

VACÍOS LLENOS
Hay una magnífica pausa en la estructura de la ciudad de Mendoza. Una pausa que algunos urbanistas destacan como un lugar para estar, descansar y contemplar. Este espacio se encuentra en el subconsciente de los habitantes, siempre presente como una referencia.
A veces es tan inconsciente que no se percibe. Aparece y desaparece con una intermitencia tan grande y constante que este “aparecer y desaparecer” se convierte en un lugar… EL LUGAR. Pero efímero. Un patrón que acompaña cada tránsito emprendido en cada visita a la ciudad.
Es tan parte del devenir cotidiano que envuelve y contiene. Observa y vigila. Llama. Quizás añora y desea. Quizá con celos de no ser notada.
Este lugar único, con máxima centralidad, es tanto un hito como un nodo. Tan referencial que hasta los visitantes lo internalizan y aprehenden. Un lugar distinto a los de su misma especie.
Se materializa como un vacío, un claro en la vorágine. Son las cuadras que existen y no existen al mismo tiempo.
La Gran Plaza. El corazón de Mendoza. Lleno de vida. Vibrante. Porque en el vacío también hay vida. Existe: es paso, tránsito, descanso y reflexión.
Tan esencial… la ciudad se entiende desde ella.
Punto de partida y reunión ideal para explorar las calles aledañas, llenas de cafés, restaurantes y tiendas que reflejan la esencia de la urbe que la contiene.
Y ahí está él. Refugiado. Latente. Expectante. Listo.
Antes era uno. Ahora los hermanos se entrelazan, se encuentran y hablan. Comparten la luz maravillosa.
Estar dentro también es estar fuera.
Una pausa dentro de la pausa ¿es posible?