Revista de la CCE No. 25

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2013, por el novelista quiteño Carlos Arcos Cabrera (1951). Esta vez, la inquietud mestiza de un sociólogo, que es Carlos Arcos, se fijará en el asunto de la representación literaria de un indígena del siglo XXI, y trabajará desde su novela, una suerte de ficción sobre la ficción o de representación sobre la representación, para activar en la historia, un ejercicio de definición identitaria, –de tradición colonial (ya repasado en párrafos anteriores)–, que se articula sobre la interpelación que hace un sujeto de sí mismo, cuando además, se encuentra atravesado por las incertidumbres en torno a su origen, en la medida en que se sabe heredero/descendiente de un mundo otro, al que llama “el de los runas”, mundo simbólico hecho de tierra, lengua, versiones y de todo el folklor, sobre el que sin embargo, no tiene propiedad. Esta experiencia de extravío lo pone en crisis y lo vuelve una alteridad trashumante, que constantemente, indaga frente al otro, inclusive, frente a una particular versión literaria del indio (el indio Andrés Chiliquinga, moldeado por Icaza), con el objeto de encontrar la verdad y la pertenencia de su propia identidad al mundo indígena. De esta suerte, el relato de Arcos, desde su construcción, anula la frontera entre realidad y ficción, la difumina a través de los diálogos de la intertextualidad, y mediante tres tácticas que son, la primera, la coincidencia del nombre de los protagonistas de ambos relatos, que despertará en el Andrés Chiliquinga de las Memorias, la curiosidad por rastrear la 136 | Mariagusta Correa

pista del parentesco con su “tocayo”, al que despojará de su dimensión ficticia. La segunda, la lectura del Huasipungo como un artefacto de la realidad y no de la ficción literaria; (dicha lectura era el requisito de un programa de intercambio, en un curso sobre Literaturas Andinas, en el que el protagonista participó, en una universidad estadounidense). Y la tercera, el contacto entre los personajes en dimensiones oníricas y metafísicas que rebasando los pisos de la verosimilitud, refuerza la segunda estrategia y confirma el linaje de los dos Chiliquinga, y la insólita evolución del primer Andrés, el de Icaza, en el tiempo y desde su condición indígena, atravesada por una operación peculiar de intercambio cultural a cuenta de sus acercamientos metafísicos a los vivos, que lo harían alcanzar su contradictoria condición mestiza. La existencia real del personaje de Icaza en la ficción de las Memorias…, inscribe la trama de Huasipungo también como cierta para su protagonista, Andrés Chiliquinga. Es esta percepción de la historia literaria, como real, la que inspira al personaje de Arcos, a plantear juicios y cuestionamientos en torno al discurso de Icaza, en relación a su noción de discurso autorizado y veraz. El protagonista de las Memorias tiene una resonancia quijotesca en la medida en que toma por verdad lo que está leyendo, una verdad que asume contradictoria, porque de un lado, la desprestigia a cuenta de que le faltó una dosis mayor a “la verdad” que se escribió, y de otro, la requiere para encontrar una


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