Los Versos Blancos

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los versos blancos o las voluptuosidades de saturno

RodericuĂ lvari LY L T


l’eire y la torva LY L T leireylatorva@gmail.com --Esta obra estå sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObra Derivada 4.0 Internacional de Creative Commons.


Preludio 3 Una b煤squeda id贸latra 5 El Conjuro 9 La Obsesi贸n 11 La Catarsis 13 La Belleza 15 La Eternidad 17 Dulce Margarita 19 El Vergel 21 Las Consortes 23 Ogoniok 25



preludio

los labios de amanita fueron promesa de cielos Ă­gneos, ocasos de explosiones fosfĂłricas. los besos de amanita fueron ĂĄcidos, inmasticables, intoxicados de inciensos. enferma de gusanos y humedades insanas, sin apenas veneno.

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Una búsqueda idólatra de la belleza. Una idea de esta en su estadio último, en su instante de madurez absoluta previa a su corrupción. Entendiendo lo bello como algo sublime y mortecino, como trágico y marchito. Como un derroche necesario, intoxicado de tristeza, frugalidad y de una nostalgia infinita. La piel helada; las narices quemadas; la tensión en los músculos; las entregas repentinas y los súbitos abandonos; el coral, los líquenes, hongos y musgos; el instante de debilidad previo a la muerte; la voluptuosidad y sudor del sexo; el desplome; la tragedia; los gritos de terror; las flores marchitas y venenosas, como mujeres moribundas; hombres vencidos; las aguas gélidas, puras o corrompidas; las ensoñaciones y pasiones verdaderamente auténticas y absolutas. El aire que hace palidecer el rostro de los amantes; su muerte y resurrección; el éxtasis; el sueño inducido; el letargo; la droga, los hongos y el alcohol; las columnas de humo y los incendios; la poesía y las formas de la mujer; la sangre durante las peleas; la venganza y el deseo; la contemplación; el amor; la exaltación de la guerra; el conflicto y la discordia; el dolor en el estómago; las pupilas dilatadas; todo cuanto forma la libérrima e inconmovible brisa del norte.

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Los Versos Blancos o

Las Voluptuosidades

de

Saturno

Rodericu Ă lvari

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i el conjuro

Con que profundidad ves, oh reina sibila, Diosa que sabe cómo herir desde lejos. Que perfecta simetría en ti fue trazada, Y que puro el capricho del poeta Al depositar sobre tu rostro, La excesiva frugalidad de tus colores. Terrible musa cautiva de las virtudes soñadas, Idólatra inconmovible de la luna enferma por la anemia. Hermosamente inmaculada, diáfana y fosfórica, Como la luna de las manos suaves y cariñosas, Hábiles a la hora de degollar a sus amantes en la niebla. Cede tu cuerpo a la fragilidad del instante. Al santuario de los que se intoxican inhalando El espeso humo de las piras fúnebres, Los vapores de los lechos aún candentes. Cede tu misterioso cuerpo aún puro, A las consortes cautivas de Plutón. O a la pasión de cualquier asesinato. Pues con él, querrías destrozar palacios de cristal Anhelando saquear lejanísimas estrellas. Consiente sobre tu piel el roce de largos cortejos de luto. Que mi mayor fortuna, tu alma, será siempre intocable.

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ii la obsesión

¿Pero quién recitará tus mudos e invisibles versos? Inmortal y gélida poetisa. Para probar de su efervescencia e inocuidad. Impolutos y solemnes, repentinos y fecundos, Como un derroche de pasión sacrificada En imprevisibles ebulliciones mercúricas. Y junto a cuantos soles trastornados arderán Consumiéndose legítimamente sobre tu cabeza. Lejanísima estrella mía.Vergel sacralizado. Su imagen celosamente será devuelta, Reflejada sobre la onírica superficie Pulimentada, e intangible del sortilegio. Cruel deidad devoradora del alma humana Vencida tras un instante de éxtasis insuflado. Siendo en tus labios tan solo una sutil sospecha. Un filtro destilado a partir de flores marchitas, Del musgo blanco y los hongos color del cobre. Aquellos que únicamente dependen de la humedad, Y que frágilmente, son sensibles al movimiento. Trato de evocar aquella nebulosa fragancia tóxica. Que con la ternura y cadencia de un fugaz suspiro, Inundaba el entorno ascendiendo como una columna de humo. Y de dónde brotaron también sus dos únicos frutos, Siendo no por ello menos insignes. Los dos únicos frutos que en ti hacen mella, Inflamados de eternidad. Mi anhelo, mi deseo. ¿Quién se atreverá a herirlos en el pecho? ¿Y qué importaría asfixiar mis arterias negándote? ¿O caer víctima del veneno? Pero Dios… que terrible la nostalgia… ¡Qué reales los sueños! 11



iii la catarsis

Tal vez deberíamos de asfixiar a nuestros semejantes, Para volvernos aún más dañinos y cruentos. Oprimir sus gargantas reteniendo el deseo de llorar, Aplastando todo delicado sentimiento. Y caer así presa de brisas engañosas, En las hogueras consumadas por los crímenes sanguíneos. Cobijada por la niebla de la mañana, a la luna, Se le ocurrió un día degollar unos corderos. E inspirados por ella, sus amantes, Se devoraron entre ellos destrozando sus cuerpos. ¿Cómo? –Respondió la luna- ¿Cómo laurearos Cuando habéis destrozado vuestras blancas manos? ¿Cómo os voy a premiar por tal daño cometido? Habían rozado la superficie intangible de Júpiter, Del astro en estado de perpetua tormenta. Gaseoso, magnético, mortífero, Destructivo y voraz. Insaciable y misterioso. Inmaterial, fulminante, fosfóricamente ígneo, En voluptuoso y celeste concubinato. El perfecto equilibrio. La catarsis por la llama. Inocente criatura. Los estimaba enormemente. Habían cautivado su vista letanías de gozo más sutiles, Regidas por la enloquecida deidad lunar. Por los ortostratos de sangrientas cacerías, Y por una tendencia pirómana y suicida, Tímidamente asfixiada por una nostalgia caprichosa. El hombre atacado por fieras, la monumentalidad Y los fundamentos del cielo con la tierra. ¿Qué sería de nosotros si aquello no hubiera ocurrido? No quiero ni pensarlo. 13



iv la belleza

Dicen: ¡Se han llevado lo más bello en este mundo! Otra Perséfone más, conducida a los infiernos Eternos en distancias y abrasadores por el frío. Largo tiempo asediada, fue herida de gravedad. Hermosura, susurran que has muerto. Belleza extasiante de limitada inocencia, Te han visto descender hacia lo más nocturno, Hacia el más profundo abismo. Pero nunca me importaron las evidencias. Tu cuerpo sigue siendo un jardín inmaculado, Y no obstante susurran que has muerto. Tu apariencia más terrible y vengativa Como el dulce rasgar de un violento quejido, Hizo desgarrarse los pechos de las madres. Siendo demasiados los niños perdidos O arrojados en frías fuentes. Que abrasadoras aquellas noches sin luna, Sumidos en la más absoluta oscuridad. Cuantísima anemia causaban las lechuzas A la hora de desangrar a tus cautivas amantes, Exprimiendo sus pechos hasta el extenuamiento. Cuanta insaciabilidad fue hija de tus carnosos labios. Y sin embargo, que luz crepuscular irradiaban tus pupilas Antes de yacer, sobre el lecho fluvial de aguas cristalinas, En donde fueron engendrados todos tus caprichos. De tu lecho brotarían las flores más hermosas que jamás hayas arrojado. Vives, créeme. Porque aún nadie las ha visto. 15



v la eternidad

Podrías pensar que un ángel ensartó su pecho, Cuando al descubrir la luz del sol, tu despejada frente, Le encontremos en líneas quebradas, moribundo y herido Como la piedad desprendida de los brazos de su madre. Reflejarán sobre esta piel tuya, el delicado gravado Que otorgan los primeros y sutiles rayos de la mañana. ¡Como llovían del cielo saetas como si fuera granizo! Con cuanta delicadeza era tocada el arpa. Con que facilidad atravesaba la carne. Obsequió la mañana frío y escarcha en cuantísimas sumas Recubriendo la palidecida cara, los labios y parpados rosados. Donaba un bello sudario formado por las gotas del rocío, Y un hermoso féretro de agujas de agua helada, En donde reposar hasta ser devorado por fieras. Pero no lo permitiría. Eso no. Jamás cederá la roca más firme, No pasará de ser rozada, por el tiempo inexorable, O por el repentino clima de corrientes bruscas. Y se consumirá tan solo ante mis ojos, Hasta llegar puro al hueso. A ninguna alimaña verás que permita el acercarse. ¡Oh! ¡Como eleva su alma el negro cuervo! Y como anhelas su cuerpo, tú, imperturbable tierra. Pero olvídalo, digiere algo más tibio. Su espíritu yace en el aire y en la inflamación del fuego. Y la ceniza no cerrará como un pesado relicario, Olvidado y hermético, la eternidad de su fragancia. Renacerá como el día. Cada vez que le hiera el tiempo. 17



vi dulce margarita

Precipitará la efímera cadencia de un suspiro tuyo Lilith, La pasión y la vida de más de un hombre, A un bello y fatídico romance.Violento y sanguíneo. Pero créeme. No te encapriches con el alma en el que la llama, Dotó de gracia con labios suaves y feroces. Trazando muy hondos los surcos al regalar su caricia, Inflamando por ello sus vetas más encarnadas. ¿Qué anhelos esconderá la piel de porcelana de musas y ninfas? Numínicas fronteras celestes, abismos de corales profundísimos. Con que vanidad errará el sabio y con cuanta crueldad actuará el justo, Cegado por reflejos oníricos, por velos de niebla cargados de humedad. Y cobijados por bóvedas estrelladas, en las que las noches, Mezclen su compasión con agudas tristezas. Que legítima arma digna de sumir a un dios, De vencer resistencias todopoderosas. Ojala su filo jamás se oxide perturbado por el reposo. Pues que bella y hermosa imagen evocadora La del hombre vencido en sus virtudes, Postrado ante una diosa. Con la mirada quebrada, orientada hacia lo más alto. Cuanta ansiedad y angustia gobiernan las tierras cedidas al arado Preñadas por el deseo, aparentemente desoladas Mientras que su germen, devora ávido sus entrañas. Tanto es el daño que puede sufrir un estómago, Hasta consumirse plenamente por una belleza embriagante.

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¿Durante cuánto tiempo permanecerá aquel aroma en el recuerdo? Aquel fuego de San Antonio previo siempre al desastre. ¿Hasta dónde sería capaz de viajar? Demasiados atroces crímenes emboscan los silencios, Y basta tan solo el susurro semejante al sol durante el invierno, Para delatarse en los pecados absolutos y capitales. Como fantasmas que asfixian el pecho durante el sueño. ¿Quién se encargará de absolver la parte dañina de las pasiones? Pues mucho pesa sobre ellas. Dulce margarita. ¿Qué es lo que hemos hecho? Que caprichos tan hermosos y dañinos, Cargados de peligro como un navío frente a una costa desquebrajada. Intercederá una piadosa y bendita mano celeste, O hundiré devoto un puñal en el corazón de mis hijos.

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vii el vergel

No mires hacia atrás Eurídice. Encontraremos quizás, infiernos en cualquier parte. Recuérdale a aquel ángel nuestro, Que desprenda sus astas floridas Con suavidad de mi pecho. Para no causarme más daño cuando repentino, Se decida por atormentar salvajemente otro corazón. El camino que se enfrenta a mí Es un corredor que aparenta ser infinitamente basto. Bajo mis pies yacen los restos de otro hombre, Muy distinto a mí. Me baño, sumerjo el cuerpo En aguas abrasadoras. En las que trato de destilar la inflamación del fuego Vigoroso, en estado líquido. Me alimento de ambrosía, Devoro hambriento néctar y polen. Y ante mi llega un resplandor. La luz de un Edén, un vergel fortificado Por altísimas verjas, columnatas aterradoras. Y cerrado tras un pórtico de titánicas proporciones, Una hermosa Persia ante mis ojos, más bella aun si cabe. ¿Pero cedió acaso Alejandro a su preciada Persia? ¿A su monumental y eterna Persia, Tan solo porque otro la pretendiera? ¡Ah! Edén de abundancia y noches estrelladas. Y lirios tan enormes como bestias, Como para morir a su sombra. Hacia allí guío uncidos mis bueyes blancos, A pastar por siempre sobre campos de amapola. 21



viii las consortes

A muchos enloquece la noche de San Juan. Y esta oprime asfixiando más que sobre nada, Sobre los pechos vengativos y las gargantas De amantes insatisfechos atacados por fantasmas. Que marcan y destrozan el blanco cuello de sus más valiosas, De sus más preciadas mujeres, a dentelladas y mordiscos. Ya llegan los demonios de la noche, Súcubos de Satanás, Íncubos dispuestos a todo. Traen los cuerpos de las hijas arrebatadas a sus madres. ¿Y sus hijos? ¡Ellos corrieron peor suerte! Se aburrirán las tristísimas concubinas Alejadas de sus hogares. Saturadas de alhajas y perfumes exquisitos, Presentadas junto a bastos tesoros Y preciados minerales. Plutón tu orbita siniestra, Es un ávaro insaciable devorador de mujeres. Que amasa la fortuna sin virtud al igual que el usurero, Cuantísimas vírgenes formarán tu corte. Cuantas enloquecerán hasta quitarse la vida, Por la enorme nostalgia sentida hacia el cielo nocturno, El único que les permites ver. Que pocas se complacen en adorarte, Pero esas pocas que te aman. Te adoran verdaderamente como a un dios. Sé que has debido de matar a más de una. Pero aun así, la tristeza siempre fue mayor que el odio. 23



ix ogoniok

Ogoniok lluvia de los montes, baja a hacer la guerra, Tensa fuerza a fuerte trote que tras la derrota trae los truenos. Si no fuera su estruendosa carga una brusca sentencia, Valientes las tormentas que a no rugir se atrevieran. Ogoniok se convalece, sufren sedentes sus piernas, Y ríe cuando estrellan, a la búsqueda de su piel el cohete de hierro. Jamás temió viendo su cuerpo atravesado por las heridas, Y le hiere menos aun el sentir el hambre, Que saltar la distancia del abismo. Ogoniok desciende de las cumbres, retiene el aliento, Como si junto al viento, desnudos, sus ánimos fuesen. Como si batieran repitiendo miríadas de veces el estruendo, Del violento agitar de cualquier agua que rozasen. Así atravesó zarzas y arboledas, donde aventó su yugo, Por beber de la escarcha, rompió sus cadenas. Se me atraganta la angustia, por que llegue a ser domado, Derramada su sangre, o lo que sería peor: Sus arterias calmadas. Presas de horizontes menguados, O de tierras yermas. Con semiente de discordia, Ogoniok preño a la tierra, De corrientes salvajes, de geografías bruscas. Y después, Ogoniok juró sobre lo más valioso: Arrancarles de sus tronos, segar sus vidas, Devorar a sus hijos y pacer sus riquezas. Cuantos quisieran ir contigo, siempre tan bravo, Siempre al borde del desastre, raza de justos reyes. Que reyes nacieron a partir de un desgarrador estruendo, Tras un verso lo necesariamente brusco. La catarsis a través de la llama.

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Pero ni cuando no precipitasen los frenesís, Cedió aun conociendo a su alma vorágine. La carne otrora arrancada al hueso tras bruscos bocados, Ahora la protegía del impasible clima, De las brisas frías. Sería quizás ella, Única. Capaz de calmar sus tormentosas arterias. Las que no siempre fueron el duelo eterno, Del viento enfrentado contra el mar. ¿Pero cómo entregarse a placeres? ¿a éxtasis prolongados? Cuando de su herida abierta, Atacada pendía el arma. Llegaría a aceptar el yugo De adormecerse en algo interminable, En un cementerio que la luna detesta: El del hombre vencido, Ensombrecido por aterradores Y tristísimos réquiems. Porque debió de ser preciosa, Caprichosísima fortuna de carne blanca, Atacada por las más terribles armas. Con el carácter brusco, El propio de las cumbres de belleza casi olvidada, De fuentes perdidas en donde el coral aun es virgen. Debió de poseer el vientre fecundo de quien ansía Cielos a los que señalar. Casi incorpórea, Por derribarte tan preciso de tu montura, Tras el impacto imperceptible.

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Un susurro de tan silenciosa cadencia, Que hizo volverte hacia ella. Enamorarte tan pronto que bastase Mirarla. Y convencerse de que nada más que existía Ella. Amada inmortal, Triste Ofelia Sería algo lo suficientemente heroico, Tempestuoso, lo necesariamente inestable Como para arrojarse, a galope tendido, En algún abismo en lo más hondo. Pagaría generosa su sangre La triste pérdida de tan brava bestia, Tan bravo partisano entregado puro al capricho. Brava bestia también, corazón rugiente en las entrañas, Asemejadas rugientes a tormentas. Horizontes de tragedias clamando terribles Gritando: ¡Piras, fuegos eternos! En los que puedan arder los héroes. Fecundando la bebida combustible, El licor de los poetas. Caerían victimas del veneno. Presas de brisas engañosas. Pero su anhelo, alumbraba fuentes turbias, Y sus voces, se guiaban a través de la niebla.

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Fuiste a enamorarte de la crudísima taiga, Del carácter de las alturas, cuna de los vientos fuertes. La de los labios carnosos y las pupilas dilatadas. A prendarte del vapor tóxico que exhalaba su perfume. La dulcísima taiga, La de los ojos rasgados, piel y carne fría. La de labios carnosos, rosados. De aquella cuyas venas recorría El veneno destilado de las flores marchitas. Fue a enamorarse de la dulcísima taiga, De sus tristísimas pupilas tarde despiertas. Y tan solo por guiarla hacia infiernos abrasadores, Hacia inviernos infinitos. Secuestrada ¿pero cómo? La huida con su cuerpo no dejó huella ninguna. Pues de su lecho fue arrancada mientras se sumía, En la herida roja de sangre de sus sueños. Y que no era más que deseo: Ansia de contemplar pasiones encendidas, luchas violentas, Tras lo fuerte de las tempestades, estremecidas raíces, Cráneos marcados por la cicatriz y coronados por el laurel. Abrazada al hueso sentía su piel, consumiéndose. Tensada al contacto de los pómulos, las cuencas, Y de pronto la bestia de crines azotadas. Rompió el sueño, la calma, Y su piel expuesta a la brisa, Tal como se expone la raíz de la más tierna flor, Aconteció frágil, vulnerable, moribunda. Bastó mirarla para abrirse en el estómago, Una herida invisible que silenciosamente Vaciaba sus arterias. Aún muy joven… Pero se la lleva con él.

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Hacia lo más alto siempre, busca el abrazo de la roca, El impacto de la atmosfera, el velo de fría escarcha. El frío que abrasa al alma ya herida. Por encima del borde a la caída letal: la muerte atragantada, La humedad helada, rota tras el sudor caliente del instante. ¡Vive Dios que la ama! Se esfuman, ascienden Hacia cielos vedados, hacia horizontes sin describir Encima de la bestia, en aras del secuestro. Hacia la frontera siempre caprichosa de la niebla, Donde conquista y guerra armonizan la vida, Dándole sentido a la calma previa. Raza de justos reyes, De cuyos pastos tan solo devoraban la angustia, El grano de los campos de batalla. Donde sus sangres vertidas, tan solo eran enturbiadas Por aguas cristalinas, color reflejo del diamante. Llevas ahora a la más pura criatura contigo a los infiernos. Las prófugas de los llanos, Las que se encomiendan al desastre. Las que apuntan hacia los cielos, Las que se precipitan a saltar distancias. ¡A esas solo amas! ¡Oh Ogoniok! Las que te cuestan la vida. Pobre de tu cuerpo, si a su alma es a lo que aspiras. Pues tras de ti, Ogoniok, cabalgan versos salvajes, Galopan voraces, lo que es justo: hordas, bárbaros Ávidos de estepas, inmisericordes, Crueles tambores que tras de ti, claman a muerte. Acuérdate como de tu herida pendía la hoja. Pobre rey de tan entristecida sombra, Anclada a tu piel, pendiente como la aguja.

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Tantas calamidades por escogerla a ella, A la más preciosa, a la roca más firme. A la pureza mejor conservada, Apenas un suspiro… Para que sobre tu cráneo, repose a daga de Damocles, Que señale exacta la hora de tu muerte. Por romperle el sueño. Por conducir a Perséfone a infiernos Eternos en distancias y abrasadores de frío. Hacia la extensión silenciosa e infinitamente basta, Que conforma al auténtico fin del mundo. Por entre gigantescos titanes adormecidos, Cuya silueta se recorta entre lo espeso de la niebla. Pero incluso en el momento en el que las fuerzas le venzan, La añorará enormemente.Y aunque cesen sus arterias, La reencontrará en infinitud de sueños. Triste bestia atropellada por los siglos, Aletargada a la hora de alentar tras recibir la daga: La torsión, la mueca macabra. Descubrirá que el mar era más plateado de lo que parece, Mientras que de la fúnebre noche escape. Brava alma aun no vencida, Pero si caes, Ogoniok, ¿Qué será de ti? ¿Qué harán con ella? Y tras de ti, Ogoniok. ¿Qué será de aquellos? De los que tienen afán para el viaje y el peligro, Con los ánimos exaltados para la guerra. Ogoniok bendito por Saturno, Pariente de Bucéfalo. Con la mirada dramática de los que ansían Muerte, a precio de puro capricho.

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Cada vez más al norte, Nos lanzamos hacia lo prohibido. Hacia los cuerpos derribados de los titanes Vencidos en el exilio. Pudriéndose sus cortezas, Fueron tomadas por hermosos musgos. El polvo de sus huesos, forman las brumas Que ahora cubren tú huida, Ogoniok. ¿Qué hiciste? ¿Porque a ella? ¿Porque la más pura? Todavía se lo preguntan. Tras de ti, corren ahora tantas fuerzas, tantas miradas. Y tu camino se vuelve verdaderamente pesado, Porque asciendes.

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mmxiiv ly l t R.A *



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