Confesiones de un ladrón de monserrat

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Confesiones de un ladrón Nadie dio importancia por estar la alarma desconectada, mi hermana mayor era el despiste personificado. Mi padre únicamente se limitó a mascullar entre dientes. _Esta chica es una descuidada, la he repetido cientos de veces que cuando salga de casa siempre deje conectada la alarma_. Hecho que me hizo pensar que los días tranquilos se habían esfumada y volvíamos a la triste realidad. Decidí ignorar las quejas de mi padre por tener una hija mayor tan despistada. Si le escuchaba, la paz y la relajación que había logrado alcanzar durante mis vacaciones se esfumarían como el humo. Entré en casa cargada con parte del equipaje dirección a un pequeño cuarto de estar que apenas usábamos, salvo para dejar los trastos. Cuando pasé por el salón, percibí una extraña sensación. Miré a mí alrededor y todo estaba prácticamente igual que al marcharnos, salvo por tres detalles vitales que indujeron a poner mi cuerpo en tensión. Dos cajones del mueble del salón abiertos y revueltos como si hubiese pasado por ellos un tornado, una figura carísima de porcelana rota en el suelo, y el tercer detalle y más importante, la fotografía de mi abuela sin su marco de plata. Ningún miembro de mi familia habría sacado jamás la fotografía de su marco. _ ¡Nos han robado!_ exclamó alertado mi padre. Me sobrecogí al escuchar por sorpresa el estruendo sonido de las maletas caer al suelo cuando mi padre las soltó, acto seguido, corrió desesperado hacía su despacho perseguido por mi madre. Incrédula por el comentario que acababa de escuchar y esperanzada porque todo fuese una equivocación de él, entré en su despacho viendo las consecuencias del robo. La puerta de la caja fuerte abierta de par en par y algunos documentos esparcidos por el suelo. _ ¡Dios mío, se han llevado todas las joyas!_ exclamó mi madre horrorizada llevándose las manos a la cara. Contemplé como mi padre abstraído, no prestaba atención alguna al comentario de mi madre, permanecía absorto en comprobar si estaban los documentos que guardaba en el interior de la caja y escuché como esbozaba un imperceptible suspiro de alivio. _ ¡Y el dinero!_ añadió segundos más tarde. En ese preciso instante sentí el corazón latir a mil por hora al ser consciente que todo era realidad, una maldita realidad y realmente habían robado. Mientras observaba a mis padres desde la puerta, tuve un presentimiento “mi colgante” corrí desesperada y ciega por llegar de inmediato a mi cuarto. Subí las escaleras con pasos gigantescos, escuchando únicamente el sonido que provocaban mis manoletinas al golpearse bruscamente contra los escalones de mármol de la escalera. Me sentí angustiada al presentir que yo también sería una víctima del robo. Pude notar como mis ojos se aguaban por las lágrimas al imaginar que habría desaparecido el colgante que me había regalado mi abuela por mi cumpleaños antes de morir. Nunca me lo ponía por miedo a perderlo y si ahora había desaparecido, no me lo perdonaría. Entré en mi dormitorio bruscamente, esperando encontrar los cajones de mi cómoda abiertos, el joyero desvalijado y seguramente el libro en el que

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