Colombia en mi cuerpo

Mujeres que habitan la política

Segunda edición
Junio, 2023
Dirección del proyecto
Gloria Susana Esquivel
Juliana Hernández De La Torre
Coordinacion general
Oriana Camargo Perea
Testimonios
Mónica Arrieta, Marta Dagua, Edith Díaz, Ingrid Gómez, Vanessa
Martínez, Dielina Palomino, Liliana Panameño, Ana Panesso, Jennifer Pinzón, Zonia Puenayan, Lorena Quintero, Yolvana Romero, Nubia Silva, Maria Camila Suárez, Yeimy Suárez, Carolina Vargas
Edición
Jessica Fuentes, Daniel Martínez, Vanessa Mendez
Diseño
Laura Catalina Ortiz R.
Mónica
Marta Dagua
Edith Díaz
Ingrid Gómez
Vanessa Martínez
Dielina Palomino,
Liliana Panameño
Ana Panesso
Jennifer Pinzón
Zonia Puenayan
Lorena Quintero
Yolvana Romero
Nubia Silva
Maria Camila Suárez
Yeimy Suárez
Carolina Vargas
Caucasia, Antoquia
“Cuando
luchamos protegemos a nuestros cuerpos, a nuestros territorios y a nuestra identidad”
Desde muy joven he estado enfocada en el estudio de los derechos de la mujer y la igualdad de género. Mi madre, Elcy Olivar Castillo, es un pilar en mi vida y es a quien le debo el ejemplo de valentía y fortaleza. Ella es quien me ha alentado siempre a cumplir mis anhelos y deseos de ayudar a la comunidad. Mi experiencia comenzó en Palomar, el pueblo donde nací, me crie y viví durante muchos años. Es una zona rural del municipio de Caucasia, en donde comencé a participar como líder y apoyo de las mujeres en pro del conocimiento y fortalecimiento de sus derechos. Lo que buscaba erradicar, principalmente, era la violencia de género.
Mi mamá es docente y siempre hemos vivido juntas. Fui educada con muchos valores de casa muy marcados, pero siempre con libertad y la posibilidad de ser, porque somos abiertos y respetuosos con las diferencias. No me da miedo hablar en público, ni expresarme, y se me ha facilitado siempre proyectar discursos y participar en diferentes espacios.Soy la tercera de cuatro hijos: tres mujeres y un hombre. Mi papá vive en una finca como a dos horas de donde nosotras vivimos. Él toda la vida ha sido de campo, no nos crio, pero siempre ha estado ahí. Sin embargo, mi mamá ha sido todo para nosotros. Recuerdo que, en el 2010, cuando tenía 25 años y estudiaba en Caucasia, llegó al pueblo un grupo armado entraron por la parte de abajo y ocasionaron una masacre. Esto nos cambió la vida a todos porque no era algo que hubiéramos vivido antes.
Creo que no soy selectiva a la hora de dolerme. A todos nos duele lo que pueda pasar alrededor porque son familias que se quedan sin hijos, hijos sin padres, esposas sin esposos y hermanos sin hermanas. Todos los días vivimos una guerra constante, una lucha fuerte. Yo creo que el Bajo Cauca es como “la novia fea”, es la que menos quieren, pero la que más da. Cuando es época de elecciones, este territorio muestra un alto índice de votos a los senadores y yo, que trabajé en la Misión de Observación Electoral MOE, me daba cuenta de ello y pensaba: Si hay tantos electores, ¿por qué somos los más olvidados?
El conflicto armado que se ha dado a causa de bandas al margen de la ley ha opacado la región y ha truncado el desarrollo. Este conflicto, de manera directa e indirecta, nos ha afectado a todos los habitantes de la región y también ha afectado el desarrollo de la mujer y de la igualdad de género, porque somos las más vulnerables y a las que más nos han violado los derechos en la zona. Por ejemplo, hay muchos lugares en los que es difícil acceder y que están controladas por los grupos armados. El territorio ha sido el protagonista de noticias malas y esto ha sido muy difícil, pero también siento que somos muy resilientes. Somos gente buena, tenemos diversidad cultural. Caucasia es una colcha de retazos porque hay de todo. Algunas personas hablan con acento paisa, otros hablamos costeño y así. Hemos aprendido a estar unidos y a defender nuestro territorio de la mano de Dios y creo que nos debemos fortalecer en la fe.
Desde entonces, hemos presenciado muchos actos de violencia y estamos viviendo en guerra. Todos los días se pierden amigos, personas conocidas y no tan conocidas.
Lo positivo de todo este proceso es que he tenido el interés de contribuir a mi comunidad. Como yo vengo de una familia de educadores mi profesión es educar porque me gusta mucho la educación, porque creo que es el pilar para dejar de empuñar un arma y mejor empuñar un cuaderno y un lápiz o un libro. Siempre me ha gustado el activismo. Después de estudiar, aprender muchas cosas y seguir fortaleciendo mis habilidades y conocimientos, ingresé a
Nunca habíamos experimentado un episodio de estos, ni estábamos familiarizados con ese tipo de violencia.
la Fundación Mujeres Valientes, con la cual he llevado a cabo varios proyectos encaminados al empoderamiento femenino, a la igualdad de género y a los movimientos que buscan proteger a la mujer de la violencia de género o intrafamiliar. Allí brindamos apoyo psicológico y acompañamiento a mujeres vulnerables que lo necesitan. Yo siempre he dicho que soy feminista, pero esto no se trata de odiar al otro género. Yo quiero mucho a los hombres, creo que son muy importantes en nuestra sociedad, y el trabajo con y por las mujeres y las niñas es algo que siempre me gustó y que considero de suma importancia para todas las comunidades. La Fundación Mujeres Valientes Constructoras de Paz es la organización con la que, hasta el día de hoy, he trabajado en diferentes municipios y con la cual ha sido posible lograr un impacto de forma muy positiva. Llevamos a cabo diferentes acciones en beneficio de la comunidad. Hemos logrado visitar diversas zonas urbanas y rurales para capacitar a mujeres en derechos y empoderamiento femenino, con el fin de de fomentar una participación plena en todos los sectores y actividades económicas, políticas y demás. Buscamos que se sientan incluidas y que hagan parte del desarrollo, el cambio y la sostenibilidad del territorio y del país.
Me he interesado además en leer y aprender más sobre el empoderamiento femenino y el poder que nosotras, como mujeres, tenemos. Siento que ayudar a la mujer en la participación política y su fortalecimiento me llena de satisfacción y es necesario que se nos respete nuestra identidad como mujeres, luchar por la protección de nuestros cuerpos y por erradicar la violencia de género. Espero que en un futuro pueda llevar a cabo proyectos más grandes en donde lleguemos a más zonas del país y trabajemos en la lucha contra la igualdad de género haciendo frente y buscando soluciones al conflicto de nuestra región. También quiero seguir trabajando en el mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres y del territorio, siempre desde la igualdad.
“De lo particular a la diversidad y goce de los feminismos”
Santander de Quilichao, Cauca
Creo que iniciar este escrito con mi nombre, justo cuando estoy intentando contar mi historia, es una salida bastante fácil. Pero lo cierto es que el nombre —y en especial los apellidos, por eso de la carga genética— tienen mucho que ver con quién fuimos, quiénes somos y quién seremos. Mi caso no es la excepción. Ser Flor me garantizó fuerza física y un temperamento fuerte, lo que me ha ayudado a la hora de liderar procesos. Ser Dagua me aportó generosidad y empatía, ingredientes necesarios para construir en comunidad. Pero estas cualidades heredadas, por sí solas, no hablan de quién soy. Hay otro ingrediente, igual en importancia, que me determina y que marcó mi rumbo porque me liberó de antiguas ataduras. Se trata del feminismo. Sin él estaría viviendo un destino impuesto. Sería una mujer obligada a vivir los sueños de otros y de otras.
Nací en el campo hace cuarenta años. Soy hija de padre y madre campesinos, trabajadores y comprometidos con su familia. No sé muy
bien qué clase de hija soñaron y no se los he preguntado, pues tal vez temo a las respuestas. Lo que sí sé es qué clase de mujer soñé ser desde muy pequeña. En esos sueños de niña veía a una mujer segura de sí misma y en pleno control de su propia vida. Pero esto no fue posible sino hasta mis 24 años. Antes de eso no hay mucho que contar. Solo diré que mi vida era como la de la mayoría de las mujeres, en especial las que habitábamos el campo. Una vida dentro de casa, maternando desde muy jóvenes y cumpliendo roles ya preestablecidos.
Crecí sintiendo cierta angustia del futuro, de mi futuro, porque miraba a mí alrededor y no veía mujeres cuyas vidas quisiera vivir. Es importante que no se entienda mal lo que quiero decir. Crecí rodeada de mujeres valientes, trabajadoras y amorosas, pero no las veía dueñas de sus vidas y eso me angustiaba, porque sentía que ese era el futuro que me esperaba. Veía un futuro en el que tenía que ser para complacer a otros, aunque era
consiente de que tenía potencial para más. Esto cambió en el año 2004, cuando la fuerza del destino me juntó con otras mujeres que se habían hecho las mismas preguntas y que hacía tiempo habían encontrado la respuesta. El camino para encontrar la soberanía y la felicidad estaba en el hermanamiento con otras y en la lucha reivindicativa por nuestros derechos. Esa narrativa me llegó de la mano de maestras que venían desde Cali, algunas de la Casa Cultural Tejiendo Sororidades y otras del Centro de Estudios de Género de la Universidad del Valle, ellas llegaron a Santander de Quilichao para orientar un proceso formativo dirigido a mujeres que se llamaba Escuela de Formación Política en Feminismos y No Violencias.
A ellas les debo tanto, siempre le doy las gracias a Norma, Adalgiza, Nancy, Julieth, María Eugenia y a Yasnaia, quien las invitó a Quilichao y a mi vida. Cuando recuerdo a estas mujeres lo hago con gratitud y profundo afecto, pues transformaron mi vida, la llenaron de herramientas, argumentos y búsquedas que aún hoy me acompañan. A ellas las escuché decir por primera vez la palabra feminismo y explicar su profundo significado. Gracias a ellas me puse los lentes de género y gracias a ellas florecí.
Con mis lentes de género bien puestos, y acompañada de otras mujeres que, al igual que yo, se sentían retadas a transformar el mundo por medio del feminismo, fundamos uno de los primeros colectivos feministas del municipio de Santander de Quilichao. Era el colectivo Ofelia Uribe, nombrado en homenaje a esa mujer rebelde que luchó para que nosotras tuviéramos independencia económica, derecho al voto y a la educación.
Con Las Ofelias iniciamos las primeras acciones de incidencia política, que consistían en conmemorar dos fechas emblemáticas para el movimiento social de mujeres: el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de las Violencias contra las
El camino para encontrar la soberanía y la felicidad estaba en el hermanamiento con otras y en la lucha reivindicativa por nuestros derechos.
Mujeres, y el 8 de marzo, Día Internacional de los Derechos de las Mujeres. La primera vez que salimos a la calle fue a la acción del 8 de marzo. Recuerdo que en el parque principal había un machito, de los que tanto abundan, docente además, que, al vernos pasar, se giró y le dijo a su compañero: “¡Qué tal! Son cinco gatas y disque protestando”.
Y sí, él tenía razón. Éramos cinco gatas y con sus comentarios estrenamos nuestra capacidad de reacción/acción haciendo honor al lema que nos habían enseñado nuestras maestras: “Ninguna agresión sin reacción, ninguna reacción con violencia”. Ese día, nuestros pitos sonaron para denunciar públicamente al saboteador y
y de ahí en adelante comenzamos a hacer plantones para denunciar y visibilizar los casos de violencias. También acompañábamos a mujeres víctimas y participábamos activamente en la formulación de los Planes de Desarrollo Municipales con el fin de lograr que se incluyera un capítulo de género. Pero un día Las Ofelias se marchitaron y no por falta de agua, sino porque quien era el motor del grupo se fue a vivir a Bogotá. Sin embargo, no tardó en llegar otro espacio de incidencia. Así inició mi caminar en la Fundación para el Empoderamiento de la Mujer Empoderarte. Desde Empoderarte continuamos recorriendo el camino que iniciaron Las Ofelias. En los primeros años nuestro accionar estuvo enfocado en realizar acompañamiento a mujeres víctimas de violencias, pero fuimos creciendo y encontrando a otras cómplices. Con ellas llegaron nuevos temas a nuestra agenda como el fortalecer la participación política de las mujeres, iniciar procesos autónomos de autoformación, la paz desde la mirada de las mujeres y las comunicaciones como herramienta de incidencia.
Las luchas han sido muchas y los logros también. Todo junto a otros colectivos que le han dado sentido a lo que hacemos. En el año 2016 logramos que se declarara el primer feminicidio en el Cauca, pese a que, en un inicio, el crimen de Dayra Ximena hubiera sido imputado como homicidio simple. Esa fue una lucha ardua por justicia que combinó litigio estratégico, protesta callejera, medios de comunicación y, sobre todo, la fuerza y persistencia de familiares y amiges de Dayra por lograr justicia.
él aprendió que cinco mujeres empoderadas hacen más ruido que mil que no lo están. Así nos estrenamos como activistas
fue nuestro lema en ese entonces y, desafortunadamente, hoy continúa siendo la realidad que vivimos las mujeres en Colombia. De esa lucha quedó una condena de 27 años de cárcel para el feminicida y un profundo vacío por dos vidas que el machismo apagó. La de ella, que tenía derecho a vivir, y la de él, quien a sus 23 años terminó en una cárcel, porque le tocó crecer en una sociedad que enseña a los hombres que las mujeres son de su propiedad, y que si no son de ellos, no serán de nadie. Nuestras luchas no son solo por nosotras, son también para que los hombres puedan crecer en una sociedad que les permita ser, sentir y amar en libertad.
El caminar distintos procesos organizativos me ha permitido formarme y contribuir a la formación de otras mujeres. Nuestra formación parte de reconocer los conocimientos y experiencias de las otras. Recorrer el territorio y evidenciar las dinámicas violentas y excluyentes de las que somos víctimas las mujeres, me ha permitido entender que los espacios de incidencia se deben escalar de lo cotidiano, de la calle y de la movilización a los espacios de toma de decisión. Es por ello que, en el año 2018, conformamos con un grupo de amigas inquietas la Red de Mujeres Políticas en Expansión. Este espacio fue soñado como herramienta para fortalecer la incidencia y participación política de las mujeres en nuestra región. Las actividades adelantadas desde Mujeres en Expansión me permitieron vivir de cerca los anhelos de muchas mujeres candidatas a alcaldías y concejos municipales. Con ellas soñamos en complicidad sobre su posible llegada al poder, entendiéndolo como poder para servir, construir y trasformar el actual modelo de hacer política que atenta contra el derecho a la vida. Con ellas también conocí de
primera mano las barreras a las que se enfrentan las mujeres al momento de hacer política.
La primera barrera es la de lograr los avales, porque la mayoría de candidatas no viene de proceso de partido. Las mujeres que conforman la red son lideresas con experiencia en trabajo social en sus comunidades de más de 15 y 20 años, pero eso para los partidos políticos no es atractivo y les juega en contra, porque a los gamonales de turno poco o nada les conviene incluir en sus equipos a mujeres con formación política y criterios propios.
Eso sin contar que, para algunos dirigentes regionales de partidos políticos, la venta de avales es uno de sus mejores negocios. Una vez las candidatas logran el tan anhelado aval son tratadas como ciudadanas de segunda. No les asignan recursos de manera igualitaria para hacer sus campañas y quieren que se conviertan en las secretarias de los señores. Por ejemplo, a una candidata al Concejo del municipio de Caloto le solicitó el director de campaña del partido que, en las reuniones con la comunidad, no hablara de su propuesta política, sino que le hiciera campaña a uno de sus compañeros, candidato también al Concejo, pues él era el seguro ganador.
Otra barrera fue el señalamiento por el comportamiento de sus familiares o por el físico de la candidata. También las señalaban por su edad, etnia, amistades y amores y, claro está, por la falta de credibilidad en las capacidades para gobernar de las mujeres. Esta es una barrera que traspasa la maquinaria electoral e involucra a la sociedad. En el imaginario colectivo de esta sociedad machista a las mujeres nos “faltan pantalones” para gobernar. Todas esas barreras e imaginarios continúan impidiendo que las mujeres logremos llegar en un porcentaje significativo a escenarios de poder y toma de decisión. La poca representatividad de mujeres en los espacios públicos y de toma de decisiones,
“Nos queremos vivas y poderosas para construir la paz, pero nos están matando”,
especialmente los de elección por voto popular, marca la hoja de ruta de las apuestas futuras de quienes nos movilizamos en favor de nuestros derechos.
También las apuestas presentes y futuras de las mujeres, y de algunos colectivos de mujeres del Norte del Cauca, son tan diversas y variadas como lo somos nosotras. Varían de acuerdo con factores étnicos, etarios y si eres rural o urbana. Sin embargo, hay unas apuestas que nos movilizan a la mayoría por su recurrencia e impacto negativo en nuestras vidas: Las violencias que sufrimos están en nuestras agendas. Llevamos muchos años movilizándonos y denunciándolas y el resultado han sido leyes que reconocen nuestro derecho a vivir una vida libre de violencias. Sin embargo,
las violencias continúan y escalan cada día más.
La institucionalidad a cargo de hacer operativa la ruta de atención no logra articularse, y parece que tampoco sea un tema de interés. El posicionamiento político de las mujeres en contra de las violencias es fundamental, así como también es importante vincularnos a la lucha dentro del marco de la ola latinoamericana por el derecho a la irrupción voluntaria del embarazo IVE. Sigue vigente y necesaria una apuesta por la construcción de paz y, en esa medida, la exigencia de la implementación del Acuerdo de Paz y la reactivación de la mesa con el ELN. Otra apuesta fundamental es la de tejer lazos políticos entre los diversos feminismos
para hacer un frente común en contra de la avanzada de la ultraderecha a nivel mundial que está amenazando y generando procesos regresivos contra los derechos de las mujeres y de las minorías.
Nuestras luchas son por un mundo más justo en donde todas, todos y todes tengamos igualdad de oportunidades. Por último, lograr la paridad es otro horizonte de lo colectivo que compartimos desde las regiones con compañeras de todo el país. Es momento de dejar de ser tan solo una cuota y de ocupar los espacios de decisión en igualdad. Como dice la consigna: “Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven, el patriarcado se va a caer, se va a caer”.
“¡Basta ya!”
Nací el 28 de diciembre de 1965, en el pueblo Santa Helena del Opón, en Santander. Soy una mujer de familia campesina. Nací siendo líder. De niña siempre vivía diciéndole a otras que no debíamos permitir que nos pegaran. Les decía: <<Vámonos para la guerra>>, y yo sentía que ese era un escape para todo. Me arrepiento de haberles dicho eso, pero era la única opción que veía. Siempre hay que buscar un escape y ahora se puede gritar con más libertad. Yo quise estudiar y aprender. Pero fui madre.
En la adolescencia me fui a trabajar en casas de familia ubicadas en las ciudades. Luego comencé a tener a mis hijos. Para esa época vivía en El Socorro. Ya en el año 1994 me fui a vivir a Saravena, Arauca, en donde empecé una nueva etapa de mi vida. Afronté muchos problemas con mis hijos. Después de trabajar en casas de familia, comencé a trabajar como rifera. Al ver que esta era una buena fuente de trabajo, decidí sacar una rifa por mi cuenta. La llamé Rifa Yulitza. Al inicio se rifaba oro y plata, y después motos y carros. Mi situación económica dio un giro y pude comprar mi casa. Pensé que, para trabajar mejor, debía comprar un carro. Viajé a Bogotá y en Vehicolda me compré una Toyota doble cabina pero nos estafaron en el precio de la camioneta. Caí por pendeja. ¡Después del ojo afuera, no vale Santa Lucía!
Regresamos a Saravena a trabajar para pagar el carro. Todo era un logro, a pesar de la violencia en la que estábamos. A diario mataban de personas. Había días en que se encontraban hasta ocho cuerpos tirados en los caminos. Daba miedo, pero mis ganas de salir adelante hizo que nos adaptáramos a la situación, como si nada pasara. Un día íbamos cruzando por una vereda llamada Aguachica y había mucha conmoción por la muerte de una familia que vivía en un lugar llamado El Triunfo. Paramos, entramos al lugar y jamás podré olvidar lo que vi. Había unos niños decapitados. Su madre quedó arrodillada junto a su pequeño de dos años que estaba ahorcado. El padre fue degollado. Eso es lo más escalofriante que he visto en la vida.
Después de haber visto semejante calamidad viví muchas crisis. Quiero contarles que, posiblemente, fue un obrero que trabajaba para ellos quien los mató, por quedarse con una supuesta plata.
A diario morían mujeres y hombres sin saber el por qué. Lo mataban a uno hasta por mirar a un soldado. Nos decían que la vida seguía y ya nada nos asombraba. Se vivía como si nada sucediera. El pan de cada día eran los atentados. Lanzaban cilindros a la policía, acababan con la manzana completa y la gente siempre se preguntaba por qué nunca, ningún cilindro, caía sobre el puesto de policía. Era un misterio en medio de tanta violencia. Nos armamos de valor y comenzamos a defender nuestras vidas. Un día escuché que iban a matar a una pareja solo porque nadie los conocía. Lo más triste es que llevaban dos niños, uno de cuatro años y otro con pocos meses de nacido. Me ingenié para llevarlos a la casa cural y le conté al cura lo que iba a pasar. Pude salvarles la vida. Un día llegaron a mi casa y querían matarme por una información mal dada. Pero la malicia indígena me ayudó. Me escapé por el patio, hui y aclaré la situación. En esos años, vivir en Arauca era un privilegio de supervivencia.
A inicios del año 2004 decidimos viajar a Bogotá con mi compañero, para cambiar nuestro carro. Viajamos por Tame. Cuando íbamos pasando por el centro nos abordaron dos hombres y nos preguntaron si teníamos permiso para pasar por La Cabuya. Respondimos que no y nos pidieron acompañarlos adonde el Patrón. Yo pensaba de todo. Tenía fe en que nada nos iba a pasar. Nos dijeron que tuviéramos cuidado con lo que dijéramos en el retén del ejército. Cruzamos por el retén y nos quedamos sorprendidos, porque ellos pasaron como si nada. Llevaban armas largas y no les dijeron nada. Luego nos pidieron las llaves del carro y uno de ellos se fue manejando. Más adelante nos dejaron en un caserío pequeño. Estaba asustada y preocupada. Pensé que me iban a quitar la vida, que nunca iban a saber qué había pasado conmigo. Pasaron las horas
y los días, un hombre nos cuidaba. Él decía que podría matar a la propia mamá por chismosa. En algún momento pude escuchar que hablaban con el Ejército por radio, les pedían que dieran vía para ir a marchitar una flor. Siempre hablaban en clave. Otras veces oí decir patas de caucho. Creo que se referían a los carros. Un sábado llegó el jefe.
El jefe se llamaba Nicolás e iba con otros acompañantes y la novia, una muchacha muy hermosa. Yo le reclamé por mi carro y él argumentó que mi carro iba cargado de droga. Se armó la de Troya porque eso era falso.
Luego me salió con el cuento de que yo era de la guerrilla. Por ningún lado entraba en razón. El hombre se desentendía constantemente de mí, se iba a hablar con otra gente. Había otro hombre, con la cara cicatrizada, que apuntaba a un blanco. Me decía que me iba a poner unos cuantos tiros en la tapita de la frente. Se podrán imaginar lo que yo sentí en esos momentos. Nicolás se identificó como de las AUC y se puso a hacer llamadas. Primero a la policía de Saravena, quienes revisaron si yo tenía algo pendiente con la ley. Se preguntaba por qué el ataque era solo contra mí y no también contra los dos compañeros que viajaban conmigo para Bogotá. Después llamaron al batallón de Saravena, enseguida a la Caja Agraria preguntando cuánto dinero tenía en mi cuenta, y no les dieron la información. Nicolás se quedó con mi carro. No valieron súplicas. Dijo que quedaba como pago sobre un derecho de ellos.Le tuve que pagar ochenta mil pesos a un señor que estaba allá para poder regresar. Recuerdo que las mujeres que estaban allí no podían hablar entre ellas, era prohibido, porque decían que eran unas chismosas. Había una iglesia y una escuela. Saliendo del caserío nos enteramos de que la flor era una mujer, una profesora, a la que le habían quitado la vida.
Intenté por todos los medios recuperar mi carro. Me pedían motores fuera de borda, motos y plata. Un día me dijeron que un tal Gutiérrez me podía ayudar a recuperar el carro.
Me pidió cinco millones de pesos y me di por vencida. Eran momentos de frustración. Vi cómo se apoderaban de lo poco que había conseguido con tanto esfuerzo. Quise averiguar si fue verdad que Nicolás llamó a esos lugares. Primero fui a la Caja Agraria y la gerente me dijo que sí, que habían llamado en nombre de la policía. Pedí una cita al batallón para hablar con el supuesto teniente con el que se habían comunicado y el señor envió a otro en representación. Yo quería saber por qué si esa gente estaba haciendo tanto daño, tenían comunicación con el ejército. El militar dijo que era una estrategia de ellos para confundirnos. Me aconsejó que dejara las cosas como estaban si no quería terminar muerta. Eso prácticamente fue una amenaza.
A la policía no fui porque tenía miedo. Comenzó mi calvario. Me dieron poco tiempo para que me fuera del departamento. Tuve que regalar mi hermosa casa por lo que me quisieron dar en ese momento, y me desplacé con mis dos niñas. Nos fuimos para Ibagué. Allí tuve que empezar una lucha contra la sociedad. Tuve que vender ropa en las calles y la policía nos perseguía. Un día me llamaron de Vehicolda. Me exigieron el denuncio de la pérdida de la camioneta para poder cobrar un seguro por la deuda. Yo había puesto la denuncia en Saravena y por alguna extraña razón, apareció en la fiscalía de Tame. Tuve que viajar y dejé a mis dos niñas al cuidado de unos desconocidos. Cuando llegué a la Terminal un hombre me dijo: <<¿A usted fue a la que le quitaron una camioneta?>> Yo era muy confiada y le respondí que sí. Me dijo que fuera a hablar con la chica que vende los pasajes. Ella me dijo que Grillo y Paisa me iban a entregar el carro. Emocionada llamé a mi amiga Luz Marina. Le conté y ella me dijo: <<¡Marica, la van a matar, vuélese rápido!>>.
No sé de dónde saqué tanta tranquilidad y le hice creer a la muchacha que me iba a ir con ellos. Me buscaron un taxi y me subí. Cuando íbamos pasando por un parque vi a un policía, le dije al taxista que parara porque necesitaba preguntar algo. La estrategia fue ir con el policía y decirle que me estaban llevando secuestrada. Cuando llegamos al puesto de policía, cuál sería mi sorpresa al ver salir de la estación al hombre que me robó mi carro. Ese día inicié un trámite de denuncia. La fiscal que me recibió la denuncia me entregó a la policía y me llevaron en un carro custodi da. Me daba mucha risa ver policía atrás y adelante del carro en el que yo iba. Parecía que llevaran a Pablo Escobar. Duré ocho días escondida en Saravena y el documento de la denuncia que yo había interpuesto y de la custodia desapareció de la Fiscalía. Después de aquel incidente tuve que regalar todo en Ibagué. Viaje al Nula, cerca de Santander, y allí lloré por ver a mis hijas con hambre. Me enfurecí el día que amenazaron a mis hijas, querían abusar de ellas. Me armé de valor, me hice parecer como una mujer mala y les dije: <<Si a mis hijas les pasa algo malo,
mato hasta el perro>>. Yo, que nunca he matado ni una gallina. En el 2006 conocí a un combatiente. A él lo estaban buscando. Para esa época, mientras estaba viajando por la zona de Puerto Nidia, vi mi Toyota. Cayó la Fiscalía y el ejército y comenzaron a pedir cédula a los que estábamos cerca. Al parecer un guerrillero se había escapado. Yo me hice la tonta y no la entregué. El ejército le metió candela a mi camioneta y ahí me enteré de que la tenía El Tuercas, comencé a averiguar por qué la guerrilla tenía mi camioneta, si habían sido los paramilitares los que me la habían quitado. Al parecer, los paras creían que yo era la dura de la guerrilla y estaban ardidos. En un enfrentamiento con la guerrilla les quitaron seis carros y el mío estaba incluido en esos.
Un día supe de la historia de una mujer en un pueblo de Santander. El pueblo había sido tomado por la guerrilla. Ellos dictaban la ley, decidían quién hablaba y quién no. Un día, una mujer se inventó un sancocho comunitario y, una vez por semana, se reunían las mujeres del pueblo para hacer el sancocho. Esa era la excusa para poder hablar y organizarse. Me pareció una mujer berraca. Nació una nueva Edith. Ya le tenía fastidio a la policía y al ejército, porque ellos no están para defender al pueblo. Tuve que desplazarme a Puente Tabla, un pequeño caserío en Arauca. Me tuve que armar de valor contra los elenos. A diario mataban gente, dos o tres personas como mínimo. Un día me enteré de que iban a matar a un muchacho y fui a golpear casa por casa. Algunos me gritaban: <<Vaya lave la loza, no se meta, no sea sapa, déjeme hacer mi trabajo>>.
Comencé a hablar con otras mujeres. Teníamos que unirnos. Yo les decía: <<No nos van a matar si estamos todos juntos>>. Reuní cerca de cuarenta adultos y casi diez niños. Nos fuimos para la finca a las siete pasaditas. Yo le decía a Carlos, el líder comunal, que nos dirigiéramos a ellos con educación. En esos momentos salió un tipo alto al que le decían Rambo. Tenía un anillo enorme, inmenso, y nos dijo: <<Buenos días, compañeros>>. Nadie habló. Todo el mundo quedó mudo. Él nos miraba. Yo no tenía mucha experiencia. Sin embargo, tomé mi voz y le dije: <<Estamos acá porque necesitamos hablar con ustedes. Venimos a reclamar al muchacho que quieren matar. Después de darles de comer, de beber, de abrirles las puertas del pueblo, ¿por qué nos están matando?>>. El tipo me preguntó si yo era la mona Millaldra y quienes me acompañaban respondieron que yo no era. Luego el tipo me miró y me dijo: <<¿Usted es capaz de decirle eso a las Farc?>>. Y yo respondí: <<¡Sí! Claro que soy capaz. Estamos exigiendo respeto por nuestras vidas. Las armas las tienen ustedes, no los civiles>>. Hay que aprender a enfrentarse a
las personas, porque no sabemos con quién nos podemos encontrar. Ese día nos entregaron al muchacho. Pudimos salvarle la vida a otros tres que tenían en lista. La gente me tenía respeto y yo comencé a empoderarme. A los civiles nos acusaban de ser del bando contrario y nos mataban por algo inaudito. Me tocó huir para salvar a mi pareja, a mi compañero. Nos trasladamos al caserío de El Remolino, cerca de la frontera. Trabajábamos con gasolina, nos lanzábamos al río, huíamos del ejército, nos robaban la gasolina. Teníamos una ranchita de carpa plástica y caña brava. El piso era en tierra y habíamos instalado una electrobomba para sacar el agua. Salía sucia y así se consumía.
En la zona preguntaban por Raúl, mi compañero, que si aún trabajaba con la guerrilla.
Un día llegó El Chávez, quien decía conocerme. Ese hombre mataba todo lo que sabía a guerrilla. Los mataba a la orilla del río y los dejaba como NNs. Yo no podía dormir. Una noche hicieron una llamada. Teníamos una flechita que nos costó treinta mil pesos. Nos preguntaron si sabíamos algo de los elenos y si estaban cobrando vacuna. Yo le dije a Raúl que tuviera cuidado y él les respondió: <<No, yo no sé nada, yo solo estoy trabajando>>. A la mañana siguiente amaneció un muchacho muerto en el río. Lo habían llamado la noche anterior a hacerle la
misma pregunta y él había respondido: <<¡Sí! esos hijueputas andan cobrando vacuna>>. El Chávez insistía en que Raúl trabajara con él. Le llegó a ofrecer dos millones por un negocio. Yo solo le decía a Raúl: <<Ese man no es amigo suyo. Podrá ser el mozo mío, pero no… cuidado, le están buscando la patica>>.
Para esa época me descubrieron un tumor. Tenía muchas hemorragias, y me tuvieron que sacar el tumor y la matriz. Mientras me recuperaba en la ranchita llegó El Chavez a visitarme. Me dio mala espina. Yo me preguntaba: <<¿Por qué vendrá? No será a verme la belleza>>. Yo miraba a Raúl y le decía: <<¡Cuídese, Raúl!>>. Días después, una mujer del caserío me llamó y me dijo que iban a matar a mi marido. Raúl se fue para donde una excuñada y llegaron a la casa a preguntarlo. Yo solo les contesté que él se había ido porque estaba enfermo. A las dos horas mataron al otro hombre. Raúl, que es terco, se regresó.
Volvimos a desplazarnos. Esta vez nos fuimos para el municipio de Varinas. Allí vivimos tres años y yo vendía cosméticos. Para el 2013 – 2014 regresamos al Remolino. Raúl se entregó y se desmovilizó formalmente. Conocí a una amiga en una ONG y me vinculé y comencé a recibir charlas. Allí conocí también a la Dra. Elba Rocío. Ella estaba buscando a las víctimas y yo le dije que yo era una víctima. El señor de la Junta de Acción Comunal intervino: <<No, usted no puede ser desplazada porque tiene televisor y nevera>>. Recuerdo que en esa reunión había una mujer extranjera, parecía rusa, y ella se le enfrentó. En el 2014 regresamos a Saravena. Luego conocí a Eliana y ACNUR. Ellas se encargaban de darnos charlas y capacitaciones. Hacíamos intercambios de saberes con mujeres afro e indígenas. Hicimos un ejercicio de memoria en donde plasmábamos y tejíamos palabras en unas colchas. Hablábamos sobre la violencia, sobre cómo habíamos sobrevivido. Luego tuvimos encuentros con la MAPOEA y allí conocí a Oriana y Juliana. Comencé a tejer alianzas fuertes con muchas mujeres.
He llorado con muchos casos. Yo ya era candidata para el Concejo y un día hicimos un chocolate para comenzar a charlar entre nosotras. Una mujer me contó que el esposo la abusaba , la obligaba a hacer cosas , incluso con la menstruación. Lloramos. ¿Por qué los hombres son tan desgraciados? ¿Por qué creen que somos objetos? Luego vi morir a una mujer de 27 años que tenía un cáncer muy fuerte. Por sus creencias religiosas no se dejó realizar una transfusión de sangre. Que por culpa de la influencia de una religión no se nos permita decidir sobre nuestro cuerpo y cuidarlo también es violencia. Hace cerca de un año y medio iba caminando por una calle y oí el llanto de
un niño. La cabeza se me nubló. Golpeé en la puerta de una casa y pregunté por el niño que estaba llorando. Me dijeron que lo estaban sobando. Yo no creí y me metí en la casa. Comencé a buscarlo y, cuando lo encontré, efectivamente, lo estaban sobando. Tuve mucha vergüenza, me disculpé. Salí y me fui. Tenía mucha vergüenza, pero no me arrepiento. Y, ¿si de verdad le estuvieran haciendo algo malo? ¿Si lo hubieran estado violando? Yo lo habría defendido. No quiero que otros niños vivan lo mismo que yo. Cuando era niña, dos de mis tíos me violaron y fui víctima de violencia por parte de mi padre. La cabeza se me nubló en ese momento. Me dio terror. Regresé en el tiempo y solo quería salvar a ese niño.
Yo soy como una mamá. Me buscan para ayudarlas, cuidarlas, apoyarlas. Hay muchas dificultades en el territorio: el acceso, la salud, los medios económicos. Todo es más difícil. Mientras tanto, el Gobierno hace fiestas con el dolor del pueblo. A mí me gusta mucho colaborar, ayudar a otros. Sueño con seguir defendiendo a mis mujeres, a mis niñas y niños, a enseñarles sobre el cuidado del cuerpo, a contar, no a callar. Aún las mujeres son manejadas en la sociedad y en la política y, en realidad, no deberían existir colores ni divisiones políticas..
“Las lideresas nacemos y nos formamos en los procesos”
Galapa, Atlántico
Nací en el bello municipio de Galapa en el Atlántico, un municipio rico en artesanías. Nací en el seno de una familia humilde, con muchos valores, descendientes de la comunidad indígena Mokaná. Soy la segunda de cuatro hermanos, tres mujeres y un varón. Mis padres son hijos de agricultores y campesinos. Ellos tuvieron muy poca oportunidad de estudio y formación, pero siempre tuvieron la convicción de dar lo mejor a sus hijos. Fui una niña inquieta, cada vez quería saber más de cada cosa. Era muy diferente a mis hermanos. Sentaba mis puntos de vista y los dejaba claros en todos los lugares. Muchas veces a las personas adultas y familiares les parecía antipática e irrespetuosa. Siempre he pensado que todo hay que llamarlo por su nombre.
A pesar de que los niños no debían intervenir en reuniones de adultos, yo sí lo hacía. Así me castigaran. Muchas veces me hacia las autorizaciones a nombre de mis padres. Aprendí sus números de identificación y, sin permiso, firmaba como ellos para poder participar en espacios de adultos. Con solo doce años iba sola al médico, quien era amigo de la familia. Yo iba cuando me sentía mal y luego a mi papá le llegaba la cuenta de pago de la consulta y los medicamentos. Siempre me hice la misma pregunta: ¿Porque soy diferente a las niñas de mi edad? Jugaba todos los juegos, incluso los de los niños. Desde niña
pensé que los juegos no tienen estereotipos de género, son solo juegos y no definen el sexo de una persona. Me castigaban por ello, pero, desde mi punto de vista era normal. Mi mamá, una y mil veces, se preguntaba a quién había salido de la familia, de dónde había heredado tantas cosas. Yo de tanto escuchar esto me hice la misma pregunta, era algo así como esa oveja negra. Siempre lideraba en grupos, hasta en los juegos.
Un día, con tanta rabia de estar castigada, sentada en el patio de la casa, mi abuelo paterno, Manuel Cecilio Gómez, se rio de mis ocurrencias porque estaba hablando sola y haciéndome tantas preguntas. Él me dijo: <<Los líderes nacemos y también trascienden de generación en generación>>. Yo le pregunte por qué y él me respondió: <<Porque de esta generación fuiste tú quien heredó mi liderazgo. Pero primero necesitas liderar tu vida y la familia para ser líder, una líder íntegra>>. Me contó que él quedó viudo muy joven con sus hijos y los crio y los educó hasta donde sus fuerzas le dieron, pero que lo más importante eran los valores en la familia.
Él, junto con otras personas, lideró la reconstrucción de la iglesia del pueblo porque la que existía, de bareque y palma, se quemó. Hicieron actividades y recogieron cuotas casa por casa. La idea era que la gente no perdiera la iglesia ni su fe en Dios, a
pesar de las adversidades. Mi abuelo también fue uno de los fundadores de la primera sociedad de agricultores, que se hizo para que los agricultores tuvieran oportunidades de salir adelante. Hoy existe la sede en el municipio y ya no opera para lo que realmente fue creada, porque con el tiempo se pierden los procesos si quienes los lideran ya no están. Ahí empecé a entender las preguntas que yo me hice una y mil veces. Ser lideresa era mi propósito en la Tierra.
De adolescente estuve en grupos de actuación y grupos juveniles. Siempre he estado comprometida con mi formación. Me gradué de bachiller e inicié un curso técnico que mi padre me pagó. Yo quería ir a la universidad y mi padre no tenía los recursos suficientes. Yo, siempre inquieta, en una de esas reuniones de personas mayores, escuché que había unos cupos para estudiar los fines de semana en la Universidad del Atlántico. Me anoté sin tener el permiso y el dinero para la inscripción y para el semestre. No me detuve, duré ahorrando el dinero de mi merienda y logré inscribirme. Me presenté a la universidad para hacer mis estudios de Licenciatura. Tomé un crédito con la universidad y pagaba a cuotas mi semestre. Nunca me rendí en medio de las adversidades. Más tarde conocí a quien hoy es mi esposo. Mi coequipero, mi apoyo en todo este camino, aunque a veces no está de acuerdo con algunas cosas. Muchas veces le ha tocado
meterse las manos en el bolsillo para apoyar mis proyectos. En el año 1998 me dio por casarme y hacer una familia. Mis padres no querían eso. Ese año también me gradué de Técnico en Contabilidad y estaba en segundo semestre de mi Licenciatura, pero había tomado una decisión. Al final, me casé en 1999. Tenía 21 años y llegó la etapa más importante en mi vida: ser madre.
Mi primer hijo nació un 10 de enero. No paré mis sueños ni mis metas. Seguía mi carrera, aunque muchas personas me decían:
<< ¿Cómo vas a hacer? >> << ¿Para qué sigues estudiando? >> Nunca escuché esas palabras. Tenía un motivo más para salir adelante y lograr mi sueño. Mis hijos siempre han sido mi mayor motivación para seguir y no detenerme. Ellos son realmente el motor de mi vida, mi gran inspiración. Por ellos lucho incasablemente, para que ellos tengan un mundo diferente. Me dediqué a estudiar y a cuidar a mi pequeño. Fue una de las etapas más hermosas de mi vida.
En la universidad se hacía mucho paro y los semestres se retrasaban. Mi meta siempre estuvo ahí. En el 2001 estaba en sexto semestre y quedé embarazada nuevamente. Sería más difícil para mí cuidar dos niños, encargarme de las tareas del hogar y cumplir con mi responsabilidad académica. Nunca faltó quien me dijera: << ¿Para qué te esfuerzas tanto si ya tienes dos hijos y poco tiempo? >>. Pero nunca escuché esas voces y seguí adelante en mi meta. Entonces pasaron dos años y, por fin, mi meta estaba cerca. Trabajé en mi tesis con tres compañeros y lo logramos, pero no teníamos los recursos económicos para los derechos de grado y lo que teníamos era lo del semestre. Las dos mujeres nos confiamos. Nuestro compañero y amigo, después de tanto esfuerzo, tomó nuestra tesis y no nos avisó. Borró nuestros nombres y logró
<< ¿Cómo vas a hacer? >> << ¿Para qué sigues estudiando? >>
Nunca escuché esas palabras. Tenía un motivo más para salir adelante y lograr mi sueño.
sustentar y graduarse, lo que acabó con nuestro sueño y también traicionó nuestra confianza. Ahí inició nuestro calvario, pues me tocó a mí y a mi compañera iniciar una nueva tesis. Mi compañera y yo nos tomamos un tiempo. Primero, para aceptar lo sucedido, y luego iniciamos una nueva tesis. Era mi sueño y lo había dado todo para lograrlo. No podía rendirme.
Nuevamente quedé embarazada de mi hija, quien ha sido mi compañera de vida. Al igual que sus hermanos, descubrí que estaba embarazada al cuarto mes. Nació prematura y solo tres meses después llegó a la casa mi princesa mágica. Era tan pequeña y frágil. Entre pañales, pilatunas de mis pequeños y el apoyo de mi esposo y de toda la familia logré superar todo y pude graduarme. Luego ingresé a laborar en un programa de alfabetización para adultos. Fue una gran experiencia en mi vida, donde enseñaba y aconsejaba a mis estudiantes.
En el 2008 se organizaba la Junta de Acción Comunal en el barrio donde vivo. Por primera vez fui delegada de esta organización. Ahí me reencontré con el liderazgo. Hacíamos actividades. Fue una experiencia muy bonita y volví nuevamente a lo que era mi pasión. Cuatro años después fui elegida Vicepresidente y luego aspirante al Concejo. Ahí ya tenía en mi mente la idea de crear una organización. Mi motivación cada día fue más grande y comencé a pre-
pararme. Fueron ocho arduos años, pero no fue imposible. Me motivó mucho ver cómo las mujeres éramos rellenos de listas en los partidos políticos. No logré curul, pero eso no detuvo mi camino. Siempre he creído que los tiempos de Dios son perfectos.
Desde hace cuatro años soy presidenta de la Junta de Acción Comunal de mi comunidad, donde he logrado ayudar a gestionar beneficios para mejorar las condiciones de vida de la gente. No es fácil ser mujer lideresa. Toca duro pero no me rindo. En este camino de liderar fundamos Unidos por Galapa, Visitamos tu Barrio, una asociación formada por líderes sociales de mi municipio, sin ánimo de lucro, que tiene gran compromiso social. Buscamos mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. Con el apoyo de todos, y con la solidaridad de la comunidad, hemos logrado, a la fecha, dos casatones en donde entregamos vivienda digna a una familia para mejorar sus condiciones de vida.
Paralelamente, y de la mano de cuatro mujeres, nace Asocompaz, una organización social de mujeres para mujeres. Allí trabajamos el liderazgo, el empoderamiento femenino y la autonomía económica. Es la primera organización de mujeres en mi municipio donde apoyamos el crecimiento de la mujer y su visibilización. Hasta el día de hoy hemos capacitado más de 300 mujeres en el municipio con recursos propios. Hemos crecido, ya somos treinta mujeres comprometidas con la organización. Es mi sueño hecho realidad.En el año 2018, nuevamente, me postulé como candidata al Concejo. No se logró el objetivo, pero mi deseo de seguir adelante con las labores sociales y mi compromiso con la comunidad y con mi familia sigue intacto. Hoy en día estoy en la Mesa de Política Social como representante de Mujer y Género. Este año presentamos una agenda de género ante el Plan de Desarrollo, e insistimos e incidimos en que nuestro municipio necesita una política pública propia para mujer y género. Sigo con mi convicción y mi visión de futuro, en donde mis organizaciones sigan creciendo y estén fortalecidas. Donde más mujeres sigan siendo empoderadas.
“De lo individual a lo colectivo, de lo personal a lo político”
Definirse y contar la historia propia implica conocerse. Quién soy, cómo me defino, cómo habito el territorio, cómo me sorprendo cada día con lo que aprendo, desaprendo y deconstruyo. Soy una mujer en permanente cambio y transformación, que cree en lo diverso. En esto construyo mi propia realidad y la forma en la que me relaciono con el otro y la otra. Nací en Medellín, Antioquia, pero mi concepción, gestación y vida están aquí, en Itagüí, lugar de donde vengo, de donde soy, donde están mis raíces, mi pasado y mi presente.
todo, me gusta encontrarlo todo: las conversaciones espontáneas, el abrazo natural, el contacto corporal y las risas escandalosas.
Soy itagüiseña y eso determina muchos de los procesos que me representan. Itagüí es un municipio muy pequeño, pero con una densidad poblacional muy alta. Siempre está en movimiento, recoge muchas vidas en lugares emblemáticos y los parques que congregan diferentes sectores y actores. Cada hora del día tiene una dinámica de quienes lo habitamos. De mis lugares favoritos, además de mi casa que representa el hogar, está el almacén de mis padres, que representa las luchas. También está el colegio en el que estudié que representa los inicios.
Está el Parque Obrero donde experimenté la bohemia, donde conocí la amistad y el amor, donde me comprendí con mis gustos, mis rayes y mis límites. Es un lugar en el que amanece muy temprano y anochece muy tarde. Está rodeado de buena música, café rico y envenenado, conversaciones trascendentales y muy filosóficas. Hay complicidad permanente. Reconozco mi territorio como parte de la esencia, me gustan los matices, la diversidad, la realidad que reflejan sus calles, sus barrios, sus huecos tan característicos, sus murales cargados de historias, color y cultura. Esos muros son referencia para ubicarnos. Me gusta que me puedo mover en un lapso de quince minutos en cualquier dirección y llego. Sobre
Esos feminismos son los que construyo, verbalizo, discuto, combato y reflexiono a diario. No nací feminista y eso está más que claro. Nací mujer y mi caminar me ha hecho feminista. Me ha hecho pensar en cómo me relaciono con el cuerpo, con el cabello, con mi sexualidad. En mi rol de hija, amiga, pareja, política, empleada y docente. Pensar cómo camino el mundo y cómo me muevo en él pero, sobre todo, cómo lucho por mi libertad, mi construcción individual y, así, pasar conciencia de que la lucha no es solamente mía. Es colectiva, social y cultural. Antes rechazaba los feminismos. Recuerdo una intervención pública el 8 de marzo de 2012, cuando era la Subsecretaria de Género de Itagüí. Afirmé de manera contundente, alzando mi voz: <<No soy feminista, no me gustan los extremos>>. Al momento de lanzar esa afirmación varias mujeres me hicieron reflexionar y entender el hecho de que aquellas mujeres, que me precedieron con sus luchas, hicieron posible que yo estuviera ahí, que tomara un micrófono y que representara en un cargo de dirección los intereses relacionados con el género.
Esos mismos feminismos me acompañan en mis decisiones diarias. En lo que verbalizo, en la forma cómo lo verbalizo o en cómo llevo el cabello. Es el que determina mis momentos al tatuarme y decidir llevar en mi piel mujeres que luchan desde sus vidas, desde sus formas, desde sus realidades. Los feminismos que me habitan me traen discusiones profundas y densas en noches de bohemia que muchas veces hacen que muchos se alejen, que la gran mayoría polemice y que muy pocos se queden. Determina cómo me relaciono con los hombres con los que me vinculo en relaciones afectivas. Ellos generan retos bonitos, pero contradictorios. Ponen en discusión la romantización del amor, pero también que está en ti entender que es tu propia construcción y que de eso se trata, no de re-
Estas son las calles que habito y camino desde el cuerpo pero también desde el alma.
petir patrones como lo hacen los sistemas tradicionales y patriarcales. Los feminismos determinan cómo entiendo la maternidad, cómo vivo el compromiso, cómo leo los contextos sociales en los que me muevo, cómo vivo la amistad con hombres y mujeres. Me reta en tal medida que logra sacudirme de los lugares de confort. Debate el respeto por el otro o la otra. Polemiza sobre el dejar ser y respetar las elecciones y decisiones de los otros. Es fuerte cuando está tan cerca, allá donde habita lo profundo, los procesos de construcción y deconstrucción sin poder conciliar, quizás porque los puntos medios siguen siendo ambiguos o indeterminados, o si realmente están ahí, en lo indeterminado. Son esos espacios tan privados en los que incluso la premisa feminista “lo personal es político” se debate en la posibilidad de entender tantas vidas, tantos mundos, tantas verdades y tanto posible.
Los feminismos que me habitan salen en lo cotidiano. Al caminar las calles sin intimidarme por un comentario violento, al entender que no es un piropo, sino que es acoso. Al asumir la posición que muchas veces debatí sobre por qué temer, por qué sentirme intimidada sin comprender lo violento que es eso que ocurre en las calles. Lo nocivo que es que un hombre desconocido se sienta en el derecho natural de opinar, comentar, calificar y alardear a las mujeres. Que sea algo que se cree normal.
Los feminismos también me han hecho entender que la desnudez es normal y muy bella, que todos los cuerpos en sus tamaños y dimensiones son únicos y mágicos. Que ver a una mamá amamantando debe ser un momento para agradecer por la vida y su naturaleza. Los feminismos que me habitan me hacen comprender que quién se debe sentar en el transporte público es quien sienta más cansancio, ya sea mujer u hombre. Que quién debe abrir la puerta es quien puede hacerlo y que quién paga la cuenta es quien decide hacerlo. Es entender que los colores no tienen sexo. Que lo que no se menciona no existe, que como se mencione existe. Que no existen espacios vetados, que tengo espacios de privilegios y que ese privilegio no debe opacar la óptica de otras luchas, de realidades interseccionales que deben ser también mis luchas, y que, incluso, puedo conducir un vehículo en un mundo donde eso crea un sinfín de prejuicios.
Los feminismos también determinan la música que consumo y que replico. Las publicaciones que comparto, los contenidos de los cursos que dicto. Determinan las rumbas que vivo, el turismo que elijo, la forma como bailo y como me muevo al bailar. Los feminismos que me habitan atraviesan la moral y la ética como asuntos concomitantes, contradictorios y en algunos casos dictatoriales. Mis feminismos hacen que aprenda y que me rete el dolor que pude o puedo vivir en cada acto violento del que sea vícti-
Mis feminismos hacen que aprenda y que me rete el dolor que pude o puedo vivir en cada acto violento del que sea víctima, solo por el hecho de ser mujer.
ma, solo por el hecho de ser mujer. He sido víctima de diferentes tipos de violencias y estoy segura de que ha sido violencia basada en género. No es película, no es drama, no es exageración. Son violencias simbólicas, sexuales, físicas, psicológicas, médicas, políticas y económicas que atraviesan mi vida y las de muchas mujeres a las que todavía se nos dificulta verbalizar, denunciar, asumir y generar acciones al respecto. Es un gran reto atravesar los silencios cómplices, los temas vetados, los espacios condicionados, las familias extensas. Se enfrentan a la naturalización de lo violento o a discusiones netamente formales o técnicas cuando realmente son discusiones que atraviesan el alma, que duelen, te determinan y transforman.
Los feminismos también acompañan mi fe de formas poco convencionales y cada vez más lejanas a las instituciones y a las cargas históricas, normativas y estáticas. Lo espiritual, en cómo me relaciono con Dios, cómo converso con Él, va más allá de asuntos preconcebidos o rituales repetitivos. Es una relación directa que no es ni será determinada por parámetros preconcebidos.
Los feminismos que me habitan hoy movilizan las intenciones de mis proyectos, modifican las pasiones que me dan fuerza, cambian los intereses que me acompañan y, en definitiva, me ponen a pensar en colectivo, en que la lucha no es mía, no es de muchas, es de todas. Nunca hay que perder la luz que sale del interior, de los propios debates, de lo que nos precede, de dónde somos y para dónde vamos. De lo que amamos y lo que odiamos, de lo que queremos olvidar y renombrar. De la nostalgia, la evocación y la añoranza, de los triunfos y de las derrotas, de los cambios permanentes y siempre definitivos. De las huellas y el camino.
La niña
Pequeña desde siempre. Mido 1.50. Metro y medio. Eso me encanta de mí. Hace parte de la magia, del camino, de la esencia. Estoy convencida de que enamorarse de uno mismo es el primer paso. La niña convencida, sin temor a equivocarse y consciente que se debe persistir, cree que puede con todo. Desde niña lo creí, lo viví, y lo logré, aunque con matices y giros inciertos. Creerme el cuento de que puedo transformar el mundo viene desde ahí, desde el inicio. Recuerdo mis peinados, mis uniformes, mi llanto, mi cuestionamiento con lo prohibido, la cantada, la bailada, las caídas…esas siempre presentes. El origen del viaje.
De donde vengo yo: la mamá
Ella es mi gran amor. La fuerza, la valentía, la autenticidad, la verraquera, el coraje, la determinación, la seguridad. Ella es la fuente de inspiración y de motivación. Es constante, decisiva y determinante. De mi madre tengo para decir, sin
duda, que es la mujer que más admiro. Decide y hace con coherencia y prontitud, es de quien aprendí que todo en cuanto se cree, se puede. Es una trabajadora incansable y de ella aprendí que no soy perfecta, aunque aprenderlo le costó más a ella que a mí. De ella aprendo que ser es el camino, que ceder por el otro o la otra para complacer o encajar no es una opción. De ella aprendí a pedir rebaja, a realizar negocios, a usar tacones y pestañina. A decir qué me gusta y qué no sin dudarlo, con la fuerza y sin temor a nada. Aprendí de su fuerza y seguridad. Nadie la hace dudar. De ella aprendo que entregarse al 100% no es malo, que hay que decir te amo y a admirar con grandeza. De ella me falta aprender a redistribuir las labores domésticas, a cocinar, a emprender y terminar todo lo propuesto. Ella, mi gran amor, mi mayor reto, aprender a soltar con amor y en libertad.
El hombre que me desafía: el papá
Es quien me mira con amor bonito. Nadie me mira como él. Es quien me cargó desde que tengo uso de razón. Es quien me consiente, quien me quiere sorprender, quien me ve como su niña. Me apoya como nadie. Tiene la mejor forma de pedir votos para mí, por ejemplo. Cree en mí y sabe cómo demostrarlo. No le gusta verme flaca, me prefiere cachetona. Es un hombre orgulloso, fuerte, rumbero, divertido, que ama cumplir años como yo, que le gusta oler rico, que el guaro lo toma con agua y naranja o sino no sabe bueno. Disfruta de la música “caliente”, es decir, la bailable. Él es quien confrontó por primera vez mi lado femenino. Sin duda representa mi primera lucha, esa que atraviesa el alma y el cuerpo. Mi papá desafiando con un masculino patriarcal que, incluso, creo que deconstruye cada día a mi
lado. Él, a quien no le gusta que lo vean mal, que corre por mí como nadie, es quien nos acompaña en la vida desde las diferencias, el amor y el cambio permanente.
realidad. Mi fuerza, mi pasión y, por ende mi decisión, de participar en procesos de elección hace que muchos y muchas se sumen a creer que es posible transformar mínimos y máximos.
Siento amor por mis marcas, mi cuerpo, mi historia.
Desde hace muchos años el ser mamá no era una opción latente o permanente. En una conversación con amigas y amigos creo que definí la razón: me asusta y no creo en el para siempre. ¿Qué más permanente que la maternidad?, más en un mundo que preconcibe unos estándares estáticos y en muchos casos irrefutables. En el año 2017 me empezó un dolor muy similar a cálculos, ya lo había sentido antes, para ese momento llevaba dos cirugias y creía reconocerlo. Estaba en un lugar campestre, en una salida pedagógica y me vine antes de tiempo.
Soy la mezcla permanente y fuerte de la Gobernadora y la Amante, si hablamos de arquetipos que representan la fuerza del femenino que acompaña mi vida, que habita mi cuerpo y que marca la lucha. Me moviliza la pasión por cada acción emprendida, para transformar realidades que apunten a una visión desde lo diverso y único. Soy la Gobernadora que lucha de manera permanente por estar en espacios de poder para decidir, con una visión amplia del mundo y sus matices, donde cada cuerpo es atravesado por contextos y realidades diferentes cada día. Quiero gobernar y, por ello, gobernarme es el mayor reto. Entender que puedo decidir sobre mi vida, mis elecciones y mis acciones sin estar encasillada en los prototipos o estándares sociales. Por ejemplo, romper con el permanente llamado al “para siempre”, entendiendo que es acá y ahora.
He decidido estar en procesos de elección y ser elegida por la necesidad de participar en instancias de decisión y de participación ciudadana desde mi rol femenino, para promover inclusión, equidad y defender la diversidad como principios de la gestión pública. Decido ser elegida para acompañar las decisiones de ciudad, promoviendo y aprobando acuerdos que beneficien el interés general y no el particular. Decido ser elegida porque necesitamos mujeres en política con acción real y efectiva.
Desde niña sentía la necesidad permanente de levantar mi voz y opinar sobre las situaciones que atravesaban los días en el colegio. Quería cambiar con muchas ideas a lo que, consideraba, estaba en contra de la libertad, el desarrollo libre de la personalidad, la diversidad y los contextos individuales. Hoy como mujer, feminista, abogada, docente y, sobre todo, desde mi ser la lucha permanece y es constante, para que se contribuya desde lo colectivo a que la equidad, la paridad y la justicia social sean una
Empezó un proceso que terminó en la extracción de un ovario. Fue complejo. El cirujano decía que tenía un teratoma, que significaba algo así como un “monstruo” que me había atrapado el ovario. Al salir de cirugía, brotaban lágrimas de mí. Sin entenderlo muy bien, creo que fue fuerte saber que había algo que ya no estaba y que se relacionaba con no poder hacer algo que creía descartado, incluso entendiendo quese puede tener hijos con un solo ovario, de tomar la decisión. Mi mamá es fundamental en mivida. Desde pequeña, ella seencargó de cargar mis cargas, incluso llevándolas más pesadas que las mías. Un ejemplo es el acné, para mí tan mío, para ella tan nefasto. Me dejó una linda cicatriz: un corazón en mi cachete derecho que ella siempre quiere borrar. A veces yo también quiero borrarlo pero, sin duda, ella quiere más que yo.
Ambas cicatrices están al lado derecho, que es la tendencia teórica que menos me conecta, pero que está presente. Siguen las marcas, una de las mil caídas, pero esta vez de las motos. De entrada les temo, pero hubo un momento de mi vida en el que me relacionaba con los otros a la fuerza. Aprendí que a la fuerza nada, y eso aplica para todo. Del lado derecho paso al centro, donde me hicieron una laparoscopia. De mi ombligo salen cuatro puntos. Esa cicatriz me gusta y me recuerda que todo se supera y, en ocasiones, por partida doble. De ahí que se pueda disfrutar tanto un dolor. El primer dolor que deseé fue mi primer tatuaje. Grande, en el centro de mi espalda, está la dama de la justicia en cuya balanza tiene esa necesidad de vida. El equilibrio entre los sexos. Marcas propias, únicas, historias que muestran lo que soy, lo que me mueve y lo que me inspira.
La abogada que habito
Amo ser abogada. Es un título que mis compañeras feministas lograron para que yo pudiera ostentar un diploma
hoy. Las luchas siempre son luchas: me hacen sentir un amor que también genera muchas contradicciones respecto a la norma, sus contenidos, su alcance, su practicidad. Soy abogada en un país donde existe inseguridad jurídica. Donde la Constitución es hermosa, pero su aplicación tan deficiente. Donde los poderes se contradicen y los hombres en su gran mayoría deciden. Soy abogada porque creo que la justicia existe y que debe permear las discusiones más allá de las normas. Soy abogada porque creo que se puede encontrar el equilibrio, la equidad, el respeto por la diferencia, las garantías. Creo en los procesos, en las conciliaciones y en el poder de la palabra y el argumento. Soy abogada inacabada, en construcción, en contradicción, imperfecta, que cree que se puede y que lucha por ello.
La docencia que me enamora y reta
Aquella que me encontró, es mi lugar seguro. Es el espacio que me permite construir con toda la coherencia y la consecuencia del caso. Me permite crear, transformar, cocrear, colaborar, armonizar. Exige de mí rigurosidad técnica y científica. Es el lugar donde la esperanza toma fuerza e ilumina los espacios académicos físicos y virtuales. El espacio en el que se cree y se afirma que todo es posible. Donde los textos, la historia y la vida toma sentido. La academia es mi más bonito reto y desafío. Ahí me quedo, sin duda.
Hoy
Soy feminista por convicción, por amor, por decisión, y estoy convencida de que el camino en colectivo se hace logrando paridad, generando cambios desde espacios públicos y privados en el arte, en la palabra, en la música. Es desde el ser y el hacer, es en las calles y en las casas, en el trabajo y en el estudio, en la virtualidad y en la presencialidad, en el centro y en las esquinas, en lo rural y en lo urbano. En la vida y después de ella.
Santander de Quilichao, Cauca
Nací con un lunar en el centro de mi cuello. Fui consciente de su existencia en tiempos de amor. Cuando mi amante y yo confirmamos que teníamos la marca en el mismo lugar de nuestros cuerpos, soñamos con amarnos toda la vida. Treinta años después, me pregunto si esa marca en verdad era un destino de pareja. Me coquetea la idea de quitar el lunar de mi nuca y experimentar una realidad alterna.
Mi mamá castigaba fuerte. ¡Ella era drástica! Recuerdo un día de infancia cuando, por accidente, hice caer a mi hermano quedando inconsciente por un momento. Mi mami se enloqueció y, con el primer fuetazo, el choque de la hebilla laceró mi piel. Su furia, impotencia y angustia se manifestaron para siempre en mi cuerpo. Era enfermera y realizó el procedimiento de sutura, pero fui rebelde y me arranqué los puntos como forma de protesta. Estaba dolida y también muy molesta porque lo que ocurrió con mi hermanito había sido repentino, en medio de un juego, y no me había dado tiempo de evitarlo. A temprana edad me sentí incomprendida, juzgada y vulnerada. Arrancarme la sutura fue mi manera de reaccionar ante esa injusticia. Por supuesto me quedó una cicatriz inmensa.
Pasaba el tiempo y mi mamá se sentía mal cuando veía la huella de su enojo en mi pierna. Para calmar la culpa me llevó con un cirujano plástico a remediarlo. La cicatriz cambió de forma, pero la marca continúa. Me confronta, porque creo que esa rebeldía dejó estigmas profundos en mi psique. No me avergüenza la marca. Sin embargo, a veces me deprimo cuando prevengo consecuencias indeseadas de actos válidos que nacen como respuesta a injusticias. Eso me lleva a dudar. Con la duda, llega inevitablemente la reflexión.
Sé que la resistencia tiene muchas aristas. Sacar la fuerza desde la individualidad es denso y, mucho más, en contextos que ahogan.
Pero, ante las incoherencias de la realidad que vivimos, precisamente es una acción cargada de validez. Una forma de fortaleza que me emociona es la colectiva femenina. El plantón. Ese dar la cara exigiendo los derechos, el llama-
do de mujeres unidas a la “resistencia, magia y rebeldía” hace que la piel se erice y se agite el corazón cuando, en juntanza, todas alzamos la voz y plantamos lucha. Hay un poder que emerge y se expresa. Esa sensación de no aceptar la arbitrariedad hace que nos enunciemos en libertad contra la inequidad y que argumentemos con evidencias para repotenciar la vida, aunque sea por las vías de hecho cuando la acción política no da resultado. Recuerdo haber pasado tardes enteras de resistencia con la compañía del sol y de colegas que, indignadas, nos plantamos frente al Palacio de Justicia de Santander de Quilichao. Alzamos la voz, arengamos por el cumplimiento de la ley, exigimos que se castigue a culpables de feminicidios, a violadores, a personajes violentadores y abusadores que no solo atentaron contra mujeres, sino que han sido exponentes de una cultura perpetuadora que invisibiliza abusos contra las mujeres en un sistema patriarcal que no quiere reconocer el valor de la vida de las mujeres ni su dignidad.
En un mundo donde se exige a las mujeres cumplir estereotipos, vale la pena repensar la rebeldía del propio cuerpo que muchas veces es etiquetada como defecto. Las presiones sociales sobre lo estético y la belleza son un continuum en la vida y se reconocen antes de la adolescencia. Me hice consciente de mis juanetes cuando estaba en el colegio. Los tengo en ambos pies y los acompaña la deformación de mis zapatos. No era justo que mis pies se cansaran y exigirles que se ajustaran al apretado cuero del calzado. El colegio nunca fue condescendiente con mi generación. Debíamos tener el uniforme impecable y obligatorio. Cumplir con la norma me exigía forzar el cuerpo. De los zapatos del colegio pasé a las botas de la universidad y a los tacones del trabajo. Hoy, cuando soy mucho más dueña de mí y después de años de tensiones, por fin son libres mis pies. Desde hace mucho tiempo los honro. Siguen movilizando el peso de mi cuerpo, pero ahora cuido de su bienestar. No son delicados ni perfectos, tampoco me avergüenzan, pero ¡qué cómodos que están! Cuando se desnuda el alma en círculos de amigas, se comparten más que diálogos, presencias, sentires e ideales. Traer los recuerdos al colectivo puede sanar, renovar
y avanzar. Alguna noche llega a la conversa la impresión generada por el parto. No es igual para todas. Yo tengo la cicatriz de cesárea tras los nacimientos de Manuela y Marian. Esa marca es un registro que me alienta. A veces me sorprendo al observarla. Me hace soñar con futuros bellos para mis hijas. Me recuerda que ambas salieron de mí. Me alegra y compartir ese sentir es mi aporte a la manada. Por supuesto, hay debate sobre la maternidad y su huella en la vida de las mujeres.
Indiscutiblemente para muchas, como para mí, el significado de ser madre es de ilusión, dolor, esperanza y algún tipo de continuidad. Pero para otras compañeras ha significado el cautiverio. Una vida de cuidado invisibilizado y de sacrificio impuesto, pero nunca de resignación en la violencia. La posibilidad biológica de dar vida nos une, como hermana también la complicidad de trenzar juntas la palabra. Reconocer en el feminismo un impacto que transforma, que habilita la vida para verla diferente, para enfrentar retos donde no debe haber soledad. Porque la sororidad se viste de mujeres que se alinean y caminan despertando la vida de otras. Eso justifica una lucha incansable por el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, el derecho a interrumpir voluntariamente un embarazo no deseado bajo cualquier situación como decisión de vida digna.
Ansiedad, miedos y apatía han sido superados, pero algunos regresan y confrontan. Aceptar la sombra fortalece. La ausencia de uñas largas hace visible mi ansiedad y es evidencia de debilidad. Podría dejarlas postizas, pero no me apetece. Me enredaría el pensamiento, porque aún no he aprendido cómo articular lo artificial en lo real. Aunque no tengo un hábito crónico de comer uñas, hacerlo me recuerda mi humanidad, mi ser efímero. Eso me lleva a cuestionarme, pero también a responder y enfrentar cualquier tipo de dificultad. Hay momentos en los que debo
expresar una opinión en público, defender la postura colectiva o argumentar un desacuerdo. En instantes previos a la toma de la palabra muerdo la uña y aterrizo ideas. A veces lo justifico como un símbolo de conexión y polo a tierra para cortar obstáculos, saltar las brechas y aportar labor consciente a mi amado Cauca.
Quilichao significa Tierra de Oro. Es el territorio que me habita. Es cálido, y diverso. Los días de mercado las chivas y la gente llenan de vida y bulla los espacios. Está ubicado en el norte del Cauca, donde las montañas acompañan desde el sur y continúan su camino y dan paso al Valle. Hace calor, pero el Parque del Samán refresca la vida. Además, el río Quilichao pasa por el centro del pueblo y regala paz al sentir el fluir de sus aguas.
Tres cerros envían fuerza desde lejos: Munchique, Garrapatero y Chapa, que se imponen a lo alto donde viven también compañeros indígenas y afros que los custodian. Antes nos rodeaban tierras con siembras de arroz, trigo, sorgo, café y pancoger. Ahora la agroindustria de la caña se expande, la minería ilegal violenta el territorio y la tierra hace el llamado a la resistencia. Permanecer en el Cauca genera un compromiso de acción política que reta a la fuerza de la gente y de la tierra. Hoy la liberación del territorio es el llamado del pueblo Nasa. Respeto ese activismo con pasión y me acojo a la acción social desde las miradas feministas que se expresan por la vida del Cauca, esto me genera una sensación de bienestar, similar a la que me dejan los guaduales.
Amo ver esas guaduas que inspiran, que llaman agua, que refrescan la vida, que dan suavidad al caminar. Me gusta escuchar el movimiento de sus hojas que se hermanan en colectivas y enfrentan unidas fuertes vientos o aguaceros. Dejan un paisaje en la memoria de la fuerza como cosecha
de la unión. He sentido la magia de sus bosques. Desde pequeña, cuando pasaba por caminos y espacios donde la danza de las guaduas reafirma que viven y que son Cauca. Fuera del territorio las observo a lo lejos en carretera. Ellas mueven también mi corazón porque me recuerdan que siempre quiero regresar a Quilichao.
La organización de mujeres que me habita es la fundación para el empoderamiento de la mujer Empoderarte. En 2010 es cocreada como un acto conspirativo de mujeres quilichagueñas unidas por la amistad y una enorme intención de reencuentro con nuestro propio poder femenino a partir del arte, la escucha y la sororidad. Esto sembró en nosotras la posibilidad de experimentar una forma particular de alquimia de lo femenino.
A partir de ahí transitamos un camino de exploración del empoderamiento y visibilización de nuestros derechos como mujeres. La pasión que genera el despertar estos sentimientos firmes de incidencia, permitió contagiar a otras mujeres que se acercaron al espacio en busca de una estación de empatía en clave de sanación y resiliencias. Continuamos arte-sanando la vida, aceptando dosis de saberes y experiencias compartidas generosamente por otras mujeres
A partir de ahí transitamos un camino de exploración del empoderamiento y visibilización de nuestros derechos como mujeres.
Colombia en mi cuerpo
que han enriquecido nuestra visión, nuestra intención y nuestras acciones. Hoy Empoderarte se piensa como una organización de mujeres que se reconocen en un propósito de equidad, resiliencia y autogestión, para el goce real de una vida libre de violencias, en líneas de acción que consideran el empoderamiento personal de la mujer como catalizador hacia el bienestar común colaborativo. Es por esto por lo que estamos respondiendo a retos de cooperación, tanto en la individualidad como en la comunidad que nos identifican con espacios de incidencia local, como Mujeres Diversas, con espacios regionales, como la Red de Mujeres Políticas en Expansión Mujeres a la Par, y con espacios nacionales, como Nosotras Ahora. También hay otras juntanzas que nos hermanan como Artemisas y, precisamente, poder compartir otras miradas e ideales nos llena de optimismo y nos impulsa a mejorar cada día.
Desde Empoderarte soñamos y accionamos, nos articulamos a mujeres diversas, y nos reconocemos como mujeres políticas en expansión. Como Maga siento el poder que se establece en la armonización de ambientes donde las mujeres confluimos. hay una conexión que nos alienta, complementa y fortalece acciones con una fuerza de contribución comunitaria. Como mujeres diversas salimos a la plaza, sensibilizando hacia una cultura de equidad, o buscamos espacios de diálogo con el estado para exigir el cumplimiento de las leyes como la 1257, o al reafirmarle a la institucionalidad municipal la necesidad de paridad, participación política y la aplicación del enfoque de género en los planes de desarrollo. Por supuesto que apoyamos la movilización social en la calle por los derechos humanos y el derecho a la paz. Desde nuestro periódico feminista Mujeres a la Par es mi labor comunicar a otras, a través de la palabra escrita. Compartir experiencias, saberes, verdades y realidades.
Soy Maga porque me urge esa conexión con la vida, con el sentir de los elementales que existen en esta realidad y tal vez en otras. Sus vibraciones me sugieren una sensación de más allá. Soy sabia porque sé que los caminos antes recorridos por otras y otros tienen memoria, y porque sé que la conciencia es colectiva y la sabiduría es un regalo dispuesto para quienes, como yo, deciden acercarse a ella. Está ahí para ser abrazada desde todos los sentidos. Soy huérfana porque hay caminos solitarios. El investigar, documentar, analizar, crear, fortalecer y dejar memoria es un tramo largo que requiere dedicación intensa y compartir de resultados. Con el trabajo social de mujeres me siento plena. Amo la colectividad y la equidad. Amo las acciones feministas y amo la organización social de las mujeres.
Como Sabia me enriquecen los círculos de reflexión y acción. Desde Artemisas llegan sueños grandes que respeto y comparto con mujeres lejanas. Tengo convicción, llegarán resultados positivos. Me alegra aportar al colectivo feminista y agradezco ser parte de este movimiento, voy a persistir. La inspiración alienta nuevos avances. Los caminos hacia la equidad para las mujeres dibujan en el corazón nuevos motivos, instintos, cariños y luchas que fortalecen, a veces entristecen, pero sobre todo impulsan y reconfortan. Sueño con la llegada de un sistema anti-patriarcal. Sueño con una vida llena del privilegio que otorga la sostenibilidad en todas sus dimensiones. Quiero aportar más allá de saberes y experiencias, la capacidad de confiar en el futuro y trabajar colectivamente para transformarlo en una realidad de paridad, de equidad, y oportunidad.
¡Porque la representatividad política será feminista o no será!
De lo amargo a lo bello Buenaventura, Valle del Cauca
Recuerdo que desde muy niña jugaba a la escuelita con los vecinos de mi barrio. Sin embargo, en la escuela no interactuaba con los compañeros, porque crecí con miedo hacia los profesores. Me daba pánico incluso acercarme a preguntarles algo. Ese miedo nació un día, en clase de primero cuando, en un descuido de la profesora, el salón se puso patas arriba. Yo, aunque era una estudiante muy juiciosa que hasta temía pedir permiso hasta para ir al baño, me salté de mi silla a la silla de otra compañera y empezamos a forcejear. En eso la profesora volteó a mirar, interrumpiendo la conversación que sostenía con otra docente. Cuando terminó, vino a regañar al curso y a castigar a quienes logró observar mientras conversaba. Entonces nos hizo hacer una fila y nos dio dos reglazos a cada uno y eso para mí fue fatal.
Mi época escolar estuvo rodeada de mucha timidez hacia los docentes. Recuerdo también, con miedo, la regla de dos metros de la profesora de tercero, quien le pegaba a los compañeros menos aplicados mandando el zarpazo cayera donde les cayera. Sin embargo, pese a estas fuertes experiencias, cuando llegué a cuarto de primaria vi por primera vez un perfil diferente de profesores, que no creían en que la letra con sangre entra, y quienes se hacían querer de sus estudiantes por su forma de tratarnos y de darnos las pautas básicas para aprender los contenidos que nos enseñaban. Sobre todo, mis profesoras de cuarto y quinto de primaria fueron excelentes, marcaron mi vida positivamente con su forma pedagógica de enseñar.
Aunque me costó bastante adaptarme a los nuevos profesores, finalmente me sentí en mi zona de confort con la profesora de quinto de primaria. Un día ella realizó una actividad de contar chistes. Eso fue bien diferente al resto de las clases y, a partir de allí, aprendí a controlar ese miedo a los profesores que había dejado una secuela en mí, pues creía que los maestros eran unos ogros. El ejercicio realizado por la profesora me permitió abrirme y compartir experiencias libremente, de forma cómica con el grupo, tanto con las profesoras, como con los compañeros y aprendí a ser más comunicativa. Fue tan buena la expe-
riencia que en una de esas logré hasta izar bandera como una de las mejores estudiantes. A partir de allí, empecé a cambiar varias cosas de mi vida. Mejoró mi interacción con mis compañeros porque yo, la verdad, no hablaba mucho. También con los docentes con quienes fui más abierta al diálogo.
Iniciando sexto hubo otro suceso que repercutió en mí. Tuvimos una profesora de un temperamento bastante fuerte y eso me hizo retroceder un poco en mi proceso. A ella le gustaba, como a todo profesor, que le prestaran atención, pero esto con un grupo numeroso es difícil. Esa profesora de ciencias naturales, en medio de un examen, me miró hablando con una compañera y juzgó que yo estaba haciendo trampa. En repercusión, me quitó un material sumamente importante de la clase de artística. Cuando fui a pedirlo me pegó una vaciada que me dejó pálida.
Cuando llegué a séptimo, y a lo largo del resto de bachillerato, nos asignaron como director de curso a un nuevo profesor, quien también resultó ser súper chévere y nos enseñó e inculcó muchos valores a todo el grupo como el respeto, el trabajo en equipo y compartir en armonía. A los varones del curso siempre les enseñó el trato respetuoso con las mujeres, todo con una buena pedagogía, mientras nos daba habilidades de liderazgo y aconsejaba no dejarnos presionar de los demás profesores. Esas cualidades bonitas que vi en mi director de grupo me hicieron sentir esa pasión por ser profesora. Esas bellas experiencias reafirmaron en mí la vocación para ingresar a la carrera docente.
Sin embargo, en mi hogar no había los recursos para hacer una carrera pedagógica, así que entré en un receso y no puede iniciar la universidad. Una amiga me contactó de parte de una escuela muy pequeña de mi barrio, que ahorita ya es un colegio. En ese tiempo era apenas una escuelita y me contrató para trabajar en él. Me ofrecía un reconocimiento, no un salario, por el tiempo que estaba con los niños de primerito como profesora de todas las áreas. Con ese reconocimiento que ella me daba inicié es-
Hemos llevado procesos de formación política a distintos espacios, a través de los cuales más mujeres se han unido al proceso y nos han permitido lograr aprendizajes nuevos y significativos sobre los actuales roles de las mujeres como lideresas, congresistas, senadoras y concejalas.
tudios de Pedagogía en la Normal Superior de Roldanillo, aunque después tuve que suspender por falta de recursos económicos. Sin embargo, pasados unos dos años, nos dieron facilidades de ingreso para realizar carreras profesionales en la Universidad de Pamplona, gracias a los cuales ingresé en el 2004 y me gradué en el 2011. Debido a la situación económica, se prolongó un poco la culminación de mi carrera profesional. Pero, a pesar de las muchas adversidades, puse todas las ganas y logré culminar la carrera.
En el año 2010 tuve la oportunidad de laborar con la Universidad Católica del Norte en un proyecto de alfabetización para personas jóvenes y adultas. Me encantó el proceso de interacción con los participantes y la experiencia vivida. Posteriormente, trabajé en otro proyecto de alfabetización con la Universidad Católica de Occidente. Una vez me gradué, me volvieron a vincular en el Colegio los Hermanos con un salario mínimo. Ahí duré siete años pero, en el 2017, la institución entró en crisis económica por unos contratos que realizaron con la alcaldía y nos dejaron sin recibir salario todo un año. Por ese motivo tuve que retirarme. Actualmente estoy vinculada en el proceso de alfabetización y educación por ciclos para jóvenes y adultos de la institución Pablo Emilio Carvajal.
Estos procesos de enseñanza me han mostrado el verdadero sen-tido de la vida, el amor y la pasión que siento al ejercer mi profesión, desde los diversos ámbitos donde he podido compartir e interactuar con las personas y dejar huellas significativas que marquen sus vidas positivamente. Ha sido tan gratificante para mí esta experiencia, que me ha permitido crecer y desarrollarme desde otros espacios, como lo ha sido el ejercicio del liderazgo desde la escuela y la comunidad. Mi papel en este ámbito se forta-leció cuando una compañera, que lideraba procesos con mujeres, me invitó a formar parte de un grupo para recibir capacitación en liderazgo y formación política para mujeres. En esa formación duramos dos meses y medio y, a partir de ella, conformamos el grupo Mujeres Generadoras de Paz. Un año después lo legali-zamos como una corpora-
ción. A través de la organización, hemos llevado procesos de formación política a distintos espacios, a través de los cuales más mujeres se han unido al proceso y nos han permitido lograr aprendizajes nuevos y significativos sobre los actuales roles de las mujeres como lideresas, congresistas, senadoras y concejalas. Dentro de la organización tenemos mujeres que nacieron dentro del patriarcado y pasaron por traumas psicológicos con su pareja y su familia. Matrimonios obligados que las sometieron a la idea de que solo nacieron para servir al hombre, pero que ya hoy tienen una visión diferente de la vida y del rol de la mujer. Son mujeres que han sido, digámoslo así, rescatadas de ese sistema ancestral y que hoy agradecen porque han sentido que crecen en el aspecto intelectual. Son emprendedoras y no dependen de los recursos de su pareja gracias al arte manual de la elaboración de sandalias y artesanías. Es decir, ya no están sometidas ni son dependientes.
Nos dedicamos a que las mujeres puedan terminar los ciclos de educación formal, principalmente a través del proceso de alfabetización, la culminación del bachillerato y la formación en empoderamiento político. Estos son elementos que generan independencia para ellas porque son mujeres que en su mayoría deseaban estudiar pero, por motivos económicos o por ideas primitivas y erróneas inculcadas por las familias sobre el aprendizaje necesario para las mujeres, no pudieron hacerlo. Sobre todo, me marcó mucho la experiencia de una mujer que se graduó el año pasado con 76 años y que no había podido estudiar porque tenía muchos hermanos que atender en su plena juventud.
Ella, por situaciones familiares y de enfermedad, tuvo que reti-rarse un tiempo del proceso. Cuando fue al médico, él le recomendó que continuara el proceso de formación, pues se estaba enfermando por asumir los problemas internos de su hogar. Su discurso de graduación fue un momento muy emotivo. Todos se pusieron a llorar y, fundido en un gran aplauso, todo el público se puso en pie. Para ella eso fue uno de los momentos significativos en su vida. Recuerdo el caso de otra mujer que buscaba desahogar