¿Traza, forma o mensaje? Régis Debray* 1. ¿El arte primero? ¿Los mediólogos y los monumentos? Estábamos hechos para reencontrarnos, si acaso nuestro objeto es el transmitir, o mejor, el paso del tiempo por una información. El monumento, como dispostivo mnemotécnico, fue el primer aparato de transmisión de la especie, mucho antes que la escritura. El primer abecedario del sapiens sapiens, en donde código, soporte y mensaje no eran más que uno. Y nosotros que estudiamos las bases materiales de la memoria, no podemos dejar de lado la base de la base, que es mineral. Túmulos, cairns * , menhires... El bípedo que entierra sus muertos pone algunas piedras sobre el lugar de la inhumación (el chimpancé emite unas señales, eventualmente instrumenta algunas ramas de los árboles, pero no monumentaliza nada, simplemente porque él no entierra a sus congéneres). El monumento nace de la muerte, y contra ella (advirtiendo a los vivos, del latín monere). Materializa la ausencia con el fin de tornarla visible y significativa. Exhorta a los presentes a conocer lo que ya no es y a reconocerse en él (de monumentum como, dicho literalmente, un curso de instrucción cívica). Es a la vez un soporte de memoria y un medio de separación. El útil por excelencia de una producción de comunidad. Si llamamos cultura a la capacidad de heredar colectivamente de una experiencia individual, no vivida por uno mismo, el monumento, en tanto que atrapa el tiempo en el espacio y atrapa lo fluido en lo duro, es la habilidad suprema del único mamífero capaz de producir una historia. La inmemorial idea del constructor tiene por emblema asaz persistente el monumento funerario, hecho de muertes, en los cementerios de los que están bien vivos. Máquina de proyectar de lo abolido en lo eventual, este verdadero canon en el tiempo que es el artefacto monumental da una figura sólida al “diálogo de las generaciones”. Más aún: “El medio más seguro que hay en las manos del hombre para hablar a las razas futuras es emplear el arte de la sepultura” (Mopinot, 1790). La eficacia simbólica comienza por el armazón o la escultura, en una palabra, por una materia trabajada (nuestra querida M.O **.) ¿Queréis prolongar vuestra audiencia? Empezad por petrificar el mensaje, y se verá después. No importa que el estudiante de antropología haya podido formular estas primeras verdades. Como un paso obligado de la historia cultural, “¿qué es el monumento?”, es una pregunta de trámite. La pregunta propiamente mediológica se plantea más allá (o quizás, más acá): ¿qué es lo que la técnica hace en la cultura? Y en este caso, ¿qué es lo que la evolución de las mnemotécnicas (que se han tornado de un modo considerable más ligeras y menos hilvanadas, más hablantes y portátiles que la construcción o la escultura) ha modificado en cuanto a nuestras prácticas monumentales? Se trataría en suma, para valerse de autores conocidos, de transportar el Denkmalkultus de Riegl “a la era de la reproductibilidad técnica” de Benjamin... ¿Cuales serían los efectos de nuestras nuevas tecnologías de transmisión y de almacenamiento sobre la institución monumental, y más allá, sobre nuestra facultad para eternizar las cosas memorables (que sería aventurado tomar como una invariante universal)? ¿Qué producto queda, entre la eternidad y el viento Monzón, de los materiales *
Tomado de: Les cahiers de médiologie; la confusion des monuments; N° 7; en: www.mediologie.com/numero7/art3.htm. * Cairns: túmulos celtas (N. De T). ** M.O.: Materia Organizada