Mar de cuentos, sol de poesía

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Mar de Cuentos, Sol de PoesĂ­a Sylvia Puentes de Oyenard

Ilustraciones de Lorena Lecchini

MIS LECTURAS


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© De los autores © Del título. Dra. Graciela Ricci e-mail:auli84@yahoo.com.ar Ilustraciones: Eugenia Assanelli Ediciones A.U.L.I Colección Protagonistas Asociación Uruguaya de Literatura Infantil - juvenil Av. Juan Bautista Alberdi 6257 Montevideo (11500) auli84@yahoo.com.ar ISBN: 978-9974-678-25-5 Impreso en Uruguay Tradinco S.A. Minas 1367 / tel: 409 4463 Dep. Legal Nº 353.465 /10

1 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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He nacido en la tierra de los pájaros, un pequeño país donde los ríos abren surcos de luz entre los cuarzos. Un territorio azul, donde el estío es un pulso continuo de gaviotas y un ir izando el sol desde el rocío. Y es este mi Uruguay el que inaugura un ala y un jazmín como frontera, un territorio azul donde fulgura un pequeño país que es mi bandera. Sylvia Puentes de Oyenard (“Mi pequeño país”)

2 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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ESTÍO

TODO PARECE QUE RÍE

Cantar del agua del río. Cantar continuo y sonoro, arriba bosque sombrío y abajo arenas de oro.

Todo parece que ríe, todo parece que canta, todo le dice a mi alma ¡levanta, hermana, levanta!

Cantar... de alondra escondida entre el oscuro pinar.

Rogelio Sinán (Panamá)

Cantar... del viento en las ramas floridas del retamar.

LOS NIÑOS

Cantar... de abejas ante el repleto tesoro del colmenar. Cantar... de la joven tahonera que al río viene a lavar. Y cantar, cantar, cantar de mi alma embriagada y loca bajo la lumbre solar. Juana de Ibarbourou

Juegan los buenos chicos en el baldío verde. Las vallas son dos piedras, camisetas no tienen. La pelota es de trapo pero todos se sienten dribleadores olímpicos, goleadores celestes. Su madrastra, la vida, les da avara, por bienes, de ropa, el sol maduro, de pan, un sueño alegre. Unos serán atletas... alguno, delincuente. Ahora son gorriones en el baldío verde. Hyalmar Blixen

3 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LAS LIBÉLULAS Para Sofía Las libélulas vuelan, anuncian temporal dando giros y giros sin saber dónde van. Son sus alas de seda un eterno planear, cuerpos de bailarina antenas de cristal. Con las primeras gotas muy rápido se van, paragüitas de hojas, sombreros de coral. Suben al arcoíris, gigante tobogán, eternas pregoneras de lluvia y vendaval. Margot Hasdovaz

EL PIRATA PATA CHATA El pirata Pata Chata se subió a su barco “Arco”. Al final de un tirante llevaba al vigilante Este hombre controlaba que ningún ladrón robara. El pirata Pata Chata su tesoro bien guardaba. Era malo, rezongón y por las mañanas, dormilón, pero todos se reían porque al agua le temía. Ver las olas lo espantaba y al bañarse, protestaba. Pero un día ya cansados de rezongos y de quejas lo agarraron marineros y lo tiraron al mar, de las orejas a manotazos Pata Chata intentó subir al barco. Y después los marineros se tiraron a jugar y cantaron, se mojaron, hasta que llegó el delfín, daba brincos, volteretas y este cuento, llegó al fin. Lula Zeta

4 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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AGUASOL

FINAL DE CUENTO

Verano: agua,arena y gaviotas al sol. Otoño: lluvia,ocres y teros en son. Invierno: chasquido anaranjado y letargo del caracol. Primavera: gotitas suaves, Rosado, blanco y mariposas al sol.

i Entre risa, alegría y encuentro se contó nuestro cuento. Y en los duendes del aire lo que aquí te cuento se voló en el viento. II Cuentos de magia y ternura nos hicieron navegar y al compás de su dulzura nos pusimos a soñar.

TRES LETRAS ¿QUIÉN ES? Entre letras, números y signos me acompaña a todos lados. Es útil, práctico, genial, aunque prefiero a mis amigos con los que puedo jugar.

Tres letras llevo yo. Soy sabrosa al sazonar, estoy en la ensalada y en el mar. Tres letras dime ya. Monserrat Di Lorenzi

LA GOTA ENCANTADA Este es el cuento de la gota encantada. Ya subió, ya bajó y con la lluvia volvió.

5 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LÁPIZ BLANCO

El lápiz blanco estaba triste. Arrinconado en una esquinita no levantaba los ojos para mirar cuando la mano de su dueño abría la caja y escogía a uno de sus compañeros; ¡ya sabía que no lo buscaría! Poco a poco, todos sus amigos fueron sacados de su lado. Estuvo largo rato, pensando: “¿Para qué me habrán puesto en esta caja, si no me necesitan? Soy el único que no me divierto pintando!”. Cuando sus amigos retornaron a la caja, los oyó comentar cómo pasaron de bien; el verde pintó un árbol, junto con su compañero marrón. El negro dibujó un perrito y las chimeneas de una fábrica; el amarillo, un sol; y el rojo, dio color al techo de una casita, agregando, muy orgulloso, que la maestra y ella lo usó para poner un Sote grandote en el cuaderno. -¡Yo pinté una luna! -gritó el naranja. -¡Y yo el cielo! -dijo el celeste. -Pues yo dibujé un río lleno de peces -se rió el azul. Al lápiz blanco se le caían las lágrimas. Al guardar los colores la niña exclamó: “ ¡Mi caja de colores está mojada!”. La maestra se acercó a mirar qué sucedía, y vio al lápiz blanco, entero, nuevito, con su punta bien afilada, húmedo de tanto llorar. -Pero, qué es esto? –dijo- ¿qué hace este lápiz tan nuevo y tan sólo acá?, nadie lo usa? -No -dijo la niña- no sirve, no se ve lo que pinta en el papel. -Ah, pero...¿saben algo?, les voy a enseñar lo que se puede hacer con este amiguito. ¡Miren! Esto es luz, reflejos. Observen -y dibujando una manzana muy roja, tomó el blanco y le hizo unos reflejos en el centro, luego a una flor, después a un pájaro y todo parecía cobrar vida, relieve. -Y también esto -dijo la maestra y tomó una cartulina azul, dibujó una hermosa paloma, nubes y margaritas. Los niños miraban fascinados con lo que se podía hacer con el olvidado lápiz blanco. Todos buscaron en sus mochilas hasta encontrar la caja de colores. Estuvieron el resto de la tarde creando cosas nuevas sobre rojo, verde, azul o negro, dando toques claros a los dibujos, matizando los colores. El lapicito saltaba de un lado a otro, feliz. Cuando terminó la clase, el lapicito blanco entró en su caja tan gastado como sus amiguitos, cansado y contento, igual que ellos. Los niños aseguran que, desde sus mochilas, se oían las risas de los lápices decolores. Zulma Rosadilla

6 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA NOCHE

A LA MANCHA

La noche bostezó una luna llena y el pino se vistió de plata vieja. En el oscuro pizarrón del cielo competían estrellas y luciérnagas. Un río se enrulaba a la distancia y cantaba corriendo entre las piedras. Su voz en la noche fresca y limpia bordaba en humedad la orilla quieta.

A la mancha están jugando la luna grande y el mar, el mar inventa cabriolas, la luna quiere escapar. Ovillo desmadejado la luna es el capitán, en la playa duerme un ancla su sueño de navegar. A la mancha están jugando la luna nueva y el mar, la luna es moneda nueva, el mar es un tobogán.

SOL DE ORO Sol de oro oro y trigo trigo amarillo cantando por los caminos del día. Un limón viene rodando.

EL CABALLITO DE MAR Espuma se hace la mar, la espuma es color de luna, un caballito se hamaca, se hamaca en húmeda cuna. Festón de cristal la ola, la ola en agua de sal, sobre la ola se hamaca un caballito de mar. Graciela Genta

7 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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EL CANTO PROFUNDO Caracol col… col… cantaba alegre Apereá, mientras su mamá acompañaba al ritmo de las palmas. Luego de terminar la canción preguntó: -¿Siempre cantaste mamá? Su mamá levantó la vista y respondió: -Siempre. -¿Quién te enseñó mamá? -Quienes me cantaron primero fueron... -¡Los abuelos! –dfghhgfhghgferon. -Me cantabas todos los días ¿verdad? -Tú ya lo sabes -sonrió la mamá con picardía-. Siempre lo hice, desde que estabas en la barriga. -Mamá…dime otra vez, ¿qué me cantabas? -Arrorró mi niño… arrorró mi sol…arrorró pedazo de mi corazón…cantó su mamá con una voz suave y tibia. -Yo ¿qué hacía? -preguntó pensativo Apereá. -Tú te calmabas, te acurrucabas y te dormías. -Seguro que era mi canción preferida. -En ese momento sí -continuó su mamá- después siguieron otras que te divertían y te divierten…de animales, pájaros. -Sííí -dijo Apereá- de elefantes, del sol y la luna también. Tras una pausa… preguntó: -Mamá: ¿cantamos un poco más la canción del caracol?

-Claro. Luego de cantar, Apereá se acercó a su mamá…le tomó un mechón del cabello en sus manos y le susurró: -Me gusta tu voz mamá. -A mí la tuya también. -Entonces ¿por qué lloras mamá? -preguntó Apereá. -Porque cantar hoy me emociona… Dicen que aquella tarde…hasta en lo más profundo de la tierra se podía escuchar…caracol…col…col… Mónica Sánchez Blanco

11 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA LLUVIA

ROMANCE DEL NIÑO POETA

¡Qué lluvia en la fresca fronda del bosque que rumorea! Con el viento y la borrasca, los árboles runrunean.

La tarde cae despacio. El río se va con ella. ¿Adónde irán?, me pregunto. Es la brisa que contesta: -Se van a buscar auroras; se van detrás de una estrella. -El alba sueña que es nube; la tarde ser alba sueña.

La mañana es gris y opaca y entre las ramas sin trinos, todo es quietud, lejanía, ¿adónde el sol?, ¿escondido? Llega la lluvia implacable tendida sobre las sierras. Al galope van las gotas, al galope por la tierra. Al galope por mi alma, buscando la primavera. José W. García Abad

Yo sueño con ser el río para refl ejar estrellas y acompañar a la tarde enamorándome de ella. Sentir el agua que corre dadivosa entre las piedras apurando en ese viaje, de la vida, la promesa. Volver a ser aquel niño que por las tardes serenas mientras el sol se ocultaba y el río con sus ternezas lamía mis pies descalzos, yo…, me sentía poeta. Marta Torres Jorajuría

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EL RAP DE MI CUERPO

¿JERIGONZA? ¡FÁCIL! ¡FÁCIL!

Mi cuerpo es sen-sa-cio-nal como mi cuerpo no hay i-gual veo, camino, respiro y juego con mis amigos. ¡Órganos, funcionen! que yo quiero vivir, saltar, correr, comer, aprender y dormir. Si cuido mi cuerpo y bien me alimento. Si disfruto el sol con moderación, si recibo amor en mi corazón, mi cuerpo es una fiesta y la alegría despierta. Con mimos y caricias, con lágrimas y risas, con caras de enojados si estamos disgustados, nosotros, con el cuerpo ¡NOS CO-MU-NI-CA-MOS!

En el espejito de la laguna se ve y croa el sapito piel de aceituna. Enpe elpe espejipitopo depe lapa lapagupunapa sepe vepe ypi cropoapa elpe sapapipitopo pielpe depe apaceipetupunapa. El patio de la escuela es piel de rayuela. Elpe papatiopo depe lapa especuepelapa espe pielpe depe rapayuepelapa. La tortuga Inés tiene piel de nuez. Lapa torpotupugapa Ipinéspe tiepenepe pielpe depe nuezpe. El bebé no sabe que en la madrugada la luna le besa su piel de manzana. Elpe bepebépe nopo sapabepe quepe enpe lapa mapadrupugapadapa lapa lupunapa lepe bepesapa supu pielpe depe manpazapanapa.

María Cristina Laluz Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard

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MARCELINO, EL GORDO El chancho más comilón que vivía en Laguna del Sauce sellamaba Marcelino y comía todo lo que encontraba. Una mañana salió a pasear por el campo y, al llegar a un maizal, tomó un choclo, vio una montañita de paja y se sentóapurado a comerlo. Sin darse cuenta se había sentado encimade un hormiguero que, ante su peso, se hundió. La reina de las hormigas salió furiosa y al ver al enorme chancho le increpó: –Dígame, barriga con patas, ¿no tiene otra cosa que hacer? Con su cuerpo destrozó nuestra casa, váyase in-me-dia-tamen-te. Marcelino la miró y contestó: –Enana, no moleste, ¿no ve que estoy almorzando? -y siguió comiendo sin moverse. Anita, que así se llamaba la reina, tenía un tambor y comenzóa tocarlo llamando a todas las hormigas. PUM, PURUPUM, PUM PURUPUM. Las hormigas acudieron muy enojadas, se subieron alchancho y comenzaron a picarle la cola y las patas. Marcelino tiró el choclo, salió corriendo y no paró hasta llegar a un monte. Al encontrar un árbol que tenía un gruesotronco, se apoyó en él y comenzó a rascarse la cola, que leardía por las picaduras de las hormigas. Rasca que te rasca, el tronco se empezó a sacudir y despertóa las abejas que tenían su panal dentro de él. Enojada, Rosalía, la reina de las abejas, salió y al ver al chancho lo rezongó: –Tenía que ser un chancho maleducado el que interrumpe nuestro sueño. ¿No sabe que después de haber trabajado todoel día, estamos descansando? Váyase a rascar a otro árbol, no nos deja dormir con las sacudidas que provoca. El chancho la miró y contestó: -Proyecto de mosca, venga que le doy unpisotón –y diciendo esto, siguió rascándose y sacudiendo elárbol. Rosalía tomó una trompeta y comenzó a llamar a todas las abejas. PI PIRIPI, PI PIRIPI. Las abejas salieron del panal y, ante el llamado de la reina, comenzaron a picar al chancho quien, al recibir el primer picotón, salió corriendo y no paró hasta llegar a un arroyo donde semetió en el agua.

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En el arroyo estaba durmiendo un pato que se llamaba Albertito y ante la tremenda zambullida del chancho gritó: –¿Quién fue, qué sucede? Al ver al enorme chancho, le espetó: –Dígame, gordo cerdo, si tiene ganas de bañarse, ¿por quéno se va al barrial a retozar, que es el lugar que a usted le gusta? Marcelino, entre llanto y llanto porque le ardía el cuerpolleno de picaduras, le contó al pato lo que le había sucedido. –Todos me rezongan, todos me castigan, y yo lo único que hice fue ponerme a comer un choclito. Albertito, un pato muy conocedor de la vida, le dijo: –Amigo, usted debe aprender que cuando se sale a pasear, no se puede andar destrozando las cosas que encontramos ennuestro camino, y menos, molestar a los vecinos. Debemos respetarnos los unos a los otros, porque todos tenemos los mismos derechos y formamos parte de este lindoterritorio donde debemos convivir en paz. Marcelino dejó de llorar, agradeció al pato Albertito por la lección que le había dado y se fue a pedir disculpas a lashormigas, a quienes llevó un choclo de regalo. –Disculpen, señoras, el daño que les he causado, la próxima vez voy a mirar donde me siento. Luego fue al árbol a disculparse de las abejas. La reina, alverlo venir, preguntó: -¿No le alcanzó el castigo que le dimos, quiere más picaduras? El chancho sumisamente dijo: –Señora, traigo estas flores y sepan disculparme porhaberlas molestado, he sido muy imprudente. La reina asombrada y, ante el cambio de actitud del chancho, tomando las fl ores expresó: –Muchas gracias, no tenía porqué haberse molestado, desde ahora seremos amigos -y agregó: -Marcelino, ¿puedoservirle en algo? El chancho pensó y pensó y riéndose contestó: –Señora, ¿conoce algún remedio para la picadura de abejas? La reina sonriendo afirmó: –Paciencia, mucha paciencia. Miguel Malmierca

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OTRA MARIPOSA

UNA DUNA EN EL MAR

Otra mariposa en mi terraza hoy. Como tú pequeña. Presuntuosa, indecisa, temerosa. Abiertas, cerradas sus alas inquietas, dudosas. Agitadas, desplegadas. Incesantes al comienzo, lentamente ya sin prisas, luego. Y al final ya sin temores, sin apuros, desplegados sus colores son sus alas un encanto un dejo puro encendiendo mis amores. Ella se queda y yo la dejo.

El mar me recibe con una duna entre sus brazos. Bella isla de arena como un seno elevada se extiende dibujándose en su regazo. Toda blanca dorada, Por la corona del mar sostenida. Sorprendente visión… Pinceladas de palmeras recortadas contra el blu embellecen su mirada. Y lo niños salpicándose de mar corren para tocarla de azul. Graciela Ricci

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ENCANTOS El amplísimo patio interior ocupaba a mamá con su vegetación y exaltaba mis sentidos porque veía, tocaba, probaba y olía. En el extremo opuesto estaba el espacio de los helechos. Con hojas de casi dos metros el follaje se abría en casacada bajo la claraboya multicolor. Eran regados sabiamente por mamá y no creo que el goteo que, matemáticamente, administra el agua en los viveros más modernos y actualizados luzcan con mayor esplendor que aquellos gigantescos ejemplares a los que ella, minuciosamente, según la estación, regalaba el vital elemento. El olor a tierra húmeda era constante. Mamá, en su ahorro, regaba las plantas con el agua que lavaba las hortalizas. Era común ver emerger en los macetones plantitas de ají o tomate que nos brindaban sus frutos mas allá de lo que la huerta ofrecía. Así mis sentidos se veían estimulados con el silencio de aquella casa campesina. Silencio irreverentemente rasgado por los trinos de los pequeños canarios que, en número crecido, poblaban la pajarera ubicada en la pared frente a la cocina, junto a la puerta del inmenso comedor reservado para los acontecimientos, bajo la claraboya multicolor. En el verano un toldo verde oscuro reflejaba su sombra. Allí, en el jaulón, lucían sus atuendos de plumas que abarcaban el blanco pasando por la infinita gama de dorado, llegando al rojo y, algunos, casi casi al negro. Sus trinos eran armoniosos y sólo oyéndolos podrías imaginarlo. Al amanecer comenzaban los primeros píos y al caer la tarde, los arrullos que precedían al sueño. Luego podíamos reconocer el ladrido de algún perro a lo lejos, la canción de los grillos, de pronto el crujir de las maderas o el sonido del viento que rompía aquel silencio cada vez mayor y sólo acompasado por el ritmo monótono de la respiración de los moradores de aquella casa tan plena de encantos.

Eva Rivero de Placeres

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LA NIÑA, EL PRÍNCIPE Y EL CAFÉ CON LECHE La infancia y la adolescencia, esas dos épocas de mi vida que ahora me parecen tan remotas y extrañas como un cuento, ¿me han pertenecido realmente? ¿Fui yo, de veras, aquella niña vivaz y esta jovencita huraña, silenciosa y apasionada que veo en el recuerdo a una luz de sueño? ¿Y fue mi casa esa pequeña casa antigua, blanca, con un gran patio lleno de rosales entre las coles? Mi madre desciende los tres escalones de la puerta del comedor, con su ancho delantal con puntillas, su vestido de muselina clara, el pesado moño sedoso sobre la nuca, y vuelvo a oír su voz aguda: -¡Susana! Una cabeza coronada de apretadas trenzas castañas surge entre la maraña de gajos con que una enredadera de caracol millonaria de caprichosas flores retorcidas, protege una especie de túnel abierto entre el muro, guarnecido de hiedras y la balaustrada de la escalerita de madera que baja hacia la quinta: -¡Estoy aquí, mamá! -¿Qué haces que no vienes a tomar el café, criatura? -No puedo, mamá. Me robó el mago Sietededos, y mientras no llegue el Príncipe Afortunado, que ha de libertarme, tengo que seguir presa en esta horrible cueva. -¡Ven en seguida a tomar tu café, Susana! ¡Ah, Dios mío, esta criatura parece tonta! Las cosas que se le ocurren, y las rarezas que hace. ¿A ver? ¿Ya volviste a sacar la colcha de tu cama para disfrazarte? ¡Y otra vez con mi prendedor de coral y el abanico de Fernanda! ¡En seguidita a dejar todo eso en donde lo sacaste! Y a la mesa, también, en seguida. En las oscuras pupilas de la niña hay una luz obstinada y una expresión ausente. No la entienden. Ella es una princesa cautiva, con su manto de púrpura, su broche de rubíes y su abanico de plumas de faisán. Sube despacio los escaloncitos carcomidos, arrastrando la cola de raído damasco carmesí, en la que un desgarrón que luego mamá coserá rezongando, enhebra una rizosa hojuela de helecho arrancada de la planta durante la lucha con el hechicero. En su cabecita de siete años retumba el galope del alazán de su caballero que corre a libertarla, y en sus oídos resuena el rumor de las trompetas y la fantasía, se llenan de lágrimas. Pero está bueno este aromático café del Brasil, que papá y sus hombres pasaron de contrabando por la frontera de la Mina, es sabrosa esta amarilla manteca traída de la chacra ayer mismo; y el tazón de loza orlado de pimpollos rosados y mariposas

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doradas que vuelan sobre un pastor y un pastora que se están besando, encanta a Susana, amiga de las cosas bonitas. Todo está muy bien, y Susana empieza a sentir un apetito que le envidiarían las reinas, hartas de arroz con leche y almíbar perfumado de limón. Mamá la mira de reojo, sonríe, y dice, señalando la taza semivacía: -¿Quieres que vuelva a llenártela hijita? Y por un rato, en el terrible subterráneo cubierto de un laberinto de enredaderas fragantes, el mago Sietededos y el Príncipe Afortunado fraternizan en el olvido de la princesa que despacha con un apetito absolutamente candoroso y plebeyo su segunda taza de café con leche y la última rebanada de pan casero con manteca amarrilla que pone la garganta suave como una gamuza. A los siete años la imaginación es fácilmente aginación es fácilmente sofocada por el estómago, amo imperioso. Y filosóficamente, Susana, envuelta en su manto real de viejo damasco y el abanico de lentejuelas de oro junto a su platillo, se consuela de la aventura trunca, dando fin, cumplidamente, a la nutritiva Sus redondas mejillas echan fuego y le rebrillan e viejo damasco y el su platillo, se consuela damente, a la nutritiva go y le rebrillan vida de nublar merienda. Sus redondas mejillas echan fuego y le rebrillan los puros ojos que ya se encargará la vida de nublar más adelante, cuando nada pueda consolarla. ¡Ah, consolarla! ¡Ah, muchas veces, después, su plato quedará intactodará intacto ante ella, inapetente y melancólica por sus señossus seños desvanecidos y sus esperanzas frustradas! Juana de Ibarbourou

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EL RÍO DE LOS PÁJAROS las flechas del sol y la luna caían sobre América. Entre las sombras, los fuegos de las tolderías relumbraban como guacamayos. Mientras los ojos destrenzaban lejanías, los pies de los indígenas besaban el cobre de la tierra. Los ñacurutúes velaban el silencio de la noche. El guazubirá corría libre por los llanos. Era el tiempo en que el hombre se saciaba con la dorada presa de los ríos o el futo dulce del mburucuyá. Una mañana, el alba despertó al más valiente de los charrúas, al que sus compañeros llamaban Tubichá durante la guerra. Un ave tocó su frente y el indio se levantó como hechizado. Penetró en el monte poseído del extraño canto que emitía el pájaro. La lengua del sol se confundía con los frutos de arazas y pitangas. Aquietó su paso. Esperaba el momento de poder cazar al animal y, cuando iba a hacerlo, escuchó una voz que se agitaba en la silvestre flor que allí crecía: -Soy el Rey de los Pájaros y hace muchísimas lunas que busco un guerrero como tú. Mi raza está presa del maleficio de Reha, la bruja que habita la cascada. Sólo el canto hemos conservado de nuestra naturaleza primitiva. Mis súbditos yacen en el lecho del río y cantan al paso del agua. Ayúdanos. -Te ayudaré, Rey de los Pájaros. El charrúa conoce el sufrimiento y muchas flores han dado su tallo para curar nuestras heridas. La piel del indio también se marchita si no conoce los corales de la risa. El pájaro es amigo del indio y el indio ha de ayudarlo a recuperar su libertad. Dime cómo lograrlo. -Debes construir una canoa con el tronco de un árbol llamado timbó. Navegarás en la dirección que el sol se pone. Corta mi flor, te servirá de escudo. Después de haber cruzado el monte oirás un intenso rumor que es el anuncio de la proximidad de la cascada. Es la señal para que abandones la canoa. Rhea vendrá a combatir contigo. Debes recordar que son sus dominios y, solo hiriéndola antes de que te toque, podrás liberar a mi raza. El indio cumplió las instrucciones. Cuando Rhea lo vio, agitando los espejos del agua, saltó sobre él. Constantemente la bruja intentaba hacerlo caer en su maleficio. El indio desfallecía, pero de pronto sintió el revuelo de un ave sobre su cabeza: el canto era el mismo que lo subyugó en su tribu. Volvió a la lucha con renovadas fuerzas y clavó su flecha de tacuara en el co razón de Rhea. Corrió la sangre y el pájaro se bañó en ella. Su cabeza y su pico se volvieron rojos: el churrinche había nacido en nuestra tierra. Rhea, al morir, se transformó en etéreos penachos de color punzó. Los vilanos giraron en la brisa y se prendieron en las ramas de los plumerillos.

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Cantó el churrinche y cayó la flor que el indio retenía en su mano. De los jardines del agua surgió la más hermosa mujer que el tubichá hubiera visto. Ella le tendió los brazos agradecida, porque también había roto su maleficio. Mientras, miles de pájaros levantaban vuelo desde las aguas: eran los que Rhea había convertido en piedra. En una barca de plumas la pareja emprendió el camino fluvial. Mecida por los trinos navegó el Río de los Pájaros, el Río Uruguay. El que tiene en la aurora doradas mariposas. El que dio a los charrúas sus poderosas manos. El que ciñe en su canto mil luceros y se abre, como canto, en las gaviotas. El que altivo da su luz al Plata y fulgura, en secreto, a sus plantas. Sylvia Puentes de Oyenard

Glosario: Ñacurutú: ave nocturna semejante a la lechuza. Guazubirá: especie de venadillo americano. Mburucuyá: planta de fruto dulce cuya flor tiene poder curativo Arazá: árbol con ancha copa y fruto amarillo. Pitanga: árbol con hojas fragantes y fruto comestible. Tacuara: caña fina Churrinche: pájaro con plumaje rojo.

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MIS NIETAS Fiorella y Valentina

PIENSO TRES COSAS LINDAS Y LAS DIGO:

Llegaron a instalarse en mi otoño. Son, quizás, las últimas fantasías. El sol hace nido en su pelo y la miel se derrite en sus ojos. En sus manecitas, Lucifer esmera todo su ingenio. En la inquieta red de sus nervios descubrimos la herencia. A través de ellas regresan otros niños. Aquellos que el tiempo, inclemente, nos había robado. Irrumpen, modifican el aire, transforman los silencios. Y sus risas son antorchas que bailan y vuelan iluminando los recuerdos, encendiendo la llamarada de la vida.

Nadie conoce la dulzura Como la pata de la mariposa. Una invisible sombra, sutil, ebria ... La sombra de la luna sobre el aire. Perforemos un pozo, Y saquemos la luz, quedando el día. El ojo iluminado verá el pozo, Porque la luz no es el color del día.

Pedro Leandro Ipuche

Marina Jorge de Bellini

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TATUCITO La familia Tatú era muy trabajadora, ellos nunca se cansaban de abrir cuevas. A Tatucito, el hijo menor, no le atraía para nada tanto trabajo. ¿Para qué cansarse, si se podía esconder en las que cavaban sus hermanos? No había argumento capaz de hacerlo trabajar. Cierta vez Papá Tatú lo envió al otro lado del cerro. Le pidió que al llegar abriese cuevas para toda la familia. Ellos irían dos días después con la mudanza y necesitarían tener donde vivir. Tatucito marchó solo al nuevo barrio. Al llegar, encontró a un zorro joven y para entretenerse, decidió engañarlo. Se arrolló como una bola y el zorro quedó desconcertado, creyendo que aquello era una pelota. El zorro lo tanteó con una pata y para su sorpresa, Tatucito comenzó a rodar cuesta abajo. Tan lejos llegó, que cuando miró hacia arriba, le dio pereza subir nuevamente. Faltaba todo un día para que llegase su familia, así que se acostó a dormir. Al anochecer los vio aparecer en la cima del cerro, cargados con sus cosas. Gritaban furiosos porque estaban cansados y Tatucito no había cavado nada. Sus hermanos, a gritos, juraron que lo encontrarían donde fuera y no pararían hasta que él agujerease todo el cerro. Al oír ésto, Tatucito se asustó en gran forma y disparó todo lo rápido que pudo. Corrió y corrió durante días, atravesando campos. Tenía tanto miedo de que lo encontraran sus hermanos y lo obligasen a trabajar, que cada día se iba haciendo más chiquito, tratando de pasar inadvertido. Tanto se achicó que quedó apenas más grande que una hormiga. Ya ningún tatú lo podría reconocer. Cambió de nombre, se casó y formó familia: todos chiquitos como él.

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Viven temerosos y escondidos, de preferencia debajo de las piedras. Su color ya no es más marrón tierra, sino gris. Cuando algún animal se les acerca, ellos se arrollan como pequeñas pelotas para que no los reconozcan. Hay quienes por ser sus amigos los llaman por su nombre, pero para la mayoría de los animales simplemente son “Bichitos de la humedad”. Shak, shak, shak Cavo que cavo Como hace Tatucito, Shak, shak, shak Aquí hago un pocito Y me guardo hasta el próximo cuentito.

Mónica Dendi.

27 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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UVAS VERDES -Ya sé vestirme sola. Y peinarme sola, también. Por eso, para el cumple de Pauli, mi mejor amiga, yo estaba lista antes que mamá. Ayer le pregunté a Pauli de qué color iba a ser su vestido de cumpleaños. Como ella me dijo que rosado, yo me puse todo del mismo color, porque a ella y a mí, nos gusta vestirnos igual, así parecemos hermanas. A las cinco, mamá dijo: -Alicita, ponete el abrigo y vamos. Como no hacía mucho frío, y mamá había dejado su auto en el mecánico por un ruidito, creo, decidimos ir caminando. -Son cuatro o cinco cuadras -dijo mamá-. Hagamos un poco de ejercicio. No sé porque los grandes se la pasan hablando de ejercicios y dietas y masajes y todas esas cosas tan aburridas, la verdad que no lo sé. Y tampoco entiendo porqué hay que comer frutas y verduras, y mucha leche y comer queso y ¡nada de papas fritas y hamburguesas! que es lo que más me gusta. No es que mamá no me lo explica. ¡Uf, sí! me lo explica casi todos los días, pero la verdad verdadera es que la lechuga y el tomate deben de ser feísimos, y me da cosa probar las uvas y los duraznos. No sé si saben que en la esquina de casa hay un contenedor. Se los digo, porque María, la empleada de casa, dice que es una mugre. Que la culpa la tienen los carritos. Mamá en cambio piensa que la culpa es de la Intendencia ¿qué es la Intendencia? Desde que yo me acuerdo, los contenedores son grandotes, verdes, y de lindos no tienen nada. Y ¿si los pintaran de otro color? ¿quién lo haría, los carritos o la Intendencia? Se lo pregunté a papá y a él le dio un ataque de risa. Bueno, como les decía, mamá decidió que fuéramos caminando. Las dos estábamos lindas. Yo, toda de rosa, y mamá, bueno, mamá, como siempre, muy linda. Cuando mamá vio el contenedor, me apretó la mano y me arrastró a la vereda de enfrente. -¡Oh, qué olor tan feo dijo, tapándose la nariz. Yo me la iba a tapar también, cuando vi a un hombre y una niña pegaditos al contenedor. El hombre estaba como colgado, ahí adentro. Solo se le veían los pantalones ¡tan arrugados! y unas zapatillas con la suela agujereada. No sé si la niña era linda o no, porque de verdad tenía la cara muy sucia y la ropa estaba hecha un

28 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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asco, como cuando yo vuelvo de la clase de manualidades. Además, pienso que la pollera larga que usaba era de su hermana mayor, porque le quedaba enorme. O de su mamá… no sé… Lo que tenía lindo era elpelo, todo enrulado. A mí me encanta el pelo con rulos, como el de Pauli, porque el mío es bien lacio, y así es más difícil que todos piensen que somos hermanas. De pronto, el hombre se bajó del contenedor. Sostenía algo entre sus manos. Me pareció que era algo muy valioso, porque lo hacía sonar, y se reía con ganas. Luego, como jugando a los magos, revoleó una mano por el aire y, con una reverencia, se inclinó ante la niña y la abrió muy despacio. No sé si les conté, yo soy muy curiosa. Así que me quedé parada. Quería ver que cosa tan preciosa había encontrado ese hombre, en el contenedor. -Ven para acá, Alicia, no ves que llegaremos tarde -me dijo mamá tratando de pescar mi mano. Pero yo la escondí en mi espalda, y le rogué. -Un cachito, mami, por favor, quiero ver lo que encontró el papá de esa niña. En ese momento el mago abrió la mano. Primero un dedo, después el otro. La niña comenzó a saltar. Yo pienso que de alegría. Allí había algo. Yo me puse en puntas de pie, pero no podía ver, no podía ver ¡hasta que vi! -¿Y saben qué es lo que vi? Uvas, uvas verdes, como esas que me dan cosa. Parece que las habían puesto en una bolsita, porque estaban todas sueltas. Tal vez alguien las pensaba comer, y se le fueron las ganas, o no le gustaron, o estaban un poco podridas, como diría María. Pero a la nena, estoy segura, le parecieron riquísimas, porque abrió bien rápido la boca, como Pompón, mi pajarito. Entonces el padre agarró una uva y se la puso en la boca, y después, otra y otra más, y así creo, se las comió todas. O se guardó algunas para después, no sé, porque mamá me agarró del codo y me empujó hacia delante. -Claro, teníamos que ir al cumple de Pauli, mi mejor amiga. Allá nos estaban esperando con papas chips, pildoritas, sándwiches de jamón y queso, golosinas y una torta de cumpleaños bien grande de merengue y dulce de leche. -Vamos-dije, ensayando mi último paso de ballet. -Mamá -pregunté- ¿qué va a haber en el cumple, títeres o mago o…? -Mago, mi amor. El mago Ariel. A vos te encantan los magos ¿verdad? -Mamá ¿a vos te parece que si yo le pido algo que no sea una paloma, o una carta, lo podrá hacer?

29 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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-¿Qué es lo que le vas a pedir? -me preguntó curiosa. Porque en esas cosas, mami es muy, muy parecida a mí. -Le voy a pedir que saque de la galera un racimo de uvas verdes. -¡Si a ti no te gustan las uvas! Pero si las quieres probar ¡fantástico! Mañana te traigo del súper un precioso racimo ¡verás qué ricas son! -Mmmmmm, eso no es lo que quiero, ma. -¿…? -Lo que quiero es que papi sea un mago como el hombre del contenedor, que puede regalarle a su hija, de un solo pase mágico, lo más rico del mundo.

Anita Luksenburg

30 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA RANITA Y LA ESTRELLA

LA NOCHE

El agüita tan fresca de la fresca cañada se ha llevado una estrella, una estrella robada. La ranita traviesa ha quedado encantada y saltó tras la estrella, tratando de alcanzarla. En los brazos de un junco se quedó aprisionada y un rayito de luna ha ido a rescatarla. En un manto de estrellas, todas ellas doradas, la ranita traviesa ya libre sueña y canta.

Están mojados los pastos coronados de rocío, son lágrimas de la noche cuando siente mucho frío. Al asomarse el rey sol las gotitas se evaporan y rapidito en el aire, una a una se transforman. La noche persigue al sol con tenacidad y porfía, porque quiere estar con él para convertirse en día.

Edris Alonzo Lanne

Irma Alvarez González

31 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA RISA

PINTANDO SUEÑOS…

¿Cómo corre el agua cuando pasa al río? ¡Canta en la risa de cristal de voces! ¿Cómo canta el viento? ¡Ríe cuando pasa en follaje sano! ¿Escucharlo puedes? Y contento el niño ¡canta, sueña y salta, en risa y poesía!

Por el cielo vuela alto, nadie la puede alcanzar, mil secretos lleva adentro, sueños de luna y de mar. Vuela alto mi cometa, junto al sol podrás estar contándole a las estrellas sueños de luna y de mar. Coletea y coletea la ciudad pequeña está. Pinta y pinta en las nubes sueños de luna y de mar.

Mary Gonçalves Próspero Rossana Paulós

32 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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MI REINO ES UNA PÁGINA EN BLANCO… Te miro y te estoy alcanzando, ¿estás sin vida? ¿inerte?, ¿es cierto nadie te ha acariciado, ni siquiera un punto, una línea un garabato? ¿No ha estado allí un niño? ¡No estás sola!, te daré colores, formas, líneas, puntos, ¡música! Te llenaré de vida, de sol, de tormentas, te llenaré de MI vida, el blanco dará paso al color, el color a la emoción, sentimientos, sueños y serás tú, una en mil, tú, única y verdadera como cuando la vida aún no me había dibujado…

Susana Pérez Gomar

33 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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DÍA DE BRUJAS Muchas veces las brujas compiten para ver quién tiene más poder con sus pócimas. Un día Makata decidió invitar a sus “amigas/enemigas” a almorzar diciéndoles que su comida era mejor, no existía hechicera que cocinara como ella. Aceptaron para disfrutar y ver la cara de la anfitriona decepcionada por su horripilante preparación. Para hacer el menú, Makata debía conseguir algunas cosas que le faltaban. Se colocó un gran sombrero del que colgaban telarañas, tomó su escoba y elevándose sobre las nubes se dio cuenta que avanzaba en zigzag, miró hacia atrás y sorprendida vio un ratón gigante prendido a su escoba que trataba de hacerla bajar. ¡Daba miedo porque tenía alas grandes y un pico muy largo con rayas verdosas! “Esto es obra de Acatecia que no quiere que cocine” -pensó mientras que con su pie empujaba al monstruo. Logró deshacerse de él y llegó a un pantano con cocodrilos. Luchó con ellos y pudo seguir el camino hacia las serpientes, quería llevarse algunas para prepararlas, debían ser venenosas y,si estaban en descomposición, mejor sabor obtendría. Pudo dominarlas y cargó algunas sobre sus hombros. Subió a la escoba, intentó elevarse, pero era imposible, no tenía paja ¡se la habían comido las serpientes! Miró a su alrededor y sus ojos se encontraron nuevamente a los cocodrilos. Con mucho esfuerzo pudo, con su mágico cuchillo cortarle la cabeza a uno y colocarla en la parte de atrás de su vehículo, masculló unos conjuros y se elevó dejando un sendero de gotas de sangre. Debía apurarse, faltaba poco para que llegaran las invitadas. Escribió: MENÚ Entrada: Ojos de serpientes con salsa de hígado de gatos. Primer plato: Corazón de ratones con arañas fritas y arroz con escarabajos. Postre: Dulce de cocodrilo con helado de crema de garrapatas. Bebidas: Vino con sangre de carpoincho servido en vasijas con escamas de víboras.

34 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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Preparó la mesa con platos de piel seca de cocodrilo y para darles brillo los pintó con baba de caracoles haciendo juego con las vasijas. Los cubiertos de madera estaban pintados con sangre de gato. En la lúgubre habitación había una lámpara de pie con pantalla de murciélagos secos. El centro de mesa era de flores hechas con tripas de gatos. A lo lejos se sentían las risas de Acatecia, Galatana, Solfina, Raneta y Jopina cuando contaban del hechizo que le hicieron al ratón para que fallara el vuelo de Makata. Al llegar colgaron los grandes sacos negros en un perchero construido con partes de esqueleto de avestruz. Se sorprendieron al ver el almuerzo que Makata les había preparado. Galatana, traía escondido en sus ropas un polvo que transformaba en mosca a quien lo consumiera, lo usaría si era necesario. Conversaron animadamente, y al llegar a los postres Raneta decidió que era el momento de actuar y agregó en una porción del dulce de cocodrilo más garrapatas molidas. Sin imaginar que era para Makata, Jopina la tomó. -No, no, eso no es para ti -le gritó. -¿Por qué no? Me gusta. La empujó y el postre cayó sobre el pie de Makata. Unos segundos después empezó a saltar hasta tocar el techo y bajaba para volver a subir. -¿Qué le pusiste, bruja dañina? -Se te pasará en unos minutos –dijo Solfina. -¿Qué te hice para que en mi casa me hicieras esto? -¿Y me lo preguntas? ¿No recuerdas lo que le hiciste a mi gato? -Ya te expliqué que fue un error que se tomara la pócima y se convirtiera en sapo. -Sí, pero se fue saltando al pantano, te costará caro –aseveró Solfina. -Ah sí, ja, ja, ja, tomá esto para que veas –dijo Makata mientras le esparcía un líquido rojo que hizo crecer más su verrugosa nariz y su rostro quedó azulado por unos minutos. -Ahora verás –dijo Solfina al tirar agua con mocos que se fueron escurriendo hacia el cuello. Y así, Raneta, Acatecia y Galatana se llevaron a Solfina afirmando que nunca más le hablarían. Makata respondió cerrando la puerta con un golpe. ¿Habrá un futuro aquelarre?

Ivonne Parodi

35 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard



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DE PASEO

EL GATITO FACHA

Un gato y una tortuga hoy salieron a pasear y a poco de que salieron la liebre los fue alcanzar. Pasearon por todo el parque mirando por donde andar y detrás de un espinillo ¿a quién fueron a encontrar? Estaba doña arañita teje, teje sin parar. -He tejido todo el dia, ya estoy por fi nalizar, sigan ustedes paseando que me voy a descansar. Tres amigos por el parque, la casa sin terminar, una araña que se acuesta, tres amigos y algo más.

Sus ojos son dos luceros, y su pelaje de oro. Habla con su mirada, exige con su maullido. No pide mimos, es todo amor, se acurruca y duerme, junto al calor. En la mañana despierta, es hora de comer, con ojitos dulces, se hace entender.

Susana Elizabeth Pacheco

Marta de los Santos

37 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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¿QUIERES ADIVINAR?

LUNA GAUCHA

Un sol dormido. Un viento quieto. El campo solo. Un frío intenso. De manto blanco se cubre el verde. Mil cristalitos cuelgan los duendes. ¡Ay, ay, ay,ay, ya despertó! El manto blanco se evaporó.

Luna gaucha luna gauchesca, con alegría brillas de fiesta. Vienes llegando y en verdes prados velos de cielo vas dibujando. Entre los montes ríes coqueta y en los espejos del tajamar, luna presente, madre de luna , luz de mis ojos al caminar.

Otilia Fontanals

Mónica Yic

38 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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ROMANCES DE ANIMALITOS Romance de los cerditos que se comen lo sabroso. Quedan gordos y rosados, muy diferentes al oso.

Romance de los pollitos buscando a mamá gallina, que ha salido muy oronda para buscar la comida.

Romance de la vaca que da leche a los terneros, a los niños de la casa y a los todos los que queremos.

Ay, romance de la lora que da vuelta con su cola, mimosa de mi abuelita que se llama doña Aurora.

Romance del caballo pasea, galopa y trota, lleva niños a la escuela para sacar buena nota.

Acá terminan los versos, romances de animalitos, mañana te cuento otros reiremos otros ratito.

Romance del Tero Tero que cuida bien de los huevos, no deja que tú te acerques, se deja caer en vuelo.

Alba Marina Riverón Granese

39 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA NIÑA Y EL CARACOL

CUENTO DE ABUELA

Caracolito viajero de mi jardín –oro y jade-. ¿Adónde vas con tu casa, tan lento, lento, a la tarde? -A buscar la doncellita que me aguarda en la azucena que le vas a regalar a tu linda madrecita, tan cariñosa y tan buena.

Era un cuento, cuento que contaba mi abuelita, parecía un laberinto de entradas y de salidas. Subía un lobo malo, salía una niña linda, subía una paloma, bajaba una bruja fina. Seguía y seguía el cuento y cuando yo me dormía soñaba con pasadizos que a casa se dirigían. Qué bonito despertar al ver en la cocina la torta de manzana que abuelita me ofrecía.

Eloísa Pérez de Pastorini

Alba Marina Riverón Granese

40 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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FREDDY Durazneros, pinos, acacias, eucaliptos, ciruelos y arbustos con flores rodeaban la casa de la familia González en El Pinar. Don Alberto los cuidaba con dedicación, los podaba cuando era la época, no dejaba que las hormigas comieran sus hojas y, por supuesto, los regaba. Frente a la casa vivía Freddy, un niño de 7 años travieso, curioso y con algunos caprichos. Para ambas familias era su casa de veraneo y periódicamente se reunían para conversar, jugar a las cartas, las bochas y tomar algún copetín con bocaditos que deslumbraban a Freddy, por ejemplo las papas chips. Uno de esos domingos María Elena, la esposa de don Alberto, los invitó a tomar un copetín y allí salieron aceitunas, queso, salamín, galletitas, palitos, polakitos y ¡las papitas! En cuanto Freddy las vio, estiró su brazo y agarró con su mano todas las que cabían en ella y se las comió sin siquiera saborearlas. -¡Por favor, no comas así, se toman de a una! –le decía su mamá sonriendo incómodamente. -Es que vos nunca comprás y cuando lo hacés ponés en la mesa la mitad del paquete y las otras las guardás para otro día, y no me digas que no –le contestó sin la mínima vergüenza. Ponía a sus padres en situaciones incómodas pero él era así, decía lo que sentía en el momento menos esperado. Se aburrió de comer y fue a jugar en el enorme jardín de don Alberto. Pero de pronto desapareció, su hermana lo llamaba y él no contestaba. Al lado de la cancha de bochas había un árbol de eucalipto y allí estaba él con un coquito en la mano. Lo olió y salió corriendo a comentarle a don Alberto: -¡Tiene el mismo olor que unas gomitas que me compre mamá! –le dijo. -Es que éste es el árbol de las gomitas, ¿sabías? -¡Pa! ¿En serio? ¿Y donde están? -Ahora no es la época pero cuando sea te aviso para que vos mismo las saques del árbol – aseguró don Alberto. Se produjo un silencio de complicidad entre los mayores, y una sonrisa que Freddy no notó porque solo pensaba en el momento de ver aquel árbol lleno de ricas gomitas colgando. -Papá, ¿vos viste alguna vez el árbol con gomitas?

41 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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-No, tal vez sea una especie distinta. Pasaron varias semanas y Freddy tenía la intriga de cómo podían brotar esas deliciosas gomitas en el árbol, tal vez los coquitos eran las gomitas ya secas que caen del árbol, víctimas de un proceso natural. Un sábado de tarde volvieron a la casa de playa y don Alberto no estaba. -Papá, ¿vamos a ver si nacieron las gomitas? -Pero, ¿cómo nos vamos a meter en la casa si don Alberto no está? Esperemos un poco, no debe tardar. -¿Y si no viene?, dale por favor no nos va a decir nada si nos ve adentro –insistía el niño. -No, Freddy si no viene tal vez lo haga el próximo fin de semana, no te preocupes. En eso ven doblar el largo auto de don Alberto. Freddy saltó y gritó, estaba desesperado por ver aquel árbol que imaginaba lleno de su golosina preferida. -Vamos a cruzar papá, dale por favor, dale. -¡Espera un poco, deja que llegue y se instale, tranquilizate! Don Alberto llegó, abrió la casa, sacó el juego de jardín, miró sus plantas, prendió los regadores y cuando miró para la casa de Freddy vio que lo saludaba saltando y ante la impaciencia que demostraba, le hizo seña para que cruzara. -¿Crecieron las gomitas? –le preguntó sin protocolo. -Vamos a ver le dijo don Alberto mientras acercaba la escalera para subir al eucalipto. La apoyó contra el árbol y allí subió Freddy, ¿y se imaginan que vio? Un paquete de gomitas. Quedó paralizado, los ojos bien abiertos ante una emoción tan fuerte, tomó el paquete y lo miró intrigado. Pensó: ¿Cómo puede ser que de un árbol nazcan gomitas dentro de una bolsa de nylon con moñita y todo? Desconfió, pero no hizo comentarios y bajó con el paquetito, lo abrió y en un pif, paf se las comió. La idea de la bolsa en el árbol le empezó a dar vueltas en la cabeza. -Papá, ¿cómo hace un árbol para poner las gomitas en una bolsa y atarlas con cinta? –preguntó y el papá no sabía qué contestarle. -Mirá, Freddy, viste que don Alberto es un hombre al que le gustan mucho los árboles, tal vez sea uno especial ¿no te parece? Tendrías que preguntarle a él –y salió del paso. Ese día quedó convencido, pero era un niño muy listo. A media tarde, jugando con su hermana, descubrió que en su terreno también había árboles de eucaliptos idénticos al de don Alberto y ¿por qué no daban gomitas? Pero no dejaba de ir a la casa de su vecino a buscarlas.

42 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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Un día llamó a su papá y le dijo: -Tengo que contarte algo; el árbol de don Alberto no da gomitas, él las cuelga para que yo las saque, lo descubrí. -¿Cómo?, explicame. -Lo descubrí porque el árbol que tenemos en casa es igual, idéntico, y no da nada, estoy seguro que don Alberto las cuelga. -¿Te parece Freddy? ¿Y por qué no se lo decís? -Porque si se lo digo ya no las cuelga más y me quedo sin comer las gomitas. Qué recuerdo inolvidable Para mí el de mi hermano, Con su carita sonriente Y gomitas en la mano.

Sylvia Suanes

43 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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CANCIÓN DEL NIDO RECIÉN NACIDO El duraznero viste traje rosado. Entre nubes de plumas crece el manzano. Cruzan, barcos del aire, gritos y cantos. Dos horneros se buscan entre las ramas. Los picos traen veloces hojas y barro. Un nido entre las fl ores nace cantando.

Ernesto Pinto

CARDENAL AMARILLO Un rayito de sol, una tarde, se abrió paso a la tierra y llegó, se hizo ovillo chiquito en el aire y una cosa bonita nació... ¡Era un cardenal amarillo! Pedacito de luz, ovillito de pluma en el aire devanándose al sol. (Si te dicen de atraparlo en un trampero, ¡no los dejes, no los dejes por favor!) que las aves fueron hechas para el vuelo y por eso les ha dado alas Dios. ¡No los dejes! ¡No!, por favor...

Malva Bengua

44 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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TRES PALOMAS A Sofía Mederos Ceramella y Julieta y Agostina Ceramella Olivera, palomas de mi cielo. En la mies se columpia, dorada y fi na, trampolín de sonrisas, ¡es Agostina! En cascada castaña sueña Sofía y en su cara hay un ángel que abre la vida. Son sus rizos de ámbar en la glorieta, campanario de estrellas, ¡esa es Julieta! Son tres niñas que al viento cantan a coro, tres palomas que al aire dan su tesoro.

JESÚS NIÑO Con su herramienta en Nazaret humilde, llevando en sí el más alto y maravilloso don que solo es dable a Dios, vive José apacible. Con puros esplendores cada día renovados, la esposa y madre brilla y hasta la luz se humilla ante la presencia de María. Amor, paz y alegría reinan en el hogar, el fuego con leños siempre encendidos, el olor y el sabor del pan caliente. Jesús comparte con ellos modesta pero divina suerte, en su aire no flotan todavía la cruz, las espinas y la muerte que más tarde sufriría.

Dinorah Giorgi Irene Acosta

45 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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VILLANCICO Por arduos senderos y entre ásperas piedras va el borrico manso, el borrico lento. Su carga preciosa él quiere guardar, carga más preciosa nadie guardará. En duro camino a Jerusalén, sintió aquel milagro transitando en él. La Virgen María llevadita es, José con sandalias que guardan sus pies. Al fin un pesebre posada les da, el Niño Jesús allí nacerá. Vendrán a adorarle pastores y reyes y un azul lucero dirá: aquí es. Pasarán los años, siglos pasarán... ellos no verán otro niño igual.

Irene Acosta

46 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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EL DULCE DE HIGO La cocina de la estancia era una habitación amplia, de techo bajo. La antigüedad de su construcción se revelaba en sus paredes descascaradas y ennegrecidas por el humo de miles de días y miles de noches y en el desgastado piso de piedra losa, que habían pisado incontables pies de cocineras y comensales, hombres, mujeres y niños. La cocina de leña era un artefacto más bien pequeño, de fuerte hierro negro. La puertecilla de la hornalla devoraba los pedazos de leña, troncos que cortaba y partía infatigablemente el peón casero. En los días de invierno, cuando el cielo nublado ocultaba el sol y soplaba el frío viento del sur, la habitación era un refugio de tibieza y cálidos olores: olor a madera, a humo, a comida borboteando en la olla. La cocinera se prodigaba sin esfuerzo aparente: las enormes ollas desbordaban sus potajes, las calderas silbaban expeliendo vapor, el horno ocultaba en sus entrañas apetitosos tesoros. Debajo de la cocina se amontonaban los gatos, regalones de la estancia. Formaban una mullida alfombra viviente, una increíble colcha de retazos –blancos, amarillos, grises, negros- que latía acompasadamente sobre el suelo. Las alacenas –grandes, oscuras- guardaban, en medio de un moderado desorden, misteriosos instrumentos manuales, herencia de un tiempo y un lugar que no imaginaba (ni hubiera condescendido) a los electrodomésticos modernos. Allí se podían ver la máquina de picar carne, la de rallar galleta, la de hacer puré, la de batir manteca, y ninguna de ellas necesitaba otra fuente de energía que una mano hábil y dispuesta. ¡Y qué manjares maravillosos podían salir de allí, de la fábrica milagrosa de la cocina! Los guisos sabrosos y nutritivos, los pasteles de masa dorada y crujiente, las cremas espesas de consistencia y delicadas de sabor, los panecillos tiernos y claros. Pero, por sobre todo, las carnes asadas. El asado, siempre igual y siempre distinto, nuestro preferido. Aparecía en la mesa, con su costra dorada, brillante como caramelo, como incrustada de oscuras gemas. Cuando el filoso cuchillo se hundía en la carne y nos servíamos las grandes rodajas, rociadas de jugo condimentado, a veces nos parecía que comíamos cordero, otras veces, ternera, otras, pavo y aún podíamos pensar que se trataba de faisán, al que nunca habíamos probado pero al que no dudábamos que podía compararse.

47 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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Una vez quisimos ser nosotros también actores del milagro de la alquimia de la cocina y resolvimos hacer dulce de higo. Ese día, temprano salimos al jardín, cruzamos los patios, llegamos a la huerta. El rocío ponía cristales en el pasto, el sol de la mañana los irisaba en mil colores y destellos. Una vieja higuera desparramaba sus rugosas ramas en un rincón, cerca del alambrado. Las avispas silvestres zumbaban allí con más fuerza: buscaban la dulzura de los higos escondidos bajo las grandes hojas lobuladas. Nos acercamos con cautela. Los higos eran grande y gordos, milagro de la naturaleza. Un olor vegetal a árboles, a pasto, nos rodeaba. Pronto nuestro silencio reverente estalló en jubilosos gritos: -“¡Allí, allí!” –“¡En aquella rama!” –“¡Más arriba!” –“¡Aquí también!” Uno de nosotros se subió atrevidamente en los troncos grises y retorcidos. Otros nos empeñábamos desde el suelo, empinándonos tras los higos. Pronto nuestro canasto rebosó de la tierna fruta. Volvimos con nuestro tesoro, los pies ligeros y el corazón burbujeante. En la cocina nos afanamos con cacharros y cucharas. La misma cocina de hierro nos proporcionó un puñado de cenizas para macerar los higos hasta el día siguiente. Hubimos, pues, de esperar. ¿Qué misterioso proceso se fraguaba en la olla, con las frutas cubiertas de agua? Ah, no se puede apresurar lo que toma su tiempo. Antes de irnos a dormir esa noche, fuimos a observar los higos; después, algo dulce rondó nuestros sueños. A la mañana siguiente proseguimos nuestra labor. Azúcar, especies, cuchara de madera y buen fuego de leña. Y otro lento proceso. La alquimia actuaba sin prisa. El agua se espesaba, cambiaba de color, se volvía almíbar amarillo, fluida miel, topacio líquido. Los higos paulatinamente perdían su color verde, se hacían más transparentes, más translúcidos, más brillantes. Se volvían enormes gemas, ágatas, ópalos, ónices. Flotaban en el líquido, girando lentamente, impulsados por la fuerza del hervor. Y el aroma dulce y especioso invadía la cocina junto con el vapor que subía de la olla. Al cabo de unas horas estuvo terminado, pero aún hubo que esperar que se enfriara: nueva demora. Finalmente, una vez trasvasado a frascos de vidrio, pudimos apreciar la belleza de los higos, como joyas en una vitrina. Y probarlos… Sentir su tacto levemente áspero en la lengua, hundir los dientes en la pulpa tierna hasta degustar su dulzura! Y también algo más. Sí el higo que nos había tocado en suerte, por una feliz casualidad había permanecido intacto tras la cocción (ya que adrede no los habíamos pinchado antes de cocinarlos), entonces era un prodigio singular el “ploff” sordo y lleno de misterio que emitía al ser mordido y desgarrado.

48 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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Dentro de la boca el sonido surgía de las entrañas de la fruta como algo vivo, suave y tibio, se desparramaba sobre la lengua, contra el paladar, se derramaba por las mejillas, hasta perderse en las profundidades de la garganta. Comer un higo que hiciera “ploff” era como sacar un premio especial, algo que se festejaba como correspondía, con risas y exclamaciones. Pero todos los higos eran igualmente dignos de disfrutar, y así lo fueron, hasta el último de ellos. De esta manera, nuestra aventura en la cocina terminó con gran contento y nos proporcionó un recuerdo de nuestra infancia para atesorar toda la vida.

Sylvia Simonet

49 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LEYENDA DE LA FLOR DE CEIBO Me lo dijo un indio viejo y medio brujo que se santiguaba y adoraba al sol: “Los ceibos del tiempo en que yo era niño no lucían flores rojas como hoy. Pero una mañana sucedió el milagro -es algo tan bello que cuesta creer-; con la aurora vimos al ceibal de grana, cual si por dos lados fuera a amanecer. Y era que la moza más linda del pago, esperando al novio toda la velada, por entretenerse se había pasado la hoja del ceibo por entre los labios. Entonces los ceibos como por encanto, se fueron tiñendo de rojo color. . .” Tal lo que me dijo aquel indio viejo que se santiguaba y adoraba al sol.

Fernán Silva Valdés

50 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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EL TÚNEL DESCONOCIDO -...Patitas de conejo marcados en el pasto...Mmmm -decía el zorro mientras se relamía los bigotes. Y cantaba en voz baja: -Por aquí nomás dulce conejito, muy cerca estarás. Comidita tierna para sus hijitos llevará papá... Olfateando, agazapándose, rastreando, seguía el zorro las pisadas del conejo, que ignoraba que lo perseguían. De repente, una lechuza chistó desde el pasto. El conejo, que había pasado rápido por allí y no había visto ni poste ni lechuza, siguió caminando. Pero, otra vez: -“Chits”, chits...” -Cuando una lechuza chista dos veces algo acontece. El conejo se detuvo, se dio vuelta y vio a la lechuza que volaba del poste, batía las alas, se volvía a posar, y chistaba. Entonces realmente supo que algo grave, muy grave, estaba sucediendo y se metió en una cueva que, al parecer, estaba deshabitada. La cueva tenía un túnel y el conejo siguió por él, sin saber adónde iba a salir. -Conejito, conejito, ya olfateo tu olorcito -dijo el zorro. Y se introdujo en la cueva por donde un minuto antes había tomado el conejo. -Te encontraré, je, je, je, je. Te mataré, je, je, je, je. Y con mi familia, bien asadito te comeré. Pero al decir esto en voz alta, el zorro se encontró con el túnel tapado: estaba hecho en la arena, y con el paso precipitado del conejo se fue cerrando. Quiso cavar con las patas delanteras y aunque logró abrir un tramo, se dio cuenta de que sus uñas no servían para la tarea. Decidió esperar a que el conejo saliese del túnel para perseguirlo sobre la tierra. Pero en ese momento se removió la arena del túnel y se presentó el tatú, quien con voz enérgica gritó: -¿Quién está ahí, quién dio permiso para entrar en mi casa? ¡Fuera, intruso! -Tatucito, tatucín, soy tu amigo don Zorrín, que anda tras un conejín, del cual el trozo mejor, será sólo para ti. Pero el tatú, además de ser vegetariano como el conejo, conocía muy bien al zorro en sus engaños y zalamerías. Sin mediar palabra, comenzó a tirarle arena en la cara. El zorro, sin más argumentos, salió corriendo, restregándose los ojos y llorando de dolor. Pasó una semana con lentes oscuros y el hocico vendado. Mientras tanto, el conejo había salido por otra boca de la cueva, y se había puesto a salvo en su propia casa, con su familia.

Jovita de Almeida Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard

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LETE, EL VEGETAL VIVIENTE Lete es un vegetal viviente que vive en una olla porque le gusta el calor. Lete no se anima a salir porque piensa que todos lo quieren comer. Pero de tanto vivir en la oscuridad se transformó en un brócoli podrido. Las personas que vivían en esa casa, cuando abrieron la olla casi se desmayan y Lete se asustó, saltó y se mojó en la canilla y brilló de nuevo. Cuando Lete volvió a brillar las personas se asombraron porque nunca habían visto un vegetal viviente ¡¡¡y menos un brócoli!!! En esos segundos Lete se hizo amigo de esas personas y les contó de su vida y ellos de la suya. Después de unos días alguien toco la puerta “toc toc”, una de las personas la abrió y era una bruja que se quería llevar a Lete para cocinarlo y hacer una pócima para hacer más vegetales vivientes. Lete se preguntó por qué se lo quería llevar, y como ella leía la mente le contestó: -Porque tú eres un brócoli viviente y eres mágico, por eso te quiero llevar. Lete se sorprendió, nunca había visto a nadie que leyera la mente. Entonces la bruja estiró la mano, lo agarró y se lo llevó a su guarida. En la guarida la bruja puso a Lete en la olla junto con ojos de sapo, jugo de cucaracha, baba de caracol y una mosca muerta. A Lete le dio asco y vomitó en la olla. La bruja dijo: -¡Cuanto más asqueroso mejor! La bruja empezó a revolver y en pocos minutos terminó la pócima, sacó a Lete y lo puso en un estante. Puso la pócima en otro estante y se fue con Lete. Lo llevó a su casa y lo dejó en la olla. Lete saltó de la olla y se mojó de nuevo en el agua. Salió de la casa y se fue a un supermercado que estaba cerca. Cando llegó vio muchos vegetales vivientes que lo saludaron: tomates, boniatos, zanahorias, papas, choclos y morrones. Pero Lete se asustó: ¡era la misma bruja que de una bolsa sacaba vegetales y los ponía en los estantes!

Florencia Cholaquides (8 años)

53 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard



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CAMPANILLA AZUL Campanilla de mi cerco azul... ¿Eres la pequeña copa en la que los duendes beben las gotas de la lluvia? ¡No!... Eres la campanita que despierta cuando sale el sol, a todas las flores... a todas las mariposas... y ¡ a todos los pájaros!

Alicia Alonso

HUMOR DESOPILANTE La mujer más anciana del pueblo, que según parece, tenía ciento siete años, contó que cuando era niña ella había escuchado el cuento más cómico del mundo, con tal humor que todos los presentes y hasta el mismo narrador se habían muerto de risa y que ella se había salvado de milagro porque se había tapado los oídos para no sentir las estridentes carcajadas y que ahora, tan viejita no lo podía repetir porque, sencillamente, había perdido la memoria. Ella dice a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos y a sus tataranietos que cuando cuenten algo de humor desopilante, lo mejor es que se vivan de la risa porque morirse de risa no vale la pena porque entonces se terminan los cuentos.

Ignacio Martínez

55 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LANGOSTA SALTARINA Qué atrevida la langosta que apareció en mi jardín comiendo la muy golosa los pétalos del jazmín. La fui a agarrar con mi mano para evitar el destrozo, pero ella dio un gran salto y cayó en los heliotropos. Otra vez quise agarrarla y brincó hacia las hortensias y salta, salta que salta se posó en las azaleas. Luego fue hacia los geranios, de allí, a los pensamientos, yo al correr iba pisando todas las plantas del huerto. La langosta saltarina se iba riendo de mí, se escondía en las achiras y en las rosas carmesí. En los hibiscos, claveles, margaritas y petunias: ella, rozagante y verde, yo, de barro toda sucia. Cuando miré los canteros y vi tanta planta rota comprendí que había hecho más daño que la langosta. Me sentí muy egoísta y comprendí la lección: tiene derecho a la vida todo ser bajo este sol.

Agustina Fernández de Soler

56 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LA COMETA De papel y caña surgió la cometa con un hilo largo al cielo se eleva. Amiga del sol vuela con el viento mostrando el color y su movimiento. Como barrilete subiendo, bajando riendo, cantando coleando, coleando. Al pasar la tarde jugando, jugando se bajó del cielo al viento cantando. Como barrilete subiendo, bajando riendo, cantando coleando, coleando.

57 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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ZAMBA DEL CANGREJO

GATO

Dos pinzas grandotas se alargan, se achican, cangrejo camina. Los ojos pequeños miran para un lado, busca que te busca su plato deseado. Siempre de costado entra por las grietas huye de los peces que buscan su presa. Entra en el mar lo apartan las olas, corre por la arena trepa por las rocas. Baila en la arena, con pinza y espejo. Baila en el agua zamba del cangrejo.

Orejas pequeñas y nariz redonda, con ojos de almendra, bigotes en ronda. Las patas pequeñas, con su cuerpo elástico se estiran, se estira y forman un arco. La presa está cerca, maúlla contento, pasea en el viento. Mira, salta y trepa como las arañas, corre, corre, corre, el gato que araña.

Ivonne Parodi

58 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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ESPACIO LIBRE La perrada se alborotaba cuando llegaban los dueños de la estancia. Los perros principales Nerón, Campero y Cirilo salían al frente, recorriendo el caminito hasta la portera principal con ladridos fuertes. Los perros chicos iban detrás, como un coro silencioso. Los amos eran bien recibidos, con saltos, lamidas y hasta ciertas “gracias” que daban la sensación de haber sido preparadas de antemano para ellos. Parecía que aquel campo perdido recobraba vida. La niña invitada, pariente del matrimonio, de las tías solteras y los niños de la casa creía estar en un mundo encantado. Las penurias que el campo también ofrece le eran desconocidas, para ella todo era fi esta y misterio. De noche tenia miedo, pero un miedo lindo, que la tenia en vilo, nada malo iba a pasar, pero acostumbrada a la ciudad con sus peligros, todo la atemorizaba y la excitaba al mismo tiempo. Los juegos distintos la atraían mucho, como ir a la cañada a pescar mojarritas con un viejo sombrero de paja, por ejemplo recogía decenas de mojarritas que luego volvía a tirar al agua por lastima que se murieran. Las idas al chiquero a ver los chanchitos y asustarlos con gritos y corridas, el juego de las “casitas” que construía con ladrillos viejos, ramas, piedras. y, hasta fl ores. La escondida alrededor de la tapera con árboles de granadas y azucenas rosadas. Cirilo era el perro preferido de Elisa. Medio deforme, pero que imponía su fi gura de varios pelajes y unos ojos como pocos, con un mirar casi humano. A veces salían a pasear, a ver mariposas multicolores, sapos, y juntos parecían sostener un diálogo de amigos de mucho tiempo. Él quería quedar bien con la niña. y, a veces ladraba y mostraba los dientes, gruñendo a enemigos invisibles, solo por complacerla. Pasaron varios veranos en los que Elisa disfrutaba de esos días magnífi cos, escuchando las chicharras al mediodía, los sonidos de los pájaros, hojas movidas por el viento, un sol que rajaba las piedras, los paisanos de bombacha de campo y sombrero aludo, que venían a matear de tardecita, , el aire puro. La tranquilidad de los días apacibles. Todo terminó un día cuando el campo y las propiedades se vendieron. Los perros fueron distribuidos y algunos murieron de viejos. Pero el recuerdo tan arraigado en Elisa quedó como un conjunto de postales animadas, en su mente, en sus sentidos para siempre. Claudia Rossi Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard

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EL CEPILLO DE DIENTES En el botiquín de casa siempre habitaron los cepillos de dientes de las niñas, junto a los nuestros, esperando su visita. Iban cambiando de tamaño y color según el tiempo pasaba; el de Barney especialmente dejo un recuerdo muy profundo: antes de usarlo a dúo, ellas cantaban inmediatamente su canción, en un intento por emularme o imitarme, lo que nos encantaba: “Te quiero yo y tu a mí, nuestro amor es lo mejor, con un fuerte abrazo y un beso te diré, mi cariño yo te doy”. Lo importante es que ellas tenían la rutina de usarlos en determinados momentos: al levantarse si teníamos la suerte de que se quedaran a dormir, luego de almorzar o cenar para lo que tratábamos de preparar sus comidas preferidas: milanesas de pollo para una y tallarines con pesto para la otra o luego de alguna golosina especialmente maléfi ca, esas que son muy amigas de los dentistas. Nuestra semilla plantada siendo chiquitas, había dado sus frutos: -¿Qué hay que hacer antes de comer? -Lavarse las manos, Tití -me respondían. -¿Qué hay que hacer después de comer? -Lavarse los dientes, Tololo -le respondían al tío. Y así pasaron algunos años, rápida y silenciosamente. Cuando las extrañábamos muchos porque sus actividades escolares o sociales les impedían visitarnos, el solo mirar los estuches lila y rosa de sus cepillos nos levantaba el ánimo, pensando que quizás, con suerte, prontito estarían con nosotros. -Tía, este sábado vamos al cumple de la prima Vicky, ¿por qué no venís y te quedas a dormir en casa? -dijo Belu. -Sí, sí -acompañó Nati, gritando desde atrás para que su voz me llegara a través del tubo del teléfono. Ese sábado comencé a preparar mi bolso varias horas antes de lo necesario. Emocionada, abrí el botiquín, y tomando el estuche vacío, ese que hasta hacía poquito el Tololo lo usaba cuando salíamos de viaje, lo coloqué dentro del bolso junto al cepillo nuevo que llegado recién de la farmacia, esperaba ansioso su estreno.

61 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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-Sí, sí -acompañó Nati, gritando desde atrás para que su voz me llegara a través del tubo del teléfono. Ese sábado comencé a preparar mi bolso varias horas antes de lo necesario. Emocionada, abrí el botiquín, y tomando el estuche vacío, ese que hasta hacía poquito el Tololo lo usaba cuando salíamos de viaje, lo coloqué dentro del bolso junto al cepillo nuevo que llegado recién de la farmacia, esperaba ansioso su estreno. Esa noche, luego del cumple, al entrar al dormitorio, una cama había sido especialmente preparada, bien pegadita a la cama de Belu. Nati quería también dormir con nosotras, pero su cansancio y su espíritu práctico la llevó a darme un beso con abrazo muy fuerte, diciéndome: -Mañana vengo a despertarte y me quedo un ratito contigo. -Tía, ¿por que no dejas tu cepillo en casa? -dijo Belu, mientras yo me lavaba los dientes, sosteniendo el estuche en mi mano. En silencio, guardé el cepillo dentro de su estuche color cielo, abrí el botiquín y apoyándolo en el fondo, lo dejé solo, sostenido por el vaso de nuestras niñas.

Ana Gracia de Valeta

62 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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CUENTO MEDIO DE MIEDO

Era de noche. La hermosa niña se había portado muy mal. La habían rezongado por no hacer caso a sus padres y entonces se había ido de la casa escapándose por una ventana. Iba caminando solita por la calle y se metió en un enorme parque oscuro y lleno de árboles. De repente sintió pasos que la seguían y se escondió detrás de un enorme eucaliptus para mirar. Eran dos hombres grandes, feos,barbudos y de mal aspecto. Cuando estaban bien cerquita, ella salió, los enfrentó, los miró con cara de mala, abrió la boca, pegó un grito, les mostró los enormes colmillos, saltó sobre ellos y les chupó la sangre a los dos. Estaba claro que la niña seguiría portándose mal.

Michel Visillac

63 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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PEDRO Y SU AVIÓN Pedro tiene un avión cuyas ventanas tienen el poder de escuchar el viento, las nubes, las estrellas y todo lo que toca. Cuando Pedro juega con él, vuela. Atónito, al mirar hacia abajo ve su casa muy pequeña, lo mismo que los autos, árboles, edifi cios, mares… No le importa estar solo, dibuja todo lo que ve. ¡Él y sus colores! De pronto el avión se mueve. Pedro se pregunta: ¿Qué está pasando? Una nube se acerca a su ventanilla y le dice: -Soy yo, por eso te mueves. ¿Cómo te llamas? -Pedro y ¿tú? -Soy la más pequeña de mi familia y mi nombre es Sabrina. -Qué suerte que puedo hablar contigo, posiblemente te conozca, pero ahora que estoy a tu lado te veo grande y espumosa con ese vestido tornasolado. -¿Sabes?, hay jóvenes que no quieren subir a verme pues creen que nosotros somos la muerte y no es así. Este es un mundo maravilloso, nos ilumina la luna, el mar cambia de colores gracias a nosotros, y en los cumpleaños llamamos a las estrellas… -Esto es el cielo. -No el cielo del que hablan lo mayores donde asocian la muerte por un tema religioso que no podemos entender, aquí no pasa eso. -Tienes razón, tengo amigos que les tienen miedo y no quieren subir a los aviones. Sabrina, a mí me explicaron que la muerte es otra cosa, la persona que muere va al cementerio en un cajita y allí lo entierran, pero el “corazón” queda en los familiares y amigos, por eso me gustan tanto lo aviones. -Mira, Pedro, no te imaginas lo que nos divertimos con los relámpagos y truenos. Hay un grupo que toca música que, cuando termina, baja un telón lleno de agua que moja la Tierra y no sabes qué contentos quedamos. Cuando es luna llena, la Tierra se sitúa exactamente en la mitad entre el Sol y la Luna. Siempre está contenta, ni que decir cuando está sobre el mar y se mira en él. No siempre puedes verla toda, pues así se ve una sola vez al mes. Nos encanta bailar alrededor, aunque a veces la tapamos un poco. Se enoja y se sacude con tal fuerza que no podemos con ella, queda iluminándonos a todos. -Gracias, Sabrina, fue un placer conocerte, ahora se me hace tarde y tengo que volver a almorzar pero nos volveremos a ver…Y… ¡contaré todo lo que me dijiste!

Susana Pérez Gomar Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard

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LAS OLAS

CANCIÓN DE LOS ABUELOS

Unas olitas corrían carreras, no de mentira, sino de veras. Veinte gaviotas las perseguían, crácate, crácate, así reían. Dos tiburones eran jurado, uno muy lento, otro apurado; por anteojos tenían dos nudos y unos silbatos muy tartamudos. Tres corderitos eran las olas, como las novias llevaban cola. Corre que corre sobre la arena, ligero, rápido, hasta la cena.

Una niñita ha nacido en la playa de Malvín. Sin pañales ha venido, sólo trae un escarpín. La Abuela Luna le chifl a a las estrellas del cielo; precisa que ellas le tejan un rebozo color hielo. Las estrellitas se abrazan para hacer el punto arroz y en medio de ese tejido les da un ataque de tos. El Abuelo Sol entibia con sus mimos el rebozo que es un gatito de angora, suavecito y esponjoso. La Abuela Luna de noche duerme a la niña en su cuna y de día el Abuelo Sol es el que a la niña acuna.

María Celia Pascale

RISA EN RISA Monita canta que canta y pasea de rama en rama. Se lavó la cabellera con perfume de banana. El monito Rimbombante la invitó y cayó de prisa. Le dio risa a Ardilla Luisa y se mojó la camisa. Y allá van Monita y Luisa a pasear llenas de risa con el mono Rimbombante por el parque y sin camisa.

María Celia Pascale

Mary Gonçalves Próspero

65 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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LIBRO EN TRES ACTOS DE UN SOLO POEMA A Sylvia Puentes de Oyenard PRÓLOGO A la rueda rueda de la luna llena A la rueda rueda que se cae al mar A la rueda rueda que se ahoga una estrella A la rueda rueda por irla a salvar.

POEMA

COLOFÓN

Ronda que te ronda se cayó la luna. Redonda redonda allí en la laguna. A la ronda ronda que una buena estrella por ir a salvarla se ahoga con ella. Juntemos las manos vamos a pescarlas y cantando en ronda al cielo llevarlas.

Que desde el cielo se cayó una estrella y que la estrella se transformó en fl or y que la fl or tendrá más de cien hijos y que los hijos serán un primor y que más tarde crecerán capullos y embriagarán el aire con su olor.

Ramón Cuadra Cantera

66 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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DON JUAN CARACOL En una pitanga que muy tierna esparce la dulce fragancia de frutos morados, casi a hurtadillas Don Juan Caracol por sobre las ramas se había trepado. ¡Ay, caracolito! No dañes mis hojas, no bebas mi savia que en frutos florece, has que se prolongue la aurora del tiempo en mi verde espacio cuando el día amanece. Don Juan Caracol parece estar sordo. ¡No prende el motor! Y bajo su carpa de un antiguo gris espera la noche que lo hace feliz.

Celestina Andrade

67 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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EL CARACOL Y LA CARACOLA El caracol y la caracola cuando el oriente viste de aurora. El caracol y la caracola a paso lento cruzan las horas.

La primavera tendió sus brazos les dio alegría les dio color. El sol amigo desde lo alto guía sus pasos luz y calor.

El caracol y la caracola por el sembrado de la escarola. A la escarola fi no manjar de paso llegan a disfrutar.

Y terminada ya la jornada cuando el poniente recibe el sol vuelven cantando con alegría la caracola y el caracol.

Lucen radiantes su traje nuevo del tono beige casi al marrón. El caracol y la caracola la caracola y el caracol.

Dorotea García Frosio

68 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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POMPÓN

VERANO NIÑO

Pompón es mi conejo, de suave seda es con dos bolitas rojas que brillan y me ven. Su hocico diminuto se mueve sin cesar haciendo muchas muecas que yo quiero imitar. Lo tengo en una jaula donde le doy comida: hinojo, zanahorias, repollo, hierbas finas. Pompón es mi conejo, de suave seda es con dos bolitas rojas que brillan y me ven.

En la copa de un ombú brindé en juegos triviales, largas horas estivales de mi niñez otoñal. Corrí tras lagartijas, bebí de la luz caliente de un mes de enero ardiente, y me embriagué con el sol. Y bajo la “bella sombra” -en mi nave de sandíacrucé el río de sed, que había traído hasta mí el calor.

Raúl Iturria

Clara García Frosio

69 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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EL MISTERIO DE LUCÍA Y NOEL Había una vez una niña a la que le gustaban mucho, mucho los caballos y entonces la madre le dijo: -Cuando cumplas quince años, Noel, te regalaré un caballo. Y el padre le dijo lo mismo. Así fue como la niña entendió que eso era posible. Y muy pronto tuvo quince y pudo tener el caballo que se llamaba Sheike. Era un animal blanco, blanquito, alto y grande, de ojos bien marrones. Al poco tiempo la madre tuvo una bebé a la que llamó Lucía y era el centro de todos que la adoraban. Noel, cuando su hermana ya tenía cuatro años porque había crecido un poquito, la llevó a andar en caballo y se divirtieron muchísimo hasta que escucharon la voz de la mamá que decía: -Chicas, vamos a comer, está todo pronto. Chicas, apúrense. Se va a enfriar la comida. ¡Vamos! Y Noel y Lucía, con enorme pena de dejar a Sheike afuera, quisieron desmontar para ir a la mesa. Pero Lucía era muy chica y no podía. Entonces Noel la ayudó. Y acudieron a la mesa, pero se dieron cuenta que los padres no estaban. Y los buscaron sin encontrarlos. Lucía se puso a llorar y Noel la calmó, pero estaba muy asustada porque al entrar había visto una sombra entre los árboles y pensó. ¿Quién sería y adónde estaban sus padres? ¡Púmbate!, se oyó. Noel y Lucía temblaron. -¿Quién es? –preguntó Noel asustada. -¡Noel, Lucía, ayuda, ayuda, nos secuestraron!– escucharon desde el monte que estaba cerca de la casa. Lucía le preguntó a Noel: -¿De dónde vendrán esos gritos y ese ruido? -Yo qué sé, vamos a investigar –contestó.

8 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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-¿No será mejor otra cosa? Eso me asusta un poco –dijo Lucía. -Deja de decir eso, soy tu hermana mayor y no pasará nada. Se prepararon muy bien para ir al monte, buscaron la linterna grande del abuelo Diego cuando iba a pescar y una red para cazar al que secuestró a sus padres. Antes de salir Noel le explicó a Lucía que no hiciera ruido, que caminara despacio y no se separara de ella. Así entraron al monte a oscuras, y las ramas de los árboles al moverse las asustaron, pero siguieron. De pronto, Lucía pechó con algo, era una roca y gritó. Así los secuestradores las descubrieron, pero Noel se había trepado a un árbol y les tiró la red. Y enseguida Noel tomó a Lucía de la mano y fueron corriendo adonde se escuchaban las voces de los padres. Y mientras los secuestradores trataban de escapar las hermanas abrazaron a sus padres y se encerraron en la casa mientras llamaban a la Policía. -Policía, Policía –decían- vengan que tenemos algo muy importante para decirles. Y cuando la Policía llegó, los secuestradores seguían enredados y todos sonrieron felices y tranquilos.

Guillermina Prunell (7años)

9 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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NIÑO INDIO

RISA CON BRISA

Niño indio de los llanos: conmigo ven a jugar. Todos los niños de América siempre nos hemos de amar. Niño indio de los bosques: conmigo ven a cantar. Todos los niños de América haremos un solo hogar. Niño indio, niño indio: conmigo ven a jugar. Todos los niños de América siempre nos hemos de amar.

Hoy Risa se fue de fi esta quería ver si te animabas mas te encontró haciendo siesta y en ella no reparabas. Risa no quiere a Siesta, se fue en busca de la “B”, pues con “B” ella hace fi esta y hasta nos quita el estrés. Y es que “B” con risa es “Brisa” y Brisa trae alegría que muy suave se desliza y te envuelve en armonía. Tu ropa alzó, ¡qué insolente! la Brisa te despeinó, la Risa se hizo presente y a todos nos contagió. Con Brisa y Risa jugamos meciéndonos en la hamaca mil carcajadas lanzamos ¡qué alegría, qué alharaca!

Gastón Figueira

Hena González de Zachrisson (Panamá)

10 Mar de cuentos, Sol de poesía • Sylvia Puentes de Oyenard


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