Espirales de letras

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ESPIRALES DE LETRAS, I:

LITERATURA LATINOAMERICANA

Francisco Martínez Bouzas


ESPIRALES DE LETRAS, I:LITERATURA LATINOAMERICANA

©Francisco Martínez Bouzas 2015

Las imágenes utilizadas en la presente publicación poseen como fuente de origen internet y se le atribuye derecho de autor a los respectivos artistas. Diseño y maquetación: Nat Gaete Una publicación de Editorial Digital LetrasKiltras Todos los derechos reservados


ESPIRALES DE LETRAS, I: LITERATURA LATINOAMERICANA



DE UN LECTOR SENSIBLE La amable y generosa invitación de Nat Gaete le ha permitido tener una segunda oportunidad a este puñado de aproximaciones al calor de algunos libros. Libros imaginados, gestados, escritos todos ellos en Latinoamérica, aunque publicados en su mayoría en sellos editoriales españoles. Libros que han constituido una parte importante de mis lecturas en estos últimos cinco años. Lecturas siempre subjetivas porque soy consciente de que no existe lo que podríamos llamar la lectura objetiva, por mucho que se pueda pensar que el crítico literario es un lector autorizado, dueño de una competencia lectora superior a la del común de los lectores. Si a algo puede aspirar el crítico literario es a ser un intermediario, un “lazarillo entre todo ese fárrago de libros”, como lo ha expresado el periodista, crítico literario y editor chileno José Ignacio Silva. Mediación pues entre el creador y su obra y el público. Mas no redactor de reseñas metido a mercader. Y eso es precisamente lo que he pretendido en esta colectánea de comentarios de crítica literaria que vieron su primera luz en mi blog, Brújulas y Espirales: hacer apetecibles ciertas obras literarias valiosas, sin limitarme a escudriñarlas con la fría terminología académica, sino intentando en todo momento transmitir el entusiasmo de un lector sensible, que huye sin embargo de slogans y panegíricos meramente publicitarios. 3

En estas lecturas que hoy cobran vida digital, pretendo pues reflejar desde mi subjetividad de lector mis impresiones sobre libros y lecturas. Ser una modesta brújula que marque el norte en esa infinita espiral que es la capacidad fabuladora humana, cuando por medio de la palabra se convierte en arte. Es pues mi aspiración de lector sensible que otros potenciales lectores hallen en mis reflexiones una modesta ayuda para leer con placer esos maravillosos tesoros encerrados en aquellos libros donde la realidad y la fantasía caminan de la mano. Son esos los libros que me atraen y que en buena medida forman parte de esta selección: libros rebosantes de vida o de muerte o lo que es lo mismo: que están contra la muerte. Libros pues que merezcan ser leídos más de una vez y en los que la historia sea lo principal y en los que la escritura consiga hacer delirar al lenguaje. Francisco Martínez Bouzas


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"K", ESCRITURA SOBRE LA ESCRITURA DE KAFKA

K Lilian Elphick Portada: escarabajo en la tumba de Franz Kafka (foto de L. Elphick) Ceibo Ediciones, Santiago de Chile, 2014, 75 páginas

La vendedora de flores del nuevo cementerio judío Zizkov, Praha 3, donde Franz Kafka está enterrado no conoce al autor de La metamorfosis. Pero Lilian Elphick se interna por los vericuetos de la última morada y en la tumba de Kafka deposita unos narcisos amarillos, sin que se haga presente esa horda de turistas que la escritora chilena esperaba encontrar. Y del sepulcro de Kafka recibe la sincronía del no-tiempo de las fabulaciones. Mas este libro de minificciones, escrito por una de las voces más potentes de la narrativa hiperbreve en lengua española, ya estaba cocinado y bien sazonado antes de ese encuentro. Hoy se lo regala al genio checo, se lo regala a ella misma y a todos los lectores amantes de la minificción, escrita con agudeza e ingenio, prosa briosa rebosante de destellos y tonalidades filosóficas, literarias y poéticas. Un libro empapado de estética, de poesía en formato minificción. Empapado, sobre todo, de Franz Kafka. No importa que esa necesaria visita a la sepultura de Kafka, los cientos de besos que Lilian Elphick no fue capaz de depositar en la losa o los escarabajos que por ella reptan, fijados e inmortalizados en las fotos que la escritora tomó, no se hallen en el origen de este libro. No importa la ausencia del

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Franz Kafka muerto, porque está presente el Franz Kafka vivo, su escritura. Extraigo esta información, a modo de anécdota vivencial del epílogo de K (“Recorrido K”, páginas 74-75), después de haber hallado profundidad y hermosura en cada página y gozado con los cuarenta y nueve microrrelatos, escritos sobre lo escrito por el escritor que sí, ha permanecido siempre barro, pero nunca un viejo cadáver. Y claro que sí, Lilian Elphick se introduce en el mundo Kafka, fue de algún modo habitada por el escritor checo y este libro es el resultado y el reflejo de su segunda metamorfosis, o al menos de una sugestiva amalgama que sutura realidad y ficción. No se trata simplemente de un juego intertextual; como reconoce la misma autora, Lilian Elphick escribe sobre lo escrito por Kafka, lo reinventa en numerosos textos, especialmente en los microrrelatos de la sección “Nomen est Omen”. Nutrirse en Kafka y recrearlo con voz y acento propios, dialogar con su herencia escrita, afortunadamente no quemada por su “concesionario” Max Brod. El resultado: metaliteraratura auténtica y original que permite que la obra de Kafka deje de ser tan difícil e imprevisible como todo lo kafkiano.

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Esta recreación de Kafka, íntimamente perturbador, exagerado hasta el límite, da lugar al “nido de historias” que Lilian Elphick estructura en cuatro secciones. En todas ellas el lector se encontrará con el mismo tema, con Kafka, con el desarrollo “ad absurdum” de una idea sin lógica interna que entronca a Borges, del que también se empapó la autora, con el escritor checo; con sus sueños y pesadillas, siempre perturbadoras que nos hacen revivir la ambigüedad que a veces arrastramos durante el día, ante la lógica del mundo despierto y la paralógica de lo que soñamos. Mas también con aquellos personajes y terrores reales, igualmente inquietantes, algunos verdaderas y presentidas congojas, como el nazismo, el Holocausto, “el humo de los hornos”, “los trenes de la muerte” que convirtieron en víctimas a familiares directos de Kafka. También a la larga a Milena Jesenká, uno de sus grandes amores. “Los graznidos”, la primera aproximación, la voz de esos pájaros que graznan en las cornisas de la imaginación (página 13), de ese grajo (Kafka en alemán es “Dohle, grajo, grajilla), cuya negrura es propia de no pocos de los personajes kafkianos y que avisará de la partida de Gregorio Samsa. Los “Lugares” (segunda parte), comenzando por esa Praga devastada en los sueños del escritor, en cuyas calles encharcadas Kafka parece un fantasma; en la oficina, que nos retrotrae con palabras kafkianas al Chile de la dictadura; en la escritura, devorado mientras escribía, sin rescatar del amor una sola palabra; en tierra de nadie y en ese siniestro barracón número 5, Birkenau que cobijará el horror de Ana y Margot Frank. “Nomen es Omne”, la tercera sección, que enumera con rótulos latinos seres humanos, pájaros, insectos…, capaces algunos de dictar “las leyendas del aire”, o que vigilan el despertar de Gregorio, convertido “en un horrible ser humano”. Finalmente, “Pequeñas variaciones”, con diálogos entre el presente y el futuro, revirtiendo el tiempo que hace posible la presencia de Borges, Monterroso o el escribiente Bartebly en los sueños de Kafka; o la tos de lobo de los tuberculosos. Y en una prolepsis perfectamente lograda se vislumbra el Tercer Reich “como un lobo verdaderamente feroz” (página 68). K es un libro de escasas páginas pero de absoluta excepcionalidad. Los recursos en los que Lilian Elphick se apoya (la rehechura de un Kafka al que, por cierto, la escritora pide perdón por ese atrevimiento; la capacidad condensativa; una prosa primorosa preñada de poesía; la arquitectura teatral de algunos “textículos” como escribiría Cortázar; la competencia emulativa que le permiten reescribir posibles cartas de Kafka que no le desmerecen, la tonalidad existencial, entre otros muchos haberes, que estas páginas dejan entrever en su tercio no sumergido) son sobrados avales para que este lector ose afirmar que K es la más consistente y brillante escritura metaliteraria en formato breve, erguida sobre lo escrito por Kafka.


Fragmentos K en la escritura “Me interrumpían los grajos y el silbido de mis bronquios a media noche; me interceptaba mi padre con sus bastonazos. Cuando quebró los diez dedos de mis manos, escribí con la boca. Me molestaban los dientes y la baba que mojaba la historia, haciéndola inverosímil. Luego, el amor. Ni una sola palabra. Un silencio estúpido. Dora, Milena y Felice paseaban por mis desgarraduras. El tiempo me devoró, mientras escribía. Hice lo que pude.” ….. K en tierra de nadie “Está oscuro. Oigo el chillido de los ratones. Hay excrementos, cadáveres, llantos de hombres solos. Afuera el humo de los hornos. Barracón número 5, Birkenau. Mi última patria después de muerto. Sé que ana y Margot Frank tienen tifus y ya no necesitan mantas para cobijar su horror. Mañana moveré piedras de aquí a allá, sin propósito alguno. Un kapo gritará su látigo en mi espalda. Una mañana me arrestaron. Todos fuimos a los trenes de la muerte. Josef Mengele movía el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Me preguntó si tenía un hermano gemelo. Le respondí que sí, que su nombre era Gregorio. ¿Y dónde está entonces?, bramó. Escondido, señor en un cuaderno. Nunca lo podrá encontrar.” ….. Blatta orientalis “Un corrido mexicano me inmortalizó. Su música es pegajosa, como yo. Pero, hay algo que inquieta: un hombre escribe de insectos. Él no me ve cundo paso entre sus zapatos y no sospecha que cuando duerme yo trepo a la mesa y cabalgo las hojas tatuadas. Leo y leo; no me canso. A veces, mastico las esquinas. Su sabor es muy similar a la corteza de los árboles. Al amanecer vuelvo a mi escondrijo y sueño con Gregorio y Grete, con esas vidas tan trágicas. Sueño con Ottilie, Gabriele y Valerie exterminadas en Auschwitz y Chelmno; sueño que no puedo comer y que muero en un sanatorio creyéndome un grajo.” (Lilian Elphick, K, paginas 28, 30, 58)

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EL MUNDO DE EROS DE JENIFFER MOORE

Poesía de Jeniffer Moore Jeniffer Moore Editorial Pelícano, Miami, 2011, 132 páginas

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Un saludo ante todo para esta segunda incursión en la lírica de Jeniffer Moore, poeta desde niña de Justiniano Posse (Argentina). Su Poesía es un libro que se defiende solo porque en los versos de Jeniffer Moore hay una “sabiduría”, un gran territorio de belleza oculta que no deja que el “pathos” amoroso que la transita, se hunda en esos pequeños mares de los versos aprisionados, sino que la incita a flotar con libertad en un gran éxtasis, cuyas raíces nada tienen que ver con el misticismo, sino con el amor terreno, con la pasión que la autora entiende como los motores del universo. Bautiza Jeniffer Moore sus poemas como hijos de la soledad, del infortunio o de la plenitud vital. Sus dos nombres -el heterónimo Jeniffer Moore- y el real que la poeta revela en el prólogo de su poemario, honran una poesía que quizás, en efecto, ha pasado demasiado tiempo en la soledad de los archivos, pero que, en las manos de los lectores, ayuda a vivir, a soportar las inclemencias o fierezas de la existencia. Ese gran milagro / verdad del mundo que se produce cuando la poesía se convierte en un virus que nos contagia sin solicitar nuestro permiso. Se transforma entonces en una magia que se viste en un “mar de metáforas”, en la literalidad, en el acto que individualiza la lengua


en tanto que experiencia formal y construcción personal única. Y ese gran milagro / magia / verdad del mundo incendia nuestra noches, porque en estos poemas fuertemente confesionales y existenciales que nos brinda la escritora, hallamos una explosión de esa “ubris” compuesta de risas y lágrimas, estados felizmente convulsivos. Excitaciones psico-afectivas, constitutivas de nuestra especie, y que hallan su plenitud en los estados amorosos que purgan ansiedades y transforman las experiencias humanas en momentos quizás precarios, inciertos, aleatorios, pero que vivimos como óptimos y supremos, como estados beatíficos. De esta materia “úbrica”, pero profundamente humana, están hechos los poemas de Jeniffer Moore que se adscriben sin duda a esa tradición derivada de Gérard Genette que ve en la poesía una de las formas más intensas y prestigiadas de la escritura del yo, un arquigénero, aunque no implique en teoría ninguna pretensión de sinceridad y de verdad referencial, ni el uso necesario de la primera persona, que no la evita por cierto Jeniffer Moore. Una forma privilegiada de ese “homo estheticus” moderno del que habla Luc Ferry. Aunque no es el amor el único motivo de su decir poético, Jeniffer Moore traduce esa fuerza compulsiva del mundo de Eros desde el primer poema hasta el último desde ese “Provócame / desde aquel horizonte empozado en tus ojos” (página 16) de su “Pro-Vocativos sin reservas” hasta esas salutaciones (“¡Salve!...hombre de setenta y más”) del largo e impresionante poema final, “Los húmedos pliegues de las estaciones”. No desprecia la poeta los privilegios fonocéntricos, aunque no es cautiva de la métrica y le otorga mayor importancia a otras dimensiones, como la enunciación y las figuras pragmáticas del poema, esas actitudes líricas que resultan del juego de relaciones entre el yo poético y el destinatario que podríamos categorizar como apóstrofe lírica, caracterizada en muchos de los poemas por la patentización en el enunciado de un tú lírico de ensalzamiento amoroso con el que la voz poética mantiene una fuerte tensión apelativa, en sus múltiples subtipos y matices: confidencial, imprecación, ruego, mandato, lamento… Aunque no podemos confundir el yo del poema con el autor / autora que está detrás, la poesía lírica de Jeniffer Moore, eminentemente subjetiva y expresada frecuentemente en primera persona, difícilmente puede ser entendida como un simple ejercicio estético, haciendo abstracción de sus propias vivencias. Si bien desconozco las secretas claves de su decir poético, apuesto por una “poesíaverdad”, por una poesía del corazón que vive y late al compás de la escritura. Quizás es esa verdad del poema la que hace que estos versos verdaderos nos lleguen hasta tan dentro y se conviertan realmente en incendios, como diría Vicente Huidobro.

Fragmentos “Busco dentro de ti y el alba llega como llega la hora y el suplicio. Hay un pájaro de fuego en nuestros ojos que no se rendirá. Y desde el muro junto al jazmín que espera, me deshago en la sombra de tus besos." ….. “Tierra fecunda soy propensa al verde y las raíces. “A mi diestra, el amante que ondula majestuoso en su lecho de arenas y de espumas. Me copulan el aire, el fuego,

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la risa de sus aguas contra mis pies apátridas. Nacida fui para el bosque de tus ojos, amanecer tardío de tu boca.” ….. “¡Salve!... hombre de setenta y más porque de todos eres, quien refunda tribus perennes en mis venas. El que ha descubierto los antiguos albores de la luna. Arco iris en mano, me vences en un jaque de tres movimientos. ¡Salve!... hombre de sesenta y más porque de todos eres quien se deja montar sin bridas. El que no pide ayuda cuando se ahoga en torbellinos de mis labios. Quien echa su armadura al fuego, deja que el Arca se vaya con sus bestias y me desnuda el alma mucho antes de quitarme el anillo.” (Poesía de Jeniffer Moore, páginas 29, 34, 130-131) 10


"DONDE ESTÁS PUERTO LIMÓN": LAS PALABRAS DE MUJER DE ARABELLA SALAVERRY

Dónde estás Puerto Limón Arabella Salaverry EUNED, San José (Costa Rica), 2011, 109 páginas.

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Poeta, narradora y actriz, así se define Arabella Salaverry y así la defino sobre todo para el lector español que apenas atraviesa fronteras geográficas y culturales y se ve así privado de los sabores, colores, olores y substancias todas de la poesía centroamericana. Porque Arabella Salaverry es costarricense, con infancia gozada y quizás también sufrida en Puerto Limón, en el Caribe de Costa Rica. Escribir es para ella una necesidad vital. Lo demuestran sus cuatro poemarios anteriores y lo muestra de forma superlativa este Dónde estás Puerto Limón, un libro que también nos llega en sazón, maduro, nostálgico, tenue o claramente combativo cuando el yo poético se enfrenta como mujer y fruto del mestizaje a los grandes retos de todas las latitudes: la situación de los marginados, la discriminación genérica de la mujer a nivel planetario. Pero libro, colmado por una riquísima geografía de energías y vehemencias emocionales, expresadas con palabras de libertad, quebradas, rebeldes con los corsés de los cánones del lenguaje poético, porque solo así son capaces de revelar todas las vivencias del sujeto lírico. Un yo lírico, a veces confesional, biográfico, experiencial; otras, evocador, tomando distancias para descubrir aquellos ritos, instantes, sabores, experiencias, paisajes que quieren ir más allá del intimismo.


En Dónde estás Puerto Limón el yo poético se instala en la soledad como espacio vital para ir destruyendo desde ese topos el tiempo, la memoria, el espacio, requisito para la reconstrucción. Por eso recorrer los poemas de Arabella Salaverry equivale a sumergirnos en la palabra que se mece con el ritmo de las mareas y es transitada por la fulgurante naturaleza caribeña. Pero es sobre todo palabra de mujer, un libro femenino, sutilmente provocador, escrito desde la vitalidad femenina, capaz de suturar, en el mestizaje de sus versos, preguntas y respuestas, los recuerdos de la infancia, la historia familiar, la mirada sobre los objetos, las tradiciones ancestrales y, sobre todo, una perspectiva vital concreta y una perspectiva femenina general. Me adentro desde estas premisas en los versos luminosos y contenidamente sensuales de Arabella Salaverry, para encontrarme con una decidida voluntad de ir a los cimientos y reconstruir la memoria. Recuperación de la infancia de ese barco de niebla navegando en las calles y ese viento de pájaro recorriendo las tardes del Puerto Limón natal donde transcurren sus primeros años. Desentierro de la “memoriosa infancia”, en ese Limón “tren detenido / en el terminal del sueño”. Recuperación de rutas, de sueños malabares, los sueños infantiles que brotan inducidos por la imagen de la vieja bicicleta verde. Y junto a la bicicleta, el amor por los trenes, incluso los ausentes, porque amarran el destino del cometa del yo poético al verde del trópico. Mas todo tan lejano, rememorado desde el presente vivido y suavemente nostálgico. Aunque sin demasiadas concesiones a los localismos -la patria natal convive con herencias de otras geografías e incluso con palabras de otros idiomas-, Puerto Limón aparece necesariamente en el ayer y en el presente: el parque enardecido con ese ilán ilán que “esgrime la desmedida urgencia de su aroma”. Limón que es trópico “lleno de abanicos verdes”. Playa Bonita donde el sol duerme 12 “de tanta arena blanca”. Y el mar, paisaje familiar, ámbito sin duda íntimamente ligado a la experiencia vital de la poeta que es a la par anatomía local y dimensión abstracta y simbólica, como lo han interpretado todos los grandes líricos. Es el mar que se viste con el color del tiempo (gris de lluvia o azul doméstico), el mar con olor a Caribe, pero también el mar, substancia marítima abstracta que nos reinventa y que es vaivén de esperanza, pero también temblor visceral que nos acomete ante la sola dimensión de su presencia. No están ausentes de este poemario la queja y la denuncia. Dos poemas rotulados como “Noticias” nos hacen estremecer con esa nueva flor decapitada, “una niña, una más que muere sus doce años degollada” o con el muchacho y los miles de muchachos que mueren cada día “enredados en miles de silencios”. Es entonces cuando la voz poética abandona el tono mesurado para convertirse en explosión, en denuncia radical de las vilezas del presente. Internarnos en la poesía de Arabella Salaverry nos confirma que la función poética es quizás algo pequeño en su configuración gráfica, aunque muy hermoso (“Small is beautifull”). Y lo es más relevante: nos permite descubrir las fuerzas mágicas del decir poético, que la poesía es fuerte (Michel Deguy), o como decían los clásicos de mi tierra acudiendo a hechizos verbales igualmente reveladores: que la poesía es el gran milagro del mundo.

Poemas de Dónde estás Puerto Limón Memoriosa infancia Recuerdo un barco de niebla navegando tus calles Aquella niña sola juega a la rayuela Recuerdo


un viento de pájaros recorriendo tus tardes La niña canta canciones solitarias Recuerdo una ciudad que fue ahora dibujada en la inlúcida trama de los sueños Tu mano madre para secar la lágrima Recuerdo también garúa amor nostalgia llanto Y las tardes repletas de palmeras Revivo lo que la memoriosa infancia desentierra Me sabe Limón me sabe a mango a coster apple a haki Me sabe a infancia a madrugada a tormenta Me sabe a muelle a ilán ilán a baobab Me sabe a jazmín del cabo a mediodía y a luz Limón me sabe a quijongo es agridulce su voz Me sabe a caricia a abrazo Limón es curry y canela nuez moscada un leve resabio a clavo anís estrella y rondón Limón me sabe a… Limón Madrugada en el puerto Emergen a mitad de madrugada Con sus carcajadas políglotas despedazan la calma de las alunadas noches cuando el calor ensaya sus últimos asaltos Son marineros de lenguas forasteras alemán, holandés o checo Escupen chistes para coronar el estruendo de su borrachera Y en un eco patético las pobres putas tristes ensayan también su carcajada (Arabella Salaverry, Dónde estás Puerto Limón, páginas 5, 31, 55)

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"VUELVO DE SIBERIA ESTA TARDE": LA HONDURA EXISTENCIAL DE CECILA PALMA

Vuelvo de Siberia esta tarde Cecilia Palma Ediciones el Juglar, Maryland, 2011, 67 páginas. 14

Hay poetas cuya obra es reconocible como una obra de pensamiento, el lugar de la lengua donde se ejerce una proposición sobre el ser y sobre el tiempo. Lo afirma el filósofo francés Alain Badiou, que reconoce esa vieja historia de rivalidades entre el poeta y el filósofo que ya había detectado Platón. Piensa Alain Badiou que existe un momento en la historia de la filosofía en la que el pensamiento se halla suturado a la poesía. Es “la edad de los poetas”, un período, arrastrado desde el siglo XIX, en el que la filosofía desertó de su papel y ciertos poetas ocuparon el lugar de los “amantes de la sabiduría”, que los filósofos habían dejado vacío, convirtiéndose con sus poemas no solo en pensamiento, sino en “pensamiento del pensamiento”. Como muestras, la poesía de Mallarmé, de Rimbaud, de Trakl, la palabra metafísica de Pessoa. Y por último Paul Celan, con el que finalizaría la “edad de los poetas”. No es mi intención contradecir al pensador francés, pero es obvio que, antes y después de la “edad de los poetas”, ha habido muchos escritores que en sus poemas se han atrevido a hacer verdaderas revueltas lógicas. Me atrevo a presentar, sobre todo para los lectores españoles, a la poeta chi-


lena Cecilia Palma como continuadora de esa línea en la que la poesía es un lugar de pensamiento. Cecilia Palma Jara se adscribe ella misma a la que en Chile llaman generación NN, la generación de los “sobrevivientes” en el período de la dictadura pinochetista. Y la crítica de su país la encuadra dentro de la poesía metafísica. Una poesía que poco tiene que ver con los llamados poetas metafísicos ingleses del siglo XVII (John Donne, George Herbert, Andrew Marvell…), cuyos versos se orientaban a captar más la razón que las emociones y de los que un personaje de una novela de Samuel Johnson dice peyorativamente: “La tarea de un poeta…es examinar no al individuo, sino la especie: observar propiedades generales y apariencias en grande. No enumera los pétalos del tulipán, ni describe los diferentes matices del verdor del bosque”. En las antípodas de esta corriente lírica es donde se sitúa la poesía de Cecilia Palma, aunque sin desdeñar su preocupación por la conceptualización, por utilizar palabras e imágenes para penetrar en los insondables territorios del ser. No del ser metafísico, sino del ser existencial, el Dasein, esa entidad que cada uno de nosotros por si mismo es y que está aquí en el mundo, en el decir de Heidegger. “La postura que defino en mis textos -confiesa la poeta chilena- se relaciona con la intimidad del Ser enfrentado a si mismo y a lo que lo rodea”. Su último poemario Vuelvo de Siberia esta tarde es una prueba de todo ello. Un poemario que, unido a sus obras anteriores (A pesar del azul, Asirme a tus hombros, Piano Bar) yergue un microtexto envuelto en una gran hondura estética, conceptual, a veces distorsionado y críptico, porque ser poeta para Cecilia Palma es recoger la propia tradición y la del mundo entero y reelaborarlas. Desde las profundidades pelágicas de nuestro tiempo, emerge pues la voz poética de Cecilia Palma para transmitirnos su imaginario, una operación de verdad, anticipación a miles de preguntas que se 15 hospedan en cada uno de nosotros. Volver de Siberia -metonimia simbólica del destierro y de la muerte- y regresar al bullicio de la ciudad, a una nueva vida, sin perder de vista, no obstante, que la soledad no se ha diluido, “sigue acuñando / juicios y en las paredes / continúan multiplicándose / sombras de guiñoles huérfanos” (pagina 13). Siendo así mismo conscientes de nuestra indefensión, “sujetos a la orden de los vientos”. En nuestra ruta como viajeros por el mundo, seguramente nos sobrevendrá la noche y es entonces cuando el amor (“el beso de los amantes”) nos mantendrá a flote sobre las turbias aguas que el puente no pudo salvar. Pocos poemas, sin embargo, tan arraigados en la dimensión existencial como el XII y el XVII. En el primero de ellos, cimentado en una intertextualidad quizás inconsciente con Epicuro y Lucrecio (De rerum natura), la voz poética se interroga retóricamente sobre ese duelo, con final previsto, entre la vida y la muerte, a la vez que apunta a un cierto materialismo (“la leve constancia del absoluto… está fuera de tu alcance cambiar el destino de las cosas”, página 25). El segundo, en cambio, incide con un acento trágico que recuerda las “Coplas” de Jorge Manrique, en la penuria solitaria y perecedera de nuestra existencia. Ciertamente con la poeta hemos de reconocer que llegamos de Siberia conociendo ya la sentencia de nuestra estirpe. Los poemas que componen la segunda parte del libro (“El beso de Judas”), pensados y elaborados igualmente como operaciones de lenguaje y pensamiento, pero sin palabras vanas, sin cultismo, en una sucesión contenida, profundizan con la misma intensidad en la trama existencial, en las paradojas de la existencia humana. Poesía pues que amalgama pasión y pensamiento, que nos habla al corazón y a la cabeza. Esa gran verdad del mundo que repiten los poetas gallegos, remedio para nuestra época, porque la voz que nos embelesa, nos hace a la vez meditar, salvándonos del tedio, de la facticidad del mundo.

Poemas de Vuelvo de Siberia esta tarde VI “El muelle nos sujeta


como a pilotes y las olas se abruman bajo la noche nos quedamos quietos colgando péndulos indefensos sujetos a la orden de los vientos con irrefrenables deseos de saltar y escabullirnos desaparecernos asidos a la espuma o al hilo de un volantín extraviado.” XII “¿A qué se viene sino a confirmar que la existencia es un duelo entre la vida y la muerte con un solo vencedor? la leve constancia de lo absoluto 16 la definitiva perversidad de ese conocimiento incrustado como un diamante en una joya invaluable que no puedes tocar ni comprar está fuera de tu alcance cambiar el destino de las cosas así la maldición de los pasos contados de las horas respiradas de una lengua húmeda y un sistema perfecto en función al toque final la campana detendrá su devaneo y la música será historia.” (Cecilia Palma, Vuelvo de Siberia esta tarde, páginas 18 y 25)


EL PERRO QUE COMÍA SILENCIO

El perro que comía silencio Isabel Mellado Editorial Páginas de Espuma, Madrid 2011, 126 páginas. 17

La autora, Isabel Mellado, es una ciudadana chilena becada para estudiar con el Concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Actualmente comparte su espacio vital entre Granada y otras ciudades europeas en cuyas orquestas actúa con frecuencia como violinista.. En su debut como narradora en solitario, los pentagramas, filigranas y arpegios musicales dejan su impronta en la trama de algunos de sus relatos breves y quizás también en las melodías formales, especialmente en las numerosas sinestesias que convierten su estilo en una constante armonía, no exenta, sin embargo, de solos y de solistas que nos tramiten el placer de la lengua. Porque también en prosa es dado hacer arte con las palabras. Isabel Mellado articula su opera prima, esta antología de textos de recompensa inmediata, en tres partes: ”Mi primera muerte”, “La música y el resto” y “Huesos”. Las dos primeras se nutren de prosas en las que la autora deja constancia de sus sueños, su especial relación con la realidad y las querencias de su profesión como música.


Los quince relatos de la primera secuencia están transitados por un cierto animismo: los objetos y los animales hunden sus raíces en una esencia semejante a la nuestra. Así el cuento que le sirve de rótulo al libro: el perro bautizado como Croqueta, pero al que todo el mundo llama chucho, que reflexiona sobre el significado y veracidad de los silencios humanos. No olvidemos que sus silencios preferidos son los de los huesos y los de los enamorados, que huelen a bistec y a anhelos, mientras que los de los cónyuges son turbios y estrechos. “Carne de espejo” es la historia de amor entre el protagonista y su espejo, al que trata como su alter ego, como un ser humano. A veces, más que reflejarle, se vacía en él, se hunde en su carne, lo siente, lo suplanta. En “Cuatro horas al cubo” la escritora reflexiona sobre los cambios de identidad en función de los acompañantes y de los trenes que se toman. Y es que cuatro horas al cubo dan para ser algo y su contrario, en una terapia, como si mudásemos de piel. En “Eternidad 77 x 53” nos compadecemos de una Gioconda vencida por el cansancio de tantos siglos de soledad, “Mona solita como la una”. Tan derrotada está, que ha aprendido a dormir con los ojos abiertos. Paradigma, pues esta Gioconda, de la absoluta soledad, a pesar de tantos visitantes y admiradores, algunos incluso celosos y posesivos. Destaco, por último en esta primera parte los relatos “Me enamoré de un pez” y “Ombligo o(m)bligar”. El primero nos enfrenta con una prosa surrealista que radiografía ciertas historias de amor y de sexo: sin darte cuenta, te acuestas con alguien resbaladizo como un pez. Al final, comprendes que no queda nada, solo una historia de sábanas y de escamas. El segundo es un “divertimento” sobre los ombligos. Lavar el ombligo produce vértigo, ya que es como enjabonar el origen. Múltiples son sus anatomías: pentatónicos, herméticos, quijotescos, en los que, al escarbar, no solo se halla hollín, sino también viejas corcheas, minutos que se creían perdidos, lágrimas fosilizadas. 18

En los relatos de la segunda parte, aflora la pluma eminentemente musical de Isabel Mellado. Son todos ellos protagonizados por músicos, instrumentos o notas musicales. Un brevísimo esbozo de dos de ellos, muestra su peculiar aire de familia. En “La nota larga”, Isabel Mellado nos permite conocer al violinista que ha perdido a su esposa y toca sin parar – la nota larga -, como si pretendiese enseñarle piedad a Dios. “El concierto (La otra historia)” nos acerca a la experiencia sentida, sufrida y gozada de los músicos de una orquesta, antes y después del concierto. Sus horas previas preñadas de miedo, de rituales (“nada de café, ni de sexo, eso si, la patita del conejo en el bolsillo”). Después, el tránsito del miedo al gozo catártico, al concluir la sinfonía. El libro se completa con una tercera parte, prescindible a mi juicio, compuesta por una constelación de frases cortas, catalogables entre el aforismo, la greguería y el haikus. Algunas ingeniosas (“El que ríe último, ríe solo”). Otras que en mi non han sido capaces de dejar la huella de ninguna emoción. En una valoración del conjunto de esta narrativa breve de Isabel Mellado, yo diría, ante todo, que no estamos ante relatos excesivamente narrativos. Lo más importante en la mayoría de estas prosas no es la carga diegética, el mundo ficticio que constituye la historia narrada. Tampoco la condensación. Isabel Mellado apenas acepta el reto del microcuento, del hiperbreve. Encerrar estructuras narrativas completas en muy pocas palabras. Su acento personal, con el que pretende conseguir del lector el efecto perseguido, lo esconde bajo el manto de la invención, de su hacer literario entre lo melifluo y lo melancólico y en el que las referencias musicales y los hallazgos formales (metáforas, sinestesias, comparaciones insólitas) construyen un juego poético que nos produce asombro, una lágrima o una sonrisa.


"JULIO CORTÁZAR Y CRIS", LA MUTUA FASCINACIÓN

Julio Cortázar y Cris Cristina Peri Rossi Ediciones Cálamo, Palencia, 2014, 126 páginas. (En recuerdo de Julio Cortázar que hace cien años, el 26 de agosto de 1914, inicio su vida física.)

Lo primero que Cristina Peri Rossi nos dice en esta crónica de su irrepetible e imposible amistad amorosa con Julio Cortázar es que no fue a su entierro. Se negó a compartir la dudosa complicidad de los supervivientes, los precariamente vivos. Y lo segundo es una revelación que contradice lo que habitualmente se cree: Julio Cortázar no murió de cáncer, sino de una enfermedad en aquel entonces todavía no diagnosticada, sin nombre específico, conocida únicamente como “pérdida de defensas inmunológicas”, que ya se había llevado a la tumba a Carol Dunlop, la segunda esposa del escritor. Enfermedad que Julio Cortázar contrajo debido a una masiva transfusión de sangre contaminada de sida, recibida a raíz de una hemorragia estomacal. Este libro, no escrito precisamente en los meses anteriores a su publicación, sino casi todo él en el año 2000, es la contribución de Ediciones Cálamo y de la escritora nacida en Montevideo en 1941 al “año Cortázar” (centenario de su nacimiento, treinta años de su muerte). Cristina Peri Rossi conoció a Cortázar en la última década de la vida del escritor argentino. Tras el encuentro, vivieron una relación intensa, repleta de connivencias y complicidades, literatura, seduc-

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ción y de un amor imposible dada la identidad sexual de la joven uruguaya que excluía no solo a Cortázar sino a todos los hombres. No obstante, eso no se interpondría entre ambos, en la profunda amistad que cultivaron, fruto de la cual es la mejor poesía que escribió el Gran Cronopio, los Quince poemas de amor a Cris, escritos y enviados de forma privada a Cristina Peri Rossi y que aparecieron reunidos y editados póstumamente en Salvo el crepúsculo. En esa íntima y profunda amistad, cómplice y complicada, ahonda Cristina Peri Rossi en esta crónica confesional y sentimental; un relato ameno y emotivo, rebosante de situaciones, diálogos, anécdotas que revelan la auténtica cara de Julio Cortázar en la intimidad, y que, según la escritora, no se diferenciaba demasiado de la de su figura pública como escritor, ya que en Cortázar vida y escritura se fusionan y se retroalimentan mutuamente. Visión sobre todo cercana del Cortázar más cotidiano, la persona de carne y hueso alejada del mito literario. El texto de Cristina Peri Rossi revela, como he dicho, esa íntima e intensa relación: desde el encuentro epistolar (fue Cortázar el que descubre a Cristina a través de la lectura de la primera novela de la uruguaya, El libro de los primos, y a raíz de ese hallazgo le escribe una carta que ésta recibe en el exilio barcelonés), el encuentro físico en la gare Austerliz de París, la común afición por los dinosaurios, la fascinación por los caleidoscopios. Las “provincias” no compartidas, como el gusto de Cortázar por el boxeo. Otras en las que eran plenamente afines, como el amor por la poesía, por Barcelona, el común rechazo de la homofobia del castrismo cubano y de la triunfante revolución sandinista en la persona de su ministro de Interior, Tomás Borge. El amor de Cortázar hacia otra persona, Carol Dunlop, la fraternidad que nace de inmediato entre ambas mujeres. Cris convertida en la musa de los poemas que Cortázar le envía por carta en 1977. 20

En la segunda parte de la publicación, la autora nos revela la trayectoria editorial de los Poemas de amor a Cris y nos permite leer algunos de los textos por ella escritos sobre Cortázar y publicados después de la muerte física de éste. Fiel retrato pues del Cortázar íntimo y de la propia Cristina; reflejo de una amistad que pervive más allá de la muerte física del argentino. También de la mutua fascinación. Lectura agradable, un texto que tira del lector y es a la vez un excelente medio de acercarse o de recuperar al Gran Cronopio que tal día como hoy cumple cien años y que “como escritor de ruptura, eternamente joven, persiste en la memoria” (página 122).

Fragmentos “Cuántas veces, caminando por Barcelona, por Paseo de Gracia o por la Gran Vía, algún lector, alguna lectora, lo reconocían y se acercaban, emocionados a saludarlo. Julio tenía una admirable cortesía perfectamente distanciadota («¿Dónde aprendiste vos esa politesse tan medida? ¿La traías puesta de Buenos Aires o es una adquisición francesa?», le preguntaba yo.) Siempre admiré esa sabia distancia justa que conseguía de manera espontánea. (Años después de su muerte, Julio, yo escribí un poema que empieza así: «En el amor y en el boxeo / todo es cuestión de distancia». Solo entonces me di cuenta de que la distancia justa no la habías aprendido ni en Buenos Aires ni en París, sino en el ring, de los boxeadores admirados.” ….. “Ambos amábamos la poesía. Julio, siempre quiso ser poeta, aunque era muy severo con sus poemas. Por suerte -me escribió una vez- tengo una idea muy clara del lugar que ocupa mi canasto de papeles, y solo acepto los poemas que escribo muy pocas cosas, cada vez menos.» En 1979, me hizo un regalo muy íntimo: me envió una cinta con los poemas de mi libro Lingüística general leídos por él. Me causó una emoción tan honda que hasta el día de hoy no he permitido que casi nadie los oyera. Cuando estoy o muy nostálgica, sin embargo,


coloco la cinta en la grabadora y su voz melancólica, pausada, con las erres inconfundibles, me instala en la eternidad sin tiempo de la memoria, allí donde Bergson («leí a Bergson cuando era muy joven y su concepción del tiempo me impresionó mucho») instaló los sentimientos. Desde entonces pienso que tendríamos que conservar la voz de nuestros seres queridos como conservamos las fotografías o los objetos fetiches. Pero mientras la fotografía es plana, la voz guarda, siempre, el aliento de la vida, nos devuelve mucho más entera a la persona añorada.” ….. “Somos los últimos románticos, te dije un día, y vos que te creías surrealista, asentiste con picardía. En una época que todo lo consume (asesinatos, violaciones, terremotos, diásporas, campeonatos, celuloide, mucho celuloide) resistimos como Noé en su barca. Cuando escribí aquel verso («En toda generación hubo un diluvio») me dijiste que los cronopios siempre sobrevivían, aferrados a un mástil en forma de poema, aferrados al ambivalente goce de escribir, amar y, especialmente, sonreír. «Tenemos un ángel de guarda», dijiste, y yo te contesté: «De la guardia». (Cristina Peri Rossi, Julio Cortázar y Cris, páginas 33-34, 45, 100)

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"¿HAY VIDA EN LA TIERRA?", LOS ARTICUENTOS DE JUAN VILLORO

¿Hay vida en la tierra? Juan Villoro Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona, 2014, 369 páginas 22

Cien historias, cien pequeñas historias, reunidas en un volumen, una novedad de Anagrama de este mes de octubre. Almadía lo editó para México hace meses. Rotuladas con el título de una de ellas, “¿Hay vida en la tierra?”. Un verdadero observatorio de lo cotidiano como se ha escrito (Yanet Aguilar Sosa); embrión, algunas de estas historias, de lo que serán las grandes novelas de Juan Villoro, El testigo, El disparo de Argón, Arrecife o su obra teatral Filosofía de vida. Historias que tematizan asuntos y situaciones de la vida cotidiana: “No he querido construir cuentos, sino buscarlos en al vida que pasa como un rumor de fondo, un sobrante de la experiencia que no siempre se advierte”, escribe Villoro en la presentación. Amalgama de realidad y ficción, que empezó a tener vida en columnas periodísticas de medios mexicanos y que cubren el período que se extiende de 1995 hasta la fecha en la que se convirtieron en borradores de este volumen. De ahí, lo apropiado del calificativo “articuentos” con el de Villoro define esta amplia colectánea de historias. “Articuentos” de tentaciones, porque, en la senda de los grandes hacedores de tentaciones artísti-


cas -entre ellos el gallego Álvaro Cunqueiro-, Juan Villoro es del parecer de que en estos tiempos de comida rápida o congelada, también los caprichos, las debilidades son necesarios. Cien relatos pues de la vida real que resucitan el costumbrismo cuando ya se le daba por fenecido y hace muchos años que la literatura renegó del mismo. Historias que poseen además el valor añadido de ser, muchas de ellas, un escaparate de la mexicanidad -la narrativa de Villoro es obsesivamente mexicana-, cuando ésta se escribe con minúsculas y se nutre de pequeñas anécdotas del vivir cotidiano, tal como aparecen incluso en sus novelas de mayor calado, El testigo, pongo por caso. Historias, costumbres, prácticas cotidianas, anécdotas que en buena medida son portavoces de esa mexicanidad de a diario: el mexicano prefiere ser turista que emigrante; la esmerada cortesía dialogal que los mexicanos sostienen con personas que no volveremos a ver; a los mexicanos no solo les cuesta más trabajo llegar a la democracia sino a todos los lugares; la astenia incidental, hoy una plaga mexicana; como ser golfo sin efectos secundarios en las privilegiadas condiciones del altiplano; en México, el ponche el mejor sistema de calefacción; un cuchillo enterrado al pié de un árbol, método mexicano para detener el cambio climático; la falta de colmillos de los mexicanos sonrientes; la comida, medio privilegiado de comunicación de los mexicanos. En fin, la maltratada y ajada vestimenta de los habitantes de México D.F. que buscan remedio en la cultura. No cabe duda de que la idiosincrasia diaria del mexicano sostendría sobradamente cien o más historias. Pero Villoro también sabe abrir fronteras y observar en el exterior. Por eso otras de sus historias se dispersan por distintos territorios: Kenzanburo Oé y su idea del altar, la tos, identidad de la Alemania unificada; la magia del primer alunizaje en feliz o desafortunada coincidencia con el enamoramiento de dos gemelas; la refutación de la existencia de Dios según César Aira, o la atractiva vida paralela, el “avatar” que nos brinda Second Life, representación de la fuga psicológica perfecta. 23 Villoro no eleva todo este anecdotario a categoría, pero lo aprovecha para tejer, con la prosa precisa que caracteriza su escritura, historias muchas veces minúsculas, con recursos frecuentes a los malentendidos, a las paranoias de nuestros días, que nos atraen porque no se salen de la cotidianeidad y están escritas con humor socarrón, mas tan sutil que apenas se nota. El origen articulista de estas historias, “articuentos”, las aleja de los momentos y pautas canónicas de un cuento o narración breve (introducción -desarrollo-desenlace). Son relatos planos, crónica de la realidad, retratos del presente, y no demandan suspense ni desenlaces sorpresivos. En vez de eso, Villoro le regala al lector historias cargadas de ingenio y de humor, mirada a ciudades en las que descubre lo extraordinario y lo habitual. Ingeniosas reflexiones en la que, por lo general Villoro deja que sea el lector quien extraiga las conclusiones, como en el caso de esa vida espectral o digital, en cualquier caso fantasmagórica, que hoy está sustituyendo a la vida real. El autor plantea la historia y nos ofrece el material para que nos demos comprendamos dónde está la auténtica vida, la verdadera realidad. Así pues, un amplio catálogo de historias. La lectura de cualquiera de ellas nos tienta a leer la siguiente. Un libro hedonista, periodismo/narrativa de tentación. Un buen manjar literario que tiene la ventaja de huir de asuntos transcendentales, sustentado en lo cotidiano, y al que el tamiz literario por el que Villoro lo hace pasar, lo convierte en interesante. En definitiva, historias que por ser tan cotidianas, definen nuestra manera de estar en el mundo, más bien poco heroica y carente de suspense. Villoro, es verdad, construye una historia de cualquier situación, por trivial que sea. Y eso no está al alcance de cualquiera. Pequeños textos, engranes minúsculos del vivir diario que, si bien no admiten comparación con sus novelas como El testigo, El disparo de Argón o Arrecife, constituyen un ingenioso y placentero plato literario, porque a veces las apariencias engañan y lo ordinario puede estar preñado de encantos.


Fragmentos “En México el mejor sistema de calefacción es el ponche. Nuestros hogares son tan gélidos que si uno abre la puerta, se enfría la calle. Por alguna razón la arquitectura «típica» fue planeada para los soles de una tórrida Arabia. Las casas estilo «colonial mexicano» tienen ventanucos de convento y pisos de piedra sacrificial. Aunque suele haber chimenea, casi nunca hay leña. En lo que toca a las viviendas comunes (que el optimismo llama «de interés social») sólo se puede decir que sus pasillos redefinen la palabra «chiflón»: el aire convierte las paredes en una caja de resonancia para los conciertos del dios Eolo. Si se descuentan las costas y el norte del país, donde la sensatez ha repartido chamarras, la mayoría de los mexicanos padecemos más frío que los esquimales. Esto se debe a que vivimos según la hipótesis de que también en el altiplano somos tropicales. Abrigarse no sólo parece innecesario sino de mal gusto. Cuando alguien llega con abrigo a la fiesta le preguntan con sorna: «¿Dónde fue la nevada?» Aunque a todo el mundo le salga vaho de la boca, la etiqueta nacional exige ponerse dos camisas antes que usar ropa de invierno.” ….. “Hemos usado tanto la amabilidad que ya la gastamos. La cortesía se fue de nuestras calles, para refugiarse en las películas mexicanas de los años cuarenta. 24 Escribo estas líneas desde la ciudad de México, conocido bastión del catastrofismo. Sé que en provincias se conservan hábitos ajenos a la prisa y la neurosis, pero también ahí he advertido el deterioro: la gentileza atraviesa una crisis nacional. ¿Qué tan grave es esto? Es obvio que un patán puede ser feliz. La cordialidad no garantiza el bienestar ni pertenece a los recursos más importantes de un país. Sin embargo, la forma en que nos saludamos describe la realidad que compartimos. Cuando yo era niño, un caballero era una persona de urbanidad dramática, capaz de dirigirse a su vecina en estos términos: «¡A sus pies, señora!» Un inútil sentido de la discreción impedía hacer preguntas directas. Como el estado habitual de la infancia es la confusión, nos hubiera encantado decir «¿qué?» a cada rato. Pero eso era grosero. Había que decir «¿mande?», como peones de hacienda.” ….. “Aunque no parecen muy atentos, los hombres reiteran su presencia. Escuchan con aire errático del que está ahí porque afuera hace más frío o absortos en incendios que tal vez son interiores. Los de México, Distrito Federal, visten las ropas maltratadas que suelen distinguir a quienes buscan fervoroso remedio en la cultura. Rompevientos desgastados, pantalones luidos, zapatones con cuarteadoras. Llenan arrugadas bolsas de plástico a modo de portafolios; prefieren los lápices a las plumas, no tiene reloj, usan boinas raras, hechas de un casimir que hace medio siglo fue un chaleco. Aunque normalmente son de una limpieza escrupulosa, a veces muestran lastimaduras, una uña negra y rota, una rajada en la mejilla, un manchón de Merthiolate en la frente. Cuando el autor, acostumbrado a su presencia sigilosa, se acerca a saludarlos, hablan con respeto evocador de otros tiempos: «Gusto en verlo, maestro.» (Juan Villoro, ¿Hay vida en la tierra?, páginas 61, 140, 368


"LA EXPERIENCIA DRAMÁTICA": ENTRE LA REALIDAD Y LA REPRESENTACIÓN

La experiencia dramática Sergio Chejfec Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2013, 171 páginas. 25

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) está considerado como uno de los pocos novelistas filósofos. En las páginas de sus novelas (o artefactos literarios) hay una ruptura de géneros y en ellos conviven la ficción, el ensayo, los viajes, el deambular, diálogos escenificados e incluso el análisis de obras de arte. Artefactos de pensamiento narrado como las ha calificado Enrique Vila-Matas. Porque la sola ficción, confiesa el escritor, no basta para entender los misterios del alma. Es la singularísima forma de entender la literatura, que fue para Chejfec un verdadero acto de voluntad porque, de origen familiar polaco y judío, el yiddish fue en su niñez una lengua fantasma, un muro que le impedía comunicarse con sus hermanos. Pero apostó por ser escritor y poder expresar mediante un idioma que no traicionara sus orígenes, lo que deseaba exponer. Y hoy en día se ha convertido en uno de los escritores más originales de las letras latinoamericanas, porque su novelística, intrigante y sólida, refleja lo que le interesa al autor: no cómo ocurren las cosas, sino cómo se describen. Por eso mismo Sergio Chejfec se plantea la creación como el desafío de proponer una suerte de


convivencia entre la determinación y la indeterminación, ya que es en esa frontera, mantiene el escritor, donde se produce la ficción, tentativa y cavilante que a él le gusta desarrollar. De ahí que sus novelas sean textos reflexivos con inclinación hacia el género ensayístico. La experiencia dramática se sustenta sobre una historia minimalista: Rose y Félix, “navegantes de la soledad”, se dan cita al menos una vez por semana en un bar de una ciudad cuyo nombre se nos oculta, para conversar y pasear en interminables caminatas urbanas. Y tal como refleja la contraportada, ambos “tienen la extraña sensación de haber dicho más de lo que esperaban y menos de lo que querían decir” que se insinúa, tras los pliegues del presente y de las experiencias pasadas, en la siguiente pregunta: ¿Actuar la vida es la única forma de vivirla? ¿Es ésta menos verdadera cuando se la representa? La historia acontece al compás del deambular de los protagonistas, con fijación en los espacios que recorren, puesto que con sus recorridos se desplazan también sus pensamientos, sus reflexiones, condenadas a ser parciales. Son por lo tanto muchas veces silencios significativos. Un caminar pues que tiene lugar siguiendo las coordenadas del pensar y viceversa y que nos permite descubrir la psicología dramatizada de estos dos seres que conscientemente actúan como personajes que se interpelan conscientemente a sí mismos. Caminan como una forma de instalarse en el mundo: Félix, extranjero dentro de su propia ciudad; Rose, la nativa, que se mueve de forma natural por las calles y barrios. La novela coloca además en el primer plano el interrogante de si la representación es una forma de estar en el mundo. Pero, aunque los paseos de los protagonistas constituyan todo el material narrativo, el asunto principal es una propuesta que el profesor de teatro de Rose lanzó a sus alumnos: cada uno de ellos debe elegir y escenificar la experiencia más dramática de su vida. Rose vacila, no sabe cuál. Y a partir de 26 aquí, Sergio Chejfec envuelve a los lectores en una atmósfera de gran intensidad que va dando lugar a un encadenamiento de enigmas y vacilaciones sobre lo efectivamente ocurrido en el pasado que adquiere una gran importancia en esta novela, y del que solo quedan recuerdos desdibujados. Más si algo se cuestiona en La experiencia dramática es el estatuto de verdad de la representación: ¿algo es menos verdadero por el hecho de ser representado? Pregunta a la que el escritor responde negativamente, ejemplificando la respuesta con el texto inicial de los mapas virtuales (“Google Maps”): los edificios, esquinas, semáforos, veredas, árboles y luminarias tienen como principal cometido ser ejemplo de aquello que de todos modos los mapas dan por sentado; o sea, como si los objetos físicos no fueran más que una réplica espacial medio adormecida de aquello señalado por los mapas (página 10). Confusas y desvanecidas fronteras, pues, entre lo real y la representación, auspiciadas y promovidas por los nuevos desarrollos tecnológicos que alteran constantemente nuestra forma de percibir el mundo. Estética minimalista: ni el argumento ni la acción son decisivos. Los personajes, más que seres reales, representan ideas proyectadas en un anónimo espacio urbano, que funciona a la vez como escenario y alegoría de lo que el autor da cuenta en un texto continuo y con una prosa tan precisa como elegante.

Fragmentos “No hace mucho, un párroco quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia, ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente “Google Maps”). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa. Y así, como todos los presentes en ese momento podían imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la representación visual y sus dis-


tintas modalidades (mapa, relieve, tránsito, etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para Google Maps. El párroco dibujó con la mano un gesto de advertencia, o aclaración, y siguió diciendo que ello no significaba que los mapas digitales fueran equivalentes a Dios, sino que eran un ejemplo del, como dijo, funcionamiento divino de Dios. En ese momento se hizo nítido un murmullo, como si los asistentes repitieran para sí las últimas palabras del cura. Después, al igual que siempre, al término de la misa se formaron grupos en el pequeño atrio; y entre quienes conversaban algunos de cuando en cuando dirigían la vista hacia el cielo como si temieran lluvia. Esta anécdota ha quedado grabada en la memoria de Félix, la recuerda en cualquier circunstancia y cuando menos lo espera. En realidad son muy pocas las veces en las que piensa en Dios, y raramente en los términos usados por el párroco. En cambio sí piensa con frecuencia en los mapas digitales, en miradas superiores y en acciones levemente trascendentales. Concibe los mapas en línea como aparatos escénicos de vigilia continua, dentro de los cuales se siente incluido más allá de lo que haga o dónde esté en determinado momento; y por la combinación que encarnan entre observación insomne y fatal permanencia, se han convertido en un modelo de funcionamiento de la realidad diaria que le resulta muy inspirador. No piensa que desde la aparición de los mapas digitales su vida haya mejorado o sea menos indistinta, ni siquiera diferente, pero sí advierte que sus desplazamientos en general se han transformado en algo verificable por partida doble, como si en algún momento hubiese empezado a sembrar un rastro o halo electrónico y ahora tuviera a la mano una forma de 27 asistir a lo que antes hacía pero no podía ver con sus propios ojos.” ….. “A veces se internan en calles por las que nadie camina: un barrio de grandes galpones tipo industrial hace tiempo olvidados que muy de cuando en cuando recibe la visita de un auto. Son edificios gigantes y silenciosos, algunos con los ventanales rotos, gracias a los cuales aves de la ciudad y del extrarradio consiguen refugio. Los pocos vehículos que aparecen se mueven despacio, como si no llegaran a encontrar el punto de destino frente a la desesperante repetición de perspectivas y fachadas. En esta ocasión Rose teme que terminen llegan do a ese barrio. Sabe que la zona es una de las preferidas de Félix, y más de una vez ella ha dirigido los pasos de ambos, sin que él lo advierta, a través de calles que en cierto momento y sorpresivamente derivan en el lugar, provocando en Félix una reacción de sorpresa, obvio, y también de alegría, similar, piensa Rose, a los gestos de los niños inesperadamente recompensados. En gran parte debido a estas felices sorpresas es que Félix ha preferido desde un principio dejar los recorridos en manos de Rose. No sólo porque están en la ciudad de ella, sino porque le gusta someterse a su iniciativa y adoptar una actitud de pasividad, es una especie de gratitud sobreen-tendida y en ocasiones anticipatoria de los premios que ella le depara. Pero ahora es distinto. En el barrio de los galpones Rose sentirá más frío, aparte llegarán ahí cuando haya anochecido. La belleza del lugar, ya de por sí incierta y hasta equívoca, se habrá entonces replegado; en medio de la oscuridad nocturna podrán verse los reflejos medio inertes de luces esporádicas, muchas de ellas exhibiendo un extraño movimiento de sombras tras las zonas de estribaciones urbanizadas, dibujando con sus titilaciones nuevos pozos de oscuridad. Y es precisamente este paisaje de desolación embellecida, unido al frío, el motivo de su resistencia, sencillamente porque no siempre tiene ganas de hacer un esfuerzo y descubrir lo bello en lo estropeado, o lo sugestivo en la devastación y el abandono.” (Sergio Chejfec, La experiencia dramática, páginas 7-8, 133-135)


MENSAJES DE AMOR INTRANSITIVO

Querido Diego, te abraza Quiela Elena Poniatowska Editorial Impedimenta, Madrid, 2014, 96 páginas 28

La escritora mexicana Elena Poniatowska, que ha logrado los más importantes premio de las literaturas latinoamericanas (el Alfaguara de Novela, el Rómulo Gallego, el Premio Biblioteca Breve, entre otros muchos), y también el Premio Cervantes 2013, acostumbra tejer sus relatos o novelas a partir de hechos y circunstancias reales, de los que extrae los temas para sus fabulaciones. En efecto, la hija de una mexicana y de un polaco ha dado voz en las páginas de sus obras a los sin voz de su país. Tal es el caso de Josefina Bórquez, en la ficción Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), una lavandera y medium que participa en la revolución mexicana y le permitió a la escritora conocer la verdadera pobreza del México real. Pero la periodista, dramaturga y narradora también le ha prestado su voz a otras mujeres no mexicanas a las que admira. Una de esas mujeres fue Angelina Petrova Belova, más conocida como Angelina Beloff, exiliada rusa en Francia, pintora y pareja sentimental durante diez años del muralista mexicano Diego Rivera. En la existencia del pintor, Angelina Beloff ocupó siempre un espacio minúsculo. Ella, no obstante,


fu su primera mujer y con ella tuvo Diego Rivera un hijo en 1916 que fallecería un años después. Su vida al lado del artista, y especialmente después del regreso de éste a su país, fue muy amarga y dolorosa en aquel París, helado, gris y pobre de posguerra. El mismo Diego llega a confesar: “Angelina me dio todo lo que una mujer le puede brindar a un hombre. Al contrario, ella de mi recibió toda la miseria que un hombre le puede infligir a una mujer”. Diego Rivera marcha de París en 1921 y Angelina comienza a escribirle cartas que nunca obtendrán respuesta. Elena Poniatowska recrea el ficticio epistolario que tiene su origen en Angelina. Un epistolario basado no obstante en restos de escritura histórica de la propia Angelina Beloff. La dimensión temporal de la comunicación, si así se puede llamar, se extiende desde el 19 de octubre de 1921 hasta el 22 de julio de 1922. Diez meses sin tener noticias de Diego. Ni una sola línea. Solamente remesas de dinero. Intercambio de palabras de amor por monedas, hecho que contradice la simetría de los sujetos emisor y receptor. En la única carta no apócrifa, la que escribe Angelina el 22 de julio y tomada por Poniatowska de la biografía que del muralista mexicano escribió B. Wolfe, la pintora rusa le dice que preferiría una sola línea al dinero, pero sobre todo preferiría su amor. Se trata pues de un caso patente de amor no correspondido, de amor intransitivo. Quiela se encuentra alojada en la más absoluta carencia: del hijo, del calor, del dinero, de su amante. Su voz melancólica se convierte en la escritura de Elena Poniatowska en una parodia del sufrimiento resignado a través de la pasividad. E incluso llega rendirle un culto poco menos que fetichista a los pinceles del pintor (“…querido Diego, tus pinceles se yerguen en el vaso, muy limpios como a ti te gusta. Atesoro hasta el más mínimo papel en el que has trazado una línea”, página 9). A lo largo de la correspondencia recreada en forma de ficción, las sacudidas amorosas muestran un 29 carácter cambiante. Existe, sin embargo un denominador común que atraviesa estas cartas: el recuerdo nostálgico y doliente y la imagen idealizada del amante ausente, del que nunca recibe respuestas, pero al que incluso le pide permiso y perdón por haberlo substituido por la pintura, por crear un espacio propio que ocupe el del otro. Desde las primeras líneas, Quiela se muestra como una mujer alienada; ocupa el lugar de la no-existencia frente a la evocación de la figura gigantesca de Rivera que alimenta la sociedad patriarcal mexicana. Diego Rivera encarna el modelo del artista revolucionario, el macho mestizo de desbordante sexualidad, que exige mujeres “mexicanas” de perfiles exóticos (Frida Kahlo, Lupe Marín). Frente a ellas la “dulce” y “desfallecida” Angelina es la extranjera, vinculada además a un período gris de la pintura de Rivera en la “obscura” y bárbara Europa. Así pues, en la recreación de su personalidad, asentada en la biografía del personaje histórico, Quiela, la lánguida mujer azul, tal como la pintó Rivera, se identifica con los trazos atribuidos al perpetuo estereotipo femenino: sumisión, dulzura, dependencia, impotencia, melancolía, bondad, entrega absoluta. No es de extrañar por lo tanto que el libro haya sido atacado por la crítica feminista. El desenlace de esta novela-epistolario fragmentaria es ciertamente cruel. Sabemos, gracias a la Nota final, que Angelina viajó a la tierra que tanto anhelaba. Mas allí no buscó al muralista, y cuando se cruzó con él en un teatro, Diego Rivera pasó a su lado sin reconocerla. El amor incomprendido aguijonearía los últimos días de la pintora. Su dolor obsesivo, su melancolía, sus nostalgias fueron recreadas con mano maestra y un estilo de gran calidad poética, huyendo no obstante del lirismo gratuito, por una de las principales escritoras mexicanas en esta ficción que demanda ser leída como verdad. La fuerza emocional del libro y la calidad de la prosa que encierra, han hecho que Impedimenta haya puesto en las librerías ya la cuarta edición de un libro publicado en enero de este año, parco en páginas pero no en altísima literatura.


Fragmentos 19 DE OCTUBRE DE 1921 “En el estudio todo ha quedado igual, querido Diego, tus pinceles se yerguen en el vaso, muy limpios, como a ti te gusta. Atesoro hasta el más mínimo papel en que has trazado una línea. En la mañana, como si estuvieras presente, me siento a preparar las ilustraciones para Floreal. He abandonado las formas geométricas y me encuentro bien haciendo paisajes un tanto dolientes y grises, borrosos y solitarios. Siento que también yo podría borrarme con facilidad. Cuando se publique te enviaré la revista. Veo a tus amigos, sobre todo a Élie Faure que lamenta tu silencio. Te extraña, dice que París sin ti está vacío. Si él dice eso, imagínate lo que diré yo. Mi español avanza a pasos agigantados y para que lo compruebes adjunto esta fotografía en la que escribí especialmente para ti: «Tu mujer te manda muchos besos con esta, querido Diego. Recibe esta fotografía hasta que nos veamos. No salió muy bien, pero en ella y en la anterior tendrás algo de mí. Sé fuerte como lo has sido y perdona la debilidad de tu mujer». Te besa una vez más Quiela" ….. 7 DE NOVIEMBRE DE 1921 30

“Dos semanas más tarde, cuando María Zeting me entregó a Dieguito, vi en sus ojos un relámpago de temor, todavía le cubrió la carita con una esquina de la cobija y lo puso en mis brazos precipitadamente. «Me hubiera quedado con él unos días más, Angelina, es tan buen niño, tan bonito, pero imagino cuánto debe extrañarlo.» Tu dejaste tus pinceles al verme entrar y me ayudaste a acomodar el pequeño bulto en su cama. Te amo, Diego, ahora mismo siento un dolor casi insoportable en el pecho. En la calle así me ha sucedido, me golpea tu recuerdo y ya no puedo caminar y algo me duele tanto que tengo que recargarme contra la pared. El otro día un gendarme se acercó: «Madame, vous êtes malade?». Moví de un lado a otro la cabeza, iba a responderle que era el amor, ya lo ves, soy rusa, soy sentimental y soy mujer, pero pensé que mi acento me delataría y los funcionarios franceses no quieren a los extranjeros. Seguí adelante, todos los días sigo adelante, salgo de la cama y pienso que cada paso que doy me acerca a ti, que pronto pasarán los meses ¡ay, cuántos! De tu instalación, que dentro de poco enviarás por mi para que esté siempre a tu lado. Te cubre de besos tu Quiela” (Elena Poniatowska, Querido Diego, te abraza Quiela,páginas, 9-10, 14-15)


"LA INTERPRETACIÓN DE UN LIBRO": LA LITERATURA COMO FETICHE

La interpretación de un libro Juan José Becerra Editorial Candaya, Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2012, 124 páginas. 31

La interpretación de un libro es la primera novela que se publica en España del escritor argentino Juan José Becerra (Junín, Buenos Aires, 1965), ensayista, novelista y articulista. Edita la novela la catalana Editorial Candaya, uno de los pocos sellos editoriales que apuestan por escritores innovadores. Una novela donde una vez más la metaliteratura actúa como plataforma narrativa y nos deja percibir, y también apropiarnos de todos sus frutos, sin entorpecer el desarrollo de la historia, que en una escueta sinopsis se podría contar en dos líneas: un hombre conoce a una mujer y deciden ir a vivir juntos. Lo hacen y poco más tarde se separan. A primera vista, una cuotidiana y banal historia de amor entre dos seres humanos, pero resulta que en el fondo esa historia de amor es por los libros. Una obsesión amorosa, enfermiza, corrosiva, delirante proyectada en los libros. Por eso mismo, la novela de Juan José Becerra no solo es reiteración de ese discurso de la literatura dentro de la literatura -una matrioska literaria más-, sino un relato sobre el libro convertido en objeto de deseo, objeto fetiche.


El corazón de la trama nos presenta a un escritor, Mariano Mastandrea. Acaba de publicar una novela titulada Una eternidad. Pero su libro no termina en las manos lectoras, sino en pilas polvorientas de ejemplares acumulados en las mesas de saldo de las librerías de la Avenida Corrientes. El autor pasa los días sumergido en la contemplación de su fracaso: miles de ejemplares y ningún lector. Y en una obsesiva pesquisa: recorre la ciudad de Buenos Aires intentando descubrir a alguien que lea su libro. Y la pesquisa detectivesca un día da sus frutos. Mastandrea halla un día en el tren subterráneo bonaerense a una joven y bella mujer portando en sus manos un ejemplar de su libro. Es Camilla Pereyra, la “loca de los libros”, tal como la conocen los empleados del Jardín Botánico. El escritor sigue sus pasos y, sin otra presentación que la de ser el autor del libro que ella se dispone a leer, la aborda y la interroga sobre las razones de su elección lectora. Es el inicio de una relación entre ambos que terminan convertidos en pareja. Será, sin embargo, una relación amorosa muy peculiar: la del autor y el lector, porque, a lo largo de la novela, se amalgaman tanto los sentimientos que entre ellos surgen, como los que brotan del acto de crear convertido en un delirio, una suerte de religión marginal, como la define el escritor. Y también de la lectura cuando ésta es así mismo una compulsión enfermiza. La relación intempestiva entre el frustrado escritor y su única lectora. Pero así como La interpretación de un libro tiene un comienzo, tras el paso de los días tediosos y estáticos en el monoambiente de Mastandrea, también llega el final: el escritor que ya no escribe y la lectora que ya no lee, se rinden ante la distancia sentimental que los está separando, porque en realidad viven en mundos tan distantes e idealizados que jamás confluyen. Vegetan únicamente a expensas de sus sueños y estos solamente se entrecruzan en un breve período de tiempo. 32

Es reseñable en la novela de Juan José Becerra la sutura de ficción y realidad que se produce en la relación de ambos personajes: las personas físicas terminan convertidas en personajes de ficción. El escritor argentino crea así mismo una novela que él mismo define como omnívora: asimila cualquier cosa: el ensayo, un tratado de amor, una crítica de arte. Incluso una guía telefónica podría tragarse con la seguridad de que nada le va a ocurrir. La metaliteratura juega igualmente un papel importante: el hilo conductor de la fracasada historia de amor es la literatura, que en este libro actúa como un fetiche entre un escritor que en su monoambiente se convence de que su fracaso es el gran triunfo y una lectora loca que lee con el cuerpo. El autorrobo que Becerra hace de uno de sus libros, utilizando párrafos enteros de su novela larga Miles de años, tiende a reforzar ese talante metaliterario, ya que una novela empieza a tener vida en otra novela. Echa mano así mismo el escritor de elementos del lenguaje pictórico, por ejemplo los cuadros de Hopper que, desde la llegada de su lectora compulsiva, empiezan a decorar el interior del monoambiente. Cuadros que son la representación más plástica posible de mujeres entregadas al vicio de la lectura. En definitiva, una excelente reflexión sobre el desamparo amoroso condimentado con buenas dosis de literatura entendida como un talismán obsesivo.

Fragmentos “Pero por alguna razón el libro fue un fracaso. Las revistas de literatura no lo reseñaron, ni siquiera refirieron su existencia, y pronto terminó apilado en las mesas de saldo que Mastandrea controla, sin que surjan novedades, cada día, cada semana. En algún momento de su recorrido en tren, el novelista emerge del subsuelo y patrulla las librerías de oferta de la Avenida Corrientes con una modalidad similar a la que utiliza como pasajero del ramal D: de punta apunta, de ida y vuelta, del margen izquierdo y del derecho, y varias veces. Es un desplazamiento que obedece a la táctica del rastrillaje, un tipo de movimiento que comienza la exploración y la termina completamente pero que en su recorrido pierde los detalles más profundos que desea extraer, siempre borrado por el exceso de atención.” ….. “La emisión de Mariano Mastandrea, desde el punto de vista de Camila Pereyra, no es de


índole sexual sino literaria. El fluido se desprende de sus depósitos calefaccionados, viaja a gran velocidad por los tubos interiores –mangueras finas en el interior de mangueras gruesas- y se esparce en las amígdalas, la lengua, las encías, los dientes y el paladar de la lectora; y ésta, purificada por la bendición del arte verbal, ya no sólo piensa sino que experimenta la analogía. El líquido blanco entrando en el cuerpo oscuro es para Camila un trazo de tinta a mano alzada inscribiéndose en el papel que lo absorbe, lo conserva en forma de letra, de palabras, de frase y le da un sentido.” ….. “El distanciamiento del novelista y su lectora en el interior del departamento se ha hecho tan ancho y tan profundo que la vida cotidiana que han estado llevando gracias a coincidencias espontáneas y naturalizadas se ha convertido en dos líneas paralelas de hábitos basadas en un doble uso horario. Si Mastandrea duerme de noche, Camila lo hace de día, y así van rotando, turnándose en las salidas sin compartir ninguna, y omitiendo los encuentros básicos, aunque a veces, en los puntos de encastres de las líneas que arman la rueda del día, encastran ellos mismos de manera todavía apasionada y silenciosa.” (Juan José Becerra, La interpretación de un libro, páginas 19, 79, 106)

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"BAHÍA BLANCA": EL IDIOMA DE LAS OBSESIONES

Bahía Blanca Martín Kohan Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 276 páginas. 34

Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), estudioso y docente de Teoría Literaria, es como narrador no una promesa, sino una realidad consolidada, especialmente desde que en 2007 su novela Ciencias morales se hizo merecedora del Premio Herralde de Novela. Un narrador que se mueve como pez en el agua abordando uno de los grandes temas de literatura: los conflictos psicológicos, las relaciones anímicas a las que observa en sus obras desdoblándose y con la suficiente frialdad como para ser capaz de observar el panorama interior de sus criaturas, de sus héroes o antihéroes, especialmente aquellas pulsiones refrenadas que nos atormentan. Lo acomete con brillantez en esta novela compleja, pero al mismo tiempo muy rica en su elaboración, novela de amor, pero sobre todo de secretos y obsesiones. Para ello, Martín Kohan, partidario de la épica del abandono y solidario con los perdedores, ha elegido una ciudad: Bahía Blanca, en el sur de la provincia de Buenos Aires (un sur de cerca de setecientos kilómetros!), puerta de acceso a la Patagonia, una ciudad negativizada, paradigma de la ciudad maldita, hasta el punto de que sus habitantes, en un juego de iniciales y para no nombrarla, la llaman Brigitte Bardot. Atraído por la mi-


tología de una ciudad hasta tal extremo maldita, Martín Kohan sitúa la primera parte y el desenlace de su novela en Bahía Blanca, porque le interesaba, para levantar su edificio narrativo, todo aquello que se cobija bajo el principio de la negación, el lugar optimo para alguien que precisa olvidar, anular, negar. Ese alguien es Mario Novoa, un héroe/antihéroe en soledad como los personajes dostoievskianos en la visión de Georg Luckács, que viaja a Bahía Blanca con el aparente propósito de recoger datos sobre el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada. Deambula por la ciudad buscando evadirse, alejar sus obsesiones, anular la colección de sus fijaciones, que nos transcribe en un diario escrito en primera persona, en el que apunta sus desconcertantes e insubstanciales vivencias, pero en el que, sin embargo, no anota los oscuros secretos que configuran su neurótico drama interior. Hasta que la aparición, en un inesperado encuentro, de una figura del pasado, introduce la figura de Patricia, ex mujer de Mario, cuyo marido había sido brutalmente asesinado, meses atrás. La referencia, en la charla entre ambos, a este personaje como “el marido de tu mujer”, convence al protagonista de que poco importa que ella lo haya abandonado hace siete años: él la sigue amando y ella es su mujer. El secreto que el protagonista le confía al amigo recién encontrado, genera un giro de ciento ochenta grados en la narración. Martín Kohan nos introduce en una nueva historia: la historia de un perdedor que hace de sus obsesiones un verdadero personaje, especialmente en la última parte de la novela, donde cambian la rutinas de Mario Novoa, pero no así su obcecación, la fijación por una historia de amor/desamor escondido, no resuelto en su momento, que arrastrará al protagonista a una drama personal y a la pérdida definitiva del bien más preciado, cuya desaparición contempla sin pena ni gloria. 35 Para Martín Kohan Bahía Blanca es una novela de amor que aparece escondido, precisamente porque para el protagonista el amor es lo fundamental y no soporta que haya habido un tercero, al que justamente por eso se lo excluye. Como lector interpreto la novela como un deslizamiento entre un relato deamor fou y una inmensa y desmedida obsesión de que todo puede llegar a revertirse. Pero sea como fuere, Bahía Blanca es el triunfo de la narración, porque Martin Kohan, sin caer en los tópicos empalagosos de la queja tanguera, retrata en su escritura reiterativa el mundo de las obsesiones de forma muy notable. El registro que el protagonista hace de forma precisa de los mil detalles de la ciudad, en la que el principio de la negación lo rige todo, o en Buenos Aires, con su seguimiento de calles, es una optima arma narrativa para sumergirnos en la desgarradora obstinación de un perdedor que hasta el final no asume su derrota.

Fragmentos “-Viste, ¿no? -dice Ernesto. -No sé, ¿qué cosa? -yo. -Lo que pasó, ¿sabés? -Ernesto -No sé, depende -espero yo. -Que se murió, ¿no es cierto? Que lo mataron en un robo. Al marido de Patricia, digo. De tu mujer, quiero decir -dice-. Se murió, ¿sabías? Lo mataron en un robo. Ya sabías, ¿no? -Sabía, sí. (…) -Qué raro, ¿no? -consulto-. ¿No es raro? -Qué cosa, no se -se confunde Ernesto. -Esa manera de decir, como dijiste vos: «el marido de tu mujer». -¿Dije así? -O parecido. -No dije así.


-Es parecido. Pero está bien -lo calmo-; solamente suena raro. Porque parece una frase absurda, ¿no?, un contrasentido lógico: «el marido de tu mujer». ¿Quién podría ser el marido de mi mujer? Si es mi mujer, que es lo que dice la frase, ¿quién podría ser el marido? Tendría que ser yo, ¿no es cierto? En un sentido lógico, quiero decir, puramente lógico, ¿no tendría que ser yo?” ….. “Perfectamente, sí, ¿por qué no decirlo? ¿Por qué no decir, si es la verdad, que fue acá, en este auto, en este asiento, en este auto que ahora manejo, en este asiento que ahora ocupo, donde di muerte (dar muerte es dar algo también) al remoto Luciano Godoy? ¿No iba acaso sentado acá, desatento a lo que sucedía en torno? ¿No tenía una carterita repleta de dinero justo ahí, ahí donde ahora Patricia duerme y se deja llevar? ¿No pasé mi brazo y mi mano, y en mi mano un terrible cascote, por esa misma ventanilla que tengo ahora abierta apenas, tan sólo lo necesario para que el aire del habitáculo no se envicie (…)?” …..

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“Lo que digo, me parece con balbuceos, tiene este sentido aproximado: que podríamos intentar, por qué no, estar los dos juntos de nuevo (digo así: «estar los dos juntos de nuevo»). Patricia me responde, palabras más palabras menos, que a ella le parece que no. Le digo más o menos esto: que ya han pasado algunos años, que seguramente este tiempo nos ha servido para entender los errores cometidos, que podríamos perfectamente hacer el intento (digo así: «perfectamente»). Patricia me responde de nuevo, palabras más palabras menos, que a ella le parece que no. Le insisto aproximadamente así: que hemos crecido y madurado, que debemos haber comprendido sin dudas todo eso que hace años no comprendimos, que evitaríamos sin duda alguna cometer todos esos errores que hace años cometimos, que si volviésemos a intentarlo, porque ella está sola ahora y yo estoy solo también, nos saldría bien fuera de dudas, nos saldría perfectamente bien (digo así: «perfectamente bien») fuera de toda duda. Patricia replica más o menos esto: que no, que no quiere. Yo le digo más o menos esto otro: que por qué, que por qué. Patricia responde más o menos esto: que no, que no quiere, que no me quiere” (Martín Kohan, Bahía Blanca, páginas 129-131, 255, 266)


LA LITERATURA DE LOS HIJOS EN CHILE

Formas de volver a casa Alejandro Zambra Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 164 páginas. 37

Nacido en Santiago de Chile dos años después del golpe de estado de Pinochet, Alejandro Zambra pertenece a la generación de los hijos, la generación que vivió los años de la dictadura “escuchando” el silencio de los adultos. Como escritor, es uno de los narradores que, en el Chile actual, se interrogan sobre los miedos, la inocencia y la culpa y repasa la larga lista que da fe de lo que entonces, siendo niños, acontecía en el país andino. Un escritor pues que se viste con la ropa de los padres y se mira al espejo. Es su forma de recuperar, desde el presente, el pasado de los padres, de aquellos padres que sí participaron en política y se jugaron la vida y de aquellos otros que, por tibieza o por miedo, no participaron y, con ello apoyaron a la dictadura. Ya lo hizo enLa vida privada de los árboles (2007), en donde un personaje recobra su infancia, y lo hace de forma mucho más explícita y contundente en Formas de volver a casa, que Anagrama acaba de editar en España y en Latinoamérica. Formas de volver a casa es una novela enteramente chilena, lo cual no le priva de su correlato universal. Su traslación para el lector español o de cualquier otro país en el que las dictaduras se ha-


yan sostenido por el miedo, la pasividad o esa reiterada apoliticidad de tantos ciudadanos, es obvia e inmediata. Un libro, pues, sobre Chile y sobre la generación del escritor, a la que el mismo llama la “literatura de los hijos”, que entraron en la edad adulta creyendo que la novela, la historia, las responsabilidades eran de los padres y que ellos nada tenían que contar. Pero para Alejandro Zambra es imprescindible esa literatura de los hijos, una mirada que haga frente a las versiones oficiales por parte de aquellos que, como el narrador, aprendieron a leer o escribir mientras sus padres se hacían cómplices o se convertían en víctimas o victimarios de la dictadura de Pinochet. Una mirada que no solo recuerde aquel pasado, sino que lo interprete, interpele y asuma, aunque para ello tenga que matar al padre, “enterrarlo en cal” como pretendían hacer, en sus manifiestos, los jóvenes poetas gallegos de finales de los 90. En la senda de algún otro narrador chileno, su literatura de los hijos en Chile y su asunción de la memoria histórica, no la ejecuta Alejandro Zambra contándonos resistencias de víctimas o la crueldad o el oprobio de los victimarios, sino con una mirada oblicua y transversal, mediante una historia cuya trama poco tiene que ver con aquellos horrores y sufrimientos, aunque, por omisión, desemboque en ellos. En una breve sinopsis, cabe decir que Formas de volver a casaes la historia de una niña y de un niño, de sus peripecias y reencuentros. Ella, algo mayor y objeto de fascinación para el niño de nueve años, le pide que vigile a una cierta persona. Trabajo fácil y aburrido, o tal vez complejo, porque ignora exactamente el por qué y busca a ciegas. Veinte años más tarde, en el presente del Chile actual, se reencuentran y ahí se desvelan los motivos. Es entonces cuando el lector empieza a atar los cabos sueltos y comprende por qué durante la infancia los adultos les decían que no era bueno 38 hablar de opciones políticas. Intuimos entonces el miedo, entendemos el por qué de los silencios y de las mentiras de los adultos. Lo más llamativo, novedoso e interesante deFormas de volver a casa es la manera de abordar el hecho narrativo. Desde esa perspectiva, estamos ante un libro profundamente literario, que se estructura sobre la base de dos relatos paralelos, de dos historias contadas en cuatro tiempos. La historia inicial es la de la del niño y la niña, preocupados por sus labores de espionaje. En el capítulo segundo, plenamente metadiegético igual que el cuarto, hallamos la historia del narrador, un escritor que nos hace ver cómo la escritura de la novela influye en su existencia y en su relación de pareja. Es la “literatura de los padres”: el relator reflexiona sobre lo que ha contado en el primer capítulo, sobre si mismo y, poco a poco, va surgiendo en el relato la tragedia que vive Chile: los allanamientos, los muertos, esas cosas insondables y serias que los niños no podían saber ni comprender, obligados a vivir con pocas palabras y con el “no lo se” como respuesta universal. El tercer capítulo, la “literatura de los hijos”, es el reencuentro de los niños de los años 80, ahora adultos. Y es entonces cuando surge la mirada que hace frente a las versiones oficiales, para abandonar aquellas verdades demasiado limpias. Por último, en el capítulo cuarto, el narrador reflexiona sobre el proceso y dificultades de creación de su libro en el día del triunfo electoral de Sebastián Piñera (“Entregamos plácida, cándidamente el país a Piñera y al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo”, página 156). Una vez más un escritor en su taller de escritura, sin abandonar del todo el taller de la vida presente y la de los años 80, en los que la muerte era totalmente invisible para los niños. Pero, desde ese taller, non hace llegar mensajes tan contundentes y elocuentes como estos: cualquiera frase es mejor que el silencio. El pasado nunca deja de doler. Formas de volver a casa entra de lleno en ese pasado, pero no para hablar de culpas o inocencias. Solo para iluminar algunos rincones.

Fragmento “Lo dice para provocarme. Yo lo dejo hablar. Lo dejo decir unas cuantas frases rudimentarias y agrias. Nos han metido mano al bolsillo todos estos años, dice. Los de la Concerta-


ción son una manga de ladrones, dice. No le vendría mal a este país un poco de orden, dice. Y finalmente vine la frase temida y esperada, el límite que no puedo, que no voy a tolerar: Pinochet fue un dictador y todo eso, mató a alguna gente, pero al menos en ese tiempo había orden. Lo miro a los ojos. En qué momento, pienso, en qué momento mi padre se convirtió en esto. ¿O siempre fue así? Mi mamá no está de acuerdo con los que ha dicho mi padre. En realidad está más o menos de acuerdo, pero quiere hacer algo para evitar que la velada se arruine. Este mundo es mucho mejor, dice. Las cosas están bien. Y la Michelle lo hace lo mejor que puede. No puedo evitar preguntarle a mi padre si en esos años era o no pinochetista. Se lo he preguntado cientos de veces, desde la adolescencia, es casi una pregunta retórica, pero él nunca lo ha admitido –por qué no admitirlo, pienso, por qué negarlo tantos años, por qué negarlo todavía. Mi padre guarda un silencio hosco y profundo. Finalmente dice que no, que no era pinochetista, que aprendió desde niño que nadie iba a salvarlos. ¿A salvarnos de qué? A salvarnos. A darnos de comer. Pero usted tenía qué comer. Nosotros teníamos qué comer. No se trata de eso, dice” (Alejandro Zambra, Formas de volver a casa, páginas 129-130)

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"LA TERNURA CANÍBAL": ANTROPOFAGIA SENTIMENTAL Y OTRAS HISTORIAS

La ternura caníbal Enrique Serna Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2013, 270 páginas. 40

Una colectánea de relatos en cuyo epicentro se encuentran los conflictos de poder y las relaciones de pareja. Así describe su autor, Enrique Serna, este volumen que la Editorial Páginas de Espuma publica simultáneamente en España y en México, porque el autor y su curriculum literario son realmente merecedores de lecturas y reconocimientos que traspase fronteras y el océano que nos separa. Enrique Serna (México, DF, 1959) es un novelista de reconocido prestigio en tierras aztecas desde la aparición de sus novelas Señorita México, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de literatura), Ángeles del abismo o La sangre erguida, entre otras. Y los mismo cabe decir de sus libros de cuentos Amores de segunda mano y El orgasmógrafo. Relatos que llevan su firma forman parte de antologías de renombre, como la preparada por García Márquez para la revista Cambio. Todo ello se convierte en prometedoras premisas para hacernos llegar a la conclusión de que el lector va a encontrar en este volumen los cuentos de un gran contador e historias. Los diez relatos de mediana extensión de La ternura caníbal son en este caso la prueba del algodón para comprobar si Enrique Serna profundiza lo debido o con la agudeza requerida en los con-


flictos que tienen su origen en las relaciones sentimentales. Pero vaya por delante la primera advertencia: no todos los relatos del libro giran en torno de los conflictos sentimentales, de esa suerte de guerra fría o caliente que, explícita o soterrada, corroe a muchas parejas. Quizás otro hilo conductor, la existencia como farsa trágica, amalgama con más propiedad el abanico de crueldades en las que muchas veces quedamos inmensos y que pueden ser de vida o muerte. Pero de lo que no cabe duda es que Enrique Serna es un excelente investigador de la conducta humana. Y en ella halla un sinfín de pesadillas que han llegado a hacer pensar que el escritor mexicano cultiva una literatura amarga. Una valoración que no se ajusta a la realidad, aunque sus personajes, casi siempre seres solitarios, resentidos, peleados con todo el género humano, sí suelen ser seres atormentados. La lucha por el poder en las relaciones de pareja es, como he dicho, el hielo conductor de algunos de los cuentos de esta colección. En ellos el autor nos encara con aquellos conflictos que se generan cuando el egoísmo es más fuerte que la entrega amorosa hasta que llega el momento en el que los amantes, creyéndose actores de una guerra de abnegación y ternura, los que hacen realmente es depredar emotivamente al otro. De ahí los apropiado del título que casa perfectamente con una buena parte de los cuentos del libro. Esta antropofagia sentimental está presente en los relatos sobre parejas, comenzando por el que abre el libro, “Entierro maya”, un cuento perfectamente estructurado y con una buena ejecución, con un final sorpresivo y coherente con el título: un viejo general, enfermo del corazón, casi se muere de placer en los encuentros sexuales con su aún joven esposa. Cuando, por no escuchar los consejos del médico, llega la muerte, se cumple a la perfección el plan que el viejo general había urdido: tener un entierro maya. Y quizás de una forma mucho más llamativa en los que llevan por título “Drama de honor” y “Material de lectura”. En el primero reconoce el 41 narrador que lo ideal sería que nadie necesitara tener aventuras fuera del matrimonio, pero la monogamia es una carga muy pesada. Por eso y puesto que hasta el obispo tiene sus citas con efebos y llevado el asunto con discreción ¿no será el swinger con sus aportes de emociones frescas la solución, como pretende un marido infiel que logra convencer a su esposa? La resolución del cuento, sin embargo, aunque original, no es demasiado convincente, porque tener un pene desconocido y de grandes dimensiones metido entre las piernas puede convertirse en una aventura traviesa, pero difícilmente en un hecho transcendente y rompedor de la vida sentimental de una mujer enamorada. Similar planteamiento es el que nutre el relato “Material de lectura”: una mujer madura, insatisfecha de su vida y que ya no soporta al borracho de su marido, impotente y rico venido a menos, realiza en su compañía un viaje al Amazonas y, ya que está en la selva, le va sacar todo el jugo al viaje, entregándose a una placentera promiscuidad, hasta el punto de que la verga categórica del mulato le devuelve “el instinto poético soterrado desde la infancia”. Pero la colectánea agrupa también otros cuentos, cuyo centro nodal no se asienta en los conflictos de pareja. Quizás el más logrado de todos ellos es “La vanagloria”. Un relato que nos presenta la insatisfacción existencial de un profesor de secundaria, poeta incipiente que recibe una carta providencial de Octavio Paz celebrando uno de sus poemarios. La respuesta elogiosa del poeta mexicano por antonomasia desata en el protagonista una obsesión por el prestigio que le coloca en las puertas del extravío. Pese a la desigual temática y estructura constructiva, La ternura caníbal nos revela un narrador perspicaz, dominador del oficio, dueño de una gran habilidad narrativa que, con una inequívoca vena satírica, ahonda en la vida privada de los personajes, escudriñando en sus motivaciones más ocultas.

Fragmentos “TANIA DEJÓ A LOS NIÑOS encargados con la sirvienta y al volante de una Suburban roja con vidrios polarizados, tomó la avenida Tetabiates rumbo al consultorio de su marido. Ne-


cesitaba descubrir la verdad por amarga que fuera, y sin embargo, el temor de enfrentarse con ella le tensaba los músculos de la espalda. Por desgracia, sus intuiciones nunca fallaban: Ramiro se había enredado con alguna puta, quizá conocida suya, y esta vez no se trataba de un simple capricho. De un tiempo a esta parte andaba esquivo, distante, perdido en un limbo de vanidad y egoísmo. No cabía en su piel de tanta hinchazón, como si le hubieran inflado los huevos con gas butano. Se acicalaba horas frente al espejo, celebraba con desgano los éxitos escolares de los niños, perdía el hilo de la charla en las comidas familiares de los domingos y en la cama pagaba el débito conyugal con una destreza de autómata, economizando el ardor y la pasión que sin duda prodigaba en el lecho enemigo.” ….. “Bajo la maraña de falacias edulcoradas con palabras tiernas, Ramiro había deslizado una amenaza muy clara: o le entras al swinger o sigo teniendo amantes a tus espaldas. Su artera extorsión ameritaba una ruptura inmediata, pero Tanía estaba tan confundida que no se atrevió a echarlo de casa ni a pedir el divorcio, como le dictaba sus conciencia. Había podido manejar a Ramiro cuando era un adúltero convencional, que ocultaba sus aventuras y pedía perdón al ser descubierto. Pero no sabía cómo tratar a ese libertino cursi, que defendía el intercambio de parejas como si fuera la mayor fineza del corazón. Su propuesta era tan sórdida que ni siquiera se atrevió a comentarla con una amiga íntima en busca de consejo, pues la confidente podía creer que usaba subterfugios taimados para proponerle un trueque de maridos. En busca de luz interior, un lunes por la tarde, cuando regresaba 42 de hacer la compra en el súper, se metió a rezar en el templo del Sagrado Corazón.” ….. ESTABA GOZANDO EN SUEÑOS a doña Leonor Acevedo, la presidenta del patronato de obras pías, cuando un llanto infantil me despertó en la alta madrugada. Era un llanto sostenido y rabioso, que poco a poco fue ganando intensidad hasta perforar mis tímpanos. Tan hechizado me tenía el voluptuoso cuerpo de Leonor que, en el primer momento no quise dar crédito a mis oídos. Por fortuna, los berridos me apartaron de la cópula onírica antes de tener poluciones. Pensé primero que se trataba de una criatura enferma. Lo extraño era que el llanto provenía de la calle principal del pueblo, en donde estaban instalados los juegos mecánicos de la feria. Cuando logré aplacar la erección con un chorro de agua helada, bajé las escaleras de la casa parroquial, temiendo que alguna madre soltera hubiese abandonado a su retoño. No sería nada raro: el hospicio el pueblo está lleno de niños a quienes sus madres dejaron tirados en cualquier parte, porque los jóvenes preñan a sus novias antes de irse de braceros al otro lado, y luego no les quieren cumplir las promesas del matrimonio.” (Enrique Serna, La ternura caníbal, páginas 51-52, 71, 225-226)


"El NUDO", EN LA RED DE UNA NOVELA METAFÓRICA

El nudo Rodrigo Soto Editorial Periférica, Cáceres, 2011, 197 páginas.

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Rodrigo Soto (San José de Costa Rica, 1962) es uno de los narradores centroamericanos más reputados. Representante así mismo de la literatura más vanguardista. Autor de una obra exigente, tanto en prosa como en verso, y renovador de la narrativa centroamericana. Editorial Periférica reedita ahora su novela El nudo, aparecida ya en el año 2004 en Ediciones Perro Azul con una tirada muy limitada. Cabe leer El nudo como una novelita entretenida y agradable. De hecho así se ha leído. Como algo ligero, ameno, bien contado. Una novela que no estorba en el territorio de la literatura juvenil. Pero resumir El nudo a la peripecia y devenir de un grupo de adolescentes, enmarcados por un hecho azaroso que les aconteció un día, equivaldría a no superar la epidermis de una novela rica y compleja. El nudo narra en efecto la historia de unos adolescentes que durante un viaje a una playa costarricense encuentran un alijo de cocaína. Casi sin saber como, se quedan con la droga y a partir de ese momento, de una forma paulatina pero radical, van a cambiar sus vidas y las de las personas -las muchachas de su edad- que, como satélites, giran a su alrededor.


Un libro que pretende ser, y de hecho lo es, una narración sobre la responsabilidad y las consecuencias que se derivan, casi por azar y necesidad, de nuestras decisiones y acciones y sobre las muchas vidas que contiene cada vida y las muchas historias encerradas en cada historia (página 15). Después de efectuar una genealogía de los personajes principales, tres muchachos y dos muchachas de su edad, la narración se detiene en el encuentro, conocimiento y amistad de estos adolescentes, sus amores e ilusiones, años de aprendizaje en la amistad y en el amor, sus afinidades y simpatías, rechazos e identificaciones. Hasta que el encuentro de los paquetes de cocaína, sin saber cómo salir del enredo y tentados constantemente a cortejar con ella, trastoca la llanura de sus presentes y, sobre todo, convierte sus futuros en una catástrofe. Este es el núcleo diegético de El nudo, pero la novela es mucho más. Lo que primero salta a la vista es el pacto narrativo, el contrato implícito que la novela demanda entre el narrador y los lectores, sus receptores. Este pacto de lectura actúa de forma explícita y muy fuerte en el arranque narrativo. Debido a dicho pacto aceptamos la omnisciencia absoluta del narrador. Es él el que toma en sus manos el poder del relato y se lo deja muy claro al lector: “Aquí sucede lo que yo escribo”, reiterándolo más adelante:”Así está escrito y así sucedió” (página 72). Se trata, no obstante, de una omnisciencia autorial ubicua, omnipresente, pero mostrenca y estéril, si no existiera un receptor lector. Alguien ha escrito que El mundo es una novela sobre la construcción de lo real. Debe, a mi juicio, matizarse esta aseveración del narratólogo costarricense Carlos Cortés. La novela construye efectivamente lo real, pero solo lo real simbólico que no existiría sin el lector. Es el lector con su deseo y con su acto de lectura el que yergue la novela como realidad significativa. De nuevo las palabras del primer párrafo son altamente ilustradoras: “pero sin tu ayuda nunca llegaremos al final…Sólo tu deseo y mi palabra, o tu palabra y mi deseo, o lo que nace de su encuentro, puede dar inicio al tiempo, 44 poner en movimiento los hilos de la trama” (página 11). En definitiva, la “interacción fructuosa” que constituye la esencia del pacto narrativo y que da lugar a un interesante juego literario autor-lector, con múltiples giros y saltos en el tiempo para contarnos, desde una cierta distancia de los acontecimientos, el cuarto de siglo posterior al hallazgo de la droga en la vida de los protagonistas masculinos y de sus satélites femeninos con curiosas y arriesgadas prolepsis y analepsis en el tiempo de la historia. Esta interacción narrador-lector y el proceso de creación de la narración que acaba siendo ficcionalizado, abre la dimensión metanarrativa de la novela. El texto de Rodrigo Soto desde su título hasta el párrafo final esta sabiamente hilvanado con los hilos de una profunda metaforización. Ya en si el título es una gran metáfora presente en todo el relato: como trama, como red que une y atrapa a los personajes en su adolescencia y en los años posteriores. Así mismo, como nudo gordiano que hay que vencer, materializándose en la historia de la paulatina ruptura de los vínculos amistosos de los jóvenes protagonistas, pero que continúa anudando sus vidas a través del tiempo, en una trama invisible, pero tan eficaz como ese trasmallo de pescador del párrafo final, del que son incapaces de liberarse los caricacos. He aquí pues, al lado de una trama entretenida e incluso ilustradora sobre las consecuencias de las decisiones humanas, sobre los caminos en el filo de la navaja y el juego infinito de los límites, sobre el torbellino que arroja al abismo a unas vidas que tanto prometían y sobre los fragmentarios micro y macrocosmos costarricense, otras dimensiones que hacen de El nudo una interesante muestra de la literatura más innovadora, que nos llega además sorteando el criterio de traducibilidad al español de España, algo que es preciso aplaudir en esta edición de Editorial Periférica.

Fragmentos “-¿Sabe qué, primo? Ser piedrero es tuanis, es lo que se dice toda. Si no ¿por qué cree usté que tanta gente se va así, resbaladita en esto? Si fuera una mierda nadie se embarcaría, ¿verdá? No siente como que, ¿ya? Como que así debería ser siempre, como que la vida de


veras, la vida de verdad, como tiene que ser legítimamente la vida para que sea vida y no muerte, es así, ¿me entiende? Y todo lo demás es cuento, es hablada, es mentira, es…¿Ya? Pero lo pior es andar arratado. ¡N’hombre, eso si es feo! Se siente uno peor que una rata y quiere palmarse. Idiay, mejor se muere y ya. ¿Cómo le dijera? La vara empieza aquí, en la garganta, o si no en el estómago, pero de ahí se pasa rapidito a todo el cuerpo. Es como si anduvieras zompopas por dentro. ¿Me entiende? Y después comienzan la nervia” ….. “Era como si el nudo silencioso que tejieron más de veinte años atrás continuara ahí, entrelazando sus vidas en una trama invisible de la que ninguno de ellos llegaría nunca enterarse, y de la que por eso mismo nunca se podrían librar, o como si las incesantes ondas que se originaron en una época remota de sus vidas, tocaran ahora el límite y rebotaran en la orilla del estanque, iniciando el regreso hacia el punto de origen; en su viaje se encontraban con las que todavía estaban en camino, encimándose y superponiéndose en leve confusión. Pero si el principio es dudoso, el final no lo es menos, y la vida de todos nuestros personajes seguirá su curso durante muchos años, después de que concluyan los hechos de esta narración” (Rodrigo Soto, El nudo, páginas 17-18, 195) 45


"LOS LIVING", DE LA FARSA AL DISPARATE SURREALISTA EN EL TRASFONDO DE UNA TURBULENTA ARGENTINA

Los Living Martín Caparrós Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 430 páginas. 46

Una vez más un escritor latinoamericano se hizo merecedor del Premio Herralde de Novela en su vigésima novena adición. En efecto, un narrador ya consagrado, Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) con la novela Los Living, una propuesta narrativa ambiciosa y brillante, un texto profundamente argentino, mas a la vez universal, fue el ganador de uno de los más selectos certámenes de narrativa en lengua española. Los Living, un proyecto narrativo consolidado, es muchas cosas a la vez: novela de formación, novela picaresca y de humor negro desde la primera página hasta la última, excepción hecha de esas páginas que el narrador nos regala a modo de epílogo y que alguien puede leer a la vez en clave fantástica o como una inmensa sátira y disparate surrealista. Y al mismo tiempo, una continua presencia y connivencia con la muerte. Y todo esto reflejado en la Argentina turbulenta de las tres últimas décadas del pasado siglo.


La novela, relatada en primera persona, apunta de una manera y acaba de otra. Comienza con el nacimiento del protagonista, Nito Remondo, en julio de 1974, el mismo día en el que se produce la gran muerte, la muerte del siglo, la de Juan Domingo Perón. De ahí el nombre, Juan Domingo, con el que le bautiza su padre, una venganza, un “chiste torcido” contra el General. Durante su niñez y adolescencia Nito sufre la pérdida de dos seres queridos: su padre y su abuelo. Desde entonces se siente cada vez más acosado por el significado de la muerte. Mas antes de que esos interrogantes entren en la escena novelesca, el narrador nos divierte con varios capítulos de lo que él mismo ha llamado “picaresca contemporánea”, que nos permiten conocer al protagonista incluso desde los años previos a su concepción y en los que va desgranando la presencia y la historia de cada uno de los personajes que tienen que ver con el protagonista: su concepción con el final del sexo placentero y el inicio del sexo con sacrificio, la educación en las telenovelas, el descubrimiento en la escuela de que es un niño y no un amorcito de mamá. La ausencia del padre que comienza a inquietarle. La vivencia de la guerra de las Malvinas. La llegada de la adolescencia, retorcida, cruel, hecha de aprendizajes, los escarceos sexuales, la iniciación en el sexo con mujeres de “revistas” que lo convertirán en un artista del pajoleo. Y sobre todo, su caminar en el filo del abismo, enfrentado con la muerte del abuelo y con la desaparición de su padre. En la mente del adolescente se hace cada vez más porfiada la pregunta ¿cuál es nuestra relación con los muertos? Es a partir de aquí cuando los difuntos comienzan a acaparar todo el protagonismo hasta el punto de que la muerte se convierte literalmente en la forma de vida del protagonista, aunque sin desprenderse el relato de ese sabor de humor negro y sin abandonar la platea de una convulsa Argentina. Cuando Nito descubre al hombre que había atropellado a su padre, brota en él la idea de predecir la muerte, primero como venganza y posteriormente como timo muy productivo al servicio del Pastor protestante Trafálgar que le convierte en un pronosticador de muertes futuras para atraer clientela masculina para su iglesia. Se transforma así en un ángel exterminador, en una estrella de rock predicando la muerte, lo que le permite ganar mucho dinero y descubrir el placer de pajearse no por obligación, sino por elección. Hasta que revienta, cae del caballo y en su revelación en la que entra en escena de forma definitiva el artista Pitu Carpanta, se arrastra al lector de forma concluyente hasta la pirotecnia esperpéntica final: el invento de los living. Los muertos no se ven, pero están con nosotros. Nos deshacemos de ellos porque nos dan miedo y porque la muerte es gratis, es dar un paso hacia ninguna parte. Mas nosotros mismo somos nuestra muerte. Víctimas y beneficiarios. Por esos es preciso tener a los muertos en los living. Surge así la Movida Living y el florecimiento de la industria del embalsamiento. De este modo, una narración que se inicia en clave picaresca, concluye con un gran esperpento surrealista, no carente de simbolismo y de acerba crítica al país que vio nacer al escritor. Los argentinos que solo hablaban de futbol y de que el país se va a la mierda, convivirán ahora no solo con la memoria de los familiares fallecidos sino con sus cuerpos embalsamados. Martín Caparrós ha señalado que su abigarrado conjunto novelesco no ha sido escrito con una notación político-social explicita. No obstante, la novela alberga en grandes dosis un calidoscopio de un país turbulento: la guerra de las Malvinas, un embole que desaparece tan pronto como había aparecido, la benevolente acogida a ciertos fugitivos alemanes, los saqueos, los desaparecidos, convertidos únicamente en incómodos comentarios marginales, las referencias al alfonsismo, al comienzo del menismo con su fiebre de privatizaciones, el desencanto o ese dejarse llevar, como sucede cuando el anuncio del inicio de la guerra. Desde una perspectiva formal, lo más relevante, en mi estima, dejando a parte un estilo quizás demasiado reiterativo, es el dominio que muestra el autor de una estética carnavalesca, preñada de

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picaresca en buena parte del relato, hasta la bifurcación final en una grotesca sátira, en una acre contemplación sobre un país y sobre su gente. La maestría de Martín Caparrós para cuestionarse, a medida que avanza el relato, las claves que definen Argentina, es incuestionable. Creo finalmente que es de justicia agradecerle al editor la conservación de los abundantes argentinismos, muy eficaces e una novela que pretende revelar al menos una porción de la argentinidad.

Fragmentos “La situación, sin embargo tenía –como todas- flancos débiles. Hubo momentos en que mi padre pensó que su mujer era una puta porque hacía cosas de puta -lo que él llamó en principio, cosas de puta- como agarrarle la pija entre sus dos manos entrelazadas y apretarla con un movimiento lento, suave, acompasado hasta que él le pedía por favor que lo dejara porque le daba miedo acabar en sus manos como un chico, o decirle al oído, en voz muy baja y aniñada, que le gustaba que se la metiera muy adentro porque era muy grandota, y alguna vez hasta le lamió el glande con la puntita de la lengua, como si quisiera meterle la puntita en el agujero de su pija y mostrarle que ella también podía entrarle en el cuerpo” ….. “Mamá se había convencido de que no quedaba embarazada porque su marido disfrutaba demasiado de esos polvos. Ah, sí, ¿y vos no disfrutás? Yo sí, pero eso no es lo que importa: si queremos tener un hijo tenemos que hacerlo de otra forma, insistió mamá diez y cien veces y terminó por convencerlo; para marcar el cambio, cubrió el espejo de la cómoda y 48 colgó una cruz con Jesús doliente a la cabecera de la cama: ahora no estamos haciendo nada malo, nada que el Señor no pueda ver.” ….. “Leí, busqué, aprendí. Pero creo que tenía una aptitud innata para saber la muerte. Porque nací ese día, por mi padre, por alguna forma de destino: cualquier razón es posible y ninguna termina de ser satisfactoria. Algunos saben jugar al fútbol, otros cantan, otros resuelven logaritmos; yo sé pensar la muerte. No era una bendición; era más bien una desgracia pero gracias al Pastor, se trasformó e una desgracia afortunada: yo fui, de pronto, un inútil con don -y pude utilizarlo. Tanto tiempo sin saber qué hacer y de repente lo había descubierto” ….. “Que todas las chicas punkies, dark, new romantic y demás de Morón Haedo Palomar Ituzaingó y alrededores enloquecieran por mí en un santiamén: mi saber sobre la muerte era imbatible para enamorar rebeldes suburbanas. Cada sábado, a la salida del teatro, diez o veinte, me esperaban con flores pintadas en negro; me las daban y, a veces, había números de teléfono escondidos en los pétalos. Yo no las llamaba: era un elegido del Señor y no podía andar llamando a rebeldes suburbanas. Se espera de mi cierta conducta -y ésa era una razón perfectamente presentable. Pero fue entonces cuando descubrí, por fin, el placer de pajearme no por obligación sino por elección: por preferir mis manos. Nunca en mi vida -digo nunca en mi vida- tuve tan buen sexo como esos días” ….. “Tenemos que tener a nuestros muertos con nosotros, quedarnos muertos junto a nuestros vivos, ser la presencia de la ausencia en los living de todas nuestras casas, ser los living. ¡Vamos a ser los living, los de siempre! ¡Vamos a estar ahí, junto a lo nuestros! Vamos a ser la conexión entre los mundos, sentaditos en un sillón cuando ya no haya sillones y las personas se sientan en campos de energía que les ciñan las nalgas y no se manchen ni se gasten” (Martín Caparrós, Los Living, páginas 38-39, 50, 314, 368-69, 417-18)


EL AUTOR

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Francisco Martínez Bouzas es natural de Arnuide, Orense . Es docente y crítico literario. Trayectoria profesional Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona y en Filosofía por la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino de Roma. Completó además estudios de grado en la Universidad de Comillas de Madrid y en la Universidad Gregoriana de Roma. En la actualidad ejerce como catedrático de Filosofía. Realiza además una amplia labor como crítico literario. Miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL). Pertenece así mismo a la Sección de Crítica Literaria da Asociación de Escritores en Lingua Galega (AELG). Como docente dirigió o coordinó distintos cursos y proyectos de formación para el profesorado, organizados por la Consejería de Educación de la Junta de Galicia. Así mismo, colaboró durante varios cursos en calidad de profesor tutor con la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Santiago de Compostela. Es autor de los siguientes títulos de su especialidad: En sociedade.Cavilemos e fagamos. Materiáis didácticos de Filosofía ( 1994 ), Reflexións sobre a vida moral ( 1995, en colaboración con varios autores ), A ética na que vives ( 1995, en


colaboración con varios autores ), Filosofía ( 2000 ) en colaboración con Susana Abuín Chaves y Henrique Tello León. Ejerce su trabajo como crítico literarios en revistas especializadas como A Trabe de Ouro, Anuario de Estudios Literarios Galegos, Guía dos libros novos, Festa da Palabra Silenciada, Papeles de la FIM, Signos (Universidad Popular de Chontalpa). Colabora o colaboró así mismo como columnista y como crítico literario en la prensa diaria: Diario 16 de Galicia, O Correo Galego, Faro de Vigo, El Correo Gallego, La Voz de Galicia y en el Suplemento Cultural Gaceta Dominical del periódico El País de Cali ( Colombia ). Ha sido miembro de diversos jurados de premios literarios y en el año 2004 recibió el Premio Xerais a la Cooperación Editorial como crítico literario. Blogs de Francisco Martínez Bouzas: http://brujulasyespirales.blogspot.com.es/ http://novenoites.blogaliza.org/ Contacto: fmbouzas@yahoo.es

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ÍNDICE "K", ESCRITURA SOBRE LA ESCRITURA DE KAFKA

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EL MUNDO DE EROS DE JENIFFER MOORE

8

"DONDE ESTÁS PUERTO LIMÓN": LAS PALABRAS DE MUJER DE ARABELLA SALAVERRY 11 "VUELVO DE SIBERIA ESTA TARDE": LA HONDURA EXISTENCIAL DE CECILA PALMA

14

EL PERRO QUE COMÍA SILENCIO

17

"JULIO CORTÁZAR Y CRIS", LA MUTUA FASCINACIÓN

19

"¿HAY VIDA EN LA TIERRA?", LOS ARTICUENTOS DE JUAN VILLORO

22

""LA EXPERIENCIA DRAMÁTICA": ENTRE LA REALIDAD Y LA REPRESENTACIÓN

25

MENSAJES DE AMOR INTRANSITIVO

28

"LA INTERPRETACIÓN DE UN LIBRO": LA LITERATURA COMO FETICHE

31

"BAHÍA BLANCA": EL IDIOMA DE LAS OBSESIONES

34

LA LITERATURA DE LOS HIJOS EN CHILE

37

"LA TERNURA CANÍBAL": ANTROPOFAGIA SENTIMENTAL Y OTRAS HISTORIAS

40

"El NUDO", EN LA RED DE UNA NOVELA METAFÓRICA

43

"LOS LIVING", DE LA FARSA AL DISPARATE SURREALISTA EN EL TRASFONDO DE UNA TURBULENTA ARGENTINA

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ACERCA DEL AUTOR

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Ars longa, vita brevis


Una publicaci贸n de Editorial Digital LetrasKiltras 2015


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