ANTOLOGIA

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ANTOLOGIA

Guillermo Lopetegui

digestivos. Esto, entonces, justifica el porqué el único daguerrotipo que le tomaron en vida, el mismo 1849 en que murió –un 17 de octubre, en su última residencia ubicada en el Nº 12 de la Place Vendôme- no lo muestra desgarbado como cuadraría a un tísico sino más bien con una expresión de marcada molestia en la mirada, como producto quizás de encontrarse posando para un extraño artilugio antecesor de la fotografía, pero gracias al que hoy los admiradores y también los curiosos pueden recorrer ese cabello, ese rostro, esa cansada actitud emanada de un músico; de un compositor que sufrió la lejanía de su patria casi en silencio, pero que de manera incansable afirmó todavía más el coraje de un pueblo sometido por su orden a los prusianos, a los austriacos y finalmente a los rusos, pero que en Fryderyk Chopin tuvo a un luchador incansable cuyo instrumento en principio de denuncia fue el piano y las obras imperecederas que sus dedos destilaron recorriendo de manera casi hechicera el teclado de ese Pleyel que su fabricante -el célebre Camille Pleyel- había mandado hacer construir especialmente para el celebrado compositor de las Mazurcas, los Preludios, los Valses, los Nocturnos, los dos conciertos para piano y orquesta, una música de cámara nada desdeñable como lo es su Trío para piano, violín y cello, su Sonata para piano y cello y, en fin, todo un arsenal de composiciones para piano donde destacan además las Polonesas, los Estudios y las Baladas, entre otros productos de su genio compositivo. Todo lo que en definitiva no habló como hombre, lo reveló musicalmente. En este sentido, Fryderyk Chopin es quizás el músico más abiertamente confesional, quien desde sus obras nos sigue hablando de la lejanía de la patria, del temor a revelar sentimientos frente a una mujer, de su casi desdén por las obras de otros músicos, de su desinterés casi pasmoso por la literatura, contrario a otros colegas que en la poesía y hasta en la narrativa encontraron hontanar propicio de donde luego elaborar sus interpretaciones musicales. No fue el caso de Chopin, quien en cambio vivió 8 años junto a una novelista, una novelista que gozó de fama en vida, pero que hoy es más que nada recordada por su relación con Chopin y porque es la autora de un singular libro autobiográfico: Historia de mi vida en el que –dejando aquí de lado qué hay de absoluta verdad en todo lo que en él escribe George Sand- no deja de erigirse como un documento ineludible a la hora de estudiar la Francia de Luis Felipe y luego la Francia de la Comuna de París, del lado de sus artistas e intelectuales y hasta el advenimiento del Segundo Imperio, con Napoleón III, cuando ya Chopin había muerto para este mundo y habitaba para siempre la eternidad del universo musical que enriquece a todos quienes se acercan a él y aun deciden convertir una gran parte de ese cosmos sonoro en una extensión de la propia casa espiritual, donde habita el alma de cada uno. El desinteresado de la religión a último momento pide el concurso de un sacerdote compatriota y ex amigo de estudios; pide que le lleven a George Sand, pero ella se niega a corresponder al postrer pedido del músico –aunque luego en una carta se quite toda responsabilidad de encima, aduciendo que no la dejaron verlo-; pide que su corazón regrese a Polonia, cuando en definitiva su corazón nunca dejó la tierra de sus primeros 19 años de vida, que marcaron para siempre no solo a un músico sino a un singular período de la música, que trascendió su tiempo y que llegó a este en el que hoy se celebra el bicentenario del nacimiento de alguien que, desde las teclas de un piano intemporal, no deja de revelarnos ese enigma alojado en su alma y en el que se reflejan, seguramente también revelándose, todo enigma de la raza humana que en el Arte musical de Fryderyk Chopin tarde o temprano encuentra su explicación.

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