Letras Negras Digital

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cuando el río Suena …


tiffany miller

revista digital del taller literario letras negras piedras negras coahuila m méxico xico

jaime torres mendoza director

carlos flores revuelta editor

claudia maría de los santos amaya arte y diseño

jaime torres mendoza, julia berenice espinoza, claudia maría de los santos, carlos flores revuelta consejo editorial

ediciones línea breve los pinos 100, fraccionamiento las palmas teléfono 01 878 789 2628 piedras negras, coahuila, méxico lineabreve@live.com

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inquietud de un grupo de amigos integrados en torno a un factor de unidad que es: el amor a las letras. Esta publicación virtual busca ser un escaparate que muestre el quehacer y los afanes de los integrantes del Taller Literario Letras Negras, que es

presentación

Presentamos este proyecto literario que nace de la

coordinado por el maestro Jaime Torres Mendoza, incansable promotor cultural, destacado y versátil creador. Este grupo desarrolla sus actividades en Piedras Negras, Coahuila, México. Aprovechamos esta herramienta tecnológica para abrir un espacio incluyente y plural, pretendiendo hacer llegar nuestra voz a todos aquellos que comparten el interés y gusto por la literatura. Este primer número lo hemos dedicado a un símbolo de estas septentrionales tierras, el Río Bravo, como elemento de unión y separación en todos los aspectos, llegando a representar muchas veces, una llaga viva que nos hermana como latinoamericanos. Bienvenidos a este espacio, bienvenidos a

Letras Negras

digital

Los Editores

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encuentro casual julia Berenice — 05

río bravo esperanza cárdenas — 06

prosa poética diosa luna del bravo maría del carmen maqueo garza — 08

anhelo constanza gramer — 10

conmoción

en este número

poesía

asalia solís — 11

minificción un amigo peruano ángel gavidia - 12

minimiedades carlos flores revuelta — 13

narrativa ríos van, ríos vienen sergio cardell cerdán — 14

río bravo, símbolo de unidad maría alicia galván muñoz - 18

el silencio es el paraíso jaime torres mendoza - 18

nomás de cruzar el río francisco javier bermea rendón — 21

la mujer de blanco blanca esthela treviño pepi — 26

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Julia Berenice

No nacimos en el mismo pueblo ni compartimos juegos de infancia.

poesía

encuentro casual

No me refugié en tu voz ni me entregué a tus brazos. No te contemplé en los atardeceres mientras recordaba a alguien más. Nunca fuiste frontera para mis pasos. Jamás prometí como ofrenda mis lágrimas a tu cuerpo. Te conocí sólo un poco después de haberlo encontrado a él.

Quisiera ahora andar los mismos caminos que antes recorrí casi por azar. Despertar en medio de un pasaje nuevo y tener frente a mí una vez más la visión inquietante que ofrece tu caudal sereno

Estaremos los dos lejos del imperativo de la providencia y notarás que él y yo perpetuamos un recuerdo, lo sabrás por la añoranza que se adivina en las miradas abatidas. Estaremos conmemorando las tardes de espera y las mañanas que no querían partir aunque ya eran madrugadas viejas.

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Esperanza Cárdenas

Naces en montañas nevadas del país vecino y sigues tu

poesía

río bravo

senda trazada por el viento en bocetos, hacia tu destino final.

Tú no tienes fronteras ni conoces los jinetes del odio y la guerra que una vez mancillaron tus limpias manos.

Vas arrastrando en tus cauces trozos de aurora y luz de tu historia.

¡Cuantos secretos guardas en tu corazón herido, de hombres en movimiento y sueños de pan y grandeza!

Por ti han transitado los pies pesados de la historia, huellas de hombres, mujeres y niños que han ido, regresado y otros que no volverán jamás.

Llevas inmundicias que no son tus pecados, sino de los mezquinos que manchan tus aguas platinadas convirtiéndolas en charcas de lodo y sangre.

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y puentes das vida y también

poesía

Tú que transitas debajo de árboles

das muerte.

Cuántos dependen de ti, lo sabes bien, los árboles tus huéspedes eternos, tus amigos los animales silvestres y el hombre pequeña criatura que empobreció tu suerte.

Cantas de día y deleitas las aves, gimes de noche en el silencio del espectro de la muerte.

Oh, como quisiera verte cual niño recién nacido con tus aguas cristalinas saliendo de las montañas, caminando por el presente y el futuro con otro traje nuevo y tu cesta cargada de frutos y pan.

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María del Carmen Maqueo Garza

Cuenca del Bravo que tejió las historias que cuentan nuestros viejos. Corriente viva, fluir de un viaje sin tiempo, frontera líquida como espejo.

Quimera de un verde cegador, vuelan sobre ti las ilusiones de mis hermanos del campo, los más pequeños.

Tu lecho, cuna y tumba; margen de plata que a una vez divide y une ilusiones que habrán soñado los ciudadanos

prosa poética

diosa luna del bravo

de bronce de las dos fronteras.

Reescribes tu historia cada amanecer cuando el viento entre los carrizos se siente músico y espanta con sus sones el letargo tranquilo de las aves.

Con singular ternura, al caer la tarde recoges los sueños del que aspira a cruzarte y te contempla extasiado, como a la mujer que se ama en secreto…

Más delante recibes el desprecio de quien habiendo alcanzado ese sueño ahora quiere olvidarte, arrancar sus raíces, negar sus amores mozos.

Llegan a posarse sobre tu piel líquida murmullos de un dolor que dices no recordar; las memorias son huesos enmudecidos en la hondura de tu vientre.

Agua que se vuelca mansa para el sediento que la aloja amoroso en el cuenco de sus manos; gozosa se da al niño que juega con verterla en su tina de plástico amarilla.

Despiertas algunas noches brava, madre impía, con furia arrastras a tu lecho para ahogar los sueños del que no sabe soñarte.

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recordarnos que es diosa luna, la del rostro pintado con figuras de cascabeles, la que llegó para quedarse precisamente aquí, entre estos dos mundos, hermanos gemelos nacidos de su vientre.

Voluntariosa madre impredecible, la que igual se viste con el color del apacible jade, que del púrpura profundo de la muerte.

prosa poética

Agua que se crece orgullosa de tiempo en tiempo para

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Constanza Gramer

Me acerqué confiada de que sólo reflejaría por un instante mi rostro en tu espejo, pero en aquel momento me perdí en tu transparente caudal. Me tienes atrapada en un cálido sueño de caricias y besos intermitentes. Navego sin brújula, dejándome arrastrar por tu corriente indecisa, que me empuja a ratos deseando apartarme y que me abraza nuevamente para ofrecer refugio a mis anhelos.

Triste esclavo del mar que te reclama, que ahoga tus

prosa poética

anhelo

deseos de tenerme y te obliga a dejarme en una orilla; detén tu andar un momento, imprime la huella de tu cuerpo en mi memoria, libera el deseo que nos atrapa para quedar fundida en esta

tierra, recipiente de sueños y

esperanzas, de almas que buscan y no encuentran, de anhelos que vuelan y se pierden en la

fantasía de un

amor en calma.

Cuántos instantes te he robado, para encontrar mi reflejo.

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Asalia Solís

Llegué, el deseo de verte vivo estremeció mi ser arrancándome por un instante de la placidez nauseabunda en la que viví atrapada. A unos cuantos metros aguce mis sentidos, temí estar de frente y aguardé en el silencio. Un rostro desencajado me encaró con la verdad; años atrás te orillé al olvido. Hubo tardes en las que la añoranza tentaba mi puerta llevando tras de sí, alaridos provocados por el dolor lacerante de mi ausencia. Ante aquél furor los míos salían a tu encuentro vigilando de noche mi sueño

prosa poética

conmoción

para protegerme y resguardarnos de la crudeza, mientras rogaban a Dios por tu cordura. La piedad se hacía presente y al punto olvidabas el odio tornándote desahogado, inocente, presa fácil para el abandono brutal que carcomía tu piel, presagiando un final.

Respiras lento, me percato y en mi miedo elijo enajenarme en el recuerdo del ayer, admirar la mudez, el color de tu cuerpo, la fuerza arrogante, la quietud envolvente en una tarde de sol fulgurante, recreándome en tu risa, meciéndome en tus brazos: tierno, bondadoso, tímido, absorto y tan pendiente de mí.

Hoy tiemblo de miedo y en esta mi afrenta caerá mi esperanza en tu último aliento. Mi río luminoso, apacible mártir; mi libertad sabe a egoísmo puro, caída la tarde, sequé mis cabellos y sin ningún reproche me viste partir.

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Ángel Gavidia

era yo apenas un tímido río Era yo, apenas, un tímido río penetrando en el mar. Era yo apenas, un puñado de agua zozobrando en la dicha.

minificción

un amigo peruano

será que se metieron los ríos por mis ojos Será que se metieron los ríos por mis ojos: siempre me voy al mar cuando estoy triste.

la palabra y el puente ¿Existe palabra más perfecta que un puente sobre el río?

río ¿A dónde irá mi sangre?

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Carlos Flores Revuelta

conseja Cuentan los viejos, que abandona su cauce y provoca inundaciones cuando no son suficientes los hombres que ha devorado.

minificción

minimiedades

refrán norteño A río revuelto, frustración de polleros.

oídos sordos No hizo caso, le dijeron que se estaba ahogando en un vaso de agua y necio se animó a cruzar el río.

confusión gitana Y yo que me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía tarifa.

sueño americano Cuando despertó, el río bravo todavía estaba allí.

últimas palabras Se me hace chico el río, para echarme un buche de agua.

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Sergio Cardell Cerdán

Extasiado ante ése cúmulo de belleza, Bernabé aspiró profundamente antes de lanzarse a las profundidades del río. Sintió como su cuerpo, al cortar el aire, adquiría una energía inusitada. Como una ráfaga recordó en un distante instante la amargura que le producía saberse en un sueño.

narrativa

ríos van, ríos vienen

Bruscamente despertó y el río seguía ahí, impasible, invitándolo a refugiarse en su manto protector.

Lentamente se fue desperezando hasta alcanzar claridad en sus pensamientos. Volvió a mirar el río y observó que sus compañeros se encontraban tratando de pescar algún buen ejemplar para la comida. Miró al reloj y notó que sólo se había dormido unos cuantos minutos, suficientes para haber soñado el episodio del sumergimiento. Eso lo llevó a recordar otros ríos en los que había estado antes. Todos tenían en común el recordarle que la vida era como ellos, nunca es la misma y nunca nos sumergimos dos veces en sus mismas avenidas aunque parezca, a veces, lo contrario.

En sus reflexiones estaba cuando escucho la voz de Adrián, indicándole que empezara a preparar la fogata porque ya habían empezado a picar algunos peces. Presto, salió del vehículo y recorrió unos cuantos pasos para recoger ramas secas y preparar la lumbre. En esas estaba, cuando

nuevamente las ideas se fueron apoderando de

su mente. Ahora, sus pensamientos volaron hasta su niñez, cuando por primera vez fue llevado a un río en un día de campo familiar. En aquella ocasión, lo que más le llamó la atención fue el gran caudal del río que parecía no tener fin. El agua corría de tal manera, que les fue imposible adentrarse en sus fluidos, ocasionando que su primera impresión sobre los ríos fuera que éstos eran indomables y no eran fáciles de disfrutar. Creció con ésa idea y por lo tanto cada vez que lo invitaban a un día de campo donde

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consideraba que no sería divertido. Hasta que ya en plena universidad su grupo fue llevado por un maestro a un día de campo obligatorio y comprobó con satisfacción que no todos los ríos eran iguales y había de diversos tipos,

narrativa

había ríos, prefería declinar la invitación porque

tamaños y colores.

A partir de ahí se hizo seguidor de la tranquilidad de las horas en el campo y más cuando hay ríos de por medio. Así que cuando lo invitaron sus amigos ese día, no dudo en decir que sí. Preparó el fuego y esperó a que le acercaran algunos ejemplares ya fileteados que seguramente alcanzarían para todos.

Antes de terminar de preparar la comida, optó por darse un chapuzón y divertirse un pequeño rato dentro del agua, aunque eso no era lo suyo. Una vez que sintió que ya era suficiente, regresó con sus amigos y departieron su comida en armonía con la naturaleza. Así transcurrió el tiempo hasta que la tarde fue cayendo y con ello empezaron a aparecer los eternos mosquitos con su insistente molestia y su parecido a las locas ideas, que por locas, no nos dejan en paz.

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María Alicia Galván Muñoz

En el año de mil novecientos cincuenta y cuatro, mis amigas y yo estábamos en plena adolescencia edad en la que los problemas serios no existen.

narrativa

río bravo símbolo de unidad

Nuestro paseo de cada sábado consistía en caminar por el puente sobre el río Bravo y pasar al otro lado, como entonces le decíamos a la ciudad de Eagle Pass. Nos gustaba ir despacio, platicando, contemplando la tranquilidad del río y su luminosidad. Paseábamos por las tiendas del centro, para terminar en la fuente de sodas de la farmacia comiendo un sandwich o un banana split.

Nunca vi a nuestro río como una línea divisoria entre dos países de costumbres y culturas diferentes, para mí siempre ha sido un símbolo, el símbolo de dos pequeñas ciudades hermanas, en donde casi todos nos conocíamos, cuando menos de vista e igual nos saludábamos con amabilidad.

Una vez al año, se celebraba el día de la amistad, fecha en la que los alumnos de la secundaria Benito Juárez, cuyo director era el admirado profesor Fausto Z. Martínez, y los de la High School de Eagle Pass, marchando sobre el puente desde sus planteles se encontraban en la línea divisoria, realizando ahí una ceremonia en donde se intercambiaban banderas entre las escoltas, que estaban integradas por los alumnos de más altos promedios en las dos escuelas hermanas.

Terminada la ceremonia, autoridades, alumnos y público en general nos dirigíamos a Eagle Pass, donde se efectuaba un gran desfile con alumnos y personajes de las dos ciudades, debo decir que en ese tiempo, no le pedían documentos a nadie en fechas especiales como esa, todo

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Estábamos acostumbrados a ver nuestro río sereno y apacible; el legendario Club Victoria, situado a la orilla, tenía una terraza desde donde los comensales podían verlo

narrativa

mundo pasaba, y... regresaba.

mientras cenaban.

Quién iba a imaginar que en ese año, nuestro apacible río se “volvería loco” provocando la inundación más grande habida hasta la fecha, que cambió el rumbo de nuestras vidas a muchos de nosotros.

Sin embargo, aún después de aquella amarga experiencia, sigo pensando en él como algo hermoso, simbólico y eternamente bello; parte de nuestra historia y de nuestras vidas.

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Jaime Torres Mendoza

Te habían dicho que apenas cruzando la frontera, estaba el paraíso. A eso viniste, a buscarlo. Saliste de tu tierra porque esa imagen te estuvo llamando con un imperativo

narrativa

el silencio es el paraíso

categórico que desarticuló tu resistencia. Un día, cuando el sol puso sus ojos en ti, te echaste a andar por los caminos que salían de la aldea con la única idea, muy fija en tu pensamiento, de trasponer la línea.

Todavía tenías al alcance de tu vista el caserío entrañable de tu infancia cuando empezó el asombro. Siempre creíste que las veredas concluían en el primer recodo; ahora sabes que no es así, los caminos nunca terminan: su vocación es el infinito. Uno de ellos te trajo hasta aquí, no quisiste apartarte de sus linderos por temor a extraviar el rumbo.

“Ve al norte”, te dijeron. Y desde entonces ese punto cardinal fue tu obsesión. Ni siquiera la congregación de recuerdos que te asaltaron cuando el pueblo quedó lejos, y sólo tenías ante tu mirada el horizonte, te hizo desistir. Las voces de tu memoria enmudecieron y los que imploraban tu regreso fueron sustituidos por el timbre acogedor de un viento que corría libre entre tanta grandeza.

Ya sin ataduras que te mantuvieran anclado en el seguro puerto de tu lugar de origen, el polvo ardiente del atajo, las piedras filosas de los cerros, las espinas de cardenches, biznagas y lechuguillas, no fueron obstáculo para ponerte un alto. El desierto de tu boca —llano acuchillado por la urgencia de agua— era apaciguado por la promesa de un espejo cristalino y húmedo que marcaba el fin de tu destino, como te advirtieron.

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una confusión de días, llegaste por fin. Lo sabías porque la vegetación cambió su tinta color sepia por una coloración verde con aromas de vida; por el murmullo de aves

narrativa

Después de mucho tiempo, en el que el calendario fue

cantando a coro la canción de la tarde. Pero, sobre todo, fue su rumor de hilito de agua abriéndose camino entre la yerba.

No, no era tan bravo como te habían dicho; ni traicionero, según el comentario mal intencionado de unos mineros ebrios de oscuridad. El agua te llamó con su melodía de campanas para saldar la promesa de restaurar la quemazón de tu boca. Cumplió.

Te sentaste a su vera y no pudiste resistir la tentación de mojar tus pies adoloridos. “No se atreva a cruzarlo”, recordaste la advertencia de otro levanta falsos. Con la luz de una sonrisa pegada en tus labios, avanzaste dos pasos; el agua tocó tus rodillas. Unos patos silvestres levantaron vuelo, espantados por tu presencia. Dos pasos más y sentiste la humedad en tu entrepierna como una caricia de mujer. La música del agua elevó su nivel, sus acordes de estridencia te empujaron y la humedad puso sus manos en tu cintura. Te aventuraste por tu cuenta y los dedos del agua rodearon tu cuello. Desde ese punto giraste la cabeza, la orilla era un resguardo remoto. Una parvada de pájaros cruzó por encima de ti añadiéndole otra canción al paisaje. El oro del crepúsculo le puso sombra a tus ojos y no supiste el momento en que los pájaros se volvieron llamarada bajo el sol ni el instante en que la tarde se hizo noche perdiendo tu visión del agua a la altura de tu mirada.

Ahora estás aquí, en el lecho del río, viendo pasar un banco de peces azules entonando una melodía apenas

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yerba tierna que son un bálsamo para tus pies; sobre ella descubres el camino que te ha traído hasta aquí, lo reconoces porque ha sido tu guía durante tanto tiempo.

narrativa

audible. El fondo tiene una alfombra de arena suelta y

Lo ves cómo despliega su vocación de eternidad. Te alegra reencontrarte con él y te dejas llevar por la corriente que toma el curso señalado por la vereda bajo ese paraíso donde moran los silencios.

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Francisco Javier Bermea Rendón

Los braceros agazapados entre los carrizales, esperaban a que anocheciera. Rutilio cansado, cerró los ojos y se le vino el recuerdo de su mujer la tarde que se despidieron.

narrativa

nomás de cruzar el río

“Meterle dinero a la tierra es la peor de todas las tarugadas le dijo Natalia, o dame uno solo que haiga sacado cuando menos lo de los gastos”.

Ahora que hay de siembras a siembras, pero es mejor vivir fregados que andar todo el día con el Jesús en la boca con tanto judicial y soldados como jamás se había visto por estos rumbos. Ahora tiene una que estar al pendiente de que la semilla que vuela el aire no vaya a caer al patio porque ya ni pa’ remedio nos la quieren dejar. Habrá que mercarla cuándo es lo que más abunda por estos rumbos; no queda otra más que entracalarse con el camión materialista que te ofrece don Paulino. Trabajándolo tú en el día y Melquíades en la noche, a la larga se paga solo. Carbón hay pá’ setenta años según los últimos estudios que le hicieron a la mina”.

Observó la noche espesándose sobre el río, a la culebra zigzagueando entre los lampazos y los coletazos de los robalos rompiendo la superficie del agua para tragarse las libélulas y los mosquitos.

El olor de las jaras y las diferentes melodías de las corrientes, le recordaron a su pueblo. Divisó el cielo estrellado y una luna menguando. Respiró profundo. Nuevamente se hizo el silencio absoluto, entonces se le vino a la memoria su promesa a Natalia: “Si logro cruzar el río, te mando pal’ enganche pa’ que luego empiece a jalar tu hermano Melquíades, nomás te encargo mucho que le estés recordando que el camión es usado y que hay que darle buen trato porque ya ves que mueble que agarra lo

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le ofrece chamba”.

-¡Asilénciense! –refunfuño el patero-. Si sienten que algo se les mete por entre las verijas, ha de ser alguna

narrativa

manda al carajo con la pata que tiene. Por eso ya nadie

pichicuata, pero van a tener que tragarse su miedo y nadie se va a mover de su lugar porque nos delata a todos y nos lleva madre. Luego y para no estar pensando en culebras o en clavarse un anzuelo de alguna soga, Rutilio recordó cuando en una travesía en el Estado de Texas, el patero cayó muerto y se repartieron sus pertenencias: tres se quedaron con el dinero, otro con la pistola, Rubén con el cuchillo, la navaja y las botas viboreras y él con el pasaporte de residencia, porque todos estuvieron de acuerdo en que eran asombrosamente parecidos y en efecto, durante cuatro años trabajó con identificación falsa, pero un día los agentes lo arrestaron porque hacia ocho años el legitimo dueño del pasaporte había asesinado a una pareja de ancianos para robarlos. Interrogaron a sus compañeros por separado, los trasladaron al lugar donde sepultaron al patero, corroboraron que las huellas y la estatura no correspondían con las de Rutilio y fue exonerado por ese delito, pero purgó una condena de ocho meses por suplantación de identidad.

Tardó en reponerse del susto. Por las noches se le venían sobresaltos y sudores. Vaciló mucho en decidirse en volver a cruzar la frontera, pero siempre tuvo suerte de que le tocaran patrones comprensivos que le permitían que viviera con su esposa. Era hombre acostumbrado a las rudas faenas del campo, claro como el decía: “Donde haya con que trabajar arriba del tractor o de la trilladora pero eso si, bien comido, pos termina con la jornada y puede seguirle con la otra faena en la

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lado, mal comido, bien asoleado y a puro hacer corajes con eso de que nunca llueve pa’ tirar el grano, pos no puede uno ser cumplidor y luego andan de mal humor. Quedarse representaba pasar hambres. Antes de que

narrativa

cama para ser buen cumplidor con la vieja, pero de este

amaneciera, acudía como muchos otros a ofrecerse como cargador en las huertas, pero siempre utilizaban al mismo personal que atendía los frutales. Igual era como eventual en la mina o en la distribuidora de granos y semillas que en el almacén del árabe Jalil. De vez en cuando rondaba por el único hotel con la esperanza de que lo ocuparan como guía para llevar algún turista al cerro en busca de pedernales, ídolos, pedazos de loza, collares o brazaletes, pero los chamacos ejercían el control y cada uno tenia sus propios escondites de objetos que fabricaban en sus casas y les daban la apariencia de tener siglos enterrados.

Rememoró el tiempo perdido cuando pasaba los días viendo jugar billar, sentado en alguna de las bancas del parque o arrojando piedras al río. El deseo constante de internarse a los Estados Unidos, era porque enseguida lo contrataban. Solamente alquilando entre varios un cuarto modesto o que les proporcionaran alojamiento gratuito en un rancho, dividiéndose los gastos de los alimentos y servicios y divirtiéndose de vez en cuando, podían enviar algún dinero a sus familias. A su memoria acudieron las imágenes de las camisas de algodón de manga larga y los sombreros de paja de ala ancha que utilizaban para protegerse del sol abrasador en las labores del campo. Le disgustaba la costumbre de que al término de la jornada, mientras las mujeres se divertían en la cantina con los demás pizcadores, sus maridos se encaminaban a sus casas a atender los niños y preparar la cena.

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pisando y fijarse muy bien hasta donde me va llegando el agua -añadió el patero-, pues si nos agarra un remolino nos lleva madre a todos.

narrativa

Todos deben de estar atentos por donde yo voy

Yo hasta aquí los encamino. Encomiéndense a la virgencita para que los proteja con su divino manto.

Una lechuza planeó sobre los carrizos y rompió el silencio con su silbido.

Procedentes del centro del país, los braceros acostumbrados a las temperaturas frescas, se sorprendían de que aun siendo de noche el suelo estuviera caliente. Cada año durante la canícula era lo mismo: los que trabajaban a la intemperie, comenzaban sus faenas al amanecer y suspendían al mediodía, porque de esa hora y hasta las cinco se hacia insoportable. Deshidratados, comiendo alimentos que se echaban a perder con sus consabidas enfermedades gastrointestinales conviviendo con animales que contraían la rabia y la transmitían por la mordedura. Pensaban también que éramos como los cactus o la lechuguilla, como el pitayo o el peyote: hechos para éste sol. El mismo que bronceó a los lipanes, coahuiltecos, xarames, tobosos y comanches.

Una música suave que proviene de un automóvil. Una codorniz extraviada en busca de su parvada. Un conejito que corre a ocultarse tras unos mogotes y a trasfondo, un edificio iluminado. Ambulancias que entran y salen.

- Perdone mister, ¿Habla usted español?

- ¡Como que estamos en México¡

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- Donde mismo, nomás cruzando el río Bravo.

narrativa

- ¿Y Eagle Pass?

- ¿Y entonces el que pasamos mas atrás?

- Ese es el río Escondido de Villa de Fuente…

- ¡Ya nos jodieron paisanos! ¡Méndigo coyote, pero de nosotros no se burla…!

- Con el dinero que les quitó ése desgraciado, no sale en diez o quince días y no creo que ustedes aguanten...

- Pos no... ¡Que suerte jija…!

- Miren muchachos, ya me traen la cena –añadió el velador-. Los convido. Nos tocan de a dos dobladas de harina con machaca y huevo. Lléguenle antes de que se enfríen. Hoy por ustedes, mañana por mí. Después Dios dirá.

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Blanca Esthela Treviño Pepi

Hace muchísimos años en tiempos ya olvidados por la historia, una mujer con vestido blanco hasta los tobillos y el cabello suelto hasta la cintura, llora junto al Bravo su desconsuelo. Entre ahogados sollozos se escucha un grito desgarrador: ¡Ay!, mis hijos, ¿dónde están? El

narrativa

la mujer de blanco

dolor de perderlos entre las aguas del río sacude su cuerpo y baña en lágrimas su rostro.

La tarde en que sus hijos tratan de llegar a la otra orilla en busca de trabajo, es una tarde cálida, serena, las aguas corren mansamente por la ladera. Bajan al Bravo con un atado de ropa en la cintura. Sus espaldas parecen teñidas de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Esperan el anochecer tras una enorme roca en la isleta del río para evadir la vigilancia de la patrulla fronteriza norteamericana.

El Río Bravo lleno de agua de colores luminosos, y un cielo que se torna gris de cenizas tristes, son testigos de que dejan la patria, no por falta de amor a ella, sino en busca de oportunidades. Permanecen los tres unidos, muy juntos, tras la enorme piedra, la luz entera del día se desbarata haciéndose añicos. El miedo cambia la forma de los árboles que se divisan a lo lejos: la muerte se nutre entre los carrizales que crecen en la ribera. Con el pecho lleno de silencio esperan la oscuridad para cruzar a nado, despacio, despacito. La esperanza ha tejido durante mucho tiempo sus noches y sus mañanas, y el terror hila hoy las nieblas de ultratumba. Sus corazones palpitan como llamas parpadeantes. Razón de día no es razón de noche. Parece que el mismo cielo tuviera miedo de la oscuridad.

La tarde empieza a ensombrecer. El sol agoniza a lo

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río se convierte en plancha inmóvil, metálica. La luna nace mientras la atmósfera hierve de olores tibios y contrarios. En las tinieblas del contorno las luciérnagas brillan como fuegos fatuos. Los murmullos se cruzan y

narrativa

lejos, aleteando entre los árboles como un ave rojiza; el

descruzan en la negrura, la recorren en todas direcciones: voces de insectos, voces del río que bate suavemente las peñas, los carrizos y la tierra de la ribera. Nadie imagina ni presiente el fuerte viento que después cubrirá de luto las estrellas del cielo.

De pronto parece que los cuerpos celestes se rompen en mil pedazos, como un incendio de planetas; trozos de luna, carbones encendidos de los volcanes de otros astros parecieran clavarse en sus ojos desorbitados. En la orilla, la mujer mantiene sus brazos en cruz y pregunta al cielo: ¿Dónde están mis hijos? El viento norte dispersa sus cabellos, y ella, al fin, deja caer sus brazos fatigados. Mira las nubes: gruesos rollos grisáceos y manchitas blancas salpican aquí y allá ocultando el cielo, mientras una luz plomiza desciende sobre los carrizales. En la luna gime el viento, y el río se viste con olas enormes de plata y azul. Ella ve subir y bajar el horizonte con el aire que azota los carrizales. ¡Pero sus hijos no están! Oye el percutir de su corazón en palpitaciones fuertes y desiguales. Detrás de la lluvia de sus pestañas, sus ojos buscan con agonía la otra orilla,

¿Dónde están? Ella se angustia, son cosas del amor y el amor no entiende razones; tampoco acepta preguntas ni es capaz de dar respuestas.

Aunque es una noche de luna llena, las espesas nubes se han tornado negras y manchan con su sombra las aguas traicioneras. El fuerte viento ha tornado

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todas las historias de los que han muerto en el río en busca de una mejor vida. ¿Tienen miedo?, les preguntaron a sus hijos en el pueblo antes de partir.

No, porque los pobres que tienen miedo se quedan

narrativa

broncas las aguas que parecen contar a borbotones

pobres toda la vida.

El viento embiste rugiendo contra los carrizales; a veces un zigzag multicolor aclara el cielo y, segundos después llega el trueno. La desesperación de la mujer se une a la de tantas madres que han visto los remolinos del río llevarse hasta el fondo, sin misericordia, a sus seres queridos. Sus lágrimas caen sobre las de muchas mujeres que, junto a la misma roca, bendijeron a sus hijos y besaron a sus maridos antes de que partieran a lo desconocido.

¡No están! Hay en su garganta un incendio inextinguible. No es posible calcular la hondura del silencio que produjo aquél grito mudo. Ningún ruido, como si se detuviera el mismo rumor de la conciencia. No había aire, como si la tierra se hubiera vaciado de su atmósfera. Sólo la noche, quieta de nuevo, acalorada por la canícula de agosto, y en el río el reflejo de las estrellas que se caen del cielo.

Los acontecimientos están por encima de la voz humana que parece embrujar al universo con su reclamo: Mis hijos, ¿dónde están? La mujer permanece luchando varias horas contra el horror de sus temores, tirándolos al agua negra del río. Y de nuevo le asalta la incertidumbre, ese ácido que suele corroer la vida. Y ahí, esa noche, el río fluye oscuramente y en la ciudad no quedan luces; en lo alto sólo tres estrellas débiles y la luna alumbra apenas los puentes. El río continúa como

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La madrugada va apagando sus esperanzas. El día desbarata las sombras, las deshace. Camina en la ribera mirando el horizonte, buscando con la mirada: no ve a

narrativa

antes, moderado, difuso, inofensivo, precioso.

sus hijos en la otra orilla. ¿Dónde están mis hijos…? El agua murmura debajo de los puentes, pero guarda los secretos del río con fidelidad. La yerba susurra al deshacerse bajo sus pies en su deambular sigiloso, y la tierra suspira al verla pasar. Al contacto de su cuerpo las altas yerbas y los carrizos se ladean con un mismo chasquido, luego tras ella se enderezan y juntan. Sube lento, lento un cielo de amatista y todo queda adentro de la elipse cerrada de su dolor.

Escucha lejanas las campanas del templo, y llega al sendero pedregoso que sube a la calle, disimulado por hilachas de bruma que flotan casi a ras de tierra, mientras en la solitaria Plaza de los Héroes, bajo un cielo limpio corre una brisa tímida y el sol asoma en un cielo sin nubes. Las torres del Santuario de la Virgen de Guadalupe resplandecen ya entre árboles y palmeras. Las bancas de granito de la plaza reverberan mansamente en la luz clara de la mañana. Entra al templo y se hinca en el suelo anegado en lágrimas. Su cara se transparenta como si no tuviera sangre. Dios mío –pregunta, ¿dónde están mis hijos? Dime, ¿por qué se

fueron? Su corazón se llena de recuerdos y melancolía: la crudeza de la realidad cotidiana de la frontera es brutal.

Regresa a la búsqueda, vuelve al lugar donde ha dejado las esperanzas, donde los anhelos convergen al cruce de todos los vientos del dolor. El dolor que va hilvanando el hilo de la vida.

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leña de una fogata donde está una olla de barro, chamuscada, para hervir café. Un símbolo de la cordialidad que suscita el reunirse para compartir el peligro inmediato de los que se atreven a cruzar el río

narrativa

Pasa junto a las cenizas plateadas y las rajitas de

prohibido. Se detiene en el lugar donde abrazó y besó a sus hijos, y los bendijo. Moja con sus lágrimas la Roca de las Ánimas. Abre sus brazos en cruz y pregunta: ¿Dónde

están mis hijos, dónde están? Los buscará toda la vida por encima de todas las nubes, más mucho más allá de todos los soles. Las campanas tañen de nuevo, tristes, es medio día; la hora del Ángelus. El instante en que el cielo y la tierra se unen en un lamento.

Dicen que esa tarde llevaba un vestido blanco que la cubría hasta los tobillos y el pelo oscuro largo hasta la cintura. Extendía sus brazos en cruz y llamaba a cada hijo por su nombre. Ninguno respondió. Repiten que desde entonces, en cada luna llena, se escuchan sus lamentos desgarradores que repiten una y mil veces:

¿Dónde están mis hijos?

Otros dicen que se aparece junto al Bravo, sobre la Roca de las Ánimas, justo bajo los puentes internacionales Piedras Negras–Eagle Pass, y que lleva el vestido blanco y el cabello suelto, antes negro y ahora blanco, con sus brazos extendidos en cruz, y que le dicen La Llorona porque no deja de derramar sus lágrimas en el río y aún espera, después de tantos años, ver a sus hijos llegar a la otra orilla.

También dicen que las florecillas blancas que crecen en las vegas del Bravo nacieron ahí por las lágrimas de

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también por todas las madres que perdieron a sus hijos en el río que corre mansito, pero bajo sus aguas traicioneras esconde torvos remolinos.

narrativa

La Llorona que llora y que llora por los suyos y llora

Otros argumentan que el río no es traidor, porque gracias a él se abastecen las ciudades de agua en ambos lados de la frontera, y los campos secos recuperan su verdor.

Pero aunque no sean traicioneras sus aguas, y aunque siempre son una bendición para el campo, dicen también que si caminas junto al Bravo en plena luz del día, cuando el sol es crudo, vertical, y de un amarillo casi blanco, aún puedes

escuchar los lamentos de La

Llorona cuando el viento sacude los carrizales que guardan para siempre en sus tallos su profundo dolor.

¡Ay!, mis hijos, ¿dónde están?

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Esperanza Cárdenas (Nueva Rosita, Coahuila, 1950). Es doctora en economía latinoamericana por la Universidad de Toulouse-Le Mirail, en Francia. Textos de su especialidad aparecen en publicaciones de El Colegio de México y la Universidad Autónoma de Coahuila. Integra el taller literario Letras Negras. Raúl Mario Álvarez (Piedras Negras, Coahuila, 1982). Es pasante de ingeniero industrial y poeta. Es integrante del taller literario Letras Negras. María del Carmen Maqueo Garza (Torreón, Coahuila, 1955). Reside en Piedras Negras desde 1984. Es médico pediatra. Ha publicado Una flor en el camino y aparece en el libro colectivo Co incidencias, relatos desde la frontera. Integra el taller literario Letras Negras.

colaboraron

Julia Berenice (Saltillo, Coahuila, 1983). Estudió letras españolas en la UAdeC. Es autora del poemario Realidades del tiempo. Ha publicado en las revistas Historias de entretén y miento y La humildad premiada. Actualmente estudia la licenciatura en historia. Forma parte del taller literario Letras Negras.

Constanza Gramer (Piedras Negras, Coahuila, 1969). Es licenciada en administración de empresas y promotora cultural. Ha publicado el libro Selene y otros cuerpos, colaboradora en la revista Historias de entretén y miento y en la antología conmemorativa del vigésimo aniversario de esa publicación. Es integrante del taller literario Letras Negras. Asalia Solís (Piedras Negras, Coahuila, 1980). Estudió una carrera comercial. Se desempeña como responsable de la Biblioteca Digital y Enlace, en la revista Buena Noticia. Pertenece al taller literario Letras Negras. Ángel Gavidia (Mollebamba, Santiago de Chuco, Perú, 1953). Poeta peruano. Ha publicado los poemarios: La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la penumbra y Fuera de valija; de cuentos: Aquellos pájaros, El molino de penca y La cita y otras ausencias; y de ensayos: El cólera en la ficción de García Márquez y Ribeyro y Santiago de Chuco. Carlos Flores Revuelta (Saltillo, Coahuila, 1953). Es promotor cultural, historiador y logófilo. Autor de los libros Palabras, frases y hechos, Minimiedades, y en coautoría, Piedras Negras, reseña histórica y protagonistas. integrante del taller literario Letras Negras. Sergio Cardell Cerdán (México, D. F., 1957). Es licenciado en economía. A lo largo de su vida ha realizado múltiples actividades en diversas ciudades del país. Forma parte del taller literario Letras Negras. María Alicia Galván Muñoz (Piedras Negras, Coahuila, 1939). Es licenciada en lengua y literatura españolas, también es diseñadora de interiores. Participó en el volumen colectivo Co incidencias, relatos desde la frontera. Forma parte del taller literario Letras Negras. Jaime Torres Mendoza (San Juan del Cohetero, Coahuila,1955). Es Músico, narrador, pintor, escritor, editor; intelectual de fuerte raigambre y una de las mentes más preclaras que han nacido en tierra coahuilense. Autor de innumerables libros de poesía, narrativa y ensayos. Francisco Javier Bermea Rendón (Piedras Negras, Coah. 1936-1997) Escritor, participó en talleres literarios en su ciudad natal y Saltillo; su obra ha sido publicada en periódicos locales y obras antológicas, considerados sus escritos por muchos especialistas como un espléndido retrato de la vida en la frontera. Blanca Esthela Treviño Pepi (Piedras Negras, Coahuila, 1937). Titulada en administración de empresas por el Tecnológico de Piedras Negras. Se dedica al periodismo. Obra suya ha sido reunida en los colectivos Co incidencias, relatos desde la frontera e Historias de entretén y miento, antología de poesía, narrativa y teatro. Forma parte del taller literario Letras Negras.

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