Librescritura 39

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/ jueves 14 de Marzo de 2019

Suplemento Literario mensual

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Editor general: Irving M. Ramírez Flores

Coordinador: Paulo Caffo Año III n.º 39

Asociación «Escritores de Huánuco» librescritura@gmail.com

2019: Nos renovamos

Sumario

“La poesía es un compromiso del alma. La poesía pone al lenguaje en estado de emergencia.

La vida se designa en ellas por su vivacidad”, nunca tan vigente esta sentencia de Gastón Bachelard que diera a luz en su libro “La poética del espacio”. Y este 2019 renovamos nuestro compromiso y nuestra vivacidad con el suplemento y con los lectores, aun cuando sabemos que no es fácil hacer cultura en nuestro país.

Increíblemente hemos llegado a la edición número 39 de “Librescritura”, que distribuye gratuitamente el diario “Ahora” en mi entrañable ciudad de Huánuco y en formato virtual para el mundo, gracias a los escritores de este lar y de iberoamérica que no han dudado en confiar y aceptar la invitación para ser parte de este barco literario asentando cada vez más su propio horizonte.

Muchas gracias a ellos y muy de feliz de emprender esta aventura y tener un cómplice como Irving M. Ramírez Flores, poeta y editor incansable en su labor y de quien he aprendido mucho. Y, cómo no, a los escritores que en esta oportunidad nos acompañan. Nos referimos a Rosario Sánchez Infantas, Isbel García, Alex Ginés, Astrid Soldevilla y Moisés Azaña Ortega.

Finalmente nuestro agradecimiento infinito a todos los lectores de este humilde suplemento para que siga existiendo. No es una despedida, es un nuevo comienzo.

Cuento

 Rosario Sánchez Infantas  Isbel García

Poesía

 Alex Ginés  Astrid Soldevilla  Moisés Azaña Ortega

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Alex Ginés Vega

MIDAS II

Mas alguien afuera Quizá orando aún ofrece Sus caramelos de menta Los mantelitos de ordinario detalle No conoce a Beethoven Pero sí tiene hambre Oh amigo Oh tierra, dulce vino Flor alada No sé cuánto puedo Quererte O mirarte Sin hacerte parte De esta azul perenne Agonía Todo lo que miro O invoco Lo convierto siempre En melancolía

En mi valle está mi vida En mi río tantos sueños Cada calle Cada parque Lleva algo tuyo y mío Cada amigo Este viento Son parte de mi música Y cierto vértigo De esta alma un tanto oculta Que del silencio Hace latido Un abrazo Un ofrecer Ojos necios y labios secos Que desde su azul penumbra Nada impide Florecer No quiero irme No quisiera irme nunca Mas se van ellos Se va el sastre Se irá el arpista Se va “Walitas” Un lindo perro Así es el reino Y a veces oro Y cuando estoy ebrio También oro Voy al cementerio Con un ramo de lluvia Las más baratas Bebí sangría Perdí mi tiempo Peleando un verso Quiero beber con medio mundo Escuchar lo que cuentan De cómo viven Quién los espera Misterioso es el reino Me lo dice la lluvia Está cayendo y Agradece el poeta Agradece la flor

EL FUEGO Todos buscan el sol El crepitar El rojo intenso Yo tengo sed Pero no puedo Reflejo mis llamas en el manantial de tu pecho en tus ojos tu vientre Soy el amante que destruyendo alcanza su pleno Serena me llamas purifico tu cuerpo Traed el incienso.

A. G. V. (1981, Huánuco) Poeta, escritor y escultor. Ha publicado los poemarios La azul fisura (2014) y Poemas tercos (2018), y en narración, los libros Nuestra Señora de los Discos Rotos y el Ayhuallá Stereo (2015) y Los black metal también lloran (2018). Es ganador del Premio Diario Ahora 2017, género cuento.

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Rosario Sánchez Infantas

Acomodando las plumas

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o que más deseaba Miguel Ángel en ese momento era tumbarse al calor de la estufa de leños, comer palomitas de maíz y echarse, a escondidas, una siesta estrenando aquel mullido almohadón carmesí.

Sin embargo, atendiendo a una letanía interna, nadaba en el frío estanque surcado por el viento que anunciaba tormenta. El viento sacudía con violencia las ramas de los árboles arrastrando hojarasca y diversos proyectiles.

Una rama seca cruje y es lanzada con violencia al estanque. Junto con la rama que, tras unos instantes sale a flote, se remueve el sedimento. Fino barro enturbia el agua y aparecen en confuso carrusel, una y otra vez, muy lentamente, aquel anzuelo que algunas veces Miguel Ángel veía en sus pesadillas; la lata oxidada que aún le dolía en la sien; aquella cuerda de nylon enredada a unas algas y cosas que no logra reconocer. El pato desconcertado vio pasar ante sus ojos episodios de su vida que ya no recordaba. Episodios que, interpretados en su momento de una cierta manera, pasaron a constituir su historia; aquella que, cual una pesada capa, dificultaba su paso por la vida.

Revivieron aquellos episodios con el dolor inundando sus ojos como cuando era un patito tierno. Una y otra ocurrencia dolorosa. Ya no era necesario agachar la cabeza para vislumbrar en aquella turbidez, pero conforme giraba la espiral, él inclinaba más el alma, mientras el viento agitaba sus plumas desordenándoselas, pues concentrado en su dolor, las dejó al desgaire.

De pronto, un piñón lanzado por el viento impactó en su cabeza. Recién entonces, sintió el viento frío en su cuerpo desprotegido y recordó disponer sus plumas de forma tal, que atraparan su calor. Cuando iba a maldecir al piñón, los cachetes se le hincharon anticipando la sonrisa. El golpe me hizo acomodar las plumas de la forma que me convenía, se dijo. No supo cómo vio todo muy claro: era su oportunidad de acomodar sus recuerdos de la forma que le convenía. Y fue tan fácil, tan fluido, y ¡tan gratificante! Ya no le dolería más ese anzuelo en el pico ni en el alma, si se sabía más fuerte y más sabio luego de aquel accidente. Pensar en haber sobrevivido, patito tierno, toda una noche a aquella cuerda enredada en su pata, lo hizo sonreír orgulloso. Con una inusitada sabiduría, fue repensando los episodios tristes que el alboroto en el estanque le había recordado… y muchos otros episodios más.

Se halló con el pico en alto, el pecho enhiesto y el corazón crecido, sabiendo que habrían de volver a sedimentarse saludablemente nuevos recuerdos sobre viejos hechos. Su corazón latiendo vigoroso y confiado le decía que su hoy y su mañana serían diferentes.

Se cuenta de él, que se volvió escritor y que con diversos pseudónimos sus cuentos han llegado a lejanos confines. Otros dicen que elabora libros de autoayuda que un brasileño muy conocido le paga por presentarlos como suyos.

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Volveré

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cabo de darme cuenta que, en este difícil trance de mi vida, el silencio agobiante de ella, es lo mejor que me ha podido pasar.

A mis sesenta y cinco años, este tórrido verano europeo, me hace repudiar mi propio cuerpo: mojado, pegajoso y con un aura ardiente que me embota el razonamiento. Antes trataba de identificar por qué me sentía mal. Y había mucho por lo cual sentirse mal: despertar después de dos meses de un coma profundo; hallarme desorientado en tiempo, espacio y persona; querer hablar para volver a mi vida, y notar que un agujero en mi tráquea que me lo impide; intentar incorporarme para acercarme a lo que fui, y notar que no puedo mover mi cuerpo; querer respirar profundo para tomar fuerzas y regresar por lo mío, y aprender de golpe que la embolia pulmonar dificulta que el oxígeno se quede en mis pulmones. A pesar de todo, ahí estuvieron mis hijos tratando de traerme de regreso.

No quiero más de esta agonía que se viene prolongando por un largo año. Lo que fue lapidario es que me dieron de alta en el Centro de rehabilitación neurológica, porque según el médico tratante, ya no habré de mejorar más. No creo en mejoras parciales. Todo o nada. Y sé que habrá de ser Nada.

Ya no me esfuerzo pensando; navego en un sentido de irrealidad y mis emociones son una ciénaga caliente. Tengo la difusa idea de que mi silla de ruedas es una silla eléctrica que ya pronto acabará con mi vida; las correas que me atan a ella, son artilugios que impedirán que escape cuando se active el sistema; Sara, la servidora social desempleada, que me atiende en este Centro de acogida para ancianos, es el carcelero que impide que huya, en tanto, trata de hacerme la vida lo más miserable que puede. Todo o nada. Nada. Nada.

Desde niño se hizo notar mi gran sensibilidad. Algunos profesores me congratulaban por ella; pero era la que me hacía ver la vida como un trance desgarrador. La pobreza familiar y la viudez temprana de mi madre, truncaron el desarrollo del “seminarista de la mirada profunda” como me llamaba la profesora de literatura.

Golpe a golpe me fui ubicando en la vida. Terminé trabajando en una revista cultural con gente poco convencional y pude poner en práctica mi creatividad y aprecio por la literatura. Adoré esta forma de ganarme la vida, que me permitió, por primera vez, sentir que había un lugar para mí en el mundo.

La crisis económica, la amenaza de los despidos, mi vida sedentaria y mi temperamento nervioso convergieron, en forma de infarto cerebral, cuando estaba editando la entrevista a una bióloga peruana respecto a la Calceolaria glandulosa. Diminuta florecita que semeja un globito amarillo intenso y vive al borde de los musicales manantiales andinos. Nunca se la ve marchita o muerta. Cuando termina un ciclo de su vida parece marcharse súbitamente a otros lares, sólo para volver radiante en la siguiente primavera.

Ahora entiendo que el silencio de ella, en estas horas aciagas, significa que me da el tiempo y la confianza, de que volveré radiante la próxima primavera.

R. S. I. (Concepción, Junín, 1959)

Psicóloga. Desde 1987 radica en Huánuco, en donde se desempeña como docente principal en la Unheval. I Puesto (categoría cuento) en los IV Juegos Florales de la UTP (2003). Autora de Y no pongas esa cara (2004), Picante, pero sabroso (2008), Cómo aprendí a volar (2012) y el libro de cuentos La otra orilla (2018). Filiación: Asociación de escritores de Huánuco y Gremio de Escritores del Perú.

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Astrid Soldevilla

PRIMER MUNDO

y que todos los días me muero demasiado quiero demasiado necesito demasiado pero solo miro una silla pero solo miro una silla pero solo miro una silla

Hoy soy diminuta soy una mosca perdida en habitación extranjera y todos los que me miran son arañas todo se mueve tan lento y me entra una pena tan grande que desde mis ojos se ve el río Thames todo es tan exacto que mi lenguaje oblicuo rebota en sus esquinas todo es tan exacto que mi rostro indio no entra en sus espejos todo es tan exacto que mis besos no caben en sus mejillas todo es tan exacto que después de un polvo tengo que despedirme de lejos como pidiendo disculpas sin mirarlos a los ojos todo es tan exacto que me avergüenza mi cuerpo la velocidad de mi lengua y mis dos apellidos

el calor me abraza de nuevo como a las bancas donde duermen vagabundos vagabundos tan blancos vagabundos tan rubios y me pierdo en buses de negros para sentir calma les sonrío grande y loca me sonríen grande y loco de vuelta no estamos en el primer mundo nos decimos con las cejas les beso toda la cara y me la besan toda de vuelta y nos vamos a un barrio pobre para sentirnos en casa.

CARNE

mi pasaporte tiene una mancha debajo de la palabra nacionalidad me da pena

Me agota demasiado ser un humano una torre de carne que se estremece con un río metido en un vaso de agua una torre de agua que se estremece con una carne metida en una cama una lluvia de toxinas que se limpia con un corazón que no aguanta por eso volteo el espejo antes de irme a la cama porque en mi reflejo tiembla todo lo que tengo en llamas.

a él nunca le pude contar que yo también sonrió cuando veo una polilla que me dan ternura las abejas que me hacen llorar las hojas secas y que cuando lloro no termina y lo que se ve en mis pupilas no es el río Thames es el Rímac y se me va a las rodillas

A. S. (Lima, 1995) Poeta, música, fotógrafa y videoartista. Fue invitada al Encuentro Académico y Literario Spanish and Latin American Voices in Oxford de la Universidad de Oxford, Inglaterra. Ha publicado su obra poética en la antología de poesía iberoamericana Liberoamericanas: 80 poetas contemporáneas y ha expuesto su obra visual en distintas galerías de la capital.

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Isbel García

Otro hecho de sangre

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o sabía que él llegaría al mediodía después de vender el ganado. Lo había visto pasar de madrugada con sus vacas como todos los viernes para el mercado. Desde que tomó el negocio de su hermano se encargaba de comprar las reses, engordarlas unas semanas en las chacras de su padre y luego venderlas al carnicero. Cuando la vaca no estaba lo suficientemente gorda y nadie la quería comprar, la llevaba al camal para matarla, y él debía llevar la carne a vender casa por casa hasta que se acabara o empezara a llenarse de moscas.

Salí temprano, pulí mis botas, tomé unos mangos para el camino y me fui a esperarlo. Me senté en la carretera, saludé a María loca y le pedí un marciano de coco para el calor. No debía demorar, mi madre me esperaba para el almuerzo y ella odiaba que llegara tarde.

—La comida se enfría, termina con tu deber y vuelves. He matado un cuy.

—Descuide, mamacita, regreso para comer con usted.

Los alumnos empezaron a salir del colegio, el sol ardía con fuerza, vi pasar a Celia con su hijo en brazos y atrás venía él. Traía una camisa vieja y unas zapatillas todas rotas. La tomó del brazo, sentó a su hijo con ella, cargó los sacos de mercado y subió. Le temblaban las manos, estaba ansioso, miraba a todas partes, tenía miedo. Yo también. El chofer no dejaba de mirarlo, parecía decirle algo que él no lograba comprender. Cambió de lugar, buscando un poco de aire, abrió la ventana y me vio sentado en la banca. Me paré, dejé los mangos, sacudí mi camisa, saqué el arma y le apunté a la cabeza. Debía ser rápido, mi madre aguardaba. Puso su mano sobre su cara, se la quité, quería que viera su muerte. Disparé y la bala le atravesó los dedos terminando en su pómulo izquierdo. Bajó de la combi, miró a su hijo, trató de dar vuelta y volví a tirar del gatillo. Todo el mundo veía, nadie se acercaba, sabían que no podrían hacer nada, no era asunto suyo. Cayó al suelo, intentó cubrirse el rostro otra vez y dos balas atravesaron su tórax y estómago. Celia corrió a abrazarlo, pensó que no tenía que morir solo. Gritaba por ayuda, pero en un pueblo como este la ayuda nunca llega. El niño se sentó en la banca y miraba a su madre llorar sobre el cuerpo de su padre y yo me senté a su lado.

Su padre llegó, vio a su hijo tirado en el suelo con la sangre corriendo por la tierra. Lo cogió entre sus brazos, lo besó, tomó la sangre con sus manos y la bebió. Luego apareció su madre, había estado pastando las vacas cuando un muchacho corrió a decirle que a Oso lo habían baleado. Miró a la mujer llena de sangre en la ropa, a su nieto temblando con los dulces regados en la tierra, a su marido sobre el cuerpo de su hijo y se fue.

—Quiero que todo esté listo para cuando llegue mi hijo. Prepara café, barre la casa, saca sillas, pon una

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mesa en el centro y busca dos becerros gordos para matarlos —ordenó la madre.

—¿Saco su traje también, madre?

—No, ese traje aún está de sangre.

Era más de la una e iba tarde para el almuerzo, me apresuré cruzando el monte, recogí unos limones para el refresco.

—Justo a tiempo. Siéntate te voy a servir.

—He traído limones, quería traerle los ajíes colorados que le gustan, madre; pero tendría que haber cruzado la chacra de Tito y ya sabe que el Negro ladra mucho y me da unos sustotes.

—Termina y vístete. Ya planché tu camisa negra.

—Gracias, mamacita.

Empezamos a bajar por la loma en dirección al río, nos detuvimos a comprar un poco de yonque, café negro y galletas. Esperamos el huaro, el sol empezaba a esconderse. Casi todo el pueblo había venido, me senté al final. Mucha gente lloraba, otras no querían acercarse a ver el cuerpo. Mi madre dejó sus galletas y se fue, ella odiaba los funerales, la deprimían.

Recordé la época en la que jugábamos en la cancha de tierra frente a la escuela. Oso, Santiago y yo.

Cuántos años habían pasado. Era muy bueno para el fútbol, de haber nacido en otro pueblo, en otra familia hubiera llegado a profesional. Pero nadie escapa de su destino y su destino como el mío es este pueblo, este río y este funeral.

Hubiera preferido hacerlo antes, octubre no es una buena fecha, pero quería honrar a Santiago. A él le hubiera gustado que fuese en octubre, aunque él murió en abril. En su funeral, mi madre lloró mucho, vino casi todo el pueblo, a él lo querían. Santiago era su favorito, le dolió que lo escogieran a él y no a mí. Ahora se sentía más tranquila, sabía que aunque pasaran dos años no habría otro hecho de sangre. Estaban las cuentas claras, habían sido dos de dos y ahí acababa.

Lo planeé todo, había aprendido cómo hacerlo cuando mataron al Negro. Santiago me dio mi primer revolver cuando tenía doce. Pienso en mi madre, no tiene becerros para matar y siempre le molestó atender a la gente, nunca hizo fiesta o celebró cumpleaños, excepto la vez en que el Negro ganó un concurso de pintura de la escuela. Ella estaba orgullosa, quería mostrarles a todos que su hijo tenía un futuro fuera de aquí. Creo que nadie ha salido de este pueblo, la gente que se va, fracasa y siempre regresa. Es como un imán que te atrae inevitablemente. Yo nunca pude ir más allá de Cutervo, aunque no me quejo siempre me gustó estar aquí.

Cuando pienso en qué me equivoqué ese día me doy cuenta que mi único error fue no tener padre. Ahora teniendo el arma apuntando mi cabeza comprendo que un hijo siempre venga a su padre.

I. G. (Jaén, 1994) Escritora, cuentacuentos y bibliotecóloga en el Colegio Markham, con estudios de Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cuenta con una variada experiencia en bibliotecas públicas, privadas y escolares. Entre ellas están la Universidad Ricardo Palma y la Municipalidad de Magdalena del Mar y el Newton College. Realiza labores orientadas a la difusión y a la promoción de la lectura, como narración de cuentos, títeres, juegos de lectura. Sus líneas de interés están dirigidas a la literatura infantil, los proyectos sociales, la comprensión lectora y desarrollo del hábito lector en los niños.

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Moizés Azaña

ESCENA PRIMERA INVENTARIO DE LA SOLEDAD

No vayamos a pensar que es trabajo sencillo dos manos jamás han construido un cielo

ACTO I Las casas se construyen para ser habitadas

NOS HEMOS QUEDADO SIN ESCENAS EPÍLOGO

ACTO II

las hay de estera de madera de barro de amnesia cualquier material es útil si aísla del verano y nos asigna la innecesaria soledad de las paredes

venga a nuestra casa sírvase distancias precauciones detonantes exista un día y otro échese en el piso nuestra cama es muy blanda no vaya a matar a nuestros adornos no intente matar nuestros abismos son inútiles las salidas cuando el hambre te acecha no haga caso a los relojes las entradas tienen sabor a manzana revise el olvido de vez en cuando puedes quedarte una semana un mes lo que guste el horario aquí tiene la cara muy grande no se preocupe

Para una persona suficiente con cuatro cartones y un techo Se complica si se piensa en familia la tierra prometida queda más lejos las paredes se multiplican por posibles retoños y por la infaltable vanidad de sembrar una casa babel entonces los hogares tienden a crecer primero en sueños luego en hijos más tarde en pisos

venga a nuestra casa los desastres tendrán otros rostros la bulla y los espejos te peinarán decrépitos paraísos violencia arrojada detrás del tacto

se ofrecen de todos los matices y volúmenes algunas con océanos otras sin ventanas

venga a nuestra casa la invitación ya está hecha solo falta tu nombre

los colores como la soledad varían según la estación según la epidemia

ven a mi casa tu reino

M. A. (Lima)

Estudió Filosofía y la maestría en Escritura Creativa en la UNMSM. Es ganador del Premio de Poesía en los Juegos Florales Javier Heraud y Mención Honrosa en el Premio Celit, genero cuento, ambos en 2013. Además recibió mención honrosa en el Premio Nacional de Poesía Javier Heraud, organizado por la Senaju (2014). Ha publicado el libro de poesía Domus (2015).

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