, y que, de la independencia acá, ha comenzado a llamarse del Esíado. En todos los títulos privados, en los asientos del cabildo y en las mercedes de solares, jamás se daba nombre a calle alguna, porque lo cierto era que no lo tenían. La fórmula invariable era en esas épocas: <e! solar tal, que está a espaldas, o seguido o contiguo del solar cual», y así se decía de las casas y de las calles, fijándose siempre en las más conspicuas de aquellas, sistema incurable que rige todavía con pasmo de los extranjeros, únicos que saben el número de la casa en que habitamos desde que vimos la primera luz ¡del sol que todavía alumbra nuestra inercia. Por no aprender un número damos aún las señas de un modo capaz de llenar una página de este libro, y esto que nosotros mismos, en la mayor parte de los casos, no las entendemos, a lo que se agrega que dándolas todos a un tiempo como es costumbre universal, resulta que un forastero entienda tanto de las señas de Santiago como de las de Pekin o del Cairo. Y esto es tan antiguo y tan inmutable, que en la hora que corre podría asegurarse, como un dato de estadística, que de cien moradores de Santiago solo uno sabe el número de su casa, y ese uno ias más veces lo da equivocado, a no ser que lo lleve apuntado en su tarjeta, bien que a su vez la tarjeta, como medio de comunicación e indicación de domicilio, es una cosa que está todavía muy en ciernes. Mientras Santiago lué una triste villa, y tal lo fué por más de un siglo, acontecíale, pues, lo que a nuestras villas de hoy, cuyas calles.no tienen rótulos, y si lo tienen pintado en alguna tabla, nadie se los aplica. Mas, andando los años, y creciendo el vecindario y el tráfico, el pueblo, este gran bauíizador de sus propias obras, comenzó a dar nombres permanentes a las calles públicas. Como era natural, el ritual eclesiástico prevaleció, y de aquí el origen monástico de nuestros más opulentos barrios. Otras tomaron su fe de bautismo de la opulencia antigua de sus moradores, como la de Ahumada, por el capitán don Valeriano de Ahu-


HISTORIA

Dase,

DE

35

SANTIAGO

pues, naturalmente por sentado que,

apremiados

los

conquistadores, en vista de los a s o m o s del invierno, que en la é p o c a de la fundación se hallaba ya cercano,

solo levantaron

mada que habitó a principios del siglo XVII, una casa recientemente frasformada (la del Senador Maffe); ¡a de Morandé, por ciertos vecinos de Concepción, hijos de un marino francés a quien el amor trajo a Chile y el orgullo a Santiago-, la de Bretón, del nombre de otro extranjero que vino a mediados del último siglo en el navio Oriflama, y puso en Santiago y en esa calle el primer billar que se viera •en esta tierra de (rucos, situado en extramuros; por último, como la de Galvez, Duaríe, Mesías, etc., que no tienen, por supuesto, diverso origen de las que hoy se laman de Lira, de Dávila, de Villavicencio, de Castro, etc. Prevaleció también en la imaginación popular, la idea de los signos exteriores •de algún patio o jardín primitivo, y de aquí los nombres del Mosquelo, del Chirimoyo, del Peumo, del Sauce, dados a calles subalíemas, algunas de las que se han hecho más tarde principales. Otras debieron su origen a circunstancias más especiales, y algunas de ellas no carecen de cierta curiosidad, La de San Antonio, por ejemplo, llámase así a consecuencia de un santo de esa advocación que hay en un altar de San Francisco, frente a frente de la vía cuando se abre su puerta lateral; la de la Ceniza tomó el suyo de ¡as borras y cenizas que se arrojaban hasta en los primeros años de este siglo de jas jabonerías que allí hubo, y la de la Bandera recibió este nombre casi en una época contemporánea, pues antes de 1820 conocíanla con el nombre de calle atravesada de la Compañía, y así consta de los libros de cabildo del último siglo; mas, como un honrado comerciante, que aun existe, (el señor don Pedro Chacón Morales), acostumbrara enarbolar una bandera en su tienda, situada en •esa calle, cada vez que había realización o martillo, comenzó el pueblo gradualmente a cambiarle su primera denominación. Hubo también nombres de calles que se han alterado en tiempo algo más remoto, como las de Huérfanos, que se llamó de la Moneda vieja en una época, por •estar en ella la casa en que se sellaba, mientras que en la que hoy lleva el último nombre llamábase Calle real, hasta que se edificó en ella el actual palacio de •gobierno. La calle de la Nevería llamóse también por muchos años de la Pescadería, pues solo allí se permitía la venta de mariscos, y hubo otras calles que tuvieron nombres diversos, pero cuya localización sería hoy difícil establecer. Los libros del cabildo hablan, por ejemplo, de una calle llamada del Bachiller, a principios de siglo pasado, que debió ser una d_- las más centrales, pues se gastaron en una vez quinientos pesos en su acomodo, y parécenos que no puede ser otra que hoy se denomina del Puente, porque en su remate seíentrional se levantó más tarde éste. Como se ve, la pila bautismal de nuestra capital es bastante humilde, sobre todo si se la compara con la pomposa Buenos Aires; pero por lo menos es ían característica en sus apelativos conventuales, como lo era, digámoslo de paso, la nomenclatura de una aldea de Inglaterra (Cirencesler) en la que el que esto es-cribe habitó largos días y de cuyas únicas cinco calles, llamábase una ColdStreet, otra Silver Sf, y la tercera Dollar Sí. o sean las calles del Oro, de la Plata y de! Peso fuerte, todo lo cual no puede negarse que es esencialmente inglés. Hay también en nuestros nombres patronímicos cierto estiramiento y formalidad •que acusa nuestro origen gallego-vizcaíno, pues no tenemos como la andaluza Lima ninguna calle que se llame de los Polvos azules, La faltriquera del diablo, De siete jeringas. De chupa jeringas, De las divorciadas y de Ya parió... y otras por el estilo. Lo único que ofrecería alguna semejanza con estas, es la de Santa Rosa que hasta fines del último siglo se llamó calle de las Matadas o de las Matadoras. Fué también especial nuestra nomenclatura en la continuidad de un solo nombre aplicado a la serie de cuadras de una sola calle, que solo la plaza inte-


36

BENJAMÍN

algunas rucas

palizadas

indígenas.

VICUÑA

y ranchos El

mismo

( l ) de totora, Valdivia

•Nos hicieron nuestras c a s a s les

MACKENNA

a semejanza

dice

en

de

su primera

de madera y paja

las

carca:

en la traza

que

dí>. M a s c o m o a c o n t e c i e r a , según

a l z a d o s en maza quemaron provisional,

hubo

de

en breve veremos, que los indios

y a r r a n c a r o n hasta

construirse

de nuevo

no (1542) con materiales

de adobón

mandato

fin

de

Valdivia,

a

el suelo esa aldea

en el próximo

y teja, según

(2)

de ponerla

a cubierto

vera-

expreso

de

nuevos

incendios. El núcleo la primera

de la p o b l a c i ó n hora

h a b í a r o d e a d o de

de la fundación, una palizada

ligro constante de un súbito verdad esta habrían

disposición,

perecido

que les dio

había

todos

sitio.

«Les ganaron

sitio

donde e s t a b a n » ,

toda

en

para

sin

la plaza

embargo,

los

no h a b e r s e

españoles

a los

pocos

en

tomado la

meses

desde

principal,

ofrecer algún

que

se

reparo al

alzamiento. Y tan a c e r t a d a

que a

Michimalonco

estado,

en

fué a

la

tiempo,

sangrienta

batalla

de elegido

la ciudad, sino fué solamente

pe-

el

dice un historiador c o n t e m p o r á n e o , y

aquel poco lúe-

rrumpía al contrario de la que se usa en Méjico, Lima y Buenos Aires en que cada cuadra tiene un nombre di erenie. Algunas también ,o tuvieron antes en S a n tiago como la que se llama hoy del Estado, que era llamada de San Agustín, el Rey, Pescadería, Caridad y el Basural. El sistema español puro prevaleció, pues, en nuestro primitivo bautizo y ha sido imposible desarraigarlo a iuerza de decretos, de placas en las esquinas, y de avisos en los periódicos, lo que es una prueba más de nuestro espíritu progresista y eminentemente innovador. Debe consolarnos, empero, el que nosotros hayamos podido dar un nombre siquiera a una sola calle de España, pues una de las mejores de Cádiz llámase Ca//e del conde del Maule, por nuestro buen paisano don Nicolás de la Cruz, que allí vivió opulento en los primeros años de este siglo. En Madrid misrao, y a la mitad del paseo de la Fuente Castellana, alguien vio en 1859 una villa llamada La chilena, que sería íalvez todo lo que los madrileños sabían de Chile, antes de tener noticia del traspaso del Covadonga y del traspaso de Pareja. (1) No es esfa una expresión americana, como pudiera creerse, sino una aplicación de la palabra rancho, que los militares españoles usaban por comida; y como ésta la encontraban los conquistadores o la preparaban en las habitaciones de los indígenas, le dieron este nombre. Ranchear en las historias antiguas es por esío sinónimo de forrajear. Las casas de los indios llamábanlas rucas; y así se denominan todavía en Arauco. En Méjico llaman rancho las haciendas, como las llaman hatos en Venezuela, injenios en el Perú, estancias en el Plata, etc.. potreros en Valdivia, campanarios en la Unión, etc. ( 2 ) Los indios no conocían propiamente el adobe, que es de origen árabe (elatob.) pero usaban lo que todavía se llama adobón y lo empleaban como los indios del Perú en sus casas y templos, según se ve ahora en todas las admirables ruinas de los últimos, principalmente en los valles de Chincha y de Cañete.


HISTORIA

DE

37

SANTIAGO

g o añade que hicieron pedazos a dos cristianos q u e era donde se peleaba»

«en la

pieza,

(l).

P o r esto fué que cuando Valdivia reparó lo destruido dice él mismo:

«determiné hacer un c e r c a d o de estado y medio de alto,

d e mil y seiscientos pies en cuadro que llevó doscientos

mil

(?)

a d o b e s de a vara de largo y un palmo de alto», añadiendo que •él mismo ayudó con sus manos a preparar los materiales y c a r g a r l o s en sus hombros para ejemplo (2). L a localización de este fuerte es materia que ha atormentado l o s cerebros

de muchos

antiguos historiadores.

U n o de ellos

•comparativamente moderno ( C ó r d o b a Figueroa) dice que fué en «1 cerro de S a n t a Lucía, opinión tan fuera de camino, que aún •el mismo padre Guzmán reciente

la encuentra descabellada.

(Carvallo) afirma que

Otro más.

«el fortín dominaba la nueva po-

blación y descubría toda la ribera del M a p o c h o » . P e r o ateniéndonos únicamente a lo que dicen los contempor á n e o s y especialmente M a r m o l e j o , que fué uno de los primitiv o s fundadores, el sitio fortificado no pudo ser sino la que e s hoy todavía nuestra plaza principal. Aquel cronista la señala p o r s u nombre:

en

la plaza

dice, c o m o

a c a b a m o s de

verlo.

Las

dimensiones que da Valdivia al recinto fortificado cuadran adem á s ajustadamente al suyo y no a otro; la opinión de C a r v a l l o , que fué prolijo en sus consultas, se concilia,

porque ese sitio,

abierto entonces, dominaba la ribera del M a p o c h o , y por último «1 pueblo, ese gran libro de todas las averiguaciones dudosas, llama todavía aquel lugar con el nombre primitivo que sus fundadores

le dieron: La plaza

llamado la plaza

mayor,

de

la plaza

armas. del

rey,

Nadie hasta aquí la ha que es la designación

común de esos lugares en las ciudades españolas, en cuyo país llámanse solo plazas

de

armas

las

ciudades fronterizas o forti-

ficadas, c o m o B a d a j o z , Figueras, Pamplona, S a n t o ñ a , etc. En un ángulo de ese recinto así protegido, P e d r o de V a l d i via puso pues por su propia mano la primera piedra de la igles i a que al salir del C u z c o había ofrecido al culto de M a r í a , y c o m o era de costumbre y de ley en todas las fundaciones, hizo ( 1 ) Góngora Marmolejo, pág. 8. ( 2 ) Carla primera cilada.


38

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

edificar en su inmediación su propia morada. L a casa de

Pedro

de

Valdivia,

estaba

o

palacio-

por consiguiente situada en el

ángulo fronterizo al de la Catedral, y es la misma que, reedific a d a dos o tres veces, ha estado sirviendo

de mansión a l o s

capitanes generales de la colonia y a los presidentes de la r e pública ( l ) .

( l ) Calculamos que esta aseveración, que destruye por su base un error vulgar y por tanto acariciado, va a causar en ciertos críticos una impresión lastimosa,, quizá de grita y de difamación. Vamos por tanto a dar clara y perfecta razón de como lo que se ha llamado el Palacio de Pedro Valdivia en el barrio oriental de: Santa Lucía, donde se ha consagrado a su memoria un hermoso templo, es solo una superchería que no resiste al criterio más superficial. Ya queda evidentemente demostrado que Valdivia jamás estableció su campo ere la falda oriental del Santa Lucía, y menos tuvo el pensamiento absurdo de edificar allí una ciudad en el pedregal estrecho que dejaban dos brazos de rio destinados a lavarlo en todas sus creces. Este solo argumento sería concluyente; pero está históricamente demostrado que las casas de Valdivia tuvieron únicamente la localización que hemos apuntado. Gay, por ejemplo, dice (f. l.o, pág. 140) hablando de la construcción de la iglesia: «También construyeron en en un costado de la plaza lacasa de Pedro Valdivia, algo más desembarazada ésta que las demás» y esfa a s e veración no es antojadiza, porque el mismo Valdivia tratando de aquellos mismos edificios que hemos dicho, era de ley edificar contiguos, dice a Carlos V en su. tercera carta datada de Concepción el 13 de octubre de 1350: «Atendí a que se hiciese la iglesia y casas.» Ahora bien, de estas mismas casas dice el procurador de Santiago Francisco M i ñez, en los capítulos o solicitudes que puso a Valdivia en 9 de noviembre de 1552, que están citas en la plaza y que habiéndolas vendido Valdivia al rey por medio de. su mayordomo Martín de Alba, estaban ya ocupadas por los oficiales reales y t e nían allí su oficina de cuentas y tesorería. (Libro becerro de Santiago, año de 1 5 5 2 ) . Del mismo libro consta que cuando Valdivia fué electo gobernador popularmente, a los pocos meses después de undada la ciudad, se salió de la sala o {ambo en que estaba funcionando el cabildo abierto, «se entró a su cámara, dice la acta, que estaba allí junta.• Esfa misma versión ha acogido el señor Amunátegui en su interesante libro sobre el descubrimiento de Chile. Pero, aparte de todo esto, que no puede ser más concluyente para desfruir el engaño, podemos añadir que el padre Ovalle, que escribió en 1640, asegura que al irse él en su juventud al colegio de Córdoba (1618), esto es, ochenta años después de la fundación de Santiago, no existía población ni una sola casa en la parte oriental del Santa Lucía. Frezier, que levaníó el plano de Santiago 9 4 años másfarde todavía ( 1 7 1 2 ) no señala tampoco un solo edificio en esa localidad, que atravesaban solo dos cauces solitarios de agua para los usos de la población. Y lo más curioso todavía es que no mencionando la tal casa ningún historiador digno» de respeto, haya sido el buen padre Guzmán en sus consejas a su sobrino Amadeo el primero que la haya consignado doscientos noventa y cinco años ( 1 8 3 3 ) después de edificada aquella. «Y así más probable me parece que esfe fuerte (dice f- 2., pág. 7 3 3 ) fuese una casa que aún se conserva el día de hoy con el nombre de palacio de don Pedro Valdivia...* Pero aún fuera de estos claros antecedentes históricos, hay otros no menos indisputables de arqueología que contradicen la autenticidad de esa absurda r e liquia.


HISTORIA

L o s demás s o l a r e s yeron

que

hacían

frente

entre los principales p o b l a d o r e s .

ellos t o c ó primera

al

alcalde J u a n

casa

de altos

perdió en breve Para

palacio

la vida,

distribución

lles

este a oeste,

éstas, siendo todas tado, t o c á n d o s e verse todavía aristocrática

de 4 0 varas

por

éste los

de la ciudad,

glos,

los terremotos

mar y a hacer

inconocible

es en el perteneció

de P a s t r a n a , en

su

lugar

que

lo

diremos. ca-

frente de las

ca-

y de aquí la preferencia

de

con

manzanas las casas

los o t r o s ,

cual

de la parte solariegas,

las subdivisiones

y de las herencias

L o s sitios se concedían

en él la

que

de frente y de 7 5 varas de c o s -

donde

entrado todavía en el lote de

uno de

edificó

Otro,

por c a d a

unos

en algunas p o c a s

distribu-

de los habitantes s e dividió

solares, cuatro

de

se

arzobispal,

como

da manzana en o c h o que corren

plaza,

que

en C h i l e .

de ciudad Antonio

junto con

la acertada

a la

En c o n s e c u e n c i a ,

Dávoilos Jufré

conocida

que se levanta hoy el suntuoso al primer procurador

39

D E SANTIAGO

que con

ha de venir a

suele

central y no

han

los

si-

transfor-

nuestra cuna. gratuitamente

al que

los solicitaba

a

Puede asegurarse, sin íemor alguno de que la preocupación salga a desmentirnos, que no hay en Santiago muralla alguna de adobe que tenga más de doscientos años de antigüedad: pues si todos los templos, la mayor parte de cal y ladrillo, de cal y canto y aún de piedra de sillería, han sido reedificados dos, tres y hasta cuatro veces, en trescientos años, cómo se habría podido mantener de pie aquella pobre pared? El argumento jefe que hay en esta cuestión y el que nos ha guiado para encontrar la verdad eñ este problema no son, sin embargo, las consideraciones anteriores sino una simple cuestión de buen sentido. Lo que queda de la casa llamada palacio ele Pedro Valdivia es un macizo de cuatro varas de frente y de seis u o ho de costado, con un altillo o sobrado cue apenas permite estar de pie a un hombre de buena estatura y al que se sube por una escalerilla miserable y oscura. Ahora bien, suponiendo que lo que ha desaparecido del palacio :uese otro tanto de lo que existe o diez tantos más, ¿pudo ser jamás tal edificio, la morada (las casas como él mismo las llama, pues por íuerza habían de ser muy espaciosas) de un hombre tan fastuoso y arrogante como Pedro Valdivia, que se complacía en llevar hasta en la guerra una numerosa servidumbre desde mayordomo a paje y palafrenero? Es uera de duda que ese pequeño edificio tiene una antigüedad bástente considerable como lo demuestra la ;orma especial de sus tejas en extremo angostas y acanaladas y sus vigas de canelo sin labrar, que se focan encima del sobrado; pero esto no podrá inducir a ninguna persona sensata a atribuir a esa¡ construcción otro origen que el que en realidad es evidente tuvo, esto es, el de una casa quinta, chácara o bodegón de algún honrado vecino que la quiso hacer resistente a los temblores, y esta conclusión la sacamos del hecho de que basta echar una mirada por algunos de nuestros arrabales rústicos (especialmente en la Chimba) para encontrar construcciones análogas y casi tan antiguas como


40

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKBNNA

{ííulo de vecino, y aún se les d o n a b a más de uno con la sola obligación de cerrarlo en uso y sabían mos,

por haberla

meses, p a s a d o

con- tapia

construir

de a d o b ó n

los

introducido

el cual s e

(que

era la que

indios y a n a c o n a s , en

el P e r ú )

denunciaban por

en

según

digi-

de

seis

el plazo y se

vacos

tenían

ya

daban

a

otros. Tal y

fué la primitiva planta

tal cual

la

trazó el

de

cordel

Santiago,

del

desnuda de Pedro

alarife

J u z g a d a su distribución por la crítica

de

edificios Gamboa.

moderna, p a r e c e c í a un evi-

dente error el que entonces no se hubiese d a d o

más

sus vías públicas

las plazas

tios de r e c r e o

de los

callejones

extensión

de la que nos tendrían

abiertas

m o r i s c o s de

y que

las últimas

derecho

a

y si-

hombres- que

de G r a n a d a ,

tuvieron

nuestra

para

espacio

es preciso c o n -

para

Sevilla y

ha reservado

tampoco

para

pero en justicia

eran en demasía

C á c e r e s y de Trujillo,

cia. No

más lugares

de la población;

fesar que aquellas venían

ni señalado

mucha

imprevisora

acusar

de

mayor codi-

a aquellos

de

la apócrifa de que damos cuenío. Las vigas de canelo bruío no es tampoco argumento de una extrema antigüedad, pues casas hay en Santiago, y no pocas habitadas todavía por familias opulentas que tienen esa clase de madera como soportal en su techumbre. La casa, por ejemplo, que fué de don Jerónimo Medina en la tercera cuadra de la calle de la Compañía y que hoy reedifica la familia Ovalle Vicuña, tenía únicamente vigas de canelo sin labrar, y aún ahora mismo podrían usarlas nuestros arquitectos, pues se encuentra en abundancia en la hacienda de San Miguel y otras vecindades de San Francisco del Moníe, que fué de donde acarrearon aquellas, y de aquí su nombre. En las haciendas vecinas de Santiago, como en Pirque, por ejemplo, los campesinos, cuando pueden, no usan otra clase de vigas quí la de canelo, porque les ahorra el trabajo de labrarlas, bastándoles el quitarle las cortezas. Ni aún a preíesfo de que ese entresuelo fué no ya palacio sino la casa de campo de Valdivia podrá revindicarse, pues está averiguado que la chácara que Valdivia se asignó a si mismo, estaba situada al pie del San Cristóbal, donde fuvo su primer campamento y por la que corrían entonces no menos de (res acequias, en una de las cuales dio permiso para levan ar un molino a uno de sus capitanes seis meses aníes de su mueríe (Libro becerro.—Actas del cabildo de 1553.) Entre íanío, no por que hayamos desvanecido este error, que solo prueba las puerilidades que sirv:n muchas veces a lo que se llama criterio, tradición, historia, etc., pretendemos disminuir el mérito de los hombres bien intencionados que en aquel sitio levantaron una bonita iglesia espiaíoria. Lo único que podríamos decir sin agravio de nadie, es que el (uno que por vengarse de Pareja, apedreó la lápida que daba razón a la impostura, manifestó más instinto histórico que aquellos san'os varones. Oportunamente y cuando hayamos de dar cuenta de la adquisición por el Estado de este famoso palacio, acabaremos de comprobar nuestra opinión (si (odavia es preciso) con la escritura de compra a la vista.


HISTORIA

DE

41

SANTIAGO

mezquinos ¡os que después de haber tolerado la calle que ciertamente

Angosta,

no fué delineada por los conquistadores,

a h o r a haciendo vías públicas de veinte

varas

están

de claro por res-

petar en los suburbios de la ciudad que tiene mejor planta natural en el mundo, la triste parsimonia de los particulares.



CAPÍTULO

III

Los fundadores Notable carácter de la hueste que trajo Valdivia y su origen extremeño.—Sus principales capitanes.—Sus más notables vecinos. — Juan Gómez y Juan nández de Áldereíe.—Los adalides

de la

Fer-

conquista.—Los primeros clérigos

y frailes.—Doña Inés de Suárez.—El primer verdugo.—Nómina de los fundadores de Santiago.—Fundación de su primer cabildo.

El mayor número de los compañeros de P e d r o Valdivia, aunque aventureros y hombres de guerra, drillas castellanas que

a diferencia de J a s cua-

habían hecho conquistas en otras

partes

de la América, eran soldados de mediana pro y algunos de mucho respeto. O t r o Almagro, de la noble gente quistadores de

Chile,

llanos,

tanto había sucedido con los camaradas de

cual dicen los historiadores fué la más lucida y

de guerra que militó

bajo el pendón de los

del nuevo mundo, salvo que los almagrisfas

cono

los

como se les llamó más tarde, eran casi todos caste-

c o m o su caudillo, mientras

que los secuaces del nuevo

Adelantado eran en su mayor número hijos, c o m o él, de la varonil y selvática Extremadura ( i ) , ( l ) Todos los historiadores de crédito, Oviedo, Herrera, Góngora, Lovera, etc.. están de acuerdo en esto, asi como en que la hueste de Valdivia era aún de más lustre que la de Almagro, porque aquellos vinieron casi todos a su costa (pues Valdivia era personalmente pobre), mientras que Almagro empleó toda su parte de botín en los tesoros de Alahualpa y del Cuzco en alistar su banda, cuyas deudas ingentes perdonó a cada uno, como es sabido, con su proverbial prodigalidad, al entrar a Copiapó. No puede decirse otro tanto de los refuerzos qne trajeron en seguida Monroy.


44

BENJAMÍN

N o quiero decir por res fueran de más

VICUÑA

MACKENNA

esto que los orígenes de nuestros mayo-

alta alcurnia que los de otras ciudades,

en

que las generaciones han dado menos valor a los blasones; porque puede asegurarse que de los soldados de Almagro y de los de Valdivia solo quedó entre nosotros la memoria.

D e los pri-

meros porque no volvieron ya a la tierra después del descubrimiento, y de

los últimos porque el mayor número

pereció, a

ejemplo de su jefe, en las lanzas del indio b á r b a r o . En los libros tradicionales del cabildo de S a n t i a g o solo queda,

en verdad,

vieron

noticia de tres o cuatro capitanes que sobrevi-

a los desastres, y de ellos, por sus servicios señalados,

tomaremos nota más adelante. L o s verdaderos

fundadores de nuestra nacionalidad, sin dis-

puta excepcional en la América española, vinieron, según tomamos compromisos de demostrarlo en debido lugar, de otra vincia de España, más análoga

a la nuestra

pro-

en clima, en pro-

ducciones y en otras semejanzas de topografía y panorama, que hoy día mismo al viajero nacido Chile, cuando recorre Vizcaya,

en los valles y gargantas de

los valles y

parécele tener a la vista,

niatura, el molde en que se

desfiladeros

montuosos de

bien que en pintoresca mi-

hubiera

diseñado la grandiosa to-

pografía del lejano suelo patrio. P o r ahora bástenos sólo dejar sentado, c o m o único

timbre

de nobleza digno de ser a c o g i d o

p o r un pueblo civilizado, la circunstancia harto especial y extraña en aquellos siglos de que de los ciento y sesenta ros de P e d r o

de Valdivia,

más

de

la

sabían leer y escribir. Noventa de ellos sí y por los que no de

mitad

de

firmaron,

compañesu número

en efecto, por

podían hacerlo, el acta de nombramiento

gobernador propietario en la persona de su caudillo el

de J u n i o de 1541, y así consta del libro

becerro,

verdadera nobleza santiaguina, no de la que fué comprada tarde con el

fruto de los

potreros y de las

10

ejecutoria de la más

ramadas de ma-

tanza. Villagra y el mismo Valdivia, cuando regresó del Perú. D e estos últimos, dice el palentino Fernández, Historia del Perú, pág. 129, «había algunos que habían sido desterrados del Perú y otros a galera por culpados en la rebelión de Gonzalo Pizarro.> El tercio que trajo Hurtado de Mendoza era también compuesto de muchos de los rebeldes de los Jirones y Contreras.


HISTORIA

DE

45

SANTIAGO

C o m o P e d r o de Valdivia era un capitán prestigioso y popular, probado en las guerras de Italia, de Venezuela y del Perú, donde

los

Pizarro lo consideraban

como

su brazo

derecho,

acompañábanle hombres de mucha cuenta

en

la guerra, tanto

en las hazañas c o m o en el consejo. Eran

de éstos sin disputa

los más notables J e r ó n i m o de Alderete, un caballero ya entrado en años natural de O l m e d o en Castilla la Vieja; Aguirre,

soldado

de mucho valor oriundo de

Francisco de Talavera de la

Reina; Francisco Villagra, esforzado aventurero, hijo de ga,

Astor-

en el reino de León; R o d r i g o de Quiroga, el patriarca

S a n t i a g o y su verdadero fundador civil, gallego de y por último Alonso de Monroy,

el amigo más leal y más a b -

negado del caudillo extremeño, c o m o que la vida. Tenían entre tanto, los

de

nacimiento,

cuatro

en su servicio rindió

primero? tan altos títu-

los en la consideración de sus compañeros y en la de Valdivia mismo, que unos por un principio y oíros por otro, fueron sus sucesores en el mando; y a c a s o el último lo habría sido en primera línea, por la naturaleza de sus servicios y lo probado de su lealtad, si la

muerte no hubiese

cortado

su

carrera antes

que la de su señor. Entre estos entendidos capitanes

Valdivia

había

distribuido

el mando de las armas desde su salida del C u z c o . A AAonroy lo había hecho su sargento

mayor,

empleo que en cierta mane-

ra equivalía al que s e llamó después de

cuartel-maestre y hoy

jefe de estado mayor en los ejércitos. A J e r ó n i m o de Alderete confió una compañía de caballería y la otra a Francisco de Aguirre, A Francisco de Villagra dio la de arcabuceros y a Rodrigo de Quiroga la de los piqueros dados que peleaban de

y

ballesteros

y rodeleros

o sol-

a pie con lanzas y broqueles. P a r a el

mando conocido en seguida po, designó a un caballero

con

el título de maesfre de cam-

de S a l a m a n c a llamado P e d r o

Gó-

mez de don Benito, del que no ha quedado en la crónica más huella que

la de su pomposo nombre, por lo que debió morir

o abandonar la tierra de temprano. P o r último entregó la bandera de la conquista, con el

título

de alférez

real,

que era el

cuarto título en la jerarquía militar entre los descubridores ( l ) , ( l ) Adelantado,

maestro de campo, sargento mayor, alférez real.

«Adelanta-


46

BENJAMÍN

a un soldado joven

y

VICUÑA

MACKENNA

animoso llamado P e d r o de Miranda, y

el mismo cuya tradición ha recogido la historia con una melancólica simpatía

por

las

aventuras

singulares que

en el valle de C o p i a p ó a su regreso, al Perú, Monroy,

y más que por esto por haber

sido

experimentó

en compañía de victima del pri-

mero y extraño crimen doméstico que consignan nuestros anales, según en época oportuna hemos de contar. Habrase

visto que aquellos capitanes tenían nacionalidad di-

versa en la nomenclatura política de España,

tan/'hondamente

marcada en esa época; pero de los soldados jóvenes, dicen los cronistas

que

en

su

éstos hacíase notar el

mayor

número eran extremeños, y entre

brillante D i e g o

G a r c í a de C á c e r e s ,

a

quien encontramos todavía entre los proceres de la capital cuarenta años después de su fundación. Otros

de los notables eran

Antonio de Ulloa y G a s p a r de

O r e n s e , emisario el uno de Valdivia y el otro señalado aquel por su fea traición, c o m o

de Villagra,

tan

el último por su leal-

tad acendrada; P e d r o de Villagra, natural de Colmenar de Arenas, pariente del primer Villagra y su sucesor en el mando; J u a n B o h o n , el verdadero fundador de la S e r e n a , Antonio de P a s t r a na y J u a n Godinez, el primero

y último procurador de ciudad

de entre los pobladores originarios, el capitán Rodrigo de Araya, que puso al

pie del S a n t a Lucía el primer mplino

en S a n t i a g o ( l ) y P e d r o de G a m b o a que su primer alarife;

que

corrió

hemos ya dicho

fué

1

M á s alta jerarquía que el último tuvieron J u a n Fernández Aldereíe, y J u a n G ó m e z

que algunos llaman de

porque, c o m o el Adelantado don

Diego,

Almagro,

talvez

era oriundo de aquel

pueblo de Castilla. do» llamaban en España a los gobernadores militares de las provincias fronterizas de los moros, y de aquí vino que se aplicase con propiedad a los descubridores de América, cuya vida era adelantar siempre la conquista. ( l ) Este molino ha existido, bien que mejorado, en su sitio primitivo, que es el que hoy ocupa la panadería de Stuven, en el ángulo sud-oesíe del cerro de Santa Lucía. El segundo se fabricó en el costado opuesto donde todavía existe, y fué hasta hace poco propiedad de un señor Collao. Levantólo el vecino fundador Bartolomé Flores, natural de Nurembergy, cuyo verdadero apellido debía por tanto ser el de Blumen. El tercer molino lo levantó el capitán Juan Dávalos Jofré en terrenos de Valdivia al pie del San Cristóbal, y el cuarto fué construido por Rodrigo de Quiroga en el barrio de la Chimba.


HISTORIA

Era

DE

47

SANTIAGO

J u a n Fernández hombre de

«muchas canas y de p e c h o

•varonil en cualquier lance>, según dice alguien que le conociera ( l ) al referir la enérgica resistencia que opuso a Francisco de V i l l a g r a cuando

se negó

a entregarle los caudales del rey sen-

tándose s o b r e la caja que los contenía, pues era tesorero. Llegó por tanto a ser

uno

de los vecinos

más respetables de S a n -

tiago y fué él quien levantó a sus expensas la hermita que dio n o m b r e al peñón de S a n t a Lucia. J u a n G ó m e z , cuyo nombre conserva todavía una de las queb r a d a s de Valparaíso, en cyo fondo y laderas estuvo el puerto primitivo, era al contrario tan terrible y cruel c o m o Alderete

Fernández

pasaba por cristiano. Tuvo el primero la vara de la

justicia c o m o alguacil mayor, y su implacable severidad con los indios; particularmente en el asiento de Valparaíso, a donde le llevó la averiguación de un levantamiento, g o s que •ocasión la

a c a s o ejecutó entre

y los crueles casti-

aquellos infelices pescadores,

a que su nombre quedara

dio

para siempre recordado en

comarca. Entre

los simples caballeros que seguían el pendón de

Val-

divia tan solo por el amor a las aventuras y al peligro en aquella edad~vecína de las cruzadas,

contábanse J u a n de C e p e d a ,

Luis de T o l e d o y dos brillantes paladines llamados D i e g o O r o , natural de M a y o r g a , en •oriundo de Milán. d a d o s su reputación

Castilla

Tan bien

la

Vieja, y Vicencio

Monti,

sentada debieron tener estos sol-

de valor y de

lealtad, que ellos

figuran

entre los trece compañeros que eligió Valdivia para su empres a contra G o n z a l o Pizarro, y entre los que iban hombres c o m o Alderete, don Antonio Beltrán, y el capitán J u a n D á v a l o s J o f r é , •el primer alcalde que tuvo Santiago, y sin disputa el primero de sus

vecinos, en el sentido honroso

que se da en el día a este

íítulo, si no hubiese existido Rodrigo de Quiroga. E s digno, por otra parte, de notarse en este estudio de nombres

seculares, que aunque muchos de los vecinos fundadores

de S a n t i a g o comenzaron a llamarse capitanes desde los primer o s años de la conquista, solo aparecen firmados en las primer a s actas con el título preciado de Don, ( l ) Marino de Lovera, pág. 174.

tres caballeros llamados


48 Don

BENJAMÍN

VICUÑA

Antonio de Beltrán, Don

MACKENNA

Francisco P o n c e de León y

Don

Martín de Solier, a quien empero no le valió su alcurnia, pues fué el primero a quien

Valdivia hizo cortar

con cuatro de sus parciales, por

adictos al

la

cabeza,

junto

bando de los A l -

magristas. E s también curioso saber que solo a su regreso del Perú, cuando Valdivia vino provisto de gobernador por el licenciado título de Don

L a G a s e a , comenzó a darse

que antes no había tenido, c o m o no lo tuvieron

Pizarro y Almagro, que de un

propietario

a sí propio el

lo compraron

con

el

descubrimiento

mundo. Hoy solo cuesta el sobrescrito de una carta, y

esto solo es una señal da los tiempos, y de tal modo, que ya comienza a ser un lujo el dejar el Don les. L a

era de la ssmecracia

sea de

nombres-••

A más

de los

queda

soldados

olvidado en los pape-

ya iniciada, aunque

vinieron, c o m o aconteció

solo

entonces

en todas las conquistas, algunos sacerdotes animosos entre los que ¡a historia ha conservado los de B a r t o l o m é González M a r moiejo, natural de C a r m o n a en Andalucía ( l ) , hombre bueno y prudente, aficionado a la cría de dió ser

un exelente

cura

caballos, lo

de nuestra

que no le impi-

primera

parroquia y el

primer obispo de S a n t i a g o , siendo digno de curiosidad que uno de los motivos por especialidad al

que el gobernador le

rey para la

ductor de unas cuantas l o s . colonos. D e los llamábase el uno arrojadísimo,

yeguas que

otros

dos

Juan Lobo,

que

recomendó con

mitra, fué el de

en viendo

fueron de gran servicio a

clérigos que natural de

indios

más

haber sido intro-

se

él

vinieron

S a n Lucar,

con

hombre

ponía el breviario

de

coraza, y empuñando lanza se entraba entre ellos, c o m o s u c e dió el día de la primera batalla del M a p o c h o , donde, dice uno de sus contemporáneos. (2) «anduvo entre ellos c o m o lobo entre pobres ovejas.» nada excepto su

Llamábase el otro D i e g o Pérez, y de éste,

nombre y un pleito

por

que hablan las actas de cabildo, se ha moria. Vinieron

cobro

de pesos de

conservado c o m o

también dos notables frailes

mercedarios,

mein-

signes misioneros y de los que hay motivo para creer que uno ( 1 ) Marino de Lovera, dice que era de Consfanfina. (2) Góngora Mermolejo, páj. 8 .

'

~—


HISTORIA DE

49

SANTIAGO

al menos, Antonio de Rendón, expedicionó por puro celo apostólico con D i e g o de Almagro. El otro llamábase rrea, era natural de R o m a y fué el

Antonio

Co-

verdadero fundador de su

orden entre nosotros. Q u é d a n o s solo por recordar

en- esta nómina de

los

funda-

dores de la capital, dos nombres de mujer que la crónica

con-

servaría con profundo acatamiento, si la memoria de la una no hubiese sido afeada con una calumnia necia, puesto que ventaron en su honra, y porque

la otra fué víctima

la in-

de un te-

rrible drama de familia, en parte a c h a c a d o a la violencia de su carácter. Fué la primera doña

Inés de S u a r e z , esposa

nerable R o d r i g o Quiroga, castellana

cia y de quien dicen los historiadores casóse laga, aunque no

del ve-

esfo rzada, hija de Plasendespués en M á -

esclarecen si fué Q u i r o g a su

Fué esta la primera mujer que formara

primer marido

-

su hogar en este suelo

de dulces hogares; y aquello que ha n contado del degüello que hizo de siete caciques por su pro pia mano, no es sino uno de esos plagios de escritores pedantes mo Judiíh, esta caricatura

que quisieron

divinizada de

la

pintarla

co-

mujer, cuando fué

solo dechado de virtudes privadas y sociales. E ra la otra doña Esperanza de Rueda, mujer de J e r ó n i m o de Alderete, que viuda de éste, c a s ó en

seguida con el infeliz P edro

de Miranda

y pereció con él al filo de la espada de un deudo D e b e m o s señalar todavía dadores de

S a n t i a g o el del

ingrato.

en la última jerarquía d e que

representaba

una

los funinstitución

esencialísima en toda comunidad española: la del verdugo. L l a móse el primero de este oficio Ortun J e r e z , dor Carvallo, y le nombró

el cabildo

en

según el historia-

1547,

esto

es,

seis

a ñ o s después de la fundación, época sin duda en la que si los primeros colonos de Santiago hubiesen habrían creído

venido de otro

la más oportuna para n o m b r a r un

suelo,

maestro de

escuela... Tal es, tan completa como nos ha

sido posible formarla, la

nómina de los más notables entre los primitivos pobladores de Santiago (l). ' ( l ) Como nos parece digno de consignarse en una obra como la presente los nombres de los primeros vecinos y fundadores de Santiago, los apuntamos en s e guida, copiándolos de la acta del cabildo del 10 de Junio de 1541, en que el pue-


50

BENJAMÍN

C o n o c i d o s los

VICUÑA

nombres

hechos que una prolija pero traído a

MACKKNNA

de los s e c u a c e s y aquellos de sus de suyo

tardía

investigación

nuestra noticia, cúmplenos dar cuenta del caudillo.

vamos a hacerlo en seguida

considerándolo, no

ha Y

c o m o capitán

ni adelantado, ni siquiera c o m o a cualquiera de los demás con-

blo eligió gobernador a Pedro de Valdivia, y cuyo documento firmaron todos los que sabían escribir. Los nombres que aparecen de cursiva son los de aquellos conquistadores de que ha quedado alguna memoria cualquiera. Los d;más son aquellos de quienes se conservan únicamente los nombres. Hé aquí esa nómina: ALCALDES Y REGIDORES.—Francisco de Aguirre, Joan Davalo Jufrc, Joan Fernández Alderele, Don Martín de Solier, Joan Bohon, Francisco de Villagra, Jerónimo Alderete, Gaspar de Villarroel, Joan Gómez, Antonio de Pastrana ( l ) . VECINOS. — Alonso de Chinchilla, Antonio Tomé Vasano. Gabriel de la Cruz, Garci Dias, Bartolomé Márquez, Joan Negrete, Joan Bolaños, Alonso de Córdoba, Francisco Carretero, Pereztebah, Joan Ruiz, Joan Ortiz, Joan Galaz, Martín del Castro, Pedro Martín, Joan Gutiérrez, Diego Núñez, Pascual Ginoves, Lope de Landa, Pedro González, Francisco de León, Juan Carreño, Joan Xeres, Rui García, Salvador de Montoya, Santiago Pérez, J o a n Jufré, Rodrigo de Quiroga, Gil Gregorio Dávila, Joan Pinel (escribano de S. M.), Joan Crespo, J o a n Cabrera, Joan de Cusbano, Alonso del Campo, Luis de la Peña, Pedro Domínguez, J o a n de Vera, Jerónimo de Vera, Pedro de Gamboa, Joan Godinez, Pedro de Miranda, Marcos Veas, Don Francisco Ponce de León, Alonso Salguero, Joan de Chavez, Francisco de Arteaga, Santiago de Acosa, Rodrigo de Araya, Martin de Ibarrola, Gaspar de las Casas, Pedro de León, Joan Pacheco Rodrigo González ¿(clérigo), Bartolomé Flores (2), Hernando Vallejo, Pedro Gómez, Juan Lobo (clérigo), Antón Hidalgo, Lope de Ayala, Gabriel de Zalazar, Diego de Céspedes, Antonio de Ulloa, Bartolomé Muñoz, Pedro de Villagra, Joan de Cuevas, Antón Díaz, Francisco Galdámez, Alonso Sánchez Joan de Funes, Joan de la Higuera, Diego Pérez (clérigo). Luis de Toledo, Alvar Núñez, Alonso Pérez, Pedro Zisíernas, Francisco de Riberos, Joan Alvarez, Giraldo Gil, Francisco de Randona, Pedro Gómez (maestre de campo). Creemos digna de consignarse en este lugar la acta de la erección del primer cabildo de Santiago, cuyo tenor es el siguiente: 'Lunes, siet; días del mes de marzo de 1541, nombró el dicho señor Pedro de Valdivia, teniente de gobernador y capitán general, los alcaldes, regidores, mayord o m o , procurador de la ciudad p a r a que los alcaldes administrasen la justicia en nombre de S . M., como es uso y costumbre, y los regidores proveyesen en lo focante ai Tejimiento della; y el mayordomo y procurador procurasen el p r o e utilidad della. Y señaló p o r escribano público e del consejo de ella, a mi, Luis de Carfajena, que entendiese en la fidelidad e asiento de cabildos y guarda del libro en que se asentasen, y en todo aquello focanfe y perteneciente al dicho oficio; conviene a saber, a los magníficos y muy nobles señores Francisco de Aguirre y Juan Dábalos J o f r é p o r alcaldes ordinarios, e a Juan Fernández Alderete, e Juan Bohon, e Francisco de Villagra, e don Martín de Solier, y Gaspar de Villarroel y Jerónimo Alderete, por regidores, y por mayordomo a Antonio Zapata, e p o r procurador a Antonio de Pastrana. Pasó ante mí, Luis de Caríajena.» (1) En la copia publicada en la Colección de historiadores se dice equivocadamente Gómez. (2) Ya hemos dicho que este conquistador era alemán y su apellido por consiguiente era distinto.


HISTORIA

aquistadores, sino

simplemente

DE

51

SANTIAGO

como

al

primitivo fundador

de

S a n t i a g o , pues no debe echarse un instante en olvido el c a r á c ter exclusivamente local de esta narración, a fin de ponernos a cubierto del cargo que pudiere hacérsenos ñecido

de propósito

la talla

de haber

verdaderamente

empeque-

encumbrada

del

b r a v o hidalgüelo de Extremadura. P e r o antes narremos algunos de los •de su gobierno.

s u c e s o s más esenciales



CAPITULO

IV

La conspiración de Pastrana Heroísmo y admirable constancia de los fundadores batalla que le dan los indios.—El clérigo

de Santiago.—Sorpresa y

Lobo y Francisco

de

Aguirre.—

Aparición del apóstol Santiago, quien decide la batalla.—Miseria en que queda la colonia.—La primera siembra

de trigo.—Las minas

de Marga-Marga. —

Envía Valdivia a Monroy por refuerzos con el primer oro que saca de ellas.— Conspiración de los Almagrisfas.—Atolondramiento de Chinchilla,

impruden-

cia de Pastrana y su suplicio.—Mal éxito característico del primer empréstito levantado en Santiago.—-Valdivia ocurre en consecuencia al despojo y se d i rige furtivamente al Perú.—Dudas sobre la lealtad de Valdivia a la

corona

•de España.—Severo juicio sobre los primitivos conquistadores.

Cualquiera que sea el prisma de luz por el que la posteridad snire hacia atrás para medir la edad tenebrosa de la conquista. y por más que la

filantropía

condene

sus

bárbaras

crueldades

o la razón desahucie sus absurdos, no será dado a ningún ánimo •severo negarse a la admiración que inspira la constancia, la imponderable tenacidad, el sufrimiento inconmensurable de aquellos hombres. P o r el hecho sólo de haber venido a la tierra de Chile

des-

p u é s de lo cmal infamada> que la dejaran Almagro y sus secuaces,

los de Valdivia

habían

dado muestras de una resolución

h e r o i c a que el transcurso de los

s u c e s o s y del tiempo vino a

•confirmar sometiéndola a durísimas pruebas. Hemos dicho ya, en efecto, que repartidos aceleradamente

los

.solares y construidos algunos pajizos techos, a que apenas diera


54

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

lugar la penuria del invierno, pasado en seguida éste con t o d a s sus e s c a s e c e s , único refrigerio de hueste tan fatigada por lo largoy lo e s c a b r o s o de una travesía antes no transitada, vinieron s o b r e ella de s o r p r e s a y de noche los indios c o m a r c a n o s

como

una

ola humana. P e d r o de Valdivia, poseído desde la primera hora de la fiebre de conquistas, que bulló en

su cerebro

sensatez y a la muerte, había apenas

hasta

llevarlo a la in~

trazado la planta

de

la

ciudad, cuando montó de nuevo a caballo y con sesenta de l o s suyos se partió ha hacer descubrimientos por el sud. El expertoM o n r o y quedó a c a r g o

de la naciente colonia con los noventa

restantes. D e esa ausencia y de la división de fuerzas se aprovechó el caudillo de los rebelados, que todos designan con el nombre

de

Michimalonco, sin decir de qué distrito era señor. Esta parte d e nuestra historia es oscura y tócase de cerca con la era de la fábula» pues en el incendio que redujo a cenizas la

colonia, pereció e^

libro que Valdivia había traído en blanco y en el que se hicieron los primeros

asientos de la ciudad. P e r o

la mayor parte

los historiadores señalan el día 11 de Septiembre de 1541

de y la

hora, las tres de la mañana; c o m o el instante elegido por l o s b á r b a r o s para c a e r s o b r e los desapercibidos cristianos. Llegaroncon grandes alaridos, origen del chivateo

en nuestras .tropas, y

con teas incendiarias que aplicaron a sus endebles habitaciones

y

a sus palizadas provisorias. L a refriega duró nueve horas, pues los asaltadores sólo saron

repa-

el río enteramente dehechos a las d o c e de la mañana s i -

guiente. E x c u s a d o es decir que los conquistadores hicieron prodigios dedenuedo. Esta era su costumbre, y el matar indios era para ellos más que una profesión, un hábito consuetudinario. P e r o guióse, según la opinión Lobo

de

los

cronistas,

distin-

aquel clérigo J u a n

de que ya dimos noticia con las pintorescas

expresiones

de uno de sus camaradas, y el valeroso cuanto membrudo

caba-

llero Francisco de Aguirre. D e la lanza con que saliera el última a decidir en campo raso la obstinada contienda dice un soldadoque tenía «tanta madera c o m o sangre», y que tan arrebatado había s i d o su ardimiento que (añade aquél) aconteció el c a s o singular


HISTORIA

55

D E SANTIAGO

y sin duda ponderado de que durante veinte y cuatro horas no pudo el caballero soltar el asta de la crispada mano, hasta que hubieron de aserrarle aquella en dos extremidades para barazarle de su peso.

desem-

N o hay -tampoco para que contar

aquí

la aparición del apóstol S a n t i a g o en un caballo blanco, acogida por casi todos los cronistas eclesiásticos desde E s c o b a r a Olivares, y a la que el buen padre Ovalle consagra una lámina especial, recordanto este propio c a s o . Y a la verdad que no emprendemos esto,

porque si hubiéramos de contar todos los milagros de

que hay constancia

como

auténtica

la batalla del apóstol hasta el ánima

ocurridos en la capital desde (1851), habría

de la artillería,

materia para llenar tantos volúmenes cuantos son cristiano,

sin embargo, de.que

los del

año

todavía no se ha registrado en él

ningún milagro de Chile. Valdivia, llamado entre tanto con angustia, volvió

acelerada-

mente al destruido pueblo, y entonces fué cuando levantó aquel reducto o plaza

de armas

que ha sido el forum

de nuestra his-

toria civil y que el arte ha transformado hoy día en un vergel de flores, cuyos muros son palacios. P e r o alzados los indios y huidos los de servicio con los vencidos, por el temor del castigo que mereciera su complicidad, la miseria sorprendió que solo habían

a los españoles en su propia victoria. Aun-

muerto cuatro cristianos

entendido que Valdivia habla primero

y tres caballos

(bien

de los últimos contando

al monarca sus penalidades, pues en esos días una bestia

de

guerra valía más que un buen soldado de pelea) la mayor parte de los últimos habían fué tan completa,

quedado heridos,

y la destrucción del sitio

que según la famosa relación del

dor de la colonia solo encontró a su regreso

goberna-

«dos porquezue-

las, un cochinillo, y una polla y un pollo y hasta dos almuerzas de trigo» ( l ) . C o n esa provisión, que hoy es

la ración

diaria de una es-

cuadra de soldados y su c a b o , la hueste de Valdivia debía sustentarse por lo menos durante los meses que tardarían en madurar las sementeras, fuera

de que los b á r b a r o s , por un rasgo

de diabólica magnanimidad, quemaron sus propios acopios y se ( l ) Carta primera de Valdivia a Carlos V.


56

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

echaron a alimentarse de raíces y cebolletas silvestres que crecían en los campos, a fin de

aumentar con

su

hambre

la de

sus voraces y aborrecidos usurpadores. L a s miserias

que

padecieron aquellos

infelices soldados se

hallan, pues, fuera de toda ponderación durante los dos primeros años de la fundación de su pueblo, y nadie las ha con más animación de propio

lenguaje

y atractivo

capitán en sus admirables

recordado

de forma que su

epístolas, dignas de

correr

b a j o la misma cubierta que las más famosas del conquistador de M é j i c o . V e í a n s e obligados ellos mismos a labrar el campo con sus caballos, y a la par que el

arado

llevaban en las manos la

espada desenvainada, porque los indios vivían en alzamiento que no daba treguas

ni

siquiera

un temeroso

al sueño

de los

pobladores C u a n d o una cuadrilla dormía la otra velaba o

eje-

cutaba las labores del campo. Al hambre añadíase la desnudez, porque

no llegaban s o c o r r o s de

ningún género y los c o l o n o s

que hacía p o c o ostentaban sobre sus cotas de pelea exquisitas s e d a s y terciopelos, vestían ahora miserables túnicas de de perro,

dice Lovera, o simplemente de andrajos,

cueros

ateniéndonos

a la expresión de Valdivia. L o s animales más inmundos vinieron a ser en ocasiones su alimento regalado, y si alguno tenía diez granos de maíz o un puñado de trigo

«no lo molía por no per-

der el salvado» ( l ) . Tan

a c e r b o se hizo

al fin aquel sinnúmero de calamidades,

( l ) Afrecho.—Caria primera de Valdivia. «Y vino su calamidad a tal grado (dice Marino de Lovera pág. 7 0 ) que el. que hallaba legumbres silvestres, langosta, ratón y semejantes sabandijas le parecía que tenía banquete». En una reclamación hecha 2 6 años más tarde a la Real Audiencia de Lima sobre liberación de subsidios (agosto 3 0 de 1567) por el cabildo de Santiago, el procurador de ciudad Juan Godinez, que había sido uno de los vecinos fundadores, decía estas palabras. «Padecimos tantas hambres que nuestro manjar eran cigarras del campo». (Cay.—Documentos para la historia de Chile, tomo 1.o. página 237). Según Marino de Lovera no quedó en la colonia más trigo que unos cuaren'a granos que se encontraron entre unas balanzas que un soldado había traído de Lima. Pero ateniéndonos a la relación auténtica de Valdivia, parece que ese es un error o que el autor confunde lo que aconteció en Méjico, donde efectivamente el primer trigo que se plantó, se halló entre unos cuantos puñados de arroz que llevaba un negro cocinero en el ejército de Cortés. El trigo se introdujo en la América del Sud en un canfarito que Humboldt dice haber visto a fines del siglo último en el convento de San Francisco de Quito, de allí lo llevaron a Lima y la primera sementera la hizo en su jardín en 1535 doña María Escobar de Chavez. (Síevenson.— Twenty years residence in South América.)


HISTORIA DE

57

SANTIAGO

aumentadas por el rigor de tres inviernos, uno de 1544) fué tal cual ni los indios más

de Jos cuales (el

ancianos lo recordaban,

•a no ser c o m o memoria de otro de que hablaban sus

antepasa-

dos, que al fin llegaron a hacer alguna mella en el alma forjada •de acero del mismo guerrero extremeño; la guerra, invictísimo

C é s a r , decía

a

«porque los trabajos de

su rey con cierto amargo

•orgullo, puédenlos pasar los hombres, por que loor es al soldado morir

peleando;

pero

los del hambre, más que hombres

d e ser para sufrirlos.» de oro en que

Añadíase

se hallaba

la

han

a todo esto la suma escasez

tierra contra las expectativas más

ardientes de Valdivia y de los nuevos pobladores, porque si bien •el metal no era en escala

realidad e s c a s o , su explotación

dependía de

en

grande

la abundancia del trabajo manual; y c o m o

los indios andaban fugitivos y alzados por todo el país, no quedóle al gobernador otro recurso que enviar a las minas de M a r g a Marga,

(únicas que

1555) ( i ) los

como

hemos

pocos yanaconas

dicho visitara

peruanos que

les, y de quienes dice él mismo al rey M a s c o m o las minas

podían

le quedaban

fie-

«eran nuestra vida».

labrarse solo

.se hallaban más de treinta leguas distantes del tiago, érales preciso

Almagro en

en el invierno y asiento de S a n -

a los conquistadores no sólo vigilar perso-

nalmente a los operarios

sino acarrearles los víveres, que ellos

propios sacaban del cultivo en el lomo de sus caballos. Y a pesar

de estos sacrificios

y de los alzamientos parciales

de

los

operarios, como aconteció una vez en C o n c ó n y otra en el mismo mineral, acumulábase el oro

con tanta lentitud que en una

parte de sus cartas dice Valdivia ción juntar 2 0 0 o 3 0 0 ma que

«consideraría como la salva-

mil castellanos, y en otra (carta 3, ) afir-

«cada peso de oro les

A

c o s t a b a cien

gotas de

sangre

y doscientas de sudor». Y

así,

peleando y agotando

fuerzas

solo

pudo

reunir

al

( l ) Pasando accidentalmente en 1851 por los campos eriazos en que están situadas las diversas hijuelas de Marga-Marga (una de las que en esa época era propiedad del célebre pintor trances Monvoisin) tuvimos ocasión de maravillarnos con las inmensas escavaciones que se hicieron para lavar oro en aquellos parajes durante la conquista. Los aficionados podrían todavía cerciorarse con facilidad de la magnitud de esos trabajos, pues los lugares explotados quedan a corta distancia hacia el sud-oeste de la estación de la Peña Blanca en el ferrocarril de S a n tiago a Valparaíso.


58 cabo

BENJAMÍN

VICUÑA

de dos años de residencia

MACKENNA

unos sesenta

mil castellanos,,

con los que despachó a M o n r o y a hacer alistamientos de genteen el Perú. P a r a da sagacidad, exactitud el

a

este propósito, su

ocurriendo a su a c o s t u m b r a -

«prudencia

vulpina»

malogrado Bello ( l ) ,

fundió

c o m o la llama el oro en

estribos y en platos macizos, haciéndolos forrar de

cuero para

burlar la suspicacia de los indios; y encargando a los ros que solo

los

ostentasen en

donde debían hacer recluta esto quería, dice

los tambos

de nuevos

con.

forma de mensaje-

y en los pueblos

pobladores,

el jesuíta E s c o b a r haciendo un

pues

con.

estudioso

re-

truécano literario, que era el gran arte del lenguaje en esa época «con solo platos

hacer plato

a

todo el mundo y que

estribasen tan solo en los estribos de Monroy

todos-

y sus cinco com-

pañeros» . L a s desdichas de los

fundadores

de S a n t i a g o

no terminaron,

aquí, porque tal vez en fuerza de su mismo rigor brotó el descontento

en los ánimos. Y en el

enfado no

tardaba

en ser

pecho

de. aquellos

hombres, el

seguido de violencia y de la

rebe-

lión. Residía,

en efecto, en

procurador de

ciudad

la colonia y con el elevado

rango de

un anciano caballero que hemos

dicho

llamábase don Antonio Pastrana; y fuera que mantuviese algunasecreta afección y connivencia con los partidarios de Almagro, que por aquel tiempo

vengaron su sangre matando en Lima

F r a n c i s c o Pizarro; fuera que el

genio

de Valdivia le acarrease algún disgusto íntimo, comenzó quinar contra el gobierno del último, y pues en la América de entonces

a,

arisco y p o c o conciliadora

ma-

a c a s o contra su vida,

tanto valía

lo uno

como

la

otro. Secundábanle secretamente en la empresa uno de sus c o legas en

el

cabildo llamado

don Martín de

regidor, y su propio yerno Alonso de liente

pero atolondrado, natural

su suegro, y cuya firma hemos

Solier.

que era

Chinchilla, un mozo v a -

de Medina del C a m p o ,

coma

visto estampada en seguida de

la de éste en la lista ya publicada de los pobladores. U n o de los levantamientos

de los yanaconas

de las minas de

( l ) Biografía de Pedro de Valdivia por Juan Bello.—Anales de la Universidad, febrero de 1862.


HISTORIA

Marga-Marga,

DE

59

SANTIAGO

en que estuvo al perecer el capitán que allí pre.

reparo en el desorden; y los secretos conjurados

meditaron apro-

vecharse de su ausencia para realizar su intento. M a s el aturdido Chinchilla, dando ya por lograda

la empresa, salió a la plaza

(en uno de cuyos ángulos o por lo menos en su inmediata vecindad tenía su solar su propio suegro) ( l ) y revolviendo su caballo por todo su circuito, comenzó a denostar con voces descompuestas a los que se

mostrasen partidarios del

Adelantado

ausente. El alguacil mayor de la ciudad, cuyo nombre ya dimos, no era hombre que tolerase

aquellos

desmanes,

y en el acto, con su

altivez genial, que por eso le eligió Valdivia para agente de justicia, le encerró en su propia casa, pues a la sazón cárcel, y arrestó en otra al suegro del culpable. Valdivia, y c o m o se empeñara en descubrir dadera culpa en la jactancia

temeraria

no había

Regresó a poco

lo que había de ver-

del hijo y en el c a r á c t e r

caviloso del padre, logró sorprender a aquel, por medio del alguacil mayor, una carta que le escribiera

el último. Iba el papel,

según Marino de Lovera, único historiador que da los detalles de este curioso lance, dentro de la comida que de su casa mandaban al preso, y aunque el alguacil logró arrebatárselo de las manos, el último más presto o esforzado, se la llevó a la b o c a y se la tragó entera, sin que se descubriese su contenido. Aumentadas

con esto las sospechas y la cólera de Valdivia,

resolvió por escarmiento quitar la vida a todos los procesados, y sin

más

diligencia

mandó

a Juan

plaza mayor al viejo Pastrana, Solier, un soldado

G ó m e z que

ahorcase en la

a Chinchilla, a don Martín

de

de Sevilla llamado Rodrigo Márquez y un

quinto cómplice cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. Hermoso estreno de la vida civil y de la fraternidad comunal entre los pobladores de nuestro suelo! Mientras

los colonos a

quienes llevó al destierro su fe y su respeto por la eficacia de la ( l ) La casa y solar de los Pasírana parecen haber sido la que hoy ocupan las lamillas Campino y Echeverría en la primera cuadra de la calle de la Compañía, La última fué en este siglo propiedad de don Tomás O'Higgins y más farde se albergó en ella el conocido Café de la Independencia.


60

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ley, lo firmaban p o c o s años más tarde como la base de su ciación política el célebre Compací del May Flower,

aso-

de unión y de amor a bordo

antes de desembarcar en la r o c a de Plymouth,

nuestros mayores sellaban sus tratos degollándose entre sí. N o de otra

suerte habían disuelto su compañía Almagro y Pizarro, B a l -

b o a y su suegro Arias Dávila, y no tendría tampoco en breve otra solución la que firmaron el mismo P e d r o de Valdivia y P e d r o S á n c h e z de la Hoz, cuando su lugarteniente, Francisco de Villagra,

lo hizo degollar en la plaza pública de S a n t i a g o !

P e r o faltaba aun a la mísera colonia

una desventura mayor

todavía que las apuntadas hasta aquí: tal fué el viaje furtivo y la traición verdaderamente indigna que

hizo

a

sus subditos y

•amigos el mismo P e d r o de Valdivia, llevándose al Perú todo el •oro que aquellos habían juntado con su sangre y su sudor, para de esta suerte hacerse valedero en el ejército que a la

sazón

(1547) llevaba el licenciado L a G a s e a contra el rebelde G o n z a l o Pizarro. Este episodio es demasiado conocido, pues por característico le cuentan con proligidad de detalles todos los historiadores; ( l ) p e r o para el propósito que desarrollaremos en el próximo capítulo hácese necesario que el lector le tenga muy en la memoria, pues él

demuestra la poca conciencia y honradez personal del

soldado cuyo retrato ocupa el hueco de un altar en un templo consagrado a su memoria, no

menos

que

el p o c o amor con

que siempre miró, esta ciudad de quien algunos le han llamado «padre» . Y no habíamos hecho acuerdo de esta primera incidencia de ( l ) La suma de que se apoderó Valdivia a pretesfo de enviarla registrada al Perú, pasó de ochenta mil pesos, según su propia confesión, y fué ta! la desesperación que se apoderó de algunos de los despojados, que un infeliz soldado llamado Espinel, que tenía dos hijas en Granada y a las que llevaba un dote de seis mil pesos, se ahorcó de despecho. Algunos historiadores' dicen que Valdivia a su regreso ( 1 5 4 9 ) devolvió fielmen'e el dinero usurpado, pero oíros lo niegan. Marino de Lovera cuenía a este propósito una curiosa anécdota, según la cual un soldado de ingenio vivo y pronta palabra llamado Francisco Camacho, recordó a Valdivia el lance en una fiesta o saínete que representaban años más tarde en Concepción, diciéndole que tenía merecido dos veces el nombre de Pedro, una vez por haberle recibido en la pila, y otro por haberlo conquistado en la rada ele Valparaíso, donde, como el apóstol, echó la red, y sacó de entre los incautos ¡os •ochenta mil dorados (nombre de un pescado) con los que se había marchado al Perú.


HISTORIA. D E

!a

curiosa

y

siempre

61

SANTIAGO

caracterísíica

historia

pecuniaria de la

ciudad de Santiago, si no fuera que ella ilustra un rasgo esencial de nuestra

manera

de ser social de

siempre, y que vamos a referir,

este el segundo capítulo de la difamación, el primero Pedro

habrá

de

sido

el

ahora, de ayer,

de

aun a riesgo de que se llame pues entendemos que

haber difamado el palacio

de

Don

Valdivia.

Es el c a s o ,

pues, que

el despojo hecho por el gobernador,,

del oro de los primitivos santiaguinos, tuvo su razón de ser en la

obstinada

mezquindad

de

éstos para prestarle buenamente

un solo tomín de aquel metal,

talvez porque esto de prestar a

los gobernantes, cuando no hay B a n c o s que privilegiar y bonos, que

vender

con

antes ni después

premio, es c o s a que en Chile jamás se viera, de dos

dice un historiador

siglos.

contemporáneo hablando de este empréstito..

le quiso prestar cosa

ninguno

de su caudillo quisieron fiar Rasgo

las

«Y aunque lo procuró mucho,,

vidas,

el oro*

alguna

(l).

«Y los que

confiaban

dice otro no menos maravillado, no le

(2).

peculiarísimo del país cuyo emblema financiero estaba

representado entre los indígenas por dos sobrevivido, la coima

y la yapa,

palabras que les han

y que después un gran hom-

bre de estado que conocía profundamente el carácter nacional, españolizó economía Por

en este grato lema esculpido en una ínfima moneda es

riqueza!

lo demás, era tan

mediocre

el sentimiento de la virtud:

y de la lealtad entre aquellos nuestros padres, que solo se habla de ellos para contar sus recíprocas traiciones. C o m o Francisco Pizarro había traicionado a su socio D i e g o de A l m a g r o y como su hermano G o n z a l o traicionara ahora a su rey, así Antonio de Ulloa, emisario íntimo de Valdivia, le traicionó a su vez.

Cuan-

do el último, a su turno, dejara provisoriamente por su sucesor a

Francisco

la

cabeza a Hoz (3) en homenaje a la lealtad que debía a su.

de Villagra, resultó que al paso que

hacía cortar

0 ) Diego Fernández.—Historia del Perú, parte 1.a, libro 2.0, capítulo 35. (2) Jerón imo de Quíroga.—Compendio histórico de la conquista de Chile. Semanario Erudito de Valladares, í. 23, pág. 171. Sánchez de la Hoz era un aventurero que había logrado llamar la atención en España, donde gasfó en poco íiempo cincuenta mil pesos que llevó del Perú, lo-


G2

BENJAMÍN

poderdante,

él mismo

ma a fin de usurpar que

algún

con

su

al

pueblo.

escribía

cartas de

favorable

buen jesuíta

tristes

para

la

tanco

a Chile

es

dobles a España que era delegado,

le permitiese la memoria

dar

de nobleza

todas las veces me p a r e c e

por la mayor parte

y a

Li-

en c a s o

en el

suelo

de esto lo que hizo

Escobar (1595) estas

ejecutoria

<Verdaderamente,

manos semejantes hazañas, quistó

MACKENNA

el mando

amigo (l), Talvez

estampar cierto

accidente

VICUÑA

palabras

moral

por

de nuestro

que me vienen a las

que esta gente

que

de ella tenía tomado

de las maldades, desafueros, ingratitudes,

conel es-

b a j e z a s y exhor-

bitancias».

que le permitió casarse con una noble y bella dama llamada doña Agionar de Aragón. Provisto de una real cédula que le daba mejor derecho para descubrir en Chile, es conocida la dejación formal de su título que hizo por escritura pública a Valdivia. Mas, encontrándose pobre, y ausente aquel en el Perú, intentó un alzamiento como el de Chinchilla, y lué descubierto en el denuncio hecho en el confesonario al clérigo Lobo por uno de los cómplices. Villagra le encontró en su habitación la bandera que iba a enarbolar (como a Esponda en 1814), y sin más auto, le mandó degollar junto con un tal Romero, que era su confederado. ( l ) El mismo Valdivia no estuvo exento de la fea nota de hacer un papel doble en la guerra de sus antiguos amigos los Pizarro contra el rey, al menos si hemos de atenernos a lo que a propósito de esta misma coyuntura dice de él su contemporáneo, Fernández el Palentino. Refiriendo éste, en efecto, en el capitulo 9 4 de su historia, tan preciosa como rara, la detención que La Gasea impuso a Valdivia, a solicitud de muchos agraviados, «pusieron éstos, dice, ciertos capítulos por escripto y querellas contra Pedro de Valdivia luego que llegó con Pedro de Hinojosa, (su captor por orden de La Gasea) en que le acusaban del oro que había tomado, de personas que había muerto y de la vida que hacía con cierta mujer, y aun de que hñbía sido confederado con Gonzalo Pizarro, y que su salida de Chile habla sido para servir en la rebelión y de otras muchas otras cosas». Tratando del propio asunto en el capítulo 8 5 , el mismo historiador añade esta aseveración: «Y aun quiero decir (y así es) que había recibido cartas de Gonzalo Pizarro, lo cual disimuló Pedro de Valdivia como si nada supiera». Sin embargo, en sus cartas a Carlos V, Valdivia llama só\o¿ hombrezuelo a Gonzalo Pizarro o le traía con otros epítetos denigrantes. Lo más probable es que él fué al Perú a ponerse del lado del más_duerfe.


CAPÍTULO

V

Pedro de Valdivia, fundador Pedro de Valdivia considerado como hombre de guerra y como colonizador.—Su insaciable ambición de conquistas.—Funda a Santiago sólo como un punto de partida. — Motivos verdaderos de la fundación del hospital y de la El verdadero propósito de Valdivia era

Dehesa.—

establecer el centro de su gobierno

en la Araucanía.—Su retrato fisico.—Poca gratitud que le debe Santiago.— Su decidida preferencia por las ciudades del sud.

Considerado en su índole y en su carrera de Pedro

de

Valdivia

es

conquistador,

sin disputa una de las eminencias del

nuevo mundo. C o m o hombre de guerra su talla puede medirse, sin exponerla a desaire, delante de los más grandes capitanes, sin exceptuar Alvarado

y

ni a

a

Hernán Cortés y Benalcazar, ni P e d r o de

Pizarro.

Como

estratégico

y

disciplinario no

tenía ningún rival, y por esto La G a s e a le dijo cuando llegó al Perú

con solo diez

un ejército,

al

caballeros que su presencia

paso

que

el avieso

valía pnra él

Carvajal exclamaba en el

•campo de Xaquixuana observando la disposición de las tropas pacificadoras:

cel diablo o Valdivia anda entre ellos». L o s

Pi-

zarro y el mismo Almagro le rindieron siempre el homenaje de reconocerle c o m o la primera cabeza de sus huestes. M a s , estudiado en su misión de colonizador,

el fundador de

•Santiago desciende hasta confundirse con la mediocridad y aun con

la

quistas,

insensatez. se

le

Arrebatado de su ciega ambición

encuentra

de con-

siempre inquieto, impaciente, versátil,

fundando un pueblo más adelante del

otro sin cuidarse de los


64

BENJAMÍN

que dejaba atrás

VICUÑA

MACKENNA

y aun arruinando

a éstos para conseguir la

prosperidad de los más nuevos. Imprevisor, caprichoso, injusto, llegó

hasta

el

para realizar

crimen y la infidencia, c o m o dejamos c o n t a d o ,

sus miras ambiciosas, fundadas de preferencia en

su propia gloria más que en el bienestar y felicidad de ¡os que le habían confiado su destino. S i P e d r o de Valdivia

hubiera sido solo vulgarmente pruden-

te, habría comenzado, en efecto, por

solidificar sus conquistas

haciendo pie firme en la ciudad que había fundado c o m o c a b e za

de sus dominios,

hacia el mediodía,

y

de esta suerte,

avanzando

lentamente

sin sangre, sin sacrificios de oro y de mu-

c h a s vidas, sin exceptuar la propia habría podido llegar a gloriosa senectud una colonia Pero

su

dejando

organizada. sed

insaciable

achaque común

de

descubrimientos

de

y

conquistas,

de todos los aventureros del nuevo mundo, le

precipitó desde su primera hora en empresas allí vino

temerarias, y de

que para ejecutar lo que habría sido la o b r a

pocos años

desgracias;

una

fundada, si no una nación próspera,

se han necesitado

tres siglos de guerra y

encontrándose todavía incompleta

un error originario

hizo

paciente

colosal y que está

esa empresa

de que

causando todavía

males sin cuento a la república. En

un sentido puramente civil nada tiene, pues, que agrade-

cer la capital de Chile a su fundador, sino su nombre, en cumplimiento de un

voto

militar y supersticioso, y la elección for-

zada y aun prescrita por leyes anteriores que hizo de la hermosa planicie en que hoy se ostenta. En todo lo demás, S a n t i a g o no fué deudora a su primer g o bernador

sino

de violencias,

afrentosos saqueos, c o m o dorados

de

desaires, cadalsos y, por último,

el ya recordado de

los ochenta

mil

C a m a c h o . Lejos de considerar aquel sitio c o m o la

c a b e c e r a de su conquista, c o m o la b a s e siquiera de sus operaciones militares, fué solo para el como

la ciudad, o más bien, la aldea del M a p o c h o batallador

había sido S a n

extremeño una especie de

posada,

Miguel de Piura en el P e r ú para Piza-

rro, donde sus tercios encontrarían alojamiento cuando llegasen de refuerzo, y donde, a costa de sus moradores pacíficos e industriosos,

viniesen

los

turbulentos

soldados

del

mediodía a


65 pasar los meses de forzosa vierno. V e r d a d es c o m o propios jeto

a

que

inacción deníro de cuarteles de in-

que dotó a la ciudad de un

las fierras era

que

destinada,

él

égido dándole

Iiamó la Dehesa,

por el o b -

esto es, la crianza de caballos, y

verdad es también que fundó un pobre hospital en un

arrabal

del pueblo que había delineado, dándole una tierra en

Chada

y un indio de encomienda; pero de estos actos puramente militares y de los que el vulgo ha querido hacer una corona

cívica

a Valdivia, sólo se deduce que jamás se apartaba de su mente el pensamiento capital de

su existencia aventurera:

la

gue-

rra. Quería tener hospitales para daba dehesas para

curar

sus soldados, como fun-

tener caballos en que montarlos, pues en la

conquista de la América

el soldado de infantería figuraba

más

entre el bagaje que en las filas de la gente de pelea. Un c a b a llo valía dos mil pesos y un soldado de a pie podía conseguirse por la mitad de ese valor. P a r a estos mismos hizo un gran cercado en los alrededores de llamó potrero, cuidado de

por

fines

Valdivia

la ciudad,

que se

los potros que echó en su recinto

un albetfar pagado

por

la

bajo el

ciudad, y es

curioso

s a b e r que de allí vino el nombre que se dio después a ¡os c a d o s de nuestros campos, ros

los sitios de

cultivo es

bien que el hecho de llamar

cerpotre-

una lógica fácil de comprender en

nuestro suelo en que hay tantas c o s a s , tantos nombres y tantos hombres

al

revés.

Es

curioso también volver a recordar que

el criar potros era también en esos años una excelsa recomendación para obtener

del

Rey

y

del

Papa

una mitra de pastor

cual la alcanzó González AAarmolejo. El pensamiento y el alma de Valdivia estuvieron siempre más allá del M a p o c h o ,

más

allá de! Maule, más allá

y del Cautín. En sus cartas a C a r l o s V

del B i o b í o

sólo habla del Estre-

c h o de Magallanes (que no hacía mucho fuera descubierlo) c o m o el límite

posible de sus conquistas y de su ambición,

sus hechos confirman que tal era

y todos

su gigantesco sueño. Antonio

de Herrera ( l ) asegura, a la verdad, que fundó a Valdivia c o m o ( l ) Historia general de los hechos de los castellanos decada VIH, libro Vil. Aunque esto es demasiado cierto, creemos que Mr. Burncy, en su célebre Recopilación de viajes y descubrírmenos en la mar del sur, ha llevado demasiado


66 que

BENJAMÍN

allí debía encontrarse

dado su nombre a aquella miras.

VICUÑA

el

MACKENNA

centro

de su reino, y el haber

población descubre sus

orgullosas

M a r i n o de Lovera, que militó a su lado y debió morir

con él, salvándose por un a c a s o de acompañarle a la fatal jornada de Tucapel, se queda algo más atrás porque, dice, (pág. que llegando al valle del Imperial «determinó de edificar

126)

en él una ciudad que fuese cabeza la

ficción

del

de las c a b e z a s de águila,

reino*

y de aquí y de

remedo del Capitolio de

R o m a , resultó su pomposo nombre. L o que él quería, por tanto, no era pobladores pacíficos sino hombres descubrimiento, y por esto no c e s a b a platos de

de

guerra y de

de pedir con estribos y

oro, incautos que le siguieran,

«porque lo demás que

venimos a buscar, decía a C a r l o s V en su tercera carta, c o m o gente no falte, ello s o b r a r á con el despoblaba

a S a n t i a g o para

ayuda de D i o s » . Y por esto

fundar a C o n c e p c i ó n con mayor

número de vecinos y en seguida despojaba a ésta para echar la planta

de la Imperial ( l ) . Tan levantados eran ciertamente sus

pensamientos que el mismo gobernador afirma haber fundado a Villarrica, al pie de los Andes y en un sitio que hasta hoy parece

inaccesible, porque

creyó que allí estaba el

paso del mar

lejos su suspicacia cuando atribuye a Valdivia el propósito de encontrar la boca del estrecho por el lado del Pacifico con el innoble objeto de embarcarse por ese rumbo a España llevándose, como Cambiaso en 1552, todos los tesoros propios u usurpados que pudiese acopiar, con el objeto de comprar en España la posesión definitiva de estos dominios. Burney, Discoveries in the South Sea. — Londres, 1823, vol. l.o Sin embargo, es preciso confesar que el procedimiento empleado con los vecinos de Santiago cuando regresó Valdivia al Perú, da alguna razón de ser a •esta conjetura. ( l ) Hemos dicho que Valdivia fundó a Santiago en 1541 con sesenta vecinos encomenderos, los que después redujo a treinta. Ahora bien, ninguna de las ciudades de arriba lué iundada por él con menor número y sí al contrario las más •con uno superior. Concepción en 1550 con cuarenta vecinos, la Imperial, en marzo de 1551, con ochenta. Valdivia en enero de 1552 con cien y Villarrica en abril con cincuenta. Qué dato para estimar la importancia que atribuía a Santiago su propio fundador! Pidiendo algunas gracias a favor de Santiago su procurador de ciudad se expresaba, a este mismo propósito en 1552 en los términos siguientes: «Ha más Ae doce años que es poblada esta ciudad y en todo este tiempo ha padecido como padecen: y con el favor y socorro de ellos han sido las ciudades de Concepción, Imperial, Valdivia Villarrica y Serena, pobladas y se susíenían.*—(Acta del cabildo, 13 de noviembre de 1552.)


HISTORIA

DE

67

SANTIAGO

Atlántico, que era el límite oriental de sus concesiones reales, y que

los

indios le persuadieron no estaba por ese

rumbo m á s

-distante de cien leguas. L o s propios atributos morales del

conquistador

y hasta

su

complexión física, sanguínea y robusta, están acusando de una manera inequívoca que aquel hombre no había nacido para los ejercicios pacíficos y blandos de los fundadores de pueblos, sino para

la

carrera de aventuras y temeridades a

p a g ó ' el tributo de su sangre.

las que al

fin

«Era hombre de buena estatura

dice uno de sus contemporáneos ( l ) de rostro alegre, de c a b e z a grande

conforme al cuerpo, que se había hecho gordo,

dudo; ancho de pecho, hombre de buen

entendimiento,

espalaunque

de palabras no bien limadas, liberal y hacía mercedes graciosamente. E r a

generoso en todas

sus c o s a s , amigo de andar bien

vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de c o mer y beber bien, afable y humano

(?) con t o d o s » .

O t r o soldado que militó bajo sus banderas nos ha conservado del

conquistador un

-como hay motivo para

retrato análogo y que,

a ser

semejante,

creerlo, debió representar en gran mane-

ra la fisonomía adusta, concentrada y altiva que debemos a la fácil munificencia

de una

ex-reina.

«Su estatura

nos dice el capitán M a r i n o de Lovera y

el

era

mediana,

cuerpo membrudo

y fornido, el rostro alegre y grave; tenía un señorío en su pers o n a y trato que parecía de linaje de príncipes»

(2).

(1) Góngora Marmolejo. (2) Según el capiíán Góngora Marmolejo. Valdivia íenía, sin embargo, dos defectos capitales que acusan al aventurero y al plebeyo. Uno de ellos era que «aborrecía a los hombres nobles» y el otro que era dado al trato ilícito de mujeres, vicio que sus biógrafos describen con palabras tan jenuinamenfe castellanas, que no nos atrevemos a reproducir. Marino de Lovera añade, por su parte, que era un desaforado jugador, y en tan gran escala, que en una ocasión había apostado en una parada catorce mil pesos, jugando con el capitán Machicado. El jesuíta Escobar no se asusta, con todo, de esta apuesta, porque por esos años era corriente en Potosí y otros lugares ajusfar paradas de 2 5 mil y más pesos. En una ocasión (1589) un caballero apostó a ofro en aquella villa un ingenio que valía 4 0 , 0 0 0 pesos delante de la justicia del lugar, el regidor don Pedro Sores de Ulloa. Preciso es, sin embargo, añadir que el regidor se escandalizó de aquella enormidad y sé opuso a que se tirara el dado. Rasgo de heroísmo y de escrúpulo que no se ha visto más tarde •cuando la misma justicia era la que ponía la carpeta y daba sus propios puestos por. paradas perdidas o ganadas...


68

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

O t r a circunstancia, derivada no solo del carácter sino de l a s providencias- de gobierno, que pone en evidencia la poca afición que Valdivia tuvo por índole y sistema al valle del M a p o c h o e s la de que no residió en él sino forzado y casi como

un cau-

tivo. Verdad es que pasó o c h o de los catorce años de su g o bierno falta

al pie del S a n t a Lucía,

pero fué

tan

sólo porque su

de recursos y la necesidad de procurárselos acumulando-

o r o le forzó a ello; y esto es P e r ú , cuando Gasea

tan

cierto, que a

su regreso del

vino provisto de gobernador propietario por L a estuvo escarbando la tierra de impaciencia p o r

(1548)

continuar su ruta al sud con los soldados que había traído de refresco. Y aunque le derribó el caballo en esta ocasión,

que-

brándole una pierna, accidente que le puso a dos dedos de su tumba,

no fué todavía dueño de enfrenar su

ansia

y se hizo

llevar hasta el B i o b í o en una litera, a hombros de indios. de entonces sólo en una ocasión

vino

a

estos valles,

Desy

fué

únicamente para s a c a r nuevas levas de reclutas y enviar oro al Perú para que le trajeran otros. En sus

propios

asuntos personales

y domésticos no menos

que en sus negocios de Estado descubre Valdivia la poca

afi-

ción a la ciudad que ha levantado monumentos a su memoria, porque, aun a nombre

de

diferencia de Francisco Pizarro, que

un

blasón de sus armas, (marqués dor o

de los

Afacillos),

de Chile solicitó el título de marqués

tras

eligió a Quillota (Cancanicagua)

granjerias, y aclaró

raíso para su taria al

eligió

el

distrito vecino de Lima para inscribirlo en et el conquista-

de Arauco;

y mien-

para tener sus haciendas

un sitio en la playa b o s c o s a de V a l p a -

recreo, en S a n t i a g o sólo reservó una chácara soli-

otro lado del M a p o c h o . Hasta

las propias c a s a s que

edificó para su morada en nuestra plaza pública las vendió por especulación a los tesoreros del Rey, según en otra parte contamos, y esto ahorra toda ociosa discusión. S u casa de C o n c e p ción fué al contrario muy lucida, allí se instaló con su familia, celebrando en sus aposentos en 1553 con pompa inusitada el matrimonio de su propia cuñada, doña Catalina

de G a e t e , con un

caballero llamado don Lorenzo S u á r e z de Figueroa. De Ilagra

esta misma c a s a , dicen los historiadores, que cuando Videsamparó

a

Concepción

p o c o s meses después de la


HISTORIA

DE

69

SANTIAGO

muerte de Valdivia, quedaron en ella «hechas las camas y colg a d a s las tapicerías»,

lo

que demuestra que

<Ie lujo, c o m o la de S a n t i a g o había sido

era una mansión

sólo

una

residencia

mezquina y provisoria. L o s méritos de Valdivia c o m o fundador están, pues, muy a b a j o •del nivel de

su fama merecida de soldado; y si bien es cierto

que le causara un g o c e intenso el oir, c o m o cuenta la tradición, «1 llanto de los niños

criollos que habían nacido en Chile,

.si es más cierto que amó su propia gloria

y

vinculada a la gloria

de nuestro suelo, ( l ) nosotros, escribiendo c o m o nos cumple en •esta vez, .actos

sólo una historia local, hemos tenido que apreciar sus

para dejar evidenciado c ó m o fué que esta colonia, en la

•que el a c a s o había Ja

acumulado tantos elementos de prosperidad.

blandura del clima, la

fertilidad de la

tierra,

la

pureza de

J o s aires, la abundancia de la gente, la excelencia de las aguas y de los arbolados, la incomparable regularidad de las estaciones,

estuvo condenada a vegetar miserablemente b a j o la mano

<de su fundador, y c ó m o parecido

fué, así mismo, que después

éste, arrastró todavía una

medio siglo, sin poder levantarse condición

de

una

vida lánguida

en tan dilatado

de desa-

por más

de

tiempo de la

aldea inferior en mucho a las que

hoy se

•encuentran a cada paso a lo largo de nuestras sendas públicas •o en los recodos de nuestros fértiles valles (2), Bien que entonces, cuando S a n t i a g o comenzó a ostentarse con J a s • galas de

una ciudad

mediana, un terremoto cual no se re-

(1) Pérez García.—Historia de Chile, M. S. En una de sus cartas a Carlos V, decía Valdivia con varonil franqueza, que •aunque tuviera un millón de ducados, no compraría un palmo de fierra en E s paña, pues solo pedia que se le concedieran reales mercedes en Chile «para que j e ellas gocen mis herederos y quede memoria de mí y de ellos para adelante.» Noble ambición, que fué cumplida por la espada y el martirio, y a la que no defraudamos aquí sino lo que ha tenido de postizo! (2) En el libro becerro ha quedado consignado cfro dato sobre la mala volunt a d de Valdivia para con Santiago, o por lo menos, de su preferencia decidida por las ciudades que había fundado ultra Maule. Habiendo solicitado en efecto «1 procurador de ciudad de aquella, Francisco Miiñez, el 9 de noviembre de 1552 que se le adjudicase por límite meridional a la ciudad de Santiago, a fin de que tuviesen sus vecinos mayor número de indios de encomiendas, el río Ifaía «por ser la primera (decía el pedimento) que se fundó y estar los vecinos de ella tan •adeudados y con tan poca fierra», se negó a otorgarlo redondamente el gobernador.


70 cuerda

BENJAMÍN

otro en

VICUÑA

MACKENNA

América, la postró en un solo

minuto

por ef

suelo toda entera, El nombre fatídico de la colina a cuyo pie se había edificado* correspondió a sus destinos, y la ciudad del Huelen fué duranted o s siglos la ciudad del dolor.


CAPÍTULO

VI

La colonia Primeros progresos de la colonia.—El clima de Sanfiago según Valdivia.—Repártese en chácaras el valle del Mapocho.— Cuidadosa distribución de las aguas. —Propagación d é l o s animales domésticos.—Castigos terribles de los que les hicieran daño.—Enorme precio de los caballos.— Primera rifa autorizada en Santiago.—Permítese la crianza de cabras en los solares de la ciudad, y se les expulsa.'—Peste de la caracha.—Ordenanzas

de Valladolid y primeros acuer-

dos locales del cabildo de Santiago.-—Numerario.—Multas y prohibiciones.— Conservación de los bosques. — Maderas Sanfiago.—Los primeros

que

sirvieron a la construcción de

molinos.—Idilio de Pérez García sobre el regocijo

de Valdivia al notar los progresos de Sanfiago.—Precios fabulosos de los primeros artículos de consumo.-—Primeros buques que vienen a la colonia.—Tiranía con que se reglamenta el comercio.—Origen del

«regateo».—Aranceles

municipales de los gremios.—Origen del tríanguez o mercado

público.—Por

qué se dice todavía «dar plata para la plaza».—Aspecto de la aldea primitiva. — L a iglesia parroquial.—Hermifas

del ^Socorro y de Santa Lucía.— Primeras

medidas de policía de aseo.—Acequias

inferiores.—Diferentes cafegorías de

pobladores.—Encomenderos, vecinos y moradores.—Vida

diaria.—La

queda.—

S e prohibe dormir fuera de la ciudad bajo pena de la vida.— Excesiva pobreza de los habitantes durante los primeros veinte años.—Curiosos arbitrios de que se vale el cabildo para mandar hacer una puerta y escaños, para su u s o . — Expedientes para conservar el único herrero que había en la colonia.—Cómo y con qué se pagaban los empleados de la ciudad.—Llega a Santiago la noticia de la muerte de Valdivia.

S i bien fué obstáculo poderoso al desarrollo rápido de la c o lonia del M a p o c h o el carácter duro y belicoso de su fundador, era

de suyo

tan generoso su suelo, tan templado y fecundante

su clima, que por sí solo el terrazgo que labraban los conquista-


72

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

dores con su sangre y sudor b a s t a b a a almuerzas

de

con esmero en del

su sustento ( l ) . L a s dos

trigo que escaparon al asalto de 1541, sembradas los

solares del pueblo, produjeron en el verano

año subsiguiente no

menos

de

doce {anegas. No tuvieron

menos rápida y copiosa distribución los p o c o s animales domésticos

que con infinito cuidado había

traído desde el

Cuzco a

lomo de caballo el Adelantado. P o r su orden también, y medido por el alarife

comenzóse a

distribuir a los vecinos todo el valle irrigado del M a p o c h o ,

que

comprendía entonces según parece la jurisdicción de Nuñoa, es

sin duda por esto que en esa

y

dirección existen todavía las

más antiguas heredades rústicas del país (2). D á b a s e el nombre de chácaras

a esas pertenencias, porque tal era el nombre que

tenían los lotes de cultivo de los indios del C u z c o , de una palabra quichua

que, según dijimos, quiere

decir heredad o patri-

monio de labranza. L a s primeras c h á c a r a s de S a n t i a g o un frente o cabezada

de siete u o c h o cuadras s o b r e el

un fondo proporcionado a la distribución de ciento ciento

cincuenta

lotes en que

tenían río y

cuarenta o

se dividió toda la campiña sus-

ceptible de aprovechamiento. C o m o la riqueza de

estos fundos dependía sólo del goce

la agua, por la ardentía del

dima_, establecióse

estrictez su reparto equitativo mediante reglas y turnos que el

cabildo

1551 a

dio

al alarife. P o r un acuerdo del 2 2 de Diciembre de

aquella corporación impuso multas de tres

todo

de

con la mayor

pesos de oro

el que atajase las aguas en su curso para aprovechar-

las a escondidas en su heredad (3). S e permitía también el sembradío dentro de los solares de

de hortalizas y legumbres

las c a s a s , que por lo común estaban

vacíos, siendo tan reducido el número de los pobladores, y sólo (1) «Tiene esta fierra cuatro meses de invierno, no más, que en ellos, sino es cuando hace cuarto de luna que llueve un dia o dos, todos los demás hacen tan lindos soles que no hay para que llegarse al luego. El verano es tan templado y corren fan deleitosos aires, que todo el día se puede el hombre andar al sol, que no le es importuno».—(Primera carta de Valdivia a Carlos V.) (2) La medida aplicada por el alarife, eran 125 a 130 varas de frente, siendo cada una de estas varas de 2 5 pies castellanos. (3) El agua se distribuía por bateas en lugar de regadores. En 1577 (junio 2 5 ) entre 2 6 vecinos que tenían chácaras disponían de 1453 bateas, fodas, por supuesto, de la escasa agua del Mapocho.


HISTOKIA

cuando

ya

la aldea

ayuntamiento y

otras

legumbres

incremento

contaba ocho

prohibir

73

D E SANTIAGO

a ñ o s de existencia

la plantación

en el recinto de la ciudad, para

de las chácaras

sub-urbanas

C o m o era entonces costumbre cosechas

principal dispuso piensos

de

forraje

los hurtos de

en todo gobierno

que cuando no focasen

los los

cincuenta azotes para por a

lo común

los infelices

y del daño

las bestias

aborígenes,

agraviado

de cien para

d o b l a d a s todas como

debía pagar seis p e s o s

comunal,

se

proteger Como

del

el

maíz, se

fuesen a traer

los

bajo

de

la pena

el negro,

las penas

para manifestar

ellos.

el

para

tierna

o mazorcas,

el indio y

se aplicaban

fomentar

de animales.

la c a ñ a

indios o los negros choclos

había seres más infelices que español

era

el

maíz

(l).

e s t a b l e c i e r o n reglas, a falta de cierros y deslindes, las

acordó

de los fréjoles, papas,

S i el que hacía

a

al

que

impuestas éstos

que

el daño

era

a la ciudad y a b o n a r

aquel

al

(2).

(1) Acuerdo del 13 de octubre de 1 5 4 8 . (2) Art. 4 0 de la Ordenanza dictada para Santiago por Carlos V a requisición de Jerónimo de Alderete en Valiadolid el 10 de mayo de 1554. Este curioso documento, del que existía una copia entre los papeles de don Judas Tadeo Reyes, ha sido publicado íntegramente por Gay en el f. 2.o, pág. 187 de sus Documentos históricos. Como una muestra de los primeros reglamentos que la ciudad dictó para su policía, copiamos en seguida un acuerdo del cabildo, que sólo es cuatro años posterior, a su lundación, y dice así: «En la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, lunes, cinco días del mes de enero de 1 5 4 5 años, en las casas del muy magnífico Pedro de Valdivia, electo gobernador, se juntaron a cabildo y ayuntamiento, conviene a saber, el dicho señor G o bernador, y los magníficos y muy nobles señores Francisco de Aguirre y Pedro Alonso, Alcaldes ordinarios y Juan Gómez, alguacil mayor, Juan Dávalos Jufré e Juan Fernández Alderete y Salvador de la Moníoya e Jerónimo de Alderete e G a briel de la Cruz, Regidores, e así juntos por ante mí Luis de Caríajena, escribano de este ayuntamiento acordaron y mandaron los dichos señores que se guarden y apregonen las ordenanzas siguientes: Que ninguna persona eche su caballo o caballos a pacer sin los poner guarda; e que ninguna persona tome caballo ni yegua de otro español que ande paciendo, sin licencia de su dueño, so pena de diez pesos de oro para los propios de esta ciudad, y que se le pueda pedir dicho caballo por el de hurto y que esté diez días en la cárcel.—Otro sí que ningún vecino ni morador de esta ciudad mande hacer ni haga adobes, dentro de su solar sino estuviere cercado. Y no lo haga en parte alguna sino luere adonde está señalado por el alarife P e dro de Gamboa, e silo hiciese en otra parte en solar ajeno, que sea obligado a los arrar con tierra y no con estiércol ni con paja. Y que pague de pena por cada vez que lo tomasen haciendo los tales adobes, sino luere donde lo está mandado y señalado, fres pesos de oro para los propios de esta ciudad y perdidos :os adobes para la iglesia mayor de esta ciudad.—Otro sí, que ningún español ni otra persona, entre ni mande entrar en solar ajeno ni en la chácara ni en huerta que


74

BENJAMÍN

En los

VICUÑA

MACKENNA

primeros años del asiento

también mantener

los

de la colonia se permitía

e s c a s o s ganados dentro de los solares,

donde, por lo "menos, se les recogía de

noche

de la vega del

río o de otros terrenos que los vecinos disfrutaban en común. A n dando el tiempo se

prohibió; sin

embargo, este sistema y

lo

único que se consentía a los pobladores era que tuviesen a lomas seis c a b r a s en sus solares para aprovechar su leche, hasta que surgiendo muchos disgustos por los males que hacían a q u e llos animales sueltos en los c e r c a d o s se les mandó recinto ( l ) . Rigió sólo la excepción para las /lamas de la tierra» (chilihueques

echar

decían los indios) que llevasen a l o s

vecinos el pasto para sus cabalgaduras y también el sebo, la ordenanza de

1554,

del

o «carnerosdice

que talvez emplearían en el alumbrado

de sus habitaciones. L a multa para el que faltase a estas disposiciones era de dos tomines de oro, porque es preciso advertir que en esos años no~corría moneda alguna sellada, en cuya virtud los pagos se hacían c o m o hoy en billetes de B a n c o ,

que

algunas veces por escasez de papel eran escritos en cueros de carnero, s o pena de que el que no concediese crédito tenía que llevar consigo las balanzas de pesar en el bolsillo (2). Para

el incremento de los animales útiles y especialmente de

oíro fenga sembrada para fruta ni hortaliza ni otra cosa alguna, sin tener primero licencia de sú dueño, so pena que el que lo contrario hiciese, cargue en pena de éstos, d i z días en la cárcel y de seis pesos de oro para la obra de la iglesia mayor de esfa ciudad; e si fuere esclavo o Anacona el que entrase o se probase, les sean dados cien asofes por las calles acostumbradas de esfa ciudad como a público ladrón. — Oíro si, que todas las p rsonas que tuviesen medidas, así varas de medida como medias ¡anegas y celemines y todas las demás medidas, que las traigan a sellar para ante los señores Francisco de Aguirre, Alcalde y Gabriel de la Cruz, Regidor, so pena que si dentro de un mes próximo siguiente no las trajesen, paguen de pena 5 0 pesos de oro para los progresos de esfa ciudad y que les mandarán que vean las medidas que.no se ¡halaren selladas y darlas por falsas, y se pondrán en la picota de esfa ciudad. Y de como lo acordaron, ordenaron y mandaron los dichos señores, lo firmaron de sus nombres.—Pedro de Valdivia.— Juan Fernández Alderele.—Juan Dávalos Jufré.—Francisco de Aguirre.—Juan Gómez.—Jerónimo Alderele.—Salvador de Monloya.—Gabriel de la Cruz.—Pasó ante mí Luis de Car/ajena'. (1) Acuerdo del 27 de enero de 1557. (2) La moneda más ínfima usada era el íomín de oro, y generalmente, se hablaba de castellanos que entonces valdrían fres pesos de nuestra actual moneda cada uno. El peso de oro valía 16 reales, esto es, dos pesos de nuestra moneda y el ducado algo como cinco reales. Preciso es advertir que el precio del oro en aquellas épocas, era muy superior al valor inírínsico y comercial que hoy tiene.


HISTORIA DE

75

SANTIAGO

los caballos, hemos dicho que se formó un potrero, y se nomb r ó un albeitar. A p o c o , los chacareros

comenzaron a usar mar-

c a s de fuego y a registrarlas en el libro del cabildo, donde todavía se conserva su

tosca

estampa en más de una de sus

pá-

ginas. Establecióse además en el cascajal del río y en el sitio según parece que hoy

día es nuestro principal mercado un re-

cinto c e r c a d o que se llamó corral ban los a

sus

del consejo

( l ) ; allí se lleva-

animales aparecidos o dañinos para imponerles multas dueños o

venderlos en pública subasta cuando no

los

tenían. L a pena del daño en un c e r c a d o ajeno era un tomín de oro

por cabeza, si aquel se ejecutaba de

día

y dos si era de

noche. P a r a el cómputo se equiparaban cinco animales menores a uno mayor, y la prueba requerida se

valorizaba por testigos

equivaliendo dos negros a un español, y tres indios a dos negros (2). C o n estos prolijos cuidados de los que era ájente celoso el ayuntamiento, creció de tal modo el capital agrícola de los p o bladores que en 1545 ya se contaban en la D e h e s a de la ciudad cincuenta yeguas de

vientre; se esperaba

para el mes de

diciembre una c o s e c h a de diez o doce mil fanegas de trigo, y de maíz «sin número», según tas de Valdivia. D e los

las palabras de una de las car-

puercos, decía también, el último con

(1) Por acuerdo del 19 de octubre de 1556, el cabildo dispuso que el próximo día de San Andrés, se hiciese un rodeo en la plaza pública para contar los animales, examinar sus marcas, etc. Algunos años más tarde ( 1 5 6 8 ) el cabildo planteó de su cuenta una vaquería en la estancia de Pudahuel. (2) Ordenanza citada de Valladolid, art. 4 1 . Por una ordenanza de 5 de enero de 1553 se estableció la bárbara pena de cortar la mano, al indio u anacona que apedrease o flechase una yegua, medida atroz que sólo se comprende en vista del enorme valor de los caballos. Juzgúese de éste al tenor de un permiso otorgado por el cabildo el 7 de abril de 1553 al capitán Gaspar de Orense para rilar públicamente un potro, una yegua, un macho y una muía en tres mil pesos, siendo esta la primera rifa autorizada por el cabildo de Santiago. Años más farde vemos registrada en los libros de cabildo una pena, si bien más leve, no menos característica de la dureza de los conquistadores: tal era la de trasquilar a los carreteros que atravesasen la ciudad sin ir delante de los bueyes (Acuerdo del 6 de setiembre de 1566). Debe tenerse entendido que esta era una pena muy rigorosa, porque entre los indígenas como entre los chinos, era cosa de gran afrenta cortarles-el chape o trenza. Hoy mismo llevan ésta todavía algunos campesinos en las haciendas remofas, y es signo de consideración. Es un hombre de chape dicen por un hombre de respeto.


76

BENJAMÍN

evidente doce

VICUÑA

exageración, que

mil, por

manera

MACKENNA

en esa época llegaban ya a diez o

que se

habían

granos del trigo; y de las gallinas

reproducido c o m o

los

asegura que eran abundan-

íes «como la y e r b a » , todo lo que está demostrado que la lengua del conquistador no se quedaba corta. T o d a s estas

precauciones no impidieron,

sin

embargo,

peste desgraciada que el libro de cabildo llama

una

carac/?a._cuya

crudeza extinguió en 1549 toda la cría de ovejas que

existía a

la sazón en la colonia ( l ) . C o m o del agua

de las sementeras y

de la

propagación de

las bestias, cuidaba también el ayuntamiento de los bosques, y aun cuando la planta de c h a s leguas a tenaz

al hacha,

troncos no ha

la ciudad estuviese rodeada por mu-

la redonda de un que

espeso monte de espino (tan

la tradición cuenta se veían todavía sus

un siglo en el

recinto de la

plaza),

impúsose

multa severísima al que corlase sin licencia y al que teniéndola no dejase el retoño de horca

y pendón

que disponían

las orde-

nanzas españolas. L a multa por cada pie de árbol así derribado

era de dos pesos de

notarse que

oro (2).

hasta los vecinos más

Y s o b r e esto ilustres

es digno de

y opulentos, c o m o

J u a n J o f r é y el mismo R o d r i g o de Q u i r o g a , tenían que recurrir por permiso escrito al ayuntamiento

cada vez que necesitaban

enviar al bosque a cortar maderas de construcción (3). L a abundancia

de las

c o s e c h a s dio en

breve fomento a la

industria de los molinos de trigo, pues este cereal se molía s o (1) El procurador de ciudad, Gonzalo de los Ríos, solicitó del cabildo por petición fecha 27 de enero de 1550, que se mandase matar una que otra oveja que hubiese quedado viva, para impedir la propagación del contagio. (2) Acuerdo del l.o de julio de 1549. (3) Uno de estos permisos concedidos a Pedro de Miranda, Rodrigo de Quiroga y Alonso Escobar, consta del acta del cabildo de 23 de noviembre de 1551. Parece que el primer bosque de que se echó mano para edificar a Santiago fué del de la Dehesa, donde existían árboles seculares muy corpulentos y especialmente canelos que crecían en e! río y se empleaban exclusivamente para vigas. Carvallo habla de un monte del valle de Maipo que al tiempo de la entrada de Valdivia pertenecía al cacique Millacura; pero creemos que se referirá a las inmensas selvas de San Francisco del Monle que sirvieron para redificar a Sanfiago en el siglo XVII. Dícese también por tradición que la enorme viga que sostiene el arco toral del presbiterio de San Francisco, fué extraído de un árbol que crecía en la Granja de los padres (hoy Alameda de los Monos) pero nos parece esto infundado, pues esos terrenos iueron siempre eriazos como todo el llano de Maipo que comenzaba entonces en la barranca sur de la Cañada. Más exacto nos parece que


HISTORIA

lo a usanza de

DE

77

SANTIAGO

los indios, entre dos piedras gordas y a fuerza

de brazos, c o m o algunos lo ejecutan todavía en nuestros

cam-

pos para tostar harina. Hízose la primera concesión, según dijimos, el 2 2 de agosto de 1548 ga y se le señaló sitio en

al capitán R o d r i g o de Q u i r o -

la extremidad del S a n t a

c a e sobre la Alameda, y no por cierto en la cumbre

Lucía, que de esta c o -

lina, c o m o lo hace decir absurdamente al sabio G a y el pedantesco e insufrible compilador de sus apuntes, que de esta suerte los malogró lastimosamente para la historia,

desparramándolos

en seis volúmenes, como preciosas semillas entre arenas muertas e infecundas ( l ) . P r e c i s o es también advertir que, según lo declara el mismo señor G a y , su política de

historia solo se ocupa de la parte

la colonia, por manera que_ la mayor parte de los

datos estadísticos, sociales

o puramente

domésticos r e c o g i d o s

por aquel investigador se conservan todavía inéditos. P o r esa misma época se hizo otra merced a Bartolomé Flores en el sitio Valdivia

que dijimos; y con fecha 2 2 de junio de

permitió al rico vecino J u a n

1553,

Dávaios Jufré, o Jofré,

aprovechase el caudal de la acequia de su c h á c a r a de S a n Cristóbal para poner otras dos máquinas. (2) Y es digno de notarse que

ya en esa

sazón corrían no

menos de

tres acequias,

c o m o antes referimos, por la falda de ese cerro, lo que prueba la industria de los vecinos, o lo que nos parece más exacto, ¡a de los habitantes indígenas de! valle que habían aprendido aquel se trajera de la Granja o convento de San Francisco que los Irailes tenían y conservan en la que es hoy día la aldea de! Aioníe o de otra que conservan en la vecindad de la hacienda del Peral. Según Marino de Lovera, o más propiamente su comentador el jesuíta Escobar, que escribió en 1595, las maderas del Maule se emplearon en los edificios de Santiago desde los primeros años de la conquista. «Entre otras cosas, dice, (pág. 49) que ayudaron a edificar brevemente esta ciudad, no fué la de menos comodidad la abundancia de maderas del valie que está en la ribera del gran río AAaule, donde hay robles de que hacer navios». (1) Gay, f. l.o, pág. 200. (2) Es curiosa la ceremonia de toma de posesión que hizo Jufré y que consta del acta del cabildo de 15 de septiembre de 1553. «Y el dicho capitán Jufré, dice, se anduvo paseando por dicha fierra, íomando e continuando la dicha posesión, y en señal d; ello, cortó árboles y ramas y echó piedras en dicha acequia, y mandó a los dichos señores del cabildo que presentes estaban que salieran de las dichas tierras». Los abusos de los primeros molineros debieron ser tan excesivos como lo han sido los de ios últimos, pues la ordenanza de Valladolid ya citada de 1554 consagra una buena parte de sus disposiciones o reglamentar esa industria. Según ella (arf. 3 0 ) , el trigo debía recibirse y entregarse en romana y el que no tuviese ésta,


78

BENJAMÍN

TICUNA

MACKENNA

arfe de los hijos de los Incas, sus señores feudatarios y sus primeros maestros en las artes de la civilización. Tal era el estado de la colonia en los días de Valdivia, y al llegar a esta parte no queremos defraudar a

nuestros

lectores

de la candorosa aunque desaliñada pintura que hace de historiador del siglo

pasado (Pérez

García),

imprimirle mayor animación la é p o c a g r e s a b a del Perú en

ella un

que escogió para

en que el gobernador re-

1549.

«Colmado fué el gusto de don P e d r o de Valdivia, dice, ver que en los solares de sus españoles no hubiesen otras hortalizas y frutas que las traídas de Europa, en cumplimiento de la prohibición de que se sembrasen llos, que solo debían

cultivar

maíz, fréjoles, papas y zapa-

los indios c o m o

país. S a b o r e ó s e con el rico pan de trigo,

frutos

de

su

comprado a dos pe-

s o s la fanega. P a l a d e ó s e con el generoso vino que ya daban las viñas en Chile. D i o buenos piensos de c e b a d a

a sus caballos,

viendo vender a doce reales la fanega. Llenó su regocijo de ver las campiñas que él halló desiertas cubiertas de animales, siendo alegre el país para la vista el

bramido del

borrico,

buey, el

y dulce la melodía para los oídos; relincho del caballo, el rebuzno

del

el berrido de la c a b r a , el valido de la oveja, el gruñido

del cerdo, el miau

del gato, el ladrido

del perro y el salto del

c o n e j o . M i r ó , en fin, llenas las c a s a s de europeas aves que le gustaban, más que sus s a b r o s a s carnes, sus c a c a r e o s ,

arrullos y

graznidos. M a s lo que le llenaba más el contento entre tantos gustos, era ver muchachos y llorar niños, hijos de sus españoles, saliendo de sí

donde los veía, haciéndoles

casados estremo-

s a s caricias, c o m o que los creía seminario perpetuo de españoles que aseguraban su conquista». C o m o la pequeña colonia

del M a p o c h o creciera en produc-

ción y la fama de su oro, ponderada por la maña de Valdivia,

debía pagar 50 pesos de multa. La maquila consistiría únicamente en almud y medio por fanega o su equivalente en oro (art, 3 1 ) . La disposición 32.a estaba concebida en estos curiosos términos: «Ordenamos y mandamos que de aquí adelante ningún molinero sea osado de tener ni tenga en los tales molinos ni en sus circuitos y distritos, gallinas, ni patos, ni puercos*. Este delito se castigaba con tan severas penas que a la tercera infracción se suspendía al molinero el ejercicio de su industria. La razón que daba Carlos V para esa severidad, era la' de que las gallinas picaban los costales y derramaban el trigo...


HISTORIA

DE

79

SANTIAGO

•cundiera en el Perú, comenzaron a venir de aquella c o s t a ávidos mercaderes esperanzados en cuadruplicar su fortuna, lo que n o era difícil conseguir, Chile cuatro

tantos

pues los objetos más usuales valían en

más de lo que en el Perú. D e esta suerte no

podía comprarse una camisa en menos de veinte pesos, un par de .zapatos (borceguíes)

por otro tanto, mientras que la a r r o b a de

vino se p a g a b a hasta en setenta pesos ( l ) . El mercado de Santiag o iba, pues, a ser un pequeño California

para

los navieros del

Pacífico. El primer buque que vino a nuestras

costas después de la en-

trada de Valdivia fué despachado de Lima por un aventurero

si-

ciliano llamado

en

Juan

Alberto, quien encontró a

los colonos

tanta miseria, que parecían salvajes, pues era entre ellos un

lujo

•andar vestidos con cotas de cuero. S u c e d í a esto dos años

des-

pués del asiento de la ciudad, y por consiguiente

los

provechos

del especulador debieron ser considerables. L a segunda y no menos oportuna remesa llegó en setiembre de 1543 en un b a r c o que, a fuerza de empeños y de fianzas, logró hacer d e s d e el «puerto de

Arequipa»

despachar M o n r o y

(Islay, probablemente) a un

comerciante llamado L u c a s Martínez de V e g a z o ,

rico

vecino de aque-

lla ciudad, y cuyo valor, especialmente en ropa y armas,

importa-

ba más de sesenta mil pesos. El tercer navio que ancló en Valparaíso llegó en julio de 1544 y era mandado por el noble y c a b a lleresco jenovés J u a n Bautista Pastene, sinteresado

el amigo más fiel y de-

de Valdivia. Antes que él vino

una expedición

aventureros que naufragó por impericia del práctico ta del norte,

pereciendo todos

los

tripulantes

a

de

en una calemanos de

los

indios (2). Aquel primitivo comercio estaba, sin embargo, sujeto a corta- . (1) Acta del cabildo de 14 de diciembre de 1547.—En los primeros años el vino fué fan escaso, que en 1555 se mandaron comprar por el cabildo las uvas de los parrones particulares para hacer dos botijas de vino que sirvieran a la celebración de la misa (acuerdo del 9 de marzo de 1555). Poco después el vino se hizo nuestro primer artículo de exportación durante todo el siglo XVI. (2) A un negro que venía entre los náu Vagos, a quien al principio los indios respetaron, maravillados de su extraña complexión, le mataron también cuando se persuadieron, después de haberle lavado con agua hirviendo y corontas de maíz, que su color era natural. Entre el valle de Quilimarí y el de Chuapa, hay una hoya p o unda que cae sobre el mar y que se denomina todavía la quebrada del negro, circunstancia que induciría a creer había sido en esas vecindades el sitio del naufragior


80

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

pisas tan absurdas y brutales, que hace suponer, o que los que l o ejercitabrn eran avezados malhechores o que nuestros mayores tuvieron las mismas opiniones económicas que todavía reinan sus hijos. Nadie, por ejemplo, era dueño de comprar

un

entre carga-

mento o parte de él sin que el buque en que venía despachado estuviera anclado en el puerto, so p : n a

de perder la tercera

parte

de su propiedad ( l ) . P o r otra parte, si un mercader compraba un mismo artículo de tres diferentes manos, constituía esío un c o n a t o de monopolio que se castigaba con la pérdida (2).

Pero

esto

era comparativamente

de la mercadería

benigno

con

ción que tenía todo mercader al menudeo [regatón)

la

obliga-

de poner su

mercadería en exhibición y venta forzosa durante nueve días, siendo arbitrario a cualquier otro del gremio el comprarla por el mismo precio que él había pagado, con tal únicamente que no fuera para su uso particular y sí para el del público. Quería alejarse de esta suerte todo peligro del estanco de los les, c o m o el jabón, la cera y «las c o s a s

menesteres más usua-

de comer y beber»

(3),

dice Ja Ordenanza de Valladolid; pero no se hechaba de ver que con todos esos gravámenes se hacía el comercio imposible, o por sus riesgos, los que traficaban en él doblaban sus precios y provechos. Fuera de esto, los regatones

debían tener a las puertas de

sus tiendas sus aranceles

por el escribano con

cios de venta.

Y

era

firmados

el empeño por

mantener

los pre-

el arancel del

mercader y el afán de hacerlo bajar, lo que dio origen a ese rioso y eterno diálogo de nuestros portales que se llama

cu-

regatear,

arte en el que se señalan de continuo labios cantados de poetas, no menos que las grandes damas que llegan arrastrando sedas y porfían una hora por un cuartillo en vara del propio lienzo que tiran después dentro de su espléndido e q u i p a j e . . . P e r o , en fin, s e deja ya ver que esto no es de hoy, sino costumbre

histórica y

(1) Ordenanza ciíada, arí. 53. (2) Id: arí. 5 1 . (3) Además se reservaba el cabildo el derecho de ccnlar y poner precio a los aríículos de consumo cuando encarecían demasiado, cuya operación económica se llamaba hacer caía y lasa. En los libros de cabildo hay consíancia de un caso de esta naturaleza, ocurrido en 1567 (marzo 11) a consecuencia de haber encarecido la zarzaparrilla, el aceite, jabón y cera, artículo el último tan indispensable y de tanto consumo en los fres siglos de la colonia por altares, procesiones, etc., como lo es, por ejemplo, el papel de imprenta en la actualidad.


HISTORIA

DE

81

SANTIAGO

chilena, y digo lo último, porque una señora amiga mía, a quien se le ocurrió

regatear

en las tiendas de París, le pusieron tan

mal ceño por el insulto, que quedó para siempre curada de su achaque O t r o tanto sucedía en los gremios encargados de las pequeñas industrias urbanas. C o n frecuencia el cabildo no solo, según dijimos, hacía cata

y tasa

de los víveres y alimentos, inventarian-

do y poniendo precio fijo a cada cosa, sino que asignaba la tarifa de cada profesión y de cada artículo. Un sastre, a virtud de esto, no podía pedir, bajo la pena de cien pesos de oro, más de tres pesos por la hechura de una capa

llana, otro tanto por

una gorra de terciopelo, cuatro pesos por una saya (basquina)

de

mujer, dos pesos por un manto e igual suma, si la saya o el s a yo eran para niños menores de diez con los herreros, los espaderos

años. O t r o

y los zapateros,

tanto

sucedía

que eran

los

otros tres gremios oficialmente reconocidos. Un juego de herraduras valía tres pesos, cien clavos veinte reales, una hoz

(echo-

na) doce reales y un azadón con mango cinco pesos. El aderezo 1" de una espada costaba seis pesos, y dar filo a un cuchillo o un par de tijeras cuatro reales, y otro tanto la hechura de un par de zapatos para niños, o el doble si el zapatero suministraba el cuero. L o s zapatos de hombres en la misma proporción

costaban

el doble ( l ) . P r e c i s o es además advertir que estos precios iban bajando

gradualmente, al punto de que en el arancel de 2 2 de

noviembre de 1 5 5 2 , cuatro años posterior a aquel,

encontramos

algunos de estos precios reducidos casi a la mitad. En este último es digno de observarse que los cerrojos de las puertas de calle valían hasta seis pesos, precio que entonces no se considerado

exorbitante

habría

si se hubiese previsto que todavía en

ciertas c a s a s se conservaría su uso, trasmitido el utensilio de inventario en inventario, al través de diez y siete testamentarías

o

generaciones... L a s medidas subalternas de higiene, policía y orden

económi-

c o de la población y de las c a s a s corría parejas con este sistema que había dejado de ser español para convertirse en jenuinamente chileno, y a tal punto, que parecería originaria de su suelo: tan (1) Arancel de 2 2 de febrero de 1548.


82

BENJAMÍN

profundamente arraigado

VICUÑA

MACKENNA

está en las entrañas de la tradición de

las familias y del p u e b l o ! — E l

español era el señor y legislaba.

AI indio se le azotaba por una mirada, por una palabra siniestra por una sospecha.

Al negro, que políticamente era inferior al

indio, se le quemaba vivo o se le sometía a un suplicio más bárb a r o y casi increíble ( l ) . Sin embargo, en beneficio indirecto del indio y del plebeyo en general, establecióse a los doce años de fundada la colonia una feria semanal, como las que hasta ahora mismo se celebran en algunas ciudades de M é j i c o (donde las hemos visto en 1558), y eran conocidas con el nombre azteca de frianguez. ma denominación solicitó del cabildo

C o n esta mis-

el procurador de ciudad

Francisco Miñez el 9 de noviembre de 1552 se permitiera la reunión diaria de los indios en la plaza pública para que celebrasen los

cambios

existencia. Entre

menudos

que hacía

otras razones

funcionario municipal daba

para

indispensable su mísera esta acertada petición, el

la de que de esta manera, acercán-

dose periódicamente los indígenas a la iglesia parroquial, inmediata

a la

cual tendría lugar

la feria, adquirirían

alguna noción

práctica de lo que era el cristianismo. Comunicándose los indios de las diversas servidumbres de que dependían, se podría, por otra parte, descubrir con más facilidad sus maquinaciones secretas, y, por último, sus mismos amos tendrían ocasión de ponerse en más estrecho contacto con la raza dominada y de cuya explotación vivían. El pensamiento fué aceptado, y en esta virtud la plaza públic a se convirtió en ciertos días de la semana en un mercado, si no

( l ) Consistía éste en una operación quirúrgica que no nos atrevemos a nombrar, pero que se ejecutaba por mano vil y por el cuchillo del verdugo. Ha quedado constancia de este género de castigo en el acta del cabildo de 27 de noviembre de 1551 en que tratando de imponerse castigo a un negro que había abusado de una indiezuela, llamaron a la sesión a fres mercaderes que habían residido en Lima, cuyos nombres eran Juan Pérez, Juan de Rojas y Rodrigo.Vega; y habiendo declarado éstos que la Audiencia de Lima solía aplicar el castigo que insinuamos, en casos análogos, sin más diligencia entregaron al verdugo al infeliz aldeano cual si hubiese sido un potro salvaje. De quemas de negros en la hoguera trae un caso Alonso de Ovalle ocurrido probablemente entre 1650 y 40, porque él mismo dice le confesó y le acompañó a la hoguera, donde ocurrió todo el pueblo. Su delito había sido del mismo género que el anterior aunque más soez y brutal. Recientemente hemos visto castigado este último con un año de prisión.


HISTORIA

DE

83

SANTIAGO

abundante y vistoso, no sin cierto interés local que le hace digno de ser señalado en un país en que los actos de sociabilidad pública son de tan reciente data. E s también c o s a digna de nota qué del establecimiento de esos íríangues

en la plaza principal

date la costumbre doméstica arraigada entre mar jamás sino la plaza o recova.

nosotros de no lla-

lo que debiéramos designar por

C o m o las dueñas

sus yanaconas a la plaza

a hacer sus compras diarias, nosotros

todavía cada noche dejamos sobre el velador la piafa plaza,

mercado

de los conquistadores mandaban para

la

que es nuestra vida cotidiana, y por cuya carencia estable

se dice

se han perdido

tantos

matrimonios y sucedido otros

percances íntimos no menos lamentables. Y así seguirá sucediendo por desgracia mientras plaza

en

el

lenguaje doméstico de S a n t i a g o ,

y estómago continúe siendo una sola c o s a ( l ) .

P o r lo que llevamos referido de los acuerdos municipales que imperaron en Santiago durante los primeros quince años de su -existencia (pues se habrá observado que nuestras

citas de los

libros capitulares sólo llegan a 1554), es fácil darse cuenta cabal de lo que sería aquella comunidad, triste, pobre,

taciturna, im-

plantada de improviso en medio de una nación bárbara y en un sitio que se reputaba como el último rincón del mundo, «el fin ( l ) Por la ordenanza citada de Valladolid se reglamentó en 1554 la celebración de estos íríangues sujetándolos a ciertas prohibiciones en obsequio de los indios, como la de que los negros sólo pudiesen comprar de ellos para sus amos y no para su propio uso, bajo la pena de cien azotes. Proponianse con esto evitar que los africanos, más astutos y corrompidos que los indios, los engañasen en sus tratos. Por el mismo principio, al negro que fuese osado de hacerse servir por un indio o india, recibiria doscientos azotes por el desafuero, y si llevasen armas, se les castigaría con diez dias de cárcel. Respecto de los indios, aunque más humanos, los conquistadores les trataban con extrema dureza, persiguiendo sus taquis o borracheras (acuerdo del 31 de julio de 1551) quebrándoles sus {¡najas, esparciéndoles sus chichas y azotándolos, cosa que hoy día no ha dejado de practicarse y con tal escándalo, que ha venido a ser uno de los graves negocios del Estado. Las supersticiones de los indígenas eran perseguidas sin conmiseración, y en 21 de enero de 1552, se acordó por el ayuntamiento que cada seis meses se nombraría un juez de ambicamayos y de hechizos para perseguir los brujos que hacían daños u ojeaban a las gentes que querían mal, y aunque se quemaron vivos algunos de esos hechiceros por el implacable alguacil Juan Gómez, el Zañarfu del siglo XVI, no se ha logrado en trescientos y freinfa años agotar a fondo esa barbarie. Todo lo que se ha conseguido es que los ambicamayos modernos anden vestidos con polleras o sotanas. Aquellas se llaman todavía médicas y curan por la orina. El último ambicamayo de sotanas, a nuestro humilde entender, fué el que inventó el buzón de ¡a virgen.


84 de

la

BENJAMÍN

VICUÑA

cristiandad», c o m o solía

MACKENNA

llamarse por aquellos . años al

cristiano Chile ( l ) . L a ciudad presentaba, c o m o era inevitable, un aspecto si bien ameno por la grandiosidad natural de sus panoramas y la g r a titud con que la tierra había pagado todos los cultivos caseros,, a virtud de una admirable red de acequias vecinales, monótono, solitario y casi lúgubre en todo lo demás. S u s calles eran s o l a hileras de paredones oscuros o de palizadas de espino sin p a vimento ni veredas (que éstas fueron invenciones de ayer), con una acequia abierta a tajo herido por el centro, lo que las tenía convertidas permanentemente en c h a r c o s de agua. Ni las humildes moradas de los pobladores simetría de nuestras actules

presentaban

villas,

pues

siquiera la pobre

el mayor

número de

aquéllas se hallaban edificadas dentro de los solares, c o m o en la previsión de una sorpresa, y en su derredor crecían algunos árboles de frutas importados de Europa, o se cultivaban las menestras del consumo diario de la familia. Por

razones de extrategia militar y de extrategia divina, las

c a s a s de los más pudientes se hallaban situadas diaciones, de la plaza

de

armas,

en

las

inme-

porque allí estaba el fuerte y

allí la iglesia parroquial, allí la espada y la cruz. Dijimos en otra parte que el mismo Valdivia había

cargada

en sus hombros la piedra angular de la humilde iglesia c o n s a grada a la Virgen en un rincón del sitio que hoy ocupa nuestra suntuosa catedral. D o c e años tardaron el cabildo y los carpinteros en levantar sus muros y aderezar

su

techumbre,

gastán-

dose en su fábrica 12,500 pesos b a j o la dirección de un maestro mayor llamado Gálvez (2). ( 1 ) Talvez no se creerá fuera del caso recordar aquí que Valdivia dio a Chile el nombre del Nuevo Extremo no tan sólo por recordar su provincia natal, sino porque en realidad los conquistadores consideraban esta parte del territorio de la América como su último confín, exactamente como en el siglo XIII se había considerado la provincia de Extremadura, la Extrema Ora, esto es, la última y más lejana conquista de Alonso IX. ( 2 ) La mayor parte de este gasto se hizo con oblaciones de los vecinos, porque el cabildo no tenía nada que dar. En noviembre 9 de 1552 el procurador de ciudad Miñes, ya citado, se presentó solicitando tres mil pesos para rematar la obra de la iglesia, que llevaba hasta esa fecha- 9,000 pesos de costo. El cabildo prometió dos mil pesos (pues nunca tuvo otro caudal que promesas y buenas palabras) de los diezmos del año venidero, cosa que por lo menos prueba que el déficif es una institución nacional tan antigua como nuestra vida. Pocos días más farde


HISTORIA

L o que sería aquel primer

DE

85

SANTIAGO

templo

de

c o n el dinero que cuesta hoy un buen

la

capital, construido

granero, y por un car-

pintero soldado, es c o s a fácil de imaginarse.

S a n L á z a r o , que

e s en el dia, no un homenaje sino una burla hecha a D i o s y a su pueblo, habría sido un tabernáculo puesto a la vista, de aquél, a lo que se agregaba que sus sombríos muros estaban rodeados p o r un campo santo, en cuyo centro una tosca cruz recordaba a

los conquistadores su terrenal destino. N o debe tampoco olvi-

darse que la plaza pública

era

en

esa

é p o c a una especie de

p á r a m o atravesado por una ancha acequia y cortado por innumerables pozos y lagunatos, pues en su recinto se habían cortado los a d o b e s que habían servido para levantar

las

murallas

d e la iglesia. Algunas medidas de policía urbana dictadas en aquellos a ñ o s n o s llevan a otro género de congeturas sobre el aspecto que debiera ofrecer nuestra gran ciudad cuando se hallaba todavía envuelta

en

sus pañales. U n a providencia del cabildo de 19 de

E n e r o de 1554 prescribía que no se embarazase con

cavas y es-

c o m b r o s las salidas de la ciudad por las barrancas que la rodeaban; y se comisionó a dos regidores para deshacer esos obstáculos. S e prohibía también hacer

tacos en las acequias

p o r el centro de las calles, con el objeto de los solares, y se ordenaba

de

que

corrían

regar el interior

que los cauces que atravesaban

é s t o s se trabajasen de cal y ladrillo, medida

que

sólo se rea-

lizó en el transcurso de siglos. Prescribíase, además, que entre una casa y otra se pusiese una reja de rayo

fijo,

idea que s e

ha llevado a c a b o y vuelto a revocar tantas veces cuantas se les ha ocurrido a nuestras autoridades locales,

desde el magnífico

C a r l o s V , que dictó la ordenanza municipal que recordamos, hasta F r a n c i s c o Echaurren, el C a r l o s V de S a n t i a g o , que ha dictado las últimas s o b r e regadíos y nivelación de acequias. S o b r e la limpieza e higiene pública sólo queda constancia de un acuerdo celebrado por el cabildo el 5 de Noviembre de

1550

(acuerdo del 2 8 de noviembre de 1552) el mismo ayunfamienío resolvió conceder 5 0 0 pesos más, fuera de su contraía al maestro Gálvez, para construir el arco de la capilla mayor. Y de esta generosidad no se admire el discreto lecfor ni nos culpe de inconsecuencia por dejarla aquí apuntada, pues esa es una largueza esencialmente santiaguina, sobre todo en aquellos tiempos en que se dejaba de heredera únicamente o a su alma o a los jesuítas, que todo era lo mismo.


86

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

en el cual se dispone que cada vecino está obligado a barrer el frente de su casa por medio de sus esclavos y E s t a disposición una multa de dos

hacer

yanaconas.

fué sancionada en la ordenanza de 1554 pesos

con

por cada infracción, por lo que no de-

jará de parecer extraño que habiendo adelantado el vecindario en caudal y en aseo de

una manera que no tiene medida, sólo s e

exija ahora una cuarta parte a los que delinquen, c o s a que a s e n tamos por mera novedad, sin decir por esto que sea ello señal de atraso o de progreso. Tenían además los e s c a s o s fieles, que vivían en medio de un pueblo tenaz e idólatra, otros dos santuarios tremidades de la falda del S a n t a Lucía, ciudad. En la del sud se había

situados a las ex-

que miraban sobre la.

erigido a expensas del cabildo y

de Valdivia una ermita en que se custodiaba el busto en miniatura de la Virgen del S o c o r r o , compañera inseparable del c o n quistador, que vino a ser por tres

siglos el ídolo de S a n t i a g o

y la patrona de nuestras armas, hasta que declarada goda,

como

lo fué nuestra señora del R o s a r i o , patrona de las armas reales, vino a reemplazarla Patria

«nuestra señora del C a r m e n » , madre de la

(l).

El otro edificio sagrado

era

una

ermita consagrada

por

la;

piedad del viejo tesorero J u a n Fernández de Alderete a la virgen ciracusana S a n t a Lucía, y que aunque de humilde aspecto parece ocupó un sitio prominente del declive del cerro (parécenos que el que hoy ocupa una c a s a con jardín que domina la actual calle de la M e r c e d ) y en la veneración de los conquistadores. Aquellas dos humildes ermitas fueron la cuna de dos conventos, (San Francisco y la M e r c e d ) cuya historia será más adelante la historia de la colonia,

según

lo

haremos

notar

S a n t i a g o , visto c o m o ensayo de colonia, pasemos

cuando de al

Santiago

conventual, esto es, cuando lleguemos a su gran edad de capítulos, de intrigas, de testamentos,

de

escándalos, de amores y

sacrilegios. C o n tan e s c a s o s elementos de sociabilidad y desarrollo la vida ( l ) La virgen del Socorro que írajo Valdivia en el arzón de su silla, y que tiene el tamaño de una muñeca mediana, es la misma que se reverencia en el alfar mayor de San Francisco. En otra ocasión hablaremos de ella, probablemente con, más detención y reverencia.


HISTORIA

de la capital de la Nueva

DE

87

SANTIAGO

Extremadura no podía ser sino profun-

damente triste. Durante el gobierno de Valdivia, puede pasaron por sus hogares c o m o transeúntes más dores; pero en los primeros

de

decirse,

mil pobla-

años su vecindario permanente se

compuso de sesenta capitanes y hombres de guerra, tres clérigos, dos frailes y una mujer, la ya afamada doña Inés de S u á r e z , mujer de heroicas virtudes. Aquel puñado de gentes, condenado al duro

servicio de las

armas y a la par al de la tierra, aislados por sus ocupaciones y rodeados de una masa de población inerte, servil, desconfiada y en el fondo su más acerva enemiga, inspira al observador cierta piedad innata por

su

suerte. M a s , a poco, fueron

alterándose

las c o s a s con algún favor. Valdivia, que había poblado la ciudad con sólo sesenta vecinos sedentarios, comenzó a permitir, a virtud de la concesión

gradual de los solares del pueblo, la clase m á s

numerosa de vecinos llamados moradores

(l).

L a vida diaria de aquella desventurada todo ser más escasa de placeres.

gente no podía

No había niños, ni

con

mujeres,

ni familia. P o r consiguiente no había hogar, y con esto queda pintada su mísera condición. En el día buscaban el sustento. En la noche la campana de la parroquia

tocaba

la

queda,

poco

después de las oraciones, y ya nadie podía transitar por las desiertas calles sino el alguacil o su ronda, el alcalde y su patrulla. S i un español, para el cual la queda

s o n a b a un poco más tarde, se

aventuraba a desobedecer ese precepto, perdía sus armas, y si el infractor era negro perdía como de costumbre su pellejo, pues debían aplicársele cien azotes (2).

(1) El vecindario noble de las ciudades españolas de Chile se componía principalmente de dos clases. A la primera pertenecían los encomenderos, es decir, los que tenían repartimiento de indios y los empleaban en labrar sus tierras o en sus minas. Estos eran, con mucho, los más importantes, los más ricos y los que tenían más privilegios y menos cargas. Por lo general, eran todos conquistadores o sus hijos y descendencia directa, en la que aquel título y la encomienda anexa constituían una especie de leudo o mayorazgo. Los segundos componían el mayor número de habitantes y formaban como la burgesia de la colonia. Una y otra clase, separada hondamente como hasta aquí por ridiculas preocupaciones, tenia en el cabildo una representación diversa, pues uno de los alcaldes se titulaba de encomenderos y era en cierta manera-el delegado de ¡a aristocracia. El alcalde de vecinos representaba al pueblo más directamente. Sólo a fines del último siglo encontramos que estas diferencias comenzaron a desusarse. (2) Acuerdo del 31 de julio de 1551. Acta del cabildo.


88

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

En cuanto a salir del recinto del pueblo en las horas vedadas, exponiéndose a las acechanzas de los indios, e r a , una culpable temeridad que se p a g a b a con la cabeza. ninguna condición,

decía

«Ninguna persona de

un acuerdo celebrado por el ayunta-

miento el 2 3 de Diciembre de 1549, sea o s a d o de salir de esta ciudad para dormir fuera de ella con sus pies o ajenos so de

la

pena

vida*.

O t r o de los caracteres más penosos

de aquella comunidad,

era su extremada e irremediable pobreza. N o había moneda ni c o s a que lo valiese. Y a hemos visto que los propios

del cabildo

se componían de una hacienda, de un potrero, y de un corral que lejos de producir acarreaban gastos, y las multas,

por

lo

mismo que eran crecidas y no había con qué pagarlas, se hacían ilusorias, según nos cuenta el señor Amunátegui en su brillante crónica del Descubrimiento visto que sólo

En cuanto a los arbitrios,

figuraba en ellos

la esperanza

ya hemos

de tenerlos ( l ) .

B a s t a decir que el ayuntamiento no tenía casa donde reunirse, y sólo doce años después de instalado (1552) vino a conseguir de Valdivia le asignase un aposento

de las c a s a s

que

había

edificado en la plaza y vendido al rey. Y todavía, cuando obtuvieron techo, resultó que carecían de escaños

en que sentarse

y mesa sobre que escribir. E s tan curioso y especialísimo el remedio que el ayuntamiento encontró a esta singular penuria que no podemos menos de reproducirlo íntegro, hoy que hasta nuestras más humildes autoridades se sientan bajo doseles y

que

los

porteros

mismos

tienen para descanso divanes y poltronas. «Este dicho día, dice el acuerdo capitular del 8 de Abril de 1552, estando en su cabildo los dichos señores, habiendo visto que los carpinteros que residen en esta

ciudad

han

incurrido

en la pena que estaba impuesta que no cortasen madera alguna sin licencia o mandado de los s e ñ o r e s del cabildo,

dijeron:

que mandaban e mandaron a Sebastián de S e g o v i a , carpintero, haga a su costa unas puertas y una ventana de c a s a del cabildo, e dos b a n c o s para la dicha casa, que sea cada banco de ( l ) Como es sabido, propios llamaban los municipios españoles sus rentas fijas, como fierras, censos, efe; arbitrios eran las confribuciones, deramas, efe.


HISTORIA

DE

diez pies en largo y dos palmos en d a r traídos

en la

casa

del

89

SANTIAGO

ancho; los cuales han de

cabildo. E asimismo

mandaron a

B a r t o l o m é Flores, vecino de esta ciudad, por cuanto incurriere €n la dicha pena, qne

mande

hacer e haga dos escaños

para

la dicha casa, cada uno de a doce pies en largo y en ancho d o s palmos y medio ( l ) ; los cuales sea obligados de dar y entregar en la dicha c a s a . Y que de hoy en adelante ninguna persona s e a o s a d o de cortar madera alguna en el dicho monte, sin licencia de los señores del cabildo, s o pena de pérdida y la dicha pena que está puesta; y la que tuvieran cortada, vengan a manifestar s o pena que cada uno que la

quisiere

la

susodicho, hagan las dichas obras para

pueda tomar;

la

c h o s carpinteros dentro de un m e s . — R o d r i g o de Fernández cual

de

N o es

de

Aldereíe.—Juan

Ibazefa,

de

y lo

dicha casa los diAraya.—Juan ante mí

Pas-

un episodio

que

Cuevas.—Pasó

escribano público y del c o n s e j o » .

menos ilustrativo de

ocurrió poco más tarde con el

esta situación único

que había en el

herrero

pueblo y cuyo nombre era R o m e r o . Intentó éste irse no

sabe-

mos si a Concepción o fuera del país; pero, al saberlo, se reunió alarmado el cabildo, (Enero 31 de 1553) y le prohibieron se ausentase, bajo

una multa de 500

irán tras de él, dice el acta de ese

pesos

de oro

«y más

día, y lo volverán

que

a esta

ciudad a su propia c o s t a » . L a s escaceses de los míseros

colonos

llegaron a tal grado,

que a haber vivido bajo el régimen actual, es más que seguro se les habría recogido como a mendigos y hospicio,

bien que

encerrádolos

en el

harto menos dura habría sido su suerte si

hubiesen vivido c o m o los menesterosos de hoy. Hay un caso curioso

que esto ilustra y vamos a recordarlo

teniendo a la vista los libros de cabildo. Dijimos en uno de los capítulos

de esta

historia que en el

primer mes de la instalación del ayuntamiento ( M a r z o de

154l)

había sido nombrado alarife para la repartición de las aguas y el (1) En cuanto a la mesa de que hemos dicho, carecía el ayuntamiento, la había solicitado por un pedimento expreso el procurador de ciudad Gonzalo de los Ríos un año antes (acta del 2 6 de enero de 1551), y es probable que ya por la época de los escaños estuviese hecha; pues de otra suerte los venerables ediles se la habrían procurado a cuenta de multas.


90

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

alineamiento de las calles el vecino P e d r o G a m b o a con un s a l a rio de 5 0 0 pesos,

de manera

que

cumplido el primer año d e

su servicio ocurrió al cabildo por su sueldo. M a s , como no hubiese un maravedí en las arcas, hubo de contentarse

con una

promesa de que se le pagaría una suma redonda de 1.200 en el término de fres ai'ios, que debería durar su

comisión,

com-

prometiéndose los regidores a pagarlos, junto con los vecinos, en el c a s o que el cabildo no tuviese fondos en la época

obligada

(Acuerdo del 9 de M a y o de 1542). P e r o cumpliéronse los tres años y el paciente alarife, que n o había recibido ni un castellano de oro, volvió a ocurrir por s u s sueldos insolutos. La providencia que puso el

ayuntamiento

es

peculiar.

fecha de 2 9 de Diciembre de 1543, ordenó que su

Con

mayordomo

(tesorero municipal) Antonio Zapata le entregase ese dinero del producto de las multas

«y si no los hay, decía el acuerdo, que

hasta que haya oro y la ciudad c o b r e y se le pague»...

espere

¿ S e le pagó alguna vez por

el

cabildo o por los

vecinos?

Nada menos que eso. En las actas del cabildo de 1550,

esto

es, siete años después, se encuentra (sesión del 2 2 de A g o s t o ) una solicitud judicial del mismo infeliz e insistente G a m b o a , en que pide mandamiento de embargo nada menos que contra el primer capitalista de la colonia J u a n D á v a l o s J o f r é y contra e l clérigo D i e g o Pérez, que no debía ser de los más pobres, p o r cien

pesos,

que todavía le estaban adeudando de sus servicios

de alarife, a virtud de una capitación que se había hecho entre los pobladores el 2 6 de Abril de D o s años antes, empero, las acequias su 1548 le

1547.

el pobre

destino, pues

nivelador

vemos que el

había tirado a

i.° de

M a y o de

había reemplazado un individuo llamado L o r e n z o M i -

ñes. Fué también un signo característico de aquella edad el que el nuevo alarife, más práctico que su antecesor, se convino en recibir, en lugar de dinero, ciento y cincuenta fanegas de víveres y menestras

que

debían proporcionarle los

chacareros

en

remuneración de su trabajo ( l ) . ( l ) Treinta años más larde era alarife y juez de aguas de Santiago Pedro M a r tín, y su sueldo consistía en dos fanegas de cosechas que debía pagarle cada


HISTORIA

DE

91

SANTIAGO

En esta lastimosa situación, cuya pintura hemos

hecho cuan

fiel y cuan prolija nos ha parecido posible, ocurrió una novedad que vino a poner el sello a tantos infortunios. El

10 de Enero de 1 5 5 4 , penetraba jadeante en la plaza de

S a n t i a g o un caballero de que

había

renombre entre los

conquistadores y

corrido desde C o n c e p c i ó n en el brevísimo espacio,

para aquellos tiempos, de once días, *Era G a s p a r de Orense, que traía al M a p o c h o la nueva de que P e d r o

abatido

vecindario del

Valdivia había perecido con

sesenta de los suyos, la flor y lustre de los conquistadores, en una e m b o s c a d a ingloriosa. La obra unipersonal de tantos años veníase al suelo con un s o l o golpe. La gran rebelión de la Araucanía comenzaba en toda su pujanza, y en breve los infelices labradores de

la vega del

A l a p o c h o , convertidos en soldados, irían a escuchar la corneta de

Lautaro,

del fuerte

que

Penco

venía

la Nueva Extremadura. tan profunda como vecindario

a

marchando sobre Santiago,

La consternación del pueblo fué, pues,

súbita;

tiago, no sólo porque Azocar,

dijo

al proponerlo,

persona tan valerosa

se

cabildo,

convocóse al

sucesor del Adelantado al

popular

tomasen

en

cuenta

sus

méritos de

el procurador de ciudad, S a n t i a g o de «por ser con

tierra está tan bien quista, queje»,

el

encontró más remedio a su

Rodrigo de Quiroga, el patriarca venerable de S a n -

guerra, sino como e

reunióse

sesión pública y no

desdicha que nombrar por y honrado

dueño ya

y virtualmente señor de todo el territorio de

c o m o es, caballero

quien todo

que

no

el

hijodalgo

pueblo y toda la

hay persona que de él se

(l)

G r a n elogio por cierto y casi único entre los conquistadores del nuevo mundo y en especial del Nuevo Extremo! chacarero. (Acuerdo del 12 de octubre de 1577.—Gay, Documentos, v. 2.o, página 7 5 ) . ( l ) Acta del 11 de enero de 1554.



C A P Í T U L O VII

Los primeros feudos Competencias entre los sucesores de Valdivia.—Villagra se apodera del gobierno por la fuerza.—Desinterés de Rodrigo de Quiroga —Penetra en Santiago con gente armada

Hernando de Aguirre.—Arbitraje del licenciado Las Peñas.—

Llega Hurtado de Mendoza y prende a Villagra y a Aguirre.—Concluyen los feudos.

P e d r o Valdivia

al

morir

sólo dejaba

a sus sucesores una

c o r o n a de espinas. P e r o apenas la vieron caída sobre y

de

la

muerte,

lanzáronse

el

campo de la derrota

sobre ella

sus principales lugar-

tenientes, porque, al fin, era una corona. Fueron que vivía

los principales

contendientes

Francisco de Aguirre,

en una especie de feudo en L a S e r e n a , ciudad que

él había poblado,

Rodrigo

de

Quiroga,

electo

popularmente

por el cabildo de S a n t i a g o , y F r a n c i s c o de Villagra, que tenía en A r a u c o el mando de las armas. C a d a cual alegaba su derecho c o m o preferente; y las dispu. t a s e interregnos que su porfía iba a ríodo

igual

al

que había

atraería sobre la infeliz colonia M a p o c h o todas

a c a r r e a r durante un pe-

gobernado fundada

Valdivia en

(1554-1568),

las márgenes del

las angustias y los atrasos de una guerra de

bandos. Indisputablemente quien tenía mejor derecho herencia

de Valdivia

ausente en la época

era

el

valeroso

para recoger la

Francisco

de la muerte de aquel

de Aguirre,

en las provincias


94 del

BENJAMÍN

Tucumán

VICUÑA

MACKENNA

(parte integrante del territorio de Chile a la sa-

zón), porque había sido

instituido heredero

por

el testamento

de aquel. El honrado Q u i r o g a sólo tenía el timbre de su merecida popularidad. P e r o Villagra, el menos digno por su c a r á c ter a la vez caviloso premo

y sanguinario,

disponía

del derecho su-

sobre todos los demás derechos en aquellos siglos: el

de la fuerza. El,

por

tanto,

sería

de

hecho

el

sucesor

de P e d r o V a l -

divia. Y es de notarse a ofrecer

nuestra

la peregrina coincidencia que ya comienza temprana historia

sobre la influencia militar

del sur, que vino a extinguirse sólo ayer en el

arenal de Lon-

gomilla, y que estuvo imponiendo durante tres siglos completos (1550-1850) la ley del sable menos digna

de

a

la

república.

No

es tampoco

nota esa federación espontánea y casi innata

que la topografía impuso por sí sola a nuestro gobierno territorial, presentando, como en su cuna, las tres grandes divisiones coloniales que caracterizaban el reino

de

hasta la época

Chile

de la unificación de la república; esto es, C o q u i m b o , S a n t i a g o y el < fuerte

Penco»

(l).

La primera contienda por la rivalidad del mando tre Villagra

y

Quiroga,

pues

ya

hemos

dicho

estaba ausente, que a no estarlo, el negocio mucho más complicado. tiago

En

diputase al sud al

Cáceres.

estalló enque Aguirre

se habría hecho

vano fué que el cabildo de S a n -

prudente caballero Diego G a r c í a de

Villagra y sus soldados no querían oir sino la entre-

ga inmediata e incondicional

del

poder.

Y

aunque rotos con

gran estrago en la batalla en que fueron a buscar de Valdivia y apostrofados c o m o viles por una

la venganza

mujer que ha

inmortalizado el estro de Ercilla por su aturdimiento para abandonar sus hogares soldados

y

a

los b á r b a r o s ,

vecinos hasta

el

(2)

viniéronse

en

tropel

M a p o c h o , desamparando cuanto

(1) Ya desde 1554 se hablaba del territorio de ultra Maule con la denominación tradicional de las ciudades de arriba.—Acta del cabildo del 9 de agosto de 1554 (2) Doña Mencia de los Nidos, que llamó a Villagra hombrecillo cobarde porque desamparó a Concepción después de su terrible derrota de Marihueno.— Araucana, Canto VIL—Doña Mencia era natural de Cáceres, en Extremadura, (Góngora Marmolejo, pág. 5 3 ) .


HISTOBIA

había

poblado

DE

95

SANTIAGO

Valdivia, incluso los tambos

que, a usanza de

los Incas, servían de hospedaje en la rula,

al derredor de cu-

y o s pajizos recintos creciendo con los años, fueron

formándose

í o d a s nuestras actuales ciudades y villas mediterráneas. El cabildo de Santiago, fiel a su afecto por Quiroga, querido resistir a

los intrusos

del sud,

pero éstos

había

«se fueron,

•dice alguien que presenció la escena ( l ) , a la puerta del ayuntamiento

con

palabras

íemor para que

bravas y fieras que hacían,

recibieran

a

poniéndole

Francisco de Villagra contra su

voluntad y c o m o hombre p o d e r o s o » . Distinguíanse entre los insolentes aquel capitán Alonso quiriría tan menguada fama

de R e y n o s o ,

por

Caupolicán, y de quien dice otro Lovera, pag.

174) que

«entró en

el

que más

suplicio

vil

testigo de

tarde ad-

que diera

a

vista (Marino de

la casa capitular eon mucha

gente hablando palabras altas y desabridas». Y no obstante,

aquellos vecinos, más acostumbrados al torneo

que a los debates, sólo cedieron en presencia de los a r c a b u c e s por la mayoría de un voto en el acuerdo tumultuoso, y ese voto, fué el del magnánimo Rodrigo

de Quiroga,

que nunca mostró

afición al mando sino para hacer el bien. L o s vecinos de Santiago, aunque por caridad

recibieron

con

benevolencia a los emigrados fugitivos de Concepción (2), no se resignaban de buen grado a soportar el yugo de

Villagra,

s ó l o atendía a sus soldados y por lo cual le contemplaban gran descontentamiento»

(3). No fué por

y el que,

«con

cierto parte a calmar

éste el apoderamienío violento que hizo Villagra rey, que importaba más de cien mil pesos,

que

del tesoro del

según antes

dijimos,

distribuido con prodigalidad entre los soldados,

con-

(1) Góngora Marmolejo, pág. 53. (2) Con la mucha caridad de la genfe de es(e pueblo, cuyos moradores salieron gran trecho a recibirlos y los hospedaron en sus casas» (Marino de Lovera, página 173). La hospitalidad de los vecinos de Santiago no debía ser, empero, de larga duración, porque en el libro becerro se encuentra una acta de 11 de octubre de 1555, mandando dar pregón para que en ocho días saliesen de la ciudad y pasar e n el Maule bajo la multa de 2 0 0 pesos los vecinos de Concepción y dentro de diez días los de Ango!, Imperial y Valdivia. Otro tanto hubo de verificarse respecto de los vecinos de Concepción tres siglos ..después (1819) a consecuencia de la despoblación de las comarcas del sud. (3) Góngora Marmolejo, pág. 53.


96

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

tribuyó a ganarle nuevos prosélitos y a

afianzar el ánimo de los

que había traído. M a s apenas encontró término la reyerta con ocho

meses después de

1 5 5 4 ) , cuando

Quiroga, a los

la muerte 3e~VaIdivia

se presentaba en el

(Setiembre

Francisco de Aguirre. S a b e d o r de lo que pasaba,

había volado

de las pampas argentinas, donde le alcanzó la nueva, al de

su

de

campo a entablar la suya asiento

gobierno feudatario de La S e r e n a , y despachado en el

acto a su hijo don

Hernando con

diez

exigir de Villagra y del cabildo que el

y seis soldados para testamento de Valdivia

fuese cumplido en su persona. El joven emisario,

aturdido o

fiado

de su buen derecho, pe-

netró en S a n t i a g o en son de guerra con

su corta

cuadrilla, y

aun se dijo que sus arcabuceros, que eran seis, se presentaron con las mechas encendidas,

apostándose en

las gradas

de la

iglesia parroquial (Enero 7 de 1555). Pero

Villagra

amago. Y

era

demasiado

el imprudente

poderoso

para

temer

aquel

capitanejo fué desarmado, junto con

sus secuaces, en presencia de

los

doscientos

soldados

ague-

rridos que rodeaban a Villagra. Aguirre, más hondamente agraviado por

este desacato, con-

tinuaba por su parte avanzando sobre la capital con los soldados que trajera del Tucumán, y aun

llegaron sus avanzadas a

estar a la vista de las de Villagra, cuando uno y otro celebraron una curiosa transacción, mediante el influjo, según se dijo por algunos, del venerable cura González Marmolejo, quien se interpuso como mutuo amigo cuando ambos partidos íbanse ya a las manos. Consistió el avenimiento de los

pretendientes en un arbitraje

sometido a un cierto licenciado

llamado

de L a s P e ñ a s , el pri-

mero de su especie que vino a

nuestras

costas

y cuya

triste

efigie moral, por lo que se dijo de él, no seria difícil encontrar en esta hora debajo de

muchas

togas.

El historiador G a y , o

más bien, el que caricaturó su historia, lo llama

«un

juriscon-

sulto eminente;»

pero a la verdad que su conducta fué sólo la

de un eminente

pillo,

porque

para sentenciar pidió

anticipado y le dieron las partes entonces pareció

cuatro

honorario

mil pesos, suma

una enormidad sin nombre,

c o m o hoy

que sería


HISTORIA

DE

97

SANTIAGO

sólo una migaja. Fuera de esto,

no quiso

firmar su sentencia

sino cuando estuvo metido en un buque surto en Valparaíso y con sus velas ya cargadas por la brisa, todo lo que prueba que de antemano tenía la conciencia de su iniquidad. Y así era lo cierto, porque sentenció injustamente a favor de Villagra, que era a

quien más le temía y el que más le había

dado, ordenando que gobernase mientras la R e a l Lima resolviese te que pagó

definitivamente

la

Audiencia de

disputa, prevaricato

después con una rotura de narices

flagran-

y una paliza

que le hizo dar el agraviado cuando años más tarde su pobreza le trajo de nuevo a Chile, poniéndole en manos de Aguirre ( l ) . En consecuencia, los dos rivales retiraron sus campos, y cada cual fué a encerrarse en el respectivo asiento de su corte. V i llagra en la de Santiago y Aguirre en la de la S e r e n a , que los traviesos de ingenio llamaban entonces la ciudad pecados

mortales,

porque

sólo

había tenido

de los

siete

siete

pobladores

P a r e c e r í a que en esto se hubiese querido perpetuar la predisposición congenial y la gracia indisputable de los hijos de aquel herm o s o suelo en la inventiva de los refranes y especialmente en el uso de los sobrenobres. Hallábanse así ambos caudillos en pacífica posesión

de sus

dominios, cuando de improviso se presenta un tercero que los reduce a ambos a una profunda paz. E r a éste don G a r c í a Hurtado de Mendoza, un adolescente de veinte años que, a l a cabeza de trescientos

hombres,

venía

del Perú enviado

virey su padre a poner en orden a aquellos viejos

por el

turbulentos,

pues a la sazón Villagra tenía cincuenta años y Aguirre

talvez

más. E n c o n t r á b a s e Villagra en la capital desapercibido de toda z o zobra y oyendo tranquilamente una mañana la misa

conventual

en S a n Francisco, cuando le entregaron una carta de un estanciero del norte en que le daba aviso que un capitán de guerra p a s a b a a prenderle. Y así era la verdad, porque habiendo desemb a r c a d o en la S e r e n a don G a r c í a , había metido en un b a r c o a Aguirre

y

despachado por tierra al capitán J u a n Ramón con.

( l ) Marino de Lovera, pág. 175.


98

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

gente armada para que asegurase la persona de

Villagra.

El

cauto mancebo quería hacer la justicia de S a l o m ó n . Villagra, que era astuto y disimulado, recibió al emisario con buen talante y le entregó su mando y su persona, por manera que cuando su émulo le vio llegar bajo custodia al propio buque en que le tenían prisionero hubo de decirle por vía de reconciliación y de s a l u d o . — «Mire vuesa merced, señor general, qué son las c o s a s del mundo: que ayer no cabíamos los dos en un reino tan grande y hoy nos hace don G a r c í a caber en una .tabla»

(1).

D e allí les llevaron al Perú, donde

vivieron libres y amigos

en la corte del virrey, pues su destierro no había sido sino una medida precautoria y harto

blanda en aquellos días en que la

precaución más en voga era cortar a su enemigo la c a b e z a . mismo Villagra había degollado y tan sólo por una palabra

a

El

P e d r o S á n c h e z de la H o z ,

descompuesta

hizo aplicar garrote

a su propio alférez real, el capitán J i n o j o . Concluyó dé esa suerte el primer feudo de los conquistadores •y el primer interinato político en el gobierno de la colonia; y ciertamente que no fueron aquellos escándalos militares y forens e s a propósito para dar estímulo y vitalidad a la precaria colonia, que se mecía en su cuna a la sombra j o s en la vega del M a p o c h o .

{ l ) Marino de Lovera, pág. 197.

de humildes corti-


CAPITULO

VIII

Los dos Villagra Carácter de don García Hurtado de Mendoza y de su gobierno.—Viene tiago sólo como transeúnte.—Extraña manera como Francisco Villagra brado gobernador propietario.—Su solemne

a Sanes nom-

entrada en Santiago.—Su

carác-

ter y su muerte.—Pedro de Villagra y su gobierno esencialmente militar.—El virrey del Perú nombra a Rodrigo de Quiroga en su lugar y violencias a que aquel se entrega.—Entran las tropas del Perú a la capital en son de guerra.— Establécese la real audiencia en Concepción.—Gobierno

de Bravo de Saravia.

— S u retrato según Góngora Marmolejo.—Es nombrado gobernador propietario Rodrigo de Quiroga.—Inmenso

regocigo con que es recibida esta noticia.

D o n G a r c í a Hurtado gobernó en 1561) pero en Santiago, como

Chile

casi

cuatro años; (1557-

todos los

presidentes

siglo X V I y del siguiente, gobernó sólo días. S a n t i a g o capital del reino en el papel y en co»

lo era de hecho, a virtud del

los

mapas. El

gobierno

era

del la

<íuerfe P e n -

civil y de las ar-

mas. E r a don G a r c í a un mozo taciturno, austero, devoto y valiente. Le mandó el virey su padre para que conquistase temprana fama y por s a c a r del Perú todos los hombres que habían quedado

flotando

sobre su suelo, como las espumas después de la

borrasca, a la postre de las rebeliones J i r o n e s . P a s ó en consecuencia

su

vida

celebrando misas y procesiones, torneos los días que le dejaban

ociosos

de en

Contreras y de los los

y justas

campamentos, de guerra en

las batallas. S u gobierno

por

esto pertenece más bien a la epopeya qué a la historia, y si la


100

BENJAMÍN

Araucana,

VICUÑA

MACKENNA

que cantó la gloria de uno de sus secuaces ocultó-

la suya, fué en desquite de una violencia s a b i d o que hizo sentenciar a muerte

de

a don

porque en una fiesta de caballeros s a c ó la

mozo, porque e s Alonso de

Ercilla

espada en su pre-

sencia estando todos a caballo en la plaza de la Imperial. Fué preciso por esto que un escritor cortesano (Suárez de Figueroa) pintara

después

con

ponderación

su

carácter y

sus

hechos,

omitidos o rebajados por la poca magnanimidad del poeta y camarada. Partía el adolescente gobernador su afición a las armas el culto de la virgen, y vivía rodeado de

frailes

que le

con había

dado su padre por guardianes y tutores. Antes de cada encuentro oía misa de rodillas; y un encomendero de Chile escribía a o t r o su amigo en el Perú en carta

que

publica el biógrafo

de

aquel, ( l ) que nunca le vio sin que llevara en la mano su r o s a rio. N o bebía vino y huía de las mujeres c o m o del pecado, bien que entonces en Chile no había ese género de tentaciones, en la que

cayeron

más

tarde

tan opuestos

gobernadores

desde

Alonso de Rivera al caballeresco C a n o . Tenía, sin embargo, la figura

y la edad de los paladines felices. " E r a , dice un contem-

poráneo, (2) de buena estatura, blanco y las b a r b a s

le

salían

negras, los o j o s grandes, bien hablado y se preciaba de ello, honesto en su vivir». Y lo último era tan cierto, que aunque traj o veinte mil pesos de sueldo, los renunció porque no había de dónde

pagárselos y despidió todo

el

boato

de

mayordomos,

maestre-salas y palafreneros que trajo consigo de la corte vicereal, quedándose solo con un escudero y un mozo de espuelas que se las calzara cuando hubiese menester. B a s t á b a l e a su virtud y a su entereza la ración de hambre que se pagaba en e s o s años a los gobernadores de Chile, dos mil pesos, harto inferior salario al que tiene hoy un jefe de escuadrón (3). Habitó, c o m o dejamos dicho, de continuo en C o n c e p c i ó n don-

( 1 ) Suarez de Figueroa, pág. 7 8 . ( 2 ) Góngora Marmolejo, pág. 9 1 . (3) «Por esfe respecto (la suma pobreza del país) despidió alabarderos y criados, que, aunque tenía Yeinte mil pesos de salario, no los cobraba porque no había tanto dinero en las cajas del rey de que se pudiese pagar» .•—Góngora Marmolejo, páfl. 9 0 .


HISTORIA

DE

101

SANTIAGO

de fabricó un palacio a manera de fortaleza ( l ) y en S a n t i a g o tuvo por lugar-teniente a un licenciado Santillana que no

debió

s e r de la alegre familia de Le S a g e , porque a un soldado llamado

Ibarra a quien

sorprendió escribiendo anónimos

contra

don G a r c í a lo mandó ahorcar sin otro trámite que el de la s o g a y el nudo, pues tal era la ley de imprenta que regía en esos años. A m a b a don G a r c í a más a sus soldados y a sus frailes que a l o s prosaicos vecinos de las villas, y si es cierto que en S a n t i a g o fué bien quisto, c o m o cuentan algunos, debióse sin duda a que •es común achaque de los

por

consiguiente de los

pueblos preferir aquellos que los gobiernan

hombres y

desde lejos, lo que

p o r lo menos prueba que toda autoridad es de suyo p o c o amable y que el mejor mandatario es aquel que menos se c o n o c e o que impera desde mayor distancia. Entre el licenciado Santillana y don G a r c í a , los pobladores de S a n t i a g o era seguro que preferían al último. P o r esto, cuando al fin de su gobierno vino a Santiago, que aun no conocía, le recibieron sus vecinos con inusitados a g a s a j o s y le ayudaron con buen ánimo a levantar, en el sitio de la parroquia,

cuya

iglesia solo sirvió veinte y seis años,

mera catedral de piedra

que tuvo S a n t i a g o .

L a capilla

la priparro-

quial que edificó P e d r o de Valdivia hemos dicho fué de t o s c o s adobes. Estando en estas prácticas devotas y oyendo talvez su diaria •misa c o m o Francisco de Villagra recibió una mañana el manceb o cierta nueva que conquistó su alma y al parecer amilanó su -espíritu esforzado. P o r una de aquellas cosas

del mundo,

que F r a n c i s c o de Agui-

rre había recordado al de Villagra, cuando se encontraron cautivos por órdenes de don a h o r a provisto por

G a r c í a , el último de aquellos volvía

el rey g o b e r n a d o r de

Chile. Anunciábanle

pues a don G a r c í a que aquel c o m o agraviado venía a despojarle. Aconteció para esto el c a s o singular d e s p a c h a d o desde Chile a España

que

a aquel

habiendo Villagra capitán G a s p a r de

( l ) «Había mandado labrar un palacio que en tiempo de necesidad podía servir de fortaleza, con un cuarto sobre el mar de mucha vista y recreación-.—Suarez de Figueroa, pág. 7 5 .


102

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

O r e n s e , (el mismo que según dijimos trajera a S a n t i a g o la noticia

de la muerte de Valdivia) para pedir mercedes, naufragó el

b u q u e que navegaba a la vista de las costas de España, y entre los fragmentos del naufragio que la r e s a c a echó a la playa de S a n L u c a r encontráronse las peticiones que el viejo capitán dirigía

con humildad y maña al s o b e r a n o . Llevaron aquellas a

un clérigo llamado Cisneros, hermano de la mujer de Villagra, y c o m o siempre ha sido c o s a de gran aprovechamiento el tener dejidos tonsurados, y el influjo sacerdotal fué generalmente p o deroso en todas las c o s a s de gobierno, vínole la provisión real que le restituía su gobierno. Al saber tan extraordinario a c a s o , turbóse, pues, don ya desazonado con la pérdida del

padre; repartió

su

García menaje,

inclusa su vajilla, entre sus amigos y sus monjes, metióse en S a n F r a n c i s c o , casi c o m o un

penitente,

y

en secreto fué a embar-

c a r s e para Lima y para España en un b a r c o que se hallaba surto en el

«puerto de la Ligua»

(Papudo).

P o c o s días después se presentaba en los suburbios de S a n t i a g o , y viniendo por tierra desde C o q u i m b o , montado en un mac h o negro de mediano porte, el nuevo

gobernador propietario.

L o s vecinos le recibieron c o m o a hombre que le temían y que al propio tiempo,

por

sus

prodigalidades

tenían afición de camaradas. Formaron a pie, colega

que por

ser de honor

del

tesoro

ajeno le

dos compañías, una de

mandó el licenciado Altamirano,

del de las P e ñ a s , y que tuvo después altas c o m i s i o n e s

de gobierno, y otras de lanzas y adargas, y con esta escolta y más de mil indios salieron los principales vecinos a su encuentro. Habían aderezado por dentro la ciudad

con lo mejor que

tenían aquellos pobres ediles. «En la calle principal, (cuenta uno que dice fué cierto «porque me hallé presente») por donde había de entrar hicieron unas puertas grandes, a manera

de

puertas

de ciudad, con un chapitel alto encima y en él puestas muchas figuras

que lo adornaban; y la

calle

toldada de tapicería,

con

m u c h o s a r c o s triunfales hasta la iglesia; por todos ellos muchas letras y epítetos que le levantaban en gran manera, dándole muc h o s nombres de honor»

(l).

( l ) Góngora Marmolejo pág. 93.—Villagra (raía esa mañana un rico íraje

de


HISTORIA

El que el

ayuntamiento

quedóse

de estilo se mantenía nuevo

abiertos

mandatario en una mesa

lo carmesí,

D E SANTIAGO

a

la parte de afuera

cerrada

sobre

luego

palio, c o m o

los

y

unos

cubierta

su

negro

la

su

que

lleváronle

a

se

hallaban

tapiz de

la

mientras

por la brida,

puerta

juramento

terciope-

en los príncipes» dice

regidores

macho

de

recibió

un lujoso

se h a c e con los santos,

conduciendo

allí

evangelios

con

«como es costumbre

lejo ( l ) . Y

103

Marmo-

iglesia

bajo

un alcalde cosa

que

de

seguía hoy

se

después

el

haría s o l o por los dioses. ¡Veleidades pobre

de

Villagra

su c a s a

ller B a z á n ,

hallábase

el

cuerpo.

consejo

del médico

en S a n

Francisco, día

Había pietario

sentado

de

que se obstinó

todo

en

un

le dieran,

una

años

silla

curandero

Causáronle de

Dos

desesperado,

en curarle

el agua

santo

grandeza!

hidrópico,

en manos

dida, que al b e b e r s e

1563.

humana

de C o n c e p c i ó n ,

lo que es peor,

gue en

la

con éstas

de su devoción,

el

infiltraciones una sed

en el a c t o . el

15

en

moribundo,

llamado

una ampolleta

expiró

de baqueta

que Le de

tan

y

bachide azodesme-

contra

el

enterraron Julio

de

de su muerte. nacido

de Chile,

Francisco

de Villagra,

en A s t o r g a

en

medio

tercer gobernador de las b r e ñ a s del

proreino

terciopelo negro con franjas de oro «y guarnecidp de martas», según aquel historiador, y tal era su hábito ordinario, porque siendo natural del reino de León, debía pagar su tributo a la charrería que es peculiar de los habitantes de esa parte agreste y pintoresca de España. El charro es en León lo que el manólo en M a drid, y el majo en Andalucía, el lacho en los campos de Chile y el siútico en S a n tiago. Villagra lué, pues, el primer charro, o si es permitida la transposición, el primer siútico de Santiago. De León nos ha venido también la moda de todo ese recargo de bordados, recortes y demás zarandajas usadas todavía en las provincias, en sábanas, almohadas, etc. ( l ) No apuntan los primitivos historiadores la fórmula de este juramento en el caso de Villagra, pero respecto de Bravo de Saravia, que entró en Santiagocomo gobernador siete años después (1568), Góngora Marmolejo consigna el siguiente: «VS. jure poniendo la mano en estos evangelios (teniendo el libro abierto) que guardará a esta ciudad todas las libertades, franquezas, exenciones que hasta aquí ha tenido y por los demás gobernadores antecesores de V S . le han sido dadas y guardadas». Es digno de observarse por el respeto que aún aquellos rudos soldados, hijos empero, muchos de ellos, de los comuneros de Castilla, tenían por las fórmulas de la libertad, que mientras no se pronunciaba el juramento, las puertas figuradas de la ciudad permanecían cerradas, y se abrían de par en par sólo después que el gobernador había prestado aquel pleito homenaje. Sólo se recuerda de un c a pitán general, el terco Ibañez, que se negara a prestar aquel juramento, o que dio lugar a graves escándalos, como en su lugar veremos.


104

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

de León, que es fama imprime en sus naturales la genial aspereza

de sus sierras. Era su padre un comendador, pero siendo

ilegítimo, llevó sólo, a estilo

de

materno, y murió c o m o P e d r o

Francisco Pizarro, el nombre de Valdivia,

a los cincuenta y

seis años. «Era, dice de él uno de sus camaradas página 1 18), de mediana estatura, el rostro cha gravedad

y

(Marmolejo.

redondo

con mu-

autoridad y las b a r b a s entre rubias, el color

del rostro sanguíneo, amigo de andar bien

vestido, y comer y

b e b e r y enemigo de p o b r e s » . Fué

en esto distinto del popular Valdivia y en todo inferior

a este ilustre capitán. Era violento, pero c o m o hombre de guerra pasó por el más degraciado de los conquistadores. A V a l divia, ni los castellanos ni los indios le vencieron nunca,

y en

su primera

como

derrota,

que

fué

sólo

una

celada, pereció

soldado. Villagra, al contrario, en todas partes fué deshecho y él enseñó a los indios a vencer. D e s d e los balcones

cubiertos

de macetas que rodean la encantadora cuanto hospitalaria mansión de Loía divísase casi a tiro de cañón la famosa cuesta de Marihueno, en que Villagra perdió sus jornada, salvando

baterías

en la primera

la vida gracias sólo al admirable

«castaño»,

cuya pintura con mano maestra trazó Eroilla, y a cuyo pie pereciera de una lanzada en la b o c a y con

el

caballo

caído por

el suelo en un segundo encuentro su propio hijo P e d r o de V i llagra, bizarro adolescente. Tenían los gobernadores

de

Chile,

como

los

príncipes, el

derecho de nombrarse sucesor, y a ejemplo de aquellos, designaban

por ¡o

común

a sus parientes. P o r esto Villagra,

había perdido ya a su hijo, dejó nombrado a su primo

que

Pedro

de Villagra, que algunos confunden con aquel ( l ) . Era don P e d r o un soldado de fortuna, hijo de un escribano que tenía oficio en Colmenar de Arenas en el reino de G r a n a da. M o z o vino a! Perú con los Pizarros, casándose en el C u z c o con una

señora

de

nota llamada

doña Beatriz de Santillana.

Allí le inquietó Valdivia y le trajo consigo

como

soldado

de

( l ) La familia de Villagra fué en la conquista la que la de los Larrain, o de los Ochocientos, en la de la independencia. Hubo Francisco de Villagra y su hijo Pedro, muerto en Marihueno. Gabriel de Villagra que fué un capitán distinguido, era fío de don Francisco, y por último don Pedro, que era su primo.


HISTORIA

-valor, y dióle

más

DE

105

SANTIAGO

tarde e! título de su maestre-sala y un re-

partimiento en Tirua de más de veinte mil indios, E r a , según éste, alegre

de

.bien dispuesto, de buen rostro, casi aguileno,

corazón,

tipo a c a b a d o

dice Lovera.

amigo

de hablar, aficionado a

del soldado

y

del conquistador,

mujeres»,

según se deja

ver; y por lo tanto los suyos le adoraban, Arrastrado por éstos, vínose a invernar a S a n t i a g o con •disgusto del vecindario, que n a d a de las ciudades

de

aborrecía

gran

la soldadesca desenfre-

pues alborotaba el pueblo con

arriba,

sus escándalos y su ocio, al paso que sus exorbitancias y sus pagas sangraban sus pobres a r c a s . A ejemplo de su primo, el buen don P e d r o tiró a la recogida los dineros del rey; y hubo soldado a quien cupo en el reparto hasta setecientos pesos, caudal de príncipe a la sazón entre consecuencia Capua

los moradores

de S a n t i a g o , que en

no se escapa de ser llamada con este

motivo la

del ejército por el severo y casi adusto M a r m o l e j o .

L o s e x c e s o s de los tercios fronterizos traían tan disgustado al vecindario, que todos los ojos se volvían c o m o a una esperanza hacia el noble y prudente R o d r i g o de Quiroga, t o n c e s de los

conquistadores; y c o m o

por

una

decano en-

rara

ventura

sucediese que por esa época vino al Perú un nuevo virrey natural •de G a l i c i a (don G a r c í a de C a s t r o ) , fué fácil a los descontentos g a n a r su voluntad en favor de Q u i r o g a , que

era gallego

tam-

bién. N o es difícil de concebir, desde que en España, después •de D i o s , está el

paisano.

P a r a realizar sin alborotos aquel cambio, el ejército de doscientos

soldados aguerridos,

nes y caballos; y a la

virrey alistó un

provisto

de caño-

c a b e z a de ellos desembarcó un día en

•el puerto de V a l p a r a í s o el general don Miguel de Costilla, (que otros llaman de Castilla), y el quien

cuenta G a r c i l a s o

descubrimiento niño,

con

que

mismo

esforzado caballero, de

habiendo venido con Almagro

al

de Chile, le vio él mismo en el C u z c o , cuando

los dedos enjutos

y

sin un aspor el

rigor de las

nieves. Costilla,

haciendo

alarde de prudencia

y de imparcialidad,

quedóse en Valparaíso con su gente; mas c o m o

el

turbulento

Villagra supiese que estaba carteándose en secreto con

Rodrigo

de Quiroga, sus soldados soplaron su ira, y fuese una mañana


106 con

BENJAMÍN

VICUÑA

treinta de ellos a prender al

MACKENNA

último

en

su

propia c a s a ,

situada en un costado de la plaza. Quiroga, que era tan bravocomo

medido,

encerróse en ella para

defenderse, y c o m o no

quisiese salir a los requirimientos de su émulo,

enfurecido é s t e ,

mandó traer dos barriles de pólvora para volar las puertas. Alguien, sin embargo,

le disuadió del

loco intento, y

como

Costilla viniese a a c e r c á n d o s e a la ciudad con su tropa,

todos

los parciales de Q u i r o g a salieron al campo a reunírsele, entrando

al siguiente día

calle

a

con él en el pueblo, donde,

manera de alarde, llevando delante

bronce y mucha arcabucería, vinieron a parar cipal al romper el día,

se habían

fuesen

reunido

el cabildo y sostenían allí el buen

tu-

derecho^

decían que éste había sido provisto por la

R e a l Audiencia, que era Lima.

a la plaza prin-

(l).

Entre tanto, los parciales de Villagra de su jefe; porque

piezas de

con estandarte tendido, c o m o si

a entrar a alguna batalla» multuariamente en

«pasando la

cuatro

superior autoridad a la del virrey de

«Mas c o m o veían doscientos h o m b r e s » , dice otro de Ios-

capitanes que nos cedieron luego por

ha dejado memoria de esas turbulencias (2), un

voto y admitieron las provisiones vice-

reales que les presentaba Costilla en la punta de su espada, y en las que Q u i r o g a era tercera vez, Mendoza

pues

ha

se embarcó

nombrado

de casi

advertirse

gobernador interino por la que

cuando

Hurtado

furtivamente en el P a p u d o , dejó

de a

aquel con el mando superior. E x c u s a d o es añadir que Villagra fué, c o m o su Aguirre y c o m o había sido el mismo Valdivia

primo,

como

desde A t a c a m a

por órdenes de L a G a s e a , bajo partida de registro a dar cuenta de sus

hechos a la corte de Lima, porque esto que tanto n o s

asusta ahora

de acusar ex-presidentes, fué tan usual en la c o -

lonia, que los que no pasaban por la residencia y sus resultas (1) Marino de Lovera, pág. 2 9 6 . (2) Góngora Marmolejo, pág. 139. Esfe escritor, fan rudo como sagaz, dice a este propósifo que era el sistema de todos los gobernadores de Chile el propiciarse e! cabildo, como que era el Congreso encargado de revisar sus nombramientos y proclamarlos, práctica que no parece muy desacertada, desde que se ha perpetuado por más de fres siglos... «Que era una cautela (dice Góngora de la participación del cabildo en las elecciones) que los que gobernaban a Chile en aquel tiempo (¡y ahora!) tenían; pues como hacían las elecciones, procuraban granjearse a los del cabildo y fenedlos propicios para casos semejantes».


HISTOKIA

era

únicamente

porque

les

DE

107

SANTIAGO

habían

dado garrote o muerto a

puñadas de antemano c o m o le aconteció

a

los dos A l m a g r o s

y a dos de los Pizarros. R o d r i g o de de

la

Quiroga,

quietud,

como

si bien era un pacífico vecino, amigo

soldado

tenía

p o c o s parecidos, y

así,

aunque ya viejo, montó a caballo y fuese a medir su lanza con los indios. En esto estaba cuando la corte de España, que no dejaba

un

solo

error

bárbaros

una

real

por

cometer,

audiencia

envió para domar aquellos

compuesta

de dos togados q u e .

fueron a embrollar todo a C o n c e p c i ó n donde formaron tribunal (l).

Y

como

A g o s t o de

si esto

1568 otro

no

bastase, vino para reemplazarles en

oidor

que

había pasado

toda su vida

b a j o los doseles de Ñapóles y Lima, y que a una salud

infeliz

y a un ánimo pusilánime añadía la c a r g a agoviadora de setenta años (2). El

gobierno de don M e l c h o r B r a v o de S a r a v i a (3),

gobernador en propiedad

y

cuarto

presidente de la colonia, fué sólo

una serie de desastres militares en las fronteras, por lo cual la narración de aquel no c a b e dentro de nuestra historia esencialmente

local; pero como las más veces un retrato físico o mo-

ral basta para

caracterizar una época, vamos a reproducir aquí

el curiosísimo que de este gobernador nos ha

dejado el agrio

M a r m o l e j o , quién, como que le c o n o c i ó de cerca, dibujarlo

de

cuerpo

entero.

«Era

se propuso

de mediana estatura, dice

aquel soldado, angosto de sienes, los ojos pequeños y sumidos, (1) Llamábanse uno de ésfos don Juan de Torres y el otro fenía por nombre un refruécano. Egas Venegas. Como es sabido, esfa audiencia sólo duró un corío tiempo, porque se notó que no había hecho sino empeorar los negocios públicos del país y especialmente los de la guerra. (2) Bravo de Saravia fué el primer Presidente de Chile porque, como es sabido, estos luncionarios tomaron ese título de la Real Audiencia que presidían. Antes se llamaban Adelantados o simplemente Gobernadores, distinguiéndose marcadamente los propietarios, esto es, los que eran provistos por el rey, de los interinos que eran nombrados por testamento, por el cabildo, por las Reales Audiencias de Santiago o Lima y por último por el virrey. El titulo de Adelantado sólo lo hemos encontrado en los nombramientos de Almagro, Valdivia y Jerónimo de Aíderete, que no llegó a recibirse del mando. (5) Bravo de Saravia era natural de la villa de Soria en Aragón y allí existe todavía su casa solariega, cuyo vínculo o mayorazgo disfrutan todavía sus descendientes en Chile, pues es sabido que él fué el fundador del marquesado de la Pica que heredó su hijo Ramiviañez Bravo de Saravia. Don Melchor gobernó 7 años desde el 16 de agosto de 1568 hasta el 2 0 de enero de 1575.


108

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ia nariz gruesa y roma, el rostro caído s o b r e la b o c a , sumido .-de

pechos, giboso un p o c o y mal proporcionado, porque

más

largo

de

la

cintura

arriba

que

de

era

allí a b a j o ; pulido y

a s e a d o en su vestir,

amigo de andar limpio y que su c a s a lo

estuviese; discreto y

de

buen entendimiento: aunque la mucha

edad que tenía no le daba lugar a aprovecharse del; cudicioso en gran manera y amigo de rescebir todo lo que le daban. «Y era tanta su codicia, proseguía (pág. 211), que

mandaba

a su mayordomo metiese delante del cuantos cubiletes de vino cabían en una botija, teniendo

cuenta cuanto

se gastaba c a d a

día a su mesa, en la cual solo él bevia vino, aunque valía barato, para saber cuantos días le había de durar; y porque vido un día unas gallinas que comían un p o c o de trigo que estabaai sol enjugándose para llevarlo a el molino, y era el trigo suyo las mandó matar; y c o m o

después supiese

que eran suyas, habiéndolas repartido

a

del mayordomo

algunos

enfermos, lo

trató mal de palabra. Decían ansimismo que no veía y para el efecto traía un antojo ría ver alguna c o s a se aquella

manera

colgado del pescuezo, lo ponía en los ojos,

que

diciendo que de

via, y era cierto que sin antojo

que un hombre de buena

vista

podía ver

cuando queveía todo lo

cuando quería, que

una sala todo el largo della via un paje meterse a la faltriquera de las calzas una pierna de capón, lo cual yo vi y me hallé presente»

(l).

C o m o sus

antecesores, B r a v o de S a r a v i a había fijado de pre-

ferencia el asiento de su gobierno en la ciudad de C o n c e p c i ó n , que oscurecía

ya en mucho a su

rival del M a p o c h o , (2) por-

que además de ser plaza de guerra y puerto

de comercio, los

( 1 ) Es preciso confesar que ésfe no es un retrato trazado por mano amiga, y asi era la verdad, porque el mismo autor nos descubre con ruda franqueza de soldado que le quería mal porque siendo viejo y estando pobre, le negó el empleo de defensor de naturales o protector de indios que tenía 6 0 0 pesos de renta por preferir a un mercader rico, llamado Francisco Lugo, de quien era amigo, postergando asi a un benemérito conquistador. Por esto parécenos justo copiar aquí otra miniatura de aquel personaje que encontramos en otro autor contemporáneo: «Era don Melchor, dice, el capitán Marino (pág. 3 3 4 ) menudo de cuerpo, muy sano de complexión, muy templado en el comer, muy recto en las cosas de su oficio, al dicho de todos, muy celoso en el servicio de Su Majestad y amante de su real hacienda*. (2) A tal grado era esto, que Bravo de Saravia llegó a solicitar que de hecho quedase la capital instalada en Concepción. 'A los oficiales propietarios (decía


HISTORIA

gobernadores

la preferían de

DE

109

SANTIAGO

tal suerte que en

ia primera no

tenían c a s a donde alojarse sino de prestado y en verdad no la tuvieron hasta más de un siglo adelante ( l ) , Fué por esto en todo insignificante para nuestro propósito el período de mando de aquel gobernador,

que

duró siete años.

V e j e t a b a , a la verdad, tristemente la colonia b a j o su débil y encogida mano, sufriendo con los reveses de las armas y con las tiranías de las levas y requisiciones de víveres

y

porratas,

cuando llegó una noticia que colmó todos los ánimos de g o z o . El rey había nombrado del pueblo,

gobernador

al esclarecido Quiroga.

al

propietario Llegada

patriarca

y publicada esta

nueva, dice alguien que a la sazón residía en la propia capital, fué tanto el contento que en la ciudad de Santiago se recibió, que andaban los hombres tan regocijados y alegres, que parecía totalmente tener su remedio delante. Era de ver

el

repique

de campanas, mucha gente de a caballo por las calles, damas en las ventanas, que las hay muy hermosas en el reino de Chile; infinitas luminarias que parecía c o s a del cielo» (2). T o c a m o s , pues, a un período

verdaderamente interesante de

la historia de nuestra metrópoli, porque si Valdivia fué el que e c h ó en la vega del M a p o c h o las piedras y la

sangre que le

sirvieron de cimiento. Rodrigo de Q u i r o g a debe ser considerado c o m o su verdadero fundador civil. al rey en carta datada en Concepción el 8 de mayo de 1569) me parece residen en esfa ciudad, que es la más rica del Reyno, aviendo paz donde está la Audiencia» . (Gay.—Documentos vol. 2.o, pág. 9 9 ) . (1) En electo, habiendo vendido sus casas Pedro de Valdivia, según en otro lugar dijimos, los gobernadores cuando venían a Santiago se hospedaban en la residencia de algún vecino pudiente y amigo. Francisco de Villagra residió por esto en casa de Juan Dávalos Jufré, y cuando llegó Saravia, el último puso a su disposición y a la de su familia todos los aposenlos alios de su casa situada en la plaza y que por lo tanto parecía ser espaciosa y de dos pisos. Esto último tenía lugar como hemos dicho en 1568. (2) Góngora Marmolejo, pág. 2 0 9 .



CAPITULO

IX.

Santiago e n el siglo X V I . Carácter benéfico del gobierno de Quiroga.—Su notable influencia en el cabildo desde la fundación de Santiago. — Error de Gay sobre el valor histórico de los archivos municipales en Chile.—Descúbrense ricas minas de oro en Choapa y Villarrica.—Establécese la primera carnicería pública en Santiago.—Comienza a exportarse el trigo en pequeñas cantidades.—Valor de las chácaras y de los solares en Santiago.—Manera eomo se confirió la vecindad.—Armas

de San-

fiago.—Precio de los materiales de construcción.—Primera casa de portales en la plaza.—Empedrados, tajamares y proyecto de traer a la ciudad el agua de R a món.—Plazas públicas.—La primera botica.—El hospital y los primeros médicos. — S u singular honorario.—El cabildo examina la primera matrona.—Los primeros hogares.—Remesas de damas en busca de maridos.—La viuda de Valdivia. — D o ñ a Esperanza de Rueda.—El primer crimen social.—El primer sospechoso de heregía.—Terremoto de 1575.—Fiestas de los pobladores.—Toros.—Alejamiento sistemático del pueblo en los pasatiempos de los colonos.—Muere Rodrigo de Quiroga.—Su elogio.

Cuando das

el buen R o d r i g o de Q u i r o g a

de la colonia, que tantas

tomó de firme las rien-

veces había regido sin

ambición

y con virtud p r o b a d a ,

c o n t a b a ya S a n t i a g o treinta y cinco años

d e existencia; y c o m o

quiso concederle

pues vivió hasta los ochenta, puede nuestro pueblo días

se

consagróle

Súber,

pueblo

meció en sus b r a z o s ,

la mitad cumplida.

de G a l i c i a ,

Dios

decirse

larga

que la

y que

Había

de sus

nacido

y feneció en S a n t i a g o

existencia, infancia

en

en

de

nobles 1500

1580,

en

larga

c u e n t a de vida para un conquistador castellano, pues fué él uno de aquellos c o m p a ñ e r o s

de P i z a r r o

entre

quienes, dicen los his-


112

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

toriadores, solo el llamado M a n s i o S e r r a , que fué el que jugóel sol macizo del templo del C u z c o en

un tiro de dados, mu-

rió en su cama c o m o cristiano. L a influencia personal de

R o d r i g o de

Q u i r o g a en los desti-

nos y en el gobierno económico de la colonia se hace evidente desde

los

dustrioso,

primeros días de su fundación, ya c o m o vecino inya

c o m o uno de los más laboriosos

cabildo. M u c h a s de

las

medidas que

miembros del

dejamos

recordadas en

páginas anteriores pertenecían a su iniciativa y más comunmente a su desinteresada ejecución, según se deja ver en los l i b r o s antiguos de aquella corporación. P e r o cuando la estampa de es desde el momento (Enero de 1554,

en

su espíritu se hace más visible,

que,

llamado a suceder a

Valdivia,

época en que llegamos en el capítulo IV, mar-

c a n d o los progreso

materiales

de

Santiago)

pudo

adueñarse

c o m o jefe de! ánimo y de la adhesión de sus co-vecinos. Fué esto a ta! punto que, reunirse solo

acostumbrado

una vez por mes

el

ayuntamiento a

(y por tiempo tan de tarde en

tarde, que pasaron años completos sin que se celebrase un s o l a acuerdo) don

Rodrigo

consiguió

convocarlos

cada semana y

aun con más frecuencia en ciertos c a s o s ( l ) . Bien que es deber este

género

de

inusitado de

imparcialidad hacer actividad entraba

p'resente que en

por

mucho c o m o

( l ) Examinando las acias del cabildo de Santiago durante los doce años del gobierno de Valdivia ( 1 5 4 1 - 1 5 5 3 ) , resulta que en ese largo trascurso se reunió solociento cincuenta y siete veces en esta forma: trece sesiones en 1541; una en cada uno de los años de 1542, 43 y 44; seis en 1545; una en 1546; ocAo en 1547; diez en 154S: veinte y tres en 1549; diez y nueve en 1550; diez y seis en 1551 veinte y fres en 1552 y treinta y siete en 1553; total ciento cincuenta y siete sesiones en doce años. Ahora bien, en e! año que entró a gobernar Quiroga, el cabildo celebró sesenta y cinco sesiones, o casi la mitad de las que habían tenido lugar en todo el período anterior. No ofrece, sin embargo, el estudio prolijo de los libros del ayuntamiento el interés histórico que por algunos se les ha atribuido. Para que la acción de los cabildos coloniales hubiese sido fecunda se habría necesitado rentas y libertad, cosas ambas de que carecían en lo absoluto. Por esto casi la totalidad de sus acuerdos se reducían a medidas insignificantes de mera política local y más comunmente al registro de sus libros de títulos, de empleos, propiedades y profesiones, concesiones de sitios a los vecinos y otros insignificantes procedimientos de régimen inferior. Cuando la influencia del cabildo viene a hacerse seníir de una manera poderosa en nuestra localidad es desde la independencia acá, en que alcanzó uno de sus elementos más indispensables; la libertad, y especialmente de freinta años a esfa parte.


HISTORIA

DE

SANTIAGO

113

móvil secreto y principal, el mismo que hoy parece precidir todavía s o b e r a n o en casi todos los a c t o s de nuestras asambleas deliberantes—la política. P o r manera que lo que más pudo en el cabildo de S a n t i a g o en el siglo X V I fué la discordia de los caudillos de que sus miembros eran parciales, observación fácil de verificar

hoy día, y que está probando que el corazón hu-

mano es a prueba de siglos y más inmutable en su eterna esencia que las r o c a s y los continentes. J u n t o con la aparición ostensible de R o d r i g o de Quiroga en la escena pública,

alcanzó también S a n t i a g o

un beneficio que

hasta entonces le había negado el destino, siendo esto la causa eficiente de su

atraso. P o r el año de 1 5 5 7 , poco antes de la

venida a Chile de don G a r c í a Hurtado de Mendoza, se descubrieron al norte de la provincia de S a n t i a g o , y en los términos de su jurisdicción, las ponderadas minas de oro de C h o a p a , que son

todavía, aunque disminuidas, el sustento principal de aquel

distrito, y las no menos opulentas de Villarrica, que produjeron el oro más puro del nuevo mundo, celebrado en Europa misma con

el nombre de oro de

Valdivia,

por el del puerto de su ex-

portación. El famoso mineral de Ponzuelos, sobre e! que corren hasta hoy tantas fábulas, y a cuyos veneros debió su engrandecimiento la ciudad de O s o r n o , fundada por Hurtado, no tardó tampoco mucho en hacerse c o n o c e r ( l ) . Hacia el año de 1 5 6 1 , en que comenzó a disponer de! que íodavía era más esencial—las renías. Por esío padece en nuesíro concepto un profundo error el señor Gay cuando dice en su historia (t. 3.°, pág. 3 3 2 ) estas palabras: «Estamos persuadidos de que ¡a mejor historia de Chile sería una recopilación bien redactada de sus cabildos y especialmente del de su capital.» Tan evidente nos per-ce nuesíro juicio en esta parte, que mucho mayor cantidad de materia de estudio aprovechable para esfe libro hemos encontrado en el archivo del ministerio del inferior, donde existen diseminados algunos fragmentos de los papeles de la antigua capitanía general, que en el archivo del cabildo conservado íntegro desde su fundación. Debemos también recordar en esfa parte que nuestras citas de los acuerdos de esa corporación a que nos referiremos en adelante corresponden a sus libros originales, pues las actas publicadas sólo llegan hasta 1557. (1) Las venas auríferas de Choapa y Villarrica se descubrieron al parecer coetáneamente por los años de 1561, pues Góngora Marmolejo que escribía en 1575, decía que en catorce años se había sacado de ambas localidades «grandísimo número de pesos de oro.» Según ci licenciado Juan de Herrera, que tuvo ingerencia notable en los negocios públicos de Chile, se habían pagado al rey er. los cuarenta, años corridos desde 1541 a 1581 solo 8 0 mil pesos por derecho de quintos, es decir, lá quinta parfe que debía a la corona la producción del oro, a virtud de una ley vigenfe en Casulla y en las Américas. Y de aquc-Ila suma 60 mil pesos había 8


114

BENJAMÍN

un vecino de

VICUÑA

MACKENNA

S a n t i a g o , llamado F r a n c i s c o M o r e n o , natural de

Sevilla, encontró en un cerro

llamado

Lamillo,

no lejos de la

ciudad (pero cuya localización no nos es posible fijar con exactitud), una mina de oro tan copiosa que, según el capitán Mariño de Lovera (pág. 180), produjo en sólo una faena de diez y seis meses, no menos de medio millón de pesos. Con

estos inesperados elementos

Mapocho,

que

había

de

riqueza, la colonia del

arrostrado durante los primeros veinte y

cinco años de su menor edad una existencia tan trabajosa, sembrando dentro de sus propios cortijos poblador para su diario

lo

que necesitaba c a d a

sustento, comenzó a tomar

vuelo

de

una manera rápida en todos los demás ramos de producción

a

que se prestaba la generosidad privilegiada de su suelo y de su clima. El ganado mayor se había propagado de una manera tan prodigiosa, que un historiador habla de una arria de dos que llevaba en 1558,

mil

vacas

esto es, diez y o c h o años después de la

fundación de S a n t i a g o , por la quebrada de Q u i a p o , uno de los lugar-tenientes

de Hurtado de Mendoza, el general don Miguel

de V e l a s c o , que en esa coyuntura fué atacado por los araucanos, codiciosos de tan pingüe botín ( l ) . Diez años más tarde poníase por cuenta del propio ayuntamiento, según ya dijimos, una ^estancia de vacas»

en los terrenos llamados de

Pudahuel (2).

P o r esta misma época se había conseguido también

regulari-

zar el expendio de la carne en la ciudad, que antes se hacía de una manera incierta en los íriangues

semanales. D e s d e I 5 Ó 6 c o -

menzó a venderse en un puesto fijo. Fué el primero de esa larga y robusta familia de abasteros,

que con el tiempo ha venido a

llevado Jerónimo de Alderete a España y los oíros 2 0 mil el mismo Herrera a Lima. Pero nadie dejará de comprender que los quintos se pagaban a la corona lo mismo que se pagaban después los diezmos a la iglesia y que tampoco los oficiales reales ^instituidos para aquel objeto) podían responder de desfalcos y voluntariedades de los Adelantados; de lo que liemos visto varios casos durante el gobierno de Valdivia y de los dos Villagra. Respecto de la calidad comerciable del oro de Chile, el jesuíta Ovalle refiere que él llevó a España en 1640 algunas pepas en bruto del producido en Villarrica y alcanzó en todos los ensayes una ley de 23 quilates. (1) Marino de Lovera, pág. 222.—Parécenos, sin embargo, que en esto hay una desmedida exageración, pues tememos mucho que los cronistas de la conquista contasen las vacas con la misma aritmética con que contaban los indios. (2) Acuerdo de 3 0 de abril de 1368.


HISTORIA

formar Cuadro,

una ciudad propia

DE

115

SANTIAGO

y peculiar en el barrio llamado del

un individuo llamado F r a n c i s c o M o r a l e s , y su compro-

miso con el cabildo tuvo tal singularidad, que por sí solo revela la infinita miseria de nuestros ya remotos mayores. se obligaba, en efecto, a s e m a n a (miércoles por un año,

y

y

matar por lo menos dos

sábado),

Morales

veces a la

pero su pacto era forzoso sólo

de éste se reservaba un mes libre en que

era

dueño de dar o no de comer al vecindario, y además estipuló con el ayuntamiento que sería facultativo en él el dar a los parroquianos carne de cordero cuando le pidiesen de vaca y viceversa ( l ) .

Y de

aquí

vendría sin duda lo

mal enseñados y lo

d e s p ó t i c o s que han sido los miembros de este respetable gremio hasta la hora que corre. C o m e n z ó s e también a producir en no mediocre proporción el trigo y otros cereales. Y a desde enero de 1 5 5 6 este cereal

se

vendía por tarifa a dos pesos la fanega y la cebada a un peso y medio (2), C u a n d o

el doctor B r a v o

de S a r a v i a regresaba a

Lima en 1575, había elegido para su trasporte un buque que s e bailaba anclado en la b o c a del Maule, c a r g a d o con tas fanegas

cuatrocien-

de trigo que se exportaban para Lima y que des-

graciadamente se malograron

por haber naufragado el b a r c o en

su propio fondeadero. P o r este dato se ve cuan antiguo es este «destino

manifiesto», que ha hecho de Chile un país esencial-

mente exportador y náufrago, c o s a s que hoy suelen tomarse con tanta novedad cuando suceden. C o m o era de esperarse, las c h á c a r a s mismas de lo suburbios, que antes se regalaba un conquistador a otro como una narigada de rapé, comenzaron a tomar un valor comerciable, y otro tanto vino a suceder con los sitios de la ciudad que al principio, por no levantar un tapial a su frente, dejaban sus dueños desamparad o s . En los libros de cabildo de 1556

encontramos un asiento

por el cual el 14 de Diciembre de ese año el regidor Francisc o Miñez vendió a la corporación una c h á c a r a de su propiedad, sita en la C a ñ a d a , por la suma de cien pesos, y hay otro de igual género del 5 0 de Abril de

(1) Acuerdo de 2 4 de diciembre de 1566. (2) Arancel de 18 de enero de 1556.

1568,

según

el cual

el escri-


116

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

b a ñ o del cabildo recibía de ésíe en pago de sueldos atrasados,, que importaban 8 4 0 pesos, una cuadra

de

Sania

Lucía,

dice el'

libro, en lo que parece dar a entender que se trataba de una. de las manzanas

vecinas a este collado ( l ) .

AI propio tiempo que los intereses generales de la colonia tomaban un desarrollo tan rápido c o m o era posible, atendida la sangre que corría en las dos razas matrices de su población; la planta misma de la ciudad adquiría b a j o la vigilancia del c a b i l do una regularidad bienhechora que aumentaba la amenidad de

( l ) Durante iodo el siglo XVI, esto es. hasta 1600, o al menos muy cerca de esta fecha se concedían gratis los sitios de la capital, sin más condición que la deque el solicitante se hiciese vecino y que lo cercase dentro de cierto tiem¡,o. La concesión del derecho de vecindario confería ciertas cargas y derechos, por lo cual se daba un título y se dejaba transcripción en los libros del ayuntamiento. Estos procedimientos eran muy numerosos en los primeros años de la existencia deSantiago y ocupan casi la totalidad de los libros capitulares, pues estos constituían como una especie de registro público de los títulos de propiedad. El trámite para otorgar la vecindad era con todo muy sencillo. S e presentaba el solicitante verbelmenfe, por escrito o de palabra manifestando que se proponía r e sidir perpetuamente en la ciudad, en tal industria o profesión, <,ue era casado o se proponía serlo, etc., etc., comprobado lo cual se mandaba extender la concesión, que por lo común contenía ésfa3 o semejantes palabras: «Y como es muy provechoso en la república (dice un título de vecindad de 15 de junio de 1568 que tenemos a la vista) el dicho individuo y vive virtuosamente (?) y es muy necesario en ella: por tanto le admitían e admitieron e habían y habrán por vecino de esta ciudad de Santiago, y como a tal mandaban y mandaron que agora y de aquí en adelante sea y le hayan todos por vecino de esta ciudad, y como a tal le sean guardadas lasprominencias, fueros y libertades que se deb:n guardar a los vecinos de esta ciudad e ansy lo proveyeron.» S e ve, pues, que la palabra vecino no tenía como ahora solo un titulo de cortesía social que no impone otra obligación que la muy liviana de una visita de b a rrio, sino que constituía una posición municipal y política determinada. El vecino era por consiguiente elegible y tlecfor, pagaba contribución, tenía derecho a ciertas, exenciones, etc., era, en fin, ciudadano activo en la comunidad. Nada de esto correspondía al forastero, o al vecino de otra ciudad, y especialmente de las de arriba, y de aquí ese provincialismo tan hondo y tan radicado que ha existido en todos nuestros pueblos y que aun se ha traducido en actos de hostilidad abierta, no diré entre una provincia y otra, pues esto ha sido ¡recuente, sino entre dos p o blaciones vecinas, como San Felipe y los Andes, y aun de un barrio a otro barrio como sucedió hasta hace poco entre Santiago y la Chimba. En cuanto a los títulos y constitución, la propiedad de los solares en los tiempos en que éstos se daban de regalo, y que por lo que se ve hoy día fueron días de verdadera promisión, he aquí una muestra que copiamos al acaso de los libros de cabildo: «En este día el dicho (7 de abril de 1553) Pedro Hernández Perín por una petición pidió en el cabildo un solar en esta ciudad, cual él señalare. Los señores del cabildo mandaron que el señor Pedro Gómez, Alcalde y Juan G ó mez, Regidor, vean el solar que pide Pedro Hernández y se le señalen y amojonen para que sea suyo propio, el cual cerque dentro ds ocho meses despuésque se le señalare, y no lo cercando quede vaco este solar.»


HISTORIA

:su incomparable en

el concepto

•entendidos, del universo, río,

sus

clima y

117

D E SANTIAGO

el cúmulo

de

ventajas

naturales

que,

de todos los viajeros serios y de los

geógrafos

la constituyen en una de las ciudades más

hermosas

considerada

vergeles,

sus

en

su conjunto,

montañas,

sus

su valle, su cielo,

brisas,

y,

sobre

su

todo

•esto, sus hijas. Ya

desde

otorgado

1554

nada

Santiago

menos que

había

declarado

mino,

que c o n

muy

noble

mal

de tiempo

leal

título de Carlos

V,

en un pedazo

gusto

el Adelantado

su parte el ayuntamiento,

•eficaz, dictaba

el p o m p o s o

el emperador

y muy

unas armas de

•envió desde Valladolid con Por

tenía por

ciudad, que la

de perga-

y peor inventiva

nos

Alderete ( l ) .

en una esfera

más

modesta

en tiempo medidas que contribuían

y a!

( l ) Tenemos en nuestro poder un calco que hicimos en la Biblioteca Real de Madrid (en 1 8 6 0 ) de las armas de Santiago, que se ven grabadas en la magnífica colección titulada Tea'.ro eclesiástico del Perú, por el cronista real Gil González Dávila, en que se hallan también las de las demás ciudades de América. El escudo de la Imperial es mucho más elegante que el nuestro, que solo tiene un león pesado en el centro y una coronación o chapitel sin significación alguna, mientras que en aquel se ostentan las águilas imperiales de dos cabezas y algunos emblemas militares bastante bien distribuidos. De buena gana habríamos reproducido en este libro uno y otro emblema, si tuviéramos la idea de que en nuestro país existiesen veinte personas capaces de apreciar ese género de estudios en lo que realmente significa para el arte y para la historia. Pero nuestra convicción es demasiado triste a ese respecto; y •a la verdad que a veces nos admiramos de cómo estamos imponiéndonos la fatiga de escribir este libro que falvez nadie leerá sino para indagar sus lunares, que no serán pocos. Nuestra única disculpa es exclamar con el poeta: But why fhen publish? There are no rewards O f ame or profif when fhe world grows weary Y ask in íurn-why do you play at canda? Why drink? why read No siendo, pues, posible reproducir las armas imperiales de Santiago, copiamos su descripción de los ibros del cabildo, así como la fecha en que !ué proclamado patrón de la ciudad el apóstol de las batallas. «En este día 2 2 de junio de 1555, dice el acta respectiva, se presentó en este cabildo el privilegio de las armas que Su Majestad hizo merced a esta ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, que son un escudo con un campo de plata y en él pintado un león de su mismo color con una espada desembalada en la mano y ocho veneras del señor Santiago en la borda a la redonda. "Y n! principio del privilegio está pintado el señor Santiago y arriba de todo el privilegio las armas reales de su majestad. También se presentó en este cabildo el real título que su majestad le da a esta ciudad para que se intitule noble y leal ciudad. Y así todo visto se juntó y mandó archivar.» Nombróse al sagrado apóstol Santiago patrón de la ciudad y se mandó que su víspera y día se paseara el real estandarte (que también vino de España) con solemnidad, y se dio principio a ella el año de 1556 siendo el primer alierez real Juan Jufré..


118

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

adelanto material de la población, después de todo lo que había estatuido la ordenanza de Valladolid de 1554 y las diversas providencias del gobierno de Valdivia que dejamos en otra parte consignadas. D e s d e 1557 los

(acuerdo del 2 9 de Enero) se había impuesto a

materiales de

construcción

ún precio

de reglamento,

y

es

curioso observar que el de la teja fuese más o menos el misma que hoy conserva, esto es, veinte pesos el millar. M á s adelante observamos (Octubre 2 9 de 1577) que se manda p o r pregones c e r c a r

t o d o s los solares que

no tuviesen tapias,

en el término de treinta días, s o pena de darlos por vacos, y al mismo tiempo

(Febrero

15 de 1577)

se concede permiso a.

un vecino llamado don P e d r o Alderete para que edifique en la plaza una c a s a con portales, destinados al uso del público, q u e midiesen doce varas de claro, es decir, el ancho tuales

calles, lo que en realidad sería

de nuestras a c -

un admirable progreso,

hoy mismo que nuestros alarifes andan añadiendo por pulgadasla capacidad de nuestras estrechas veredas. L a severidad del director de obras públicas en aquellos a ñ o s había llegado a tal punto que, habiendo una señora c a s a d a

con

un tal F r a n c i s c o Llanes teñido la fantasía de edificar su c a s a en el espacio que hoy ocupa la vereda setentrional de la A l a m e d a , al desembocar en la calle de Estado, obstruyendo

así la línea

recta de la vía en dos direcciones, el cabildo mandó echar a b a j o el edificio el 15 de J u n i o de 1573, sin necesidad de que hubiesen discursos

gigantescos s o b r e los peligros de la expropia-

ción pública ni por la responsabilidad civil. D e esta suerte, y aunque despoblado, se cuidaba más del porvenir en estos tiempos de a t r a s o que lo que se deja ver en este siglo de las luces, en que continuamente se ve vender para edificar localidades que los pulmones del vecindario están

pidiendo

a gritos para solazarse. C o s a s extrañas y dignas de un especial estudio! En

1574 los ediles de S a n t i a g o le habían asignado cuatro pla-

z a s públicas, cuando la ciudad toda era una área vacía, Y hoy que las gentes comienzan a aglomerar sus viviendas, las unas s o b r e


HISTORIA

DE

119

SANTIAGO

las otras, se les niega espacio, es decir, aire y luz, que es la salud, que es la vida ( l ) , El empedrado de las calles, que solo vino a realizarse de una manera considerable a fines del pasado siglo, y por un sistema que se aproxima a lo racional,

a

fines

del que va corriendo,

o c u p ó también el pensamiendo del cabildo, en el gobierno de R o drigo

de

Q u i r o g a , a que se

refiere

la mayor parte

de estas

mejoras. P o r un acuerdo de 27 de Mayo de 1578 se comisiona, en efecto, al alcalde Alonso de C ó r d o v a y al regidor Alvaro de los R í o s para que manden empedrar ciertas calles principales, y en el mismo día surge el primer proyectos de los tajamares dando comisión al

corregidor J u a n de

Cuevas y al capitán M a r -

c o s V e a s para que emprendan las obras que las lluvias hacían necesarias en el rio, a fin de proteger a la ciudad, autorizándolos para imponer contribuciones, o derramas, entonces, con

harto disgusto y horror de

como se llamaban los vecinos de S a n -

tiago (cosa en lo que no ha habido la más mínima innovación), todo desembolso hecho en el pro comunal. P e r o lo traer el

que fué

agua de

al año que

más

Ramón

a c a b a m o s de

F e b r e r o de 1577,

digno de notarse

es

que la idea de

a la ciudad había sido anterior aún apuntar, pues con fecha

de

15 de

el ayuntamiento había pedido propuestas para

construcción de una acequia de una vara de ancho y media de profundidad, que debía conducir el agua del manantial de Jaba

Toba-

(pues aun G a r c í a Ramón no había dado su nombre a aque-

( l ) Según un asiento de los libros capitulares de 5 de noviembre de 1574, se colije que a la sazón existían cuatro plazas públicas en Santiago. Era la primera la que hemos llamado plaza de armas, y que allí se designa como la que sirvió para cortar los adobes de la parroquia. La segunda estaba situada en el mismo sitio que ayer sólo fué vendido (Cancha de gallos) ( l ) y comprendía una buena parte de la manzana situada entre la calle del Aíosqueío y la de Tres Motiles, pues se jugaban en ella cañas y se hacían paradas y otros ejercicios militares. Había otra plaza más pequeña que se llamaba de Sania Lucía, cuya localización no aparece clara, pues sólo dicen los libros de cabildo que «está junto a las heredades de Andrés Hernández». La cuarta era o'ra plaza o espacio de consideración llamada plazoleta de Juan Godinez «situada entre el solar del canónigo Alonso Pérez y el de Juan Lepe». ( 1 ) E s un c o m p e n s a t i v o d e e s t e i n c a l i f i c a b l e a b s u r d o el q u e el c o m p r a d o r h a y a s i d o d o n E n r i q u e M e i g g s p o r la s u m a de 1 8 , 3 5 0 p e s o s . — - S i n o t e n e m o s p u e s u n a p l a z a m á s , t e n d r e m o s d e s e g u r o algo que n o s i n d e m n i c e de su p r i v a c i ó n , y s o b r e todo que liberte a Santiago del p a d r ó n d e i n f a m i a q u e r e p r e s e n t a b a e s e e d i f i c i o , d e s t i n a d o a un p a s a t i e m p o t a n b á r b a r o c o m o repugnante.


120

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

lia vertiente) hasta la fuente de la plaza, por la gran

necesidad

de agua clara que tiene la ciudad, dice el acuerdo citado Para

(l).

que ese pensamiento llegase a ser un hecho permanente,

ha sido preciso

que transcurriesen

doscientos ochenta

y ocho

años! La salubridad pública no había nunca sido desatendida; verdad era que los recursos que había para conservarla

eran

úni-

camente los admirables de la naturaleza. Diez y seis años después de fundado S a n t i a g o había ya una botica regentada por un farmacéutico llamado don Francisco B i l b a o ; pero puso tales precios a sus drogas, que el vecindario se presentó al cabildo

denun-

ciando el fraude y en consecuencia se mandó abrir información para que el desafuero tuviese su remedio. Dijimos en otra parte que P e d r o de Valdivia

había fundado

un hospital, que después de su fallecimiento quedó bajo la vigilancia del cabildo hasta por más de medio siglo. Fué su pri mer médico, con título de ta!, un Alonso de Villadiego,

que si

su voluntad para curar era c o m o su ciencia, habría sido en todo digno

de su emblemático apellido. Había nombrado el cabildo

el 3 0 de J u l i o de 1 5 6 6 , pero encontramos que un mes después ¡(Agosto 3 0 )

le

señala

como

reemplazante a

don Alonso del

Castillo, a quien a c a b a m o s de nombrar con motivo del proyecto secular del agua potable. El trato ajustado por el doctor es digno de curiosidad para el público, para el protomedicato y en especial para los enfermos. Era su principal obligación asistir por lo menos dos veces al día a! hospital y cuantas o c a s i o n e s fueren necesarias, sin exceptuar las noches, imponiéndose por cada inasistencia una multa de dos pesos oro,

es decir,

que enton-

c e s los médicos pagaban cuando no iban, la misma suma que hoy se les paga cuando van, lo que no puede

negarse

es de

estricta justicia retributiva. P e r o lo que no lo parecía ciertamente, era que el salario pactado, que ascendía solo a doscientos treinta pesos al año, se le pagase en víveres de los que se contribuía para e! sustento

de la c a s a ; de modo que mientras el mé-

dico se le pagaba con choclos y zapallos, él exibía sus

multas

( l ) La acequia debía llegar hasía la casa de Alonso Castillo que era a sazón el médico de la ciudad y falvez por su consejo quería emprenderse la obra.


HISTORIA

DE

121

SANTIAGO

#en lejos de oro ( l ) . Tal era entonces el grado de importancia que tuvo la medicina y sus profesores! . D e s p u é s diremos cuánto tiempo duraron estos absurdos y quién vino a ponerles fin. V e r d a d es también, y esto se nos olvidaba decir, que del Castillo era un digno émulo en

Alonso

de aquel bachiller B a z á n

que

1 5 6 3 curó la hidropesía de don F r a n c i s c o de Villagra con

frotaciones de azogue, esto al menos, si hemos de atenernos a una querella que 1563

interpuso contra

él

el

6

de N o v i e m b r e de

el procurador de ciudad Martín Hernández de los R í o s ,

denunciándolo c o m o un charlatán que no sabía dice

el

pedimento,

fuera

curar indios, porque se querían Hubo

de

que

se

decía que estos

obstinaba en no querer se morían sólo

«cuando

morir...»

también en esa misma época otro doctor llamado B a r -

tolo Ruiz, que era un verdadero Sangredo :se descubrió luego que simple

«ni de llagas»-

no

del Gil B l a s , porque

tenía más aptitudes que las de un

b a r b e r o . El cabildo, lo había recibido de médico, cons-

tituido en

proíomedicato y con el

certificado del doctor Villa-

diego, quien lo declaró apto bajo juramento. L o s alcaldes limitaron

sin

embargo su

.acta respectiva,

práctica dándole

«para que

no

cure

autorización, dice

de c o s a s

pertenecientes

el a

a cabeza, ni del cuerpo., ni de fratura» ( 2 ) . Alguien

entre los descendientes

fdesea s a b e r cuál

de los conquistadores talvez

fué la primera y feliz profesora axaminada de

•obstetricia que recibió en sus manos los primeros chilenos que vieron la luz de la

vida bajo techos cubiertos de tejas. Llamá-

b a s e Isabel B r a v o

y su marido D i e g o V a l d é s , Vino de Lima,

•donde había hecho su práctica, y el cabildo la dio el

22

de

Octubre

mente

los

ediles

de

lo que

1 5 7 S , después se necesitaba

de

por recibida

preguntado

«para

grave-

que la criatura

(1) El primer legado hecho al hospiíal consistió en el molino que hemos dicho babía iabricado el alemán Bartolomé Flores y del cual le hizo cesión el 13 de enero de 1567. al tiempo de morir, imponiéndole por único gravamen el de •que se le mandasen decir dos misas por semana, las que serían pagadas con una anega de harina amasada al sacerdote que las dijese. Flores recomendaba en s cláusula testamentaria, que se prefiriese a los padres de San Francisco, pero no dice si era por una devoción especial o porque considerase a esos frailes más aficionados al pan que a los otros. (2) Cabildo del 3 0 de julio de 1566. n


122

BENJAMÍN

saliese

entera

y

viva,

VICUÑA

así c o m o

MACKENNA

cuántas

maneras

había

de

partos». Y a la verdad que la profesora había llegado en tiempo! C o m e n z a b a el clima privilegiado de la colonia, cuyos misteriosos componentes superiores

ni

producir con

de reproducción no han tenido hasta aquí

siquiera

paralelos en

usura los frutos

la

etnografía

humana,

a

que le son propios y a fundarse

nuestra sociedad por el más dulce de sus atributos, el hogar,

la

familia. Hemos

recordado

que la primera

pisó nuestro suelo era

doña

y venerable

Inés de S u á r e z ,

matrona

o Juárez,

que coma

alguien la llama, y aunque por su edad parece no tuvo en Chile descendencia, formó con todo a su

alrededor el primer c e n t r a

social y doméstico, asociada a una joven, hija de la edad juvenil de

su

esposo,

a

quien

quería

éste

entrañablemente

y

que

c a s ó s e en breve con un soldado vizcaíno de esclarecido valor, el general tarde

don Martín Ruiz de G a m b o a , sucesor que fué m á s

a usanza

de príncipes, de su propio

suegro

Rodrigo de

Q u i r o g a , en el mando de la colonia. V i n o en seguida otra señora, si no de gran distinción, su

cuna

había

sido

humilde

las

damas de esta tierra.

honrada cual lo fueron

L l a m á b a s e doña

esposa de P e d r o Valdivia, en cuyo honor La Serena,

pues

Marina de dio

este

tal era la patria de aquella en

y no la suya ( l ) . Hízose acompañar doña M a r i n a

porque siempre Gaete,

nombre a

Extremadura de su pro-

pia hermana doña Catalina, que fué, según en otra parte dijimos, la primera novia

que honró nuestros altares, sin verse obligada

a que su amante la corriera en veloz caballo, cual era la práctica

de la tierra, y cual continúa siendo en

entonces

el territorio

b á r b a r o y aun en nuestros campos, que a la verdad nunca ha dejado de serlo. Llegaron estas como

damas a S a n t i a g o

en 1 5 5 3 , c a s ó s e la última,

dijimos, en Concepción, y viuda la primera los p o c o s me-

ses de su arribo,

vino a

S a n t i a g o a encerrarse en

la soledad

( l ) Valdivia era nacido propiamente en Casfueras, una de las diez y seis villas que componen la dehesa o territorio de la Serena, de la cual Villanueva es otra de aquellas, y en esta última parece nació doña Marina.


HISTORIA

DE

123

SANTIAGO

del dolor, haciendo al morir ofrenda de su fortuna a esa misma poética y tierna significación. L a primera viuda ilustre de

San-

tiago, que lo fué la de su fundador, dejó establecido el culto de la

Virgen

de

que todavía tiene un

¡a Soledad,

templo erigido

en su nombre, bien que son raras sus sacerdotizás. En los primeros años de la conquista si bien, como en breve veremos, quías

había

del

iglesias

por

demás y santos

de

todas jerar-

año cristiano, carecíase por completo de manos que

los vistieran.

La

soltería

mente desconocida,

era una institución

porque

femenina

entera-

encontrándose la población

en un

orden enteramente inverso al que hoy arroja

un fastidioso cen-

s o que deja al bello sexo en una abrumadora mayoría, disputábanse

los

tiempos

de Troya y California. Conserva la historia

de

conquistadores

una de estas

primeras

ras, compuesta de una gran dama para

las

primeras

Elenas como en los

encantadoras

remesas de poblado-

«seis señoritas nobles, proporcionarles

recuerdo

que

estado.

trajo

consigo

Ignoramos si la

piadosa y casamentera señora, que en la una y otra calidad ha tenido tantas herederas, se viera forzada a someter sus pupilas al curioso procedimiento que nos contó en un jurado el

en

lengua

y

charla portuguesa

célebre coronel C o r r e a D a

c o m o el más usado en S a n F r a n c i s c o ; pero

es

lo

Costa,

cierto que

apenas habían desembarcado en Valparaíso, ya había demanda por la posesión de sus blancas manos españolas.. Hános

tam-

bién referido nuestro buen amigo el ilustre historiador G a y que entre-sus preciosos papeles, aún por el señor de

dicha

no esplotados por

López y otros camaradas embardunadores de his-

toria, existen algunas curiosas peticiones

al

rey

por mercedes

en que, apuntándose los servicios en cuyo nombre se piden, s e acompañan listas de haber

importado en el país tantas vacas,

tantas ovejas, tantas damas, etc., todo para el consumo de los c o l o n o s y para el cumplimiento de aquel precepto del Evangelio que el linaje humano, no

s a b e m o s por

repugnancia en dejar cumplido. Crescife Dijimos también en otro lugar que

qué, ha tenido et

menos

multiplicamíni.

desde los primeros años

de la conquista se había establecido en

la

capital

otra señora

de tan gran nombre, entre los conquistadores de Santiago c o m o d o ñ a M e n c í a de los Nidos lo había sido entre

los de la C o n "


124

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

cepción, o c o m o fué en breve la heroica Inés de Aguilera entre los de la Imperial.

E r a aquella doña Esperanza de R u e d a ,

que. viuda, p o c o después de la de Valdivia, •de éste, J e r ó n i m o da Alderete, muerto má a su regreso férez real que

en

del sucesor legal la bahía de P a n a -

de E s p a ñ a ( 1 5 5 4 ) , c a s ó s e con el brillante al-

habia venido

del C u z c o con los primeros con-

quistadores y cuyo nombre antes dijimos,

era

don

Pedro

de

Miranda. Y no se tenga a mal s e a m o s prolijos en esta enumeración genealógica, porque vamos a

contar

a su propósito el

m á s antiguo de los crímenes sociales que han enlutado las páginas domésticas

de S a n t i a g o y que por fortuna

no ha tenido

después otro parecido. Tenía don P e d r o de Miranda,

como

Rodrigo

de Q u i r o g a .

a m b o s c a s a d o s con viuda, una hija llamada doña Catalina, que no s a b e m o s le habría dado la bendición de un sacerdote o era sólo el fruto de sus mocedades, de las cuales p o c o s si alguno de los conquistadores, se hallaban exentos. Vivía doña Catalina en e! recato

de las canas

de su padre y de la virtud de su

madrastra, cuando pidióla en nupcias un caballero llamado don B a r t o l o m é M e g í a , en cuyo nombre, aunque

se dice era vecino

de la Concepción, hemos encontrado inscrito uno de los res de S a n t i a g o .

Concediéronsela

fué la esposa de un

apuesto

sala-

los padres, y doña Catalina

¿roldado,

de

quien

luego

con-

cibió. Hallábase en este estado cuando una tarde de noviembre invitóla su madrastra, que también iba a ser madre, para ir a la iglesia a vísperas de difuntos. M a s la joven, a quien su marido por celos u

otro

motivo

que no apunta la

crónica, le

había

prohibido aquellas salidas, negóse a complacerla, Insistió la s e ñora con enfado en que había de acompañarla, y c o m o la otra a su vez porfiase, salieron a la vez los dos esposos, el de doña Esperanza y el de doña Catalina, a querella

E r a A4egía

participar

en la femenina

áspero de genio e iracundo de corazón, y

mantuvo su prohibición de una manera terminante, por exaltada

la señora díjole

«algunas palabras

decir las mujeres cuando están bravas» ( l ) Marino de Lovera. pág. 3 2 6 .

(l).

lo que

de las que suelen


HISTORIA

DE

125

SANTIAGO

B a s t ó esto para la consumación de un horrendo crimen. Fuera de sí el contrariado marido s a c ó la espada que llevaba al cinto, y atravesándola por

el pecho

de

la matrona,

dejóla

allí mismo muerta a presencia de su esposo y de su hija; y luego arremetiendo contra éstos, sin cuidarse de la preñez última, los asesinó cobardemente a su turno, a un huésped de

la

casa

matando

de

la

también

llamado don Francisco de S o t o que

vino a socorrerlos, por manera que

en un minuto el monstruo

enloquecido se bañó en la sangre de seis criaturas, cometiendo un cúmulo de crímenes domésticos que autorizó a la no s a b e m o s si al

justicia, y

pueblo, para descuartizarlo allí mismo aque-

lla tarde, c o m o lo ejecutaron,

«cumpliéndose en aquel procedi-

miento (que recuerda la ley Lynch de los pueblos del norte) dice el historiador que ha dejado constancia minuciosa de este hecho, siete muertes con

la

suya,

pues parece

andaban

sueltos

los

siete pecados capitales». P r e c i s o es, sin embargo, para valorizar concienzudamente e s tos errores, que no era siempre la dulzura el arma

de persua-

ción de la mujer en esa época, sino el orgullo y la altivez que heredaron dos veces del godo y del á r a b e . P o r esto, sin duda dice el jesuíta E s c o b a r , trágicos

sucesos le

escribió

( 1 5 9 5 ) que eran

mujeres españolas servicio que

que

poco

después

P

de estos

tantas las gollerías

de

las

«que cada una quería tener treinta indias de

estuviesen

lavando

y

cosiendo como a prin-

cesa» . C o n s t a de los libros

de

cabildo otro c a s o extraño y miste-

rioso casi contemporáneo del anterior,

y según

el cual un po-

deroso vecino llamado don P e d r o Lisperguer, alemán de origen y deudo remoto,

según decían de C a r l o s

V , estuvo

excomul-

gado por la iglesia, pues habiendo sido electo alcalde discutióse largamente sobre si se le recibiría o nó.

resultando

que lo fuera, porque no se trataba de negocio de heregía, de penitencia

canónica.

ai

fin sino

V e r d a d es que aparece también que ni

ésta había cumplido el alto caballero, lo que pone de manifiesto o su poderoso influjo personal

o el

poco

c a s o que harían

de las excomuniones los soldados, que por lo común formaban el ayuntamiento de S a n t i a g o . E s t e suceso ha quedado, sin embargo,

envuelto

entre

som-


126

BENJAMÍN

b r a s , c o m o muchos

otros

VICUÑA

MACKENNA

de su género, pues ningún historia-

dor lo menciona, y apenas consta

de una acta del cabildo la

tenue alusión que dejamos recordada ( l ) . Aconteció también por estos años una calamidad de otro nero y consecuencias

que produjo gran

gé-

espanto en el ánino de

los colonos, tal fué el terremoto de 17 de M a r z o de 1575, el primero de que han

conservado

memoria los

historiadores,

pués que los castellanos entraron en Chile, y que, por lo inició

esa

serie

de

cataclismos

casi

periódicos

destanto,

que han

ido

marcando con sus e s c o m b r o s cada uno de los siglos de nuestra existencia. El terremoto de 1575

fué el cataclismo del siglo X V I .

El más famoso del 13 de M a y o de 1647 el del siglo X V I I . El de 3 de J u l i o

de

1730 el del siglo X V I I I . En cuanto

lleva ya pagados

al

nuestro

dos tributos en el 19 de Noviembre de

1822 y

el 2 0 de Febrero de 1835,

y es de esperar que no toque a nues-

tras generaciones la tercera prueba. Q u e otras la tendrán y terrible, es duro pero irremediable vaticinio. N o causó,

empero,

estragos

de

consideración

miento en la ribera del M a p o c h o ni en los

este sacudi-

valles mediterráneos,

porque el mayor empuje de su violencia cargó a la parte

del

sur, como el de 1861 que arruinó a M e n d o z a vino por el oriente, y los terríficos de 1868 han estallado hacia el norte. S a l i ó el mar en

la costa

ríos hasta

de

Valdivia, penetrando por la

tres leguas al interior, quedando el

marea de los

cauce de

éstos

s e c o s en la baja, según lo vio por sus o j o s el capitán M a r i n o de Lovera, corregidor a la sazón de aquella ciudad, y quien porque lo vio

lo cuenta. C o n c e p c i ó n

quedó arruinada «porque salió la

mar de sus límites bramando más que leona, y entrándose p o r la tierra, hizo estragos en los rastros de las fábricas, y a la misma tierra dejó

hecha

laguna». En

Santiago

fué al

principio

suave el vaivén, según uno de sus vecinos que a la sazón escribía en su

propio

añade (pág. 210),

recinto su «tomó

tanto

famosa historia ímpetu, que

(2);

pero luego

traía las

edificios con tanta braveza, que parecía a c a b a r s e

casas y

todo el pue-

blo». (1) Acta del ayuntamiento del 14 de diciembre de 1568. (2) Góngora Marmolejo residía en Santiago en 1575 y en ese mismo año dice él acabó su relación.


HISTORIA

DE

127

SANTIAGO

S u c e d i ó esto a las diez de la mañana del J u e v e s S a n t o del a ñ o recordado, a p o c o de haber tomado el mando Rodrigo de Quiroga. Según Pérez García c o l e s de Ceniza de 1570,

ocurrió

este

terremoto el Miér-

pero en esta versión hay evidentemente

error. N o todo, empero, era ultrajes, escándalos, misterios y convulsiones de la tierra, tristes s o m b r a s

que cobijaron nuestra cuna,

p a r a los pocos venturosos pobladores de S a n t i a g o . A la afición innata de los españoles a las fiestas y al alegre pasar de la vida y de los años, se había juntado el amor invencible a la ociosidad y a la somnolencia del

alcohol

que en todas

partes

ha

caracterizado a la raza indígena de América; y así sucedía que mientras los indios vivían en la perpetua orgía de sus taquis en la bacanal de sus chinganas,

los españoles corrían

y

estafermo,

jugaban cañas y alcancías, o se ejercitaban en su arte y ciencia favorita de la tauromaquia,

en la que es preciso confesar no han

tenido superiores, desde el C i d C a m p e a d o r a Montes, el primero y el último torero de España. L a s corridas de toro comenzaron a pública pues

se

tener lugar en la

desde el primer gobierno interino de conserva

•que hacía veinte

un documento de 1574 años

se

corrían;

y

tan

en el que se serio era

c i o , que el 15 de J u l i o del último año recordado hildo

dice

el nego-

se celebró

ca-

para a c o r d a r c ó m o se deberían cerrar ese año las

abierto

esto es, el anfiteatro de las lidias.

barreras,

plaza

Quiroga (1554),

Antes se hacía, al

parecer, por un empresario de cuenta de los vecinos; más como éstos

se

manifestasen

reunión construirlas por casa

los

pocos

satisfechos,

sí mismos,

trayendo

maderos y asientos que le

miento que espectáculos

se hizo. públicos

P o r manera

resolvieron

cada uno de su

tocaron según el reparti-

que

se asistía entonces a los

con mucha más comodidad

que en el día, desde que cada cual llevaba su palco disponía en todo a su s a b o r y lo hacía hombros

de sus indios, sin que

en esta

y

holganza

consigo, lo

conducir de nuevo en

todo esto le costase un

solo

maravedí. L o s días de tabla para estos regocijos populares eran las fiestas de S a n J u a n , S a n t i a g o y el Carmen, y esto explica el cai i l d o abierto celebrado el 15 de J u l i o , víspera del último.


128

BENJAMÍN

No

tenían iguales privilegios los

VICUÑA

fin los unos eran los amos y

MACKENNA

infelices

naturales, pues al

poseían hasta el

monopolio

del

placer. En los asientos de! cabildo se encuentra un acuerdo del' 24

de J u l i o

de 1 5 6 6 , disponiendo que saliese un regidor a c a s -

tigar las borracheras

de los indios, quebrándoles sus vasijas y

azotándoles, El regidor fué sustituido después por un que se llamaba de los borrachos,

carretón

creación única entre todas las-

ciudades del mundo, y que ha estado probando hasta hace pocola abyección moral de nuestro pueblo y la sus

clases ilustradas la

miraban

sistsmático del bajo pueblo de todas sin embargo,

indolencia con que

perpetuarse.

El

alejamiento

las fiestas españolas fué,

una c o s a peculiar a Chile, y apenas ha venido a

ser una conquista del pueblo mismo en los regocijos nacionalesde la independencia. En España, al contrario, el pueblo es a m o en todos sus pasatiempos, y en el anfiteatro de toros el puebloes rey. Tales

habían sido los principales rasgos

de la política,

de[

gobierno de la ciudad y aún de la sociabilidad íntima del pueblo y las familias, que habían caracterizado la vida de la colonia hasta

el año 1 5 8 0 , en que a los 4 0 años de su fundación

murió su quinto gobernador de

su vida. Larga

dencia

don R o d r i g o de Q u i r o g a a los

80

y honrada existencia, que tal suele la Provi-

concederla a ips que llevan una alma limpia dentro de

un pecho varonil! Era,

c o m o dijimos en otra página

don R o d r i g o

higarejo de S ú b e r , en Galicia, vastago que esto era hechos, su

natural del-

un hombre oscuro,,

propio de los conquistadores, hijos todos de sus-

llamado Hernando

nombre,

de

pues

fué

de

común

C a m b r a , que ni siquiera le dio en

esos años llevar indiferente-

mente el de la madre, y aún el del pueblo o heredad en que se había nacido. V i n o a la América con los Pizarros, y fué cornohemos de

visto, uno de los capitanes de

Valdivia.

S u s proezas le habían

armas que hecho

ya

trajo tan

Pedro

meritorio

c o m o su prudencia, a lo que se añadía que era el único de los conquistadores

que había venido a

Chile

trayendo consigo a

su esposa. En c o n s o r c i o primeros

con ésta fué por tanto don Rodrigo, desde los

años, el verdadero padre de los colonos, según

habrá


HISTORIA

ido descubriéndose antes

de todo

DE

por el tenor de esta

la

caridad, y como,

relación.

Distinguíale

merced a su industria, se

había hecho el más rico de los vecinos citaba en grande escala. Dicen

129

SANTIAGO

los

de Santiago, la

ejer-

historiadores que cada año

se amasaban en su casa de o c h o a diez mil fanegas de harina para el sustento de los pobres, y de su renta, treinta mil pesos, no reservaba un solo invertía en limosnas para mera iglesia de

el

la M e r c e d

que ascendía a

maravedí, pues todo lo

culto o los menesterosos. La prique tuvo la

capital se

edificó en

unos solares que él regaló a los fundadores de la orden,

ayu-

dándoles después generosamente en su fábrica, por cuyo motivo y como fué el único gobernador que en cerca de un siglo m u rió en la capital, diéroníe sepultura en aquel templo. Era a d e m á s dueño de

muchas propiedades que legó para

instituciones pia-

dosas, y entre otras dio a los padres de la orden de predicadores todo el terreno que se llamó después Llano mingo

que hoy forma el barrio

de

la

de

Chimba

Sanio

Do-

y una red de

propiedades rústicas cuyo valor excede de millones. D e cada uno de los más culminantes conquistadores de Chile han tenido bien y mal que decir

los más imparciales cronistas

pero de don R o d r i g o de Quiroga sólo encontramos alabanzas. «Era de

buena

estatura, dice

uno ( l ) , moreno de

b a r b a negra, cari aguileno, nobilísimo de neroso,

amigo

en extremo

grado

ayudaba en lo que hacía y su

de

casa

pobres, y ansi Dios le era hospital

y mesón de

todos los que la querían. No se le conoció vicio suerte de c o s a , ni lo tuvo, tanto fué

rostro, de

condiciones, muy ge-

amigo de

en la

ninguna

virtud».

Y

otro, que también le conoció personalmente,

nos ha dejado no

menos honroso retrato de su alma en estas

sencillas

•Fué hombre

de

muy buenas

palabras:

partes, c o m o fueron sobriedad,

templanza y afabilidad con t o d o s » . ( 2 ) . Excusado

sería decir

cicio de todas ésas de Suárez, si el

que fué participe principal en el ejer-

virtudes

hacerlo

no

su

noble

compañera,

doña Inés

sirviera como una protesta de la

historia contra aquella fábula del degüello de siete caciques que

(1) Góngora Marmolejo, pág. 156. ( 2 ) Marino de Lovera, pág. 3 9 5 .


130

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ha atribuido a su mano la temeridad inconsiderada de algunos cronistas de la presente y más viejas edades ( l ) , M u r i ó don R o d r i g o vigor

de

sus

el

27

de

Enero

de 1 5 8 0 en todo

el

facultades, y entró a sucederle, por derecho de

nombramiento, según

ya dijimos, su propio yerno

don Martín

Ruiz de G a m b o a , que le había ayudado en su senectud a llevar el peso del gobierno civil de la colonia y especialmente el de las armas.

( l ) La casa habitación de Quiroga estaba en la plaza, según dijimos; pero tenía una quinta en la Chimba en el sitio que se conoce todavía con el nombre de su esposa—la calle de Juares. En el desierto de Afacama existe también un jagüel o aguada que esa admirable mujer, tipo feliz de tantas otras en nuestra tierra, hizo .abrir a su paso con Valdivia y se llama todavía el jagüel de doña Inés.


CAPITULO

X

La g u e r r a y los tributos El gobernador Martín Ruiz de Gamboa.—Curiosa ceremonia con que se recibe del mando.—Los gobernadores de guerra Sofomayor y Loyola.—Levas y contribuciones que imponen a Santiago.—Característica y enérgica resistencia que oponen sus vecinos.—Envían éstos un regidor a Lima y obtienen exenciones de la Real Audiencia.—Detalle de las erogaciones que hacen para la guerra.—Clamores sobre su pobreza y su ruina.—Los araucanos matan a Loyola.—Plagas, epidemias y broceo de las minas a fines del siglo.—Triste condición de Chile al terminar el siglo XVI.—Escasos progresos.—Suntuosidad de las iglesias.

L a muerte de R o d r i g o de para Santiago, como

Quiroga fué una calamidad pública

la del inquieto y belicoso

Valdivia había

s i d o casi una ventura. L o s sucesores de aquel dieron, en efecto, punto a la breve tregua de paz y de gobierno civil que p o r su

aquel

ancianidad y su carácter había mantenido durante

últimos años de su vida

los

(1575-80).

Martín Ruiz de G a m b o a , su hijo y heredero de hacienda y de mando, era sólo un soldado, vizcaíno de nacimiento, y por tant o pertinaz y testarudo. Fué el que llevó las armas españolas a mayor

distancia

en

nuestro territorio, fundando la ciudad

C a s t r o , en honor del virrey que había hecho bernador de Chile, a virtud de un trato también a

Chillan,

otra plaza

militar,

a su suegro

gallego,

(l)

de go-

y fundó

en honor de su propio

nombre, pues denominóla S a n Bartolomé de G a m b o a ,

costum-

( l ) Así lo dijo don García de Castro cuando los oidores de Lima que habían nombrado a Pedro de Villagra le reconvinieron por haberlo destituido.


132

BENJAMÍN

b r e tradicional, que dad nueva

VICUÑA

MACKENNA

no ha concluido todavía en que toda

ha de llamarse por

un apellido, c o m o antes

ciuhabía

de ser forzosamente por un santo. Hay un rasgo que caracteriza al sucesor de R o d r i g o de Q u i roga y su gobierno, por lo que vamos a recordarlo. C u a n d o murió don Rodrigo, encontrábase en Chillan su s u c e s o r ocupado

de negocios

militares;

nueva, corrió a tomar posesión de

pero apenas le llegó la

su destino. En el intervalo-

habíale desempeñado en calidad de lugar teniente un licenciadodel nombre de A z o c a r , que tuvo la cortesía de salir a! encuentro del nuevo gobernador, había

con

tenido algún disgusto,

y

quien,

no

sabemos

como al tiempo

de

levantara por esta causa entre ellos algún altercado, ron luego, dice M a r i n o

de Lovera (pág.

por qué, versé se«se a p e a -

4 0 7 ) el capitán

Juan

de Lisama, Nicolás de Q u i r o g a y otros soldados, y dieron con él muía abajo y lo llevaron Tales

medio

arrastrando

a

la c i u d a d » .

eran los cumplimientos oficiales con que se saludaban

entonces los gobernadores entrantes y salientes, que no es distinto

del que suelen

una mansa

muía

darse hoy día, bien que no los bajan

sino del trono

de

un poder omnímodo

de que

apenas alcanzan a sacudir titánicas batallas. Inútil es añadir que el buen doctor A z o c a r fué a pagar

a Lima su corto interinato

después del porrazo que le dieron de su muía. Extraño

destino

de los togados! A L a s P e ñ a s le dieron una paliza, a A z o c a r lo arrojaron

de la

muía; pero ellos lo

llevaron en santa pacien-

cia, pues su época había de llegar. La R e a l Audiencia no tardaría en llegar a Chile. N o e s c a p ó , empero, a su turno, mejor librado su perseguidor; pues habiendo llegado tres años

más tarde su sucesor propie-

tario, el ilustre S o t o m a y o r , le tomó rígida residencia tantas las exorbitancias,

«y fueron

dice el escritor que a c a b a m o s de citar,

tan desaforadas las sin razones, tan patentes las injusticias, tan graves las

atrocidades

d o s o castigo cortarle

que se le acumularon, que parecía piadiez c a b e z a s si diez

tuviera».

Oh

hom-

bres! hombres que gobernáis o qve sois gobernados ¿cuándo o s habréis convencido de que la justicia política es sólo una c o s a de guo

ultra-tumba?... P o r

esto sin duda fué que el cronista anti-

que citamos terminó su juicio con estas reparadoras pala-


HISTORIA

Iras...

«Como quiera que en

.muy bien coronas»

DE

tenerlas (las diez

133

SANTIAGO

realidad de verdad

cabezas) para

le estuviera

recibir en ellas diez

(l).

Fué don Alonso de S o f o m a y o r , sexto gobernador propietario -del reino de Chile, un esclarecido capitán que en Flandes y en E s p a ñ a misma alcanzó levantada fama por sus hazañas y talent o s militares. E r a extremeño c o m o los Pizarras, c o m o Cortés y c o m o P e d r o de Valdivia, lo que se recuerda como para los primitivos conquistadores mero oriundos de

aquella

provincia

refuerzo de seiscientos hombres, íamente de España

de

un alto timbre

Chile, en su mayor núárida y

fuerte. Trajo

un

los primeros que venían dírec-

y constituían el

contingente

más

eficaz y

poderoso que se enviara a A r a u c o , pues el de don G a r c í a había .sido sólo la mitad de ese número, y a más

gente bisoña y re-

v o l t o s a (2). La C o r t e de Madrid se había apercibido al fin de que la cuestión

de Arauco,

como se le llama todavía, era un negocio serio,

y mandaba uno de sus mejores tercios y un capitán afamado para ponerle fin. Don

Alonso

venía,

pues,

no . a gobernar, sino a hacer la

guerra, y en ésta ocupó con suerte varia pero con ánimo siemp r e esforzado los nueve años cumplidos de su gobierno ( 1 5 3 3 1 5 9 2 ) . S u corte y su cuartel general eran la Concepción, reedificada p o r la segunda vez de sus

ruinas, entre las agrestes

colonias

que la dominan, en medio de las cuales yace todavía oscuro y olvidado el viejo P e n c o . La capital verdadera del reino estaba, pues, en la vecindad del B i o b í o , y S a n t i a g o era lo que Valdivia había querido que fuese, esto es, una dehesa de caballos, un hospital para inválidos, una p o s a d a para l a s - t r o p a s que llegasen de refresco,

pidiendo pan

y forraje, y por último, cuando más, un sitio ameno y tranquilo en que los viejos capitanes fuesen a reposar sus canas y a morir bien con D i o s y con la virgen, entre las plegarias de sus monjas, siendo en seguida sepultados en sus silenciosos claustros y en( 1 ) Marino de Lovera, pág. 3 9 6 . (2) Según el historiador español Laluente, Sofomayor fué el correo de gabi neíe, enviado por Felipe II a Flandes con los despachos en que nombra a A Icjan •dro Farnesio sucesor de don Juan de Austria.—(Lafuenfe, f. 14, pág. 8 5 ) .


134

BENJAMÍN

VI&UÑA

MACKENNA

comendadas sus almas a D i o s por los

fieles.

Don

Alonso sólo,

venía a S a n t i a g o cuando necesitaba víveres, caballos,

soldados,

dinero; y entonces, sin apearse casi de su montura, golpeaba l a s puertas del ayuntamiento, daba sus órdenes, y lanza en mano volvía otra vez a las fronteras. N o se condujo de otra suerte su sucesor don

Martín

Oñez.

de Loyola, séptimo gobernador propietario. S o b r i n o de S a n Ignacio, y vizcaíno c o m o él , había nacido

doblemente soldado,

p o r la tierra en que viera la primera luz y por la cuna en q u e mecieran su infancia. El Loyola de Chile no tuvo, empero, el capitán de Pamplona,

la

inspiración salvadora

de

como

dejar la

espada por el claustro, cuando recibiera en la carne el primer bautismo del fuego. Y a mal le estuvo, porque su venida a Chile l e c o s t ó la vida. E r a Loyola b e l i c o s o en estremo, y c o l o c ó a S a n t i a g o

en

último estremo de su empobrecimiento y desventura con las c o n tribuciones

de sangre y oro que

le

impuso,

cuando

ya

don

P r e c i s o es advertir aquí, por la segunda vez, que si hay

algo

A l o n s o de S o t o m a y o r parecía haberlo dejado exhausto. que los santiaguinos hayan aborrecido intensamente los herejes,

es el impuesto;

el grito en el cielo

después

y así nunca han dejado

de

de

poner

cuando se les ha pedido sea un millón de

pesos, sea una camisa. D e

aquí

el

odio

ingénito al

decir, al gobierno con cara de alcabalero, y de esto dan

físco.

es

testimo-

nio todos los hombres de pensamiento de que ha quedado memoria desde P e d r o de Valdivia, que para sacarles plata, se las r o b a b a , hasta don D i e g o Portales, que no dejó r o b a r a nadie, s o pena de los

carros.

Así, desde los primeros años, vemos al cabildo dé S a n t i a g o órgano

legítimo de su población,

dispuesto

con

puños

apre-

tados a s o s t e n e r los fueros de sus hijos en cuanto corrían peligro sus heredades o personas. Y a hemos recordado algunas d e estas antiguas protestas y a la vista tenemos otra que a la fecha de que nos ocupamos c o n t a b a ya veinticinco años, en cuya virtud, el procurador

de

ciudad J u a n Godinez pedía misericordia

para

el patrimonio de sus representados, disminuido, según sus palabras, en más de 400

mil pesos en las guerras que se habían sucedido


HISTORIA

DE

135

SANTIAGO

desde Valdivia hasta B r a v o de S a r a v i a ( l ) . M á s tarde hubieron de pedir amparo a la Real Audiencia de Lima, cuyo

tribunal,

sensible a dádivas y a empeños, les o t o rg ó la franquía de no suministrar levas ni subsidios para el ejército de las ciudades arriba

de

( 2 ) . L a teoría santiaguina era entonces la de que la guerra

debía de hacerse por las ciudades que había poblado Valdivia a costa suya y con su sangre, pues ya habían crecido lo suficiente para vivir sin el materno sostén. P e r o el sobrino de S a n Ignacio, que c o m o tal no entendía en c a s o s de pequenez, mandó cumplir la ley militar, y por lo menos pidió a los empecinados santiaguinos que alojaran

los

contin-

gentes que le llegasen de Lima y les proveyesen de caballos para seguir su marcha a la frontera. M a s pedirles esto entonces era c o m o pedirles dos siglos después que se suscribieran al c o r s a r i o Afacama. V a m o s a la prueba de la historia. P o r el año de 1 5 9 7 llegó a Valparaíso un refuerzo de ciento cuarenta

soldados al

c a r g o del general

tilla, y aunque Loyola había

prevenido

don Gabriel al

de C o s -

corregidor de S a n -

tiago Nicolás de Q u i r o g a (el mismo que derribó de la muía al doctor y

Azocar) que tuviese prevenidos reclutas, víveres, dinero

caballos

rocines

desde

útiles

un

año hacía, sólo juntó 4 2 5 pesos y seis

entre los

sangre y de jure,

transeúntes. Aquella suma sirvió frenos,

lo

que

es decir, los santiaguinos

vecinos,

y 6 0 pesos entre los moradores, sólo

parecería c o s a de

de

es decir, los

para comprar

cincuenta

burla, desde que no había

c a b a l l o s a que ponerlos ( 3 ) . (1) Reclamación de Juan Godinez de 3 0 de agosto de 1567, publicada por Gay.—Documentos f. 2.°, pág. 237.—El mismo Bravo de Saravia decía al rey en carta de 8 de mayo de 1569 que se necesitaban re'uerzos de gentes, porque los pocos españoles que quedaban «estaban pobres y cansados». Las palabras de G o dinez son dignas de reproducirse: «por ello, dice, estamos adeudados y pobres que no ha quedado casa ni hacienda que no la hemos empeñado y vendido. Y como no nos queda cosa con que sustentar los gastos de esta guerra sino el ánima, deseamos darla a Dios de quien la recibimos, porque es cierto que de los conquistadores que en esta ciudad somos vecinos, no hay fres que puedan (ornar las armas, porque están todos viejos, mancos y constituidos en todo extremo de pobreza». (2) Real provisión de la Audiencia de Lima el 2 6 de abril de 1595. (3) Consúltese sobre estos curiosos y característicos incidentes, el documento publicado en el f. 2.° de la Colección de historiadores chilenos con el título de «Relación de la guerra de Chile hasta 1798», cuyo manusccifo existe en la Biblioteca Nacional.


136

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

AI fin una aciaga mañana (Noviembre 2 5 de 1 5 9 8 ) los indios cayeron en la solitaria quebrada de G u a d a v a s o b r e el campamento de Loyola que, estando la tierra de paz,

viajaba desa-

percibido y confiado en su humillación. E x c u s a d o es le cortaron sus

la cabeza y bebieron

en su cráneo

decir que

la sangre en

orgías infernales, c o m o habían bebido cuarenta

y

cuatro

a ñ o s antes en el cráneo de Valdivia. Aquel

acontecimiento,

que debía

ejercer

en

la

capital del

reino una influencia local, semejante a la que tuvo el desastre Según esíe interésame expediente, que se compone de informaciones de testigos mandadas levantar por Loyola para probar la mezquindad de los vecinos de Santiago, resulta que desde 1596 él había mandado a Santiago desde Concepción al capitán Miguel de Silva para que se aprontasen recursos en el verano de ese año, en lo que aquellos no consintieron, premunidos con la provisión de la Audiencia de Lima ya citada. En el verano del año siguiente, cuando de seguro esperaba el re uerzo que traía don Gabriel de Castilla, ordenó el gobernador que se acopiasen en la Ligua, 1,000 lanegas de trigo en Santiago, 5 0 0 carneros, cecinas, caballos, monturas, etc., focándole a las ciudades de arriba 4 0 0 caballos y 5 0 0 vacas. Ordenó también, con fecha 7 de octubre de 1597, que fodo vecino de Santiago que fuese capaz de montar a caballo, saliese a campaña bajo severas penas, y que los que por su edad no pudiesen tomar el campo, socorriesen la tropa de CastiJa con dinero y cabalgaduras. Ya hemos dicho cuánto de los dos últimos recursos se juntaron, pero es curioso añadirla nomenclatura délas contribuciones para que se tenga idea de la manera cómo entonces se distribuían las proratas. Los partidos de Lampa y Colina contribuyeron con ocho potros cada una, el de la Angostura con diez y siete, el de Pomaire (Melipilla) con seis, el de Aconcagua con veinte y ocho, el de Quillofa con trece. Ei corregidor de Rapel envió además veintiún potros y veinte y siete «aparejos de arria», y tres vecinos de Santiago, llamados Alonso de Riveros, Alons o de Córdova y Juan Godinez (aquel mismo que en 1567 reclamaba contra las gavelas y que a la sazón debía ser más que ocfojenario, pues vino con Valdivia y es el último que sobrevivió de los conquistadores), dieron por su parte cincuenta vacas y ciento sesenta carneros. Según se ve, Loyola había pedido caballos y sólo le enviaron potros, y éstos tan chucaros y tan inservibles, que al llegar a la Angostura los soldados de C a s tilla tuvieron que abandonarlos y alquilar yeguas cerriles, según la declaración que prestó el capitán don Juan Pérez de Cáceres que vino con el refuerzo de Castilla. No dice, sin embargo, el capitán si entre las últimas irían algunas de la cría de 'la yegua de Orlando*, aunque el que popularizó le última tuvo estancia donde compraron aquellas. Debemos también advertir que al requirimienfo de Loyola para tomar en masa las armas, respondieron un vecino y dos mercaderes, y de éstos últimos resultó que ambos habían ido por sus negocios a las ciudades de arriba. Hay una cosa notable que señalar aquí, y es la protesta que aludiendo a estos mismos sucesos y oíros posteriores, hace el padre Ovalie sobre la generosidad con que los santiaguinos sostenían la guerra «acudiendo a ella, dice (pág. 160) con sus haciendas, con sus hijos y vecinos, sin que haya habido tiempo en que no esté o con las armas en la mano o socorriendo al real ejércifo, con dinero, caballos, comida y jen'.e..." Pero hay otra cosa que tenemos también que advertir, y es la de que el buen padre Ovalie era santiaguino... y a más, jesuíta.


HISTORIA

DE

137

SANTIAGO

-de su primer gobernador, encontró a su vecindario en la lánguida

y abatida

disposición

que la hallara

veinte años de guerra que habían seguido al de R o d r i g o de Quiroga,

no

sus

la misma lucha que

fuerzas agotadas en

gobernadores,

los

misma

el último. L o s

gobierno pacífico

habían podido menos que postrar sostenía con los

capitanes y los soldados mismos por defen-

d e r sus cortos provechos. Así es que las pinturas

que nos han

quedado de esa época, están c a r g a d a s de tintes sombríos. «Por todo

lo cual, decía un acuerdo del cabildo en tiempo del go-

bernador S o t o m a y o r , protestando contra la recluta -éste hacía, esta ciudad, hitantes

y jnoradores,

y ha-

de ella y su jurisdicción están muy afligidos y

claman

sobre

ello en las p l a z a s . . .

y las

mujeres en

las

y los predicadores

calles,

en los pulpitos;

c a r g a d a s de sus hijos, lloran y

piden a D i o s justicia por ello, por

los daños que reciben»

S o b r e v i n o por este mismo tiempo una plaga de dicen

forzosa que

y esíaníes

vecinos

algunos

ponderativos historiadores

ratones

se comían

(i). que

hasta los

niños en las cunas, y en seguida ( 1 5 9 0 y 9 1 ) una terrible epidemia de viruelas, especie de cólera morbus asiático en la époc a en que era desconocida ción

de la

la vacuna, y que diezmó

América desde

particularidad de que

no

la pobla-

C a r t a j e n a a la Patagonia,

con la

acometía a los mayores de treinta y

cinco años y a los nacidos en España. En los naturales, y especialmente entre los araucanos, fué donde más cruelmente cebó

el azote, siendo entre estos últimos

se

el mejor aliado que

pudieron encontrar los conquistadores fronterizos. S i n duda en esa

época

o

poco

más

tarde

( 1 6 1 1 ) , sería cuando aquellos

b á r b a r o s mataron en Lebu a unos pobres soldados que llevaban unas botijas con

lentejas, porque dijeron que iban a sembrar las

viruelas en sus tierras... Con

la escasez de

operarios, por el gran número de indios

q u e perecieron ( 2 ) , comenzaron a declinar las minas de oro que (1) Poder que dio el cabildo de Santiago al regidor Francisco de Zúñiga con fecha 17 de setiembre de 1591 para que recabase de la Real Audiencia de Lima la exención recordada de gabelas. Parece que Zúñiga se trasladó a Lima y allí obtuvo la real provisión que hemos mencionado anteriormente. (2) «Han venido en tanta disminución los indios (1595), que donde había mil indios, apenas se hallan ahora cincuenta; y por esta causa está la tierra muy adel-


138

BENJAMÍN

eran todo

el ser

VICUÑA

de la colonia,

MACKENNA

porque

en vano era

producir

trigos y ganados desde que no había cambios para exportarlos. C i t á b a s e c o m o ejemplo de esta decadencia, que las encomiendas de J e r ó n i m o

de Alderete,

ranza de Ruedas

dían. 3 , 0 0 0 en 1 5 9 5 , neo,

que apunta

que heredó

su esposa doña

Espe-

con una producción de 2 0 , 0 0 0 pesos, no este

«por lo que, dato

dice el cronista c o n t e m p o r á -

( l ) , los

conquistadores s e mueren

de hambre ellos y sus hijos, sin dejar

a

sus

herederos ni un

tomín que no es deuda. Y ha venido el negocio a tanta ria,

que lo están ahora los hijos

ren-

mise-

de los que ganaron la tierra

con tanto extremo, que hay muchas huérfanas hijas de conquistadores comer

y

descubridores

por

casas

ajenas

estaban por nacer cuando cubriendo

y

del

reino

que andan

y sirviendo los pobres

conquistando estos

a

los

a que

hombres

reinos

por

buscar

de

en E s p a ñ a

andaban muchos

des-

años y

con muchos trabajos, derramando su sangre.» Y de todas estas angustias, guerras, terremotos y desolaciones venía, que después de sesenta años de existencia, S a n t i a g o apenas tuviese el aspecto de una aldea, si bien de grande extensión y de hermosos arbolados, tan escasamente poblada, que debía reinar en ella la soledad de los cementerios—pues en el último año del siglo X V I no contaba con más de quinientos h a b i t a n t e s españoles, hecho significativo

y desconsolador

del

que

podrá

formarse alguna idea teniéndose presente que C a s a b l a n c a hoy dos mil, y que Angol,

asiento de ayer,

tres

veces

tiene aquel

número ( 2 ) . P o b r e Chile! E r a el vergel de la América por su clima, su feracidad, la blanda índole de sus habitantes, y destinándolo para tan grandes fines, consentía

entonces

Dios

que hasta s o l d a d o s

mercenarios repudiasen su suelo y aún le mirasen con insoportable horror!

«Cosa, cierto, de gran ponderación, exclama

por

esto con justicia el buen padre E s c o b a r , ya tantas veces citado gazada, pobre y miserable, y finalmente sin otro remedio sino la esperanza del cielo». — Marino de Lovera, pág. 4 4 8 . ( 1 ) El jesuíta Escobar. (2) «Verdad es que con hacer cincuemta y cinco años que se conquistó esta tierra, no ha crecido mucho el número de la gente española, pues los de esta ciudad de Santiago, con ser cabeza del reino, no pasan de quinientos habitantes». —Marino de Lovera.


HISTORIA

c o m o comentador

DE

139

SANTIAGO

de M a r i n o de Lovera, que los que viven en

la tierra más templada, más sana, lada y deleitable de las

del

más

abundante,

más

rega-

mundo, estén los más desventura-

dos, más pobres,

más

ella,

por el ansia con que todos huyen de entrar

cuanto

que

tristes y más descontentos

allá, teniéndose ya por cuco a

vivir en

para amedrentar a los facinerosos,

y estando ya introducido por proverbio: guardaos, rán

de

que os

envia-

Chile*.

C o m o una

compensación

colonia, recréanse

de

este

los primitivos

lamentable

estado de la

cronistas en trazarnos la pin-

tura deleitosa de lo que era la capital de Chile a la sazón, pues hasta de sus acequias, de que hoy se huye con a s c o , decía uno de aquellos ( E s c o b a r ) que

«tenían

sus

orillas hechas

de arrayán, a l b a h a c a y rosas y otras varias

vergeles

yerbas y flores; y

tanto es el número de sus arboledas, que las camuezas que en E s p a ñ a son de mayor gusto,

se

echan

a c á a los puercos en

grande suma», Habíase hecho con todo algunos progresos en el orden e c o nómico de la ciudad y en la riqueza agrícola de sus campiñas. En 1 5 9 5 se regulaba

que

había en la provincia

de

Santiago

más de ochocientas mil ovejas. Existían al propio tiempo algunos obrajes

de telares en que los indios, tan entendidos en t o d o s

los oficios que requieren prolijidad de manos y paciencia,

tra-

bajaban jergas, frazadas y aun paños, que no tenían el pulimiento conveniente,

porque

los

preparaban

con

manteca a falta

de

aceite. El jesuíta E s c o b a r habla también c o m o testigo ocular «de ingenios de azúcar que abastecen toda la tierra», pero no hemos conservado otra noticia de este género de industria que la del

Inge-

nio que existió hace p o c o en el valle de la Ligua y que lleva desde entonces ese nombre. Pérez G a r c í a , refiriéndose en su

compen-

dio a esta época malhadada de nuestra historia, afirma también que la Audiencia de Lima despachó real provisión autorizando

al

cabildo

(Enero 2 2

de

1 5 9 7 ) una

de S a n t i a g o para hacer

una derrama entre los vecinos a fin de traer a la ciudad la agua de Ramón, porque la del río, dice con claridad castellana el viejo capitán, «enferma de c á m a r a s . . . » P e r o en lo que S a n t i a g o había hecho ya por esa é p o c a prog r e s o s verdaderamente maravillosos, era en la erección de igle-


140

BENJABIÍN

VICUÑA

MACKENNA

s i a s y capillas, conventos y monasterios, llevando

e!

celo exa-

gerado de estas fundaciones al punto de que toda la ciudad podía considerarse sólo c o m o un vasto claustro, pues hubo algunos de éstos que el jesuíta Ovalle llamó ciudades. M a s , tan especial es este asunto en una historia de la «Roma americana», así llamada por el número de sus iglesias y otras causas,

que le consagraremos un estudio

próximo capítulo.

por

separado en el


CAPITULO

XI

La R o m a de las Indias Las hermifas del Socorro Francisco

y Sanfa

Lucía sirven de base a la erección de San

y de la Merced.—Dispufas,

excomuniones y violencias que ocurren

con esfe motivo.—Transacciones que se celebran.—El eapiíán Esquivel se retira del mundo y da el sifio en que se funda Sanio Domingo.—Tribulaciones que pasan los Agustinos

por

aníes de fundar su orden.—Sordas hostilidades del

vecindario.—Milagros que les proporcionan el solar

que hoy ocupan.—Sus

perseguidores incendian su primera iglesia.—Algunas damas viudas de los conquistadores fundan el monasterio de Agustinas.—Erígese

en obispado la parro-

quia de Sanfiago y construyese su primera catedral de piedra.'—Su descripción.—Primeras procesiones y celo religioso.—Santos patrones de Santiago.— Desafueros eclesiásticos y energía con que los reprime el prudente Rodrigo de Quiroga.—Comienza la gran era conventual de Santiago.

En

los primeros años de la conquista, los p i a d o s o s

res de S a n t i a g o s ó l o tuvieron para su culto y sus

fundado-

censos,

disputas teológicas y sus capellanías, la iglesia parroquial tenemos

dada

ya noticia y las

dos

hermitas

fundadas,

ya dijimos, por el fervor de Valdivia y de uno de sus la una con el título Santa

del

Socorro,

ya

de

nombrada,

según

capitanes,

y la otra

Lucía, erigida por el anciano tesorero J u a n

sus que

de

Fernández d e

Alderete. De

estos dos humildes oratorios,

de templo católico nando

que no tenían

que el que les diera una

un techo pajizo, nacieron

tosca

más

dos de los suntuosos

tos que, si no puede decirse adornan

nuestra

aspecto

cruz

moderna

coro-

convencapital.


142

BENJAMÍN

le dan todavía

ese

aire

VICUÑA

solemne

MACKENNA

de

misticismo y de reposo,

que le ha hecho merecer el nombre de «Roma de las Indias». El gobernador Valdivia, agradecido en efecto al celo y abnegación con que le habían

acompañado en su empresa algunos

entusiastas frailes mercenarios, cuyos nombres hemos apuntado con honor en otra página, les confió el cuidado del templo de su devoción personal,

consagrado a la advocación

que, c o m o soldado, había elegido

desde

sus

de

la

virgen,

primeras armas,

c o m o era costumbre en esa edad de caballeresco

fanatismo, y

a la que, según ya contamos, estaba anexo el hospital, que también él había fundado. P o r su parte, el tesorero Alderete,

sintiéndose ya anciano y

c o m o hombre de cuentas, inclinado a dejar arregladas

en

buena

hora las de la eternidad, había traspasado el dominio de su hermita a unos cuantos frailes franciscanos que, bajo la dirección

de

los padres Martín de R o b l e d a y Cristóbal de Ravaneda, llega ron a S a n t i a g o diez o doce años después de su fundación. Tiene la escritura en que se celebró este pacto fecha

3

de O c t u b r e

de 1 5 5 3 , y en ella se imponía por única condición de parte del cesionario la conservación cuidadosa del recinto segrado, unas cuantas misas de ánimas y el que

después de sus días se pu-

siese en la sacristía una tableta con su nombre para que encomendasen su alma al cielo los sacerdotes y los fieles. L a futura iglesia de la M e r c e d iba,

pues, a edificarse en el

sitio que al comenzar la antigua Cañada,

ocupa hoy S a n Fran-

c i s c o , y por lo opuesto, éste iba a fundarse en el actual

sitio

de aquella. P e r o una

de

esas peripecias

eclesiásticas

exclusivamente el tejido y los relieves

de

la

que

forman

vida

S a n t i a g o , vino a cambiar temprano y de súbito

casi

colonial de

aquellas

pers-

pectivas. L o s padres mercenarios,

impelidos de un noble celo, habían

seguido a Valdivia en sus empresas militares y dejado su hermita a cargo de un fraile ya anciano llamado Antonio de O l m e do, que, por sus años, a c a s o

no

podía ejercer

su

ministerio

entre los b á r b a r o s . M a s aconteció que éste muriera a p o c o de haber los franciscanos S a n t a Lucía.

entrado en posesión

de

la

hermita de


HISTORIA

Q u e d ó por lo tanto emergencia

DE

143

SANTIAGO

acéfala la capilla del S o c o r r o , en cuya

reclamaron su posesión a la vez el cabildo, en re-

presentación de su fundador y patrón P e d r o de Valdivia, que a ;ia sazón a c a b a b a de perecer, y el cura de la parroquia,

Gon-

zález M a r m o l e j o , quien, habiendo recibido del obispo del C u z c o el título de visitador,

tenia cierta jurisdicción privativa s o b r e los

n e g o c i o s eclesiásticos de la colonia. D e esta encontrada pretensión surgió una acalorada disputa, y hubo protestas, amenazas, excomuniones y hasta vías de hecho entre el cura y el cabildo por una parte, y entre

los

clérigos

dependientes de aquél y los franciscanos. Había resuelto, en efecto, el cabildo

poner en posesión de la

hermita vacante del S o c o r r o a los frailes franciscanos que cuid a b a n de la de S a n t a Lucia, y que talvez se encontraban hallados en la última

más

espaciosa

ronlo el visitador y sus colegas,

al

historiador ( l ) , hubieron de echar clérigos», cosa

que

no

era

difícil

localidad; punto

de

«a fuerzas

pero que,

de

mejor

resistiésegún un

brazos a los

sucediese desde que entre

é s t o s estaba aquel famoso J u a n L o b o que

tan

buenas suertes

d e lanza solía echar entre los indios. En despique, cuenta otro historiador ( 2 ) el cura M a r m o l e j o y el bachiller Calderón e x c o tnulgaron al cabildo por aquella invasión violenta de sus inmunidades. N o se cuidaron de

esto

los

a u t o r último citado, hicieron y R a v a n e d a con fecha M a r z o

capitulares, y, según el mismo

escritura con los padres

Robleda

1 7 de 1 5 5 4 , dos meses después

d e la muerte de Valdivia, cediéndoles a perpetuidad la hermita d e l gobernador difunto e imponiéndoles

la obligación de dirigir

preces por su alma, consagrando un altar especial a la virgen del •Socorro y erigendo otro monumento a la memoria de Valdivia, -que coronaría su busto. El cabildo, que no parecía obrar en esto por parcialidad sino movido de la gratitud y del buen servicio de los fieles, ordenó también que se separase el hospital de la hermita y mantuvo su d e r e c h o exclusivo para intervenir en él.

(1) Marino de Lovera, pág. 6 5 . ( 2 ) Carvallo, Historia M. 5 .


144

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

Unos piadosos vecinos del apellido de O r f i z - E s c o b e d o ron luego en auxilio de los franciscanos, solares de su propiedad,

obsequiándoles

vinie-

algunos

mediante lo cual y las limosnas

que

entonces era tan fácil recoger para fines del culto, c o m o lo

es

en el día, pudieron preocuparse de eregir iglesia y levantar s u s claustros. Pusieron,

en

efecto,

la

primera piedra

de

aquélla bajo

advocación de la Santísima Trinidad, según lo apunta nica y un letrero sús puertas

que se lee todavía

en

la

la

cró-

uno de los a r c o s de-

laterales, el 5 de J u l i o de 1 5 7 2 , y esta venerable

iglesia, la más antigua de Chile y la única

que

conserva

sus

muros primitivos (cual es fácil persuadirse desde la primera mirada) quedó terminada en 1 6 1 8 , después de medio siglo de constante trabajo ( l ) . La religión franciscana tuvo el honor de recibir los primerosneófitos criollos,

hijos

de

los

conquistadores,

pues en 1 5 5 8 ,

esto es, diez y o c h o años después de la fundación de la colonia, ya recorrían sus claustros, calada la capucha, coristas

nacidos

en S a n t i a g o ( 2 ) . Tuvo también poco más tarde aquella orden otra gloria mucho más encumbrada y digna de emulación

entre los servidores de

Cristo. S u provincial, J u a n de T o b a r , fué uno de los mártires de G u a d a v a el 2 5 de Noviembre de 1 5 9 8 , pues era uno de l o s que venía en la comitiva de O ñ e z de Loyola. L o s desposeídos esto su derecho,

y

frailes de la M e r c e d cuando

uno

de

no

los

cruzada en la Araucanía, el padre C o r r e a , referido, fué a Lima y regresó años

abandonaron

por

que sobrevivió a su según

ya

tenemos

después trayendo consigo

once compañeros, ocurrieron al gobernador que a la sazón regía la colonia (que lo era ,el prudente R o d r i g o de Quiroga) reclamando su antiguo sitio. El pleito

iba

a

ser

(1565),

ruidoso y a

concluir talvez con otro escándalo de fuerza c o m o el que cuenta (1) He aquí esta inscripción (al cual.se lee en la puería interior de San Francisco: 5 e puso la primera piedra de esta iglesia el sábado 5 de julio de 1572. Colocóse el santísimo sacramenlo en los dos fercios de ella que se acabaron dia de San Lino papa en 23 de enero de 1597. Y acabóse de iodo punió dicha iglesia el año de 1618, cuarenta y seis años después que se comenzó. (2) Eizaguirre, t. l.o, pág. 137.


HISTORIA

Lovera, pero intervino

aquel

DE

145

SANTIAGO

noble

funcionario y las c o s a s se

transaron amistosamente. El mismo don R o d r i g o obsequió a los padres unos solares

que

tenía contiguos a la vieja hermita de

S a n t a Lucía, y allí fundaron

su

iglesia, echando sus cimientos

el 1 0 de A g o s t o de 1 5 6 6 , bajo la invocación de la propia venerable esfigie que hoy traída de Lima

de

San J o s é y

adorna su altar mayor,

por C o r r e a y reconocida

a b o g a d a de pestes y

de sequías en S a n t i a g o . N o se hizo, con todo, esa erección en

el

sitio

que

actual-

mente ocupa su bonita iglesia, que es sólo de fines del pasado siglo, sino al pie del cerro donde estaba

sin

duda la hermita

de Alderete. D o s años después, según consta de un asiento de los libros de cabildo de Septiembre 9 de 1 5 6 8 , el cabildo cedió a los padres la manzana fronteriza

de su iglesia, a

condición

de cercarla, y ésta es la que ocupa hoy día, por manera el convento

que

de aquella orden vino a ser uno de los más estensos.

El padre Ovalie vio en su recinto, a principios del siglo X V I I , d o s molinos que movían las aguas traídas por la falda de S a n t a L u c í a y que disfrutaron hasta

hace p o c o junto con los padres

agustinos ( l ) . La apertura de la calle, que aisló su área actual, e s o b r a de recientes años. En cuanto a la dificultad con los franciscanos, quedó definitivamente transada por un acuerdo celebrado ante el escribano de cabildo,

según el cual el día

de

la

conmemoración de la

virgen del S o c o r r o , los mercenarios dispondrían

como

dueños

del altar y del pulpito de S a n Francisco, concesión enorme para aquellos tiempos y que prueba el buen derecho de los que alcanzaron la ventaja. N o tuvieron que pasar por tantas pruebas y turbulencias los hijos de D o m i n g o de Guzmán

y

de T o m á s

de

Aquino para

fundar su claustro y su escuela, revestida desde el principio del prestigio del saber. Autorizados

para

trasladarse a Chile por real cédula fecha

en Valladolid el 4 de Septiembre de 1 5 5 1 , llegaron a S a n t i a g o tres miembros de la orden con el padre Gil González, un año más ( l ) Esías acequias son las mismas que corren hoy por las dos avenidas laíerales de la Alameda, aumeníando su caudal con el de olra que hasía principios de esfe siglo corría por el centro de la Cañada. 10


146

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

tarde; y habiéndole proporcionado sitio un capitán anciano que quería sólo llorar culpas en una celda solitaria, después de h a b e r hecho cruda guerra a los infieles en el Perú y en A r a u c o , fundaron su iglesia en el sitio que hoy ocupa en 1 5 5 2 , dando el hábito de lego a su generoso bienhechor, cuyo nombre era J u a n de Esquivel. O t r o tanto hicieron años nos

con

el

una opulenta

más tarde los francisca-

capitán don T o m á s T o r o S a m b r a n o , fundador de familia

de

la

colonia y de la república y cuyo

retrato se ve todavía en uno de los pórticos del claustro.

Quince

años más tarde, esto es, el 7 de Enero de 1 5 6 7 , encontramos una acta del cabildo en que se dona a aquellos

religiosos los

solares que forman su vasto claustro, y ya dijimos que al morir Q u i r o g a en 1 5 8 0 , les propiedades.

legara

además algunas

C o m o los franciscanos

albergado en sus claustros

los

se

de sus pingües

jactaban

de

haberse

primeros novicios de la tierra,

la orden de S a n t o Domingo podía enorgullecerse habiendo salido de sus

aulas

los

primeros

profesores

criollos. El

historiador

Eyzaguirre cita con elogio c o m o el primero de éstos a N i c a s i o de Naveda, natural de S a n t i a g o . La menos feliz de todas las órdenes

en

su

establecimiento

en la conventual colonia del M a p o c h o , fué la última en llegar, la de nuestro padre S a n Agustín. S e a que los santiaguinos creyesen tener ya bastantes claustros con haberles mitad del área de la ciudad, fuese por otros

cedido casi la

motivos que nos

son desconocidos, lo cierto es que, a pesar de haber asignado a los últimos el gobernador Loyola, en cuyo tiempo entraron,

un

sitio c ó m o d o c e r c a de la plaza, los vecinos les pusieron pleito, y les obligaron a ir a refugiarse en el sitio que hoy ocupa su legio,

Co-

y que a su vez ha venido a ser en el día otro r e f u g i o . . .

D e s d e allí, sin embargo, los prudente padres diéronse trazas para no vivir en el desaire de un arrabal, y con gros que refiere por menudo el historiador Carvallo

ciertos

mila-

consiguieron

que una piadosa señora llamada doña Catalina Riveros y sus d o s hermanos les cedieran el famoso sitio que hoy ocupan, y que algunos juzgan c o m o cortado de molde para edificar en él la

extin-

guida Compañía y sus apéndices. S u c e d i ó esto en 1 5 9 5 , y los milagros de que se conserva memoria fueron, el uno

el

haber

entrado a pedir limosna a la c a s a de doña Catalina

un

naza-


HISTORIA

reno que

DE

147

SANTIAGO

llevaba las mangas de los agustinos, el otro la apa-

rición de un b a s t o de S a n Agustín

que

se

halló una mañana

en el jardín de la casa, y el tercero el que no existiendo cuerv o s en S a n t i a g o se viera un

día

una

bandada de ellos en el

tejado de la misma casa, lo que, teniendo en cuenta que el traje •de la orden es oscuro, lo tomó la buena señora por una •del cielo

para ceder

el

sitio a los hijos desposeídos

orden

de

San

Agustín ( l ) : No fué, empero, de gran duración este asomo de prosperidad, porque la sorda guerra que desde su entrada les hacían, o c a s i o n ó a los padres el dolor de ver su iglesia provisoria incendiada p o r mano enemiga y arrasados después los e s c o m b r o s de su claustro, a causa de un turbión de agua que en una noche tempestuosa, desbarrancando una de las grandes acequias que entonces surtían la ciudad y el convento crueles enemigos.

•notable historia religiosa bre los nombres "tiempo

del

mismo, echaron de propósito

sus

Asegura el ilustrado señor Eyzaguirre en su de

de

Chile, que se supo con

los autores

corregidor ya

de

este

certidum-

crimen, ocurrido en

nombrado don Nicolás de Q u i r o g a

( 1 5 9 6 ) ; pero el haberla silenciado hasta

aquí

la

historia,

está

probando o que fueron personas de alta suposición las que lo perpetraron, o que ha habido culpable pusilanimidad en ocultarlos. L o cierto es que después padres

de

estos

encontraron gran favor

ciudad de Lima, que contribuyó

no

desastres, los perseguidos sólo

con

en

Chile

gruesas

sino en la

sumas, y tal ha

s i d o su creciente prosperidad, que hoy es la más rica de nuestras órdenes monásticas, pasando sus rentas de más de cuarenta mil pesos. Fué su fundador el padre Cristóval de V e r a y cuatro adjuntos que le acompañaron desde Lima, que era entonces el almacigo de donde se traía por b a r c a d a s a S a n t i a g o la semilla de J e s u c r i s t o . Muy anterior a esta institución de monjes fué la clausura de •mujeres, que tenía su mismo nombre y seguía las reglas de su fundador. S u c e d í a esto porque la guerra de A r a u c o hacía muchas viudas, que

anhelaban

por

el

retiro, el silencio y la oración,

sublimes lenitivos del dolor, y porque (1) Carvallo, M. 5 .

por

otra

parte

crecían


148

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

las hijas de los conquistadores y era preciso

educarlas en l o s

claustros, c o s a que no debe maravillarnos, pues hoy mismo ¿ a c a s o son

otras

que

monjas

las

directoras

de

la educación de la

mujer? T r e s damas viudas, doña Isabel de Zúñiga, doña Beatriz de M e n d o z a y doña A n a de C á c e r e s , nobles apellidos todos entre los conquistadores, fundaron el monasterio que existía hace p o c o s años distante dos cuadras

de

es hoy una vasta ferretería.

la

plaza y cuya iglesia

secular

Ayudóles en la empresa el caudal

de una señora llamada doña Francisca de Guzmán, que había vivido en celibato, no menos que la piedad ilustrada y siempre generosa de R o d r i g o

de

Quiroga,

quien, después de algunas

dificultades que allanó el Pontífice G r e g o r i o XIII, a consecuencia de haberse hecho las primeras profesiones sin licencia, tuvo el placer de dejarlas

ya establecidas

y

profesas

cuatro

años

antes de su muerte, esto es, en 1 5 7 6 . Refiere Carvallo que s e hizo su instalación el 2 1 de Septiembre de aquel año con tas suntuosas, cual jamás se había visto

antes

en

fies-

Santiago y

con asistencia de toda la nobleza, que había mirado el instituto c o m o suyo. Del acta de cabildo de 1 7 de Septiembre de aquel año consta también que habiéndose presentado ese día el a r c e diano y gobernador del obispado don Francisco P a r e d e s solicitando la venia de aquel cuerpo para la instalación del monasterio con las damas que dejamos mencionadas,

«dijeron

los

señores

capitulares que su parecer es que se reciban las dichas

monjas

por ser personas de calidad y viudas». El primitivo asiento del monasterio

consistía sólo en un cuadro de cincuenta

el resto de los solares que corrían

hasta

la

Cañada

varas, era

y un

viñedo ( l ) . En un capítulo anterior hemos hablado del obispado de S a n tiago cuando sólo llevamos consignados los recuerdos del buen cura M a r m o l e j o y de la p o b r e iglesia parroquial construida por el '¡ maestro Gálvez y otros carpinteros que así sabían

de su

oficio

; c o m o el párroco de arquitectura. P e r o es tiempo ahora de decir

que

en

fuerza de las r e c o -

( l ) Carta del síndico de las monjas a£usfinas don Ignacio enero 2 4 de 1868.

Moran.—Santiago,


HISTORIA. D E

149

SANTIAGO

•mendaciones de Valdivia, fué el buen Marmolejo nombrado primer obispo de S a n t i a g o por el papa P í o I V el 2 7 de J u l i o de 1 5 6 1 , y convertida su humilde casa parroquial en el asiento de nina vasta diócesis, según las reglas del obispado del C u z c o ( 1 5 6 3 ) . En consecuencia, la iglesia de a d o b e s de los primeros conquista•dores fué sustituida por una catedral que, de cantería y de tres naves, llegó

a

trabajada de piedra

ser considerada c o m o la

mejor de Sud-América. P u s o la primera piedra de este nuevo templo, según en otro -capítulo dijimos, don G a r c í a Hurtado de M e n d o z a en 1 5 6 1 , dando •de su caudal una suma considerable,

además de 2 4 , 0 0 0

pesos

c o n que contribuyó el vecindario ( l ) . Fué el director de la o b r a por contrata el maestro J u a n

de

L e z a m a durante doce años, y en 1 5 7 3 le dieron por auxiliar (se^ ú n consta del acta capitular del 9 de Enero) al maestro

Mayor-

-quín con tres pesos diario de salario. L a o b r a de las murallas marchó al principio lentamente, pues •en 1 4 de J u n i o de 1 5 6 6 , seis años después de comenzada, s e quejaba el constructor al cabildo de la carencia •especialmente

de la piedra.

En

dejmateriales,

1 5 6 8 autorizaba el cabildo a

J u a n D á b a l o s J u f r é para hechar una nueva derrama de tres mil p e s o s en el vecindario, y sin embargo, cinco

años

más

tarde

( 1 5 7 3 ) aun no estaban cerrados los a r c o s . N o m b r ó s e por

este

motivo para apurar el trabajo al mensionado Mayorquín, pues le angustiaba al cabildo y al virtuoso obispo Barrionuevo, que había sucedido a Marmolejo (fallecido muy anciano en 1 5 6 4 ) el sustituir la vieja parroquia ya inutilizada, al grado forzoso

de

que había sido

pasar la eucaristía a la M e r c e d ( 1 5 7 3 ) . Al fin, el tra-

b a j o se terminó dos o tres años después, y c o m o .subsistió hasta

el

gran

esta

iglesia

terremoto -de M a y o de 1 6 4 7 , su exis-

( l ) «Trató, dice el biógrafo de don García (Suarez de Figueroa, pág. 7 6 ) , que .se hiciese allí mismo una catedral principal, juntándose a este fin en tres demandas <[ue se hicieron veinte y cuatro mil escudos. Comenzóse este templo suntuoso en su íiempo, poniendo él mismo la primera piedra, siendo ahora el mejor que hay en aquellos reinos». Córdova Figueroa describe este mismo templo en las siguientes palabras (pág. .53): «Era de tres naves y de pulido maderamen su techumbre, con dos órdenes de •arquería de fina cantería de piedra».


150

BENJAMÍN

íencia, desde

que

fué

VICUÑA

consagrada,

MACKENNA

alcanzó a más de setenta

años. Tenía este templo la fachada principa! al norte, mirando hacia la que es hoy calle del Puente, y probablemente sus torres, si las tuvo, estaban c o l o c a d a s en

su

parte posterior, según

era

costumbre. S u altar mayor quedaba por consiguiente en el sitia' que a h o r a ocupa la

capilla

del

S a g r a r i o , y desde su muralla

trasera corría un pequeño patio, en una de cuyas paredes una. puerta estrecha daba a c c e s o al palacio del obispo. El suntuoso templo metropolitano que hoy tenemos, y que

es el cuarto en

el orden de sus construcciones, fué por consiguiente concebido^ b a j o un plan enteramente distinto del de aquellos, c a m b i á n d o s e su antiguo c o s t a d o en su principal fachada. Tales

eran

principales

entre

iglesias

tanto las cinco que

órdenes monásticas y las-

adornaban a S a n t i a g o en los

últimos

años del siglo de su fundación. Y c o m o se dejará notar, ni su clero ni sus monjes, ni su vecindario habían sido remisos ni escatimadores en aparejar dignamente el culto de D i o s y de sus santos.

No

faltaban

tampoco

ruidosas novenas, procesiones,

penitentes, reñidos capítulos y ardientes competencias, pues éstassurgieron de la c a b a misma de nuestros cimientos, c o m o si su semilla hubiese venido en la sandalia de nuestros primeros p r e lados, según lo hemos de ver más adelante ( l ) . L a gran era c o n ventual de S a n t i a g o aun debía

tardar algunos años, y de ello-

( l ) Las procesiones comenzaron en Santiago junio con su fundación, y ésfaseran ya fan formales, que diez y seis años después, esfo es, el 2 de mayo de 1556, ordenaba el cabildo a los gremios que sacasen en el próximo corpus fodas sus insignias e invenciones. Otro lanío observamos en 1568, con la p a r ticularidad de una democrática peíición que en esíe último (junio 18) hizo al c a bildo el herrero Sebastián Hernández para que se le permitiese llevar pendón junto al sacramento. Ya por ese mismo tiempo estaban distribuidos los diversos patronos que tuvoSantiago, y que, según Pérez Garcia, aunque no los apunta todos, eran los siguientes fuera del apóstol, que lo era de la ciudad y nuestra señora del Socorro, que lo era de las armas y en general de la conquista): San Saturnino, abogadode los temblores; San Antonio, de las inundaciones; San Lucas, de la langosta; San Lázaro, de la sarna y carachas; San Sebastian, de las pestes, y la visitación de Santa Isabel de las lluvias, a la que vino a destronar el labrador deMadrid cuando le hicieron su iglesia. «A este modo, dice a su vez el padre Ovalle, hablando de la devoción de los primeros pobladores de Santiago en la página 155 de su historia, los españoles conquistadores de las Indias, cuidando tan poco de sus casas y viviendas, comenzaron luego desde el principio las fábricas de las iglesias con fan grande:


HISTORIA.

habremos

de

ocuparnos

151

D E SANTIAGO

m á s por estenso al hablar de sus

dezas y de sus increíbles

escándalos

en el siglo próximo

grany en

el subsiguiente ( l ) . Bástenos

por a h o r a

enunciar que no se haría

ofensa alguna

a

la exactitud filosófica de nuestra historia colonial con dividirla b a j o e s t o s d o s grandes temas. En

lo m a t e r i a l . — E t e r n a

guerra

de conquista,

cuyo asiento es

Arauco. En lo espiritual.—Eterna y ruidosos

capítulos

guerra

frailescos,

de competencias con

su

asiento

eclesiásticas inmutable

en

Santiago.

aplicación y cuidado, que las que hoy se ven ( 1 6 4 7 ) no parecen edificios hechos, como lo son de cien años a esfa parfe, sino heredades como en otras partes de los gentiles o fabricados de muehos siglos». ( l ) El cuerdo y moderado Rodrigo de Quiroga fué el primero en levantar la mano contra los desmanes eclesiásticos, sosteniendo con su autoridad a la Real Audiencia que en aquellos años se estableció transitoriamente en Chile, pues ésta amparaba a los particulares contra las usurpaciones y tiranías del gobierno espiritual. En una carta al rey fecha febrero 2 de 1 5 7 6 (que publica Gay entre los documentos de su historia t. 2,o, pág. 1 0 6 ) don Rodrigo, hablando del amparo contra las últimas, se expresaba en efecto con estos términos: *Los jueces eclesiásticos hacen fuerzas a los legos, de tal suerte que la Audiencia tenía tanto trabajo con algunos de ellos sobre el alzarlas, aconteciendo algunas veces no obedecer las primeras provisiones, a cuya causa han molestado y afligido con descomuniones y delaciones contra los legos». Y más adelante en esa misma pieza se felicitaba de que de esas providencias no hubiese apelación, porque si la hubiera, dice, sería «dar ocasión a que los jueces eclesiásticos se saliesen con todo lo que quisiesen». D o s años después el mismo Quiroga, de cuya acendrada piedad hemos visto tantas pruebas, daba cuenta de encontrarse en choque con el obispo del Imperial, que quería nombrar doctrineros y curas sin su anuencia, Pero el gobernador con una laudable energía, a pesar de sus años, había cortado radicalmente el conflicto, ordenando que no se pagase salario a ninguno de los que no se eligiesen conforme a lo establecido por la ley. Esos no hay inconveniente que todos los días vemos puestos por la mano del Presidente de la República en los nombramientos de los curas por el Ordinario, datan, pues, desde aquellos años.



CAPITULO

XII

Las levas Carácter calamitoso del siglo XVII en Santiago.—Alarma que despierta en E s paña la muerte alevosa de Loyola.—Se aumenta el ejército permanente y viene Alonso de Rivera de gobernador.—Sistema

miserable

en que descansa

la

guerra de Arauco.—Guerra defensiva y sus absurdos.—Creación de las Fronteras y los tercios.—Malocas —Miserable organización y la Albarrada.—-Paces

o entradas a la fierra.—Origen de.las rabonas.

del ejército y su afeminamienío.—Las Cangrejeras de Baides y reconocimiento de la independencia de

los Araucanos.—Juicio acertado de Jerónimo de Quiroga sobre este inconcebible error.—Fraudes inauditos.—Plan de Lazo de la Vega para poner fin a la guerra.—Placarte de 1 6 0 8 . — E l pago de Chile.—-Superioridad

de los reclutas

y caballeros de Santiago para la guerra.—Tenaz resistencia que los sanfiaguinos oponen a las levas.—Bajada go.—-Conferencia que celebra

del gobernador Lazo de la Vega a Santiacon los vecinos

para

procurarse recluías.—

Dosobediencia de los principales de aquellos y su prisión.—Generosa reconciliación de Lazo.—Nuevas quejas del cabildo.—Felipe IV ordena que no se hagan levas en Saníiago sino cada diez años.

El siglo X V I , que m a r c a había cuanto

la admirable

sobrellevarlos. mero

la era de la fundación

sido una edad de prueba y de

tan

de

grandes

Saníiago, infortunios,

constancia de sus primeros hijos pudo s ó l o

L a muerte por la lanza de los b á r b a r o s

y del último de sus g o b e r n a d o r e s

del pri-

no había sido el mayor

d e aquellos. No

obstante,

la era subsiguiente

jarle. El siglo X V I I

es todo entero

la verdad que, desentrañando sóficas

que las generaciones

estaba

destinada a s o b r e p u -

una c r ó n i c a

de horror, y a

de sus a r c a n o s las enseñanzas filovan transmitiéndose

entre

sí,

llega


154 a comprenderse

BENJAMÍN

VICUÑA

esa peculiaridad de

MACKENNA

nuestro carácter

que nadie negará es sufrido en el dolor y constante

nacional,, contra l a s

adversidades. Inundaciones, guerras continuas, terremotos que iban; hacinando ruinas s o b r e las ruinas que habían

dejado anteriores

trastornos, presidentes enloquecidos, c o m o M e n e s e s , otros infatuados y dominados por mujeres, c o m o Acuña, pestes h e d i o n d a s en el país de los aires puros, hambres en la tierra de la tura, incendios y saqueos

de

piratas;

alborotos

har-

y motines de

soldados; alborotos o motines de frailes y aún de monjas

con,

escalamientos de murallas; asedios puestos a los conventos confuerza armada;

duelos a cuchilladas en las gradas de los tem-

plos; disputas puramente de p u l p i t o , que terminaban en el engriIlamiento de los deanes o en la fuga de un obispo; y, por último, hasta la negra mano de la inquisición arrimando los tizones d e sus hogueras en nuestras principales ciudades; tal es el d e s c a r nado resumen de lo que fué para Chile, y en especial para su. centro político y social, que era S a n t i a g o , , el siglo X V I I , al m e n o s hasta su último tercio. V e r d a d es que el vulgo ha encontrado dos compensativos esa serie no interrumpida de calamidades, esto es, la Real

a

Audien-

cia, que debió traer el orden y el equilibrio de la justicia a la nación y el Real

que

Situado

de su comercio y el buen

debió

producir la prosperidad

régimen de su economía administra-

tiva. P e r o tomamos desde luego s o b r e nosotros, y para cumplirlo en breve, el compromiso de evidenciar que estos mismos elementos de prosperidad, c ó m o plantas traídas de fuera y c o l o c a d a s en terreno agrio y enmalezado, absorverían

su veneno y crecerían

sobre él solo para prestarle una s o m b r a funesta. Cúmplenos entre tanto recorrer muy a la ligera una de

las

causas más graves de aquel profundo malestar, la guerra, que e s todavía, como entonces,

la llaga más dolorosa, más antigua y

peor curada que aqueja la constitución de la república. Al saberse en efecto en España la muerte aleve del g o b e r n a dor O ñ e z de Loyola cuando hacía p o c o Ercilla había publicado su ponderado canto ensalzando la gloria de un pueblo para encumbrar más alto la de los propios,

bárbaro

comprendióse

por


HISTORIA

DE

155

SANTIAGO

la primera vez en la corte que la guerra

no era asunto

de Arauco

de campamentos ni de octavas reales sino un grave negocio de E s t a d o . P o r otra parte, la víctima de G u a d a v a era un sobrino de S a n Ignacio. L o s jesuítas comenzaban a ser poderosos en el viejo mundo, y ya en Chile

habían entrado protegidos por la

espada de aquel caudillo. Hízose aquella, en consecuencia, a d e más de cuestión de Estado, alta cuestión político-eclesiástica, y por consiguiente tuvo la magnitud que entonces recibía todo lo que en aquellas edades pasaba al nuevo mundo por doble

ca-

mino de M a d r i d y de R o m a . En vista de esto, ordenóse por el rey que el ejército de A r a u c o se hiciese subir a 2 , 0 0 0 plazas

veteranas,

cuando

antes

sólo

había tenido a lo sumo 6 0 0 soldados colecticios; se despacharon 1 , 0 0 0 hombres de España que vinieron por B u e n o s trajo

Aires

con el capitán M o s q u e r a .

G a s p a r de Villarroel

300

M é j i c o y hasta de Lisboa

s a c ó una compañía de caballería el

de

capitán don Francisco Rodríguez del M a n z a n o , fundador de la familia de Ovalle, influyente en la colonia.

Y

aún

más

tarde

marchó también con toda diligencia, con poderes amplísimos, y lo que era más eficaz, con libranzas que importaban un millón de ducados ( l ) un soldado tanto o más ilustre que don A l o n s o S o t o m a y o r , y formado, guerras

de

como

éste, en la gran

Flandes. Hemos nombrado

al

escuela de las

célebre

gobernador

A l o n s o de Rivera, figura militar de primera magnitud destinada a

ocupar

Alonso

un

de

pedestal

prominente

Sotomayor. García

entre

Pedro

de

Valdivia,

R a m ó n y don Francisco

Lazo

de la V e g a , los cinco grandes batalladores del primer siglo de la colonia. L a guerra

de

Arauco

no era en sí misma una empresa de

gigantes, pero la habían hecho tal la tenacidad de algunos c a pitanes c o m o Valdivia y los Villagras; fiesta de los que iban a dar

batallas

la

incompetencia mani-

envueltos

en

sus

togas

de curiales c o m o B r a v o de S a r a v i a y los oidores de la primera Audiencia; y por n e g o c i o , el vil

último, y lo

negocio

( l ) Carvallo, Historia M. S .

que

que se

perpetuó

hizo

por

sus

estragos, el

todos,

presidentes.


156

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

oidores, soldados, clérigos, hasta mercaderes de tráfico público, medíante la prosecución de un ardid que

era

llamado

guerra,

porque en ella intervenían lanzas y cañones, pero que consistía sólo en una especulación organizada en todos sus detalles para lucrar por una parte con el salario y la sangre de dos, y por la otra, con la sangre y la esclavitud

los de

solda-

los indí-

genas de A r a u c o . Alonso de Rivera puso al principio algún rigor; pero enamorado a escondidas

de

una

bella chilena, hija de una

(doña Inés Fernández de C ó r d o v a cuya madre

fué

heroína

doña

de Aguilera, la salvadora de la guarnición de la Imperial), sin licencia real, lo que le valió su desgracia, y aunque

Inés

casóse le suce-

diera un hombre tan entendido c o m o él mismo y aun más antiguo en el arte de guerrear con los a r a u c a n o s (Alonso

García

R a m ó n ) metiéronse de por medio los jesuítas con sus utopías de misiones

y de fundación de pueblos y de estancia

a la manera del P a r a g u a y .

Y

cuando

iba

de

la

conversión

guerra a tener

a c a s o su último desenlace puesta en manos vigorosas, Luis de Valdivia trajo desde España dentro de su gabán de clérigo una real cédula que era un legado de tres siglos de combates la república. Tal fué el famoso plan de guerra

dado por la C o r t e , y que vino a dar a los indios

para acor-

defensiva

su primera

gran victoria política y de hecho. «Fué la guerra defensiva providencia para eternizar la guerra, dice uno de sus propios capitanes; fué pararse en medio de la carrera y fué, en fin, en los indios, la posesión

de la fierra

que hasta hoy gozan»

(l).

Datan desde entonces lo que se ha denominado malía inexplicable las Fronteras, Reino

por una

dentro del territorio

ano-

mismo

y de la República, porque quedó acordado que el

del

Biobío,

separaría en adelante el país libre y reconocido por tal de los bárbaros, del que se hallaba sometido a la E s p a ñ a . Aquella fué la primera

abdicación

de

la

\ conquista.

Formá-

ronse entonces dos tercios de tropas que se mantenían más en observación que en campaña, y se situaron, el uno en Yumbel, punto estratégico de la Alta Frontera con el nombre de

Tercio

( l ) Jerónimo de Quiroga, que fué duranfe 17 anos maesfre de campo en Fronteras en el último tercio del siglo XVII.

las


HISTORIA

de

San

Felipe

era el tercer

de

157

SANTIAGO

a cargo

Austria,

oficia!

DE

del

sargento

del ejército fronterizo

inmediatamente de la instrucción del soldado, y el tercio co,

en la B a j a Frontera, bajo la mano

o segundo jefe después del capitán

que

mayor,

y se o c u p a b a

del maestre

más

de de

Araucampo,

general, y se componía

por

lo común de caballería, a virtud de hallarse más en la vecindad de los indios. Sin embargo, como aconteció que en breve los neófitos de los jesuítas mataron a lanzadas y a traición a sus apóstoles y echaron las cruces de la conversión al fogón de sus malones, rompióse el absurdo artificio de la guerra

fundada

defensiva

por

fraile fanático y presuntuoso, por más que su virtud personal le hiciera llamar el Las C a s a s de Chile. Hubo en consecuencia de volver de su destierro a pelear de nuevo y a morir en breve el valiente Alonso de Rivera ( 1 6 1 7 ) . S u s huesos yacen todavía donde fué la antigua Concepción, al lado de los de su sucesor en d o s ocasiones el no menos ilustre G a r c í a Ramón. C o r r i ó desde entonces la guerra más de doce años con suerte varia, por entre las manos de unos cuantos que con el título de interinos

hombres

(el más funesto

de

mientos administrativos de la colonia transmitido nosotros) se contentaban con hacer tierra,

los

vulgares procedi-

íntegro

hasta

cada año su entrada

a

la

nombre técnico que se daba a la campaña de cada año.

Q u e m á b a n s e en ellas de paso unos cuantos

ranchos y semen-

teras, hacíanse cautivos unos p o c o s centenares

de piezas,

que

iban a ser vendidas como esclavos en Lima y en Potosí; y en seguida volvíanse los capitanes a invernar a C o n c e p c i ó n y con más frecuencia

a

Santiago,

seguidos

de

una

soldadesca

vil,

viciosa, cobarde, reclutada entre la hez de los mestizos y cholos del Perú, que convertían nuestras ciudades, según el testimonio unánime de los cronistas antiguos, en sucias madrigueras de hurto y disolución. C u a n d o al verano o maloca

de

costumbre,

los

siguente tercios

volvían a la

entrada

arrostraban consigo una

turba de mujeres indias o mestizas que iban a participar de los despojos de los saqueadores en el territorio

indígena. D e aquí

el origen de esa institución verdaderamente

bárbara e inmunda

que se practica todavía

en

nuestro

ejército

con

asombro de


158

BENJAMÍN

europeos y que rabonas

es

VICUÑA

conocido

con

MACKENNA

el

nombre peculiar

de las

(l).

P e r o en medio de esa molicie y de esa corrupción del ejercicio de las armas en que había degenerado el primer heroico vigor de la conquista, los indios cruzaron sorpresa las imaginarias Fronteras

en

una ocasión de

y vinieron a dar una completa

derrota al tercio de Yumbel, en el vecino estero de las jeras

Cangre-

(Mayo 1 5 de 1 6 2 9 ) . Fué en esa famosa batalla, triste es-

caramuza diaria de nuestras armas modernas,

donde cayó pri-

sionero aquel famoso capitán, adolescente entonces, don F r a n c i s c o B a s c u ñ á n , que nos ha contado su cautiverio

feliz en un grueso

volumen, monumento inmensurable de majadería literaria. Fué preciso que llegara a Chile un hombre de la fama y de los talentos militares de don Francisco Lazo de

la

Vega

(Di-

ciembre 2 3 de 1 6 2 9 ) para que la guerra adquiriese su antiguo equilibrio. L a gran batalla de la Albarrada, ganada por el tercio de A r a u c o el 1 2 de Enero de 1 6 5 1 , dejó vengado el desastre de las Cangrejeras. Empero, para que se juzgue de esa guerra bajo su verdadera luz, no se eche en olvido que Lazo no tenía en ese combate sino 8 0 0 hombres b a j o su mando,

y

que ha-

biéndoles muerto 8 1 2 y capturado 5 2 0 de los indios, sólo perdió un

soldado.

L a z o de la V e g a gobernó cerca de diez años, c o m o habían g o b e r n a d o S o t o m a y o r y Rivera, y c o m o ellos, no se había apeado del caballo ni había visitado a S a n t i a g o sino para pedir auxilios y reclutas (según e n s u lugar veremos), hasta que al fin,

domada

( l ) Uno de los fiscales de la primitiva Real Audiencia, en un despacho fecho en 1610, se queja altamente da las fechorías de los soldados y de la impotencia para castigarlos porque por R. C. de 2 de diciembre de 1608, el conocimiento de todas las causas militares correspondía exclusivamente al gobernador, esto es, al general en jefe del ejército. Según este mismo togado, cuando los soldados volvían a las Fronteras, después de invernar en Santiago, se llevaban más de trescientas indias robadas, y de aquí las rabonas. El estado del ejército en sí mismo no era menos lastimero según este autor. De las compañías de cabellería había una sola que tenía cincuenta plazas y de la infantería otra cien. Las demás se encontraban vergonzosamente incompletas. La mayor parte de los capitanes eran mozos sin esperiencia, y se reformaba cada año un número considerable de capitanes, que iban a vivir de holgazanes en Santiago, a fin de dar entrada en las filas a los designados por el Tavor. Los escándalos en la provisión de los víveres eran tan •exorbitantes, que el trigo se vendía en esa época (1610) a los soldados a cuatro pesos la fanega y la cebada a dos pesos.—(Informe del oidor Celada a Felipe III. -Santiago, enero 6 de 1610. Documentos vol. 2.o, pág. 194).


HISTORIA

DE

159

SANTIAGO

p o r su brazo de fierro la cerviz del indio, su sucesor, que era tan •cauto en el gobierno, corno aquél fuera duro y obstinado en el -ejercicio qués

de

de

las armas (don F r a n c i s c o López de Zúñiga, mar-

Baides) celebró

l l a m a d a s paces

de Baides

las primeras paces

(1649)

generales

por el nombre de su autor. L a s últimas

-de ese género que se celebraron durante el coloniaje tuvieron lugar .siglo y medio más tarde bajo el ilustre O Higgins en el famoso Parlamento

de

Negrete

( 1 7 9 3 ) , donde se echaron definitivamente

l a s b a s e s de la existencia política propia que hasta hoy hemos rec o n o c i d o a la Araucanía ( l ) . Tal

era la guerra

colonial

considerada

rápidamente y sólo

-en su esencia. L a historia, empero, nos ha conservado r a s g o s de ella que la a c a b a n de pintar

en

toda

su

algunos fea

des-

nudez. R e s p e c t o de su parle económica, por ejemplo, que es en lo • que más directamente interesada tración local de S a nti a go ,

se

aparece la crónica y adminis-

descubre que lo que se llamaba

•guerra servía sólo de pretexto o de excusa para una dilapidación escandalosa y una cadena de saqueos que comenzaba en L i m a o en P o t o s í , de donde partía el situado •(1604)

fué

sólo

de

100,000

ducados

y

(que al principio subióse en breve

2 1 2 , 0 0 0 ) e iba a terminar en los fuertes de las fronteras,

a

donde

los soldados a quienes aquella cuantiosa suma estaba destinada vivían hambrientos y vestidos de andrajos. C u a n d o hayamos de ocuparnos del comercio de la colonia, es •decir, del comercio de Santiago en estos años, contaremos más ( l ) Esíe primer parlamento, origen de fanfos ofros que han sido la causa principal de la prolongación de una guerra inconcebible, se celebró en los llanos de -Quillin a cuatro o cinco leguas de Purén, el 6 de enero de 1641, asistiendo como toqui de los araucanos el lamoso Putapichón, señor de Tomeco, el Lautaro del siglo XVII, y el marqués de Baides en persona con 2 , 3 5 0 soldados que era el mayor número de tropas acopiadas hasta entonces en la Irontera. Baides llevaba en su séqui'o más de siete mil personas y los indios se presentaron en mayor número. Las principales bases de la paz fueron: 1.a reconocimiento dé la independencia de los araucanos: 2.a permiso otorgado por éstos para reconstruir los antiguos fuertes y colonias: 3.a alianza de las dos naciones; 4.a canje de prisioneros, lo que equivalía a otros fanfos absurdos y miserables condescendencias, porque. • como dice con sobrada razón Jerónimo de Quiroga, esperto como el que más en aquellos asuntos, «todo no fué otra cosa que perdonar a los indios los pasados desórdenes, dejarlos en la posesión de la tierra y darles comodidad y facultad para •correrías, muertes y robos».


160

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

prolijamente lo que era el situado

y sus resultados

financieros,

civiles y aún sociales. B á s t e n o s decir por ahora que habiendo fundado con sus aprovechamientos G a r c í a R a m ó n una

los

gobernadores Rivera y

estancia de vacas llamada de Cafentoa,

orillas del Longomilla,

que

llegó a contar

la mantención del ejército, y otra

1 2 , 0 0 0 vacas

a para

hacienda de sembradíos y de

ovejas, que tuvo 1 8 , 0 0 0 de las últimas, produciendo hasta 7 , 0 0 0 fanegas de trigo (la estancia de Buena Florida)

en

una y otra,

cuando

pocos

Lazo de la V e g a no encontró sino existido aquellos

cerca de la

Esperanza,

la

caudales ( i ) . Fuera

años más tarde llegó noticia

de

que habían

de ésto, la deuda

de

la

empobrecida colonia subía en esa coyuntura a más de 2 5 0 mil pesos. Felizmente el avisado presidente entró al mando con d o s situados en la mano (el de 1 6 2 8 y

el

pagó 9 0 mil pesos de atraso y gastó

de

1 6 2 9 ) con lo cual

180

mil

en

reclutas y

reposiciones ( 2 ) . L o s sueldos del ejército, que

jamás

se

pagaban en dinero,

sino en ropa y víveres, por el cuadruplo de sus legítimos p r e cios, corrían parejas con aquel sistema de derroche y monopolio, al punto de que el general en jefe campo) g a n a b a entonces algo menos

del ejército (el maestre del

prest

de

de

un jefe d e

batallón en estos tiempos de orden y de baratura en la mantención en cuartel y en la compra de arreos militares ( 5 ) . Y c o m o los sueldos que se pagaban guarniciones

por

reglamentos a l a s

del Perú y de C o s t a firme eran dos o tres

veces

superiores al de Chile, repugnábase por toda la gente de guerra que tenía algún valimiento el venir a comer las migajas del situadoen el presidio

de

Chile,

c o m o se llamaba entonces

este

suelo-

(1) «Falía todo sin que haya más que la memoria». (Carta de Lazo de la< Vega al rey. Yumbel, abril 27 de 1630).—Gay, Documentos, vol. 2.o. Rivera estableció también una fábrica de jarcia en Quillota para utilizar el magnífico cáñamo de aquel valle, y en Melipilla un obraje de telares para iabricar paños burdos de tropa; pero una y otra habían desaparecido en el desgobiernode sus sucesores. (2) Informe del doctor don Lorenzo de Álmén sobre el gobierno de Lazo dela Vega, fechado en Concepción el 16 de marzo de 1634 y publicado por G a y en su segundo volumen de documentos. (3) Según el primer reglamento del ejército que trae Carvallo en su historia manuscrita y que se promulgó en 1608, componíase aquel de quince compañíasde infantería de a cien hombres cada una, siete de caballería con setenta plazas y cuarenta capitanes reformados que hacían la guardia del gobernador y con los-


HISTORIA

DE

161

SANTIAGO

en el lenguaje de la contaduría militar. Y de tal manera era esto,, que el pago

de Chile

refrán, hasta

que

comenzóse a hacer materia de mofa y de:

quedó perpetuo y c o m o un lema o extigmai

nacional, cuando la colonia, convertida en a pagar los servicios

de

república, comenzó'

sus más eminentes ciudadanos como-

aquella había pagado sus tercios. D e aquí, pues, otro de los tristes caracteres de la guerra d e A r a u c o hecha con gente mercenaria y descontenía; de aquí el que no progresaran jamás las armas; de aquí el que se mirara el ejercicio de éstas c o m o una mengua, y por último, que el ejército mismo en campaña no fuese sino una aglomeración confusa de aventureros forzados que en gran manera autorizaban el nombre de presidio

que se daba a sus cuarteles. «Es tan poca

la

seguridad que se tiene de esta gente (escribía al rey el gobernador G a r c í a Ramón desde C o n c e p c i ó n el 1 2 de Abril de 1 6 0 7 ) por andar tan descontentos, que prometo a V . M . que no hay b a r c o que ande con ella ni pueda estar en puerto ninguno, porque luego le arrebatan y huyen con

él»

(l).

«No

ha

habido

cuales se completaban los dos mil hombres del ejército permanente. Los sueldos principales eran los siguientes por mes: El maestre de campo Sarjento mayor Auditor de guerra Veedor o comisario general Capitán de infantería Alférez : Sargento Soldado

$ 137 68 33 165 68 27 16 11

4 rs. 6 ,, 5 ,, 1 ,, 6 ,, 4 „ 4 ,, 4 „

( l ) Gay, Documentos, vo!. 2.o Había llegado a tal punto la miseria y desolación de Chile por estos años, y eran tantos los gastos improductivos en sangre y oro, que aún llegó a pensarse (según algunos autores) en despoblar el reino y dejarlo a merced de sus primeros habitantes, pensamiento que se habría llevado a cabo si no se hubiese tenido en cuenta que la guerra de Arauco suministraba anualmente una buena provisión de cautivos de complexión robusta, que eran desfinados a las minas de Potosí y Guancavélica, cuyos horribles trabajos no podían soportar los naturales del Perú. Felipe III, en efecto, por R. C. de 2 6 de marzo de 1608, había declarado esclavos, como los negros, a los indios que se hiciesen prisioneros. Al hablar de los últimos años del siglo XVI, dijimos que se había hecho un refrán en el Perú el decir por cualquier desacafo: Guárdate que te mandarán a Chile; así comenzó a hacerse adagio en los primeros años del siguiente de lo que se llamaba el pago de Chile, principalmente desde que se promulgó el plucarte o plan de sueldos de 1608, del que hemos dado ya algunas cifras capitales paro probar su exigüidad. De aquí vino que cuando a un oficial o soldado de la opu11


162

BENJAMÍN

VICUÑA

MACEENNA

agujero en el reino, añadía otro capitán de aquella época, por donde se hayan podido ir los que están

a c á que no lo hayan

intentado» ( l ) . Este mismo celoso soldado pedía ai rey que no s e enviasen más al ejército de Chile gente vil y aún presidarios rematados de Lima, según

era

entonces la costumbre. P o r lo

regular, componíase el mayor número

de

aquel de cholos,

es

decir, indios peruanos que venían a continuar, indígenas contra indígenas, la guerra de conquista que había comenzado un siglo antes de la entrada de los españoles

el

inca

del

Cuzco Yu-

pangui ( 2 ) . H a b r a s e por esto hecho juicio de lo que era el personal del que se llamó por más de dos siglos ejército

de

la frontera,

y

e s preciso oir a sus propios caudillos para saber c ó m o se hacían aquellas guerras que tuvieron tantos poetas y cronistas. «Es menester, dice el gobernador J a r a Q u e m a d a ya citado ( 3 ) , que el soldado de a caballo lleve tres soldados, uno para que le traiga yerba y otro que le lleve la comida y cama y esto el menorete

y le haga de comer,

porque hay muchos que meten quince o veinte

c a b a l l o s y seis yanaconas y el infante su trigo y piedra que todos los más las llevan, con que alojan y se levanta

de

moler,

todas las veces que se

el campo parece que se funda o se muda

una ciudad». Y si esto hacían los menoretes;

¿cuál sería el regalo y holganza

cte los capitanes? El mismo L a z o de la V e g a , siendo

tan

sol-

d a d o c o m o era, necesitaba, según su propio maestre de campo lenfa Lima le enviaban a esta colonia por castigo u otra causa, decian de él que recibía el pago a sueldo de Chile, y éste y no la ingratitud pública es el origen del re rán. La ingratitud ha sido sólo su sanción republicana, Sin embargo, alguna aplicación tenía ya el pago de Chile como apotegma moral en los siglos coloniales, pues hablando Olivares (citado por Carvallo) de la ingratitud con que el rey pagó los servicios del ilustre chileno Pedro Cortés, cuya hoja de guerra tenía la inscripción de cíenlo diez y nueve batallas, dice «que lo que ganaban los valientes y animosos, lo comían los poltrones». (1) El gobernador J a r a Quemada.—Carta al rey, de Santiago, enero 2 9 de 1611 (Gay, Documentos, voi. 2.o) (2) Hablando de la composición del ejército fronterizo, el Capitán prisionero de las Cangrejeras, asegura que todas las levas se hacían en el Perú, «siendo así, dice, que son de más utilidad y provecho cuatro hombres de Chile que ciento de los que suelen traer y han (raído en estas últimas tropas, pues las más veces llegan sin camisas ni espadas, que en lugar de dar. algún cuidado y temor a los enemigos, los menosprecian y hacen burla y chanza de ellos». (Bascuñán, Cau'.iverio feliz). (3) Inlorme al rey de l . o de mayo de 1611.


HISTORIA

DE

«don S a n t i a g o Tesillo, doscientos personal, que

de

163

SANTIAGO

caballos

para él y su séquito

capellán a cocinero c o n s t a b a de diez y seis

personas. El equipo de caballos,

arrha

tan

poderosa de guerra en la

subyugación de las razas de América, no era mejor que la calidad de los jinetes. AI contrario, mientras los indios se habían h e c h o dueños en menos de cincuenta años de las mejores c a b a llerías de este tanto

afán

continente, la decadencia de las crías que

había

establecido

Valdivia,

había

con

llegado a tanta

postración, que en los primeros años del siglo X V I I ( 1 6 1 1 ) no h a b í a en todo el reino seis -de haberse

tratantes de caballos por la razón

c o n s a g r a d o todos

los

estancieros a la crianza de

muías, que iban a vender a precios subidísimos a P o t o s í y o t r o s Ticos asientos de minas. A tal grado llegó esto, que en el año último citado el presidente de Chile -comprar

se

vio

forzado a mandar

caballos al P a r a g u a y para la remonta del ejército, y

•cuando llegaron •o cerriles.

éstos se encontraron inservibles por

El primer importador

de

forasteros, llamados después cuyanos,

estas arrias

de

chucaros caballos

fué el capitán P e d r o M a r -

tínez de C a v a d a . Tal era la llamada guerra

de

Arauco,

despojada de orope-

les, de poemas y de frailerías de crónica, tales sus principales -elementos de acción, de movilidad, de triunfo, de gloria

y

de

negocio. ¿ Q u é mucho entonces

que

durara

fuera el más grave y el

más

influyente

trescientos

vida colonial y de la existencia misma todo

financiera

Talvez

años

y

que

asunto público de política,

civil

y

la

sobre

de la capital?

prolijos

en

demasía

hemos

sido

en

esta

reseña,

pero hacíase ella indispensable para entender con claridad muc h o s de los s u c e s o s posteriores de la vida local que vamos narrando, y en la cual las Fronteras

de

Santiago

no eran

como

b o y no una raya imaginaria o un nombre histórico, sino c o m o •las murallas misma de la ciudad. Y en efecto, si no se ha echado en olvido que los principales si no todos los gobernadores de la colonia eran exclusivamente nombrados en atención a su carácter y antecedentes militares, adversos

por consiguiente al desarrollo pacífico

de. las


164

BENJAMÍN

VICUÑA

ciudades puramente agrícolas ya a

serlo

y

mercantiles,

como

comenzaba)

S a n t i a g o ; si se recuerda que muchos de

no conocían la

ciudad

sino de

hallada a medio camino, y por del año si bajaba dades

MACKENNA

nombre o

aquellos

c o m o una

último que

posada

durante una

parte

(esta era la palabra consagrada) de las

de arriba la soldadesca viciosa y

desenfrenada

guarnecía era solo para traerle el contingente de sus escándalos, se

comprenderá

de

ciu-

que las-

sus vicios y

que la guerra

de

Arauco

fuese una causa secular del atraso, de la tristeza social, de la pobreza del tráfico, de la esterilidad de la tierra, de la miseria del pueblo, de la paralización, en colonial que en todos sentidos

fin,

completa

observamos

del

progreso-

durante

el malha-

dado siglo X V I I . P o r otra parte, y por estas propias razones, ya hemos viste» de qué manera áspera, enojosa y egoísta contemplaba el vecindario del M a p o c h o aquella guerra culpable y funesta,

fundada

en el predominio de las ciudades australes y en la mina directa del asiento político del reino. D i m o s ya cuenta del

disfavor

con que siempre miraron los primeros pobladores las empresas desatentadas de Valdivia y su

constante repulsa de

de soldados, que al fin amparó contra Loyola cia de Lima

Audien-

(1597).

O t r o tanto aconteció en los primeros guiente con

auxilios y

la Real

el

severo

Jara

años del

Q u e m a d a y el

F r a n c i s c o L a z o de la V e g a . Maldecía

el

siglo

subsi-

caballeresco

primero

pachos, la guisa de soldado antiguo y regañón,

y

don

en sus d e s denunciaba

al rey la poltronería de los santiaguinos, y especialmente de los capitanes que a título de dada»

reformados

( l ) , no querían consentir

en

quiera los tres meses de verano que guerra activa de cada

y «con una militar

en

duraba la

la

patente maí frontera, si-

campaña

o la

que producía

San-

año.

Eran tenidos, sin embargo, los soldados

tiago en mucha cuenta, no sólo porque eran de suyo animoso y sufridos, pues hasta hoy mismo es acreditada opinión que no hay pueblo de la república que

contribuya

con

mejores reclu-

( 1 ) Caria citada de J a r a Quemada al rey, de Concepción, 1 . ° de 1611. ¡

marzo de:


HISTORIA

y de esta idea, c o m o

tas,

•caballos y con .sud viniesen gente

de sangre

Hizo cisco casa

armas

de tarde

Lazo

que

tarde

salían siempre

venía a

que

pedirle

obligado

en dos o c a s i o n e s el incansable

de la V e g a ,

rrida

obtuvo

viniendo

rico e influyente

ningún

a poco

.aunque

para

no ocurrió

bandera

un

solo

siguió s a c a r

mosa

individuo

to estará guerra do

en Noviembre

plazas ( 2 ) con victoria

al reino

de enganche

ifuerza de dinero y gastando

treinta

del

contin-

pues nunca

(junio 2 3 de

su llamado.

un mediano

ejército

moverse

de Maipo

fácil

si en fiemp oportuno

primera

y dio pregones

el que a p o c o

cuan

en su

tuvo

otra

visita

ocu-

(l).

Sin

dos situados de un s o l o

de la Albarrada

probando

a

don Fran-

el c a s o a h o s p e d a r s e en

vecino,

éxito voluntario

de su entrada

puso

buenos

los generales

su

¡mansión que el lienzo de su tienda de c a m p a ñ a No

en

y acero.

esta demanda

de algún

la de

escogidas, en

165

D E SANTIAGO

de

1 6 3 0 ) pues de

guerra,

embargo,

a

golpe c o n setecientas

consiguió

la fa-

de la conquista, y es-

habría sido dar cima

se hubiese puesto

a

aquella

en ella el

debi-

empuje ( 3 ) .

(1) Según Tesillo, Lazo de la Vega mandó construir una casa de piedra para su residencia, pero esto no pudo tener lugar sino en Concepción. Hasta principios del siglo XVIII los capitanes generales no tenían residencia fija en Santiago, pues la que había sido casa de Valdivia en el ángulo nordeste de la plaza estuvo ocupada, según dijimos, por los tesoreros reales y sus oficinas. Sin embargo, en los últimos años del gobierno de Lazo de la Vega y durante «1 período de su sucesor el marqués de Baides, parece que los presidentes solían habitar también las Cajas reales, pues hablando de este edificio el tesorero Miguel de Lerpa en carta de 2 3 de mayo de 1647, dice: «donde solía vivir el gobernador cuando bajaba a esta ciudad». Con todo, el palacio que fué de los presidentes hasta 1 8 4 6 y la mudanza de las Cajas reales al edificio que todavía lleva su nombre, son hechos que pertenecieron al siglo XVIII, según ha de verse •oportunamente. (2) Carvallo.—M. S . (3) Lazo de la Vega, como todos los hombres de honradez y de inteligencia de la colonia que se ocuparon de la cuestión de Arauco en un sentido purament e militar, pensaba como piensan todavía los hombres honrados e inteligentes de l a república. Ateniéndonos a lo que refiere su propio maestre de campo Santiago Tesillo, buen soldado, natural de las montañas de Santander, que escribió sobre los medios de poner fin a aquella inconcebible contienda. Lazo propuso a la corí e el concentrar en una sola campaña enérgica y decisiva todas aquellas entradas -a la fierra de pillaje y asesinato. Para esto pidió que viniesen de España dos mil hombres veteranos y aguerridos: que se gastase en un solo año los situados <de cuatro, que se ocupasen de una manera permanente cuatro puntos esfra égic o s de las ¡ronteras, fundándose en ellos pueblos socorridos entre sí, y por último, que se emprendiese contra los bárbaros por las fronteras del Biobío y las de Valdivia.


166

A

BENJAMÍN

su regreso

la V e g a

a la capital

el fruto que debía

reino, solicitó con

en el invierno

Inútiles fueron sus

aquel

o f r e c e r en a r a s de la patria palabras,

que

reuniones

de

cordamos,

entonces

ta del c o r a z ó n Pero

Lazo

copiosas,

palabras!

humano

contra

otro

en s a c a r d e

la pacificación

la

contingente sólo

en

dan salida

la prensa,

palabras!»,

lo

adver-

que

que

el

fuera,

de

las

lo privado de según

a sus

ya

las re-

manifestacio-

la tribuna

según

del

coope-

inveterada todo

más en el p u l p i t o ,

así c o m o hoy a p e n a s

«Palabras!

para

pueblo a

vertían

familia o c u a n d o

tan vivas c o m o

tings.

se

1 6 3 1 , orgulloso-

de los vecinos una eficaz

ruegos

de

de

por lo mismo

producir

más ahinco

sión y los fundadores

nes,

MACKENNA

con su victoria y empeñado

ella todo

ración.

VICUÑA

y ios

mee-

decía el gran

poe-

hombres

hoy,,

(l).

de la V e g a

no era

como

los

de

q u e a las v o c e s de los unos contestan con las v o c e s de los o t r o s , A

la grita de los santiaguinos

la c á r c e l , metiendo res feudatarios

de

el

en ella a los Santiago,

airado

capitán

más e n c o p e t a d o s

que rehusaban

contestó de los

empuñar

la

con> señolanza;

No fué tampoco ofro el plan del ilustre don Ambrosio O'Higgins 150 añosdespués, y ¿acaso es diferente el que persiguen hoy después de otro siglo mal gastado los jóvenes capitanes de la República? ( l ) «What do you read mylord? Words, words, words!' Shakespeare, Hamlef, acto II, esc. II. Según Tesillo, el gobernador llevó un memorial escrito a la junta de vecinosque celebró con el objeto de pedirles subsidios, haciéndoles presente la urgencia de hacer levas desde que durante la época de su gobierno no habia venido un solo soldado de fuera. «Y aunque en esta ciudad, decia el general en su escrito, y sus contornos conocidamente hay grande número de hombres mozos vagabundos 3Ín ejercicios, ante facinerosos y delincuentes, todos se retiran en esta o c a sión de la que les ofrece la guerra con la gloria militar; y este es el punto en que V. S . ha de emplear lo ardiente de su celo, lo severo de su justicia, poniendo singulares diligencias en sacarlos». Dirigiéndose en seguida a su propio auditorio, añadía: «Diferente senda pretendo seguir con la nobleza de esta ciudad de Santiago. No es mi invento valerme del poder sino de la suavidad».—(Tesillo, pág. 9 5 ) . Preciso es también tener aquí presente, en abono de la resistencia de los santiaguinos, que éstos no se consideraron del todo seguros contra los indios que habitaban dentro de la jurisdicción de Santiago y en la ciudad misma sino en el ú l timo siglo, Durante el propio gobierno de Lazo, los araucanos, aliados con los pehuenches, llegaron por los valles de las cordilleras hasta los limites de la> provincia de Aconcagua (como en el tiempo de los Pincheira) y tuvieron tan apurado al gobernador, que habiendo salido éste a cortarles el paso a la ligera, le llevaron hasta su casaca de paño grana y un inmenso botin, según cuenta Jerónimo de Quiroga.


HISTORIA

DE

167

SANTIAGO

por seguir meciendo el pacífico arado o las yuntas de sus caras

sub-urbanas y de sus estancias

H u b o con este motivo serios

chá-

de ganados.

alborotos en la tranquila capi-

tal, y tomó la voz por todos en defensa de los fueros del pueblo una orgullosa

matrona llamada doña Isabel Guzmán por la pri-

sión de su hijo don Antonio E s c o b a r . G u a r d ó a éste quince días en la sala del cabildo de S a n t i a g o (que era de ordinario la prisión de la gente noble) el enojado don Francisco, y sólo le suelta a influjos del provincial de los jesuítas, y porque

el

bo además de su madre tenía poderosísimos parientes. de éstos don F r a n c i s c o Fuenzalida, hermano de doña

dio

manceE r a uno

Isabel

de

Guzmán y persona a la sazón de mucha cuenta, según ha de notarse en la relación de un suceso social lleno de interés

dramáti-

c o y que en breve hemos de narrar. L o s agraciados ocurrieron a la Real Audiencia invocando las cédulas del tiempo de O ñ e z de L o y o i a y otra posterior en que el rey ordenaba no se hiciesen

de

1612

levas en S a n t i a g o sino en

c a s o de extrema necesidad. D o n Francisco, por su parte, amparo a la Audiencia de Lima, y ésta dio sentencia

pidió

a su favor

U s a n d o , empero, de una magnanimidad p o c o común entre los ter. eos conquistadores de aquellos siglos, cuando don Francisco

hu-

b o humillado el orgullo de los aristócratas de la colonia, les invitó a un paseo de campo que tuvo lugar en una quinta vecina a S a n t i a g o , y allí entre abrazos y brindis se selló la reconciliación de los ánimos y obtuvo el gobernador

de la sagacidad y buen

trato lo que no había conseguido con rigor. N o duró, por

esto, mucho tiempo

la armonía ni el éxito de)

g o b e r n a d o r , porque no se ha conocido pueblo alguno, con excepción talvez de los viscainos, más persistente para defender s u s haberes

y sus fueros que el

de

Santiago, retoño

genuino, es

verdad, y el más lozano de cuantos se plantaron en A m é r i c a la encina

de

Guérnica. El

cabildo, en efecto, según

ocurrió directamente al rey después de estos sucesos,

de

Carvallo, haciéndole

presente que en desobedecimiento de sus reales órdenes de 1 6 1 2 , los g o b e r n a d o r e s no habían cesado de hacer dad, siendo que ésta

«no tenía en las

levas en su ciu-

doscientas

y

cincuenta

c a s a s que formaban su vecindario cuatrocientos cincuenta hombres de armas y en las

ochenta

leguas

de

su disfrito no

se


168

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

contaban setecientos». En esta virtud Felipe I V ordenó só|o quecada diez años pudiesen

levantarse

fuerzas

en

S a n t i a g o y su

distrito ( l ) . Tales habían sido hasta c e r c a de la medianía del siglo

XVII

los amargos frutos de una guerra tan insensata por la manera de producirla que tuvieron

los

caudillos

militares c o m o crimi-

nal por lo que toca a las granjerias y lucros ilícitos que todos, y especialmente los fronterizos arrancaban de ella. Llegado ya, en consecuencia, el tiempo de ocuparnos de una de las más poderosas medidas que para regularizar que era la

vida consuetudinaria

de la colonia, y la

la guerra, existencia

civil del pueblo, que era sólo un accesorio, dictaron los reyes de

España, esto es, la reinstalación de

la Real Audiencia en

Chile, suceso de una influencia trascendental en la historia local de nuestro pueblo. ( l ) R. C. de San Lorenzo, noviembre 2 de 1638.


CAPITULO

XIII

La Real Audiencia -Regocijo de los sanfiaguinos por la reinstalación de la Audiencia.—Los primeros oidores.—Solemne recepción que les hace el pueblo.—Enfra el real sello bajo de palio.—Fiestas y torneos en la plaza.—Lamentable estado de Santiago al establecerse la Audiencia.—Condición comparativa de las otras ciudades del reino.—Extinción casi completa de los indígenas de encomienda.—Miserable condición de la agricultura.—Inutilidad de aquel tribunal y hondos males sociales y políticos que atrae.—El espíritu de litigio se apodera de los vecinos.— Famosos libros de Ginés de Lillo y curiosa noción para

traducirlos.—Influencia

perniciosa de la Audiencia en las costumbres.—Lujo y desigualdad de condiciones.—Caballeros y mulaíos.—El cones.—Lamentaciones

del padre

moño y el copete.—Los

primeros pelu-

Ovalle sobre el fasfuo introducido por la

Audiencia.—Impotencia de ésta para favorecer el desarrollo :su propio regente.—Comienzan

las competencias

del país, según

entre las autoridades.—In-

moralidad personal de los oidores.

La JCVI,

Real

Audiencia,

restituida

ensayo en C o n c e p c i ó n a cijo.

a

Chile a

fué recibida por los c o l o n o s , Era

una

cosa

fines

nueva, y

solio, la aclamaran

L o desconocido

su

del precedente, con venía

por la que los habitantes de S a n t i a g o , blecer su

principios del

después de

con

además

intenso

rego-

lejos,

razón

donde venía ahora

a esta-

y suntuosas

fiestas.

Víctores

de

siglo

malogrado

es siempre para los que sufren

una

parte de

la

^esperanza, y es preciso confesar que los santiaguinos tenían derec h o a esperar, en razón de lo que habían sufrido. Las

fiestas

de instalación

guiente de una magnificencia

del real

tribunal

fueron por

inusitada. Hallábase de

consi-

presidente


170

BENJAMÍN

VICUÑA

MACEBNNA

en propiedad el maestre de campo G a r c í a Ramón, y había jado

ba-

a la capital únicamente con el objeto de dar la bienvenida

a los oidores. Eran éstos el doctor don Luis Ajerio de la Fuente,, persona que ha dejado testimonios de su prudencia y sabiduría, cuando ocupó interinamente el puesto supremo,

y los licencia-

dos don Francisco Talaverano Gallegos, don J u a n C a j a l y don Gabriel C e l a d a , de cuyo último no ha que la de un papel en que consigna que era S a n t i a g o en la é p o c a

de

quedado

ciertas

otra memoria

noticias s o b r e

regente, los otros tres los miembros vitalicios del tribunal. primer fiscal vino también de fuera y llamábase don M a c h a d o , famoso en é p o c a s Llegaron estos magnates marcha el lunes 7 de a b o g a d o que debió

Su

Hernando-

posteriores. a

Valparaíso, pusiéronse luego en

septiembre

suburbios de S a n t i a g o ,

lo-

su judicatura. M e r l o era el

de

1 6 0 9 se detenían en Ios-

hospedándose en la casa-quinta de un.

vivir

orgulloso

c o m o de una consulta

de

tan insigne honor. P a s a r o n allí la noche los doctores

refrescando

la fatiga de-

una jornada hecha a lomo de caballo, pues el rodado neficio de tardíos años; y a la mañana siguiente encuentro el gobernador y lo mejor

del

saliéronles al

pueblo en vistosa c a -

balgata. Allí el último funcionario colgó de real,

fué b e -

su cuello

el

sello

emblema de la autoridad de la Audiencia, que venía den-

tro de una pequeña caja de fierro dorado y sostenida por una cinta de tafetán encarnado ( l ) . C o n el silencio

de

una

profunda

reverencia llevaron aquel

signo de la autoridad del monarca a un aposento

del claustro-

de S a n Francisco que se había tapizado de seda y otras ricas telas, levantándose a más un solio ostentoso,

al pie

de cuyos-

cortinajes se c o l o c ó un rico cojín de terciopelo. S o b r e éste d e positó el gobernador el venerado signo,

y después de haberlo

cubierto el regente, en presencia de los testigos, con un pañuelode tafetán rosado

«cuajado de muchas flores de seda de todos

c o l o r e s » , sobre el que se puso una corona de plata (de la q u e ( l ) El real sello era un timbre seco esférico y de una circunferencia considerable, falvez de quince centímetros. S e estampaba generalmente sobre cera lacre, y en muchos expedientes de aquella época se conserva más o menos deterioradopor el tiempo o los ratones; que en esto pararon tantas grandezas!


HISTORIA

DE

171

SANTIAGO

para el c a s o despojaron sin duda las sienes de alguna virgen), retiráronse todos con gran compostura. El regente M e r l o quedó personalmente encargado una

compañía

de

de

la

infantería,

custodia del sello, asistido de

ceremonial y precauciones

todas

dictadas por el ardid de los cortesanos de una impostura regia, que por lo mismo era preciso rodear de misterios para hacerla temer de un pueblo avasallado y supersticioso. E s t o s habían sido solo los preliminares. A

la

mañana

siguiente hízose la entrada triunfal del cofre,

llevándolo en procesión bajo de palio desde S a n Francisco a las C a j a s reales, situadas en un ángulo de la plaza, y siguiendo en e! tránsito la vía oficial de todas las ceremonias públicas de la colonia, que lo era la calle

del Rey,

hoy del

Esíado.

Después

de s a c a d o el depósito con gran pompa religiosa, se le c o l o c ó sobre un

hermoso caballo overo,

c o m o si hubiera querido de-

cirse que la justicia iba a tener en Chile dos colores, enjaezado, empero,

«con

gualdrapas

ricamente

de terciopelo negro». El

gobernador marchaba a un lado de la bestia, llevando la derecha, c o m o era de rigoroso

estilo en todo ceremonial, y el re-

gente al costado opuesto. T o d a s las corporaciones, que, según un documento de la época, se hallaban representadas por ciento ochenta y seis oficios sujetos a la jurisdicción de la Audiencia ( l ) , seguían en pos con continente grave y respetuoso, marchaba en seguida la escolta compuesta de tres compañías de a pie y dos de caballos, únicas fuerzas regimentadas

que

existían a

la sazón en la capital, y por fin, el pueblo, o c o m o comenzaba ya a llamársele,

la

compuesta de unos p o c o s indios y

plebe,

algunos más mestizos. En vista, en efecto, de la desnudez de los últimos y de sus andrajos, por lo e s c a s o y caro que era entonces todo aparejo de vestirse, y por el contraste que ofrecía lo vistoso de los trajes de

los

señores,

recamados de oro y de

seda, de terciopelo y encajes, acostumbraron éstos o denominar a aquellos con el nombre nacional que todavía conservan:

los

rotos. Llegado el convoy a las C a s a s

reales, que eran las mismas

( l ) Noticias sacras y reales de los dos Imperios de las de la Calle.—M. S . de la Biblioteca Real de Madrid.

Indias por Juan Diez


172

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

de Valdivia, quizá algún tanto modificadas, subieron todos escaleras,

dice la relación

contemporánea

tenemos a la vista ( l ) , lo que al

obispo,

ceremonial

las que

prueba que ya aquella mansión

tenía un segundo piso: y allí todos desde el gobernador

del

los

que

funcionarios del reino, lo era entonces el fraile

P é r e z de Espinosa, de turbulenta memoria, prestaron juramento de obediencia al s o b e r a n o y a los delegados de su justicia, b e s a n d o el sello y llevándoselo a la c a b e z a . La Real Audiencia de

Chile,

suelo con diferencia de meses,

que

debía

dos

siglos

de 1 6 0 9 a abril de 1 8 1 1 ) quedó desde instalada, y el gobernador a

presidente, real

virtud

acuerdo en

de

todos

existir

ese

día solemnemente

de Chile elevado a la los

en nuestro

c a b a l e s (septiembre la categoría

inmunidad privativa de presidir graves

negocios

de el

administrativos o

políticos que por las leyes de Indias le estaba conferida. Siguióse después de las ceremonias oficiales un

torneo mili-

tar celebrado en la plaza por los principales caballeros en honor de los magistrados, y sucediéronse las fiestas y los regocijos públicos los unos en pos de los otros, con tanta magnificencia que para atender a los gastos que aquellos ocasionaron, (cuyo monto pasó de dos mil pesos) el cabildo, que no tenía un solo maravedí

disponible,

hubo

de

empeñarse

en

un

déficit

casi

secular ( 2 ) . E s digna de un especialísimo estudio la acogida y la influenc i a que tuvo en la colonia aquella institución, porque este libro, según dijimos en su prefacio, no está del todo c o n s a g r a d o a la amenidad de fútiles recuerdos, sino que tiende en lo posible a encontrar la causa y a descubrir la

filiación

directa de muchos

males sociales y políticos que hoy todavía nos aquejan c o m o si se encontraran en su primitivo vigor. P a r a medir la extensión del poderío moral de aquella autoridad que se hacía tributar los mismos honores que a la majestad divina, paseándose bajo el palio de los altares, y por cuyo homenaje caía en ruinas el mismo municipio que hasta aquí hemos visto tan parsimonioso de sus haberes, hácese preciso he(1) Acta de la fundación de la Real Audiencia.—Gay.—Documentos vol. 2 . ° , pág. 189. (2) Carla citada de J a r a Quemada al Perú.


HISTORIA

DE

173

SANTIAGO

c h a r una mirada sobre lo que era la capital entonces,

la con-

dición de su vecindario y el grado de desarrollo y prosperidad que hubiese podido hacer necesaria la planteación de aquel tribunal que iba a servir de emblema en nuestro suelo hasta hoy mismo al poder y al misterio de D i o s . Al narrar los asuntos

del último

decenio del

siglo X V I

hi-

cimos una triste pero verídica y c o m p r o b a d a pintura de la deplorable condición de la colonia que había Valdivia a orillas

del

Mapocho.

existencia había alcanzado solo

y

que

fundado P e d r o en

el aspecto

sesenta

y

los

de

años de

recursos de

una espaciosa villa rural. Después no habían sido mejores sus destinos durante el primer decenio del siglo subsiguiente, en que la Real Audiencia vino a sentarse en sus sillones de oro y de terciopelo. Según uno de los propios miembros del augusto tribunal ( i ) , S a n t i a g o constaba entonces sólo de doscientas c a s a s , c o m o aglomera más de cinco mil. Aquellas eran

pobres,

aspecto que hoy tienen las mansiones antiguas llas de provincia, fuera de que a la tristeza

hoy

bajas,

de

del

nuestras vi-

de sus

muros s e

añadía su soledad, por lo diseminado de su caserío y la e s c a sísima población que lo animaba. A la verdad, y para que se juzgue lo que era en su conjunto el país que con tanta pompa castellana de Chile» (como se llamaba «reino»

denominaban el

«reino

el de Murcia y el de J a é n

en la lejana península), nos bastará recordar que las otras cuatro únicas ciudades que tenía a

la

sazón todo nuestro territo-

rio poseían en su totalidad menor número de habitaciones que el poblachón del M a p o c h o . C o n c e p c i ó n contenía sólo setenta y seis casas, de ellas treinta y seis de paja; Chillan o c h o de teja y treinta y nueve de paja; la S e r e n a cuarenta y seis, de las que solo once tenían cobertor de teja, y, por último, C a s t r o taba, para adquirir el derecho de ser llamada ciudad,

osten-

doce ran-

c h o s pajizos. En cuanto a Valparaíso, no sustentaba todavía en su opulenta playa sino un gran galpón de ramas y horcones

y

la

capilla

ruinosa que hacía cuarenta años saqueara el pirata D r a k e . ( l ) El fiscal Gabriel de Celada.—Informe citado.


174

BENJAMÍN

VICUÑA

L o s pueblos que hoy embellecen

MACKENNA

nuestras fértiles

s e albergan entre las grietas de ricos

veneros

cepción de algunos miserables fuertes de la posteriores, y aun los últimos, para contener

formados

frontera,

de simples

un siglo palizadas

el caballo y la lanza del indio, encerraban sólo

c h o z a s . U n o de

los

más importantes de estos

posición estratégica era Nacimiento, expresión de

llanuras o

son, con la ex-

doña

últimos por su

y sin embargo estando a la

Catalina de Erauzo (la monja

fué soldado de su guarnición)

alférez,

que

«todo en él, excepto el nombre,

e r a muerte». P o r otra parte, la despoblación de la colonia cundía de una manera alarmante, pues a la par que la guerra devoraba la flor de los pobladores castellanos, las epidemias, las fatigas de las faenas y la exportación de brazos esclavos para Potosí y liuancavelica y otros distritos mineros del Alto y B a j o Perú, diezmaban cada año los restos de la población indígena, de tal suerte, decía el mismo oidor antes citado,

«que habiendo sido esle

reino uno de los más poblados de Indias, pues hubo encomiendas de dos y tres mil indios, no hay al mienda que pase de cien, y casi todas

presente ( 1 6 1 0 ) encode

cuarenta,

cincuenta

y sesenta indios, y se han apurado y consumido, de modo q'.:e no ha quedado en todo el distrito de esta ciudad dos mil o c h o cientos indios tributarios, y de éstos más de dos mil son (araucanos) cogidos en la guerra» En la proporción que se aniquilábase la industria de riqueza sino de sustento

agotaban los

los

campos,

para los

aucaes

(l). medios única

productores

fuente,

míseros c o l o n o s .

no de

No había

( l ) Según el mismo oidor Celada, enlodas las demás ciudades del reino reunidas no había a la sazón fres mil indios de encomienda, y ha de fenerse presente que si los siete mil indígenas de encomienda que los cronistas asignan a la jurisdicción de Sanfiago en los últimos años del siglo XVI estaban reducidos a sólo una cuarta parte, era contando con algunas tribus que venían anualmente a prestar sus trabajos gratuitos a los encomenderos de Santiago desde más allá del Maule. Condolido el presidente García Ramón de la suerte de los indios de Cauquenes, que eran obligados a servir ocho meses del año a los encomenderos de Santiago, solicitó del rey en carta datada del Ester de Vergara (donde a la sazón tenía su campo) el 9 de marzo de 1608 que los últimos se agregasen a las encomiendas de Chillan, a fin de ahorrarles las miserias de un penoso viaje. Por esta sola circunstancia, fuera del trabajo de las minas dentro y fuera del país, se comprenderá como bastó apenas un siglo para la extinción casi completa de la raza indígena al norte del Maule y su sustitución por la casta mestiza conocida hoy con el nombre de huasos en los campos y rotos en las ciudades.


HIST0KIA

175

D13 S A N T I A G O

•exportación y por consiguiente el valor de los

frutos era pura-

mente nominal. Según Carvallo, valía el trigo en tiempo del gob e r n a d o r G a r c í a Ramón,

un

peso la fanega, otro

tanto

una vaca, dos reales un carnero y rea! y medio una

valía

oveja.

N o era esto de extrañarse desde que en las matanzas,

la gran

ffaena rural de aquellos años, sólo se aprovechaban (dice el padre O valle) las lenguas y los huachalomos •cueros para las suelas y cordobanes

para

salazones, J o s

que iban

a

buscar mer-

c a d o en C u y o y el Alto Perú, y por último las gorduras que reducidas a c e b o servían para iluminar los

palacios

de la corte

de Lima y las humildes moradas de los chilenos. T o d o más se quemaba en las estancias

lo de-

para no infestar el aire con

las podredumbres o se e c h a b a por el cauce de los ríos a perderse en el mar. A este estado de c o s a s , que hacía llamar

«reino

-a este pedazo de la tierra por uno de sus propios

miserable» gobernado-

res ( l ) , al paso que adquiría el título oficial de presidio

de los

virreyes de Lima, añadíase en seguida que su mar, única esperanza de desarrollo y

de

engrandecimiento para

vitalidad, se hallaba infestado de

corsarios,

su

mientras

espirante que

su

puerto de salida era saqueado e incendiado casi periódicamente, siendo su último bombardeo,

que

a todos

por lo cobarde ha

parecido único, el quinto o sesto de la serie. P o r últtmo, en el preciso año de una súbita crece

la

instalación de

la Audiencia

había ocurrido

del M a p o c h o , en el último día de la

de Pentecostés de 1 6 0 9 , que había

asolado

los

pascua

campos y la

•ciudad haciendo perecer ciento y veinte personas y no menos de veinte mil c a b e z a s de ganado. Y fué en estos precisos momentos cuando la

Real

Audien-

cia vino a instalarse con una pompa de príncipes y de sacerdotes, y cuando la ciudad de suyo arruinada contrajo una deuda ingente para festejarla! ¿ C u á l iba en consecuencia a ser la misión,

el prestigio y la

a c c i ó n salvadora de aquel cuerpo fastuoso y arrogante que lleg a b a de esa suerte a una infeliz colonia moribunda de

hambre

y de tristeza? Q u é intereses iba a representar, cuando no los ha( l ) J a r a Quemada, carta citada.


176

HISTORIA

DE

SANTIAGO

bía de ningún género? Q u é graves cuestiones de justicia, de d e recho o de Estado debía solucionar, cuando la única preocupación del pueblo consistía en procurarse una tela para cubrirse

arran-

cándole al monopolio de los mercaderes de Lima, en cambio deunos cuantos líos de charqui y algunos centenares

de

lenguas

s e c a s ? P o r último, que impulso social, político o puramente ral iban a dar a la comunidad aquellos graves doctores,

mo-

a quie-

nes por leyes especiales estaba prohibido todo (rato y vinculo familiar y casi hasta el derecho del habla con sus g o b e r n a d o s ? La Real Audiencia

fué, pues, una de esas

creaciones

ficticias

del enfermizo sistema administrativo de España, y a la vez una. de esas sinecuras cómodas y distantes con que se pagaba en Corte

el

ocio impertinente y la. adulación

tenaz

la

de los p a l a -

ciegos. S u s frutos inmediatos y seculares amargo

s a b o r para la

naciente

fueron en consecuencia d e

colonia y hasta ahora

mismo-

traen las generaciones en sus fauces las agrias heces de la primera simiente. Fué el primero y el más contagioso

de aquellos

el que

tros mayores, que hasta allí habían vivido tranquilos mildes heredades, de nadie codiciadas, recurriendo

nues-

en sus h u apenas a la

barata y experta justicia de los alcaldes, se hiciesen todos, p o r novedad los unos, por lucro los otros, por manía muchos, y después todos por derecho de herencia o de contagio, que ha llegado intacto hasta nosotros,

insignes litigantes y embrollones.

aquí esa corte de curiales que de

tragina

todas nuestras

De

veredas;

aquí esas legiones de a b o g a d o s que han sido en la socie-

dad almacigo de todas las discordias y en la política el cáncerde todo lo recto y de todo lo justo; de aquí, en fin, ese s i s t e ma social y doméstico que ha hecho de la almohada de

cada;

padre moribundo la primera página del cuerpo de autos en que,, bajo el nombre de particiones,

testamentarias,

compromisos,

efe,,,

han inscrito las familias su ruina y sus discordias. Y porque no se crea que estamos

haciendo una

pintura de-

fantasía o moderna del amable gremio a que de derecho p e r t e necemos, registre el que se sienta tentado de acusar este pasaje de difamación

(que a fe no han de faltar) en el archivo del'

cabildo los libros que se llaman de J i n e s de Lillo, el primer

agri-


HISTORIA

DE

177

SANTIAGO

mensor de tierras que vino a nuestro país, y verá en ellos que apenas se estableció la Audiencia surgieron tal número de liti. gios sobre los predios y heredades de la conquista que fué preciso a aquel perito rehacer el mapa de la ciudad y de su campiña para dejar más embrollados que

antes a sus dueños, y dar

así materia de que ocuparse a los oidores. S i g l o s más tarde un buen señor propuso al C o n g r e s o Nacional que se descifrase esos libros de títulos primitivos, pero felizmente no tuvo curso su moción, que llegar a otro desenlace, habría sido como

abrir

la

caja

de P a n d o r a en la plaza de O HigginS; donde mora hoy día la justicia en un recinto de palacios ( l ) . O t r a de las creaciones inmediatas de la R e a l

Audiencia

fué

la alteración en las costumbres de los pobladores, al principio sencillas y casi niveladoras, desde que por lo próceret

común eran

los

de cada comunidad aquellos capitanes de guerra que

sin preferencia de cunas habían alcanzado respetabilidad por sus c a n a s y sus fatigas de soldados. L o s oidores fueron vastago del á r b o l alimentado éste

genealógico

por

la

de

sangre azul

el primer

la aristocracia de Chile,

y

de sus hijos, vino a dar

s o m b r a más tarde a los condes y mayorazgos que vilipendiaron todos los nobles ejercicios de la inteligencia

y

del trabajo, al

punto de hacer, por ejemplo, de la carrera del escritor público u n a simple cuestión de ridículo, y de la carrera del artista una simple cuestión de oprobio, levantando a la pereza y a la igno_ rancia, al ocio y a la insolencia, los templos en que todavía s e las venera de rodillas. N o

fueron verdaderamente

oidores

los

que llegaron a fundar sobre la nieve y los c a m p o s yermos de la Nueva Inglaterra la república que ha sido grande solo porque ha honrado

el

trabajo, que, cualquiera que haya sido su

forma, grande o humilde, es siempre fecunda. D e aquella -misma fuente vino otro mal social que palpita fo( l ) El 4 de julio de 1837 el señor diputado don 'José Agustín Seco presentó a la Cámara de que era miembro un proyecto de ley para que se hiciesen traducir los libros sibilíticos de Jinés de Lulo, por el único paleógrafo que en aquella época era capaz de entenderlos, el anciano don N. del Fierro; pero la moción no pasó más adelante. Jinés de Lillo debió llegar a Chile en los primeros años del siglo XVII, puescuando entró la Real Audiencia en 1609, ya era capitán de uno de los tercios de la milicia. Su compañía fué precisamente la que quedó custodiando el selloreal en San Francisco la víspera de la instalación del tribunal. 12


178

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

davía en nuestras entrañas y las devora—el l u j o . — L a

primera

c a r r o z a que rodó en S a n t i a g o , donde hoy los c o c h e s por fortuna, y con gran fastidio de los grandes,

comienzan a degenerar

en una institución plebeya, fué la carroza de los oidores, y a su p a s o todos eran obligados a descubrirse en señal de reverencia; la primera peluca que se

empolvó

en

nuestros salones fué la

peluca de los oidores, estos genuinos fundadores de esa clase m á s social de política que todavía llevan el nombre de nes,

peluco-

sinónimo de aristocracia y predominio. Llevaban los oido-

res s o b r e la frente un peinado especial, regulado por leyes reales, que

lo

habían

forma el copete,

establecido

en monopolio, llamado por su

pues era una especie

de

levantado sobre la frente. D e aquí vino, a toda familia de pro

penacho de cabello en consecuencia, que

se le llamase por ese nombre de barbe-

ría y que aquellos a honra esclarecida lo tuvieron.

Todos

demás

esto es, la

eran

rotos,

es decir, p l e b e y o s . — E l siútico,

los

de la colonia, fué una transacción que los magnates

burguesía

a c o r d a r o n a la época en que el poncho por el levita y la chupaya

comenzó a

cambiarse

por el f i e l t r o . — «No falta quien llore,

dice a este respecto el c a n d o r o s o

padre

Ovalle,

que escribió

cuarenta años después de fundada la Audiencia (1647), que ésta ha atrasado

el reino en la riqueza a que hubiera llegado si sus

vecinos hubieran proseguido pasando con la llaneza

que antes

.acostumbraban, vistiéndose de los paños que se tejían en la tierra y

ahorrando de tantas libreas y galas supérfluas, c o m o las que

b o y usan»

(l).

En lo que la Real Audiencia, c o m o

poder

regulador,

pudo

p o n e r algún remedio y prestar un mediocre servicio a la colonia fué en moderar con oportunos castigos los desafueros de la sold a d e z c a , que invadía todas hogar

mismo

de

las

las prerrogativas civiles y hasta el

ciudades,

y de S a n t i a g o

especialmente,

c u a n d o después de sus desmoralizadoras correrías entre los bárb a r o s venían a invernar, c o m o b á r b a r o s de otra especie, en sus cuarteles, P e r o por uno de

los

absurdos de aquellos tiempos,

.según ya dejamos escrito, los soldados estaban exentos de toda Jurisdicción que no fuera la de sus propios jefes, propensos na( l ) Ovalle.—Histeria de Chile, pág. 157.


HISTORIA

DE

179

SANTIAGO

turalmente a proteger sus desacatos. E r a éste un procedimiento tan contrario al buen orden de la república, que el propio magistrado fundador de la Real Audiencia se veía obligado a confesar dos

años

escasos

después

éste, lejos de haber puesto país lo había reducido a

de instalado el tribunal, que

reparo a los males que afligían ai

«peor estado que otro alguno de los

o t r o s reinos», de que era señora la E s p a ñ a en el Nuevo Mund o (1). E s una condición inseparable de todo poder

humano y que

acusa la frágil arcilla en que reposa su existencia terrena, la de ser invasor. Y más pronunciada es esta tendencia, cuando, siendo una fuerza colectiva, necesita más pábulo y presenta menos responsabilidad individual en sus desmanes. Tal era el elemento •constitutivo

de

la

Audiencia,

hasta el último día de

su

y así fué que desde el primero

existencia c o m o cuerpo político, no

dejó un instante de preocuparse

de la absorción de todos

los

p o d e r e s . D e aquí fué que cuando ella misma no gobernaba, había de designar de alguna manera al presidente aquí esas interminables competencias de

de hecho, y de

autoridad que forman

casi por completo la tela de nuestra historia colonial, y que le representa eternamente en pugna o con el obispo o con el c a bildo eclesiástico, con el capitán general o con el ayuntamiento, •con todo, en fin, lo que por las leyes o la constitución civil de los pueblos está llamado a tener una participación más o menos directa en la

administración

del

poder público. P o r esto uno

•de los primeros actos de la Real Audiencia, casi coetáneo con s u establecimiento, fué su ruidosa querella con

el fraile obispo

P é r e z de Espinosa, de que a su turno daremos cuenta. P o r esto, -doscientos años más tarde, vemos a

la misma R e a l

Audiencia

h a c e r del último presidente español (el brigadier G a r c í a C a r r a s co) un manequí de su agonizante omnipotencia, y poner en manos de Figueroa,

cuando

aquella

ya

iba

a escapársele

para

( l ) Instrucciones del regente de la Audiencia Merlo de la Fuente al gobernador J a r a Quemada de 19 de febrero de 1611. «Dejando con ello, (dice en consecuencia de la prohibición impuesta a la Audiencia para conocer en asunto de fuero militar) estas afligidas provincias con guerra continua de tantos años, cuyos males pretendía remediar con la fundación de dicha Audiencia, en peor estado •que otro alguno de los demás de sus reinos».


180

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

siempre (bien que habría de resucitar bajo otra forma) la espalda y el pendón de los conjurados. P e r o ni siquiera en las costumbres privadas a las que, según las leyes de Indias, debían pagar tributo de tanta sumisión, Iosoidores de América prestaron con su ejemplo el eficaz c o r r e c tivo encargado a su misión pública. Funcionarios hubo tan relajados,

que

en medio de sus

excesos

domésticos hubieron

de

sufrir ignominiosa destitución y otros pagaron con su honra loque habían usurpado al fraude o al c o h e c h o , fuera de que casi siempre se les encuentra envueltos a ellos o a sus deudos (que contra la ley los tenían en tal número, que podía decirse eran los arbitros absolutos de la sociedad) en cuanta querella doméstica nos ha conservado la crónica de aquellos tiempos. Progresivamente el lector irá

asistiendo al desarrollo de ese

panorama judicial, cuya tela aun hoy día vemos

deslizarse d e -

lante de nuestros o j o s con no pequeños escándalos. P o r aflóranos limitamos a exhibir una de sus más ruidosas ticas

peripecias,

y caracterís-

del todo, empero, perdida hasta aquí para l a

tradición y para la historia. Tema será ese del próximo capítulo.


CAPÍTULO

XIV

Una pendencia en el siglo X V I I -Feudos de la arisfocracia colonial de Sanfiago.—El doctor Jiménez de Mendoza y su parentela.—Don Pedro Lisperguer y sus parciales.—Gonzalo de los Ríos—Oposición al Corregimiento de Santiago.—Un diálogo característico bajo los portales de la Audiencia.—Un chisme y un denuncio.—Los parientes del doctor Mendoza resuelven acuchillar a

Lisperguer en la plaza pública.—El día

-de San Quintín.—Aspecto de la plaza y de los conjurados Asaltan a don Pedro al salir de la Catedral.—Su

en la mañana.—

valiente defensa y

generosi-

dad.—Auxilio que le llevan don Diego Montero y otros caballeros.—La

pen-

dencia se hace general.—Estratagema indigna del alcalde de la Sania Hermandad.—Desarme

y prisión de Lisperguer y sus amigos.—Los

liberta

Gonzalo

<le los Ríos y el pueblo.—Juicio de los Conjurados.—Sentencia de la Real Audiencia.—Reflexiones.

Habían corrido apenas cinco a ñ o s

desde

la solemne instala-

ción de la Real Audiencia y regía el segundo g o b i e r n o de Alons o de Rivera, quien, como de costumbre, habitaba en C o n c e p ción

sin

cuidarse

de la otra

y legítima capital de la

colonia.

G o b e r n a b a n en consecuencia la ciudad los oidores y más especialmente

el corregidor,

-doctor don

que por

esta é p o c a

Andrés J i m é n e z de M e n d o z a ,

parentela, de carácter

imperioso,

( 1 6 1 4 ) lo era el

magnate de extensa

tan a c o s t u m b r a d o ,

en conse-

-cuencia, al influjo c o m o al mando. Hallábase relacionado con las principales familias de la colonia y en especial con los Fuenzalida, los Guzmán. los E s c o b a r , l o s C u e v a s y otros que sonaban c o m o los más c o n d e c o r a d o s en •el preciado libro de las alcurnias. Tenía además

un hijo de su


182

BENJAMÍN

VICUÑA

propio nombre, mozo que ya

MACKENNA

figuraba

en los

estrados, y dos.

yernos de vasta influencia social, pues el uno era nada menosque alcalde

de

¡a Sania

Hermandad,

título que equivalía a ser

la segunda persona de la Inquisición y aun del rey, desde que Felipe II había tenido a honor el llevarlo. Llamábanse estos pers o n a j e s don B a l t a z a r Díaz de Carvajal y don Alonso S á n c h e z . de la C a d e n a . El último era el alcalde No

toda

la aristocracia

de la hoguera.

de la colonia estaba, sin embargo,,

sometida de buen grado al poderoso doctor J i m é n e z de M e n doza.

Antes, al contrario, crecían los feudos^en el vecindario,

dividiéndose las familias en parcialidades, c o m o era costumbre en esos siglos y c o m o es costumbre todavía. S a n t i a g o ha sidoesencialmente familisía,

si es permitida la expresión; y c o m o en

1 8 1 0 tuvo por c a b e z a de bando a los Carreras («los O c h o c i e n t o s » ) , en el

y a los

siglo X V I I disputábanse alternativa-

mente el poder y la influencia social los Capuleíos legones

Larraín

y los

Mon~-

de la é p o c a .

E r a el caudillo del partido opuesto a los M e n d o z a el g e n e r a l don P e d r o Lisperguer, nieto de aquel edil alemán que por s o s p e c h a s de heregía negábase a recibir el cabildo de S a n t i a g o afines del pasado siglo, e hijo del ilustre capitán J u a n

Rodulfo

Lisperguer que había perdido gloriosamente la vida guerreando c o n los b á r b a r o s en los primeros años del presente. D o n Pedroe r a mozo, valiente, pendenciero ( l ) , orgulloso de su estirpe semiregia, a su decir, no menos que d é l o s servicios prestados p o r su abuelo y por su padre en la conquista del Perú y en la de C h i l e . Habíase c a s a d o , además, hacía p o c o con la hija del o i d o r

( l ) En el interrogatorio del doctor Mendoza se encuentra esta sangrienta pre-gunía: «Digan si don Pedro es acostumbrado a cometer muchos y muy graves delitos y a tener muchas pendencias, y es muy mal quisto en esta república». Lostestigos se refieren sólo a dos prisiones que había sufrido Lisperguer, la una en la sala de cabildo y la otra en la cárcel, pero no dicen la causa. Indudablemente aquellas fueron el resultado de su genio orgulloso y atrevido, no de delito que deshonre, pues tenía tan honorables y decididos amigos. El mismo confiesa que ha tenido algunas pendencias. «Digan si es quieto y pacífico ni acostumbrado amover riñas, porque si algunas ha tenido ha sido en defensa de las juntas y alevosías que contra él han cometido, como lo hizo en esta ocasión defendiéndose del dicho doctor Mendoza y demás de treinta parientes que le acompañaban».—(Interrogatorio de Lisperguer) Lisperguer tenía el mismo nombre de su abuelo.— S u madre era doña Águeda de Flores, hija o nieta del capitán alemán que vino, con Valdivia—Don Pedro, el primer Lisperguer, era también de Nuremberg.


HISTORIA

DE

183

SANTIAGO

don P e d r o S o l o r z a n o , que había comenzado a peinarse el c o p e t e en

nuestra

corte

hacía sólo un año

(Julio 1.° de

1 6 1 3 ) (l)..

E r a por otra parte cuñado de Lisperguer el genera! don G o n zalo de los R í o s , hijo o más probablemente nieto

del

famoso*

capitán de idéntico nombre que vino con P e d r o de Valdivia y estuvo al perecer en el alzamiento de indios de M a r g a - M a r g a , , que en su lugar dejamos r e c o r d a d o . P o r desgracia del doctor M e n d o z a , había concluido su 1614

hubo

de

resignar

su

período legal,

y a mediados d e

puesto en manos del capitán don¡

F r a n c i s c o de Zúñiga, encargado de tomarle

residencia.

V a c a n t e el corregimiento, los dos bandos hostiles de la ciudad' se lanzaron en su demanda, pues el que hubiera de contar COK su vara llamada de la justicia Presentábanse al

sería el señor de los otros.

parecer c o m o

los principales aspirantes afc

puesto del doctor M e n d o z a , su cuñado don Luis de las C u e b a s . y don G o n z a l o de los R í o s , hermano político de Lisperguer ( 2 ) . C o r r í a el juicio de contradicción

al oficio,

c o m o se llamaban

las diligencias previas para alcanzar el título de rey, cuales eran las informaciones

de testigos

ante la Real

Audiencia, las cre-

denciales de servicios propios o de antepasados, las tachas de los títulos opuestos y otros prolijos ardides. C o n los trámites de

los últimos, encendíase

el calor así de

los opositores c o m o de sus s e c u a c e s ; y en consecuencia veíase c a d a día el pórtico de la Real Audiencia atestado de c a b a l l e r o s que

ocurrían,

los unos en pro de la causa de los

Ríos,

ios

otros en favor del de las C u e b a s . (1) Solorzano es el primer oidor que figura en la lisfa que frae Pérez García de los miembros de la Real Audiencia en el t. 11., cap. 21 de Historia Manuscrita. Hubo oíro oidor del mismo nombre, Alonso de Solorzano y Velazco hijo falvezdel anterior, que lomó posesión de la garnacha el 7 de enero de 1659. Esíe apellido es esencialmente curial en la historia de América, pues además del famoso Solarzano y Pereira, el Tostado de América, que fué oidor del Perú, encontramos en Chile en 1670 otro oidor con el nombre de Francisco Cárdenas y Solorzano. Este último no figura en la lista de Pérez García, que además de incompleta, tiene errores garrafales en la ortografía de los nombres. Hállase en un apunte mucho más curioso que se encuentra en los manuscritos de la Biblioteca vol. 3 5 in folio. (2) Del expediente auténtico que tenemos a la vista no aparece con toda claridad la causa anterior del conflicto de que vamos a dar cuenta, pues aquel consta únicamente del cuaderno de prueba, y aún éste se halla mutilado, comenzando en la pág. 2 4 5 y terminando en la 3 8 9 . Sin embargo, el legajo, tal cual se conserva en el archivo de la Real Audiencia, arroja una luz completa sobre todas las incidencias posteriores del negocio.


184

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

En una de estas ocasiones ocurrió un por otro nombre, más c a s e r o que tuvo terribles

chisme,

lance de palabras, o

y más exacto, dióse lugar a un

consecuencias,

y s o b r e el que va a

desarrollarse todo el argumento de este característico episodio. Conversaban una mañana (la del s á b a d o 9 de A g o s t o de 1 6 1 4 ) bajo

el

pórtico

del tribunal, que lo

es hoy el de la casa de

c o r r e o s , don G o n z a l o de los R í o s y su hermano d o n ' P e d r o Lisperguer sobre los incidentes del juicio de contradicción, cuando alguien vino a decirles que don Luis C u e b a s . el mozo, sobrino del doctor M e n d o z a , había presentado a los estrados un escrito injurioso contra sus personas. Irritado don G o n z a l o , y sin cuidarse de que lo oyeran, comenzó a proferir denuestos contra el artificioso

inspirador de sus rivales.

«De ello

tiene

la

culpa,

dijo en alta voz, el doctor Mendoza, y me la ha de pagar, y le tengo de poner muchos capítulos en la residencia

que se le está

tomando», acompañando todo esto con las interjecciones conocidas de todos y que parecen inseparables de toda provocación castellana. D o n P e d r o , más irascible todavía le

hizo

c o r o añadiendo

verdaderamente brutales:

con

y menos parlero,

irónico desprecio estas

palabras

«A Mendozilla no hay que ponerle ca-

pítulos sino darle muchas c o c e s y quitarle cuanto diente y muelas tiene, porque es hombre de burla»

(l).

Este lenguaje era característico de los hombres de la é p o c a y de la contienda, y por esto

fielmente

lo

copiamos;

al

paso

q u e revela el grado de enojo a que habían llegado los ánimos y la cortesía con que acostumbraban tratarse los caballeros en s u s feudos. Alguien, empero, oyó aquel áspero diálogo,

y llevó el chis-

me al doctor M e n d o z a . O t r o testigo más prudente se contentó c o n dar aviso, por temor de malas resultas y para prevenirlas, al oidor don J u a n C a j a ! ,

uno

de

los

cuatro

primitivo tribunal. Había sido aquel discreto y ciante el

capitán

don

Miguel de

Zamora,

fundadores

del

previsor denun-

procurador de ciu-

dad. P o r la rabia de Lisperguer y de su deudo, y lo crudo de las (1) Estas son las palabras textuales atribuidas a Ríos y a Lisperguer por el doctor Mendoza. Consta de la tercera pregunta del interrogatorio del último a f. 2 6 0 .


HISTORIA

DE

185

SANTIAGO

p a l a b r a s de uno y otro, podrá concebirse la el pecho del doctor

M e n d o z a al oir

cólera que

el relato de

su

ganó

afrenta,

hecha en agravio de su reciente autoridad y de una manera tan pública. Fuera de sí, y aunque anciano y ya tes, resolvió tomar

una

sangrienta

con p o c o s

venganza,

pidiendo

diena don

P e d r o con las armas en la mano satisfacción de sus injurias. P a r a dar seguro logro a su propósito púsolo te en noticia de sus dos hijos políticos ya

inmediatamen-

nombrados, de sus

sobrinos don J u a n y don Luis de las C u e b a s , llamado el último el mozo

por llevar el propio nombre

que su

padre,

y de

su hijo que tenía también su mismo nombre ( l ) . E s t o s a su vez lo comunicaron a sus parientes y amigos más fieles, y entre todos combinóse a la

ligera un plan

dirigido a

•quitar la vida al soberbio rival del ex-corregidor, o por lo menos, a infligirle un castigo público y tremendo. E r a además de los ya nombrados el alma

del

complot dos

jóvenes de alta posición y de altiva índole llamados don Franc i s c o (2) y don

Andrés

Fuenzalida;

y

a

juzgar por la parte

principal que tomaron en el asunto, es de creerse fueron d o s o, por lo menos, relaciones íntimas del

doctor

deu-

Mendoza.

P a r e c e que por aquella época habían perdido a su padre, pues los cronistas de la Compañía de J e s ú s hablan Fuenzalida que en 1611

de

un

capitán

les legó una de sus c a s a s , en que ellos

fundaron, en la plazuela de su propia

iglesia,

el primer

infer-

nado de estudios literarios. Vivía, empero, su viuda doña A n a de Guzmán, arrogante señora,

madre

de

aquellos

Tenía también esta dama dos hijas, doña Beatriz bel, que usaban solo el apellido de su madre, tar en uso

en las

mujeres, y

esta última

mancebos. y doña

como

Isa-

solía es-

era c a s a d a con

un

joven caballero del nombre de Alonso de E s c o b a r y Villarroel. A título de hermano, entró éste también de

buen

grado

en la

(1) Era mucho más naíural y sentaba mejor esta manera de distinguir a los hijos de los padres que con el leo núm. 2.o que hoy se usa cuando hay nombres repetidos. Don Pedro Palazuelos Astaburuaga había adoptado el sistema trances, llamándose Pedro Palazuelos hijo, cada vez que se firmaba en un documento público. (2) Este es el mismo personaje que en 1631 levantó después la voz contra las levas del presidente Lazo de la Vega, por defender a su sobrino don Antonio Esc o b a r , hijo de su hermana doña Isabel.


186

BENJAMÍN

VICUÑA

aventura, y a título de esclavo ciaron al intento a un

animoso

MACKENNA

de S á n c h e z de la C a d e n a mulato

llamado

aso-

Tomás

Car-

celen, Llegaba a diez de esta manera el número de los conjurados, parientes o amigos del doctor Mendoza, aunque Lisperguer cía pasar de treinta solo los primeros.

Formaban

ha-

aquel núme-

ro fres hijos y dos sobrinos del doctor M e n d o z a , tres hijos de doña Ana de Guzmán, el mismo ofendido

y el

mulato

de su

servidumbre. P a r e c e fuera de duda que los

conjurados

no

se

proponían:

matar a don P e d r o , sino vengar en su sangre la injuria de su; deudo. Plan determinado no se descubre

que

tuvieran, y a la-

verdad no era posible lo meditaran, porque ni resolución daba lugar, ni siendo ésta,

como

la

era,

prisa un

de la:

arranque

de irreflexiva cólera, parecía c o s a fácil concertar las miras. E r a el día siguiente al del diálogo del pórtico de la R e a l Audiencia festivo, y además doblemente solemne por ser el día del bienaventurado S a n Lorenzo y el aniversario de la famosa b a talla que Felipe II había ganado a los franceses el 10 de agosto de 1557

en S a n

Quintín.

Era, pues, apropiado día para tener una

de

San

Quintín;

y-

a fin de darle mayor escándalo y renombre, eligióse c o m o campo de batalla la plaza pública y aun las gradas de

la

iglesia

catedral. Convino, en efecto, el

doctor

Mendoza

y sus s e c u a c e s en

a c e c h a r en aquella mañana al desapercibido don P e d r o

cuando

viniese a la misa de la iglesia mayor, según solía, y aprovechar aquel propicio momento para afrentarle a la mitad del día y en presencia de todo el pueblo. C o n este propósito, el doctor debía aguardar a su émulo c e r c a de ta puerta principal de la iglesia,

salirle de

improviso al

encuentro, y poniéndole al pecho la espada, pedirle

cuenta de

sus ultrajes de la víspera. L o s deudos del agraviado debían al propio tiempo encontrarse esparcidos en el circuito de la plaza formando corrillos, c o m o en

casual

conversación (cual se usa

todavía después de la misa de moda) o en los pequeños establecimientos públicos, que en esos remotos

años existían en el

circuito de aquella. N o consistían éstos sino en

una

barbería.


HISTORIA

DE

187

SANTIAGO

cuyo fígaro llamábase P e d r o P o z o , y una sala este nombre se daba entonces al más tarde c o m o el de

juego

de

de {rucos,

bolas,

que

afrancesado

billar.

D e s d e temprano todos

los comprometidos en el escarmiento

estaban en sus puestos, y el doctor M e n d o z a , según su hábito y el de todos los caballeros de esa época, habían montado su caballo rucio c a s gualdrapas

(dice el proceso), cubiertas sus a n c a s con las ride seda y

terciopelo, en que estribaba el lujo

de los jinetes. C o m o era día de invierno, lloviznaba, y el enojado doctor, después de

rondar un

rato

por

la calle en

que

habitaba su enemigo (y cuyo nombre, así c o m o el de las otras, no se da en los autos, pues todas carecían todavía de él), fué a ponerse a cubierto bajo el pórtico de las C a j a s reales, que, según hemos repetido en varias ocasiones, fueron antes las cas a s de Valdivia y después el palacio de los presidentes y sucesivamente cuartel de b o m b a s y de guardias nacionales. El pórtico de

este

edificio, así c o m o , el de la

cabildo, que era todo desde ese

ángulo

un

de la

cuerpo,

Real

Audiencia y el

corría a manera

de portal

plaza hasta la sala del ayuntamiento,

que en más de tres siglos no ha

mudado

de

domicilio, talvez

por creerse el dueño de la ciudad. P o r fortuna del doctor Mendoza, y para

mejor disfrazar su

temeraria empresa, acertó a pasar por allí el padre J u a n Alvarez de T o b a r , y pusiéronse a m b o s a

conversar de c o s a s inde-

ferenles. L a s sospechas de su intento quedaban así veladas. Entre tanto, habían dado las once de la mañana, y el

general

Lisperguer ( l ) salía tranquilamente de su casa, vestido con

un

traje de paño pardo, con valona en la camisa, cuello de encajes, una ropilla

o

casaca

ceñida al cuerpo en forma de

leco, con anchas mangas para dejar sueltos

los

cha-

brazos, y sin

llevar más arma que su espada de caballero cantoneada de plata. El c a s c o y la cota de la conquista estaban ya relegados a la frontera y a los torneos militares. T r a s de él, y más c o m o lujo que por precaución, m a r c h a b a un esclavo llamado B l a s Carrillo ves( l ) Preciso es que se común a iodo capitán u paña y más comúnmente bido, llamábase a todos

fenga présenle que el nombre de general se daba por lo oficial que hubiera tenido mando de alguna tropa en cama los ex-corregidores.—Maestre de campo, como es s a los que habían tenido el título de alcaldes o regidores.


188

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

tido con librea de paño negro, ciñendo espada al cinto, a guisa de escudero. bién

Alguien en

una "pistola, lo que,

el p r o c e s o declara que le viera a ser cierto, habría

probado

tamúnica-

mente que en aquellos tiempos no había otra policía de seguridad en la capital de Chile que la que cada cual llevaba en sus bolsillos. Entre tanto, Lisperguer, ajeno

enteramente

al

eco

siniestro

que habían tenido sus desmedidas palabras de la mañana precedente, penetraba en llamaba del perdón;

la catedral por la puerta que entonces

se

y c o m o le dijeran que ya la misa estaba con-

cluida, dirigióse hacia las gradas exteriores, parándose en el ángulo del cementerio y de las C a j a s reales, pues la iglesia estab a edificada en el sitio que hoy ocupa la capilla

del

Sagrario,

hacia la medianía de la plaza. El resto, en la extensión de un s o lar, lo ocupaba el campo santo cavado por Valdivia, N o lejos de él, y a la puerta de la iglesia, estaban

conversan-

do en amistoso grupo el licenciado don Francisco Pastene, sin duda del ilustre jenovés amigo de Valdivia

y primo

nieto

hermano

del jesuíta historiador Alonso de Ovalle, el capitán don P e d r o del Castillo V e l a s c o , que a c a b a b a de hacer su comunión en

Santo

Domingo, y don Diego González M o n t e r o , a quien debía

caber

más tarde ( 1 6 6 2 y 1 6 7 0 ) el insigne honor de ser el primero y el único

de los presidentes criollos que tuvo Chile en la larga serie

que comienza en Almagro y a c a b ó en el brigadier G a r c í a C a r r a s c o . D e b í a ser a

la sazón muy joven, pues mediaron 5 6 años

entre este episodio y su último gobierno. El momento que Lisperguer descendía las gradas de la

iglesia

fué el elegido por el doctor Mendoza para consumar su atentado Apeándose con presteza del caballo, arrojó al suelo sus guantes, y desenvainando la espada, precipitóse sobre

su rival saludán-

dole por su nombre y cubriéndole de denuestos ( l ) . N o era don P e d r o Lisperguer hombre que se turbase en tales lances, ni sería aquella la última de sus aventuras de dar y recibir cuchilladas, c o m o no era tampoco la primera. Así fué que, desnudando a su vez la espada,

paró el golpe de su adversa-

( l ) Dice el proceso que al acercársele sólo le dijo:—¡Señor don Pedro! y luego muchas palabras injuriosas, a las que Lisperguer confiesa que le contestó con otras mayores.


189

HISTORIA DE SANTIAGO rio, y le a t a c ó con vigor, que

en

tanta

resolución,

sostenido por su juvenil

unos cuantos pasos de armas le trajo al suelo.

N o quiso matar el

caballero

al anciano, y al contrario, repri-

miendo su saña, cuenta él mismo que le dijo: «Levántate, viejo, que yo no acostumbro matar a rendidos» ( l ) . Al ver a su deudo a los pies de Lisperguer y a su merced, los mozos apostados, que eran sus hijos y sobrinos, en su s o c o r r o de todos

los puntos

de la plaza donde

corrieron estaban

puestos en a c e c h o . Alonso de E s c o b a r y el hijo del doctor encontrábanse en aquel instante

en

la

sala

de trucos,

y se

precipitaron

en la plaza

blandiendo sus aceros; pero antes que ellos habían llegado

los

dos Fuenzalida, Luis C u e b a s el mozo y Baltazar Díaz, por manera que casi a la vez emprendieron todos a cuchilladas sobre el valeroso don P e d r o y su escudero. El partido era desigual en extremo, pero consintió la estrella del agredido que estuviesen tan cerca y fueran sus parciales y sus íntimos

amigos

aquellos

caballeros

M o n t e r o y el capitán Castillo, con el a b o g a d o Pastene

a

que

don

hemos

Diego

dicho

González

conversaban

la puerta de la iglesia. C o n

noble

ánimo, aunque sorprendidos, echaron éstos mano a sus armas, y mientras ellos en

su

compañero de toga se daba a correr, metíanse

la refriega

defendiendo

al que más necesitaba su s o -

corro. Era con todo tan considerable el número de los cuadrilleros, que un grupo de ellos,

interponiéndose entre Lisperguer y sus

amigos, estorbó en gran manera el auxilio que éstos le llevaran. Fueron de estos últimos Alonso de E s c o b a r y Andrés de M e n doza, que, c o m o hemos dicho, habían salido de la sala de fru( l ) Estas palabras dolían más al doctor Mendoza que sus cadenas, cuando se le sometió a juicio, e hizo cuanto estuvo de su parte por contradecirlas. Afirmaba que Lisperguer no le había derribado, pues no le había acertado ningún mandoble ni estocada, y que si había caído al suelo era por efecto de una pedrada que le había disparado en el momento de la riña un hombre del pueblo llamado el Carnicero, focándole en el muslo. Sin embargo, los testigos que abonan el dicho de Lisperguer declaran afirmativamente en esfa forma: «En la cual actitud (cuando estaba el doctor en el suelo) pudiéndole matar el dicho don Pedro por haberlo derribado a sus pies de una cuchillada, no lo quiso, antes con gran reportación le dijo que se levantase, mandando a Blas Carrillo en alfas voces que no le hiciese mal>.—(Sesfa pregunta del interrogatorio de Lisperguer de 14 de setiembre de 1614 fs. 2 4 3 vuelta,).


190

BENJAMÍN

VICUÑA

e o s , y el mulato T o m á s Carcelen,

MACKENNA

que a t a c a b a de preferencia

a don D i e g o González, con ánimo, al parecer, de darle muerte. Q u e d ó el combate, en consecuencia, trabado en dos parcialidades, no siendo menos de veinte fuera de muchos

las espadas desenvainadas,

advenedizos que iban llegando y que a Taita

de armas arrojaban piedras, principalmente contra los acometedores, llevados de! instinto popular, casi siempre justo y generoso. V i n o en esta coyuntura, llamado por los gritos y el ruido de l a s armas,

el

teniente

del alguacil mayor, J u a n Rodríguez de

M á r q u e z , llevando en alto la vara del rey, y comenzó a pedir a los combatientes en su nombre la paz

y la concordia.

Pero

los enfurecidos caballeros no hicieron otra demostración de obediencia que dar de empellones

al

oficial real a fin de que se

retirase ( l ) . Continuaba ya el combate por un largo rato, manteniéndose firme sobre su puesto don P e d r o y sus amigos, y aunque don D i e g o había recibido una ancha herida pitán Castillo un tajo en el cuello,

en

la cabeza y el ca-

que les traía desatentados,

la destreza y la serenidad del primero le permitía todavía hacer frente en todas direcciones y a pesar de batirse con seis u o c h o d e sus agresores juntamente. En tan crítica coyuntura, un ardid puso fin al combate y dio todas las ventajas a los cuadrilleros, con excepción

de las de

la honra. C u a n d o los acometedores más encarnizados

de

don

P e d r o , es decir, los dos Figueroa, Baltazar D í a z y Luis de C u e bas, secundados por el mismo doctor M e n d o z a ,

ya r e c o b r a d o

•de su golpe, desesperaban talvez de rendirle, a c e r c ó s e

con di-

simulo por un costado el alcalde de la Hermandad S á n c h e z de la C a d e n a , y apellidando a la Inquisición

y

al Rey ( 2 ) , cogió

a don P e d r o el brazo y la espada, intimándole que era su reo. En este momento, y estando ya desarmado, le hirieron a la vez (1) «Impidieron al dicho alguacil dándole de rempujones y poniéndole las espadas a los pechos que no se llegase».—(Interrogatorio de Lisperguer).—El fenienfe de alguacil, que era a la vez alcaide de la cárcel, dice en su declaración que aunque iníeníó prender a los asalíanfes «eran tañías las cuchilladas y espadas desenvainadas, que no pudo arrestar a ninguno». (2) Sus palabras fueron.— 'Aquí del rey! con nombre de alcalde de la Hermandad» . dice el proceso.


HISTOKIA

DE

191

SANTIAGO

dos Fuenzalida, el uno en el cuello, en el hombro el otro,

tos

¡mientras que el propio alcalde, no contento con su innoble estratagema, le hacía un tajo con su daga en las narices. Rendido así. cubierto de sangre, con su

ropa

desgarrada y

su sombrero desbaratado por los golpes, arrastraron sus émul o s a Lisperguer a la cárcel vecina, haciendo irrisión de su pers o n a y dando así color de legalidad a sus procedimientos, porque

su

propósito

meditado

era suponer que el alcalde de la

Hermandad había visto por a c a s o la

riña y

había prendido a

Lisperguer c o m o a su autor más responsable. S u cialidad quedaba sin

embargo

descubierta

fingida

impar-

en demasía por su

intimidad con los agresores y porque llegando a la cárcel injurió al rendido con palabras infames, siendo a más tan exaltada su cólera, que, quitando su muleta a un hombre natural de S a lamanca que por allí estaba, la tiró c o m o un desantentado contra la puerta de la prisión en que estaba ya encerrado su enemigo. D e s a r m a d o de aquella suerte Lisperguer, sus dos

generosos

•compañeros no tardaron en sucumbir. Herido en el cuello don P e d r o del Castillo, habría talvez perecido a manos de •de E s c o b a r , si un caballero

llamado

Alonso

don J u a n Ruiz de León

no se hubiese interpuesto ofreciendo que él mismo lo conduciría a la prisión. En cuanto

a

don D i e g o ,

continuó defendién-

d o s e en retirada hasta que pudo lograr asilo en el dintel de la iglesia, cuyo sagrario nadie era o s a d o violar. L o s cuadrilleros habían salido mejor librados: Alonso de Esc o b a r con una cuchillada en una mano, el doctor M e n d o z a con su golpe ignominioso y Luis de C u e b a s con una pedrada que, según su declaración, le dejó aturdido en el suelo. S e g ú n se ve en este proceso, la una importancia capital en las

riñas

piedra de

comenzaba a tener

Santiago, y esto que

todavía la plaza no estaba empedrada ni se había hecho cuestión de la piedra

de

Ayala...

Entre tanto, la voz de la pendencia

(este era el nombre jurí-

dico que se le daba) había corrido por la ciudad, llenando de pavor a las familias, pues había sido aquel un torneo de la flor de los caballeros de S a n t i a g o . La plaza era toda una especie de •campo de batalla, en que entre la plebe, los indios, los esclavos


192

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

y la servidumbre corrían las facciones de los M e n d o z a por un-, lado y la de los Lisperguer por el opuesto. Uno ] de los más apresurados en llegar había sido el general 1

G o n z a l o de los R í o s , y al saber el lance de su cuñado, ardiendo en ira, había hecho abrir las puertas de la cárcel y llevádoloa

la catedral, donde iban ganando asilo

tomado parte en la zambra

todos los que habían

de espadachines armada

con tanto-

escándalo en la plaza pública. Había subido a tal grado la justa cólera de don G o n z a l o , que a voces levantadas gritaba a susesclavos mataran a aquellos asesinos; y habríase talvez renovado el alboroto entre los escuderos y las gentes de servicio, si en esa tardía coyuntura no hubiese llegado el oidor C a j a l a la c a beza de la fuerza armada, disponiendo cuáles debían ir libres a curarse a sus c a s a s y cuáles debían ser sometidos a los fallosde la justicia del rey, cuyo representante era su persona. D e s p u é s del crimen debía venir el p r o c e s o , como después d e la herida la venda. Había sido aquel un delito público e infraganti, y por tantono había medio de escapar a la vindicta de la ley. Mientras L i s perguer, M o n t e r o y Castillo se curaban

de sus

heridas en su

c a s a , M e n d o z a y sus parciales se mantenían en consecuencia encerrados en la cárcel pública, sometidos a los lentos trámites de la c a u s a . S o l o el alcalde S á n c h e z

de la C a d e n a tuvo, a virtud

de su título sacrosanto, la inmunidad de su persona, aunque no se libertó de fianzas, pues vemos que para ausentarse del pueblo hubo de

pedir

permiso

a

los oidores. El esclavo

Tomás

Carcelen se mantuvo también fugitivo hasta que, capturado a su vez le cargaron de prisiones a ruegos de don D i e g o M o n t e r o , que le a c u s a b a de haber sido el más empeñado en asesinarle, asegurando que habría conseguido su intento si no le

hubiesen

aturdido de una pedrada ( l ) . Entre tanto, el 16 de septiembre de 1614,

esto es, treinta y

seis días después del atentado, se dio punto a la sumaria y s e abrió el término de prueba. Durante el curso de la última, los reos se esforzaron en enredar la verdad con tergiversaciones, tachas, denegaciones y tantos ( l ) Solicitud de Montero del 21 de octubre de 1614.


HISTORIA

y tan abultados familia a familia,

cargos que

DE

hechos a

193

SANTIAGO

de

individuo

a individuo, de

ser ciertos en su más mínimo signifi-

c a d o , habríase persuadido el historiador moderno que nuestros mayores tuvieron una manera de ser social más hostil y enconosa que la actual, si tanto c a b e . El principal ardid del doctor M e n d o z a consistía en dejar establecido el increíble subterfugio legal

de que

Lisperguer

había

sido el agresor y él la víctima, y por este tenor cada cual se esforzaba por poner en limpio su inocencia. Luis Cuevas

ase-

guraba, por ejemplo, que él no había participado en lo menor del delito, porque al entrar a la plaza le derribaron de una pedrada que le dejó sin conocimiento. L o s dos hijos políticos de M e n d o z a sostenían que habían oído misa tranquilamente

en la

catedral y dirigídose después a !a iglesia de la M e r c e d en compañía del sargento mayor don

Antonio

Recio,

c o s a que

éste

afirmaba, y nada tenía de extraño, desde que la mañana había dado lugar a aquellas y otras precauciones. Alonso de E s c o b a r y el propio hijo del doctor aseguraban a su turno que estaban viendo jugar a los trucos y apostando en

las

paradas, cuando

entró un indio diciendo que había cuchilladas

en la plaza y a

la bulla salieron.

Por

último, los dos Figueroa

probaban

que

habían almorzado con perfecto apetito en c a s a de su madre doña A n a de Guzmán, y la testigo que esto a b o n a b a , doña María de los Reyes,

viuda de un capitán, lo a s e g u r a b a con

pero no bajo su

firma,

pues

juramento,

siendo tan gran s e ñ o r a no sabía

escribir, como el descortés curial lo puso por

diligencia en el

proceso. T o d o era en balde, entre tanto, porque además de la pública notoriedad del lance, había testigos contestes que lo habían presenciado hasta en sus últimos detalles. Eran

los principales de

éstos, sin contar los propios ofendidos, el alcaide de la c á r c e l ya nombrado, el sacristán mayor de la catedral, Gregorio Bernal del M e r c a d o , un negociante llamado Alonso R e y Barrueta, que por a c a s o se encontraba aquella mañana en su tienda bajo los portales, y por último un individuo del nombre de Fernando G a bria, que, estando preso en la cárcel, h a b í a visto desde una ventona toda la pendencia. El 2 7 de enero de 1 6 1 3 , esto es, cinco meses después del atenía


194

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

íado, la R e a l Audiencia pronunció al fin su fallo y los principales reos fueron condenados a las penas y mullas que reza la siguiente sentencia, que por breve desciframos de los autos que la contienen en su foja 3 7 2 : «En la causa criminal del general don P e d r o Lisperguer y el capitán don D i e g o González M o n t e r o con el doctor Andrés G i ménez de M e n d o z a , capitán Andrés y Francisco de Fuenzalida, Alonso de E s c o b a r Villarroel, Alonso S á n c h e z C a d e n a ,

Baltazar

D í a z de Carvajal, Luis de la C u e b a el mozo, Andrés de Mendoza y J u a n de C u e b a , sobre la pendencia que tuvieron en la plaza de esta ciudad con los dichos don P e d r o Lisperguer y don D i e g o González, visto, etc., fallamos que por la culpa que contra el dicho doctor M e n d o z a y demás consortes resulta, que los debemos condenar

y condenamos:

al dicho

doctor en cuatro

años de destierro de esta ciudad y sus términos y en cuatrocientos patacones; y a

los

dos

capitanes

Fuenzalida en otros dos años

Andrés y F r a n c i s c o

de destierro,

de

todos precisos de

esta ciudad y sus términos, y en otros doscientos patacones a cada uno de los susodichos, y no lo quebranten los unos ni los otros, pena de cumplirlo doblado; y así mismo condenamos a dicho Andrés Ximenes ( l ) en dos años de destierro de esta dicha ciudad, los cuales salga a cumplir cada ( 2 ) que por esta

Real

Audiencia le fuere mandado y en cincuenta patacones; y a todos ¡os demás reos contenidos en la causa de esta nuestra sentencia así mismo les condenamos

a cada

uno de ellos en

veinte

patacones, que unos y otros aplicamos para la C á m a r a de S . M . y gastos de estrados por mitad y en las armas con que delinquieron, que aplicamos conforme a la ley, que por esta

nuestra

sentencia definitiva así lo pronunciamos, e mandamos con costas. «El licenciado, Hernando El licenciado, Juan

Talaverano

Uallegos.

Caja!.

«Dieron y pronunciaron esta sentencia los señores

presidente

y oidores de esta Real Audiencia que en ella firmaron sus nombres estando haciendo audiencia pública en la ciudad de

San-

tiago de Chile en veinte y siete días del mes de henero de mil seiscientos y quinze a ñ o s . ( 1 ) El hijo. (2) Falló quizá la palabra vez.


HISTORIA

Balfazar

DE

195

SANTIAGO

Maldonado*.

¿Cumplióse esta sentencia, cuya lenidad salta a la vista y al •criterio? L o ignoramos. Lisperguer y Montero, que habían sido proceso, tuvieron la

magnanimidad

la

parte

civil en el

de desistirse de su acusa-

ción, cuando, promulgada la sentencia, se vio por ella quiénes habían sido los acometidos y quiénes los p e r p e t r a d o r e s . — «Juramos a D i o s , decían ambos en su escrito de desistimiento dos •días posteriores a la sentencia,

y por esta "{* que este aparta-

miento no es de malicia ni por temor de que se nos haga

jus-

ticia, sino por el servicio de D i o s y del rey». El juicio, sin embargo, prosiguió su curso. Apelaron del fallo los delincuentes en recurso de revista, y confirmólo la Audienc i a ; pero el mayor número de aquellos prisión.

El

había salido

ya de su

doctor M e n d o z a habíase refugiado en Concepción.

S á n c h e z de la C a d e n a se encontraba atendiendo tranquilamente a sus negocios en el valle de Quillota

y muchos de los otros

s e habían ido bajo fianzas de resultas a sus c a s a s . E r a aquel asunto una inminente dificultad social y talvez terminó en el olvido impotencia de de generosidad

y la reconciliación

de los espíritus y en la

la ley para dominar su fiereza o sus arranques y de perdón, antes que por los respetos o el

temor de un tribunal que no había sabido prevenir el escándalo, a pesar de un oportuno aviso, c o m o no había sabido después castigarlo, a la postre de un largo p r o c e s o . P a s a m o s ahora a presentar el prestigio de la Real Audiencia bajo faces muy diversas en su aspecto exterior pero uniformes •en su significado histórico y moral.



CAPITULO

XV

Oidores y obispos Tendencia invasora de las autoridades coloniales y especialmeníe de las eclesiásticas.—Primera competencia entre el obispo del Imperial y el de Santiago.— Rara mansedumbre del obispo Medellin.—El terrible fraile Juan Pérez de Espinosa.—Su primera disputa de jurisdicción.—Entrométese en la administración del hospital,—Ardiente querella con los oidores por la precedencia en los perges.—Los

As-

oidores le intiman arresto y él los excomulga, saliéndose de la

ciudad.—Santiago en entredicho.—La quebrada del Obispo.—Triunfo definitivo de Pérez de Espinosa.—Disputas de Lazo de la Vega sobre el beso del evangelio.—Prudencia con que zanjan estos alborotos el obispo Villarroel y el marqués de Baides.

D e c í a m o s en el capítulo de esta historia que precede al anterior,

que uno de los caracteres más señalados del poderío de

la R e a l Audiencia en nuestro d e otros miento,

suelo

poderes y su omnímoda

fué su tendencia invasora

aspiración a su engrandeci-

ya se tratase de

una fútil ceremonia, ya de una cues-

tión vital de jurisdicción.

Prometíamos también comprobar ese

.sistema cuyo desarrollo y peripecias ocupa casi por entero, junto •con la guerra de A r a u c o , la era colonial, y en cumplimiento de esa promesa vamos a recordar algunos interesantes c a s o s ocurridos en la primera mitad del siglo de que nos ocupamos. S e observará por su sola enunciación que ese afán febril de prerogativas era un achaque universal de todas las autoridades y a civiles, ya militares, ya eclesiásticas, y de las últimas principalmente, porque nada hay más metido en las c o s a s terrenales •de nuestros mayores que el cielo y sus representantes. V a m o s a


198

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ver salir por consiguiente al proscenio de estos ruidosos dalos, oidores con sus garnachas esposas

y copetes,

escán-

obispos con

sus

y sus excomuniones, presidentes calzados de espuelas y

ceñidos de la banda ofrecida por la mano del rey, inquisidores y sus tizones, canónigos con sus controversias de c o r o , alguaciles llevando en la mano la vara de la justicia para poner la paz entre los bandos, monacillos metidos en cuestiones de asperges, frailes eternamente envueltos en tremebundos capítulos, que terminaban en cismas o en abiertas rebeliones, y por último, un p o c o más adelante, por las calles,

las monjas mismas corriendo

despavoridas

y a los graves oidores tras de ellas, y m u c h a s

otras ocurrencias por el estilo de las que hoy mismo a c o n t e c e n . C o m e n z a r e m o s por la primera querella entre la audiencia y el metropolitano. A todo señor todo honor. Habían sucedido al pacífico y prudente cura y obispo G o n z á lez M a r m o l e j o .tres frailes franciscanos tendencias misma

tan opuestas,

cogulla

hubiese

que

de índole diversa y d e

apenas podría

ocultado

creerse

conciencias

tan

que una

hondamente

separadas. Había sido el primero fray Fernando de Barrionue\ o-,, natural de G u a d a l a j a r a de España, que ha dejado memoria de santo, pero que no obstante pagó tributo a su edad poniéndose a disputar con su colega el obispo del Imperial, s o b r e si el territorio comprendido entre el M a u l e y el Nuble correspondía a su jurisdicción, pleito,

empero,

de hermanos que la Audiencia

de Lima sentenció el 3 de Diciembre última

T o m ó el fraile

de

1568

en favor de la.

diócesis. b á c u l o a la muerte de

franciscano natural de

aquel manso prelado, otro-

Lima y que había sido

guardián

del S o c o r r o en la capital. Llamábase fray D i e g o de Medellín, yc o n s a g r ó s e obispo en 2 8 de J u n i o de 1574.

Fué un varón hu-

milde, tranquilo, misionero, gran visitador de sus fieles, y cuéntase de él que era tanto su amor a la pobreza, que observando en una de sus visitas, a las que salía acompañado de un s o l o lego

(gloriosos tiempos de un

sencillo

cristianismo!) que

llevaba dos pequeños vasos de cristal para

éste

beber, le obligó a

dar uno de limosna, diciéndole que para apagar la sed b a s t a b a con el otro. Fué este obispo el que estableció la costumbre que rige

hasta

esta hora

misma en nuestra catedral, de tocar las


HISTORIA

campanas que

al tiempo de

DE

199

SANTIAGO

consagrar en la misa mayor, a fin de

los indígenas formaran

un respetuoso

concepto de aquel

a c t o augusto, pues todos los fieles eran obligados a arrodillarse, fuera en sus c a s a s , fuera en la vía pública. Fué fray P e d r o de Azuaga el tercero s a c a d o s todos de una sola celda,

de aquellos religiosos,

lo que prueba

la gran pre-

potencia de los claustros, en un siglo que había comenzado por la prepotencia de un fraile, el ilustre Cisneros, y terminaba en otro en que otro fraile era desde el confesonario el rey de E s paña (Froiián D í a z ) . M a s c o m o Azuaga muriera sin c o n s a g r a r s e antes de comenzar el nuevo siglo

(1597),

entró a gobernar la

diócesis otro fraile, también de S a n F r a n c i s c o . Era éste vaciado en un molde que todavía parece conservarse no del todo mutilado por la acción de los siglos y por más que su b o r r a s c o s a vida

le llevase

a morir en un

clauslro solitario, en

su

suelo

natal, del cual talvez le habría estado mejor no salir. E r a este prelado el célebre don J u a n Pérez de Espinosa, castellano de cuna y de alma, que pasó los años de su gobierno pastoral en una ardiente batalla con todos los que en demanda suya tenían una suma cualquiera de poder. V e r s ó la primera

disputa

que de este

obispo

se

s o b r e una persona de fuero eclesiástico (un sacristán

recuerda talvez) que

había sido arrestado por el corregidor de la ciudad, y sin más diligencia fulminó sobre el último, (que lo era talvez el ya conocido doctor Mendoza) el arma más terrible de la edad que recorremos, la

Hubo, empero, de humillarse el c o -

excomunión.

rregidor, que por lo común no era ante D i o s ,

gente que se humillaba ni

y, mediante la interposición de un eclesiástico pru-

dente, el funcionario civil fué perdonado. P o c o después armó pendencia el

mismo prelado con el go-

bierno local, a consecuencia de alegar derecho al hospital, que dependía

directamente

intervinieron en

del

ayuntamiento.

Pero

oportunamente

esfa vez dos jesuítas, que, aunque su

entrada

en el país era reciente, tenían ya una influencia colosal, pues no hay terrazgo en el mundo que haya dado con mejor rendimiento la semilla de Loyola que el del valle del M a p o c h o . El tercero y el más sobrevenir

en

ruidoso de sus

tiempo que

gobernaba

altercados no fardó en el

caballeresco

García


200

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

R a m ó n , y aquí es preciso confesar

que fué la R e a l

Audiencia

la que dio el primer paso del escándalo. A c o s t u m b r á b a s e en esa época en el ritual de la iglesia ofrecer en las

fiestas

de tabla o de asistencia

c o m o se llamaba técnicamente, ¡os

asperges,

el agua bendita, a

los

o

canónigos

antes que a los oidores, y éstos, que no podían sufrir tamaño desacato, ocurrieron al rey pidiendo justicia y reparación. El C o n s e j o de Indias, que siempre manifestó un espíritu ilustrado y conciliatorio en todas aquellas nimiedades, que llegaban a su acuerdo abultadas de escándalos, dispuso que se a Ja

costumbre,

frase

ambigua

que nada

estuviese

resolvía y que

en

España se usaba de continuo en las más arduas c o m o en las más fútiles consultas del gobierno de las Indias. P a r a contentar, empero, de alguna manera a los oidores por el desaire de hecho de su pretensión, resolvió al mismo tiempo el Real C o n s e j o rebajar la soberbia del obispo, ordenándole que cuando

asistiese

a la Catedral por funciones de tabla llevase su cauda un solo paje... P e r o los oidores no pudieron resignarse a que los canónigos mojasen primero que ellos sus dedos en el hisopo de los monacillos, y resolvieron, después de un profundo acuerdo, no entrar a la iglesia sino después que hubiesen D e aquí la cólera del obispo,

concluido los asperges.

y s o b r e la

cólera,

la excomu-

nión, c o m o el rayo en pos del trueno. Los

oidores

con

todo

(cosa extraña!)

copete delante de la primera

prueba,

razón al airado pastor, le intiman

y

no abaten su altivo para hacer entrar en

orden de arresto

dentro de

su propio palacio. Sin embargo, para hacerle saber el vejatorio rescripto, el alguacil mayor, encargado de notificárselo, de

rodillas a

púsose

fin de leérselo, c o m o los condenados a muerte,

que así oyen la sentencia de su suplicio. N o era hombre que

se paraba en

soberbio fraile castellano, y haciendo furtivamente de su edificada;

casa, pues

y después

c o s a s de p o c a cuenta el ensillar su muía, salióse

la obispaldía no estaba todavía

de declarar la

ciudad en

entredicho,

es

decir, suspendida la validez y administración de todos los s a c r a mentos, fuese a esconder su cólera y a esperar la sanción de su omnipotencia en una garganta profunda de la c h á c a r a del

Salto


HISTORIA D E

201

SANTIAGO

propiedad entonces de los descendientes del capitán Rodrigo de Araya, que fué su primitivo dueño ( l ) . Llámase todavía por la •gente del lugar aquel agreste sitio la Quebrada

del

Obispo.

S u s cálculos no fallaron esta vez al terco prelado. El pueblo, teniendo

no

dónde

oir misa ni quién se

la dijera, comenzó a

murmurar, a hacer corrillos, a lanzar gritos: y ios oidores, que •los

escuchaban

desde

sus ventanas, estrechados

entre su so-

berbia y su miedo al peligro del cielo que les amenazaba, consintieron en humillarse. R e v o c a r o n en consecuencia sus autos y fueron a recibir prosternados al triunfante obispo, saliendo a su encuentro hasta el arrabal de la C h i m b a . En España quedaban, sin embargo, todavía sucesores de aquel rey llamado por excelencia el católico •de Ñapóles ahorcase

que, mandó a su virrey

los cursores del P a p a

si no andaban en

•quietud, y años más tarde en desagravio de la paz pública, ordenaron

a Pérez de Espinosa

se

trasladase a España,

donde

murió humillado en una celda de su antiguo convento de Sevilla, legando, a pesar

suyo, su fortuna, qué p a s a b a de sesenta

mil pesos, a la catedral de la colonia que tanto había agitado •con su insaciable codicia de mando.

Todo

el bien que

había

hecho a su diócesis era fundar el primer seminario que tuvo el reino ( 2 ) . Siguióse a este gran escándalo otro de menor cuantía y entre -análagos personajes.

L o s oidores solicitaron

asiento de prefe-

rencia sobre toda otra autoridad dentro de la iglesia, pues dec í a n ser los representantes directos del rey, mas en esta materia quiso

el

último (Felipe III, el piadoso)

dar la razón al repre-

sentante directo de D i o s . En pos de esta desavenencia tocó su turno al propio capitán -general, que lo era a la sazón nada menos que el valeroso don F r a n c i s c o L a z o de la V e g a . Habríase creído un hombre de su •altura y de su fama, superior a las nimiedades frailescas de su época, pero no obstante que vivió siempre con la espada des(1) Por esto en manuscritos antiguos se habla del Salto de Araya, que no es • como el Salto de Alvarado. sino el despeñadero del agua. (2) Establecióse éste al parecer en la cuadra que va de la plazuela de Santa Ana a la calle de la Compañía. El padre Ovalle marca en la mediania de aquella .un edificio eclesiástico que llama San Ángel, y éste era probablemente el seminario lundado por Pérez Espinosa.


202

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

envainada entre los b á r b a r o s , y a pesar de gobernar la iglesiadurante el mayor tiempo de su mando militar el b o n d a d o s o o b i s po don F r a n c i s c o S a l c e d o , entabló querella en una de sus raras b a j a d a s a la capital por dos capítulos harto singulares. E r a el primero porque los diáconos no le presentaban a besar el evangelio después de

dársele lectura sobre la mesa del altar, y el

segundo porque no

venían

los monacillos hasta su silla presi-

dencial a incensarlo con oloroso zahumerio. En a m b a s pretensiones salió con todo desairado el ¡lustre capitán, pues el

hijo

de Felipe II, de quien se ha dicho había nacido más para fraile que para rey, tenía resuelto el c a s o en favor de la iglesia por una

real

cédula dada en Balsain

el 5 de setiembre de 1 6 0 9 .

Sucedieron, no obstante, al presidente y al obispo, dos hombres de temple superior, que cortaron de raíz una de aquellas necias disputas con asistencia al

una sola y mutua cortesía.

templo del marqués de

Baides,

En la primera

sucesor de Lazo-

de la V e g a , el ilustre obispo Villarroel, que tomó el puesto de S a l c e d o ( 1 6 3 8 ) , ordenó que se llevase el evangelio al presidente, y éste, rehusando aceptar el honor después de concedido, libertó a todos los presidentes futuros de una ceremonia que era una simple cuestión de fastidio, y esto porque el marqués de Baidesfué, según las propias palabras de su muy enemigo

de punios*

émulo,

«gran c a b a l l e r o ,

(l).

P e r o aun nos queda por contar el más grave y el más interesante de los episodios de aquella edad de controversias, cuyo

(1) El ilustre Villarroel, como es sabido, dedicó al presidente de Chile su f a mosa obra destinada, bajo el título significativo de los Dos cuchillos o.gobierno eclesiástico pacífico, a poner fin a aquellas insensatas reyertas, que duraban ya cerca de medio siglo. Hablando precisamente del incidente aquí recordado, el eminente prelado, se expresa en estos propios tiempos: «Fué don Francisco de Zúñiga, conde de Pedroso y marqués de Baides gran caballero, muy enemigo de puntos, apacibilísimo en la condición, terror de los indios, alivio de los vasallos, de grandísimas cortesías y grande reverenciador de la iglesia, estaba mejor que yoen las ceremonias: asistió a una fiesta: celebré yo de pontifical: mandé al canónigo que habia cantado el evangelio que le llevase el libro y no lo quiso admitir: hice grandes diligencias desde el alfar y no fué posible recabarlo con él: con que q u e dó ejecutoriado, que a los gobernadores no se les ha de bajar el libro de los evangelios. Quedó él conocido por religioso y cortesano, edificado el pueblo de la cortesía del obispo y yo quedé sin escrúpulo de haber torcido algo la ceremonia, p o r que es muy justo que en obsequio de su rey, use el obispo de alguna dispensación en el rígido del ceremonial».—(¿os dos cuchillos).—Tomo II. pág. 192, Madrid, 1738.


HISTORIA

fuego escondido

DE

203

SANTIAGO

suele todavía echar súbitas llamaradas, ya al

pie del solio civil, ya al de los altares. Y c o m o este c a s o es a la vez característico de la época en que tuvo lugar y del carácter de los hombres que en él tomaron parte, va a sernos perdonado el que

lo

refiramos con

alguna

detención y en capítulo separado, tanto más cuanto que una rara fortuna

puso en

nuestras

manos

minuciosos de su desarrollo.

los testimonios

auténticos

y



CAPITULO

XVI

La Inquisición y la Audiencia Espantosa miseria de España durante el reino de Felipe II y de su hijo.—Saqueo de los galeones de América por orden del rey.—Felipe IV, por economía, ordena que la Inquisición de América viva de rentas propias y manda suprimir ocho canongías.—El obispo Salcedo dispone cumplir la real cédula de la supresión.— El cabildo eclesiástico de Santiago.—El

deán don Tomás de Santiago.—Los

oidores.—Los dos Machado de Chavez.—Controversia sobre la supresión de canongías.—El deán Santiago se avoca al juicio como comisario de la Inquisición de Lima.—Recurso de fuerza de los canónigos

a la Audiencia.—Triunfo

del cabildo.—Nueva cuestión sobre la herencia del judío Manuel Bautista Pérez, quemado en Lima.—Vuelve el comisario a reclamar su jurisdicción.—Desfierra bajo partida de registro del canónigo Valenzuela.—La Audiencia sostiene a los canónigos.—El comisario ocurre a los inquisidores de Lima, y altivas instrucciones que éstos le envían.—En consecuencia, excomulga al gobernador del obispado y publica la bula de Pablo V.—Terror del pueblo y desaliento de la Audiencia.—Remífense los autos en caso de concordia al virrey de Lima.—El comisario continúa sus cobranzas a nombre de la Inquisición.—Episodio de Coquimbo.— Llega a Chile el venerable obispo Villarroel.—Su severidad con los agentes de la Inquisición en la Serena.—Desaire que le hace el comisario a la vuelta de su visita y castigo sumario que le impone.—El gobernador del obispado lo prende dentro de la iglesia y le embarga su vajilla.—Refugiase el deán en San Agustín, (orna el hábito y prosigue sus sumarios contra el cabildo eclesiástico y el obispo. Angustias del pueblo y rogativas públicas que se hacen por la restitución de la paz.—El obispo solicita el auxilio del brazo secular y se apodera del deán, trasladándolo en una silla a Santo Domingo.—El canónigo Machado le remacha grillos.—Terribles severidades del obispo,—Humíllase al fin el comisario.—La codicia de la Inquisición es la única causa de estos alborotos.—Reflexiones.— Avenimiento prudente del obispo Villarroel y del presidente Baides.—Única

de-

savenencia del cabildo con Villarroel.—Publica éste su célebre obra Los dos cuchillos y la dedica al último.—Carta del marqués de Baides al obispo,

El reinado de Felipe II había sido de tanta prodigalidad c o m o de insondable miseria.

Al

paso que edificaba el Escorial, este


206

BENJAMÍN

V e r s a l l e s de sombrío moles y de oro, a

VICUÑA

granito,

Santa

y

MACKENNA

levantaba en R o m a , de már-

M a r í a la M a y o r , c o m o rival de las

basílicas de los pontífices, no

tenía, según cuenta Michelet, ni

el rey ni su ministro el cardenal Granvella con que costear un expreso urgente durante la guerra de Flandes. En consecuencia, el rey se había hecho salteador, c o m o que todos los reyes más o menos lo son un p o c o ,

y

había llegado su temeridad a tal

punto, que mientras sus alguaciles

embargaban a los labriegos

hasta sus humildes arados, su hermana

la

princesa de P a r m a

hacía saquear los galeones que llegaban a Cádiz c a r g a d o s del o r o de las Indias para vaciarlo en el exhauto tesoro ( l ) . N o fué menos infeliz y menesteroso el reinado de Felipe III, que sólo cuidó de mantener gordos bien provistas

y opulentos a sus frailes,

las despensas de sus monjas y mantenidos con

explendor los santos ministros de la santa Inquisición. D e s e a n d o , con todo, su hijo Felipe I V , un tanto más ilustrado y libertino, aliviar su erario del grave peso que le imponía el sustento de esta

última

iniquidad,

que

su abuelo Felipe II

había establecido en América en el siglo X V I , dispuso que la sostuviesen sus mismo, que

propios

subditos ultramarinos, o lo que es lo

los americanos pagasen por ser

quemados

vivos.

O r d e n ó con este motivo S . M . por real cédula de 1 4 de abril de 1 6 3 3 que se suprimiese una canongía de cada una de las o c h o catedrales que existían entonces en la América del S u r , a fin de aplicar su salario a la hoguera ( 2 ) . (1) La Puente.—Historia de España, tomo 13, pág. 5 3 . — «Os represento, escribía la princesa al rey, el agravio y gravísimo daño por venir, sobre habérseles tomado tantas veces (el oro) y tan gran suma y estar los mercaderes tan quebrados y las personas y vecinos de las Indias tan escandalizados, y a términos que sería totalmente acabarlos de destruir». (2) Toda la relación que va a seguir está fundada en papeles autógrafos que una casualidad nos proporcionó en Lima en 1860 y que conservamos originales. Consisten principalmente en una serie de cartas del deán de nuestra caledral, don Tomás de Santiago, comisario de la Inquisición en Chile, al inquisidor mayor de la misma en Lima, Juan de Mañosea, y que abrazan un período de más de diez años ( 1 6 3 5 - 1 6 4 6 ) . El que desee consultar estos sucesos con más detención, puede leer el discurso de nuestra incorporación a la facultad de filosofía y humanidades de la Universidad de Chile el 27 de agosto de 1862 con el título de Lo que fué la Inquisición en Chile. Respecto de las otras competencias eclesiástico-civiles y en general todo lo relativo a la iglesia chilena, puede estudiarse con mucho fruto la notable historia del señor Eizaguirre.


HISTORIA

DE

207

SANTIAGO

C u a n d o tocó su término a S a n t i a g o , g o b e r n a b a la iglesia el b o n d a d o s o S a l c e d o , y convocando en el acto a su cabildo (junio 1 6 de 1 6 3 4 ) , prestó inmediata obediencia al real rescripto. Allí mismo

ordenó

que

tan luego c o m o falleciera uno de los

canónigos quedase suprimida su prebenda y aplicada su renta, que consistía en una parte de los diezmos, al sostén de la Inquisición de Lima. Mantenía ésta sólo tres estériles sucursales en nuestro suelo, a saber:

en la S e r e n a , C o n c e p c i ó n

E r a el comisario de esta

última

y Santiago.

el misericordioso obispo S a l -

cedo. Sin embargo, antes que ninguno dos,

de

los robustos prebenda-

desapareció del mundo el anciano obispo ( 1 6 3 5 ) .

-consecuencia a sucederle como comisario

de la

Entró en

Inquisición el

deán don T o m á s de Santiago por nombramiento del tribunal de Lima. En cuanto al obispado,

quedó en sede vacante por tres

•años, hasta qué' vino provisto desde España el ilustre fraile agustino G a s p a r de Villarroel, En el intervalo fué nombrado provisor y gobernador del obispado uno de los canónigos de más influencia por sus altos entroncamientos, llamado don J u a n M a c h a d o de Chávez, que años más tarde ( 1 6 5 0 ) fué obispo de Popayán. Eran los oíros miembros del

cabildo

.seno van a nacer estas agitaciones,

eclesiástico,

además

en

cuyo

del deán de S a n -

t i a g o , don Lope de Landa Butrón (arcediano), don D i e g o López de A z o c a r (chantre), don J u a n de Pastene (tesorero) y los prebendados don J e r ó n i m o

Salvatierra,

don J u a n

Aranguez V a -

lenzuela, don P e d r o C a m a c h o y don Francisco Navarro, todos •criollos, oriundos de Chile, con la sola excepción del provisor M a c h a d o avencidado en S a n t i a g o desde

1 6 0 9 , en que vino con

-el oidor su padre, y del deán T o m á s de S a n t i a g o , que se había trasladado de España a la edad de doce años, y los más, c o m o P a s t e n e , Landa Butrón y Pérez de A z o c a r , pertenecientes a las más nobles y antiguas familias de la colonia. El provisor M a c h a d o era además hermano del oidor don P e dro M a c h a d o de Chávez, a cuya influencia sin duda debió su nombramiento, pues era el último un caballero de grandes campanillas, emparentado además con otro de los oidores llamado el doctor don J á c o m o A d a r o y S a n

Martín,

quien, a su vez.


208

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

tenía relaciones de consanguinidad con el tercer oidor don P e dro González de G ü e m e s ,

Y

téngase presente lo antigua que

es esta cuestión de parentela en nuestro suelo, aun en los másaltos cuerpos

del

Estado,

y

por allí podrá s a c a r s e la conse-

cuencia de muchos fenómenos tristes o miserables

que con f r e -

cuencia se suceden. El único oidor que no parecía estar implicado por estas conexiones de sangre, a virtud talvez de estar recién llegado era • el llamado don P e d r o Gutiérrez de L u g o ( l ) . Hecho este elenco de los personajes del drama, vamos a a s i s tir a sus peripecias. A poco de haber llegado a S a n t i a g o la real orden de supresión de prebendas, uno de los canónigos, don Francisco Navarro agoviado a c a s o por el peso de los años, asilóse, c o m o e r a de costumbre y casi de moda en esa edad, desde el retiro de C a r los V al claustro de Yuste. en una celda del convento de S a n F r a n c i s c o para morir allí, lejos del bullicio y de los pecados del mundo. J u z g ó s e l e , por tanto, muerto civilmente, y se consultó a Ta C o r t e s o b r e si debería considerarse c o m o suprema la prebenda que disfrutaba, resolución que fué aprobada por real ordenel 3 1 de agosto de 1 6 3 5 . Hasta aquí la Inquisición de Lima y su delegado en S a n t i a g o no tenían' derecho de queja, porque mientras más aprisa

viniese

a sus cofres la renta suprimida, más de su a g r a d o sería la diligencia de su comisario. En cuanto a que el

canónigo

muriese

en una cama recamada de encajes o en la tarima de una celda, era c o s a de poca sustancia con tal que muriese pronto. ( l ) Los dos Machado eran hijos de aquel llamado Hernando Machado, que vino de fiscal de la primera Audiencia en 1609, y quien, como fal, acluó en la c a u sa Lisperguer-Mendoza en 1614. Don Pedro, que parecia ser su hijo mayor y haber venido nacido de Lima o de Europa, enfró a su fumo en la fiscalia el 14 de mayo de 1632 y recibió los garnachos de oidor el 19 de diciembre de 1635. Después le encontraremos desempeñando importantes comisiones civiles y aún militaresen el reino. Adaro era oidor diez años antes que Machado, pues vino de fiscal en 1622, y González de Güemes y Gutiérrez de Lugo eran los más modernos, datando el empleo del primero, de mayo de 1 6 3 5 y el del segundo de abril de 1636. En cuanto al canónigo don Juan de Pasfene, debía ser hermano del licenciado' don Francisco, que fan pocos ánimos y tan buenas piernas mostró en la pendencia, de San Quintín en 1614, y nieto del almirante jenovés don Juan Bautista Pasfene. Primo hermano, en consecuencia, del historiador Ovalle. Los otros eran apellidos conocidamente criollos, y el de Azocar y Lando Butrón, de gente que guardaba pergaminos.


HISTORIA

DE

209

SANTIAGO

N o pensaban, Sin embargo, de la misma manera los c a n ó n i g o s criollos de Santiago, que no podían mirar con buenos ojos

la

disminución de la renta de su c o r o en obsequio de un tribunal extranjero, y que, sea laicos y eclesiásticos,

dicho

en

honor

nunca miraron

de

todos los chilenos

con apego aquella abomi-

nación del infierno. Vieron por esto desde lejos, y jamás en el suelo de la patria, el humo de sus tizones. P o r esta razón sin duda, y por ganar tiempo, habían promovido y consultado la supresión de la renta del canónigo Navarro, pues estando éste vivo, podía reclamar, hacer pleito, resistir de hecho, y de esta suerte retardar por algunos anos la consumación del despojo, pues en esto de expedientes y chicanas eran tan diestros nuestros abuelos c o m o lo son sus hijos, que al fin de ellos lo heredaron. P o r desgracia, y casi al mismo tiempo en que volvía de E s paña aprobada de

Navarro,

la consulta sobre la

murió otro de

supresión de la prebenda

los canónigos,

el llamado

Salva-

tierra. Y de aquí el conflicto. El cabildo eclesiástico, con el gobernador del obispado a sur c a b e z a y a su espalda la Real Audiencia, a virtud de Navarro era nula y quedaba

paren-

sin efecto por haber fenecido

de hecho otro de los canónigos; y al efecto claustro a voz de capítulo la

del

precisáronse a sostener que la supresión de la prebenda

tesco,

de parentela)

hicieron salir del

(voz tan poderosa en S a n t i a g o c o m o

y tomar su asiento en

el c o r o a su anciano

colega, a fin de certificar con el hecho la verdad de su reclamo. M a s el comisario de la Inquisición, que era en todo digno de ella

y especialmente en su

feroz,

sostuvo

temerario orgullo y en

con evidente injusticia que no era

difunto Salvatierra, sujeta todavía

en su

su avaricia la renta del

percepción a

trámites

demorosos, sino la de Navarro, cuyos escudos sin duda ya estaban pasando por su mano, la que

debía declararse válida y

subsistente. D e aquí el escándalo. Corrió

la controversia

algunos

meses levantando de punto,

día por día, hasta que en una sesión solemne del cabildo eclesiástico, el obstinado comisario de los inquisidores, que hemos 14


210

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

dicho era también deán de aquella corporación, solicitó saliese de

la sala el canónigo Navarro,

(Agosto

19 de 1 6 3 6 ) ;

dispuesto

en las

que se

hallaba

allí presente

y una vez así ejecutado, a virtud de lo

leyes capitulares, pidió

aquél

diese en el acto cumplimiento a la real orden

con

altivez se

que había

dado

por supresa la canongía del canónigo vivo y que se hallaba en el recinto de cuerpo presente. P o r toda respuesta, el arcediano L a n d a de Butrón, envalentonado t a b a la Audiencia al cabildo,

con la mano fuerte que pres-

tomó en su mano la real cédula

aludida, y poniéndola sobre la cabeza, después de haberla besado

con profunda reverencia, dijo

decía

c o m o cédula y carta de su señor y rey natural, pero en

cuanto

a su

cumplimiento, no

ha

«que la obedece lugar,»

y la

obe-

fórmula preciosa de

aquellos tiempos del embrollo que hasta hoy día no se a c a b a n ! P e r o una c o s a era el Rey

y otra la Inquisición;

y el esforzado

deán, tomando el nudo por su cuenta, cortólo de un golpe, declarando que embargaba

la renta

absoluta y universal jurisdicción tenía

c o m o representante

del

de Navarro en mérito de la sobre

vidas

y haciendas que

S a n t o Oficio de Lima, del cual

S a n t i a g o era una remota dependencia. El remedio del cabildo estaba muy cerca, y c o m o T o m á s A . B e c k e t , arzobispo de Cantorbery, fuese entonces un santo muy p o c o conocido en nuestra tierra, pues era santo inglés, ocurrió en

el acto

a la Audiencia,

del comisario: Lima,

diciendo de fuerza en el e m b a r g o

«Y así, escribía este mismo a sus comitentes de

en A g o s t o de 1 6 3 6 ,

se presentaron a la Audiencia

por

vía de fuerza, y c o m o tiene el canónigo Navarro al oidor M a c h a d o de

esta Audiencia, y éste

q u e se hacen la

barba

trae las

y el copete

voluntades de otros

por sus

dependencias, lo

jian querido apoyar por este camino, por espantarme, que soy p o c o espantadizo». Y en seguida, dando razón de su personalidad

y de la de

sus émulos en el cabildo, c o m o daba la de

s u s oidores, decía en esa misma epístola estas palabras verdaderamente notables c o m o e c o de aquellos siglos:

«Me han que-

rido comer vivo todos mis compañeros, a que se junta ser recién entrado en el

Deanato

de esta

S a n t a Iglesia,

y pedir y

requerir a dichos compañeros me dejasen usar y gozar de todas las

preeminencias

que

los deanes

mis antecesores tuvieron y


HISTORIA

211

D E SANTIAGO

^gozaron. D e esfa suerte es que c o m o iodos son criollos, y yo de

España, aunque criado en esfa

fierra desde doce años, s e

han aunado todos contra mí, que no pongo c o s a en el cabildo que la

quieran

tratar,

con ser muy justa, obligándome a re-

nunciar» . Excusado

es

entre

•amparo al cabildo,

tanto

decir que la Audiencia prestó su

y que al fin el rey dio la razón al último,

•declarando (abril 6 de 1638) suprimida la canongía

del difunto

Salvatierra y subsistente la inmortal de Navarro. P e r o no era el deán S a n t i a g o hombre que se dejase vencer ni por el cabildo eclesiástico,

ni por la Audiencia,

ni por el

mismo rey. Mientras tuviese en las manos un fragmento siquiera •del pendón del S a n t o Oficio, él continuaría reclamando su o m nipotencia y su venganza. N o tardó en presentársele

propicia ocasión

para ejercitar la

una y la otra. P o r el mismo tiempo en que llegaban la confirmación real de Ja sentencia

que absolvía

al prebendado Navarro, cuya resu-

rrección civil había causado tan malos ratos al vengativo comisario, recibía éste órdenes perentorias de sus poderdantes para •embargar las mercaderías de un negociante de S a n f i a g o llamado P e d r o Martínez G a g o que había resultado deudor de un infeliz millonario

portugués, a quien, por rico,

inquisidor mayor,

Juan

de M a ñ o z c a ,

declaró judaizante

el

y c o m o a tal lo quemó

en un auto solemne el 2 3 de Enero de 1639 ( l ) . D e b í a ser Martínez G a g o fuste de su

uno de los comerciantes de m á s

é p o c a , el Lataste y el B e s a

•como decía el comisario

contestando a

embargo de los inquisidores,

«no

de su siglo, porque, los mandamientos

hay oidor,

de

ni canónigo, ni

provisor, ni clérigo, ni fraile que no esté enredado en estos bienes de P e r o Martínez G a g o . »

P o r manera que el rencoroso s a -

yón iba a tener c o m o tomar cuenta y represalia de todos y cada uno de los que se habían

mostrado sus enemigos, los oidores.

Jos canónigos y el previsor. «Y así, decía el mismo en la carta

( l ) El célebre Manuel Bautista Pérez, dueño de la casa llamada de Pilatos, •que se muestra todavía cerca de San Francisco en Lima, y a quien se confiscaron más de seiscientos mil pesos.—(Véase mi opúsculo Francisco Aloyen).


212

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

q u e a c a b a m o s de citar, al mejor tiempo que

se podía pedir

a

b o c a , vinieron las comisiones». C u a n d o éstas llegaron para

la cobranza

y

ejecución

había

muerto el mercader Martínez; pero los inquisidores, que no omitían precauciones

ni para el fuego ni para el despojo, ordena-

ban a su delegado que procediera en ese c a s o contra del deudor,

el suegro

don J e r ó n i m o de la V e g a , embargándole una f a c -

tura de efectos traída por el difunto de E s p a ñ a que veintiocho

mil

importaba

pesos. E s t a s mercaderías debían depositarse en

manos del rico naviero J u a n de Heredia, que hacía el

tráfico-

entre V a l p a r a í s o y el C a l l a o . La deuda ejecutiva

del S a n t o Oficio contra

la

sucesión

P é r e z G a g o era sólo de dos mil pesos; pero c o m o de testamentaría, que, c o m o

las

esta tierra deudas de humo o necen

de

concurso,

era

suelen

de granito, (porque o

de

deuda ser en

se desva-

o porque son eternas) a fin de evitar percances

y escri-

turas de dudoso origen (que las hay!), el mañoso deán

resolvió

avocarse el conocimiento de la eclesiástica

y de su privativo

causa a derecho

título de

jurisdicción

s o b r e todo lo creado.

A l e g a b a además, c o m o fundamento para constituirse en juez d e su propia causa, el hecho de testamentaría

tener alguna participación

de Martínez G a g o

los canónigos don

en la

Francisco-

C a m a c h o y don J u a n Aranguez de Valenzuela, con quienes el comisario tenía cuentas antiguas por supresa.

el negocio de la canongía-

L a deuda de C a m a c h o era sólo de 4 0 pesos, y aunque

ignoramos cual fuera la ingerencia de Aranguez en este negocio, fué tal la perversidad y el odio del comisario, que le obligó

a

ir hasta E s p a ñ a a justificarse ante el supremo tribunal del S a n to Oficio de sus denuncios o

calumnias

que,

muy parecidas y por lo general una sola. D e

son

dos

nada

cosas

había va-

lido al infeliz prebendado que la Audiencia y el Presidente, que lo era, según dijimos, don Francisco L a z o de la V e g a , a su perseguidor con grandes suspendiese

sumisiones

la orden de que el

(dice

pidiesen,

el mismo deán)'

tal canónigo pareciese ante el

tribunal supremo ( l ) .

( l ) Esfa orden fué confirmada por los inquisidores de Lima Andrés Juan G a i tán y Antonio de Castro el 8 de octubre de 1642.


HISTORIA.

DE

213

SANTIAGO

T o d o esto emprendía el comisario don

Tomás

de

Santiago

p o r hacerse pago de dos mil pesos y por vengarse de sus enemigos. P e r o los demás acreedores de la testamentaría tínez

G a g o , que eran muchos y personas de

•consentir en que por

tales motivos

se

de M a r -

valer, no podían

hiciese

eclesiástico

un

juicio a todas luces de jurisdición civil, y por lo tanto entablaron competencia al deán- y le ganaron el pleito. z a n con la Audiencia, escribía el

«Y me amena-

comisario al inquisidor

Ma

ñozca, que en todo se quiere meter hasta los c o d o s » . C u a n d o la nueva de la osada competencia

llegó a los oídos

•de los esbirros de Lima, exaltóse su furor, y en el acto ocurrieron al arbitrio supremo que anonadaba como el rayo todas las dificultades, a la excomunión.

El astuto deán

•en muchas de sus cartas que en S a n t i a g o cerse pagar con censuras

que con

les había escrito

«era más fácil

ha-

ejecuciones». ¡Trastornos de

los tiempos! ¿Quién podría escapar hoy al más mísero alguacil? .¡Y cuantos creen, c o m o niones

no

tienen

Napoleón

el Grande, que las excomu-

más poder que un cañonazo

disparado con

pólvora! ¡Oh perversidad de los tiempos y de los hombres que tienen deudas! D i o , pues, órdenes M a ñ o z c a los oidores, al cabildo

a su

satélite de excomulgar a

eclesiástico y al

obispado, si de cualquier

manera

se

mismo gobernador del oponían a

la c o b r a n z a .

«Y si les parece a esos señores de la Audiencia,

le decía en

-epístola del 8 de Febrero de 1 6 3 8 , que autógrafa tenemos a la vista, que podían

usar con

•eclesiásticos, se engañarán que S u •cuidado.

Majestad

Ud.

c o m o con

malamente

y

los demás

levantarán

ordena y manda, que después

jueces

contra

lo

podrá darles

Y si le echan de esa tierra, no es mala é s t a » .

C o n estas medidas de alto coturno subieron •grado de fermento, que, habiendo

las c o s a s a tal

llevado el comisario su inso-

lencia hasta leer las cartas de M a ñ o z c a en plena Audiencia, le •amenazaron

sus ministros con meterle

en un buque y echarle

por díscolo del reino. C o n todo, algo flaquearon sus delante del resplandor siniestro del A c h o .

espíritus

«Algo han amainado,

escribía, en efecto, el comisario a los inquisidores, viendo mi resolución de que digo que me embarquen, y yo los

dejo

exco-


214

BENJAMÍN

mulgados si me

VICUÑA

MACKENNA

embarcasen, y veremos quién los absuelve, si.

no es V . 5 . y los demás s e ñ o r e s » . El pérfido deán, c o m o hombre cauto, consultaba sin embargoa sus señores en esta propia carta, datada en Valparaíso, si debería excomulgar sólo a los oidores que le eran adversos, o a toda la Audiencia, «porque dicen que si dejo uno con la jurisdicción de la Audiencia, les escribía, éste uno que deje me mandará que absuelva a los demás, y luego andarán las opiniones de los frailes de estar excomulgados y no estar excomulgados,, y andar en cisma.»

En esta misma carta leíanse estas palabras-

que encierran una profunda y c o n s o l a d o r a

filosofía

para el his-

toriador que pasea la vivida linterna de la verdad por aquellosdías tenebrosos:

«Toda esta tierra (Chile) está por conquistar y

no conocen al S a n t o

Oficio,

y

por

esto

y

h a c e r a su señoría y demás señores una gran decir, un solemne auto

de

hasta

que

veart-

demostración,*

es

fe.

P e r o la c o s a no paró aquí.

El deán

había doblegado a la¡

Audiencia, P e r o faltábale postrar a sus pies al propio g o b e r n a nor del obispado,

de

quien

se

mostraba

desembozado rival.

P a r a el deán S a n t i a g o era corta ambición sucederle en el mandoaccidental de la iglesia Chilena ( l ) . El comisario, en consecuencia, excomulgó al gobernador del obispado en nombre de

la

Inquisición, y el gobernador

5

exco-

mulgó al comisario a nombre de la Iglesia. Y tanta era la exaltación de los ánimos, que el deán hubo de llamar en su auxilio al presidente Lazo de la V e g a , que, ocupado de los b á r b a r o s , había parecido mantenerse en estricta neutralidad durante aquella querella que no era de cañones

sino

de

cánones.

«Escribí af

gobernador, dice S a n t i a g o en una de sus cartas a Lima, sobre-

( l ) En la conducía del deán Sanfiago había a la verdad fanío de orgullo y decodícia como ambición de mando. En íodas sus carias a Juan de Mañozca concluía deseándole el arzobispado de Lima, sólo por adularle; en oirás le hacía p r e sente el envío de «plumeros, orejones, lenguas y lomos de vacas» (que esos eran los únicos presentes de la íierra) hasfa que en una caria de 19 de marzo de 1637, descubriendo su miseria, le decia esias palabras, a propósifo del nombramiento en propiedad del obispo que debía suceder a Salcedo: «Y siendo el elecío algunode los de esa ciudad (Lima), y no habiendo de venir ían presto, se sirva hacerme merced de pedirlo para mí el gobierno del obispado, que no lo hago tanto por la codicia de mandar, cuanto porque el provisor que al presente es, hace mil injusticias» .


HISTORIA

DE

215

SANTIAGO

estas c o s a s , diciendo que estos señores (los oidores) no guardaban cédulas de S . M . gran

ni las querían obedecer, y como a tan

lo llamaba para que me diese todo favor y ayu-

príncipe

da; y c o m o el previsor de este obispado es hermano del oidor M a c h a d o , y el señor oidor A d a r o está emparentado con el dicho oidor Güemes, por el casamiento que dicen ha hecho, se hacen la b a r b a y el copete unos a otros, con la mano del dicho provisor, el cual me excomulgó

de parficipanfis

y por incurso en

la bula de la C e n a , habiéndole excomulgado querer entrometerse a c o n o c e r

yo

primero,

por

de una causa de los bienes de

P e d r o Martínez G a g o , s o b r e unos desacatos que tuvo el c a n ó nigo Francisco C a m a c h o , canónigo de esta iglesia, por haberle embargado unos cuarenta pesos que debía a los bienes de dicho P e d r o Martínez

Gago.»

P e r o al fin era preciso que aquellos escándalos inauditos que traían desquiciada la sociedad creencias cinco años

y los de

caudales, incesante

en

tuviesen agitación.

sus ejes más esenciales,

las

algún término, después de El

propio

temerario deán

había ya dado la última campanada de arrebato publicando por bando la terrible bula de P í o V , que era el estado la iglesia,

«para aterrar la plebe del pueblo,»

de sitio

de

decía el d e s b o c a -

do sayón. M a s , fuera que este atentado colmara el último límite de la tolerancia, fuese que interviniese el presidente Lazo de la V e g a con su autoridad, o,

lo que es más probable, que el prestigio

o el mandato del obispo

nuevamente electo y recién llegado a

la capital, fray G a s p a r de Villarroel, tuviese algún valimiento en los ánimos, fué lo cierto que el alboroto se disipó en gran manera, o por lo m e n o s quedó aplazado,

remitiéndose todos

cuerpos de autos, las cobranzas como las excomuniones, en de

concordia

los caso

al virrey de Lima, que lo era a la sazón don Luis

Fernández de C a b r e r a , conde de Chinchón. Importaba esto talvez un pasajero triunfo para

la

indómita

arrogancia del comisario del S a n t o Oficio: pero su hora le h a b í a al fin llegado, y quien le haría purgar todas sus culpas y des a c a t o s sería un fraile humilde, que con su sabiduría y su

ca-

ridad llenó de duradera gloria el hasta entonces oscuro asiento


216

BENJAMÍN

•de nuestra

diócesis.

No

VICUÑA

MACKENNA

necesitamos volver a nombrar a fray

G a s p a r de Villarroel. D e s p u é s de concluidos o aplazados los pleitos ejecutivos de la testamentaría de P e d r o Martínez G a g o ,

había

continuado,

en

-efecto, el codicioso c o b r a d o r persiguiendo a los infelices deudores del S a n t o Oficio (quien se instituía heredero s o b r e los hijos y deudos de los mismos que quemaba), haciendo pagar a unos con

«seiscientos quintales de sebo,> a otros con

cobre,»

«doscientos de

a otros, en fin, con zuelas y cordobanes. El Reino

no

d a b a más, y por esto talvez fué que no tuvimos hogueras; que si C o p i a p ó se descubre doscientos años antes, más de uno de nuestros abuelos habría pasado a la otra vida c o m o los portug u e s e s ricos de Lima. P e r o no contento con sus depredaciones personales, aquel insaciable esbirro mandó agentes a L a S e r e n a , y con tales exigencias, que hubo de armarse partido en el pueb l o , andando la gente amotinada por las calles gritando los unos Aquí

del rey!

y los otros Aquí

de la Inquisición!

(l).

P o r fortuna, encontrábase a la sazón en aquel pueblo,

hacien-

d o su visita pastoral, el ilustre Villarroel, y no pudiendo s o b r e llevar con

paciencia tantos

desmanes, hizo

castigar con exce-

sivo rigor y aun con vapulaciones a los esbirros del deán S a n tiago, sin cuidarse si

alguno

de

ellos

•eclesiástico. D e él mismo potentado aquellos que era

«un deanejo de

tuviese

no carácter

que los enviaba, díjoles a

burlas»,

rigo su delegado, cuyo nombre era

o

amenazando

b a alborotando las gentes lo haría volver a S a n t i a g o 3a cola de su caballo» B a j o tan

ominosos

al clé-

Ampuero, que si continua«atado a

(2). auspicios

s ó el obispo a la capital

para el soberbio deán, regre-

y llegó

a

su palacio en la víspera

del día de S a n Andrés, en el verano

de 1 6 3 8 . Fuéronle a re-

cibir al c o r o todos sus canónigos;

más tardó

el deán en pre-

(1) Véase sobre esfe episodio el discurso universitario citado. (2) Carta del deán Santiago al receptor general del Santo Oficio de Lima don Pedro Oiorio de Lodio, fecha en Santiago el 2 2 de enero de 1639. El deán dice en esta carta que Villarroel hizo poner en el cepo al clérigo Ampuero y que lo azoaron de tal modo que le pusiéronla espalda «como un sombrero negro». Por no incurrir en repeticiones y no prolongar en demasié esfe episodio, recurrimos desde esta parte a la relación que antes teníamos hecha de estos notables sucesos.


HISTORIA

DE

217

SANTIAGO

-sentarse, siendo que a él le cumplía llegar primero, pues c o m o a la más alta dignidad entre los prebendados, érale privativo el •citarlos para

congregarse". Disimuló

el obispo

la punzada que

le d a b a aquel desaire; más tan luego c o m o llegó el deán a su presencia, reconvínole con aspereza, cortesía,

en

razón

de su falta de

multándole en cuatro pesos p o r la estudianda tardan-

za que había puesto en

llegar. Amostazóse el deán con aquel

recibimiento y dijo a su prelado que apelaba de la multa, porque el inquisidor era insigne litigante c u r s o s del oficio. P e r o el

obispo,

se quedaba, por lo mismo, en

y

entendía todos

los re-

si no sabía de leyes, jamás

medio

del

juró por su consagración, dice el mismo

camino, deán

y así

en la

«me

carta ci-

tada, aludiendo a los cuatro pesos de multa, que me los había de llevar, con grande soberbia.» juraba en falso,

le

aumentó

Y

para

hacerle

ver

incontinenti la multa

que no

hasta

cien

pesos. Volvió a apelar el deán,

«una, dos y tres veces», de aquella

sentencia de menor cuantía, y su superior mandó a allí mismo preso al

estallando entonces la cólera de

sus clérigos y prebendados que hiciesen

temerario subalterno, que así

desobedecía

su autoridad. D e b í a pasar todo esto en la sacristía de la catedral, porque el deán refiere el lance c o m o si hubiera tenido lugar fuera del recinto de la Iglesia,

«pues yo, cuenta

ror de dicho señor obispo y su

el mismo,

no me prendiesen y fui huyendo hacia calle, y dicho

viendo el fu-

cólera, dije a los clérigos que el c o r o para irme a la

señor obispo mandó que me prendiesen, y don

J u a n M a c h a d o (el famoso provisor) llegó a mí con sus criados, -diciendo que después se vería eso, y fuese p r e s o » . Condujeron

entonces

mismo obispo, y allí

al

destronado

los canónigos

deán a

encerraron

la

capilla

Inquisición, que muy pronto se vería reducido, bajo las de su propio pastor, a la condición de

del

al l o b o de la manos

sumiso cordero de la

grey sacerdotal. Aquella misma noche mandó el obispo al

provisor

Machado

que fuese a casa del comisario y descerrajase sus armarios secretos, estrayendo

todos

los papeles de

s i e m p r e temía que aquel ministro de

la

Inquisición,

pues

escondidas venganzas es-


218

BENJAMÍN

VICUÑA

íuviera fraguando alguna contra

MACKENNA

su

persona. Llevóse

sor todo el archivo del comisario y una cuantas jilla de plata, (botín del

santo

el p r o v i -

piezas de v a -

oficio) hasta completar el

valor

de la multa de cien pesos que el obispo había impuesto al deán. P a r a aumentar la ignominia de éste, dejó M a c h a d o preso en el cepo

a uno de

sus

mayordomos,

porque no quiso de pronto'

entregarle las llaves. Al otro día, que era el de la

festividad de S a n Andrés,

el

obispo, sin declenicar en su saña, hizo venir a su presencia al comisario, que tampoco s e s g a b a en lo menor por su haciéndole sentar en una silleta

parte,

y

forrada en cuero de vaca, cosai

que tuvo a gran afrenta el deán, acostumbrado talvez a los mullidos terciopelos del c o r o , le tomó su

confesión,

asesorándose

con dos letrados, sin que faltara el oidor M a c h a d o a la entre-vista, pues era

la infeliz suerte del comisario de la Inquisición

que si e s c a p a b a de las manos de un hermano, iba, sin remedio, a estrellarse en las del otro, siempre oprimido entre los dos poderes, el civil y el eclesiástico, que él

había

osadamente p r o -

vocado y que ahora, a su vez, le caían encima de consuno. D e s p u é s de aquel trámite de humillación, el al doctor S a n t i a g o se por

cárcel,

en

mantuviese en su

castigo

de su

obispo

ordenó'

c a s a , la que le

desacato, señalándole

daba,

para

su-

guarda dos criados de la propia servidumbre de su Ilustrísima, a quienes el mismo reo

debía pagar cuatro pesos diarios, por-

que espiasen todos sus p a s o s . Resignóse el enfurecido comisario a d e v o r a r nes,

fingiendo

sus

humillacio-

apariencias, pero a escondidas púsose a fraguar

sus terribles sumarias, llamando munión mayor, para que

testigos,

declararan

sus

bajo pena

de

exco-

desavenencias con el

obispo. M a s , no tardó éste en saberlo, y aquí el conflicto tocó a su término, porque era fuerza que uno de los meterse a obediencia y a la paz que de los ánimos, puestos ya, desde más

exigía

el

había

de

el estado

so-

violento

de tres años atrás, p o r

culpa de un clérigo desatentado, en la más O r d e n ó , en consecuencia,

dos

obispo que

aflictiva

ansiedad.

prendieran

al c o -

misario en su domicilio, resuelto, sin duda, a ejecutar en su

per-

sona un ejemplar castigo. P e r o súpolo en tiempo el astuto deám


HISTORIA

DB

219

SANTIAGO

por dos familiares que se lo avisaron, y púsose en salvo, asilándose en S a n Agustín, donde pidió el hábito para sustraerse por de pronto a la inevitable jurisdicción y a la justa

saña

de su

prelado. P e r o , ¡cosa singular! no por esto

aquel hombre, cuya porfía

rayaba en el frenesí, dejó de proseguir, c o m o el mismo lo a s e vera, sus tramas secretas contra el obispo y su clero en la celda en que se había asilado, y hacía llamar ahi testigos para adelantar su prueba,

conminándoles con

excomunión si

sus secretos; pero el obispo no tardaba y levantando la excomunión del S a n t o

revelaban

en llamarles a su vez, Oficio, y poniendo por

amenaza la de los cánones, arrancaba la

verdad de las decla-

raciones. N o era ya dable que aquel estado de alarma y provocaciones se prolongase por más tiempo. El pueblo se veía sumergido en a más azarosa inquietud. El obispo había

excomulgado al co-

misario y éste a sus dos provisores. Hacíanse c a s porque se restituyese

rogativas

públi-

la paz a la iglesia, y el mismo pre-

lado encomendaba a los fieles desde el pulpito que rogasen a D i o s porque volviese al buen camino

el extraviado deán.

Más

todo era inútil. La resistencia de aquel parecía indestructible. Resolvióse entonces el obispo a pedir auxilio al brazo s e c u lar, y dióselo la audiencia de buen grado, comisionando a uno de los alcaldes con vara

de justicia, para

deán sobre todos los fueros de S a n Agustín, que era,

sin

obispo Villarroel, pues por

que aprehendiese al

la Inquisición y del hábito de

embargo, el

mismo que llevaba

humildad nunca

se vistió

de

el

otra

manera. «Al fin me aprehendieron, dice el deán, y me llevaron a S a n to Domingo en una silla, con mucha gente.»

P e r o no por esto

dejó de excomulgar al alcalde que puso en ejecución su captura, conminándole con la multa de dos mil pesos. M a s nada valía ya al infeliz deán, cuya

omnipotencia de

quisidor había caído por los suelos, delante

in-

de la mitra y del

copete, Al p o c o

rato de encontrarse

S a n t o D o m i n g o , cuyo

en una

celda

o

prior era fray Bernardino

pariente de los dos M a c h a d o de Chaves,

calabozo de

de

Albornos,

se presentó uno

de


220 éstos

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

«y me echó, dice el prisionero, dicho provisor, unos grillos

muy bien remachados y dormí toda

aquella

noche

con ellos,

que es la primera c o s a que ha sucedido en las Indias ni en todo el mundo. Y de esta manera la R e a l Audiencia, el cabildo el capitán

general,

el

todas las víctimas

desventurado

del furor

Manuel

eclesiástico,

Bautista Pérez

y

inquisitorial quedaron, al fin, con-

dignamente vengadas. P e r o aun faltaba algo más para la espiación. En pos del c a s tigo

debía

venir

la humillación. AI

o b i s p o se presentó en

el

siguiente

día,

cnando

el

claustro de S a n t o D o m i n g o , salió a

su encuentro el a c o n g o j a d o deán y «me eché a sus pies, cuenta él mismo, y le dije que en qué

le había ofendido,

rase que el canónigo Aranguez de Valenzuela,

demás prebendados se querían vengar de mi», y otras que por este estilo añade el deán en su

que mi-

con todos

los

lástimas

carta citada a los in-

quisidores. Levantóle el obispo del suelo y

ordenó

grillos y los hábitos de fraile agustino cargándole se fuese

tranquilamente

que a

se

le

quitaran

llevaba

los

puesto, en-

su iglesia, haciéndole a

la vez presente con estas significativas palabras

lo

que

podía

mportarle su conducta en adelante. En su lengua

y en su

pluma

esfa

su

vida!

Y , sin embargo, cuan p o c o se cuidaba el rencoroso inquisidor delegado de

aquel c o n s e j o !

En

la misma carta en que lo

r e c o r d a b a decía a sus comitentes de Lima, que el obispo «era el diablo»

y les pedía que, c o m o

a su comisario, lo inhibiesen

de la jurisdicción de aquel, sin duda para volver a las lencias de que aun no se veía libre. P a r a

hacer cabal

turbujusticia

al comisario de la Inquisición, debemos añadir que al pedir las penas de sus enemigos al S a n t o Oficio, se expresaba en estos blandos rantir.

términos, cuya sinceridad

no

«Si bien de mí soy compasivo*

sona lo tengo remitido, mas el dignidad que

nos

atreveríamos a ga-

y lo que toca a mi per-

agravio que se

ejerzo no es mío sino de V . S . y esos

del tribunal y así con misericordia pido a V . S . res se haga justicia lante.»

ha hecho a la

blanda

para

la

enmienda

y

señores

esos seño-

de lo

de ade-


HISTOBIA

DE

221

SANTIAGO

El enérgico prelado de la diócesis, después de aquel s u c e s o iba, con todo, reduciéndole a su

deber, y

que hubo de postrarle en el abatimiento, el propio reo en su última carta a

los

tanta

dureza, día

dice

inquisidores, que tiene

la fecha de junio 2 3 de 1 6 4 0 ) me hace de cabeza, y estoy amilanado,

con

«pues cada amenazas

del zepo y

e impide por debajo de cuerda

cada día estas comisiones (las cobranzas), diciéndome sus palabrasdas asi de esos señores (los inquisidores) c o m o contra mí, y c o m o es prelado, soporto con paciencia y prudencia, y digo a todo que tiene razón y c o m o s o m o s de sangre y carne se siente, y a la menor palabra, me dice: borrachón acuyá,

acá y

y lo padezco por ese S a n i o Tribunal

borrachón

y trescientos

pe-

s o s que me ha llevado de multas». Y nunca anduvo más acertado el deán Santiago que al juntar el S a n t o Oficio con su multa de trescientos pesos, pues misión que él y sus delegantes

tuvieron

en

toda la

Chile

fué el más

afrentoso peculado, porque, c o m o hemos visto, sin

ningún o b -

jeto de fe, sino del despojo de unos cuantos

infelices,

ponían

a todo el reino en alboroto, violando leyes y cometiendo todo género de desacatos. Consuela, empero, saber en definitiva que el botín

de aque-

llos sacrilegos especuladores fué harto e s c a s o , porque en su última carta el comisario dice amargamente esíos

tres años

no se ha cobrado

a

sus

señores:

En

blanca.

T a l e s fueron algunos de los sucesos político-religiosos de la primera mitad del siglo X V I I , cuya significación moral se presta a graves meditaciones del filósofo y del

hisioriador, porque

al menos están probando que la base de nuestra existencia c o lonial, c o m o fondo

y c o m o forma, c o m o principios externos y

como

fué

vida íntima,

esencial

y

exclusivamente

eclesiástica.

C o n s i s t í a por esto el orgullo de las más altas familias criollas en tener sus representantes en el clero, componiéndose el c o r o de S a n t i a g o , cien años después

de

su fundación, casi

entera-

mente de hijos de su pueblo. E s al propio tiempo digna de una o b s e r v a c i ó n especialísima por

su

aplicación

local,

la circuns.


222

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

íancia de que el móvil principal que agitaba siempre las pasiones de las autoridades, de las gerarquías y del pueblo, era esa tradicional e

irremediable parsimonia, que es el tipo

distintivo

de nuestro pueblo, en cuyo corazón, mientras todo ha pasado, ha quedado siempre inmóvil c o m o la

colina

ostenta en su centro, y tan eterno c o m o nías que gravitan casi todos

sus

de

r o c a s que se

los censos y capella-

solares, aquella idolatría que

M o i s é s encontró arraigada en su pueblo después de haber dict a d o el decálago. C o n todo, llegaron, puede decirse, a su apojeo por aquellos a ñ o s los furores de la controversia y la codicia, porque vino a aplacarlos un hombre sabio

y

desinteresado, a quien,

murió con la dignidad de uno

de

los

primeros

de la América,, le encontraron por todo caudal y cia

seis

reales de

plata

en

el

bién cuando este mismo hombre

bolsillo.

Fué

eminente

o b r a ya citada con el título los Dos

cuando

arzobispados toda

heren-

entonces

escribió su

tam-

célebr.e

destinando dos

cuchillos,

volúmenes, monumentos de investigación y de paciencia, a deslindar pacíficamente conforme a la ley y a la justicia los fueros de la Iglesia y del Estado. En prenda de jimos, dedicó aquel enorme trabajo

buena

fe, según di-

a la autoridad civil del rei-

no, con la cual partiera de hecho el

poder

y

la

equidad.

tan a maravilla tuvo el último aquella paz entre ambos nos, quedando cada cuchillo,

el civil y

el

eclesiástico,

de su vaina, que en la carta en que aceptó la cíale estas palabras: día tantas

«Veo que se abrazan en otros no ha excomulgado

ocasiones,

oidor pero ni alguacil*

dentro

dedicatoria de-

los magistrados y los obispos, y en esta de V . S . cada

Y

gobier-

gobiernos

ofreciéndose

V . S . no

sólo

(l).

( l ) Carta de don Francisco López de Zúñiga, marqués de Baides, al obispo Villarroel.—Concepción, mayo 3 0 de 1646. Sin embargo, Villarroel en una ocasión pagó también en el principio de su gobierno, tributo a su siglo con motivo de la procesión del apóstol Santiago en 1639, Según refiere Carvallo, acostumbrábase basta ese año que cargaran el anda del apóstol dos canónigos y dos regidores. Ocurriósele al obispo suprimir los hombros de éstos y poner los de cuatro prebendados. Enojóse en consecuencia el cabildo, y al año siguiente (1640) celebró la procesión del patrono en San Francisco.


HISTORIA

DE

223

SANTIAGO

Así corría entre tanto su triste y lánguida

vida

la

colonia.

D o s eran sus grandes y casi únicas faces. En las fronteras los b á r b a r o s . En el centro los oidores,

los canónigos y los inqui-

sidores que no eran sino otra especie de b á r b a r o s . liz presidente escapando de las lanzas de

ios

unos

Y el infepara

ser

•ensartado en las plumas y en los hisopos de los otros, veíase -obligado cuando bajaba

a Santiago a

escuchar

sus

absurdos

y sus desmanes sin tener para dirimirlos otro poder que el de sus espuelas. P o r esto, sin duda, decía el maestre de campo de L a z o de la V e g a , don S a n t i a g o Tesillo,

«que

no

ha

habido

•gobernadores de más atormentados oidos que los de C h i l e » . Tiempo es,

pues, de

volver en otra

dirección la vista, que

los o j o s también sufren tormento de la monotonía. V a m o s por consiguiente a ocuparnos

del

crecimiento

mate-

rial del pueblo cuya múltiple historia nos empeñamos en trazar. A

bien que no p o c o s argumentos y

c a s o s eclesiásticos hemos

de encontrar todavía en nuestro camino y en el propio siglo a c u y a primera mitad hemos llegado.



CAPITULO

XVII.

La m i t a d d e u n siglo El siglo XVII es una era de dolor para Sanfiago.—Ruina de las

siete

ciudades

y emigración de viudas y menesterosos que recibe Sanfiago.—Intentan los indios de servidumbre levantarse, y se salva la ciudad por un refuerzo inesperado de tropas.—Gran avenida de 1609.—Construcción de los primeros tajamares por Ginés de Lillo.—Agua de Ramón.—Abolición

de las encomiendas y su reem-

plazo por e! tributo personal,—La mita y los mingacos.—Pobreza

indecible de

Sanfiago.—Única renta de su cabildo en 1611.—Padrón de la ciudad en 1615. —Segunda inundación de 1618.—Espantosa epidemia de viruelas.—Muere de pesadumbre el gobernador Lope de Ulloa.—Desarrollo de la ciudad de 1618 a 1626.—El primer plano de Santiago.—Idea de los demás que ha tenido hasta la fecha, sus vistas panorámicas, paisajes, etc.—Adelanto de las calles, arquitectura, empedrados. - Nuevas plazoletas de San Saturnino y de Sania A n a . — Fundación de las parroquias de Santa Ana y San Isidro. — Aspecto general de la plaza de armas, sus edificios públicos y privados.—El

palacio arzobispal y

sus litigios.—La Cañada.—Una vista de las cordilleras según el padre Ovclle. —Abundancia de mantenimientos en Sanfiago.—Baratura prodigiosa del mercado en 1654.—Escasa población de la ciudad y crecido exceso de las mujeres. —Efectos sociales de esfa desigualdad.—Aspecto solitario de las calles.—Ex_ fraordinario número de negros y cómo son quemados vivos.—Singular fecundidad de las familias patricias.—Costumbres domésticas, (rajes.—Lujo, presentes de boda.—Indignación

del jesuíta Ovalle contra los quitasoles.—Milicias ur-

banas de la ciudad.—Ostentación en el culto.—Innumerables procesiones de s e mana Santa.—La mecánica aplicada a los santos.—Horribles turnas llamadas de sangre.—Procesión

procesiones noc-

de la Vera Cruz. — Ejecutoria de noble-

za que imprimía su alumbrado.—Origen de esfa hermandad y del Cristo que todavía se venera.—Festividades de Corpus.—Competencia curiosa entre el C a bildo y la Audiencia sobre si debería ser la virgen del Socorro o la de la Victoria paírona de Sanfiago.—Triunfa la Audiencia.—Transformación de una Dolorosa en San Juan Bautista.—Mudanza de los siglos.

El siglo X V I I se inició

para

Sanfiago,

b a n a vamos a' entrar de nuevo más 15

en cuya crónica ur-

especialmente,

con

funes-


226

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ios augurios. U n a de aquellas calamidades que a haber tenido lugar en los pueblos

clásicos

de

la

antigüedad, habría

dado

noble tema a las artes, a la poesía y a la historia del mundo, había sido la alborada de

aquella edad que en otra

parte he-

mos dicho fué de tan crueles pruebas. Tal fué la ruina de llas siete ciudades de arriba, a un árbol fuera de sazón, habia esparcido en el

aque-

que, c o m o los retoños arrancados la

territorio

mano

imprudente de

araucano,

Valdivia

alimentándolos

con

la sangre, el oro, y, c o m o era natural, con la aversión de S a n tiago. En la misma madrugada en que los b á r b a r o s del sueño y de la

niebla quitaron la vida al

yola y a toda su comitiva en la ladera

del

a

la

Guadaba,

enfurecidas que el odio y el secreto de una vasta habían disciplinado,

cayeron sobre

las

sombra

gobernador

ciudades

Lo-

hordas

conjuración de

Valdivia

Villarrica, O s o r n o , la Imperial, A r a u c o , Cañete y Angol, y con la tea y el hacha las redujeron en una misma hora L a s dos primeras ciudades, yeron de un

a cenizas.

opulentas entonces con su oro, ca-

solo golpe, sorprendidas en el sueño,

notarse que en Valdivia,

puerto de

la

siendo de

otra, mataron

más

de

cuatrocientos cristianos, persiguiéndolos hasta las naves surtas en el río, donde algunas familias desnudas se refugiaron. Muéstrase todavía la pintoresca colonia en forma de cuchilla, dominando en su graciosa vuelta el Calle-Calle, donde existió la primitiva ciudad, y

compréndese

cómo

los

entero, sin dejar otra salida donde muchos perecieron ( l ) .

a

indios los

pudieron

cristianos

En O s o r n o ,

rodearla por

que

que era

la del río, ciudad de

mucho más cuenta y ta.lvez tan importante c o m o S a n t i a g o , si ha ( l ) El botín de la ciudad fué inmenso. Algunos, como Molina, que escribió en gran manera de memoria, lo hacen subir a dos millones de pesos, p^ro según J e rónimo de Quiroga. no pasó de cuatrocientos mil pesos, lo que era enorme para esa época. De los (res buques que salvaron con gente, dos de ellos, los de los maestres Balfano y Rojas, hicieron rumbo a Valparaíso. El tercero, del capitán Villarroel, se dirigió al Callao. Como la sorpresa fué más completa en Valdivia que en ninguna de las otras ciudades, los indios se apoderaron de los caballos y de las armas de los españoles, aprovechándose de aquellos y escondiendo as últimas en los bosques. Tenemos en nuestro poder un precioso arcabuz de aquella época, que, rosando un bosque hace cinco años, a pocas leguas de Valdivia, encontraron los labriegos enterrado en una espesura, y cuya posesión debimos a la generosa cortesía del señor tesorero don Francisco Adriasola, quien lo usaba para trancar la puerta de la


HISTORIA

•de consultarse .el plano que

DE

nos

227

SANTIAGO

ha

quedado de

sus

ruinas,

incendiadas todas las c a s a s , pudieron ganar el fuerte algunos c a balleros con sus esposas y sus hijos, y saliendo por sus

mura-

llas «como leones hambrientos», dice el maestre de campo J e r ó n i mo de Quiroga, contuvieron

la

b á r b a r a canalla,

defendiéndose

treinta y dos meses con heroica constancia, hasta que, s o c o r r i d o s , escaparon en demanda de Chiloé, trayendo por guía un

crucifijo

que todavía se reverencia en una de las iglesias de S a n t i a g o

(Las

Claras). O t r o tanto hicieron los vecinos de Angol y la Imperial,

los úl_

timos bajo la dirección de doña Inés de Aguilera, heroína,

como

mujer, c o m o esposa y c o m o madre. En cuanto al pueblo de las Infantas que menciona un cronista, no se tuvo jamás noticia ni ha podido después marcarse sobre el mapa el sitio de sus ruinas,

(l)

El mismo O s o r n o estuvo por más de dos siglos sepultado bajo la sombra

de los bosques

que

crecieron

sobre sus claustros,

c u a n d o a fines del último debióse su noticia a la indiscreción

y de

un indio, costóle la cabeza, pereciendo a manos de un pueblo en •que el odio a los cristianos es una segunda vida. Ahora bien,

los fragmentos

de

aquellas siete ciudades que

escaparon a su destrucción, vinieron a posarse sobre la infeliz Santiago. L a s ramas del antiguo tronco, arrastradas por el turbión, volvían a su primitivo asiento para vivir de su savia, y si bien es

cierto que aquella segunda

inmigración (después de la

que había tenido lugar en la primera ruina que atrajo la muerte de Valdivia) aumentó el número de los pobladores de S a n t i a g o , dio ésta también

creces a sus desdichas y a su pobreza,

por-

que los que llegaban eran sólo menesterosos, niños y desamparadas viudas.

T o d o s los que

habían

sabido o podido

sucumbieron en la porfiada y sublime resistencia.

pelear

«Redujéronse

a la mendicidad ilustres familias, dice hablando de estas adversidades un prolijo cronista; muchas salieron del reino, otras se esparcieron por él y no pocas quedaron prisioneras» (2). tesorería. Pesa al menos tres arrobas y es de puro cobre preciosamente occidado. (1) Jerónimo de Quiroga. No debe confundirse ¡as Infantes con los Infantes, llamados también Angol y los Confínes. (2) Córdova Figucroa, pág. 184.—Cerca de medio siglo después (1641), el marqués de Baides rescató algunos de aquellos infelices cautivos, y entre oíros


228

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

P e r o ni el propio pueblo de S a n t i a g o , a pesar de su lejaníade! teatro del levantamiento, de su y del

hábito de la

obediencia

sumisión ya casi completa,

y del látigo, dejó de participar-

de aquella conmoción que puso a todo el país en la ladera deun abismo.

Temeroso el vecindario de que, c o m o en los tiem-

pos del primer Villagra, otro Lautaro viniese en demanda de la capital del reino, el alcalde M e l c h o r J o f r é del Águila, hijo sinduda del conquistador y patricio J u a n J o f r é , levantó bandera de enganche para

correr la

tierra hasta el

desarrollo de la insurrección.

Maule

y observar el

S ó l o veinte vecinos

respondieron

a su voz y con ellos partió a galope para el sur. D e esta ausencia, tal vez imprudente, quisieron aprovechárselos mapochinos,

c o m o sus mayores lo habían

ejecutado en la

primera salida de Valdivia, y fuese de m®tu propio, fuese por instigaciones venidas de allende el

B í o b í o , resolvieron

aquellos

romper su penosa servidumbre y hacer con los vecinos de S a n tiago lo que sus compatriotas habían hecho con las S i e t e Ciudades. D e j ó s e ver,

por fortuna,

el peligro antes de

explosión, y la pequeña hueste que había día,

tuvo

lugar

dice J e r ó n i m o hizo varear

la hora de la

ido hacia

de regresar en tiempo oportuno. de

Q u i r o g a , que casi

( l ) la ciudad, retirar

fué

un

el medio

«El alcalde,

contemporáneo,

las familias a

un recinto y

ponerse todos a la defensa, con temor de perderse si no eran socorridos». Fuéronlo, sin embargo, de una manera casi milagrosa, por la. columna

de sesenta portugueses que había traído de L i s b o a a

la noble familia de don Pedro Méndez dcSofomayor. La mayor parte de los descendientes de los españoles, sin embargo, y especialmente las mujeres, se negaban tenazmente a volver a la vida civilizada. ( l ) Esta es la palabra que usa Quiroga, según un manuscrito de su obra que existe en la Biblioteca Nacional y que parece fué propiedad .del doctor Vera. Pero en el texto de la publicación hecha por Valladares en el Semanario' erudiío, tomo 23. pág. 212, se lee barrear, esto es, defender con barreras o trincheras la ciudad. Por lo demás, la edición de Valladares, aunque dice que es copia fíe! del que escribió Quiroga, ofrece frecuentes variantes con el texto manuscrito de la Biblioteca, y a nuestro juicio en demérito del último. Queremos citar un solo ejemplo. Hablando del gobernador Quiñones, Quiroga lo caracteriza enérgicamente en estas dos palabras: Era un caballero rispido y rico. La edición de Valladares dice: Era un caballero de resolución v rico, lo que tiene un significado muy diverso.


HISTORIA

DE

229

SANTIAGO

B u e n o s Aires don Francisco Rodríguez Ovalie del M a n z a n o , y •que el gobernador de B u e n o s Aires, tío del último capitán, había despachado a toda prisa, temeroso del rumbo que llevaban los s u c e s o s de Chile. Sentíanse, pues, todavía hondamente en la capital los efectos •de aquella calamidad, cuyos pobladores así pagaban otra vez la insensatez de su fundador, cuando una nueva desgracia

pública

vino a poner de nuevo su temple a prueba. Fué ésta la primera y terrible

inundación del M a p o c h o , de que hemos hablado en

-otra ocasión para recordar sus y que

ocurrió

el último

estragos en vidas y haciendas,

día de

la P a s c u a

1 6 0 9 , es decir, en pleno otoño y en

lo

de P e n t e c o s t é s de

más sazonado de las

mieses. Tan considerable fué el destrozo de la avenida, que hubo de bajar

de las

fronteras el g o b e r n a d o r G a r c í a

R a m ó n a " poner

remedio. A c o r d ó s e esto con la fabricación de los primeros tajamares que espacio

cubrieron la población

que hoy se extienden

-de gallos y el Puente agrimensor general Chile,

de

abierto

el maestre de

corrían en el

cal y canto.

Cancha

Fué su constructor el

J i n é s Lillo, el d e c a n o de los ingenieros de

a quien el pueblo, el

en cabildo

y que parece

entre la plazuela de la

dieron

gobernador y el obispo

reunidos

autorizaciones suficientes, junto con

campo J u a n de

Quiroga,

«sin

más

diligencia,

autos ni espacio alguno de p a p e l o t e s . , dice el cronista C a r v a l l o . En p o c o s años quedó concluida la o b r a , y fué tan bien ejecutada, que según aquel historiador, muerto a

principios de este

siglo, (y en un hospital de B u e n o s Aires, puesto que fué historiador), nos dice que a fines del último «se miraban todavía sus vestigios y admira

su solidez». Hoy mismo el agua suele d e s -

cubrir algunos de sus derruidos cimientos en la parte que h a c e frente a la plaza

del mercado.

Fué también sin duda por este tiempo cuando

volvió a me-

•ditarse el traer a la ciudad el agua llamada de R a m ó n , y que sin duda

recibió

esfe

bautismo del nombre de aquel goberna-

dor, pues antes y aún después se la llamaba de Viíacura,

por el

g o b e r n a d o r peruano que gobernaba en el M a p o c h o a la entrada


BENJAMÍN

230

de Valdivia, talidad, No

pararon

declaraba

bién indios

los indios r e b e l a d o s

aquí las d e s g r a c i a s

esclavos

a título de guerra

a los mitayos de cédulas,

vivido s ó l o

a

corpas,

anaconas

Santiago,

egoísta

sultados,

al virrey

de E s q u i l a c h e ,

colonia

porque-

en su origen del

Perú

cupo

altamente don

de

del

tamyugo

E s t e fué un golpe d e

de

sus

que hasta

ahí

encomiendas.

decretada desde

1601,.

humanitaria en sus r e -

Francisco

la gloria

fronterizos,,

(llamados

del M a p o c h o ,

del sudor y del tributo

como

indios

y yanaconas)

la conquista.

C u p o el honor de plantear esta medida, y si bien

los

o indios de encomienda

muerte para la perezosa

hace

de

a ñ o s de este siglo, ( 1 6 0 8 ) , al p a s o que Felipe III

servil que les había impuesto

había

(l).

de los vecinos

de su total ruina que no tardaría en llegar,

los primeros

libertaba

MACKENNA

y al que, por el delito de ofrecer al último h o s p i -

mataron

precursoras en

VICUÑA

su

de B o r j a , ejecución

príncipe definitiva

a p e n a s ochenta a ñ o s al ilustre don A m b r o s i o O ' H i g g i n s ( 2 ) . .

(1) El señor don Joaquín Tocornal, muy conocedor de la crónica local de Santiago, y que en sus últimos años no bebía sino del agua de aquella fuente, en cuya vecindad tenía su chácara, aseguraba que la verdadera denominación de las vertientes era de Rabón, pero no recordamos que diese alguna razón de estenombre, al parecer poco fundado. (2) Lo que dio principalmente origen a la abolición, o más bien, reglamentación de la mila fué la alarmante disminución de la raza indígena, y por c o n s e cuencia la creciente escasez de operarios para las minas de Potosí y de Huancavélica que en gran número se sacaban de Chile, según en otro lugar dijimos. Renovóse la prohibición del trabajo forzado por R. C. de 8 de diciembre de 1610, y por último, planteóse en Chile por R. C. de 2 3 de julio de 1620, a cuyofin se constituyó en visitador el oidor don Hernando Machado, ya tantas veces nombrado. No llevó éste a cabo su comisión sin graves escándalos (como había, sucedido por igual motivo en el Perú en tiempo de Gonzalo Pizarro y después en el de los Jirones) según refiere Carvallo. En un libro existente en la biblioteca de Lima, con el título de Tratados de confirmaciones reales de encomiendas por el licenciado Antonio de León, (el c é lebre bibliógrafo americano), relator del consejo de Indias, impreso en Madrid en 1639, es decir, casi contemporáneamente, y que puede considerarse como un r e sumen del derecho público de los americanos en esa época, se cuenta en los términos siguientes la manera como se verificó la reforma entre nosotros: «En el reino de Chile, dice (pág. 112), se prohibió el servicio personal y se tasaron los indios por el virey del Perú, príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja, que acabóen su tiempo lo que muchos de sus antecesores desearon, no sólo en ésta, sino en otras gravísimas materias, que dispuso y resolvió con el acierto que se esperaba del gran talento, inteligencia y cuidado que mostró en aquel virreinato. ¡¡De lo que vamos tratando, de Chile hizo ciertas ordenanzas que, enviadas por el consejo, con poca reformación se confirmaron y publicaron por ordenanzas reales. Enellas se tasó el tributo de los indios de las ciudades de Santiago, la Concepción, San Bartolomé de Gamboa y la Serena y sus términos a ocho pesos y medio cada, año, los seis para el encomendero, peso y medio para la doctrina, medio para e!¡


HISTORIA

DE

231

SANTIAGO

Dijimos ya en uno de los capítulos precedentes pobre caserío de S a n t i a g o en 1 6 1 0 ( l ) ,

cuan era el

inferior 'talvez al que

hoy tiene C a s a b l a n c a , y para formarse concepto de la opulencia edil del pueblo, nos bastará recordar que cuando llegó un a ñ o más tarde el gobernador J a r a Q u e m a d a a este miserable

reino,

c o m o lo llamaba en sus despachos al rey, lo ciudad sólo tenía de renta 6 0 0 pesos que le producía un derecho s o b r e el s e b o y el j a b ó n . D e s e s p e r ó s e de tal suerte el p o c o sufrido g o b e r n a d o r , que venía del regalo de Lima,

donde

fuera

como

gentil hombre del

marqués de M o n t e s C l a r o s , al encontrar la ciudad llena de viudas,

según refiere él mismo, y de soldados o c i o s o s ,

vagamundos

e indisciplinados, que pidió al rey le s a c a s e cuanto antes de sus penas llevándole a cualquier gobierno de C o s t a Firme o donde S . M . quisiese hacerle merced. P o c o más tarde una nueva invasión del río ocurrida en tiempo del timorato gobernador don L o p e de Ulloa

( 1 6 1 8 ) vino a

aumentar las z o z o b r a s y pesadumbres del amilanado vecindario. P a r e c e que esta vez el turbión rompió

por

su

antiguo

cauce

de la C a ñ a d a , porque cuenta J e r ó n i m o de Q u i r o g a que las monjas C l a r i s a s se refugiaron en la Catedral, comenzando

así sus

eternas peregrinaciones que las han dado un asiento diverso en c a d a siglo. Y el cielo, no contento con este nuevo eslabón añadido a la cadena de males que oprimía al pueblo, envió en pos una desastrosa

peste de viruelas de la que murieron en el reino, se-

gún el cronista citado, más de 5 0 mil almas, esto es, un tercio de la población total del reino. corregidor y medio para el profecfor. El de los indios pampas de las ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis de Loyola medio peso menos, los de Casfro y Chiloé a siete pesos y dos reales». Además del inquilinaje y los pueblos de indios, ha quedado un recuerdo vivo de lo que era la mita en los mingacos, como se llama todavía a los conchavos (otra palabra indígena) que se hace para Iss trillas, siembras y otras operaciones rústicas. La mita se llamaba también minga y de aquí al mingaco. Véase el prefacio de las Memorias secretas de Juan de Ulloa, don David Barry y la Memoria del Illmo. obispo Salas, leída en la sesión solemne de la Universidad de Chile el 2 9 de octubre de 1848 sobre el servicio personal de los indígenas y su abolición. (1) Según un censo formado en Santiago en 1613 por el oidor constituido en visita, Hernando de Machado, existían en la jurisdicción de la ciudad 1717 blancos o españoles, 8 , 6 0 0 indios y 3 0 0 negros. (Pérez García).


232

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

El mismo gobernador Ulloa y Lemus

sucumbió

íantas aflicciones, muriendo, según opinión

al

peso de

común, más de me-

lancolía del alma que de enfermedad de la carne. L a ciudad, con todo, algo crecía, y según

el padre

Ovalle

(que en todo lo de S a n t i a g o debe tomarse con cautela, pues era •sanfiaguino)

fué tan rápido su desarrollo en esa época, que ha-

biendo estado o c h o años ausente en el colegio de C ó r d o b a ( 1 6 1 8 1626)

«cuando volví,

dice

(pág.

1 6 1 ) hallé que la ciudad se

había extendido de manera que estando plantada a la falda del cerro, a la parte occidental, le hallé todo

rodeado

de

casas

y

con buen fondo hacia la parte oriental y lo mismo proporcionadamente por los otros lados» compás

estos

adelantos

traer

(l). a

P r e c i s o es para

medir a

la vista el curioso mapa de

S a n t i a g o que publicó de memoria el buen jesuíta en R o m a en 1 6 4 7 y que, por tanto, es el más antiguo de los que se conocen ( 2 ) . Según su disposición, que consiste sólo en haber llenado una página en folio de cuadrifos de ajedrez con una colina dibujada en el centro, resulta que la aldea de S a n t i a g o era en el año de su total destrucción ( 1 6 4 7 ) una ciudad tan grande c o m o es hoy París o Pekin.

P o r este tiempo también y talvez

para

consolarla del cúmulo de sus infortunios, Felipe I V había con-

(1) Según Ovalle (página 153) en el (iempo de su viaje a Córdova ( 1 6 1 8 ) San Lázaro era únicamente una capilla de campo situada fuera de la ciudad; a su regreso en 1826 la encontró incorporada en la población. Este dato nos confirma en la opinión que emitimos en el segundo capitulo sobre que la primitiva delincación del alarife de Santiago sólo llegó hacia el poniente hasta la calle llamada hoy de Morandé. (2) Los planos de Santiago que conocemos son los once siguientes, hasta el día. l . ° El del padre Ovalle, 1647. 2 . ° El de Frezier, sin disputa el más exacto de todos en la época colonial, 1712. 3.o El del geógrafo López, ( 1 7 5 6 ) que es sólo una reproducción abreviada del anterior, con alguna más extensión dada a los barrios de la Chimba. 4.° El del autor anónimo de la historia italiana de Chile, atribuida al jesuíta Vidaurre y publicada en' Bolonia, (1686?) en el que se nota algún mayor desarrollo en los suburbios del sud. 5.o El de Pedro Schmidtmeyer, 1822. 6.o El de John Miers, 1825. 7.o El de Gay, 1835. 8 . ° El de don Juan Hervage, 1841. 9.o El de don Pedro Dejean, 1855 lO.o El de Gilliss, 1856. 11.o El de Pioretti, 1866.


HISTORIA

DE

233

SANTIAGO

cedido a nuestro pueblo el título de muy fiel, otorgándole a más la facultad de dictar sus propias ordenanzas ( l ) . El aspecto de la ciudad había adquirido algún mediano embellecimiento a pesar de la lentitud extraordinaria con que crecía el número de sus habitantes, de tal manera que un siglo después de su fundación podía considerársela c o m o uno de los asientos de primer orden de las posesiones españolas de la é p o c a . S u s s o lares, que al principio quedaban en

cada

cuadra,

se

habían

holgados

a

razón de cuatro

subdividido en 1 6 4 0 en diversos

lotes, según el testimonio de uno de sus propios vecinos. Alonso de Ovalie, que había nacido en 1 6 0 1 y que dejó en aquel año la ciudad

de

su claustro

y

de

su

amor 'para no volverla a

ver. Algunas de sus calles se hallaban ya toscamente empedradas, con una acequia

de

agua corriente por su centro, c o m o

se conservaban hasta ayer, y con calzadas de piedra, angostas, mal ajustadas, pero sobrepuestas s o b r e el nivel del pavimento, a manera de veredas, para el uso de los transeúntes: y así se conservaron

hasta

que

siglo y medio más tarde el presidente

O'Higgins las sustituyó por nuestros c ó m o d o s enlosados. Existían entonces, además de las plazas que antes mencionamos y que talvez habían sido ocupadas parcialmente por las demasías del caserío, una llamada de S a n Saturnino, donde existía una capilla consagrada al patrón de los temblores, y cuyo solar, cuando fué después demolido, de recogidas, que

es

la

sirvió

misma

que

para hoy

construir una c a s a existe

destinada

a

cuartel de guardias cívicas, y de la cual tomó nombre la calle

En cuanto a las vistas panorámicas de Santiago, son innumerables, como las de Gay, Gillis, Hervage, Miers, María Graham, Baxley, etc. Las más curiosas nos parecen las de Schmidfmeyer, pues a más de no carecer de cierta exactitud y de un atractivo colorido, fueron muchas de ellas dibujadas por el general y médico Paroissien, edecán del general San Martín. El pintor de esfilo Molinelli ha publicado también últimamente (1855) en Europa una hoja panorámica de Santiago, tomada, como casi todas las anteriores, desde el cerro de Santa Lucía, que es un admirable punto de mira. El paisajista francés Charíon, el hábil colorista escosés. Gellaty y la mayor parfe de los arlisfas y amaleurs que han visitado a Santiago en el presente siglo, han trabajado vistas de la ciudad y de su adyacente panorama, sobre todo del lado de la cordillera, muchas de las que serían dignas de ser reproducidas por el lápiz del litógrafo y aún unas pocas por el buril del grabador. ( l ) Real cédula de Madrid, marzo 16 de 1628.


234

BENJAMÍN

que todavía

lo lleva.

Otra

el sitio que hoy ocupa L a plaza principal diano aspecto, caían

pero

VIÜUÑA

plaza m a r c a

la iglesia

estaba eran

rodeada

nordoeste,

la cancillería

el centro,

y la c a s a

de cabildo

barandas

estaban

y balcones,

la ciudad

asistían

a

donde

los torneos

u otras

solían

algunas ciudades

principales con

edificio,

lo

destinado

plebeyos

por

común

aristocráticas,

baratillos,

cerse simpáticos

que sólo a nuestros

de

otro

la

en;

cuyos

como

en

de

en

portales

rodeada

de

hombres

de

lides

de

presidentes

graves

se o b s e r v a

fines

la

todavía en

y especialmente en G a de

la

bóveda

a la vivienda

su

que

reales,

y a las

entradas

y para

tras

paños

Audiencia

gentiles

ni los suntuosos por

casas

extremo. L o s

y

de E s p a ñ a todo

Ovalle

los

las

de c a b a l l e r o s

hacerse,

de (l).

de una azotea,

reales,

sin empedrarse,

licia. N o se escondían

y de personas

al

las damas

días de juras

ocasiones

o sala

coronados

toros, que en los

plaza se mantenía

Ana

de edificios b a j o s y de me-

el primero

el ángulo

día

el mapa

de S a n t a

de ladrillo y arquería

al norte y sur, o c u p a n d o

del medio

MACKENNA

de los

almacenes

nombre

compatricios

de

( 2 ) . El

han

aquel

oidores ni

los

podido

ha-

centro

del

co-

(1) Según el plano de Prezier, que es 6 6 años posterior ( 1 7 1 2 ) y mucho más correcto, el sitio que ocupaba la primitiva iglesia de Santa Ana. edificada según Ovalle en 1646, era el que hoy tiene el monasterio de las monjas Rosas. Este último, que entonces era sólo un beaterío, se hallaba situado en el solar que hoy ocupa la familia Orfúzar Ovalle, en el ángulo sudoeste en que farman esquina las calles de Santo Domingo y del Peumo. Aunque según Ovalle la parroquia de Santa Ana fué fondada en 1646, consta de los libros de bautismo que se conservan todavía en la parroquia, que se administraba aquel sacramento desde 1 6 4 1 . La primera partida que se registra es del 2 de agosto de 1641, por el doctor Diego Ordoñez Delgadillo, su primer cura. Santa Ana era entonces una parroquia sub-urbana y casi rural como la de San Isidro, que se fundó 4 6 años más farde como una parroquia de campo. S e gún los libros conservados en su archivo, fundó esta última el obispo Humanzoro en 1686, y su primer bautizo fué celebrado en ese año por su primer cura don Diego de Tapia. Según la tradición, Santa Ana ha sido reconstruida dos veces, después de dos incendios. En cuanto a la iglesia actual, como a la de San Isidro, cuya iglesia es también la tercera, hablaremos oportunamente más adelante. Constan estos datos de cartas que han tenido la bondad de dirigirnos los actuales curas de estas parroquias, los dignos señores don Estanislao Olea y donMiguel Ángel Ortega, cuya oficiosidad nos complacemos en agradecer, tanto más cuanto que sus contestaciones figuran entre las poquísimas que hemos recibidode las personas a quienes hemos pedido datos. (2) Una de estas casas era dedos pisos, según en otra parte dijimos, y a principios del siglo XVII la habitaba doña Balíazara de Jufré, hija del célebre ca-


HISTOBIA

DE

235

SANTIAGO

mercio era en aquellos años la calle

del

rey

en

¡a vecindad

del convento de S a n Agustín, cuya iglesia, dice O v a l l e , se hallaba rodeada de tiendas de comercio. Estas, del

siglo

no

pasaban

de una docena,

que al principio

llegaban, según aquel

cronista, a cincuenta en la é p o c a en que escribió su historia. D e los otros dos costados de la plaza o c u p a b a la medianía del poniente la catedral de piedra que tado de M e n d o z a ,

y

había

comenzado Hur-

cuya torre debió hallarse situada más o

menos en el sitio que hoy ocupa

el

campanario de la actual.

En las extremidades levantábase hacia la d e r e c h a con un portal b a j o de a r c o s de ladrillo, avanzado s o b r e la plaza, el palacio de los obispos, construido recientemente ( 1 6 2 0 - 3 0 ) s o b r e un sitio que compró con su propio peculio el ilustrísimo S a l c e d o ( l ) . D i c e de esta residencia el padre Ovalle, que tuvo un curioso jardín, y antes de la demolición de su fachada, que se ejecutó sólo en 1 8 3 0 , se hizo una m a n s i ó n

histórica por haber residi-

do en ella el ilustre S a n M a r t í n . P e r o el sitio clásico de la c a p i t a l nuestra Alameda, el más hermoso

era

de

entonces, c o m o hoy,

los p a s e o s públicos del

mundo, si ha de valorizarse c o m o panorama. N o p o d r í a m o s por esto privar a nuestros lectores

de

una

descripción minuciosa

que de ella hace uno de sus propios vecinos, que tiene a la vez el atractivo y el respeto de un transcurso de más de dos siglos. «En esta Cañada,

dice

el

jesuíta

Ovalle, que parecía tenerle

particular afición, pues se educó en una de sus veredas (en el piíán don Juan Jufré. que hemos dicho la había consíruído. Esía señora se había casado con un hijo de la desgraciada doña Esperanza de Rueda y del no menos inleliz Pedra de Miranda, cuyo írágico fin contamos en otra parte. Tuvo doña Balfazara tres hijas, doña María, doña Eufrasia y doña Esperanza (del nombre de su abuela) todas las que fueron monjas agusíinas. ( l ) La propiedad de este solar, es lo que ha dado lugar, si no hemos sido mal informados, al ruidoso pleito sostenido entre el cabildo de la catedral y su metropolitano y que ha retardado por cerca de veinte años la construcción del roníispicio del palacio arzobispal que hoy se termina. Como Salcedo había comprado el solar (que según.dijimos fué probablemente déla lamilla delin'eliz Antonio Pasfrana, el procurador de ciudad decapitado por Valdivia) con su propio dinero, unos parientes suyos que residían en Salta, cobraron el valor del terreno al cabildo de la Catedral. Hubo pleito, perdiólo el último y pagó el valor, que era de 12,000 pesos. De aqul_el fílulo de la iglesia a esa casa. La mitra lo reivindicó sin embargo, como derecho propio, a virtud del uso y otros antecedentes qus ignoramos, hasta que un tribunal compuesto de los demás obispos de la república (con excepción del de Chiloé) y el vicario de Santiago, ha dado el título legítimo al último.


236

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

noviciado de S a n B o r j a s ) absolutamente el mejor sitio del lugar, donde corre siempre un aire tan fresco mayor fuerza del verano

y

apacible, que en la

salen los vecinos que allí viven a to-

mar el fresco a las ventanas y puertas de calle, a que se añade la alegre vista que de allí se goza, gente que perpetuamente una

y

otra

pasa

parte: y una

como

así

por

el

gran

trajín y

por la salida que hay a

hermosa alameda de sauces con un

arroyo que corre al pie de los árboles desde el principio hasta el fin de la calle; y el famoso convento de S a n Francisco, que está ilustrando y santificando aquel sitio con una famosa iglesia de piedra blanca echa de sillería, y una torre a un lado de lo mismo

tan

alta

que de muy lejos se da a la vista a los que

entran de fuera: es de fres cuerpos con sus corredores y remata el último en forma de pirámide, es muy airosa, y de lo alto de ella se goza por todos

lados

de

bellísimas vistas que son de

grandísimo recreo y alegría» . Era a la verdad tan espléndido el panorama, que ofrecían en su derredor o a la distancia todos aquellos lugares, que el mismo sencillo fraile, de cuyo ingenua relación la C a ñ a d a ,

describe

en

copiamos primores de

estos términos, no del todo privados

de una simpática elocuencia, las grandezas de los Andes,

cuan-

do desde el valle divísanse sus altas

alba,

esplendente

flecadura

del

cumbres

cortinaje del cielo.

como

«Entonces, dice,

rayando el sol en aquella inmensidad de nieves empinadas

laderas y blancos

la

y

en aquellas

costados y cuchillas de tan dila-

tadas sierras, hacen una vista que aún a los que nacemos y estamos acostumbrados a ella nos admira

y

da

alabanzas al criador, que tal belleza pudo criar» Descendiendo ahora de la magnificencia los humildes haberes del

cortejo,

he

de

la

pagaba

por

su

diaria

«Abunda tanto, dice aquél,

de

(l). naturaleza

a

aquí c o m o otro cronista

contemporáneo refiere de qué hacían su puchero cuánto

allí

motivos

subsistencia

los vecinos y

cada

familia

(2).

la capital del reino en las m e j o r e s

gallinas del orbe, que no valen más de a real, y el mejor c a p ó n real y medio, dos o tres pollos

un

real y un

grueso

(1) Ovalle, pág. 169. (2) El cronista de Indias Tribaldos de Toledo, que escribió en 1 6 3 4 , tada, pág. 8.

cordero

obra ci-


HISTORIA

DE

237

SANTIAGO

olro, y el cabrito al mismo precio: el mejor carnero que puede haber, dos reales y el que más dos y medio; y

a

esta causa

no hay carnicería pública en la ciudad; de manera que son tantas las excelencias que hay en este buen temple, que se pueden en suma encarecer con decir que hasta los ratones en los campos

se

comen

que

se crían

y estiman por mayor regalo que en

España los mejores conejos de ella.» «Es el sitio de esta ciudad, añade otro

contemporáneo

ha-

blando de su excelente asiento topográfico, capaz de innumerables vecinos y no tiene quinientos: abundante de mantenimientos regalados. S u s habitadores son nobilísimos y de

ánimos

gene-

r o s o s , muy honradores de forasteros, hombres valerosos., en el o c i o galanes

y

corteses.

Ejercítense a caballo y son general-

mente todos excelentes y fortísimo jinetes de ambas sillas.» El

vecindario

de

(l).

S a n í i a g o en la época de que nos ocupa-

mos y contado ya un siglo

de

existencia,

no

pasaba,

según

testimonios contemporáneos de seiscientos vecinos, bien que por una razón inversa

de

las

primitivas

condiciones

sociales

que

presidieron a la planteación de la colonia, existiese a la sazón un triple número de mujeres ( 2 ) . La guerra, en efecto, no hacía sino viudas y huérfanas, de

suerte

que

para

cada

varón

en

estado do desposarse, sobre todo en las clases superiores, había al menos seis o más doncellas. Y de este hecho curioso y c a racterístico vinieron dos fenómenos

sociales,

uno

de

los

que

subsiste todavía en todo su auje, a saber, el extraordinario desarrollo de los monasterios de M o n j a s , que mienío, y el desprestigio injusto,

vulgar,

va

pero

ya

en

decai-

característico y

(1) El montañés Tesillo, obra citada, pág. 3 1 . Tesillo era natural de las montañas de Santander, y por tanto muy aficionado a nuestro país. «Oh! Chile, exclama en una parte de su curioso libro. Oh! provincia la más agradable sin duda, de toda la América». Por este mismo tiempo (marzo 16 de 1634) escribió desde Concepción don Lorenzo Almen su informe ya citado sobre el gobierno de Lazo de la Vega, y en él encontramos los siguientes conceptos sobre Santiago y especialmente sobre los Sanfiaguinos. «Es la ciudad de Santiago población de 5 0 0 vecinos, el sitio capaz de diez mil y el valle amenísimo, el temple escogido, los mantenimientos muchos y buenos, y la más parecida a España en todas de cuantas hay en las Indias occidentales; pero como está compuesta de maestres de campo, capitanes y soldados y son sucesores de los conquistadores primeros que tuvo esfe reino, a la milicia se inclinan poco». (2) Tribaldos de Toledo (1634).


238

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

profundamente arraigado en nuestras costumbres,

del

celibato

femenino, preocupación que sólo la cultura y engrandecimiento de la mujer

por

la

mujer misma ha podido ir dominando en

Europa y especialmente en la América del Norte. D e b í a s e a esta circunstancia, que se presta nes muy interesantes

sobre

cierto aspecto físico de suma pital. L a s mujeres no

a

consideracio-

nuestra actual organización social, tristeza que

pesaba sobre la c a -

salían jamás de la casa, y los hombres,

apenas cuando iban a

caballo

a sus c h a c r a s o a sus diarias

ocupaciones ( l ) . L a s rivalidades sociales que habían comenzado a los oidores y especialmente tan altos sus moños, bién a despertar esa

sus

introducir

soberbias esposas, que traían

como aquellos su copefe,

comenzaron tam-

incurable

emulación

de

madre inagotable de estos dos

monstruos

derrocadores de

paz de las familias que y que son de origen tan

se llaman

nuestras calles,

todavía el lujo

antiguo, que ha

y el

la

chisme,

llegado a mirárseles

c o m o instituciones sociales y aun domésticas. Y a hemos visto c o m o el apostólico

padre

Ovalle, que

era

hijo de un rico mayorazgo y de la ilustre estirpe de los P a s í e ne (2) se escandalizaba de los estragos que había hecho en la (1) Era de íal modo desierto el aspecto de la ciudad, que habiéndose asomado a la portería de la Compañía un jesuifa recién llegado de Europa a principios del siglo, exclamó al ver tanta soledad. Aparení rare nantes in jurgite vasío. (2) Don Francisco de Ovalle, el capitán que dijimos trajo el socorro de los portugueses a Santiago, se casó con una nieta de Juan Bautista de Pasíene, y don Alonso lué su segundo hijo. Como un ejemplo del desarrollo genealógico da las familias de Santiago en esa época vamos a citar lo que dice Ovalle de la de Escobar, que era una de las más distinguidas de la colonia, según en otro lugar dijimos, a propósilo de la participación de uno de sus miembros en la pendencia de los Mendoza y de los Lisperguer, y de la prisión de otro por don Francisco Lazo de la Vega. El capitán don Cristóval de Escobar vino a Chile en 1546 o 1547. Tuvo por hijo a don Alonso de Escobar, que se estableció en Chile y debió ser el suegro de la tantas veces nombrada doña Isabel de Guzmán. Ahora bien, entre hijos, nietos y bisnietos de este último, el padre Ovalle dice haber conocido antes de su salida de Chile en 1640 no menos de óchenla y siete personas, y de éstos un tronco de familia, el general don Luis de las Cuebas, que se había presentado con ocho hijos armados de punta en blanco a ofrecer sus servicios para la guerra. Entre estos ocho debían ir aquel don Juan y aquel don Luis Cuebas eí mozo de 4jue tenemos dada ya noticia. No es dilerenfe la savia que hoy alimenta en nuestro suelo el árbol frondoso de las familias. Conocimos un caballero que, habiendo muerto en 1849, dejó once hijos y éstos en 1855 habían juntado ciento cuatro nietos, de los que sesenta eran


HISTORIA

DE

239

SANTIAGO

..simplicidad de las costumbres la introducción de las pompas de la Audiencia, y aquí debemos añadir que en cuantas ocasiones s e le presentan no deja

de

arrojar sobre ellas

«porque los que antes, dice, vestidos con la templanza gente más noble, no

salían

que usaban los

pueden hoy

vestidos de seda, o paño

de

sus

censuras,

muy honrados a

la plaza

más principales y la

parecer en público sino con

Castilla,

que

aun

suele

costar

más, porque una vara vale de doce a veinte reales de a o c h o . Ni puede

parecer

decente quien

tiene

opinión

algún

caudal,

menos que con criados vestidos de librea, más o menos,

con-

forme tiene cada uno el posible, y de algunos años a esta parte han dado en usar

quitasoles de

mucho precio, y si b i e n ' a l

principio comenzaron por la gente de

primera clase, hoy deja

de usarlos solamente quien no puede, y aunque parecen son de mucha autoridad Ja salud;

y mayor

pero en fin es

mayor

bien y

comodidad y provecho para cargo y gasto y aumenta los

forzosos que trae consigo el vivir en c o r t e » . Critica también amargamente el buen padre la moda que entonces, según él, se había

introducido

y que

en

realidad

re-

monta a los zarcillos de R e b e c a , de

los regalos nupciales. «Y

han dado, dice (pág.

ricos

1 6 9 ) en

hacer

presentes a las no-

vias a las primeras vistas después de hechas las capitulaciones y yo los he visto hacer de mucho valor, como ser de esclavos ( l ) vestidos, estrados (alfombras) y escritorios llenos de preseas y joyas de oro y piedras preciosas». mujeres y cuarenta y cuatro varones. Hoy mismo conocemos un joven de 3 2 años que cuenta setenta y dos sobrinos vivos, hijos todos de hermanos, y por último un caballero que apenas tiene cuarenta, encierra ya en los colegios de la capital once hijos, fuera de los que van a la escuela y de los que se están criando o por nacer en la casa... Bendito sea el charquicán! ( l ) Por este tiempo era muy considerable el número de negros que existía en Chile y a ellos especialmente se aplicaba el título de esclavos, pues los indígenas no lo eran ni podían legalmente serlo. Venían entonces en grandes partidas en tránsito para el Perú después de haber sido trasportadas directamente de Cuyo y Guinea a Buenos Aires, y en seguida a través de las pampas y cordilleras, para ahorrar así el costo ingente de trasporte por el istmo y las enfermedades de aquellas zonas, que disminuían su número. Es un hecho curioso y desconocido que el ilustre general Las Heras viniese a Chile en su juventud (1800) a cargo de una de estas arrias de ganado humano, como empleado de una casa especuladora de Buenos Aires, hecho que él mismo contaba y que ofrecía un singular contraste con su gloriosa carrera de libertador. En 1640 pasaba de 4 0 0 el número de negros que existía en Santiago, según el padre Ovalle, lo que constituía casi la mitad de la población de hombres blan-


BENJAMÍN

240

VICUÑA

MACKENNA

Si esto era en lo privado, en lo público y ostentoso los s a n tiaguinos no dejaban nunca de

pagar su tributo a su vanidad,

cuando la fiesta, entiéndase bien, era pagada por

el tesoro pú-

blico, pues no hay memoria de un pueblo al que le haya g u s tado divertirse gratis

tanto c o m o el nuestro; y es esta talvez la

razón porque la ilustre municipalidad tiene hasta hoy cedido tis su teatro, que en esto es distinto también más teatros del universo. A

cada entrada

gra-

de todos los de-

de

gobernador

santiaguinos hacían, pues, la misma locura que habían

los

hecho en

la recepción de la Real Audiencia en 1 6 0 9 , esto es, dejar que el municipio se arruinase día de solaz.

con

tal que los vecinos

«Son en aquel reino muy

lucidas

pasasen

un

estas acciones,

dice de la recepción de L a z o de la V e g a su maestre de c a m p o Tesillo, seos»

aunque

no se proporcionan

las

fuerzas

con

los d e -

(l).

P e r o donde se ostentaba con todo su esplendor la suntuosidad y la gala de la comunidad santiaguina escénico

de su culto. N o había

eclesiástico

agua

en

nuestra

no había una sola marqueta

en

era

en el aparato

aquel siglo eminentemente

ciudad que no estuviese bendita, de

cera

que no estuviese consa-

grada a los altares, no había un retazo de tisú de oro que no sirviese para vestir santos, así como era raro y casi deshonroso que exisliese una gran familia sin un provincial de su sangre,

o

por lo menos sin contar con un asiento en el coro de la catedral, dignidad, empero,, inferior en

mucho a la que imprimía el

triunfo y el escándalo de un gran capítulo conventual. eos de la ciudad. Tanta era, en efecto, su desproporción, que el presidente marqués de Baides llegó a temer por la seguridad de la población si llegaba a emplearse en las Tonteras las cortas milicias que guarnecían a aquella. «Y por estar tan poco habitada de españoles, dice de ella, en carta al rey de noviembre 14 de 1639 (Gay, documentos vol. 2.o, pág. 4 1 0 ) y tan disipado de naturales, si de él se hubiese de proveer el real ejército de gente, sería dejar las casas sin habitadores, los campos sin labranza, y las mujeres, niños y viejos eclesiásticos e impedidos en poder y albedrío de indios y de negros, gente poco segura y mal contenta» . — Las fuerzas que tenía Santiago en 1640, según Ovalle, consistían, en una compañía de capitanes reformados que constituía la guardia del presidente, otra de vecinos encomenderos, que servía como de lujo y adorno urbano, cual nuestra actual guardia nacional: dos compañías de caballería, lundada probablemente por los labradores y chacareros del valle, y fres de infantería, compuesta de las diferentes clases de la población. Contendrían en su totalidad de 150 a 2 0 0 individuas de tropa, de los que sólo una tercera parte sería capaz do tomar las armas. ( l ) Tesillo, pág. 32. La recepción de Lazo tuvo lugar el 23 de julio de 1 6 3 0 ,


HISTORIA.

DE

241

SANTIAGO

A fin de ofrecer un e s c a s o trasunto de las pompas católicas de esa ra de

edad, queremos

únicamente hacer la descripción some-

las que teñían lugar durante

la

semana

santa.

comparación con las que se practican en el día podrá

D e su

deducirse

la diferencia de las é p o c a s . Iniciábanse

las solemnidades

c o m o se acostumbra todavía el

miércoles santo; y en ese día tenían lugar tres procesiones racterísticas, de las que nuestras

devotas

no

conservan

ca-

en el

día la más débil tradición. S a l í a la primera de la iglesia de la Compañía y componíase exclusivamente de negros, hombres y mujeres, que llevando sobre unas andas la imagen de la V e r ó n i c a , iban a tomar su puesto en la plaza, frente a la Catedral. La segunda

era la procesión de los mulatos, y pertenecía a

S a n Agustín, donde

tenían

su

cofradía. Vestían

éstos túnicas

negras y cargaban la imagen del Cristo agobiado con el peso de la cruz. O p e n a s a s o m a b a el último cortejo, desembocando en la plaza por la calle del Rey, adelantábase de la

Verónica,

a su encuentro la procesión

y ésta por medio de secretos resortes, que mo-

vían debajo de los

paños

del

a c e r c a b a al

anda,

rostro

del

Cristo un lienzo blanco y le enjugaba la sangre y el sudor. Esta éste el preciso momento

en

que

la tercera

procesión,

llegando de la M e r c e d , hacía su aparición en el recinto y completaba el paso

y la emoción de los cristianos y el pasmo

fundo

indios,

de

los

en

cuya

edificación eran

pro-

principalmente

a c o m o d a d o s aquellos espectáculos. Llamábase la última la procesión

de los Nazarenos. Vestían éstos túnicas rojas

y condu-

cían en sus hombros una anda en que se veía a la virgen sumida en profunda consternación y a su sobrino S a n J u a n Bautista mostrándole la compasión

de

la

Verónica, y consolándola

con aquel tierno lance. Al día siguiente tenían lugar las procesiones llamadas de gre

en las que no se escuchaba ^por

pavoroso alarido de los penitentes, de rosetas,

toda

la

ciudad

san-

sino el

los golpes de las disciplinas

las caídas de los aspados,

y todo

esto

en

medio

del lúgubre canto de los frailes y de los gremios y de los gemidos y sollozos con que las damas corrían, seguidas de toda 16


242

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

su servidumbre, de una iglesia en cias de las

otra, ganando las indulgen-

estaciones.

En las primeras horas de la noche de este día recorrían las calles dos procesiones plebeyas, que salían, la una, compuesta exclusivamente de indios, de S a n renos de S a n t o Domingo, diversos conventos

e

F r a n c i s c o , y la otra de mo-

iban recorriendo las calles y los

y monasterios, donde salían a recibirle las

comunidades y cofradías con cirios encendidos en las manos e invitándolos a hacer allí estación.

A la mañana siguiente, podía

marcarse en el pavimento por los c h o n o s de sangre el itinerario

que

habían recorrido aquellos grupos fanatizados hasta el

martirio, hasta el frenesí. P e r o daban las doce de la noche, y a esa hora precisa, las puertas de la M e r c e d se abrían, rechinando en el silencio más profundo, para dar paso a la más solemne, a la más triste y, a la vez a la más imponente y aterradora de aquellas ceremonias. E r a ésta la famosa procesión llamada de la

Vera

Cruz,

que tenía todavía lugar a principios del presente siglo, y a la que en nuestro propio tiempo

se

ha erigido una hermosa ca-

pilla, junto al anónimo palacio

que se ha llamado de Valdivia.

Era esta procesión compuesta exclusivamente de caballeros,

y

tenía por objeto honrar la imagen del Cristo histórico que hoy se ve sobre el altar mayor de la iglesia erigida a su invocación y que hasta entonces se conservaba

con

gran acatamiento en

la M e r c e d ( l ) .

( l ) La devoción de la Vera Cruz, sobre cuyo origen se conservan en nuesíro pueblo vagas y confradicíorias versiones, arranca desde los tiempos heroico supersticiosos del Cid Campeador y de Alonso II, cuando hizo su entrada solemne en Toledo (1087), llevando en sus manos una cruz, formada con dos ramas verdes que cortaron de un árbol, y que debía sostituir a la odiada media luna. Desde ese dia acostumbróse en las ciudades principales de España conmemorar aquel hecho clásico de la historia nacional organizándose cofradías con el nombre de la Vera Cruz, a las que e! pontífice Gregorio VII concedió indulgencias extraordinarias. Estas instituciones pasaron a América con la oonquista, y de aquí el nombre de la Vera Cruz, dado por Cortés a la primera (ierra que pisó en Méjico. Pizarra la inauguró en Lima en 1540, y el obispo Loaiza hizo sus constituciones en 1570, época en que probablemente pasó a Chile. En este país, como en el Perú, esta cofradía desapareció con el frastorno profundo de la independencia; sin embargo, en 1835 tenía todavía en Lima 148 hermanos que pagaban 3 0 pesos de incorporación y 3 pesos anuales. Dícese por algunos que. el crisío de !a Vera Cruz lué obsequiado a la ciudad


HISTORIA

DE

243

SANTIAGO

Era asunto de las más graves deliberaciones del cabildo, de agravios políticos, de celos profundos, de enemistades y hasta de intrigas

tenebrosas,

la

designación que se hacía cada año

de la persona que debía llevar en sus manos el venerado leño, así c o m o la del que sostendría

el

guión y aún la de los más

inmediatos acompañantes. Hacíase esa elección por sufragios, y generalmente cabía su honor al más rico, y por tanto, al más influyente de los vecinos; y no podía ser de otra suerte, porque el elegido debía costear el sermón, la orquesta vocal e instrumental

de

la

función,

y los médicos y auxiliares encargados

durante el curso de la procesión, de s o c o r r e r a los tes,

y

aspados

manso

y

demás

L a procesión de la

Vera

de

Cruz

era tal el rigor de los castigos los ánimos, que dice que se matan

que formaban el cortejo del

penitentes

humilde S a l v a d o r

un

disciplinan-

los

hombres y de sus penas.

era esencialmente de sangre, a

testigo de vista:

y otros que se abren

y

la carne y la contrición de «he visto a algunos

las carnes*

( l ) . Cuánta bar-

barie humana en nombre del cielo! P o r lo demás, aquella fiesta era exclusivamente aristocrática. No podían alumbrar en ella sino los caballeros,

y

en

conse-

cuencia cada cirio, que era de cera barnizada de verde en memoria de las ramas de Toledo y de un grosor extraordinario, valía talvez el salario

de

pueblo. Disputábanse

por

muchos esto

meses

aquel

de

insigne

un

hombre

honor

lo

del más

selecto del vecindario, y entre nuestros mayores era una ejecutoria de nobleza d e c i r : — «Mi padre o mi abuelo alumbraba en la V e r a Cruz.> de Sanfiago por Felipe II, y no falla quien suponga de pre erencia que es el que hizo venir de Burgos, copiado del famoso crisfo milagroso que se venera en su catedral, el virey Hurtado de Mendoza, en desagravio del que se suponía habia echado al agua y escarnecido el pirata Hawkins en la bahía de Valparaíso, en 1591, episodio que pertenece a la historia de esta última ciudad. Era un hecho cierto que el cristo vino a Chile, que se le hizo una procesión da desagravio en 1594 y se le colocó en un altar de la Merced, pero la esfigie de la Vera Cruz e.5 muy diferente del de Burgos, que vimos y examinamos en su propio altar en 1660. Concluida la devoción y la cofradía de la Vera Cruz, los frailes de ¡a Merced arrojaron su crucifijo al de profundis de los santos viejos, y de alli le sacó y restituyó a su altar, que le habia usurpado la virgen del Carmen, el procurador de ciudad don Ignacio de Reyes, actual contador mayor. De allí le llevó a su residencia actual el ilustrado misticismo del intendente don Miguel de la Barra, como oportunamente contaremos. ( l ) El padre Ovalle, pág. 167.


244

BENJAMÍN

C o m o en ios dos

días

VICUÑA

MACKENNA

anteriores,

el

viernes

lugar dos procesiones a cuál más lúgubre que no eran propiamente de la Piedad

sangre.

santo

tenían

y melancólica, aun-

Llamábase la primera de

y se había instituido sólo

a

principios del siglo en

S a n t o D o m i n g o . Consistía en una serie de andas en cada una de las cuales iba la pasión, y cuyos

un

ángel llevando uno de los emblemas de

alumbrantes

asistían

vestidos

con

túnicas

moradas. La segunda salía por la noche de S a n Francisco un profundo silencio. C o n o c í a s e con el nombre de la

en

Soledad,

porque la cofradía que la celebraba tenia una capilla bajo esta denominación junto a aquella iglesia,

la

que,

según

creemos,

debió su origen a la piedad y al dolor de la viuda de P e d r o de Valdivia, y es la misma que hace algo más de veinte años restableció con sus cucuruchos don P e d r o Palazuelos

C o m e n z a b a la ceremonia, descendimiento

de

la

y su sepulcro el devoto auditor

Astaburuaga. como

Cruz,

se

practica todavía, por el

«sin que se oyera, dice el padre

Ovalie, a quien debemos la mayor parte de estos detalles, otra cosa que los golpes del martillo

y

los

de

los pechos de los

fieles.» Recorría la procesión la calle del Rey y la plaza, volviendo en seguida por su actual itinerario a la S o l e d a d , donde se recibía del sepulcro y de su precioso cadáver, a c o m o d a d o con esquisito primor, la angustiada

imagen

de

la

madre del Redentor.

«Y allí, dice el autor antes citado, hablando c o m o testigo presencial, desenvolviendo

un

delicado

lienzo

que llevaba en las

manos, le aplicaba al rostro c o m o quien llora, y luego abriendo los brazos los enlazaba en la cruz, y arrodillándose a su pie, la besa una y otra vez y vuelve a abrazarla y a hacer otras demostraciones de dolor y sentimiento, y todo esto con tan gran primor y destreza,

que parecía persona viva.»

Llevamos en cuenta durante tres días de la S e m a n a S a n t a no menos de o c h o procesiones hasta la noche del viernes, y antes de amanecer el s á b a d o ya recorrían las calles o el claustro otras cuatro do estas fiestas, copiadas del culto verdad, en los presentes

días,

por

cada

pagano, y que, a la destello de divinidad

que las alumbra, tienen mil otros mundanos, acopio

abundante


245 para el cesto del confesionario, aún

entre

las

más tímidas de

las deidades que las presiden. Tenía lugar la primera de aquellas en los claustros de S a n t o Domingo, que a la sazón eran los más hermosos de la ciudad, que se hallaban recién construidos ( 1 6 4 7 ) , y la celebraban únicamente los caballeros,

es decir, los encomenderos y los vecinos

nobles que llevaban tal título por ser descendientes de los primitivos conquistadores.

En todo lo demás, era esta fiesta sim-

plemente un contraste de la que se celebraba con tan lúgubre pompa en la media noche del jueves santo. C a d a asistente se esmeraba en llevar sus más ricas galas para escoltar el paseo de los emblemas de la resurrección. Las otras tres salían a la hora del alba

de S a n

Francisco,

S a n t o Domingo y la Compañía, y eran celebradas por las cofradías

o gremios que tenían respectivamente sus fundaciones

aquellas iglesias.

La

procesión

de

la

en

última pertenecía a los

indios, y tenía de curioso que el niño Dios, de cuya imagen hacían un pagano emblema, los indígenas y al son

era paseado

vestido con el traje de

de sus monótonas cantinas, tamboriles y

flautas de cañas de melancólico tañido. Tales

eran

únicamente las

fiestas

de las calles

públicas en

los últimos días de la cuaresma, pues se habrá notado que no hacemos mención de ninguna de las pomposas ceremonias

que

tenían lugar en el recinto de los templos. Habráse, entre tanto, de formar

idea

de

su

magnitud

y del

contraste

de aquella

época con la presente, recordando que de la primera sólo nos queda un vestigio en las

dos

procesiones

resucitado por un espíritu

Sepulcro,

ñor Resucitado

llamadas de!

Santo

exaltado, y en la del .Se-

que ha venido a ser únicamente una devoción,

o más bien, un entretenimienlo matinal de cocineras y gañanes. O t r o tanto Corpus

puede

decirse

ha

sucedido

con

las funciones de

que en aquellos años, en que el almanaque era sólo el regis-

tro de las festividades de misa de guarda, de ayuno y jubileo, ocupaban un mes entero, siendo la festividad predilecta de los indígenas,

según se observa todavía en algunas localidades de

la república, especialmente también

fiestas

peculiares

en el Norte, L o s negros celebraban el día de reyes, en que salían

dos con los trajes y las armas

de

vesti-

las tribus de África a que


246 habían pertenecido y rendían culto a la Virgen

diputándole un

rey que para el caso elegían entre los esclavos de más cuenta en las casas solariegas de la ciudad. Fué también por estos mismos años ( 1 6 4 5 ) , cuando una orden, en que se ordenaba rendir cuito por el devoto Felipe IV, disputa tan grave

y

despertó

especial

entre

los

idolatría.

la

real

Virgen

santiaguinos una

calorosa c o m o las que hoy mismo tienen

lugar por otras deidades de la tierra que tienen punto

a

alguno

de

contacto

con

«Se recibió real orden,

dice

en nuestro juicio no

el

cielo,

a no ser su

el historiador Carvallo,

contando este suceso, dada en Madrid a 1 0 de mayo de 1 6 4 3 para

que

se

erigiese

Virgen M a r í a suceso

de

y

las

se

una le

advocación

hiciese

armas.

fiesta

nuestra

señora la

El Ayuntamiento eligió la del S o c o r r o ,

que se venera en S a n Francisco,

y

la

fuese Nuestra S e ñ o r a de la Victoria

y

en la Catedral»

de

anualmente por el buen Audiencia se

mandó que

celebrase

la fiesta

(l).

«A consecuencia de esta resolución de la Audiencia se celebró

cabildo

abierto

minó hacer

fiesta

Socorro,

costa

a

en

en

28

San

de

abril

de

Francisco

de

1645 y Nuestra

se

deter-

S e ñ o r a del

de los capitulares, y se continúa hasta

hoy

esta devota determinación. El rey costea otra en desagravio de los ultrajes qne

se

hicieron

en

cierto tiempo al Augusto S a -

cramento del Altar y se celebra el día de S a n ¡Qué tiempo y qué contrastes!

Andrés.»

No llegaba a Chile a princi-

pios del siglo buque ni comerciante que no trajera

ricas colec-

ciones de imágenes de bulto para adornar los altares, fuera de las

que

se

trabajaban

con

notable

talento

país, una de cuyas obras, el famoso Señor dado

como

un

verdadero

aterrador que presidía

en

monumento las

por de

del

artífices del ha

Mayo,

que-

espíritu lúgubre y

concepciones religiosas,

Y

hoy

vemos que en S a n t i a g o mismo caen en falencia los que especulan en santos y en casullas, fuera de provincia un amigo nuestro

vio

a

que

en

un pintor

una

ciudad de

quiteño

ocupado

( l ) Según Gay, el moíivo de esfa elección fué que la imagen venerada en la Catedral era íac símile de la que había sido rescatada de los moriscos de Granada por Felipe II, y de la que este rey había mandado distribuir copias entre sus posesiones de ultramar.


HISTORIA

en transfigurar una virgen

DE

247

SANTIAGO

de D o l o r e s en un S a n J u a n Bautista,

por medio del apéndice de los bigotes: tan e s c a s o había llegado a ser fuera de la capital el repertorio

de

las

imagines! El

pueblo, sin sentirlo, se ha hecho iconoclasta, Por

cuanto

llevamos

dicho

tumbres, las fiestas religiosas tiago, se habrá

encontrado

sobre la y

los

arquitectura, las cos-

progresos

talvez justificada

ediles de S a n nuestra

aserción

hecha al principio de este capítulo, y según la cual la

humilde

colonia del M a p o c h o , que su fundador había

dejado

por pajizos techos, comenzaba

siglo después de

a

tomar

un

cobijada

nacida el aspecto de una ciudad más que mediana, a pesar de haberla visitado casi año por año todas las plagas que pueden afligir a la humanidad. Faltábale

todavía

sufrir

hasta hoy tenga memoria, antes de para

describir

completar

el mayor y

ya

de

los

estragos

esta hora se

hecho tan aciago, hácese forzoso

el cuadro

de

el bosquejo de sus órdenes

la

de

la

instalación de

otras, así c o m o de sus templos,

sus claustros y hermifas, único género de construcciones c a s que entonces tenía voga y esplendor. eil formarse más cabal idea a transformar desde

del

la

Nuevo

públi-

Así será menos difí-

del espantoso cataclismo

sus cimientos

conquistadores, la Santiago

Mas,

detenerse

ciudad, trazando a la ligera

monásticas,

las unas, del progreso de las

de que

acercaba.

antigua Extremo.

capital

que iba de

los



CAPITULO

XVIII

Los claustros en el siglo XVII Los primitivos jesuítas.—La creación de San Ignacio es un paso de infinito progreso.— Comienza el desenfrailamienfo

de los claustros.—Indisputables servi-

cios que su introducción trajo a la colonia.—Respeto con que son recibidos en Santiago.—Se hospedan en el convento de los dominicos.—Reunión para asignarles solares.—Sagacidad

popular

del padre Baltazar de Pinas.—Compran

un sitio de preferencia y central.—Edifican una iglesia provisional bajo la invocación de las Once mil vírgenes.—Abren

cátedras de enseñanza

Escuelas primarias.—-Echan en el Convictorio de San miente del actual Instituto

pública.—

Francisco Javier la si-

Nacional.—Edifican el noviciado de San

Borja.—

Construcción de la primera iglesia de la Compañía.—Fundadores y bienhechores.—Expléndido

don del

portugués Madureira.—Decléranse

los jesuítas de

Chile independientes de la provincia de Lima.—Progreso de los claustros de regulares a pesar de la oposición civil de los gobiernos.—La misión de los frailes perteneció más a la conquista que al coloniaje.—Los dominicos fundan la universidad pontificia de Santo Tomás, sus grados y su plan de estudios.— Ruidosos capítulos y su lucha por hacerse independientes.—Frailes célebres de San Francisco.—El capitán Toro Zambrano.—El siervo de Dios Juan de C a ñ a s . — Curiosa noticia del presidente Fernandez Córdova sobre el estado de las órdenes regulares en 1 6 2 7 . — P r o d i g i o s o desarrollo de las monjas Agustinas.— Las siete hijas del capitán

Molina.—Las Clarisas de Osorno se instalan en

Santiago.—Sus aventuras y sus reliquias.—Templos de Santiago antes del gran terremoto de 1 6 4 7 . — L a Compañía.—Miguel de Telena.—La

Catedral y sus

principales altares y capillas.—Santo Domingo y la Merced.—El Señor Mayo.—El

de

almirante Gallego.—Lameros lega a los agustinos la hacienda de

Longofoma.—La orden hospitalaria de San Juan de Dios, su iglesia y su hospital.—Aspecto lúgubre y conventual de Santiago en

Al

1647.

proseguir la historia de los claustros de S a n t i a g o ,

inte-

rrumpida a la postre del último siglo, sin disputa, el puesto de


250

BENJAMÍN

VICUÑA

honor pertenece a la Compañía

MACKENNA

no sólo por el orden

de Jesús,

cronológico, pues llegaron a nuestro suelo en los últimos años de aquel ( 1 5 9 3 ) , sino por el mérito de

la justicia, en atención

a los insignes varones que produjo, a su misión altamente civilizadora y a

los

eminentes servicios que prestó a la república

antes que, degenerando de sus primitivas y severas instituciones, se hubiesen entregado sus miembros a delirantes ambiciones y a la culpable

codicia de bienes terrenales, que sobre ellos trajo

aparejados

su desprestigio moral y su ruina c o m o instituto ecle-

siástico. Ninguna orden

civil y monástica había nacido, en efecto, de

orígenes más humildes ni remontádose a mayor altura en el orbe cristiano

por aquellos días que la de jesuítas.

pierna en el sitio de Pamplona

Herido en

una

un simple capitán de tropa, la

lectura de un libro místico que hiciera sólo por solazar las horas de su curación, exaltó su espíritu enfermizo a tal grado, que, dejando

el lecho y la casa

paterna y rompiendo

con una dama de Castilla, arrojó la espada ñando en su

sus

amores

del cinto; y empu-

lugar una cruz y una muleta, fuese por las provin-

cias de su patria a buscar prosélitos de su exaltado misticismo. No los halló, y antes bien perseguido c o m o iluso por los inquisidores, buscó el fruto de su propaganda

en

el

destierro.

Y

asi, pobre, oscuro, perseguido, cojo y viajando a pie, fué sucesivamente a París, a R o m a , a Jerusalén, las tres grandes capitales de la

humanidad

años de lucha,

moderna, hasta

que a los

diez y siete

reúne siete secuaces. Ignacio de Loyola podría

muy bien no ser un santo, después de esta y prodigios, pero indudablemente

vida

de aventuras

era un grande hombre,

como

lo fué P a s c a l , por ejemplo, el más terrible- de los impugnadores de su formidable mado loco,

creación, y que no porque

le hayan

lla-

(y a la verdad que. lo fué un p o c o ) í d e j ó de ser una

de las más altas lumbreras de la humanidad. Al fin se promulga en R o m a la famosa bula Regimíni fis ecclesioe

(setiembre

2 7 de

1 5 4 0 ) . La orden estaba

militanfundada.

L o s jesuítas comenzaron a dispersarse por el mundo. D í g a s e lo que se quiera en contra de los

principios de aque-

lla orden, que, así como su organización posterior y desnaturalizada nunca encontrará las simpatías de los espíritus ilustrados,


251

HISTORIA DE SANTIAGO fué grande,

útil y oportuna en su iniciativa. Fué una necesidad

del siglo y del espíritu humano, una transacción entre el y el presente, el primer paso que la sociedad desenfrailamiento monacal

en su sentido

pasado

moderna daba al

estricto de soledad y

de contemplación, de aislamiento y de egoísmo, de superstición ciega en el alma y de atraso radical en los espíritus. La pañía de

J e s ú s , tal cual

la concibió su ilustre

cual se desarrolló en su primera edad, hermandad de claustro, tad mundana. S u s

Com-

fundador y tal

no era propiamente una

era una institución mitad religiosa, mino debían

vivir reclusos sino en

medio de la sociedad, de sus combates,

miembros

de sus peligros y por

lo mismo de sus tentaciones al mal y al placer, por

el conta-

gio de las pasiones. Ignacio de Loyola fué para el catolicismo lo que Martín Lutero para la reforma, y tan cierto es esto, que el principal móvil del osado fundador guipuzcoano fué salir al encuentro al temerario

reformador

el último era fraile, lo poltrona de monjes

solitarios, fué

como sinónimo del nombre pas, una sociedad,

alemán. S o l d a d o aquel,

que Loyola creó

en fin,

no fué una

una

milicia,

como

comunidad

una

compañía,

que se da a cierta reunión de tropara que viviese activa en medio de

la sociedad del mundo, y de aquí sus diversos nombres siempre homogéneos

en su

de J e s ú s , Sociedad

significado mundano de J e s ú s , Regimíni

y militante.

militantis

Compañía

ecclesice

como

dice la Bula de su erección. Y esta manera de ver y de juzgar la institución religiosa que más influencia en nuestro nuestro escritores

política y social y más poder

pueblo

durante

humilde criterio. que con

dos siglos, no

«Ignacio de

y riquezas

es sólo

ganó

propio de

Loyola. dice uno de los

más conciencia y más imparcialidad se ha

ocupado de esta célebre orden ( l ) , no quiso

que su compañía

se pareciera a ninguna de las órdenes religiosas existentes, porque era también otro su objeto y su fin. Así, ni siquiera le dio traje particular, sino el ordinario de los sacerdotes seglares de cada país, c o m o a hombres destinados a vivir dentro de la sociedad. A los frailes, como desfinados a la vida contemplativa, c o m o a gente apartada del mundo, se les prescribía la soledad, ( l ) Lafuenfe.— Historia de España, vol. 12, pág. 175.


252

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

la oración, el ayuno, el silencio, las mortificaciones, oficios divinos, el c o r o : esta

era la base de su

institución.

L o s jesuítas,

destinados a ser una milicia activa y laboriosa, y no un cuerpo ascético,

necesitaban otra

clase de

ejercicios y de

alimentos,

más de estudio que de contemplación espiritual, más de conocimiento

del

corazón

humano

que de

maceraciones

corporales

más de lectura que de c o r o , más de política social que de claustral

retiro: y para su

admisión se

prefería a los que tuviesen

buena salud, constitución robusta y hasta físico agradable, porque para correr

de

un c a b o del mundo al

otro era

menester

robustez y fuerzas. «Siendo uno mas

de sus principales

con habilidad

y con

fines catequizar y ganar al-

destreza, tenía

principales medios apoderarse

que ser uno de sus

de la educación de la

juventud,

de la dirección de las conciencias y la enseñanza pública.

Para

esto necesitaban ellos estudiar mucho, y saber mucho para poder desempeñar con ventaja el magisterio, el confesionario y la predicación.

Necesitaban también los conocimientos profanos y

la instrucción amena para influir en todas

las clases de la

so-

ciedad. P o r eso se dedicaban al estudio de las lenguas, de la poesía, de la retórica, de

la física, de

las

matemáticas,

como

al de la filosofía, de la teología, de la historia eclesiástica y de la sagrada

escritura-.

Volviendo

de nuevo a atar

el hilo de los sucesos, observa-

mos que Ignacio de Loyola es electo primer general de los jesuítas en el mismo año y por los mismos días en que P e d r o de Valdivia era proclamado gobernador

de Chile (abril de

1541).

y para mayor coincidencia, sus discípulos entran en Chile cuando su sobrino, Martín de Loyola. llega a gobernar la colonia. Fué su

introductor el padre

Baltazar de Pinas, anciano

de

grandes respetos y que en el mundo había tenido el título de B a rón. D e s e m b a r c ó en C o q u i m b o , después de un grueso

huracán,

con siete de sus compañeros, entre los que venía fray Miguel de Telena, el arquitecto constructor de la primera y suntuosa iglesia de la Compañía. Atemorizados la S e r e n a

del mar, los

padres vinieron por tierra desde

regalados en todo por

su entrada pública

aquellos

el lunes santo, 1 2

vecinos, e hicieron

de Abril de 1 5 9 3 , hos-


HISTORIA

pealándose

DE

253

SANTIAGO

provisoriamente en el convento de S a n t o

Domingo,

que en breve debía ser, bajo ciertos conceptos, rival del suyo. El pueblo los recibió con tan singular alborozo, que apenas hubieron

pasado las

festividades de P a s c u a ,

se

congregó en

cabildo abierto para arbitrar los medios de dar a los bien venidos un asiento permanente en la localidad, señalándose

solar

en que edificaran su iglesia. El sagaz Pinas declaró, sin embargo, en aquella reunión, que ni él ni sus compañeros querían gravar en lo menor al pueblo de Santiago, empobrecido por cuarenta años de guerra, y afirmó que el ánimo de la orden «era no tener lugar fijo en Chile sino recorrer todas las c o m a r c a s » . — «Esta conducta mente

política

(t.

de

los

jesuítas,

dice el

historiador

eminenteEyzaguirre

pág. 99) les concilio aun en más alto grado la benevo-

lencia del pueblo». P e r o éste no quiso aceptar por motivo alguno aquella manifestación de sincero o fingido desprendimiento. Y luego al punto cuenta el padre Alonso de Ovalie, uno de los primeros neófitos de la orden en Chile (pág. 3 3 7 ) . diciendo y haciendo juntaron entre todos la limosna que bastó para comprar una de las c a s a s más principales del lugar, distante una cuadra de la plaza y de la Catedral,

a que el mismo dueño acudió con ochocientos pe-

sos que remitió de su valor, y aunque no costara entonces más de otros tres mil y seiscientos,

se estimaría

en tiempo de paz,

según lo advierte el historiador, en diez mil. Edificóse, en consecuencia, en el solo espacio de seis semanas, una capilla provisoria en el centro del claustro, y se puso bajo la invocación de una reliquia que los jesuítas habían traído consigo. de

Era ésta la cabeza de una de las Once

Colonia, Pero

según los primitivos historiadores

antes que a su

iglesia

provisoria,

mil

vírgenes

de la orden ( l ) .

los jesuítas habían

atendido a cumplir el más fecundo y el más noble de sus preceptos, la enseñanza pública. Tres meses después de su llegada a Santiago, el padre Gabriel de V e g a había abierto (Agosto 15 ( l ) Por evitar más prolijas investigaciones intercalamos aqui algunos párrafos de una Reseña histórica de-la iglesia de la Compañía, que publicamos anónima en el Mercurio de Valparaíso por el tiempo de su horrorosa destrucción en diciembre de 1863.


254

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

de 1 5 9 3 ) las cátedras de

filosofía

y de teólogos que después

produjo para la república de las letras a los Olivares y a los Vidaurre, a los Molina y a los Lacunza. Fueron los estudiantes fundadores de aquellos cursos once coristas de S a n t o

Domingo,

seis de S a n Francisco, unos p o c o s de la M e r c e d y algunos jóvenes de las familias más ilustres de la capital. Alonso de O v a lie fué uno de los últimos. Fundaron también una o dos escuelas de instrucción y los

Viernes

de cada semana

hacían venir en

primaria,

la tarde, por

vía de disciplina, los alumnos de las p o c a s aulas de particulares que

existían en el pueblo, cada cual

presidida de su ban-

dera, a ejercitarse en certamen público bajo la superintendencia de los padres. D e aquí el origen de aquellos bandos de que encendía la

y Roma, nocivo

rivalidad

talvez al corazón pero

batallas

de banca

escolástica con

Caríago

un ardor,

no a la inteligencia, y a cuyas

a banca, muchos contemporáneos

asistimos

en la primera niñez. No contentos con estos primeros ensayos, los jesuítas, regidos por un ilustrado provincial, fray D i e g o de Torres, fundaron en 1611

un internado que bajo el nombre de Convictorio

Francisco

Javier,

fico Instituto. había

de

San

iba a ser la cuna de nuestro actual y magní-

Aceptando la donación que en otra parte dijimos

hecho a la orden en ese

año el capitán Fuenzalida, de

una casa de su morada sita en la plazuela de

su propia igle-

sia, y en cuyo solar se edificó .más tarde (después de la expulsión) el actual palacio

de Justicia

( l ) , abrióse allí una aula de

estudios para laicos y eclesiásticos, a cuyo fin se le incorporó más larde el Seminario, fundado poco hacía por Pérez de Espinosa.

Veinte y cuatro años más tarde ( 1 6 3 5 ) volvió a sepa-

rarlos el obispo S a l c e d o

y desde, entonces, con un corto inte-

rregno, ambos establecimientos conservaron cia en que viven hasta

la feliz independen-

hoy día ( 2 ) ,

( 1 ) Fué. según Carvallo, el primer rector de esla casa el padre Juan de Umanes con 4 adjuntos como prolesores. Consérvanse todavía los nombres de los primeros colegiales, y lueron éstos: Alonso Zelada, Pedro Zagarra, Juan González Chaparro, Pedro Azocar, Valeriano Ahumada. Alonso Merlo, Ascensio G a liano, Juan del Pozo. Antonio Molina. Pedro Medina, Juan de Rivadeneira, Pedro de Córdova. Juan de Gamboa y Ambrosio de Córdova. (2) El Convictorio de Sun Francisco Javier, ü la expulsión de los jesuítas en


HISTORIA

DE

255

SANTIAGO

Sin duda por el mismo tiempo, los jesuítas fundaron su propio noviciado en el c o s t a d o sur de la C a ñ a d a , bajo la invocación de San grandeza

Francisco

de

de Borja,

España,

que

no

barón ilustre, de la más alta hacía

mucho había ganado al

claustro la vista del cadáver de una reina que fué hermosa, encerrada en su ataúd. P e r o si hemos de creer al historiador C a r vallo, no edificaron la

Iglesia de aquel

con 3 3 mil pesos que obsequiaron a

nombre sino

la orden dos

en 1 6 4 6 caballeros

de S a n t i a g o , que tomaron el hábito (don G o n z a l o y don Francisco

Ferreira),

Baides,

y don

J o s é de

Zúñiga. hijo

que después de la gloriosa

del marqués de

muerte de su padre, vino

de novicio desde España. El colegio

máximo,

como se denominaba la Compañía

que t o d o s

hemos conocido, así c o m o su iglesia, fué puesto bajo el patrocinio de S a n A'liguel Arcángel, L a s ofrendas, por lo demás, habían sido tan numerosas como espléndidas, a contar desde el día que los padres pisaron el suelo de S a n t i a g o , siempre blando y prolífico bajo la sandalia. D o s viejos capitanes. Andrés de Torquemada y Agustín Briseño, juntaron su caudal, y por escritura que lleva la fecha de

pública

1 2 de O c t u b r e de 1 5 9 . 5 lo oblaron a la

orden, comprometiéndose a más a crearle durante su vida una renta anual de 3 0 0 pesos. Torquemada cumplió exactamente su palabra hasta 1 6 0 4 en que fundador,

murió,

y

por esto

fué

declarado

Briseño, enredado en pleitos, sólo alcanzó a entregar

1767 lué convertido en el tamoso Colegio carolino o colorado, como se llamaba popularmente por el traje de sus alumnos. En 1813 la independencia suprimió el nombre y lo cambió en Instituto, que hoy conserva, con menos propiedad gramatical que la que fuera de desear en una corporación de estudios, pues nuestros abuelos lo copiaron del InsíHufó de Francia que tiene diverso propósito, como llaman el Panteón a nuestro cementerio, siendo que éste no estaba consagrado a la gloria, sino simplemente a los hu sos de los moríales. El Seminario llamábase el Colegio azul por la ropa de sus educandos. Ambos ocuparon más farde un edificio que construyeron los jesuítas en la calle de la Catedral, a tres cuadras de la plaza y en cuyo solar se edificaron (res de un mismo orden en los primeros años del presente siglo, y son loa que hacen ángulo al suroeste, entre la calle del Peumo y la de la Catedral. Parece que toda esa manzana iué de los jesuítas, porque Carvallo dice: «Tenían comprada una manzana a distancia de 7 5 0 varas de 'a plaza mayor para edificarla con todas las comodidades necesarias a fin de que los colegiales no saliesen a la calle ni a las casas de sus padres, has a concluir sus estudios». Cuando Salcedo separó el S e minario, se estableció éste probablemente en la calle atravesada de Santa Ana a la Compañía que estaba allí vecina y falvez con comunicación interior. Este era el edificio que el mapa de Ovalle señala con el nombre de San Ángel, y que. según Eyzaguirre, era sólo una cas'a alquilada, probablemente a los mismos jesuítas.


256

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

al tesoro de S a n Ignacio 6 , 7 0 7 pesos; y en consecuencia únicamente el título de

alcanzó

bienhechor.

M á s adelante, \m caballero portugués muy rico y muy devoto, llamado don Domingo Madureira y Monterroso vino en auxilio de la orden

con

cuarenta

talegos de a mil pesos,

y

cambió

además el grave título de alguacil del S a n t o Oficio por la humilde sotana

de J e s ú s . O t r o de los bienhechores

de la C o m -

pañía fué don J e r ó n i m o B r a v o de Saravia, y su hijo don Francisco, primer marqués de la Pica, que erogó

1 0 mil pesos de

sus rentas del mayorazgo de S o r i a en Aragón, feudo actual de esa familia, según en otra parte dijimos. Esta lluvia de o r o , así como sus servicios

positivos a la ciudad

y al reino, fueron levantando la prepotencia de los jesuítas con tal rapidez y pujanza, que a los 3 0 años de su establecimiento comenzaron a pensar en constituirse en provincia independiente. Hasta esa época

habían

prestado

obediencia a la de Lima, y

aunque en 1 6 1 0 , según el oidor C e l a d a , sólo

contaban

veinte

sacerdotes en sus claustros, en 1 6 2 7 su número debió ser mucho más considerable, pues en ese año se consumó la separación de las dos provincias. La era de la grandeza mundana y por lo tanto perecedera y funesta

de

los

jesuítas

iba a comenzar en gran

manera desde ese propio día. No se observaba en los otros claustros de la capital un progreso ni tan rápido ni tan provechoso habían sido los grandes obreros

al

pueblo.

L o s frailes

místicos de la conquista, sol-

dados y apóstoles a la vez, bautizando a los gentiles con una mano y acuchillándolos

con ¡a otra. S u espíritu de cuerpo, su

disciplina y su obedecimiento

ciego a la voluntad de un supe-

rior, les había hecho los más aptos y eficaces propagandistas en el Nuevo Mundo. P e r o entrados en el pacifico y soñoliento ciclo del coloniaje, su ocio, sus disturbios dalos en las costumbres

disciplinarios y sus escán-

comenzaron a crear

embarazos a los

gobernantes civiles. Ocurrieron los últimos más c o m o precaución que como

remedio, a restringirles los permisos de fundaciones

que antes se los concedía con la mayor

liberalidad.

«También

a veces se levantan hermilas, decía el marqués de Montes C l a r o s , virey del Perú en 1 6 1 5 . tratando de aleccionar a su sucesor en estas propias dificultades, en que yo he procedido (y conviene ir)


HISTORIA

DE

257

SANTIAGO

con mucho recato, mayormente cuando lo intenta alguna religión, porque si, hecha la hermita, le van arrimando aposentos, en dos dias ya es c a s a fundada»

(l).

E r a con todo la orden de los dominicos, según hablar de su instituto en el pasado siglo, la que

notamos al se

había la-

brado más títulos al aprecio público por su amor a la difusión de las luces. En

1 6 1 9 había obtenido, en efecto, del papa P a -

blo V una bula creando

una

especie

que daba grado de bachilleres,

de

universidad

sofía y de doctores en teología y cánones. Llamóse versidad

pontificia

siglo a la Real

de

Santo

Universidad

Tomás de

pública

maestros y licenciados en filo-

San

ésta

Uni-

y precedió por más de un Felipe,

que sólo tuvo otro

siglo de existencia ( 2 ) . No obstante, los frailes dominicanos pagaban su tributo a la tendencia de la época por emanciparse de la tutela

extranjera,

a que habían vivido sometidos. C o m o los jesuítas, sólo contaban en 1 6 1 0 veinte cofrades; pero ya antes de esa fecha habían iniciado turbulentas gestiones

con

el

propósito

de

conseguir

aquel objeto, por manera que dos años más tarde ( 1 6 1 2 ) , el general de la orden Alejandro Seneusi les otorgó el lleno de sus deseos, declarándolos segregados de la provincia de Lima. R e sistió, empero, el cumplimiento de aquel

mandato el provincial

Cristóval de V e r a , allegado sin duda al bando de la dependencia de Lima, con el pretexto de que aquel no había obtenido el pase del C o n s e j o de Indias, según estaba mandado por una real orden de 8 de Enero de 1 6 1 0 . Levantóse contra

esta

estraña

(1) Memorias de los virreyes del Perú, t. l.o, pág. 6. ( 2 ) El ilustrado sacerdote don Ignacio Víctor Eyzaguirre conserva original la bula de Pablo V. que creó este cuerpo docente tan poco conocido. Según el plan de estudios que en su virtud se planteó en Santo Domingo y que subsistió hasta 1810 y aún después, el bachillerato en filosolía se obtenía después dedos años de estudio dando examen de metafísica y lógica. Tres años de estudio bastaban para hacer un licenciado, y eran maestros los que habían soportado un examen general. La teología se estudiaba en cuatro años por el texto de Santo Tomás, el santo de la invocación de la Universidad. En el primer año se estudiaba la Pars prima.—En el segundo la Prima secondce.—En el tercero la Secunda secondee y en el cuarto la Teríia pars. Necesitamos sólo añadir que toda esta algarabía, que era la misma que nuestros abuelos llamaban sabiduría, se estudiaba en latín, lo que equivale a decir, que ni maestros ni discípulos entendían lo que enseñaban ni lo que aprendían. 17


258

BENJAMÍN ,VICUÑA

MACKENNA

resistencia un padre definidor llamado Bartolomé Montero, y sus adeptos lo hicieron provincial independiente. D e aquí una serie

de

desafueros y

parcialidades, hasta que en 1627,

alborotos

entre a m b a s

el propio año de la indepen-

dencia de los jesuítas, U r b a n o VIII les dejó libre de constituirse a sü albedrío,

a

condición de

que

sus

claustros

encerrasen

ochenta religiosos. La condición no era de difícil nada, los vencedores de Espinosa; pero

eligieron

los

con

gran

recalcitrantes

lidad, y así corrieron ya a los unos y a

cumplimiento,

y una vez

regocijo

a

volvieron a

los capítulos con

los otros, durante

lle-

Baltazar

decir de nu-

alternativas favorables,

todo

un

siglo, o c o m o

es más propio decir, durante todo el coloniaje. Análoga suerte habían corrido las órdenes de S a n S a n Agustín y la M e r c e d . Habíase el primero por su

más crecido

distinguido,

número, que

el doble de los otros, por la santidad monjes,

de

los que trae larga

que

se

atribuía a

las murallas

rable claustro, y el único que merezca tal, vénse aún pintados por p o c o

hoy

un

Perú y en Chile, a donde pasó en su esposa doña Baltazara de

los retratos

X e r e s de Extremacapitán en el

habiendo

1593,

desatendió

de sus hijos, tomó el hábito el 3 0 de abril del reverendo una

su vene-

el nombre de

turbulento

Astorga,

milagro

sus que

bisabuelo del C o n d e de

la conquista, un caballero noble natural de dura, que después de haber sido

de

día

verídica b r o c h a

del padre T o m á s de T o r o Z a m b r a n o ,

origen, que alargó por

embargo,

era generalmente

nómina el padre Guzmán,

es preciso decir era franciscano. En

en el año subsiguiente; el

Francisco,

sin'

perdido a los

ruegos

de 1630,

y murió

fray J o r g e , inglés de

viga que

había

quedado

corta en la iglesia de la S e r e n a y dio su nombre a la hacienda que aún lo lleva en la b o c a del río Limarí, del lego fray J u a n de B u e n a

don P e d r o de O s o r e s , el de fray Antonio del convento del Monte, Chimeros, que tenía especialmente

el

y por

Ventura, sobrino

que murió

en

del

último,

Gutiérrez, fundador

1602,

el

lego

el místico don de hacer bajar los

Cachapoal,

neros recogidas de limosna,

para

el

presidente Pedro ríos

y

pasar las manadas de car-

prerrogativa

inapreciable

que

en


HISTORIA

estos años de aluviones, de

DE

259

SANTIAGO

contratistas

de

ferrocarriles y de

ríos crecidos y sin puentes, habría valido millones ( l ) . 1

Tan a parejas

corrían

los

claustros de las diferentes que ocupándose de ellos

disturbios

conventuales

órdenes regulares en

una sola ocasión

un

«qué habiendo

recibido

en

años

los

gobernante

de Chile en carta al rey de E s p a ñ a (2), le dice de nicos

en

en aquellos años,

pasados

los domi-

un visitador,

después le levantaron la obediencia y obligaron a que se fuese con algunos escándalos» .De los agustinos el año

pasado grandes

discusiones

que

«habían tenido

y escándalos, negando

obediencia a su provincial». Y, por último, de los

la

mercenarios

que «tenían también algunas relajaciones, y si no fuera

la

pru-

dencia de su visitador, hubieran los alborotos y escándalos que otras veces ha tenido esta religión». Y finalmente, para completar este cuadro de efervescencia y anarquía eclesiástica, decía en esa misma epístola el presidente al rey,

que el

obispo

de S a n t i a g o había celebrado un sínodo

sin hacerlo saber al gobierno,

«disponiendo las

cosas

contra

lo que debiera mirar». El único claustro que había e s c a p a d o al

furor de

las

mu-

danzas en la primera mitad del siglo X V I I , era el de las monjas agustinas, que siempre

continuaban entregadas a la pacífica

tarea de enseñar oraciones y la manera de trabajar dulces de pasta y de alcorza a las hijas de los nobles, única enseñanza de la mujer de esa é p o c a . S u número, por tanto, se había aumentado de una

manera

prodigiosa. Asegura

el padre Ovalle que

en 1 6 4 6 existían 5 0 0 mujeres en aquella c a s a de

reclusión ( 3 ) ,

(1) Véase las inscripciones que los retratos mencionados tienen al pie. Entre estos es notable por su ingenuidad el siguiente: «El siervo de Dios fray Juan de Cañas, estando ocupado en la obediencia, se ahogó en el rio Maipo, y después de un día se halló su cadáver en la orilla custodiado de una multitud de pájaros que no le habían tocado su carne. Lo trajeron aquí para sepultarlo, y al entonarle el responso le comenzó a salir sangre de narices como si estuviera vivo». Según estas mismas inscripciones, el padre Pedro Hernández «cerró la plana de su vida con la dorada rúbrica de una muerte preciosa». (2) El presidente don Luis Fernández de Córdova a Felipe IV.—Concepción, lebrero 1.° de 1627, publicada por Gay.—(Documentos, f. 2.°, pág. 3 4 7 ) . (3) Según el obispo Villarroel, había en 1647, 4 0 0 monjas, pero no distingue entre profesas, legas, sirvientes, etc. En 1610 su número había sido sólo de 80,


260

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

lo que explica el lento crecimiento de la población de la ciudad, y de aquellas, 3 0 0

eran monjas y las demás Sargentas, legas o

amas de servicio. Un solo vecino, el Molina,

como

sus muros ocho tro

la

hija

de

Juan

capitán don Jufré,

Jerónimo

encerró

dentro

de de

de sus hijas, resolución p o c o meditada, a nues-

juicio, pues más habría importado

biese ofrecido a aquellos

hijos,

ocho

contamos, había presentado

por

a

la

república las

que según

esa misma

en otro

época

el

hulugar

capitán

don Luis de las C u e v a s , armados de punta en blanco para servir en la guerra. S i g l o s después ocurrió, sin embargo, un c a s o semejante con el célebre superintendente de la C a s a de M o n e d a , don J o s é S a n t i a g o Portales, que dotó los monasterios de S a n tiago

con nueve jóvenes de su extirpe,

precaución

de

distinguirlas

otras tantas para

el

bajo

bien

diversos

cuidado de la casa

que éste tuvo velos

y

la

y dejar casi

conservación

del

nombre. C o m e n z a b a a rivalizar con esta prichos de la moda,

otra

religión, a virtud de los ca-

casi tan antigua c o m o aquella, pero

que había venido de lejos y era el segundo monasterio de monj a s establecido entre nosotros. U n a dama llamada doña Isabel

de Plasencia, había fundado

en O s o r n o en 1573,

esto es, dos años antes que otras damas

viudas

Santiago

fundaran en

un claustro de Clarisas

el monasterio de las

Agustinas,

b a j o la invocación de S a n t a Isabel, y

aquella piadosa señora había sido su primera abadesa. S i n emb a r g o , parece

que

su fundador originario fué el

clérigo J u a n

D o n o s o , que para este efecto hizo donación por escritura de 7 de febrero de 1678 de Ponzuelo

de dos barras de oro

del opulento mineral

que estaba entonces en todo su auge.

Rescatadas

con

acerbas

penalidades

aquellas infelices reli-

giosas de la destrucción que padecieron las siete ciudades, llegaron a

S a n t i a g o en 1604,

doña Francisca de Ramírez, hospitalidad

bajo la

dirección

y mientras se

adecuada: se mantuvieron

de S a n F r a n c i s c o del Monte. una iglesia en

la

parte

refugiadas en

septentrional en S a n t i a g o

la

de la C a ñ a d a en

Lima,

la

aldea

sus celdas y

nombre de Palma, y

abadesa

proporcionaba

Edificaron después

tios donados por unas señoras del mosnas que recogieron

de

les

y en sicon li-

donde

uno


HISTORIA

piadosos caballeros oblaron inducidos por el

fervor

DE

en

261

SANTIAGO

su obsequio treinta mil pesos,

del conde

de M o n t e - R e y que

gober-

naba a la sazón en el Perú. El rey de España, por cédula de 1.° de febrero de 1 6 0 9 , les otorgó además una suma dé o c h o mil pesos y un subsidio anual de cuatrocientos. S u número era entonces de sólo veinte y cuatro hermanas ( l ) , Al poco tiempo de su llegada a S a n t i a g o pudieron, pues, las pobres

peregrinas c o l o c a r en

sus

Cristo, que las había guiado entre

altares los

la

famosa

efigie de

bárbaros y una

de la Virgen que habían azotado los indios

:

imagen

por escarnio, pero

que pudo recuperar un animoso lego de S a n F r a n c i s c o llamado el hermano L u c a s . Una y otra reliquia

existen

todavía

en sus

respectivos tabernáculos. El obispo Pérez de Espinosa, que regía al

tiempo de su in-

greso a l a diócesis de S a n t i a g o , las dejó, al partir para

España,

sujetas a las reglas de S a n

la obe-

diencia

de su provincial,

F r a n c i s c o y sometidas

que vivía allí vecino y

a

podía cuidar

de ellas. C a ñ a d a de por medio. Fué, no obstante, esta medida de tan poco acierto, que trajo

más tarde

un cisma y una re-

belión por consecuencia. En la mitad del siglo que r e c o r r e m o s , las clarisas habían alcanzado, padre Ovalie dice en

sin

embargo, todo su auge. El

su historia que comenzaban a

da§ con más favor en el vecindario que y de ellas añade

e! obispo

Villarroel

consejero A r o y Avellaneda,

que

calzas para representar a lo

vivo

el

desavenencias

y

ser mira-

las agustinas en

«sólo les

su

mismas;

famosa carta a]

faltaba andar des-

monasterio

imperial

de

Madrid* i Tantos alborotos,

narradas, no habían sido

obstáculo,

cada religión construyese en

porfías c o m o quedan ya a pesar

de todo, a

que

parte privilegiada de la ciudad y

en los sitios en que levantaron sus primeras humildes hermitas, un suntuoso templo, hecho, en rivalidad las unas de las otras y c o m o el monumento que

atestiguara

el predominio especial de

c a d a una sobre l o s fieles. C o m o era natural, la C o m p a ñ í a había sido por el arte y por el lujo la más grandiosas

de

( 1 ) Carta citada del oidor Celada,

aquellas construcciones. 1610.

«Fuese


262

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

trabajando, dice el jesuíta Olivares, a toda

costa, y se

levantó

una iglesia de cal y canto muy capaz y honrosa, cubierta cinco paños, llena toda de tos. La

artesones, primorosamente

capilla mayor quedó

con

dispues-

con mucha capacidad, se levantó

sobre cuatro robustas y bien proporcionadas columnas y cuatro a r c o s torales: se cubrió con una media naranja dé madera, bien enlazada y ajustada y firme, al parecer de todos». Treinta y seis años tardó la construcción de la primera pañía

( 1 5 9 5 - 1 6 3 1 ) , y su costo pasó de ciento

cados. S ó l o

su

tabernáculo,

dice

el

Com-

cincuenta mil du-

historiador

Eyzaguirre,

valía treinta y dos mil pesos, y esto sin tomar en cuenta el trab a j o gratuito que

ofrecían los obreros y gañanes y

las

dona-

ciones abundantes de materiales de construcción y otros artículos con que contribuían la piedad de

los vecinos.

«El hermano

Miguel de Telena, dice a este respecto el P a d r e Ovalie, contemporáneo de los fundadores de la orden

de J e s ú s ( l ) , que

murió

después de haber trabajado muchos años en la iglesia que tenemos hoy de piedra, con grande edificación

y ejemplo, me solía

contar que aquellos vecinos antiguos tenían un modo unos con

otros, sobre quien

favorecía

tanto grado, que se sentía cada

más a

uno de

de celos,

la Compañía, en

que se

acudiese pri-

mero que él, otro ninguno.» S e g u í a s e , sino en magnificencia, en categoría, la catedral que en otra parte digimos había

fundado el

ascético

Hurtado

de

M e n d o z a . La nave principal era de piedra de cantería con vistosos a r c o s y por ambos lados corrían dos alas cometido el error de edificar de adobe,

bien

que se había

que

sus

muros

se hubiesen apoyado en tan sólidos estribos (tres por cada parte), que un contemporáneo los llamó montes

(2). Formaban es-

tas naves laterales quince capillas, entre las que sobresalían las de S a n J o s é , la de S a n Antonio, a b o g a d o nes,

que se reverenciaba para

evitar las

del

de

las

inundacio-

Mapocho,

el de

la virgen de la Victoria, ya nombrado en otra parte, que tenía en sus costados dos hermosos bustos de S a n P e d r o y Santiago,

los apóstoles de R o m a y de nuestra capital, y por

(1) Historia, pág. 3 3 9 . ( 2 ) El obispo Villarroel, carta citada.

último


HIST0KÍA

DE

263

SANTIAGO

la capilla llamada de S a n Francisco de Ovalle, que este c a b a llero, ya muy anciano en la época a que llegamos (1647), había fundado y sostenía.

Distinguíase

este

tabernáculo

famoso Cristo de busto que don Francisco había

por un

hecho

venir

de Lima. D e los conventos

de regulares,

el

que más sobresalía era

S a n t o D o m i n g o . El prior, J u a n de la R o s a , minar una hermosa iglesia de cal y ladrillo

acababa de

de

arquería

tery de

tres naves, que contenían quince capillas y a la que daba a c c e s o una gradería de piedra, dice el obispo Villarroel, cual no la había más suntuosa en el palacio-convento del Escorial. La M e r c e d era la construcción de más humilde tre los edificios conventuales, pues se había

aspecto en-

fabricado sólo de

adobes; S a n Francisco tenía, al contrario, una famosa torre, ya descrita por el padre Ovalle y que otro eclesiástico de su é p o c a llama

«la mejor de las Indias» ( l ) .

P o r último, los Agustinos hacía sesenta

años a que se o c u -

paban de levantar un templo de grandes proporciones. taba del todo terminado todavía,

y en 1647

ros

techumbre.

trabajaban

en

rematar

su

N o es-

numerosos Pero

ya

obredesde

hacía 4 0 años (1606) guardaba bajo sus bóvedas las más prec i o s a s de nuestras reliquias

sagradas si no hubiera existido la

virgen del S o c o r r o , queremos decir el famoso Cristo nía,

llamado más comunmente el Señor

de Mayo,

de la

ago-

que sin ser

ensamblador construyó en aquel año. y dicen que por milagro, el lego agustino P e d r o Figueroa. Había sido también de gran auxilio a los padres un valioso legado

que les

dejara en

aquel

mismo año, y por

pública otorgada en el C u z c o , con neral del mar del sur Hernando

escritura

fecha 9 de agosto,

Lamero

Gallegos.

el ge-

Consistía

éste en la hacienda de Longotoma, que corría de mar a cordillera por un fértil valle, y que don Alonso de S o t o m a y o r había regalado a aquel caballero hacía quince pérdidas de o r o , verdaderas

o

fingidas,

años

por

ciertas

que experimentó

V a l p a r a í s o cuando el saqueo del pirata Hawhins. T o d a

en

la con-

dición que puso el magnífico donador fué el que se le otorga(l) Villarroel, carfa diada.


264

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

ra perpetuamente sepultura gratuita para él y sus desceneientes en todas las iglesias de la orden, espléndida permuta de cinco pies de tierra por un valle grande y hermoso c o m o un pequeño reino! D e las iglesias menores contábase la de clarisas, la parroquia

de S a n t a

Ana,

que

las agustinas y las a c a b a b a de

narse, la antigua capilla de S a n Saturnino, la la del colegio de S a n

Borja

de

reciente

bajo la dirección de Gabriel

ruego de de

termiLázaro,

construcción, y

último, la de S a n J u a n de D i o s , pues los den habían venido en 1 6 1 7 a

de S a n

frailes

de

Alonso

de

por

esta orRivera y

Molina ha hacerse cargo

del

antiguo hospital del S o c o r r o ( l ) . En el sitio en que había exis" tido la primitiva capilla de este

nombre

edificaron

mayor al santo de su institución, quitando así a

éstos

aquella

otra vene-

rable c a s a su antiguo y legítimo nombre. Existían, por consiguiente, en S a n t i a g o

por el año de 1 6 4 7 ,

y cuando tenía s ó l o trescientas c a s a s de moradores, no menos de doce iglesias, capillas y monasterios, que ocupaban con sus muros talvez un

tercio

del

circuito

capital un aspecto de lúgubre y desierto de sus calles, la sombra

poblado.

solitaria crecida

Adquiría así la

solemnidad, de sus

que

lo

huertos,

lo

encerrado de sus edificios y el aire de tristeza y de austeridad que era congenial a aquel siglo, contribuían a revestir de cierto melancólico

encanto.

P e r o ai! T o d o aquel conjunto de nobles mansiones y de elevados tabernáculos iba a desplomarse al impulso de un

soplo

y en la hora misma en que con más profunda confianza se entregaban las familias al dulce reposo de sus techos. L a hora del espantoso terromoto de 1 6 4 7 iba a

sonar!

( l ) Esfe Gabriel de Molina era manchego. como don Quijote, pero hombre de mucho seso y autoridad. Tanta era ésta que, en una disputa que el ya célebre deán Santiago tuvo con el obispo Salcedo, ignoramos por qué motivo,, le nombraron ambos mediador. Fué también célebre entre los hospitalarios fray Francisco de Velazco, que nunca se firmó sino fray Francisco Pecador. Cuando enfermó de muerte fué preciso que el obispo Villarroel le ordenara bajo precepto de obediencia el que comiera carne. A su entierro asistieron en cuerpo el cabildo eclesiástico y al capitular de la ciudad.


CAPÍTULO

XIX

El gran t e r r e m o t o Las primeras horas de la noche del 1 3 de mayo de 1647.—Insíaníaneidad súbita y terrible con que llega el terremoto.—Sus principales caracteres físicos, y manera como se hace sentir en Concepción, en Mendoza y en Arica, donde sale el mar de su lecho.—Su duración.—Ruina completa de la ciudad.— Estragos en los templos

y su valorización.—Comparativa

conservación

de

San Francisco, San Saturnino y San Juan de Dios.—Los edificios públicos. —El terror embarga a los

presos y no huyen.—Número

exfraordinnrio

de

muertos, particularmente entre los niños.—Manera de sepultar los cadáveres. - Heroicidad del obispo Villarroel y lances que le ocurrieron.—-Doña Ana de Quiroga.—Don Lorenzo

de Moraga el emplazado.—Milagros.—La

mañana

siguiente.—Patética descripción de la Audiencia.—Celo de sus miembros por el orden público.—Ahorcan a un negro que se decía hijo del rey de Guinea. — S o n trasladadas a la plaza las imágenes del Socorro

y del Señor de mayo.

—Establécese la cofradía de San Nicolás de la penitencia

y la rogativa pú-

blica que todavía se conmemora.—Pánico al caer la noche del 14.—Sermón del obispo e inaudito alcance

de su voz.—Tranquilízanse los ánimos.—Me-

didas que adopta el cabildo para proveer de víveres y desaterrar la ciudad. —Construyese en la plaza una iglesia provisional.—Gran

reunión

que cele-

bran en ella las autoridades y vecinos y voto solemne que hacen y no cumplen.—Plan de mudanza de la ciudad a otro asiento.—Sesiones

públicas del

11 y del 16 de octubre sobre el particular.—Triunfan los que están por conservar la planta antigua.—Noble empeño del cabildo por la reapertura de las escuelas públicas.—Influencia local y social del terremoto.—Tendencia de profundo misticismo que imprime a los espíritus.—Reflexiones.

E r a la noche del para siempre memorable 1 6 4 7 . El aire estaba Trío

como

asomo

atmósfera se ostentaba pura y diáfana,

del con

13

de

invierno, esa

mayo

de

pero la

transparencia


266

BENJAMÍN

VICUÑA

profunda que es sólo peculiar a

MACKENNA

nuestro clima.

La luna ilumi-

naba con serena luz la ciudad, que se dormía entre los murmullos de su campiña y de la brisa. S ó l o el hombre velaba. Había corrido ya un largo transcurso desde que el esquilón de la catedral había tocado la hora de la queda, cialmente los

niños

y

la

servidumbre,

y las familias, espe-

habíanse

entregado al

sueño cuotidiano. En las c a s a s de más concurso, y

en

salas se recibían visitas, iban sentándose a la

de la su-

culenta cena que acostumbraban timo reposo, de los varios con

mesa

cuyas

nuestros abuelos antes del úlque,

a

pausas,

se

cada día. Eran las diez y media de la noche ( l ) ,

regalaban

hora

tardía

pero feliz en aquellos tiempos, la hora del corazón, de las confidencias,

de los

adioses

mudos, de esas

hacen del pecho del hombre un templo vulgo, la noche comienza

con el

mil

de

sueño.

emociones

misterios.

Para

que

P a r a * e!

las almas

que

guardan la eterna vigilia de la esperanza, las s o m b r a s son luz, y de cada grieta cavernosa de la tierra, c o m o de cada de los astros, se desprenden emanaciones

luminosas

destello

que mar-

can el rumbo de la tenebrosa vereda de la vida. En medio de todos esos cuadros del pasar

doméstico,

revelaban, sino una ventura envidiable, la paz de los cuando las diversas generaciones que

constituían

que

hogares,

cada

familia

habían perdido hasta la reminiscencia de los súbitos trastornos que inquietaron a los primeros pobladores, hacía

ya

setenta y

dos años ( 1 5 7 5 ) . vino súbito, callado, sin presagio el más leve y con un fragor tan instantáneo c o m o

espantoso

un

sacudón

volcánico de la tierra, que postró la ciudad entera por el suelo cual si fuera solo un montón de e s c o m b r o s rodados escombros.

«No hubo sino

un

instante entre

el

de

caer>, dice el obispo Villarroel en la relación clásica que ha dejado de aquel suceso que puso en evidencia ble carácter ( 2 ) . «Cayó tan

a plomo

la

ciudad,

otros

temblar y el su

nos

admira-

y con

tanto

( 1 ) Carvallo dice las 1 0 y 3 9 minutos. (2) Carta del obispo Villarroel al presidente del Consejo de Indias, García Haro de Avellaneda, de 9 de junio de 1647, publicada en el tomo 2.° de la obra Los dos cuchillos ya citada, y de las qne se han hecho varias ediciones por separado.


HISTORIA

DE

267:

SANTIAGO

silencio, añaden otros testigos no menos autorizados, que nadie creyó sino que en su casa había sólo sucedido» Semejante 1861,

el

en

esto

cataclismo

al terremoto que asoló de

(l). a

M e n d o z a en

1 6 4 7 diferencióse de la mayor parte

de los sacudimientos subterráneos

que han sido

el

azote

de

nuestro suelo, en que no vino precedido de ese ruido hueco y subterráneo las

que

ciudades.

sirve tantas veces de saludable advertencia a

P o r su instantaneidad, por su fuerza propulsiva,

que vomitó los cimientos

«cual si

ciertos fenómenos que se

observaron

volados en

por minas»

y por

la manera de verifi-

carse sus estragos ( 2 ) , es de creerse que nuestra capital fué el foco en que la oscilación alcanzó el máximum de su intensidad y de su desnivel, c o m o se supone ha sucedido en Arequipa el año aciago que a c a b a de pasar.

Sintióse en

vén muy apagado en la Concepción, y los que

en

efecto su vai-

hombres

ancianos

en ella habitaban hicieron instantáneas congeturas

de que

algo de extraordinario ocurría hacia el setentrión, juzgando así talvez por la naturaleza

y

el

rumbo

de

las oscilaciones que

allí se experimentaron. D e la otra parte de los Andes la repercución fué mucho más esforzada, se daban batalla los unos sía los oidores en su carta

a

los

«pareciendo, que los montes otros», dicen con ruda p o e -

ya citada. Hacia el

occidente

hin-

chóse el mar con un lento terror, y desatándose en seguida con furia nunca vista, fué azotándose de costa en costa y de paraje en paraje, c o m o si de un solo envión quisiera salirse de su lecho. Y hubo en ésto de singular que su mayor violencia a estallar en la fatídica costa de Arica, talvez

por

el

fué

recodo

que hacen allí los perfiles angulares del continente ( 3 ) . L a s olas echaron a considerable navio San

Nicolás,

distancia

sobre

que hacía p o c o

las

enjutas playas al

había llegado del P a p u d o

con un cargamento de trigo valorizado

en

doscientos

mil pe-

(1) Caria de los oidores a Felipe IV, de 12 de julio de 1648, publicada por Gay.—Documentos, fomo 2.o, pág. 457. (2) Villarroel dice que una de las piedras de la catedral, del peso de 10 quintales, saltó un tejado y fué a caer en el patio de la obispalía, sin haber dañado una sola teja, «cual si hubiese sido disparada por un cañón de crugía». (5) Según Carvallo, el terremoto de 1647 fué general en toda la América, como ha parecido serlo el último de 1868 y otros que oportunamente iremos mencionando.


268

BENJAÍMN

sos. Perdiéronse en él en

VICUÑA

MACKENNA

catorce vidas, y fué de maravillarse que

el C a l l a o no se tuviera noción alguna del suceso. O c u r r i ó

sólo que, cuando llegó la aterradora noticia, al tierra, lo

que

hizo

un

buque,

tiempo de

meses más tarde, llevando echar

el ancla, tembló en

decir a algún ingenioso que el

terremoto

«había ido e m b a r c a d o » . En cuanto

a

su

duración,

discrepan p o c o los recuerdos y

los testimonios. D e b i ó ser con exactitud nutos,

porque

de tres a cuatro

el tesorero real Zerpa afirma

zarse en el intervalo del sacudimiento

hasta

mi-

que pudieron retres

credos; uno

de los oidores aumenta el número a cuatro ( l ) . Entre tanto, la destrucción de S a n t i a g o

había

sido comple-

ta, irremediable, verdaderamente horrible, c o m o que delante de esa calamidad

empalidecen todas

sin exceptuar las de

nuestras aflicciones públicas,

eternas llamas del

horrendo 8 de Diciembre

1863.

T o d o s los edificios privados, sin la

excepción

quedaron hechos escombros, y por consiguiente inhabitables. Igual suerte más

corrieron

los

de uno solo, completamente

edificios públicos,

sólidos c o m o los frágiles, los antiguos como los de

reciente creación. En la Catedral contra los dra; la

embates

se

mantuvieron de pie

del terrífico choque algunos a r c o s de pie-

Compañía fué arrasada

Domingo, que

sólo

los más

acababa

hasta sus cimientos; en S a n t o

de entregarse

al

culto,

no quedó ni

una celda que diera albergue a sus frailes, y otro tanto sucedió en la parroquia de S a n t a

Ana, que era también de fábrica re-

ciente; el edificio inconcluso

de S a n Agustín

cayó

sobre

sus

( l ) El regente Santillana, carta al rey de junio 7 de 1647,—Carvallo dice siete' minutos, pero hay en esto sin duda exageración. El escribano del cabildo, Toro Mazóte, habla de un cuarto de hora y otros hasta de media hora. Bajo el rubro de Subseso rraro misericorDioso, asentó aquel en efecto en el libro del cabildo, legajo 32, pág. 284, una curiosa pieza que comienza de la manera siguiente y que hemos copiado del original: «SUBSESO RRARO Y MISERICORDIOSO.» En trece de mayo de 6 4 7 día lunes a las diez y media de la noche (siendo gobernador, e'.c.) para mostrar Dios nuestro señor su infinita misericordia tembló la tierra unos dicen que media hora y otros de un cuarto (somos del último parecer) mas en tanto estruendo, luerza y movimiento que al punto que comenzó a temblar comenzaron a caer los edificios que se habían erigido en el curso de más de cien años».


HISTORIA

propios andamios, del S e ñ o r de

sin

DE

269

SANTIAGO

perdonar, c o m o

se ha creído,

el

altar

la agonía, porque el milagro no estuvo en que la

imagen sostuviera su propio tabernáculo, sino en que, habiendo caído todo, éste

no fué derribado de la cruz. Q u e d ó ,

trario, la esfigie

firme

en ella y sin

que

al con-

se apagaran dos bu-

gías, que a esa hora tardía de la noche, dicen, le había encendido su que

el

propio artífice, que

aún vivía. En una relación vemos

Cristo se sostuvo sólo por un brazo, pero nada encon-

tramos en ésta sobre el pasmoso milagro de la corona de espinas caída de la cabeza al

cuello, donde

la

conserva todavía.

D e todas suertes, el templo que lo guardaba destrozado,

fué de tal

«que la máquina de él que quedó,

dice

manera

Villarroel,

no sirve a los religiosos sino de horror y espanto». La Merced,

como

das sus murallas,

hundiéndose

hubo en este templo var las fórmulas

iglesia de adobe, se desplomó sobre tola

con

ellas

particularidad

consagradas de

la

la

techumbre; pero

de haberse podido saleucaristía, lo que fué de

inmenso consuelo para la angustia de los fieles. L o s monasterios de

monjas, celdas y templos, cayeron todos

y en el de Agustinas habría ocurrido una pérdida considerable de vidas, si no hubiera estorbado un salida de las madres, porque los

accidente

la

instantánea

corredores que rodeaban

los

claustros se derribaron aníes que ¡as celdas, y a haber andado aquellas con más prisa, habrían sido sepultadas entre sus maderos. Notóse

también que ni la iglesia de S a n Francisco, con ser

la más antigua, ni la de S a n J u a n de D i o s , que era de adobes, ni la de S a n Saturnino, ya muy deteriorada por los años, padecieron grave detrimento, en la inmediación

y la circunstancia de hallarse las tres

de la base rocallosa dei S a n t a Lucía habría

dado lugar a alguna curiosa investigación geológica, si la destrucción completa del monasterio de Clarisas, que está allí inmediato, no hiciera aparecer el hecho c o m o de mera casualidad. D e S a n Francisco cayó sin embargo su esbelta torre, desplomándose s o b r e el coro,

que hundió hasta el suelo, haciendo en él

completo destrozo y quitando la vida a un lego que en esas horas estaba allí en oración.

En S a n Saturnino escapó ilesa la imagen

del santo que el obispo Villarroel había traído hacía poco de


270

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

Lima, y es la misma, según creemos, que se reverencia todavía en el templo de su nombre, que es hoy parroquia de

Yurigay.

D é b e s e a su inmunidad y a haber sido declarado a b o g a d o de la ciudad contra los temblores el que se le asocie

hasta hoy en la

solemne rogativa que todos los años se ofrece al S e ñ o r

de la

agonía, al que esta fiesta espiatoria está más especialmente consagrada. R e s p e c t o de los edificios profanos, esto es, la corrida de a r c o s que sustentaba en el costado norte de la plaza las C a j a s reales, la Audiencia, el Cabildo y la C á r c e l , anexa al último, cayó toda entera, cual si hubiera sido un solo muro. En la tesorería escaparon sólo los libros y la caja; en la Real Audiencia creyóse al principio que se hubiesen mantenido en pie algunos aposentos, porque, c a r g a d a s cierto aspecto

las puertas que daban a la plaza, presentaban

de conservación;

mas cuando se abrieron

se vio

que por dentro todo era ruina. O t r o tanto tuvo lugar en el C a bildo y en la C á r c e l ,

escapando el precioso archivo de aquella

corporación por tenerlo en su casa el escribano,

que lo era el

después célebre don Manuel de T o r o M a z ó t e . Fué digno de sorpresa que ninguno de los presos, cuyo número llegaba a veinte, se aprovechó de la turbación de aquella noche para

huir, por lo que se dio suelta a los más bajo de fianzas,

poniéndose en el cepo a los reos de alguna gravedad. El m e n o s c a b o de las fortunas privadas equivalió a la ruina de la república, que, aunque en sí era corta, fué completa e insubsanable. L o s oidores calculan

en dos millones de pesos el valor

de los destrozos, suma enorme para aquella época, y el obispo tasaba las pérdidas de las iglesias y conventos en más de 7 0 0 , 0 0 0 ducados ( l ) . ( l ) He aquí un esíracío de las cantidades que Villarroel Catedral Compañía San Francisco San Agustín.... Santo Domingo Agustinas Claras Total

s '.

asigna a cada iglesia:

3 0 , 0 0 0 ducados. 100,000 30,000 100,000 200,000 200,000 • 50,000 710,000

ducados.

S e observará que esta suma corresponde sólo a las grandes iglesias y conventos. Villarroel no computa la ruina de la Merced, Santa Ana y otras iglesias.


HISTORIA.

Í)E

271

SANTIAGO

Las pérdidas de vida fueron enormes, c o m o lo requería tan súbita c o m o completa destrucción, catástrofe. Perecieron casi

no menos que la hora de la

todos los niños de la ciudad y el ma-

yor número de los domésticos. La cifra oficial de muertos, según el cómputo del ayuntamiento,

fué de seiscientos,

pero J e r ó n i m o

de Quiroga lo hace subir al doble en todo el reino, y la

Real

Audiencia a mil. Hubo c a s a donde perecieron hasta trece personas, y por varios días estuvieron

acarreando los cadáveres a un

campo santo improvisado, habiendo ordenado el obispo que no se cobraran derechos, para hacer las inhumaciones más expeditas. Bajo

de la propia ramada que construyeron para habitación de

aquel prelado enterraron, según éste, catorce

cadáveres, y en un

solo día personas incógnitas dejaron expuestos sobre los escomb r o s de la Catedral mo. Traían

otros diez, que fué preciso sepultar allí mis-

los cuerpos muertos por las calles en

de a seis en seis, c o m o los troncos

parcialidades

humanos recogidos de la

Compañía, y su vista aterraba a los vivos. «Entraban, oidores, a carretadas, mal amortajados,

dicen los

terriblemente monstruo-

s o s los difuntos a buscar sepultura». L o s incidentes que de cada uno se contaban eran a cuál más lastimero. - El obispo, que fué sin disputa el más heroico de los moradores de Santiago, pasó también por uno de los más felices. En1

contrábase sentado a la mesa de su parca cena, acompañado de un fraile llamado Luis de L a p o , que parecía ser su

coadjutor,

pues él sólo le llamaba «su compañero» cuando le nombra, y le rodeaba una parte de su servidumbre, que, tan humilde c o m o era aquel noble pastor, pasaba,

según su propia

relación, de

treinta personas, encontrándose entre éstos dos pajes, hijos corregidor de C o l c h a g u a ,

don Valentín

de C ó r d o v a .

del

Cuando

vino el terremoto, el anciano intentó huir, pero estorbáronle en gran manera el paso sus familiares, sus pajes de servicio y los «muchachos que por los rincones se quedaban atravesar

dormidos». Al

un pasadizo cayóle encima una viga y le postró en

el suelo b a ñ a d o de sangre; pero asegura el santo

obispo

que

no perdió el sentido ni la fe, antes bien, encomendándose a su santo favorito, que lo era S a n Francisco Javier, cuenta él propio con su exquisita y tierna ingenuidad que le decía: «Javier, ¿dónde


272

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

está nuestra amistad?» — E s c u c h ó su plegaria aquel celeste amigo, y un paje que iba por delante y que también había caído, llamado L e o n a r d o de Molina,

logró

farol que aún pendía del zaguán,

recobrarse, y arrancando el llamó

s o c o r r o y sacaron de

los e s c o m b r o s al noble pastor, el cuerpo

todo

ensangrentado,

pero lleno de su espíritu de celestial unción. Constituido en la plaza y con una mala c a p a que le ofreció un criado, noche dictando medidas de salvación

pasó la

espiritual para los

fieles,

dando consuelos, oyendo confesiones y exhortando con su ejemplo a cuantos le rodeaban. D e otras personas de alta categoría llenos también

de

doña Ana

Quiroga,

de

social

referíanse lances

patético dolor. Una señora heroica

había logrado salvar

entrando y saliendo a sus

llamada

aposentos,

uno en pos de otro a nueve de sus diez

hijos, pero al penetrar en busca del último,

la

sublime madre

no volvió a salir. D e otro caballero contaban un c a s o verdaderamente extraño, y que, apartándolo del cúmulo de patrañas ventaba o creía, (como la de un Cristo ojos, la de un indio

que

había

parecidas), vamos a recordar,

que

que

profetizado

cada cual in-

había la

vuelto los

ruina, y otras

porque no lo contradicen ni Vi-

llarroel ni los oidores, y antes lo afirman. Llamábase éste don Lorenzo de M o r a g a , calidad, a quien por lo soldado nadie

se

«hombre le

de

gran

adelantó en este

reino». P o r alguna falta en el servicio, azotó en uno de aquellos días a cierto esclavo suyo, llamado M a t e o , «que tendría de noble algún retazo»,

dice

el

obispo,

porque de allí a los tres días

murió de pesadumbre, emplazando a su amo

para

ante el tri-

bunal de D i o s en un día fijo, c o m o P e d r o y J u a n Carvajal lo habían hecho con Fernando I V de España, llamado por esto el emplazado

y c o m o el templario

D e M o l a y lo hiciera con Cle-

mente V para pedirle cuenta de sus crímenes. Atemorizóse el capitán con aquella

profecía, y c o m o el em-

plazamiento se cumpliera aquel día. víspera de S a n

Bonifacio,

confesóse temprano y recibió la comunión. Encontrábase por la noche de tertulia en la casa del capitán Andrés de Neira, y en una torrecilla o mirador que éste había

levantado, por manera

que cuando surgió el arrebato de la tierra, aturdido aquél con


HIST0BIA

DE

la cita .del mulato, saltó por una mento. Y de esta

273

SANTIAGO

ventana y cayó

en

el

pavi-

suerte, si bien no perdió la vida, su sangre

quedó estampada al pie del muro,

como

señal

de

Aquella mancha era la sombra del emplazamiento,

su

caída.

que debería

perseguir eternamente al azotador ( l ) . P e r o los horrores de aquella noche de eterna memoria y de eterna advertencia para los hijos

de

Santiago,

no

allí. Habíanse abierto grietas sulfurosas en varias

terminaron partes de la

ciudad, y despedían éstas exhalaciones tan pestilentes, que infestaban el

aire; el polvo

de

los

escombros,

tan

caídos, había entoldado el cielo y extinguido, voroso eclipse, la claridad diáfana de desventura sobrevino

de

la

violentamente

como en un pa-

luna; y para

hacia las cuatro de l a . m a ñ a n a ,

se ha observado siempre en estos c a s o s

(descubriendo

colmo como alguna

secreta afinidad eléctrica aún no descifrada entre todos los elementos), una copiosa lluvia que, acompañada de un viento recio y glacial,

a c a b ó con las últimas fuerzas de un pueblo que va-

g a b a desnudo y desesperado

por

entre

las

sepulturas de sus

hijos y de sus fortunas. Fué el despertar de aquella noche horrenda una angustia mayor que todas

las

que

se

habían ido

sucediendo hora por hora, minuto por minuto en su prolongado transcurso, y nadie nos ha dejado de aquella escena

una pin-

tura más viva, patética y desgarradora que sus propias víctimas. «Y siendo el llanto común, dicen los oidores tada, y remontándose,

acaso

sin

elocuencia del dolor, ninguno

dejó

saberlo, de

en

al

llorar,

su

carta ci-

pináculo

de

la

concurriendo a

diversas horas del día y de la noche (a las prácticas religiosas), cuando daban lugar las faenas de enterrar los muertos, consolar los agonizantes, curar los estropeados, detener los que furiosamente se arrojaban sobre resucitar huérfanos

con que

bramidos

los como

simplemente

cadáveres los

preguntaban

rosos y los que peleando con los

inertes,

leones

sus

por

promontorios

queriéndolos cachorros;

sus

los

padres, llo-

altos de tierra

( l ) Villarroel cuenía que Moraga había referido el emplazamiento del esclavo antes del terremoto a varias personas, y entre otras al capitán don Luis de las Cuevas (que era quizá el que antes habíamos llamado el mozo) y a su compañero, fray Luis de Lapo. Este mismo caso cuenta el cronista Gil' González Dávila en su Teatro eclesiástico del Perú, 18


274

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKBNNA

que cubrían sus hermanos, sus hijos, sus jaban

los oían suspirar,

se les hubiese

amigos, se les anto-

presumían llegar a tiempo de que no

apartado el alma, y los hallaba

truos, destrozados, sin orden sus miembros,

hechos

mons-

palpitando las en-

trañas, y c a b e z a s divididas». Cuál más terrible y más verdadera U n a cosa consoladora y

descripción!

noble hubo,

es

preciso

confesarlo

al hacer memoria de aquella catástrofe tan infausta, y es la de que los vecinos de Santiago, «y

especialmente

espirituales y civiles se mantuvieron

a la

sus autoridades

altura

del

infortunio

con que los había visitado el cielo. AI romper la lenta luz de la mañana siguiente, veíase en el

centro de la

plaza arrimado

a un fogón que de maderos rotos había encendido uno de los mayordomos del obispo, a este ilustre prelado transido de frío y humedad, con su frente desangrando

y sin más

reparo

que

un lienzo con que lo atara el capitán J u a n Rodulfo Lisperguer, hijo del conocido don P e d r o y nieto campo cuyo propio

del

valeroso maestre

nombre llevaba. P e r o el generoso

de

anciano

no estaba solo. Acompañábale toda su clerecía y los regulares de todas las órdenes, a

cuyo

mayor

número

(de

cuarenta a

cincuenta dice el obispo) había habilitado para confesores. L o s miembros de la Audiencia y los de! Ayuntamiento

se

alterna-

ban también con él en las disposiciones que era preciso tomar, a fin de poner el posible remedio a

tan gran cúmulo de ines-

perados desastres. P o r el tiempo que recorremos ya no

existían o habían sido

promovidos a más altas cancillerías aquellos oidores que tanto habían sonado en los disturbios

del siglo.

Solo

González de

Güemes, ya muy anciano, conservaba su puesto, y en 1647 el decano del tribunal. A

los A d a r o , a

L u g o habían sucedido el doctor don y C e r d a (junio

de 1640),

de

Santiago,

Bernardino

de

Figueroa

cuatro años más tarde don N i c o l á s

P o l a n c o de Santillana, regente a la orden

era

los M a c h a d o y a los

sazón

y caballero

de

la

y por último, don Antonio Fernández de

Heredia, hidalgo manchego, el 12 de mayo de 1646. E r a fiscal el doctor don J u a n de Huerta. aquellos

celosos

funcionarios acor-

daron, fué la seguridad del pueblo,

L a primera medida

que

porque

es

preciso no oí-


HISTORIA

vidar que los habitantes de

DE

Santiago

aquel siglo y aún una parte del bra de un alzamiento de

275

SANTIAGO

vivieron siempre durante

siguiente, en la perenne zozo-

castas, principalmente de indios y de

negros, por el excesivo número de aquéllos y la insolencia congenial de los últimos. En

ausencia del gobernador, que lo era

don Martín de Mujica

Buitrón

y

y que se hallaba, c o m o de

costumbre, en Concepción, el oidor Heredia hizo s a c a r aquella misma noche las armas del sitio en que se las custodiaba y se distribuyeron entre los vecinos para

evitar los

robos y

desór-

denes por medio de rondas y patrullas. Fué, sin embargo, c o s a de maravillar que en una muchedumbre c o m o ha sido la de S a n t i a g o ,

fiel

innatas del aborígene y del negro, no sucedió hurto que pasase

tan dada a la ratería,

en esto a las

propensiones

de que aquella trae origen,

de cuatro palos y seis clavos de

los vertidos por las calles y sin dueños, según refieren los oidores. Tan grande era

el espanto

de

los ánimos, que así como

hoy cada remezón de tierra es juzgada ocasión propicia de ladrones, en aquel terremoto nadie

se

cuidaba

sino de restituir

lo ajeno, creyendo que luego comparecerían a donde no habían de necesitar ni lo propio ni lo

hurtado.

En cuanto a los des-

manes de otro género, se hizo a los tres carmiento ahorcando en la plaza a menzó a darse título y aire de rey

de

viandades, dice la Real Audiencia, se gancias de un natural

furioso,»

días un

terrible

un negro osado,

que

esco-

«y que con li-

Guinea divertía

a

hablar arro-

apellidándose al propio tiempo

hijo de rey. P a r a ofrecer a las afligidas familias, había convocado en la plaza,

cuyo mayor número se

otro orden

de consuelos, se di-

jeron aquella mañana (la del 14 de mayo) muchas misas al libre y teniendo los escombros por ristía del tabernáculo de la

Merced,

aire

altares; condújose la eucadonde

según dijimos ca-

sualmente se había conservado ileso, y se acomodó en una cajilla de plata, bajo unas cortinas de damasco que se arrancaron a la cama del obispo; los frailes

franciscanos trajeron también

en procesión hasta la plaza a la virgen del S o c o r r o , patrona de la ciudad, y los de S a n Agustín cargaron en sus propios hombros la imagen

de

su

cristo

milagroso.

Salióle

a

recibir el

obispo, y con los pies descalzos le acompañó buen trecho, co-


276

BENJAMÍN

locándole, que se

así c o m o

había

cen

los demás

improvisado.

lemne espectación

«y su

los que lo vieron,

que su rostro cielo,

inspira

que c a u s a b a

tristísimo», Entre

tanto

semblante

como

tutelares,

y

acertó

a

robados

espanto

y

sobre

muchos

sobrecogidos

todavía)

todo aquel

día

tesón.

continuó

Cuenta

un

altar

días en

so-

ser tan triste (didel

los

místico ojos

respeto,

terror

hacia

el

tenebroso

(la de los oidores) a

metereológicos,

temblando,

Carvallo

en veinte y tres

tiempo desarrollóse

ricos y

santos

Allí estuvo por

el mirarle

senta sacudimientos

propio

MACKENNA

y

(l)

ble y desesperante

autoridad,

VICUÑA

días,

trescientos

que

con

llegando, en

incansa-

ocurrieron

un

otra

año,

y al

una variedad de fenómenos

que

preocupó

intensamente

se-

según

atmosfélos

espí-

ritus (2). Al

caer

indecible

la noche,

se a p o d e r ó

arreciaron de la

los

sacudimientos

muchedumbre.

No

se

y un veían

pánico sino

( 1 ) Desde eníonces dala la procesión y rogativa llamada todavía del Señor de Mayo que costea la ciudad. En los primeros años lué una procesión de sangre muy solemne y sangrienta que tenía lugar a las diez y media de la noche de cada aniversario, con asistencia del presidente, los oidores, todas las autoridades y principales vecinos, que concurrían con cirios rojos. La ciudad entera se confesaba y comulgaba en ese día. El obispo Villarroel estableció también ana cofradía bajo la invocación del Cristo de la agonía y con el nombre de Jesús María y San Nicolás de la Penitencia, que bajo ofra denominación creemos existe todavía y es la que se hace cargo de los aprestos de la novena y de la procesión. El 2 3 de marzo de 1 6 7 2 (según una escritura pública que existe en una de las secretarías de la corte de apelaciones, citada por el erudito bibliófilo don Ramón Briseño) el capítulo de San Agustín, siendo provincial fray Juan de Toro Mazóte, ofreció a Carlos II el íítuto de patrono de aquella memoria, pero no sabemos si el diablo que aquel pobre rey tuvo en el cuerpo consintiera en que aceptase un don venido de tan lejos y de balde... (2) Los antiguos recordaban entre éstos una nevazón de tres días que cayó aquel invierno en Santiago y una inundación que tuvo lugar en el Tinguiririca, un mes cabal después del terremoto, en la que perecieron más de sesenta mil cabezas de ganado. La Real Audiencia da también cuenta al rey en su carta citada de un fenómeno extraordinario que ocurrió por estos mismos días (el 16 de junio de 1647) -Como a las seis de la tarde, dicen los doctos jurisconsultos, de una nube negra que cubría un girón del cielo, se despidió una luz como fuego, con la respuesta que pudiera dar un tiro de mosquete, y rompiéndose en el aire de la primer región centelleó pabezas como un cohete y se volvió a la nube, donde quedando formado en planeta como cometa de fuego, se desvaneció poco a poco sin dejar rastro». El lector habrá comprendido que se trataba de un simple aereolito o de una bola de fuego como se llama vulgarmente este fenómeno sencillísimo. Los ruidos subterráneos continuaron por más de un mes. «Se oían truenos como de artillería, dicen los oidores, y en acabando temblaba».


HISTORIA DE

semblantes desencajados surcados lenadas corriendo en pos de

de lágrimas,

madres desme-

los hijos y de los esposos; seres

fanatizados hasta el delirio que golpeaban las carnes,

277

SANTIAGO

con desgarradores

cubriéndose

de

sangre,

alaridos se

mientras

otros

oraban en el desmayo de ]a agonía y los más animosos pedían misericordia golpeándose los pechos, rrían las más insensatas

voces

gían c o m o ciertos, porque

y

puestos de

rodillas. C o -

presagios, y todos los aco-

el dolor es crédulo y supersticioso.

C u a n d o era ya de noche se precipitó sobre la plaza un tropel confuso de seres trera absolución,

enloquecidos

porque

alguien

a abrirse la tierra, y al oir

pidiendo había

aquel

junto al obispo, para el que se

gritos

la pos-

pronosticado

que iba

clamor

había

a

desmayáronse

fabricado

allí

casi

una ra-

mada, un fraile de S a n Francisco y la mujer del capitán O r o s c o . Exaltado entonces por un santo

e irresistible fervor

prelado, no enflaquecido por la fatiga, el hambre y el subióse sobre una mesa y púsose a desvanecer los

temores quiméricos

predicar ( l ) .

insomnio,

Empeñóse en

que surgíam entre los infe-

lices moradores, y arrebatado de su propia e intensa esforzó tanto la voz, que

el anciano

él mismo asegura haberle

agitación, escuchado

claramente en el silencio de la noche, un religioso del claustro de S a n t o Domingo. Pudo esto no ser una ilusión, porque la distancia no es excesiva, pero sin duda fué cosa de abultada ponderación y a c a s o de lisonja, lo que añade el mismo predicador, que tres capitanes y un hidalgo le oyeron pulpito», encontrándose a cinco

«como si estuvieran al pie del cuadras

ma que habiendo absuelto por tres

de distancia, pues afir-

veces a todos los que de-

bían diezmos a la iglesia desde hacía diez años

«a cada

abso-

lución- doblaban la rodilla», cosa que nos parece imposible suceder, a menos que

los capitanes

de la masa d e c i m a l . . .

Llamábanse

fueran éstos

gruesos

don

de

deudores

Nicolás

Flores

Lisperguer, don F r a n c i s c o C o r t é s y don J o s é de Guzmán, cuyos opuestos

y

encumbrados

apellidos

recuendan

los

feudos

( l ) Todo lo que el obispo había comido aquel día eran unos panecillos que le dio un capifán llamado Árcaya. Una mujer del pueblo le presentó también dos huevos. Otra un pollo, lo que para la ocasión era un banquete. Sin embargo, a cada momento el obispo repetía que no cambiaría su diócesis por el arzobispado de Toledo, pues encontraba ocasión de imitar a los primeros pastores de la iglesia.


278

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

domésticos de la ciudad, que sólo dudaron hasta

aquella hora

tremenda y niveladora. El cabildo, por su parte, se

reunía diversas

día al aire libre para deliberar sobre lo que

ocasiones en el

más urgía

después

de la ruina, esto es, la sepultura de los muertos y la curación sustento de los vivos. Acordaron se

desde el primer

y

momento que

pusiesen corrientes los molinos y se soltase el agua de las

calles para atender a los

menesteres domésticos; se

y tasa, es decir, inventario del trigo,

hizo cata

del maíz y del vino añejo

que existía en la ciudad, fijándose precio a cada artículo, y se escribió a todos los

ganaderos comprendidos entre el M a u l e y

el Limarí, que no reservasen sus carneros para las matanzas y engordas, sino que

los condujesen

a la

capital, donde se les

pagaría por sus justos precios. S ó l o dos semanas después del terremoto reunirse bajo techo, y esto en los portales

pudieron los

exteriores del cabildo

«por haberse asolado las c a s a s y corredores» que es la primera que está asentada en

ediles

los

y en esta

sesión,

libros después

del

cataclismo, corresponde al 3 de junio ( l ) . Reuniéronse la

primera

vez

don Francisco de Urbina, que

(junio

14) en casa del

ya había sido un tanto

y quedó acordado en esta sesión «que el mayordomo

capitán reparada

del cabil-

do, que lo era el capitán don Felipe Díaz, procediese a demoler los altos de la casa consejil con cuatro

peones

y un albañil,

que

era todo el número de operarios que habían logrado reunir los regidores. Dispúsose también que con desenterrase la campana del esquilón la falta que sin duda

la ayuda para

de aquellos

hacía a las distribuciones

cuotidianas de

una ciudad que no tenía otro reloj desde el alba a la Tratóse también de consultar un letrado s o b r e timo suspender las alcabalas dad pagaba a la

entrada

de

llamadas los

del

se

hacerla refundir, por queda. si sería legí-

viento, que la ciu-

caminos por

sus alimentos,

combustibles, jabón y otros enseres de uso diario e indispensable, así c o m o que se levantase el pago de los censos que gravaban casi

(1) Legajo número 3 2 que comprende desde 1643 a 1649.—^Archivo del cabildo).


HIST0BIA

DE

279

SANTIAGO

t o d o s los solares de la ciudad, en beneficio, por lo común, de los conventos y obras país. Mediante estos arbitrios y dos mil pesos que había enviado desde Concepción,

acompañado

same, el presidente Mujica, de

de una dolorida carta

de pé-

la infeliz ciudad comenzó a cubrirse

pajizos ranchos, levantados donde hubo antes salas arteso-

nadas y templos magníficos. Y desde aquella época hízose costumbre mantener en el patio interior de las casas un edificio de horcones

que

se

llamaba

el

«rancho»,

y

servía

de

refugio

seguro en los temblores. Una cuadrilla de peones, que se puso b a j o la dirección del capitán don P e d r o G ó m e z ( l ) , construyó dentro de los muros de las Agustinas una serie de

chozas en

que se refugiaron las infelices monjas, mientras que el incansable obispo promovía la erección de una iglesia provisoria construida

de tablas

en un costado de la

plaza y en el sitio que

hoy humedece con diáfanos vapores una de

nuestras

sencillas

y frescas fuentes. El cabildo se suscribió, a petición del alcalde Chacón, las de

con las

cuarenta

propias

tablas

para

aquel

don

edificio,

Antonio sacándo-

ruinas de sus casas, tan grande era y tan

irremediable la común

miseria. P e r o su principal obrero había

sido el almirable Villarroel. Notando que vacilaban los operarios en la

demolición

donde por

las

había

de

los

escombros

mucho que salvar,

vigas y comizas

capa el noble

viejo, y

que

de

la

catedral

antigua,

por temor de ser aplastados no cesahan de caer,

cogiendo un

adobe sobre

arrojó la

sus frágiles

hombros, fué el primero en penetrar en el recinto del

peligro.

Siguiólo, excitado por su ejemplo, el alcalde Chacón, y en seguida todo el pueblo, contribuyendo cada zo,

que

la

capilla

quedó

terminada

cual

con tal esfuer-

en los primeros días de

julio, no obstante la excesiva crudeza del invierno. Tenía la nave provisoria 1 4 0 pies de largo, y durante su contar

con

cuatro

altares

corto

uso llegó a

construidos especialmente

con

las

limosnas de un oidor. Apenas consagrada la nueva iglesia, convocóse el pueblo en su recinto en la mañana del 9 de julio, con el objeto de ofrecer ( l ) Acuerdo del cabildo, de 14 de junio.


280

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

un voto de expiación que aplacara la cólera del cielo.

Asistió

el obispo, la Audiencia, el cabildo, los prelados y los patricios de la ex-ciudad; y después de una solemne deliberación pusiéronse todos de acuerdo en erigir una ermita a la Virgen invocación de la Purísima a su intercesión

Concepción,

el haberse salvado

que así, sin embargo,

b a j o la

talvez porque atribuían

la ciudad

de su nombre,

no pensaran si hubieran de aguardar un

siglo más. «Acordóse, rezan las palabras textuales del acta que conmemoró

aquel

voto, se pidiese a la sacratísima Virgen

de

o s cielos, la Virgen S a n t a María, nuestra señora, y a su gloriosísima natividad un voto de festejarla con sacrificios divinos que se hagan perpetuamente a los trece de mayo», ( l ) En lo que hubo considerable discrepancia de opiniones,

fué

en el local que debería elejirse para levantar la ermita expiatoria. Porfiaban

los

unos que fuese al pie de S a n t a Lucía

«por

la calle que va de la plaza a la M e r c e d » , y otros en el

Basural,

«por la que pasa frente a la catedral en dirección al río»

(que ni

una ni otra se nombra de otro modo

en

el

acta respectiva).

Triunfó la última opinión, por sostenerla un rico e influyente vecino, el

capitán

don

Valeriano

de

Ahumada, que

dio su nombre,

por vivir en ella, a la calle que todavía lo lleva. P a r a su construcción don Valeriano ofreció cien pesos, por mitad, en dinero y en maderas, lo que equivalía

en esa coyuntura a un grueso

caudal. M a s no sabemos si llegó a oblarlos y si el voto corrió la suerte

de tantos

otros, públicos y privados, quedando sólo

estampado en el papel. L a ciudad de S a n t i a g o del Nuevo Extremo, quila

y opulenta

mansión,

cuyas

aquella feliz,

excelencias

poetas y narrado ponderativos cronistas,

habían

presentaba

tran-

cantado ahora

la

imagen de un vasto cementerio. Una tercera parle, si no la mitad de sus moradores, había quedado sepultada bajo sus muros y el resto vivía en toldos o míseras ramadas al estilo de los indí-

( l ) Acta del cabildo, de 10 de julio de 1647, legajo quedó establecida la rogativa de mayo de que hemos bable que por la invocación hecha a la Virgen, se procesión la imagen de los Dolores, junto con la del Saturnino.

3 2 cilado. Desde este dado ya cuenta, y es acostumbre sacar en señor de la Agonía y

día proesa. San


HISTORIA DE

281

SANTIAGO

genas, habiendo huido el mayor número de su miseria y de su horror hacia los campos, ( l ) . Fué en estas circunstancias (agosto de 1 6 4 7 ) , cuando, según el historiador Carvallo, se pensó en mudar la planta de la ciudad, como se practicó ciento y veinte años después con la de C o n c e p c i ó n . Asegura aquel cronista que con tal objeto vino de la frontera el presidente Mujica y que se discutieron y

votaron

los

varios

en

un

cabildo

arbitrios

abierto

sugeridos

para

operar aquel grave cambio. Añade que en consecuencia unos votaron

porque

dase al valle de T a n g o , otros al de Melipilla, mo, al de Quillota, y este último G a r c í a . L o s que estuvieron por embargo, dando por razón haciéndose la variación

se

trasla-

otros, por

últi-

lugar designa también P é r e z la

inamovilidad triunfaron, sin

más eficaz

perderían

las

y

concluyente,

religiones los

de que censos y

capellanías que gravaban el sitio y de cuya renta principalmente subsistían,

«de modo que los monasterios,

que en esta parte seguimos, son dueños

y

ciudad, donde apenas habrá casa que no

dice

el cronista

señores de sea

aquella

censuataria

de

alguno de ellos». N o se equivocaba ciertamente Carvallo en esta sentencia, que era y es por demás verdadera. P e r o nosotros no hemos encontrado en los documentos de

aquella edad una

huella completa-

mente certera que nos guíe en las averiguaciones

de asunto

de

tan trascendental entidad, y nos inclinamos a la duda, desde que el único documento fehaciente, cual es el libro de actas del cabildo en ese año, guarda silencio.

( l ) El cabildo dispuso en acuerdo del 5 de julio que todos los que hubiesen salido al campo se recogiesen a la ciudad bajo la enorme multa de cien pesos. Poco más tarde (setiembre 20), a fin de que no faltase carne a la ciudad, acordó asimismo que los vecinos se comprometiesen por un mes a comprar la del que se presentase a hacer posturas para establecer una carnicería pública. Antes del terremoto no la había porque, como escribía Tribaldos de Toledo en 1604, era aquella tan barata, que cada cual se la proporcionaba del campo a muy poca costa, mucho más las familias considerables que tenían chácaras y casas quintas. En el cabildo de ese mismo día (setiembre 2 0 ) , se acordó proceder a la limpia de las calles y demolición de los muros desplomados, a cuyo fin cada regidor debía elegir un barrio, «porque, dice el acuerdo, no se puede andar por las calles sin la mayor incomodidad y particularmente las mujeres, y en partes hay muchas paredes que amenazan caerse».


282

BENJAMÍN

TICUNA

MACE;ENNA

L o único que aparece claro y cierto de los

legajos del ayun-

tamiento es que en el mes de O c t u b r e de 1 6 4 7 (no en Agosto) el cabildo presentó un pedimento, no de mudanza sino de dificación

de la ciudad, bajo ciertas condiciones

censos y otras que no se dicen, al propio dente Mujica envió desde C o n c e p c i ó n del cabildo llaman el arbitrio,

de rebajas de

tiempo que

un

ree-

plan

que

el presilas actas

sin decir en que consistía.

P a r a deliberar sobre el uno y sobre el otro, juntóse lo prin_ cipal del pueblo el once

de O c t u b r e en casa del capitán

don

Francisco Z a b a l a , y allí se acordó nombrar una diputación compuesta de cuatro miembros del cabildo y de cuatro representantes del vecindario para que

formulasen un proyecto de respues-

ta a las ideas sugeridas por el arbitrio primer lugar

del presidente. C p o u

entre los últimos al venerable don F r a n c i s c o

el

Ro-

dríguez del M a n z a n o y Ovalie, padre del historiador, y su firma, estampada con pulso trémulo en el

acuerdo de aquel día, está

demostrando su provecta ancianidad, pues

hacía medio siglo a

que se había avecindado en nuestro pueblo. C i n c o días después (Octubre

16)

los comisionados presenta-

ron su proyecto, cuya base parecía ser la reedificación con rebaja de los censos; y después de

ser calurosamente

discutido

fué a p r o b a d o por una considerable mayoría. U n o de los votos contrarios fué el del alguacil mayor, Antonio de M a r a m b i o , que se oponía a la más mínima reducción él las g o z a b a .

El voto del

altivo

de censos, talvez porque

don Valeriano

de Ahumada

fué también contrario al proyecto del cabildo, «pues no se conforma, dice, la consignación escrita de su

opinión

de aquel día, de lo contenido en dicha respuesta comisión) y que su parecer es que se nido en el arbitrio*. dijo, por su parte,

El alférez real don

en

el

acta

(el plan de la

confirme todo lo conteFrancisco

de

Prado

«que su parecer lo daría de aquí a mañana,

que no lo tiene visto ni considerado». D e todo esto se colije

claramente a

existió un plan acordado y decisivo de ciones más o menos

nuestro juicio, que

no

mudanza, sino insinua-

persistentes y aisladas que venían, ya de

los particulares, ya de los funcionarios públicos ( l ) . Y nos con(1) Los propios oidores refieren, en efecfo, que luego después del desastre hablaron de este asunto con el obispo, pero sólo como una simple idea de opor-


HISTORIA

DE

283

SANTIAGO

firma en esta opinión la serie de acuerdos del cabildo, que hemos recordado y que datan desde el otro día de la catástrofe, tendentes todas a radicar

la ciudad en su antiguo asiento. E s

digna de un especial y noble recuerdo,

a

este propósito, una

providencia que aquellos hombres beneméritos tomaron en medio de sus angustias (Agosto 2 4 ) para

solicitar auxilios del

dario, con el objeto de restaurar las salas

de

San

vecin-

Francisco

y de la Compañía que servían de escuelas públicas. Rudos pero levantados espíritus que así acudían espíritu, cuando aún no tenían seguro

a favorecer el pan del el

que

debía

sustentar

sus vidas! Tal fué el terrible cataclismo llamado todavía por el pueblo, que

sólo

conoce

los

siglos

grandes dolores, el temblor

y

de

los

mayo.

días

por

Como

la memoria de trastorno

de

la

naturaleza en lo súbito, en lo violento y en la variedad terrible de sus destrozos no ha tenido igual ni parecido en los anales. S u influencia moral y política, religiosa y civil, fué tan profunda c o m o la huella que dejara en las rocas de la tierra que trituró c o m o polvo o hendió en grietas chedumbre y morijeró

insondables.

Aterró a la mu-

no p o c o sus hábitos licenciosos. Alteró

visiblemente la arquitectura de nuestras ciudades, haciendo que no sólo se construyera de nuevo desde el fondo de los cimientos, sino

que

le

imprimió

esas formas pesadas y macizas de que

sólo hoy el arte comienza a emanciparlas, sustituyendo al antiguo horcón de espino la aérea columna de fierro y el mojinete

inconcebible

por una infinita variedad de balcones y de frontispicios.

D i o al propio

tiempo

diverso

y

mejor

temple

al

ánimo del

pueblo, tomado en su conjunto, imponiéndole esa energía, lenta en

hacerse

sentir,

pero persistente y sufrida, que ha sido sin

disputa una de las dotes más características de nuestra nidad civil entre

las

española.

Imprimió,

sociedad,

tan vivo

demás por

del

último,

mismo origen al

espíritu

comu-

en la América

religioso

de

la

en el siglo cuya primera mitad hemos des-

funidad. «Concurrimos a la plaza, dicen, en su caria fanías veces ciíada, con el obispo, donde se confirió largamente el sí y el nó (de la mudanza?) y se resolvió no convenir por entonces sino repararse para el hinvierno. No obstante esto, la idea de la mudanza era una preocupación popular, y nadie pensaba en reedificar su casa hasta que no se resolviese definitivamente aquella duda, respuesta, arbitrio o mudanza, que todos estos nombres se le daba.


284

crito,

BENJAMÍN

un

grado

tal

de

VICUÑA

MACKENNA

preocupaciones

y

misticismo, por

el

ejemplo de lo deleznable de las c o s a s del mundo y de la vida, que

Santiago

estuvo

a

punto

de

ser todo

entero un

vasto

claustro. C r e á r o n s e numerosas instituciones monacales, especialmente

de mujeres, y desde esa é p o c a hizo su aparición

y comenzó a reinar c o m o

potencia,

ese

social

ser raro que todavía

la civilización no ha destronado del todo, mitad mujer y mitad monje,

que

se ha

establecieron

llamado la beata.

colegios,

y

recoletas

sucursales dentro del

pueblo

L o s conventos de frailes a

manera de

jesuítas

levantaron

conventillos

mismo.

Los

c a s a s de ejercicios y de probación y hasta de recreo, fuera de que el país entero iba cayendo

en

sus

manos a título de he-

rencias místicas y piadosas. Y por último, giosos

ya

establecidos,

que

habían

las órdenes de reli-

vivido

desahogadas

en

claustros tan vastos como las plazas públicas, taparon las calles de

la

observa

ciudad

con

todavía

la

prolongación

con los

de

muros,

cual se

las C l a r a s , no haciendo

de

sus

todavía

veinte años desde que las Agustinas fueron obligadas a derribar los suyos. V a m o s , pues, a

dar

cuenta

tan

minuciosa

como

nos

sea

posible, de todo ese movimiento social de nuestro pueblo en la mitad que aún nos queda por andar del duro dividido en dos porciones, o más

siglo que había

bien en dos calamidades de

un análogo tamaño, una calamidad que hasta entonces no había tenido nombre. L a s inundaciones, las guerras, las ruinas de ciudades por el fuego y el cuchillo, las pestes asoladoras, las riñas, los tumultos, los

odios

sociales

y

sangrientos,

los

terromotos inauditos y

tantas otras desgracias públicas que llevamos a la ligera señalados, no habían agotado todavía nuestra comunidad llamada

el

esa

tragedias de otro género deberemos de

los

venideros

capítulos

de

sido sólo un registro de dolor.

gran era

de prueba de

siglo X V I . A contar, pues, sus este

consagrar todavía algunos libro, que hasta aquí ha


CAPÍTULO

XX

Don Francisco de Meneses Los siete años de Nabucodonosor en Chile.—Epidemias que siguieron al terremoto de 1647.—Muere el presidente Mujica con sospechas de veneno.—Le reemplaza don Antonio de Acuña.—Doña Juana Salazar, sus hermanos y sus cuñadas.—Hurtos y depredaciones a que se entregan en las dese el situado.—Segunda

llan y lo

fronteras.—Piér-

rebelión general de los araucanos.—Ocupan a Chi-

destruyen.—El gobernador re refugia en Concepción y el ejército amo-

tinado lo depone, nombrando al veedor Villalobos.—Tristísimo estado del país. —Viene el almirante Porfer de Casanate.—El mulato Alejos.—Muere Porfer y le suceden Montero y Pereda.—La familia del Águila.—Llega provisto propietario el general de artillería Meneses.—Sus

antecedentes y carácter.—Manda

prender a Pereda por un chisme antes de entrar a Santiago, y accidente que le sucede.—Insanidad de Meneses.—Entra en lucha abierta con la Audiencia y el obispo.—Su participación

en los capítulos

conventuales

ocurren entre los dominicanos por una elección

y escándalos

que

doble.—Lo que eran los ca-

pítulos en el siglo XVII.—Violencias de Meneses con los particulares.—Extraordinario galope que obliga a dar a don Juan Gallardo por otro chisme.— Persigue al maestre de campo don Ignacio de la Carrera y lo manda ajusticiar. —Antecedentes de este jefe en Chile.—Desavenencias de Meneses con el veedor Pacheco.—Intenta éste matarle, y perece después' de

ser

vilipendiado.—

—Estado de perpetua alarma en la ciudad.—Meneses pone tienda y carnicería de su cuenta.—Jura

de Carlos II.—Enamórase

Meneses de doña

Catalina

Bravo de Saravia y se casa clandestinamente.—Es destituido por esta causa y terrible expiación que sufre.—Pleito sobre la nulidad de su matrimonio y sentencia que lo confirma.—Juicio sobre Meneses.—Indulgencias de la sangre.— Mejores augurios.

Al grande e irreparable desastre de 1647 sucedieron veinte años que, por su esterilidad y sus plagas, pudieron compararse


286

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

a los siete de N a b u c o d o n o s o r . P o r consecuencia de la intemperie y de la desnudez en que habían quedado los moradores de la infeliz S a n t i a g o , o c o m o decían los oidores en su carta diversas veces citada,

«por los humores que la tierra vomita»

a

causa

del terremoto, sobrevino una epidemia de fiebres tifoideas, que se conocieron con el nombre indígena de chavaloncos

(dolor.de

cabeza). El hambre llegó en seguida c o m o de las cosechas,

y

habiendo

resultado

dado

orden

conde de Salvatierra, que se trajesen para dad mil vacas de Valdivia, (cuya plaza zón después de ocupada por los

no de la mejor librada C o n c e p c i ó n

pérdida

s o c o r r o de la plaga

de

capitán E s p e j o que las de tantas

aflicciones vi-

el gobernador M u j i c a ,

«era gran caballero, gran soldado y gran sucumbió

gustado

ciu-

se restauraba a la sa-

al

arriaba por sus tierras. C o m p a d e c i d o

de 1 6 4 9 ) después de haber

la

holandeses, nueva

aquellos días) quitáronlas los indios

los tres días de haber llegado

de

al virrey del Perú,

cabeza», (l) M a s a violentamente

una

que

ensalada,

y

(Abril no sin

s o s p e c h a s de veneno, por haber descubierto en esos días cierto fraude de uno de los

empleados de

su pariente ( 2 ) . Enterráronlo en la

encomiendas,

que era

catedral provisoria, y cuan-

do a los dos años exhumaron sus

restos, dicen

los

cronistas

que conservaba intacta su mano derecha, de donde el elocuente Villarroel arrancó argumentos

para

ponderar en un sermón

solemne las excelencias de la caridad y los testimonios que de ella da D i o s y la naturaleza. Después de un corto interregno, ocupado por el maestre de campo Alonso de C ó r d o v a (que desde a ese puesto las vacantes de regentes de la Audiencia),

entonces se

gobernador

vino

provisto

asignaron

que antes tenían los para

poner

remedio

un capitán de Flandes, llamado don F r a n c i s c o de Acuña. T r a í a éste por especial misión restaurar cándola de su profunda ruina;

la

pero

desdichada no

hasta el colmo de la desesperación, hasta ( 1 ) Palabras de setiembre de (2) Por esto con sentimiento

hizo

colonia,

sino

sa-

ahondarla

el motín mismo y el

del virrey del Perú conde de Mansera al veedor Villalobos en 2 0 1646.—(Archivo de la Real Audiencia). falvez dice Jerónimo de Quiroga que el justificado Mujica murió de todos, menos de un togado.


HISTOBIA

DE

287

SANTIAGO

desacato contra el rey, de los antes sumisos

colonos. Era, en

efecto, el nuevo mandatario viejo y de endeble corazón, y para su mal y el del país traía una mujer joven, imperiosa y empeñada en acopiar una fortuna

ingente, destinada al lujo de la

ibérica corte. Llamábase doña J u a n a Salazar,

y acompañában-

la dos cuñadas tan codiciosas como ella. A las

plagas

de

la

tierra y del clima iban a agregarse ahora las de la a l c o b a . El pusilánime viejo entregó, pues, su

banda

a

su

dama, y

las otras dos hermanas montaron a caballo en marcha para el sud, siendo sus maridos

don

Juan

y

don

José

nombrados maestre de campo y sargento mayor

de de

Salazar, las

fron-

teras. E x c i t a d o s desde lejos por doña una de las suyas, los dos

J u a n a , y al oído por cada

improvisados caudillos

a hurtar indios, llamados piezas,

porque

como

comenzaron

tales

las

ven-

dían en el mercado de Lima y Potosí y aún en el de Santiago. Alcanzaban aquellos elevadísimos

precios,

rebelión del Portugal ya no venían

desde

negros de

S a c r a m e n t o , que era el surtidero de

que

la

los valles

por

colonia

la del

del

Perú, por

paces

generales

la vía de Valparaíso. L o s araucanos, entre tanto, que

desde las

de B a i d e s ( 1 6 4 1 ) se habían mantenido en una mediana aunque exigente quietud, celebrando parlamentos a la entrada de cada gobernador, tomaron esta vez tratados habían sido Fué éste el segundo

las armas, a la voz de que los

rotos. y famoso levantamiento

Araucanos después del formidable de las sieíe

general de los

ciudades,

que ha-

bía ocurrido hacía cincuenta y siete años. C o m o un torrente desbordado los enfurecidos naturales rompen la valla ficticia que en el papel y maban Fronteras,

en las

crónicas se

incendian a Yumbel, saquean • a

Chillan,

llaju-

gando a la chueca en su plaza pública con la cabeza del cristo de su iglesia principal, y, como

las

huestes de Lautaro

en

tiempo de los Villagrán, amenazan la línea del Maule, es decir, la puerta de Santiago, que no tenía defensa

(l).

Para

mayor

(1) En efecío, existían a la sazón sólo 107 encomenderos en la jurisdicción de Sanfiago, que tenían obligación de dar un hombre armado para la guerra, pues se imponía esfa gabela únicamente a los que tenían más de seis indios de


288

BENJAMÍE

desventura yos

indios,

Van

piérdese

el real

alzados

como

a castigarlos

los

cobarde,

huyendo,

Valdivia

abandonando

la s a ñ a

de los indios,

como asilo

sus

entonces

obediencia

él b u s c a

la

bre

un

tejado,

ésta nombran Villalobos más

La

que

Real

tra aquel

había

el grito

vivido

el uno

en

quieren

traición;

Chile

medroso

y sin

siglo

Niéganle matarle, y

bastón

so-

cuidarse

de

popular,

cincuenta

elección

busca

medio

antes su

caudillo

Curiosa

Tan

de

por

milagro a

y de lanzas.

tercios,

de

un

por

en Y u m b e l ,

vez después

tirando

como

se e s c a p a

río B u e n o .

escuadrones

cu-

náufragos.

el

veedor

a ñ o s y tenía

de jefe

en

tiempo

(l)

Audiencia gobierno

también,

deshecho

los indignados

alborotos!

tos y menos lo

del

en un convento, dando

los

que ha salvado

que ve otra

los amotinados

de O s o r n o , a

y muere

prófugo

a orillas

de

degüellan

Salazar,

otro,

de noventa de edad.

de tantos

en la c o s t a

su mujer,

alturas

vida

situado los otros,

el g o b e r n a d o r ,

en C o n c e p c i ó n ,

coronadas

MACKENNA

ineptos

y el

sus deudos,

VICUÑA

de S a n t i a g o ,

de faldas,

hizo el virrey,

a pesar

no a p r o b ó conde

de su disgusto con-

tan inusitados

de S a l v a t i e r r a .

alboroFormóse

encomienda, a más de que aquellos pobres vecinos «estaban más para ser socorridos que para socorrer».—(Carla del oidor Solorzano al rey.—Santiago, abril 12 de 1657). ( l ) El veedor Juan Fuentes Villalobos es un personaje histórico tan poco conocido, que el señor Amunáfegui en su compendio de Historia de Chile sólo dice de él «un señor Villalobos». En el archivo de la Real Audiencia existe, sin embargo, una curiosa información rendida por este oficial en 1647, siete años antes de estos sucesos, y en que acredita sus servicios por haber escrito al rey el presidente Mujica «en contra de su honor, calidad, partes y servicios». De ella resulta que vino de soldado raso en el tercio que trajo de Lisboa el capitán Mosquera en 1605; que sirvió con García Ramón en las Fronteras, asistiendo a la construcción del fuerte de Moníerei, en el sitio que lleva todavía este nombre a orillas del Biobío, «pisando y haciendo adobes, por no haber peones ni artífices más de la gente de guerra»; que entró hasta la Imperial con Juan Rodulfo Lisperguer cuando este ilustre capitán perdió la vida-, y por haber defendido durante treinta y tres horas un lienzo del fuerte contra innumerables bárbaros, le confiaron la bandera de su compañía, que llevó a Concepción. Retirado por enfermo en 1610 se dedicó al comercio, y tuvo tan buena fortuna con seis mil pesos que le prestó el capitán Alejandro de Candía, que el presidente don Luis de Córdova le nombró capitán proveedor del ejército cuando comenzó la guerra ofensiva ( 1 6 2 6 ) . Hízose, en consecuencia, muy rico, fué alcalde de Concepción, protector de indios, y aún cambiaba cartas directamente con el virrey del Perú y con el rey mismo. D e aquí y de su generosidad en el uso de su hacienda, el prestigio que, a pesar suyo, le hizo ser el sucesor de Acuña, a virtud del motín de Concepción.


HISTORIA

289

D E SANTIAGO

p r o c e s o , casíigóse a los cabecillas, escapó

por sus canas Vi-

llalobos, mientras que el capitán J u a n Rodulfo Lisperguer, envuelto siempre, c o m o su padre don Pedro y sus dos abuelos, en todos

los alborotos

de la colonia, pasó a Lima a dar cuenta de

lo que acontecía. Volvió justificado y con s o c o r r o s de tropa, no así el teniente de veedor y el alcalde de Concepción, que fueron encerrados en prisiones. En medio de un desquiciamiento tan general y profundo, acertó el virrey a nombrar para el gobierno de Chile un hombre

de mé-

rito insigne. E r a éste el almirante don P e d r o Porter de Casanate, uno de los marinos más ilustres de su siglo, «de gran capacidad, genio activo y conocimientos nada comunes en su tiempo con respecto al arte de navegar» ( l ) . Habia sido uno de los descubridores del golfo de California y obtenido en 1640 el privilegio exclusivo de su navegación y de su pesca, pero después de serios contrastes

de fortuna, que le causara la envidia, la presencia de

piratas holandeses en el mar del sur le hizo venir al apostadero del C a l l a o . Hallábase allí prestando sus distinguidos servicios profesionales, cuando, desesperado

el virrey de no recibir de Chile

sino noticias funestas, le rogó pasase a la colonia. Hízolo de buen grado el ilustre marino, e intentó poner en orden las c o s a s y los hombres. A su llegada, el estado del país no podía ser más deplorable. AI cataclismo de la naturaleza había sucedido el de la sociedad y el del gobierno.

' P e r d i d o s los fueríes, dice uno de los oido-

res de aquel período ( 2 ) , dueño el enemigo de la campaña, sin esperanza de poderlo avasallar, con fortuna en sus campeadas, llenos de despojos, y los nuestros

sin

indios amigos, la gente

de más pecho y valor prisioneros, muertos y ausentes, los más que han quedado bisónos y sin reputación, cada día con recelos de que se alcen beldes y soberbios,

los domésticos, que han quedado tan reque por momento

pone en cuidado a la

( 1 ) Hisforia de la marina real de España por March y Labores, tomo 2.0, pág. 5 7 5 . En la Biblioteca marítima española de Fernández Navarrefe (f. 2.o. pág. 6 0 4 ) se encuentran preciosos datos sobre este personaje, no menos ilustre como sabio que como héroe. (2) Don Alonso Solorzano y Velasco. Dice éste, además, en su carta al rey, publicada entre los documentos de Gay, que en 105 años de guerra iban consumidos veinte mil hombres y diez y siete millones de pesos. 19


290

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

Real Audiencia a prevenir que los corregidores de los partidos los desenvalgen y los desarmen». Empeñó el digno almirante todo su esfuerzo en dar solución a un estado de c o s a s tan complicado y calamitoso; pero estorbóselo, por una parte, la tenaz rebelión de los

indios,

atizada

por la defección de famoso mulato Alejos, que por un agravio de cuartel abandonó

sus

banderas, y por la otra, la pobreza

incurable del reino, el estado inquieto de los ánimos, y por último, su propia muerte, ocurrida en 1 6 6 2 . Sucedióle c o m o interino, y con grandes y legítimos regocijos de los Santiaguinos, que al fin tenían un presidente de su seno, aquel honrado caballero don D i e g o González Montero, que tan valienle ayuda prestó a don P e d r o

Lisperguer en la pendencia

de 1 6 1 5 ( l ) , y luego vino de Lima, en calidad terino,

esperando el

nombramiento

en

Ángel de Pereda, un caballero bueno

también de in-

propiedad del rey, don c o m o un ángel y tímido

c o m o un cordero, que, al decir de los cronistas, empleaba siete horas del día en oración oral y mental. No era talvez desencaminada del todo aquella lección, porque siendo entonces un vasto sepulcro, veníale

bien

un

Chile

monje que orara sobre su

lápida. El eco de tantos infortunios había llegado Madrid, y la corte, entretenida don

hasta

en comedias y en autos de fe,

había designado para gobernador neral de artillería llamado

entre tanto

propietario a un famoso

Francisco

ge-

de Meneses, que se

decía descendiente de los antiguos reyes de Portugal, y en cuya guerra, a fin de someter aquel país de nuevo al cetro de C a s tilla, había él hecho

su

ilustre carrera. Traía fama de bizarro

y de valiente, y acreditábalo en su frente una honda cuchilllada, bello adorno en esos años de un rostro varonil. ( l ) Don Diego debía íener a la sasón más de setenfa años, pero se maníenía fan animoso todavía, que se dispuso a salir a campaña contra los indios alzados. Una caída del caballo, que le quebró una pierna, se lo impidió, pero marchó en su lugar su hijo don Diego Montero del Águila seguido de ¡a flor de los caballeros de Santiago, que eran sus amigos o camarades. El segundo apellido del hijo de Montero trae a la memoria el de aquel Melchor Jufré del Águila, que cuando la pérdida de las siele ciudades salió hasta el Maule en protección de Santiago. Probablemente era una sola familia, y, según creemos, es la misma que dio su nombre a un antiguo vínculo que existe todavía en la Angostura de Payne.


HISTOBIA

DE

291

SAÑTÍASO

P e r o el mismo Meneses se encargó de dar un triste desmentido a las esperanzas

que

se

cifraban

en su nombradía, aun

antes de pisar nuestro suelo. Desde Mendoza, y por un simple chisme sobre desfalco a la caja su antecesor, el honrado

del ejército, mandó prender a

P e r e d a , y éste, fan

asustadizo

como

honrado, huyendo del preboste, fuese a asilar a S a n Francisco. M a s c o m o era de noche, y hallase la portería cerrada, inlenfó subir por una muralla, y cayéndose de ella, quebróse

una pier-

na, con lo que quedó más postrado que si le hubieran cargado de grillos. Aquella

medida

brutal

impresionó

tristemente al vecindario

de S a n t i a g o , donde Pereda, que era de Asturias, tenía sólo amig o s y paisanos. N o obstante, por el boato con que se anunciaba M e n e s e s a la cabeza de trescientos soldados veteranos, con un nombre semi-regio y una cédula de que era portador, según la cual los servicios prestados en la guerra de Chile eran equiparados a los que s e prestaban

en

Flandes, resolvieron los des-

consolados habitantes hacerle un recibimiento espléndido. Hasta 1 6 6 3 había tenido el cabildo de Santiago una propina real de mil ducados para festejar a los presidentes en su recepción, pero en los apuros

crecientes del tesoro español

ordenó

Felipe I V (Abril 4 de aquel año) que esa concesión fuese suprimida y que los homenajes se costeasen sólo de los propios

de

la ciudad. N o obstante esta parsimonia, el ayuntamiento de S a n tiago hizo al orgulloso

gobernador

una acogida

tan brillante,

que después de su recepción pasó él en persona a la sala capitular a agradecer el obsequio. Aquella fué, no obstante, gobierno, que

su única y su última cortesía. S u

duró cuatro años, debía ser un perpetuo drama

de escándalos y de arbitrariedades, de cuchilladas y de amores, en cada una de cuyas peripecias el desatentado gobernador iba a

figurar

c o m o el más conspicuo protagonista.

P o s e í d o de un insensato orgullo, arrebatado por el ímpetu de pasiones indomables, irreflexivo, vehemente, atrabiliario en todas sus resoluciones, poseído ponsabilidad,

Meneses

del vértigo del mando y de la irresatropello

sus pasos, fuese autoridad, fuese

cuanto

encontró

delante

de

honor, fuese virtud, fuese si-

quiera venerandas canas. S ó l o una cosa supo respetar, y fué a


292

BENJAMÍN

los s o l d a d o s , dores,

porque

además

su liberalidad, Después Pereda,

las prendas

de su

sobre

esto,

para

llevarlo

sello

que

había

los

real

honores

Buscó fraile

en seguida

Humanzoro,

insultos Pasó

llenos

entrado

la gente de contra

el

pelea. inmaculado

disputándole

el inaudito

ajenas

su juris-

a la suya, y

d e s a c a t o de s a c a r de

privado,

a Santiago

hacía

aquel

venerado

medio siglo

con

a Dios ( l ) .

querella

a los

de los más

ruidosos

que

un cisma,

uno en S a n í i a g o

valor y

al obispo,

no pudiera

que lo era

vencerle,

el

enérgico

le humilló

con

cartas

uno

irreverencia.

en seguida

naciera

ampara-

conocidamente

a un domicilio

y como

de

cómplices

persecución

cometió

tributados

y

por su p r o b a d o

la Audiencia,

que eran

su solio,

bien

que más ama

temeraria

dio M e n e s e s

con

MACKENNA

en ellos e n c o n t r a b a

de que le querían

dicción en c a u s a s no contento

VICUÑA

conventos,

capítulos

de S a n t o

nombrándose

y otro

y tomando

en C ó r d o v a

a

Domingo, la vez dos

dio

en

lugar

a

provinciales,

de Tucumán ( 2 ) .

(1) Informe al rey de los oidores don Gaspar de Cueva y Arce, y don Juan de la Peña Salazar.—Santiago, agosto 1 6 d e J 6 6 8 (Publicado por Gay, Documentos, tomo 2.o, pág. 513).—Cueva y Arce habían tomado su puesto en la Audiencia el 11 de mayo de 1662 y la Peña el 2 0 de noviembre de 1663, un mes antes de la entrada de Meneses, que tuvo lugar el 3 0 de enero de 1664. (2) Tuvo lugar este décimo o centesimo escándalo de las órdenes de regulares de la manera siguiente: Acostumbrábase por aquella época celebrar alternativamente los capítulos conventuales para la elección de prior, ya en la provincia de Santiago ya en la de Córdova, que para este efecto se consideraba una sola. El capítulo correspondiente a la elección de 1 6 6 2 se celebró en Córdova, y allí quedó acordado que el próximo tendría lugar en Saníiago en 1665. Mas el último prior electo, Iray Mateo Abrtu, por el interés de dejar en su lugar a un sobrino suyo llamado Cristóval de Figueroa, se obstinó contra toda justicia en que la elección debía hacerse en Córdova, donde tenía sus parciales. S e hicieron en consecuencia simultáneamente las dos elecciones, y el capítulo de Santiago eligió a fray Valentín de Córdova, como el de la otra parte de la cordillera al sobrino de Ábreu. De aquí el cisma. Ambos provinciales elecios enviaron sus procuradores a Roma para sostener la legalidad de su e'ección, y e! general de la orden. Juan Bautista Marini, dio la razón a'los alborotadores de Córdova, declarando nulo el capiíulo de Santiago, tan sólo talvez por la inercia del emisario del último, que se quedó en Lima. Este (ué el hecho, pero no sabemos por cuál parcialidad estuvo empeñado Meneses. Lo único que dicen sus acusadores es que él atizó la discordia y precipitó el cisma. Poco ¡.rites había ocurrido ( 1 6 5 9 ) otro disturbio parecido en la religión dominicana, a consecuencia de haber violentado el oidor Solorzano y Velasco a los definidores a elegir de prior al padre Pedro Flores Lisperguer, que a más tendría la considerable influencia de su poderosa lamilia. Exacerbados los vencidos, ocurrieron a Roma, pero la resolución de ésta sobre la ilegitimidad de la elección de Lisperguer llegó a Santiago cuando el último había ya cumplido su período.


HISTORIA

Arremetió en pos contra honores que éste

le

DE

el

293

SANTIAGO

cabildo

civil, olvidadizo de los

tributara, y entre otras voluntariedades le

prohibió el paseo del estandarte de S a n t i a g o el día de su festividad, que era prerogativa de la ciudad, y que él, par capric h o , hizo suya. Contra los particulares, sus violencias fueron inauditas. A un caballero llamado

don

Juan

Gallardo,

que

en cierta tertulia

manifestó duda de la celeridad con que

el maestre de campo,

favorito a la sazón

Ignacio de la Carrera

del presidente,

don

Iturgoyen, había levantado un fuerte en Repocura, a orillas del R e n a i c o , le hizo ir, caballero en una muía, más de trescientas leguas, y a cargo del preboste,

a

cerciorarse por sus propios

ojos de la realidad del hecho. Don Francisco uno de esos gobernadores

de A'leneses fué

«de atormentados oídos» de que nos

habla Tesillo, y como a él le atormentaban, así devolvía el tormento. Muy en breve su voluble y atolondrada índole le precipitó a su vez en ardientes gundo en las armas, y

desavenencias contra su propio se-

la Carrera tuvo que huir del fuerte de

S a n P e d r o , donde le tenía preso y condenado a muerte, disfrazado con la

sotana

del

confesor que le prestaba

los

últimos

auxilios, y atravesando el Biobío en una balsa, pudo llevar su queja ante el virrey de Lima, conde de Salvatierra ( l ) . Ni al veedor del ejército, que era un oficial arisco pero honrado, llamado don Manuel

P a c h e c o , perdonó

Meneses

en

su

delirio insano de pendencias; mas el último, que era vehemente y

frenético,

decidió

tomar

suelto a matar a Meneses,

venganza por sí y para salió

furtivamente

todos.

Re-

de Concepción,

«La celebración de capítulos provinciales, dice a esfe propósito el s. ñor Eizaguirre con su ilustrado espíritu, continuó siendo para los religiosos la manzana de la discordia y para el pueblo ¡a piedra de! escándalo. Unidos a los frailes los personajes más respetables de Saníiago por vínculos estrechos de sangre o amistad, no perdonaban arbitrios para elevar a sus deudos a los puestos más elevados en la religión».—Historia eclesiástica, tomo 2.o, pág. 315). ( l ) Esfe don Ignacio déla Carrera Iturgoyen, bisabuelo de don Ignacio de la Carrera y Cuevas, que dio a Chile fres libertadores y fres mártires, existía en la colonia desde muchos años atrás. En 1656 era vecino feudatario de Santiago, caballero de Alcántara y sarjenío mayor del fercio establecido en la isla de Santa María para tener en respeto a los pirafas. Tenía a más un reparfimienío de indios en Malloa concedido por el rey. En aquel año sostuvo un pleito por esas fierras con un Francisco Arévalo Briseño, cuyos autos se encuentran en e! archivo de la Real Audiencia.


294

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

que era el punto de su residencia oficial, y dejando sus cortos bienes a cargo de! maestre de campo

don Fernando de

Mier,

que en vano se esforzó por disuadirlo ( l ) , vínose a la capital; y una tarde, puesto en a c e c h o en la plazuela de S a n

J u a n de

D i o s , acompañado de un escudero, disparó un pistoletazo contra su émulo, que acertaba a pasar aquella tarde dante don J u a n Francisco del Fierro

en

con su ayu-

aquella dirección, to-

mando talvez el siempre grato aire vespertino de la

anchurosa

Cañada. S i n turbarse Meneses, que era tan bravo c o m o ileso de la bala, a t a c ó a los asesinos y mató

al

turbulento, e escudero de

P a c h e c o , escapando éste en aquel momento por haber tomado asilo dentro de la vecina iglesia. ningún género de prerrogativa

Pero

Meneses no

reconocía

divina o humana, superior a su

voluntad; y así el malhadado veedor fué extraído a la fuerza y cubierto de hojas de coles, rapado de la mitad de la barba, las cejas y la cabeza, cabalgando

una

bestia de albarda, fué pa-

seado por la ciudad entre irrisiones y befas. AI otro día amaneció muerto en su

calabozo.

Tal era la vida de

Meneses,

«causando

siempre,

expresión de sus acusadores (los oidores citados),

según la

confusión

a

los vasallos, viéndole acompañado en la paz con ministros de guerra, con armas de fuego y cuerdas encendidas, discurriendo de esta suerte

las

calles,

unos

corriendo a caballo, otros a pie,

quitando- muías y cabalgaduras ensilladas y enfrenadas, sin dar razón por qué se quitaba lo a j e n o » . A prestar cumplido crédito a los denuncios de sus

fiscales,

M e n e s e s a la verdad había descendido desde sus encumbrados e insólitos caprichos, a manejos tan

indignos c o m o

criminales

en su alto puesto, porque, dicen aquellos, que apartando año los mejores fardos del situado,

por su

propia

ponía en un despacho de su dependencia que mercader llamado Francisco Martínez

cada

cuenta, los

administraba un

Argumedo, y ésto con tal

escándalo, que esa granjeria era conocida de todos con el nombre de la tienda

del gobernador.

D í c e s e que hasta la carnicería

( l ) Esfo cuenta Córdova Figueroa (pág. 2 8 7 ) y debía saberlo, porque Mier era su abuelo,


HISTOBIA

DE

295

SANTIAGO

pública la suprimió de propio albedrío, y puso culio, negociación que mal

sentaba

al

que

se

otra de su pedecía

hijo

de

reyes. P e r o - e n t r e el cúmulo de sus desafueros, quedábale a M e n e ses por cometer uno de otra especie,

que aunque a nuestro jui-

cio, el más leve de cuantos le incriminan, costóle al fin el p o der, la honra y la vida. Habían, en efecto, corrido tres años del gobierno

de Mene-

ses, si así puede llamarse el desgobierno en todo, cuando acontecióle un lance que debía completar la cadena de sus extrañas aventuras. C e l e b r á b a s e con los regocijos acostumbrados la jura de C a r l o s II en Diciembre de 1 6 6 6 , y asistía a los torneos de cañas y de sortijas que se jugaba en la plaza bella como recatada.

Era hija del primer

don Francisco B r a v o de S a r a v i a ,

una

dama

tan

marqués de la P i c a

(que antes de este título tenía

el de señor de Almenavar), y de doña Marcela Inestrosa, y tenía por nombre Catalina. Al verla desde su dosel, arrebatado general.

enamoróse de ella perdidamente el

«Y c o m o en aquellos tiempos,

dice el his-

toriador Carvallo, que cuenta el suceso con curiosos de lenguaje,

los

buenos

contemplaban empleados,

soldados si no

arabescos

no se hallaban bien, ni se

trataban de

alguna

conquista,

se alistó en las encantadoras banderas de Cupido y emprendió la rendición de una señora que adornaba de nobleza, discreción y hermosura, no carecía de la virtud de la fortaleza. menester que la poseyese en asaltos

de

tan poderoso

grado

superior

enemigo, cual

para

Bien era resistir los

es un gobernador en

aquellos remotos países. S e dejó poseer de la dulce afición, y fué tan viva y diestramente sorprendido, que entregado la pasión, olvidó las más

serias

porque el amor profano y la ciencia no

pueden contra

tiene la ceguedad por cualidad inseparable de su ser. sado y conducido de aquellos dulces

el que Embele-

desórdenes a que

dan los frondosos mirtos, de que son poblados bosques de Venus, s e

todo a

reflexiones de la racionalidad,

los

convi-

deliciosos

precipitó a la celebración de un

matri-

monio sin la debida licencia del s o b e r a n o » . C e l e b r ó s e éste en consecuencia, si no clandestinamente, en el más

estricto sigilo, ejecutando

la ceremonia

nupcial

un

fraile


296

BENJAMÍN

agustino, tío de la novia,

VICUÑA

llamado

sin más testigos que sus padres, el

MACKENNA

don

Pedro

sargento

de Inestrosa, y mayor don M e l -

chor de C á r d e n a s , el doctor don Fernando de Toledo y el tesorero real don

Jerónimo

Hurtado de

Mendoza,

todos confi-

dentes íntimos del presidente y la familia. En una ciudad c o m o la de S a n t i a g o , ahora y en aquellos tiempos podían guardarse todos los secretos

del

mundo,

con una

sola excepción. Y es ésta la de los secretos de matrimonio, indiscreción que a tal grado ha venido y tan incurable se ha hecho con el trascurso de los años, que las gentiles generaciones que hoy se aman y se casan, cuando el secreto

no

existe, lo

inventan. Hízose, pues, público el

enlace

del

gobernador primero en

los estrados de Santiago, después en los salones de Lima, por último en los palacios de Madrid, y c o m o M e n e s e s

tenía ene-

migos en las cuatro partes del mundo, vínole su destitución violenta por el desacato de no haber pedido la venia del rey. propia del absurdo régimen colonial que quedaran

Cosa

impunes to-

dos sus atropellamieníos e injusticias y le castigaran

sólo

por

la simple omisión de una ceremonia, que no pasaba de ser una ceremonia! P e r o la expiación debía ser tan dura para Meneses c o m o la que él había impuesto a los que no le amaban o no le temían. V i n o secretamente todo un marqués que tenía el

propio

nom-

bre de su victima don D i e g o Avila y P a c h e c o (marqués de Navamorquende) a tomarle su residencia y deponerlo. Fuera aviso, fuera remordimiento, M e n e s e s do se aproximaba a S a n t i a g o su sucesor, barcado

quiso

huir cuan-

súbitamente

desem-

en Valparaíso, pero dióle alcance en el llano de M a i p o

aquel gentil-hombre Gallardo, a quien él mismo enseñara a galopar en el viaje violento que le obligó hacer a R e p o c u r a . jole, en

consecuencia,

el

último

Trá-

fatigado y con escarnio, pa-

seándole por las calles de S a n t i a g o , c o m o él había paseado al infeliz P a c h e c o ; y c o m o le pidiera un vaso de agua

al atrave-

sar la C a ñ a d a , se le hizo dar en un tiesto inmundo y del de la calle pública. L o g r ó fugarse poco

agua

después a M e n d o z a el

proscrito gobernador, y cuando le traían otra vez dias, encontróse en su paso de la cordillera con

bajo

custo-

el justificado


HISTORIA

DE

297

SANTIAGO

Pereda, que iba de gobernador a B u e n o s Aires, que así quiso el destino irle presentando

uno en pos

de otro, como

mas evocados, a todos los que su soberbia

había

fantas-

deprimido!

P o r último, trasladado a Lima, hízole sentir allí su influencia y su enojo su émulo más poderoso, aquel maestre de campo don Ignacio de la Carrera, que había mandado ajusticiar,hasta que, al fin, agoviado de sinsabores y despecho murió,

sin

más amigo

que su noble esposa, desterrado en la Villa de Trujillo ( l ) .

( l ) La autoridad eclesiástica de Santiago dijo de nulidad del matrimonio clandestino de Meneses antes de su salida para el Perú, y se siguió el juicio ante el obispo fray Diego Humanzoro, entre el promotor fiscal, don Diego López de Castro y don Alonso Bernal de Mercado, como curador ad lítem de doña Catalina Bravo de Saravia. El pleito fué resuelto, sin embargo, a favor de la validez del matrimonio por sentencia de 10 de mayo de 1670, cuya parte dispositiva copiamos en seguida de unos papeles de familia.— «Vistos, etc., etc., fallamos, atentos y considerados los méritos de la dicha causa que por cuanto la parte de la dicha señora Catalina Bravo de Saravia e Inestrosa probó su acción y demanda bien cumplidamente, dárnosla por bien probada y que el dicho promotor fiscal, bachiller Diego López de Castro, no probó sus excepciones en cuanto a la clandestinidad del dicho matrimonio por defecto de parrocho, dárnosla por no probadas, en cuya consecuencia debemos declarar y declaramos el matrimonio entre los dichos señores don Francisco de Meneses y doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa haber sido y ser desde su principio válido, y por tal le damos y pronunciamos, atento al cual mandamos que el dicho señor don Francisco de Meneses se vele con la dicha señora doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa, y reciba las bendiciones nupciales dentro de ocho días de la notificación de esta nuestra sentencia. Y en cuanto al defecto de las denunciaciones y su dispensación de quien la podía conceder, declaramos el dicho matrimonio por clandestino y celebrado contra lo dispuesto por el Santo Concilio de Trento, y por haberse celebrado y consumado, omitiendo esta solemnidad con conocimiento de los testigos y personas que intervinieron y asistieron al dicho matrimonio, ocultándolo de propósito, multamos y condenamos a dicho señor don Francisco de Meneses y al maestre de campo don Francisco Bravo de Saravia en mil pesos de a ocho reales cada uno, y a la señora doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa y a doña Marcela de Inestrosa y contador don Jerónimo Hurtado de Mendoza y Quiroga, a cada uno de quinientos pesos de a ocho reales todas las dichas penas, aplicadas por mitad para la Santa Cruzada y fábrica de la santa iglesia catedral de esta ciudad, por lo que resulta de las declaraciones de los susodichos. Y en cuanto al doctor don Fernando de Toledo, reverendo padre maestro fray Pedro de Inestrosa, religioso de la orden del Señor San Agustín, y sargento mayor don Melchor de Cárdenas, por ser difuntos no hacemos juicio con ellos; y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así la pronunciamos y mandamos concertar en que condenamos a los susodichos. —Fray Diego, obispo de Santiago de Chile» . Apelada esta sentencia ante el provisor y juez eclesiástico del arzobispado de Lima, don J o s é Dávila Falcón, la confirmó éste el 2 6 de abril de 1674 cuando ya Meneses había muerto, pero exonerando a los acusados de las multas, que era toda la parte adversa de la sentencia y su única sanción general. En la expresión de agravios que motivó esta resolución decíase que el matrimonio había sido secreto «por la precisa necesidad de que se hiciese sin ceremonias, porque no se hiciese público sino que se hiciese secreto, y porque haciéndose público se impediría el dicho matrimonio, porque no vendrían en él ninguno de los


298

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

Tal fué la vida de don Francisco de M e n e s e s , el más odioso de los tiranos que nos enviara la España, y cuya memoria sólo sus desdichas, su melancólico fin, y más que todo el recuerdo de sus infelices amores,

realzados por la virtud de una mujer,

ha podido revestir hasta aquí de una esquiva simpatía. N o autoriza esto,

sin

embargo, a que, a título

hoy homenajes c o m o a un varón

de

deudos, le

rindan

preclaro, historiadores serios

y por lo demás revestidos de altos merecimientos ( l ) . A la verdad lo más que a nuestro

juicio

pudiera

don Francisco de M e n e s e s es lo que de él

decirse

del

famoso

apunta su contem-

poráneo J e r ó n i m o de Quiroga, a saber que había

«dejado

fa-

ma de ser gobernador de remache y no de tornillo» . El fruto recogido por la

infeliz colonia, de

artera y codiciosa, había sido

entre

tanto

aquella

política

proporcionado a la

magnitud de sus desmanes, por manera que no había injusticia en decir que dos malos gobernantes, cuales habían sido Acuña y Meneses, causaron al país en lo moral y en retroceso tan

considerable

c o m o el

lo

político, un

del terremoto de 1 6 4 7 lo

había causado en todo los demás órdenes de la vida. L a única diferencia estaba en que sólo el espacio de fres credos

cio del pueblo bajo el yugo de los ción veinte años cumplidos

el

último

había

tardado

en consumar su ruina, y el sacrifiotros

llevaba ya de dura-

(1649-1669).

C a n s a d o al fin el destino de no deparar a Chile sino males, permitió que sucesivamente empuñase las riendas de su desgreñado y casi perdido reino y presidio

dos

hombres verdadera-

mente eminentes, el uno por su laboriosidad y talento, por su justicia y su bondad, y que de consumo

el

otro

iba a endere-

contrayentes, ni los dichos sus padres, por la pérdida de los oficios del gobernador y capitán general del reino de Chile que gozaba». ( l ) El señor Eizaguirre, de quien Meneses es quinto o sesto abuelo por la línea materna, se queja en su historia de que Gay haya pintado a aquel gobernador con negros colores «cuando fué (son las palabras de su Historia, tomo 2.o, página 2 0 1 ) hombre de temple nada común, a quien poco asustaba lo que suele llamarse «opinión pública». Es curioso observar que de la rama femenina fundada por Meneses a virtud de su matrimonio con doña Catalina Bravo de Saravia, proceda un hombre tan culminante en nuestra historia como don Diego Portales, así como de la línea directa de su rival don Ignacio de la Carrera Iturgoyen resultasen los tres ilustres Carrera, muertos, como Portales, de una manera fan trágica después de gobernar el país en medio de mil agitaciones.


HISTORIA

DE

299

SANTIAGO

zar el rumbo de la política y de la administración a puerto de salvamento. E s o s altos funcionarios

fueron

el

presidente

don

Juan

de

Henríquez, que gobernó a Chile doce años ( 1 7 7 0 - 1 7 8 2 ) y don M a r c o s J o s é de G a r r o que le sucedió durante otros diez ( 1 7 8 2 1792).

Este nuevo período del siglo X V I I

que

igual extensión a la corrida en el capítulo

abraza

una era de

precedente,

será el

objeto de nuestras investigaciones en el que sigue al presente.



CAPÍTULO

XXI

Don J u a n de Henríquez (SITIO Y ASALTO DE UN MONASTERIO). Reedificación de Saníiago.—Misticismo que predomina en los espirifus.—Rápida reconstrucción de la caíedral.—Nuevas iglesias conventuales.—Fundación de la recoleta franciscana y del distinguido convento chico de San Ildefonso.—Fundación del colegio de San Diego.—Las monjas agustinas y clarisas cierran las calles que las limitan y ocupan cada cual otra manzana.—Don Juan de Henriquez.—Su carrera y notables cualidades de gobierno.—Triste esíado en

que

encuentra la ciudad y la colonia.—Decadencia completa de la agricultura y del comercio.—Censo de 1 6 7 1 . — O b r a s públicas que emprende.—Lo que era el ramo de balanza y su singularidad.—Tajamares.—El primer puente de Santiago. —El agua de Ramón es conducida hasta las cajas de agua.—Contrato

que ce-

lebra el cabildo y los síndicos de San Francisco y las Claras para traerle a la ciudad.—La primera pila de Santiago y su actual tratamiento.—Construcción de veredas.—Inauguración del famoso reloj de la Compañía.—Galería de retratos de los presidentes y su desgraciada destrucción en 1817.—Avaricia y presunta venalidad de Henriquez.—Fundación de las monjas de la Victoria.—Lucha de las antiguas clarisas con los provinciales de San Francisco.—-Son vencidas y obligadas a la obediencia con fuerza armada.—El oidor Azaña y el provincial Cordero.—Las monjas son absueltas por el papa, pero sigue el cisma. — Regio

legado del capitán

Lanfadilla.—Inténtase la fundación de un nuevo

monasterio de clarisas.—Ilustrada oposición del obispo Humanzoro.—Pleito y apelación de las mil y quinientas.—Fundación llamadas monjifas.—Dificultades

de las monjas

de la Victoria

que suscita el carácter invasor del obispo Hu-

manzoro.—Desaire que hace al prior de San Juan de Dios.—Ardieníes desavenencias con los oidores y Henriquez por la celebración del Corpus.—Célebre cuestión entre la cruz alfa y el guión del cabildo.—Cómo puede clasificarse filosóficamente la historia colonial.

Q u e d ó tan decaída y tan postrada por el suelo la fortuna de la capital de Chile desde la terrible noche del 1 3 de M a y o de


302

BENJAMÍN

1647,

la verdadera

VICUÑA

«noche

MACKENNA

triste»

de S a n t i a g o , que para levan-

tar su frente del polvo hubo de recurrir a la limosna. L a s gentes caritativas de Lima le enviaron en los primeros momentos suma de 1 1 , 0 0 0 pesos, que luego subió a 3 0 , 0 0 0 ,

una

preparando

así el -camino de una e s c a s a retribución secular ( l ) . P o r fortuna,

a más de los dos mil pesos erogados de su peculio por el

presidente Mujicá, existían

en la

caja

del cabildo

eclesiástico

unos siete mil pesos de fondos de la Catedral, y con estas sumas,

que hoy formarían sólo una parte del presupuesto de ar-

quitectura de un sólo vecino, se acometió la reedificación de la ciudad. P e r o los

santiaguinos,

antes

de

ocuparse

de

su

morada,

pensaron en la de D i o s . Era esto natural e inevitable. apoderado de la sociedad,

tanto en

sus

familias

c o m o en su muchedumbre, tal desencanto de las vida, que su alma, cual si hubiera

sido

Habíase

privilegiadas cosas

arrancada

de

la

a la mate-

ria por los sacudimientos plutónicos de la tierra, se cernía suspendida en los abismos golpeando con sus alas las esferas del cielo en que estaban fijas todas las miradas. S i la primera mitad del siglo X V I I había sido por

esto

mística

la última sería la era del arrobamiento

tasis del pensamiento, de las revelaciones, de los santos, en fin. El siervo

de

y

conventual,

del espíritu, de los éx-

Dios

los milagros, de

Bardeci

y

sor

Úrsula

S u a r e z , la S a n t a Teresa de S a n t i a g o , iban a ser la encarnación viva de aquella transformación profunda, cuyas

raíces

todavía profundamente asidas

los hogares, a

a

cada

altar, a

se

ven

las conciencias. C o m o era natural, el

primer

templo

de

cuya

preocuparon los vecinos y las autoridades fué

erección

de

la

se

catedral,

e hízóse esto con tanta diligencia, que en julio de

1 6 4 8 , esto

es, c a t o r c e meses después

cortándose

del

terremoto,

en los bosques del sud las maderas que

estaban debían

emplearse en

su fábrica ( 2 ) . Aprovecháronse

los

nuevos

había quedado en pie de

la

constructores

antigua

catedral

(1) Carfa diada de los oidores.—Carvallo. (2) Caria cifada de los oidores, julio 16 de 1648.

de de

la

parte que

Hurtado de


HISTORIA

DE

303

SANTIAGO

M e n d o s a , que consistía en su nave central y arquería dra que no había sido demolida, y esto

forzó

de

tiguo plan de las capillas laterales levantadas de adobes. en la obra de las catedrales (que por patronato eran

reputadas

su

dependencias

pie-

a seguir el an_

culto

Como

especial

reales)

y el

tomaba

parle

todo el pueblo, dividiéndose el gasto

por terceras partes entre

el rey, los vecinos y los indios,

en

que

consecuencia

ban su trabajo gratis ( l ) , adelantó la construcción que dos años y medio después de

presta-

tan

aprisa,

la ruina, esto es. el 2 2 de

marzo de 1 6 5 0 , se hizo la traslación de

los

eucaristía de la humilde iglesia de tablas

erigida en un

altares

y de

la

costa-

do de la plaza. La obra, con todo, no se terminó

enteramente

sino 2 7 años más tarde, porque la techumbre sólo

vino a ter-

minarse en 1 6 7 6 y la inauguración lugar en

solemne

de la iglesia tuvo

1687.

D e una manera lenta

por

la

flaqueza

de

la

fuerza,

pero

constante en razón de los bríos del espíritu y de las creencias, fueron levantándose

todos

los

otros

templos

derribados.

La

M e r c e d , a cuya fábrica dio especial impulso su provincial fray Francisco R o s a s ( 2 ) y el marqués de

Navamorquende,

su corto gobierno, estaba terminada de nuevo la celeridad de su reconstrucción (pues breve espacio en esos lentos siglos), nueva iglesia no aventajaba en humilde adobe. P o r esa

época

muy adelantadas tres naves de cal y provinciales,a pesar de los

treinta

fieros

órdenes

de

la

eran

un

que

anterior

Domingo

la de

tenía

ladrillo, y sus magníficos

capítulos

que

templo

regulares, triunfo

conseguido en nuestros días. D o s

creer

a

Santo

rivalizaban en el afán común de que su mero entre las

años

hemos de

suntuosidad

misma

durante

en 1 6 7 6 , y por

los fuera

que al

dividían, el

pri-

fin

han

oidores que en 1 7 7 6 dieron

cuenta minuciosa al rey de los progresos

monacales

tiago, refieren que ese año ya se celebraban

de

San-

oficios en aquella

(1) Memoria del virrey Moníes Claros, Chácara de la Maníiila, diciembre 12 de 1615. (2) Francisco llama a esíe prelado Carvallo; pero en una carta que ha tenido la bondad de escribirnos el ilustrado provincial de la Merced, fray Benjamín Rencoref, le nombra Alonso. Según el señor Rencoret, esta iglesia era de una sola nave y su modelo se conserva todavía en una celda que se construyó dándole la forma de la iglesia. Esta subsistió hasta el terremoto de 1730.


304

BENJAMÍN

VICUÑA

iglesia, aunque se hallaba lejos

MACKENNA

de estar

terminada

tanto tenía lugar en S a n Francisco, cuya

comparativamente poco, y con S a n Agustín, yó en su forma actual. N o así

(l).

iglesia había

la M e r c e d

Otro sufrido

que se

reconstru-

y Santo

Domingo,

cuyas iglesias son obra comparativamente modernas y casi

de

este siglo. La compañía continuó también levantándose ficencia

con una

magni-

y una solidez tan extraordinaria, que si su primer templo,

siendo reputado

el primero del reino, había

costado a 1 5 0 mil

ducados, el que sus opulentos dueños construían ahora costaría cuatro tantos más, esto es, seiscientos mil ducados (2). L o s que hayan visto por sus ojos c o m o estaban echados sus cimientos, se darán cuenta del explendor con que se habían a c a b a d o sus detalles. Erigiéronse al mismo tiempo

nuevas fundaciones

piadosas, y

ésta es la edad de esos conventos sucursales llamados y de esos fraccionamientos de claustros vía con el nombre de recoletas.

colegios,

que se conocen

toda-

S ó l o la orden de franciscanos,

que se sustentaba únicamente de

limosnas,

estableció

dos

de

estas santas c a s a s . En la Chimba, la recolección que existe en nuestros días, y que bajo la invocación de S a n t a M a r í a de las C a b e z a s se edificó en un sitio

donado

por

don

S a i n a (corregidor de Coquimbo) se esposa doña

Nicolás

de

M a r í a Ferrei-

ra ( 3 ) y en la C a ñ a d a el colegio

de S a n D i e g o , a cuya erec-

ción contribuyó poderosamente el

obispo Humanzoro, que

fraile franciscano legándole su biblioteca después El sitio de la fundación, que

abarcaba

cuatro frentes, lo había donado

una

una piadosa

era

de sus días.

manzana por sus señora

llamada

doña M a r í a de Viera ( 4 ) .

(1) Carta de los oidores don Diego Portales y don Juan de la Peña Salazar de 16 de octubre de 1776. (2) Córdova Figueroa. (3) Según una interesante carta del digno padre recoleto fray Francisco Pacheco de fecha enero 18 de 1868, la primera iglesia tuvo sólo una nave de 6 0 varas de largo y 13 de ancho, al pie de cuyo altar mayor fueron enterrados sus fundadores. El claustro comprendía dos manzanas, y fué su primer provincial fray Buenaventura Oten en 1663, cuyo prelado renunció ser provincial del convento grande por la guardianía de los recoletos. ( 4 ) Carvallo.—Los franciscanos tenían también, según este historiador, un noviciado llamado Convenio chico de San Ildefonso o la Granjilla, que dice es-


HISTORIA

DE

SANTIAGO

305

P e r o donde se hizo más visible la irresistible los espíritus al misticismo

y a

la

propensión de

contemplación

religiosa fué

en el desarrollo de los monasterios de reclusas. D e tal manera creció en la familia aquel proselitismo,

reputado

más seguro arbitrio de la salvación eterna, vieron forzadas, con el permiso del pared corrida la calle de

su

cabildo, a cerrar

próxima manzana

tanto hicieron tres años más tarde

hasta

las

hoy el

que las agustinas se con

una

( 1 6 5 1 ) , y otro

monjas clarisas,

exten-

diéndose aquellas hasta la C a ñ a d a y las últimas hasta la calle del Teatro o S a n Agustín, en la forma

que hoy

cunstancia de tanta mayor significación,

cuanto que

exigidas entonces a las enclaustradas

equivalían

S ó l o el de las agustinas pasaba de 2 , 5 0 0 más tarde, Y sin embargo, no todo

era

existen. a

las un

Cirdotes

caudal.

pesos, y se moderó suntuosidad,

ni

lujo

ni moda en aquellas creaciones. La sociedad estaba herida por un dolor profundo. L a s almas vivían en

una

eterna!

en el temor indecible de la nada y del castigo, que así sea para que el

y

congoja,

es

preciso

observador desapasionado pueda expli-

c a r s e c ó m o un pueblo entero pasó medio siglo edificando claustros, sin cuidarse de sus propios techos ( l ) . T o d o eso, a la verdad, y cuanto existe de humano sobre la costra del orbe, arrancaba tura

entre tanto del corazón

y de sus más recónditas

entrañas,

fuera la barreta del positivismo, que a

su turno

gazo de la sociedad, a c a b a r los muros de grandiosos

y de

aquellas

de la

devora el re-

aquellos

templos

solitarias celdas, se echaría

que la liga que había servido a

cria-

porque si hoy mismo

la trabazón

de sus

de ver

cimientos,

estaba amasada con lágrimas. P o r estos mismos

años

asientan sus iglesias las

habríanse

monjas del

los heridos

en

que hoy

Carmen de S a n t a Teresa,

llamadas por el vulgo Carmen Alto, y las de las de Santa R o sa de Lima que tuvieron origen en un

humilde beaterío,

pero

(aba arruinado a fines del úlfimo siglo. Parécenos que esfe edificio no puede ser ofro que el que Frezier marca en su carfa de Santiago (1712) con el nombre de Noviciados de ¡os Franciscanos en un sitio vecino al que hoy ocupa la capilla de la Purísima en la Chimba. (1) Según un libro publicado en lafin en 1662 (la famosa Geografía ílaviana y su magnífico atlas), no existían en Santiago, que antes del ferremofo había fenido cerca de frescienías casas, sino ochenta. Ocíoginla domicilia privalorum.

20


306

BENJAMÍN

VICUÑA

MACKENNA

de éstas, así c o m o del curioso origen de las antiguas (hoy de la Victoria), verdaderas

peregrinas de

a la que han dado vuelta c o m o si fuera varemos hacer memoria un poco más

el mundo, nos reser-

adelante, a fin de guar-

dar, en lo posible, el orden cronológico de En medio de este estado ya endémico las c o s a s , que la codicia de doña fueros inauditos de

Meneses

llegó por fortuna para

Chile,

no y

los acontecimientos. de

Juana habían en

Monjifas

nuestra ciudad,

los

ánimos

y de

S a l a z a r y los

desa-

hecho

sino

especial de

hombre que, según antes anunciamos,

agravar,

Santiago,

estaba llamado en

manera a reparar males tan antiguos y

que

se

creían

el

gran

ya

de

imposible cura. Era este don J u a n de Henriquez, un oidor que en su

juventud

natural

le envió a

de Lima,

Europa a

hijo

hacer

de sus

estudios y sus armas. D o t a d o de una inteligencia clara y aventajada, de un espíritu fino, perpicaz, disimulado, maleable los metales aquilatados, laboriosísimo

para una

como

época en

el sueño era vida, infatigable en el propósito de

que

allanar dificul-

tades, que es la mejor parte y la más ardua y rara del arte de gobernar; celoso de la hacienda pública

tanto c o m o de la suya

propia, y de ésta lo era mucho; paciente, en fin, tolerante con los hombres, organizador de

las

cosas

de gobierno,

fecundo en

ideas y demás que liberales sentimientos para su época, don

Juan

de Henriquez es la gran lumbrera administrativa del siglo

XVII.

En este sentido, su misión es única entre los gobernadores aquel

sido

y

sólo

comparable

sio O'Higgins. a quien cupo un

a

la

de

del ilustre don Ambro-

puesto

análogo

a

la

postre

del siglo subsiguiente. Como

había

sido

soldado, a la vez

que

jurisconsulto (en

Ñapóles, donde tué logado, y en Lima, donde estaba al mando de las tropas), decían de él sus contemporáneos

que

si c o m o

perito de guerra era distinguido, en la ciencia del derecho p a s a b a por eximio; y

aún

apenas recibido

lo

llaman

profesor.

del mando, que

le

Su

entregó

principal aquel don

conato, Diego

González Montero, a quien cabían por lo común los interinatos, fué en consecuencia, arreglar el ejército de las disciplina

y

organización

económica

fronteras, cuya

se hallaba en un estado

deplorable, desnudo, hambriento y sin pagas. P a r a salir de estos


HISTORIA

empeños

cuenta

DE

307

SANTIAGO

Carvallo que hubo de hacerlo

de

su

vajilla

privada, tal era la pobreza suma en que había caído la colonia. El trigo valía sólo 4 reales la fanega, los ganados en

propor-

ción, y así los demás frutos de la industria, que se reducía a la de los cueros y de los huesillos, el orégano y otras menestras embarcadas para el dispendio de Lima. Era esto de tal manera, que los

fletes

de

mar,

había valido hasta cinco pesos el quintal, estaban

que

antes

ahora redu-

cidos a cuatro y seis reales ( l ) . N o obstante

el

desmayo que era propio de tantas miserias,

Henríquez acometió todo género de obras públicas. Desde

1 6 6 2 , los negociantes de Santiago, que eran por lo

común exportadores de frutos para el Perú, habían en establecer, después de

graves

consultas,

una

consentido contribución

voluntaria, según la cual se cobraría en Valparaíso un cuartillo de

real por cada quintal de frutos que se embarcase, y c o m o

se graduase el impuesto por el peso, llamóse aquél el ramo balanza.

En

esta

calidad

fué

de

aprobado por Felipe IV ( 2 ) , y

aunque su objeto exclusivo era invertir su producto en la fabricación y reparo anual de los tajamares, que de cada cual, es preciso

protegían la casa

convenir que aquel hecho es uno de

los fenómenos más extraordinarios de su siglo. Una voluntaria

en

contribución

era algo tan inusitado e inaudito como

Santiago

el terremoto de que llevamos dada larga y asombrosa

cuenta.

P o r el tiempo a que nos referimos no producía este

arbitrio

(pues tal se llamaba), sino 8 0 0 pesos, y con esa suma habíase construido

algunas

1 6 6 1 , el regidor

cuadras

don

de

pretil en

años anteriores. En

Ignacio de Alrnaza habia levantado una

cuadra de ellos por orden del cabildo con el costo

de

1,676

pesos, y héchose acreedor por su diligencia a un voto de gracias

( 3 ) . El gobernador Meneses

había

vendido

también con

(1) Caria citada de los oidores Portales y la Peña (1676). De un censo formado oficialmente por Jerónimo de Quiroga, con asistencia de escribanos, en 1671 resultó que la población blanca de la ciudad de Santiago (no de su jurisdicción), no llegaba sino a 7 0 0 almas sin contar los menores de 14 años. (2) Cédula del Buen Retiro, julio 20 de 1663. Esta misma contribución volvió a ser aprobada por 10 años por R. C. de setiembre 5 de. 1675, y con algunos intervalos continuó rigiendo hasta principios del presente siglo. (3) Archivo de la municipalidad.


308

benjamín

vicuña

mackenna

este mismo objeto algunas varas de regidores, pues era llegado ya para la exhausta

España la época ignominiosa de la vena-

lidad de los oficios. P e r o el gobernador que después de G a r c í a

Ramón

acome-

tiera de nuevo la empresa de protejer de una manera permanente la ciudad contra las aguas, fué don J u a n de Henríquez,

y en

su tiempo se terminaron aquellos tajamares que había comenzado Gines de Lillo en 1 6 0 9 , y

de

los

que ya

no

quedan

sino

escondidos vestigios. L o s de la muralla que todavía corre paralela

en

ciertos

trechos en los

actuales pretiles, son de fecha

mucho más moderna. L o s que fabricó

Henríquez

fueron

com-

pletamente destruidos en la gran avenida de 1 7 6 8 . La terminación de los tajamares en toda la extensión fronteriza a la ciudad, exigía c o m o un complemento indispensable la construcción de un puente que uniese a ella

el

barrio

C h i m b a , donde los frailes franciscanos a c a b a b a n

de la

de erigir un

claustro de recoletos de su orden. Henríquez hizo también ese puente, y este fué el primero que tuvo

el

M a p o c h o . Según algunos cronistas, era de seis a r c o s

u ojos, c o m o enionces se decía;

según

otros, era de

trece y

hasta de diez y siete ( l ) , y del mismo cuyas ruinas marca Frezier en su carta de S a n t i a g o de 1 7 1 2 . S u s aprovecharon

más tarde

para

derruidos

construir

estribos

se

el que hoy se llama

todavía el puente de palo, en oposición al de cal y canto, por la calidad de sus materiales respectivos. Después de los tajamares y del puente, venía c o m o una derivación lógica el establecimiento

de

una pila

que trajese

al

vecindario el envidiable beneficio de las ricas fuentes de aguas naturales que abundaban en su vecindad, en reemplazo de los turbiones calcáreos y arcillosos del M a p o c h o , cuyos efectos s o b r e el sistema ha calificado con tan poca ceremonia el historiador Pérez

García.

A Henríquez cupo, en consecuencia, el honor de traer el agua de Ramón hasta el centro de la plaza

de

Santiago,

proyecto

( l ) Los oidores Portales y la Peña, como contemporáneos, dicen ocho ojos. Carvallo, que escribió siglo y medio más farde dice frece, talvez porque después recibió aquella obra algún ensanche. Córdova Figueroa. que fué contemporáneo, da la última cifra.


309

HISTORIA. DE SANTIAGO que pendía desde

1 5 9 5 . Encargóse el cabildo de su conducción

hasta el sitio que hasta hoy se llama las cajitas entonces existía un huerto de ciruelos

de

de agua,

y donde

vecino

llamado

un

T o m á s F e b r e s . Y hubo en esto la particularidad de que la piedra con que se cubrió el cauce de cal

y ladrillo,

trabajado

hasta

aquel punto, fué traída de Valdivia, donde es conocida con nombre de cancagua

y despreciada por

su

fragilidad

y

el

poca

dureza. Para

hacer llegar el acueducto del

arrabal

al centro de la

población, celebraron el cabildo y los síndicos de S a n y de las C l a r a s un convenio, según el cual pilas,

una

en

se

Francisco

pondrían

la plaza y una en cada convento, pagando

tres los

estipulantes por terceras partes el costo de la obra ( l ) . Hízose así, empleándose

aquellos antiguos tubos de greda, sepultados

a cinco o seis metros de profundidad, que solían tener las calles de los barrios orientales hechas a m e r o por las excavaciones para repararlas especialmente en la directa del Alto del Puerto a la plaza por donde venía el tubo madre. El

agua

de

Ramón

siguió

corriendo

para el libre abasto

público hasta las cajas de aguas, que se hicieron de este modo un sitio de recreo para los que natural pureza, y de aquí sin

iban

duda

hiciera allí uno de nuestros más

a

bebería

vino el que

toda

su

hermosos paseos suburbanos;

La_ gran inundación llamada todavía la avenida lugar en

en

más tarde se que tuvo

grande

1 7 8 3 , privó a Santiago de este beneficio, que a c a b a de

serle devuelto bajo

una forma que habría

parecido

a

nuestros

abuelos obra de brujería. En aquellos tiempos, modelar y fundir una pila de bronce era una empresa que parecía superior a toda diligencia, pero la del gobernador Henríquez

fué

bastante a procurársela. Hizo venir

(1) Escritura pública celebrada aníe el escribano Matías de Uga el 2 de octubre de 1682, entre J o s é González Manrique, procurador de ciudad, por parte del cabildo, el capitán don Francisco Bardeci, síndico de San Francisco, y don Juan de Toro, que lo era de las Claras. Para más detalles, véase el Registro municipal de marzo 27 de 1828. Allí se dice que en 1.595 el agua de Ramón corría hasta la pila de la plaza pública, pero no hemos encontrado otra huella de esta obra pública. Talvez entonces se (raería por un cauce a herido abierto, lo que ha sido siempre de sencillísima y barata realización. Aún después de esta época y en el siglo subsiguiente, notamos que ocurrían largas interrupciones de años en el suministro de agua pura a l a ciudad, particularmente en 1718.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

310

de las fronteras un excelente armero que entendía de, fundición, y con un mulato albañil de su propiedad, que tenía a su servicio, emprendió la

obra. Existe

ésta todavía en la forma

de

una columna coronada de una elegante tasa en el óvalo de S a n Miguel de la C a ñ a d a , a donde la ha hecho llegar de inmigración en inmigración y de desdén en desdén

el

ignorante

desprecio

de nuestros ediles, desde que fué arrancada del sitio que refrescó durante

cerca

(1771-1836).

de dos siglos en el centro de la plaza pública Una

inscripción

que con

gran

dificultad se lee

todavía en forma expiral en su columa, da todavía

testimonio

de su venerable antigüedad, que en otro país la habría hecho acreedora a la vidriera de un museo, como es hoy adorno de una avenida solitaria y lo será después de un basural. ...GOBERNANDO EL MUY ILUSTRE SEÑOR DON JUAN HEN-

RÍQUEZ

GOBERNADOR

MELÉNDEZ ME FESIT

Y

CAPITÁN

GENERAL. — ALONSO

(sic).

Emprendió también Henriquez la construcción de calzadas

en

las calles que aquel nombre se daba entonces a las veredas, y es digno de fijar la atención

que un hombre tan celoso como

él del adelanto loca!, y por lo tanto tan ilustre, don Ambrosio O Higgins, reemplazara éstas un siglo más tarde con los enlosados que en

aquellas

sustituyeron a los toscos guijarros del

río. Tuvo

también

aquel

funcionario

la

alegría

de escuchar la

primera campanada del reloj que hábiles obreros jesuítas, venidos de Alemania, trabajaron para la torre de la Compañía y es el mismo que se conserva todavía con justa, pero casual estimación, en la torre de S a n t a A n a . D i o su

claro

martinete

el

primer

golpe en la noche intermedia entre el 3 1 de Diciembre de 1 7 7 0 y el 1.° de Enero de

1 7 7 1 , y toda la ciudad estuvo despierta

con el oído atento y el aliento comprimido en las válvulas del pecho

su

primer

latido despertando intensos regocijos. L a era de la queda

hasta que la admirable máquina hizo vibrar

iba a

ser ya una redundancia si no un anacronismo. El gobernador Henriquez había dado cien pesos de los fondos de cabildo para auxiliar aquella máquina, por el beneficio que reportaría a la ciudad. O t r a de las o b r a s que se recuerdan de aquel celoso manda-


311

HISTOBIA DE SANTIAGO tario, fué la conclusión de la casa consejil que habían zado

sus

antecesores,

después

de

la ruina, sin

comen-

poderle

dar

remate por la insondable pobreza en que se había sumergido el reino, y en especial la ciudad. N o era, empero, aquella ni con mucho una obra tan importante c o m o la que hoy

existe, y que es más de un siglo pos-

terior. Tenía obligación

por

todos

estos

de gratitud

motivos el pueblo de S a n t i a g o una

para con su activo reconstructor, y tal

vez por esto cuando se c o l o c ó su retrato, según era costumbre, en la sala de los gobernadores, se le adornó con un letrero en que se recordaban sus principales beneficios ( l ) . P e r o no se crea por esto que Henríquez descuidaba sus propios proventos, porque lo menos que se dice de él

es que de

catorce mil indios que se hicieron cautivos durante su gobierno se adjudicó a sí

mismo

no

menos de ochocientos, los cuales

vendió a los c h a c a r e r o s de S a n t i a g o a razón de 2 5 0 duros la pieza,

pagaderos

en

los

trigos de c o s e c h a .

Y

c o m o éste se

cotizaba a cuatro reales, y el gobernador lo vendía

al ejército

a dos pesos, calculábase que en esta sola negociación el ingenioso

gobernador

había

echado

en

sus bolsillos

ochocientos

mil pesos de provecho neto ( 2 ) . No había descuidado tampoco Henríquez

asistir con la libe-

ralidad que era posible en aquellos años de imponderable estrechez, a la fábrica de los templos, según el espíritu reinante. A su salida del gobierno ( 1 6 8 2 ) la

Catedral se encontraba

conr

(1) Pérez García vio este reíraío en 1781 y hace mención especial de el. Es la misma galería de que habla el navegante inglés Vancouver cuando fué recibido en el palacio por el presidente O ' Higgins, y en la cual figuraba en esa época (1795) el retrato de su huésped como el último de la serie. Tan preciosa colección ué destrozada por las turbas que invadieron el palacio de los presidentes en la noche de la batalla de Chacabuco, y cuando se supo que Marcó lo había abandonado. Esfa desgraciada circunstancia ha hecho que los amantes de la historia nacional hayan perdido una fuente de in ormación en que el arfe, las costumbres, los trajes y los caracteres mismos habrían venido en auxilio de la filosofía que guía en la investigación de aquella. Los peruanos lienen este admirable recurso en su completa galería conservada (con bastante descuido, es verdad) en el Museo de Lima y que se esfiende desde Francisco Pizarro al virrey don Juan Laserna ( 1 5 3 5 - 1 8 2 2 ) . Entre esfa serie se encuentran los retratos de Manso, Jáuregui, O'Higgins y Aviles, que fueron los únicos virreyes y antes presidentes de Chile. ( 2 ) Carvallo. r

r


312

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

pletamente

cubierta; y de su p r o p i o . peculio

había

dado

400

pesos y 6 0 0 tablas, valorizadas a dos pesos c o d a una, al convento de S a n t o Domingo, que continuaba

siendo la orden

vorita de los presidentes. C a s i otro tanto h a b í a d a d o

fa-

un her-

mano suyo llamado don G a s p a r , don B l a s o don B a l t a s a r , alguno cuál.

de

estos

Había

nombres

tenido

largo gobierno de

era,

sin

que

también el gobernador doce

que

importe a la historia limeño durante

años el orgullo de dejar

su

fundado un

nuevo monasterio, porque c o m o en el siglo subsiguiente estuvo de moda el fundar pueblos, de donde nos vino el semillero que tenemos repartido en todo el territorio, así en el siglo cuya crónica estamos por agotar, no se c o n s i d e r a b a período feliz sino aquel en que cada gobernador había c a v a d o los iglesia, o ermita, o capilla, o siquiera

cimientos o de una

hospedería,

mucho

más

un claustro, de nobles doncellas y de venerables viudas. S I T I O Y A S A L T O DE UN M O N A S T E R I O

El lunes 7 " d e Febrero Clarisas

de

abadesa

Sor

la

Úrsula

recien construida

de

C a ñ a d a seis

1 6 7 8 dejaban monjas

A r a o s , e iban

en el

la portería de las

presididas de la antigua a

instalarse en una casa

ángulo nordeste

de la plaza principal,

frente a las c a s a s de cabildo, y ese mismo día, bajo los auspicios del presidente Henríquez y del rey C a r l o s II quedaba dado el real monasterio de Nuestra

Señora

de ¡a Victoria,

última continuaba siendo, junto con la virgen

del

funcuya

S o c o r r o , la

patrona de S a n t i a g o . La historia de esta instalación, que más tenía de mudanza, es digna de ser dad,

porque

es

una

recordada con

página más

agregada a

de cisma que

alguna especialilas

novelescas

peregrinaciones que las desgraciadas monjas de S a n t a C l a r a , a ejemplo de la patrona de su advocación, habían hecho por

la

tierra y por el mar desde su primitiva fundación en O s o r n o . En el lugar correspondiente dijimos que al trasladarse a España el obispo P é r e z de Espinosa, que les había talidad en S a n t i a g o en los primeros años del

dado hospi-

siglo, delegó su

jurisdicción en los provinciales de S a n F r a n c i s c o , por el doble


313

HISTORIA DE SANTIAGO

motivo, sin duda, de la afinidad que existía en ambas reglas y por la proximidad de sus claustros. No admitieron, sin embargo, las madres de buen grado aquella sumisión, y pusieron

pleito a sus

tutores

pretendiendo

no

depender c o m o las Agustinas sino del cayado del ordinario. D e aquí un gran escándalo. ' L a abadesa, dice

Carvallo, a quien

vamos a dejar

referir

este curiosísimo episodio, con la mayor parte de su comunidad pretendió sustraerse

de

la

jurisdicción

del Provincial.

que en su fundación de la ciudad de O s o r n o

Alegó

fueron subordina-

das al Ordinario, y lo mismo en su actual establecimiento en la ciudad de S a n t i a g o . Y que haberlas dejado el ilustrísimo obispo doctor fray J u a n Pérez de Espinosa, cuando abandonó su obispado, bajo la superioridad del

provincial,

fué

lo

mismo

que

nombrar al provincial de S a n Francisco de provisor de su monasterio, cuya superioridad rehusaba, y reclamaba a su legítimo superior. «Siguióse

pleito

y

se

nombraron

por

jueces al ilustrísimo

señor doctor fray Dionisio Cimbrón, obispo de la ciudad de la Concepción,

que a la sasón se hallaba

t r e don Alonso de C ó r d o v a , «Vistos

los

autos,

en la capital, y al maes-

presbítero.

sentenciaron

a favor de la a b a d e s a . El

provincial apeló al Metropolitano (de Lima) y ganó sentencia a su favor y una real provisión del virrey, amparando en la posesión al actual provincial

y a sus sucesores, dirigida a la Real

Audiencia de Chile, para que se le diese «Aquel

tribunal

encargó su ejecución

de Azaña, S o l í s de Palacio, uno

cumplimiento. al doctor don

Pedro

de los ministros que compo-

nían el tribunal. «Para verificarlo dispuso cercar el monasterio con tres compañías

de

milicias conducidas

por su maestre

de campo don

Antonio C a l e r o ; y acompañado del R . P. fray Alonso C o r d e r o , provincial,

con

toda

su numerosa familia religiosa entró en el

monasterio. «Se focó la campana a comunidad, y juntas aquellas

señoras

en la sala capitular, se les intimó la sentencia del Metropolitano y la real provisión del virrey. O í d a protestaron de la fuerza que se les hacía y el recurso al supremo C o n s e j o de Indias y


314 al

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

S u m o Pontífice

y a los

Entonces el doctor Azaña

tribunales

que

más le conviniese.

las ultrajó y lo mismo el provincial

con palabras injuriosas y las amenazaron. •Exasperadas

las

religiosas

por el violento despojo de sus

derechos e intimidadas con las amenazas, con la numerosa comunidad de

religiosas y con la tropa

monasterio,

apelaron a la

fuga.

armada que

La tropa

intentó

usando de violencia, y a empellones y golpes

c e r c a b a el contenerlas

procuraron arre-

drarlas. P e r o algunas de aquellas ultrajadas señoras se escaparon corriendo y las demás quedaron sufriendo el ultraje. S e esparció la triste noticia por toda la ciudad, y los padres, los

hermanos y los

parientes

de aquellas

religiosas corrieron

presurosos a la real andiencia, que se hallaba en su sala, despachando los negocios forenses. Viendo aquel sabio tribunal el riesgo que corría

la quietud pública, salió en cuerpo de tribu-

nal hacia el monasterio:

pero la tropa,

que tenía orden de su

jefe para no dejar entrar persona alguna, le resistió la entrada y tomó el partido de enviar

al escribano de cámara para inti-

mar al doctor Azaña un decreto de suspensión de la comisión. «Mas,

todo fué ocioso,

y aunque el

tribunal

y el

ayunta-

miento precedido de su corregidor don J o s é de M o r a l e s y Negrete, y de sus

alcaldes ordinarios don Valentín Fernández de

C ó r d o v a y don Martín de Urquiza, seguidos de todo el pueblo apellidaron la

voz del rey, no fué bastante para que cediesen,

porque a consecuencia puso a defender

la

mucho se propasa la que

de la

orden que tenía la tropa se dis-

puerta y llegó el c a s o de hacer fuego. A imprudencia,

hubo y estuvieron a punto

contra la tropa y contra la

y fué grande el escándalo

de un rompimiento del pueblo

comunidad de S a n

Francisco.

«Salieron aquellas señoras religiosas con su resolución, porque las mujeres, cuanto tienen de tímidas antes de entrar en un empeño, tienen

de

constantes puestas

ya en los

lances, y se

sustrajeron de la jurisdicción del provincial refugiándose en las Agustinas,

en el monasterio de la Concepción de Nuestra S e -

ñora, donde siguieron su instituto con santa «El

oidor

emulación.

comisionado intentó capitular de

promovedor

de

motín al ayuntamiento, pero este ilustre cuerpo se indemnizó con una

cumplida

información del hecho,

y de su moderación, de


315

HISTORIA DE SANTIAGO

que fué testigo ocular el tribunal de la Audiencia, y de todo se dio aviso

al soberano para

siástico declaró inclusos

su real deliberación. El juez ecle-

en e¡ canon: Leguis

a todos

suadente

los que de la información del hecho que mandó hacer, salieran agresores de los ultrajes inferidos a las religiosas. «Orientado el virrey de todo lo acaecido libró otra real provisión

mandando a

Concepción

de

la señora

Nuestra

abadesa

del

Monasterio de la

S e ñ o r a despidiese de su

casa a sus

venerables huéspedas, y a éstas que volviesen a la suya, dejándolas el derecho a salvo para que ocurriesen a donde más les conviniese y amparando entretanto al provincial en su posesión. Obedecieron estas

señoras agraviadas, y ocurrieron a la curia

romana, y la sagrada

congregación pronunció la siguiente sen-

tencia en 1 2 de febrero de 1 6 6 1 :

«Vistos los procesos y ale-

gatos de una y otra parte por los eminentísimos cardenales, juzgaron todos y sentenciaron que las dichas monjas nunca

habían

sido sujetas a los religiosos de S a n Francisco sino al Ordinario y que a él se debían sujetar y mandaban que a él se sujetasen». «Se subió al P a p a Alejandro VII la decisión de los eminentísimos cardenales, y S u Santidad la confirmó en 2 5 del mismo mes y año por estas palabras: S. Congregaíionis íerium ordinarii

Sanfe

que Clare

in Reyno

jurisdictioni,

teré Regularibus*.

codem

«Alexander auno Chilensi

eí quebeniro Quedaron

con/irmaf

12. Februaríi in ómnibus,

ribesse

senfentiam

censuif

nullumqe

monas-

eí per

omnia

pus

compe-

victoriosas las monjas y salieron

de este caprichoso litis» ( l ) . La victoria quedó, pues, en definitiva por la toca,

y

la

co-

gulla fué humillada. ( l ) Todo esío consla de los acuerdos celebrados por el ayuníamienfo en los días 19 y 20 de diciembre de 1656 y 12 y 13 de enero de 57, que se hallan a I. 175 y siguienfes del libro de provisiones de la capital núm. 14, cuyas son las cláusulas que siguen: «Y temiendo mayores daños en la obediencia y sujeción al prelado regular, se salieron del dicho monasterio, y para impedírselo las acometieron los soldados y personas que habían ido a asistir al dicho señor oidor, ofendiéndolas con las armas y a empellones, arrastrándolas por el suelo, y poniéndoles las manos en los rostros, arrastrándolas de los cabellos, siguiéndolas con otras demostraciones y agravios en la salida que hacían para reducirse al monasterio de la limpia Concepción de esfa ciudad, por las calles públicas, obligándolas a correr, faldas en cinfa, por los golpes y malos tratamientos que les habían hecho, e iban haciendo... de lo cual resultó fan grave escándalo que ha parecido sin ejemplo en le cristiandad*.—(Carvallo M. S . )


316

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

El terrible Azaña fué trasladado a la Audiencia de las C h a r cas,

y suponemos que el no menos formidable C o r d e r o no vol-

vió a ser más provincial de frailes ni de monjas. Mas,

fuera que el provincial tuviera en aquel claustro algunos

partidarios inconsolables,

fuera por otros motivos, la discordia

mal apagada siguió cundiendo en el rebaño, y al fin estalló un verdadero cisma entre los bandos disidentes. Tal vez para calmar esos escándalos ocurriósele a un comerciante casi millonario llamado el capitán don Alonso del C a m po Lantadilla una

nueva

legar seiscientos mil pesos para

casa

de

que se

fundara

Clarisas, que debería denominarse S a n t a

C l a r a del C a m p o , y ocurrió

precisamente este

insólito legado

en la época en que más altos venían los disturbios. P e r o en aquellos años, herencia hoy,

dos c o s a s enteramente

tan ingente,

y embrollo eran, c o m o son

idénticas, y c o m o el caudal fuera

creyeron los oidores que valía más dejarlo en las

manos que los tenían a réditos, porque de esa suerte era más fácil y provechoso cobrar los últimos que los primeros. El obispo que

lo

era a la sazón ( 1 6 7 0 )

el voluntarioso

Humanzoro,

pretendía por su parte, y en esto daba tanta prueba de cordura c o m o los oidores de entender cada uno su negocio, que no se hiciera

fundación

de

monjas

de vida contemplativa, sino una

casa de recogidas de que la ciudad ya necesitaba con por las muchas pecadoras que en ella habían

urgencia

nacido.

Siguióse con este motivo un eterno e intrincado pleito, y hubo al fin de enviarse los autos al C o n s e j o de Indias, no sabemos si en consulta o a virtud Jas mil y quinientas, tre nosotros,

de aquel recurso que se llamaba de

que ha quedado por refrán de tardanza en-

y según el cual

se consignaban mil y quinientos

pesos al tiempo de apelar. Esta vez,

la apelación

duró seis años ( 1 6 7 0 - 1 6 7 6 ) ,

y al fin

vino sentencia contra el obispo y los oidores, mandando que el nuevo monasterio se fundase sin pérdida de tiempo con los bienes del acaudalado

Lantadilla.

C u p o , pues, al presidente Henríquez

la fortuna de dar cum-

plimiento a aquella real cédula. C o m p r ó s e una manzana

entera

anexa a la plaza;- edificóse el monasterio con una iglesia espaciosa, y, c o m o queda dicho, el lunes 7 de febrero de 1 6 7 8 se


317

HISTORIA DE SANTIAGO hizo la traslación. Fluctúa todavía ción

de

que

en el vulgo una vaga tradi-

aquel cambio de domicilio se hizo con los acci-

dentes de una fuga, corriendo

las monjas cismáticas desgreña-

das por las calles, mientras las que quedaban fieles al antiguo escapulario las perseguían

con sendos

torniscones.

Pero

nos parece haber sido una de las muchas abusiones, la palabra inventada por el pueblo más abusionero Tal, fué entretanto,

el origen del

monasterio

esto

que tal es del mundo.

de las monjas

de la Victoria que el pueblo llamó instintivamente las

monjifas,

por ser retoños de un árbol ya viejo plantado en el huerto del solar

contiguo.

El monasterio de la

C a ñ a d a comenzó

mismo a llamarse también desde esa época de Sania

por lo Clara

la

antigua.

Aunque estos b o r r a s c o s o s

sucesos habían precedido en gran

manera a la administración de don J u a n de Henríquez, no careció la última de las tormentas eclesiásticas que fueron la marca de fuego de aquel siglo en que llovió agua bendita. Era el presidente conciliador, afable y aun de trato humilde, a punto de haber dado mérito a un cronista (Pedro de Figueroa citado por Carvallo), para contar que, habiendo ido un día en persona a ver a

un

escribano

para un asunto

urgente, le

halló dormido y no quiso que le despertaran. P e r o , no obstante, hubo de habérselas con un obispo terco, empecinado y quisquilloso, que puso más de una vez a prueba su tolerancia y su cortesía. Era aquél

don D i e g o de Humanzoro,

que había tomado el

báculo de la diócesis casi al propio tiempo que Henríquez empuñaba el bastón del gobierno civil ( 1 6 7 1 ) . Prelado especie de trasunto de

aquel

fraile y franciscano c o m o él, su iglesia

pendenciero

batallador,

Pérez de Espinosa,

tenía tan a pechos los fueros de

y lo alto de sus prerrogativas, que

en una ocasión

mandó arrojar de la iglesia en que se celebraban las honras de Felipe IV, nada menos que al prior de S a n J u a n de D i o s , Nicolás de S a l l e s , tan solo porque, siendo lego, había tomado uno de los asientos destinados a la gente de categoría, desacato tan


318

BENJAMÍN TICUNA MACKENNA

ignominioso c o m o innecesario que le costó al prelado un justo pleito de reparación puesto por el agraviado prior. P e r o su querella

de más

consecuencia

ocurrió con la Real

Audiencia y con Henríquez, c o m o su presidente, y vamos a contarla, porque tales sucesos son la esencia y médula de la vida colonial, en que cabrían sin artificio

estas tres grandes divisio-

nes de la historia. Historia

civil.—Pendencias

de los presidentes con los dioce-

sanos. Historia

de los obispos con los pre-

eclesiástica.—Pendencias

sidentes. Historia

de la Real Audiencia con todo

judicial.—Pendencias

el mundo ( l ) . El resto de la historia se compone de las pendencias con los indios. Era costumbre oidores,

que el octavario

turnándose en el gasto

de Corpus lo costeasen

los

uno en pos de otro cada día

de los o c h o en que aquél se celebraba; y en el que tuvo lugar en 1662

(cuando Henríquez no había llegado todavía a Chile),

tal vez por simplificar engorrosas llos invitar en

ceremonias,

acordaron

aqué-

conjunto al obispo a sus funciones, diputándole

con un recado respetuoso al alguacil mayor, que por lo común era un gran señor del pueblo. P e r o el soberbio mitrado tomó a grave insulto aquella cortesía, y c o m o los oidores no lo levantaran, prohibió a sus clérigos que predicasen durante el octavario, a fin de quitar la mitad del lucimiento a las fiestas del copete. Llegado Henríquez al reino, quiso conciliar los ánimos en las fiestas

del siguiente año, y como presidente del real tribunal fué

en persona a hacer una reverente invitación por sí y sus colegas al

enfadado diocesano.

P e r o ¿sesgó éste en su soberbia?

( l ) No era sólo privativo de Chile esíe perenne desacuerdo de la autoridad eclesiástica y civil, que es uno de los fenómenos más dignos de un especial estudio en la era colonial. El vasto virreinato del Perú era sólo un semillero de ese género de discordias y especialmente Lima. Consúltense las memorias de los virreyes, publicadas por Fuentes, y muy particularmente la escandalosa rivalidad y polémica que sostuvo por esta misma época (1684) el arzobispo Liñén con el duque de la Palata (don Melchor de Navarro y Rocaful). Las cartas de este último al arzobispo, que a su vez había sido también virrey, pueden citarse como un modelo de impasible pero comedida energía.


319

HISTORIA DE SANTIAGO

ni un solo ápice. La alternativa era: o iban los oidores en persona cada día a invitarle para su respectivo turno, o él les negaba su presencia y su cátedra en la iglesia

metropolitana.

Henriquez resolvió entonces con su peculiar sagacidad dar al orgulloso ministro un golpe certero, y para esto dispuso con los suyos, que el octavario se celebraría ese año ( 1 6 6 3 ) en la iglesia privilegiada de S a n t o

Domingo.

Fuera de sí el obispo, y empeñado en deslucir aquellas oblaciones solemnes del catolicismo, que él consideraba c o m o profanas desde miembros

que eran atentatorias a su orgullo, conminó a los

del ayuntamiento con censuras si osaban

con su presencia las

solemnizar

funciones de la Audiencia, admitiendo su

convite. P e r o esta vez volvió a ser vencido

FJ octavario

se celebró

con especial esplendor, y a las amenazas eclesiásticas del obispo la Real Audiencia contestó con una real provisión el 2 7 de mayo de 1 6 6 3 , poniendo a raya sus a b u s o s . O t r o de los alborotos de episcopado

de

aquel tiempo, ocurrido durante el

Humanzoro,

tuvo un

origen más fútil todavía.

V a m o s a contarlo. Hasta siones

1 6 6 0 era de

un hábito

corpus el guión

ya tradicional que en las procede la Municipalidad fuese

llevado

junto al palio, que cargaban los regidores, y que la cruz capitular, símbolo de la autoridad prelaticia, pasos adelante.

P e r o a alguien

marchase unos pocos

ocurriósele en la procesión de

aquel año poner en la misma línea de marcha la cruz y el guión. Terrible escándalo, y como eco un pleito que iría hasta el Consejo solía

de

Indias!

en c a s o s

Falló de

éste, farsa tan pueril de la manera que

excesiva nimiedad, pues hemos

encontrado

una real cédula dada en el Buen Retiro, el 3 de julio de 1 6 6 2 , en la cual se dispone

«que se siga la costumbre

hasta que el

juez eclesiástico decida sobre la propiedad», que era equivalente a no

resolver

nada,

y

esto,

si no era lo más legal, era sin

disputa lo más cuerdo ( l ) . Al fin la muerte ( 1 6 7 8 ) apagó los bríos batalladores

del al-

tanero fraile, y su paciente cuanto hábil domador, don J u a n de (1) Colección de reales cédulas exisfenfes en la Bibliofeca Nacional.


320

Henriquez, fuese

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA a

España

(1682)

C o n s e j o de Indias, que había

a ocupar un puesto en el

dirimido

sus

discordias,

honor

insigne que ni antes ni después de él disfrutó ningún presidente de Chile, mucho más siendo americano. Entre tanto, todo lo que

la

historia

tiene q u e . d e c i r de ese

nombramiento excepcional (aparte la sombra de los ochocientos esclavos vendidos por trigo en yerba

y otras que más adelante

aparecerán en el papel), era excepcionalmente

merecido.


CAPÍTULO

XXII

El t e s o r e r o de la Santa Cruzada El sanio Garro.—Cinco

inundaciones

sucesivas

del

Mapocho.—Pérdida

del

Real Situado,—Viruelas.—Paciencia del santo Garro.—Singular preservativo contra la chismografía de Santiago,—Construcción de tajamares en el barrio de San Pablo.—Inmoralidad, castigo y muerte de los oidores García Salazar y Cueva Lugo.—El TESORERO DE LA SANTA CRUZADA. — Fundación del monasterio del Carmen de Santa Teresa o Carmen Alio.—Fray

Juan

de la Con-

cepción, su vida y su constancia de lundador.—El capitán Bardeci.—El rey autoriza la fundación del monasterio.—Fray

Juan

de

la Concepción

viene de

Guamanga y se traslada a Chuquisaca en busca de monjas fundadoras.—Tráelas el corregidor Gaspar de Ahumada, y reyertas que sostiene con el fraile en el camino.—Fúndase definitivamente el monasterio.—Nuevos

beateríos.—Rui-

dosa causa criminal sobre una herencia del rey,—Los mercaderes portugueses López y P a s o s . — S e establecen en Santiago y cuantiosa fortuna que acumulan. —El tesorero de la Santa Cruzada don Pedro de Torres.—Sus

relaciones con

Pasos.—Mueren los dos mercaderes, y Torres resulta su albacea. — Sus antiguas especulaciones y menoscabo de su fortuna.—Mudanza que se nota y dote fabuloso que da a su hija.—Los condes de Sierrabella y origen de los portales de Santiago.—Misterios.—Legado que se atribuye a Pasos a favor del monasterio del Carmen.—Lo reclama en vano fray Juan de la Concepción.—Resuelve denunciar al tesorero Torres como usurpador de la herencia de los portugues e s . — S e confabula con un fraile hijo de Pasos y lo delata al presidente Henríquez y al oidor más antiguo la Peña Salazar.—Deseníiéndense éstos.—Curioso viaje del hijo de Pasos a Lima, su denuncia al virrey

Rocaful e intrigas

por qué desiste.—Porfía fray Juan de la Concepción y manda a España a su confabulado.—Carlos II ordena que se forme causa criminal al tesorero Torres, —Peripecias de este juicio.—Declaraciones de todos los nobles y ancianos de la ciudad.—Componenda.— Estado inconcluso del proceso.—Sínodo diocesano de 1688.—Temblor de 1690.

S u c e d i ó al feliz e industrioso don J u a n de Henríquez en 1 6 8 2 un buen

caballero

llamado

don

M a r c o s J o s é de G a r r o , que 21


322

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

vino por a s c e n s o del gobierno

del

Tucumán,

como

solía lla-

marse el de B u e n o s Aires; y el pueblo de S a n t i a g o , que siempre ha sido aficionado a los apodos dándolos en reemplazo de nombres y aun de apellidos, a los c o j o s , curcunchos

y los huachos,

a

los tuertos, a los

que estos últimos son apodos de in-

dios, púsole a la conclusión de su gobierno el sobrenombre de Sanio. Y a la verdad que el santo

G a r r o mereció aquel título c o m o

el santo J o b el suyo, porque no

hubo

calamidad física y so-

cial que no aílijese a la colonia durante su período. C i n c o inundaciones del M a p o c h o que arrasaron los tajamares construidos con tanta constancia y oportunidad por el

previsor Henríquez;

la pérdida en un naufragio del real situado,

que

era el maná

del desierto para los chilenos, verdaderos israelistas de la América, entre las tribus que en ella

tuvo

España; profundas dis-

cordias y litigios prolongados en las familias

de S a n t i a g o por

causa de intereses; escándalos de oidores relajados que mueren en el destierro; guerras con los indios, interrumpidas sólo

por

breves treguas de quietud y botín, y por último la propagación ya endémica de la viruela, espectro que hacía su aparición cada primavera: tales fueron las pruebas que consagraron la santidad del paciente mandatario y lo hicieron digno de la canonización, que sin consultar a R o m a le otorgó S a n t i a g o . D e todas aquellas salió a la verdad triunfante. C o m e n z ó por

dar en rostro a la chismografía incurable del

pueblo, especie de inventado todavía la

viruela santiaguina vacuna,

haciendo

para

la cual no se ha

pasear

en unas andas

por los cuatro ángulos de la plaza, y a manera de pregón, unos veinte y cinco mil pesos que constituían toda su fortuna, adquirida lícitamente con sus sueldos en el otro lado de los Andes. A los desbordes de las avenidas opuso nuevos

tajamares, y

su paciencia, que era más dura que el cal y canto.

Como

la

inundación de 1 6 8 3 rompiera hacia los barrios b a j o s de la ciudad, que se llaman hoy de las Capuchinas y 3

a

n

P a b l o , hizo

construir por el espacio de ochocientas varas, esto es, de cinco cuadras ( l ) , el pretil que corre

todavía, bien que reconstruido,

( 1 ) Gay dice ochocientas varas, Carvallo setecientas cincuenta, lo que hace cinco cuadras justas.


323

HISTORIA DE SANTIAGO

desde los a r c o s del puente hasta más a b a j o de S a n P a b l o . En los libros de cabildo encuéntrase además un acuerdo que tiene fecha de septiembre 9 de 1 6 9 0 , llamando a licitación para reparar los destrozos del río durante los años corridos de a

1680

1687. P u s o remedio a la terrible

pérdida

del situado

( 1 6 8 5 ) , que

equivalía casi al hambre y a la rebelión del ejército, solicitando del virrey del Perú, duque de la Palata, que viniese por tierra, y directamente de las cajas de P o t o s í , con lo que se ahorraron comisiones, fraudes sociedad, por

y peligros ( l ) .

acusaciones

que se hacía a grandes personajes

de haber usurpado ingentes una tranquila y prudente

En las desavenencias de la

cantidades

firmeza,

del

según

rey, procedió con

luego

hemos

de ver

con alguna detención. P o r último, reprimió con severa mano el libertinaje desenfrenado a que

solían

entregarse, prevalidos de

su inmunidad, los orgullosos oidores. P a g a r o n el tributo de este merecido castigo por sus e x c e s o s en una sociedad que ha sido siempre tan celosa de

sus

costumbres

como

la de S a n t i a g o ,

dos hombres licenciosos y desventurados que habían llegado a Chile casi junto con el gobernador. Fueron aquellos don J u a n tomado

su

puesto

en

la

de

la Cueva y Lugo, que había

Audiencia

en 1 6 8 2 , y don S a n c h o

G a r c í a S a l a z a r , que lo había hecho en el año subsiguiente. Sin embargo, tan escandalosa fué desde el principio la conducta de ambos, y tan descarados sus amores, sus orgías y depravaciones, que, denunciados por el obispo el ilustrísimo C a r r a s c o , natural de

(que lo era por entonces

Z a n a , en

el

Perú, y autor

de nuestro primer sínodo diocesano, que por aquellos años tuvo lugar), hubo de desterrarlos, al primero a Valdivia y al segundo, c o m o reo de menores culpas, a Quillota. Murió aquí G a r cía S a l a z a r devorado de rubor a los o c h o días de haber llegado con su afrenta a cuestas, al paso que, por un evento singular, su colega, tan infeliz c o m o él, después de haber litigado algunos

( l ) El rey dispuso el 6 de enero de 1687 que se írajese directamente el situado de Potos!, vía Afacama. El duque de la Palata contrarió esta disposición por oficio de 16 de abril de aquel año, pero no sabemos si llegó a alterarse el antiguo itinerario. Suponemos, sin embargo, que se siguió siempre el directo de Lima.


324

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

años sobre la justicia de su destierro en un presidio, obtuvo por gracia que !e destinaran a aquel precioso lugar, y allí no tardó en morir, reuniendo así la muerte en un sólo féretro a los que tantas veces la vida y el placer había asociado en

el

festín y

en la alcoba. Alcanzó también el presidente G a r r o , c o m o su antecesor Henríquez, el envidiado privilegio de hacer la fundación de un nuevo monasterio. Fué éste el llamado Carmen

Alto

de la orden de la

inspirada T e r e s a de J e s ú s , santa moderna y española, que hacía apenas medio siglo había sido canonizada ( 1 6 2 2 ) , por cuya razón hallábase en gran voga en la Península y en América. Habíanse dado los primeros pasos de su fundación en tiempo del presidente Henríquez, según antes

dijimos, y

fué su inicia-

dor un fraile portugués, carmelito descalzo, tan exaltado c o m o apostólico, llamado J u a n de la Concepción. Durante el gobierno del venido a América

el

fraile

presidente

último

nombrado había

lusitano en demanda de cierta he-

rencia que su padre había dejado en las C h a r c a s , y al volverse a su país, vía de B u e n o s Aires,

por donde

había entrado,

el gobernador de aquella colonia, que a la sazón era G a r r o , le impidió que se embarcase, porque siendo portugués el fraile, el buque que debía llevarlo conducía también despachos importantes s o b r e las desavenencias

a

que daba lugar la colonia por-

tuguesa del Sacramento, situada a la embocadura del río de la Plata. El fraile descalzo tenía un espíritu activo, viandante y un fervor religioso

sincero

y profundo, por manera que; a pesar

de sus desventajas de nacionalidad, obtuvo del obispo de aquella diócesis, A s c o n a , que le nombrara cura de la villa de L u j a n , y después de haber edificado allí una iglesia con limosnas, pasó a Chile sin más compañía que un pequeño lienzo del

Carmen

y un cajoncillo de lata para recibir oblaciones. Tuvo tanta diligencia en su misión, y encontró

tan bien dis-

puesta la tierra, a pesar de su pobreza, bien que nunca fué pobre para la alcancía, que el padre forastero presto llenó la de la santa con gruesos patacones.

Sólo

de los soldados de los

tercios fronterizos, a cuyos cuarteles llegó, recogió 6 8 3

pesos,

a deducir del situado cuando éste se distribuyera. Provisto de una suma de tres a cuatro mil pesos, el carme-


325

HISTORIA DE SANTIAGO lita buscó

como

asociado

a

un

caballero de distinción, que

antes hemos nombrado como síndico del convento de S a n Francisco. Era éste el capitán don Francisco B a r d e c i . P u e s t o s en consorcio, edificaron en el sitio mismo que hoy cientemente

restaurada,

ambos

ocupa su

y que

era

una humilde capilla

claustro y su iglesia redonde

el piadoso B a r d e c i

tenía su morada ( l ) . E c h a d o s estos cimientos, B a r d e c i y el ardoroso portugués o c u rrieron al rey por la licencia de una fundación. Sin graves dificultades

ni

demoras

otorgóselas C a r l o s II por cédula de 1 7

de julio de 1 6 8 4 , con tal que las congruas de las monjas, que en la primera solicitud eran muy e s c a s a s , fuesen mejoradas. A c c e d i ó B a r d e c i , y habiéndose presentado éste a la Audiencia con un pedimento en que decía que el número de las monjas

«era

limitado,

su vestido pobre y humilde, y sus manteni-

mientos p a r c o s y la tierra abundante'de ellos» ( 2 ) , dióle el presidente G a r r o licencia para hacer la fundación

del monasterio.

El incansable fraile se hallaba a la sazón en G u a m a n g a , dentro del corazón de las sierras del P e r ú con su lienzo

y

alcancía;

pero al saber la nueva, vino a Chile lleno de gozo y volvió a marcharse a Chuquisaca, donde existía un convento de carmelitas que debía sumistrar las hermanas fundadoras. A c c e d i ó el arzobispo de las C h a r c a s a la solicitud afanosa del (1) Existe en el archivo de la Real Audiencia un cuerpo de autos que contiene una memoria firmada por fray Juan de la Concepción en Santiago el 17 dt diciembre de 1691, acompañada de un inventario, según el cual el valor de la capilla y de sus enseres llegaba a 6,040 pesos. Entre las diversas partidas del inventario se leen algunas como las siguientes: por el acomodo de la capilla, que se componía de dos aposentos pintados de amarillo con una guarda pintada de colorado, 63 pesos. Por una calzada de piedra trabajada delante de la puerta por donde pasaba una acequia, 2 0 pesos. Por fres imágenes de vestir del Carmen, Santa Teresa y Magdalena, 130 pesos. Por un niño Jesús, 2 0 pesos. Por la hechura de un cristo de naranjo dulce, 117 pesos (y éste talvez lué el cristo por el que las monjas no podían sentir reverencia por haberlo conocido naranjo!). Por último, por cuatro mil tejas qua se habían cortado, a quince pesos el mil, 60 pesos. En una plancha de mármol incrustada en la pared de la iglesia del Carmen Alto, al pie del altar que representa el estasis de Santa Teresa, se lee hoy esfa inscripción: FRANCISCO BARDECI Y BARNAVA DE LA CERDA, CEDIERON SU PROPIA CASA 1690. ( 2 ) Memoria auténtica del capitán Bardeci en los autos arriba citados.


326

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

fraile, apoyada por el presidente G a r r o , y le concedió tres monjas, nombrándolo capellán de ellas. M a s , por escrúpulos u otra causa, no consintió

en

que

vinieran

a

su c a r g o durante tan

larga travesía, y confiólas al cuidado y responsabilidad del capitán don G a s p a r dé Ahumada, hijo de aquel altivo don V a l e riano de Ahumada, de que antes dimos cuenta, y que por razón de política o de negocios se había trasladado a aquel país. Venía don G a s p a r provisto de corregidor de S a n t i a g o , y era un caballero de mucha cuenta; pero agraviado el fraile descalzo por el desaire que jornada de 5 0 0

había

leguas

recibido,

vino

suscitándole

durante toda aquella

todo género de capítulos

para quitarle la conducción de sus monjas. Púsole las primeras dificultades en Potosí,

y

el arzobispo las zanjó en contra del

fraile; pero en llegando a C o p i a p ó , obstinóse de nuevo en que las monjas eran

suyas,

dando

esta

vez por razón que había

concluido la jurisdicción del arzobispo que las confiara a Ahumada. O t r o tanto pretendió en el valle de C o q u i m b o , según lo declara el

último ( l ) ,

pero

todo

en

vano, porque las buenas

madres entraron a S a n t i a g o en la n o c h e del 8 dé diciembre de 1 6 8 9 , bajo la responsabilidad y amparo del corregidor. Tal fué el origen y las aventuras de las primeras monjas del hábito del Carmen que vinieron a Chile, pues las del segundo, o Carmen

Bajo,

c o m o se

llama a las de S a n Rafael, son de

un siglo posterior y tuvieron

una

razóh de ser no menos sin-

gular. El actual monasterio no quedó con todo radicalmente fundado

sino

en

1 7 0 3 a virtud de cierta donación de una

llamada doña A n a i de

señora

Flores, que tuvo la doble opulencia de

la fortuna y de la viudedad, pues antes de desaparecer de este mundo había

visto pasar

al

otro

tres

de sus

maridos.

Fue-

ron éstos el oidor don Manuel Muñoz de Cuevas o C o e l l o ( 2 ) , que había venido provisto en 1 6 6 2 , el tesorero don J o s é G á n dara Zorrilla y don Antonio

Calero

ya citado en el atropello

de las C l a r a s . P o r este mismo tiempo comenzó a echar raíces en el fecun( 1 ) Aníes citado. ( 2 ) Coello dice el señor Eizaguirre en su historia. Cuevas García.

lo llama Pérez


327

HISTORIA DE SANTIAGO do suelo de

Santiago

el

monasterio de S a n t a R o s a de Lima

que hoy existe, y que en sus principios fué para los frailes dominicos lo los

que

había sido el de S a n t a C l a r a la antigua para

franciscanos.

Pero

como

su fundación canónica data del

siglo posterior, siendo conocido en el un siemple

beaterío,

reservaremos

oportuna, A p r o b ó s e también

en

que ahora

para

tiempo

su

corre

noticia

como

la página

del presidente

Garro,

por cédula de C a r l o s II expedida el 2 3 de septiembre de 1 6 9 0 , un hermitaje

fundado

por

León, que logró reunir

una

hasta

beata llamada Inés M o r e n o y

doce

asociadas;

pero c o m o no

volvemos a encontrar noticia de esta institución, suponemos que se disolvería a p o c o de fundarse. Cuando

el

salir del reino,

justificado

presidente

G a r r o se preparaba para

después de un gobierno de diez años,

inicióse

también una causa de gran estrépito social, cuya simiente había dejado escondida su antecesor antes de partir, y c o m o el asunto sobre que aquella versa arroja una luz preciosa sobre el estado de nuestra sociedad al cerrarse el largo siglo X V I I , y trae propio tiempo al escenario

público

a

cumbrados personajes que a la sazón

al

muchos de los más enfiguraban

(algunos de los

que no nos son del todo desconocidos), vamos a presentar de ella y de sus antecedentes un breve trasunto ( l ) . P o r el año de 1 6 3 9 había llegado a B u e n o s Aires un joven portugués llamado don Francisco López Caguinca,

médico

de

profesión, en demanda del lucro que el tráfico de América proporcionaba de seguro a los europeos, y especialmente a los españoles y portugueses, que políticamente formaban con aquellos un solo pueblo, a virtud de la anexión de su

país

al trono de

Castilla. O c u p ó s e al principio el joven mercader en la entre el Brasil y el Plata, y p o c o s años

más

tarde

carrera

( 1 6 4 3 ) le

encontramos al lado del obispo de C ó r d o v a de Tucumán, don M e l c h o r Maldonado, c o m o administrador de sus rentas episcopales, y talvez por esta razón ordenado a más de clérigo.

( l ) Consfan aquellos de un grueso cuerpo de aufos del archivo de la Real Audiencia, que íiene en su carátula el siguiente título: Causa criminal que por especial comisión de S. M. se ha formado contra el capitán Pedro de Torres, tesorero de ¡a Cruzada, sobre la confiscación de los bienes del licenciado Francisco López Caguinca v capitán Francisco Pasos, portugueses de nación.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

328

Nueve años más tarde, y cuando ya el Pontugal era una nación independiente ( 1 6 5 2 ) , trasladóse a Chile y eligió a S a n t i a g o para su residencia. Vino en esta ocasión a s o c i a d o con un compatriota suyo llamado don Francisco P a s o s , que había acopiado algún caudal en el comercio. J u n t a n d o éste, que al parecer no pasaba de diez mil pesos, con el a m b o s una compaña

del médico-clérigo,

de negocios, en

ajustaron

virtud de la cual

Pasos

haría frecuentes viajes a Lima, llevando frutos del país, que trocaría en aquella plaza por mercaderías europeas, pues en esto consistía la suma del comercio en aquellos tiempos. López residiría en S a n t i a g o , donde su diligencia y honradez le adquirieron pronto el título de síndico de las monjas C l a r a s y contador de la Catedral, cuyo deslino análogo había desempeñado en C ó r dova. AI c a b o de los años, los dos traficantes portugueses acopiaron una ingente fortuna y se hicieron arbitros del mercado de S a n tiago. D e las cuentas presentadas por sus albaceas y que auténtentica,

si bien casi ininteligible,

tenemos a la

vista, resultaba

que abarcaban todos los ramos del comercio colonial; compraban cueros

y sebos, daban dinero a interés, recibían prendas,

rescataban oro, y tenían bajo su dependencia hasta una botica con que

les había hecho

hoja con que el grario

y el altar de

sido comprado pados en

pago

un deudor

fallido.

obispo Humanzoro había hecho

El oro en

bruñir el sa-

S a n Antonio de la nueva catedral, había

en la tienda de los portugueses.

Vense estam-

sus libros los nombres más aristocráticos de la ciu-

dad,

sin exceptuar muchos de damas, así c o m o los más humil-

des,,

y entre el cúmulo

de mamotretos que

de los litigios de aquella edad,

forman el archivo

hemos tenido

entre las manos

uno ejecutivo, por el cual el presbítero P a s o s c o b r a b a en 1 6 6 9 la cantidad de 1 , 8 0 0 pesos a un cierto T o m á s Calderón.

Puede

juzgarse de lo crecido de su giro por el hecho de haber venido de Lima en una sola ocasión, a la orden de P a s o s en el b a r c o la Begoña

en 1 6 7 1 , la cantidad de cuarenta mil pesos que en

el acto puso a rédito Gómez

entre diversas personas.

prestóle 1 4 , 0 0 0 pesos,

que así lo

5 . 0 0 0 a un

declara el último én el

A un tal León

Manuel

proceso cuyo

Cabezón,

título hemos


329

HISTORIA DE SANTIAGO recordado, y el

resto a don P e d r o de Torres,

tesorero de la

S a n t a Cruzada. Era éste un, gran señor de la comunidad colonial, especulador atrevido,

rico en ocasiones,

preso por deuda

en otras, y que

entre sus más abultadas negociaciones había hecho la de comprar en 2 5 , 0 0 0 pesos la tesorería de la bula, y esto dará una idea de lo caro que era (hablando católicamente), comer carne en el país en que la carne ríos.

se

echaba por la corriente de los

En uno de sus viajes de comercio a traer

los fardos de

la bula, había conocido en Lima a don Francisco P a s o s , habitado juntos, ara,

prestádose recíprocamente

si no la más sagrada,

la bolsa;

la más indisoluble

y s o b r e esta

entre los hom-

bres, habían fundado una estrecha amistad. La afección del uno por el otro tenía con todo una notoria desigualdad. P a s o s era viejo y el tesorero disfrutaba todavía la plena lozanía de la vida. Entre los años provectos del uno y los vigorosos del otro,

podía caber la lápida

de una tumba y dentro

de su fosa hallarse un testamento o un legado. El tesorero tenía toda la ventaja, y esto no es raro, porque los tesoreros siempre la tienen. Entre tanto,

por el tiempo

presidente Henríquez

en que

comenzó su gobierno el

los dos negociantes portugueses comenza-

ron a recoger sus créditos, fuese con el propósito de ir a morir a su

patria, como algunos lo suponían,

fuese por vivir en

la paz de su caudal, guardado b a j o de la almohada. En 1 6 8 0 hacía ya años que el clérigo López se hallaba lecho,

«baldado de pies

postrado en su

y manos>, dicen algunos de los testi-

gos que le sobrevivieron. P a s o s servía nominalmente en las milicias de Santiago, de bajo un mismo

las que era capitán, y ambos

techo en una casa que

habitaban

había edificado el pri-

mero a su llegada a Chile en el solar de un licenciado llamado don Manuel de T o r o . Habían acordado también los dos amigos por un documento fehaciente el heredarse mutuamente, a fin de prolongar su compañía hasta más allá de la v i d a . . . No es esto acusar a aquellos hombres

de avaricia, pues aunque portugue-

ses (que en América pasaban a la sazón por lo que hoy pasan l o s judíos), eran benéficos con los pobres y aun con el Estado.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

330

C u a n d o las correrías que hizo en nuestras costas el filibustero inglés Bartolomé S h a r p (l 6 8 1 ) , el capitán P a s o s

había oblado

dos mil pesos como contribución de guerra. S e a c o m o fuere,

guardáronse uno

y otro tan estricta

fideli-

dad, que ambos murieron con diferencia de días en los primeros meses del año que a c a b a m o s de apuntar ( 1 6 8 1 ) , y después

de

treinta de residencia en nuestro pueblo. El clérigo, aunque médico, precedió al capitán por

unas pocas semanas en su desaparición,

y no tuvo otra voluntariedad que la de legar c a t o r c e de sus esclavos,

valorizados en seis mil

pesos,

a la Compañía

de J e s ú s ;

¡que ya había llegado el tiempo en que los jesuítas eran los herederos universales de cuantos se morían en el reino! Heredóle, pues, íntegramente su antiguo compañero, y c o m o éste le siguiese de cerca en la jornada, quedó reunida sobre su féretro una

fortuna que el vulgo hacía subir a pilas

fabulosas

de oro. ¿Quién sería el feliz heredero de aquel tesoro? Nadie lo sabía e ignórase todavía a ciencia cierta. L o único que estaba en conocimiento de todos, con a s o m b r o de muchos, con envidia de la universalidad, era que en su última

hora el

mercader portugués

había dejado

de a l b a c e a al

tesorero de la S a n t a Cruzada, don P e d r o de T o r r e s , El caudal de este último cho antes,

enflaquecido

hallábase a la sazón,. y desde mu-

por severas pérdidas.

En

1 6 6 8 había

rematado en pública subasta la provisión de víveres del situado de Valdivia, y c o m o por algún motivo c a s de Lima 3 8 , 0 0 0

le retuvieran en las ar-

pesos, hallóse en tan serios conflictos, que

ocurrió a la caja de la bula,

pagándose, a título de

traspaso

sobre el tesoro del rey, de la mitad de aquella suma. N o aprobó

el tribunal de la Cruzada esta irregularidad,

condenándole

a restituir en el acto el dinero tomado de sus fondos; y c o m o no lo tuviera de pronto, arrestóle en la sala del cabildo el real contador de la Audiencia, don J e r ó n i m o Hurtado de M e n d o z a , el mismo

que en años atrás

vimos

figurar

c o m o testigo en el

casamiento clandestino de! general M e n e s e s . Mas,

a poco

del capitán

de recibidas en secreto

P a s o s , vióse al tesorero

dida de lujo y de dispendio.

las últimas voluntades

hacer una ostenta desme-


331

HISTORIA DE SANTIAGO

C a s ó a su bella hija doña M a r í a de T o r r e s con don Cristóbal de M e s í a s , hijo del presidente de la Audiencia de C h a r c a s , don D i e g o M e s í a s , y le dio cien mil

pesos,

dote

fabulosa

y

hasta entonces inaudita ( l ) . El ponderativo vulgo decía, exagerando las grandezas de aquellas bodas, que la varando lo común en una cinta

del lecho nupcial, que consistía por

de seda atada a los ...cuatro

pilares de

aquél, había sido una cadena maciza de o r o . D e todo esto comenzaba a levantarse sordos y extraños murmullos, pero el testamento era sigiloso, y la última voluntad de los moribundos era declarada

inviolable por las leyes.

terio parecía por esto indescifrable. L o s chismosos

El mis-

de S a n t i a g o

estaban desesperados, sobre todo los que no se habían c a s a d o con la hija del tesorero. Había, sin embargo, querido la mala estrella del opulento T o rres, que el capitán P a s o s

dejara un hijo natural, fraile agusti-

no, llamado don J u a n P a s o s ,

y más que esto,

que al tiempo

de expirar el rico portugués habitase bajo su propio techo y a título de paisano aquel fraile carmelito J u a n de la Concepción, a

quien hemos

visto correr descalzo

solicitando limosnas

la mitad

de la América

para dejar fundado un claustro de su há-

bito. Desde su llegada a S a n t i a g o la celda del padre había

sido

un

descalzo

aposento de la casa de los mercaderes portu-

gueses. D e v o r a d o siempre el corazón del fraile por su ansia de fundador, no fué dueño de reprimirse delante del lecho de muerte del úlúmo de sus caritativos huéspedes, y acechando el postrer instante, cuando el aliento de la vida se detenía en la garganta, apagando la voz con el estertor de la agonía, púsose a su presencia

y preguntóle cuánto dejaba para la

fundación del C a r -

men. El pobre moribundo, según la versión del padre, sólo tuvo fuerzas para levantar su diestra, y doblando sus dedos uno en pos de otro, dióle a entender que le dejaba cinco mil pesos. ( l ) No hemos podido averiguar con exactitud si este matrimonio tuvo precisamente lugar después de la muerte de Pasos, pero no parece que hubiera podido suceder de otra suerte, vistos los quebrantos de fortuna de Torres. De ese Enlace provinieron los condes de Sierra Bella, que edificaron los antiguos portales y poseen todavía los actuales. Parece que algunos de los solares en que están edificados éstos, si no todos, formaron parte de esa dote.


332

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

En cuanto al hijo natural, cuenta en el proceso el reverendo padre definidor de S a n Francisco, fray Antonio encontrándose en la pieza

vecina a aquella

del Valle, que

en que el

capitán

P a s o s estaba moribundo, como le oyese decir que legaba

qui-

nientos pesos para el hospital de S a n J u a n de D i o s , se atrevió a entrar y a decirle

que

por no dejar c o s a s de conciencia ni

litigios hiciera alguna imposición en « C o m o dicen que es mi

hijo>,

favor

del padre

agustino.

respondióle el capitán, le dejo

cierta pensión, de cuyo monto el definidor no se a c o r d a b a cuando prestó su declaración. S o b r e el cadáver del capitán P a s o s , el impaciente fraile J u a n de la C o n c e p c i ó n reclamó en consecuencia del tesorero T o r r e s el mudo legado de los cinco mil pesos, que

pudiera

llamarse

con más exactitud de los cinco dedos; y c o m o aquel tuviera la imprudencia de no contemporizar siquiera virtió al último desde aquel instante en tesorero todavía

reagravó

la

con

promesas, con-

su mortal

enemigo. El

mezquindad con la injuria, rehu-

sando al fraile los pobres ornamentos

del oratorio de la casa,

y aún tratóle de ladrón porque había consentido

en

que unas

mujeres entraran al huerto de los difuntos, donde todavía él habitaba, a s a c a r alguna fruta. En vista de estos ultrajes, el vehemente fraile resolvió tomar una sumaria venganza, y concertado con el padre agustino, se propuso arrebatar de golpe al tesorero su pingüe fortuna, junto con su honra.

S u camino se hallaba muy expedito. L o s testa-

dores eran portugueses, y c o m o su país estaba en guerra con España, habiendo fallecido en territorio enemigo, su herencia de derecho pertenecía a la corona. Añadía además el delator que él por su propia mano había redactado una memoria o comunicado dictado por

Pasos

el

día

antes de su muerte en que

instituía por heredero universal al establecimiento de beneficencia llamado la Misericordia teniendo el testamento un

de Lisboa, de lo que resultaba que, objeto

público,

era más evidente el

derecho de embargo por parle de la real tesorería. C o n esfa luz llevaron ambos frailes el denuncio al presidente Henríquez y al oidor más antiguo don J u a n de

la P e ñ a S a l a -

zar. M a s su primera acusación fué desairada. Hablase vagamente en el proceso de cierto

espléndido y secreto presente recibido


333

HISTORIA DE SANTIAGO

por el primero de aquellos magistrados, c o m o de la escondida causa de su culpable silencio, y bien pudo ser así, porque Henríquez,

c o m o antes hemos dicho, era avaro y por consiguiente

era venal, única fea mancha de su carácter, tan distinguido bajo otros conceptos. P e r o el fraile carmelita, a

quien

hemos visto desplegar una

actividad tan infatigable en la prosecución de

su empresa mo-

nástica, no la tenía menor ni menos obstinada para luchar con dificultades grandes o pequeñas. En el propio buque en que el ex-presidente Henríquez 1683,

se

dirigió

al

C a l l a o , a principios de

despachó al fraile agustino con pliegos y denuncios para

el virrey duque de la P a l a t a . de navegación

del emisario

U n o de los propios

compañeros

(el capitán' don P e d r o de Amaza,

que así lo declara en los autos) refiere que en la embarcación del apostadero que vino al registro del b a r c o , saltó a tierra el fraile, corrió a Lima,

penetró

desalado en el palacio,

imploró

una audiencia urgentísima, y concedida, contó al virrey todo lo que pasaba.

Supo

todo

esto

el

mismo

Amaza de b o c a del

virrey. P e r o el listo fraile no había contado esta vez con sus legítimos huéspedes, cuales eran

los

superiores

salir del -zaguán del palacio, un grupo

de su orden; y ai

de frailes de su hábito

le arrestó de orden del provincial Fulano

de

(al Hijar (que así

lo llaman), dando por razón que había venido a visitar primero al virrey que a su prelado. L o más cierto era, entre tanto, que aquello no pasaba de un ardid del tesorero Torres, que conocía a los frailes, y en especial a los de Lima. Empeñáronse éstos en apartar al fraile chileno del denuncio, porque faltando el vehículo de la acusación, cual era el delator, no había causa ni investigación posible: y poniendo en ello alguna maña, que ésta rara vez falta bajo la capucha, consiguiéronlo al barato precio de unos hábitos nuevos, trescientos pesos en dinero y la promesa de una capellanía de otros dos mil que el tesorero impondría a su favor para que lograse los réditos. Resistióse el agustino a aquel c o h e c h o ,

pero

parecía de ín-

dole blanda, y así c o m o le manejaba en S a n t i a g o fray J u a n de la Concepción, le hizo torcer la voluntad el fraile Hijar. Volvióse a Chile con esta novedad el hijo desheredado y es


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

334

fácil de imaginarse

la

disminuirse sus bríos

cólera

de

su comitente. M a s , lejos de

y sus esperanzas con aquel segundo de-

sengaño, procuróse recursos,

y aleccionando mejor al fraile (a

quien parece no cumplió el tesorero la promesa de la capellanía), lo envió a España para que llevara hasta los pies del trono su denuncio.

El

fraile

descalzo,

entre tanto, quedó en S a n t i a g o ,

jactándose públicamente de que antes de mucho el monasterio de Carmelitas tendría el patrimonio de cien mil pesos por la tercera parte que a él le correspondía del embargo. En tratándose de escudos de Indias, todos los ojos abiertos en la corte y

estaban

todos los oídos eran benignos. Así fué

que el 3 1 de marzo de 1 6 9 0 llegaba a Lima, viniendo por tierra desde Paita, el fraile emisario, siendo portador

de una real cé-

dula firmada por C a r l o s II en Madrid el 8 de septiembre de 1 6 8 9 disponiendo que la Real Audiencia

de Chile procediese inmedia-

tamente, y con el sigilo debido, a levantar la correspondiente sumaria criminal contra el tesorero Torres, a fin de que restituyese los considerables caudales usurpados a la corona. D e esta real cédula, que era el gran triunfo del padre descalzo, arrancó la causa criminal cuya carátula dejamos ya copiada. Ignoramos, empero, su desenlace definitivo, porque desgraciadamente el cuerpo de autos de aquella que vino a nuestras manos en el magnum

mare

del archivo de los oidores, sólo comprende

los cuadernos de prueba y aún éstos están descabalados. D e ellos se colige únicamente que liquidadas las cuentas de la lestamentaría de los dos negociantes portugueses por los papeles que tuvo a bien presentar su albacea, y reducido por tanto el caudal a su más mínima expresión, el

fiscal

puso demanda contra

el tesorero Torres por la suma de 1 3 3 , 8 8 4 pesos l /^ reales. 1

S i la desembolsó o no el acusado y quedó satisfecha la venganza del burlado padre fundador, P e r o inclinámosnos a creer porque de

las

declaraciones

que de

es

asunto

que

saliera a salvo los

ignoramos.

del

conflicto,

principales personajes

S a n t i a g o , amigos más del tesorero que

del

fraile,

aquel se hallaba en una situación tan precaria de fortuna, casi equivalía a la pobreza.

Un solo

individuo

llamado

R o b l e d o , a quien el tesorero entregó 2 4 , 0 0 0 pesos

de

resulta que que José

para com-

prar una cantidad de muías en S a l t a , destinadas al carguío de


335

HISTORIA DE SANTIAGO

Chile a Potosí, donde residía su yerno, se alzó con el dinero, embarcándose

para

España. Otra

pérdida,

aunque de

consideración, tuvo en esa época con la quiebra

menos

de los bode-

gueros de V a l p a r a í s o . P o r otra parte, con fecha de Septiembre 9 de 1 6 9 0 , se encuentra una declaración o protesta suscrita por el padre

Pasos

en que éste manifiesta hacer la aceptación de una capellanía de tres mil pesos impuesta a su favor, tan sólo en fuerza de santa obediencia, lo que da a entender que aquel negocio iba tomando el giro que por lo común

tenían

los

asuntos

públicos de

esa época, particularmente si las talegas de América estaban de por medio: queremos decir, el a c o m o d o . M u c h o menos era esto de extrañar si se tiene presente

que el tesorero

Torres,

como

administrador de la S a n t a Bula, era dueño de aquel arbitrio de espantoso significado contra la moral, la virtud y D i o s mismo, llamada y vendida

todavía bajo el nombre de la Bula de la com-

ponenda. ^-Bulla

compositionis!

Entre tanto, las revelaciones de la

causa,

penetrando

el hogar, hasta la alcoba, hasta el lecho nupcial y su

hasta varanda,

descubren a la vista muchos de los caracteres de la vida social y doméstica de nuestros

más remotos

abuelos.

Fáltanos

sólo

añadir que entre los que ocurrieron a prestar sus declaraciones en el sumario, fuera de frailes y de los

esclavos de

servicio,

partícipes obligados de todo drama doméstico en la edad colonial, figuran los más conspicuos nombres de los caballeros del siglo, y entre otros don Francisco millonario fundador de la

Campo

Victoria, don

Lantadilla,

Juan

hijo del

Rodulfo Lisper-

guer, que lo era de! pendenciero don P e d r o y que ya por otros conceptos nos es muy conocido, don G a s p a r de Ahumada, de cuyo padre dimos también alcalde

antes noticia,

don B l a s

de

Reyes,

del ayuntamiento y primo hermano de la mujer del te-

sorero Torres,

don

Francisco

Bardeci,

hermano del

santo, y

otros menos conocidos de la crónica. Fueron llamados también a prestar

su

testimonio

-ancianos nobles del pueblo, y entre éstos figuran don

todos los Francisco

B r a v o de Saravia, marqués de la Pica, y suegro del desventurado Meneses, que en 1 6 9 4 tenía 6 4 años; el testigo del matrimonio

del

último, don

J e r ó n i m o Hurtado, que

contaba

igual


336

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

número de años; el capitán don Francisco de Avila de 6 5 , que contradice

terminantemente

la

fábula

de

«porque él viera que era sólo de cintas»

la

varanda

de oro,

( l ) ; el maestre de cam-

po, don Andrés de O r o s c o , de 7 6 años, cuya esposa digimos cayó desmayada a los pies del obispo Villarroel en el terremoto de 1 6 4 7 , y por último, don Antonio Zarate y Tello, de ochenta años. En todo lo demás, la causa ha quedado en el misterio, y así permanecerá durante el olvido de los siglos para honra y provecho de quienes corresponda. Entre tanto, la primera pieza de los autos que nosotros hemos consultado

con

fatigosa proligi-

dad es un interrogatorio enviado a C o n c e p c i ó n al c a r g o de su corregidor

don

Alonso

queda descendencia

Velazquez

directa en

de

Covarrubias

Chile) para

que

ciertas declaraciones secretas de importancia.

(del

que

recogiese allí

La última, es un

oficio remisorio del fiscal nombrado por Audiencia de Chile para instruir el proceso (que lo era el doctor

don

Pablo

Vásquez

de V e l a s c o . caballero del hábito de Santiago), en que remite a Lima otras incidencias esenciales de la prueba. O t r o de los negocios de esa época en que anduvieron clérigos y padres, bien que con más justificados fines, fué el sínodo celebrado por el celoso obispo fray Bernardo C a r r a s c o en Enero de 1 6 8 8 y cuyas constituciones y reglas

consultas

son las más

antiguas que nos rigen, no obstante ser aquella la cuarta asamblea diocesana de ese género que se Celebraba en Chile. Era C a r r a s c o un fraile dominico, natural de Z a n a , en el P e r ú , _ que de la provincialía

de su

orden en

Lima

había pasado al

obispado de S a n t i a g o en 1 6 7 9 y héchose recomendable por su dedicación a la obra del templo diocesano, cuya fábrica consagró, erigiéndole además una hermosa sacristía. No parece que el clero de S a n t i a g o mostrase en esa

época

toda la rigidez de costumbres que era de desearse, y debióse a ésto que el fraile-obispo reunión de los mas

convocase en su propia

distinguidos

sacerdotes

de

morada la

una

colonia en

que se dictaron severas penas principalmente contra los abusos ( l ) Entre otros testigos, el llamado Juan Salmerón declara que tiene por fantástico lo de la varanda de oro, y el capitán don Andrés de Gamboa que lo tiene por apócrifo.


337

HISTORIA DE SANTIAGO

de vanidad y regalo de la clerecía. Entre aquellos fueron notables la que declararan pecado mortal pifar clérigos c o m o en los seglares) anles de 2 . , cap.

la que prohibía en

a

dejas,

cópele,

coletos,

la pena de 2 0

primeros el uso de

multa y de

excomunión

(constitución

4 . , cap. 2 . ° ) , así como la de que llevasen calzones

de lama,

a

patos

picados

con alamares

Dictáronse también varias

doble.

providencias

cuya prodigalidad corría

útiles y sensatas so-

parejas

del país, así como relativamente a varios y liturgia, cuyo

espíritu

za-

y sotanas de damasco o terciopelo,

permitiéndose sólo las de tafetán bre el culto,

gue-

y oíros adornos del pelo, bajo

palanganas

pesos de

los

(tanto en los

rapé

comulgar (consíitución

revela

una

con la pobreza

puntos

de disciplina

sencillez antigua, honrosa

para sus autores. P o r lo demás, fueron los principales

cooperadores

del ilus-

trísimo C a r r a s c o en su beneficiosa tarea, el arcediano don Cristóbal S á n c h e z de A b a r c a y el chantre don P e d r o Pizarro que asistieron en el carácter de Acompañados, los más conspicuos Consultores de las órdenes regulares, de S a n t o

Domingo,

figuran

que lo

Cajal,

al paso que entre

los cuatro

provinciales

eran: fray P e d r o

Bustamante

fray J o s é Q u e r o de S a n

Francisco,

fray

D i e g o de Arcaya de S a n Agustín y el padre D i e g o Maíurano, comendador de la M e r c e d . Los jesuítas

estuvieron

representa-

dos por Nicolás de Lillo y el conocido Miguel de Viñas, rector del Colegio máximo. Distinguíase también entre los consultores, cuya mayoría era de frailes y curas, aquel ya célebre padre fray T o m á s M o r e n o , cuyas ardientes

rencillas conventuales

con los

oidores quedan mencionadas en esta historia. Fué visitado Santiago por esta misma

época

(el domingo 9

de J u l i o de 1 6 9 0 ) por un temblor que el obispo C a r r a s c o llama espantoso

y que tuvo lugar a la una del día, antes de cum-

plirse el tercer aniversario del que en 2 0 de O c t u b r e de 1 6 8 7 había asolado a Lima. Sin embargo, no ha quedado de este fenómeno otra memoria que la pastoral de aquel prelado expedida cuatro días después ( 1 3 de Julio), en que llama a los fieles al arrepentimiento y las oraciones

para

aplacar

la

cólera divina.

E s probable por esto que el temblor fuese más alarmante

que 22


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

338

destructor, c o m o el contemporáneo del 2 de Abril de 1 8 5 1 , que fué también seguido de una pastoral del mismo género. O c u r r i ó también a principios del gobierno del presidente G a rro un lance melancólico que puso en

trasparencia

el

orgullo

desatentado con que los oidores de Chile defendían sus prerrogativas, y especialmente la de sus pagas. Acostumbraban girar contra las cajas de

Lima

que en las de Chile se les

por

sus

sueldos,

hiciera su respectivo

ajuste; y de-

seando poner atajo a este abuso el virrey del Perú, la Palata, envió a Chile, en calidad de a un don P e d r o de M o r e d a ,

éstos

sin esperar

visitador

duque de

de hacienda,

«sujeto muy hábil y experimenta-

do, dice el mismo virrey, en las c o s a s de contaduría»

(l).

C o m e n z ó el visitador sus operaciones por las oficinas de V a l divia y C o n c e p c i ó n , a fin de disimular el objeto

verdadero de

su comisión, y no tuvo ningún género de tropiezo

para dar a

aquellas otra planta; mas, apenas se presentó en S a n t i a g o , los oidores, que supieron o sospecharon el motivo de su inspección, le pusieron tantas cortapisas, querellas y contradicciones, que al fin terminaron por su prisión en la cárcel

pública,

«a

donde,

dice, el virrey, el rigor a c a b ó con su vida y la visita». Y esta era una solución casi benigna para quien osara llevar irrespetuosa

mano al

solio llamado

de la justicia, que lo era

sólo del orgullo! El virrey, a más no poder, se contentó con ordenar que no se admitiesen más libranzas de oidores de

Chile

en el tesoro

del Perú, y con llamar en su memoria aquel asesinato sólo un notable

jurídico

exceso.

L o s oidores, por su parte, se limitaron a percibir sus sueldos íntegros en Chile y con

hacer

enterrar

c o m o a reo al infeliz

contador M o r e d a , después de haberlo hecho morir, siendo ellos solos los culpables. Tales fueron las más visibles manifestaciones de la vida colonial durante los días del santo

G a r r o , y ellas, por lo menos, ma-

nifestarán que no todos los que que tenían entre sus manos c o s a s

le

rodeaban, ni aún del

(1) Memoria del duque de la Palaía' pág. 79r

aquellos

cielo, c o m o el tesorero


339

HISTORIA DE SANTIAGO de la sanfa

bula, y los oidores no merecían enteramente aquel

sublime nombre. P o r lo demás, llegamos ya al remate de un parécenos justo que

el

lector nos

prolijo

siglo, y

permita una breve pausa a

fin de mirar hacia atrás el camino recorrido,

con el propósito

de juzgar de la extensión y asperezas del que tenemos todavía delante de los ojos.



CAPITULO

XXIII

El siglo XVII Transición de un siglo a ofro.—Parangón de sus presidentes.—Nómina

de ésfos

durante el siglo XVII.—Circunstancias especiales que influían para hacer honorables a aquellos funcionarios.—Sueldos de los presidentes en diversas épocas. —Sueldos de la Audiencia.—Avaricia general.—Administración de la colonia. —El poder ejecutivo y la capitanía general.—El poder judicial y la Audieneia. :—El poder popular y, el cabildo.—Composición orgánica de éste.—Su elección. —Ceremonial.—Nulidad de los cabildos durante la colonia.—Ejemplos.—Esterilidad de sus archivos.—En qué consistió su ponderada grandeza.—Opiniones del padre Martínez y del señor Lastarria.—Una rectificación de —Los corregidores.—Ramo

de guerra.—Finanzas.—El real

de esta limosna pública.—Su envío y escandalosa

discípulo.

situado.—Reseña

distribución.—Estafas.—

Opasición de los virreyes del Perú a su remesa en dinero.—Estado social a fines del siglo XVII.—Arquitectura doméstica después del terremoto de 1647.—Los mojinetes.—Menajes.—Vajilla.—La piafa asoleada en cueros.—Industrias caseras.—Monografía del charqui.—El charquicán y el

valdiviano.—Servidumbre*

—Reemplazo de las indias por las negras y mulatas.—Curioso litigio entre dos señoras de Santiago por una esclava.—Costumbres.—Prodigalidades del culto. —Supresión de cofradías y gastos supérfluos,—Ociosidad de los dias feriados. —Exaltación mística.—La iluminada Úrsula Suárez.—El siervo de Dios Bardeci.—Lujo de las damas.—Invasión de portuguesas.—Languidez de la agricultura.—El cultivo del trigo considerado como ocupación plebeya.—Prohíbese el plantío de la viña y se manda restablecer,—Iniciase una nueva era. Aunque los tres siglos de la era colonial no pueden mente dividirse, por formar todos ellos social,

político y administrativo,

ha caminado

con

un solo

todo, el

filosófica-

gran

conjunto

espíritu

humano

a través de ellos, siempre hacia adelante, y si bien

eternamente envuelto en las tinieblas, eternamente b u s c a n d o a la vez el e s p a c i o

y la luz, el progreso y la verdad.


342

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

Así vemos que el siglo X V I I se inicia en este apartado y oscuro reino bajo la espada de dos soldados y se cierra bajo la tutela de dos administradores. D e Alonso de Rivera a don J u a n de Henriquez, y de Alonso G a r c í a Ramón a don M a r c o s J o s é G a r r o , hay evidentemente tal

distancia,

que se hace

perfecta-

mente tangible en el curso de las generaciones el desarrollo del progreso bajo su triple forma

social,

política y administrativa.

Y al pasar la vista por la serie de los gobernantes que ocupan esa larga encadenación de años, una observación

inevitable

y profunda asalta al espíritu c o m o una de las causas más sólidas y antiguas de ese decoro y respetabilidad que ha sido una parte esencial del ejercicio de los poderes públicos de la nación, dando nombre de honor y de circunspección a nuestro sistema de gobierno fuera del país y prestigio a la autoridad dentro del propio suelo. Chile ha podido, a la verdad, ser gobernado por un

grave

majadero, solemne y callado,

nunca por un simple

badulaque. P a r a ' u n insensato c o m o el presidente Acuña, por ejemplo, y para un soldado temerario y casi demente

c o m o M e n e s e s , os-

téntase una sucesión de hombres considerables,

próvidos,

vigi-

lantes, c o n s a g r a d o s casi exclusivamente a la honra de su rey y a la suya propia. En las armas habían sobresalido los Rivera, los G a r c í a R a m ó n , don Luis Fernández de C ó r d o v a , señor del C a r p i ó , y especialmente el ilustre don Francisco Lazo de la V e g a , en. que termina (1640), después de un siglo cabal, a la era exclusivamente militar del coloniaje, abierta por la espada de V a l divia en 1541. En el gobierno civil por su talento, su prudencia o su laboriosidad, distinguiéronse entre los gobernadores tarios

propie-

(pues de éstos solo hablamos), el conde de P e d r o s o , el

almirante Porfer, el marqués de Navamorquende y los dos últimos Henriquez y G a r r o , el cuadro de cuyo gobierno de trazar.

N o merece un lugar menos

dislinguido

acabamos aquel

don

Martín de Mujica y Butrón, del cual el virrey, conde de M a n sera, dice era «gran cabeza» y a quien el mismo sarcástico J e rónimo de Q u i r o g a pinta

«como severo político, y en lo secreto

atento y aplicado a ¡a justicia» ( l ) . D e otro gobernador propie( l ) Páretenos conveniente, para mejor inteligencia, poner aquí la lista cronoló-


343

HISTORIA DE SANTIAGO

tario que nos queda por nombrar, don Lope de Ulloa y Lemus, que tuvo el poder sólo dos años ( 1 6 1 8 - 1 6 2 0 ) , cronistas que era

sólo refieren los

«temeroso de Dios, limosnero y e c o n ó m i c o » .

Y este orden de sucederse

unos a otros

hombres

de

tanta

gica de los presidentes propietarios del siglo XVII y de los interinos, que fueron tantos casi como aquellos (14 de los primeros, 11 de los últimos, 2 5 en iodos), con la duración del gobierno de cada uno de los primeros, a saber: Alonso de Rivera 1601 y 1 6 1 2 — ( 1 0 años). Alonso García Ramón 1 6 0 5 — ( 5 años). Lope de Ulloa y Lemus 1 6 1 8 — ( 2 años). Luis Fernández de Córdova y Arce 1 6 2 5 — ( 4 ' a ñ o s ) . Francisco Lazo de la Vega 1 6 2 9 — ( 1 0 años). Francisco López de Zúñiga, conde de Pedroso y marqués de Baides 1659—. (7 años). Martín de Mujica y Butrón 1 6 4 6 — (3 años). Antonio de Acuña y Cabrera 1 6 5 0 — ( 5 años). Pedro Porfer y Casanafe 1 6 5 6 — ( 6 años). Francisco de Meneses 1 6 6 4 — ( 4 años). Diego de Avila Coello y Pacheco, marqués de Navamorquende 1 6 6 8 — ( 2 años). Juan de Henríquez 1 6 7 0 — ( 1 2 años). Marco J o s é de Garro 1 6 8 2 — ( 1 0 años). Tomás Marín de Poveda 1 6 9 2 — ( 8 años hasta 1700). De los interinos del siglo XVII tenemos poco que decir en una historia local como la presente. Merlo de la Fuente, que fué el primero (1610), aunque togado, tuvo buena suerte en la guerra, penetrando vencedor hasta la ciénaga del indómito Puren. J a r a Quemada (1611). natural de Canarias, lué un rígido militar; pero viniendo de los regalos de la Corte de Lima, donde era gentil-hombre del virrey Montes Claros, no pudo avenirse en la triste aldea de Santiago, y se ué a los 14 meses de haber venido. Del oidor Talaverano, que fué el tercero (1617). sólo dice Jerónimo de Quiroga que hizo más mercedes que iodos sus antecesores juntos, lo que no significa, empero, que 'uera dadivoso de lo ajeno, porque cuenta de él Pérez García que, habiendo visto en una ocasión un montón de oro, agradeció al cié o que no hubiera dado a aquel metal el poder de corromperlo. Del cuarto, don Cristóbal de la Cerda (1620), se cuen'a únicamente que, como oidor, quiso imitar en la guerra al regente Merlo de la Fuente, pero Irusfrósele su ambición, porque los indios dieron cuenta de sus empresas militares, y como entonces estaban los últimos de paz, dice el irónico cronista que acabamos de nombrar, se tuvo aquellas operaciones «no por guerra rota, sino descosida». Don Pedro Sores de Ulloa, quinto gobernador interino (1621), era un anciano de ochenta años que había sido corregidor de Potosí y de Huancavélica, trajo un lucido re uerzo de tropas, y aunque tan anciano, desplegó mucha energía durante los tres años de su gobierno, particularmente contra sus propios soldados, aunque dicen de él los cronistas que fué el primero en malversar el situado. El sexto, don Francisco Álava y Norueña (1623), se consagró exclusivamente a negocios de indios, nombrando por teniente general del reino a aquél oidor Hernando de Machado, que tanto figura en esta historia, a la par con sus hijos. De don Alonso de Córdova y Figueroa (1649), ascendiente directo del cronista; séptimo gobernador interino, de Fuentes Villalobos ( 1 6 5 5 ) y don Diego González Montero (1662 y 1670), tenemos dada ya suficiente noticia. El undécimo, don Miguel Gómez de Silva, gobernó sólo dos meses ( 1 6 6 8 ) en los disturbios de Meneses, y sólo sabemos de él que fué un buen soldado.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

344

intrínseca valía, no era un encadenamiento casual, sino forzoso, El reino de Chile, en efecto, compacto, unido por su mar y sus llanuras mediterráneas,

pequeño

comparativamente,

opuesto en

todo diamelralmeníe al vastísimo, diseminado y opulento nato del Perú, era una colonia rable,

virrei-

pobre, oscura, un reino

c o m o lo llamaba el presidente J a r a Quemada,

mise-

donde se

mataban gobernadores a lanzadas, c o m o a Valdivia y a Loyola; donde era preciso vivir la brida en la mano, la espada en otra, las espuelas siempre calzadas, sin oro, sino esparcido en forma de moléculas entre prolijas arenas, sin encomiendas, guidas por la viruela y la guerra, sin rentas,

casi extin-

en

fin.

Porque,

aunque al principio los gobernadores tuvieron dos mil pesos y después disfrutaron o c h o mil, esto apenas bastaba para su sustento, de manera que, faltando al poder

todo

cie o de lucro, era inevitable

viniesen a este

que

sólo

halago de molipobre

suelo aquellos hombres de buen temple, celosos de ganar honra y de señalarse por

servicios

esclarecidos

para

obtener en su

patria alguna alta recompensa. Y tan cierto es lo que decimos, que a mediados del siglo Felipe I V equiparó en méritos y derechos los servicios prestados en la guerra de Chile a los de Flades; sin tomar en cuenta que en el siglo venidero, cuando subió de punto la importancia intrínseca de los hombres que nos gobernaron, la capitanía general de Chile comenzó a ser la escala forzosa del trono del Perú, como lo acreditaron M a n s o y J á u regui, O'Higgins y Aviles. En lo único en que la historia

no

encontrará

sin

duda en

todo superiores a los caudillos cuyo bosquejo a la ligera hemos hecho, es en su fácil tentación para enriquecerse con

los pro-

vechos de una guerra fundada casi exclusivamente en el botín, de lo que vino

su

irremediable duración, y el

que

hasta hoy

mismo corra con extragos, porque no se, ha querido variar radicalmente su vetusto, absurdo y criminal sistema. Y a hemos dicho el destino que diera el presidente Henríquez a los prisioneros y el uso que hacía Meneses del real

situado,

poniendo de su cuenta tienda y hasta carnicería. P e r o aún flaquearon en este sentido hombres

tan eminentes c o m o el señor

del C a r p i ó , que, siendo sobrino de Guadalcazar), salió pobre del

reino,

un

virrey

(el

marqués de

nombrado gobernador de


345

HISTORIA DE SANTIAGO C a n a r i a s , tan sólo porque mucha mercadería»

«se le perdió un navio cargado con

( l ) . El mismo valeroso don Francisco de la

V e g a , dice Quiroga, s a c ó doscientos mil pesos de Chile, los que le confiscaron en Lima, por

no

haber

pagado el

derecho de

quintos a su salida o entrada, de cuyas resultas murió abatido e hidrópico en aquella corte. P r e c i s o se hace, empero, añadir que esta corruptela no tenía por lo común su asiento

en Santiago,

sino

en

las

fronteras,

«donde, dice el cronista que a c a b a m o s de nombrar, muchos de los maestres de campo lograron

el

grado por

dos o tres mil

pesos, sin tener el ejercicio más que dos o tres días y algunos ni una h o r a » . Verdad es que el que esto escribía se encontrab a a la sazón

despechado,

porque

le

quitaron

puesto de maestre de campo de fronteras,

aquel

después

de

propio diez y

siete años de ejercicio, que no por esto le habían cansado del mando, ni de su responsabilidad, ni de su sueldo. Mediante estas circunstancias, la administración pública de la colonia había adquirido cierta regularidad en el curso de aquel siglo, y parécenos oportuno dar una breve idea de sus

princi-

pales ramos, porque es fuera de duda que de aquella

arranca

la base de nuestro actual sistema, con

precisas

las

mudanzas

del tiempo y de la revolución. Fué Chile evidentemente, c o m o colonia, el mejor do de los países

dependientes de España,

administra-

talvez en

razón de

su misma lejanía y del desdén con que se le mirara. Y si hoy. como

República, y cualquiera que sea

su

impulso

puramente

político, posee el país una administración excepcional en el resto de la América, débese en gran manera a sus orígenes. La suprema majestad que era sólo la plebe nobles

residía,

(los rotos

y a los caballeros),

no

en el pueblo

y mulatos

en

ciertamente,

oposición a los

sino en el capitán general, que, a su

vez, así c o m o estaba libre y desembarazado en las c o s a s de la guerra local de Arauco. en lo político, en lo civil, en la parte de jurisdicción eclesiástica que le asignaba el patronato, y en lo militar mismo, en un sentido lato, dependía directa o indirectamente del virrey de Lima, cuyas órdenes, instrucciones o simples ( l ) Jerónimo de Quiroga.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

346

advertencias eran tan imperiosas como las cédulas reales expedidas bajo el sello del monarca ( l ) . El poder judicial residía, en primer término, en los especie de jueces

de

letras, amovibles

del cabildo, y los había de dos clases. mado alcalde

de vecinos

año por elección

El de primer voto, llay que tenía

encomenderos,

sólo sobre éstos, y el de segundo

cada

alcaldes,

voto, o alcalde

jurisdicción

de

moradores,

a cuya esfera pertenecían en un sentido más extenso el resto de los habitantes de la ciudad, incluso el

populacho.

Preciso es no confundir este género de alcaldes con mados de corle

y de barrio,

justicia y administración,

oficiales de jurisdicción

los lla-

mixta,

de

establecidos sólo entre nosotros a fines

del siglo subsiguiente, c o m o nuestros actuales subdelegados. Entendían éstos principalmente en las causas criminales de sus respectivos distritos y se llamaban después de corte o cuando eran oidores, pues aquel

por mera cortesía

título tenían los alcaldes de la

corte de Madrid. En segundo término, la justicia era administrada

por la Real

Audiencia, que se componía de un regente y cuatro ministros, de los cuales uno era el decano u oidor

más

antiguo,

un fiscal y un

canciller, o secretario de cámara. En lo puramente contencioso, la Audiencia era soberana, pero en lo político servía c o m o de una especie de C o n s e j o de Estado a las capitanías generales,

que en tales c a s o s entraban a presidir

su acuerdo, y de aquí su título de presidente, funcionarios

que aquellos altos

legaron a la República. El acuerdo tenía lugar en

todos los c a s o s graves del Estado y especialmente en las cuestiones de competencias,

que solían ser

Audiencia tenía también un alguacil un vecino de muchas

las más graves. La

mayor,

Real

que era por lo común

campanillas, y un protector

de indios,

em-

pleo que se daba a cualquier pobre diablo con tal que tuviera título de licenciado o de doctor ( 2 ) .

(1) «En la hacienda (decía el duque de la Palata en su memoria citada, página 89), guerra y gobierno, está la capitanía general de Chile en iodo subordinada al virrey* (1689). (2) Según Carvallo, los sueldos de la Real Audiencia eran los siguientes: El regente $ 9,700 4,810 Los oidores y el fiscal,


347

HISTORIA DE SANTIAGO

El poder popular, si tal había, estaba exclusivamenle radicado en el cabildo, y especialmente en los alcaldes, que,

junto

con

el corregidor, eran .su parte vital, porque ejercían poder público, y cuya elección, tan turbulenta y disputada en ocasiones

como

la de los priores, tenía lugar el 1.° de Enero de cada año. Practicábase

esta

ceremonia

en

una sesión ordinaria, pero

con ciertas circunstancias dignas de ser ligeramente recordadas. Según los estatutos privativos del cabildo de S a n t i a g o bastaba para que hubiese acuerdo la presencia de uno de y

dos

regidores.

Pero

que habría sala completa. Presidía el del ayuntamiento, y pilar, por

lo

decía

corregidor,

jefe

político

común, el más firme en que

apoyaban sus varas los candidatos a dad. Abierta la sesión

los alcaldes

en aquel día especialísimo era seguro

los

honores de la

aquél: Elección

edili-

y en el

tenemos!

acto el corregidor menos antiguo expresaba nominalmeníe su voto con esta fórmula que iba asentando el

escribano

los demás por orden de antigüedad: Es mi parecer don

y

repitiendo

que sea

alcalde

fulano.

Resuelto

el

capitulo

toda elección) por la

(que

mayoría,

éste era el verdadero nombre de se

oficiaba

al

capitán

general

para la confirmación, y recibida ésta, quedaban proclamados los nuevos alcaldes. Tenía ésto lugar en la sala baja

del

cabildo,

y los electos entraban a saludar al corregidor y a sus amigos. P e r o su instalación efectiva sólo ocurría el sentándose en la sala de los

altos

para

7

de

Enero,

pre-

prestar juramento en

El alguacil mayor 4,860 Relatores y agentes fiscales 800 De modo que podía calcularse que aquel tribunal costaba anualmente al erario algo como 4 0 mil pesos. En cuanto al sueldo de los capitanes generales, varió en diversas ocasiones. Al principio, los gobernadores como Valdivia, los Villagra y Quiroga, tenían sólo dos mil pesos. Hurtado de Mendoza trajo una asignación de 2 0 mil pesos, pero ésta fué sólo una gracia nominal de su padre, que nunca pudo pagársele, por lo que al fin la renunció, Desde Alonso de Rivera aproximativamente se aumentó el sueldo a ocho mil pesos, y por último desde Ibáñez, a principios del siglo XVIII, se hizo subir a diez mil, que era el mismo que tenía Carrasco en 1810, O'Higgins en 1820 y Freiré en 1830. Desqués se le aumentaron otros dos mil y más farde otros seis (1861). El virrey del Perú, fuera de los emolumentos y regalos que se conceptuaban hasfa en ochenta mil pesos anuales, fenía un sueldo fijo de sesenta mil pesos, esto es, seis veces más que el presidente de Chile. Hoy la renta del primer magistrado del Perú es sólo el doble de la de el de Chile.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

348

manos del corregidor. Ocurría esta demora porque era de rigorosa etiqueta que los alcaldes visitasen a los regidores siguiente de la elección

y

al

día

que éstos le devolviesen la cortesía

el día 3 . Mediaban en ambos c a s o s muchos ramilletes y refrescos, siendo celebradas las entradas de cada año con los chismes de cada festín, por manera que, nacidos aquellos en hora temprana,

y

echados

a

la

ostras al fondo del mar, manera

prodigiosa,

ociosidad

de los estrados, c o m o las

crecían

se

dando

y

multiplicaban

de

una

pábulo a las lenguas hasta el año

venidero ( l ) . En cuanto a los regidores, éranlo únicamente los que compraban vara, y tenían por título de perpetuos

(2). Y

tener presente esta otra condición popular

aquí

es

preciso

de los cabildos c o l o -

niales, es decir, la venalidad de sus destinos, que los ponía de esa suerte en manos de los que tenían dinero únicamente. Llamábanse los capitulares maestres

de

aún c u a n d o

campo,

hubieran ejercido estos destinos una sola vez, y tan sólo a título de pomposa etiqueta, porque el mayor número de ellos no había visto otro campo Hase

que el de sus c h á c a r a s .

exagerado en nuestro concepto de una manera injusti-

ficable el poder

de

los

cabildos

partido este error de un doble

en

el sistema colonial y ha

punto

de

perspectiva

falaz

y

engañosa, cual es la comparación con los ayuntamientos de la Península, quien en ciertas

ciudades

y

provincias

imperio casi soberano, y con el cabildo popular tanto predominio obtuvo en

la

cuna

ejercían un

de 1 8 1 0 , que

de la revolución,

mecida

por sus prohombres en el recinto de la sala consejil. P e r o que

así

han

raciocinado,

los

echaron en olvido que los c a b i l d o s

americanos eran siempre asociaciones de vecinos en lodo pasivas, sin iniciativa, excepto en lo que

fuera

meramente

local,

opri-

midas por el poder dictatorial de la Real Audiencia, que miraba con desdeñoso desagrado

una

reunión que, si bien

no

hacía

(1) Esías noticias sobre elección de alcaldes están sacadas de un curioso libro que existe en el archivo de la Municipalidad con este título: Tabla del ceremonial del cabildo de Saníiago, por el regidor perpetuo Juan José de Santa Cruz, procurador en 1670. (2) La vara tenía seis a siete pies de largo y se llevaba en todas ocasiones públicas; de aquí el bastón con borlas de los municipales de ayer, que no eran sino un fragmento de la vara.


349

HISTORIA DE SANTIAGO sombra a su omnipotencia, era por lo común

el

centro de un

elemento antipático al que de continuo imperaba en su composición. Componíanse, en efecto? las Audiencias mente de españoles. En los cabildos

tenían

casi

más

exclusiva-

libre entrada

los criollos, y en éste únicamente estribaba su verdadera importancia, más social que política, más de localidad que de administración. En todo lo demás, los ayuntamientos coloniales no eran sino lo que son las municipalidades de hoy, meras sombras políticas, excepto cuando para fines de actualidad (como lo hacía

notar

Marmolejo desde el tiempo de Valdivia), se endienta

rueda

la

casi siempre inerte, que las liga al gran mecanismo político de! país, y por un corto tiempo la hace girar junto con aquel. V e r d a d es que los ayuntamientos celebraban cas llamadas cabildos ciudadanos

en

la

abiertos, deliberación,

reuniones tenían lugar

casi

sesiones

públi-

porque se daban a c c e s o a los no

siempre

en

el voto, pero aquellas

con

el acuerdo supremo,

tácito o expreso, y se reducían a tratar de asuntos

puramente

locales, como el santo que se declararía patrono de tal o cual festividad, cual arbitrio se adoptaría contra la seca

o la viruela,

o de que manera había de regularse la venta de los trigos en las bodegas del puerto,

cuyo era el nombre local de Valparaíso

hasta hace poco, en que los vecinos de S a n t i a g o le consideraban sólo c o m o uno de sus suburbios. Al cabildo de Concepción, que sobre este último asunto osó tomar una deliberación propia en el último siglo, juzgóle c o m o rebelde la Real Audiencia de Santiago y lo mandó castigar ( l ) . Regístrense, a mayor abundamiento, los ponderados archivos de los cabildos y en especial el de Santiago, único que cerá

el

concepto

mere-

de tal, en las cinco o seis ciudades que lo

tenían, y se encontrará sólo la más desconsoladora c o m o no podía menos de suceder,

no

sólo

por

esterilidad, las

razones

( l ) Sucedió esío en 1794, a consecuencia de haberse intentado establecer, como en Santiago, el ramo de balanza. Opúsose el pueblo en un cabildo abierto el 3 de Julio a la resolución del intendente, apelando contra su proyecto ante la Real Audiencia, y ésta declaró que aquel había sido (el cabildo abierto), un desacato (11 de Agosto de 1794) ordenando además se remitiesen los autos a España para que se castigase a los culpables. La resolución de la Audiencia fué aprobada por la Corte, pero se mandó suprimir el ramo de balanza por innecesario.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

350

políticas

que

dejamos

apuntadas,

sino

principalmente

por la

increíble pobreza de aquellas corporaciones. A penas tenían, en efecto, renta suficiente para pagar su procurador, su alguacil y su portero, y no obstante se encontraban en déficit incurable y permanente, siendo que no había alumbrado público, ni abastos, ni policía de seguridad, ni ramo de aseo, ni ornato ni nada. Ya

hemos

referido

que

para

construir la concha de cal y

ladrillo de la pila de la plaza, el presidente Henríquez tuvo que emplear un albañil de su propia

servidumbre.

D e esos valerosos arranques, de esos e c o s atrevidos de pueblo y de derechos que resonaron por la primera vez en el cabildo de 1 8 1 0 , no se encuentra consejiles de la colonia.

el A

más lo

leve

augurio en los anales

más a que sus

atrevían, era a tímidas insinuaciones,

fuera

capitulares

se

para resistirse a la

fundación de un nuevo monasterio, por lo que alaba con razón el ilustrado historiador Eyzaguirre al cabildo de S a n t i a g o , fuera por

su

resistencia

a

toda

contribución,

bolsa de los vecinos, que era la bolsa

que pesara sobre la

de los propios

regido-

res. Camilo Henríquez llamó gran ciudadano al regidor Luis de Contreras, que combatió con energía la planteación del estanco de tabacos en tiempos del presidente don

Luis

Fernández

de

C ó r d o v a ( 1 6 2 5 ) ; pero de este género de grandezas están llenos los libros del cabildo y de la ciudad, que hasta hoy mismo se mantiene grande, c o m o pueden acreditarlo mes a mes los colectores de la contribución de serenos y alumbrado ( l ) . ( l ) El célebre padre ray Melchor Maríínez decía con exactitud que la misión de los cabildos coloniales era servir de ornato con sus personas en las procesiones. D e idénfica opinión es el señor Lasfarria en su notable Ensayo sobre la influencia del sistema colonial en Chile, en que denomina simulacro ridiculo, fórmula vana, farsas de tiranos, efe, (pág. 62, edición de 1867) aquellas instituciones, reducidas a una completa nulidad después de su antigua omnipotencia, primero por el despotismo devorador de Carlos V y en seguida por las Leyes de Indias. Sin embargo, muchos son los que, deslumhrados todavía por el reflejo histórico del antiguo poderío comunal, y más particularmente por la gran misión revolucionaria del cabildo de 1810, han padecido la ilusión óptica de creer que los ayuntamientos representaban una gran personalidad política, cuando eran sólo un fantasma. Nosotros mismos, nos apresuramos a declararlo, experimentamos, antes de estudiar a 'ondo el coloniaje, esa misma alucinación, como consta de una nota undada en ciertos hechos que pusimos al texto del señor Lasfarria (pág. 48 de la edición de 1865), y que éste, con tanta sagacidad como benevolencia, se ha limitado a llamar (sin negar la exactitud de los hechos) reminiscencias aisladas, y así era la verdad. Perdone, pues, el maestro esta' injusta crítica, y quiera el desfino que fodas sus


351

HISTOBIA DE SANTIAGO Donde

existía

la

verdadera

fuerza

motriz

Santiago, era en el empleo de corregidor,

del

especie

cabildo de

de

lugarte-

niente del capitán general, nombrado por él: por tanto,

era

el

alma de la administración local, a la manera de nuestros actuales intendentes, en especial cuando la frontera. En tales

los

presidentes se hallaban en

casos, los corregidores ejercían un poder

verdaderamente supremo, y tal se observó Azocar,

corregidor

de

Santiago,

desde

aquel

doctor

a la muerte de R o d r i g o de

Quiroga ( 1 5 8 0 ) , a quien el yerno de éste hizo bajar a bofetadas de la muía Manuel

en

que salió a recibirle, hasta el celebérrimo don

Luis de Zañartu, que abofeteó a todo el mundo, y por

•esta y otras particularidades que

en

llamarse el último de los corregidores,

su

lugar

diremos,

con la misma

razón con

que Lamartine llamó a Rienzi el último de los romanos En

lo

eclesiástico y en lo militar,

consistían las

ya

(l).

hemos dicho en que

jerarquías coloniales. Había un obispo

tiago y otro en Concepción y vivían en

pudo

una

ración entre la iglesia y el estado, a virtud de

en

San-

especie de sepalas

oblaciones

directas de los fieles, del rédito de los censos y en especial de la administración propia que el cabildo eclesiástico hacía de los diezmos, rematándolos en su propia sala capitular. En lo militar, el presidente era, como hoy, el general en jefe de las armas, y si no era también almirante, debíase a que no había un solo buque, ya

que los pocos

que

solían

venir

de

España a construirse en Guayaquil se les mantenía en perfecta pudrición en el apostadero

del

Callao.

era el comandante general de fronteras,

El maestre de campo, y el

sargento

mayor,

una comisión múltiple y antigua que participaba del comandante de armas, del jefe de estado mayor y del cuartel maestre general ( 2 ) . divergencias literarias y de ofro género con sus antiguos discípulos encuentren ésta, que nos permitiremos llamar caballeresca solución. (1) En Chile existieron, contando con el de Mendoza, once corregimientos, y eran los siguientes:—El de Copiapó y Huasco; el de Coquimbo; el de Quillota; el de Aconcagua; el de Sanfiago; el de Melipilla; el de Chillan; el de Mendoza y el de Concepción. De éstos, sólo de Quillofa, Rancagua y Melipilla, se proveían directamente por el capitán general. Los otros eran de provisión real, pero en la prácfica se hacían generalmente por el último, pues los corregimientos de Chile no eran como los del Perú, y nadie hubiera querido venir de España a serlo de Chillen o de Colchagua. (2) Además de las fronteras, existían dos gobiernos militares, el de Valdivia y


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

352

El ramo de hacienda dependía a la vez del capitán y de la Real Audiencia, porque se le atribuía una capital, desde que la América entera no

era

general

importancia

considerada

por

los reyes españoles y sus ministros sino c o m o un predio de la corona. En su administración inmediata era, no obstante, servido aquel despacho por dos ministros que se llamaban, c o m o hoy, tesorero y contador, y más comúnmente oficiales

Y tenían éstos

reales.

tal peso en la política y en la sociedad desde el

primer

teso-

rero real, J u a n Fernández Alderete, hasta el último de la escuela antigua, el célebre don

Ramón

V a r g a s y Belbar, cuyo retrato

adorna los muros de la actual tesorería,

que

después

de

los

presidentes y de los oidores, no había en la ciudad vecinos de más cuenta ( l ) . Debíase situado,

esto

principalmente

a

la

administración

del

real

que era el pan cuotidiano del gremio de empleados de

la colonia, y que por su influencia administrativa y local en la capital y en el reino, no

menos que por las peculiaridades de

su inversión y reparto, fué una institución

(y este es el nombre

que con más exactitud le cuadra) digna de que aquí le consagremos un ligero análisis. Habíase decretado esfe subsidio hasta la cantidad de cien mil ducados, según dijimos, por una real cédula dada a Guniel en 1 6 0 4 con motivo del alzamiento general de

los

araucanos

en

tiempo de O ñ e z de Loyola, por lo esquilmada de la tierra, que antes por sí sola había sostenido aquella guerra devoradora de hombres, de caudales y de honras. Aumentóse

en

seguida con las proporciones y desastres de

aquella hasta 2 1 2 , 0 0 0 ducados, y ésta, más

o

menos,

fué

la

Valparaíso, esíe último desde 1682. Chiloé era una dependencia directa del vireinaío del Perú. El presidio militar de Juan Fernández se estableció sólo a mediados del siglo XV1I1 por el presidente Ortiz de Rosas. En las fronteras existía, además, un destino especial de .importancia. Llamábase el empleado que lo desempeñaba el veedor, y era un oficial de comisario general que atendía a los pagos del ejército, a la distribución inmediata del situado, a los asientos de víveres, etc. ( l ) Estos empleos eran perpetuos, aunque hemos encontrado una real cédula de 2 5 de Septiembre de 1674, que dispone se renueve cada fres años los empleados oficiales de América. Este período es el que hoy se esfila para los nombramientos meramente polífico-adminisfraíivos.


35g

HISTORIA DE SANTIAGO

dotación permanente que tuvo Chile de la C o r o n a de Castilla. Y de aquí sin duda el p o c o amor y c a s i e l menosprecio que le merecimos; porque, a la verdad, si en

el

siglo

XVI

se

dejó

poblada esta parte del mundo, no fué por otro motivo sino por lo que la tierra tenía de granero para abastecer las minas y las ciudades del Perú, y por lo que su capital

tenía

de

claustro

para recibir el e x c e s o de la frailería de aquel emporio de la vida monástica, <de cada uno de cuyos conventos podían salir cuatro de los de España, siendo que esta última católica de la cristiandad» Habría país

sido

sin

era

la

nación

más

(l).

duda de gran eficacia aquel auxilio, en un

tan desprovisto de todo género de elementos para impul-

sar su desarrollo, e s c a s o de población, pobre de caudales, con haciendas que parecían provincias,

donde

el

ganado

parecía

salvaje, sin más industria que la de los telares indígenas, hasta

el

jabón

era

pues

traído de M e n d o z a , a donde se enviaban

c o m o artículos brutos nuestros s e b o s (a virtud de que allí había un arbusto que daba más vigor a las legías), y por úllimo la que la moneda sellada era casi

una

en

novedad. P e r o la ava-

ricia de los mercaderes monopolistas de Lima, favorecida por la tolerancia o complicidad de ios virreyes, había desvirtuado por completo

sus buenos resultados, adueñándose aquellos exclusi-

vamente de aquel tesoro, cuyo don, poniéndonos en la condición de pordioseros, nos dejaba después de recibido más menesterosos que antes de poseerlo. C o m o el procedimiento de distribución de aquella renta ilustra los principios de administración y de comercio

que regían por

aquellos años en las colonias españolas, vamos a dar una ligera idea de su mecanismo. L o s doscientos doce mil ducados del situado enviados

de

las

de Chile, eran

cajas reales de P o t o s í a las de Lima por la

vía de Arica, y allí cada año se ponían por el virrey a la disposición del capitán general de Chile, mediante

un

apoderado

estacionario que el último mantenía en aquella corte. Hasta aquí parecía que el negocio marchaba por un camino

( l ) Palabras del virrey del Perú don J o s é de Ármendáriz, conde de Casiel Juerfe. 2S


354

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

regular, pues lo de ir a Lima desde Arica para volver en seguida a Concepción, era una bagatela en esos tiempos. M a s desde que se trataba de la inversión del caudal, salían a la superficie todas las inmoralidades y todas las infamias del monopolio y del c o h e c h o . En lugar de hacer la remesa del dinero a las cajas de Chile, iba al contrario de este país a Lima un oficial llamado el situadista,

provisto no de la autorización

de percibir el dinero y conducirlo, sino de listas

fraguadas en

la capital y en los puertos de la frontera con el fin de invertirlo en la compra de artículos para el vestuario y el consumo de los soldados. D e aquí venía que el situadista se hacía un potentado financiero,

y de acuerdo con el apoderado o procurador

general,

c o m o se llamaba el agente de Lima, dispensaba sus

gracias y

sus

favores a los

principales

P o d r á juzgarse de las

especuladores

prodigalidades

de

hecho sólo de tener el procurador un sueldo siendo que sus funciones apenas

de la

metrópolis.

aquel sistema

duraban

por él

fijo

de 1 , 5 0 0 ps.,

unos

pocos días u

horas ( l ) . Hacíanse las compras por los pedidos de Chile, y aún cuando se fingía el aparato de una junta de almoneda,

demasiado sa-

bido era por el comercio de Lima que esto significaba más un ceremonial que una precaución. D e esta suerte se invertían por cuenta del fisco dos tercios al menos del situado

(2).

El otro tercio, esto es, cincuenta o sesenta mil pesos se empleaban por el mismo situadista

de

cuenta

de

mercaderes de

Chile que giraban libranzas contra él por cantidades que entregaban c o m o suplemento a las c a j a s de Chile. Y éstas, que de-

(1) Despacho del duque de la Palafa. virey del Perú, al rey de España de 2 8 de Noviembre 1682 (Memoria de los virreyes del Perú. vol. 2.°, pág. 183). El íexfo original dice 10,500 pesos, pero este es conocidamente uno de los muchos errores que afean la edición de esa obra, cuyo lujo está sólo en las tapas, el papel y la finta. (2) Según un acuerdo que tenemos a la visfa de 17 de Junio de 1653, celebrado en Concepción, la parfe de situado correspondiente al íerc/o de Arauco, se hallaba invertida de la manera siguiente: 6,000 varas de rúan o lienzo de uso inferior, 2 , 8 0 0 varas de bayeta, 2 0 0 de tafetán, 8 0 pares de medias de seda, 150 varas de damasco de Sevilla, 10 botijas de miel, 10 id. de aceite, 10 id. de azúcar, 1 0 id. de sal y 10 quintales jabón. Lo de 8 0 pares de medias de seda para los soldados de Arauco, hace recordar aquello de los anteojos y de las navajas de barba que los corregidores del Perú obligaban a recibir a los indios, que eran lampiños y no sabian leer.


35o

HISTORIA DE SANTIAGO

bían ir muy mermadas por el abuso, formaban la única entrada efectiva que tenía el Erario de Chile y el mismo ejército

fron-

terizo. L o demás era simplemente un latrocinio. Después de haber barrido el fondo de los almacenes de Lima de todos los rezagos que quedaban de los acopios hechos cada tres años en la gran feria de Portobello (de la que hablaremos en otra ocasión) el situadista, en efecto, c a r g a b a un buque con todos

sus

avios, y pagaba un

flete

que

era

regularmente de

8 , 5 0 0 pesos para conducirlos a Concepción, punto de su destino ( l ) . D e allí iba a

los

fuertes y a

las

guarniciones

de las

fronteras, especialmente a A r a u c o y Yumbel, donde se le distribuía al soldado hambriento y androjoso con un recargo de setenta y hasta de un ciento por ciento, según la expresión autorizada de un virrey, acérrimo defensor de este sistema de inversión de los

caudales públicos ( 2 ) . P o r manera que

el

situado

era sólo un s a c o abierto de escudos, donde todos, excepto aquellos en cuyo beneficio se creara,

metían

ambas manos. Y

con aquellos soldados así tratados con los que quería

era

ponerse

fin a la guerra de A r a u c o ! Negábanse, no obstante, los virreyes dé Lima en sus informes al rey a cambiar de procedimientos cada vez que nuestros c a pitanes

generales reclamaban el envío

directo y en

numerario,

«porque, decía el que a c a b a m o s de citar, el enviar el en dinero al gobierno de entereza y abrirle

Chile, era poner

una puerta

en

situado

gran riesgo su

franca para que con

dinero del

situado se haga mercader». El monopolio de Lima no podía estar mejor guardado, y de aquí las

abominables

consecuencias

que produjo y de que tan animada pintura nos han dejado J u a n (1) El editor de las Memorias de los virreyes (f. 2.°, pág. 87), hace decir al duque de la Palafa que este flete era de 8 0 , 5 0 0 ps., lo que es un evidente absurdo. (2) El duque de la Palafa, despacho citado. Haciase esto con tanto escándalo, que dentro del país mismo, el frigo que se vendía en el comercio a 1 peso lanega, se cargaba al soldado a 4 pesos, según el oidor Celada ( 1 6 1 0 ) . Algunos años más farde, dice Bascuñán en su Cautiverio Feliz que las vacas, cuyo precio en el sur era de 2 0 reales, se vendían al ejército a 6 pesos. Otro tanto comenzó a practicarse poco más farde con el situado de Valdivia, bien que una parte de éste iba de Valparaíso y consistía en algunos centenares de líos de charqui, único alimento de aquella guarnición, inventora lejífima y a título de hambre del sabroso y popular valdiviano.


356

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

y Ulloa, hasta que vino para el Perú el situado

de las

Chin-

chas, que puso todavía las c o s a s de peor condición. L o s s;tuadistas modernos llámanse simplemente consignatarios El rea¡ situado,

del

huano.

no era pues, en realidad, sino el s a b r o s o va-

por de un lejano festín que los miserables regatones de la capital veían levantarse en el horizonte y del que se daban por felices si alguna gota llegaba a condensarse en sus labios siempre sec o s y desheredados. Tal era el sistema de justicia y el sistema de

comercio que

la España había creado en favor del distante, ingrato y menesteroso presidio

de

Chile.

Bendita mezquindad, empero,

que

enjendró en nuestros ma-

yores el duro hábito del trabajo, gracias al que s o m o s hoy un pueblo medianamente

considerado

entre los medianos

pueblos

de la tierra. P o r cuanto llevamos dicho s o b r e

las finanzas y el comercio

de la colonia, será fácil hacerse cargo dad social y doméstica que

habían

del

grado de prosperi-

alcanzado

los

vecinos de

S a n t i a g o , especialmente desde el gran terremoto que había derribado sus hogares. S i el estado, a la verdad, vivía de extran. jera y periódica

limosna, los

ciudadanos

no

alcanzaban

otro

bienestar que el que les retribuyese el sudor de sus sienes. L a s c a s a s de habitación felizmente eran de p o c o costo y de baratos adobes, sin que nadie se atreviera a levantar

sus

mu-

ros sino lo preciso para que en el espacio que dejara el mojinete, entre el umbral y el alero, cupiera el blasón de la familia, si lo había, o un nicho de

mediana

altura en

que c o l o c a r la

imagen tutelar de la morada, cual se ve todavía en algunas fachadas del pasado y anterior siglo ( l ) . Fué esa también la época, en que el terremoto, este gran albañil y arquitecto de nuestras ciudades, cuya ciencia salvadora tememos que S a n t i a g o

haya

olvidado

más de lo preciso, nos

prescribió ese sistema llamado de estribos,

que dan a algunos

de nuestros templos el aspecto de colosales j o r o b a d o s , y que se ( l ) En la íercera cuadra de la calle de la Compañía existen dos de estos nichos, núms. 87 y 116. Otro se ve en la casa que fué del rico negociante español don Nicolás de Chopifea, en la segunda cuadra de la calle de la C a tedral, esquina de la de Morandé.


357

HISTORIA DE SANTIAGO

aplica también a las construcciones más humildes de murallas y de simples tapias en los

campos.

lo común de un solo trozo

menzaron a su vez a multiplicarse creía que así se daba

Las

esquinas,

formados por

de pórfido del S a n Cristóbal, c o desde

entonces,

mayor solidez a los ángulos.

porque se Protegían

éstos al propio tiempo contra los golpes de las carretas, a cuyo fin solía ponerse por delante un macizo de piedra, y después de la guerra de la independencia, algún cañón inservible, c o m o suele encontrarse todavía. Las familias además elegían esa pieza de dos puertas para depositar

y

expender

los

productos de sus

propiedades, fuera por mayor, cuando aquellas eran ricas, fuera al menudeo en c a s o de mediocridad, según se observa todavía en muchos pueblos de provincia, a c a s o más aventajados en el día que lo que S a n t i a g o lo era por entonces. L o s menajes de las habitaciones eran en extremo modestos y hechizos,

esto es, de manufactura

del país. C o m o el comercio

de Europa se hacía exclusivamente por el istmo de P a n a m á , la enorme carestía de los fletes, que duplicaba el precio hasta de las telas más ricas y portátiles, impedía la conducción de muebles europeos, por manera que la Jacaranda era un artículo que se conocía sólo como nosotros c o n o c e m o s hoy el vellocino de oro, y la c a o b a ,

cuando

algunos

buques solían traer algunas

tablas de los bosques de Guatemala, empleábase sólo c o m o enchapado de los más

exquisitos

trabajos de la ebanistería. L a s

selvas de Valdivia eran las que surtían -"sus cujas,

nuestros

aposentos de

o catres colosales de cuatro pilares, de sus taburetes

o banquillos forrados en b r o c a d o s y terciopelos, asiento predilecto de las damas, no menos que los sillones de baqueta, que suelen todavía verse en alguna sacristía de campo, o en la última recámara de la casa. Fué aquel el tiempo clásico en que las esteras de estrado y las petacas, los c a n c o s y las carretas, los lebrillos de P o m a i r e y las ollas de Talagante, los pellones de la Ligua y las alfombras de C h i l l e n , que eran nuestros tapices de G o b e l i n o s , estuvieron en toda su boga, c o m o los frutos

más preciados de la

industria nacional, así como las despensas rimeros de congrio

seco,

costa del norte, del luche

de sartas de locos y cochayuyo

vivían

atestadas de

y de ostiones de la

del Algarrobo y S a n An-


358

BENJAMÍN

fonio, no menos que las c h á c a r a s

del

VICUÑA

orégano,

ayer tenía por símbolos en fuente

la aloja

los

huesillos

y orejones

y de las a r b o l e d a s . E d a d feliz y s a b r o s a al valdiviano

de los P a p a s ( l ) , de las lentejas porotos

MACKENNA

de

y el

de ¡as

de

hasta

alabado

charquicán

monjas

de las C a p u c h i n a s ,

plata

que

y de los

Rosas

del ajiaco

y de

de las C l a r a s , de perfume más exquisito que la trufa y

de s a b o r

más confortable

que

la

sopa

de tortuga,

todo

susti-

tuido hoy día por esos millares de tarros y de f r a s c o s , b o t i c a s del paladar,

de Lambie y de W e i r ,

del c o m e r c i o

directo del estómago

las conservas, y S a n t i a g o ,

estos p r o s a i c o s fundadores entre G l a s g o w , la ciudad de

que s ó l o

lo ha sido de los

conser-

vadores! El uso de ¡os espejos natural en un a c a r r e o

era

casi

desconocido,

por la

quiebra

que solía durar varios años entre el punto

de salida y el de destino, y por la misma razón apenas

llegaban

los cristales finos, a no ser en frasqueras de lujo, que se ostentaban

sobre

como

transparentes

dar c e r c a

la

mesa o

taburete de las cuadras.

de un siglo en entrar en uso, lo mismo

tosas rejas de

fierro

arte de las ferrerías

Los

vidrios,

en el uso de puertas y ventanas, debían tarerizadas de

dibujos,

de V i z c a y a ,

no

que las c o s -

verdaderas

comenzarían

obras

a teñir

de sino

( l ) Aunque válidos entre todos casi como un proverbio aquellas palabras de un Papa que dicen: Beali indiani quia manducan! charquicanis (verdadero latín de cocina), siempre la hemos tenido por un simple refrán de hambrientos monacillos o galopines en las aulas de latinidad que mantenían los antiguos conventos. Sin embargo, por lo que pueda tener de curioso o más propiamente de santiaguino el origen de aquellos dos guisos jefes en la bucólica colonial, vamos a reproducir aquí una relación que nos ha suministrado cierto caballero muy competente en la materia... El uso del valdiviano proviene del rancho que se daba a la guarnición de Valdivia y que hacía parle del real situado. Como no había carne en aquellas localidades, el 1,° de cada mes se distribuía a la guarnición y hasta a los empleados superiores su ración de charqui, traído de Valparaíso, y como el modo más sencillo de prepararlo fuera el cocerlo, los soldados lo condimentaban de esa suerte. D e aquí el nombre de valdiviano, que está hoy desferrado de Valdivia, donde se le conoce sólo de nombre, pues ha sido un verdadero hijo pródigo de la provincia, particularmente en el día, en que se ven en aquella provincia carnicerías mejor montadas que las de Santiago y Valparaíso. En cuanto al charquicán, es indudable que es oriundo de Santiago, como que en parte alguna, según el testimonio arriba mencionado, se le confecciona con más primor. Sobre si lo comió P i ó IX, no lo podríamos empero decir, porque el secretario Sallusfy que escribió los viajes del nuncio Muzi, sólo habla al describir los manjares perennes de su mesa, de los gallinaccios ripicenos, de los porcellefos da late (gallinas rellenas, chanchitos lechones), etc., etc., según con más por menor contaremos más adelante.


359

HISTORIA DE SANTIAGO cuando en el siglo subsiguiente

se

abriera

la

navegación

del

C a b o . L o s maderos trazados en forma de biscochos y los balaustras torneados que suelen verse todavía en alguna puerta o balcón secular, eran el máximum del trabajo de madera aplicado a la arquitectura doméstica que conocieron nuestros abuelos. La creencia vulgar imagínase,

sin embargo, que aquella fué

una edad de oro c o m o es la presente de frágil y deleznable papel, y se habla de que el servicio de plata de las casas grandes se pesaba por a r r o b a s

y

quintales, así como se asoleaba

en cueros la plata sellada. A m b o s

hechos

eran

exactos y no

obstante confirman la comparativa escasez de aquellos días, porque las más ricas vajillas se componían exclusivamente de piezas lisas, labradas a martillo por los artífices del país que apenas cargaban

un

diez

por

ciento sobre el valor del metal. Y de

aquí venía que el uso de la plata fuese en realidad el más económico, el más duradero y el más

barato, fuera de que en sí

mismo constituía una especie de moneda de fácil cambio en el mercado. Un plato de aquel melal

no era sino un peso fuerte

de gran dimensión. En cuanto al asoleo

del dinero en cueros en los patios de las

casas, de que se hablaba no ha muchos años para en la cuna los párpados rebeldes al sueño,

tenía

adormecer

una explica-

ción más sencilla todavía. En la América no se conocía ces otro numerario

que

los

enton-

pesos fuertes o patacones que se

sellaban en las c a s a s de monedas

de

Potosí, de Lima y M é -

xico, y la moneda llamada de cruz o macuquina,

que tenía cier-

ta forma de la crucificación y mas grietas que el Calvario, de lo que tal vez vino el decir de los muy necesitados, y como si la pobreza fuera una heregía: que no tenían En cuanto al ponderado oro de América, gramente a España en polvo o en

Cris/o. era

lingotes, como

remitido íntelos que en-

contraron a su s a b o r D r a k e y Anson al abordar los galeones. Y en esto era digno

de

especial curiosidad que en Chile, de

donde habían salido hasta dos millones de año, no se conociesen las onzas o doblones maba en el siglo X V I I ) sino de nombre

oro

finísimo

cada

(pues así se le lla-

( l ) , lo que se explica

(1) El capifán Pedro Amaza, que había estado en Lima y que en 1690 (enía


860

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

por el mayor valor que el oro tenía c o m o mercadería en el viejo mundo. D e j a d a s , pues, así sin trasiego de dinero amonedado, habían

aquellas masas considerables

naturalmente de oxidarse con la

humedad y el calor, y para limpiarlas, disponían las familias en los días abrigados del invierno, que los esclavos las asoleasen en los patios, sin que en esta operación

faltase algún puntillo

de ostenta y presunción. P e r o en lo que más particularmente cifraban méstico y civil

las

grandes

damas

su orgullo do-

era en su servidumbre de

bruñidas negras y en las alegres y traviesas mulaíillas

de servi-

cio, que eran el adorno de los salones en los días de gala, las libreas en el paseo y ¡as

chinilas

de

en la

alfombras

misa de

todas las mañanas. C r e c i d a s éstas, formábanse de ellas aquellas criadas

de

razón,

eximias en dar los recados, que solían man-

darse pedir prestadas unas amigas a las otras, por

esta espe-

cial gracia, para que echasen sobre las bandejas los sus sacramentales de los regalos.

Desde

merced

este siglo comenzó a mi-

rarse con cierto desdén el servicio doméslico de los indios, sobre todo en el ramo femenino, su

zandunga

e

inteligencia

al

que

las

peculiares

mulatas una

sacaban

con

considerable ven-

taja ( 1 ) .

cincuenta y dos años, aseguró en el proceso del tesorero Torres, que en su vida había visto un doblón y que los conocía sólo de nombre. ( l ) El servicio de una india, o su asiento como se decía entonces, valía doce pesos al año en el siglo XVII, y el de una negra el doble. En el archivo de la Real Audiencia hemos encontrado un curioso litigio por una negra que una señora llamada doña Feliciana Ramírez había dado en empeño a una otra su amiga llamada doña Juana Garcés, ambas viudas de capitanes, y mujeres principales. Debíale la Ramírez a la Garcés unos cuantos pesos, y por esto había sido el empeño, mas, se negaba a devolverlos con intereses, porque decía, y no sin razón, ante nuestro anfi-curial criterio, que el servicio de la negra suplía el importe de éstos. Pero la acreedora alegaba que la esclava había estado enferma, que había gastado en medicinas y en hacerle un faldellín de cordeyante, y por último, que el dinero, cuando se empleaba en sebos, producía el 15 por ciento dos veces al año en las remesas a Lima. La Real Audiencia tuvo opinión distinta de la nuestra (lo que no es extraño), y mandó que doña Feliciana pagase el interés de 5 por ciento y doña Juana 2 0 pesos por el servicio de la negra. Apeló con todo la primera por vía de revista, y hubo confirmación. Sucedía esto en el mes de Diciembre de 1628, y hay de particular en los autos que habiéndose tasado el honorario del procurador de la Garcés en 8 pesos, los reclamó éste en un escrito diciendo que los pedía «porque tenía necesidad y ser víspera de pascua». Los graves oidores pusieron como se pide, y


361

HISTORIA DE SANTIAGO L a s costumbres se amoldaban como,

era natural,

al estado

de c o s a s que hemos descrito y que imprimía aquellas su manera de ser. P o c a s nociones nos

han

quedado

de los hábitos do-

mésticos de ese siglo, fuera de los episodios que de cuando en cuando hemos narrado. Dejando, con todo, para más felices

(no más

ese campo virgen

empeñosos) exploradores,

que aquellos arrojan suficiente

luz

sobre

el

parécenos

estado social de

nuestros mayores. Hemos visto, en efecto, como se dividían en feudos las familias, como se acuchillaban en

la plaza pública,

c o m o se celebraban bodas con varandas de oro, c o m o el pueblo todo se agrupaba a las

migajas

de! siíuado.

como se re-

cogían las herencias de ios millonarios, como el vecindario tomaba parte en la erección de los templos, de la flor de las doncellas saníiaguinas en fin, el cisma

entraba

en

éstos

y

como

se poblaban

los claustros, y c o m o , había toques de rebato,

fugas, excomuniones y disparos de armas en las gradas mismas de los santuarios,

prófugas

las

vírgenes,

con sus velos rotos

por brutales bayonetas. Y de en medio de esta

vitalidad,

lenta en sus pulsaciones,

de un pueblo que va creciendo como dentro de una celda, hemos derivado la consecuencia

filosófica

que el sello predomi-

nante impreso por el siglo X V I I en nuestra sociedad, fué el del espíritu religioso. Llegó, a la verdad, éste a tanta y tan intensa

concentración

en los últimos años del siglo, que según el historiador eclesiástico Eyzaguirre, hubo de intervenir el rey de España para moderar los gastos

de

procesiones,

aniversarios

y

otras fiestas

religiosas, a cuya práctica, así como a la participación en agitados capítulos, vivían entregadas las familias y los hombres de más nota en

el pueblo. Santiago se veía envuelto permanente-

mente en una nube de incienso, y no había ciudad de América que consumiese mayor número de marquetas de valiosa cera en toda la cristiandad. A más de cuanto sobre esta profusión

hemos referido y de

los innumerables días de guarda y de fiesta que entretenían el que sean sólo seis pesos. No dice el auto, sin embargo, si esta rebaja de tasación iué por la Irescura del curial o por otra razón de equidad. Seria (alvez curioso oir sobre esta duda la opinión en consuKa de los abogados modernos.


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

362

ocio del pueblo, y

en

volveremos con mayor

consecuencia

sus

detención

otro

en

vicios (sobre lo que lugar) celebrábanse

procesiones descomunales, en las que se alistaban para alimentar su fausto

en

bandos sivales las damas y los clérigos, los

caballeros y las beatas. del Rosario,

que era

Eran

las

celebrada

más famosas de aquellas la

por los dominicanos, la de la

que pertenecía a S a n Agustín, la de San

Candelaria,

establecida en la M e r c e d , y la de la Concepción,

Lorenzo,

de S a n Fran-

cisco. L a s procesiones puramente diocesanas y que pertenecían a la Catedral, no eran menos numerosas y solemnes que aquellas. El

obispo

Carrasco

en

sus leyes consultas de 1 6 8 9 ya

citadas, menciona entre las instituidas únicamente por votos de a m b o s cabildos (el secular y

eclesiástico)

que se dirigía a S a n Francisco; la de San ced; la de Lucas

San

de San

a S a n Agustín; la de la Visitación Antonio,

que

de San

Marcos a la Mer-

a la capilla de su nombre; la de

Lázaro

Domingo; la de San

la

Sebastián

Saturnino tenía

de Santa

Isabel

San

a Santo

a la capilla de su nombre y la lugar

diocesana. C e l e b r á b a n s e además,

dentro de la propia iglesia

a ejemplo de ésta, innumera-

bles fiestas de santos en las naves de las iglesias o al derredor de los claustros, y algunas, c o m o la del apóstol más adelante contaremos), la de San Concepción,

eran a c o m p a ñ a d a s por

neos de sortijas y cañas, comedias o

Juan

Santiago

Bautista

fiestas

(que

y la de la

profanas c o m o tor-

autos

sacramenlales, re-

presentados por estudiantes, y corridas de toros que hacían una mezcla extraña de paganismo y de barbarie con la majestad y clemencia del culto cristiano. L a s mismas monjas representaban estos saínetes y mojigangas en los días llamados de cual se estilan todavía en la visita de recepción de los íes nuevos,

aguinaldos, presiden-

hasta que enfadado el celoso y casi frenético obispo

Humanzoro, los vedó con excomuniones y hasta la amenaza de un encierro que contumaces.

llegaría a cuatro años, para las desobedientes

Este mismo

prelado fué el que puso fin a la ex-

travagante procesión que acostumbraban s a c a r los padres dominicos, haciendo pasear en la tarde del miércoles santo una anda del niño J e s ú s , que la muchedumbre, en imitación de los judíos, corrían a pedradas por todas las

calles. Cuenta esto último el

grave historiador que a c a b a m o s de recordar.


363

HISTORIA DE SANTIAGO

Mas,

al paso que se

otra. P o r blecióse,

un breve

suprimía

apostólico

una

de

devoción

en efecto, en S a n t i a g o el culto especial

hoy b a j o Fueron

la denominación estos también

de El dulce

los días en

se

2 6 de enero de nombre que

introducía 1 6 7 1 esta-

conocido hasta (l).

empezó a

florecer

el

célebre siervo de D i o s B a r d e c i y la monja iluminada S o r Úrsula Suárez, jado

una infeliz mujer enfermiza y exaltada

la historia de sus propios

no s a b r í a m o s Teresa moniada

decir si merecería

de J e s ú s de

que escribió

1 8 3 8 (la C a r m e n

que los escribieron

desvarios,

que nos

ha de-

y que por lo

estar más c e r c a de la

también sus éxtasis,

que la

Marín) que tuvo graves

tanto

sublime ende-

doctores

por ella ( 2 ) .

(1) Llegó a fal grado el furor de las cofradías por esíos años, que el propio prelado de la iglesia de Saníiago se vio obligado a refundir algunas, según se observa por la siguiente disposición de su sínodo de 1688 (const. 4.a, cap. 7.o) y que por caracferíslica reproducimos: «Por haberse acrecentado el número de Jas cofradías más de lo que puede llevar la pobreza de es/e pueblo y por las razones represenfadas en la junta Synoda!. mandamos que las dos cofradías que esfán fundadas en el colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad la una de los indios nalurales, con la advocación del niño Jesús y la otra de Morenos con la de Nuesíra Señora de Belén se agreguen la de los indios a la de Nuestra Señora de Copacabana, fundada en el convento del señor San Francisco y la de Nuestra Señora de Belén a la de los Morenos, fundada en el convento de predicadores del señor Santo Domingo de dicha ciudad; y desde luego queden agregadas, y unidas o se deshagan». No son menos notables las siguientes disposiciones de la sínodo de 1688. una de las que al menos ojalá hubiera regido en todo su vigor dos siglos más farde y en un día memorable. Ambas dicen así: «Por ser mucha la pobreza de este reino y consiguienfemenfe, la de los monasterios, perdidas muchas renfas y cobrarse mal las corrientes, y no redituar, apenas, para el sustento ordinario: ordenamos y mandamos que las fiestas, que hicieren, assí el común de los conventos; como las monjas particulares, no excedan de cincuenta luces en ellas, y moderen el exceso que hay de fuegos las noches que las proceden: por cuanto Nuestro Señor más se paga de los corazones devotos y ajusfados a la pobreza religiosa que a exterioridades que huelen a vanidad'. (Const. 22, cap. 6.o) «Háse introducido en los monasterios una profanidad de gastos que desdicen de la santa pobreza y de la que cada una de las religiosas experimenta en sí, los días que preceden al nacimiento de nuestro Redentor en los que dicen las Antiphonas de vísperas, que llaman vulgarmente las Oes, en comidas y regalos; tiempo que debía celebrarse más con la abstinencia y ayuno. Y así las prohibimos del todo por constarnos, ser el gasto sobre el posible de las más y que su competencia las empeña en lo que no pueden». (Const. 12, cap. 6.o) (2) Especialmente los doctores Bruner y Carmona. El libro dejado por la Suárez y de que nos da cuenta el señor Eyzaguirre, que parece haberlo consultado original, pues publica algunos extractos de él, tiene este titulo: «Relación de las singulares misericordias que ha usado el señor con una religiosa, indigna esposa suya*.


364

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

Había nacido esta inspirada en S a n t i a g o en 1 6 6 8 , siendo sus padres don Martín S u á r e z y doña M a r í a de E s c o b a r , personas principales. D e s d e pequeña manilestó una exaltación mística tan irresistible, que contra los deseos de su madre, que la destinaba al mundo, fué preciso consentir en que lo abandonase cuando tenía sólo once años.

Eligió

recién fundado de la Victoria,

para

su

de

que

vocación el monasterio por

aquel tiempo

era

síndico un lío abuelo suyo, y allí profesó cuando apenas había cumplido quince años ( 1 6 8 3 ) . C o m e n z ó entonces la serie de visiones, éxtasis, milagros, pláticas con el cielo y apariciones y conjuros del diablo (a quien en una ocasión viera sentado en un columpio frente a

un

es-

pejo), arrobamientos incesantes del espíritu, y por último, enfermedades y penitencias de su cuerpo que le alcanzaron

reputa-

ción de santa. P a r a a c a b a r de explicar las particularidades de su vida, deberemos sólo añadir que el director de su conciencia era un jesuíta catalán llamado Miguel de Viñas, célebre no menos por haber sido uno de los oráculos, según dijimos, del sínodo de 1 6 8 8 , en calidad de rector del C o l e g i o máximo, c o m o por haber iniciado en llamada Escuela

nuestras iglesias la saludable

de Cristo,

enseñanza

que regularizó después el venerable

Alday. En cuanto al venerable siervo Bardeci,

de Dios,

c o m o propiamente se escribía

daremos sólo uno o dos

fray P e d r o Bardesi o su

apellido ( l ) , trasla-

rasgos capitales de su vida, porque,

estando pendiente todavía su secular canonización,

no sea que

no entendiendo el ritual, lo echemos a perder, quedándose S a n tiago sin el único santo de que ya

hay

esperanza,

porque lo

que es del porvenir... ¿sería mucho esperar, esperar m á r t i r e s ? . . . Había nacido el siervo de D i o s en Orduña, plaza fuerte fronteriza entre Vizcaya y Castilla la

Vieja,

atalaya de los cantabrios contra los

cuya

moros,

afamada

divisa

peña,

todavía el

viajero corriendo por la carretera de B i l b a o a Vitoria. Eran sus padres vizcaínos, pero él

propiamente había nacido castellano.

Muy joven pasó don P e d r o

a

América

y fué mercader en

( l ) Así en efecfo lo vemos empleado, y con excelente letra, por su hermano el capitán don Francisco, cada vez que encontramos su firma autógrafa en papeles antiguos.


HISTORIA DE SANTIAGO

365

M é j i c o y minero en P o t o s í . En una ocasión oyó en esfe páramo la voz de la Virgen que donde a la sazón

se

le

decía

construía

se

la

encaminase a Santiago,

R e c o l e t a franciscana, y en

consecuencia dejó la barreta por la cruz. Vino, vistió el hábito el 8 de septiembre de 1 6 6 7

y profesó al año siguiente. Tenía

entonces sólo veinticinco años. C o m e n z ó desde ese día su carrera de prodigios, y según su biógrafo más circunspecto,

«tuvo el don de profecía y milagros»

( l ) . D e estos últimos se cuenta el haber

adivinado que un ca-

ballero llevaba en su caja cierto rapé envenenado para matar a un enemigo; y de aquella que presintiendo el peligro en que se hallaba

una

pobre

mujer llamada Candelaria Isboran de caer

en pecado por una deuda de cuatro pesos, se los llevó tan en tiempo, que estorbó su

consumación.

Murió por fin el 12 de

septiembre de 1 7 0 0 a las cuatro de la 5 9 años, y

se

contaron

mañana, a la edad de

muchos prodigios de su fin. Uno de

ellos fué que se mantuvo los fres días de su especfación ca

públi-

«flexible, con un aspecto de persona viva y de una blancura

singular». Enterráronle en el presbiterio de S a n Francisco, que fué su iglesia posterior,

a

consecuencia de los cismas y capí-

tulos en que también anduvo

envuelto;

que se intentó hacer en 1 8 6 3 ,

no

se

más en la exhumación encontraron ni vestigios

de sus cenizas. S ó l o consérvase de él, pintado con brocha gorda en la pared de su claustro, una esfigie de su persona, que tiene al pie la siguiente inscripción conmemoratoria: dre fray Pedro don Francisco rre,

oriundos

Bardesi, Bardesi de

hijo de esta provincia y doña

Catalina

de

El venerable

y Orduña, Agüinado

pa-

hijo y

da

Vidau-

Vizcaya.

Y con esta brevísima reseña dejamos cumplido un deber, sin faltar a la devoción ni a las esperanzas de los fieles, que con justicia se quejan

de

no

tener

otro

santo que los huesos de

S a n t a Feliciana en una urna de la Catedral,

mientras la peca-

minosa Lima se enorgullece de su S a n t o Toribio y de su S a n t a R o s a , bien que de la última pudiéramos

armarle disputa, pues

está averiguado fué chilena. En lo que había algún lujo y ostentación, fuera de la prodi( l ) Eyzaguirre, fomo 2.o, página 3 6 9 .


366

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

galidad increíble derramada en los aparatos y exterioridades del culto, era en los trajes de las damas y los caballeros, que hacían de las procesiones sus grandes días de gala y de estrenos. Y bajo cierto punto de vista era forzoso que

así fuese, desde

que la seda, el terciopelo y el tisú de oro, o lama,

c o m o se le

llama más comunmente, eran los únicos tejidos finos que venían de las fábricas de España, que tenían este exclusivo monopolio. Llegaban también por a c a s o algunos

fardos de paño de Fran-

cia, pero recargado con el triple de sus precios desde que salía del telar hasta que se entregaba al sastre mayor en la ciudad, por lo

que

el

traje

universal era el de los burdos paños de

Quito. Todavía la práctica y bienhechora Inglaterra no podía enviarnos sus telas cristales

de algodón, sus admirables vajillas

trasparentes

como

de loza,

sus

el agua y baratos c o m o la arena,

así c o m o los mil artefactos de su admirable industria, que en el presente siglo ha puesto al alcance del labriego

las comodida-

des domésticas que antes se hallaban reservadas a los grandes señores. L a s damas se daban,

sin embargo, con alguna profusión al

uso de esas superfluidades

costosas

que a veces arruinan

fortunas con más prisa que los terremotos. L a

Real

las

Audiencia

se creyó llamada a poner algún remedio a este desorden,

que

ya antes de la ruina de 1 6 4 7 tanto afligía el corazón del buen padre Ovalle, y el 3 de agosto de 1 6 8 4 vemos que informó al rey haciéndole ver que

«la mayor profanación consistía (son los

términos del informe) en el uso de puntos

de

Flandes,

y guar-

niciones de hilo de oro y plata que se llevaban en los vestidos y en las acuchilladuras

que usaban las mujeres en sus trajes, y

que sería conveniente prohibir las puntas oro y plata

y que se excusase acuchillar

y blondas

blancas

de

el vestido, en que hay

grave exceso y que se prohiba el uso de seda y cambray a la gente

ordinaria

que sin caudales querían igualarse con las gen-

tes ricas> ( l ) . Fué ésta también la época ( 1 6 8 8 ) en que inundó a S a n t i a g o una plaga de

«muchas mujeres lusitanas

(portugue-

sas) que, en comenzando a cerrar la noche, salían de sus c a s a s ( l ) Cedulario manuscrito de la Biblioteca Nacional.


367

HISTORIA DE SANTIAGO

y se iban a las tiendas de los mercaderes con pretexto de comprar los géneros que necesitan, gastando lo más de las noches, así en las tiendas c o m o en la plaza y calles, en disoluciones y graves ofensas a Nuestro S e ñ o r , de lo que lo religioso y serio del pueblo (decía el

obispo

C a r r a s c o , de cuya Sínodo

copia-

mos este pasaje) está escandalizado». Sin embargo, y para poner remedio a este desenfreno, que daba al hace dos siglos, el aspecto que

hoy

todas las grandes ciudades de la

tiene

humilde Santiago, Madrid o

civilización,

París y

el obispo (auto-

rizado de una real cédula de 7 de noviembre de 1 6 8 2 en que mandaban castigar los pecados

públicos

de esta capital) ordenó

que las tiendas se cerrasen a las nueve de la noche en verano y a las siete en el invierno. L a agricultura del reino, que era la única fuente de desde que la extinción de acopio del gratuitas

oro,

(y

posible

esta

es

la

las encomiendas sólo

había

riqueza

agotado

el

por medio de manos serviles y

única razón por que hoy no se saca

c o m o se s a c a b a antes), languidecía

también,

porque las cose-

chas se podrían en las trojes y el fruto de las matanzas (salvo los cueros, las

lenguas y el sebo) se quemaba por no infectar

el aire. L o s valles circunvecinos de Lima habían producido hasta entonces el trigo que b a s t a b a a sus necesidades, y el poco que salía de nuestras b o d e g a s iba a puertos intermedios y a veces hasta P o t o s í . Habíase también prohibido el cultivo

de la viña,

ordenándose que no se plantasen nuevas ni s e conservasen existentes,

a fin de favorecer

tes y vinos españoles; pero subieron tan los infelices labradores,

que

las

la introducción de los aguardienhubo

alto

los clamores de

de revocarse aquel duro y

brutal acuerdo de finanzas ( l ) .

( l ) S e prohibió la planfación de la viña en Chile en 1654, pero, después de muchos trámites, 3e mandó levantar aquella orden por real cédula de Madrid, a 5 0 de junio de 1671. He aquí los antecedentes de este curioso monopolio, tal cual se contienen en la cédula que lo abolió: «En cédula de 5 0 de Agosto de 1666 se mandó informase la Audiencia de Chile sobre el plantío de viñas sin licencia, en contradicción de lo dispuesto por cédulas, y en respuesta dijo la Audiencia los daños e inconvenientes que hay de que no se componga las que hay y no se planten otras de nuevo, como se ordenó en la cédula del año de 1654. Y visto en el consejo con lo expuesto por el marqués de Navamorquende, presidente interino de la Audiencia, en carta


368

BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA

La producción del trigo,

que

hoy desvive al senador c o m o

al gañán, era por otra parte considerado c o m o negocio de poca estima social, siendo los estancieros

de vacas, es decir, los hi-

jos de los conquistadores que se habían repartido el

país, los

que se consideraban c o m o señores feudales. El otro ramo, por lo vil de su precio, qne no pasaba de medio peso la fanega, y lo reducido

del

giro

a

que

se

prestaba, considerábase sólo

c o m o negocio de menudeo, cual se miraría hoy el de criar pollos o cultivar zanahorias. Añadíase a esto las continuas de que dan testimonio

los libros

secas

de cabildo y la falta de irri-

gación artificial. D e las primeras hubo una que duró tres años ( l ) . Q u e d a , pues, establecido que

el

charqui,

bajo sus diversas

aplicaciones, sin exceptuar las culinarias, era una c o s a de suma importancia en

la

colonia.

Durante el primer siglo, al menos,

fué su riqueza, y una especie de institución política, por la cual el centro

manejaba

las

extremidades

(Coquimbo

y

Valdivia)

como el estómago alienta la cabeza y hace andar los pies. trigo vino después. M á s tarde

siguió Chañarcillo. L o s

son de ayer . Y en esta gradación, téngase bien presente, qui, trigo, p i n a y billetes

están escritas

las

El

bancos char-

cuatro grandes eda-

des financieras de Chile. El tiempo del ennoblecimiento del trabajo, esta grandeza primero

clase,

no

conocida

entre tanto a llegar

para

la

todavía

de

en la ociosa España, iba

América, como había llegado ya

para la Holanda, que en un tiempo fuera nuestra gemela; y c o m o en ésta, iba a acelerar los días y la ventura de su santa e inevitable emancipación. C ó m o comenzó a operarse este cambio, y sus primeros pro-

de 16 de agosfo de 1668, y el obispo de la Gefedral de Santiago en otra de 14 de mayo, resolvió S . M. responder no se hiciese novedad en lo que hasta entonces se había ejecutado de siempre plantar viñas en el reino de Chile». ( l ) Así lo decía el comisario de la Inquisición don Tomás de Santiago en 1640 al inquisidor mayor Juan de Mañozca, por cuya razón, añadía, «no se había cobrado blanca». La escasez producida por las secas periódicas y por la incuria, esta seca eterna de la raza a que pertenecemos, había llegado, según en otra parte insinuamos, al punto que en 1624 se había traído trigo de Lima a Chile. En 1626 volvió a pedir este socorro por un despacho urgente el fiscal de la Real Audiencia don Jácome de Adaro a la Real Audiencia de Lima (Bravo de Laguna. Voto consultivo al virrey Manso.—Lima, 1761).


HISTORIA DE SANTIAGO

369

gresos por la labranza y el comercio, serĂĄ el Ăşltimo estudio de esta serie de cuadros de la vida colonial que hemos venido trazando durante el siglo X V I I .

PIN DEL T O M O

PRIMERO


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