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saben bailar. Díganme, si no, ¿de dónde se sacan que puede ser buena crianza el coger a una señorita por la cintura y apretarla contra el pecho? Creía que se bailaba en los salones la polka íntima que él, años atrás, había visto bailar en Madrid, con ocasión de cierto viaje curioso. -En mi tiempo bailábamos de otra manera. El Arcipreste olvidaba de buena fe que él nunca había bailado más que con alguna silla. Eso sí; allá, cuando seminarista, había sido gran tañedor de flauta y bailarín sin pareja. De todas maneras, figurándose con la abundante y poética fantasía que Dios le había dado los rigodones en que había lucido garbo y talle, solía, en petit comité -según decía-, terciar el manteo, colocar la teja debajo del brazo, levantar un poco la sotana y bailar unos solos muy pespunteados y conceptuosos, llenos de piruetas, genuflexiones y hasta trenzados. Reíanse de todo corazón los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias, logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que habíamos llegado. Esto de los bailes solía acontecer en las tertulias adonde el setentón acudía sin falta, porque desde que los médicos le habían prohibido escribir y hasta leer de noche, no podía pasar sin la sociedad más animada y galante. El tresillo le aburría y los conciliábulos de canónigos y obispos de levita, como él decía siempre, le ponían triste. «No era liberal ni carlista. Era un sacerdote». La juventud le atraía y prefería su trato al de los más sesudos vetustenses. Los poetillas y gacetilleros de la localidad tenían en él un censor socarrón y malicioso, aunque siempre cortés y afable. Encontrábase en la calle, por ejemplo, con Trifón Cármenes, el poeta de más alientos de Vetusta, el eterno vencedor en las justas incruentas, de la gaya ciencia, le llamaba con un dedo, acercaba su corva nariz a la ancha oreja del vate y decíale: -He visto aquello... No está mal; pero no hay que olvidar lo de versate manu. ¡Los clásicos, Trifoncillo, los clásicos sobre todo! ¿Dónde hay sencillez como aquella: Yo he visto un pajarillo


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