Letras Negras Digital

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rompiendo el yugo del miedo. Se desdoblaba en abrazos y al estrechar a las mujeres les recordaba que siempre hay un mañana. Tomaba a los niños de la mano y entre mimos, jugaba con ellos. Comprendía la indescriptible situación por la que pasaban y sentía la compasión que

narrativa

Valeria embrujaba el universo con su voz y su mirada,

sólo pueden sentir los que tienen un corazón clarividente. Las mujeres le contaron todas sus penas, sus temores, sus carencias y, aunque eran conmovedores los relatos, Valeria mantuvo intacta la mirada, afectuosa, sensible, y a la vez firme; la mirada que la definía y que hacía sentir a las mujeres que estaba para ellas, que seguiría estando y nunca dejaría de estar. Pasaron muchas tardes juntas disfrutando la cordialidad que suscita compartir el peligro inmediato. Hablaban del pasado, de la situación actual, y siempre de la espera de un futuro mejor: de ellas dependería abrir los brazos a la vida, vivir día con día y juntas, resolver cada circunstancia, una tras otra. Dominico ya sabía de memoria la ruta que recorrían frecuentemente para cruzar el río. Esa tarde Valeria vestía el vestido amarillo que usara cuando Santiago la pidió en matrimonio; muy lejos parecían estar esos tiempos felices. Llevaba la mochila de cuero con medicinas y primeros auxilios, y una estampa grande de la Virgen de Guadalupe cosida al pecho; su hermosa cabellera oscura brillaba bajo el sol mientras cruzaba el Bravo. A lo lejos, las mujeres y los niños la esperaban con alborozo en la otra orilla. Nadie pudo decir si fue un villista, carrancista o zapatista, pero la bala entró por la espalda y salió por el corazón. Valeria cayó al agua, y Dominico relinchaba enloquecido, una y otra vez. El cuerpo de Valeria flotó unos instantes antes de ser arrastrado por la corriente del río; su bello rostro estaba en paz: alcanzaría a Santiago en alguno de los caminos de la eternidad. Bajó lento, lento, un cielo de amatista y todo quedó adentro de un eclipse amarillento. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, dibujando todo de amarillo, bebiéndose el agua de la tierra y jugando con el aire que daba un brillo ámbar a las hojas de los árboles. Dijeron las mujeres que Dominico regresó muchas

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