Quién cree a janet coooke

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De esas notas quedará una visión de nuestro tiempo y de la gente de nuestro tiempo sin duda mucho más fiel de lo que suponen sus lectores distraídos. De George Pompidou ha escrito: «Tiene la ambición más alta que su poltrona». Como buen escritor, Mitterrand debe saber que nuestras palabras nos persiguen no sólo hasta la muerte, sino hasta mucho más allá de la muerte. Pero, también como a buen escritor, no le teme a ese destino. Un día, mientras almorzaba solo en la brasserie Lipps, el propietario se le acercó y le dijo al oído: «Dicen que el presidente ha muerto». El presidente era Georges Pompidou. Recordando aquel día, Mitterrand escribió más tarde que, de todos modos, no pudo evitar una cierta piedad por ese muerto olvidado desde antes de que lo sepultaran. De Valéry Giscard d'Estaing, de quien ha dicho tantas cosas, ha dicho una terrible: «Nadie duda que él posea, en el grado más alto, el arte de explicar los fracasos de los cuales derivan sus triunfos». Sin embargo, ninguna indignación me pareció nunca más lúcida que la suya cuando le dieron el Premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger. «No tengo nada en su contra», escribió entonces. Pero consideró que darle a Kissinger el Premio de la Paz por haber puesto término a una guerra que él mismo había enardecido era como dárselo a Sukarno porque no mató más comunistas indonesios después de haber matado 300.000, o como dárselo a Papadopoulus, el coronel griego, porque cerró las cámaras de tortura que él mismo había instaurado y abrió al turismo las playas de sus islas de presidiarios; o a Idi Amin Dada, porque no volvió a masacrarle el cráneo a ninguno de sus ministros en los últimos años. «No pongo más ejemplos», escribió, «porque no pienso enemistarme con la mitad del mundo». A Julio César, que también era un escritor grande, Thorton Wilder le atribuyó esta frase feliz: «Yo, que gobierno tantos hombres, soy gobernado por pájaros y truenos». El escritor Mitterrand no podía estar a salvo de estas pequeñas supersticiones que hacen más misteriosa y bella la vida de los hombres. La suya, de acuerdo con numerosas anotaciones en sus libros, es la superstición del mes de mayo. El mes de las flores y de las vírgenes que


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